Fuera de la zona de confort

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «Fuera de la zona de confort». Este ha sido el relato ganador:

LUISA VÁZQUEZ

Neeja, pequeña para sus doce años, poseía una preciosa cara redondita y simpática. Una boquita en forma de corazón de labios rosados y unos grandes y rasgados ojos del color de las almendras habían inspirado a sus padres su nombre, que significaba lirio.
Un día, unas mujeres muy amables que habían pasado por la aldea le habían regalado una muñeca. Desde entonces no se separaba de ella para nada. Se reunía con sus amigas, Sarayu y Chitra a la orilla del río, acabadas las tareas diarias, e imitaban a sus madres cuidando de sus retoños y hablando de sus problemas conyugales. Esos juegos de imitación que enseñan a los niños a hacerse mayores.
Su padre no había querido que Neeja fuera al colegio. Decía que no era para aprender para lo que había venido a este mundo. Ella no conseguía entender que quería decir con eso, pero le gustaba la vida tranquila de la aldea, ayudar a mamá que era muy cariñosa con ella y cuidar de sus hermanos pequeños a los que adoraba.
Un día su madre la llamó cuando estaba dando de comer a las gallinas. Sujetaba en sus manos el sari más bonito que Neeja había visto jamás. De color azul cielo, era de una seda crujiente y suave. Todo el estaba bordado con hilo de oro y perlas.
– ¡Oh madre, que preciosidad! ¿Para quién es?
– Para ti, mi pequeña, si tú quieres. Le dijo mientras sonreía dulcemente. Lo extraño es que sus ojos no lo hacían, al contrario, estaban poseídos por una tristeza infinita.
– ¿Qué tengo que hacer? Preguntó Neeja con la ilusión invadiendo su semblante.
– Verás, mi amor, esta tarde vendrá un señor a verte. Solo debes ser lo más amable que puedas con él.
– ¿Un amigo de papá? No te preocupes, madre. Seré educada y le trataré muy bien.
Ella le sonrió, pero, la tristeza de sus ojos había ganado la batalla y se había extendido por toda su expresión. Miró al suelo y no dijo nada más.
Una hora antes de la llegada del invitado, Neeja ya le esperaba sentada en la habitación de sus padres. Preciosa con el bonito sari cuyo color favorecía el moreno de su piel, su madre había cepillado durante largo rato su larga melena hasta conseguir que su pelo negro brillara como tachonado de estrellas. Por primera vez había pintado sus ojos con khôl y había resaltado el rojo de su boca. También dibujo los símbolos ancestrales en sus manos con henna.
La niña se sentía mayor, importante. Sus hermanos pequeños habían empezado a mirarla con respeto.
Ya empezaba a impacientarse cuando su madre la llamó, suavemente, desde la puerta. Cuando salió, ella la esperaba para darle los últimos consejos:
– La cabeza gacha, no lo mires directamente a los ojos, la mirada siempre baja y no hables si no se dirige a ti directamente. Si lo hace, háblale siempre de usted y con respeto.
Neeja agradeció estos consejos porque no quería provocar el enfado de su padre, pero no entendía todo aquello.
¿Por qué sus hermanos no estaban también allí? ¿Por qué se habían gastado tanto dinero en vestirla así, si la economía familiar atravesaba momentos tan difíciles? ¿Por qué su madre le decía como comportarse si nunca lo había hecho antes?
Mientras pensaba todo esto, caminaba tras la figura de mamá mirando al suelo y con las manos cruzadas delante.
Al penetrar en la sala oyó la voz de papá que decía:
– Bien, Mr. Nehru, aquí esta Neeja. Mírela, es guapa y fuerte. Le dará muchos hijos varones y fuertes. Además, puede encargarse perfectamente de las tareas de su hogar.
A la niña se le heló la sangre. Lo había visto antes en otras chicas de la aldea. Casadas a la fuerza con hombres mucho mayores que ellas, las veías pasar camino del río a lavar la ropa, seguidas por un montón de niños. Encorvadas, con apariencia de ser mucho mayores, casi todas ellas lucían en su cara las caricias de sus respectivos maridos.
En un momento en que la atención de los adultos se había desviado de ella, se atrevió a mirar a su prometido. Era un señor de unos 50 años, bajo, de barriga prominente, calvo, su cara grasienta y sudorosa estaba roja como un tomate.
Su padre despidió a Mr. Nehru con un apretón de manos que sellaba el destino de Neeja para la semana siguiente.
En los días que siguieron a esta entrevista, con el corazón atenazado por el miedo y la angustia, la futura novia no comía y se pasaba el rato llorando cuando creía que nadie la veía. La noche precedente a la ceremonia, su madre se sentó al borde de su cama y, acariciándole el pelo con dulzura le dijo:
– No llores más pequeña, solo puedes resignarte a tu destino como hice yo. Sobre todo, acuérdate de esto, no te resistas, nunca te resistas.
Y lo intentó. Cuando, esa noche, Mr. Nehru dejó caer todo su peso sobre su pequeño cuerpo mientras sudaba y resoplaba, cuando le abrió las piernas, sacó su miembro y se le acercó, ella cerró los ojos y no se resistió. Pero cuando sintió el dolor, se revolvió. Gritó, mordió, arañó…
Él, entonces, se volvió loco. Agarró su cabeza y empezó a golpearla hasta que ella dejó de luchar. Cuando eso ocurrió, la penetró de forma salvaje.
Sin resuello ya, se apartó de la niña.
La ropa desgarrada dejaba al descubierto un cuerpo infantil e inmaduro, hecho un guiñapo. En su cara tumefacta apenas se distinguían las finas facciones. Su precioso pelo negro, enredado y a mechones arrancados, se desparramaba por la cama. La sangre la rodeaba como no queriendo alejarse de ella.
Mr. Nehru les dijo a los padres de Neeja que estaba muy decepcionado, que la niña se había portado muy mal y que había tenido que castigarla. Una desgraciada caída había acabado con su vida. Pero, como era un honrado caballero, les pagaría el precio pactado y esperaría a que la hermana de Neeja, dos años más pequeña que ella, tuviera la edad adecuada.
La madre no lloró. Solo pareció envejecer y encorvarse de repente.

 

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

FRANK TAPIA

Un hombre se encontraba sentado en un pequeño banco, con su laptop sobre las piernas escribiendo con dedos muy agiles y con una concentración absoluta. Era un hombre decidido a cambiar su fortuna y en ese momento, bajo las estrellas en una noche particularmente hermosa en que la luna refulgía con un brillo seductor, se sentía inspirado.

Antonio, era el nombre de aquel hombre delgado que atacaba las teclas sin piedad. Su apariencia le habría provocado un susto de muerte a cualquiera que pasara a esas horas de la noche, pues llevaba la ropa bastante sucia y no había afeitado su barba en semanas. Sus rizos antes llamativos ahora se desbordaban en todas direcciones y su textura grasienta difícilmente provocaría a alguien el deseo de tocarlos, como hacían antes. Pese a lo deteriorado de su cuerpo, en su mirada se podía notar un ardiente deseo y la fuerza recién encontrada para lograrlo.

El buen Antonio hasta hace unas horas vivía en un área de poca monta y mala reputación en cuyas casas habitaban personas que apenas lograban cubrir sus necesidades básicas y en las que en cada azotea lucía la misma antena del servicio de televisión por cable (algo incongruente, lo sé).

Cada noche había fiesta en varias casas, no importaba si al día siguiente tenían que trabajar o su cartera estaba vacía y cada noche Antonio cuyo sueño era ligero y el zumbido de una mosca lograba perturbarlo, yacía despierto en su cama incapaz de conciliar el sueño. Pero no hoy, esta noche no sería igual. Esta noche nadie tenía fiesta.

Los gritos de sus vecinos llenaban el ambiente, pero él no prestaba atención y seguía escribiendo mientras a su espalda, su casa era lentamente consumida por las llamas. Tomo un breve descanso para tomar el termo con café que tenía en el suelo a su lado y dio buena cuenta de un paquete de galletas sin quitar la vista del ordenador, sus ojos recorrían las líneas de texto en busca de algún error que corregir o alguna frase que debiese ser reescrita.

Las llamas alcanzaron una altura inusitada y el calor que desprendían era un atisbo de lo que presumiblemente esperaría en el infierno. Los vecinos corrían con cubetas de agua intentando controlar el incendio, pero el fuego no cedía y amenazaba con alcanzar las casas a su lado. Las sirenas de los bomberos se escuchaban a lo lejos y una niña que vivía en la casa de junto, lloraba sin control por su oso que descansaba sobre su cama y que con seguridad desaparecería bajo el abrazo mortal del fuego.

Antonio ajeno a la escena que se desarrollaba y sin importarle haber sido el autor de dicha calamidad, continuo con su labor. Su sueño desde niño había sido ser escritor, pero su padre al igual que el de muchos había truncado sus esperanzas y de pronto se encontró siendo esclavo del sistema, en un trabajo monótono de 12 horas, con un pago ridículo y una vida solitaria. ”Se debe ser agradecido por lo que se tiene y no aspirar lo que no podrás alcanzar, esa es la clave para una vida feliz hijo”, bueno esta noche el conformismo se acabó. Esta noche la clave para su felicidad seria quemar su casa con las cosas que ya no le aportaban ninguna satisfacción, adios al viejo conformismo, adiós al trabajo que lo hacía miserable y adiós a la vida que siempre había conocido.

Satisfecho con su trabajo de hoy se levantó del banco, y estiro el cuerpo sin prisa alguna. – ¡no se preocupen, los bomberos ya vienen!- grito a sus vecinos. Tomo la vieja laptop y se alejó disfrutando de la paz que sentía en el corazón y el aroma a madera quemada que se extendía por todo el barrio.


TALI ROSU

Despliegue

Aquella mañana, Gaia se sentía mareada, tenía nauseas y se le revolvía el pecho. Sabía que una batalla campal estaba teniendo lugar en su interior, necesitaba un poco de calma pero no era capaz de conseguirla porque la lucha no tenía fin. Hacía tiempo que, día y noche, las partes que conformaban su todo se enfurecían unas con otras, se enfrentaban sin respeto y le hacían estallar la cabeza igual que una piñata reventada sin piedad.

Cansada de sentir las consecuencias de esa guerra, decidió desplegarse para cogerlas una a una y mantener una larga conversación, una de la que no podrían marcharse a no ser que llegasen a un acuerdo.

Gaia, el ser, eligió un espacio abierto para llevar a cabo la reunión, un sitio en el que solo podrían escucharse entre ellas, sin distracciones y sin que importase el tiempo que tuviera que transcurrir. Un espacio custodiado tan solo por su alma, esa única parte que parecía estar en paz, después de todo, era la única que conocía todas versiones y era la única que había viajado a cada una de las experiencias que podían tener lugar; el alma sabía que habían muchos caminos para Gaia, muchas posibilidades que había tenido que observar cada noche de su vida, su misión era llevar la información a otra parte importante del ser, a la intuición. Después de que el alma entrega su informe, la intuición es la encargada de comunicarle a Gaia a donde tiene que ir o que es lo que tiene que hacer para poder experimentar la mejor de las experiencias que se le habían presentado. Pero a la intuición a veces se le olvida que hay otros factores que tiene que tener en cuenta antes de hablar con Gaia.
La guerra había empezado porque la intuición quiso dejar de lado a la razón, esa que había tenido tanta presencia en una etapa más temprana de la vida pero que ahora era repudiada como un niño torpe que tiene ganas de jugar pero nadie quiere lanzarle la pelota.

‒¡Yo también quiero participar!‒ gritó la parte emocional cuando se cansó de sentir tirones hacia todas las posibles direcciones, cuando se cansó del remolino que se había creado, cuando simplemente ya no pudo seguir más.

Pero nadie escuchó a la parte emocional, todas seguían enfrascadas en sus propios asuntos, se olvidaron de que formaban un equipo y que habían sido desplegadas para llegar a un acuerdo.

‒¡Le dije cual era el mejor camino y no me hizo caso por tu culpa!‒ la intuición le gritaba a la razón llena de cólera.
‒Vamos a relajarnos un poco‒ la parte emocional intentaba calmar las cosas, pero solo lo empeoró.
‒¡Tu cállate! Si no hubieras llegado con tu miedo y tu culpa la razón no habría intentado convencerla‒ La intuición replicaba sin tratar de serenarse, se sentía frustrada porque había sido ignorada en varias ocasiones. ‒¡Tenía que haber salido de esa zona de confort!‒ Gritó antes de cruzarse de brazos y girar la cabeza enfurruñada.
‒¿Porqué te empeñas en que salga?, ¡no sabe lo que va a encontrar!‒ le dijo la razón mientras respiraba profundamente.
‒Si lo sabe, yo se lo dije. ¿No ves que no va a ser feliz si sigue por ese camino?‒ la intuición contestó resignada mientras metía la cabeza entre las piernas.

Un gran silencio invadió el lugar, casi no podían oírse ni los pájaros ni las marmotas, la tensión en el ambiente lo había hecho impenetrable.

‒Perdón‒ por fin habló el instinto, ese que llevaba callado todo el rato sintiéndose fatal por haberlo estropeado todo. ‒Ya sabéis que me resulta complicado controlarme‒. El instinto había sido el culpable de enfrentar a la intuición y a la razón, pero a él le gustaba ir por libre de vez en cuando, esta vez no fue diferente, no pensó que, por su culpa, Gaia ignoraría una clara señal de la intuición.

‒Realmente es lo mejor que le pudo haber pasado‒ dijo la intuición un poco más tranquila. ‒Le dije que no te hiciera caso porque eso la alejaría de su decisión inicial, la de mantenerse en su zona de confort. Pero, como le he dicho un trillón de veces, no es ahí donde tiene que estar, tiene que aprender a saltar‒.

La intuición cogió de la mano al instinto mientras lo convencía de que no era culpa suya. La guerra parecía haber parado, todas las partes estaban agotadas y querían volver a entrar al ser y olvidarse de todo durante un rato. Todo estaba en calma hasta que…

‒¿Entonces que hacemos? ¿Saltamos o no saltamos? ¡Mira que si saltamos nos podemos romper la crisma!‒ la razón interrumpió la paz que, ese día, no iba a ser capaz de reinar.


NICOLÁS MAGNALDI

«Evento Fortuito»

Hasta hace algunos meses, difícilmente me hubiera imaginado en situaciones como las que actualmente vivo con bastante normalidad. Hablar con desconocidos se volvió un hábito, así como el empezar a vivir cada día con menos expectativas, sorprendiéndome en cómo todo va tomando forma por sí mismo. Prestando atención a los detalles, siguiendo lo que siento.

Esta imagen representa eso mismo.

Después de considerar una cantidad enorme de opciones, concluimos en que no contábamos con tales. Sólo podríamos visitar aquel lugar, si queríamos hacerlo juntos, en ese preciso momento.

Mediodía: el peor horario si considerábamos la temperatura por sobre los treinta grados, el sol directo sobre nosotros y el cerro. Pero así tenía que ser, evidentemente. Pocos minutos después de emprender camino hacia él, casi como si lo hubiéramos pedido, el cielo comenzó a cubrirse por las nubes. Nubes que anticipaban una incipiente tormenta que, minutos después de cumplir con nuestro objetivo y dejar atrás al Hornocal y sus catorce colores, dio inicio.

Fuimos en el momento exacto.
No hubo otra oportunidad luego.

Quizás sea por eso que disfruto tanto de lo efímero e inesperado.


ROSA MARÍA JIMÉNEZ MARZAL

Lo que para tí es nadería, tiempo perdido y falta de cordura,para mí es aliento y esperanza… Por eso,entre nosotros es fundamental el respeto garante de la convivencia.
Yo no sé porque tú careces de empatía mientras ésta me alcanza de lleno y me hace sufrir, ni como soy tan permeable mientras todo tú eres coraza sin abertura.
Ambos somos conscientes de nuestro existir,conocedores,adultos, de la realidad pero con distintos modos de enfrentarnos al místerio de la existencia.
Lo que para tí es un mundo de fantasía ,en mí cobra visos de autenticidad y hagamos lo que hagamos seremos incapaces de abandonar nuestra zona de confort,la grada en la que parece que hayamos sido colocados, aleatoriamente,al nacer
Uno de los dos perdió el norte, cometió un error ..uno de los dos, pero viviremos ajenos a ello,caminando juntos, mirándonos de reojo,sin saber bien en qué punto nuestra existencia,nuestra área de confort,se separaron al elegir la ruta de viaje…. Fieles cada uno a lo que un día vislumbramos en la oscuridad o en la negrura que nunca nos regaló un atisbo de luz


FLAVIO MURACA

LA MORTAJA DEL TANGUERO

Habia caido en la cuenta de que eramos simples y mediocres mortales, que hasta el más groso de todos que parecia indomable al tiempo y sus estragos habia perecido como uno más del monton.
En la agonia de su vida, nos junto a toda la farra amiga y nos juro que iba a volver, que a él nada lo podia destruir.
Al fin y al cabo habían sido puras fanfarronerias de un viejo decrepito en su lecho de muerte.
Cuestión que estabamos yendo toda la muchachada a despedirlo, era la noche de su velorio y queria para el que hiciesemos una fiesta en su honor, con él presenciandola por supuesto.
Don goyo era como vito corleone, pero también podia ser un mago sin galera que te hacia reir y llorar con sus anecdotas.
Hacedor de historias y amante de los piringundines y la blanca flor, no hubo un puterio en Buenos aires que no haya pisado, inclusive ya de viejo nos hinchaba las pelotas para que lo llevaramos a putanear.
No hacia un carajo, se la pasaba tomando whisky sin hielo y parlando al oido a las chicas del lugar que lo veian como un abuelito simpaticón cuando la realidad marcaba que ese viejo tenia más polvos encima que sarcofago de momia.
Los ultimos meses sabiendose cerca del pozo negro de la muerte se había puesto lo suficientemente mistico como para temerle, había cambiado demasiado su aura, a tal punto de pregonar como verdadero el absurdo sin sentido de pensarse eterno.
Fabulaba cosas, hablaba de su amigo Fausto, un ser enigmatico del que jamás habia oido nombrar en mi puta vida y eso que yo fui parte de la vida de Goyo por más de treinta y cinco años, asumí que las drogas y la enfermedad lo habían puesto medio senil y que se inventaba cosas, no por querer llamar la atención, sino porque su mente lo daba por hecho como algo veridico.
¡Que decir del viejo sin ponerme nostalgico!
Que por cuestiones propias prefirio hundirse en los burros, las farras y las minas, dinamitandose toda la guita.
Que podria haber sido el heredero de Gardel pero sus obstinaciones lo alejaron de las grandes discograficas del momento como la Parlaphone.
Que cantaba por el placer de cantar, que le gustaban las percantas y apoliyar más de lo acostumbrado, que se daba la vida de Bacán cuando era un atorrante.
El Goyo Peralta se tiro a la Marchanta ya de muy pibe. ¡Y pensar que le lustro los tamangos a «Carlitos» !
Me prendo un pucho mientras cuento la guita para el velorio, la noche arribo amurando el cielo de estrellas y no pude dejar de sentirme un amargo por el viejo que ya no esta.
Voy camino al encuentro de la despedida silbando un tango arrabalero de esos que a él le gustaban y de paso escribo sus memorias al tun tun como me las había contado, el Goyo era un poco chamuyero y a veces agrandaba las cosas pero no por eso dejaban de ser ciertas.
Con lo poco de cordura que le quedaban los últimos dias me había hecho jurarle por mi vieja que era lo más sagrado que tenía en la vida, algo que debía hacer a rajatabla, sus palabras aún resonaban en mis oidos como puñales : «Pibe, vos cuando ya entren todos cerra la puerta del velorio y que no salga nadie, tranquilo purrete que les voy a hacer una jodita de despedida nomá».
El gallego era el dueño de la funeraria, un tipazo, que admiraba al viejo de sus primeros tiempos, cuando lo telefonie no solo acepto gustoso sino que además llorro como si se le hubiese muerto un pariente.
Nos prometio dejarnos el lugar vacio para realizar el último deseo del Viejo Goyo.
Cuando llegue al lugar, la joda ya estaba bastante avanzada, eran más de las diez de la noche y meta milonga entre medio del jonca y del fiambre.
Destilaba alcohol, volaban las botellas chupi, el mejor whisky y «champan», todo en honor al viejo.
Vi a toda la farra ponerse nostalgicos, el cuervo berugo, Ganzua montiel, Gigi la meretriz, el ortiba de Monzón, el gil de salvatierra, si hasta el comisario, ese otario y ortiba lo vino a despedir.
En un rincón vi a un tipo extraño, un Gentleman, no era conocido a mis ojos, no era del circulo de Goyo, me pregunte si seria un pariente, a lo que recorde que ciertamente no tenia nadie en vida.
Me sono feo, tanto que me dio piel de gallina, un escosor feo, del estilo que se da cuando pispias un fantasma.
Me prendí un pucho y murmure por abajo que me estaba volviendo colifa.
¿Lo estaba?
Lo fui a visitar al viejo, había muerto con la misma cara de atorrante de siempre, me le acerque y le murmure al oido que ya estaba hecha su promesa.
Me parecio verlo sonreir y raje espantado hacia la barra improvisada.
Estaba más palido que Don Goyo, tanto que la chusma ya se ponia paranoica.
En eso veo que se me acerco el perfecto desconocido.
Vestia un tragedia color rojo anaranjado furioso y el pelo todo engominado, parecia afeminado pero era pura apariencia nomas, el tipo era un cajetilla de maravillas y tenía más labia que vida, a este le habían tirado todos los mataburros por la testa de pibe- pensé-.
Tenia pinta de cafisho de esos piringundines de la high society donde van a culiar de galera y bastón, pero mi olfato estaba lo suficientemente errado, tenia el naso confundido y mi mente yiraba perdida.
Me decia que era amigo de Goyito de hacia muchos años pero los numeros no me cerraban, el gentleman tenia apenas más de treinta abriles…
Entre tanto baruyo me conto anecdotas que nadie entenderia, me senti confundido como turco en la neblina, un poco por el chupi y otro por lo embriagadora de sus palabras, el hombre aquel hablaba con un lenguaje extraños, no parecia venir del Gran Buenos aires.
La fina estampa se fue alejando de mi sin antes despedirse dejandome su tarjeta, la cual guarde por cumplir nomás.
El bandoneon comenzo a quejarse lastimosamente, era la hora en la que el viejo Goyo dijo que se haria presente, el reloj marcaba las doce de la noche, y las agujas se clavaron por una eternidad.
Me fui perdiendo en la oscuridad de mi borrachera pero senti y presencie el terror por primera vez en la vida, un miedo atroz que me ha dejado acobardado como un pajaro sin luz.
El desconocido, el amigo incomprobable de Goyo, cambio su mueca angelical y grito a la muchedumbre :»a partir de aca ahora mando yo».
Todos se quedaron cayados, desorientados sin saber quien era el loco ese que chamuyaba.
Entonces chasquio sus dedos, tronandolos al mismo tiempo que dijo cosas… el viejo Goyo se levanto de su reposo, la mortaja del tanguero cayo al suelo y todos rajamos del pavor, hubo gritos, zapateos y pisadas de unos contra otros.
No había escape, la llave se la había llevado el gallego.
Goyo estaba vivo pero muerto, a mi ojos eso era brujeria y me santigue como la hacia tantas veces de pibe en la parroquia del padre cosme.
Mordio a Gigi como si de un zodape de carne a las brazas se tratara, ella grito más que cuando la ensartaban en el catre.
Ella mordio a su vez al ganzua y todo se devino en una orgia de carne y sangre, observe todo desde atrás de la barra.
En ese entonces parecian salidos de una historia de terror, eran todos muertos vivos.
Al final de la velada mortuoria comprendi la ecuación de la cosa, en una de esas anecdotas Goyo me habia dicho que a Fausto le debia una muy grande.
Recuerdo que le pregunte que cosa era y el me dijo con el semblante turbio… «la fama pibe… la fama».
Mire la tarjeta y la misma estaba firmada con el nombre Fausto.
Levante la vista y Goyo se me abalanzo desaforado, la milonga seguira en el infierno.


PEZ DE PECERA

MI RUTINA, MI TRANQUILIDAD, MI ENTORNO SEGURO.

Me gusta mi rutina, es mi tranquilidad, mi entorno seguro.

Suena el despertador, me levanto y empieza un nuevo día. Hoy del colegio me ha llegado una nota. A mi niño le está costando el paso a primaria, parece estar eternamente distraído.

Suena el despertador, me levanto y empieza un nuevo día. En el colegio sugieren pasarle unas pruebas al niño. Sospechan de un TDA (trastorno de déficit de atención). Me informo en internet. Firmo el consentimiento. Suspiro.

Suena el despertador, me levanto y empieza un nuevo día. Las pruebas descartan un TDA. Tú hijo tiene altas capacidades. Enhorabuena y palmadita en la espalda. Parece que el niño se adapta bien, mejor no hacer nada. No lo entiendo, lo que antes necesitaba una adaptación ahora ¿no necesita nada? Investigo por internet y encuentro información realmente «optimista»; ¿Demasiado inteligente para ser feliz?, La maldición del superdotado. ¡No!, eso no es lo que nos está pasando. ¡Estúpidos libros! Cierro el ordenador. Mi niño está bien, yo estoy bien, mi entorno es seguro.

Vacaciones de verano. Bicicletas, risas, y sol … Un dulce respiro.

Un nuevo año, un nuevo curso.

Suena el despertador, me levanto y empieza un nuevo día. El niño no se está adaptando. Dolores de barriga por la mañana, notas por la casa: «No quiero ir al colegio». Llamadas del centro de que el niño no se encuentra bien. Confesiones en la intimidad :»lo siento mamá no aguantaba más allí dentro». Todo se cumple como una maldita profecía. Me informo o desinformo en internet, eso ya no lo sé. Acoso escolar, ansiedad, depresión. Yo no quiero eso para mí hijo.

Suena el despertador, hace tiempo que me he levantado, mi entorno seguro se tambalea, empieza un nuevo día. Hoy toca reunión con el tutor. Qué no te puedan los sentimientos, mantén la cabeza fría. Lo veo apoyado en su silla con esa media sonrisa. Sé que me ha catalogado, madre histérica. Me dice todo lo que hace mal mi hijo. «Tu hijo no quiere escribir en letra ligada, no quiere leer, parece que tiene alergia a escribir.» Intento explicarle la disincronía cognitivo motora en estos niños. No me escucha. Resopla mientras dice en voz baja que duda del diagnóstico que ellos mismo me han dado y que no descarta que sea un TDA.

Suena el despertador, últimamente me cuesta dormir, ya no existe mi entorno seguro, empieza un nuevo día. En el colegio desde orientación le han dado unas pautas para subir la autoestima al niño. Son tres frases que repite a modo de tantra; «yo valgo mucho», «yo soy listo» «tú no me estás respetando, para». Le oigo repetir las tres frases y se me clavan como un aguja en el fondo del alma. No sé qué me pasa. Mi mundo está del revés. Hablo con extraños por internet, disimulo ante conocidos. Lloro por dentro, sonrío por fuera.

Suena el despertador, estoy levantada, hace noches que no duermo. Ya no existe noche, ya no existe día. Me miro en el espejo del baño. Me miro y grito en silencio. ¡No!, esto no es lo que quiero. Se acabó el hacer de ovejita, el seguir a la manada, las normas regladas. ¡No debo ser yo el que te informe a ti profesor! Mi hijo no se debe adaptar, pasar por el aro. ¡Mi hijo no tiene el problema, el problema lo tiene el sistema educativo! Me informo por internet, busco una solución, un final feliz. Busco y encuentro. Busco y aprendo. Los problemas de estos chicos solo derivan del colegio. Encuentro soluciones, colegios de educación libre, aprendizaje por proyectos, aprendizaje cooperativo.

Empieza un nuevo curso, un nuevo año, un nuevo centro. Un centro de educación libre. Ya no existen problemas, ya no existen etiquetas, ya no existe ansiedad.

La gente me acusa de hipotecar el futuro de mi hijo. Escucho y no les doy respuesta, no vale la pena. ¿Quién eres tú para opinar? ¿Crees que no tengo miedo? ¿ Crees que no siento vértigo? Soy yo la que salgo mientras tú me juzgas acomodado en el sillón de tu área de confort. Quizás sea una ilusa, una enamorada del presente. Pero para mí hoy es lo que importa.

Después de tres años no sé si el camino que he seguido es el correcto para todos. Pero cuando veo la sonrisa de nuevo en su mirada. Sé que por lo menos sí es el mío.

Mientras no cambie el sistema educativo en los colegios. Estos estarán llenos de niños etiquetados e, incluso, algunos medicados. Y todo por el miedo a salir área de confort y es que para algunos más vale lo malo conocido.

¡Despierta!


LOLY BÁRCENA HUMANES

De hoy no pasa, eso me digo a mi misma, bueno mi cerebro se lo dice a un galopante corazón, simplemente se encuentra aterrado y no quiera empezar andar, tiene un miedo descomunal que no le cabe en ningún poro más.
Con un simple gesto, me obligo a levantarme del sofá.
Esto no puede seguir así, sino hago yo algo es que la verdad no lo va hacer nadie por mí.
Claro que es más fácil decirlo que hacerlo, vamos creo que el refrán era así, o no vete a saber, creo que ya no se ni lo que me digo a mi misma.
Quizás este algo loca, me estoy hablando y contestando jajá, como si hubiera alguien conmigo. Es de risa quien iba querer estar conmigo
Deja de desparramar ¡¿Pero qué haces ¿madre mía , te has vuelto a sentar en el sofá , no puede ser levanta ese pedazo culo , y ponte a caminar.
No me extraña que nadie quiera estar contigo que carácter.
A duras pena me obligo a salir a la calle, mirando a mi alrededor.
-¡espera no salgas! Baja la del cuarto y ya la conoces, luego te criticara con la del segundo, buena que esa si tiene que callar¡¡.
-No juzgues no sabes realmente como es su vida y lo que la lleva “empinar el codo “de esa forma.
-Será ese marido tan machito que tiene, que no para de decirle que tiene que estar más delgada, más mona, más rubia, más tonta….
-Tía! como te pasas ¡estas cada vez más descontrolada¡ sal ,ahora que no hay nadie en el portal.
Con paso trémulo anda los diez paso que la separan del descansillo, agarrándose al pasamanos con fuerza, con demasiada fuerza, los baja, con el pensamiento fijo de como los subirá luego, eso será otro cantar.
Coge el pomo de la puerta y con cuidado la abre, asomando la cabeza, solo los ojitos para echar un vistazo y vislumbrar si hay alguien conocido en la calle.
-Ufg gracias al cielo, no hay nadie, venga un poco más ¡
Con la lentitud del que no quiere, pero debe, saca poco a a poco su cuerpo por la puerta número 16 de la calle empecinado, pensando rápidamente hacia dónde dirigirse, quizás hacia la calla angustias, que a estas horas debe estar muy poco transitada.
-Si me encuentro a alguien me muero, seguro que me muero, no podría¡¡¡
-Anda calla y sigue andando, bueno arrastrándote porque a eso no se le puede llamar andar, quieres dar más brío mujer?
Los rayos del sol calientan su rostro, cálidos, suaves, con como los besos de un amante eso siente ella, eso se imagina ella que serían los besos y arrumacos de un amante, nunca nadie le beso con dulzura.
El viento la acaricia, la mece el pelo, sensación tanto tiempo no sentida, le hace recordar cuando aún “era” y el mundo corría por sus venas, viviendo cada instante como único.
Ahora era una sombra de quien fue, envuelta en capas de miedos de soledad de tristeza de dudas, kilos de nostalgia de negrura que hacen que cada vez la cebolla sea más grande y ahogue lo poco que le quedaba de corazón y cordura.
-¿Te acuerdas?
Un suspiro le recorre el alma, quiere recordar pero tiene mucho donde escarbar, su corazón no quiere sufrir más, intentando imposibles, para fracasar de nuevo, otra vez , cree que no lo podría soportar y que ese fracaso seria el ultimo, ya había tomado la determinación de no pasar ni una , no lo soportara, no sería más que dejarse vencer, aunque ella creía que la batalla ya fue ganada su cerebro tenia todavía la esperanza que quedaba un momento más que podía ser vivido y no rendirse.
-¿te recuerdas?
-Siiii , déjalo que sí, que me acuerdo de todo esto , que si no seas pesada, jajá que buen chiste¡¡¡
-Que irónica y cínica que te has vuelto, cuando te pones a si no te soporto.
– ¡no te enfades¡ ¿Crees que llegaríamos a la playa?
-pues sí que te estas envalentonando. Intentémoslo, que no se diga que la gorda no puede, pero estas segura ¿verdad? , luego no te pongas a llorar si te miran que no te soporto cuando te pones mártir.
-Si vamos, quiero ver otra puesta de sol, pongámonos en marcha, intentamos llegar antes que el sol se esconda en el horizonte, y se hunda en el mar.
Y desde ese día, veras a una mujer que habla con su otro yo, rumbo al malecón , cada vez se fija menos en las miradas de los analfabetos que la miran , que se giran, que se mofan de su gordura.
Cada vez va teniendo menos capas, cada vez sale un poco más ágil, cada vez está más fuera del que fue círculo de confort, su cárcel, su parapeto al mundo, un bajo situado en nº 16 de la calle empecinado.


JOSÉ MANUEL PORRAS

¡Sal de la zona, confort!

Aquel día su vida cambió. Su cruel y desalmada madre lo obligó a salir de su casa de repente, sin tener el más mínimo reparo por su bienestar, dejando que el destino dependiera de él exclusivamente, obligándolo a empezar algo para lo que no estaba preparado en absoluto: vivir su vida sin ayuda alguna.

Treinta y cinco años de vida, treinta y cinco años de desvelos, treinta y cinco años de complacencia desmedida y treinta y cinco años de momentos felices juntos habían derivado en aquella respuesta irremediable; cualquier resquicio del pasado era pura casualidad. Ya era hora de que asumiese su inexorable y solitario destino fuera de su cálido y acogedor hogar.

Pero asumirlo no era tan fácil. En su mente el carrusel imparable de emociones se sucedía velozmente mientras le acompañaban férreos recuerdos forjados a fuego en su memoria. La frustración se tornaba en ira incontrolable por su incompetencia para asumir la situación; la tristeza, en desesperanza por el desalentador futuro que le aguardaba…y todo ello debía desaparecer de la noche a la mañana.

Sin tiempo para más contemplaciones y con esa pesada carga emocional a su espalda, se quitó de una pasada las constantes lágrimas que cubrían sus ojos vidriosos, tragó saliva haciendo un esfuerzo notable, se levantó de aquel frío escalón de la solitaria calle y comenzó a vagar errante por aquel inescrutable camino. Eran los primeros pasos hacia lo desconocido; eran los primeros pasos en su nueva vida.

Una nueva vida que le haría evolucionar minuto a minuto, confiando en su criterio para realizar todo tipo de menesteres, delegando en otras personas ciertas responsabilidades, haciendo frente a obstáculos que hasta el momento parecían insalvables y, sobre todo, aprendiendo a vivir día a día sin ningún tipo de ataduras. Ahora era imparable; ahora era una persona completa.

Y así fue como Realidad, su despiadada madre, dejó sin cobijo a su cómodo hijo, Confort, haciendo que cambiara por completo su irreal vida con aquella drástica decisión. Y es que tanto cambió que ahora era irreconocible a los ojos de los demás…Tanto cambió que a partir de ahora su nombre pasaría a ser coraje y su apellido interminable.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

NO SÉ COMO PUDO PASAR

No recuerdo bien si mi hermano me fue a buscar a la escuela infantil o solamente me llevó con él para hacer unos recados.

El caso es que iba con mi hermano. El caso es que cuando quise darme cuenta miré a mi alrededor y por primera vez me encontré solito ante el mundo.

» ¿Dónde está mi tato?
¿Dónde está Joselito
«el Torerito»?
¿Qué ha pasado?

No me he dado cuenta,
seguro que he sido yo
que no le hecho caso.

Y ahora sin mamá,
y sin papá,
y sin mi tata
¿yo qué hago?

No cojer caramelos,
sé donde vivo
y creo que sé
llegar solo,
no hablar con extraños.»

Sentí miedo,
me sentí en peligro,
desprotegido
y perdido.

Eché a correr y a correr. Del trayecto de aquel parque a mi casa solo recuerdo que vi a niños africanos subidos en los árboles.

Y que en algún momento temí que apareciera de repente un león que me alcanzase con sus garras y con sus largos dientes me comiese.

Supongo que todo fruto de mi imaginación después de haber visto algún documental de Félix Rodríguez de la Fuente.

El parque estaba cerca. Pero el camino tenía un gran hándicap para
cualquier niño que afronta la calle solo por primera vez:

Había que cruzar una carretera.

Tengo dudas si use el paso de cebra que hay próximo, lo que sí sé es que miré a ambos lados y tuve mucho cuidado.

Una vez que hubiese cruzado sabía que ya lo había casi logrado, solo faltaba bordear otro parque por la cera, girar en la esquina y ya estaría salvado.

Y así llegué al portal de mi casa. Pero no llegaba al telefonillo porque estaba muy alto y yo tan solo era un niño. Y ahí reconozco que me hice la picha un lío.

En vez de quedarme quieto y esperar, otra vez me fui corriendo, pero ahora no sabía muy bien hacia donde.

Menos mal que antes de girar la esquina, el escuchar a una voz gritar mi nombre me paralizó al momento:

«¡Rumal!
¿Qué haces solo?
¿Dónde está José
¿Pero a dónde ibas?»

Era mi hermana y me subió a casa.

No recuerdo de mucho más. Solo sé que luego llegaría mi hermano con la cara desencajada.

Mi madre le preparó una tila. Todo quedó en un susto, nada nos había pasado. Los 4 nos abrazamos.

Mientras tanto mi padre ajeno a todo seguía currando para mantenernos.

Cuando me perdí la primera vez tendría 4 o 5 años. No sé todavía cómo pudo pasar, el caso es que pasó. Y monté una buena.


ROCÍO ROMERO GARCÍA

METANOIA.

METANOIA: CAMBIO EN LA FORMA DE PENSAR, EN LA MANERA DE SER, DEL CORAZÓN O DEL MODO DE VIDA DE UNO MISMO.

Julia no estaba pasando por su mejor momento, lo había perdido todo.
En el trabajo decidieron hacer un «ajuste de plantilla», llevaba meses sin trabajar, había podido vivir del dinero del paro y de algunos ahorros pero era imposible evitar que las deudas se amontonasen.
Su pareja le había dejado. La verdad es que siempre le llamó la atención la gran amistad que su mejor amiga y su novio tenían, era demasiado bonita para ser cierta.
Apena se hablaba con sus padres. Un matrimonio adinerado, una familia de cuatro y un padre en un cargo muy importante. Sus padres le advirtieron de no escoger aquella carrera, «no tiene futuro» decían. Siempre ponían como un ejemplo a seguir a su hermana mayor: «Deberías aprender de Valeria», «deberías haber estudiado la misma carrera que tu hermana», «debes encontrar a un hombre como el de Valeria, uno que se vista por los pies. Amable y formal. Y debería ser pronto si no quieres quedarte soltera de por vida.»
Valeria siempre era más y mejor. La razón de todas las alegrías de sus padres.
En cambio, Julia siempre fue diferente. Más rebelde y complicada, lo tradicional no iba con ella.
Sacaba buenas notas en el instituto, pero siempre había alguna asignatura suspensa o pendiendo de un hilo.
Sus amistades eran pocas en el instituto, pero eran igual que ella. Junto a ellos se sentía comprendida y no fuera de lugar como en su familia.
Nunca quiso formar parte del mundo donde sus padres y su hermana vivían, sintiéndose superiores y mejores que el resto. Cómo si fueran dioses.
Julia lo había perdido todo.
Amigos.
Familia.
Pareja.
Trabajo.
Y estaba a punto de perder el piso.
Se tiraba noches en vela buscando por internet y en los periódicos ofertas de trabajo, pero al no encontrar nada la frustración la inundaba y ahogaba sus penas y sus malos pensamientos en alcohol.
Una mañana, con el dolor de cabeza habitual y el sabor a hierro en la boca decidió echar la lotería
No le quedaba demasiado dinero pero necesitaba aferrarse a algo. Pensar que por un momento podría estar en el bando ganador.
Necesitaba creer que la suerte aún estaba de su parte.
Compró el boleto. Nunca había visto unos números tan extraños y desiguales. «Está claro, la suerte ya no está de mi parte» pensó.
Pero se equivocaba. La noche del sorteo aquellos extraños números cobraron forma y significado, convirtiéndose en los números ganadores.
¡Julia había ganado la lotería! 151.000.000 de euros para ser exactos.
No podía creerlo, no podía creer que el mundo, la suerte o lo que sea aún estuviese de su lado. No era el fin de todo.
Julia decidió guardar gran parte del dinero como ahorros hasta que encontrase un trabajo decente y se quedó una mínima parte para sus caprichos.
Pensó en todas las cosas que había querido desde que se quedó sin trabajo, todas las cosas que había necesitado y no había podido comprar.
Pensó en mil cosas: electrodomésticos, ropa, un móvil nuevo… Pero, aún pensado que podía tener todo aquellos con solo chasquear los dedos, no se sentía completa.
Le faltaba algo, algo que no podía comprar con dinero.
Entonces lo vio: se necesitaba a sí misma.
Necesita salir de la rutina, de su zona de confort. Encontrarse a sí misma y saber quién era realmente.
Así que pensó cómo podría hacer aquello. Buscó en internet métodos de meditación, clases de yoga, formas de abrir sus chakras pero no encontró nada que consiguiese hacer lo que ella quería.
Estuvo horas buscando hasta que un anuncio saltó en mitad de su pantalla: Viajes a Nepal.
Julia había oído hablar sobre los viajes espirituales. Sobre cómo las personas se van a la India para encontrarse a sí mismas, de como se iban a Nepal para visitar a los Sadhu.
Incluso lo había visto en películas y leído en libros.
Era arriesgado, sí, pero todas las experiencias que conocía habían dado resultado.
Y, además, siempre había querido visitar Nepal. Solo que ahora tenía dinero y motivo de sobra para ir.
Una semana después emprendió su viaje.
La euforia la inundó cuando pisó por primera vez Nepal. Se empapó de su cultura, de sus tradiciones y cultura; se engatuso con su belleza, pero aún así no había alcanzado ese sentimiento de paz del que todo el mundo hablaba.
Todo el mundo le contaba lo mismo: «Fue llegar a Nepal y sentir como un torrente de paz me arrollaba».
Julia no había conseguido sentir eso, a lo mejor estaba haciendo mal, así que decidió recorrer sus calles en busca de alguien que pudiese ayudarla.
Habló con muchos curanderos, astrólogos y monjes. Con muchas personas que afirmaban poder ayudarla, que decían que con solo bañarla en incienso todas sus preocupaciones se irían.
Después de tanto tiempo buscar, de tanto escuchar a hombres prometiéndole algo que no podían cumplir un hombre más o menos de su edad con una túnica naranja se acercó a ella.
— Conozco a alguien que puede ayudarte. Por favor, sígueme.
Tenía los ojos verdes y su pelo era castaño. Inspiraba ternura y seguridad, parecía inofensivo.
Julia dudó en si ir con él o no. Ya estaba cansada de escuchar las mismas cosas una y otra vez. Aún así, no tenía nada que perder y tenía curiosidad por saber que le dirían ahora.
A un par de pasos del lugar donde se encontraban había un pequeño barrio de casas.
El joven se dirigió a la derecha, donde había una puerta de madera.
Ambos entraron. Julia pensaba que iba a ser un lugar descuidado, pobre, pero en realidad tenía buen aire acogedor.
Las ventanas, aunque eran pequeñas, dejaban entrar una gran cantidad de luz. Lo único que había en aquella sala era una mesa y dos cojines, uno frente a otro.
El muchacho le presentó a una mujer, joven también, pero no tanto como Julia.
Tenía ojos azules y un color de pelo tan negro como la oscuridad.
— Ella es Kira, Maestra de la Luz y la Sabiduría. Ella puede ayudarte con lo que estás buscando.
Kira sonrió.
— Un placer conocerte. Muchas gracias, Blur. Puedes retirarte.
Blur hizo una especie reverencia y desapareció por el gran portón que conectaba el pasillo con la sala.
— Dime, ¿en qué puedo ayudarte? — preguntó Kira.
— ¿Qué puedes ofrecerme? — respondió Julia. No creía en nada que pudieran decirle.
Kira sonrió.
— No puedo prometerte nada. No puedo jactarme diciendo que mi método podrá ayudarte, que podrá curar aquello que no deja a tu mente descansar. ¿Qué te parece si nos ponemos cómodas? — dijo señalando los cojines.
Encima de la mesa había una tetera. Kira sirvió dos tazas de té rojo a cada una.
— No voy a leerte la mano.— prosiguió Kira. — Ni a predecir tu futuro. No voy a rociarte con hierbas aromáticas ni hablarte de espíritus o ángeles que te protegen.
No voy a abrir tus chakras ni a decirte si algún planeta se ha movido a favor de tu signo. No estoy aquí para eso.
Hizo una pausa para beber un poco de té.
— Te ofrezco una experiencia real y muy barata. No soy como esas personas de ahí fuera, pero necesito saber qué es lo que buscas exactamente dentro de lo que yo puedo ofrecerte.
— Perdón por ser escéptica, pero no creo en tu discurso, ya he oído eso antes.
Kira parecía tranquila. No se ofendía con las dudas Julia ni con sus comentarios. Sabía que lo estaba contando era cierto.
— ¿Sabes? Cuando la gente viene aquí para vivir una experiencia espiritual y acuden a mí para ayudarles, al probar mi método, creen que les he engañado. Que todo lo que te he hecho ha sido en vano y lo único que quiero es el dinero.
Vienen aquí con la idea de encontrar lo que ven en películas y series, de sentirse y como en los libros el protagonista siente y de ver lo que Internet enseña, pero yo no ofrezco eso. Yo no voy con lo tradicional, no me dejo llevar por los estereotipos solo para atraer clientes.
Te ofrezco algo de verdad, algo que realmente puede ayudarte.
— ¿Y como sé que no me estás contando todo esto como parte de tu engaño, o para ganarte mi confianza?
— Eres muy lista. ¿Qué te parece si pruebas mi método? La primera sesión es gratis.
Julia quería encontrarse a sí misma, quería saber qué era lo que no iba bien, lo que la bloqueaba. Pensaba que al ir a Nepal sería fácil conseguirlo, que se sentiría completa una vez allí, pero no era así. Aunque empezaba a perder la esperanza y a no creer lo que le contaban, decidió probar el método. No tenía nada que perder.
— De acuerdo. ¿En qué se basa tú método?
— Solo te pido que te sientes y cierres los ojos. Que sigas mis instrucciones, y sobretodo, que abras tu mente ante cualquier cosa. No tengas miedo.
La voz de Kira era firme y segura, tranquilizadora. No era temblorosa o chillona, proyectaba paz.
Julia la obedeció y cerró los ojos.
— Cuando haces un viaje espiritual como este pasas por tres etapas: La Búsqueda, El Viaje y La Transformación.
Ahora mismo te encuentras en la primera, estás buscando respuestas y soluciones. Una vez que te adentres en tu mente, pasarás a la segunda.
Julia asintió.
— Primero quiero que te visualices. Al principio, hasta que tu mente este lo suficientemente abierta, verás una masa deforme. A medida que te relajes y vayas dejando trabajar a tu mente de forma libre irá cobrando forma. Puedes visionarte como tu «yo» de niña, tu «yo» adolescente o incluso tu «yo» actual. Esto se debe a que el cerebro trabaja con impulsos, se siente atraído por los recuerdos más fuertes y brillantes.
Julia respiró hondo. Dejó su mente en blanco, dejó de pensar por un momento en todo lo que le había sucedido en tan poco tiempo. Dejó que su cerebro trabajase por sí solo, sin ayuda de su imaginación. Poco a poco la masa comenzó a cobrar forma.
En medio de un espacio blanco, en mitad de la nada apareció la Julia de trece años.
— ¿Consigues ver algo? — preguntó Kira.
— Veo a mi yo de trece años.
— Eso significa que tu mente ha conseguido conectarse al recuerdo más fuerte. ¿Tienes idea de por qué puede ser?
— ¿Sinceramente? No, no recuerdo que sucediese nada importante cuando tenía esa edad.
— La mente no trabaja en vano, y mucho menos cuando la liberas de su jaula. Puede que tengas un trauma o una mala experiencia enterrada en lo más profundo de tu ser. Algo que tu cerebro ha bloqueado porque puede suponer demasiado para ti. El cuerpo es muy sabio.
Un escalofrío recorrió la espalda de Julia. ¿Y si Kira tenía razón? ¿Y si había sucedido algo que ella no recordaba? Lo que más le asustaba era el daño que podría causarle recordarlo. ¿Cómo de perjudicial tendría que ser para que su mente lo bloquease?
Intentó mantener la calma, no quería distraerse y perder esa imagen.
Volvió a respirar hondo.
— Lo siguiente que debes hacer es visualizar un lugar. Debes hacerlo del mismo modo que antes. Deja que tu mente fluya, que los recuerdos te arrollen. Lo verás borroso, pero poco a poco comenzarás a ver una imagen más nítida.
Julia visualizó un salón. Blanco y elegante, con olor a rosas.
El salón de su casa.
— Veo el salón de casa de mis padres.
— ¿Tienes una mala relación con ellos?
— No exactamente. Pero no tengo la relación que me gustaría tener.
Por un momento Julia pensó que ese «trauma» podría deberse a la obligación que sentía por ser perfecta, por intentar ser como su hermana.
Por la ansiedad que sentía cuando suspendía alguna asignatura o por la cara de desaprobación y decepción de sus padres. Por el claro favoritismo que tenían hacia Valeria.
— Lo último que quiero que hagas es visualizar una situación. Ya tienes dos piezas muy importantes.
Julia lo intentó con un nudo en el estómago. Tenía miedo.
No podía imaginarse ninguna situación de la que ella no fuese consciente.
Lo intentó con todas sus fuerzas. Apretó sus ojos hasta que le dolieron.
Comenzó a sentir punzadas en su cabeza.
— No puedo verlo, me duele la cabeza.
— De acuerdo, no te fuerces. Puedes parar.
Julia abrió los ojos y pestañeó más de lo normal. La realidad no parecía tan real.
Kira le sirvió una taza de té.
— Es extraño ¿verdad?. Llegar a las entrañas de tu mente y después abrir los ojos para ver qué nada de lo que estabas viendo era real. Que la realidad parece menos posible.
Julia se frotó los ojos y bebió algo de té.
— ¿Me crees ahora? — preguntó Kira.
— ¿Cómo lo haces? ¿Le echas algo al té?
Kira soltó una gran carcajada. Tan fuerte que asustó a Julia.
— No, cariño. El té es solo té. Todo lo que has visto, lo que has sentido es producto de tu mente.
Por este motivo la gente cree que la engaño. Muchos piensan que ven lo que ellos quieren ver y muchos otros ven cosas que no querían recordar y, en vez de afrontar la realidad, me culpan a mí.
— ¿Puedo preguntarte algo? — preguntó Julia.
— Claro.
— ¿Por qué estás aquí? ¿Desde cuándo haces esto?
Kira miró su taza un momento, pensando por dónde podría comenzar.
— Vine aquí por el mismo motivo por el que todos venimos. No estaba pasando una buena racha… Bueno, mi vida era una mala racha continua.
Mi madre falleció cuando tenía quince años. Mi padre nos abandonó al enterarse de su enfermedad, no quería hacerse cargo de una mujer enferma.
Tuve que buscar trabajo durante el poco tiempo que mi madre duró, la enfermedad vino tan pronto como se fue.
Estuve alternando entre el trabajo y los estudios, cuando llegaba a casa cuidaba de mi madre y eso me provocaba un gran nivel de ansiedad.
Cuando falleció tuve que cambiarme de ciudad ya que mi tía se responsabilizó de mí. Recuerdo que hacía todo lo posible por no estorbarla, no quería ser una carga y me esforzaba con todas mis fuerzas para no serlo.
Estudiaba día y noche para no decepcionaría y eso hizo que mi ansiedad aumentará más.
Mi tía también falleció en un accidente de coche. Por suerte yo ya era suficientemente mayor para cuidarme y trabajar en mi carrera. Me quedé viviendo en su piso y comencé a estudiar como psicóloga.
Conocí a un buen hombre con el que me comprometí pero aún así, a pesar de todo; a pesar de ser querida, de ayudar a los demás a tratar sus heridas más graves, no me sentía completa. ¿Cómo era capaz de ayudar a la gente y no de ayudarme a mí misma?
Así que decidí ponerme en contacto con mi padre, él era mi principal herida. Pero cuando le llamé una mujer respondió su teléfono.
Pensé que se había cambiado de número pero más tarde descubrí que era su nueva mujer y que tenía tres hermanastros.
Eso me destruyó. Hizo que entrase en una espiral de la que no podía salir.
Mi prometido se vio sobrepasado por todo y me dejó, así que volví a estar sola.
Todas las personas que quería se habían ido, de un modo u otro. Ya no me quedaba nada, ni siquiera me tenía a mí misma.
Busqué métodos, formas de volver a conectar conmigo misma pero ninguna consiguió convencerme. Así que decidí hacer un viaje, la mejor forma de reconectar con tu «yo» interior es pasar tiempo a solas.
Decidí venir a Nepal por su estereotipo, por aquellas personas que nada más pisar su suelo sintieron esa paz interior.
Vine aquí cansada de la rutina y la decepción, pensando que alguien podría ayudarme, creyéndome Julia Roberts en «Come, Reza, Ama» pero no fue así.
Lo único que encontré fue un país sobrepoblado lleno de falsos profetas, prometiendo curar aquello que no existía.
Yo no quería eso, no quería dar dinero a cambio de una lectura de mano. No tenía motivo para volver a mi casa y me quedé aquí, haciendo realidad lo que vine a buscar.
Creé mi método: una combinación de psicología y misticidad y comencé a ayudar a aquellos que estaban como yo.
No todos creyeron en mí, la mayoría venían aquí con el objetivo de que pudiese transformarles, de que pudiese evitar que volviesen a su fatídica rutina con sus falsos amigos y amores imposibles. Creyeron que podría convertirles en superhéroes, en alguien sin pasado. Pero no podía.
Aún así pude ayudar a un par de personas las cuales estuvieron muy agradecidas por lo que hice. Pero yo No estaba agradecida por nada. Seguía sintiéndome vacía.
Decidí probar mi método, una y mil veces, pero no resultó. Entonces fue cuando conocí a Blur.
— Siento mucho lo que te ha pasado. — dijo Julia con un tono de voz. Tenía los ojos cristalinos y un nudo en la garganta. Era la disculpa más sincera que jamás había dicho.
Kira sonrió.
— Gracias. Por cierto, ¿cómo te llamas? No me has dicho tu nombre.
— Oh, es verdad. Soy Julia.
— Julia «la que está llena de juventud». Me gusta.
Julia sonrió.
— No sabía que Blur y tú estuvieseis juntos.
Kira río.
— Oh, no, no lo estamos. Pero es un gran apoyo y un buen amigo. Me enseñó por qué mi método no funcionaba conmigo y es que mi trauma era más tangible y real de lo que yo pensaba.
Toda mi ansiedad, todo mi malestar tiene sui raíz en el día en el que mi padre nos abandonó. A partir de ese día adopté una responsabilidad que no me correspondía y tuve miedo de no ser suficientemente buena para asumirla.
Blur me enseñó la lección más importante: que nada depende de mí. Que no soy culpable de todo lo que me ha pasado.
Tendemos a pensar que somos quiénes controlamos nuestras vidas, quiénes tenemos total libertad de decidir qué pasa y qué no y no es así.
No somos partícipes de nuestra propia vida, no podemos controlar el tiempo.
Sí, tenemos el poder decidir pero solo sobre las cosas más puntuales. Es la vida quien tiene un plan para ti y unas horas fijadas.
Y creo que es eso lo que más nos duele, el no poder cambiar ni controlar todo a nuestro antojo. No podemos cambiar el mundo.
No podemos salvarlo de sí mismo, ni siquiera podemos salvarnos a nosotros mismos. Vamos de un sitio a otro esperando que algo grande suceda, que llegue ese momento del que tanto oímos hablar que haga que todo cobre sentido.
Buscamos un significado a nuestros movimientos, pensamos que nosotros somos la mariposa de la Teoría del Caos, que el mundo gira por nosotros. Que podemos cambiar las cosas y no es así.
Y nos decepcionados tanto al descubrir la verdad que nos culpamos y nos responsabilizamos de algo del cual no tenemos el más mínimo control.
Así que antes de rendirnos por completo buscamos respuestas, soluciones, algo que nos quite ese malestar y la única salida que encontramos es el consuelo.
No podemos cambiar el mundo, pero sí podemos marcar la diferencia y no existe sentimiento que pueda superar la emoción que eso provoca.
Por eso estoy aquí. Porque a pesar de todo lo que me ha sucedido sigo pudiendo marcar la diferencia y eso me hace estar en paz con el mundo y conmigo misma.
Por un momento a Julia le corroe la envidia. Ella quería esa paz que Kira tenía, esa capacidad de perdonar y olvidar a los que la han herido y al dolor para ayudar a los demás. Julia también quería estar en paz con el mundo.
— Deberías venir mañana e intentar de nuevo el método. Debes desbloquear ese recuerdo.
Julia asintió y se despidió de Kira.
En los siguientes días Julia fue a la casa de la puerta de madera para meditar.
Intentaba una y otra vez desbloquear su mente por completo, recordar aquello que su mente no quería que viese, pero lo único que conseguía era un gran dolor de cabeza.
Dos días antes de volver a casa la frustración y la rabia la inundaban. Estaba cansada de intentarlo, de pagar para no obtener resultados.
La culpa no era de Kira, sino de Julia. No conseguía relajarse del todo, una parte de ella aún seguía siendo escéptica sobre aquel método. ¿Y si todo lo que veía era fruto de su imaginación? ¿Y si su mente seguía en su jaula, en donde siempre ha estado?
Fue, sin ninguna esperanza, a visitar a Kira.
— Debes dejar de intentarlo tanto. — dijo Kira. — Debes dejarte llevar, permitir que tu mente se expanda. No intentes crear un recuerdo, no imagines situaciones. Simplemente déjate llevar.
Julia se sentó en el cojín y cerró los ojos.
Respiró hondo y comenzó a visualizar a su «yo» de trece años y el salón de su casa. Estaba demasiado cansada para apretar los ojos y esforzarse, estaba comenzando a rendirse.
Pero de pronto una escena apareció frente a ella. Parecía una película.
Ahí estaba Julia, con trece años en el salón, llorando. Su madre con una fina línea dibujada en su rostro y su padre gritando.
Una joven de pelo rojizo asustada, obedeciendo las órdenes del padre de Julia de marcharse de su casa.
El terror invade el cuerpos de Julia, nunca había visto a su padre así.
Notó como si estuviera ahí como su padre la coge del brazo y la zarandea. Como la empuja entre gritos, con el pulo en alto y el cinturón en mano.
— ¡No te he criado para qué te comportes así! ¡Eres una desagradecida, debería darte vergüenza! — gritaba su padre.
El sonido más nítido que Julia había escuchado.
Notaba el dolor en su espalda cuando el cinturón chocaba contra su piel.
Notaba el sueño, como su mente borraba vagamente aquel recuerdo bajo los efectos de calmantes y antidepresivos.
Notaba como su espalda descansaba con crema cicatrizante.
Notaba lo que sentía por aquella chica de pelo rojizo, por su mejor amiga de la infancia: Samira.
Abrió los ojos con un nudo en el pecho y los ojos bañados en lágrimas.
Era un torrente de recuerdos. Ahora todo cobraba sentido.
La relación tan tirante con sus padres no se debía solo a su hermana, la rabia que sentía hacia ellos ahora tenía un motivo de peso.
El sentimiento de estar fingiendo todo el tiempo cuando estaba con su novio, lo poco que, sorprendentemente, le importó cuando descubrió que la engañaba con su mejor amiga.
— ¿Cómo no he podido recordar esto?
— El poder de la mente es mayor del que imaginamos. Si ella quiere protegerte de una amenaza, hará todo lo posible para llevar su misión a cabo. La mente humana es uno de lo mayores misterios aún sin descifrar. Es algo fascinante.
— Pero tendría que haber sentido algo antes. Haber visto alguna señal, algo que me indicase que eso estaba ahí.
— La barrera que tenías era muy fuerte y firme. Un bloqueo es difícil de deshacer y lo es mucho más si lo estimulas. Tu madre te suministraba calmantes y antidepresivos, además de taparte con crema cicatrizante aquellas heridas.
Las pastillas tienen un gran efecto en la memoria. Dependiendo de la cantidad y de lo fuerte que sean, tus recuerdos serán más claros o más borrosos.
¿Qué puedes contarme de tu amiga, de Samira?
— La familia de Samira y la mía se conocían desde hace mucho, así que no fue difícil hacernos amigas. Fuimos al mismo colegio y al mismo instituto, éramos inseparables.
— ¿Y por qué dejasteis de ser tan amigas?
— ¿Sinceramente? Siempre he creído que era porque nos habíamos peleado cuando teníamos trece años, eso era lo que mis padres me habían contado. Pero ahora ya no se que pensar. No consigo recordar que pasó para que mi padre pudiese reaccionar así.
— ¿Recuerdas si erais más que amigas?
Julia frunció el ceño. Sus mejillas se tiñeron de un color rojizo.
— ¡No!… No lo sé. La quería mucho pero nunca me he planteado que quizá la quisiese como algo más.
— Tu cerebro va a tardar mucho en procesar todo esto y en liberar todos los recuerdos y sentimientos que se han escindido todos estos años. Julia, tus padres te alienaron.
— ¿Perdona?
— A través de los medicamentos que te aliviaban el dolor y fomentaban la pérdida de memoria y con la utilización de un patrón de repetición tus padres te convencieron de que aquello que sentías por Samira no estaba bien o no era real. Te convencieron de que dejasteis de ser amigas por una estúpida pelea y te moldearon a su imagen y semejanza.
— ¿Y ahora qué?
— Ahora vive. Vuelve a casa y recupera todo aquello que te arrebataron.
Recupera a Samira, recupera el tiempo perdido y sal de la rutina, de tu zona de confort.
Ante todo vive siendo tú y no te avergüences de lo que sientes, por que no hay nada malo en ello. No dejes que nadie vuelva a bloquearte, mantén tu mente abierta siempre, deja que se expanda. Sobretodo sé feliz, encuentra un motivo para estar en paz con el mundo.
Al día siguiente Julia volvió a su casa. Llegó cansada, le dolían los huesos y el alma. No podía más, sentía que había derrochado más energía de la que podía gastar.
Pero aún así cuando entró en el salón de su casa, a oscuras, con las persianas bajadas impidiendo entrar la luz; con montones de periódicos sobre la mesa y de fotos inmortalizando momentos falsos de más decidió acabar con todo.
Cogió todos los periódicos y los tiró a la basura. Abrió todas las ventanas y subió todas las persianas. Quemó todas las fotos que tenía a su alcance y, sin deshacer las maletas, buscó viajes a Nueva York en su ordenador.
Siempre había querido visitar aquella ciudad.
Estaba feliz, eufórica, pero no era suficiente. Aún no se sentía en paz con el mundo.
Entonces se acordó de Samira, de como terminaron las cosas, de que quería compartir los buenos momentos con ella como lo hacían cuando eran amigas.
Hace tiempo Julia encontró a Samira en Instagram y decidió seguirla. » Esto es un acto de amistad» pensó para sí. Ahora, a punto de enviarle un mensaje, su corazón va a mil por hora y duda sobre si aquello fue un acto de amistad.
Sus mejillas comenzaron a arder, el corazón iba salir de su pecho en cualquier momento. Era imposible sentir eso por una amiga.
«Samira, sé que últimamente no hemos hablado demasiado. Que sólo nos felicitamos el Año Nuevo, las Navidades y los cumpleaños. Que nuestra relación ahora se basa en bastos » me gusta» y en visualizaciones en nuestras historias. Pero me gustaría que las cosas cambiasen.
Ojalá pudiese volver atrás, ojalá pudiese cambiar las cosas. No puedo cambiar el mundo ni controlar el tiempo. Pero sí puedo marcar la diferencia y comenzar a vivir según mis normas.
Estoy cansada de pensar «quiero sentirme viva» cuando ya lo estoy. Quiero comenzar de cero y me gustaría empezar por ti.
Tengo planeado irme a Nueva York en los próximos días, ¿te gustaría venir?»
Julia releyó el mensaje cinco veces y con las manos temblorosas le dio a «Enviar».
Tenía miedo de no recibir respuesta, de que Samira pensase que estaba loca o que ya era demasiado tarde para solucionar nada.
Pero entonces su móvil vibró.
«Podemos marcar la diferencia juntas. Me encantaría ir contigo.»
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Julia.
Por fin estaba en paz con el mundo, y lo más importante, por fin estaba en paz consigo misma.


EMILIANO HEREDIA JURADO

¡IROS TODOS A TOMAR POR C….!, ¡HASTA LOS COJ….. YÀ, HOMBRE!.

¡Ja!, panda de parásitos, mediocres, chupopteros y pelotas de medio pelo.
Si….. vosotros, que me miráis con estupor, como si estuvierais viendo ahora mismo a un marciano que hubiera bajado a la tierra.
Nó, no estoy borracho, y tú, imbecil, no te me acerques, inútil, eres una vergüenza para tu padre, que en paz descanse, que me pidió que hiciera de tí, algo que no eres ni serás nunca : un hombre. Eres un niňato, un encargaducho toma cafés, faltòn y gritòn; bien hice, en meterte en aquel almacén ruinoso y cochanbroso, con toda la escoria del grupo empresarial. ¿Sabes cómo llaman al almacén en el grupo empresarial?. El cubo de basura, toda la mierda la mando ahí. Gentuza incompetente, vaga… en fin, pero me alivia saber que a partir de mañana, este problema, no lo voy a tener más. Tú y tu cotarve estáis en la puta calle, sin un puto duro, ¿te suena despido objetivo por productividad?. Pues eso, querido mío, cero en productividad, cero en beneficios. A ver como le pagas ahora a la putita con la que te encuentras todos los Sábados.

Y tú, querida mía, no hagas el amago, ni siquiera el intento de sufrir uno de tus ataques taaaaan dramáticos, ¿eh?, ¿Ramona?. ¡Ah!, ¿que no sabíais lo de «Ramona»?, claro, claro mucha monna mucha monna, pero ¡si se llama Ramona!. Mira, me ha salido igual que aquella escena de Gracita Morales, en la que decía :mucha Luchi, mucha Luchi, ¡si se llama Luciana!
Ramona la mamona. Como te llamaban en el pueblo. Que de tanto mamar desde pequeña de las hubres de las vacas, de jovencita, bien que te gustaba la hubre masculina. También te llamaban Ballerina, porque dejabas a los hombres secos. ¿Que porqué me casé contigo?. Por morbo, por casarme con la más puta del pueblo, y porque tu padre, tenía un almacén, que venía de puta madre para empezar a montar el imperio logístico que poseo ahora…. o que tenía.
Èsta mañana, le he vendido todo a los chinos, y èsta, es una fiesta para celebrar que lo mando todo y a todos a tomar por culo. Se acabó êsta vida, encerrado en una celda llena de lujos. Necesito respirar aire puro, no aire ionizado, comer un buen trozo de chorizo debajo de un chopo, y nò mierdas mínimalistas cocinadas por un chef ultra famoso rodeado de gente insoportable con conversaciones sin sentido.
Quiero vivir.
Me voy al pueblo….. y por el dinero….. ya me he ocupado de que no recibáis un solo euro. Ni la casa, nada, os dejo eso, nada.
Adiós. Verme ahora que estáis a tiempo, con la puerta abierta, que no me vais a volver a ver jamás.
Iros a tomar por culo, hasta los cojones ya.

Dos años ya, parece que fuè ayer.
Fuè una soberbia despedida. Ahora sí soy feliz. En este pequeño, escondido y aislado convento de un pueblo lejano en medio de la nada.
Hago lo que me da la gana, los monjes me tratan bien. Normal.
Les arreglé el convento de arriba abajo.
Deben de ser los únicos monjes, que se alimentan de buen marisco, caviar, foie de carnag, cognag Napoleón, buenos cohíbas…
Todo hombre tiene un precio.
Yo, a lo mío.
Entro y salgo, hago y deshago lo que me sale de los cojones en el convento, que para eso pago.
Ahora sí, vivo a todo confort.


OLGA LUJÁN

REFLEXIONANDO DESDE MI NUEVA ZONA.

Estar fuera del espacio de confort no es tan dificil cómo piensa la mayoría. Lo realmente angustioso es la búsqueda de una nueva zona igual de confortable que la anterior porque, créedme, es ahí hacia donde nos dirigimos todos en esa salida…
Y se de qué hablo.


MANUELA ORTIZ GARCÍA

La vida nos posiciona.
Como un SEO haciendo Search Engine Optimization.
Triunfa, conquista, gana, son sus palabras clave. 
Nos posiciona en una sociedad reprimida que entiende la muerte como tabú, y la felicidad como ilustre objetivo.
Nos anima a buscar un camino en la razón que el corazón no acierta a comprender.
La vida nos posiciona pidiéndonos siempre más, llegando a penalizar no vivir acorde a sus ritmos, a sus reglas.
Nos incita a sobrevivir en esa zona de holgura que sería tener trabajo con futuro a los veinte, hijos a los treinta, chalet a los cuarenta, y una vida hecha a los cincuenta. El resto del tiempo ya es prepararse para morir.
La vida a veces nos confunde, y otras, somos nosotros los que la despistamos. Tan atareados estamos en la búsqueda del mejor coche, el mejor trabajo, la mejor familia… que nos olvidamos de salir del área de confort.
Que no es otra que resignarse con un trabajo y expectativas mediocres, muy por debajo del potencial de cada persona.
Todo por la casa, el coche, la familia…
Y en ese ir y venir nos llegan los cincuenta, reinventando la vida una y cien veces, tantas, que el ave fénix a nuestro lado es un principiante. Y quizás un día, quizás, nos atrevamos a salir de ese espacio en el que nos hemos recluido. Quizás sea en otra vida, una que no sea perseguida por el SEO.


GABRIELA MOTTA

La mosca en la sopa

Madrid, 10 y 30 AM

Es una mañana soleada y ante la insistencia de mi hijo por ir a la plaza, salimos a recorrer sus calles junto con mi esposo. Una ciudad que nos alberga como turistas hace casi un mes. De camino a nuestro destino comentamos lo bien organizada y funcional que es esta ciudad para padres viajeros como nosotros con estos espacios para niños en casi todas sus esquinas, bueno al menos en esta pequeña parte de Madrid dónde nos ha tocado quedarnos.

10 y 45 AM

Llegamos a la plaza mi hijo sale disparado para los juegos, su papá va detrás, yo me siento en un banco para verlos jugar. No veo nada fuera de lo habitual, niños, padres, abuelos.

Me detengo mirando la nada y mis pensamientos fluyen libremente, hasta que soy obligada a salir de mi estado de introspección, es mi hijo que insistentemente me ruega que le dé algún euro para comprarse una pelota, siempre nos la olvidamos en casa, para serles sincera debemos tener mínimo unas cinco de ellas. En fin, le contesto que nos olvidamos de la pelota en la casa de su abuela y que no le voy a comprar otra porque ya tiene muchas. Él ante mi negativa vuelve a jugar, de camino una mamá que escuchó nuestro diálogo lo detiene y le presta la pelota de su hijo. Yo me decido a inmiscuirme nuevamente en mis pensamientos cuando una voz ya venida en años interrumpe mi descanso diciendo:

—Nos están invadiendo, sudacas, madre mía porque no nos dejáis en paz y vais para vuestro continente.

Me doy vuelta ante tales agravios y veo un anciano, seguro será el abuelo de uno de esos pequeños que juegan con el mío, pienso, no vale la pena entrar en discusión e ignoro el comentario.

11:15AM

La mamá que le había prestado la pelota a mi hijo se va, vuelve él insistente a pedirme que le compre una pelota, le vuelvo a contestar que no y se va.

Otra vez interrumpe mi descanso la voz que tengo a mi lado:

—Déjeme decirle que luego aquí a la vuelta hay una de esas casas de trastos que a ustedes les gusta tanto, si, esa que ponen ventas para personas tercermundistas, ahí encontrará lo que pide el chaval.

Ya no puedo ignorar el ataque, ese hombre logró sacarme de mi zona de confort:

—Señor no entiendo ¿cuál es el problema que usted tiene conmigo y mi familia? Estamos en un área pública y no lo hemos molestado. ¿Porque insiste en agredirnos?

—Ah, pero faltaba más: ¿AGREDIRLOS YO? Si lo único que he querido hacerle es un favor.

—Señor, por favor no insulte mi inteligencia, desde que hemos llegado no ha parado de tirar indirectas. ¿Qué tiene en contra de nosotros?

—Pues vale, ya que insiste chavala, yo no estoy de acuerdo en que vengáis todos vosotros para España, nos invaden, quitan nuestras fuentes de trabajo y nos contaminan con su cultura tercermundista.

«¡Por Dios! » Pensé.

—Os diré más, Colón les hizo un favor al conquistar América, les dio la posibilidad de una mejor vida, luego los Jesuitas os instruyeron y ahora debo reconocer se parecen más a personas que a aborígenes, bueno algunos de vosotros. Entonces ¿por qué no se quedan todos juntos por allá en sus tierras y nos dejan a nosotros tranquilos disfrutando en la nuestra?

—¿Señor usted realmente me habla en serio? Si hay una cámara hágamelo saber para ahorrarme el mal rato. El hombre me miró enrojecido dejándome claro que no era una broma. Bueno … ¿Colón? … ¿Los Jesuitas? ¿Enserio quiere usted entrar en esta discusión? Porque yo me niego a seguir con ella, estoy aquí disfrutando mi último día como turista en esta ciudad que tan bien nos ha tratado, hemos conocido gente maravillosa que nos han hecho sentir como en casa, así que me niego rotundamente a seguir perdiendo mi tiempo con usted.

Tenga buen día y ojalá las vueltas de la vida no lo obliguen a refugiarse en mi continente tercermundista.

Me levanté y me senté en otro banco más alejado.

11 y 20AM

Otra vez la voz insiste a mi lado.

—!Señora!

Lo interrumpí de inmediato y en seco sin darle la oportunidad de decirme nada.

—Señor si no me deja en paz llamaré a la policía.

—Señora, acepte mis disculpas.

«¿¡Qué!? Con qué clase de loco me he topado», pensé para mis adentros.

—¿Sus disculpas?

—Si, pues no sabía yo que era usted turista. Pensé que se trataba de una familia indocumentada.

—Señor, el hecho de que nosotros seamos turistas no cambia en nada las cosas, me parece que sus agravios fueron y siguen siendo claros y concisos hacia mi tierra, mi gente y mis raíces, qué déjeme decirle me enorgullecen.

—Soy un viejo que se deja llevar por los impulsos y de verdad me quiero disculpar. Vosotros los turistas enriquecen nuestra cultura y siempre son bienvenidos.

—Tiene usted mis disculpas. Le dije con la única intención de que continuara su camino y me dejara disfrutar en paz mis últimas horas en esa ciudad tan bella.

Me levanté con la sangre latina bien caliente, conteniéndome para no terminar en la policía acusada de atacar a un pobre anciano indefenso que jugaba tranquilamente en la plaza con sus nietos.


 

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11 comentarios en «Fuera de la zona de confort»

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