El lado cómico de las cosas

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir sobre «el lado cómico de las cosas”. Estos son los relatos recibidos. Puedes votar por tu favorito en comentarios antes del próximo jueves día 25 (solo un voto por persona).

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

SOLEDAD DEL MURO

EL LADO CÓMICO DE LAS COSAS… Y DE LA VIDA

_ Véndame un veneno efectivo para ratas – dijo la mujer que entró al agroservicio sin disimular su nerviosismo

_ ¿Qué tipo de «rata»? Preguntó el dependiente que además tenia una pizca de psicólogo

_ Una muy despreciable – respondió ella quebrando la voz

_ ¿Y por qué quiere eliminarla? ¿ya intentó razonar con ella

La mujer titubeó por unos segundos antes de responder:

_ ¿Razonar con ella? ¡qué tontería! Es sólo una rata insignificante, una triste y estúpida rata

_ Yo podría intentarlo – aseguró el dependiente con voz serena y tranquilizadora

_ No funcionará, una «rata» como esa no entiende de sermones

_ No voy a sermonearla. Quizá la invite a un café, conversaremos sobre lo que le atormenta, sobre lo que le hace llorar antes de dormir cada noche

La mujer intentó contener las lágrimas pero no pudo, se le rodaron tibias por las mejillas hasta perderse en su cuello. Afirmó con su cabeza en señal de estar de acuerdo con su peculiar proposición

Y así el lado cómico de las cosas, el lado cómico del amor. La «rata» que estaba destinada a morir ese día fue salvada heróicamente por el dependiente de un agroservicio que además tenía una pizca de psicólogo.


DAVID CRIS E MAIA

Una vez tuve un mejor amigo. Durante años. Un mejor amigo de los de antes. De esos que ya no se hacen. Siempre estaba cuando lo buscaba, dormido o despierto tenía su amistad en mi. Era siempre un sí.
Creíamos, luchábamos, cantábamos.
De noche bebíamos, bailábamos y poco más. Las serpientes y otros animales de la vía Láctea nos llevaban la boca de cuello en cielo, de alma en nota, de piel en ayer. Hasta que no. Hasta que hubo un hoy y mañana y mil viajes después. Hasta que su yo era un lo siento y un tengo miedo a que me deje de querer.
Sin saberlo, sin quererlo, me convertí en un monstruo bajo la cama.
Buuuuh.
Neeeeee.
Baaaaah pseeeeeee
Si me da igual, ya no me importas y no te hago caso aunque me veas, aunque me mires, que no soy yo quien te empuja y no te habla. Creído. Niñato. ¡Hombrefaltaríamás! ni caso te hago aunque me ignores en el callejón estrecho, cuando te huelo hasta los miedos viejos.
De lado, así has ido siempre por la vida, sin querer entrar de lleno por si te lastimas. Yo aquí ya no te espero.
Si tú a mí no me eres nada. Hombrecito. Tarambaina. Con tu ristra de obras colgadas en tascas. Si te lo trincas te hace un cuadrito. Lo mismo te usa de musa. Oí que a veces dos. Con voz en off, con tono falso. Suena de fondo una risa de hiena y creo que soy yo.

Saber reír. Saber reírse de uno mismo. Aún cuando duele. Aunque ya no quede nadie.

¡A la mierda! creo que dije mientras me iba, con lo que cuesta salir de debajo de la cama.


FELIPE IGNACIO

Problemas relativos al acento.

Evocar este relato no es fácil. Lo que pasé no se lo deseo a nadie. Han pasado meses y aún atormenta mis sueños. Intentar comprender la extraña condición del doctor Ramírez es chocar con la misma pared una y otra vez. Esperando alguno de ustedes pueda ayudarnos, les cuento el desafortunado evento que fue más o menos, así.
Una pertinaz gripe acuciaba a los pequeños Félix y Abril, de 11 y 7 meses, respectivamente. En el pueblo no hay centros de salud gratuitos, y entre mis ventas de cerámicas y los negocios de Francis en la pintura, nuestro presupuesto es exiguo.
Difícil nos es costear un servicio de salud; o un pasaje a la ciudad en busca de servicios gratuitos; e imposible caminar hasta ésta con el tórrido clima, menos con los críos así. ¡Ay, dios mío! Qué situación la nuestra…
Un día Francis se enteró de la inauguración de una económica clínica a unas calles de casa. Pero… en estos casos siempre hay un pero. Imagino con el afán de dar esperanzas a los más desfavorecidos, así como por abaratar costos, los asalariados del centro tenían ciertos “Inconvenientes no esenciales relativos al rol”.
Sin dar mayor importancia al impreciso alcance tomamos a nuestros bebés, los cubrimos con sus pañales de género y nos encaminamos.
Pasando la puerta principal del humilde edificio notamos un listado de los inconvenientes con sus respectivos valores:
– Relativos al acento.
– Relativos al trato.
– Relativos a la indumentaria.
– Relativos al diagnóstico.
– Relativos al temperamento.
Aunque bajos, los precios estaban fuera de nuestro alcance. En tanto nos lamentábamos, vi pasar un hombre completamente desnudo.
Rondaba con profesional actitud y colgaban en su cuello una credencial y un estetoscopio; me percaté de esto antes de desviar la mirada (lo cual hice bastante pronto, no me quedé viendo si le colgaban otras cosas). Supuse que su inconveniente era relativo a la indumentaria, por lo menos, para mí lo era.
Volví la mirada al listado y leí en una esquina con letra chica: “Mitad de precio en caso de atenderse con profesionales que presenten inconvenientes no esenciales mixtos”. Se lo indiqué a Francis, nos sonreímos y nos acercamos al mesón.
-Buenos días, señorita – comencé.
-Diga – respondió la joven con apatía.
-Necesitamos urgente una consulta médica para nuestros dos hijos. Llevan semanas con una gripe que va de mal en peor.
-Ajá – dijo apenas separando los labios.
Su trato me bloqueó, por suerte Francis tomó la palabra.
-Queremos que nos atienda un profesional con inconveniente mixto – expuso con apremio, pero con suficiente cortesía.
-Ajá – repitió con amarga mueca.
Sin dejar de masticar chicle ni mirarse al espejo, empezó a teclear debajo del mesón. Luego de un vistazo a la pantalla, volvió a su reflejo y dijo:
-Doctor Ramírez. Inconvenientes de acento y de diagnóstico.
Agradecí que no tuviera de vestimenta.
-Perfecto – respondió Francis.
-¿A nombre de quien el bono?
-Ariel Román Aguilar – respondí.
-Ajá.
Recordé el descuento por ser pariente directo de carabinero.
-Tengo el descuento Orden y Salud – me apresuré a decir dejando la documentación pertinente en el mesón.
Pagamos y nos sentamos en la sala de espera.
En cinco minutos presenciamos insólitas situaciones: un doctor y un encargado del aseo peleando a puño limpio; un guardia gritándole a un usuario sentado en el puesto preferencial; doctores y doctoras (los distinguía por su credencial) paseándose con ridículos disfraces o como dios los trajo al mundo; una doctora que de rodillas le rogaba a un usuario piedad; entre otras. Si bien nuestro desconcierto era bastante, nada opacaba la dicha de que atendieran a nuestros hijos.
-Ariel Román – llamó un doctor vestido como tal.
Levanté mi mano, nos acercamos al doctor y luego de un cordial saludo, nos invitó a su despacho.
-Bueno, yo soy el doctor Miguel Ramírez, pediatra por especialidad. Me gustaría saber sus nombres y qué los trae por aquí.
El doctor modulaba sin trabas, tenía un trato amable, su acento no presentaba ningún inconveniente y estaba vestido. Creo que se me escapó una sonrisa mientras contesté:
-Ariel Román.
-Francis Martínez – indicó mi pareja poniendo la mano izquierda en su pecho.
-Nuestros hijos nos traen por acá, doctor – expuse -, llevan semanas con una gripe horrible. Primero cayó Félix y luego Abril.
-Entiendo. Comencemos con Félix. Acérquelo a la camilla, por favor.
Me puse de pie y con delicadeza acomodé a mi hijo. El pediatra revisó con una linternita su boca, luego con el estetoscopio su pecho y espalda; repitiendo el proceso con Abril. Intenté vislumbrar alguna señal del diagnóstico, pero la serena y diligente expresión del doctor era indescifrable.
Una vez terminada su revisión, nos sentamos. Recordé su inconveniente con el diagnóstico, así que me dispuse a tomar atención para paliar cualquier eventualidad.
-Y… ¿Qué nos puede decir, doctor? – preguntó Francis.
La calma expresión del doctor se desdibujó, tomando un aire vacilante.
-Bueno, Francis… Félix vive difícil momento, para nada fácil. Claramente grave… grave, grave – dijo asintiendo con pésame.
-¿Y… Abril? – indagó Francis.
-La situación es peor, está mal. Su tos no es dificultad común.
-¿Está sufriendo, doctor? – preguntó Francis con voz quebradiza – ¿Por eso llora tanto en las noches?
-Uff, Abril… No es lo central, es un quizás, es opción. Tal vez por comezón, por estrés, por comer, por frustración, por dormir o por no dormir, por qué sé yo… ¿Abril fumó, quizás?
-No, doctor… Tiene 7 meses – respondí frunciendo el ceño.
-No fumó – dijo el doctor tomando nota.
-Al parecer la situación de nuestra hija es de gravedad – comenté.
Un tanto precipitado, aseveró:
-Sí, sí, de gravedad. Les diré que la decisión de traer a Abril, a decir verdad, genial.
Puede parecerles una actitud negadora, pero la forma en que se comunicaba el especialista se me hacía confusa, las palabras que elegía, no sé…
-¿Qué podemos hacer por ella, doctor? ¿Le ayudará el limón? – consulté.
-Intuyó bien, Ariel – dijo en tono de cumplido -. El limón le será de utilidad a Abril. Limón, miel, anís, llantén, toronjil, nuez… Ah, y también el melón.
Mientras anotaba los remedios, Francis preguntó:
-¿Sirven esas indicaciones para Félix?
-Bajo ninguna manera – afirmó categórico -. Para Félix ayudan otras cosas. Naranja, lechuga, espinaca, romero, boldo, matico, menta, melisa.
Me llamó la atención que presentando síntomas similares tuvieran indicaciones distintas.
-Pero, si es que tienen enfermedades y edades similares, no debieran curarse de manera… similar. Por ejemplo ¿no le vendría bien a Félix el limón? – indagué suspicaz.
-Nunca.
-¿Y La naranja en Abril?… Es un cítrico, como no va ayudar, doctor.
-Ojalá no… será su perdición.
-¿Y la miel para Félix, doctor? – consultó Francis.
-Tampoco – respondió el pediatra con voz seca.
Que disparate, pensé. Dudé seriamente de su criterio profesional; no obstante, hubiera preferido dejar las preguntas hasta ahí, pero no. Lamentablemente… continué.
-A ver, doctor… nos está confundiendo. ¿Qué diagnóstico tiene para Félix? – averigüé penetrante, dejando de lado la cordialidad.
-Gripe – respondió mientras Abril empezaba a llorar.
-¿Y para Abril? – proseguí.
-Arrurru la guagua… – cantaba Francis meciendo a nuestra hija.
-Abril se resfrió.
-¿O sea que tiene un resfrío?
-No, no, no. Se resfrió.
Ya me parecía el colmo de lo absurdo.
-Doctor, ¿si es que Abril se resfrió, no significa eso que tiene un resfrío? – pregunté con ironía.
-No es igual, no – aseveró desabotonándose la cotona.
-A ver… ¿podría usted decir que Abril tiene gripe? – le dije perdiendo la paciencia.
-No. Le afirmé que Abril se resfrió.
-¿Y podría decir que Félix se resfrió? – dije viendo unas gotas de sudor bajar por su enrojecido rostro.
-Como dije, Félix vive una gripe, una grave.
Mientras Francis seguía arrullando a Abril, insistí. Mi ofuscación era tal que ignoré las señales del doctor. Cuánto me arrepiento…
-¡Doctor! – Francis tocó mi hombro intentando calmarme -. Sabe que creo… que Abril tiene gripe y que también le vendría bien una naranja; que a Félix sí le ayudaría el limón y también creo, que se resfrió. Y aunque usted diga lo contrario, creo que decir que alguien se resfrió y que tiene un resfrío ¡es-lo-mis-mo!
A mi indignación le cayó un balde de agua fría al ver al pediatra desvanecerse y desplomarse hacia su derecha. Raudamente y con Félix en mis brazos, me acerqué a él.
-Doctor, doctor… – dije moviéndolo de un hombro.
Su silencio me hizo temer lo peor.
-Doctor… doctor, responda – le pedí poniendo mi mano en su pecho.
-¿Late? – preguntó Francis que miraba con asombro.
-No siento nada – respondí temblando.
-Voy por ayuda – dijo mientras salía del despacho.
Le escuché clamar por auxilio. Pronto una joven riendo a carcajadas y otra vestida de payaso se llevaron al pediatra en una camilla a la zona de urgencias.
La sala de espera fue testigo de nuestras incansables plegarias, hasta que un doctor se nos acercó.
-Ariel… Francis – su tono no era buen presagio -. Lamento profundamente informarles que el doctor Ramírez… está vivo.
-¿Qué? ¿Y… por qué tan afectado, doctor? – preguntó Francis levantando las cejas.
El doctor se llevó los dedos a la barba y, luego de unos segundos, leyó un papel que sacó de su cotona.
-Perdón, pasó a mejor vida, eso. Mi más… – echó un disimulado vistazo al papel – sentido pésame.
No hay día en que no recuerde su pulso muerto, su mirada vacía. La verdad ya no pretendo encontrar sosiego, sé que esta culpa no me dará tregua. Sólo me queda el consuelo de algún día comprender su extraña condición, sin duda grave, sobre todo en su fase aguda. Pobre doctor Ramírez, descanse en paz, doctor.


LA XICUELA DE CORRIOL

El lado cómico de las cosas es cómo buscar un becario de más de 65 años.
¿Para qué?, ¿para tenerlo sentado en una silla sin apenas darle trabajo al día que una pequeña conversación al principio de la jornada?.

Ayer pude ver una película que consiguió sacarme un buen par de carcajadas en un principio, para después hacerme sentir pena por el resto de los mortales que no tenemos esa capacidad de trabajo y tesón a partir de una tierna edad como son los 18 años.
Tener 18 y sobrevivir con lo que te dan tus padres para pasar una semana es duro, pero peor es tenerse que sacrificar en otras cosas básicas para que el niño de 18 pueda tener esa paga semanal.
¿En qué mundo vivimos? En el de las prisas, en el de, cuidado con mi hijo, que no me lo toquen, porque siempre tiene razón, etc.

Pero y nuestros mayores, ¿qué?. ¿Cuando nos daremos cuenta que han sido nuestra base para ser adultos, y sólo los necesitamos de a diario para cuidar a nuestros niños?
Los mayores también tienen una vida. No sé trata de aparatos con una duración limitada, sino de personas con otra perspectiva y mucha experiencia, pero con vida propia.


EMILIANO HEREDIA JURADO

HUEVOS

Hace un estupendo día de inverno.
Soleado, pero con frío. Los coches, los árboles, aún, perezosos, nó se han desembozado de la sábana de escarcha nocturna.
Orencio, aparca su furgoneta transit al lado del puesto numerado, pintado con pintura roja, en la calzada.
-¡nos han dejao sooolosss a los de Tudeeelaaa…!-canturrea a pleno pulmón, mientras coloca las borriquetas y la madera, para poner los cartones de huevos que lleva en la parte de atrás de la furgoneta-.
Es día de mercado. Los vendedores, se afanan en ultimar la colocación de sus respectivos puestos, para comenzar la venta.
Un breve chorro de gente, vá discurriendo por la avenida.
Al poco rato, una amplia amalgama de todo tipo de clientela, atesta la calle, convirtièndose en un autèntico río humano, vivo, multicolor.
Por el ambiente, se mezclan todo tipo de olores (frutas, hortalizas, cafè recien echo, a ropa…) y, como una enorme torre de Babel, multitud de lenguas se entremezclan.
-¡tomate tomate tomaaaaate baraaatooo!, ¡bragas niña, bragasss señooora, a euro, a euro!…
Orencio, se cala la boina hasta casi las cejas, se dá otra vuelta de bufanda alrededor de su cuello, se frota las manos mientras exhala en su interior su caliente vaho, y a pleno pulmòn vocea su mercancía:
-¡Hueeeevos!, ¡teeeengo huevos!, ¡teeengo los huevos más grandes de España enteeeeeraaa!
Ante el reclamo, un chino con cara de despistado, llevando un carrito de la compra a cuadros azules, se acerca al puesto de Orencio.
-¡buenos días!, quiero ver y tocarle los huevos, señor mío -le dice a Orencio-
-¿ein?-Orencio, se rasca la cabeza por debajo dela boina-¡no me toque los huevos!, !sòlo yó me toco los huevos!.
-Solo quiero saber si sus huevos están frescos, señor mío -le dice el chino-
-!deje tranquilos a mis huevos, leñe!, ¡si quiere mis huevos, aquí los tiene!, sinó, váyase
En èstas, el chino, ofendido, se dá media vuelta para marcharse, pero, con un piè, engancha una de las borriquetas, !y derrumba el puesto!.
Actuando como una onda expansiva, la masa de cientos de huevos rotos en el suelo, exparce a la gente, dejando una imagen tan lamentable como insólita.
El chino, blanco como tiza, Orencio, rojo semáforo. La gente, a su alrededor, haciendo corro, observando el espectáculo que se acaba de formar.
-¡¡¡¡iiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!-un gruñido mitad cerdo en matanza, mitad sirena de fábrica, sale de la garganta de Orencio, escuchándose por todo el mercadillo-¡socoooorrro policía, me han roto los huevos!-grita a los cuatro vientos Orencio, haciendo altavoz con las manos colocadas a ambos lados de su boca-
Ante el revuelo, una pareja de municipales, acude de inmediato. Ante lo que encuentran, nó saben si reir, o llorar.
El más veterano, se hacerca a Orencio para averiguar lo sucedido.
-A ver, explíqueme que ha sucedido aquí -le pregunta a Orencio-
-¡verá usted, señor agente!, ¡¡èse chino de ahí me ha roto los huevos de una patada!!-dice Orencio, gesticulando, visiblemente alterado-
-Yo sólo quería tocarle los huevos, señor mío-responde el chino, visiblemente nervioso, sudoroso y sin dejar de tragar saliva-
-¡oiga, a ver si le denuncio por prácticas sexuales en público!-le dice el agente más joven al chino-
-¡nó, nó, los suyos nó, bueno, sí, pero los del suelo, los de gallina, co, co, co-responde el chino-
-A ver si nos aclaramos-dice el agente mas viejo-, usted-se dirije al chino-, quería tocarle los huevos a èste hombre y como nó se ha dejado, se los ha roto de una patada, ¿no es así?
-Sí, señor policía-responde el chino-
Pero los de cococo
-Bueno, todo ha sido un mal entendido-dice el agente más mayor a Orencio y al chino-…
-¡pero tengo los huevos rotos!-protesta Orencio ante la rechifla general-
-No se preocupe, a sus huevos los cubre el seguro de su licencia de vendedor, y saldrá ganando-injiere el agente mas nuevo-, y usted-se dirije al chino-, lo mínimo que puede hacer, es disculparse.
-Acepte mis mas humildes disculpas señor mío por haberle causado tal extropicio en sus huevos -le ofrece la mano a Orencio-
-Discúlpeme usted, por haberme puesto así por no dejarle tocar mis huevos-le dá un apretón de manos al chino-
El público se disuelve, todo, vá volviendo a la normalidad.
Los servicios de limpieza, empiezan a recogerlo todo.
Orencio, recoje lo que puede y lo mete en su furgoneta, y piensa que el día le ha ido de huevos.
El chino, desaparece entre la multitud, buscando otro puesto donde le dejen tocar los huevos.
-Bueno, vaya movida, ¿eh?, mi sargento, manda huevos…
-Sí, tiene huevos la cosa


GABRIELA MOTTA

Rodríguez y el fenómeno de la depreciación

Recuerdo aquel fatídico día, comenzó con la entrega de aquella condenada prueba. Yo estaba desmoralizado, no había leído ni la tapa del libro y me invadía todos los arrepentimientos: ¿por qué no había estudiado? pero ya era muy tarde para los lamentos, así que «a lo hecho pecho». Me senté lápiz en mano y comencé con los ejercicios prácticos, en esta primera parte me iría bien porque siempre fui muy bueno para los números y los cálculos, mi problema radicaba en la parte teórica, pero faltaba un largo trecho hasta llegar a ella, así que no me preocupé.

Sin embargo, después de algunas horas al darme cuenta que terminaba la práctica comenzaron mis preocupaciones, ¿cómo me las arreglaría para salvar sin haber estudiado? terminé la prueba y la entregué al director de mesa, esperé afuera, cuando habían terminado de corregirla, se aproximó y me dijo:

Rodríguez: la parte teórica consiste en dos preguntas muy sencillas si logra contestar y argumentar ambas correctamente queda usted aprobado.

Tomé entre mis manos aquella hoja y realmente no quería leerla, sabía que no sabía, pero había que hacerle frente a la situación, de este modo y con el afán de salir lo antes posible de esto comencé con la lectura y así en seco y sin anestesia me di de frente con mi dura realidad de estudiante poco aplicado:

1- ¿Cuál es la finalidad esencial de la contabilidad?

Efectivamente no había leído ningún autor que me aportara una definición digna de aprobación (era obvia la pregunta, teniendo en cuenta que estaba en la carrera de administración), así que tocó hacer uso del sentido común sacar la guitarra y comenzar a pallar.

Bien -dije- hasta aquí tengo posibilidades. Y continué:

2-Defina el fenómeno de la depreciación.

Vaya, vaya -pensé- es ahora cuando comienza mi problema ¿cómo salgo de esta? Aquí no hay sentido común que me salve.

Era una definición muy específica como para sacar nuevamente mi guitarra, así que razoné:

– Hasta aquí llegué. «Tanto remar para morir en la orilla».

Reflexioné, medité, me concentré, pero no se me venía nada a la mente, faltando algunos minutos para entregar la prueba me dije a mí mismo vamos «no está muerto quien pelea», tomé mi lápiz y escribí, no sé bien que … pero escribí.

Entregué el examen (creyéndome terrible vivo y con la ilusión de ser aprobado) y espere en el pasillo correspondiente, al cabo de alguno minutos salió el docente con cara de pocos amigos y me invitó de forma elocuente y concisa a pasar nuevamente al salón.

Rodríguez: -me dijo – ¿le parece divertido tomarnos el pelo de esta forma?

Yo: en un intento desesperado de salir airoso de esta situación conteste:

¡Claro que no!

Entonces: explíquenos racionalmente su respuesta número dos.

Y en vos alta comenzó a leerla con el fin de ponerme en evidencia: “El fenómeno de la depreciación es un fenómeno increíble”.

Pero para mí sorpresa al terminar de leer no pudo contener la carcajada, contagiando a sus demás colegas que hacían un esfuerzo sobrehumano para no reír. Yo absorto no sabía qué hacer, no me quedaba claro si era bueno o malo lo que estaba sucediendo. Así que permanecí callado, con cara de póker(por las dudas).

Recomponiéndose y haciendo su mejor esfuerzo para permanecer serio me dijo:

-Es una pena Rodríguez, pero debo informarle que, con esta respuesta disparatada y absurda, quedó muy claro para la mesa evaluadora que usted no estudio absolutamente nada y como no podía ser de otra manera queda usted reprobado. Sin embargo, lo que si le puedo garantizar es que a partir de ahora será recordado como «un fenómeno increíble», porque permítame decirle que en mis años de docencia jamás me habían presentado semejante respuesta y sonriéndome amigablemente me invitó a retirarme.

Salí con el gusto amargo de haber perdido el examen y con la certeza de que para el próximo iba a leer cada una de esas definiciones, había aprendido la lección.

Pero si le queremos buscar el lado cómico a todo este embrollo, les puedo decir que hace unos días me encontré (cuando retornaba del instituto en el que dicto clases de contabilidad) con un colega que me aseguró, que todavía hoy el docente se acuerda de mí cuando tiene que enseñar por primera vez en un grupo el concepto de la depreciación, sonríe y evoca mi memoria como anécdota para las nuevas generaciones, nunca falta el curioso que quiere saber quién lo dijo, pero me ha asegurado que el profesor jamás develo mi identidad, cada vez que alguien le pregunta su respuesta siempre es la misma: «se dice el pecado, no el pecador» (yo agradecido de por vida por su ética profesional). Pero con ese bochornoso hecho y sin quererlo pase a formar parte de la historia colectiva del instituto, no por destacado sino por atolondrado.

Nota: La depreciación: es el mecanismo mediante el cual se reconoce el desgaste que sufre un bien por el uso que se haga de él (Extraído de: Wikipedia). «El zorro pierde el pelo, pero no las mañas.»


 

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12 comentarios en «El lado cómico de las cosas»

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