Niños

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema “Niños”. Estos son los relatos recibidos. Puedes votar por tu favorito en comentarios antes del próximo jueves día 22 (solo un voto por persona).

VIRGINIA FÁTIMA GONZÁLEZ RADERO

LA LEPROSA
Sentada tras la ventana veía pasar el mundo. Su enfermedad la limitaba, su aspecto la excluía.
Carece de defensas dijeron los médicos, cualquier herida, para ella puede ser peligrosa y hasta fatal si se infecta. Y así vivía, cubierto su cuerpo de vendajes que le daban un aspecto horroroso.
Sus padres pensaron que un ambiente menos contaminado que la ciudad le ayudaría a recuperarse más rápido y fortalecer sus defensas. La enviaron a casa de unos parientes en el campo. Y allá fué; envuelta en vendajes como una pequeña momia, incapaz de comprender el desarraigo; enfrentando sorprendida el fantástico mundo que descubría a su paso.
Poco a poco se alejaba del aislamiento al que se viera obligada desde su nacimiento, donde solo una ventana cerrada era su comunicación con el mundo exterior. Desesperanzada comprobó que el nuevo mundo que le esperaba era aún peor. Agreste y agresivo, mucho más peligroso por lo que su reclusión fué mayor.
Su único momento de solaz era la biblioteca y allí construyó su pequeño mundo donde podía viajar en total libertad, sin límites ni restricciones
A veces, a través de la ventana veía a los niños del lugar que marchaban a la escuela o al cercano almacén. Veía sus gestos y adivinaba sus palabras. Ellos tenían prohibido por sus madres acercarse a ella.
Habían corrido la voz de su enfermedad y la llamaban «la leprosa». Tras largos y sufridos años y miles de libros , llegó el día que debería volver a su hogar con sus padres. Atrás habían quedado los tristes días de aislamiento. La larga enfermedad y sus terribles secuelas habían quedado atrás y pronto podría iniciar su escolaridad cerca de su casa.
Pero la soledad se había afincado en su corazón para siempre. Solo en los libros buscaba compañía. Aprendió a fingir que se adaptaba a esa nueva vida, aparentando ser tan normal como le era posible.
Pero en su corazón vivía una y otra vez las maravillosas y locas aventuras que conociera en sus libros aquellos lejanos días cuando niña.
Cuando todos la llamaban «la leprosa».


JORDAN ANDRADE

Yo
Que aburrida era la clase de historia aunque a esta edad todo lo importante es aburrido, 12 años, yo me sentía un adulto, para la sociedad era un niño y para mi madre tenía edad suficiente para pelar patatas todo el día, no entiendo por que en esta clase todos se quedan callados y ponen atención, el maestro no es rudo, es el tipo mas bueno del mundo espera hasta 3 semanas una tarea y si no la presentas te pone un 6, creo que todos los vagos de mis amigos están agradecidos por eso y se lo demuestran siendo educados y respetuosos, este seria el paraíso para la maestra de matemáticas, pobre vieja siempre tiene que dejar el salón para ir por el inspector pero nunca lo encuentra así que no regresa, odio esta clase al igual que Rony el se la pasa dibujando personajes de caricaturas que nunca llegare a ver, mi madre dice que son del diablo… tengo que conformarme con libros de mi hermano mayor… novelas y novelas, chicos que se enamoran de sus maestras, novios que se matan por amor, un tipo con 3 novias y una viuda ninfomana…. como mierda fui a perder mi inocencia con eso, ¡dos horas de historia!… matenme.

Se vuelven a escuchar risas cuando el maestro de historia abandona el salón y yo siento paz, vienen dos horas de matemáticas así que serán 20 minutos de relajo, bolas de papel y gritos luego se ira y saldremos todos a jugar al patio. Se siente un ambiente a velorio cuando entra el inspector, su cara da miedo alto y musculoso elegante con voz de tarro, los rumores dicen que fue policía pero mato a un criminal y le dieron la baja, el no tenia que hablar solo caminaba entre las sillas y apuntaba con el dedo una basura, una camisa por fuera, una falda corta, un peinado raro etc, y en menos de cinco minutos todo quedaba perfecto, luego entro la maestra de matemáticas y respiro con alivio -¡por fin!, parece que hoy podre dar clase- yo solo pensaba en que serian dos horas mas de aburrimiento.

Primero lo primero ese grupo de atrás se separa en mi clase por que son los peores,
Sr. Andrade venga a la primera fila, Sr. Perez a esa esquina, Sr. Martinez quédese ahí usted es alto, Sr. Rodriguez serca del escritorio a ver si así deja de sacar ceros, todo el salón se ríe despacio yo siento vergüenza de estar en la primera fila y el inspector alza su voz de tarro -¡no están es sus casas!, ya regreso y si me entero de un solo problema les va a dolor- todos sabemos lo que les pasa a los que no obedecen al inspector: una secuencia de ejercicios militares en medio del patio donde todos te miran con lástima, nadie quiere eso.

La tensión del ambiente se va con el inspector, la diferencia entre atras y adelante se nota mucho, mas claridad mas silencioso mas cuadernos, estoy rodeado de mujeres pero de las raras del salon, me recuesto sobre mi pupitre y escucho que hablan de tareas y proyectos que yo a duras penas recuerdo haber hecho -oye Andrade, que resultado tienes en este ejercicio-
que fea voz tiene, volteo como sin querer, oh ese no lo hice, no la miro a la cara así que no se como reacciona -y este otro?- haaa esos se los copie a Rodriguez así que están mal.

Obvio que los tenia y no estaban mal para nada si reprobaba una materia moría en casa pero no quería que crean que podemos ser amigos o hablarnos volteo rápido por si uno de mis amigos me ve no quiero que se burlen de mi hasta que encuentren algo mas de que burlarse -Señores saquen una hoja como no hemos tenido clases tomaré una prueba necesito notas- suena un ¡nooooo! de fondo yo nunca le he tenido miedo a las pruebas me sirven para saber si estoy aprendiendo algo y para que mi madre me de dinero.

Como eran dos horas sobra tiempo para calificar las pruebas y entregarlas, wuau un 9 esto serán 5$ pensaba… de pronto se acerca Alicia -cuanto tienes?- que linda voz pienso ella era una de las raras pero yo me fijaba mucho en ella y su cabello claro su piel blanca sus lindas manos, sus grandes y bonitos ojos y sus lindos aretes, mis amigos decían que era fea y se burlaban de su apellido cuando pasaban lista … Alicia Diaz?… y el valiente siempre gritaba … no vino ella estudia en la mañana… analizándolo era muy tonto pero en su momento era gracioso estudiábamos por la tarde y ahí estaba la gracia, tengo un nueve mira, ella sostiene la hoja la mira y me la devuelve -yo ocho- nunca había escuchado su voz tan cerca… olía tan bien… y se veía mucho mas bonita… empecé a vivir una de esas tontas novelas que había leído, en los próximos días hablamos más, claro solo en las horas de matemáticas, lo hacia de una forma muy discreta para que nadie se burlara de mi, las chicas bonitas que veían mis amigos ¡vaya! que si eran bonitas pero era tontas y huecas y siempre hablaban de los chicos de último año… yo empecé a pasar de las conversaciones tontas que tenían mis amigos acerca de esas chicas y cuando pasaban lista trataba de que ella me mire y sepa que no me causa gracia las tonterías que ellos decían.

Un día la maestra de matemáticas enfermo y la tuvieran que operar cuando llegó su reemplazo ya nadie se cambió de lugar y ya no pude hablar con ella siempre pasaba con mis amigos y ella con las raras…. ser un chico malo de los de atrás y llevar un buen promedio ya era muy difícil de mantener como para arriesgarme a decirles que me gustaba ella, sabia que en un futuro mis amigos y yo pondremos prioridades como tener novia y ahí todo sera mas fácil pensaba, confiaba en que seguiríamos 5 años mas juntos y ahí lo intentaría, mientras solo la observaría como antes.

-Oye Andrade dice Alicia si estas enojado con ella, que por que ya no le hablas- ¡Maldita rara con voz fea! pensé… todos mis amigos me quedaron viendo como esperando mi respuesta dije lo mas inteligente que un muchacho de 12 años podría decir… es que me cae mal es rara… todos mis amigos rieron sufrí burlas durante una semana y nunca mas me atreví a mirarla tenía miedo de que nuestros ojos chocaran y sentir su odio, un día en clase de historia se lo conté todo a Rony mientras dibujaba sus caricaturas se lo dije a el por que sabia que no me prestaba atención.

Los próximos 5 años pude ver como se ponía mas bonita y como se hacia novia de chicos feos o almenos para mi lo eran nunca más volvimos a hablar eramos 40 estudiantes así que era fácil evitarla.


FUEN CALDERÓN ROMEO

Ternura
Llegó el señor oso a casa de la niña,
por su cumpleaños se lo regaló una amiga.
Pelo desgreñado y a cuadros un chaleco,
Pantalón de pana, cinturón de cuero,
zapatos marrones y pardos sus ojos.
¡Era tan bonito!, bonito como pocos.
Cautivó a la niña la tristeza de su mirada,
esos ojos de cristal incrustados en su cara,
parecía que la observaban
mucho más allá de su alma.
Sólo la niña comprendió
lo solo que el oso estaba.
Era sólo un oso viejo,
pero a la niña no le importaba,
porque sólo la pequeña entendió
que aquel oso la necesitaba
y, cogiéndole en su brazos,
le plantó un beso en la cara,
sin darse cuenta que por ella
resbalaba furtiva una lágrima.


FRANCISCO BALLESTER MONFORT

EL NIÑO DE LA MALVARROSA ( ACUATEXTO PARA EL TEMA SEMANAL NIÑOS)
.
La verdad es que yo, no me di cuenta cuando pasó por mi lado . Como luego supe se llamaba Diego, tendría unos cinco años y llevaba un cabreo de «no te menees «.

Estaba bajo mi sombrilla azul sentado en mi silla de playa. La prensa olvidada sobre mis piernas estaba reclamado atención agitando molestamente sus hojas con la refrescante brisa térmica del mediodía mediterráneo porque su dueño, es decir yo, que odio la playa pero a la que diariamente me veo arrastrado obligado por el calor del estío buscando un poco de alivio, permanecía ajeno a todo lo que me rodeaba y llevaba ya una hora dándole vueltas de noria a mi pobre cabeza mirado vacíamente sin ver.

No fue hasta que la graciosa silueta desnudita y enfadada de Diego entró en mi campo de visión destrozándome molestamente la recta del horizonte donde chocan los azules del cielo y del mar, cuando fui consciente de su presencia.

No lloraba y aunque caminaba hacia la orilla de espaldas a mí, mirando ligeramente hacia abajo. Su lenguaje corporal, su braceo enérgico y su caminar decidido a pesar de que la blanda arena ya quemaba a esas horas, hablaba del coraje y la determinación que puede tener un niño al que no le falta aún ni un diente de leche.

Me imaginé su cara de enfado mientras se alejaba dignamente del escenario del desaguisado con su ceño fruncido y su boquita apretada.

Como un instantáneo flash, lo vi pintado por Sorolla cien años antes, cuando en su mejor momento y en aquella misma playa la Malvarrosa, el maestro con la luz Valencia su tierra natal, solía pintar a los niños jugando bañándose desnudos en aquellos atardeceres que doraban los brazos de los pescadores, creaban sombras oscuras y reflejos de agua en las carnes y cegaban la vista con los brillantes blancos de las velas de las barcas y los vestidos de gasa de las refinadas damas que paseaban aburridas con sus elegantes pamelas frente al azul intenso del Mediterráneo.

Cierta agitación acompañada de gritos y recriminaciones a mi espalda, me hizo «bajar de la parra» y volver a la realidad. Luego supe la causa de la misma, pero lo importante y lo que me sorprendió en realidad fue la reacción de la que supuse la madre del chico.

Debía ser la primera vez en la que el niño mostraba esa tierna autoafirmación ante una irrecuperable injusticia.

Cuando giré hacia atrás mi rostro, fue cuando vi el desconcierto en la mirada de aquella mujer que ahora, de pie, se había quedado quieta y seguía con mirada desorientada e interrogante la trayectoria del chaval y parecía desentenderse del reciente incidente, tras recriminar agriamente al hermano mayor, que con un par de años mas que Diego, huía riendo desvergonzadamente de los vanos intentos de captura materna tras haber decidido paliar su aburrimiento con una fechoría arrojándose como una bomba demoledora sobre el castillo de arena que el chiquitín debía llevar haciendo media mañana con sus pequeños moldes de arena.

Intuí al instante que la reacción de Diego que en su ceguera emocional, hacía caso omiso de los » !Diego vuelve!» de los «!Diego te vas a perder!» y de los » Por favor Diego vuelve que ya he castigado a Víctor «, no era la que ella había esperado.

Tal vez ayer mismo, Diego hubiera cogido un berrinche terrible berreando como un lechón gritando y molestando a toda la playa con la música que por desasosegante es la más desagradable que existe para un adulto, que es el llanto de apremio de un niño.

Tal vez ayer Diego entrando en un bucle de ira ciega impermeable a consuelo alguno acompañada de pataleo y convulsiones, obligara a la familia azorada a volver a casa y dar el día por finalizado.

Tal vez ella esperaba como sucedió ayer o la semana pasada, tener que cargar trabajosa y violentamente al niño en brazos por la blanca y seca arena hasta la ducha del puesto de socorro, para que se calmase un poco con el agua fría mientras le limpiaba la carita que, embadurnada de mocos, lagrimas y babas se le transformaba, con los granos de la arena, en una croqueta mineral que amenazaba en penetrar por su boquita abierta.

Tal vez…, si, pero ayer era ayer y hoy es hoy. Nadie sabe cuán rápido cambia la mente de un niño.

Diego, se sentó enfurruñado en la arena fresca de la playa, rodeó con los bracitos sus rodillas haciéndose una bolita terca y se quedó enfadado y sin llorar mirando al mar esperando que su madre impartiera justicia y acudiera a recogerlo.

Tras mirar a Diego, volví de nuevo a mirar a su madre. En su rostro ya no había desconcierto, solo percibí en sus ojos un punto de tristeza y resignación que evidenciaban que había entendido el mensaje de la naturaleza: «Ley de vida…» se debió decir a sí misma.

Diego de golpe, se había hecho mayor y eso la llenaba de orgullo, ella sabía que ese momento tenía que llegar, pero siempre le hubiera parecido demasiado pronto.

Ahora, su bebe…, su tierno y llorón bebé se había esfumado para siempre y también ahora, que se le había pasado de repente el enfado, se dio cuenta de que no le hubiera importado en absoluto tener que llevarlo trabajosamente durante años y más años y mil veces más si hubiera sido preciso, a la dichosa ducha fría del puesto de socorro.


CARLOS PADILLA SANDOVAL

El pequeño Tom.
Recuerdo muy bien el día en que mi madre me dijo que ahora yo sería el hombre de la casa, el vago recuerdo de mi padre dejando a mi madre llorando sobre la mesa, mientras la puerta se mantenía abierta y a lo lejos la sombra del hombre que yo solía llamar “Padre” se marchaba sin decir un por qué y ni un adiós.
-Ahora serás el hombre de la casa Tom. (Me decía mi madre mientras las lágrimas le cubrían las mejillas.)
Paso el tiempo y pensaba que las cosas mejoraban, pero no era así, mi madre empezó a hundirse y la única persona que tenía se la pasaba más tiempo dormida y cuando llegaba a casa no había comida hecha ni siquiera ropa limpia.
– Mami, otra vez estás dormida…
Mi madre solo me miraba por encima de la sabana y se volvía a tapar, no me gustaba verla de esa forma, me preguntaba por qué el mundo era tan cruel conmigo y con mi mamá, ¿Por qué la alacena estaba vacía? ¿Por qué mi madre siempre está dormida? ¿Y que son todas esas botellas vacías a lado del colchón de mamá?
– Dios, si realmente me escuchas has que mamá sea más feliz… No me gusta verla llorar.
Noche tras noche yo rezaba para que mi madre fuera feliz y obvio yo ponía de mi parte ayudándole a limpiar mi ropa y lavar mi traste, aunque fuera solo uno; un día mi madre decidió enviarme a la tienda por un par de papas para la comida.
– Tom ten y ve con Doña Lety y compra dos papas, dile que ella te las escoja por favor
– Si
– Ten mucho cuidado
– Ya soy un niño grande mami
– Losé pero tienes que cuidarte mucho mi amor este mundo es muy feo
– Okay mami.
Sorpresa al volver a casa fue verla tirada en el piso y sin moverse.
– Mami otra vez estas dormida?… Mami..
Mi madre se había ido para nunca más volver pero bueno ya está con papi Dios y en su reino todo es felicidad.
Ahora me encuentro en un orfanato rodeado de niños de mi edad iguales que yo en búsqueda de una familia y una nueva oportunidad para estar en una familia pero es triste ver que todos mis amiguitos se van y yo aún no; solo espero que algún día alguien se fije en mi para yo poder ser feliz de nuevo y pertenecer de nuevo a un hogar y tener a alguien que ame lo suficiente como para no dejarme.


JULIA HERNÁNDEZ

El día que Virginia conoció a Lucas no hacía bueno. Según ella, era uno de esos días en los que el cielo lloraba; igual que llovió el día que su padre se fue de casa o el día que su perrito Brownie se escapó.

Para ella la lluvia era casi un presagio de que algo malo iba suceder.

Desde que papá se fue de casa, Virginia dormía con mamá. Estaba convencida que con la ausencia de este, ella tendría frío en esa cama tan grande, tan vacía. Así que por la noches se escabullía para meterse dentro de esas sábanas con olor a flores. «Mi mamá huele a primavera»-solía decir Virginia. Aunque ya era una niña grande y tenía que aprender a dormir en su propio cuarto, ella simplemente no podía; cada noche se inventaba una excusa para poder abrazar a mamá. «He tenido una pesadilla, estoy malita, mami no puedo dormir…» y un sinfín de excusas que mamá le permitia, porque en el fondo sabía que sólo se tenían la una a la otro.

(…)

Virginia caminaba a casa del colegio, sola, otra vez. Iba pensando en que le habría pasado a mamá para no poder ir a buscarla; ¿se habría entretenido en la compra?, ¿un cliente había aparecido a última hora?, ¿el jefe de mamá había vuelto a pedirle que hiciese el inventario? ¿habría vuelto papá?

De todos los posibles escenarios que Virginia tenía en su cabeza, el que más deseaba sabía que no iba a ser realidad. Papá no iba a volver. Todos los días se repetía lo mismo, esperando que en algún momento el sentimiento de abandono desapareciese, pero jamás lo haría.
(…)

Lucas se cruzó con Virginia en la esquina de la Calle Valencia. A Lucas lo acababa de dejar Jacinta allí para ir a casa de la abuela. Jacinta era la mamá de Lucas, aunque él nunca la había sentido como tal, por eso la llamaba por su nombre, para él era una persona ajena, alguien que lo llevaba y recogía del colegio para soltarlo en la casa de Nana; nunca tenía tiempo, y al final la sensación de vacío y abandono se apoderó de él.

(…)

Lucas se fijó en Virginia porque tenía la misma mirada inerte, triste y distante que él, pero ella estaba sonriendo. ¿cuál sería su secreto?
(…)


KAREN ROSADO

LA PESADILLA
(NIÑOS PROTAGONISTAS)

Jamás olvidare ese sueño,este inmediatamente me dejo marcado la vida hasta ahora,
Yo no sabia lo que era un cementerio hasta el día que fuimos a dejar los restos de mi padre,
solo no entendía por que a mi alrededor habían muchas casitas y todas ellas adornadas con cruces o personas,
jamás me gusto ese lugar para que mi padre viviera allí bajo tanta tierra y sofocado por que nadie jamás dejo un hueco para que el pudiera respirar,
desde ese entonces empecé a soñar con esas casas.
Años después comprendí todo lo que sucedía en ese lugar mágico de descanso y a partir de ahí todos mis sueños empezaban igual…una calle enorme,de un lado había un río y del otro lado había un bosque,
con mi pavor al agua prefería el panorama tranquilo y me adentraba en el conforme avanzaba,me encontraba con cruces viejas y figuras rotas…comidas por la flora que ahí existía.
Esas casas estaban desechas y sumidas entre la tierra y los arboles,el miedo me empezaba a morder los huesos…
Al voltear la mirada a lo lejos veía un pequeño puente empedrado,ahí había una pequeña cascada con agua cristalina a la cual quería llegar…
En el intento frustrado por recordar esos sueños era como un intento en vano de seguir con el caso dentro de mi sueño,sabia que había algo mas detrás de la muerte de mi padre,aunque esa intuición fue creciendo con el paso de los años;
Las emociones tan retorcidas que se manifestaban en mis sueños era posiblemente por el circulo en el que vivía atrapado y con ello me refiero al ambiente “familiar” que llevaba a costa de mi gusto.
Esa agua cristalina que veía a lo lejos podía sanarme,o almenos eso sentía en mis sueños,solo había un problema…en el momento en que yo ponía un pie dentro de ese bosque parecía que el suelo empezaba a tomar una forma diferente,
los restos de las tumbas parecían moverse y bailar entre mis pies con una intención nada buena,yo sabia que en el momento en que pisará alguno de esos escombros estaría perdido,podría caer a una dimensión desconocida aunque ese absurdo suene al país de las maravillas de Alicia,
tenia que saltar con delicadeza y mucho titubeo,cada vez que este sueño se repetía casi todo era igual y el factor que lo hacia diferente era que cada vez que regresaba a ese sitio el número de lapidas incrementaba sueño tras sueño.
A pesar de tener diferentes zapatillas en mis sueños y si lo se es por que solo había ese enfoque entre mis pies y las tumbas o lo que de ellas quedaban,cambiaban su forma y a cada paso estas se hacían mas pequeñas haciéndome pensar que esas no eran fosas de adultos, si no de niños,niños que habían muerto al igual que yo,conforme analizaba mas los sueños le buscaba lógica a mis miedos allí reflejados asi llegando a la conclusión de que en realidad no eran diferentes niños,eran muchas fosas diferentes con el mismo cuerpo,el mío…
Tomando una pausa para respirar entre cada salto del que era capaz de dar con mucho miedo,el ambiente se empezaba a llenar de un frio indescriptible,los pinos se humedecian de tanta niebla y mis pasos eran cada vez menos firmes y mas resbalosos, había un punto en donde me perdía fijamente para reestablecer mi respiración,
mis ojos un tanto desorbitados intentaban enfocar su objetivo,llegar a ese puente…me perdía en lo cristalino de el agua y la luz que con ella guardaba entre cada sarpazo de agua sin cauce alguno.
Tal era mi concentración que perdía por un momento el sentido del sonido y de lo que esto involucraba,cuando las cosas parecen guardar mas calma es cuando empeoran en realidad…
Y como si alguien rebobinara un casette ,en mis oidos empezaba a tener nuevamente conocimiento del sentido que unos instantes antes había perdido,para nada agradable el sórdido estruendo con lo que muchas voces a la vez me atacaban y parecía una película de terror con subliminales desencadenados sin ningún sentido.
Mi mundo se empezaba a derrumbar dentro de este sueño pues sabia que algo muy malo estaba por venir,incluso cuando aun dormía.
Algo me rescato del sueño cubriendo mi boca,ahogando mi alarido de un solo golpe,me sentí aliviado al ver una cara familiar durante un tiempo relativo,el señor Sade llego a mi rescate, cubrió mi rostro de besos diciendo que todo estaría bien y por ese estúpido instante no extrañe o heche de menos a mi padre,
El jamas me había rescatado de esos sueños aterradores y esta de mas decir que por un momento me sentí herido y cuestione el cariño de mi padre,ah! si hubiera imaginado que la intención detrás de todo ese teatro era solo algo cruel.


MÓNICA MEDL

La niña de ojos color café y rizos dorados:

Tenía 12 años, aunque aparentaba más; siempre era la última de la fila en la escuela. Era esbelta, bien desarrollada, con curvas latinas, cadera firme y piernas talladas por la natación desde temprana edad.
Portaba rizos naturales que terminaban en dorados reflejos. Sus ojos color café no guardaban recuerdo genético alguno de su padre, pero era germana en piel y alma. Las pecas y lunares la hacían ver como el cielo pleno de estrellas.
Hija de un matrimonio mestizo. De una criolla y un alemán como decían en la familia de su padre.
Ella vivía condenada a la autoexigencia y a no lograr complacer a su padre jamás.
No importaba que hiciera, nada era suficiente, no alcanzaba ni estudiar idiomas, música, portar la bandera…nada llamaba la atención de él.
Ayudaba a su madre y así fue como desarrolló su amor por la cocina y el conocimiento práctico de las tareas hogareñas.
Amaba las manualidades, pero sólo les dedicaba tiempo ocasionalmente.
Era buena alumna y hasta donde ella intuía buena hija, o eso deseaba con toda su alma.
Leía sin tregua, la lectura era su escape y los libros su llave a otros mundos posibles. Fantaseaba con historias donde tendría una vida feliz, una vida diferente, una vida donde las ilusiones fueran realidad.
Un día llegó su padre y descargó su furia en ella. No comprendía que sucedía. ¿Por qué no la quería? ¿Por qué no le prestaba atención?
Ella buscaba usar sus chaquetas y poleras, tenerlo cerca de alguna forma, estudiaba alemán para que él estuviera orgulloso, pero él le decía que nunca lo hablaría con ella, pues no quería perder su español, era extraño pues su español era perfecto como si el alemán no fuera su idioma nativo.
La niña si bien era corpulenta, era niña, era pequeña y no comprendía que hacía mal.
Ella era aplicada, cumplía con sus obligaciones, con los rituales familiares, colaboraba en su casa y ayudaba a sus padres.
Un día la niña se animó y miró a los ojos azul mar profundo a su padre. Lo miró tan profundo, tan invasiva que le horrorizó lo que vio tras ellos. El no se inmutó y le dijo: ¿Qué quieres saber?
Ella firme preguntó sin estar preparada para lo que escucharía: ¿Papá tu me quieres?
El sin sentimiento alguno o con un torbellino de ellos respondió: No. Nunca te deseé. Tu deberías haber nacido niño. ¡No niña! y luego agregó: Y tus ojos deberían ser claros. No, de color café.
Ese día ella comprendió que no se trataba de ella. Que nada podía hacer para cambiar las cosas.
Ese día ella decidió, que no sería la niña sin carácter y vulnerable que había sido.
Ese día nació una mujer y en algún lugar de esa habitación se perdió la niña sin poder regresar jamás.
Quienes la conocen dicen que aun conserva los ojos color café, pero jamás volvió a lucir nuevamente rizos dorados.


LUISA VÁZQUEZ

Karim :

Karim, de 12 años, vivía en Alepo, en una bonita casa, situada en una gran avenida cerca de la mezquita. Tenía cuatro hermanos, dos mayores y dos pequeños.
Le encantaba ir al colegio y jugar al fútbol durante el recreo. Junto con sus amigos Hamed y Rashid eran el tridente del equipo de su escuela, marcaban muchos goles.
Iban y volvían los tres juntos a clase y también llevaban a sus hermanos pequeños. Karim iba acompañado de Kaleb de 10 años.
Su hermano Karar de 18 trabajaba con su padre en la imprenta y Huda de 14 ayudaba a su madre y cuidaba de la pequeña de la casa, Dounia de un año.
Todo empezó, en la parte de la ciudad donde vivía la familia, con escaramuzas por las calles y algún fuego de mortero que no daba en el blanco o caía muy lejos.
Después empezaron los bombardeos. Primero alejados. Poco a poco, cada vez más cerca.
Cuando esto ocurría, Huda se acurrucaba en un rincón con Dounia en los brazos y lloraba en silencio. Mamá corría por toda la casa asegurándose que puertas y ventanas estuvieran cerradas y que ni el más mínimo resquicio de luz delatara la presencia de la vivienda. Papá y Karar se apostaban en la puerta de entrada para evitar que fuera forzada y para ayudar a algún vecino al que el incidente hubiera pillado en plena calle.
Karim y Kaleb se sentaban a la mesa, con los deberes delante, intentando que no se les notara el miedo.
Pero las cosas fueron empeorando y los vecinos de la familia fueron abandonando el barrio. Cerraban las puertas de sus casa y se iban con los pocos enseres que podían acarrear pero, con esa llave en sus bolsillos y la esperanza de volver pronto en sus almas.
Papá y Karar aún conservaban su trabajo pero una mañana cuando se disponían a salir se oyó una gran explosión en la zona donde se encontraba la imprenta. Papá se dirigió allí corriendo. Cuando volvió estaba completamente blanco, hasta el pelo. La única nota de color eran sus ojos negros completamente enrojecidos. Un misil de mortero había caído en la imprenta y la casa de los dueños que estaba encima. Había estado horas retirando escombros buscando algún superviviente. Pero no quedaba nadie con vida ya.
Dos días después llamaron a la puerta. Eran tres hombres vestidos de negro. Llevaban grandes pañuelos, negros también, a modo de turbante que les tapaba la cara. Solo se veían sus ojos feroces. Iban fuertemente armados. Le dijeron a papá que Karar había sido reclutado por DAESH para luchar por Siria y la revolución. Mamá empezó a llorar en silencio y papá les dijo que el chaval no estaba en casa, que estaba trabajando con unos familiares. Pero los soldados no escuchaban. Le derribaron a golpes y se lo llevaron arrastrando calle abajo gritando que no le soltarían hasta que Karar no se presentara en el cuartel.
Cuando este volvió y, entre llantos, las mujeres de la casa le explicaron lo que había pasado, él, se dirigió en silencio a su habitación, hizo un hatillo con sus escasas posesiones, besó a mamá y abandonó la casa en silencio.
No volvieron a ver más a ninguno de los dos.
Desde aquel momento, Karim y Kaleb se convirtieron en los hombres de la casa. Compaginaban pequeños trabajos a cambio de comida y la asistencia al colegio, único momento del día en que eran felices.
Un día, mientras estudiaban matemáticas y Hamed y Rashid se daban patadas por debajo del pupitre donde se sentaban juntos, se oyó un silbido ensordecedor. Inmediatamente silencio. Lo siguiente que nuestro pequeño protagonista recordaba eran gritos, llantos, sangre, escombros y el pupitre donde se sentaban sus queridos amigos, sobresalir de los cascotes de la pared que se había derrumbado encima.
El estupor le invadió. No sabía que hacer. Y de repente un grito salió de lo más profundo de su cerebro: ¡¡Kaleb!!.
Con el pecho completamente inundado por la angustia salió corriendo a buscar a su hermano.
Después de luchar contra la marea de niños y profesores histéricos que intentaban salir y a la vez poner a salvo a los heridos, Karim, que había perdido la camiseta y los únicos zapatos que tenía, llegó a la clase de su hermano.
Y lo vio allí. Sentado en el suelo, con el pelo revuelto y sucio. Con la mirada pérdida.
Karim le llamó: «Kaleb». Él lo miró, al principio sin saber. Luego su cara se iluminó. «Te estaba esperando» le dijo.
Cogidos de la mano, despacio, en silencio, volvieron a casa.
Recorrieron la calle dos, tres, cuatro veces. Por fin se convencieron. Su hogar ya no existía. Mamá, Huda y Dounia ya no estaban.
Se sentaron en el umbral, delante de los escombros. Karim abrazó a Kaleb. Lloraron.
Se hizo de noche. Cansados, dándose calor el uno al otro, se durmieron.
Y cuando, a la mañana siguiente despertaron y Kaleb miró a su hermano ya no vio al niño de ayer. Vio a un hombre de 13 años con los ojos fríos y tristes que le cogió de la mano y le dijo: «Vámonos».


CARMEN JT

Son cosas de niños, ¿o de adultos?

Nina iba a clase de 4 años; era una niña como otra cualquiera. Muy activa, simpática y graciosa. Tenía el pelo por los hombros, castaño y los ojos negros. Era de estatura como cualquier otro niño de su clase. Siempre saludaba por las mañanas a sus profesores y compañeros con una dulce sonrisa.
Un día en la clase de Nina, la profesora, Catalina, preguntó a sus alumnos:
-A ver chicos, ¿qué cenasteis anoche?
-Tú, Mario, ¿qué cenaste? -preguntó Catalina.
-¡Yo cené sopa! y de postre un yogur de chocolate -contestó Mario.
-¿Y tú, Sara?
-Yo cené anoche salchichas con ketchup y de postre una gelatina de fresa-contestó Sara.
Y así fueron de uno a uno hasta llegar a Nina, que respondió:
-¡Yo cené una tortilla francesa, seño! ¡Y de postre teta!
Las risas y carcajadas de sus compañeros se escuchaban en todo el edificio con algún “¡teta, teta, Nina toma teta, es un bebé!”
La cara de la seño Catalina tampoco fue muy cómplice de Nina, tenía una medio sonrisa mientras sus compañeros de clase reían. Nina no sabía qué pasaba, se sentía avergonzada pero tampoco sabía muy bien por qué…su cara en este momento era más bien roja y con semblante triste.
La profesora Catalina, cuando todos sus compañeros dejaron de reír dijo:
-Bueno Nina, ¿no crees que con 4 años ya no deberías tomar teta?
Nina estaba cada vez más roja y más triste, no sabía qué contestar, agachó su pequeña cabeza y no dijo nada. La profesora Catalina quiso cambiar el tema.
-Bueno chicos, es hora de irnos a casa, ¡vamos al patio a esperar que vengan nuestros papás y nuestras mamás!
Nina salió ese día de las primeras, no quería estar en el cole, no había entendido qué pasaba, ella era feliz tomando la teta de su madre, era una niña como otra cualquiera y no quería que la llamasen bebé.
Al salir de clase, su madre, Inma, la esperaba contenta y con los brazos abiertos como otro día cualquiera; Nina se abrazó a su madre fuerte y sus ojos negros se inundaron de lágrimas.
-¿Qué pasa, Nina? ¿Estás bien? – preguntó asustada Inma.
-¡Vámonos, mamá! -contestó Nina entre lágrimas.
Subieron al coche, Nina no podía parar de llorar y su madre Inma no podía entender que estaba pasando. Estaba preocupada.
-Nina, cariño, tranquila ¿qué pasa? Sino me cuentas qué pasa tendremos que volver al cole y tendré que preguntarle a Catalina qué ha pasado hoy.
Nina se tranquilizó y camino a casa en el coche le contó a su madre lo que había pasado en el colegio ese día.
A Inma, solo se le pasaban cosas feas por la cabeza, quería ir al colegio, decirle dos palabras a la profesora y a las madres de todos esos niños que se habían reído de su hija. Contó hasta diez, se tranquilizó, pensó en su hija y paró el coche a la derecha cuando tuvo oportunidad, se sentó con ella en el asiento trasero y le dijo:
-Nina, cariño, algunos niños no saben lo que es la teta de su madre porque nunca la han tomado, hay niños que por unos motivos u otros toman biberón, otros sí la han tomado pero simplemente han querido tomarla hasta un cierto momento, y otros que como tú la necesitan a tu edad y su mamá no ha querido seguir dándosela y esto último sí que es para ponerse triste, tú no eres ningún bebé, eres una niña, alegre, guapa y sana, Nina, cada niño tiene un ritmo, unos andan antes, otros después, unos como tú ya no llevan pañal y otros sí, mamá ha decidido darte su teta hasta que tú quieras, hasta que tú decidas, porque ¿sabes que la leche de la teta de mamá es la leche más sana y rica de todas las leches? Le dijo riéndose mientras la abrazaba. A Nina se le escapó una risilla.
Y en cuanto a las risas y lo que ha dicho la seño Catalina, no se lo tengas en cuenta, mamá escribirá mañana algo a la seño en la agenda y tú le dirás que quieres que lo lea en tu nombre mañana bien alto en clase, ¿vale? Nina asintió con la cabeza, ya un poco más conforme y feliz.
Al llegar a casa, después de sentarse a comer, Nina se fue a su habitación a jugar, mientras su madre Inma le contaba a su marido, Jorge, todo lo ocurrido. “Estoy triste, enfadada, qué mezclas de sentimientos, Jorge, ¡no es justo!”.
Decidieron escribir por el grupo de madres y padres de whatsapp de la clase lo ocurrido. Inma expuso todo lo que había pasado y algunos se hicieron los ciegos, otros dijeron que lo sentían y que hablarían con sus hijos y otros bastante atrevidos pusieron “ah, ¿pero que aún le das el pecho a Nina?”.
A continuación escribió algo en la agenda y lo guardó en la mochila de Nina.
Al día siguiente al dejarla en clase, Inma le recordó a Nina lo de la agenda, no obstante, le dijo a la seño: – “Catalina, no puedo pararme; llego tarde al trabajo, pero Nina lleva algo en la agenda que le gustaría que leyeses en el nombre de ella, ¡gracias!”
Catalina mandó a sentar a todos los niños, le dijo a Nina que fuese hacía su mesa con su agenda y les dijo a todos los compañeros que iba a leerle algo que Nina quería manifestar.
“Querida profe y queridos compis, ayer me sentí muy triste y mal cuando dije que tomé teta de postre y todos os reísteis de mí, no me sentí apoyada por nadie y me fui triste a casa, mi mamá me dijo que no soy ningún bebé, soy una niña como otra cualquiera y que todos vosotros habréis tomado teta o biberón y que algunos incluso lo seguís tomando y no hay nada de lo que avergonzarse. También me dijo que cada niño lleva un ritmo, unos andan antes, otros después, unos dejan el pañal antes, otros aún lo llevan y unos toman aún teta, como yo, y otros no. No me gustaría sentirme nunca más como me sentí ayer y ah! otra cosa! La leche del pecho de mi madre es muy sana y rica!” Mientras Catalina leía todo esto, no hacía más que tragas saliva, mientras tanto Nina, miraba hacia abajo tímida pero con una leve sonrisa.
Al terminar Catalina les dijo a todos los compañeros, “Nina se merece un aplauso”. Todos aplaudieron a Nina y Nina alzó la cara y sonreía, esa sí era su sonrisa de siempre. Al terminar los aplausos, la profesora dijo, ahora todos les debemos una disculpa a Nina, no podemos juzgar a nadie ni debemos de reírnos porque todo lo que he leído es totalmente cierto, todos los niños y niñas tenemos un ritmo, y el pecho de una madre es algo muy sano de lo que nunca hay que avergonzarse de tomar, ¿queréis pedir disculpas a Nina?. Todos los compañeros se levantaron corriendo, abrazaron a Nina y le dijeron que lo sentían. Menos alguno que se hizo el remolón. Nina no cabía en sí misma de lo contenta que estaba, mi mamá es la mejor del mundo, pensaba por dentro.
Al salir al patio sus amigos y ella jugaban con los muñecos, unos jugaban a darles el biberón, otras a darle el pecho, pero lo más importante, todos jugaban como niños felices.
Al salir ese día del cole Catalina le pidió disculpas a Inma, había cometido un error. Nina salió contenta ese día, y para ella, eso era lo más importante, la felicidad de su hija entre la diversidad de todo un mundo lleno de personas totalmente diferentes.

Fin

Esto por desgracia ocurre mucho, he querido reflejar en esta historia, lo importante que es dar una buena educación a tus hijos y que además, esta educación la refuercen sus profesores en el colegio día a día y por supuesto, siempre hacer razonar a los niños, hablarles y explicarles mucho, que haya comunicación entre padres e hijos y que entiendan siempre que personas hay muchas en el mundo, de muchos tipos y todas, absolutamente todas, se merecen un respeto.


TOÑI TORO OLMO

“Exentos”

Ella nació un día de febrero del año pasado, es una niña preciosa dijimos todos cuando la vimos, y está sana. Pero en poco tiempo toda esa felicidad se convirtió en tristeza cuando se la llevaron, y nos preguntábamos que pasaba. Poco tiempo después nos informaron: nació sin paladar. En un principio no sabes que puede significar, luego te vas informando. No puede comer como cualquier otro niño y además no podrá hablar correctamente y también tiene afectado el oído. Nos dijeron se operará con un año, ya mismo toca. Pero es tan feliz, sonríe siempre, es mimosa y cariñosa y que ajena está a lo que pasará, desde luego para un futuro mejor.
Que injusto es que los niños tengan que sufrir, ya sea por enfermedad, por guerras, por maltrato, tendrían que estar exentos de todo eso.


ROBERTO  MORENO CALVO

JORGE, EL CANICAS

Los columpios achicharraban pero no impidió que el parque se llenase, como cada tarde, de madres sentadas en los bancos y de niños jugando en la arena. Estaban los que jugaban a las chapas y los que jugaban a las canicas.

Jorge llegó tarde por culpa del blandengue de su hermano. Cada dos semanas tenían que ir al médico y lo peor de todo es que le tocaba comerse el sándwich de niño bueno sentado en el banco junto a su madre, sus ñoñerías y el pañuelo. Por más que se resistiese, no podía evitar sentir como el pañuelo frotaba su cara manchando su reputación.

– ¡Yaaa mamá! Déjame ir –

Salió corriendo hacia su grupo, el de las canicas, preguntándose por qué se habían arrinconado junto al tobogán si el gua que hicieron el otro día estaba chulo. Estaba, porque ahora servía de obstáculo en la mega recta del nuevo circuito de chapas.

Jorge, sin decir ni mu tras las excusas de sus amigos, frunció el ceño y de morros se fue hacia el grupito de los chachis arrastrando los pies todo el camino. – ¿Qué pasa? ¿os ha gustado nuestro gua? – Un grito retumbó en todo el parque mandándole callar o si no se enteraba. Como sabía las consecuencias, se dio media vuelta y obedeció. Se fue hacia sus amigos dándole patadas a la tierra y jodiendo todo lo posible.

Juanito animaba a su amigo a empezar el juego pero este se resistía. No podía con el cabreo. No entendía como habían dejado que esos les quitasen el cacho de parque. Hacía sólo una semana que lo habían ganado tras la pelea con Josemi, la cual le costó un día sin bajar y sin dibujos.

Entre tanto pensar, Jorge cerró con fuerza el puño y un gesto rápido de brazo lanzó su mega-canica de 5 duros hacia la cabeza de Josemi.

El resto, fue la comidilla del barrio durante toda la semana


GABRIELA MOTTA

El aburrimiento

Cuando llueve por lo general me pongo muy pero muy aburrido, ya que no puedo salir a jugar y debo quedarme dentro de casa. Mi madre no me deja jugar todo el día a la “compu” y menos a la play por lo que tengo que buscar alternativas, estas se ven seriamente reducidas los días de lluvia.

Pues bien, hoy es uno de esos días, miro hacia la ventana y no puedo ver nada más que agua pura y limpia que cae del cielo. Pero que hacer dentro de estas paredes que a medida que pasa las horas se tornan más y más aburridas, intento inútilmente con argumentos algo vagos convencer a mi madre que me deje ir a jugar a la “compu” ya que dentro de casa no tengo muchas alternativas de juego, ella entretenida en su lectura me dice que “NO” y me sugiere que ponga a funcionar mi imaginación.

Frustrado ante mi intento fallido, tomo un libro para tratar de matar el tiempo, no funciona, la verdad no me atrae para nada la historia en ese momento y no es porque no me guste leer, lo hago con frecuencia y me parece entretenido pero este pasatiempo para los días de lluvia no me funciona.

Vuelvo a sentarme frente a mi ventana y continúo observando las gotas caer, y por un momento dejo que mi mente me lleve a un lugar cualquiera y me pongo a pensar en la cantidad de gotas que caen sobre mi ventana y lo mucho que tardaran en secarse, si es que sale el sol. Vuelvo a mi realidad y dejo las gotas a un lado ¿qué hacer? pero me doy cuenta que seguir cuestionándomelo es aburrirme aún más, pero la pregunta vuelve a mí una y otra vez: ¿qué hago?

Encerrado en mi mundo y sin prestar demasiada atención a nada, veo a mi madre que se apiada de mí y se aproxima con una caja llena de hojas, colores, pegamentos, papeles de color, tapitas, etc., etc., etc., no entiendo mucho cuál es su objetivo. Pero de inmediato ella me lo explica: “Cuando era niña en casa no existían computadoras y mucho menos juegos electrónicos por lo que la alternativa de conectarme a internet para matar mi tiempo no existía. Te puedo asegurar que éramos felices y no pasábamos el tiempo aburridos. El secreto estaba en buscar alternativas, que para nosotros estaban entre leer un libro, hacer un dibujo, jugar con un juego de mesa, etc., etc., etc. cómo te gusta decir a vos. Pues bien, yo te propongo a que seamos creativos, viste esta caja llena de cosas, bueno dejemos aflorar nuestra imaginación y hagamos de estos papeles algo más que eso, hagamos de esto una obra de arte, nuestra obra de arte.”

Yo mirándola fijamente y sin saber que pensar, asentí con la cabeza, pero por dentro creía que mi mamá había enloquecido, como pudo haber sido feliz sin internet, computadoras, videojuegos etc. etc. etc. no podía más que sentir lástima por ella. Así que por un acto de compasión y para que no se sintiera mal, me deje llevar por la idea de hacer que ese montón de papeles se convirtiera, en cómo había dicho: “nuestra obra de arte” que para decirles la verdad no tenía mucha idea de cómo sería eso.

Pues bien pregunté: ¿Y ahora cómo seguimos? y ella contestó: “si te digo cómo seguir y que hacer dejaría de ser divertido, la idea es que seas libre, decidí vos que vamos hacer y yo te ayudo, pues el aburrido aquí eres tú.

¡Huy! pense para mis adentro y todavía tengo que saber qué hacer con este montón de cosas inútiles. Pero yo había comenzado con este embrollo y por mi aburrimiento mi mamá estaba ahí con todas esas cosas, por lo que no me anime a decirle que no me importaba el tema.

Tome entre mis manos un pedazo de papel color azul y unos granitos de arroz y adivinen que me deje llevar por eso que mi madre insiste en llamar imaginación y resultó. Estuve horas pegando sobre la hoja azul los granitos de arroz y una vez que lo tenía listo se me ocurrió que podía agregarle un marco a esa hoja y dibujar un niño detrás del marco, para mi sorpresa habíamos hecho un collage de mi estado anterior, así que lo llamé “el aburrimiento”. La hoja azul se había convertido en el cielo, los granitos de arroz en gotas de agua y el papel que enmarque en los bordes de la hoja en mi ventana, demás esta aclarar que el niño era yo.

Había estado tan entretenido con mi pasatiempo que no note que ya no llovía y que había sobrevivido tres horas sin jugar a la “compu” dentro de mi casa encerrado con una caja de cosas viejas y sin sentido. Pude comprender a mi mamá por un segundo y darme cuenta que algo de razón había tenido con su afirmación de que era feliz sin Internet. Tomamos nuestra “obra de arte” que ahora se llamaba “el aburrimiento” y la colgamos al lado de la ventana, para que me recuerde cada vez que este aburrido que sólo debo dejar volar mi imaginación.


EMILIANO HEREDIA

FOTO DE SALVAPANTALLAS

Un día cualquiera de Febrero. Neblinoso, sombrío. Esporádicas lloviznas. Frío, húmedo.
Andrés, lo tiene todo preparado para la fiesta de inauguración de su casa recién adquirida. Una añosa casa de campo, de principios del siglo XX, situada en el extrarradio de la ciudad. Una antiguo chalet de recreo, con una piscina por reformar, un anillo de cipreses ancianos, polvorientos, rodeándolo, una puerta verde lima, desconchada, con un arco de metal con restos momificados, marchitos, de antiguos rosales, sobre ésta.
El camino de losetas de cemento con piedras incrustadas, levantado en su totalidad por las malas hierbas enmararañadas y las raíces de los cuatro castaños de india que lo bordean.
La puerta, de firme roble, echa de casetones, q ue ha tenido mejores tiempos, gime, no se sabe si de dolor, o de placer, ante el goteo incesante de visitantes, como una bolsa de suero alimenta un cuerpo moribundo.
Familiares, amigos, celebran la buena nueva. Andrés es feliz, por fín, al final de un año de visicitudes, como el tramo de rápidos de un río, ha llegado a la desembocadura del tranquilo mar, que le ofrece un puesto de trabajo fijo, bien remunerado, en un bloque de oficinas sito en la cercana ciudad. La vida le sonríe.
Media noche, los últimos invitados, ván desapareciendo detrás del telón de la oscuridad de la noche.
Silencio. Por fín. Está todo revuelto, como si una estampida de búfalos, hubiera pasado por la casa. Nó importa. Mañana, será otro día, el primer día de mi nueva vida. Piensa Andrés.
Mucho que limpiar, mucho que ordenar, aún hay cajas por abrir, de la mudanza. Nó importa, mañana es Domingo, tengo todo el día para limpiar y ordenar.
Andrés, saca del bolsillo el móvil. Lo tiene apagado. Vaya, quería agradecerles a todos, que hubieran venido. No importa. Lo cargo, y mañana los whatsappeo a todos. Una última copa, veo algo en la tele, y a la cama, que mañana, es un día largo, muy….largo(bosteza)
Enchufa el móvil, en el cargador, y lo coloca encima de una mesita de té, coqueta, lacada, junto al sofá. Nó lo enciende, para qué, nó tiene ganas. Enciende el televisor, y encuentra un programa, de dos tíos que tienen que sobrevivir en una selva africana. Fascinante, para dormir.
Se sirve un whiskey, en vaso ancho, con poco hielo. Se relaja, con las piernas cruzadas, el brazo derecho, extendido, con el vaso de whiskey, en el aire.

Somnoliento, apura el último sorbo del vaso, lo deja al lado del móvil, y apaga el televisor.
Todo, queda completamente a oscuras. Afuera, el viento zarandea los cipreses y abofetea los castaños. El cielo, se ilumina a ráfagas, por los fogonazos de los relámpagos, que empiezan a escribir la historia de una tormenta inminente con la tinta de los truenos, en el folio de la lluvia.
Joooder, menuda tormenta se está preparando, piensa Andrés. A tientas, guiado por los fogonazos, llega al interruptor de la luz del pasillo, que queda encendido, mostrándole a Andrés, el camino de la, hasta el momento, única habitación preparada para dormir.
No se pone el pijama, a parte de que no lo encuentra, está demasiado cansado. Enchufa el móvil junto a su mesilla. El viento, escribe una historia indescifrable en morse, con las contraventanas cerradas del piso superior. Somnoliento, se deja abrazar por el edredón de plumas.
Una luz, focalizada, que se refleja en el techo, sobresalta a Andrés. Es el móvil. Qué raro, juraría que estaba apagado, piensa. Se incorpora un poco, con el codo derecho, sobre el colchón, se sacude un poco el pelo con la mano izquierda, se la pasa por la nuca, bosteza, y coge el móvil. Es un whatsapp. Extrañado, lo lee. Es un mensaje escueto. De una sola palabra. Y alrededor del bocadillo de diálogo, nada. Todo negro.
Hola.
Andrés, piensa que está soñando, se frota los ojos, el teléfono está apagado, pero ese mensaje, escueto, sigue ahí, fijo, como una mirada fija. Hiriente.
Hola. ¿Me quieres?.
Éste último mensaje, hace sobresaltarse a Andrés, que, asustado, se incorpora de la cama, y deja caer el móvil sobre la mesilla, bruscamente, y baja a toda prisa, al salón, para analizar la situación, sin percatarse de que en el móvil, multitud de diálogos de whatsapp se suceden.
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
Estremecido, se sienta en el sofá. Se echa las manos a la cabeza, con los codos apoyados en los muslos, diciéndose una y otra vez, que lo que ha pasado, es imposible.
¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!.
Un golpe seco, sobresalta a Andrés. Dentro del televisor, vé unas manos que golpean la pantalla desde dentro. Uno, ¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!. otro, ¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!. otro, ¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!. Incesantemente. Aterrorizado, Andrés, se vá a la cocina. En la pizarra que le han regalado hoy, para anotar la lista de la compra, la tiza, suspendida en el aire, escribe, con caligrafía infantil, el mismo mensaje, una y otra vez, como si de un castigo escolar se tratara, de copiar cien veces la misma frase:
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
¿me quieres?
Andrés recula, y se cae de la silla, ocasionando un alboroto metálico al caer. Corre a su habitación. Enciende la lamparita de la mesita y descubre con horror, cómo, un bulto, pequeño, como de un niño acurrucado, sobresale de la cama, tapado con el edredón de plumas. Escucha un sollozo, entrecortado, seguido de hipidos. Por instinto, tira el edredón al suelo, de un tirón, entre furioso, y atemorizado, y deja caer sobre la mesita de noche, la lamparita de noche. Descubre, una mancha, redonda, en el centro de la cama, con olor a orina, y la almohada y el colchón, hundidos como si un niño, pequeño, estuviera durmiendo sobre ella. Aterrorizado, observa, cómo la luz de lamparita de noche, proyecta sobre la pared desnuda que tiene enfrente del lateral de la cama, como una sombra chinesca, la silueta perfectamente delineada de un niño, encogido, y lo que más le angustia, es ver cómo, nítidamente, se nota la respiración agitada del niño, arriba, abajo, arriba, abajo.
De una de las cajas que tiene apiladas en un rincón de la habitación, todos los folios en blanco, como si fueran un alud mortal, le abofetean la cara, furiosos, con un mensaje, garabateado, nervioso, furioso, en cada uno de los folios:
¡ ¡ ¡ ¡nó me quieres!!!
¡ ¡ ¡ ¡nó me quieres!!!
¡ ¡ ¡ ¡nó me quieres!!!
¡ ¡ ¡ ¡nó me quieres!!!
¡ ¡ ¡ ¡nó me quieres!!!

La lluvia araña furiosa los cristales como una amante desdeñada, los truenos descargan el peso de una inmensidad sobre la casa y los rayos descargan el infierno entero.
Andrés, en estado de shock, se refugia en un rincón de la habitación, en posición fetal, llorando, gritando, aullando de miedo, con los ojos fuera de sus orbitas, implorando que todo sea una maldita, una maldita pesadilla.
Las seis de la madrugada. Los truenos se alejan protestando en la lejanía, y la lluvia, como hembra agotada tras una noche orgiástica, cae ahora, mansamente. Y los relámpagos se van diluyendo como la espuma de una ola, poco a poco.
Los folios, ahora caen por su propio peso, lentamente, flotando por el aire, como una extraña nevada de copos de nieve rectangulares. Parece que todo ha cesado.
Si no fuera por todo el desorden que ahora reina en la habitación, Andrés, pensaría que todo ha sido fruto de su imaginación, una horrible pesadilla.
Temblando, coge su móvil, para encenderlo, y decirle a su amigo Mario, para que venga en cuanto antes.
¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!., un golpe seco, retumba en la pared. Retembla la casa. ¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!., otro golpe, la pared se descascarilla, ¡ ¡ ¡ ¡Tumb!!!., una mancha de sangre, aparece, viscosa, chorreante.
Andrés, horrorizado, descubre, como siguen apareciendo los mensajes en su móvil apagado:
¡papá!, ¡nó lo volveré a hacer más!, ¡papá!, ¡papá!, ¡ ¡ ¡ ¡nó me mates!!!!
Ruido de una ventana que se rompe. Lluvia que cae en silencio, como un sudario, sobre el cuerpo inerte de Andrés, del que sale un hilillo de sangre por la comisura de sus labios trémulos, que la mano de la lluvia, intenta limpiar.
Los ojos abiertos, mirando hacia ninguna parte, ni ningún lugar.
En su mano derecha, su móvil, con una foto de fondo de pantalla. Es él, con un traje de corte de los años cuarenta, estilo príncipe de gales, con un buen sombrero de fieltro, unos zapatos de charol, con polainas.
De la mano, lleva ……a un niño, de unos ocho años, con pullover de pico, verde, sobre camisa blanca, pantalón corto, con un balón debajo del brazo, y unos zapatos mocasines de lengüeta ancha, negros…y una mancha de orina….


FELIPE IGNACIO

La niña que quería ser un acordeón

Trinidad era una niña ávida de aventuras y de sueños. Su sonrisa hacía florecer los jardines y más de alguna vez el viento le había susurrado alguna travesura. La niña era como un arcoíris en ebullición, siempre burbujeando colores y alegría.
Facundo, su padre, era un hombre arisco y solitario, pero de un corazón bondadoso, de esos que se cuelan entre las palabras y que si no los anudas al pecho, podrían irse volando a repartir amor. Una vez estuvo al borde de regalar su pasado a un joven sin memoria que mendigaba recuerdos por la calle.
Por suerte Gloria, su media naranja, le dio el toque ácido a la escena: “Facundo… si le regalas tu pasado, yo le doy mi futuro a la viuda de la esquina”. Así que después de sopesarlo, tomó el camino medio y le regaló en un monedero el recuerdo del encuentro que acababan de tener. Aquel joven pasa cada cierto tiempo saludándolo con cariño y aunque Facundo no tiene idea quien es, le responde con una sonrisa y un fraternal “buen día, amigo”.
La última dificultad que tuvieron fue cuando Trinidad les confesó su deseo de convertirse en un acordeón: “Estoy aburrida de sonar así, quiero que mi voz sea como el canto de los pajaritos, que acaricie los corazones. Qué mejor que un acordeón…”. Intentaron convencerla de que para su cumpleaños le comprarían uno, que podría aprender, pero la niña sabía que tenían poco dinero. Por otra parte, aunque no quiso decirlo, desconfiaba de los espíritus que rondaban la casa por la noche. Sabía que más de alguno no podría evitar la tentación de llevarse el acordeón a su tumba. Así que no dio pie atrás.
Tanto Gloria como Facundo sabían que la decisión no dependía de ellos y que si su hija así lo quería, sólo era cuestión de tiempo. Gloria no podía soportar la idea de que su hija se convirtiera en un acordeón, ya había visto a su propia hermana arruinar su vida siendo un contrabajo que con suerte tenía para comprar resina. “Ya sabes, para sentir la música tienes que… convertirte en ella” decía mirando el horizonte cuando aún hablaba. Desde ahí que Gloria detestaba la música y se mantenía lejos de esos sonidos que “nublan a las personas”.
Todos en la precordillera se enteraron de su tristeza cuando vieron el turbio riachuelo que bajaba desde su casa, y es que esconder las lágrimas nunca fue lo suyo, menos si es que veía comprometido el futuro de su tesoro. Por su parte, Facundo amaba ver la sonrisa de Trinidad, pero lamentaba no volver a comunicarse con ella nunca más, ya que tanto él como Gloria no sabían ni una semifusa de música. No podría saber más de sus sentimientos ni de sus tiernas travesuras. Sería como esos vínculos padre-hija con olor a emociones estancadas y a confesiones rancias de tanto esperar.
A pesar de sus padres, Trinidad fue una noche a la temida casa donde vivían los espíritus musicales, quienes sabían cómo proceder en estos casos. Así que tras un par de días, comenzó la metamorfosis que culminaría a la séptima luna nueva.
Pasada la primera lunación ya se vieron cambios.
-¿Viste el pecho de la Trini? ¡¿Lo viste?! – preguntó un día Gloria entre sollozos
-Sí, cariño. Sí lo vi – le respondió Facundo intentando bajarle el perfil.
-Ahora es esa cosa que se estira… que se contrae. Ay, dios mío…
-Se llama muelle, Gloria. Muelle.
-Bueno, el muelle. Como sea…
-¡Se llama fuelle! ¡Fuelle! – exclamó Trinidad desde su habitación.
-Hasta los suspiros escucha ahora… – dijo su madre en voz baja.
-¡Te escuché!
Entonces Gloria rezongó y trabó unas agrias palabras en su boca.
Una vez que el pecho de la niña era todo un fuelle, empezó a aparecer el teclado a la vez que su brazo derecho se iba encogiendo. Los avances eran evidentes para sus padres ya que cuando se acostumbraban a ciertas notas, aparecía una nueva, enrostrándoles el progresivo calvario.
Las cuerdas vocales de Trinidad iban perdiendo fuerza a medida que el acordeón iba tomando forma. Cada vez aguantaban menos vibración y le hacían más dificultosa el habla; por otro lado, su mano derecha ya no estaba y la izquierda no escribía más que ilegibles garabatos. Lo que daba como resultado que el temor de Facundo se empezaba a hacer realidad y la incomunicación se hacía notar entre ellos.
-Mi niña, ¿quiere naranja o durazno? – preguntaba Facundo a inicios del quinto ciclo lunar.
Trinidad movía los labios pero ya no salía más que un insignificante soplido, lo volvía a intentar más fuerte y todavía más, pero nada. Así que optaba por indicar su elección con la boca y corregir con un movimiento de cabeza en caso de ser necesario.
El riachuelo que salía desde la casa terminó formando un surco en la tierra, cada vez más grande por el creciente caudal.
-Glorita… vas a terminar inundando los pueblos de más abajo. Mira a tu hija, mírala como sonríe mientras ensaya. Mira como ha hecho crecer las flores del jardín – le decía Facundo indicando a su hija a través de la ventana.
La desgraciada mujer lo escuchaba, pero cuando miraba a Trinidad con el pecho que se estiraba y se contraía, ya sin brazos y con esos botones que se apretaban solos, no podía evitar seguir alimentando el caudal. Y es que cada vez que veía a su retoña no podía evitar revivir el dolor que le generó la transformación de su hermana.
Si bien la pequeña estaba feliz regalando su magia por el pueblo, compartiendo con otros acordeones, flautas y arpas que habían tomado un rumbo similar al suyo, notaba la tristeza que había provocado en sus padres, sobre todo en su madre. De hecho, evitaba generar cualquier sonido al interior de la casa y se limitaba a dormir, comer y simular una sonrisa al interior de ésta.
De todas formas, es sabido lo difícil que es para un instrumento mantener silencio, tal como Facundo con su corazón, tenía que hacer mucho esfuerzo para reprimir su naturaleza. No obstante, la música se le escapaba como un secreto que necesita ser revelado, en más de una ocasión se vio cantando en el baño o en su pieza y, aunque no le decían nada, notaba una dosis extra de amargura en sus padres cuando salía.
Al cumplirse las siete lunas nuevas, el riachuelo se había convertido en un acaudalado río del que más de algún vecino obtenía agua para preparar medicinas. Por otra parte, a pesar de que Trinidad amaba ser música, hermosear el jardín y cautivar a los pajarillos, lamentaba la soledad que vivía en su casa, así como el dolor de su madre. Su padre hacía lo posible por sobrellevar su pesar, tapando con sus mejores sonrisas el desconsuelo de sentir a su hija cada vez más ajena, pero la pequeña podía ver a través de éstas
Con el pasar del tiempo Trinidad se fue inundando de pena, sus melodías cada vez menos coloridas, menos resplandecientes, más turbias, más purpuras. Ya no gustaba de ensayar en el jardín, el aroma de la menta le recordaba a sus padres, como un quejido mudo que sollozaba a la primera nota; así que empezó a frecuentar un apartado roquerío en donde la luz de la luna resplandecía por la noche y el sol de verano doraba su piel en el día.
Una noche en que un brillo purpura caía sobre su melancólico aullido, Trinidad tuvo una idea. Le ofreció al cuerpo celeste una serenata en su nombre, una que la retratara de una manera en que ni el mismísimo Beethoven lo había logrado; a cambio de que la ayudara con el tormento que ahogaba su corazón. Con una mirada piadosa y desinteresada, la luna aceptó el trato, regalando un guiño violáceo que la niña recibió con una, cada vez más inusual, sonrisa.
La niña se abocó a su creación noche y día, inspirada por la redención de su pesar, imaginando revivir esos días de arcoíris que habían quedado atrás, el jardín, los abrazos, las risas, los te amo, los juegos. Después de pasarse tres ciclos lunares visitando el roquerío, empapándose de las luces y las tinieblas del astro, terminó su composición.
“Está lista” le dijo a la luna una noche en que ésta transitaba la constelación de cáncer. Afectando seguridad, se sentó en la roca donde tantas veces había cantado su pena, lista para dejarla atrás. La guardiana de la noche ordeno silencio para abocarse por completo a sentir la serenata. La niña se conmovió con el colosal mutismo, repasó unas últimas notas en su mente, respiró el insípido olor a hiedra y empezó…
Los pájaros detuvieron su vuelo, las flores estiraron sus tallos y abrieron sus pétalos, los árboles bailaron en suave vaivén y los insectos cercaron a esa gigante maravilla. Por su parte, la luna olvidó continuar su circunferencia por unos momentos, absorta hasta las lágrimas con tan magistral retrato.
Una vez que la composición dio pie a un emotivo silencio, el astro agradeció el regalo y se concentró en oír el corazón de aquel acordeón para cumplir su parte del trato. Luego de un par de minutos en que sólo se escuchaba el palpitar del fuelle, Trinidad sintió un pinchazo y un intenso dolor en su pantorrilla. Dirigió su mirada hacía el piso y vio, iluminado por la luz de la luna, un escorpión negro como su tormento, que se escabullía entre las rocas.
Se le escapó una nota de espanto, acompañada de un hormigueo que le subía desde la pierna y una sudoración que le bajaba desde su frente. Habiéndose acostumbrado a estos síntomas, sonrió por saber cumplido su pacto con la luna y sentir un poco más cerca esos días en que hacía florecer los jardines y era cómplice del viento.
Al día siguiente, Facundo despertó con el corazón apretado, así que después de comprobar si Gloria respiraba, fue a la habitación de su pequeña. Sintió un pinchazo en su pecho cuando notó que nadie había dormido ahí. A pesar del pánico no le fue difícil saber dónde buscar a su hija, por lo que partió corriendo lo más rápido que pudo al roquerío.
Al arribar, divisó a su niña acostada sobre la roca más alta, así que, jadeando, comenzó a escalar. Una vez en la cúspide vio una sonrisa dibujada en el rostro de su hija, pero al mirar su pecho se dio cuenta de que el fuelle no respiraba. Miró más abajo notando la picadura que chorreaba un líquido turbio que se perdía entre las rocas. Se agachó, tomó su muñeca, y, sintiendo un puñal en su corazón, comprendió que había llegado tarde; que el riachuelo que caía desde sus ojos ya no tenía ningún sentido.


LOLY BÁRCENA

Me dio envidia ,sana ,al leer todos vuestros textos , alguno me dio miedito, otros robaron un par de lagrimas.
Sentí envidia , quería escribir algo , pero las manecillas del reloj van en mi contra , aunque parezca raro las musas se congelaron del frió, aquí en mi ciudad.
Pero como la envidia es muy mala , en un descanso, el café me dicto :

Quiso la vida, hacer que fuera a nacer en una familia numerosa, los gritos y chillidos de los infantes, siempre estuvieron impregnadas en las paredes de las habitaciones, eco que rebota en las paredes con tintes de manos de chocolate, pinturas de imaginación, hambre de chocolate. Todo metido como en una lata de ricas sardinas ,en una casa siempre concurrida, no por lo pequeña sino por lo repleta de cosas y gentes, tesoros de piratas, tesoros de hadas.
Quiso la vida, transcurrir, en momentos serenos, en momentos ajetreados, pero es innegable que la vida no nos trató mal.
Las pérdidas necesarias por el transcurrir, cotidiano de los minutos, de los segundos. Tener que decir adiós, amigos que marcaron carácter en nuestra vida, hacedores de sonrisas, esas que quitan o dan arrugas pero que te hacen siempre bellos a los ojos de los pequeños que te miran con ojos de admiración.
Quiso la vida, infancia, lágrimas, adolescencia, poesías, amigos, amores……………………
Quiso la vida crecer y desear una casa llena de gritos de infantes, lloros de hambre de madre, silencio de sueños.
Quiso la vida, que él llegara, sonriendo, con ojos azules de curiosidad de mares, juegos de piratas, primeros pasos temblorosos, palabras enlazadas con la musicalidad que dan los sueños infantiles. De ganas de vida, de ganas de dar “achuchones” con besos de chocolate.
Quiso la vida golpear al que hubiera sido hermano de juegos, quitándomelo de las entrañas con el dolor de la madre sangrando el alma, quiso la vida, dejarme la herida que no curara nunca, será una arruga de lo que era, pero no llego a ser jamás.
Pero la vida, siempre protectora, sabía, Quiso reglarme, cuando ya no había esperanza y la derrota anido en el corazón, unos ojos negros, unos rizos espesos donde perder mis besos, y que ese lucero fuera compañera de juegos de mis ojos azules.
Llenando la casa de risas de infantes, con juegos de mares, de piratas, de hadas.


PEPINO MARINO ERRANTE

Gregorio estaba un poquito malo del estómago. Los papás no llegarían hasta la tarde y él, lector voraz, a sus catorce años nunca se aburría mientras tuviera un libro.

Aquella mañana veraniega, Gregorio leía en su cama, en la habitación de la pequeña vivienda que sus padres habían alquilado durante julio y agosto, en un pequeño pueblo de la montaña. Era un primer piso con terraza amplia, donde sus cuatro hermanos menores disfrutaban como niños que eran, chapoteando dentro de la piscina hinchable que sus abuelas, Asunción y Pilar, vigilaban bien a gusto. Y bien contentas de atender a aquellas angelicales criaturas durante la ausencia de sus progenitores, quienes bajaban diariamente a la ciudad para trabajar.

Gregorio, inmerso en su lectura, oía de fondo las voces de los chiquillos jugando y riendo, y las voces de sus abuelas atendiéndoles, fanáticas orgullosas de sus pequeñines. Pero, de repente… un sueño estival se vio truncado por la inesperada sombra que trajo los peores farios a aquella casa…

GRITOS.

PÁNICO.

TERROR.

MÁS GRITOS.

NIÑOS DESPAVORIDOS.

ABUELAS AGRESIVAS COMO LOBAS.

ABUELAS GRITANDO DESDE LA TERRAZA HACIA LA CALLE «HAGA USTED EL FAVOR DE VENIR AQUÍ A RECOGER ESO, GUARRO. SINVERGÜENZA. MALNACIDO. CERDO, QUE ES USTED UN CERDO Y UN MARRANO, DESGRACIADO».

Gregorio no entendía nada. Salió de su habitación en dirección a la terraza como una bala, y al llegar contempló con sus propios ojos la escena del crimen: un conejo ensangrentado y muerto, flotaba en mitad del agua. Había caído del cielo impactando meteóricamente contra el centro de la piscinita.

Mientras intentaba comprender cómo demonios, escuchó la voz de un desconocido dentro de la casa que intentaba defenderse de los azotes de sus abuelas. «Perdónenme, señoras. Es que tengo el corral abajo y lo he lanzado hacia atrás sin mirar, creyendo que caería en el campo. Pero ahora mismo lo recojo y me lo llevo. No se preocupen, no se preocupen. Yo ahora mismo cojo y me lo llevo. Ya mismo me lo estoy llevando…»


 

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19 comentarios en «Niños»

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