Soberbia o humildad

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «soberbia o humildad». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 1 de abril! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

De las profundidades del abismo
emerge la soberbia,
cocinada a fuego lento
en su esperpéntica grandeza.
La humildad se desvanece,
en su derrota se difumina.
Sobre un trono sin corona,
el pérfido ego ya domina.
Alguna vez se pierde de vista
en la vida, el camino soñado
y entonces te preguntas
si estás equivocado.
¿Soy aquél que quise
o solo quién he proyectado?
¿Puedo ser quien quiera
o sólo ser venerado?
¿Cómo ser sincero
si serlo conmigo no quiero?
¿Cómo ser honesto
si la honestidad me manda al destierro?
Al vender la inocencia
uno se cree inmortal
y perdido en el disfraz,
llega el tiempo de pagar.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

La soberbia sería el eje de un carro o de un coche. Su poder hace mover esa rueda poderosa que rueda con superioridad frente al mundo.
Su altivez no le permite ver que para que ella ruede han avido un montón de factores que han hecho posible que el eje exista.
La humildad le podríamos llamar «La verdad» la verdad es que yo no vendo un libro. Eso es una verdad como la copa de un pino. Si me conformo con ello. Se podría decir, es tan humilde que no mueve una hoja para que la gente lee sus buenos libros.
Por otro lado al sentir mi persona el orgullo de ser buena escritora me lleva a mover cielo y tierra hasta conseguir ser la primera en ventas…
Malo si tienes soberbia y malo si heres humilde…

ÁNGEL MARTÍN GARCÍA

¡Cago’n mi vida! ¿Pues no me dice el de la RAE que deje de tildar «sólo»? El o la, no lo tengo claro. Su community manager, leches.
¡Que no tilde «sólo»! ¡Será imbécil! Sólo dejaría de tildar «sólo» si sólo quedara esa opción. ¡Antes solo que dejar de tildar «sólo»!
«Sólo es una tilde». ¡Mis cojones treinta y tres! ¡Es mucho más! Es una tilde con personalidad, irreverente. Una tilde que habla de diferencias. Una tilde adverbial poderosa. No es sólo una tilde, es un himno.
¿Y si digo que estuve en casa solo una hora? ¿Cómo saber a qué me refiero? Yo lo sé, porque son mis palabras. Y tú lo sabes, porque no he puesto la tilde y hasta ahora la estaba poniendo. Pero ¿y si no hubiera sido así? ¡Sólo te habría despistado!
Me dice un gañán que sustituya «sólo» o «solo» por expresiones sinónimas en ese tipo de oraciones. ¡Animal sin corazón!
Me sulfuro. Lo siento, no lo puedo evitar.
Y ahora, con vuestro permiso, me voy a criticar a la gente que escribe mal. ¡Habrase visto, que no saben seguir las normas ortográficas como Dios manda!

SERGIO SANTIAGO MONREAL

«Soberbia o humildad».
Querido lector: entiendo su preocupación ante la tardanza de mi publicación.
Ante mi soberbia raudez creativa de antaño, busco una alternativa, pero siempre y cuando ésta sea positiva.
Mi humilde tardanza es debida a un intento de escritura llena de sentimiento y a un bloqueo al no encontrar hermosura en cada verso.

RAQUEL LÓPEZ

Careo entre soberbia y humildad, dos caras de la misma moneda..
Discutiendo así en porfía
la soberbia y la humildad,
sin intención de aliarse
en el poder terrenal.
Obstinada y arrogante
de tener un gran poder,
se pasea la soberbia
teniendo muy mal perder.
El séquito que la acompaña
egoísmo y prepotencia,
la vanidad la arropa
con desdén y sutileza.
Su inagotable existencia
es difícil desgastar,
pues crece y se multiplica
para con todo arrasar.
La humildad, acompañada,
con su escudo de sencillez
no por ello desalmada
pues la autoestima la acompaña
reflejando lo fuerte que es.
Poderosa soberbia y engreída,
va con su altanería
sin darse cuenta de que..
la caída será más grande,
cuanto más alta esté.
Ante este duelo insolente,
no será la soberbia quien gane
pues manteniendo la cabeza en su sitio,
se agrandara la humildad de la gente..

LUISA TABORDA

Ella casada de la injusticia hacia su nombre ,envío una carta.
Hola, soy soberbia,
Me gustaría dialogar contigo, estoy cansada que mi nombre se utilice siempre para los falsos, prepotentes, mi nombre refiere todo lo negativo al ser humano.
¿ Cuántos hombres y mujeres afirman ser soberbios?
¿ Cuántos hombres y mujeres afirman ser humildes? Miles .
Los presuntamente humildes exclaman con gran ímpetu ¡ Pertenezco al barrio obrero y deseo luchar por mí pueblo! No quiero pertenecer a la casta, pero luego esos falsos humildes, son los que al subir al poder se compran grandes casas en lugares con glamour y mejor situados. Después sin darse ni cuenta son los dirigentes de la nueva casta.
Quedando su pueblo desilusionado, haciendo masivas manifestaciones tachandolos de soberbios y prepotentes a los que mintieron en tu nombre.
La gran mayoría de la gente dicen, saber que es la soberbia.
Pero realmente ¿ Saben quién y que es humildad?
Un cordial saludo.
Espero con ansias tu respuesta.
Pasaron los meses hasta que por fin humildad respondió a tan aclamada carta.
Hola soberbia,
No podré quedar contigo.
¿ Sabes por qué?
Porque eres mi antagonista y un diálogo entre las dos sería un tanto descabellado ¿ No creés?
Soy tan única que nunca podrás alcanzarme ,solo pueden ser o tenerme los buenos de espíritu, y aún así lo dudo.
Se despide sin pesares y deseando que no me molestes más con tus incongruencias.
Atte: Humildad.
Soberbia al leer la respuesta se sintió abatida y muy confundida.
¿ Quién soy yo realmente, tal vez soberbia disfrazada de humildad o humildad ungida en una falsa soberbia?

NEUS SINTES

Antonia tuvo dos hijas y dos hijos con un hombre humilde. Pero Antonia era una mujer que ansiaba poder. De joven no pudo conseguirlo y ahora enseñaba a sus hijas, desde bien pequeñas, que cuando fueran éstas mayores consiguieran hombres de negocios, que tuvieran dinero y poder. Solo así serian felices.
Cuando cumplieron sus veinte años, tanto Pilar como María siguieron los consejos que su madre, desde la infancia les enseñó. Ambas se casaron con hombres de dinero, y se olvidaron de que ellas provenían de una casa humilde y la soberbia creció en su interior, convirtiendo a ambas en personas totalmente distintas. En cambio sus hermanos siguieron los pasos de su padre. Los de un padre humilde y trabajador.
Pero en el caso de las hijas de Antonia fue muy distinto. Se sentía muy orgullosa de sus hijas por haber conseguido las metas que ella no pudo lograr.
Un día el padre se acercó a su hija menor. No dejaba de ser su hija, aunque la figura materna, hubiera sido la que las hubiera guiado por el camino que creía correcto. Aunque el no lo veía del mismo modo.
-Pilar, ¿tienes un momento? – le preguntó
-Claro papá – mirando a su padre con la sospecha de que éste iba a decirle algo…
-Escucha bien lo que te voy a decir, Pilar. Te has convertido en una mujer, recién casada. Deseo que tu vida este llena de felicidad – Prosiguió – Pero, que la riqueza ni el éxito te hagan perder la humildad. – le dijo seriamente, mientras la miraba a los ojos fijamente, dando un beso en cada mejilla.
Su padre vio alejarse a su hija, con el objetivo de que hubiera entendido su mensaje. Aunque con el ceño fruncido, se quedó pensativo.
Pasaron los años, mientras Pilar gozaba de una vida de poder y de riqueza, llevándola a olvidar lo que significaba la humildad y la soberbia se apoderó de ella. Por otro lado, María siguió los mismos pasos, aunque, siendo mas lista aprovechó los recursos de su esposo, llegando a controlar la situación que éste tenía. De esta forma María se hizo con todo.
En cambio Pilar, aunque se había casado con un hombre rico y poderoso, no supo hacerse con sus recursos, sin que ésta no dependiera de el en todos los sentidos. Gozaba, tenía poder y riquezas. Las joyas bailaban sobre sus brazos y las cadenas de oro resalían de su esbelto cuello.
Pilar se convirtió en una mujer que a cada paso que daba, miraba de reojo a cada mujer que pasara por su lado, con la soberbia e ignorancia, olvidando que ella también fue una mujer humilde años atrás. Olvidó el consejo de su padre y siguió con los patrones que su madre desde niña le involucró.
Aunque la felicidad no estaba en el poder ni en las riquezas, como más adelante tuvo la oportunidad de aprender. Una noche, como otra cualquiera, esperaba con ansias a su marido en la habitación. Se había arreglado para satisfacerlo.
El cerrojo de la puerta oyó abrirse unas horas más tarde. Su marido llegó y no en en las mejores condiciones. Su marido le había dado a la botella, llegando a repetir varias veces la misma escena cada noche.
Pilar se vio envuelta en un mundo donde aparentaba ser lo que no era. Llevaba consigo dos caras. Ser feliz, cuando en realidad no lo era. Aparentar ser la pareja perfecta cuando en realidad, no lo eran.
Estrellarse contra una pared es la mejor forma de quitarnos nuestra armadura de ego y de soberbia. A veces necesitamos un golpe para tomar conciencia con humildad lo que debemos mejorar.
Una noche, antes de la llegada de su marido. Recogió sus escasas pertenencias y marchó en dirección a al casa donde se hospedaba su padre. A sabiendas de que su madre no la entendería. Pero su padre la aceptaría tal como era en realidad.
-Toc Toc – Jaime fue a abrir la puerta y se encontró con la mirada de su hija menor.
-Papá – Es algo tarde, pero he aprendido la lección. Ahora entiendo el significado de tus palabras.
-Hija – entra. Nunca es tarde para aprender y rectificar de nuestros errores. – Padre e hija se abrazaron y lágrimas surcaron de sus ojos.

PEPINO NABÓDICO

Pido perdón. Os pido disculpas. No se me caen los anillos al reconocer que soy tan bueno que no necesito escribir un relato sobre la humildad y la soberbia para demostrar mi calidad, porque la llevo dentro. Lo siento muchísimo. Siento que la llevo bien adentro.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

¿SOBERBIA O HUMILDAD?
ENTRE LA SOBREDOSIS, SOBERBIA, ANDAS SIEMPRE PRINCESA…
Entre la sobredosis de soberbia, que no deja resquicio a una milésima de humildad, andas siempre muñeca …con tu sucia sonrisa, y esa especie combada de tu cadera…
Con que ley condenarte si en su día, todos aplaudimos a coro con tu misma arrogancia, envanecidos y orgullosos, cada compás de tus andanzas, al ritmo que tú marcabas…y sí…ya no eres la princesa de sonrisa perfecta…en ti quedó la mueca atravesada de un devenir inesperado que, estrelló tu sueño de grandeza contra el crisol de nácar donde el orgullo quedó fundido, acompañado de tu comparsa.
¿Con que ley condenarte si un día fuimos parte todos de tus venganzas? No pidas más…el lote se completó el día que desde tu trono nos condenaste…
Indigente neuronal, sin gracia en tu cuerpo andas, te miras en los espejos, ellos, fingen, y te envían la imagen de la princesa plenipotenciaria que nunca debiste llegar a ser…
El tiempo con sus telares de araña te devolvió a la realidad de la que nunca saliste porque habitaba en ti. Eres esa princesa sin boca de fresa, de labios venenosos, abandonada en el campo que tú misma te dedicaste a abonar. Princesa, con tus sobredosis de soberbia, agotaste los recursos de todo un sistema parasimpático que comenzó a fallar; morir era para ti la solución…en tu megalomanía arrastraste a todo un regimiento, por imposición -que no por devoción-… ¡princesa!
Sin reino. Un reino de taras, el reino de una princesa sin boca de fresa, de ominosos y mortíferos labios con color de altanería y olor de cañería…
¡Princesa! ¡De boca de fresa!, nadie hablará de ti el día que desaparezcas…

MANUEL ALBÍN EXTREMERA

La soberbia envenena el cuerpo
con tanta superioridad ficticia,
empieza por el rebelde corazón
terminando por la hipócrita mente.
Soberbia sinónima de vanidad
palabra infame sin miramientos
sentiéndose superior a los demás
y atropellando hasta la verdad.
Por el contrario está la humildad
siendo sinónima de ingenuidad,
con ella se aprende a ayudar
siendo el reflejo de tu corazón.
El que es humilde tiene paciencia
siendo compromiso para lo demás,
la humildad abre la sinceridad
es la inteligencia de las almas.
La humildad es alegría interior,
es el orgullo de tus sentimientos
armonía de palabras y de hechos
sabiendo escuchar los comentarios.

JOSÉ ARMANDO BONILLA BARCELONA

La blanca doble
—De manera —dijo Adán mientras colocaba la ficha de dominó sobre la mesa—, que solo se te ocurrió un anagrama, una broma insulsa, una distracción para espantar el aburrimiento. Mi nombre es un estúpido juego para recordarme que soy una insignificancia cósmica, una puñetera mierda interplanetaria, un zurullo existencial; NADA, en definitiva.
—¿Todavía estamos con eso? —respondió Dios, colocando el tres doble sobre el mármol—. Te consta que quería que fueras ejemplo de modestia y humildad; lo mejor de mi obra, el rey de la creación. De sobra sabes que esos son valores que aprecio, muy importantes y queridos para mi, igual que lo fuiste tú.
—¡Venga, no me jodas! —el tres, cinco dibujó un nuevo ángulo recto en el laberinto de brazos, que iban formando las piezas de marfil— ¡Y eso lo dice el que montó una pelotera del copón por una jodida manzana! Una pataleta celestial porque no querías que fuéramos igual de listos, tan sabios como tú. ¿No te parece un comportamiento excesivo, carente de humildad y sí con mucha soberbia?
—Tal vez. Pero tenía mis razones; en mi descargo he de objetar, que no confiaba en cómo podríais utilizar los humanos toda esa sabiduría. Y no me equivocaba, debes reconocerlo. Tan solo mira a tu alrededor y comprueba la que estáis liando.
—De acuerdo, la sabiduría nos ha hecho soberbios, perversos e insolidarios; pero parte de culpa la tienes tú —objetó Adán—. Habrías podido redirigir las cosas, introducir mejoras en el diseño, establecer limitaciones de serie en tu gran obra de ingeniería. Pero en lugar de eso, te sacaste de la manga lo del libre albedrío y, abracadábra, te lavaste las manos. A quien Dios se la dé…
—Vale, muy bien, puede que tengas razón, pero no me comas el tarro, que todo eso es agua pasada y, además, mira lo que te digo: ¡gané! —la última ficha se estrelló contra la mesa de juego.
—¿Ganaste? ¿Estás seguro de eso? —el hombre volvió a mezclar las piezas preparándolas para una nueva partida— No diría yo tanto.
—Escucha lo que te digo, Dios. La soberbia de los hombres sabios te ha domesticado recluyéndote en un santuario. Ya no eres tú quien impone las normas, el reglamento viene dado por la connivencia entre tus curias, las multinacionales y los poderosos de la tierra. Te han jubilado, compañero, con una buena pensión, es cierto; en tus templos se acumulan las riquezas, tus sacerdotes se pasean por el mundo en coches de alta gama y tienes una silla virtual en todos los grandes consejos de administración, pero, ironías del libre albedrío, no pintas nada en ninguno de ellos y se utiliza tu nombre en vano, para justificar las atrocidades y abusos más espantosos. Tu experimento libertario se ha convertido en patente de corso para una élite, que la utiliza para esclavizar al resto de la humanidad, arrebatándole, en beneficio propio, hasta el más inocente de los derechos. Tú, el que todo lo puede nos has jodido. Al menos deberías tener la humildad de reconocerlo.
—Soberbia, humildad… dos caras de la misma moneda —respondió Él—, como Dios y el Diablo, elementos complementarios, que no somos nada el uno sin el otro. La falsa humildad no es más que una soberbia desmesurada, que llevada al límite, acaba conduciendo a la locura.
―No le des más vueltas, hombre, al anagrama. Eres Adán; el todo y la nada, porque en esa dualidad reside tu naturaleza divina, y tu soberbia se sustenta en la humildad, que te mantiene cuerdo. Ama, odia, lucha, vence, perdona y muere en paz, porque por encima de toda soberbia, en la más dolorosa de las humillaciones y sin que sea capaz de controlarlo, el hombre no puede dejar de sentir, en lo más profundo de su alma, que como ya dijo el poeta: “La mariposa recordará por siempre que fue gusano”, y eso, además de poner las cosas en su sitio, no hay dios que lo pueda evitar. Y abro yo, que llevo el seis doble.

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

Quien haya visto un poco de cine español de los años 60 ó 70, tipo aquellas de Marisol o Joselito, habrá percibido que siempre está presente la soberbia y la humildad. Por aquel entonces, teníamos en España grandes diferencias sociales, tanto económicas como culturales y por tanto, muy bien establecidos los status sociales, la clase de personas que someten y las que son sometidas.
Hoy en día las cosas han cambiado, pero poco.
Un hombre relativamente joven, o al menos lo parece, moreno de ojos color caramelo, elegantemente vestido y bien parecido, con aspecto atlético y saludable, dando una atractiva imagen sentado al volante de su coche amarillo de muy alta gama. De esos que valen más que un piso con ascensor. Circulaba por el casco viejo de la ciudad. Una ciudad famosa de la costa. Buscaba desesperado un sitio donde estacionar su flamante vehículo.
La gente se le quedaba mirando, miraban al coche y lo miraban a él para intentar adivinar de qué famoso personaje se trataba.
Por fin visualiza una plaza de aparcamiento libre y muy cerca de la calle principal, que como en toda ciudad turística, es peatonal.
Con el intermitente puesto, se detuvo para hacer la maniobra. Al poner la marcha atrás y mirar por el retrovisor, vio que el vehículo que le seguía estaba pegado a la parte trasera, sin dejarle espacio para la maniobra.
Una larga cola de vehículos esperaba pacientemente detrás. Sin esperarlo siento una larga pitada de claxon. Yo observaba sentado en un banco situado a pocos metros del espectáculo, todo un primer plano.
El joven, sacando la cabeza por la ventanilla, le preguntó amablemente a tal pitada:
-Disculpe, pero voy a estacionar. Si puede hacer un poco marcha atrás se lo agradecería.
El abuelo y su señora que ocupaban el vehículo de atrás gritan a la par:
– ¡QUE NO VE QUE ES PARA MINUSVÁLIDOS! GILIPOLLAS…
-Perdón, no sabía que quería aparcar usted. Aparque, aparque.
Le contestó el joven muy amable y sin perder los nervios.
-¡Yo no soy un desgraciado! gilipollas. -Le replicó el viejo.
La gente que paseaba por la calle se detuvo a ver la escena y comentaba cosas como; que cochazo lleva, que tío más bueno, pero la que más se escuchaba era, que sinvergüenza por aparcar en una plaza reservada para minusválidos.
Al ver que no tenía intención de estacionar, el joven comenzó la maniobra como pudo y consiguió meter su vehículo en la zona de estacionamiento, sacó de su bolso la tarjeta azul de minusválido colocándola en el salpicadero, paró el motor bajando la ventanilla y le contestó al viejo:
-No se preocupe señor, no me ofendo, pero asegúrese primero de saber lo que dice porque puede molestar, por desgracia, el dinero no lo cura todo.
Se hizo un silencio en la calle que lo decía todo. El viejo, cabreado, no sabía bien con quien, si con el joven o consigo mismo, siguió su camino sin disculparse. La gente disolvió la aglomeración que allí se concentraba, quedando como si no hubiera pasado nada, pero con un sentimiento de culpa y pena por lo que allí había sucedido y en lo que todos habían participado de alguna manera.
Al rato, el joven salió de su coche sonriendo y murmurando:
-¡Que se joda el viejo! Yo aparco donde me da la gana, que para eso lo pago.
Con sus dos piernas enteras marchó hacia la calle Mayor, silbando, levantando pecho y luciendo cuerpazo moldeado en el gimnasio entró en un restaurante de esos donde la lista de espera es de seis a doce meses. Al llegar, le abrieron la puerta y le saludaron por su señor nombre.

TESS LORENTE

Carta a un viejo amor.
Te rechacé mil veces porque eras poco para mí.
Soñaba con una vida de grandes lujos, joyas y una posición social que alimentara mi creciente ansia por destacar sobre el resto de mortales.
Ignoré tus continuas atenciones y te pagué con desaires e insultos.
Harto de mi soberbia desmedida, te marchaste para encontrar a alguien que supiera corresponder tu amor sincero y que aceptará tu dulce cortejo.
Yo, seguí buscando un pretendiente digno de mi interés, al que le pesarán más los bolsillos.
Ahora que ha pasado el tiempo y puedo analizar mis decisiones, hago un intenso trabajo de retrospección y vislumbro los errores cometidos.
Vivo en un palacio, que dista mucho de ser un hogar. Mi vida transcurre entre actos y fiestas, sin conocer el sentido del esfuerzo y la satisfacción del buen hacer. Mi esposo me exhibe como a una adquisición, pero desata su ardor con otras. Mi corazón sigue virgen ya que no ha albergado sentimientos puros y limpios.
Tú, en cambio, disfrutas de un hogar, donde las alegrias de la vida os alimentan a diario. Tu esposa y tus hijos te colman de atenciones. Tu trabajo hace que sientas que tu paso por el mundo tiene sentido. Y tu corazón rezuma tanto amor que se desborda hasta por tu mirada.
¡Qué lástima no haber sido más humilde!
Lamento no haberte valorado.
Siento haberte perdido.
Atentamente.
Un amor arrepentido.

BÁRBARA GONZÁLEZ

Soberbio!? Soberbio yo!?
Pero por favor! Que uno de mis grandes rasgos es la humildad…
Que siempre supe que era mejor que todos esos mamertos y nunca dije nada..
Pero escuchame! Soberbio, soberbio de que? Si no saben lo que significa esa palabra…!
Yo sé muy bien lo que valgo ese es su problema, que ellos también lo saben y eso nunca lo pudieron digerir.
Tantos años escribiendo tanta mierda en ese diario berreta..PARA QUE??! Cuchame una cosa! Para que? Sabés para que?! Sabes porque?? POR PLATA!
¡¿Y a mí me dicen soberbio?!
Cuando siempre fueron ellos los que se paseaban por ahí vestidos como pelotudos, ¡mirándo a los demás con cara de asco! Yendo a los lugares más caretas de Bs As…
¡¿Sabes cuántas veces tuve la mala suerte de cruzarmelos en avenida libertador disfrazados de la reina de Inglaterra?!
¿Cuántas veces me tope con estos pelotudos que se agrandan un poquito y ya se creen el cuento?
Te miran de arriba abajo con el mismo asco con el que seguramente se miran el alma.
Manga de desgraciados… Soberbio! ¡Soberbio me dicen a mí estos hijos de puta!
Que porque ganan 2 mangos ya no te conocen de nada!
Bien que yo sí los conozco y conozco todo lo que se han negreado, conozco el talento desperdiciado, porque hasta a sus padres ellos han negado ¡A esos que siempre los han amado, los han alejado!
¿Para que? Pera pasar por la vereda de en frente, para hacer todo lo que han hecho siempre..
Olvidarse de lo que sienten.
-Pero *cuchá.. Esta gente se mira al espejo y ve solo lo que lleva puesto, porque después de todo ¿Que van a mirar? Si ya no queda nada, si ya no hay nadie más..
Yo no soy un gran tipo, ojo, que no estoy diciendo eso, lo único que digo es que yo si me miro en un espejo, si me veo, me puedo ver entendés? Me veo a mí. Me miro a los ojos y me veo, con mis aciertos y con mis errores, que no son pocos, pero son de corazón, son errores que siempre buscaron la felicidad..Y yo con eso estoy tranquilo, no tengo las mejores marcas, no voy a lugares caros, nunca tuve un perro de raza, no conozco el café más caro del puerto, pero yo me miro y me veo a mí. Con mis sesenta y tantos, ya viejo, canoso, negro, siempre negro, quemado por el sol que pegaba desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la tarde en las vías del ferrocarril donde trabajé toda mi vida para sustentar mi carrera y este vicio que hoy me está matando..
-Una carrera que, cuchame…como decirte.. no me ha llevado a niu llork como le dicen estos, pero me ha llevado a otros lugares, yo he recorrido el mundo con esto, otras tantas vidas que no eran la mía.. he vivido, entendés?
– He vivido tanto, que yo ya no puedo pedirle más a la vida, ya no quiero. Me miro en el espejo y lo veo a mi viejo, la veo a mi madre, a mis hermanos. Los veo ahí, como siempre los he visto, sin necesitar nada más que la vida misma… Y los veo tan felices, y me veo tan feliz sin nada, con las mismas zapatillas de siempre, con un libro en la mano, un cigarro en el bolsillo y mil historias en el corazón, en el alma…Que no me arrepiento de nada la verdad, de haberme quedado en esa vieja editorial, que sabía que se estaba muriendo, si, y que aún antes de su muerte jamás me había dejado un peso, no me arrepiento, porque cuando todos se bajaron del barco, la vista fue increíble y sus asientos vacíos fueron los fantasmas que persiguieron mis historias para el resto de mi vida…
-Yo las vi, cuando todos se bajaron, yo las ví, por eso me quedé, porque esas historias, esas tantas historias de humildad y soberbia valían más de lo que ganaron todos esos chimpancés amarillentos con sus textos mediocres. Valen más, porque nunca mueren, aunque no lleguen al times. Han llegado a mí y a toda la gente que amo a las que con pasión les he recitado, la vida y obra de aquellos fantasmas que ví en ese barco que se hundía.
– Y…en que me quedé?! Haa, en qué yo estoy tranquilo, porque yo sí me quedé, y me quedé sin un mango, Ja!
Pero me quedé, me quedé con la vida, me quedé con las historias, con la honestidad y humildad de todos los que sí, amamos la literatura, no la plata, ganaramos 1 o $100, porque sé que soy mejor, pero aunque sé que soy mejor, eso no me hace soberbio.

GAIA ORBE

Exequias
Con el correr de los años he visto un sol en su sombra cubierto de aguas encharcadas llenándose de parásitos. En la muralla de su soberbia creyó que él era un salvador de élite predestinado. Luchó por causas irrisorias. Se alejó de la fuente cósmica. Hasta que enfurecido porque la tierra puso en duda su virtud, hoy, su corazón ha fallado.
La danza de la existencia celebra su caída al humus, la humildad que le enseñará la grandiosidad de ser una pequeña parte de la creación. Aunque aprender dependerá de su voluntad, todos le deseamos que así sea.

OMAR ALBOR

Soberbia llama
a humildad
y sus susurros son
en pocas palabras.
Frases que se filtran
en sus oídos, soberbia
es fina y resaltada y humildad es gris y destartalada, pero así con todos esos matices viven en cuerpos con ideas buenas y malas
de gente buena y mala.
El costado más sincero es de humildad y el costado austero es de soberbia aunque el champagne brille en su paladar, no todo lo que brilla es oro y humildad lo sabe, ella es barro como el de la maceta dónde nace una flor cada día.
Se nace desnudo y el destino se forja en cada segundo 50 soberbia 50 humildad., Así de sencillo lo tomas o lo dejas y las ideas vienen y van.
Volviendo.

EMILIANO HEREDIA JURADO

HILARIO
Querido lector, o lectora.
La historia que les voy a relatar a continuación, ocurrió hace muchos años.
No sé cuántos, pero tal vez, eso no importe.
La historia está ahí, y cada vez que necesito bajar al espacio terrenal, escaparme de esta nube artificial donde todo va tan deprisa, rememoro esta historia que no recuerdo quién me la contó, ni cuándo.
Es un cuento, que empieza….
….las últimas pinceladas anaranjadas de un sol que se adormece, se van diluyendo con el disolvente de la sombra nocturna que, poco a poco, van teñiendo de añil las calles de Castillejo de la cuesta.
Un pueblo chiquito, de la meseta castellana, de casas arremolinadas en rededor de una plazuela con soportales ajados por el tiempo, y una fuente de cuatro caños y una campanita de hierro, muda con el paso del tiempo, coronándola.
Y en un altozano, se yergue la silueta ruinosa del único lienzo, parte de un torreón, de un castillo del tiempo de las luchas de los cristianos contra los moros. Donde, en los días claros de la primavera, se puede ver todo el valle remendado con parches ocres de cebada, sepia de los trigales, rojos de inmensos rodales de amapolas.
Donde, en los días donde el viento le viene en gana, saca a bailar a los chopos que danzan al ritmo que éste les marca.
…………..!piiiiiiiii!
El sonido de una cornetilla, rompe la banda sonora del pueblo.
Del crepitar del fuego en los hogares, de conversaciones familiares en torno a la cena caliente servida encima de una mesa, tal vez con un mantel de cuadros blancos y rojos. Del reloj del ayuntamiento marcando las ocho de la noche. De niños recitando la tabla del cuatro mientras, su madre, escuchando atentamente, acaba de freír unas patatas para cuajar una rica tortilla de patatas.
….!piiiiiii!, ¡basuuuuuraaaaaa!.
Ahí tenemos al protagonista de esta historia.
Hilario.
Sin más.
El basurero del pueblo, más por tradición familiar que por vocación, aunque, las cien pesetas mensuales, no le vienen de más. Carne algún dia de fiesta, sardinas arenque los más de los días,
Y vaso vino todas las noches en la tasca del Liborio.
Hilario, menudo, algo regordete, con camisa blanca, y traje de pana, con boina calada y calzando albarcas, empuja a la vieja mula que arrastra un viejo y maloliente carro de basura, desvencijado por los cuatro costados que, a cada rodada, se queja lastimeramente, al igual que la mula que, resopla con dificultad.
Hilario, se planta enfrente de la puerta de un casón familiar, de una familia que logró riqueza y fama por un antepasado que fue indiano allá por los años de Maricastaña.
Una muchacha rubieta, pecosa, con un impecable vestido azul cielo de blonda, abre la puerta y, sujetándola de tal forma que, apoyándose en el quicio, no deja entrever nada del interior de la casa.
-Hola Casilda. –Dice Hilario, con una sonrisa tímida, socarrona-¿me sacas la basura?
-No tengas prisa, Hilario-le responde Casilda, ruborizándose un poco-hace una noche estupenda, podemos charlar un poco, ¿no crees?
Hilario, traga saliva, y se pasa la mano por la nuca.
-Bueno, como quieras –sonríe socarronamente- pero a lo mejor tu madre se enfada, por verte aquí parada hablando conmigo-responde apurado Hilario, dando vueltas a la boina, que tiene entre las manos-
-No te preocupes, está al teléfono, hablando con la pesada de mi tía, la de la capital, no hay problema, puede estar horas y horas dándole conversación…
-¡fiuuuu!-exclama Hilario- ¡qué suerte chica!, teléfono en casa, vamos, el acabose….
-¡sí!,-abre la puerta del todo una furiosa mujer, oronda, con un vestido azul marino de mil puntitos blancos, de pelo corto y rizado, de rubio teñido, que regaña a Casilda-¡Casilda!, ¡te he dicho miles de veces que no te pares a hablar con este muerto de hambre!, ¡y además!- hace una muesca de asco, tapándose la nariz con un pañuelo de encaje, que saca de dentro del puño de una de las mangas del vestido-desprendo un olor fétido ¡qué horror!-hace un pequeño teatrillo, poniéndose la mano por el envés, sobre la frente-Váyase por la puerta de atrás, que mi asistenta le sacará los desperdicios …..finaliza, dando un portazo, que deja confuso y entristecido a Hilario-
Nada le disgustaba más a Hilario, más que la madre de Casilda, tener que dirigir la palabra a la criada de la casa de los señoritos, que era como los llamaban en todo el pueblo.
Luciana, era una chica, venida a menos, que se pensaba que había llegado a un estatus superior a todos los comunes mortales, por estar al servicio de la familia rica del pueblo. Bruta como ella sola y engreída como pavo real. Hilario la temía como a un nublado.
-Bu-bue-nas-balcucea Hilario, cuando está enfrente de Luciana, con cara de pocos amigos, esperándola en la puerta de atrás del enorme caserón-
-¡qué, Roméo!, ¿te has vuelto a equivocar de calle no?
Hilario, rechina los dientes, y ruge, para no decirle cuatro palabras a Luciana.
-¡Aquí tienes!, ¡Don Juan!, la basura-le extiende el cubo, despectivamente, que Hilario coge de mala gana, y que, de muy buena gana, se la echaría a Luciana por la cabeza-
-¡vaaaaamos Ruuuuuciaaaa!- arrea Hilario a la mula, que arranca, con un bufido-¡piiiiiii!, Basuuuuraaaa!-pregona Hilario, torciendo la calle.
Cuando pasa justo por debajo de la ventana de Casilda, se detiene un momento para observar, y perderse en mil imaginerías.
Sorprendido, ve como, en la obscuridad, una mano, que la reconocería entre miles, le lanza un trozo de papel, doblado en cuatro, que revolotea como una polilla de la noche, hasta caer al suelo.
Raudo, Hilario, la guarda dentro de la chaqueta. Al mirar hacia arriba, observa, como esa misma mano, le hace un gesto, como de despedida.
Al acabar la jornada, Hilario pasa frente a la tasca del Liborio, donde aún permanecen tomando en ultimo vino, dos parroquianos.
-¡Hilaaaaariooo!-le llama desde dentro Liborio-
– ¡esta noche no puedo Liborio! -responde Hilario-, tengo a la mula un poco descompuesta y quiero que esté fresca para mañana. ¡Buenas noches, Liborio y compañía!, responde, sin detenerse, y se va a su casa, con la misma prisa para llegar que para leer el trozo de papel, que Casilda le había lanzado por la ventana.
Una vez en casa, enciende un candil, y se sirve sobre un plato desportillado, una tajada de cecina de mulo y pan de centeno, con un vaso de vino.
Como si sacara un tesoro de un cofre, Hilario, saca la nota de su bolsillo. Cerrando los ojos, la huele, y disfruta del perfume que exhala, el perfume al que huele Casilda.
Torpemente, lee la carta en voz alta….mientras, se enjuga las lágrimas con el antebrazo.
“……Querido Hilario…..
No sé cómo empezar ésta, que se me antoja, dolorosa carta.
No quisiera que esta carta, fuera de un adiós para siempre.
Simplemente, un hasta pronto.
Me acuerdo de cuando niños, nos escapábamos a la poza, y jugábamos, reíamos….en secreto, ya sabes….
Con el tiempo, tú te convertiste en lo que estabas destinado a ser…y yo destinada a lo que mi familia quiere que sea, una chica formal de familia bien….
Mañana, con el Alba, dejaremos el pueblo, con destino a la capital.
No sé cuándo ni si volveremos algún día a este pueblo, en el que soy tan feliz, y donde mi madre, según ella, se asfixia. Una familia de alta alcurnia como ella dice, no debe de estar en un sitio de catetos semi-analfabetos.
Con todo mi cariño, ésta que te quiere:
Casilda.”
Hilario, saca una caja de latón, del Colacao, donde guarda sus mejores pertenencias (una foto de sus padres, un rosario que le regaló el señor cura, para su comunión, un pañuelo de Casilda…)
Y Guarda la carta, con cuidado.
Pasó la primavera, y un verano tenso, como un avispero llegó.
Hacía tiempo que, se escuchaban rumores, pero, el culmen llegó el veinticuatro de julio, cuando, Tomás, el pregonero, con todas las fuerzas que le permitían sus pulmones, hizo el bando más trágico y doloroso de cuantos se recordaban en el pueblo:
-¡piiiiii!,!piiiiiiii!..!la guerra!, ¡la guerra!, ¡ha estallao la guerra en la capital!….-la voz de Tomás, denotaba por el temblor que le producía el miedo, la gravedad del asunto-
Las viejas, se fueron corriendo a sus casas, haciendo sanctics crucis por las calles, las fuerzas vivas del pueblo, se reunieron en el salón de plenos del ayuntamiento.
Al cabo de unas horas de tensa espera, donde los hombres del pueblo, cobijados en los soportales ante el sol abrasador de Julio, consumían los minutos fumando tabaco liado, el Alcalde Salió al balcón del ayuntamiento, flanqueado por los dos números de la guardia civil, el médico, el profesor y por supuesto, el cura, Don Florencio.
Llamó a la calma, y conminó a los allí presentes, que respetasen la autoridad en ese momento imperante, que era la suya, y ante cualquier novedad, los allí presentes, estarían debidamente informados.
Sin darse cuenta, pensando en Casilda, que se encontraba en la capital, a Hilario se le pasó el tiempo tan rápido con se pasan las páginas de un libro, ojeándolo por encima.
Se convirtió en testigo directo de tamaña tragedia, del sufrir de las gentes del pueblo.
De los lloros velados por el hijo o el marido fallecido. Del silencio de la taberna del Liborio donde, si antes todo eran risas, o chismes, o chascarrillos, ahora era todo un tenso silencio donde, una sola palabra, separaba la vida de la muerte.
La proporción entre el tiempo que estaba durando la guerra y la cantidad de basura, que recogía todos los días, era directa. El hambre reducía la cantidad de los desperdicios.
Pero Hilario, tenía un dolor de ausencia en el pecho. El vacío que tenía era mayor que el que dejaba el carro cuando soltaba la basura.
Y ocurrió.
El último año de la guerra, un Junker Alemán soltó una carga de muerte sobre el pueblo, y una de las mortíferos obuses cayó precisamente, sobre el caserón donde habían habitado Casilda y su familia. Tan solo quedó en pie, las paredes de la fachada.
La plaza, también quedó afectada, unos cuantos fallecidos.
Pero, Hilario, noche tras noche, tal vez, más por distraer su pena, que por necesidad comunitaria, recogía la basura, tocando lastimeramente la trompetilla.
Así como empezó todo, acabó.
Una mañana de abril.
Hacía tiempo que no se escuchaban los fragores lejanos de los combates.
Los mirlos volvieron a cantar y los frutales a florecer.
Hilario, subió a las ruinas del castillo y, entre un inmenso mar ocre, tachonado por islas rojas, creyó distinguir una fina columna de polvo que un coche que se dirigía al pueblo, provocaba en el polvoriento camino.
Sin saber por qué, bajó a trompicones, el tortuoso camino que bajaba hasta el pueblo, el corazón le latía como un potro desbocado.
A la vez que llegaba a las ruinas de la antigua casa de Casilda, un Ford renqueante y humeante, se paraba enfrente de la puerta que, si bien antiguamente la flanqueaba dos tinajas con sendos laureles, ahora, los escombros sembraban el suelo.
Una chica, se baja de la puerta del conductor.
Delgada, con la huella del hambre en su cara. Rubieta.
Observa atónita el estado de la casa, y al darse la vuelta para no verlo, en la calle perpendicular de la fachada de la casa, se encuentra a un jadeante Hilario.
Se miran.
Mientras se acercan, se van nombrando:
-Casilda…
-Hilario….
Se funden en un tierno abrazo, cerrando el paréntesis de la guerra.
-¡que!, ¿nadie me va a ayudar a bajar del coche o qué?.
Interrumpe la pasajera del asiento de atrás…
Es la madre de Casilda. Ésta, la ayuda a bajar, con la ayuda de Hilario…
Consumida por la necesidad, Hilario observa a una mujer sombra de lo que fue antaño.
Una mujer enferma, esculpida por tres años de guerra.
-¡Hija!, ¡la casa!-grita con estupor, al descubrir el estado de la casa derruida-
-No se preocupe, señora, no hay nada que no se arregle con unos cuantos ladrillos y un poco cal…
La madre de Casilda, observa a Hilario.
-Además, prosigue Hilario- mientras acaban de arreglar la casa, si no les importa, les puedo ofrecer mi casa, ustedes podrían dormir en la cama de padre y madre….
La madre de Casilda le dice a Hilario, cogiéndolo del brazo…
-Hilario…¿no?.
-Ss-ssi señora- balbucea Hilario, con la boina dándole vueltas entre las manos.
-Señora, no. Madre. Hijo mío.
Fin

BEATRIZ ÁNGEL

EL DISFRAZ.
– Ya estoy aquí, es el momento, venga la decisión está tomada, voy a entrar.
Xavier llamó a la puerta del despacho, dos golpes secos, decididos. Desde dentro una voz le dijo – pasa Xavi. Había cámaras por toda la nave en la que estaba ubicada la empresa de instalaciones en la que trabajaba y David, el dueño, hacía un buen rato que lo observaba en la pantalla de televisión que tenía colgada en la pared frente a su mesa.
Xavi entró y tomó asiento, se disponía a soltar la bomba que llevaba dentro desde hacía ya varios años.
– David, llevo veinte años trabajando para ti, empecé cuando tenía solo 16 años, he aprendido todo lo que sé aquí y soy la persona que soy, en gran parte, por todo lo que he vivido con vosotros, pero creo que ha llegado la hora de avanzar, y por alguna razón que desconozco, aquí no consigo que mi esfuerzo y dedicación se vean recompensados y ya no digo sólo económicamente, si no mi labor para con esta empresa.
David lo observaba desde el otro lado de la mesa, tenía muchas cualidades magníficas como ser humano, pero como empresario y jefe su soberbia era mucho más poderosa que toda aquella humildad que derrochaba, habitualmente, con las personas de su entorno, incluso con sus trabajadores; pero por alguna extraña razón cuando se sentía acorralado, sorprendido o como él lo solía describir, traicionado, se transformaba en un ser totalmente ajeno a cualquier circunstancia que fuese más allá de aquello que ocurría en ese momento. Sabías que su alter ego había entrado en escena cuando se reclinaba literalmente espatarrado en su silla de oficina, cruzaba las manos con los dedos entrelazados sobre su prominente barriga y desde ese preciso instante nada de lo dijeras serviría ya para nada.
– Mira Xavi, si lo que quieres es más dinero, ahora con todo lo que está pasando con la pamdemia, es que no es viable, es imposible Xavi.
La excusa de la pamdemia estaba siendo un filón importante entre el gremio de los empresarios con dudoso criterio.
– David no me quieres entender, yo solo quiero que se reconozca mi trabajo… – David le interrumpió, la primera de muchas. – Xavi, ¿qué quieres que vaya dándote palmaditas en la espalda cada vez que hagas algo bien? Eh? Te recuerdo que te pago justamente porque hagas eso, no veo la razón para que tenga que ir alabando cada cosa que hagas.
– Yo solo quería decirte que no ha sido fácil tomar la decisión, que no ha tenido nada que ver con la parte económica y sí con la posibilidad de formar parte de a algo importante, de tener voz y poder dirigir mi propio equipo porque alguien confía ciegamente en mi trabajo.
David mantenía el tipo, pero por dentro aquello era un puñal que estaba desgarranda sus entrañas y eso solo hacía que su armadura, su careta, su papel, se hiciera aún más fuerte.
Xavier ya sabía que aquello iba a ocurrir, eran veinte años en aquella pequeña familia disfuncional que tanto amaba, todos ellos, su compañeros, sus amigos, muchos de ellos eran la única razón por la que aún no se había marchado, pero ahora tocaba ser valiente y avanzar.
Se marchó, y dejó un extraño vacío que hizo que durante mucho tiempo David no supiera como quitarse el disfraz de soberbia que llevaba puesto desde aquel día, no supo quitárselo cuando debió y cargó con él hasta que se le cayó la máscara de tanto llevarla y pudo ver con claridad su imperdonable error.

ANGIE CRISTINA RUIZ

Son las 12:30 AM, me levanté de golpe, estaba un poco peleada con esto de la escritura, pero no hay mejor tema que este para hablar de ella… la mujer que me da sueños y no me deja dormir. Recuerdo el día que la conocí, llevaba un uniforme horrendo color verde militar, y aún así, lucía hermosa. Ella era así, mágica. Sacaba de todo su lado menos feo(incluyendome) Era la hora del recreo, yo estaba sentada en el mismo lugar, con los mismos de siempre, y de pronto ella se acercó, saludó a una de mis amigos, y se sentó con nosotros. Pasé un rato perdida contando sus pecas, y luego en sus profundos ojos cafés, no sé qué me pasaba, y no es por echarle la culpa, pero es que era magnética, se me hacía imposible no mirarla. Éramos una buena dupla, yo era demasiado tonta, y ella muy risueña. Sonreía hermoso, me encantaba hacerla reír. Como ese recreo hubieron muchos más, a veces con los de siempre o solamente ella y yo. Hablábamos de libros, de poesía, de música, y en alguna ocasión me atreví a decirle lo mucho que sus pecas me hacían perder la cordura. Un viernes antes de entrar a clases, la vi muy nerviosa y ansiosa, pensé que algo malo le pasaba, pero lo único que ocurría es que quería salir conmigo al cine, a tomar un helado, o simplemente a perder el tiempo por ahí. Ella siempre fue así, daba primeros pasos enormes sin miedo y sin importarle nada. Muy diferente a mí. Fue ella quien me besó por primera vez, quién me llevó a su casa, y me enseñó a jugar videojuegos. La que dijo te quiero primero, la primera en pedir perdón después de cada discusión. Y yo, la arrogante, la caprichosa, la orgullosa, quien siempre tenía una excusa o un pretexto para lastimarla. Es que tengo miedo, yo nunca pido perdón, yo soy así y ya, eran muchas de las frases que le soltaba… Y ella seguía ahí porque comprendía mi situación en casa, el estar dentro del closet e infinidad de cosas más. Pero un día se cansó, y ya no quería entender más. La busqué y no funcionó. Han pasado ya años, pero ella sigue siendo así, increíble, tanto, que no me deja dormir. Ese recreo, de aquel día, era mi cumpleaños, agradezco al universo haberte conocido. Ojalá hubiera Sido menos soberbia, menos adolescente e inmadura. Eres el mejor regalo que me ha dado la vida.

BEA ARTEENCUERO

Cierto día, a la orilla de un rió se encuentran la soberbia y la humildad.
– Hola, ¿como estas? ¿Quien sos?
– Soy la soberbia
_ Ah, bien, ¿ y como sos?
_ Que puedo decirte, soy la mejor en todo.
_ ¿En todo?
_ Si, por ejemplo: En el deporte soy el jugador mas aclamado, en el mundo del espectáculo me ven pasar y se apartan presurosos, para dejar libre el camino, en lo social soy muy nombrado, tengo una vida de lujos; Todo lo que emprendo lo hago muy bien, excepcional, me miran con admiración, nadie me puede igualar en nada, mi ideología de la vida es: Primero yo, segundo yo y tercero yo. ¿y vos quien sos?
– Soy la humildad..
– ¡Ah si! Nunca escuche esa palabra, y ¿ como sos?
– Soy ingeniero, hijo de una familia, donde existe el respecto hacia el otro, el tercero de cinco hermanos, mis padres nos enseñaron a ser modestos, amo a mis padres y hermanos.
Dirijo una empresa, soy el presidente, cuando mis empleados me ven pasar, se acercan a saludarme, escucho a todos.
Trato a todos con consideración, desde el lugar que corresponde y tengo muy buena devolución de ellos, sobre todo me respectan.
– Me parece que así no vas a llegar muy lejos, tenes que imponerte, hacer saber que sos superior.
– No hace falta ir por el mundo, pregonando a todos lo que eres y como lo haces; Yo voy por la vida paso paso, agradeciendo a mis padres por sus enseñanzas.
– Bueno, bueno veo que sos un pobre pelagatos, hasta dudo que se verdad lo que dices.
Me voy…¡Suerte humildad!
Se fue caminando altivo, arrogante.
Pasaron los años, y un día el destino, los junto nuevamente, salia Humildad de la empresa , en la cual con los años era socio, muy querido y admirado, cuando alguien que entra casi corriendo lo lleva por delante, al mirarlo lo reconoce…
– Yo te conozco, sos Soberbia, hace unos años tuvimos una charla, soy Humildad…¿me recuerdas?
– Claro, claro ¿como estas?
– Bien, bien ¿vos?
– Aquí, solo.
– Como es eso?
– Con el correr del tiempo, las personas que me rodeaban se fueron alejando uno a uno, hasta mi esposa, según ellos cansados de escucharme, seguro me envidiaban, en realidad no entiendo porque sigo siendo el mejor en todo, solo que ahora lo digo en silencio, al quedarme solo recordé muchas veces la charla que tuvimos, pensando si estaba equivocado, pero me di cuenta que no, y vos contame
– Bueno yo sigo igual paso a paso por la vida.
– Me imagino.. Cuando me haga un tiempo te visito y te doy algunas lecciones para salir adelante..
– Si cuando quieras ,aquí trabajo.
La Soberbia se alejo, con su soledad a cuestas.
Mientras que la Humildad con una sonrisa y un dejo de tristeza, no deja de pensar que…
Con Humildad llegas hasta donde te lo propongas y se abren todos los caminos, mientras que la Soberbia solo te conduce a la soledad.

CRISTINA RUIZ

Soberbia es lo que necesitas para contarle a todo el mundo lo que has vivido ya que durante ese tiempo tu humildad no te lo ha permitido.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Cara o cruz»
Se encontró frente a frente con su propio enemigo. Apartaba la mirada, no deseaba encontrarse con los negruzcos y azafranados ojos de su oponente.
Gimoteaba curvando la temblorosa boca, dejaba a la vista la tristeza que emanaba su arrugado rostro.
— ¡Enserio! — exclamó la soberbia.— Ya no aguanto más, no puedo — suspiraba la humildad.
Echó un paso atrás, apoyándose sobre la fría pared cerámica. Guiaba suavemente las manos apartando la melena.
— ¿Qué hago contigo? — preguntaba titubeante, con un asfixiante nudo en la garganta.
— ¡Otra vez con lo mismo! — sonreía impávido — Me tienes aburrido — continuó.
Se incorporaba tembloroso, intranquilo dirigía la mano derecha al bolsillo del pantalón.
— ¿Qué ocultas ahí? — Preguntaba la soberbia.
Soberbia empezó a inquitarse, el ambiente se había vuelto hostil. La incertidumbre le hizo cambiar el ánimo. En su cara se dibujaba una temerosa sonrisa.
— Hoy uno de nosotros tiene que irse para siempre — dijo humildad, al mismo tiempo que se deslizaba una lagrima por la mejilla.
— No lo estarás diciendo enserio — interrumpió con los ojos vidriosos, secando la sudor que le emanaba de la frente. — Lo echaremos a suertes, tú o yo, cara o cruz — vaciló humildad, mostrando una pistola que dejaba encima del mármol. Sacaba una moneda tembloroso de su otro bolsillo.
— ¡No! ¡Espera! — Intetaba frenar la caída de la moneda, golpeando varias veces el espejo.
Terminando de oscilar, dejando al descubierto la cara. Humildad, agarró el arma apuntando a la cabeza de soberbia.
— ¡Imbecil! Si muero yo, también morirás tú — gritaba exaltado.
Levantaba la cabeza lentamente mirándole por última vez a los ojos.
— Hasta nunca — balbuceaba apesadumbrado y sin esperar respuesta.
Apretó el gatillo.

LOLY MORENO BARNES

Nacidas del mismo ser,
las dos hermanas reñían.
Una lloraba discreta,
la otra gritaba bravía.
En un rincón del corazón,
la buena a todo temía,
y la malvada pisaba
lágrimas que la otra vertía.
Dicen que, de tanto alarde,
que la temible esparcía,
envenenaba el camino
que la noble transitaba.
Nacidas del mismo ser,
eran distintas las dos,
aunque su madre al llamarlas,
una sola mencionaba.
En el espejo del alma,
se reflejaba una cara,
la otra cobarde y mezquina,
en la oscuridad se ocultaba.
De tanto compartir vida,
cambiaron las dos hermanas.
La altanera bajó,
implorando el perdón,
a la que siempre humillaba.
Y la que siempre cubría,
de miedo y llanto su ente,
creciendo en sabiduría,
con un abrazo firmó
el perdón con puro amor.
Dejaron antiguos nombres,
con sus ropas despojadas.
LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD ,
desnudas ahora son una y
¡“ VERDAD” TODOS LA LLAMAN.!

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

14 comentarios en «Soberbia o humildad»

  1. mi voto es para Ángel Martín García y su anarquismo soberbio para la RAE en contra del solo y favor de esa tan temible tilde para mí <>

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Ir al contenido