Si yo fuera la jefa

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos hablar sobre las jefas. Estos son los relatos ganadores: LOLA ALCÁZAR y JEZABEL MONTENEGRO: ¡ENHORABUENA!.

ÁNGELA MEDINA ARBONÉS

Llegó a mi vida a la vez que yo a la suya, pero hasta pasados unos años, no fui capaz de ver todo su potencial «jefil».
Si se tenía que decidir algo importante, su voto valía por diez. En el departamento de administración y gestión nada se canteaba si ella no torcía el gesto de manera afirmativa. Las horas de libranza y de trabajo eran especialmente seguidas y por supuesto, la nómina siempre pasaba por su filtro.
Cuando fui capaz de ver ciertas cosas empecé a detestarla. Cómo dirigía, la facilidad que tenía para manejar, cómo cambiaba el ambiente con solo una expresión, cómo era capaz de poner a trabajar a todo el mundo con su generador de expectativas y como sin querer te perdías ante ella cuando puntualmente (muy puntualmente), te reconocía tu esfuerzo. Era detestable y a la vez, una parte de mí quería ser como ella.
Parecía no meterse ni interesarle tu vida privada, pero no sé cómo, se enteraba de todo. Era omnipresente, incluso, sin estar físicamente. Te envenenaba la cabeza con su ideal de trabajo, con su ideal de vida y alguna vez me sorprendió su voz en un rincón de mi cabeza cuando por curiosidad, transitaba lo que ella hubiera considerado lugares oscuros y peligrosos.
Las cosas se fueron poniendo feas. Empezaron las broncas, las exigencias y la tensión en todos los minutos de convivencia. Me planteé seriamente largarme de ahi: «a tomar por el culo, tú no eres la dueña de mi vida». Pero al final siempre había algo que hacía que no cerrara la puerta de salida con fuerza tras de mi.
Tras un periodo de años de distancia buscada dentro de lo posible, el ambiente empezó a suavizarse y comenzamos a tener más contacto.
No sé en qué momento, empecé a ver razones justificadas de acciones que yo había más que tachado en el pasado.
Un día incluso, me sorprendí actuando como ella en aquella ocasión que yo en su día había castigado duramente.

A día de hoy, reconozco el trabajo de esa jefa que sin darme cuenta, me guió (como pudo) en momentos difíciles, me acompañó en los fáciles y supo dejarme ir en otros.
A día de hoy, ella reconoce mi trabajo como hija. Porque tampoco es fácil crearte un sitio en el mundo sin estar a su lado.
A día de hoy, quiero ser casi como ella.
A día de hoy, me parece la mejor jefa que me hubiese podido tocar en el trabajo de ser hija.
A día de hoy, la quiero


JEZABEL MONTENEGRO

A ver, mala. Si te refieres a pérfida, diabólica, execrable, maligna o hija de puta, pues no. Mala sería yo. Pero tirana e insoportable, eso no me lo negarás. Trataba a todo el mundo como si fuera escoria. Sí, también a ti, se cuidaba mucho de hacerlo cuando estabas delante, pero no tienes idea de las barbaridades que decía en cuanto te dabas la vuelta. Da igual, puedes vivir sin saberlo. Siempre pensé que estábais liados. ¿Estábais liados? Y esa insultante tosecilla seca que empleaba para humillar sin abrir la boca. Cof, cof-gusano, cof, cof-inútil, cof, cof, y te destruía la autoestima para los restos. A veces le ofrecía un caramelo de menta por no matarla, entonces se reía. Perra. Sabía que la tenía calada. No comprendo por qué me lo ha dejado todo, antes de marchar. Supongo que tenía claro que soy la única capaz de sacar esta empresa adelante, aunque me tratase peor que a una becaria. Acostúmbrate, querido, ahora somos socios. ¿Puedes creer que me enviaba todos los días a echarle una Primitiva? Como si la necesitase. No le cabía en la caja fuerte ni un solo billete más. Nunca se fió de los bancos. Claro que no son el mejor lugar para guardar cantidades ingentes de dinero negro. Lo hacía solamente por el placer de machacarne. Siempre la misma combinación de números, siempre. He llegado a tener pesadillas con ellos. Después, cafecito y prensa, guau, guau. Me sorprende que nunca haya pedido que le coma el coño. Y se lo hubiese comido. A pesar de sus pisoteos, todo lo que sé, todo lo que soy, se lo debo a ella, todo. Alegra esa cara, hombre, y acaba la copa, te pondré otra. También el mueble-bar es ahora mío. Puedo comprar tu parte si no me quieres como socia. La tuya y la de veinte como tú. Puedo comprarlo todo. Era brillante en lo suyo, ahí no le resto mérito, la he visto vender una chabola pegada a una charca al precio de mansión Marbellí. Y declaraba la charca, claro. Todas esas cosas las he aprendido yo. Te pongo otra. Estará en alguna isla paradisíaca, tratando de gastar lo que nunca podrá. Perderás el tiempo, los papeles están claros. Te arruinaran todos esos abogaduchos que me echas encima para nada, véndeme tu parte, ahora. No volverá. Lo sé, sin más. ¿Me estás acusando de algo? Ten mucho cuidado, no me conoces. Véndeme tu parte y no busques problemas. Estás acabando con mi paciencia. Necesitas otra copa.


PEPINO MARINO ERRANTE

Llegué a la Costa del Sol en noviembre de 2004. Acababa de cumplir una condena de 6 años y 9 meses habitando una ciudad del centro del país, donde me ganaba la vida repartiendo donuts con agujero a bares y pequeños comercios del área metropolitana.

Lo primero que hice fue buscar habitación en mi nuevo municipio. Lo segundo, mantener alerta el orificio; pues tengo la costumbre de medir a los autóctonos no por su gentilicio, sino por las ganas que estos tienen de estafar forasteros como quien vende mecheros*. En tanto en cuanto -jamás he comprendido a quien usa esta expresión en un relato ni su significado- pasaron unas semanas y me hice al clima de la región, comencé a buscar trabajo.

Dejaba currículos presentándonos yo y mi culo escurridizo en infinidad de tiendas, bares, restaurantes y karaokes adyacentes a cada calle.

Una semana y nada.

Dos semanas y nada.

Tres semanas y nada.

No llamaban.

Milagro de la beata. Una día cualquiera y no sabes qué hora es, no me asomo a la ventana sin saber por qué, sino que pateando y pateando la ciudad en busca de empleo, sonó mi teléfono móvil. Se le puede llamar celular también, si alguien quiere, ¿eh? Eso no pasa nada, aquí en debajo, en donde en pone ”comentarios”, ahí donde acabe el texto, escribís una frase diciendo oye Pepino! que musotros preferimos celular en lugar de teléfono! Y ahí en un abrir y cerrar de ojos lo cambio yo. No preocuparse. Total, que en una vía urbana cualquiera, suena el teléfono. Lo cojo. Ilusionado. Pensando que sería trabajo. Nada de eso. Era el típico comercial de Orange para venderte el cambio a su compañía. De repente, antes de colgar, comencé a escuchar una molesta voz estridente. Procedía de cerca:

-Pst, pst. Oye, oye, hijito. Oye chico oye… -su tono de voz era asqueroso-.
-¿Me dice a mí, señora?
-Sí, sí, a ti. ¿Tas buscando pa‘trabajar? Acércate.

Era una mezcla entre Chus Lampreave con gafas y Massiel. Estaba dentro de un quiosco, entre revistas y periódicos.

-Señora, ¿qué quiere?
-Mira chiquito, es que tengo un grupo de feisbuk, y oye, de verdad que una no da abasto con tanto jaleo. Entre vender revistas y diarios no me queda tiempo. Así que necesito que me lo administren. Yo te dejaría dormir aquí, en el quiosquito y poner orden en el grupo. Eso sí, a cambio te pagaría un sueldecito pa‘ ti y todos los meses te dejaría publicar un relato anónimo, así, pa que no sepan quién eres tú pero se pongan en su sitio, que a veces me se revolucionan. Tú, si escribes alguna guarrerida asInma verde subida de tono, ya con eso se conforman, que hay veces que la mujer no les deja irse al cabaret a ver a las muchachas enseñar el liguero y silbar ellos como coyotes enfermos, y necesitan mandanga de la buena, aunque sea ficticia.
-Señora, ¿acaba usted de decir “mandanga”?
-Mandanga, hijo mío, mandanga de la buena.
-Mire, me había convencido ya. Me tenía a punto de nieve como las claras, pero cuando ha dicho “mandanga“…
Otra vez será, señora, va usted con Dios.
-Hale gracias amante, pases buen día.

Y así fue como rechacé la oferta laboral más absurda y superflua que me hayan hecho alguna vez.

*Espacio rimado para Emiliano.
Me la agarras con la mano.


LA XICUELA DE CORRIOL

Aborrezco ver reñir a un niño por algo de lo que aún no es capaz de hacer o por edad o por cualquier otro motivo, como salud, etc, o simplemente no ha hecho porque nadie se lo ha dicho aún.
Hoy ha sido así, y por poco le doy una mala respuesta a la supuesta amiga de la madre, y a la madre también si llega a estar en el sitio que tocaba en ese momento.
Aborrecería decirle con la facilidad que se nos da a los adultos, de hacerles sentir culpables a los niños de nuestro retraso en una llegada a un sitio cualquiera, a un buen rato de correr, en una comida, etc…¿somos nosotros sus jefes? No. Somos sus padres, padrinos etc. No son nuestros vasallos ni secuaces. Son niños.
Sólo faltaría decirles, por ser niños, a sus pocos años equipararlos a los razonamientos adultos, y que ésto siga, siendo ya un no parar. Que ya lo hacemos, sin darnos siquiera cuenta.
¿Donde queda la niñez? ¿La inocencia?

No quiero ser jefe, ni ahora ni de mayor. Y si lo fuera, dimitiría.

Quiero ser siempre un niño feliz, como siempre he sido. No quiero crecer. Ni ser el cubo donde otros ponen sus fallos o malas excusas, la basura de las mentiras y engaños.


TC CARLOS

Ayer soñé con mi jefa. Me llamó en plena noche, cuando salía con los colegas de un asqueroso garito lleno de gente sin dientes y miradas lascivas.
—Ven a recogerme -me pidió.
Traté de rezagarme, de escaparme del grupo, pero no pude. Hicieron de mí el punto de una diana. Todos, envidiosos, querían saber de ella. Cómo se llamaba, qué edad tenía, dónde vivía. Todos dispararon hacia mí, y ninguno acertó. Perdieron el juego. Eché a correr y en un segundo los dejé atrás. Cuatro calles más abajo respiré como pude, y me senté junto a un vagabundo que fumaba un porro. Me invitó a compartir el colchón de cartón, y le dije que solo tomaba un descanso. Preguntó por mi jefa, y le pedí con un gesto una calada. Cuando aspiré aquel mugriento soplo, los pulmones empezaron a darme patadas en el pecho. De nuevo, salí huyendo del escenario.
Con las piernas agotadas y el aliento podrido, me dejé caer sobre los adoquines de una calle de Madrid. Había fracasado. Probablemente estaría mirándome desde la luz de las farolas. Podía ver sus poderosos ojos de gata, sentir sus largas y coloridas uñas sobre mi piel y escuchar su susurrante sonrisa en mis oídos.
Y desperté. ¿Cómo podría contarle a mi jefa que ayer soñé con ella?
Mi jefa paga bien, es práctica, empática, creativa, inteligente, y atractiva.


MILHOJAS MONTAÑA

Si yo fuera la jefa.
Tendría una llave maestra que abriera todas las jaulas, pequeñas y grandes, con animales prisioneros.
Repartiría diariamente comida deliciosa y dulces postres a la gente pobre.
Afilaría un machete para mutilar a pederastas y violadores, Tendría un manto invisible para colarme dónde estuvieran.
Llevaría pozos de agua y lluvia a dónde hiciera falta.
Prohibiría el matrimonio forzado.
Pagaría a la gente por ser feliz, para producir así, más felicidad.
Besaría a quien quisiera.
Pondría de moda la talla 46.
Le daría una oportunidad al lobo para explicarse.
Sembraría de flores y fruta todo el campo.
Nunca madrugaría, porque no necesitaría ayuda de ese señor tan gracioso con barba.
Tendría un refugio de animales, tendría menos sueño, tendría más libros y más tiempo.


MARÍA RUBIO OCHOA

QUIERO SER JEFA- Berta era feminista , organizaba charlas con las mujeres de los barrios más pobres. Eran años de represión para la mujer , junto a su firma tenía que ir la del padre o luego la del marido incluso para abrir una cuenta en el banco , o para un negocio……Berta luchó por llegar arriba en contra de todas las trabas , pasó de las zancadillas , recibió proposiciones indecentes , que supo sortear , resurgió de los baches .Soño con ser Jefa ,ir con su bonito maletín, sentarse en un cómodo sillón, ponerse tacones, los labios de rojo carmín…..Consiguió trabajar además de ser ama de casa y un día la llamaron al despacho del jefe , pensó que le podía decir que estaba enterado de su liderazgo para agitar a sus compañeras en las condiciones del trabajo pero entró en el despacho con la cabeza alta…..Señora Berta le está concedido el trabajo en esta empresa de JEFA DE SECCIÓN…….


DIL DARAH

El milagro de la taza del váter

-Si fuera tú, usaría un color de labios más intenso.

Kirsty observó a Lois como quien ve una una mosca entre los folios de un archivador.
La mujer sonreía abiertamente. Su boca mantenía en la comisura un leve desinterés, el cual convertía en nube azucarada al parecer al colega de al lado. Eso, u el escote profundo que ostentaba más vistas de lo que Kirsty consideraba digno.
La intervención no se podía tachar de desplazada, teniendo en cuenta que la reunión había acabado. Alrededor de la mesa se estaban pactando unos cócteles en The Garage ; en un ambiente informal las remarcas tienden a salir fluidas:
-Hey, llevas el pantalón desabrochado, hey, tu falda tiene un corte muy bonito.
-Hey, si yo fuera tú usaría un color de labios más intenso…
Era aquella clase de fluidez colegial que le permite a alguien llamarte gorda, cuando apenas pesas cincuenta kilogramos sobre metro sesenta a ras de moño. Luego, la sonrisa de Lois venía a tener, podría considerarse, hasta cierto brillo de ternura.
Aún así Kirty se sintió molesta por ello .

Al día siguiente Lois la esperaba, luciendo labios de un rojo tan intenso que dañaba la vista . Le entregó, apenas verla, una pequeña barra de Maybenot o algo por el estilo:
– Dicen que éste color es la mezcla perfecta entre la sensualidad y el poder. Prueba, te va a sentar de vicio.
Inclinando la cabeza en un angulo de quince grados , modo Domo Arigato pero sin el grado perfecto de honra, Kirsty aceptó el regalo y en su despacho lo tiró a la basura .

Kirsty era jefa de proyectos y vicedirectora .
Lois, era diseñadora gráfica del mismo departamento.
Kirsty albergaba en su interior el deseo de mejorar el mundo mientras Lois soñaba con desmontarlo y venderlo por piezas .
Los juegos de poder se desarrollaban como en cualquier empresa, respetando normas y sin faltar el respeto a los participantes. BYTK ganaba millones, todo suceso, triste o fantasioso se celebraba en The Garage Pub y a la mañana siguiente el sol salía del mismo lado para todos.

» Si fuera tú usaría un color de labios más intenso » hizo a Kirsty saltarse los alcoholes de fin de jornada toda aquella semana.
Sus colegas entendieron que se enfrentaría a algún plazo de entrega . No así Lois, constantemente rondando su despacho y tratando de convencerla, hasta que Kirsty casi pierde la paciencia . No acababan de gustarle las miradas insistentes ni la sonrisa ajena de aquella mujer, como de quien conoce el paradero del Santo Grial.
Pero tampoco veía fundamento para la confusión que le provocaba.
Y eso le daba , aparte de acidez, un dolor de cabeza tipo conflicto-interior- importante.

A la semana , cuando Lois tiñó su pelo de rubio «Kirsty» , se lo cortó a lo » Kirsty» y se maquilló de tal manera que solo las distinguía la forma de vestir, en la oficina se lo tomaron a broma y hasta barajaron la posibilidad de confundirlas.
Kirsty sintió tal oleada de confusión e inquietud que por poco se desmaya.
Trató de restarle importancia al asunto y convencerse a si misma que podía ser normal lo que estaba sucediendo. Era, después de todo, lo que hacían los fans de los pop stars o las personas que no acababan de desarrollar un grado suficiente de autoestima. ¿O las que desarrollaban demasiada ?
No acabó de clasificar la actitud de Lois.
Sus dolores de cabeza se habían convertido en migrañas.
Respiró hondo un par de veces , soltó una risita, rezando para que sonara natural, e invitó a todos a seguir con sus trabajos. En voz delica y dulcemente ajustada, para la cual también rezó.
A veces es mucho más útil dejar el tiempo que haga de las suyas.
Suele surtir efecto en problemas cuya solución ha dejado de entreverse.

Ese día cerró la puerta de su despacho con el pestillo y no lo abandonó hasta que las maquinas de limpieza entraron en las oficinas.

La vida en BYTK entró en cauce normal por defecto y se mantuvo así hasta que Lois apareció cuan copia fiel de Kirsty.
Pantalones ajustados pero no prietos, camisa de cuello alto, zapatos sin tacón, un maletín de piel desgastada por cuestiones de marca y la sonrisa tierna de siempre.
Kirsty montó en colera dentro del despacho de Susan, la directora de BYTK , y ella, a su vez, trató de apaciguar el asunto.
Un poco raro era, no lo negaba.
Entendía el malestar de Kirsty pero no había normativa que prohibiese a nadie la libertad de parecerse a quien quisiese.
Aparte de ello, y salvo ese curioso detalle , Lois era una empleada modelo, que llevaba a cabo de forma impecable su trabajo, jamás tardaba un segundo y encima se hacía de adorar entre sus colegas. No se le podía acusar a Lois de conducta inapropiada por el simple hecho de comprar en la misma tienda y cortarse el pelo en la misma peluquería.
– ¿ Simple hecho? Susan.. cualquier día me la encuentro en casa fregando la cocina! Ésta mujer está loca ¿no lo ves?
Susan inspiró un par de veces y le alcanzó , con ademanes de ritual, una taza de té . Como muy mucho a Lois se le podía mandar al psicólogo pero no convendría, porque eso imposibilitaba un despido, hasta uno por motivos fundamentados .
– Entiende mi posición Kirsty y mantén la calma por mí. Hazlo por mi, te lo pido como favor- suplicó Susan moviendo levemente las manos y desprendiendo fragancias de Chanel 5.

Kirsty no acudió a trabajar una semana entera .
Necesitaba vacaciones , dijo, para reponer energías y empezar bien el nuevo proyecto. Lo que hizo fue esconderse en casa, hincharse a llorar e idear mil maneras de matar a Lois.
También trató de enviar su CV a otras empresas, pero los motivos de su posible huida se anudaron en la página de Word , bajo los sombríos auspicios de las referencias. Susan había construido un imperio que reinaba a mano de hierro y no entendería jamás el abandono. Le amargaría la vida hasta hacerla imposible de tragar .
Kirsty volvió a llorar y quiso suicidarse entonces a comas etílicos .

Así la encontró el lunes: de resaca y hundimiento moral profundo.
Sintió la tentación de echar un whiskey en vez de un café, pero su cuerpo venía a estar saturado y rechazó hasta el olor del liquido. Se arrastró a la calle, le dejó un par de duros de más al taxista y enfiló la puerta de BYTK como una que se enfrenta a la milla verde del Bloque E .
Al bajar del ascensor se encontró a si misma presentando un Power Point en la sala de reuniones. La mitad de los presentes la escuchaban cuan nubes de azúcar y hasta Susan estaba ahí.
Kirsty fue corriendo a los aseos a vomitar.

Después de un ataque de perdida de tiempo por dilación vino uno de perdida de memoria por impacto emocional . Al rato sucesivo, a través de los altavoces empotrados en el techo, le comenzaron a llegar los acordes finales de uno de sus conciertos de piano favoritos. Era un buen indicio sobre la cantidad de tiempo que había atravesado su otro yo en estado letárgico.
Sobre su cara aún resbalaban lágrimas frescas pero sus ojos habían dejado de sufrir. El paso del tiempo y sus efectos por defecto no iban a ayudar.
Kirsty asumió de golpe tanto el problemón como una solución viable.
El sol nacía triunfante detrás de la taza del váter y dentro de ella, en el reflejo de su propio estomago, Kirsty había descubierto el milagro.
No iba a cruzarse más tiempo de brazos ni sentarse a deprimir, no así se atravesaba la vida, ni se ganaría el derecho de hacerse recordar por mejorar el mundo. Qué tonta había sido, las disculpas que se debía por machacarse de esas formas y lo fácil que era solucionar todo aquel drama.

Kirsty apareció al día siguiente triunfante, luciendo un bello rojo labial. Tan intenso que dañaba la vista.
Vestida como Susan.
Cuan copia fiel de Susan.
Y se fue a desprender fragancias de Chanel 5 por el pasillo , taconeando con elegancia , bajo la tierna mirada de si misma.


LOLA ALCÁZAR

Son las seis y media de la mañana. Manuela desayuna en la cafetería del polígono industrial. Unos hombres apuran sus copas de coñac, y al final de la barra del bar, la prostituta toma su último whisky, entre carcajadas, con un cliente habitual. Manuela la observa todos los días, hace un mes, sintiéndose una igual. La mira mientras pasa las hojas del periódico para disimular. El hombre, entre risas, le acaricia un pecho, la prostituta deja de reír y le empuja con fuerza. Manuela siente asco al verlo y un escalofrío recorre su cuerpo, porque hoy Juan le dirá zorra otra vez. Manuela revisará su trabajo, y mientras lo hace, él le dirá en voz baja, con serenidad, casi imperceptible para los demás, zorra. Y ella se hará la sorda.
Mira en su bolso para asegurarse que ha guardado un pequeño spray de pintura blanca que compró ayer. Alguien dibujó en la pared de los lavabos unas grandes tetas y una vulva penetrada por una polla, y escribió en mayúsculas: jefa puta. La pintura blanca lo limpiará, como el agua limpiará el cuerpo de la prostituta cuando llegue a su casa. Lo pintará a las tres, cuando Juan se vaya. Después irá a buscar a su hijo al colegio, se lo llevará al taller para terminar la jornada laboral, y juntos regresaran a casa.
Manuela ha decidido no dar parte a sus superiores, porque teme que le digan que no sabe resolver los problemas del trabajo.
Sobrevivirá, para ella no hay otra opción. Ha decidido callar, y rezar para que Juanito, como le llaman sus compañeros, apruebe la oposición y se largue.
Manuela saca de su bolso un ansiolítico, lo toma con un trago de agua y sale del bar. Tiene que abrir el taller.


EMILIANO HEREDIA

¡uf!

Suena su despertador, hora de levantarse. El mío, ni lo pongo. Si se despierta, inmediatamente detrás, voy yó.
Que pereza. Pero es lo que hay. Fotocopia del día anterior y al que vendrá mañana.
Echo Colacao en dos tazas. Leche, lo remuevo un poco. Microondas, para el niño, cincuenta segundos. Para la niña, un minuto diez. Suena la caldera funcionando. Se está duchando. Aprovecho para colocar las tazas en la mesa del salón. Unas magdalenas. Entro el el servicio, mientras se ducha, cojo el cuenco de todos los días, lo lleno hasta la mitad, le echo jabón. Cojo la toalla pequeña, coloco el cuenco en la encimera de la habitación del niño, subo la persiana. El aire está de baile con las ramas de los arboles.
Enciendo la luz, el peque remolonea. Esconde su cabecita bajo la almohada como un caracol.
-¡vaaamos Mario!,¡buenos días hijo, venga, levanta que vá siendo tarde!
Vá al servicio a hacer pis.
Le lavo el culete y le visto.
Enciendo la luz de la niña.
Protesta.
Subo la persiana, y el aire sigue con el vals.
-¡Veeeenga!,¡que luego hay que ir corriendo!.
Se estira y se desenrolla como una mariposa recién saliendo de su crisálida.
Sale de la ducha. Me escabullo. Abro las ventanas para que el aire hinche las velas de los barcos y se lleven los sueños de la noche.
Pasa de largo, no me ha visto, o si me ha visto, no me ha dicho nada. Mejor.
Quejas en el salón. Goku contra Doraemon. Gana El asombroso mundo de Gumball.
-¿me buscas un jersey fino para el niño?
Claro que sí. Yó lo sé todo, de ésta casa.
-¿y el libro de familia?.
Por supuesto. Cómo nó, si no sabe dónde está.
Preparo la merienda de los niños, con un ojo puesto en lo que hace, por si ataca.
Mando a los niños a lavarse cara y dientes. Corre, corre, que faltan cinco minutos para iros.
La puerta se lacra con el murmullo de los niños entrando en el ascensor.
Silencio. La casa parece una foto.
Pila sin recoger. Las camas sin hacer. La casa sucia. Por planchar, una pila de ropa.
Desayuno, un café bien caliente. Tostadas. Galletas. A ver cómo me despego del sofá.
Recojo el lavavajillas. Meto los platos sucios. Limpio la encimera. Friego el suelo.
Veeenga vamos a por el baño. Jó, yá son las diez. Me pilla el toro. Las camas, hay que cambiar las sábanas, poner, la lavadora., tenderla. Me siento un rato, mirando desde mi pecera, veo la vida transcurir. Setas multicolores, brotan de las aceras, llueve.
Mientras, se seca el salón, que és lo último que he fregado.
Las once pasadas yá, y sin planchar, a ver que echan en la tele….sí, esto me gusta.
Que paliza. Las doce y cuarto, ya he acabado. He planchado ropa entre rugidos de leones, antiguas estructuras y tíos que fabrican cuchillos.
Piiiiii. Jó,la lavadora, la una menos veinte, tengo que tender, y sin comer. Pues nada, bajo a por el pan, y como tipo bar, un bocadillo, un bocado, tiendo un calcetín, un bocado, tiendo una camiseta, un bocado, tiendo un pantalón, la una en punto, tengo que irme a y cuarto a trabajar.
¡la basura!, se me había olvidado, venga, que tú puedes.
Las dos menos diez pasadas, ya estoy en el trabajo.
Hoy el jefe, tiene el día tonto.
Tengo encima un cansancio que no es normal.
Me como el bocadillo sin ganas.
Las diez de la noche por fín.
A ver que me encuentro al llegar.
Me lo imagino, porqué nó has hecho esto, porqué no has hecho lo otro, mira como está todo,
Que está todo el día trabajando, y se encuentra con lo que se encuentra.
Que paciencia, señor.
Pero tengo el premio de la sonrisa de mis hijos. Un cuento, a dormir, a dormir, que es tarde.
Hablo con la mayor. De sus cosas. De mis cosas. De nuestras cosas.

Las once de la noche pasadas. Me ducho, las doce y media.
No tengo hambre. Tengo cansancio a toneladas. Tengo sueño de oso en invierno.
Ceno con la luz apagada. Duerme a todo lo largo del sofá, y sus pies desnudos, a mi lado.
Pescado. Me gusta el pescado. Pero a la luz del día, o a la luz de la lámpara. No veo las espinas, las intuyo. Comer pescado en penumbra, es complicado, hay que aprovechar los fogonazos de la pantalla del televisor en las escenas de mucha luz de la película que está viendo, para descubrir alguna. Comer pescado en penumbra es como buscar monedas en la playa.
Pescado, me encanta el pescado. Reciente, crujiente. Nó frío, ni gomoso.
La grasilla del pescado, al comerlo con las manos, buscando raspas, hace que las migas de pan adornen tus dedos.
Pescado, adoro el pescado. Me canso de buscar. Paso de pescado.
Adopto un trozo de chorizo perdido en el frigorífico.
Un plátano.
Recojo la mesa.
Buenas noches.
Los parpados se me clavan en los ojos.
¡uf!, que día, Jacinto. Estás hecho toda una jefa del hogar.


ANITA MIMOMBA

Cuando el joven Diego pidió en matrimonio a Alejandra, su novia desde hacía 3 años, nunca se imaginó la «prueba» a la que ella lo sometería para poder conseguirlo.

Vivían en un barrio marginal a las afueras de una ciudad asquerosa, en un país ya de por sí pobre y arruinado, donde la mafia mandaba más que el gobierno o las fuerzas del orden. Todo aquel que quería tener una vida medio decente tenía que entrar en la «familia». De modo que Alejandra le dijo a Diego que se casaría con él el día que trabajase para «La jefa» la cabecilla de la mafia local, le insistió en que hasta que no fuera su mano derecha no aceptaría ser su esposa.
La tarea era ardua y podía llevarle varios años conseguirlo. Él no quería, pero sabía que era la única manera de sobrevivir en aquel estercolero y casarse con Alejandra. Le daba miedo y asco. Sabía que para llegar a un puesto como ese hay que extorsionar, secuestrar, dar palizas y…matar. No iba a ser fácil ni bonito ni rápido.
Durante los dos primeros años, fue un pringao que se dedicaba a cobrar deudas, amenazar y dar palizas, a tenderos y socios que no entendían que la protección se paga. Tras eso, un día, lo llamaron para una entrega. Ser conductor era un ascenso en toda regla: cobras más y no das palizas, solo hay que ir desde A hasta B sin hacer preguntas ni cotillear. Así estuvo otro año hasta que, una de sus entregas, resultó ser un secuestro y tuvo que participar como chófer, cosa que no dejó de hacer desde entonces. Se convirtió en el chófer oficial para los «trabajos delicados».
Alejandra estaba satisfecha con lo que iba consiguiendo y le animaba a seguir así, su nivel de vida iba mejorando por momentos, a este ritmo en unos pocos años podrían casarse.
Diego siguió haciendo de todo para la «familia», poco a poco fue haciéndose imprescindible para todo, escalando puestos hasta que el gran día llegó. en 10 años nunca había visto a «la jefa», había oído decir que era implacable, que nadie se atrevía a llevarle la contraría, una mujer dura y con una sangre fría que helaba estancias enteras, con un carácter fuerte e indomable, y una experimentada torturadora y asesina sin remordimientos.
Le dijeron que cuidara su aspecto para ir a conocerla, y se puso su mejor Armani para la ocasión, un traje oscuro y serio, muy profesional. Estaba aterrado, cualquier cosa podía pasar en esa reunión, si no le gustaba o le contrariaba, incluso podría hasta matarlo. Vomitó antes de salir de casa por el estrés y se marchó a la mansión. Una vez allí lo condujeron a una sala donde le hicieron esperar una hora más. Cuando llegó su turno, se levantó despacio, como queriendo retrasar el momento hasta el último e inevitable segundo, se dirigió a la puerta, entró y… casi le da un shock cuando descubrió que su querida Alejandra era «la jefa», le había estado preparando para su vida como patriarcas.

FRANCISCO BALLESTER MONFORT

UNA DE FANTASMAS
NO VA DE UNA JEFA, PERO VA DE UN JEFE ¿ NO NOS VAMOS A PONER SEXISTA…NO?’

Se oyó un terrible grito…, bueno, en realidad fue un horrible alarido seguido de varios más hasta que un llanto nervioso e histérico fue substituyendo a los aullidos.
No…, no era de noche, ni era una casa lóbrega y antigua, tampoco había neblina, ni los cipreses se recortaban tenebrosos en el cielo, ni ululaba un puto búho… Era de día y el sol entraba radiante al mediodía por todo el enorme y moderno rascacielos acristalado iluminando todas las oficinas cuyos aires acondicionados ronroneaban a máxima potencia para paliar el calor del efecto invernadero en aquellas estancias.
Cuando los demás llegaron en tropel hasta ella, Doña Gertrudis, la secretaria de dirección y una de las personas más temidas de aquél edificio, estaba desmayada, sudorosa y pálida, caída boca arriba entre el inodoro y la mampara lateral de uno de los cuatro pequeños cubículos en que estaba dividido el baño de señoras de la oficina de la planta 23. Las bragas arrugadas en el tobillo izquierdo y la falda desordenadamente subida hasta el ombligo, permitía ver la negrura de su sexo entre las piernas desmañadamente abiertas.
El primero en llegar fue un hombre, que para no mirar, se apartó pudorosamente sorprendido permitiendo así que sus compañeras de oficina la atendieran y la reanimaran.
-! Ese cabrón quería arrancarme el coño ! !Os lo juro! ! No quería tocármelo no.., quería extirpármelo !, !Dejarme si él… !.
Las compañeras, mientras la tranquilizaban comenzaron a mirase disimuladamente entre sí con extrañeza y complicidad.! Allí no había nadie !, en aquellos cubículos solo cabía una persona e incluso una compañera que acababa poco antes de salir del tocador dijo que no había visto nada raro.
– ! Os lo juro!, !Tenéis que creerme!. Estaba sentada y ya había comenzado a orinar, cuando noté algo como una mano que viniendo de de atrás se deslizaba por mis nalgas, mi ano y mi vagina y me agarró todo el chocho como una garra abierta y luego lo estrujó como un higo dejándome sin habla de dolor y cortándome la meada.
Cuando la lograron levantar a la mujer con una crisis de ansiedad para llevarla a la enfermería de la empresa con el fin que le administraran algún sedante, vieron que en el cubículo solo habían quedado algunos pelos rizados de origen evidente descansando bajo el agua amarillenta en el fondo del inodoro.
La cosa quedó ahí, bueno no… No quedó igual, porque la dura dominación de «La Sargento Gertrudis» que tenía puteado a todo el edificio mostrando la más estricta intransigencia y falta de empatía con todo Cristo, se vio relajada por el ridículo público, las burlas, los cuchicheos y las risas a sus espaldas con la consecuente pérdida de autoridad moral de la susodicha, cuando se enteró por el desliz de un interfono, de que ahora la llamaban «Chochoroto».
Pero la hilaridad general «Por lo bajini», no hizo mas que aumentar exponencialmente, cuando semanas después y delante de tres testigos, a «Chochoroto» en pleno ascensor unas invisibles fauces babosas le mamaron de modo virtual los pechos y succionaron sus pezones mientras algo le magreaba a la vez el culo y resbalando por la pared de cristal tuvo un extraño orgasmo que la dejó sentada en el suelo con los pelos revueltos y los ojos en blanco.
Días después, una presencia le arrebató de las manos a una, ya trastornada Doña Gertrudis, más de doscientos folios de facturación y los hizo volar durante cinco minutos por toda la oficina cómo pequeñas alfombras de Aladino.
Por último y lo que la llevó al retiro por incapacidad mental con el cerebro derretido por el delirio y un ataque histérico de asco, fue la sensación de que bajo su mano, el ratón del ordenador se había convertido de repente y en plena reunión de la directiva, en una peluda y enorme rata sarnosa cuya cola rosada y áspera se perdía tras el monitor.
Cuando todos pensaban que «con la loca se había marchado la locura», coincidiendo siempre con el intenso resplandor del mediodía, aparecieron nuevos y misteriosos fenómenos sin explicación alguna que fueron acojonando a todo el personal de tal modo, que sobre los escritorios, ordenadores y discos duros, comenzaron a aparecer objetos como estampas de la virgen, cuernos de cabra, cruces de plata, amuletos indios , misales nacarados de comunión, ristras de ajo etz, porque inexplicable a la muerte a de Don Obdulio al que encontraron con el cráneo estampado contra el cristal de la fotocopiadora rodeado de una neblina azufrada mientras la dichosa máquina en modo automático iba esparciendo por el suelo con su siniestro y monótono «rirac» más de quinientas copias de sus sesos desparramados, se fueron sumando otros mas sangrientos todavía como el de Don Martín a quién la puerta del ascensor lo cizalló en dos dejando cada una de sus mitades solo unidas por las cuerdas que formaron sus hediondas tripas, a una distancia de dos pisos una de otra, o lo de Don Agustín, el tesorero, un hombre con obesidad mórbida al le ardió toda la grasa de su cuerpo como si fuera gasolina cuando al encender un enorme habano en el lujoso vestíbulo del edificio, le prendió casi espontáneamente su enorme papada porcina dejando su voluminoso cuerpo en un decepcionante espantapájaros requemado y humeante.
A estos horrores, se fueron sucediendo otros desastres que fueron acabando uno a uno con todos los miembros de aquel consejo de administración tan permisivo y tolerante con las maniobras del hijo de puta, es decir, del presidente de aquel banco.
«El Diosecito», qué dirigía aquella maligna máquina de joder al prójimo encerrado en la torre de marfil del último piso del edificio donde sus acristalamientos y panorámicos ventanales le permitían sentir, cuando miraba hacia abajo, una cuasi-sexual sensación de dominio sobre la ciudad, era de todo menos tonto y aunque no creía en fantasmas vengativos ni presencias espectrales, aquel capullo si veía claro que iban a por él y habían comenzado por aislarle eliminando antes la base de la pirámide de la que él y solo él, era el pináculo de oro.
Había heredado la mayoría accionarial del banco de su padre, un honrado banquero que había levantado aquello con gran esfuerzo, buenas prácticas y una flexibilidad cristiana con sus deudores, para acabar dejárselo al psicópata malcriado de su hijo.
Paradójicamente, » El Diosecito» lo convirtió en un gran imperio financiero mediante los procedimientos bancarios mas duros, despiadados, crueles, hijos de puta e incluso ilegales que su avaricia usaba sin remordimiento alguno, dejando a su paso una estela de quiebras, suicidios, ruinas y llantos, que lejos de remorderle en la conciencia y puesto que carecía de ella, alimentaban la autoestima de su insaciable ego.
Así, que tantos eran los que tenían motivo para odiarle y desear su muerte, que al » El Diosecito», le resultaba imposible hacerse una idea de cuál de todos sus enemigos lo estaba cercando y no sabiendo por donde le venían los tiros, optó por protegerse atrincherándose a cal y canto, guardado por una fuerte seguridad, en su torre de marfil hasta que pasara el temporal, para mientras estudiar los dosieres de sus mas importantes cabronadas financieras por si algo le podría señalar el culpable del acoso.
!Vana labor…!. Él ignoraba que las almas fantasmales que se agarran a la tierra con las raíces del odio para no marcharse y vagar sin descanso en busca de venganza, no suelen ser aquellas a las que han hundido hasta el suicidio la caída de sus grandes negocios y su ego, sino las que mueren silenciosas de pena de ver el sufrimiento de los suyos como la de aquel pobre anciano jubilado, cuando un injusto desahucio dejó sin techo a su mujer enferma para que el frío la rematara.
!Si!, aquel capullo ignoraba la fuerza maligna y destructora que puede tener el alma cabreada de un viejo.
No, de nada le sirvieron las paredes, ni los guardianes.
A las doce del mediodía de un día radiante, justo en el quinto aniversario de la muerte de aquella vieja, el presidente desapareció para siempre.
Alguien en el edificio comentó de pasada que le había parecido que algo caía gritando. Tal vez si hubiera caído mas despacio, ese alguien hubiera visto la cara de horror y los desorbitados ojos del » El Diosecito» mientras su cuerpo caía agarrado y envuelto por una arrugada presencia espectral.
Misteriosamente, nadie encontró cuerpo alguno. No se estrelló contra el asfalto. La cicatriz de la grieta en la tierra que se lo tragó, aun vivo, hasta lo mas hondo, eterno y cruel del averno, se cerró después de engullirlo como si nunca se hubiera abierto.
¿Sabéis…? Ese mismo día, el impresionante edificio del banco tembló como si lo sacudiera un pequeño seísmo. Los empleados no se extrañaron, como ellos mismos…, ! Aquella enorme mole se había estremecido de alivio…!.


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18 comentarios en «Si yo fuera la jefa»

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