Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «apariencias». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
PAPALLONA LILA
Lo externo, el ego, la fachada…Lejano, muy lejano de la profunda alma que nos habita. Podemos quedarnos en la superficie de las apariencias de las personas o podemos sumergirnos en las profundidades del alma.
CADENASFDEZ SUSI
El lápiz de color marrón delinea unas cejas inexistentes, un fuerte trazo de Khol negro suple la ausencia de pestañas, rubor en polvo para dibujar un rostro saludable, pañuelo en la cabeza, sin asomo de cabello, colocado con todo el estilo proporcionado por decenas de videos de youtube dedicados a enseñar esta tarea.
Vestida de guerrera, como marca la moda actual de la felicidad aparente, sale a la calle con la mejor de sus sonrisas. – Dientes, dientes…-.
El cansancio por montera, pero metido dentro del alma para que no se vea, mientras comenta a un conocido:
-Me encuentro fantástica. Es más, he conseguido una paz interior que no tenía antes de la enfermedad. Ya sabes, el trabajo, la familia, el estrés…¡Uf! Me he librado de esa carga.
Dos horas de paseo y vuelta a casa, derrotada de tanto guardar apariencias. En su hogar, su refugio, se libera de la máscara que ha creado para el exterior. El vistazo al espejo le devuelve una imagen que le cuesta reconocer, sin rasgos definidos, pálida, carente de aquella mata de pelo otrora indomable.
Entonces se permite llorar.
GUYBRUSH THREEPWOOD
Recuerdo el escándalo perfectamente. El grito lejano de “aquella” que pasaba por allí, el golpe de aire en tu vestido que provocó un sonido corto y seco ¡flap!, tu impacto contra el agua que sonó como si hubieses atravesado un mar de cristal..
Suerte que caíste a escasos 10 metros de mi. Al principio con la confusión, dudé, pero ¡qué diantres! tenía que sacarte de allí. Me costó, pensé que forcejeabas porque no querías ser salvada, luego al llegar a la orilla fue cuando me contaste que no había sido intencionado. Nos dijiste que al caminar por el puente un fuerte golpe de viento te arrebato un papel que ibas leyendo, y que tenías entre las manos, al intentar recuperarlo, perdiste el equilibrio y caíste..
Nadie te creyó, excepto yo.
Al final salimos los dos en la prensa, tú eras la demente suicida, yo el héroe que te rescató. Que ironía. Mientras me contabas lo que había pasado, ya arropada con esa manta de cuadros, agachaste la mirada y pudiste ver las llagas en mis tobillos, enseguida te pudiste dar cuenta de que era yo el que lo había intentado, y tú la que, sin querer, me había salvado.. y sonreíste.
MAYTE SALCEDO SÁNCHEZ
Vivir escondida detrás de esa máscara que cada mañana se colocaba ante el engañoso espejo de la malograda alcoba marital, era su única alternativa viable, quizá su cobardía no le daba para más. El miedo a decepcionar a sus seres queridos junto al temor de causar el derrumbe masivo de los recios cimientos que soportaban su consolidada existencia la mantenían paralizada, sacrificando siempre lo que era en pro de lo que debía ser. Madre y esposa ejemplar, hija sumisa y obediente, con la lección bien aprendida de que es de vital importancia saber guardar las apariencias. Católica de cuna, tan hipócrita como cualquiera, con su oscuro secreto a cuestas que la ponía a los pies del pecado a la par que la hacía inmensamente feliz. Al fin y al cabo no entendía cómo un dios bueno podía ver con malos ojos un sentimiento tan genuino y estaba segura de que si ese dios bueno existía no la culparía por algo que le nacía desde dentro. El amor siempre es amor, sea cual sea su vertiente, y de ningún modo puede ser llevado a juicio y mucho menos condenado. Y ella, sin capacidad para evitarlo, amaba desde la misma raíz, nada más y nada menos que a una mujer. La vida no había tenido reparos en ponérselo complicado, aún así no pensaba renunciar a los dictámenes de su corazón aunque tuviera que jugar a dos bandas. ¿Cómo ponerle puertas al campo? ¿Cómo parar lo que no tiene freno? ¿Cómo apartar lo que colma? ¿Cómo ignorar lo que de verdad te representa?
ARIEL PACTON
LOLY MORENO BARNES
La señora Lucia caminaba con paso lento con un elegante bastón. Seguramente ella prefería no depender de él, pero a sus ochenta primaveras le era imprescindible y ella había aprendido a llevarlo a su costado con arte.
La elegancia era su premisa y desvelaba haber aprendido a convivir con ella desde su niñez puesto que alardeaba de buena cuna.
Llevaba un pañuelo al cuello siempre haciendo juego con el resto de la vestimenta y en estos días de invierno un abrigo largo de piel y pelo que seguramente en sus tiempos le costó una fortuna. Un broche en la solapa y un medallón de oro con la virgen del roció en su cuello.
Pelo corto, canoso de tono azulado, peinado a la perfección, donde ningún mechón se atrevería moverse de su impecable lugar.
Nunca se le vio en su rostro una lagrima en público, tampoco de su boca una queja. Parecía pertenecer a otro mundo muy distinto al de cualquier hijo de vecino. Siempre perfecta, discreta en sus opiniones.
Todo el pueblo la conocía desde que muy joven se casó con el eminente médico del pueblo.
Fue entonces cuando renunció a ejercer como profesora de literatura en su ciudad natal.
Su esposo, ya fallecido era casi veinte años mayor que ella. Se especula entre rumores que se conocieron presentados por sus padres. Los suyos decadentes vieron la oportunidad de emparentarse con la familia bien posicionada del solterón médico.
Aparentemente se veían felices, pero la verdad es que él vivía para su carrera y ella volcada en eventos sociales y en la educación de su única hija. Poco tenían en común, solo mantener las apariencias de una familia feliz.
Hace unos días se paseaba mirando los escaparates navideños y alguien le pregunto si estaba comprando lo necesario para las próximas fiestas” Ella adquiría una botella de un buen vino”
__ ¡Por supuesto!,(asintió la señora Lucia), son fechas señaladas para colmar las mesas de parabienes para toda la familia.
Se daba por supuesto que la visitaría su hija con su esposo y nietos…
Pero … ¡NADA ES LO QUE PARECE!
Tras pasar la luz de la verdad por los grandes ventanales, con finos visillos de encaje, de su inmensa casa, la realidad era bien distinta a las apariencias.
Con el paso de los tiempos por necesidad económica la señora Lucia se había ido desprendiendo de casi todos sus muebles. Todos piezas únicas. En el salón solo había una vieja tele y un sillón negro.
Algunas habitaciones estaban completamente vacías, sin tan siquiera un cuadro pegado a la pared de los tantos que ostentaba. Y en el resto solo lo necesario acepción de su dormitorio que conservaba armarios repletos de sus finas vestimentas y una cama señorial.
Ya no contaba con servicio domestico alguno ni el viejo coche con chofer…
Las deudas fueron reduciendo sus posibilidades.
Su hija hacia años que no la visitaba desde que le exigió en vano que vendiera el caserón y se mudara a un piso pequeño. La discusión desencadeno una fractura familiar.
Para estas fechas la familia de su hija veía de mejor modo pasar unos días de vacaciones en un hotel de República Dominicana con temperaturas agradables.
En nochevieja antes de medianoche, la señora Lucia encendió su televisión, destapó la botella de vino que había comprado con esmero, sacó una copa de la alacena y como cada vez para esta fecha desde hacía una década, bebió doce sorbos al son de las campanadas que se transmitían en imágenes desde la puerta del sol.
CORONADO SMITH
llenas de felicidad.
Me persiguen sus sonrisas,
pintadas de falsedad.Veo caras de dolor,
llenas de resignación,
ahogándose en sus miedos,
a las que nadie presta atención.Veo caras inexpresivas,
sin atisbo de emoción,
carentes de empatía
que taladran el corazón.Veo caras deformes,
con su máscara de carnaval,
intentando ocultarse
de su fea realidad.Veo caras de hipocresía,
Veo caras de enfermedad,
pero no veo por ningún lado,
al rostro de la humanidad.
LUISA VÁZQUEZ
Una mañana de primavera, muy temprano, cuando apenas los rayos del sol habían conseguido trepar por encima de las cumbres nevadas, mi hermoso pueblo fue despertado por una intensa música de violín, que extrañamente conseguía llegar hasta el último rincón.
Nadie pudo resistirse a la curiosidad, al fin y al cabo, era la única cosa original que les pasaba desde hacía mucho tiempo, desde aquel día en el que un tipo, borracho como una cuba, se equivocó de carretera y se empotró contra el quitamiedos delante de la entrada de la población. ¡Vinieron los bomberos y la Guardia Civil!
Todos, como atraídos por el flautista de Hamelín, acabaron reuniéndose en la Plaza Mayor donde les esperaba un espectáculo nunca visto antes.
En el mismo centro, un pequeño carromato adornando con flores frescas y luces de colores y tirado por un alazán negro de largas crines brillantes, tan nervioso que cabeceaba relinchando y mostraba sus poderosos músculos tensos, se encontraba parado exhibiendo una extraña mercancía.
El charlatán, parado delante esperó que todos los vecinos estuvieran reunidos para iniciar su perorata.
Era un tipo con una vestimenta singular. Llevaba unas mallas, con una pata blanca y otra negra, que le cubrían sus piernas de alambre. En los pies portaba unos zapatos de ante marrón acabados en una curva hacia arriba que, en su punta, se adornaba con un cascabel. Encima de las mallas unos pantalones cortos y bombachos de terciopelo rojo brillante tapaban sus vergüenzas. Una camisa blanca llena de volantes en la pechera y una chaquetilla a la cintura y a juego con el pantalón completaban aquel disfraz tan extraño. En su cabeza, un gorro del que partían varios cuernos acabados también en un cascabel, tapaban a duras penas una mata de pelo ralo y anaranjado.
Pero lo más curioso era su cara. Cubierta por un maquillaje blanco como la luna, la boca, pintada de negro, alargaba hacia abajo las comisuras dándole una expresión de pena fingida. En su mejilla derecha flotaba una gran lágrima que aparentaba una tristeza desmentida por la sonrisa irónica y maléfica de sus ojos.
Haciendo una profunda reverencia se dirigió al auditorio:
– Estimados aldeanos, hoy la suerte ha visitado vuestro patético e insignificante pueblo. No entiendo porque mis jefes me han enviado aquí, pero no me pagan por pensar.
Os traigo algo que va a cambiar vuestras vidas para siempre.
Y girándose hacia el carromato, cogió uno de aquellos colgantes que abarrotaban su interior.
Consistía en una larga cadena plateada acabada en un colgante, un círculo que contenía una estrella de cinco puntas:
– Seguramente habéis oído hablar de esto calificándolo como un símbolo maléfico, salido del mismísimo infierno – con esta frase, el tipo atajó el paso hacia adelante, la boca abierta y la actitud ofendida del párroco del pueblo – pero no debéis creer a los puritanos meapilas. Este poderoso amuleto, utilizado desde la más lejana antigüedad, ha ayudado siempre a su poseedor. Os concederá fama y fortuna, buenas cosechas, salud y una larga vida.
La voz del hombre se había convertido en un susurro, una onda sonora que serpenteaba entre los oyentes como la fragancia de una flor aromática e hipnotizante.
Nadie protestaba, nadie se movía, no se oía el más mínimo murmullo surgir de la multitud compacta. Y el párroco, un paso por delante de sus feligreses, parecía haberse convertido en una estatua de sal.
Cuando el curioso personaje acabó su discurso, hubo un momento de paz absoluta. Después la locura se apoderó del gentío. En un movimiento unánime, asaltaron el carromato con una violencia descontrolada, pasando los unos sobre los otros con un grito único y salvaje.
Una vez todos consiguieron su amuleto, la furia se calmó igual que se había iniciado y volvieron a casa con la felicidad pintada en sus caras.
En la Plaza Mayor solo quedó el caballo alazán atado al carromato hecho pedazos y el cadáver ensangrentado de Monseñor que, en su furor, todo el pueblo había pisoteado.
De una de las arcadas salió el charlatán, una sonrisa malvada se dibujó en su cara maquillada. Mientras se encaminaba a la montura con paso decidido su aspecto cambió, transformándose, del disfraz ridículo y colorido en un habito de monje que parecía flotar en el aire. En el interior de la capucha solo se distinguía una bella máscara de porcelana blanca sin expresión.
Subió al caballo de un salto y se alejó al galope dejando atrás un rastro de ceniza y una risa cascada y lúgubre.
A la mañana siguiente y aunque el sol ya estaba alto en el cielo, nadie caminaba por las calles, el humo no salía de las chimeneas, los niños no corrían gritando, camino del colegio. La quietud y el silencio eran espeluznantes.
Pasó el tiempo, la naturaleza le ganó la batalla al empedrado del suelo tornándolo en una alfombra de césped brillante, la hiedra reptó por las paredes y los muros en completa libertad incorporando las construcciones a un paisaje exuberante y salvaje. Pero ningún pájaro trinaba en las ramas del árboles, ninguna liebre cruzaba las calles corriendo, no había vacas ni ovejas, ni el zumbido de las abejas…
Un día, un grupo de excursionistas, atraídos por un trozo de tejado que se veía sobresalir por entre la maleza, se paseó por el pueblo. Entraron en algunas casas, cuyo interior permanecía intacto como si sus moradores hubieran abandonado el lugar de manera precipitada dejando todo atrás. Incluso sus efectos personales abarrotaban armarios y cajones. Pero de sus ocupantes ni rastro.
Al llegar a la Plaza Mayor hicieron un macabro descubrimiento, los huesos del pobre cura aún ocupaban el lugar donde murió aquel fatídico día.
Sin aliento y en un acuerdo tácito de sus miradas aterradas, salieron corriendo de allí. Estaban seguros de que algo horrible había ocurrido en aquel lugar.
Volvieron a su pueblo, un lugar cercano a la aldea abandonada y se separaron pactando que jamás le hablarían a nadie del incidente.
Al llegar a casa y deshacer sus mochilas, cada uno de ellos encontró dentro una cadena acabada en un colgante, un círculo con una estrella de cinco puntas en su interior.
TALI ROSU
Entré en casa pensando que estaría sola. Tras cerrar la puerta dejé caer todo el peso de mi espalda contra esa madera que me protegía del exterior. Me desvanecí hacia el suelo ahogándome en un llanto y desahogué toda mi furia con un grito entre mis piernas.
—¿Tiene la regla? —la voz de mi cuñado se oyó lejana—.
Levanté la mirada y encontré a mi hermana y a su pareja mirándome estupefactos. Ella sonreía por dentro aunque nunca lo mostró; por fin había visto la debilidad en mí, por una vez se sintió grande, fuerte, superior… Ninguno de los dos se percató de la sangre de mis manos.
En aparente calma, respiré profundamente y me serené el tiempo necesario para dar mi explicación:
—No, no lloro porque hoy esté sensible, lo hago porque ayer no pude hacerlo. Y como ayer el día anterior y como ese el de antes. —Me puse en pie mientras los miraba fijamente y seguí hablando— Hoy no soy más débil que ayer, es solo que ayer tuve que ser fuerte para aguantaros a todos. Pero ya no puedo más.
Como si estuviera guiada por una energía frenética que me poseía, corrí hacia la ventana mientras me quitaba la camisa; dejé ver mi dolor y las marcas de mi cuerpo maltratado ¿Qué importaba ya?
Mientras yo saltaba, mi novio, que vivía justo arriba, aparcaba el coche frente al edificio. Cuando bajó, acomodándose su perfecta vestimenta, me vio volar y después aterrizar entre los matorrales del jardín. Vio mi fémur atravesándome la piel y pudo escuchar mi columna hacerse añicos. Se llevó las manos a la boca y fingió ahogar un grito. Minutos más tarde, entraba por la puerta de su casa bailando la música que en su cabeza aún sonaba, esa que dejó de escuchar cuando apagó el motor del coche y que siguió tarareando en su interior mientras subía las escaleras. Al entrar en su habitación saludó amablemente a la chica que tenía retenida y al que un día antes me había obligado a arrancarle la lengua. Ella lloró su impotencia; las lágrimas escurrían por su rostro sin control. Era la única que no tenía necesidad de guardar las apariencias. ¿Qué importaba ya?
MARÍA RUBIO OCHOA
Apariencia o esencia
el parecer y el ser
la apariencia trae ignorancia
y también es falsedad
que acaba en soledad.
Hipocresía y mentiras,
somos lo que hacemos.
Hay veces que las apariencias
colocan a cada uno en su lugar
al no dejarse engañar.
Poder aparentar belleza
pero el alma no ser.
El vestido y el andar
no es apariencia
que es verdad.
MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO
La apariencia de una persona bien arreglada, de siempre se dijo abre las puertas al trabajo.
Hoy en día, la universidad está llena de gente con el pelo suelto y al guna trenza a igual los «hippies» y luego estas personas son ministros.
Pero en mis tiempos la Apariencia…
El chico contaba de 12 a 14 años su padre había muerto y los médicos ayudaron a que la mujer consiguiera entrar a trabajar en el hospital.
Que impotente es el trabajo para esa madre que cumple con la tarea de tener su aérea de trabajo limpia como una patena.
Pero que poco sabe la citada madre de lo que sucede en la calle mientras ella está atada al trabajo de 8 horas, por lo tanto ni ve ni oye lo que sucede en el mundo de su pequeño hijo.
Madre, Trabajo, Dinero…
Quien se atreve a decir a esa madre que entra a trabajar a las 14 y sale a las 22 horas que su hijito anda con personas de aspecto dudoso.
Hay la Apariencia… Mejor callar, te puedes ver en un compromiso imaginario pues ya ves los «hippies» que más da el peinado si son personas inteligentes.
Por otro lado de siempre oí decir un hombre bien afeitado y bien arreglado se puede presentar en cualquier sitio. «La apariencia»
El caso es que el chico se hizo hombre y seguía yendo con gente que daba a pensar… ¡No gusta mucho la traza de esos tipos!
Pero bueno, no hay que dar tanta importancia a la Apariencia.
Cada uno que piense lo que quiera pero yo sigo diciendo lo que me enseñaron.
El ir bien arreglado te abre las puertas al trabajo.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
Enfiló hacia su casa; parada en la panadería donde era conocida desde el día que pisó este mundo.
—Buenos días, señorita P…¿lo de siempre?
—Sí. –Contestó sin el menor atisbo de simpatía.
En el rellano la «asaltó» el octogenario que tenía como vecino.
—Huele raro, ¿no le parece señorita P?…
—A alguien se le está quemando la comida. –contestó a la velocidad del rayo para quitarse de en medio al viejo.
Había heredado la casa junto a una fortuna que, podría haber disfrutado de no ser por su condición miserable. Una fortaleza donde andaba perdida, sola y sin más compañía que la sala de los arcones, donde cada 13 del calendario, y de manera puntual, adjuntaba a su particular «colección» otro desarraigado que nadie demandaría.
Su altar, sus estampitas, sus velas la reclamaban. Rezando hasta el amanecer.
«Estoy libre de pecado. Dedicada a «limpiar» la inmundicia del mundo».
La sombra que la había seguido de camino a casa, apareció a su espalda izándola como a un trapo…el viento que acompañaba al espectro la lanzó por el gran ventanal que daba a la plaza empedrada.
Los arcones implosionaron; el tufo invadió toda la casa. En el suelo de la plaza bailaban sombras alrededor de su «benefactora».
Ella tan pía, tan bien educada en el temor a dios, tan de buena familia, tan benefactora de los desarraigados; jamás aprendió a amar en cualquiera de las formas manifiestas del amor. Ella, tan miserable, aparentando bondad, piedad y generosidad. Jamás tuvo para ningún ser del universo alguna de estas cualidades. Vivió como el más mísero de los seres; la miseria era su única virtud.
Una fortaleza de quinientos metros para un alma mezquina que no supo agradecer todo lo que el universo le había concedido.
De una de las esquinas de la plaza emergió una voz: «A veces las apariencias no engañan».
Ambición de podredumbre, ese fue su leitmotiv. En su lápida quedó incrustada la siguiente leyenda –con seguridad obra de un sobrino agradecido a la pedrea que le cayó de la difunta-.
«Aquí yace una buena cristiana que dedicó su vida a los más desfavorecidos».
En el rellano, los vecinos congregados por el acontecimiento, repetían al unísono: «Las apariencias no engañan».
Mi voto para: TALI ROSU.
Mi voto es para Moreno Barnes
Nivelazo!
Medio voto para: David Dura
Medio voto para: Coronado Smith
Muy curioso me resulta que para este tema de apariencias, muchos de los textos mencionan la religión!
Enhorabuena a todos los participantes.
Buena observación.
Mi voto es para Susi Cadenas
( sencillo y cercano)
Las apariencias de todos cada día….
David Dura