Reencuentros

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Encuentros». Este ha sido el relato ganador:

ROSA RODJA

Cuando era pequeña e inglesa vivía en un barrio periférico de Londres. La casa tenía un jardín en el que había una caseta de madera, flores y perejil.
Una tarde me encontré un gatito, él era gris y yo rosa; una combinación irresistible al flechazo.

ROUSMERIIIIIII, GÜOT ARR YU DUINGG?, NOS TENEMOS QUE MARCHAR!!!!

Era la voz de mi madre que salió volando de la cocina y llego a nosotros en forma de coitus interruptus.
Jo, vaya rollo tener que dejar el amor en pausa, bueno, lo meto en una cajita y lo dejo en la caseta hasta que vuelva, debí pensar con mi cabecita cuatro años-casi cinco. Tapé la caja, la dejé con mimo en un hueco de la estantería, meé sobre el perejil y acudí al quinto reclamo desesperado de mi madre.
No recuerdo dónde fuimos, pero no debió ser muy lejos porque mi madre no quiso subir al segundo piso del autobús rojo, no Rousmeri, esa planta es para ir lejos. Como si las distancias con lo amado no fuesen siempre infinitas. Me sentí triste.
Llegamos anocheciendo, aunque recuerdo perfectamente que el sol brillaba. Fui ansiosa a la caseta, abrí la caja y mi gatito, transformado en gremlin malo, se echo a mi cara y con sus pelitos grises en punta huyó para siempre, dejándome allí, con la cara arañada y la sensación de haber caído de culo desde un lejano asteroide.
Ese día aprendí dos cosas que luego me han servido mucho en la vida:
1) Que encerrar no rima con amar.
2) Que siempre hay que lavar muy bien el perejil.

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

JUSTO FERNÁNDEZ

REENCUENTRO CON MI MISERIA (#YoTambien)

«Yo también he abusado sexualmente:
Me encontraba en la estación de autobuses de Santander. Como muchos días, solía estar por ahí al acecho. Vi a un chaval de unos 15 años o menos que se dirigía hacia el baño. Me gustó. Era menudito y parecía muy joven. Me excité. Le seguí y me situé disimulando en el urinario justo a su lado. Ni se dio cuenta de mi presencia. Así que le chisté casi al oído: Eh! Mira!. Cuando me miró, me giré hacia él con mi polla bien empinada. La agitaba y se la acercaba con mi mano. Mientras, yo le miraba directamente a sus ojos de niño … sentía mi boca salibando …».

Como ese despreciable HOMBRE jamás va a confesar lo que me hizo, si es que todavía está vivo, ya lo hago yo por él.
Ese depredador repugnante tendría entonces la edad que yo tengo ahora, yo solo tenía 16.

Gracias Feminismo, una vez más, por ayudarme a ver.

Antes era: «Joder!, ni se te ocurra contarle eso a nadie».
Ahora es: #YoTambien


ABRUJANDRA ALVARADO

Tenía ocho años cuando mi papá me regaló un Atlas de esos enormes, maravillada de todo lo que había para conocer, quedaron marcados muchos países que quería conocer.
Me aprendí sus costumbres, cantidad de habitantes, latitud y longitud, los idiomas sería una cuestión de tiempo.
Viajé mucho, viajé siempre, no recuerdo un sólo año de mi vida sin que haya habido una mudanza o viaje de placer.
Dicen los que saben que uno viaja para escapar, para abrir la cabeza y los que no quieren viajar dicen que para qué.
Leí muchos libros, ví muchas películas, obras de teatro, muertes, nacimientos, espaldas de amores como último recuerdo de su presencia, fui madre, hermana, hija, sobrina, tía, vecina, empleada, jefa, desocupada.
Corrí durante años contra reloj entre tareas escolares, transportes, trabajo, la comida, pagar las cuentas y un día viajé lejos, más lejos de lo que nunca imaginé.
Sigo viajando en la lejanía del origen y al fin sé para qué, estuve cuarenta y dos años distraída, hace cuatro años que me estoy conociendo, este año llegué a mi infancia y la recorro a diario mientras la escribo a mano, en un cuaderno, a la antigua. Ahí está ella paradita, con sus mejillotas rojas de tanto correr a orillas del lago, me sonríe medio tímida, me acerco despacio porque no quiero que se asuste y corra, como siempre. Se distrae con cualquier cosa, mucho más si cae la tarde y el cielo se pone naranja.
Le quiero hablar pero no puedo, se me hace un nudo en la garganta y entiendo todo.
Viajar es el gusto de hacerlo sin importar el destino y morirse no es terrible, terrible es vivir sin saber quién sos.


SARA LÓPEZ

Solo bastaba el brillo de ternura en tus ojos, al asomar levemente la cabeza en un momento de desesperación, para que cualquiera con un mínimo de empatía se parase para socorrerte. Divina juventud la tuya. No requería ningún esfuerzo por tu parte enamorar; ni siquiera precisabas el don de la generosidad, un bien escaso en estos tiempos.

Tú no necesitabas escuchar a nadie, ni ayudar a los demás…ni siquiera necesitabas talento. Y tu mayor pecado fue, indudablemente, el de crear un nido de comodidad en esa posición tan efímera. Tu evolución paró en seco. El éxito te nubló la vista hasta que te convertiste en una cáscara vacía que chillaba más alto que nadie y soltaba sin temor la sabiduría de las voces ajenas como si fueran basura. Y, a pesar de todo, dichoso de ti, siempre ibas acompañado. Tenías un séquito de discípulos que anhelaban la luz que desprendías desde tu mismo ego. Les daba igual que les hicieras sombra, siempre y cuando fuera TU sombra la que les guardase de los rayos de la verdad. Tenías el mundo a tus pies, e hiciste de tu universo un hogar. Una red aparentemente infinita de más y más personas que te alababan como a un dios. Tus pensamientos jamás hicieron eco entre cuatro paredes…

…Hasta que un buen día y sin previo aviso, lo hicieron. Fue entonces cuando tuviste que reencontrarte, vivir esa sensación que solo habías sentido de niño: Soledad.

Soledad cruda y sangrante. Soledad en un día nublado. Soledad es la única palabra que puede escribirse con todas las cualidades del mundo porque puede significar la muerte y también la vida. Al fin y al cabo, aprender a estar realmente solo fue lo que te salvó de todas esas personas que tanto te adoraban. Lo que te devolvió tu humildad…

…Y lo que te llevó a conocerla a ella.


MÓNICA MEDL

Llevaba tiempo buscando.
Nada podía hallar.

Revisaba momentos, recuerdos y conversaciones.

¿Donde podía estar?

Llevaba tiempo perdida.

¿En qué momento ocurrió?

¿Cómo fue que no lo notó?

Nadie le dijo qué había sucedido.
Nadie le explicó como haber vivido de a dos, ocasionó que ella se perdiera.
Tampoco ella lo percibió.

Un día algo fue diferente.

Algo la despertó.

Salio de ese estadío inconsciente.
La anestesia poco a poco se disipó.

Ese haber vivido de a dos, la había asfixiado, hasta que desapareció.
Hoy despierta confundida, no entiende que pasó.

Solo sabe que es el mejor reencuentro, que la vida le ofreció.
Desayuna a solas, se siente libre, se siente ella.
Disfruta de aromas, sabores, de su propia compañía y de su voz interior.

Llevaba tiempo buscando y hoy se reencontró.


DIL DARAH

Hace cierto tiempo
yo por una acera que tal vez los GPS identifican, en un país cuyo nombre no conlleva más que emociones personales nacidas por culpas de tercios y por tanto voy a omitir.

Llovía seguramente.
Lo sé porque me encanta desafiar los cielos , sobre todo cuando estan de rebotes . La clasificación ya me da igual, el caso es desafiar.
Las palabras se mezclaban con sonidos que no les correspondían y los sentimientos carecian de eco.
Deambulaba yo y daba vueltas en amplios circulos obsesivos a una pequeña idea.
Tampoco importa exponerla, ya que sobran en este mundo a defavor de la actitud emprendedora. El exceso de ideas además contraresta la importancia que tienen y nos torna dispersos. Aparte de ello mis ideas no son de uso público ya que no aportan beneficio más alla de ejercitar cierta comunicación.

Sabiendo que la introducción queda acabada entenderé que hay que adentrarse de alguna forma en la trama por tanto proseguiré según las normativas que les gustan tanto a los que no han de seguirlas.

No me choqué contra un poste ni tampoco se produjo un fin del mundo, tal y como lo conocemos, del que me rescataría a saber qué fantasía. . De hecho la lluvía caudalaba al mismo ritmo monótono las acequias y la gente pasaba por al lado con la misma normalidad de lunes a la tumba, sin pensar en mí ni en lo que pensar significa.

Fue percibir una presencia en la misma acera lo que me indujo a girar cautelosa la cabeza y observar al que me pisaba los talones.

Cantaba. Sin abrazar postes de forma dramática .
Bailaba. Sin respetar ningún requisito de correografía.
Sonreía. Sin importarle yo, ni las rutinas vitalicias que se arrastraban a su alrededor.

Hice entonces lo que no suelo hacer para poder hacer que parezca que lo estoy haciendo: hablé.
Hablé con él y traté de detectar presencias de estimulantes neuronales de composición diseñada para posteriormente entablar conversación como si estuviesemos ambos bajo efectos alucinógenos. De algúna manera ese tono cuadraba con la situación tanto como su nombre.

Se llamaba Wandering S. Cucumber.
Le daban grima muchas cosas y no quería mencionar demasiadas por ahorrarme un exceso de información y un posible sindrome de Stendhal. Lo que más le alteraba : la abundancia de cocientes pseudo docentes con impresiones por encima del limite admitido por la decencia. Lo que menos: el uso de redes sociales para pseudo socializar; un simple fenómeno pasajero comparable a cualquier revolución involutiva que se derrogaría pronto por otras alternativas igualmente perecedoras.

Wandering era, a lo sumo, todo lo que yo quería ser sin cambiar de sexo. .

No soy la única que haya sentido la necesidad de regalar algo a alguien que tiene demasiado: la confusión es siempre extrema.
Me duró doscientos pasos y cuatro teorias suyas , soberbias por cierto, para acabar de recordar que las casualidades no existen.

Todo pasa por una razón .
La lluvía.
Cantar y bailar a son de aceras mojadas.
Tener pequeñas ideas que necesitan grandes exponentes…

Le regalé entonces la mía, que de tanto llover y conversar se había tornado demasiado grande para mi pecho.

No todas las historias son de Rachel y Deckard por mucho que llueva. Ni lo pretendí tampoco.
Pero despues de tanto tiempo me gustaría saber qué hizo Wandering S. Cucumber con mi regalo y si sigue camuflando su alma en ataques de baile sin correografía.


ESTHER DE LA CRUZ

Habían pasado unos veinte años desde su último encuentro. Un malentendido y la presión del entorno los había hecho distanciarse. Una hermosa amistad emborronada por prejuicios y convencionalismos sociales. Tiempo después él se trasladó a una gran ciudad y no volvieron a verse, ella sabía que periódicamente retornaba para visitar a su familia, pero no encontraba la forma ni el valor para propiciar un encuentro. Le aterraba que esta vez él malinterpretara sus intenciones y todo volviera a empezar. Pero también le daba pavor enfrentarse a aquellos dolorosos recuerdos que habían marcado su vida.
Esther había arrastrado la pesada carga de la culpa durante todo ese tiempo. Siempre pensó que si hubiera sido más lista y no se hubiera empeñado en precipitar los acontecimientos aún mantendrían aquella amistad aunque, por lo que fue descubriendo al correr de los años él dejó muchas amistades por el camino… Y no todas guardaban un grato recuerdo. Pero para ella jamás hubo un desaire o un mal gesto por su parte, y después de lo ocurrido sólo se fue alejando discretamente, dejando un inmenso vacío tras de sí.
Pero Esther seguía considerando a Ángel el amor de su vida. No un amor romántico, ni el típico mito del “príncipe azul”, ya era mayorcita para creer en cuentos de hadas y caballeros de brillante armadura, pero sí la persona que había despertado en ella el sentimiento más puro y profundo que jamás tendría, por eso le dolieron tanto las burlas cuando decidió dar un paso al frente y confesar su amor. Pero una vez superado el ridículo y el miedo a que Ángel pudiera echarle en cara su actitud, se debatía entre sus esfuerzos por dejar atrás el pasado y el deseo de un reencuentro en que pudieran por fin mirarse de frente y reaccionar como los adultos en que se habían convertido.
Finalmente logró localizarlo a través de las redes sociales y, para su sorpresa, su actitud hacia ella no distaba mucho de la de aquel encantador joven de 17años que recordaba haber conocido. Después de mucho tiempo intercambiando mensajes cibernéticos al fin venció sus reticencias y quedaron en una cafetería del pueblo donde ella seguía residiendo. Los días previos ella planificó cada detalle, desde su aspecto físico hasta cómo discurriría la conversación.
Pese a ser una persona extremadamente puntual, ese día Esther decidió hacerse esperar unos minutos, para disimular así su ansiedad por el encuentro. Cuando llegó lo vio sentado de espaldas y no pudo evitar que su corazón se desbocara y el rubor encendiera sus mejillas, como aquella adolescente temblorosa que hace un par de décadas lo miraba casi con adoración. Paró, respiró hondo un par de veces, se dijo a sí misma que había llegado el momento de actuar con madurez y comenzó a avanzar con determinación. Se acercó a Ángel y por un momento sobraron las palabras, se miraron a los ojos y se fundieron en un emotivo abrazo. Cuando se apartaron lágrimas cargadas de emoción surcaban su rostro, como muestra visible de tantos años de espera, y él volvió abrazarla con ternura.
Se acomodaron y durante unos instantes interminables se miraron en silencio, como dudando de la realidad de aquel momento. Al fin, Ángel rompió el hielo:
-¿Qué, cómo andas?-, preguntó finalmente.
-Ya ves, sobre ruedas… -bromeó ella haciendo referencia a la silla de ruedas en la que estaba postrada desde hacía unos meses. A continuación hizo un breve resumen de la razón por la que había comenzado a usarla y enseguida obviaron el asunto.
-¿Y tú qué? –prosiguió ella. -¿Qué tal por los madriles?
-Pues bien. Cuando terminé la carrera me salió trabajo allí y allí sigo. Empecé trabajando en la radio y ahora estoy en una empresa de construcción.
Entre risas y comentarios intrascendentes discurrió la conversación, hasta que Esther se quedó pensativa y los recuerdos empezaron a fluir.
-No sé por qué la gente tiende a idealizar la etapa del instituto –dijo finalmente.
-Ya…
-La adolescencia está sobrevalorada –remató.
Se hizo el silencio y sus miradas hablaron. El camarero rompió ese mágico momento para servirles. Cuando se hubo retirado empezaron a desgranar recuerdos de un pasado común, mientras sonaba de fondo una vieja canción evocadora.
-¿Sabes que esta canción me toca la fibra sensible? –comentó Esther con una sonrisa triste.
-¿Ah, sí? –respondió Ángel con una expresión de sorpresa. –Era uno de mis grupos favoritos.
-Sí, lo sé… Creo recordar que la última vez que nos encontramos fue en un concierto suyo.
Ángel bajó la mirada, permaneció pensativo un instante y, mirándola a los ojos, replicó con dulzura: -Sabes que nunca quise hacerte daño, ¿no?
-Lo sé… Siempre lo supe… No fuiste tú, fueron las circunstancias. Si no hubiera sido tan ingenua y hubiera valorado la amistad que teníamos…
-Cosas de la edad… –Remató Ángel con una mueca de complicidad. –Lo importante es que estamos aquí y ahora.
Sus manos se entrelazaron y Esther sintió todo su cuerpo estremecerse recordando la época en que soñaba con sus besos y caricias. Ahora todo era distinto, el tiempo había suavizado las emociones y sólo quedaba el cariño.
-La de años que pasé enamorada de ti… -dijo finalmente con una sonrisa.
Ángel bajó la mirada con un poso de tristeza. Hizo amago de hablar pero Esther lo silenció poniendo un dedo sobre sus labios.
-No hace falta que digas nada… ¿Qué sabría yo entonces de lo que era el amor? Quererte siempre te he querido, pero enamorada… No sé, quizá lo estuve, pero seguramente sólo lo imaginé.
-Gracias por tu comprensión pero mereces una explicación y hay algo que quiero contarte. –Tragó saliva y respiró hondo. Esther intuía el giro que estaba a punto de dar la conversación pero esperó pacientemente que él le confesara su secreto.
-Yo te quería… –Prosiguió, apartando la mirada. –Y te sigo teniendo mucho cariño, pero jamás podré amarte como mereces que un hombre te ame… Porque a mí no me gustan las mujeres.
-Pero tú estando en el instituto saliste con alguna…
-Sí, bueno, lo intenté… Pero no funcionó… Nunca funcionaba. –Un lamento sordo salió de su garganta. –Y a ti no podía hacerte algo así. –Murmuró entre dientes.
Esther sintió el impulso irrefrenable de estrecharlo entre sus brazos y se fundieron en un tierno abrazo. Permanecieron así un interminable instante y se separaron lentamente.
-Bueno, eso ya no importa. –replicó Esther. –Si me lo hubieras confesado entonces seguro que tampoco lo habría entendido. Precisamente si hubiera sido más lista no se habría liado la que se lió con el dichoso poemita que te dediqué en la revista del instituto. ¡Encima de todo cursi! –Se rió con desgana. –Pero como decías antes, lo importante es el aquí y el ahora.
-Lo del poema fue un detalle bonito, la verdad. –Dijo Ángel con ternura. –Además tú lo hiciste con la mejor intención, pero ya sabes lo que le gusta a la gente malmeter.
-Ahora ya lo sé…
Se miraron y ambos soltaron una sonora carcajada, fruto de la tensión que acababan de liberar. El resto de la conversación discurrió en un ambiente mucho más relajado. Bromearon y recordaron anécdotas divertidas, haciendo un somero repaso sobre los distintos profesores.
Fuera oscurecía. Las largas tardes estivales ya empezaban a decrecer. Los clientes que iban y venían en un trasiego intermitente ya empezaban a abandonar el local, abarrotado momentos antes. Cuando se dieron cuenta pagaron la cuenta y salieron. Disfrutaron de un lento paseo hasta la casa de Esther mientras el sol comenzaba a ocultarse y las farolas se iban encendiendo a su paso.
Al llegar a su destino prometieron volver a verse pronto.
-Que no tengan que pasar otros veinte años… –comentó Esther con un guiño de complicidad.
-¡Prometido!
Se despidieron con un sentido abrazo. Al llegar a casa Esther se tumbó en la cama, inundada por una avalancha de emociones. Los recuerdos del pasado y del presente se iban entrelazando en un aluvión incesante. Cerró los ojos y su mente la transportó al instituto. Se vio a sí misma recorriendo los interminables pasillos, las caras de sus antiguos compañeros iban y venían. Muecas de complicidad se entremezclaban con gestos de burla o miradas de desaprobación… Y comenzó a recordar cómo sucedió todo.
El otoño apenas se empezaba a sentir en aquel inicio de curso. El primer día Esther llegó tarde a la presentación, después del anodino verano costaba acostumbrarse a la rutina de los madrugones y los largos horarios de clase. Además, nunca le gustó estudiar, por más que intentaban motivarla para que explotara sus talentos era incapaz de ver dentro de sí algo bueno digno de tener en cuenta.
Echó un vistazo al tablón de anuncios, buscó su nombre en las listas de alumnos y se dirigió al aula correspondiente. Al llegar el profesor empezaron las presentaciones de rigor. Esther lo conocía del curso anterior y se alegró de volver a coincidir, Alfredo era un buen docente y, aunque al principio solía mostrarse exigente pronto revelaba su cara más amable.
El siguiente profesor repitió la rutina y, al pasar lista, Esther volvió a hacer notar que su nombre no se encontraba entre los mencionados, pero esta vez el profesor revisó el resto de listados y le dijo hacia dónde debía dirigirse para la siguiente clase. Al llegar sus ojos se fijaron en una compañera del curso anterior de aciago recuerdo. Y allí estaba también Ángel, al que apenas conocía de vista, porque tenían amistades comunes, y con el que más tarde recordó haber hablado en un par de ocasiones.
Al recordar a aquella chica una negra sombra enturbió su estado de ánimo y pronto las lágrimas cubrieron su rostro, recordando la ingenuidad con la que le abrió su corazón y cómo ella traicionó su confianza, empeñada desde el principio en boicotear su incipiente amistad con Ángel. El llanto aumentó de intensidad hasta que finalmente se durmió entre sollozos.
Cuando despertó ya era noche cerrada. Se levantó de la cama y se dirigió al aseo para lavarse la cara. Cuando se miró al espejo vio en sus ojos el rastro de amargura que habían dejado aquellos lejanos recuerdos. Nunca llegó a entender las motivaciones de aquella chica, pero ya poco importaba. Entonces recordó a Ángel y todas sus atenciones, y la tristeza dio paso a una radiante sonrisa.


KARLOS WAYNE

Lucinda se sentó junto a su amiga. Todo el mundo andaba asustado allí afuera, de arriba a abajo por la calle principal. El café estaba repleto de gente, todos alterados ante las últimas noticias. Las dos jóvenes, angustiadas y realmente preocupadas de que todos los muchachos acabaran siendo enviados al frente, bebían su café con consternación. ¿Con quién se casarían entonces? ¿Con los cuarentones o cincuentones que no valían ni para disparar un fusil? ¿Qué clase de futuro era ese? Los hombres y sus guerras… Lucinda, siendo lo suficientemente lista como para saber que no era muy lista, comenzó a escuchar el plan de su amiga con verdadera atención. Tras oír lo que le dijo, se quedó mirando tanto la foto de su amiga, que mostraba una sonrisa que parecía salirse del papel, como la carta de amor, con absoluta devoción. Eso era, sin duda, lo que tenía que hacer. !Su futuro dependía de ello!

Mariano apoyaba su espalda contra la pared arenosa de la trinchera. Los disparos del enemigo se repetían con tanta frecuencia que ni siquiera podía cambiar de postura sin temor a ser alcanzado por un bala ciega. A su lado, más asustado que él si cabe, Evaristo cerraba los ojos con fuerza, como si así, de alguna manera, consiguiera tele transportarse a algún otro lugar. Con su amada quizás. ¡Oh, si, su amada! Ella le sacaría de allí, tal y como le prometió antes de salir hacia la guerra, tal y como le escribió en aquella hermosa carta. Evaristo dejó el fusil a un lado ante la atónita mirada de Mariano, se metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó la foto de su amada Lucinda. Mariano, entendiendo, sonrió.

— ¿Es tu chica? —Preguntó dejando él mismo a su vez el fusil apoyado en la pared— ¡Apuesto a que está más buena que el pan!

Evaristo, sin dejar de admirar la belleza de su chica, le pasó la foto, orgulloso, a Mariano. Éste recibió la fotografía sonriendo, pensando para sus adentros que por muy guapa que fuera la novia de Evaristo, nunca lo sería tanto como la suya. La más guapa de todo el pueblo. La bella Lucinda.

— ¿Pero qué coño es esto?— Se levantó Mariano de un salto, sin acordarse de las balas que le pasaban rozando. Se volvió a agachar de nuevo— ¿Es una broma?

— Es Lucinda, mi novia.— Evaristo sacó la carta de su chica entonces— Nos vamos a casar en cuanto acabe la contienda y vuelva a casa. Me lo prometió, mira.

Mariano, confundido y rabioso, le arrancó la carta de las manos y la leyó.

— Mariano, ¿qué ocurre? —Una sonrisa nerviosa le cubrió la cara— ¡No me digas que es tu hermana!

Mariano le devolvió la foto y la carta despacio, desconfiando. Evaristo lo recibió con preocupación, la cara de su amigo de pronto se transformó en cara de pocos amigos. Mariano se metió la mano en la chaqueta y sacó un sobre de plástico. Sin dejar de mirar a su amigo a los ojos le entregó el sobre. Evaristo lo abrió y lo primero en abofetearle el corazón fue la misma foto de Lucinda que él tenía. Lo segundo fue un disparo del fusil de Mariano.

— Lo siento amigo, pero no puedo dejar que te quedes con mi chica— sin arrepentimiento, Mariano se agachó a recoger la foto y carta de su amada, sin darse cuenta de que, aún en su último suspiro de vida, Evaristo le apuntaba con su arma.

Lucinda entró en el salón de actos sabiendo que su pasado se quedaba fuera. Su futuro estaba allí dentro, un héroe, un valiente la esperaba con los brazos abiertos, el pecho condecorado y el alma herida. El hombre perfecto para una mujer como ella. Pero a quien vio primero no fue a su amado, sino a su amiga, llorando desconsoladamente. «Lamentablemente, es lo que ocurre cuando metes todos los huevos en la misma cesta», pensó burlona Lucinda intentando aparentar tristeza, era su amiga al fin y al cabo. Al fondo del salón vio, por fin, a Mariano y el corazón le dio un vuelco. Estaba muy guapo y la miraba. Su sonrisa parecía salirse de la foto. Tres fotos más a la izquierda, la foto de Evaristo la miraba también. Lucinda volvió la cabeza hacia su amiga. «¿Debería llorar yo también?» Confundida y decepcionada, suspiró y lo intentó. Intentó llorar, pero no le salía. ¿Qué iba a hacer ahora? Odiaba los funerales.
Mientras trataba de elucubrar sus próximos pasos, una mano se posó en su hombro. Sobresaltada se dio la vuelta, encontrándose con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos emanando emoción.

— ¡Agustín!

Agustín no esperó y la abrazó con fuerza, como si le fuera la vida en ello. A Lucinda el abrazo le cortaba la respiración. Por el rabillo del ojo pudo ver la única mano que le quedaba a Agustín, apretando con fuerza la foto y la carta de su amada Lucinda.

— No te imaginas qué razón tenías —le confesó emocionado— No creo que hubiera podido sobrevivir sin tu carta ni tu foto.

Lucinda cerró los ojos y suspiró aliviada.
«Agustín, se me había olvidado Agustín… ¡Qué tonta!»


ROCÍO ROMERO GARCÍA

BOHEMIA
Aquella mañana, el sol no conseguía salir de entre las nubes por la gran masa esponjosa y gris de nubes que se había formado bajo la ciudad de París. Ni siquiera parecía que hubiese amanecido.
Nina se despierta en una habitación de hotel. Frente ella hay un gran ventanal que muestra el plomizo paisaje, lo único que lo ilumina un poco es la Torre Eiffel, tan magnífica y elegante como siempre.
En la repisa de la ventana se encuentra su gato, tan negro como la noche. Se levanta de la cama y se sienta junto a él. le acaricia.
Sus ojos son tan amarillos como la luna, cálidos y reconfortantes.
Nina sonríe. Aún no se cree que todo haya resultado así.
Decide bajar a la cafetería del hotel a desayunar, tenía que recargar fuerzas, iba a pasarse todo el día delante del ordenador escribiendo.
Cuando subió de la cafetería, vio que su gato seguía en la repisa, atento de lo que hacía el limpiacristales.
Nina saca el móvil de su bolsillo y se dispone a grabar el cómico momento.
A media que se va acercando, se va dando cuenta de que conoce al limpiacreistales. Le sonaba de haberle visto.
Cuando por fin está lo suficientemente cerca, sus dudas se confirman: conoce a aquel chico.
— ¿Mateo? — dijo para sí misma.
Guarda el móvil y abre el ventanal lo más rápido que puede. El chcio se estaba preparando para bajar a la siguiente ventana.
— Perdona.— dice Nina, asomándose por la ventana.— Por casualidad, ¿te llamas Mateo?
El chico le mira extrañado.
— Sí, ¿cómo sabes mi nombre?
— ¿No te acuerdas de mí? Soy Nina, del instituto.
De pronto, la expresión de Mateo cambia. Claro que se acuerda de ella, no podría olvidarla, fueron muy amigos durante el instituto.
— ¿Nina? Dios, cuánto tiempo.
Ambos sonríen,
Nina le invita a pasar. Aunque en un principio Mateo se niega a pasar porque tiene que seguir con el trabajo, al final accede.
Ambos se sientan en la repisa y se preguntan sobre sus vidas.
— Bueno, y ¿qué haces en París? – pregunta Mateo.
Nina sonríe con tristeza.
— Es una larga historia.
— Son las que más me gustan.
Nina vuelve a sonreír, está vez con algo más de alegría.
— Bueno, la historia comienza hace un par de semanas, cuando firmé los apeples del divorcio con mi marido.
Mateo se sorprende. ¿Estaba casada?
— Eres algo joven para estar divorciada, ¿no?
— Le conocí en la universidad, en la Faculta de Periodismo. En cuanto terminamos la carrera, nos comprometimos. Nos queríamos mucho.
—¿Y que pasó?
— Pues que el amor no tiene porque durar para siempre. Al principio, a ambos nos entusiasmaba la idea de casarnos, de compartir una vida y de sentir mariposas en el estómago cada vez que nos levantásemos por las mañanas y nos viésemos, pero el tiempo pasaba y ese cuento de hadas se iba desvaneciendo.
Mateo se dio cuenta de como Nina cambiaba cuando contaba aquella historia, no parecía ella, sino una Nina más triste y apagada.
— Poco a poco, — prosiguió Nina — nos fuimos distanciando. Nos echábamos en cara todos nuestros defectos y secretos, teníamos en nuestras manos una bomba que sabíamos que iba estallar tarde o temprano… Y estalló. Él me engañó con una compañera de trabajo durante un tiempo.
— ¿Y tú lo sabías?
— Claro que lo sabía. Llegaba a altas horas de la madrugada, impregnado de perfume barato y con carmín en los cuellos de la camisas. Supongo que nunca se molestó en ocultarlo, es más, creo que quería que yo lo supiese. Él tenía tantas ganas como yo de que lo nuestro acabase. El problema llegó cuando firmamos los papeles del divorcio, tuve un ataque de ansiedad severo. No fui capaz de salir de casa en muchos días hasta que mi madre me aconsejó ir a un psicólogo y acepté.
— ¿Y fue así como acabaste en París?
— Sí, fue gracias al psicólogo. Me dijo que debía tomarme un tiempo para mí misma, para aceptar todo lo que había sucedido y asimilarlo. Así que me recetó una medicación para la ansiedad y me escribió un parte médico para que pudiese darlo en el trabajo.
— ¿Por qué elegiste París?
— ¿Te acuerdas de las clases de literatura del instituto? Todos los grandes autores del siglo XIX escapaban a París para componer sus obras. Era la ciudad por excelencia, la ciudad más bohemia. Quería seguir sus pasos.
Mateo sonrío. A pesar de todo lo que Nina había pasado aún tenía ese espíritu libre y artístico, y lo mejor de todo, a´n seguía escribiendo.
— ¿Y a ti que te trae por París?— preguntó Nina.
— Bueno, antes de estar en París, estuve en Nueva York. Cuando terminamos el instituto, me puse a trabajar para ahorrar dinero y poder viajar. Mi objetivo era fotografiar el mundo. Estuve en Nueva York durante una semana y lo único que hacía era fotografiar cada persona, cada rincón y cada luz. Mi plan era vender esas fotos por Internet, había creado una página para ello. Pero cuando regresé a España e intenté vender la fotos, el plan no salió como esperaba.
— Vaya, siento que tu negocio no funcionase. Siempre has querido ser un fotógrafo reconocido.
Ambos sonríen. A pesar de haber estado años sin hablar, aún se conocen como si no hubiesen parado de hacerlo.
— Cuando fui a eliminar la página web, vi un anuncio sobre una escuela de fotografía en París. La matrícula era de unos mil euros y el alquiler de una habitación tampoco era barato, pero decidí arriesgarme. Para entra necesitaba el dinero de la matrícula y un portofolio de unas diez o quince fotos. Usé las fotos que había hecho en Nueva York y seguí trabajando para ganar el dinero suficiente para venir aquí. Una vez aquí, me matriculé y busqué trabajo para pagar el alquiler.
— ¿Y elegiste ser limpiacristales?
— No te burles, pagan muy bien en realidad.
Ambos se ríen, como si no hubiese pasado el tiempo y siguiesen estando en el instituto. Como si aún fuesen adolescentes despreocupados con muchos sueños y expectativas.
— Bueno, será mejor que me vaya. Tengo que seguir trabajando. — dijo Mateo.
— Claro, es verdad. Podemos quedar a tomar algo antes de que me vaya si te apetece.
— Sí, me encantaría.
Ambos se dieron sus números de teléfonos y caminaron hasta la repisa.
Mateo saltó al andamio y antes de saltar a la siguiente ventana, miró a Nina a los ojos.
— Te mereces a alguien y a algo mejor porque eres increíble. Siempre lo has sido y lo serás para mí.
Mateo baja a la siguiente ventana y Nina cierra el ventanal con una sonrisa tonta en la cata y un sentimiento algo extraño. Un sentimiento el cual no es la primera vez que siente.
Nina y Mateo eran muy amigos en el instituto, los mejores, pero ambos escogieron caminos diferentes y perdieron el contacto.
Ninguno de los dos podían negar que no sentían algo el uno por el otro, pasaban todas las horas del día (o casi todas) juntos, pero eran sentimientos que tuvieron que guardar por miedo a arruinar la amistad tan buena que tenían.
Aún así, es un sentimiento que siempre estuvo ahí, aunque estuviese escondido, y Nina lo había vuelto a sentir. Mateo había sido la única cosa que le había hecho sonreír desde hacía mucho tiempo, que le había hecho recordarle tiempos geniales juntos y sobretodo, recordarle quién era.
Estuvo pensado sobre eso la mayor parte de la tarde. Rememorando una y otra vez cada palabra que Mateo le había dicho cuando se había ido, cada sonrisa que se les había escapado durante la conversación y las risas. Incluso todo aquello le había servido de inspiración.
Estaba escribiendo cuando su móvil sonó. Era un mensaje de Mateo preguntándole si quería ir a tomar algo aquella noche. Obviamente, Nina aceptó.
Cuando se estaba preparando para salir, llamaron a su puerta.
Nina pensó que era Mateo, que había decidido ir a buscarla, pero cuando abrió la puerta todas las ganas de ir a aquella cita habían desaparecido. Era su ex-marido.
— ¿Qué haces aquí? – preguntó Nina tajante.
— Quiero que vuelvas a casa. Nunca quise hacerte daño, pero estábamos tan mal que necesitaba a alguien con quién desahogarme y ella me ofreció su ayuda. Te juro que nunca tuve intenciones de hacer nada con ella.
— Bueno, pues lo hiciste. ¿Crees que puedes venir aquí y solucionarlo todo con un «lo siento»? Me hiciste mucho daño.
— Tú tampoco querías seguir con la relación.
— Lo sé, pero hay mejores formas de acabarla. Somos adultos, y deberíamos comportarnos como tal.
— Nina…
— No. Siento que hayas venido aquí para nada, pero no pienso volver. No contigo.
Nina sale por la puerta, temblorosa y cabreada. ¿En serio piensa que con ir allí podría solucionar las cosas?
Cuando Nina sale a la calle nota el frío helado que se cierne sobre las calles. La noche estaba encapotada, aún seguía esa masa gris con la que París había amanecido, empezaba a dudar sobre si debía volver al hotel a por un paraguas.
Cuando encuentra el local dónde había quedado con Mateo, alguien le agarra del brazo.
— Nina, por favor, vuelve a casa. Podemos solucionarlo.
— ¡Suéltame!
— Nina, todo irá bien, te lo prometo. Haré lo que sea para compersarte, la dejaré, nos iremos a vivir a otra ciudad lejos de ella si es lo que quieres.
— ¡Lo que quiero es que me sueltes y me dejes ir!
Ambos estuvieron forcejeando hasta que Mateo miró por la ventana del local y les vio.
— ¡Eh, tú! ¡Suéltala!
— Tú no te metas, no es asunto tuyo.
— Mateo, por favor, no te metas en esto…
— ¿Qué? ¿Os conocéis? — pregunta el ex-marido de Nina, enfadado.
Decide soltar a Nina empujándola contra Mateo.
— ¿Es por él por quién no quieres volver? Por que puedo solucionarlo.
Él se acerca a Mateo, desafiante.
— Atrévete. — le dice Mateo.
Su ex-marido empuja a Mateo y ambos se enzarzan en una pelea, lanzando puñetazos al aire.
La gente se colocaba a su alrededor, algunos animando la pelea, otros grabándola.
Nina, nerviosa, consigue separarles y plantarse en medio de ellos
— ¡Parad de una vez! ¡No, no es por él, es por mí! — grita Nina, sollozando, temblorosa. — Es porque merezco algo mejor, a alguien mejor. Alguien que no se tóxico, que no me haga olvidar quién realmente soy.
De pronto, se oyen truenos y empieza a llover. Al principio, solo un poco, pero al cabo de unos minutos, diluviaba.
A Nina no le importaba. Noble importaba que su vestido rojo se empapa se o que su pelo se enredase.
— No te quiero, acéptalo. — dijo Nina, sentenciando aquella relación y dejándola atrás.
— ¡Algún día volverás a mí, llorando por que comprendiste que tomaste la decisión incorrecta!
— No será hoy, hasta entonces, me tengo a mí y eso es suficiente.
Nina ya no estaba dolida. No estaba triste ni se sentía oscura, estaba en paz.
Cuando su ex-marido por fin se va, Nina respira aliviada. Había vuelto a encontrar aquella fuerza que había perdido.
— ¿Estás bien? — le preguntó Mateo.
— Sí, no te preocupes. Esta discusión no es nada en comparación a las que hemos tenido antes. — dice intentando sonreír. Y lo consigue.
De repente, Nina se da cuenta de que Mateo tiene el labio partido.
— Oh, Dios, se te ha partido el labio.
Mateo se lo toca y nota una sustancia viscosa y caliente. Sangre.
— No te preocupes, estoy bien. Tú estás bien y eso es lo importante.
Aún seguía lloviendo con más fuerza que nunca pero, para ambos, eso no importaba.
— Mateo, tengo que confesarte algo…
Nina no quería ocultar las cosas más, quería sentir lo que había sentido aquella mañana todos los días.
— Vale, pero antes déjame hacer una cosa.
Nina asiente y Mateo se acerca a ella.
Él posó sus manos sobre su cara.
Ella le miró a los ojos.
Ambos sonrieron y bajo la torrencial lluvia, se besaron, saciando ese deseo, ese sentimiento que tenían escondido y les juraba que estaban destinados a volver a encontrarse.


EMILIANO HEREDIA JURADO

¿EL PORQUÈ AHORA?

Buena, muy buena pregunta, la que me haces.
Si tuvieras dinero, si estuvieras podrido de riqueza, si nadaras en la abundancia, ahí tendrías la respuesta.
Pero eres pobre, como yó. Eres humilde, nó como yó. Eres sencillo, nó como yó, complejo y retorcido como sarmiento reseco.
Hace tiempo. Mucho yá, que me alejè de tí. Puedo ponerte (y es la verdad) la excusa de que nó soportaba a la mayoría de tus amigos. Soberbios, vanidosos, egoistas, fariseos; que se jactaban de ser tus amigos, que se empavonecían ante el mundo por formar parte de selecto circulo de tus amistades.
¿Y ahora?, ¿quièn está contigo?, ¿en èste preciso y conciso momento?,
¿Quien de todo ese selecto club de amistades?, ¿quièn?.
Sí, lo sè, nó me mires con esos ojos, ni me sonrías, como si todo èsto tuviera alguna gracia.
Yó te abandonè, sí, pero te apreciaba, y te aprecio lo suficiente para abandonarte. Yá sabes, por aquello de que el que bien te quiere, bien te hará llorar.
Lo sè, me portè como un cerdo, eran otros tiempos, era joven, alocado, un bala perdida. En fin, que te voy a contar, si lo sabes todo.
Pero quiero que sepas una cosa, ¿eh,?, que lo tengas claro. Tú tambien tienes algo de culpa en todo èsto.
Nó te encontrè cuando más te necesitaba. Nó me diste ayuda cuando más te la pedía.
¿Perdón?, ¿cómo dices?, ¿que siempre has estado ahí?, ¿dónde me estás diciendo?, ¿en mi corazón?.
Sí, perdóname, estoy siendo, he sido un necio, todo èste tiempo.
Nó mereces, todo èsto.
Me estás tendiendo tu mano, cuando hace tiempo, retirè la mía.
¿Sabes?, me dá vergüenza confesártelo, pero me siento feliz, muy feliz, de nuestro reencuentro,
Señor.


MARÍA RUBIO OCHOA

Llegó la hora de despedirse de su raíz y su entorno, había que buscar el pan fuera .Eran tiempos de escasez, de negrura ,corrían los años 50 y en aquellos pueblos de familias con bastantes hijos, la emigración era forzosa para algunos …..Asi las cosas Juan junto a otros 5 jóvenes más decidieron marchar para Argentina. Habían recibido una carta de compañeros que se
habían ido el año anterior y les decían que se animarán hacer el viaje que había trabajo, que ellos los esperaría.. …Lo difícil fue reunir el dinero para el viaje pero la ayuda de familiares y vecinos consiguieron que fuera posible.La despedida fue muy triste a la vez que esperanzadora…El viaje muy largo, primero hasta el barco y luego aquella larga travesía….Cuando llegaron a poder reunirse con sus amigos los abrazos lo decían todo , sin palabras porque no salían.. …..Pasaron 20 años hasta que Juan pudo volver a su pueblo y aquel recuentro era como si de un cuento encantado hubiera salido todo estaba distinto , las personas habían cambiado, unos más muy envejecido, niños que ya eran hombres….alguna casa de tejado de paja ahora era de pizarra , había agua en las casas ,había luz en las casas ,menos personas al irse a trabajar a las ciudades…Fue un recuentro agradable , emotivo donde lágrimas de alegría había en unos y otros .La patria, los seres queridos ,su pueblo , sólo algunas ausencias faltaban para que aquel recuentro fuera muy bello…..


TC CARLOS

LOS OJOS DE YOLANDA

Juan, de adolescente, escuchó en la radio la canción Runaway de Bon jovi, y, desde entonces, se hizo llamar Jon. También deseaba ser un fugitivo, aunque no quería que le persiguieran. Se escapaba solo por ahí, y buscaba amigos temporales con los que compartía nuevas experiencias. Era divertido tener otra vida que no fuera el colegio y los padres.
Precisamente, a través de un amigo con el que se relacionó algunas veces, aprendió cómo «robar» besos a las chicas. El primer día que lo vio, Jon dejó de hablar a su amigo y ya no apareció más por su barrio. Le pareció un cara dura. Pero algo transformó su rechazo inicial. Pensó que eligiendo a las chicas más afines, el juego podría ser divertido. Y así empezó. Se llevó algún que otro bofetón, y alguna lo miró con indiferencia y desprecio, limpiando con sus manos el veneno del chico atrevido. Pasaron varios días. El juego dejó de ser divertido, hasta que topó con Yolanda, una chica de la clase de mecanografía.
Yolanda apestaba a colonia y vestía ropa pija que no solía repetir. Sus pequeños y redondeados labios se perdían en su rostro hinchado, como todo su cuerpo, lleno de redondeces. Su voz y risa eran histriónicas, y sus ojos lo que más le gustaba a Jon. Eran de un azul turquesa especial, como jamás los había visto.
El día adecuado, Jon dijo que la acompañaba calle abajo. Ella se extrañó, y en seguida alegó que tenía un hacer un recado por donde vivía, aunque no supiera dónde. Cuando llegaron calle abajo, al poco de pasar la esquina del edificio, se adelantó para quedarse frente a ella. Se miraron por un instante. Sonrieron. Yolanda le miró expectante. Entonces Jon, algo más alto que ella, se tiró hacia sus labios sin trampa ni cartón. Fue solo un instante. En ningún momento desviaron las miradas. Quedaron a la misma distancia que antes y Jon pudo ver algo especial.
Sus ojos habían adquirido un brillo deslumbrante, penetrante. Como si unas pequeñas linternas se hubieran situado tras sus iris. Como si miles de estrellas hubieran bajado del cielo nocturno. Como si el reflejo del sol sobre el mar se hubiera posado en ellos. Como para olvidarlo, como para desear toda la vida reencontrarse una y otra vez con esa clase de ojos


SONIA JIMÉNEZ

EL REENCUENTRO..

-Tras largos periodos en donde la espera se hallaba,en aquel corazón puro, dejó de esperar..
-La espera ,concluyó con su labor,y se tornó
en fusión..
-Fusión,unida,libre,alegre,porque llegó por fin ,el reencuentro tan anhelado de ese corazón..
-En el que solo albergaba Dicha,y más Dicha….


ÁNGEL MARTÍN

«Definición de fugacidad»

Las mariposas en el estómago no existen, pero mentiría si dijera que no se está produciendo una catástrofe natural a pequeña escala en mi estómago.

Aún conservas la virtud que me enseñó a volar en lo más profundo de mis temores. Las fogatas en las que se reúnen los dioses de la gracia y la alegría arden con la misma intensidad, y queman mi piel, inmisericordes, tratando de fingir algo que nunca fueron capaces de mostrar.
Huele a vainilla, a trozos de carne necrosada luchando por bombear, a días apagándose y noches demasiado largas. Huele a tiempo retorcido, a lazo en la lengua, a vidrio en el espíritu de las apariencias.

El trazado del porqué nunca vio su final, y ahora se me agarra al cuello, se me clava en la mirada y trastoca percepciones que no saben a presente.

Atesoro la brisa que dejas cuando te vas, como un vagabundo experto, como un ladrador cobarde, y te devuelvo las alas para no deberte nada.


KAREN ROSADO

Cuando todo está en silencio (EL REENCUENTRO)

Estuve fuera de la ciudad por más de 2 semanas pues tenía que ir a conocer un poco más sobre temas de Antropología Forense ,lo cual era poco tiempo para un tema tan interesante pero bueno,los cursos siempre son así,era facinante conocer como la polaridad de la tierra al cambiar creaba sedimentos sobre los cadáveres y de acuerdo a cada placa sedimentada podías descifrar cuántos años tenían esos cuerpos alli sepultados, porsupuesto solo se encontraban osamentas.
Era demasiado el cansancio que me impedía concentrarme en otra cosa que no fuera la clase ,era hasta la noche que podía liberar un poco mi mente y me hacía extrañar a mis amigos .
*-La unidad concluyó por hoy jóvenes !
-Hasta mañana Doctor
Me dirigí al lobby del hotel después de dejar mis cosas en la habitación y darme una ducha,ese era mi ritual después de cada noche de curso.
-Hola buena noche,me das un …
_Wisky en las rocas?
Era mi quinta noche en el hotel y ya era predecible ? Vaya que flojera
-Entonces soy muy predecible?
_No señorita,solo yo muy observador

Sonreí de una forma un poco graciosa y tome el primer sorbo de esa noche,me perdí en un punto fijo,para ser exactos en el letrero de Salida de Emergencia y me puse a pensar
en lo mucho que me gustaría beber unos tragos con los chicos,no me gustaba pensar en Edgar y Erick divirtiéndose sin mi y aunque siempre trataba de ser una persona un tanto sería,ellos esporadicamente me orillaban a hacer tonterías de las cuales no me arrepentíria jamás y aunque no me gustará la idea de su diversión para dos aún así por las noches pensaba en ellos.
Pensaba en Jhon y en qué lo nuestro no pudo ser y de que manera…según nosotros pensábamos que Erick y Edgar sabían que intentamos salir por todo un año y por eso respetaban nuestra privacidad,durante ese lapso de tiempo nos preguntabamos si al no invitarlos a nuestros respectivos departamentos no era motivo de sospecha ?,queríamos creer que como buenos amigos solo se mantenían al margen de lo que sucedía entre Jhon y yo …
Basura ! Lo sabían! A quiénes queríamos engañar ?,lo nuestro fue tan extraño que después de un tiempo optamos por irnos a vivir juntos ,si…todo ese año viviendo juntos.
Separabamos muy bien la amistad del trabajo y nuestra «relación» de cualquier cosa ,era hasta que estábamos solos que podíamos pasar de la ternura a la convulsión,no ayudaba mucho nuestro espíritu tan hermético y nuestras ganas de seguir viviendo la vida ,conocer más mentes y sobre todo…cuerpos.
A pesar de todo Jhon también era mi amigo ,después de nuestra ruptura volvimos a recuperar la confianza en nuestra honestidad ,cosa que como pareja era lo que más nos daño,teníamos encuentros causales porsupuesto pero eran encuentros de amigos con derechos aunque después de esa visita al nuevo bar el panorama para mi cambio…asistíamos con frecuencia como lo había mencionado antes ,yo quería conocer mejor a William pues esas noches de pasión únicamente me hacian conocer su cuerpo perfecto fuera del bar y dentro de el solo conocía la dualidad de una persona indiferente que guardaba tanta pasión tras puertas cerradas,fue hasta una noche que saliendo del bar cruce la calle para cenar cualquier cosa en un puesto ambulante,la inercia me hizo voltear pues mis amigos en dónde estaban?,de pronto lo vi acercarse a mi.
William:-Hola,que vas a comer ?
-Estoy pensando en ello
Tomo el protagonismo y pidió una orden que parecía memorizada,extendió su mano para darme un Hot Dog con muchos ingredientes que apenas podía decifrar,era tan delicioso casi como William …
_Otro trago ?… Hola? …Hay alguien ahí?
-Perdon?
_Vaya…nunca nadie se había detenido a observar fijamente ese letrero de Salida de Emergencia como si de un cuadro de Dalí se tratara ;Yo solo me sonrojaba ,pues si tan solo supiera la relación que estaba teniendo entre mi mente,mi alma y mis pensamientos…
-Si otro wisky por favor
Sabía que era normal el pensar en mis amigos pues eran una pieza importante en mi,pero que rayos hacia yo pensando en William ?, Por qué en ese momento ?, Por qué no estaba mordiendo nuevamente mi labio ? Por qué no tenía ese sentimiento de deseo al pensarlo ?, Me estaba enamorado?.
-Patrañas!!! Eso no existe para mí
_Se encuentra bien señorita ?
-Si ejem…la cuenta por favor …
_Le incómodo mi servicio que ya se quiere ir?
-No es eso,el servicio de este hotel es muy bueno solo tengo que dormir pues mañana debo levantarme muy temprano.
Mentí…
Subi a la habitación,me acosté sobre la cama aún tendida y seguí la introspección;
Esa noche seguí pensando en el y en lo mucho que deseaba volver a la ciudad para verlo ,despues de esa plática conmigo misma lo último que pensé antes de dormir fue: no son patrañas…al parecer si me estaba enamorado pero solo lo puedo confirmar cuando todo está en silencio.


LA XICUELA DE CORRIOL

Tras casi dos décadas, volvemos a tropezamos. Tu ya no eres ese ligón pardillo chulillo al que todas las chicas adorábamos. Estás muy interesante, canoso, has adelgazado, y te sienta bien la ropa informal. Mejor dicho, toda la ropa. Como entonces.

Y yo ya no soy la indecisa incansable, con ansias de que algún chico guapo le echara los trastos. Soy independiente y no me importa si a alguien le intereso o no. Ya vendrán, si quieren. Yo ya me harté de seguir buscando a alguien cómo tú, però al revés, de chulillo poco.
Me harté de salir con insulsos sin sentimientos ni otra opción que no fuera el fútbol clásico en casa o en el bar.
Prefiero estar sola…..hasta que te volví a tropezar….sin querer….pero queriéndote y queriendo quedarme a tu lado al siguiente segundo.
Te echaba de menos.
Suerte que has vuelto a por mí, aunque no lo sepas aún.


NURIA BERGEN

Parece que ya viviste esta situación. Te pasa muchas veces, pero no quieres admitirlo. Te sientes extraño, pero quieres estar ahí para comprobar si se repite la misma situación, conversación, historia, etc.

Es tan,….. imprescindible escucharte decir lo mismo otra vez, para comprobar si el reencuentro o repetición es realmente la misma.

Reencuentro o repetición de encuentros, ¿qué diferencia puede haber?

Reencontrarte conmigo tras 8 años de insulsos saludos y medias palabras. Para decir simplemente lo mismo. No.


ROBERTO MORENO CALVO

– ¡Anda! Hola ¿qué tal te va? Cuanto tiempo.

– Pues bien, no me puedo quejar. ¿Y tú?

– Ahí tirando… pero vamos, tampoco me puedo quejar.

– Pues nada, a ver si nos vemos un día y tomamos algo que ahora tengo prisa.

– Vale. Estamos en contacto.


NANE NINONÁ

Hace poco he recuperado la vieja costumbre de observar a la gente. Siempre me ha encantado matar los ratos muertos mirando a la gente: cómo caminan, la ropa que llevan, cómo interactúan… Tanto, que muchas veces reconocía caras desconocidas en contextos diferentes a donde solía verlos y me desconcertaba muchísimo, me pasaba largo rato intentando descubrir dónde solía encontrarme a esa persona… En ocasiones lo conseguía: «Ostia, claro, del tren!!!». Otras veces la duda me carcomía el rato que tardase en ocupar la mente con otra cosa, tarea que podía oscilar entre unos minutos o varias horas…
Pero contigo ha sido distinto. Eras y no eras una cara desconocida. No recordaba ni debí haber sabido nunca tu nombre, pero sí tuve la familiar sensación de oír tu voz en mi cabeza, a pesar de que simplemente caminabas distraídamente en la dirección opuesta a la mía y no te escuché hablar en ningún momento. Reconocí tus ojos amables, la sonrisa… tuve una sensación vaga de charla alegre, nerviosa, pero esperanzada, incluso de hacernos bromas… Pero no conseguía ubicarte con exactitud suficiente en mi memoria.
No me olvidé de tu cara en todo el día. De tus gestos. Tu forma de caminar, de moverte…No conseguía saber de dónde provenía esa imagen tan familiar que de tí tenía mi mente… ¿De qué te conocía, de dónde?
Al día siguiente volvimos a cruzarnos. Me paré. Te observé. Te paraste a hablar con una compañera y escuché tu voz. Y entonces te recordé. Recordé que te conocía exactamente del mismo sitio donde te estaba viendo, de aquél mismo pasillo y aquellas mismas habitaciones. Que me eras tan familiar porque siempre te había visto así, con tu uniforme y haciendo lo que estabas haciendo. Recordé cómo charlamos animadamente a ratos el primer día. Recordé cómo te busqué después, días más tarde, desesperada. Cómo me faltaba el aliento y la calma mientras trataba de encontrarte, lo importante que era poder hablar contigo, llegar a tiempo…
-Por favor, por favor -te dije sin más, suplicante, cuando por fin te encontré- Tengo que pedirte algo muy importante, por favor.
Asentiste sonriendo, pero seria a la vez, queriendo ser amable y demostrar que tenía toda tu atención.
-Van a subirla pronto a la habitación. Por favor, no sé muy bien cómo hacer esto, no sé qué decir… no tengo ni idea de cómo llevar todo esto… y necesito tiempo para pensar y ahora no puedo… Sólo te pido que hables con todos, que no se lo digáis.
Por tu expresión supe que no me entendías, pero para entonces yo ya no podía contener las lágrimas, a pesar de no querer, a pesar de que no tenía pensado flaquear, porque yo tenía que ocuparme de todo. Porque yo tenía que poder con todo. Señalé la habitación. Tú entonces te acercaste al mostrador, tecleaste algo en el ordenador y leíste el informe.
-No te preocupes, cielo, yo me ocupo.

Llevo varios días viéndote. Tú no me recuerdas, claro. No me atreví a decirte nada o a preguntarte si me recordabas… hace tres años ya… Tú no lo sabes, pero la punzada en el pecho que supone para mí cada reencuentro contigo es tan dolorosa como cálida, y en el fondo me parece muy triste no ser capaz de decirte nada… Si tú también me hubieras reconocido, si nuestras miradas se hubieran cruzado plagadas de conocimiento la una de la otra, quizá lo único que habría sido capaz de decirte sería «me equivoqué».


PEPINO MARINO ERRANTE

El reencuentro con nosotros mismos.

AGRICULTURA ECOLÓGICA.

Eres tan superdotada
con esa huerta serrana…

Quiero hacerte el regadío
por toda tu geografía.

Masajearte la arcilla
con sustrato permeable.

Penetrarte con la lluvia.
Germinar bajo tu carne.

Vaya par de berzas tienes.
¿Te gusta lo que te hago?

Me fascina tu poder
para hacer crecer un nabo.

Me encanta tu chirimoya
y clavar en ti mi Po.

Ya que estás,
me fumo un puerro.

Y a ti te importa un pepino
y te exporta de Alemania
“E. Coli” de bacteriana,
brócoli, verde cilantro.

Polinizas mi capullo
con la punta de tus fresas.

Rojo pimiento y del ajo
no te huele ni el aliento.

Pero te sube de abajo
un calor a fuego lento,
que te acerco la cebolla,
que te preparo esta noche
dos patatas bien asadas
y un calabacín de broche.

Te arropaba en un olivo
para dormirme contigo,
al arrullo de la acequia
por la que fluye mi sangre
de color rojo sandia,
contemplando las estrellas
que iluminan tus tomates…

Lechugas y berenjenas.
Alcachofas y palmeras.
Dátiles con aguacates.

El suspiro de tu huerta:
yace plácida y dormida.
Luz azul de luna llena.
Nacimiento de comida
la que a diario alimenta
a tu vecino de arriba.

La que amamanta y educa
al niño que sí respira.

La que que a ti y a mí sustenta.
La que lucha por la vida.



FLAVIO MURACA

Estoy teniendo lios con trabajo por eso ando medio perdido; tarde pero seguro… y aunque no entre en la votación queria compartirles lo que escribi sobre el reencuentro.
REENCUENTRO
Cuando te volves grande hay cierto tipos de olores que se van desvaneciendo en el eter, en el tiempo y naufragan sosteniendose en el más recondito oscuro lugar de la memoria; el reencuentro con mi infancia olvidada avivo las llamas de olores que amaba y que nunca más habia podido sentir. ¿Sera tal vez que las responsabilidades de adulto inhiben la sensación libertaria que albergabamos de niños?.
¿Sera tal vez que la niñez es la parte más importante de la vida de un hombre y siempre la recuerda con nostalgia?.
Quizas no me percate del momento exacto en que me converti en un adulto aburrido y monotono y deje atrás a ese chico de las mil caras, siempre alegre y divertido…
¿Por que la infancia dura tan poco?
Sin quererlo; sin darme cuenta; abri el baul de los recuerdos y viaje a un pasado hermoso, lleno de vivencias y olores que jamás volvi a tener…
Y me vi en un film; como los de fellini; familia numerosa; de mesas enormes hechas con tablones y caballetes porque no teniamos plata para comprar más; discusiones de politica y anecdotas de trabajo siempre agrandado y exagerando los pormenores de los mismos…
Y los olores que penetraban en mi nariz abstrayendome de todo; devolviendome la felicidad perdida, aunque fuese tan solo por un instante… y no es que no sea feliz ahora mismo; es que quizas las preocupaciones y responsabilidades de adulto opacan y ocultan aquellos momentos plenos de alegria.
Se es feliz; claro que si; pero no como de niño, o al menos para lo que sentia yo.
Mi mente divago con el olor de los pastelitos que mi abuela cocinaba moviendo las tripas de mi panza; dandome el hambre que mis ansias tenian; la lluvia golpeaba el canto rodado; generando un mohin en mi cara y en el aire, la pelota sucia de agua de sanja del cordon de la vereda; impactaba mi ropa de futbol impregnando sus esencias…
Miles de cosas… que se disparaban… miles de olores que se diseminaban en un viaje a través del tiempo…
Posiblemente me habre de topar de vuelta con estos mismos olores en algun momento de mi vida adulta, pero no tendran ni las mismas caracteristicas ni el mismo sabor; es bueno de vez en cuando el reencuentro con el pasado que te ha convertido en la persona de bien que has de ser.
Fue ayer aquel reencuentro con una parte de mi ser y un olor especial que me invito a viajar; la tienda de comics habia traido un par de ediciones vintage; el papel añejado; amarillento; el año de la edición; su textura diferente y las marcas que pululaban en su interior… me hicieron naufragar en un mar profundo de ¿te acordas?.
Y cada cosa traia a la otra; recordando la escuela, aquellos nombres perdidos de amigos con guardapolvo blanco; los recreos, el futbol de la tarde con los chicos del barrio y los dias pegados al televisor viendo dragon ball…
Y recorde la primera vez que tuve una sensación de desabrigo cuando tuve entre mis manos el comics de una muerte en la familia; donde mataban a Robin y la extraña sensación que da el tenerlo entre las manos de grande; el impacto no es el mismo claramente pero inconcientemente le agradesco el haber disparado en mi esa catarata de recuerdos dormidos; y me acerque al mostrador pagando el precio de su portada; que para mi significaba evidentemente mucho más…
Volvi tarde a casa sumido en sensaciones ambiguas; y deje aquel dehojado comics apoyado con sumo cuidado en la repisa, al lado de los otros y junto a los muñecos que se habian salvado del salvaje tiempo.
Y el reencuentro desperto en mí algo que creí perdido… volvi entonces a juntar todas esas sagas que de niño supe tener.

#AUTORMURACAFLAVIO


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15 comentarios en «Reencuentros»

  1. El relato de Karlos es muy bueno, el de Ángel es preocupantemente bueno : ) el de Rosa Rodja es pródigo y el de P.M. Errante es memorable( toca el Po con tanta originalidad **) . Caballeros, os adoro , pero el PUNTO va para la dama. ¡Viva Rosa Rodja!

    Responder
  2. me plantee votar con decimales, fracciones , o neperaianos, pero luego recordé que la pobre cris no tiene la culpa , por lo que después de mucho leer y discutir con mis múltiples personalidades , le doy el voto a emiliano, la razón es por lo mucho que me alegro que su reencuentro fuera con Dios, con el Dios que yo conozco que no es el falso que algunos veneran.

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