Espabilados

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con personajes espabilados. Este ha sido el relato ganador:

GABRIELA MOTTA

Cuando la tecnología no nos permite
espabilarnos.

—Mamá, mamá, mamá… Ma-maaá.
—Espera hija ahora no puedo.
—Mamá, es importante.
—Si, te escucho.
Le contestó sin dejar de mirar su celular.
—Mamá mírame. ¿Puedes dejar el celular?
—Que pesada te pones en las salas de espera Catalina, dime, ¿cuál es la urgencia?
—Mamá aquel señor le pegó a su hijo deberíamos hacer algo.
—Catalina la violencia está mal, pero no debemos meternos en la vida de los demás.
—Pero mamá, aquel otro señor —señalándolo con el dedo— sí se metió, le dijo que no estaba bien golpear a los niños y se puso a decirle cosas que no entendí, pero el papá sonrió y le agradeció.
—Catalina esta vez el señor reaccionó bien, pero de todos modos no debemos interferir en la crianza de los demás.
—¿Aunque el papá lastime al niño?
—Catalina, no lo lastimó ¿o vez que tiene sangre?
— No mamá, no tiene sangre, pero le lastimó el corazón.
—Por favor Catalina, siempre tan exagerada, el papá solo le pone límites a su hijo yo no veo nada de malo en eso.
—Pero mamá al niño le dolió… Mamá ¿qué es poner límites?
—Catalina, me haces el favor y te pones quieta. Mirá la tele, están pasando tu dibujo favorito.
—Pero … mamaaaá
—Catalina quiero que obedezcas.
—¿Me estas poniendo límites mamá?
—Cállate de una vez, no te has dado cuento que intento hablar con alguien y es importante.
Catalina se acomodó en la silla y fijó su mirada en el televisor.
—Mamá …
— ….
—¿Yo no soy importante?
—¡PARA YA…! ¡DE LO CONTRARIO TE MOSTRARÉ CÓMO SE PONEN LOS LÍMITES! TE ASEGURO QUE NO TE OLVIDARÁS JAMÁS.
Catalina bajó la mirada, hizo un puchero y se puso a llorar. Mientras observaba cómo un hombre caminaba en su dirección.
—Hola —le dijo aquel extraño.
—Hola —le contestó secándose las lágrimas— usted vino a decirle a mi mamá que no me grite y que deje su celular?
—¿A ti te gustaría que yo lo hiciera?
—Sí, porque el papá del otro niño le dejo de pegar, yo vi como lo saludo y le agradeció cuando se fue.
El hombre sonrió.
—CATALINA, deja de molestar al señor. Discúlpela es que se pone insoportable en las salas de espera.
—Tranquila señora, Catalina no me molesta, ¿cómo es su nombre?
—Me llamo Antonieta y ¿usted?
—Yo soy Andrés.
—Gusto en conocerlo Andrés y disculpe una vez más a la niña. Catalina, deja de molestar al señor ya no te lo repito más.
Antonieta bajó la mirada y siguió atendiendo su celular.
—Mamá falta mucho para que llegué el médico.
—No sé, hay que esperar, mira los dibujitos.
—Catalina que te parece si mientras tu mamá termina de hacer su trabajo, hablamos un poco. Cuéntame de la escuela. —Le dijo Andrés.
—¡No! No quiero hablar de la escuela … Quiero saber ¿qué son los límites? Mi mamá me dijo que el papá le pegó a su hijo porque le ponía límites.
-Bueno, si me lo preguntas a mí yo pienso que para poner límites no hay que maltratar a nadie.
Antonieta escuchó cómo aquel hombre la contradecía, así que guardó su celular.
—Entonces dígame Andrés ¿por qué cree usted que le pegaba?
—El padre estaba desbordado, yo pude hablar con él y me dijo que el estrés lo había llevado a desquitarse con el pequeño, no le ponía límites le pegó porque quería que el niño le obedeciera y ante la negativa se sintió frustrado, avergonzado en público y le dio una bofetada. Yo hablé con él y se veía muy arrepentido. Lo que sucedió ahí fue otra cosa…
—Ah bueno, tenemos aquí un espabilado…
—Señora Antonieta —la interrumpe— le explico estas cosas porque soy psicólogo especializado en infancia, más precisamente en apego. Y debido a mi experiencia puedo darme cuenta cuando un papá o una mamá no están pudiendo conectar con sus pequeños, por lo general cuando esto pasa me aproximo y trato de entretener a los hijos para que los padres puedan respirar y tranquilizarse. Por lo general funciona, como pasó recién en el caso del papá y el niño.
—¿Y para usted el título le da el derecho de cuestionar la forma que tenemos de criar a nuestros hijos? ¿Cuántos hijos tiene usted Andrés?
—Aún no tengo hijos, pero…
—Pero nada. Podrá tener mucho estudio, pero no tiene hijos. Me parece que aquí se terminan sus argumentos. Volveremos hablar del tema cuando usted tenga al menos uno.
Antonieta se levantó bruscamente y tomó de un brazo a Catalina que estaba mirando el televisor.
—Vamos Catalina, busquemos otro lugar para sentarnos.
—Pero mamá, no quiero estoy bien aquí. Además, le pedí al señor que te dijera que no me grites y aún no te dijo nada…
—Catalina, sentémonos en otro lugar. NO TE LO REPITO MÁS.
—Mamá me lastimas el brazo, no quiero, no me obligues.
—Señora Antonieta si el problema soy yo me retiro, pero suelte a la niña por favor —le pidió Andrés con voz calma y tono firme.
Se levantó y volvió a su lugar, Antonieta soltó el brazo de su hija. Ambas regresan a sus respectivos lugares. Catalina lloraba, la mamá volvió a tomar su celular mientras susurraba en voz baja:
—Lo que me faltaba que un desconocido venga a enseñarme como debo educar a mi hija, se cree éste muy espabilado.

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

MARÍA DAVID

No había ninguna nube,solo un sol espléndido que brillaba en el azul celeste de un océano joven,a veces un poco intranquilo,a veces un poco asesino,a veces velo refrescante para la gente que probaba su grandeza.Y aquí estaba yo,en mi camita pequeñita,en una casa modesta,en una ciudad deslumbrante-Tánger que nada se parecía con las otras ciudades de Marruecos repletas de basuras por todas las partes,de muchos gatos callejeros abandonados a su suerte,de casas casi en ruina,de viejos abandonados ,de niños con ropa sucia pidiendo en la calle…..vamos,un caos total.Tenía 15 años cuando algo terrible ocurrió y cambio el trayecto benévolo de mi vida:mis padres murieron en un accidente de coche,cerca de Tánger,en unas de esas calles fantasmales con muchos agujeros,sin luz,salidas más de una película de terror.Me quedé huérfana y tuve que ir a vivir en uno de esos pueblos míseros,pobres,ya que allí vivía una pariente de mi padre que se ofreció encargarse de mi educación.Tenía mucho miedo,era la primera vez que sentía tanto miedo y un gran disgusto que no podía tan ni siquiera pestañear,ni podía articular alguna palabra,era como si me hubiera transformado en una estatua que guardaba dentro una alma aterrada y un corazón cuyos latidos se parecían a una bomba a punto de estallar.Un olor putrefacto rodeaba todo el pueblo y en medio de la basura tirada en la calle había un gato que disfrutaba demasiado con su «festín » y al intentar tocarlo me mordió ferozmente y,casi por sorpresa,la mano….quizás pensaba que soy su plato apetisante en esa noche de loquera.Aún me acuerdo del día en el que iba a conocer mi final trágico,ya que la pariente de mi padre era una puta y que tuve la idea infernal de utilizarme,ofreciéndome como objeto carnal a diablos atroces a cambio de dinero.Mi cuerpo una vez tan suave y limpio,ahora se parecía más a un plato sucio lleno de manchas que ni la lejía les podía quitar.Y muchas veces,entre lágrimas incontrolables y golpes mareantes,oía la voz dulce,inconfundible y eterna de un ángel con pelo negro,largo,suelto,con ojos de miel y encantos deslumbrantes:»¿Que quieres ser de grande?…..Una pintora,de esa manera conservaré el amor puro y eterno que yace en tu mirada suave»….Cogi la poca ropa que tenía y me escapé;por fin tuve el valor de coger las riendas de mi destino y cambiarlo,cumplir con mi sueño como una buena niña bien espabilada y con las ideas bien claras.»Adiós puta de mierda asesina,adiós casa negra,ruinosa,adiós olor putrefacto impregnado en mi cuerpo y puede que también en mi inocente alma,adiós diablos humanos sin alma,adiós moretones incrustados en mi piel,pero a vosotras no os puedo decir adiós cicatrices malditas que siempre seréis los recordatorios de mi cruel pasado».


ELENA RODRÍGUEZ BOO

Hacia 5 años desde la última vez que Carlos y Javier se habían visto así que habían decidido finalmente buscar tiempo para quedar en un bar, tomarse unas cervezas y ponerse al día.

—Y entonces se echó a llover y tuvimos que salir corriendo. —dijo Carlos, sin poder evitar sonreír mientras lo contaba.

—Así que acabasteis todos empapados—carcajeo Javier.

—Bastante—confirmo Carlos uniéndose a las risas de Javier.Justo en ese momento el camarero llego a su mesa.

—¡Buenas tardes! ¿Qué desean tomar?—pregunto el camarero; un hombre alto que portaba una bandeja y un bloc de notas.

Hubo un breve intercambio de opiniones entre los dos amigos y al final decidieron pedir dos cervezas y un plato de croquetas para acompañar. El lugar era famoso por su eficiencia y rapidez y fueron servidos de inmediato. Hablaron de sus actuales trabajos, de sus aficiones en común y rieron con un par de anécdotas. Todo marcho de maravilla hasta que Carlos fue a coger una croqueta del plato y vio que no había. Se rasco la cabeza distraídamente, estaba confundido. No había probado ni la primera y podría haber jurado que Javier tampoco, aunque obviamente estaba equivocado. Intento mantener la charla de forma natural, pero no poder recordar ni una sola vez a Javier cogiendo una croqueta era demasiado extraño. Quizás había estado demasiado inmerso en la conversación. De repente Javier se cayó y frunció el ceño.

—Oye, ¿Qué ha pasado con las croquetas? Yo no he comido ninguna, y tú tampoco, ¿verdad?—dice Javier y después de una corta pausa añade—¡Es como si hubieran desaparecido!

—Sí, es cierto. También lo estaba pensando, pero no es posible—repuso Carlos, un poco aliviado de no ser el único que lo había notado.

Comenzaron a mirar a su alrededor extrañados y entonces fue cuando Carlos lo vio; un pequeño perro se escurría debajo de la mesa de al lado después de alcanzar el bocadillo de uno de los comensales.

—Mira Javier, ¡creo que encontré al pequeño ladrón!—dijo Carlos riéndose con ganas.

—Joder, ¡ese no es espabilado ni nada!—respondió Javier que no tardo en acompañar a Carlos con sus risas.


FRANK TAPIA

Esta es una guerra que no puedo ganar, lo supe desde el primer momento y aun así me dispuse con falso orgullo a librar la batalla que sin duda terminaría de forma rápida y con gran cantidad de elementos aniquilados en el campo de batalla. El primer movimiento lo efectuó mi enemigo, tan desprovisto de empatía y sin el menor miedo, sabiéndose muy superior a mí. Pero no me rendiría tan fácil, el peor error que podría cometer seria mantenerme a la defensiva intentando sobrevivir. Así que me arme de valor y ataque sin mirar atrás. Aun no terminaba mi movimiento cuando el, anticipándose con gran maestría y sin darle la menor importancia, acabo con mi acto de valentía tal como te desharías de un mosquito fastidioso. Intente una vez más atacar donde creí que no se lo esperaba, pero mi rival era astuto y dominaba con vista de águila todo el campo de batalla. Estaba empezando a impacientarme, para que continuar la lucha si sabía que todo estaba perdido, -no, esto no puede terminar así!- ¿pero que podía hacer? su estrategia era perfecta y aunque para él cada soldado era desechable, no desperdiciaba elementos sin alcanzar con su muerte un objetivo.
La pelea era encarnizada, volaban cuerpos aquí y allá y él continuaba tranquilo y sin una gota de sudor en el cuerpo, era un dios que decidía quien moría y en qué momento debía caer y yo el simple mortal que intenta desesperadamente resistir y que aun en el último momento tiene la esperanza de salir victorioso de la contienda. Que ingenuo fui, casi el total de mi ejército fue barrido sin misericordia en un dos por tres. Hay un hueco por donde puedo atacar, pensé no muy convencido de que mi rival hubiera cometido un error, aun así lo intente.
-Hake mate papá!! Jajajaja
¿Pero qué ha pasado?, si, vencido una vez más por mi pequeño de 6 años.


LAURA SÁEZ

Henry Hellman, tras muchos desvíos carnales en la Quinta Avenida de Manhattan, estaba decidido a acabar con esa vida libidinosa. Había amanecido con las artistas más hermosas de la avenida Broadway y todas le habían dejado hiel en los labios. Hoy le había confesado sus más endebles pensamientos a su socio y hermano Frank Hellman, con quien había montado aquel teatro burlesque.

—Lo que pasa, Henry, es que eres un marica— dijo Frank mientras prendía su pipa. Henry lo miró mal. No le gustaba profanar el perfume almidonado de los camerinos con ese característico olor a resina que desprendía su pipa de brezo.

—Un gilipollas es lo que eres, Frank.

—Ya vamos a empezar con tus cursilerías; si ellas se meten más tabaco que tú en el coño.

Afuera se escuchó el distorsionado mundo de las cantantes de Broadway con sus acrobacias y perfilados ojos sonriendo al público. Seductoras y atrayentes como esfinges inalcanzables en el escenario.

—Siento que estoy vacío, Frank.

Frank cabeceó, tenía fija su vista en un tul que había abandonado una bailarina encima del espejo de su gabinete.

—Siento que para mí no está bien que cuanto más conozco a una mujer de cintura para abajo más me desgasto.

Frank hurgó el tejido imaginándose que aquella delicada muselina rosácea era una de las vaginas de las chicas.

—¿Me estás escuchando, Frank?
Frank no contestó, estaba acariciando con sus uñas roñosas aquella epifanía efímera.

—¡Frank!

—Sí, que estás indefinido—dijo arremetiendo la tela contra el espejo—; pero qué quieres que te diga chico. Ellas te adoran, si no fuera por ti ni me mirarían.

Henry bajó la cabeza.

«Sí, todas le miraban con sus ojos llenos de vida pero muertos se tornaban al despuntar el alba».

Unos aplausos se escucharon desde la platea. Un montón de murmullos se acrecentaron unidos a unos impacientes pasos. Enseguida el camerino se ocupó de aquellas chicas que desde lejos parecían musas, pero de cerca se podían ver los brazos blanqueados por cremas y el pastoso maquillaje que las disfrazaba de fieras. Todas armaron un jolgorio sin dejar de parlotear ocupando su lugar en los camerinos después de despegar sus alas en el escenario. La cantante principal llegó por último con pasos laxos contoneando sus caderas, las cuales se desbordaban por la abertura del vestido. Se llamaba Eva, como la precursora del mito de la serpiente y la manzana, venía de Italia y ninguna superaba su grave contralto. Muchos hombres se sentían atravesados por Apolo cada vez que ella ahuecaba su cabellera rojiza, pero nadie se atrevía a asaltar tal torre de belleza.

La italiana creyéndose observada giró sobre sí misma, sin rozar las puntas de sus dedos el parqué del suelo. Frunció sus labios en un gesto burlesco y dijo:

—Señor Hellman, ¿qué le parecí en el escenario?

Frank se quitó el sombrero y lo sostuvo entre sus manos con una sonrisa alelada ante la mujer, a pesar de que su vista estuviera ladeada hacia a su hermano. Henry no dijo nada hasta que fue interrumpido por un codazo.

—Excelsa como siempre.

La italiana se volvió a su espejo no muy satisfecha por su respuesta. Frank se llevó a su amigo atrás pasándole su rechoncho brazo por el cuello.

—¿Qué estás haciendo, Henry? Eva no despega sus labios a no ser que sea por interés o porque está cantando, y es obvio que no está cantando —hizo una pausa riéndose como un cerdo asmático—. Bien, estabas confundido, ¿no? Tú síguele el temita… ya verás como te ajusta las tuercas, después de todo las personas nunca cambian.


DIL DARAH

Media vuelta europea sin palo selfie

Ecaterina, Eco, efímera entre eminencias.
Hija de padres no identificados, promotora de ventas carnales, bailarina ocasional , de noche mendiga, de día carterista. Me hizo un retrato rápido entre tren y tren y no me quiso vender el secreto del rojo que usó. Se inyectó mi billete de cien en la pierna por falta de hueco. A los catorce abandonó Bucarest para tomar la ruta del oro. Llevaba los labios azules, los brazos amoratados y una bolsa de trapos la última vez que la vi y así salió en los periódicos solo que sin sonreír y mucho más pequeña.
Me pregunto si alguien le dio la concesión de una cruz aunque fuera de fosa común turca .

Soufian, Soufi, soufismo entre sapiencias.
Hijo de una madre abandonada en Tétuan, primo del que le daba cama y comida a cambio de obediencia, amante de soledades adineradas. Se deleitaba, a espera de los dieciocho, contrayendo deudas con la policía y escaqueando un sistema adverso a su origen. De los bolsillos del pantalón le caían desastres y de la pechera piedras de sueños prohibidos.
Decía que de la mañana lo mejor es el aroma del café y de la noche el tacto de una sabana: deseos minúsculos en un mundo que pretende desentrañar el Universo.
Entre tanto jugaba al fútbol en los callejones, atormentaba las chiquillas del barrio y escupía rap como cualquier otro joven del Parque del Gurbindo. Asesinado por un chulo , sin mención en las noticias.

Paúl, paladín de los pubs, pauper paulatino desecho por paladares ásperos.
Hijo de lituanos ahogados en la orilla del mar equivocado. Londinense por ubicación, parisino por afición, pianista al mediodía y fan de Chelsea los fines de semana. Me regaló la sonata de piano sin chelo de Korsakov y una llave de cobre para abrir almas. Bastaba santiguarla , aunque fuera con la lengua dentro del paladar, me dijo antes de desaparecer bajo las ruedas del tren a Colchester. A sus dieciséis se había cansado de vivir entre leyes que le expulsaban hasta de su propio cuerpo.

Alina, aliada de alianzas imposibles. Luchaba por los derechos de la comunidad Roma de Glasgow cuando no tenía que vender heroína. Intentaba sacar adelante ocho hermanos y hermanas, todos apuntados al colegio y al dentista.
Los alimentaba a bonos de comida y a robos de cajeros automáticos. Me confesó haber matado a su padre por abusos. La madre había caído de tuberculosis años atrás. Sólo quería un plato de comida caliente y una cama en la que apiñar a los enanos, a poder ser sobre un colchón sin pulgas. A punto de cumplir los diecisiete alguien le regaló una bala, en un callejón contiguo a Bath Street. Todavía se investigan los hechos.

Boris el bonachón. Descuartizado bajo los puentes de Amsterdam. 11 años. Soñaba con ser piloto.Adoraba los dulces orgánicos.

Ionel el león de papel. Quince años . Encontrado sin riñones en los fondos del Coliseo de Roma.

Lenia. Trece años. Muerta durante su primer parto entre los contenedores de basura de Marsella.

Ana. Ocho años. Secuestrada por un californiano rico, afincado en Berna.

Durum. Diminuto gorro de lana verde. Vendido a los cuatro años y asesinado a los seis.

Osana. Pequeño rayo de sol, ojos negros y faldas rojas. Dos años.

Serenela. Hermana mayor de Osana. Ambas abiertas de costado en costado entre las arenas doradas de Croacia.

Que descansen en paz mientras leemos el TripAdvisor de 2018 .


INMA PULIDO

Tomassss…
Raúllllllll…
¿Dónde estáis?
Estoy empezando a cansarme de este jueguecito vuestro.
La voz desagradable y chillona, de su tía, hacia que los niños temblasen.
-Vamos a tener que salir, tarde o temprano, decía Raúl, el más pequeño.
-Chissss, quieres callarte, no te muevas, no nos encontrará.
Tomás era más mayor, pero el miedo no tenía edad, a los dos les afectaba igual.
-Pero es que cuanto más tardemos en salir, peor, repetía el pequeño.
Apunto de regañarle, Tomás no pudo pronunciar palabra alguna, un portazo fuertisimo los dejo paralizados.
-¿No pensáis salir?
Os lo advierto, no estoy para tonterías, estoy cansada de vuestras manías de niños debiluchos.
No me importa el tiempo que os retraseis, el trabajo esta por hacer y no pienso dejar que os lo salteis.
Silencio…ellos, no dijeron nada.
-Bueno, esta bien, voy a salir, a mi vuelta espero que hayáis reflexionado y ésteis en el comedor, en la cocina os dejo el desayuno, no pienso daros más oportunidades.
El ruido de la puerta les advirtió de su marcha.
-Creo que debemos hacerle caso, no nos queda más remedio, no tenemos a nadie, ¿que otra cosa podemos hacer?
-¿Hacerle caso?..vamos Raúl, no digas tonterías,eres muy pequeño y entiendo tu miedo, no te preocupes , está es la última vez que nos esconderemos de ella.
Salieron despacio,seguros de que se había marchado.
Se acercaron a la cocina y miraron su desayuno.
Un trozo de pan duro y una infusión sin azúcar.
-Puag, yo no pienso tomarme otra vez eso, decía Tomás, y tu tampoco, antes moriremos de hambre.
Se estremeció al ver los ojitos de su hermano, llenos de lágrimas.
-No llores, no pasa nada esto terminará hoy.
Y lo abrazaba con fuerza.
Raúl, se agarraba a él y callaba, sabia que lo haría.
Intentaron abrir la puerta, fue en vano cómo siempre,estaba cerrada por fuera.
Sentados en la sillas de la mugrosa mesa de la cocina, hablaban de su vida desde que ella los acogió tras la muerte de su madre.
Era soltera, una mujer ruda, sin amigos, ni parientes.
De hecho sus únicos parientes eran ellos.
Vivir el día a día en su hogar, fue horrible desde un principio.
Tenían que acompañarla todos los días a centros comerciales, calles concurridas, y todo para ejercer de carteristas.
Algo que ellos no querían hacer, de ahí su manera de reaccionar, se escondían.
-¿Quieres dejar de jimotear?
No ves que no me puedo concentrar, estoy intentando pensar.
-Pero es que tengo hambre, decía el pequeño mientras mordisqueaba el trozo de pan duro.
-Pues bueno, muerde y calla, de todas formas no tenemos nada más, ella lo tiene todo guardado bajo llave, igual que a nosotros.
Habían pasado dos horas escasas y oyeron los pasos.
-Vamos,tenemos que escondernos, ya viene.
-No, de nada servirá, hoy es el último día que estaremos aquí, y metiendo los dedos en el pelirrojo pelo de su hermano, Tomás lo tranquilizaba.
Se abrió la puerta.
-Hombre, ¿ya salisteis de vuestro escondite? pues hoy estoy generosa y creo que os daré lo que os merecéis.
Metiendo la mano en un bolsillo de su sucio pantalón saco una llave y se dirigió a la despensa.
Hoy voy a poner un buen caldo,he tenido suerte he desvalijado a un anciano confiado.
Los niños la miraban con desconfianza.
¿No me decís nada?
Deberíais estar agradecidos.
-¿Agradecidos? no somos afortunados de estar a tu lado, nada nos haría más felices que estar lejos de aquí.
Una sonora bofetada sonó en la cocina.
Tomás, con los ojos llenos de rabia y fijos en su tía, no demostró debilidad alguna.
-No le pegues,no eres nadie.
Mi madre no querría esto para nosotros,lloraba Raúl.
-Tu madre no está aquí, y deja de llorar pareces una niña.
Voy a preparar la comida y como si nada hubiese pasado,se puso a preparar la comida.
Sentada mientras la olla hervía ordenó a los niños que pusieran la mesa.
Ahora podían hacerlo, su tía tenia todo lo necesario cerrado con llave en aquella inmensa despensa.
Cabizbajos y sin rechistar así lo hicieron.
Ceferina,estaba cansada y estaba dando cabezadas,algo que los niños observaban.
-Tía, estas dando cabezadas ¿apagamos la comida? le dijo el mayor.
-No tiene que hervir un poco más, y dejarme tranquila al menos cinco minutos.
Tomás se acercó al fuego y vio como la olla estaba en plena ebullición.
Se percató de que el manojo de llaves que su tía llevaba siempre encima lo había dejado metido en la puerta de la despensa.
No lo pensó, miro a su hermano, y con un gesto le dijo que se acercase.
Cuando lo hizo le dijo.
-Ves al lado de la puerta, y prepárate para correr cuando yo te diga.
Y con rapidez puso las llaves en su bolsillo.
-¿Pero? y si…..temblaba el pequeño.
¡Pero nada, hazlo! le dijo.
Armado de valor y conrapidez cogió la olla y acercándose a su tía, se la tiro sobre las piernas.
El grito sonó desgarrador sus manos cogían sus mugrientas ropas intentando quitárselas.
Nada le preocupaba más en ese momento.
Tomás abrió la puerta y corriendo con su hermano de la mano, les faltaba mundo.
Las lágrimas llenaban sus ojos, miraba hacia adelante sin parar de correr, solo pensaba en llegar lo más lejos posible.
Había conseguido por fin lo que pretendía…Huir.


MARÍA JT

-Con un simple “clic” tendrás en tu cuenta más ceros de los que has visto en toda tu vida.
-A cambio de qué,¿de traicionar a toda la familia?
-Con dinero, amigo mío, no te hace falta familia.
Peter era uno de esos tipos de los que en cada comida, cada encuentro casual en el club de golf, cada paso que daba, veía una posibilidad de negocio.
-Sabes que tu padre jamás confió en ti para llevar las riendas de la empresa. Ahora tienes la oportunidad de demostrarle de lo que eres capaz.
-Peter, mi padre ya no sabe ni cómo me llamo. No sabe ni dónde tiene su mano derecha.
-Jajaja, menudo hijo de puta fue siempre. Nunca te valoró lo suficiente. Ahora, con tu hermano en la cárcel y tu hermana investigada, no hay nada que nos detenga.
Me senté en la silla, frente al ordenador. Levanté la vista hacia el final de la mesa de cristal, hacia la pared transparente, hacia la cuidad. Cuántas veces había llorado de rabia, golpeando mi cabeza con frustración contra ese cristal, queriendo no existir, desaparecer. Y ahora era todo o todo. Todo para mí.
Me pasé la mano por el pelo, me coloqué el nudo de la corbata, y me acerqué el ordenador.
CLICK. ESPERANDO RED….OPERACIÓN ACEPTADA.
-Felicidades Frank. Tu vida ha cambiado.
Yo no sentía nada diferente a hacía treinta segundos antes. No sentía que mis deseos de venganza, mi rabia y mi impotencia se vieran saciadas por fin.
Sin embargo, Peter parecía levitar por la sala de juntas. Su característica sonrisa brillaba y en su rostro se adivinaba una luz diferente.
TOC TOC TOC
-Adelante.
-Peter, al policía está aquí.


JOSÉ MANUEL PORRAS ESCOBAR

— ¡Valiente incompetente es el entrenador este de los cojones! ¡Acabamos de empezar y ya nos han marcado! ¿Tú te lo puedes creer?

— Hombre, lo hace lo mejor que puede…

— ¿Lo mejor que puede? ¡No me jodas, Fermín! —gritaba mientras se comía el bocadillo —. Seis partidos perdidos consecutivos, seis. Eso no se lo he visto yo a mis “leones” en la puñetera vida.

— Patxi, que no es tan fácil, que entrenar es más duro de lo que parece, que hay que estar ahí…

— Que sí, que sí…Lo que tú quieras, pero eso lo hago yo con la gorra. Pero si eso es sólo pintar unos cuantos garabatos en la pizarra y cobrar —dijo Patxi explicando su posición— ¡Pintamonas, que no sirves ni para estar escondido! ¡Cabrón!—gritó Patxi dirigiéndose con ira hacia el entrenador.

En ese momento, Fermín cogió su móvil, ignorando los incesantes “berridos” de su cuñado, y mandó un Whatsapp a alguien. Cinco segundos más tarde, el entrenador, con la cara completamente blanca y agarrándose el pecho, caía fulminado en medio del césped para sorpresa de los aficionados. El estadio enmudeció; parecía que le había dado un infarto al entrenador. Los equipos de emergencia no se hicieron esperar y depositaron al entrenador en la camilla sin dudarlo: se habían quedado sin entrenador para el partido más importante del año.

Y es que, en la semana de antes de ese crucial partido, el segundo entrenador, que había trabajado muy duro durante todo el año para la final de copa, decidió cogerse vacaciones para aliviar toda la tensión que había acumulado, dejando, de esa manera, toda la presión en los hombros del entrenador principal…y ahora nadie podría suplirlo. La tensión se respiraba en cada en cada rincón del estadio. Los cuchicheos, las miradas extrañas y el abrupto parón de las charangas eran sólo algunos de los indicadores de ello. La situación era totalmente crítica…y Fermín, con convicción, abrió la boca y le dijo a Patxi:

— Ahí la tienes; la oportunidad de tu vida. Baja y enséñales lo que sabes con un par —dijo Fermín mientras esbozaba una sonrisa pícara.

— ¡Qué dices! ¿Cómo voy a hacer eso? ¿Te has vuelto loco, Fermín?

— Creía que lo sabías todo sobre entrenar, que eras un crack en eso de las alineaciones, que eras un mastodonte para organizar las tácticas defensivas —respondió Fermín con sorna.

— Sí, pero no así…

— ¿Por qué? No me digas ahora que no quieres. No me digas ahora que te vas a “rajar”. No me hagas decirlo… —dijo Fermín intentando generar intriga.

— Decir qué, ¿eh?

— Que no tienes huevos de entrenarlos.

— ¿Qué?

— Que no tienes huevos. No tienes huevos.

— ¿Cómo te atreves?

— Baja y demuéstramelo. Venga, con un par.

— ¡Me cago en la leche, ostias! ¿Dónde está el puñetero túnel de vestuario? —gritó Patxi mientras miraba hacia los lados.

Así fue cómo Patxi logró bajar y ubicarse en la posición de entrenador mientras gritaba coléricamente, intentando dar instrucciones. Sorprendentemente, los agentes de seguridad no le echaron, pero eso no impidió que le cayeran “palos” sin cesar.

Ininterrumpidamente, los goles caían en su contra. La defensa era un “coladero”, el centro del campo estaba completamente perdido y los delanteros estaban totalmente exhaustos de tanto intentar meter gol sin fortuna alguna. Estaba siendo un completo desastre. La cara de Patxi lo decía todo.

El partido acabó y el seis cero rezaba en el marcador. La pitada del público fue monumental; los improperios hacia su persona eran una constante. Ahora sabía lo que se sentía. Pero, para su desgracia, la cosa no se quedaba allí: todavía quedaba atender a los periodistas en la rueda de prensa .

Indeciso, intentando no tropezarse y frotándose las manos, entró en la sala, mientras todos los periodistas lo esperaban expectantes, se sentó en la silla del medio y empezó a beber agua para templar sus nervios… hasta que uno de los periodistas hartos por la demora “abrió la veda” de las preguntas violentas por la derrota. Los demás siguieron con el mismo tono. Como en la sabana, ninguno de ellos pretendía perder posiciones ante la presa. Todos querían su cabeza por la derrota; todos, sin excepción. En especial, su cuñado Fermín.

Con el móvil en las manos y riéndose como un poseso, Fermín presenciaba en directo la rueda de prensa de su cuñado. Para él, era el éxtasis supremo. Ver cómo su cuñado sufría y sentía que no podía manejar la situación era la justa venganza por todos estos años aguantando las impertinencias.

Sí, Patxi era el típico cuñado por antonomasia. Ese que sabe de todo, ese que puede hacer de todo y ese que intenta quedar por encima de ti en cualquier circunstancia pase lo que pase, cueste lo que cueste. Fútbol, boxeo, coches, mujeres, política eran sólo algunas de las áreas predilectas de su “vasto” bagaje. Nochebuena, Nochevieja o cualquier otro tipo de ocasión familiar eran los escenarios propicios para su “magistral despliegue de conocimientos”. Conocimientos dogmáticos, inquisitoriales e infundados, por otro lado.

Y así, mientras se sucedían los años, Fermín aguantaba, se tragaba sus palabras y guardaba su ira hasta esperar el momento perfecto. El momento en el que la trampa se haría efectiva. Ese momento que no fue otro que la final de copa.

Sin remedio, sucumbió. Como si fuera si fuera una rata en una trampa con queso, cayó de lleno en la emboscada. Una emboscada meditada y sopesada durante mucho tiempo para la que necesitó ayuda de su fiel amigo el entrenador. Sabía que el riesgo era alto; renunciar a la copa era un “daño colateral importante”. Pero, aun así, el “míster” accedió. De todas formas, su año futbolístico en el club estaba siendo una verdadera catástrofe, ya había fichado por otro equipo para la temporada que viene y le debía un inmenso favor a su “compadre”. Definitivamente, no tenía mucho que perder si obedecía las órdenes el mensaje…Y así, de esa manera, fue cómo Fermín le daría al “tocapelotas” y “espabiladillo” de su cuñado la lección de su vida. Una lección que no olvidaría jamás.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

MI MADRE LE LLAMABA «El ESPABILAO»

Mi madre era la portera de aquel bloque de pisos. Por lo tanto, conocía muy bien a todos los vecinos. Sin embargo, en casa, a ninguno le llamada por su nombre. A mi madre le gustaba ponerles motes a todos.

Por ejemplo, en el cuarto vivía un matrimonio que no era muy agraciado físicamente. Así que a la mujer la llamaba “La Guapa” y al marido “El Guapo”.

En el tercero vivía una familia cuyos miembros nos hacían la vida imposible porque siempre se quejaban de todo. Mi madre decía que lo hacían porque tenían envidia de nosotros.

A la mujer la llamaba “La Perro” porque según ella, era muy mala. Al marido “El Taxista” pues se ganaba la vida conduciendo un taxi. Tenían cuatro hijos. Al mayor le llamaba “El Sinver», al segundo “El Gaita”, al tercero “El Subnormal” y por último a la pequeña “La Perrito”.

En el segundo vivía otro matrimonio que regentaba una pescaderia. Así que al marido le llamaba “El Pesca” y a la mujer “La Pescadilla”.

En el primero vivía un padre viudo con su hijo. Al padre le llamaba “El Borracho” porque más de una vez le tuvimos que ayudar a subir a casa porque llegaba dando tumbos. Se pasaba la tarde en la bodega bebiendo chatos de vino. Al hijo le llamaba “El Espabilao”.

“El Borracho” y “El Espabilao” habían sido los últimos en llegar al bloque. Una vez le contó «El Borracho» a mi madre que no podía vivir en la misma casa donde había compartido los mejores momentos de su vida con su amada esposa.

Cuando llegaron,“El Espabilao” tenía ya 16 años. Solo dos más que yo. Era un chico muy despierto, amable y atento. Siempre te saludaba y te sujetaba la puerta. Encima era guapo. Recuerdo que al principio mi madre me dijo más de una vez -medio en broma o medio en serio- que ese chico podía ser un gran novio para mí.

Íbamos al mismo instituto. Una vez a la salida dos chicos se metieron conmigo. Incluso uno de ellos me tocó el culo y el otro las tetas. De repente “El Espabilao” apareció de la nada y dio un puñetazo a uno y una patada en la boca del estómago al otro. Ambos cayeron al suelo al instante.

En ese instante me enamoré perdidamente de él, aunque sabía que un chico como él jamás se fijaría en una chica como yo de ese modo.Yo era fea, con gafas y rechoncha. Él era guapo, alto, y parece ser muy fuerte y valiente.

Mi primo Antonio iba a su clase. Me contaba que “El Espabilao” jamás atendía en clase y aún así siempre sacaba sobresaliente en todas las materias. Lo que hacía que los profesores le odiasen.

Todas las chicas estaban por él. Y él jugaba con todas. Más de una vez mi madre, incluso yo misma, le vimos entrar en el portal en compañía de alguna de ellas y subirla a casa. Yo me moría de celos por dentro.

Cuando terminó el instituto no quiso ir a la universidad. Decía que tenía ganas de trabajar y ganarse la vida por su cuenta. Cada vez se le veía menos por el bloque. Pero cada vez que aparecía llevaba ropa más cara y elegante.

Cuando cumplió los 18 se sacó el carnet de conducir. Se compró un coche de segunda mano. Sin embargo, antes de cumplir los 19 apareció con un coche recién estrenado. Yo no he sido nunca experta en coches, pero aquel coche costaba una pasta. Nadie sabía a qué se dedicaba. Pero todo el mundo lo sospechaba.

Una noche mientras estaba estudiando, escuché como alguien abrió la puerta del portal. Luego escuché dos o tres pasos y acto seguido un golpe seco contra el suelo.

– ¡Matilde! ¡Matilde! ¡Ayúdame Matilde!

Reconocí su voz al instante y me sobresalté. Me sorprendió que me llamase a mí, en vez de a mi madre. Me dirigí a la puerta de la portería y abrí. Las luces del portal se habían apagado. Las encendí y entonces vi que estaba tendido en el suelo en medio de un charco de sangre.

– Felipe… ¿qué te ha pasado?
– Matilde, llama a una ambulancia por favor… me estoy desangrando…

En ese momento mi madre también salió al descansillo:

– ¡Ay madre! Matilde quédate con él, yo llamo a la ambulancia…

Me quedé sola con él. Como tantas veces había deseado. Pero jamás pensé que sería de esta forma. Me arrodillé en el suelo ante su cuerpo cosido a navajazos.

– Felipe ¿Quién te ha hecho esto?

Pero “El Espabilao” ya había perdido el conocimiento. Cogí su mano y me quedé a su lado llorando hasta que llegó la ambulancia y los sanitarios me apartaron de él.

Se lo llevaron al hospital. Mi madre llamó a la puerta de su casa, pero su padre no abrió. Estaría borracho como siempre.

El “Espabilao” era muy fuerte y aunque nadie se lo explicaba, sobrevivió. Parece ser que todo había sido un ajuste de cuentas por un tema de drogas.

Cuando me permitieron entrar a verle en la UCI, me cogió la mano y solo me dijo:

– Matilde, estoy muerto de miedo…
– Tranquilo , te vas a poner bien.

Le dije con toda la seguridad del mundo. Fue condenado a dos años de cárcel. Pero solo cumplió 14 meses. Durante ese tiempo nos escribimos a diario. Y le fui a visitar todas las semanas.

Nunca volvería a ver a su padre. Una mañana “El Borracho” amaneció muerto ahogado en sus propios vómitos.

El día en que le pusieron en libertad yo le estaba esperando en la puerta. Cuando me vio me sonrió. Cogió mi mano y nos pusimos andar hacia la parada del autobús.

Desde ese momento hemos estado juntos. La primera vez que hicimos el amor, besé, acaricié y lamí todas las cicatrices de sus heridas.

Mi madre quiso dejar la portería. Los tres nos fuimos lejos de aquel lugar. Ahora mi madre en vez de llamarle “El Espabilao”, le llama “Hijo».


OLGA LUJÁN

«ESTE CHICO NOS HA SALIDO ESPABILADO»

No le costaba madrugar. El despertador le sorprendía despierto muy a menudo y no porque estuviera deseando iniciar el día lo más temprano posible, sino porque varias ideas le rondaban la cabeza. Cuando conseguía darles forma eran sustituidas por otras más ambiciosas aún. Y así sucesivamente desde que tenía uso de razón. Ahora con cuarenta y ocho años comenzaban a requerir de muchas horas de insomnio.
Lejos habían quedado los enredos necesarios para conseguir que alguien le hiciera los deberes, conquistar a una chica, convencer a un amigo para que le dejara el coche aún sabiendo los dos que no tenía carnet, aprobar un examen sin estudiar… las necesidades, al igual que él, iban creciendo con los años.
Su cerebro no tenía descanso. Apenas acabó de conseguir aquel título universitario y de nuevo la maquinaria destinada a su «progresar en la vida» se ponía en marcha. Obtener un par de máster y un doctorado le llevó algo más de trabajo. Para esta tarea fue necesario tirar de algunos contactos de papá. No hubo problema, como dijo uno de ellos: «Hoy por ti y mañana por mi». El muy infeliz no sabía en esos momentos que ya nunca podría devolverle el favor. Y así poco a poco fue escalando posiciones. De simple concejal pasó a alcalde de su pueblo, más tarde diputado regional, ministro, Presidente de su país. Sin embargo nada era suficiente. Ambicionó y consiguió llegar a ser uno de los tres Presidentes de Confederaciones que dominaban el planeta.
Pero esos eran otros tiempos. El mundo había cambiado.
Lo que su ego demandaba en estos momentos requería de un plan bastante elaborado. Aunque la meta a conseguir esta vez, precisaría de ayuda externa algo que, por otra parte ni le gustaba ni era posible.
Recordaba cómo, en épocas pasadas hubo gente que le criticó.
—¡Es increíble! ¿Cómo pudo existir alguien que me juzgara porque, según ellos no me esforcé para lograr mis fines? —dijo sin pensar.
—¿Cómo dices cariño? —preguntó su esposa que fingía dormitar a su lado.
¡Cuánta ignorancia en aquellas mentes mediocres que un día le rodearon! Todos esos que hablaban tanto, ¿se detuvieron alguna vez a pensar en las horas que él destinaba a sus propósitos? Cada uno medraba en la vida como mejor podía o como más le gustaba o como le dejaban. Luego estaban esos pusilánimes que se conformaban con cualquier cosa. Claro que así fue su destino. Él nunca perteneció a ese tipo de individuos.
—Nada cielo. Pensaba en voz alta. Aunque… —no estaba seguro si debía compartir con ella sus nuevas aspiraciones o quizá sí. Al fin y al cabo solo su mujer podría admirar lo listo que era. Ya lo decía su madre cuando de niño presumía frente a las amigas tomando el té: «Este niño nos ha salido muy espabilado».
—Estaba pensando, —continuó él buscando el modo de obtener su aprobación —que…
Mientras el gran hombre hablaba, ella simulando escucharle, se levantó de la cama, cogió una bata y se dispuso a preparar los desayunos. Encendió todas las luces a fin de iluminar la sala. Era luz artificial pero no había otra cosa. Añoraba el sol que entraba en la residencia de verano en aquella isla mediterránea y por supuesto, al personal de servicio, tan eficiente. Encima su marido continuaba con sus «tejemanejes». Genio y figura…
«En fin, ¡Qué le vamos a hacer!» pensó. «Creo que últimamente está perdiendo la cabeza. Claro que vivir en este búnker desde el holocausto nuclear, es para volver loco a cualquiera.
—¿Tú crees, que si los otros dos Presidentes siguen vivos, habría algún modo de convertirme en el Jefe Supremo? —Le oyó ella decir entre sus nostálgicos pensamientos.


LUISA ROJAS

Corre corre mujer, la multitud te aclama.
Y pensar que antes tu eras la aclamadora, ese don de mujer, lo has sabido aprovechar al máximo. Pero sera para bien o para mal, eso depende de cada quien. Pues para ti, Gracias a eso te has ganado muchos, te has salvado de tantas y ahora eres casi invencible. Tal vez esto dure o tal vez no, pero si que lo has sabido disfrutar. Espabilados no es solo hacer las cosas por conveniencia, es saber esperar el momento y lanzarse. Es saber tomar lo que se puede y aferrarse a ello.


EMILY RUIZ

Poeta espabilada

Un homenaje a las costureras
por una poeta que trabaja
como una bestia sus poemas.

Hila prosa con lana gruesa,
borda cicatrices en su piel
y le remuerde la madeja.

Su abuela fue costurera
y quedó viuda con cinco hijos,
ella tiene un gato y cinco libros.

Carga con ellos a todos lados,
les quita el polvo, los besa
e invita a que los quieran.

Gusta de ir al nervio,
se va por el sexto libro,
no para ni para ir al baño.

Ha sido traducida, invitada,
antologada y ejerce de Licenciada
en un mundo de presentaciones.

Tiene un master, un PHD,
un FBI, dos UFC, tres WTF
y fue usuaria de napster.

Su performance de foragida:
Entra en trance en la mesa de honor
y pide más literatura y menos show.

Pertenece al movimiento
de los indignados, y pregunta
si se puede ir más allá.


ANÓNIMO

Érase una vez una entrevista de trabajo a la que se presentaban tres candidatos: un matemático, un físico y un abogado. Todos ellos esperaban en la misma sala. Llamaron primero al candidato matemático. Los entrevistadores le advirtieron que la prueba consistía en una simple pregunta, que era cuánto es dos más dos. El matemático respondió: «dos más dos es exactamente cuatro». Le dieron las gracias y salió de la habitación. Después llamaron al físico y repitieron el procedimiento, anunciándole como única pregunta cuánto es dos más dos. El físico contestó: «dos más dos es aproximadamente cuatro». Le dieron las gracias y salió de la habitación. Por último, llamaron al abogado. Igual que a los anteriores, le comunicaron que la entrevista consistía en una sola pregunta, que era cuánto es dos más dos. El abogado miró primero a la izquierda y luego a la derecha. Tras comprobar que no había nadie más en la habitación, se levantó de la silla y corrió hasta la puerta para cerrarla con llave. Volvió a correr hasta la ventana, la cerró y bajó completamentente la persiana. Se aproximó a la mesa de los entrevistadores, puso las manos sobre ella y mientras se inclinaba hacia delante mirando a los ojos de los entrevistadores, respondió: «por seis mil euros, ¿ustedes cuánto quieren que sea?».


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19 comentarios en «Espabilados»

  1. Yo voto por el link
    Y por Gabriela.
    Por Lucideces
    Por Olga
    Por Porras

    «Y por tod@s mis compañeros…
    Y como no puedo por mí primero,»

    ¡El punto va para Gabriela!

    Responder

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