Alegorías

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir sobre personajes alegóricos. Este ha sido el relato ganador:

FELIPE IGNACIO

Alegoría – María Dolores y su Lamento

María Dolores Delpiano, violinista de querubín. Hija única de virtuosa pianista y de excepcional guitarrista, la música estuvo siempre en su vida. Desde sus primeros pasos, desde su gestación, incluso desde su concepción. Aquella constelada noche en que los versos de “Bésame mucho”, entre dedos marcando un pianissimo por las espaldas y movimientos que in crescendo explotaban en extasiante forte, presenciaron la consumación del romance. La herencia musical de Dolores era poderosa, más aún con el talento que a través de los años desarrolló en el arte del violín.
La joven embellecía los salones con su prolija técnica, su perfecta afinación y su agudísima sensibilidad. Además del deleite acústico, su arco brindaba un poético espectáculo. Su mano derecha tomaba vida propia cuando el crin se posaba, sereno, sobre las cuerdas, dispuesta a agitar los corazones presentes. Al llegar sus espectáculos al silencio final, era común que alguien se le acercara, con ojos vidriosos y voz entrecortada, agradecido por redimirlo de un llanto cautivo.
La sinfonía de emociones que Dolores y su violín regalaban hacía un marcadísimo contraste con su interior, lúgubre desde que un accidente se llevó a sus padres allá donde Gardel, Piazzolla y Beethoven descansan. Las tardes en que el aire ansiaba los sonidos con que la familia Delpiano lo bendecía, desaparecieron; así como también, la sonrisa de Dolores. Desgarrada fue su alegría de tocar, nada más le quedaba el alivio de cantar su dolor, de llorar a través de las lágrimas de su público. Tanta era la congoja que compartía con su violín, que decidió llamarlo “Lamento”.
A 10 años del luctuoso suceso, Dolores y Lamento ya sólo lograban conectarse con escalas menores, con lacrimosas pasiones. El tango y algunas lastimeras composiciones acompañaban sus días. Su sonido se había vuelto quejumbroso, inclusive en alegres pasajes. Su canto era el de una hermosa ave malherida.
Una noche por las aceras después de un concierto, melancólica y distraída como de costumbre, un raudo rufián le arrancó su violín. Dolores corrió lo más rápido que sus tacones le permitían, gritando una y otra vez “¡ayuda, mi violín!”. Lamentablemente, el ladrón como una bala se escabulló entre unos matorrales y Dolores lo perdió de vista. Presintiendo un desmayo, se sentó en el piso. No atinó a seguir gritando, no atinó a llorar, no atinó a maldecir. Quedó en silencio, cayendo por el oscuro agujero de su alma, otra vez, desgarrada.
Estuvo veinte días ligada a una amarga y lejana nota; hasta que una noche, borracha en un bar, se le ocurrió como recuperar su amado Lamento: preguntar en las tiendas de instrumentos usados si sabían de él. Así que después de vomitar (casi, casi llegando al baño), pagó y partió a su casa a descansar.
Al día siguiente despertó con inusitado entusiasmo, decidida a dejar los pies en la calle.
Comenzó su travesía en la tienda: “Tango e instrumentos nuevos y usados”. Amparada en su amor por el género, entró confiada. La atendió un caballero vestido de traje y corbata negros; camisa blanca; y un sombrero gris, como su cabello.
-Hola – dijo Dolores – busco un violín… cómo describirlo… triste como la muerte y profundo como el mar.
Mirando al horizonte, el caballero respondió como recitando un nostálgico poema:
-Todos los violines son tristes como la muerte y profundos como el mar.
-Responde al nombre de Lamento – replicó Dolores con melancólica sonrisa.
-Lamento canta el tango con voz quebrada, Lamento tiene pena de bandoneón.
-Sí, sí, linda canción. Me lo robaron veinte días atrás. ¿No lo habrá visto?
-Es que las calles de Buenos Aires tienen ese, no se qué… ese, que se sho…
-Pero señor… estamos en Valparaíso.
-Y… bueno.
-Hace veinte días me lo robaron. ¿Lo ha visto o no?
-Veinte años…
-¡Veinte días que ya no está conmigo! – interrumpió -. Al parecer no me puede ayudar. Gracias – dijo retirándose con irónica mueca.
-La vida es un tango… es un tango la vida – recitó el hombre.
Un tanto abatida, decidió acudir a la tienda de instrumentos de orquesta, intuía que ahí podría, a lo menos, comunicarse.
Una vez en la tienda, se acercó a un caballero de refinada actitud. El hombre hacía, al compás de Mozart, un cadencioso vaivén con su mano derecha.
-Hola, disculpe que lo interrumpa. Busco un violín triste como la muerte y profundo como el mar. ¿Lo ha visto?
Aquietó su mano derecha y la miró con sofisticado desprecio..
-Disculpa aceptada, señorita. Le tendré que pedir que me describa el violín que usted busca.
-Es de arce flameado, ébano en las clavijas y cuerdas Oliv, Pirastro. Podría estar en las compras de los últimos veinte días.
-Excúseme un momento, por favor – dijo dando distinguidos pasos hacía lo que parecía una bodega.
Dolores esperó siendo contemplada por Vivaldi, Bach, Beethoven y Mozart.
-Estimada dama, he aquí lo que he encontrado.
Dejó en el mesón unos diez violines muy similares al suyo, pero ninguno le transmitió lo que Lamento. De todas formas revisó si es que encontraba ese rayón en la parte trasera. Para su sorpresa, lo encontró en uno. Pidió al caballero un arco y que detuviera la música. Obsequió las primeras notas del Invierno de Vivaldi, sólo eso le bastó para darse cuenta: no era su Lamento.
-No, no es – dijo cabizbaja.
-Siento su situación, señorita – dijo mientras volvía a encender la música.
-Gracias de todos modos. Adiós.
-Adiós – respondió volviendo a su cadencioso vaivén.
Con una mezcla de esperanza y derrota se dirigió a una tienda New Age.
Una etérea música y una bruma de incienso impregnaban el lugar.
-Aló… aló…
Se adentró un tanto más.
-Aló…
Al parecer no había nadie. Cuando emprendía retirada, vio un mesón y sobre éste, una nota: “Tú sólo consulta, el universo te lo concederá”.
Se rió.
-Lo que faltaba, una nota que me atienda…
Pegó un portazo y partió de vuelta a casa, sentía que ya era suficiente por hoy.
Sin embargo, a unos minutos de casa se detuvo frente a una antigua lutería: “Consuelo Madrigal. Lutier”. No compraban instrumentos usados, pero, quien sabe.
-Hola – saludó Dolores.
-Hola ¿En qué puedo ayudarla? – respondió una anciana tras el mostrador.
-Busco un violín que me robaron hace veinte días. Es un violín triste como la muerte y profundo como el mar.
Con acogedora expresión, respondió:
-Lamento lo que pasó, debe haber sido muy doloroso.
-Así mismo se llama… Lamento.
Esta vez, al verse evocando su nombre, la invadió el desconsuelo. Lloró un mar, contenido desde la partida de sus padres. La anciana bordeó el mesón y, sin tapujos, la abrazó como a una hija.
Por minutos no cruzaron palabra, sólo el llanto y las caricias. Una vez que Dolores dejó de sollozar, la anciana preguntó con cariño:
-¿Cuál es tu nombre?
-Dolores ¿y el suyo?
-Consuelo es mi nombre – respondió -. Dolores, nadie ha venido con un violín los últimos veinte días, pero tengo algo que creo te puede ayudar.
Se agachó a buscar algo debajo del mesón y emergió con un violín.
-Este fue mi compañero por años – dijo emocionada – hasta que me lesioné la muñeca y bueno, ya no pude tocar más. Su nombre es Alma, lo hice yo misma, pruébalo por favor.
Dolores tomó a Alma como quien recibe un delicado tesoro. Lo contempló en tanto Consuelo le tensaba un arco. Posó a Alma en su hombro izquierdo, sintió su peso, posó (como tantas veces) el arco en las cuerdas y dejó a sus manos hablar.
La conexión fue inmediata, amor a primera nota. Frotando el arco se emocionó como no lo hacía desde aquellas tardes con sus padres.
Una vez que salió de su trance, quedó perpleja mirando el violín.
-Te lo puedes quedar – dijo, apacible, Consuelo.
-¿Qué? ¿Cómo? ¡¿Quedármelo?! No, no podría. Es suyo.
La anciana la miró con ternura.
-¡Se lo compro! ¡Eso!
La anciana sonrió.
-Creo que no podría cambiar mi Alma por dinero, sabía que algún día un corazón atormentado vendría y encontraría consuelo en él… tantas veces lo encontré yo.
Dolores volvió a contemplar a Alma.
-Sólo tengo una condición – prosiguió la señora -. Desde que mi hija murió y me lesioné la muñeca, mis días son algo solitarios. Te agradecería si de cuando en cuando vinieras a darte una vuelta, a compartir un té, alguna melodía.
Su mirada honesta llegaba al corazón de Dolores.
-Por, por supuesto, claro. La verdad no esperaba… no sabe lo agradecida que estoy, por compartirme su Alma.
Dolores volvió a casa con su nuevo compañero. Sorprendida de haber encontrado en Consuelo, su Alma.

*Los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

LUISA VÁZQUEZ

Me dejo llevar. Alegoría la justicia.
Y un día la justicia se hizo carne. Decidió que no podía seguir viviendo con los ojos vendados, sin saber del uso que se hacía de las leyes que los hombres habían dictado en su nombre.
Se decidió por el recipiente más atractivo que encontró. Pensó, “como la burocracia judicial está dominada por el género masculino, esta apariencia me abrirá todas las puertas”.
No se equivocaba, los jueces se rindieron a sus pies y le permitieron ser obserbadora de juicios y procedimientos a placer.
Durante meses fue testigo de la interpretación que, los seres humanos, daban al concepto de imparcialidad. Ellos, que la habían representado con los ojos vendados como el ejemplo perfecto de ese concepto. Vio como las leyes promulgadas eran tan elásticas, que cualquier decisión de sus servidores era válida por muy arbitraria que pareciera.
Se castigaba a las víctimas y se absolvía a los delincuentes. Las condenas que eran justas para unos, libraban del castigo a otros. Los privilegios, la inmunidad, derivados del poder y el dinero, campaban a sus anchas por los juzgados.
Los inocentes, los débiles, eran abandonados a su suerte mientras la vida del poderoso se blindada como el bien más preciado.
Las mujeres eran agredidas, asesinadas, utilizadas… pero se las condenaba al escarnio público como culpables de sus desgracias.
Se ignoraba a los políticos que esquilmaban el erario público, el dinero de todos, en su propio beneficio y se castigaba al pobre que no podía hacer frente a los impuestos abusivos, promulgados para que, quien los administraba, se hiciera rico.
Los asesinos recibían penas irrisorias y ventajas carcelarias por un mal entendido concepto de reinserción.
Pasados tres meses, la justicia estaba asqueada de lo que estaba viendo. Decidió que los hombres habían inventado un personaje para representarla, que no tenía nada que ver con ella. Si querían seguir representando aquella oda a la arbitrariedad y el interés personal, que no contarán con su beneplácito.
Y tal como llegó, se fue. Pero, una mañana, los hombres descubrieron que sus bonitas estatuas de diosa griega con venda en los ojos y balanza en la mano, habían sido sustituidas por una especie de hiena, con una sonrisa sibilina en la boca y actitud rastrera, mientras protegía bolsas con monedas.


GABRIELA MOTTA

Tema alegorías: Amor

Era un día regular, Soledad salía del trabajo como de costumbre cuando un anciano que iba caminando por la calle sin rumbo arrebató su atención, giraba y giraba como si bailara una melodía sin fin, luego se reponía, observaba muy lejos dejando translucir en su mirada una estela de ternura indescriptible. Soledad que no tenía prisa de llegar a destino ya que honraba honrosamente su nombre se dejó atraer deteniéndose a observarlo. Se quedó mucho tiempo siguiéndolo con la mirada y analizándolo sentada tranquilamente en el banco de una plaza. El anciano no era un indigente su forma de vestir lo dejaba claro, tampoco un hombre sin educación su actitud cortes lo demostraba, ¿qué le sucedía a ese hombre? Sintió que tal vez podía estar necesitando ayuda y se quedó ahí para averiguarlo. Él en cambio seguía bailando su propia melodía, desconectado por completo de su entorno. Después de un tiempo de estar girando absorto en su realidad noto como aquellos ojos no se despegaban de él, Soledad se sintió avergonzada porque no pretendía ser descubierta por el extraño hombre, miró hacia otro lado, pero fue inútil aquel anciano comenzó a caminar hacia su dirección. Pensó en levantarse y escabullirse, pero ya era tarde ahí lo tenía parado enfrente con la mirada más dulce que haya visto jamás.
– Señora noté que me observaba – le dijo –
– Si, no pude evitarlo, me causó curiosidad su manera de girar en círculos. ¿Está usted bien?
– ¿Por qué no habría de estarlo?
– No lo sé, me pareció muy singular su forma de expresarse, y ni hablemos de esa mirada perdida hacia la nada. ¿Es un poco extraña su actitud a usted no le parece?
– ¿Extraña? En realidad, creo que la confundida aquí es usted señora, no se deje engañar por las apariencias, permítase sorprender, escuche la melodía que sale de su corazón ¿qué le dice? Reflexiónelo; en cuanto a su comentario le puedo decir que yo no soy extraño, soy más corriente de lo que usted cree. Entiendo que a veces llego como un huracán y siempre danzo al son de mis propios acordes, pero ¿es esto un delito? en cuanto a lo de mi mirada no sabría que decirle pues es lo más natural y sincero que tengo. No puedo evitar cautivar a muchos cuando paso y mucho menos dejar de contagiar a otros con mí danzar. Pero déjeme decirle algo, también despierto odio, aunque no estoy para nada orgulloso de esto.
– Señor, yo solo me quedé observándolo porque pensé que tal vez podía necesitar algún tipo de ayuda, créame no existe otra razón.
– Es usted muy amable, pero permítame decirle una cosa, la razón por la que usted permaneció observándome no es esa, usted ha sido víctima de mí son, fue cautivada, aunque aún no pueda reconocerlo.
– ¿Quién es usted señor? ¡Sepa que me confunde!
– Yo soy una definición ambigua de una idea sencilla que los hombres la tornaron compleja. Yo soy la sencillez del baile y lo engorroso de la coreografía. Yo soy la armonía que trae la brisa y el caos que deja el huracán en su paso. Yo soy la belleza de la rosa y el dolor que causa la espina. Soy el puro blanco de la nieve y el desenfrenado frío que quema las manos, yo soy lo más enmarañado y lo más asequible. Si aun así la sigo confundiendo, le voy a pedir que contemple esa mariposa, es bella ¿verdad? Pero para llegar a convertirse en lo que es hoy tuvo que ser una oruga. Tuvo que saberse pequeña para descubrir la inmensidad que habita en su interior, permitirse morir para renacer victoriosa en esa hermosa mariposa y usted la ve así tan bella, tan llena de vida que olvida el proceso que le acabo de describir y que fue fundamental para que ella pueda estar aquí entre nosotros, bueno yo soy esa fuerza transformadora. Ahora hágame el favor de cerrar sus ojos por favor y experimente la suavidad de la brisa del verano en su rostro, experimente el aroma de las flores que le rodean, experimente la experiencia de estar viva, sienta, emociónese, déjese transportar por la sencillez de este segundo que acaba de desvanecerse en el vuelo infinito de esa mariposa. Ahora dígame ¿qué experimentó?
– AMOR
– Pues ese soy yo.

Cuando despertó no entendía cómo había podido quedarse dormida en la plaza pública, el señor ya no estaba, había desaparecido al igual que la mariposa. Nunca supo si fue real o producto de su fantasía, podría jurar que se había sentado allí sólo para observar al anciano, pero ahora todo era confuso, lo único real fue el amor que experimentó en la sencillez de aquella tarde de verano sentada en una plaza corriente dejándose sorprender por la vida y la fuerza de aquel sentimiento tan noble.


ROCÍO ROMERO GARCÍA

Alegoría al amor.

NAYA.

Ella era un desastre. Vivía en el más puro caos. En un barriada pobre, triste, oscura donde las sombras reinaban de noche y tapaban la claridad del día. Su apartamento estaba en un edificio que poco a poco, se iba cayendo. Todos los edificios estaban pintados de color chillón para no espantar a las personas que pasaban por allí de casualidad, aunque la pintura ya estaba desapareciendo, dejando ver pequeños trozos de pared y ladrillos malgastados. El apartamento era sucio, lúgubre. Apenas entraba luz por la ventana, el sofá estaba destrozado, el colchón donde dormía algo roñoso y ya no hablemos del baño y la cocina. Muchos os preguntaréis como una persona puede llegar a vivir así, la respuesta se resume en tomar malas decisiones. Ella tomaba la libertad por su mano, pedía más tiempo al tiempo, vacilaba a la vida y tonteaba con la muerte. Sus amistades nunca fueron buenas, pues de encontraban siempre entre polvos de hadas blancos, viviendo en el País de las Maravillas o viajando al País de Nunca Jamás. Y ella no lo negaba. También había vivido allí, había viajado allí y había volado con esos polvos mágicos e incluso, cuando necesitaba más, hacía lo posible por conseguirlo. Ella siempre se justificaba diciendo que seguía a los demás, siempre se hacía creer que era alguien de poco provecho y sin personalidad, pero en realidad, era muy consciente de lo que hacía. Sabía por qué lo hacía. A ella nunca le gustó la realidad, siempre le pareció cruel. Nunca entendía el dolor innecesario provocado, el poco tacto y el poco amor que había en el mundo. Así que se dedicaba a escapar, siempre de la misma forma, la menos correcta. Era adicta a la locura, hija de la tristeza, aunque era incapaz de aguantar la pena. Y aunque disfrutase distorsionando la realidad, consiguió salir de aquel mundo de fantasía. Le quemaba, por dentro y por fuera, no poder volver a donde una vez fue feliz. Tenía miedo del miedo, temía a las sombras y a las voces que escuchaba de noche. Pero el tiempo pasaba, y para su suerte, todo desaparecía hasta quedarse en nada. Ella se sentaba en aquel horrible sofá y encendía la televisión. Aunque la pantalla estaba algo rota y la antena doblada, podía ver la desolación en la que el mundo se encontraba sumergida. Un día se cansó y se prometió cambiar el mundo. Dar amor dónde menos había, brindar algo de luz en los rincones más oscuros… Dar a los demás las oportunidades que ella nunca tuvo. Pero, por mucho que ella misma se prometiera cambiar las cosas, no podía hacerlo. No se veía capaz. Era destructiva, una granada que explotaba allí por donde pasaba. No había recibido cariño, no sabía lo que era el amor de verdad, lo que era recibir y dar algo sin esperar nada a cambio. No conocía la felicidad, solo mundos de fantasía que duraban cinco minutos. Tenía miedo de salir ahí fuera, a la cruda realidad, y enfrentarse a sus mayores miedos. Una noche, empezó a notar algo raro en la espalda. Notaba algo dentro de ella. De repente, roza con sus dedos un pequeño orificio. Nota algo duro y alargado en la entrada de éste. Decide tirar y tirar y cuando menos se dio cuenta, tenía una pluma en sus manos. Una pluma ensangrentada. Estuvo así toda la noche hasta sacar una gran cantidad. Al día siguiente, tenía alas. No sabía muy bien que había pasado, porque tenía aquello pero lo tomó como una señal. Ella sentía que con esas alas podía volar y ahuyentar todos sus temores. Se aventuró y salió a la calle, nadie la miraba mal. Al parecer, no eran capaces de ver sus alas. Mientras paseaba por esa barriada, veía la más completa guerra. La destrucción, el abandono. Ella quería cambiar el mundo, realmente quería transformarlo en un lugar mejor. Decidió tallar unas flechas de madera y un arco que consiguió de unas tablas que estaban abandonadas en el basurero. Salió de noche y empezó a esconderse en todos los rincones que encontraba, siguiendo a la gente mas desolada y necesitada. A cada una de ellas, le lanzaba una flecha que al clavársela, desaparecía. Con ella, esa persona conseguía la felicidad, sentirse amado y sobretodo, sentir amor por sí mismo. Pero no solo ayudó a las personas más necesitadas, sino a aquellas que necesitaban un empujón para empezar a amar, para quitarse el miedo de encima. Disparó una flecha a un chico que iba acompañada de una chica, ambos mirando al suelo, avergonzados y nerviosos por la primera cita. Éste agarró de la muñeca a la chica, le acercó a él y la besó. Disparó otra flecha a una chica que iba acompañada de otra, parecían bastante sueltas y desvergonzadas. La chica se puso delante de la otra chica y caminó hasta apoyarla en la pared y besarla. También, disparó otra flecha a una pareja de chicos, que acabaron fundiéndose en otro hermoso beso. Se recorrió toda la ciudad, acompañada de la luz de las farolas que se iban apagando poco a poco. Cuando amaneció, había cumplido el objetivo de dar el amor y la felicidad que ella quería dar, pero había un problema: le sobraba una flecha. Había cambiado el mundo en una sola noche, repartido el amor en el estado más puro con el poder de sus alas, que le permitían volar y con la dedicación que había tenido entregando el amor inexistente que ella tenía. No necesitaba poderes, el hecho de querer cambiarlo todo era suficiente para conseguirlo. Así que respiró hondo y se clavó la flecha en el cuello. Quería ser amada, quería sentir la felicidad que había repartido la noche anterior, quería sentir el tacto de otra persona no por necesidad, sino por cariño. Y sobretodo, quería amarse a sí misma. Dejar de martirizarse, dejar de pensar que no vale para nada, que es un desastre. Necesitaba que alguien la mirase y sintiese escalofríos, quería que el amor le doliese y le quemara. Quería sentir lo que sentía en su mundo de fantasía, con sus polvos de hadas, quería vivirlo en lo más dentro de su ser… Pero quería que eso fuese real. Quería ser alguien en la vida de alguien. La sangre empezó a correr por su cuello mientras caía y yacía en el suelo, esperando que alguien la rescatase. Ella era la cupido del S.XXI. Ella era la que dio lo que no tenía, la que luchó por ver un cambio en el mundo. Ella era frágil, difícil de entender. Era la guerra y la paz. Ella era tantas cosas… Era alguien inexplicable. Ella era Naya.


EMILIANO HEREDIA JURADO

VENTE CONMIGO.

Los chopos que me rodean, quieren alzar el vuelo con sus miles de alitas plateadas que, en su ingente esfuerzo, tililan moribundas y, caen al suelo donde, el viento, las barre.
Sentado en èste banco donde tanta gente lo ha echo antes que yó y han ocurrido historias antes que la mía, miro a ambos lados y…nó sè donde está el principio…ni donde el final.
Es tánto el vacío que me llena, que el peso que oprime mi corazón me hace etèreo.
Abstraído por escribir en el suelo atoñado con una ramita mis pensamientos, nó he advertido la presencia de un minúsculo punto color verde en la lejanía, que poco a poco, se iba acercando donde estoy varado en este bancal de soledad.
Unos zapatos marrones, de tacón bajo, son la antorcha que eleva el globo aerostático de mis ojos, para volar hasta lo más alto de una mujer que en frente de mí, se ha detenido.
Pálida como corteza de abedul, espigada como junco rivereño.
Lleva un elegante abrigo de paño verde, de tres cuartos, fronterizo con unas rodillas torneadas como cantos de río.
Unos grandes bolsillos donde ibernan sus manos.
El cuello subido, uniendo la cabeza con el resto del cuerpo, un elegante itsmo de seda marrón con un sencillo nudo.
Una melena obscura como leña de hoguera extinguida, por debajo de los hombros, brazea en un mar invisible.
La cara ovalada, como una modelo de Modigliani, con unas cejas que són dos trazos finos de carboncillo, una nariz romántica, desembocando a dos gotas de sangre bermellón.
Sus ojos. Verdes como ópalos, caidos de un almendro.
Profundos, casi transparentes,vaporosos como espuma de mar.
-¿me puedo sentar a tu lado?-me pregunta. Respondo con un gesto de hombros, indiferente-
Se sienta a mi lado y, un agradable aroma a hierbabuena me abraza.
-se está bien aquí, ¿verdad?-me pregunta.
-Sí.-respondo de mala gana, molesto por haber violado mi soledad-
-Hace frío
-más frío tengo dentro- respondo-, un frío que duele, que quema.
-vaya, nó quisiera molestar-me comenta-, sè cómo te sientes, te puedo ayudar…
-¿ayudar?, ¿que sabrás tú?-le digo con tono y gesto sarcástico-, soy como una de esas esferas de cristal, con un muñeco de nieve, en las que nieva si las pones boca abajo. Hago feliz a todo el mundo, y al final, soy como ese muñeco de nieve. Solitario, y sintiendo frío, mucho, frío.
Me dejan olvidado en cualquier rincón, y se acuerdan de mi existencia cuando necesitan ser felices.
-pero, es bueno hacer feliz…
-¿y a mí?-la interrumpo-
-anímate-me dice-, sè como te sientes, encontrarás a alguien…
-¿ótra vez con ese cuento?, ¿cómo puedes saber como me siento?
——————-
Es querer respirar sin tener aire, dormir sin tener sueños, tener sed y nó tener agua….

Los dos hemos repetido a la vez estas últimas palabras. Nos miramos en silencio.
Su mirada es como mirar al cielo debajo del mar.
-¿sabes cual es la peor de las heridas?-le pregunto-.
-nó-me responde, cogiendome las manos. Me gustan sus manos, blancas y delicadas como narcisos-
-la peor de las heridas, es aquella que, por más que quieres cerrar, alguien se empeña en mantenerla abierta.
-aleja de tu lado a esa persona-me dice, acariciandome la cara con las dos manos, apartando con los pulgares mis lágrimas-
– nó puedo, provocaría una herida terrible a terceras personas, por cerrar la mía-le contesto-
Se levanta, y me levanta.
-vènte conmigo, verás como todo se arregla-me dice sonriendo, dejando escapar un rayo de luna de entre sus labios-.
-sí. Gracias-la respondo con una medio sonrisa-. Por cierto, ¿cómo te llamas?.
-Esperanza.

Dos puntos ……y seguido, se distinguen a lo lejos de un camino que nó se sabe si es…..principio o final.


MÓNICA MEDL

Alegorías

«Odeim el Señor del Miedo»

Odeim es Amo y Señor en esta tierra, ha conquistado el mundo silenciosamente. Nadie siquiera se anima a decir que ha sido visitado por él. Su sola presencia paraliza, detiene el tiempo y espacio, los minutos los hace eternos, el aire a su paso se cristaliza.

Los humanos aun no han descubierto el efecto feroz de su acompañamiento y los que sí, no han sabido como librarse de él.

A quien visita, nunca abandona, es un experto buscando víctimas a las que somete durante toda su existencia.

Se aferra desde la infancia y se alimenta de su víctima en cada etapa de su miserable existencia. A cada paso, le quita la razón de vivir, su autoestima, la alegría, la paz y la armonía. Hace a su esclavo dudar, vacilar, desconfiar, perder la capacidad de actuar sin temor.

Día y noche está presente, es un fiel compañero. No soporta que lo ignoren, recorre sin cesar, espacios infinitos, buscando y revolviendo en su interior, en sus recuerdos, sus vivencias, cual parásito desenfrenado, alimentarse de su víctima.

Invade el descanso, detiene proyectos, destruye relaciones, desecha sueños.
Detiene a su víctima al punto de no Ser.

Todos al verlo cambian de estado y quienes son elegidos por él ya nunca serán los mismos.

Torbellino de emociones desata en sus hipnotizados sectarios, intensas sensaciones se despliegan sin freno, peligros del pasado y del futuro se juntan en un solo ser, poseído por Odeim.

Como un culto se someten a rituales obsesos en el que la culpa y el temor son los más fieles consejeros.

Si tan solo supieran pobres desahuciados que ellos son la razón de su existir.

Si tan solo descubrieran que Odeim no existiría si ellos no lo empoderaran.

Si tan solo decidieran pegar el salto y no detenerse ante él.

Sabrían que Odeim no es más que el miedO al que le damos entrada perdiendo el control de nuestras vidas, dejando que él, viva por nosotros.


Y fuera de concurso, la gran JEZABEL MONTENEGRO:

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9 comentarios en «Alegorías»

  1. Mi voto es para Mónica Medl. De todas formas, quiero hacer una mención especial al final de «Me dejo llevar. Alegoría la justicia», me pareció genial!

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