¡Oh, no! ¡He vuelto a llegar tarde!

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema “¡Oh, no! ¿He vuelto a llegar tarde!”. Estos son los relatos recibidos. Puedes votar por tu favorito en comentarios antes del próximo jueves día 8 (solo un voto por persona).

 

DAVID GUTIÉRREZ

He perdido media vida por no saber estar puntual, es casi como una patología pero sin el «casi», este mejor lo dejo para el «casi llegué», «casi arañé los minutos justos en lugar de un par de más». Casi llegué a mi niñez, pero no me quiso esperar ni me aceptó las excusas, así que se fugó a reirle las gracias a algún cuarentón de descapotable rojo y mallas de ciclista chillonas, hay tantos que me resultó imposible localizarla para pedirle disculpas, era lo mínimo que podía hacer pero aun lo tengo en tareas pendientes, en la bolsa de procastinador profesional que tuvieron que regalarme, porque estaba claro que yo no me la iba a hacer.

Luego quise llegar a mi hora a eso de ser joven, puse cuarenta alarmas, dejé la melena al viento, compré un bolígrafo , un cuaderno y unos pantalones que se bajaran rápido, para que las hormonas no se quejaran demasiado al ver una pera de formas suculentas y quisieran ponerse en pie de guerra. Fue raro, casi llegué, con los pantalones por las rodillas y la sonrisilla esa de que todo va a salir bien, justo cuando comencé a subir las escaleras vino mi viejo a cogerme del pescuezo y a dejarme en tierra de nadie, los huevos dentro del bus, bien enganchados con la puerta y todo lo demás fuera. Para quién lo ande dudando, duele. Tirando de chiste fácil, duele un huevo.

Pero me independicé, ni puntual ni ostias, como todo, a destiempo, esta vez demasiado pronto o eso me cuentan, tampoco es que el gran hermano me dejara mucho que echar de menos, salvo, tal vez, la respuesta a un mar de preguntas sobre el vacío, que tengo por seguro, es demasiado egoísta para saber contestar, porque aun con todo, se sigue apuntando tantos inmerecidos, qué bien te habría ido como político, cabrón.

Y así hasta el presente, he dejado pasar los trenes con profesionalidad incontestable, alguno, por probar, lo pillé al vuelo y tras un tiempo salté, es hasta irónico que sin saber llegar a tiempo, se me den mejor las partidas que las llegadas. Y por suerte, aun fumador, corro que me las pelo, así que tirando de Sapere Aude! me las compongo para ir tapando agujeros y poner la siguiente alarma, a ver si esta vez llego a tiempo.

Porque ha llegado la revolución, la hora de olvidar todo lo malaprendido y empezar de nuevo, de hacerlo mejor, de que todas las mamarrachadas de alpha de cantina cuartelaria se descarnen en un triste esqueleto, y esta vez ignorar al tiempo no implica llegar tarde sino hacer fuerza contra un vagón que no debe parar. Así que esta vez si, desnudo y café en mano, llegaré a tiempo, a poner mi granito de arena, a que todo esto no sea solo un sueño. Por todas mis compañeras y también por mi, al mismo tiempo.


JORDAN ANDRADE

¡OH, NO! ¡HE VUELTO A LLEGAR TARDE!
Jordan volvió a llegar tarde, cuando me di cuenta mi corazón ya te había dicho todo lo que yo trate de callar ya sabias que sin ti no estoy bien que sufro y pago cada error por el cual te perdí, y que las historias que te contaron eran falsas ya sabes que no existe ninguna felicidad el muy idiota pensó que si te enterabas de la verdad considerarías volver, no lo culpo por que fui yo quien le dio a cuidar tu numero fui yo quien lo descuide, ahora todo lo que he conseguido curar en estos 3 meses volvió a sangrar, perdón por las molestias y gracias por no haberlo ignorado por lo que pude ver hablaron un par de horas y ya me imagino todo lo que le contaste por que a duras penas puede latir, no tratare de entenderme con el por que es inútil los sentimientos que lo guían son rebeldes pero creo que nunca mas volverá a molestarte eso dalo por echo.


EMILY RUIZ

«¡OH, NO! ¡HE VUELTO A LLEGAR TARDE!»

Su participación estaba lista, la había concretado el último día, dos páginas de una prosa impecable con introducción, nudo, desenlace y epílogo. Cuando estaba a punto de enviarla se dio cuenta que había cometido un error. Donde se proponía el tema decía: «¡Oh, no! ¡He vuelto a llegar tarde!». Había leído: «¡Oh, no! ¡He vuelto a pescar un bagre!». Quiso solucionarlo, pero el tiempo le ganó.


SANDRA SOL

No nos vamos a engañar: Sonia jamás había sido puntual en toda su vida, y no iba a empezar a serlo ahora.
Podría contar con los dedos de una mano las veces que consiguió llegar a la hora acordada, y eso le costó muchísimos disgustos, hasta el punto de granjearse enemistades, de incluso perder trabajos. Y de perder trenes.

Nunca nadie se arrepentirá tanto de algo en su vida como Sonia de haber perdido aquel que la iba a llevar a casa de su abuela Tomasa, para llevarle unas magdalenas de chocolate que había preparado, de esas que le salían tan bien. Muffins, las llamaban ahora.

Tomasa llevaba enferma ya varias semanas, y estaba sola en su casa de Villaconcejo, el pueblo que la vio nacer, sin más compañía que una radio vieja, antaño blanca y roja, pero que ahora tenía por encima el velo amarillento del tiempo, y su fiel compañero, Canelo, un perrillo callejero que había encontrado hacía ya tantos años como arrugas surcaban su rostro menudo.
Ya no le quedaban ni vecinas con las que salía a la puerta con la silla de enea al atardecer para hacer punto y hablar de lo que iba pasando en el pueblo y en el mundo. Muchas de ellas podrían haber sido fantásticas tertulianas de cualquier programa de cotilleos de esos que llenan las tardes de muchas cadenas de televisión. Tomasa se sentaba allí, oía pero no prestaba demasiada atención, se reía con las ocurrencias de Juliana, y se indignaba con la mala baba que destilaba Carmen cuando ponía a parir a medio pueblo.
Pero volvamos a la actualidad y a su enfermedad. La habían visitado ya varios médicos, pero ninguno era capaz de dar con lo que tenía, así que se limitaban a decir que eso es que había cogido frío, que es que la gripe venía muy mal este año, peor que nunca. Como siempre. No había año que la gripe no fuera la peor que habían visto en todas sus largas carreras como médicos.
El caso es que allí estaba tumbada, con su Canelillo echado a sus pies, sin fuerzas para nada, apagándose poco a poco, escuchando ese programa tan interesante que solían echar los martes por la tarde, y esperando a su nieta Sonia, y a que sus magdalenas y su conversación alegre le dieran unos días más de vida. O aunque fueran horas. Llegaba tarde, pero no es algo que le sorprendiera. Su nieta, como he dicho al principio, siempre llegaba tarde.

Lo que no sabía Tomasa es que Sonia había llegado corriendo a la estación y había visto cómo se alejaba el único tren que la podía llevar a Navales del Hayedo, a 15 km de Villaconcejo. ¿Qué podía hacer ahora? Un taxi sería impensable, porque le podría salir por el sueldo íntegro de más de medio año de su minijob. Sonia sentada en el suelo de la sala de espera de la estación, desolada, con una caja llena de muffins que iba a compartir con su abuela, pensando en ella, moribunda, postrada en esa cama, esperándola. Y ella no iba a poder llegar, si acaso, hasta el día siguiente, y, como siempre, por dejarlo todo para el último momento. Lágrimas de impotencia y tristeza, de rabia y desesperación, bañaban su rostro, y nada podría consolarla. Nada salvo la voz de un hombre que, viéndola así, no pudo evitar acercarse a ver si podía ayudarla de alguna manera. Levantó la vista y se encontró con su excompañero de piso de cuando estudiaba el primer año de la carrera, al que no veía hacía siglos, y eso la reconfortó en cierta manera. La invitó a una tila en la cafetería, la escuchó cuando le contó cómo su abuela, la que la había cuidado desde que era pequeña en vacaciones, estaba muriéndose sin que nadie pudiera hacer nada, y había dejado que se desahogara con él, maldiciendo su falta de puntualidad casi innata, y prometiendo que a partir de ahora cambiaría y llegaría incluso antes a los sitios. Llevaban hablando poco más de media hora, pero Sonia tenía la sensación de haber vuelto a la época de universidad, cuando compartían piso con otra chica de la que tampoco había vuelto a saber nada, así que no dudó en decir que sí cuando él se ofreció a llevarla ya mismo hasta el pueblo de su abuela. Tenía el coche en el aparcamiento de la estación, y, sinceramente, su negocio podía funcionar perfectamente aunque él faltara medio día. Ella aceptó con la condición de pagar a medias el gasoil, y él accedió a regañadientes.

Sonriendo montó en el asiento del copiloto y se puso el cinturón. Llegaría incluso antes que con el tren, que daba una vuelta terrible hasta llegar a Navales.

“Pero cuéntame más de ti… ¿tienes novio ahora? Casada ya sé que no estás, porque me he fijado en tus manos, y no he visto anillo. Realmente también supongo que no tienes novio, ni amigos a los que llamar en caso de emergencia, puesto que habrías recurrido a ellos.”, le preguntó mientras acariciaba el volante y la miraba de una manera que no sabría identificar, pero que no le gustó ni medio pelo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Sonia y recordó todas las veces que su madre le había dicho que no se montara en el coche de ningún desconocido, pero, joder, él no era un desconocido, había vivido con él casi un año, no era cualquiera que se hubiera encontrado de repente.
“Cálmate, Sonia. No seas tonta. Esas cosas no pasan tan a menudo. O al menos no a chicas como tú… “

No tengo ni idea de qué pudo pensar o sentir después de ese momento. Lo que sí sé es todo lo que pasó después: reportajes enteros acerca de su desaparición en programas de dudosa ética periodística, mucha especulación y desinformación, supuestos profesionales -tanto como lo eran las vecinas de Tomasa cuando cotorreaban- acercándose a la casa de la anciana, y acosándola durante semanas hasta el día de su muerte, y fotos de una caja de muffins de chocolate tirada a la altura del kilómetro 124 de la N-319.
Y algo que sí tengo claro es que Sonia no empezaría a ser puntual ahora porque hallaron su cuerpo desnudo con evidentes signos de violencia enterrado de mala manera bajo un árbol, al lado de un arroyo medio seco, a unos doscientos metros de su caja de magdalenas.


MARÍA RUBIO OCHOA

LLEGÓ TARDE
Juan llegó tarde cuando nació porque le tuvieron que sacar con forces. El primer día que fue al colegio todos los niños ya habían entrado y él seguía sin querer soltarse de la falda de su madre hasta que la profesora consiguió meterle en clase. Cuando le gustó la primera chica esperó tanto que otro se le adelantó. Alguna vez le suspendieron por entregar tarde el examen. Y lo que más le dolió fue saber que cuando fue a comprar el número de lotería que le gustaba jugar ya se había acabado y cuando fue el sorteo, se enteró tarde de que había tocado esa vez en el número que él quería jugar. Pero aprendió la lección y desde entonces en su vida la puntualidad es lo primero.


DAVID DURA MARÍN

No sé cuando comenzó , despertó en mi esta razón ,
vivo solo en el perdón , soy un ser sin corazón.
No supe hacerte feliz , ni contarte la verdad , yo pensaba que el amor ,
todo lo podía curar.
Llego tarde una vez más , una y otra ya van mil, quiero que seas feliz, no te acerques más a mi.
Te deseo lo mejor , larga vida y mucho más , quizás si vuelva a nacer , solo pida tú amistad.
Los regalos que te di , guárdalos un poco más , garantía no tienen , te los van a reclamar.
Bandolero como yo , poco somos de fiar, en cambio tú eres mejor , una flor en libertad .
Tarara tarara , tiro riro riro ro ,
llego tarde una vez más
mi reloj va marcha atrás…


DIEGO ARMANDO MENDOZA CASTILLO

Caminaba sin razón alguna por una avenida parda. Eran una noche y una avenida sin centellas ni luces bajo un cielo invisible. Daba pasos desorientados en asfalto, con la vista ciega y los demás sentidos extraviados, pero con la certeza idiota de caminar una avenida conocida. En ese espacio vacío de lógica musitaba un soliloquio de incoherencias y escupía (muy a menudo) para cerciorarme de que había algo bajo mis talones. De pronto me sentí observado y me invadieron ansias de ver hacia atrás. Noté que había una bolita de fuego revoloteando sin rumbo fijo en la oscuridad masiva. Es un cigarro, pensé. Se acercaba veloz e intermitente.

Me detuve a esperar. Como no había reloj me puse a escupir los segundos; cuando conté los veinte estaba a mi lado. Al enfocar la figura la reconocí, traía el cabello más corto que la última vez que la había visto. Vestía una camisa azul cielo con la inscripción “Aeropostale” (o tenía otra inscripción tonta de camisa tonta), unos jeans ajustados y unos zapatos pintados. ¿Desde cuándo fumas?, le pregunté. Es sólo un Lucky Strike, respondió, y vomitó todo ese humo azulado con olor a champú en mi rostro. ¿Por qué estás triste?, pregunté. Vamos, me dijo; no entiendo por qué no me respondió. Salió corriendo hacia la niebla donde su silueta se hizo negra e inalcanzable. Suspiré, guardé las manos en los bolsillos y la seguí el camino de sus pasos esnifando cada exhalación de humo con aroma a cabello recién lavado.

Llegué a lo que parecía un bar o tal vez un lugar más bajo. Allí había aire libre, no había estrellas y la oscuridad clareaba. En todo el bar se escuchaba música alta que mis oídos perdidos no se afanaban en escuchar. Me senté. En mi mesa estaban tú y tu cabello. El segundo me decía: Ven, juega conmigo. Y cuando las ondas de un equipo cercano comenzaron a moverlos me dijo: Hazme bailar con tus dedos.

Pide vino del espumoso, me dijo ella. Fui a la barra y pedí cualquier champán con dos copas. Me dieron una botella verde y dos vasos plásticos. Volví a la mesa, hice estallar el corcho y te vi reír sin razón, luego reí también sin razón, y reímos juntos por un largo rato. Servimos, probamos: me supo a ron con pasas, pero un ron sutil y unas pasas viejas. Acabamos la botella, nos levantamos, salimos del bar de mala muerte y viajamos a pie por todo el sueño sin sentir piedad por las vidas que teníamos detrás. El tiempo era un cojo siguiendo nuestros pasos mientras caminábamos cantando o agitábamos la cabeza con algún Hard Rock callejero, y las luces, nuestros únicos testigos, nos seguían mareados, nos hacían coro, nos escrutaban. Decíamos tonterías, nos reíamos como niños, éramos conscientes del espacio absurdo, del sueño ilusorio, que todo era mareo, champán, náusea, luces, humo azul de sus cigarros, la frase “Es sólo un Lucky Strike”, una colilla en el suelo, dos, tres, cinco, un rastro de nuestras huellas en colillas, más risas y malditas luces.

Por azar (como sucede en los sueños) ahora pedaleaba una bicicleta. Ella estaba en la barra. Cruzábamos sin prisa unas calles de infancia completamente solitarias. Por aquí viví mis primeros años, le dije. Habíamos llegado a mi segunda casa. Ella se sentó en la acera rota mientras yo, ebrio de nostalgia, revivía las viejas aventuras de los viejos años. De repente ella se paró, me mordió el cachete y se volvió a sentar. Le miré fijamente como buscando la intención, pero sus ojos fueron más un enigma de lo esperado, en cambio una idea sobrevino, fue tan fugaz, insignificante y clara como la luz recortada de los cometas. Acerqué veloz mis labios a los suyos: sabían a nostalgia, ron con pasas, champú Lucky Strike, y a sangre. Al parecer me había mordido. Sentí el sudor de su piel, el calor de sus mejillas encendidas, sus cabellos cortos traspasando mis ojos, un par de palmas en mis hombros, y luego…, luego nada. Da igual, dijiste. ¿He llegado tarde?, pregunté.


NANE NINONÁ

No soy mayor. No. Pero no puedo negar que tampoco soy joven. Desde luego, no me siento joven. No la mayoría del tiempo. Y es un desasosiego, oye. Y no pequeño. Es un vértigo incipiente y constante, que crece por momentos. Y aprieta… Que ahogar, no ahoga, como el dios al que rezaba mi abuela, pero atormenta.
Y es un vértigo que se agranda cuando añades esa maldita sensación de espera perpetua con la que nos condena el mundo… Siempre esperando algo…
Y ese no apretar se vuelve ahogo cuando, de repente, sin verla venir, alumbras una aterradora revelación: llevas toda tu vida esperando en balde, porque en realidad ya has llegado tarde.

¿Y ahora que lo sabes, qué? ¿Eh? Pues ahora te jodes.


LA XICUELA DE CORRIOL

He vuelto a llegar tarde a escribir sobre el tema semanal de escritura creativa. Cuando no sabes si es lunes o viernes, ésto es fácil que ocurra. Perder la noción del tiempo y del momento en el que vives, es a la vez placentero (sin preocupaciones) y también difícil de llevar (porque todos los demás sí tienen un horario que cumplir). Te desmorona saber que no puedes dar más de tí y que nunca sabes si te despertarás con fuerzas para levantarte de la cama, y simplemente caminar. Hoy lo he hecho y ha salido mal. Tarde, otra vez tarde, pero con mucho sacrificio mañana lo volveré a intentar. Espero que la suerte y las fuerzas me acompañen.


CARLOS COSTA

He vuelto a llegar tarde.
Es habitual en mi, ya que el reloj de la primera comunión se perdió sin abrir una investigación que aclarase los hechos.
He vuelto a llegar tarde, lo confieso. Bueno, realmente no hay nada que confesar.
A los que tardamos en llegar al sitio marcado en el Google Maps, se nos nota en la cara un atisbo leve (dada la frecuencia de este incidente) de vergüenza escarlata.
La primera vez que llegué tarde, no sé si podré relatarla con todo lujo de detalles, fue a una charla sobre la sexología, en el colegio. Fue bochornoso que el marica de clase entrase tarde a una explicación sobre la reproducción del macho y la hembra.
La segunda vez que llegué tarde, (y no sabéis cuanto me alegro) fue a recibir una paliza por parte de unos matones que cursaban dos o tres cursos encima del mío. Llegué tarde, se cansaron de esperar.
La tercera vez fue al entierro de mi abuelo. Todo listo para la despedida, y yo no llegué a besar el cuerpo.
La cuarta vez fue en mi primera pérdida de virginidad (o esa fue la tercera, no lo sé). Llegué cuando el chico ya había culminado su instinto de deseo. Ya estaba fumando, me dió una calada, aburrido y resentido, (pero no mucho) y me dijo «hasta luego»
Así ha habido muchas veces, muchas. La última fue ayer, llegué tarde a la cita con el médico y ahora no tengo pastillas para el insomnio.
¿Cuál fue la vez más jodida? Cuando el avión despegó y yo no había ni siquiera pasado el cheking. Ni tampoco te había dado el último abrazo. Llegué tarde incluso al café de arrepentimiento, en el Starbucks. El café de la soledad y el reproche.
Te fuiste y mis cartas llegaron tarde.
El wifi tiene un retraso
Y el Skype me dice «espere»
No sé esperar.
Tal vez por eso no sé de quién es la culpa.
Del que llega tarde o del que no sabe esperar.
No lo sé, de verdad.
Pero sé que no he encontrado el reloj de la comunión , y eso me preocupa. Creo que ese fue el punto de inflexión de mi despreocupación con la puntualidad.
Gracias a ser impuntual, me he salvado de varias hostias, no me he despedido trágicamente de seres queridos, me he perdido muchas cervezas…pero sobretodo, sé quién soy y sé quién soy ahora, que perdí el avión que tal vez se hubiese estrellado. Porque tú y yo, éramos manecillas distintas. Íbamos hacia la misma dirección, pero en distintos tiempos.
El día que encuentre el puto reloj, te lo envío en un paquete bomba.
Para que sepas por dónde me paso yo el sentido del tiempo.


ÁNGEL MARTÍN

DOCE VECES TARDE

Yo, una persona harto escrupulosa con la puntualidad, he vuelto a llegar tarde, y esta vez me he lucido. He llegado doce años tarde.
No voy a excusarme diciendo que me distraje por el camino, ni atribuyendo a mi mala suerte crónica la desproporcionada magnitud de mi tardía llegada. A veces el azar es caprichoso, y otras tantas el caprichoso soy yo y hago oídos sordos a gritos capaces de hacer vibrar galaxias enteras.

Como digo, he llegado tarde, y no asumo el hecho con indiferencia. Me castigo por cada día que he pasado lejos de este momento, ignorando si mi percepción acerca del asunto es correcta, o si he dado un rodeo ineludible guiado por colores que el ojo humano es incapaz de percibir. Me atormento pensando en infinitas posibilidades de lo que podría haber sido como me atormento pensando en lo que será. Cuando se trata de atormentarse soy todo un experto, y no escatimo en esfuerzos aun en contra de mi voluntad.
No sé si serán capaces de perdonarme allí donde yo no lo hago. De perdonar que me perdiera en el laberinto y escogiera una y otra vez la salida equivocada. No había Hilo de Ariadna para guiarme. No dejé piedras para saber volver, porque no quería volver. Mis ojos ven perfectamente, pero di palos de ciego.

Ahora tengo mucho que compensar. Doce años son cuatro mil trescientas ochenta compensaciones a deber, sin contar bisiestos. Más de cien mil horas que se han ido en un parpadeo y me dejan en desventaja, vulnerable y temeroso ante un futuro inmediato que se acerca a toda velocidad y amenaza con arrollarme y repartir mis átomos por lugares a los que no llega la razón.

Doce malditos años tarde he llegado hasta tu puerta.


SOLEDAD DEL MURO

EL IMPUNTUAL

Ya se le había hecho costumbre llegar tarde a casi cualquier parte. Su jefe ya le había perdonado varias llegadas fuera del horario reglamentario y todo porque a pesar de su incorregible impuntualidad era un buen empleado y cumplía al cien con el resto de sus obligaciones.

De modo que era un buen tipo, «buena gente», como solían describirle sus compañeros. Gozaba de su aprecio y simpatía, tanto así, que un día decidieron sorprenderle con un obsequio que sin lugar a dudas, le haría llegar a tiempo al trabajo: un reloj suizo de oro.

Se acercaron pues esa mañana a su escritorio, y uno de ellos, con las manos tras su espalda, ocultando el costoso regalo, le dijo:

_ Tenemos algo especial para ti

_ ¿Qué es? – preguntó rascándose la cabeza

Mostráronle la cajita, elegantemente decorada. Él, con ansiosa curiosidad, no tardó en abrirla y al descubrir su contenido hizo un gesto de sorpresa y aunque fingió muy bien la sonrisa no pudo ocultar su desilusión: esperaba otra cosa.

_ ¡Es suizo! – exclamó uno de sus compañeros

_ ¡Y exacto! – agregó otro levantando una ceja

Les agradeció a todos por el obsequio con un apretón de manos, y guardando la cajita en su ataché volvió al trabajo que tenía pendiente sobre el escritorio.

A la mañana siguiente sucedió lo de costumbre: ¡volvió a llegar tarde! Su jefe suspiró resignado moviendo negativamente la cabeza, lo mismo que el resto de sus compañeros que se lamentaban haber comprado para él un reloj tan costoso.

No cabe duda, algunas personas son incorregibles. Algunas personas seguirán siendo impuntuales, aunque carguen con ellos un reloj suizo de oro ¡o el mismísimo reloj exacto de la Torre de Londres!


EMILIANO HEREDIA

¡Ótra vez tarde! (Jolines)

-¡Ay!,¡ay!, ¡que nó llego!, ¡ótra vez tarde, jolines!.
(Se vá a enfadar mucho, mucho, cuando se entere…jolines, què rollo, nunca llego a tiempo…siempre llego tarde…¡es que no lo puedo evitar!, siempre me pasa lo mismo, me lío con lo que estoy haciendo, y llego tarde siempre, yá me vale, y con el genio que tiene…¡me voy a enterar!, de èsta nó me libro….es muy inteligente, se entera de todo, ¿y que excusa le pongo ahora?, le he dicho yá de todo, como no le diga que ha sido culpa de unos marcianos…nó, eso es una chorrada, y nó colaría…¡ostras!, ¡ya ha llegado!, tú, haz como si nó hubiera pasado nada, tranquilo, no te pongas de los nervios, huele el miedo..¡ay nó!, se ha parado delante mía, ¿que hace?, ¡ay nó!, está oliendo!)
-¡Manolito!, ¡ótra vez te has echo pis por jugar a la Play Station!, ¡te he dicho miles de veces que cuando tengas ganas, pares y vayas al baño!, ¡castigado una semana sin la play!
-Jolines, mami….


FELIPE IGNACIO

Por ahora

Tarde, tarde… ¡tarde! ¿Acaso nunca aprenderé? ¿O es qué me gusta ser impuntual? No cumplir con el maldito tic-tac, mirar sus ridículas manecillas y darme el lujo de ir a mi propio ritmo.
Entrevista a la que voy… impuntual; reunión a la que voy… impuntual. Después me quejo de mi papá y sus reproches, de sus “ya, pero llegue puntual”, “a la hora hijo, ¿ya?”… Ahora me pongo nervioso pensando en sus frases, como infatigables calvarios que me ponen a golpear el lapicito contra mi boca, tic-tac, tic-tac.
Es como si la impuntualidad fuera mi república independiente, mi rebelde “no” entre tantos “sí” en que la rutina ha izado su bandera. “Un día me lo vas a agradecer”, “tienes que cambiar eso”, “cuando seas padre vas a entender” y todos esos condenados dictámenes sobre lo que es y lo que debe ser.
Es tan fácil pasar de mi impuntualidad a mi papá, que este escrito debería ser derechamente un diálogo con mi padre… De hecho, así será; pero, es domingo y son las siete de la mañana… puedo llamarlo, sí.
Sería algo así como:
-Aló papá.
-Hola hijo – me diría con voz adormilada -. ¿Pasó algo?
¿Con voz adormilada? No, no. Ese no es mi papá. Pongámosle que es lunes y está trabajando, eso sí que suena a él. Le escribo un whattsap: “Hola papá. Cuando tengas un rato libre te agradecería me llamaras, necesito conversar algo contigo. Un abrazo”. Pasan treinta minutos y vibra mi celular.
-Aló.
-Hola hijo. ¿Cómo está? – me diría desde el altavoz.
-Hola papá. Bien ¿y tú? – le diría tanteando el terreno.
-Bien hijo, aquí trabajando – me contaría ya con el teléfono en la oreja -. Cuénteme, ¿qué necesita hablar? ¿Pasó algo?
Yo me quedaría un momento en silencio. Tomando aire, fuerzas, valor o algo así.
-Sí, necesito conversar, pero parece que estás ocupado. Podemos dejarlo para otro momento.
-No, tranquilo. Cuéntame… ¿Es de plata? ¿Pasó algo con tu mamá? – me diría mientras un apresurado tecleo lo delata.
Y así empezaríamos, jugando el mismo juego que todos estos años, el perro de arriba y el perro de abajo, el que ordena y el que entra pidiendo permiso por saberse, en alguna medida y por algún motivo, inoportuno. ¡Maldito juego! Años repitiéndote y ahora que te escribo, te veo tan claramente…
Mi lápiz se detuvo por uno, dos, tres y quince minutos. Al compás de mi silencio, de mi decantar, de mi insight. Cuando volvimos (mi lápiz y yo), ya me dolía la cabeza del sueño, así que preferí dejar hasta acá mi insomniesca aventura, por ahora. Recién voy en el saludo, tengo para un buen rato y cada vez nos demoramos más en plasmar estas palabras, como si mis pensamientos fueran entrando a una habitación sin gravedad que los ralentiza, poco a poco. Así que, permisito dijo Monchito.
-No, ninguna de esas opciones, pero mejor lo dejamos para otro momento. Me surgió algo que tengo que hacer.
Eso es más simple que justificarme en el sueño, sobre todo en su horario de oficina en que lo menos que recibiría de vuelta, sería una burla.
-Bueno, campeón – me diría con tono comprensivo.
-Mejor voy a almorzar en la semana y conversamos, ¿te parece?
-Me parece. Jueves o viernes está bien.
-Oka. Te estoy avisando, entonces.
-Okey.
-Un abrazote, papá. Que estés bien.
-Tú también, hijo. Nos vemos.
-Chao.
-Chao.
Muy probablemente antes de despedirse me diría que no llegue tarde a almorzar y muy probablemente yo le diría… pero mejor descansar, que ese almuerzo da para largo, más aún si llego tarde.


LUISA VÁZQUEZ

Nunca había escrito, ni siquiera la lista de la compra. Soy de ciencias y la creatividad nunca ha sido mi fuerte. Siempre pensé que hilvanar tres palabras seguidas que fueran lo suficientemente coherentes como para constituir un escrito no iba conmigo.
Lo que si he hecho siempre ha sido convivir conmigo misma. ¡Y es una ardua labor!.
Ahora he recorrido un largo camino y he llegado a la madurez dejando algunos lastres detrás pero, desafortunadamente, no todos.
Cuando digo que he convivido siempre conmigo misma me refiero a que mi mente es un órgano. que no para de funcionar. Supongo que por eso soy casi insomne crónica. En épocas anteriores todo lo que ahora traspaso a estos pequeños escritos se quedaba exclusivamente allí dentro. Nunca me planteé plasmarlo en ningún sitio y mucho menos, hacerlo publico.
He sufrido temporadas muy largas, eternas a veces, de una tremenda angustia, de una amargura tal que me llevó a permitir dejar pasar pensamientos que nunca deberían haber salido de lo más oscuro y profundo de mi alma. Me han asaltado miedos que eran más terrores que simples temores. He enfrentado situaciones de las que no tenia ni idea de como salir y que durante eternos momentos me han paralizado.
He soportado la terrible y real sensacion de tener la vida y la integridad física de la persona que más amaba en mis manos y no saber que camino, que decisión tomar.
Me he enfrentado a la perdida de la lucidez por parte de esa persona sin tener ni idea de cual era la actitud que había que adoptar en esa situación. Como tenía que tratarla, que podía decirle y que no. Pero, sobre todo, como podía defenderme para que no me arrastrara con ella.
Y he estado sola en todos esos momentos. Con la única persona con la que podía compartir mis dudas, mis indecisiones. La unica que podia darme consejo y seguridad era la que había perdido toda capacidad cognitiva.
Pero en ningún momento se me ocurrió traspasar todo eso al papel.
Me avergonzaba escribirlo aunque fuera algo que solo iba a ver yo. Siempre lo consideré una debilidad y en aquel momento yo podía permitirme cualquier cosa menos ser débil.
No me di cuenta de lo esclarecedor, lo sanador que puede ser volcar todo lo que deja tu alma en carne viva en un papel en blanco y luego releerlo.
Tuvo que morir ella y decidir yo dejar atrás toda mi vida anterior, cambiar de residencia, hacer una enorme hoguera y realizar un aquelarre para purificarme y permitirme volver a ser yo, para que por fin me decidiera a empezar a escribir.
Y, curiosamente, descubrí la facilidad que tengo para hacerlo. No se sí bien o mal, se que he recibido algunas buenas críticas y mucho silencio así que, ¡¡quien sabe!!.
Lo que si sé es que mi escritura es compulsiva, que sale directamente de mi mente al papel, que escribo de corrido, sin volver atrás, que no repaso ni releo hasta que no he terminado y que solo corrijo las faltas o las frases mal construidas.
Lo del blog vino después. Creo que todos los que nos hemos dejado poseer por el demonio de la “creatividad” lo hacemos con la intención y la esperanza de que alguien tenga curiosidad y quiera saber que tenemos para comunicar. Pero, claro, descubrir todo esto en la etapa en la que estas atrapada en esa red de responsabilidades inútiles de la edad adulta no te deja opción a esperar, a imaginar, a ilusionarte. Los resultados deben ser más rápidos porque vives con la sensación constante de que ya no tienes tiempo.
Llegué tarde pero, como mi vida se paró en la adolescencia, ya no la puedo recuperar.


FLAVIO MURACA

He vuelto a llegar tarde

Tarde como siempre el amor llega a mi vida… justo en la penumbra de mi agonia donde todo se olvida…
Parece incordioso saber que el reloj nos jugo una mala pasada, que se olvido de nosotros, que fuimos desconocidos, amantes suicidas.
Tarde, siempre tarde, a mi que soy el rey de la puntualidad me viene fallar el destino incitandome que te deje en el olvido.
tarde como siempre, mas tenga vida tendre tiempo de amar.
Me apresure a este amor años luz, como una cruz cargue el peso de la espera.
Mas me guardo el sabor de tus besos con amor, llenos de pasión, a la vera de un mesón
Tarde como siempre, tarde como siempre… me di cuenta tarde.


MARTA TORRES

Oh, no! He vuelto a llegar tarde como siempre. Tu corazón ya esta ocupado y el mío se tiene que hacer a un lado ….aún que siga inundado de amor debe de entrar en razón, aún que eso le parta el corazón.
Nunca he tenido suerte en el amor siempre llegó tarde , no se por que razón.
Pero tengo la esperanza de que algún día llegué a tiempo a algún corazón, y que este llenó de amor.


LOLY BÁRCENA

LLEGAR TARDE

Llegar tarde, pero llegar ya de por si es un logro, creo que se le da demasiada importancia a llegar a tiempo, no sé, quizás algunos nos guste llegar tarde, durante el drama de nuestra vida, tenemos el don de llegar tarde, vivimos en constante tiempo pasado demasiado rápido.
Me gusta que llegue tarde el invierno , odio el frio , me da repelujo el alma , me carcome las articulaciones, los huesos , en general tomo di cuerpo , ya a mi edad los achaques de la vejez , el frio los atemoriza, les hace llegar tarde , al baño, a la comida , a la cama, bueno no a la cama no , a ella me gusta llegar.
Me gusta los besos que llegan tarde, con prisas de darlos antes que se acabe el tiempo, que este llega tarde pero llega. Besos apasionados, con amor tardío, con amor esperanzado, con amor puro.
Me gustan los abrazos tardones esos que se acurrucan en el corazón y te dejan calorcito, aroma de mar, brisa de la tierra. Añoro esos abrazos tardíos que poco a poco me dejaron de dar.
Me gusta cuando las tardes llegan tarde, con la luz del sol pesarosa de irse ,con las prisas de inundar la oscuridad, mi cielo, como se rebela por llegar, pero despacio, a paso lento, dormido , sin ganas , tarde.
Me gusta que llegues tarde porque así me puedes contar todo lo que te hizo llegar a mí, como no paras de hablar queriendo recuperar el tiempo tardío. Solo que quizás algún día llegues demasiado tarde , y mis cansados ojos estén cerrados ,descansando en silencio, llegado demasiado pronto a mi destino , de él que me hubiera gustado llegar tarde , pero no dejes de llegar tarde y contarme tus aventuras necesitare saber que las vives , que las saboreas.
“Amigo”, tu llega, ya sea a tiempo o tarde, sabes el dicho, nunca es tarde si la dicha es buena. Llega a tus sueños, llega a un amor tardío, llega a la esperanza, llega a la paz, llega a la luz, llega a las palabras escritas, a narraciones de tiempos pasados, de futuros inciertos, pero no lo dudes nunca: LLEGA.


 GABRIELA MOTTA

¡He vuelto a llegar tarde!

Llegaba tarde hasta cuando planificaba llegar temprano, era un círculo vicioso.
-Llegar tarde es un vicio o una virtud depende con el lente que se lo vea (siempre repetía, con el fin dé excusarse por sus impuntualidades). Había quienes lo tildaban de narcisistas, quienes decían que lo hacía por pura adrenalina, quienes creían que lo hacía a propósito; en fin fuera cual fuera la causa lo que importaba realmente era que jamás llegaba a tiempo. Debido a este “problemita” había perdido varios empleos, novias, negocios, familiares y amigos. Pero él no podía corregir su vicio o no quería, quien sabe, la impuntualidad era su segundo nombre. Era su forma de vida aunque no tenía claro si el la había escogido o viceversa-de todos modos esto ya no importaba-. Así se pasaba los días apresurado siempre en contra del reloj, apresurado por llegar temprano a todos lados, apresurado por poder apropiarse del tiempo y ganarle aunque fuera por un segundo. A pesar de su esfuerzo nunca logró alcanzarlo y en un abrir y cerrar de ojos se le fue la vida, corriendo, volando detrás de esos minutos que jamás regresaron.
Cuando por fin tuvo conciencia de que se había pasado la vida trotando detrás del tiempo se dio cuenta que se le había acabado el tiempo de vida y exclamó:
-¡He vuelto a llegar tarde!


 

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24 comentarios en «¡Oh, no! ¡He vuelto a llegar tarde!»

  1. Carlos Costa y Sandra Sol. Loly y Nane me habéis gustado al mismo nivel, pero por motivos personales (Y porque Cris me va a matar si divido más el voto) me quedo con esos dos.

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