La convivencia

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la convivencia». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 9 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

CORONADO SMITH

SOLEDAD SOLITARIA
Nunca me sentí más solo,
ni estando en soledad,
solitaria cárcel hueca,
vestigio de irrealidad.
La febril inconsciencia,
consciente al despertar,
abanico de sueños,
maledicencia al procrear.
Crípticos pensamientos,
pensadores de vanidad,
vanidoso ego ególatra,
encerrado en su faz.
Se acerca la Nochebuena,
sin tener a quien amar,
amor que fue derrochado,
Navidad tras Navidad.
Triste vida maldita,
tristeza de orfandad,
huérfano de calor,
calentado en mi negro azar.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

La cafetera al fuego le advirtió a Filomana, con su ruidoso Puff… Puff… LA salida del café de su compartimiento inferior al otro

Su oloroso aroma-le dice también, se ande con cuidado por la casa, pues la convivencia de unos días de vacaciones de dos parejas de anamorados juntos, suele provocar el mal de los celos.
Filomana con voz adormilada da voces
Pedro…, aquí tienes el café.
La mujer de Pedro, al oír las voces, le dio por pensar que Filomana le había ofrecido a su marido, la taza de café con intención de alcoba.
Oír palabras confusas en el aire, hace que el amor se tambalee.
El sonido de los dientes chirriante acompañan en un rincón de la habitación a la mujer de Pedro.
Con fuertes palabras y en el mismo cuarto la mujer, pone fino al inocente de Pedro.
Lo oí perfectamente como Filomana te decía» el café está caliente».
No todos sabemos convivir en grupo…. Feliz Navidad


AMALIA MARTÍN GONZÁLEZ

Siento tu marchita y ajada piel en cada uno de los poros de mis manos mientras con un dedo perfilo en silencio tus hermosas facciones tan familiares y tan mías.

Oigo tu respiración fatigada en este pequeño cubículo en el que ambas convivimos de un tiempo a esta parte y se me nublan los ojos por el desatino de tu lucha contra el todopoderoso «mal».

Tu olor a «madre » emana en mi alma recuerdos felices de una infancia alegre ,que pasó en un tris …hoy, en cambio, siento la placidez y protección de siempre a tu lado.

En el océano de tus ojos claros aunque teñidos de una tristeza especial, adivino tus emociones,tus miedos y tu sentir porque yo te conozco como nadie… madre.

Un hilo de voz que pugna por hacerse oír y que a duras penas sale de ti me quema las entrañas mientras celebro a bombo y platillo cada avance que damos.

Supervivencia sin límites, lucha de titanes,guerreras sin miedos,amor a raudales, convivencia en estado puro …aguanta madre que yo espero paciente a tu lado,como siempre…igual que tú hiciste desde el mismo día que me pariste.


LOLY MORENO BARNES

Todos nos miramos de reojo, con desconfianza…
Padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo…
Hace años, la única rivalidad probable se limitaba a ser aficionado en diferentes equipos de futbol. En estos días, todo ha cambiado.
Los ideales se disfrazan elegantemente tras un antifaz de cortesía que roza sutilmente la hipocresía.
Una mezcla de ficción y realidad según el punto de mira de los contrincantes,
Sangran heridas reabiertas que intentaron cicatrizar generaciones anteriores. Esas que parecían curadas bajo la piel joven de una nueva prole, pero solo bastó una cerilla sobre la sabia dormida del árbol de la vida para que ardieran los temperamentos que invernaban en el tiempo.
Retrocedo dos décadas y me encuentro a las puertas de una comunidad que me acoge como uno más entre todos, sin importar color ni raza.
La mirada retrospectiva se posa en la imagen de un abrazo fraternal, en las manos tendidas para ayudar y esperando del visitante las suyas para aunar en el trabajo el porvenir y bienestar propio y de nuestros hijos.
Poco a poco se convirtió en mi lugar en el mundo.
Nada hacía presagiar el presente:
Dicen que en este “PAIS” hay un “UN PROBLEMA DE CONVIVENCIA”
Yo no lo creo… Solo pienso triste que a nuestros representantes de gobierno les falta mucho sentido común. –


SOLEDAD ROSA

Todas las historias tienen su canción y la nuestra salía cada mañana de una radio antigua de madera. Nuestra banda sonora comenzaba con el sonido de la alarma. Había ocasiones que le acompañaba murmullos y gruñidos. Pero también tenía pausas y silencios, como forma de expresión. A veces eran incómodos, pero cesantes. Otros eran fríos, como el aire que envolvía nuestro piso, al que le cerrábamos las puertas. Resultaba más acogedor.

En ocasiones, el silencio provocaba tal caos que todo acababa desordenado con el fin, quizás, de tener que ordenar. No sería la primera vez que nuestra banda sonora necesitara rebobinarse. Ni nuestros finales acabaran en principios. Tal vez eran necesarios. Como los desacuerdos para llegar al acuerdo. O los enfados para desenfadarse.

Pausas para encontrarnos. Y volver a sumar uno más uno.


DAVID DURA MARÍN

Eran navidades, jamón de etiqueta y buenos deseos.
La ola de robos la veía lejana,
la aristocracia estaba por encima del bien,
el mal para cuentos populares desde la distancia.
Cada noche, un beso en su mano de su perrito de gran pedrigui, le daba tranquilidad , ajeno al resto del mundo.
Era su guardián, su capricho, la fidelidad que uno puede pagar amante del todo lo puede.
El mejor amigo de una mano asustada.
Aquella mañana, despertó con su cuello pintado del más rojo collar para vestir a un muerto.
Muerto por el filo a cuchillo de un ladrón de media noche, amante de versos cautivos.

Los ladrones saben lamer en la mano que abre el grifo.

En este texto no se ha maltratado animales, personas o cosas.


CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

¡Qué bestia!
¿Ves, tía? ¡Te lo dije!
La navidad es la época más bestia que se ha inventado desde el principio de los tiempos. Es ver el primer árbol de navidad, la primera lucecita y yo me pongo a morir.
—¡Qué bestia, tía!
Para bestia una de mis vecinas que se viste de «MamáNoNoël» y nos pega unos sustos del copón.
—¿Qué ves, tía?
Yo no veo «ná». En lo que va de noviembre a diciembre cierro los ojos y tiro «p’alante» sin sentir. A partir del seis de enero vuelvo a ser medio normal.
—¡Qué bestia, tía!
Para bestialidad la que se formó en la casa de Antón la pasada navidad. Acabaron comiendo el pavo en comisaria (lo de comer es un decir, en realidad la cena se fue al garete). ¡A quién se le ocurre sacar el tema «política» cuando se va a trinchar un pavo! Que si tú tal…¡pues anda que tú, más!…total, que Antón que tiene a su cuñado «enfilaó» desde el momento en que a su hermana se le ocurrió llevarlo a casa por aquello de las presentaciones –ya se las podía haber ahorrado-, agarró los utensilios para dividir con tino el pío-pío de tal acierto que, la estocada, recayó en su nunca suficientemente ponderado «cuñaó»…el grito que lanzó la hermana del matarife hizo rebotar toda la vajilla, con tal suerte que un tenedor salió volando yendo a parar al único ojo bueno que le quedaba (cómo perdió el otro, es otra historia).
El alboroto junto a los gritos puso en alerta al bloque entero, arruinando la cena de los que no tenían ni arte ni parte.
—Todos a comisaría. –Ordenó un policía.
Al cuñado y su santa -con sendas toallas en sus heridas de guerra- se los llevó una ambulancia al hospital más cercano. El uno gritando. La otra ni llorar podía por falta de órgano destinado a tal fin.
—Mire usted señor juez, yo no quería. La cosa es que, se me junta la presbicia con la miopía, todo ello unido a una sordera infame; con estos atributos, comprenderá usted que es fácil equivocarse de pavo. Si usted conociera al herido como lo conozco yo, vería que la diferencia es corta. Cacarea más que el de dos patas y, sus onomatopeyas son dignas del pavo más famoso del corral. ¡Juro que yo no quería! Pero las cosas del destino se imponen sin que uno tome arte ni parte en ellas. –Relató Antón.
—Razones más que suficientes para que el hecho quede impune: absuelto. A casa, a cenar, en paz y gloria de dios. –Fue la sentencia del juez.
Los vecinos arremolinados, obligados a presenciar el espectáculo en su calidad de testigos –no habían sido testigos de nada- no daban crédito a las palabras del juez. Libres para largarse, tomaron el primer autobús que encontraron dispuestos a seguir con el interrumpido festín.
La hermana de Antón desde su puesto de la once no volvió a dirigirle la palabra. A su cuñado le dieron un puesto de conserje en un ministerio gracias a la invalidez para cualquier otro cargo, -ya era inválido antes del «accidente»-.
La navidad siempre vuelve, envuelta en emocionantes historias –algunas hasta acaban bien-.
¡Qué bestia, tía!

OMAR ALBOR

En el mar
suenan las olas
que rompen
en la playa
traduce la esperanza
que navega el por venir
Hoy las gaviotas
gritan en alza
se lleva el viento
las palabras
que vuelan como
un sufragio perdido
en el más allá.
Que tendrá el mar el sol y el viento
que mueven está marea loca
eléctrica y por momentos
tenebrosa cuando expulsa
todo su odio para comer
a la playa y dejarla
Sin nada, me pregunte mil veces
de dónde sale todo este movimiento
que marea., si lo sufrís y te lleva
a caminar junto al agua el viento
y el sol que encandila
Miradas que vienen y van
Soledades reprochadas
Compañias que nos llevan al más allá.


EMILIANO HEREDIA JURADO

ALBA
Éste frío.
Estrangula con sus manos invisibles, la enorme casona y, desde la silla en la que estoy sentado, observando la realidad del exterior, empañada por la escarcha que adormece los cristales, siento el gemido resignado de èsta.
Estoy solo.
O solo lo parece, en apariencia. Al principio, era solo eso: un principio.
Conforme fueron pasando los días, la torrentera que fue la mudanza, se fue mutando en tranquilo río.
El río del día a día.
Es normal. Y natural.
Cuando, te trasladas a un mundo nuevo, es lógico pensar que, tanto recuerdos, como algunas cosas, se queden atrás, es un lastre que debemos dejar obligatoriamente, para volar en la nueva vida que nos toca vivir.
No me tengo, ni me tienen, clasificado como una persona despistada.
Al contrario, mi orden en el orden de la vida, ha sacado de quicio a todo aquel que en algún período breve, o largo, ha compartido viaje en mi mismo barco.
Mejor solo.
En orden alfabético.
Por temas.
Por autor.
Mi universo literario.
Ordenado.
Clasificado.
Es por eso que, muy de vez en cuando, echo en falta, tal o cual libro.
La balda desdentada, ese estrecho y obscuro hueco lo delata.
A veces. Siento como un frío glacial roe mis huesos.
Y, una risita, un suspiro, una fugaz brisa.
Eriza los pelos de cada poro de mi piel.
Desaparecen cosas.
Lápices de colores. Hojas blancas.
Cambian cosas.
Sal en el azucarero. Azúcar en el salero.
No observan nada.
Los médicos.
Me he resignado a convivir con esta situación.
Dormitando sobre los rayos de un sol invernal, el frío.
La mano del estremecimiento, me saca súbitamente del pozo de los sueños.
Aunque, hubiera deseado no haberme despertado.
Una figura femenina.
De largo vestido azul aguamarina. Ocultando los pies.
Unas manos finas, delicadas como lirios, blancas como el coral. Una cascada de ébano hasta la cintura.
Aterrado, hinco las uñas, en los reposabrazos del sillón en el que me hayo, aferrándome ante la idea de que solo sea solo una ilusión, solo eso.
Moby Dick.
Observo, el título grabado en el lomo del libro que sostiene sobre sus manos.
Se dá la vuelta, distraídamente, sin percatarse de mi presencia.
Cierra el libro y, al levantar la cabeza, me vé.
Dos esmeraldas refulgen en su rostro ovalado, y dos pétalos rosáceos, se quedan entreabiertos por la sorpresa.
El libro cae al suelo, y ella, sale corriendo, huyendo por la abierta puerta de la estancia.
Sin tan siquiera he podido articular palabra alguna.
Mi corazón enfermo, vaga errabundo por toda la casa, buscando tan siquiera, algún rastro efímero, molecular de su presencia.
Las fiebres, danzan grotescamente sobre mi frente, y las gotas de sudor se precipitan al vacío para ir a caer a mi humedecida almohada.
A veces, en mi delirio, creo verla a los pies de mi lecho.
Mirándome.
Anhelo volver a sentir el frío gélido que delata su presencia.
Necesito saber quién es, su nombre, solo por un fugaz instante, volverla a ver….
Han pasado los días y, lentamente, me he ido recuperando, como un barco se recupera de una tormenta.
El mismo frío estrangulador.
No tengo miedo.
Está delante de mí.
Le imploro que no vuelva a huir.
Me coge la mano y me lleva a la planta de arriba.
Señala al blanco techo.
Desaparece por él, de tal forma que pareciera que la devorara.
Desesperado, busco una escalera. Algo a lo que poder acceder a ese mundo en el que ella mora.
Agitado, sudoroso, encuentro la escalera y, con un pico que he hallado en el viejo cobertizo que hay en una esquina de la fachada de la casa, golpeo frenéticamente el punto por donde ella se ha desvanecido.
Una añosa puertezuela, oculta por una gruesa capa de yeso, se descubre ante mí.
Precipitada y cuidadosamente, la abro.
La oquedad, me recibe con una bocanada de aire retenido y húmedo.
Ella está ahí.
Los últimos rayos del atardecer, la envuelven, filtrándose por entre las rendijas de una claraboya mal cegada.
Las paredes, están repletas de dibujos, de barcos, de inmensos mares…..
Me siento en el suelo, apoyándome la espalda sobre un añoso pìlar.
Ella, se sienta de rodillas enfrente de mí.
Nos observamos.
Con miedo.
Con curiosidad.
Me dice que se llama Alba.
Y me cuenta historias.
De la gente que estuvo antes que yó, de su larga espera por alguien que nó regresó.
Su voz, es como un susurro continuo, como de arroyo pequeño.
De esto, han pasado unos meses.
Todas las mañanas, observo cómo, Alba, se queda como una estatua, mirando fijamente por la ventana, esperando a aquel que nunca regresó.
Poco a poco, nos hemos acostumbrado a esta convivencia extraterrenal.
Le gusta que, por las tardes, le lea algún que otro libro.
Los que más la gustan, son los de temática marinera, los poemas del mar…intuyo, que fue una pobre desdichada cuyo novio, marido, nunca volvió de allende los mares.
Un día, me contó su historia, de cómo su marido, recién casados, se tuvo que marchar a luchar en un barco por una guerra que nó entendía.
En su desesperación, con el fruto de su amor, en sus entrañas, decidió cortar el hilo de la vida con las tijeras de la desesperación, con la carta que confirmaba la muerte de su marido, con la esperanza de encontrarle en la otra vida.
Y aquí sigue.
Esperándole.
Hoy considero que ha llegado el día.
Le manifiesto a Alba, que, el sufrimiento me está devorando como la carcoma a la madera.
Que yá esta vida terrena, me asfixia.
Un punto minúsculo de luz, brilla en su pecho.
Me acerca sus labios.
Ya no siento frio.
Ni miedo.
Somos libres.
Conviviendo, vagando, en esta casa….en la que yá nadie quiere entrar.

ALBERTINA GALIANO

Andaban pisando los charcos de su propio desprecio.

A veces las razones enmascaran profundas grietas, cuchilladas de ira debajo de una envoltura de disimulo, mal interpretado.

Se levanta una mirada que araña como un fogonazo, asoma y rápido se esconde tras el tostador del pan, tras la puerta entreabierta del frigorífico, tras la pantalla del móvil, el último refugio.

Y el sonido metálico de un “me marcho”, “no vengo a comer”, “hoy no duermo aquí…” que raya el silencio y se queda clavado en el paraíso de la duda eterna, la desconfianza, el rencor…

La familiaridad les autoriza a transgredir como animales salvajes, estrujando sin pudor sus sentimientos. ¿Hasta dónde se estirará esa goma que les une por el ombligo? Nadie les avisó que el amor fuera tan versátil, tan mutante e impredecible. Nadie que se haga cargo de los daños colaterales.

Condenados a un vínculo de afecto que les ahoga y atrapa en una maraña.

Una mañana más se levantan sin saber a dónde ir, y por casualidad tropiezan con un recuerdo, un punto en la retina, la foto de una escena que ha volado al país de Nunca Jamás.

Y se desencadena una tormenta que les voltea y les pone del revés. Como niños parados ante su imagen en el espejo, que no reconocen.

Y una pregunta:

¿Qué está pasando?

Quién quedó atrás y abandonó la partida, y dejó a unos miserables desencajados, desencantados, desmadejados…

Cómo se soporta una alacena cargada de pasado cuando el destino le arranca uno de sus pies.

Cómo mantener el equilibrio cerrando fuerte los ojos a la ausencia.

Dolor en convivencia.


GERARDO BOLAÑOS

Cuando por fin te encuentre, será absurdo el antifaz de directrices, desnúdate, calla mis ojos con tu boca, seduceme, satisface mis deseos, abrázame con los brazos de tu memoria, no te pierdas otra vez, no te quites de mi y comienza a contarme una nueva historia, dónde estemos los dos acuartelados, dibujando con los dedos, figuras raras en la espalda, comiéndonos a besos, arrancando nos la piel a mordidas, mamandonos el sexo, perdiendonos en nuestro aroma, muriendonos de deseo.
Cuando te encuentre por fin, te imagínate como si fuera cierto.

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15 comentarios en «La convivencia»

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