Semana 2 Taller de Escritura – Cuéntanos tu día

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Cuatro Hojas, continuamos con el taller de escritura creativa. En esta ocasión había que narrar un día cualquiera atendiendo a las técnicas narrativas descritas. Este ha sido el relato ganador:

Micro relato de la semana:
Hoy no es un buen día.
La cantidad de alcohol que me queda en la botella es inversamente proporcional a la cantidad de horas que aún restan para acabar este maldito día. Igual debería haber ido al trabajo, igual… No, no. ¿Qué culpa tienen mis alumnos? ¿Cómo voy a estropearles el día por el simple hecho de que mi vida sea una ruina? No, he hecho bien en quedarme en casa, rodeada de mis remordimientos, de mi culpa… Si, he hecho bien. Pero me aterra la idea de que la ginebra se acabe antes de que la memoria se vengue de mi. Solamente el ser capaz aun de calcular la proporción inversa de lo que sea, ya me confirma que tendría que haber comprado otra botella. No recuerdo si el año pasado necesité dos … ¿Y el anterior? ¿Pero cuánto tiempo ha pasado ya? Que más da… Él sigue sin estar aquí y yo sigo fustigándome. Por más veces que me lo pregunto… Le engañé. Lo puedo disfrazar con estúpidas excusas, con razonamientos absurdos, pero la terrible verdad, lo que me va a perseguir el resto de mi vida es que le mentí. Y por eso no está conmigo, por eso se fue, por eso estoy sola y la culpa, la puta culpa me sigue devorando por dentro…
Resulta curioso como la memoria se acomoda en nuestra cabeza; de los más de cinco años que pasamos juntos, el día que mejor recuerdo, el único día que recuerdo entero, fue aquel en el que mi mentira le abofeteó sin piedad. Aquella mañana nada hizo presagiar el desastre. Armando llegó a la cama a las 5:30, después de pasar enfrascado en su nueva novela toda la noche. A las 6 me levanté yo, dejándole allí, como siempre acostumbraba a dormir: tapado con la sabana hasta la coronilla y con sus pies como despidiéndose de mi, asomándose por debajo de la sábana… Me duché y tras desayunar algo ligero me preparé mi batido verde para el trabajo. Allí, en ese preciso instante tuve, sin saberlo, la última oportunidad de contarle la verdad. Pero no lo hice. Me daba miedo y no lo hice.
Salí de casa a la hora que siempre lo hacía para ir a trabajar, la misma calle abajo, el semáforo para cruzar la avenida, el kiosco donde ya no compraba el periódico y al final de la calle la pastelería de Concha, cuyos aromas hacían que los peatones dejaran de pisar el suelo al andar. Llegué a la plaza con pies de plomo, pero una vez que la crucé, cambié de dirección y me dirigí hacia dónde estuve yendo los doce días anteriores. Entré directamente y Julián me recibió con una franca sonrisa al darme los buenos días. Nos sentamos el uno al lado del otro. Después de más de una hora me despedí de él y salí de la agencia tal y como entré: sin trabajo.
Llevaba sin empleo desde hacia casi dos semanas y Armando no lo sabía. Como cada día después de ir a la agencia de empleo, me dirigí al parque y me senté bajo el árbol desde el cual podia ver el banco. Mi banco. La sucursal del Banco Nacional donde me entregué en cuerpo y alma los últimos nueve años de mi vida. Reconfiguración de plantilla creo recorder que lo llamaron. Pero qué más da… Sentada bajo aquel árbol seguía imaginándome cómo, en el despacho del director, llegaban quejas de empleados y clientes hasta que, rindiéndose ante la obviedad, éste me llamaba suplicante para poner orden en la sucursal. Pero en lugar de ver salir al director del banco a buscarme vi a Armando llegando. El corazón me dio un vuelco. ¿Lo sabe? ¿Cómo? ¿Cómo pudo enterarse? ¿Y si se enteró, para qué venía? No tenía sentido. Nada tenía sentido. Hasta que me fijé en su mano. Un batido verde. Como los mios. ¿O era el mio? Abrí mi bolso nerviosamente, sabiendo de antemano que el batido no estaría allí. Que a todo el que miente se le escapa siempre algo que le expone, que le descubre. Y a mi me descubrió el batido. Armando entró en el banco. Por un momento fugaz decidí levantarme y enfrentarme a la verdad, Se lo explicaría todo. Que me dio miedo decírselo por que sabía que dejaría de escribir, que le entraría el pánico de no poder pagar la hipoteca y volvería al hundirse moralmente en cualquier restaurante. Así de decidida hice el amago de levantarme cuando un coche negro llegó a mucha velocidad por la calle. Con un frenazo seco y brusco se detuvo a la puerta del banco, mientras cuatro encapuchados salían ya del vehículo. Incrédula me dejé caer en la hierba, quedándome sentada donde estaba. El conductor del coche, esperando impacientemente me miraba, nervioso, impaciente. Un disparo en el interior le sacó de su ensimismamiento y un segundo disparo le alteró lo suficiente como para empezar a dar acelerones mientras miraba su reloj continuamente. Los atracadores salieron tan deprisa como entraron y una vez a salvo en el coche se perdieron calle abajo. No pude levantarme ya de allí. A los dos minutos escasos llegó la policía, luego ambulancias… Muchas caras conocidas salieron despacio, consternados, llorando. Finalmente vi salir a Armando. Estaba dormido. Como en casa. Cubierto hasta la coronilla, con los pies fuera, despiéndose de mi…
Si, ahora lo recuerdo, el año pasado necesité dos.

KARLOS WAYNE

*Los relatos son originales y no han pasado ningún proceso de corrección.

EL PARQUE
“El hombre no muere cuando deja de vivir,
sino cuando deja de amar.”
Charles Chaplin
El hombre camina lento, pausado. Sus pasos son cortos, tranquilos, pero también apesadumbrados. Su mirada no se aparta del suelo, como buscando refugiarse, apartarse de todo lo que le rodea. Su semblante serio, su gesto dolido, no cambian ni cuando el aire le obliga en ocasiones a ponerse la mano frente al rostro y así parar algún papel o alguna hoja arrastrados por las rachas de viento.
Es invierno. Está nublado. Hace un par de horas que dejó de llover y el parque está desierto. De vez en cuando, alguna pareja lo cruza a paso ligero, muy distinto al caminar del hombre. Es diciembre, hace frío y no hace tarde para estar en la calle. A él no le importa; no siente el frío a pesar de que no va muy abrigado. Realmente, tampoco tenía intención de pasear hasta el parque, su parque, pero la inercia le ha llevado de manera inconsciente por un recorrido que ha realizado en muchas ocasiones.
El hombre detiene su paso por un instante, lo justo para atusarse la barba que ha dejado crecer más de lo habitual. Durante ese breve lapso de tiempo, alza la mirada y en su rostro se dibuja un atisbo de asombro al darse cuenta de dónde está. Se sienta en el banco que tiene más a mano, a pesar de que la madera está todavía algo húmeda, y en sus ojos se percibe el brillo previo a las lágrimas. Respira hondo y consigue reprimir el llanto; entonces, mira alrededor y el silencio y la quietud del parque acrecentan todavía más la sensación de soledad. Cierra los ojos y se permite, como viene haciendo en los últimos días, abandonar el presente y retroceder en el tiempo de sus recuerdos.
Ese parque ha sido fiel y mudo testigo de los momentos más felices de su vida y también de algunos de los más tristes. Allí mismo, tan solo a unos metros, en el banco contiguo al que ahora ocupa, tomó entre sus brazos a la mujer que más ha querido y la besó por primera vez. Eran jóvenes, cargados de sueños e ilusiones, y vivían convencidos de que el amor que se profesaban era invencible.
Un año más tarde, aquellos bancos y árboles fueron espectadores de su alegría, cuando los amantes lo cruzaban tras haber compartido una noche de ensueño en la que el hombre se atrevió a dar el paso y puso un anillo en el dedo de la mujer, comprometiéndose formalmente a no separarse jamás. También lo fueron cuando la familia fue aumentando y pasaron a ser cuatro los visitantes habituales de aquellos escasos metros cuadrados de césped, arena, arces y palmeras que se habían convertido en perenne paisaje de fondo de fotografías y recuerdos. Y, posteriormente, con el inevitable transcurso del tiempo, cuando volvieron de nuevo a ser solamente ellos dos, el hombre y la mujer, los que pasaban la tarde compartiendo risas, caricias, miradas de complicidad, igualmente el parque estuvo presente para dar fe de aquellos instantes felices.
Pero, de la misma forma, contempló en silencio momentos complicados e infelices; como la ocasión en que regresaban a casa después de que los médicos confirmaran la enfermedad de la mujer y ambos caminaban pesadamente, cabizbajos, los ojos vidriosos, borradas las sonrisas, torcido el gesto. A partir de entonces, cada vez fueron menos las visitas de los dos juntos al parque, hasta que llegó un momento en el que sólo el hombre pasaba algunas veces la tarde sentado en uno de los bancos, inexpresivo, ausente, con los ojos perdidos en el horizonte. Al poco tiempo, también él dejó de visitarlo, hasta esa tarde gris, fría y lluviosa.
El hombre sale de sus pensamientos al tiempo que gira un poco la cabeza, lentamente. Es consciente de dónde se encuentra y se da cuenta de que ha estado demasiado tiempo absorto, recordando. Esos períodos cada vez son más frecuentes y largos, pero el hombre sólo halla consuelo cuando evoca los recuerdos. El resto del tiempo se dedica a vivir por pura inercia. Sin embargo, sabe que la calma y sosiego que lo embargan, ahora que ha vuelto al parque, no los ha sentido en mucho tiempo. Al fin y el cabo, siempre ha estado presente en su vida, de alguna u otra forma, para bien y para mal. Y es que, como su amor hacia la mujer, seguirá estando ahí, inmóvil, eterno, aunque pase el tiempo, brille el sol o llueva.

MIGUEL ÁNGEL RUÍZ MARÍN


Una vez más, llegaba tarde. No era habitual en mí, pero estos últimos meses acarreaba con más trabajo del que me correspondía. Me dedico a la organización de caterings en una de las mejores empresas de Nueva York. No sabría decir cuándo pasé de organizar a cocinar yo misma gran parte de lo que se servía… Aun así, todo se lo debo a mi abuela Marsie, que en paz descanse. Ella me enseñó todo lo que sé. Fue quien me crió. Era una gran cocinera, le encantaban los retos culinarios y era dueña de un ímpetu infinito que la alentaba a modernizarse constantemente con novedosas y suculentas recetas, un don que me otorgó con gratitud al haber sido su fiel aprendiz.
En ese momento, yo iba en el taxi repleta de bolsas con gran parte de los aperitivos y toda la repostería hacia el Hotel Reich con media hora de retraso. Veloz como si quisiera ganar una carrera contra el viento, llegué cuando el catering había servido los primeros aperitivos sin mí y no en el orden que hubiera deseado. Enseguida, con ayuda de mi equipo, preparamos con mucho mimo y rapidez el resto del servicio. Todo salió estupendamente, pero al final ocurrió algo inesperado. Mi jefa, soberbia y controladora, se me acercó con aires de grandeza y, sin más preámbulos, me despidió delante de todo mi equipo alegando lo siguiente:
-Si no eres lo bastante responsable como para llegar puntual a tu puesto de trabajo, no eres lo suficientemente buena para formar parte de mi plantilla.
Me quedé destrozada. Mis compañeros compartieron mi pesar hasta que el servicio finalizó y se marcharon a casa. Yo, en cambio, me quedé a recoger mis pertenencias mientras reprimía el llanto que luchaba por salir. Traté de tranquilizarme con un pedazo de mi tarta de chocolate y trufa cuando alguien interrumpió mis pensamientos.
-Que buena pinta tiene. ¿Me permite? -dijo una voz masculina.
Yo ni siquiera respondí hasta que visualicé cómo cogía un trozo y se lo llevaba a la boca.
-En realidad, eso es para los pijos de la fiesta, no para nosotros -contesté de manera sincera.
Entonces le miré directamente y me percaté de que rondaría los treinta años e iba elegantemente trajeado.
-Eres Lisa, la organizadora del catering -obvió- y quien cocina la mayor parte de lo que se sirve – reveló.
-Era -le corregí- Me acaban de despedir.
-Que suerte tengo, entonces… Había contratado vuestro catering para poder hablar con usted personalmente -me explicó mientras se sentaba a mi lado-. Me encantaría que fueras la jefa de cocina de mi hotel.
Mi rostro se tornó en un gesto de felicidad esperanzadora. Pensé cómo en el mismo día podía padecer una tremenda tortura y una ilusión voraz. Aquel día finalizó de la mejor manera posible.

SARAH BLUMP


Creer o no creer, qué aburrimiento.
Cosas que se pueden hacer a lo largo y ancho de una cuerda tensada por la fuerza de quienes se aferran a los extremos:
-Tender ropa.
-Atar juguetes.
-Pasar por encima.
-Pasar por debajo.
-Exfoliarse las manos.
-Pintarla de colores.
-Rascarse la espalda.
-Hacer funambulismo.
-Colgarse.
Soy una descreída soñadora. Esto significa que puedo creer, creer a medias o no creer, según qué busque sentir o imaginar en un determinado momento. Por razones que no vienen al caso, buceo ultimamente aguas de lo más extravagantes: Vaticano, Opus Dei, reencarnación, esquizofrenia, menores… Temas curiosos y a menudo desagradables, salvo en el caso de la reencarnación desde un punto de vista budista. Es tan bonito el planteamiento de un alma inmortal, que regresa una vez tras otra para perfeccionarse y volver a coincidir con almas a las que ya estuvo vínculada. En circunstancias normales, el ensoñamiento me hubiese durado unas horas. Pero ha vuelto Josefina. Mi Josefina. El gran amor de mis otras vidas. ¿ Veis como sí me quería? Debió putearme duro, para regresar a mí tan arrastrada. Mas aquí está y eso es lo que importa. No hay distancia que no se pueda recorrer ni meta que no se pueda alcanzar(*). Josefina, te quiero, te quise y siempre te querré.
(*) Frase de Napoleón Bonaparte.

JEZABEL MONTENEGRO


MÁRCHATE ANTES DE QUE TODO SEA ESCOMBRO
Un día las cosas no son tan bonitas. El sol no brilla tanto, los pájaros están afónicos, la lluvia no huele a fresco sino a contaminación. Pero es solo un día. Un día que terminas yéndote a dormir y, esta vez, dándole la espalda, pero aún así vuestros pies se tocan, porque estáis juntos. Y a la mañana siguiente ya está.
Un día llamas a tu mejor amiga con la voz quebrada, y las lágrimas escondidas en ella. No ha sido para tanto pero es la primera vez, y antes verle siempre te sacaba una sonrisa. Pero es solo una discusión. Una discusión que arregláis yendoos a dormir, dandoos la espalda otra vez, pero con vuestros pies juntos. Y a la mañana siguiente ya está.
Un día no quieres verle y te asustas. Te quieres quedar en tu cuarto, no quieres que te hable por teléfono ni que venga a buscarte. No coges el móvil para no ver sus mensajes. Pero es solo un día. Un día que al día siguiente recuerdas y te ríes porque es normal no querer estar siempre con una persona, y cuando le ves te das cuenta de todo lo que le quieres, por eso aunque enfadados vuestros pies siempre están unidos, siempre hay contacto.
Porque le quieres, y te quiere, y te hace reír y habláis de todo. Bueno, de todo no, porque tus aficiones le dan igual. Pero no importa, el no te pregunta sobre ti pero sonríe cuando se lo cuentas, y te besa y te abraza y todo va bien. Bueno todo no, porque cuando algo no va bien en tu vida te pregunta solo para no escuchar la respuesta. Pero da igual, porque aunque no te ayude a solucionarlo te dice que eres preciosa y entonces poco importa que no sepas como pagar tu siguiente factura.
Un día llegas a tus amigas echando truenos por las orejas, y ellas te dicen que no es para tanto. Porque solo han visto ese día. Y tú te hartas de aguantar, de preocuparte y que no se de cuenta. Pero bueno, lo piensas y tienen razón, a veces te enfadas por tonterías. Pero es solo un día, es solo un enfado. Y cuando os vais a dormir te sientes mal por darle la espalda, pero te da un escalofrío al pensar en tocarle,
Un día le dices que no. Dos, tres veces. Él no te grita, él es un caballero. Te mira con pena y te dice que nunca quieres, que no le quieres, que no pasa nada. Que él se sacrifica por ti. Porque él sí te quiere, pero tú no. Y te vas a dormir deseando poder pedirle perdón. Y a la noche siguiente te da miedo decirle que no, no quieres decirle que no, porque él sí te quiere, y tú a él no, eso te ha dicho.
Un día estáis bien. Se lo dices a tus amigas, los pájaros se han aprendido una canción nueva, la vuestra, su abrazo es el lugar más seguro y cuando te besa vuelves a elevarte del suelo. La hierba huele a fresca y a ir al fin del mano de su mano. El sol no te ciega porque él brilla más, y te duermes en su pecho y eres feliz. Pero es solo un día. Un día al que le sigue otro día de niebla, de discusión, de que la idea de estar con él te agote, de que no te escuche, de que no le importes, de que solo te quiera para decirte lo guapa que estás, para besarte, para ser su peluche, su hobbie, su princesa a la que cuidar. Otro día de miedo, de dudas, de culpabilidad.
¿Cuando empezaron a ser los días buenos los destacables?¿cuando empezó a ser rutina el esfuerzo?¿cuando se derrumbó todo lo precioso que construimos? Ya no te acuerdas. Ni de como te dormías al escuchar los latidos de su pecho, ni de como te cogía en brazos cuando le decías que lo odiabas, ni de cuantas veces has sonreído solo de mirarle. No te acuerdas de cuando te secaba las lágrimas y te decía «te quiero», de las horas hablando mientras los vecinos se quejaban, de las agujetas en la cara porque no podías parar de reírte, de saltar del coche y correr hacia él porque no había un lugar más feliz en el mundo.
Por eso, márchate antes. Márchate antes de que todo se caiga encima de lo bonito. Márchate cuando pases más tiempo llorando y enfadada que embobada mirándole. Cuando tus amigas estén hartas de oir vuestras discusiones y no lo guapo que está con su nuevo corte de pelo.
Por el bien de los dos, márchate. Antes de que todo se reduzca a la guerra. Antes de que todo lo que tuvisteis sea escombro.
De toda la pérdida, salva al menos los recuerdos.

ISABEL GÓMEZ SANZ


El vigilante
De la vida de lo unico que no podemos escapar es de la muerte. Ese silencio atroz que rodea a la palabra y hace que nadie quiera depositarla en su boca por miedo a que la atraiga como un embrujo.
Suele ser una blasfemia el tomarla a la ligera, como lo es nombrar en vano la palabra dios, porque en si nadie conoce realmente el significado de dios o su nombre verdadero.
Asi y todo lo usamos coloquialmente todos los dias en situaciones cotidianas.
Pues diria entonces que esa cotidianidad fue lo que le hizo perder todo el sentido que poseia. Ya no ejerce ese miedo con el cual representaba todo lo grandioso de su ser; es la muerte en todo su espectro lo que viene a resignificar lo que otrora representaba a dios como palabra.
No en vano, las personas visitan con mayor frecuencia los cementerios que las iglesias. No hablo de ninguna religion en particular; porque he notado con mi gran capacidad de orservacion que se ha agudizado con los años, que no importa la creencia o fe que se profece.
Nadie escapa al morbo que genera ese fin irremediable que genera la parca.
Pues en mi deambular diario por el cementerio he visto personas de todo credo, color y religion. Todas envueltas en esa grave y profunda obsesion.
Nadie, al menos en todas las caras que he recopilado en todos estos años, reparan en glorificar a la vida por sobre la muerte.
Vivimos la vida dignificando la muerte, nacemos pensando en morir, olvidando lo valioso que hay detras de todo, que es existir.
La magnanimidad en la muerte es acrecentar la teoria que pasamos por esta vida desapercividos, sin haber sentido realmente lo que es vivir.
He visto que las personas padecen la vida, sus rostros me lo trasnmiten todo el tiempo mientras camino con ellos por los pasillos añejados del cementerio.
Entonces es cuando yo me hago cientos de preguntas ¿que pretenden de sus vidas? ¿ por que reniegan de lo que tienen? ¿ por que nada les vasta? ¡O es acaso que no me ven! ¿ no ven como vivo?. Nada de lo ajeno les importa. Nada los inmuta.
Viven sumergidos en si mismos, en sus mundos intimista, en la solesad de su egoismo. Aun sin compartir su forma de vida, los puedo entender. Yo estuve de ese lado.
Y aqui estoy dia tras dia, perdiendome por los rincones del cementerio y los unicos que me aconpañan son los muertos que ademas me hacen compañia.
Ya no me importa la incertidumbre del ser o del que sera. Si acaso es algo que no podemos cambiar. Prefiero ser el vigilante de la vida que el edecan de la muerte.
Y de todo uno adquiere experiencia, y de todo sacamos conclusiones en la vida.
De la muerte comprendi que nada nos llevamos, que la sangre te traiciona y te olvida. Y que los curiosos son los que te rodean.
De la plata entendi que no es lo que deberia regiar al mundo.
Y de vivir vislumbre, que nunca es tarde para hacerlo.
Porque con mi pobreza y la indiferencia de los demas vivo glorificando a la vida.
Puedo ser un mendigo que pide limosna pero a la vida no me la pierdo.
Los demas son solo tontos a mi alrededor.

FLAVIO MURACA


¡Qué bien me caéis!
Hay gente que se mueve online, hacen cosas, negocios, nuse, les va bien y siempre hablan de lo beneficioso que es y el tiempo que te ahorras y las gangas que te encuentras.
Un amigo mio se gasta el día entero pegado a la pantalla de su Iphone subastando en Ebay y también me dice que le va de perlas y que de vez en cuando se saca hasta doscientos de beneficio en una transacción, sólo por estar atento. Yo sólo intenté estar atenta a la bolsa de Wall Estrit pero, entre que salió el sol y sonó el almuerzo, eso subió y bajó más veces que un coitus interruptus de un eyaculador precoz con ganas primaverales y pasó lo que suele pasar: que no me enteré de nada ni acabó de convencerme tampoco.
Es que yo no soy así de curiosa. De vez en cuando he intentado llevar a cabo alguna que otra compra necesaria, corriente y moliente pero oye, de una forma u otra se me torció.
Quería una cama y me mandaron una rinconera, preciosa ella, no digo que no, con su piel suave del color coco podrido, lo último según me dijeron, sus cuarenta cojines de seda y otras pijadas, pero más grande que mi salón, hasta juntando medio pasillo y metiéndome en obras. Total que les dije a los de Mueblecitosxxx (vamos a respetar la intimidad, pobrecicos, que se han portado muy bien ) les dije que yo había pagado poquito, para una camita de una persona, y no veía bien quedarme con esa rinconera que seguramente alguien estaría llorando por los estudios esos independientes de California que sacan más películas que los de Boliud pero con menos ropa y sin tanta complexidad musical. Y ellos que no que no, que me la quedase, que ya llegada a mi puerta era mía y en paz.
Paz para mi no, que me costó más comprar otra casa, hacer la mudanza y ni me instalé bien, ni me acabé de sentar y ya me estaban desahuciando los del banco. Que hay gente con mucha historia por ahí, y muy triste, y yo… ¡pfff! hasta me da vergüenza admitir lo que me ha ocurrido. En fin.
Que luego de eso necesité un repelente para las arañas, que crecen y florecen y serán criaturas de Dios , no digo que no, pero también digo que si yo respeto su hábitat , a ver…que mi cama no la comparto así como así con cualquiera , sabes, y mis zapatos tampoco los tengo porque sacudir cada mañana ni tengo por qué mirar detrás de las cortinas cada poco , que yo no voy ahí fuera al jardín a ahuecarme entre esas telas, más resistentes que ni sé, que dejan ellas. ¿Sabes? Cómo harán los de Australia , no sé yo ni quiero descubrirlo jamás , que he visto un vídeo con una araña que se llevaba un ratón en la boca , ¡venga ya hombre!, que ni Harry Potter resuelve eso por mucho hechizo que suelte por la punta de esa varita suya. Total, que compré unos aparatejos que decían que emitían unos ultrasonidos que les atizaba la sensibilidad a las arañas y las alejaba en un radio de ni sé cuántos, y que no sólo eso sino que la segunda resonancia, más potente todavía, actuaba cuan inhibidor sexual y ya las dejaba peor que a los pobres eunucos esos que siempre salen ventilando señoras de la alta cuna egipcia . Yo no quise eso, que no soy aracnosexóloga , pretendía único y educadamente herirles la sensibilidad auditiva y mandarlas de vuelta al jardín.
Pues que pasó que enchufé los «superaparatosrepelentes » y se han vuelto locos instantáneamente todos mis vecinos y se han montado una séquela de la película esa de la Purga que alucinas.
Después de eso me quedé tan traumatizada que hasta hoy en día .
Y hablando de hoy. Pues ésta mañana , de día libre y ninoní, lo he recordado todo y comencé con esos remordimientos inhibidos que afirma Freud que son muy malos, y dije: «Hasta aquí hemos llegado. Sólo una cosa me va a animar y sacar de éste inicio depresivo subconsciente : un poco de alcohol y un piti de esos de mi vecino, que tira al patio y yo, aunque no sea fumadora, recolecto». No es que tenga el síndrome de Diógenes, pero que me parece mal desperdiciar nada, que así se alimenta el consumismo y así nos va hace medio siglo ya y no espabilamos.
Total que después de una Stella Artois y un piti me sentí bien, a las dos estelas y otro piti me sentí como Dios y a la tercera estrella, sin saber ya dónde había guardado esas chustas del vecino y descojonandome hasta de mi sombra, decidí marchar de escapada.
Ya sabéis esas ofertas de vuelo ida vuelta a cualquier sitio de Europa por menos del precio de un paquete de compresas. Vi Berlin y dije: » Ésta es la mía -con lo que me gustan las Jäger bomb- me voy, me pongo fina, me doy una vuelta por el Zentrum y me saco unos selfies que voy a ser la envidia de todas las colegas en que aterrice de vuelta.»
Click, click, y click, corre al taxi, corre al aeropuerto, todo por menos de veinte euros, «Qué ganga tú, encima me sobra dinero para beber.»
Antes de montar al avión pues unos chupitos que dan gratis de degustación por todos los pasillos , que me atemoriza mucho volar y siempre trato de evitar recuerdos presentes continuos , y me levanto sobre las nubes más contenta que chupín, que por fin entiendo de dónde ha salido el dicho eeeeh.
– Pillos. Majooooooos. ¡Qué bien me caéis, hay que ver!
Me bajo del avión y lo primero que pienso:» Hostia tú, qué guapo éste sitio! Si llego a saber que Berlin es tan precioso y encima hablan tanto ingles yo me acerco hace mucho. Tonta que soy. Reprimida. Muy mal.»
Enfilo la Grosse Strasse, o como narices llamen en sus teclados a ese pedazo Gran Vía lleno de camellos y elefantes, entro en el primer garrito y digo con toda la confianza del mismo chupín anterior:
-Bitte chon tzvei Jäger bomb.
Luego otras tzvei y otras drei , y así hasta que me suena la alarma del móvil que me avisa de que hay que coger el vuelo de vuelta .
A mi pesar abandono a las cuatro Madonnas y tres Lady Gagas que me bailan y me cantan en Swahili, cojo el primer elefante, le pido al chófer zwei más para aguantar el trafico, me dan la mano dos marcianitos que hablan francés , yo les invito conmigo al aeropuerto, se nos juntan Putin , Alí Babá y Sun Tzu , entablamos una conversación que flipas y acabo teniendo de azafato al mismo Bruce Robertson de Filth:
– ¡Dios que me corro de emoción!, que te adoro tío, que yo conozco al Lord Commander Mormont de Juego de Tronos, que se viene a echar cañas a mi pub siempre que puede, pero es que tu McAvoy me pierdes tío, ¡qué grande eres, pero qué grande!
McAvoy me firma un autógrafo, me saca una foto de frente y me invita a ocupar un sitio en sus dependencias donde resulta que tiene un montonazo de colegas, cada cual majo, divertido y sin cordones en los zapatos, pero yo estoy ya cansada de mi escapada y me quedo frita sin llegar a conocerles demasiado bien.
Así he dejado ayer mismo, lo juro, de comprar nada en Internet, aparte de decidir volver a encontrarme a mi misma que ando muy perdida.
He leído de una especie de Yoga reflexiva que hacen por ahí con la ayuda de las cabras y ya que mis repelentes no hacen nada pues me inventé un método propio: Telaracnoinflexibrainología.
Me siento con la espalda bien recta en frente de cualquier tela de araña que pille por mi casa y trato de encontrar el chakra azul del tobillo izquierdo, ese que me lesioné haciendo el indio por la comisaria Sur de Glasgow.
P.D: 1) ¡Juro por el Fito y los Fitipaldis que busco a Bruce Robertson !
2) ¡Viva la Telaracnoinflexibrainología con Stella !
3) ¡Qué bien me caéis, hay que ver!

DIL DARAH


Mi libreta de pensar está llena de nuevos y viejos recuerdos, de nuevas y viejas historias, de sabiduría aprendida, y ansiedad de conocimientos nuevos, de lo que pasó, viene, y de lo que vendrá.
Es una libreta simple, verdeazul como el mar, de cuadrícula sin márgenes a ningún lado, como me gustan a mí, donde aprovecho el papel al máximo, hasta el final, donde las páginas acaban curvándose por la presión hecha con el bolígrafo al escribir, por estar totalmente escritas de punta a punta.
No confiaba escribir tanto en élla cuando la empecé. Como tampoco confiaba mucho en empezarla.
No confiaba en mí, ni en mi constancia, pero sí en mi cabezonería, en mi soledad, en mi autocontrol, porque mi vida sin control no es vida. ¿Perfeccionismo quizás?. ¡ Y yo qué sé!
Pero la compré, y estuve unos días sólo mirándola, mejor dicho semanas, la verdad. Observando de reojo, como si pudiera moverse sola gracias a su espiral, serpenteando en mi escritorio de color roble. Esperando que llegara.
¿A qué esperaba? ¿A quién? ¡Nadie lo iba a hacer por mí! Esperaba su momento. O mejor dicho, el mío.
Quizás no era el momento para empezar, pensaba un día. Al otro, que me gustaba el color elegido.¡Qué tonterías! ¿Y qué demonios podía importar el color de la libreta, cuando acabaría escribiendo muchas, muchas libretas, y con tapas de múltiples colores?.
Cuando llevaba ya el tiempo suficiente como para no pensar en élla, aunque serpenteaba todos los días, ¡flash!, batacazo personal. Buen ‘disgusto’ (forma fina para definir lo que ocurrió), pero dejémoslo así.
Gracias a este ‘disgusto’, que como siempre, no compartía para no preocupar a los de mi alrededor y siempre quedaba para mí, empecé a escribir. Fue y es mi vía de escape desde entonces, desde los últimos diez o doce años.
Busqué rápidamente un bolígrafo y recordé por dónde serpenteaba la libreta. A ésta verdeazul siguieron otras de muchos y muy variados colores, numeradas. Y tituladas. Y dedicadas.
Primero todo salía a borbotones, era un sinsentido, como si fuera lava expulsada por un volcán. Me desparramaba por todos lados, por todas mis heridas de guerra sin treguas. Me quemaba todo este dolor y frustración por dentro, y acaparaba todo lo que podía acaparar. Y ésto no podia ser sano de ninguna de las maneras. Pero no sabía más.
No sabía cómo, pero debia ordenar mis ideas, utilizar un vocabulario concreto, conciso, no abalanzarme sobre la libreta y escribir, tachar, reescribir entre las líneas ya escritas y las tachadas, retorcer lo escrito para suavizar la crueldad y odio que todo, todo, emanaba, unificar y/o concordar singulares y plurales, salpicar a quien le tocaba serlo, admirar a quien se lo merecía, meterme en la historia, y salir de ella para leerla, como un personaje de la misma, o como un futuro lector lo haría, pensando incluso como ellos.
Era un ir y venir, sin descanso y sin piedad alguna.
Tenía una mini libreta, de bolsillo, para anotar palabras, únicas palabras que me ayudaban a no perderme y a no perder el hilo. Ideas, nuevas o no. A no dejarme cosas en el tintero, en ése que aún conservo, de mi abuelo, patrón de barco y a la vez, gran lector, con su quinqué de petróleo, que también conservo como oro en paño, y que él utilizaba para apurar la lectura aunque fuera de noche. Cosas de antes. Cosas de entonces. Cosas de épocas pasadas.
La libreta va llenándose y no lo parece. Primero, cómo ya he dicho, a borbotones, después, dando paso a un poco de moderación y anotaciones de posibles tramas o direcciones a seguir. Más tarde, desarrollando la historia, dándole forma, riqueza a cada personaje, porque los personajes son sempre ricos, en detalles que no nos cuentan pero que existen. Sí, cada personaje de tu vida es rico, puede que sea rico en falsedades, en habilidades, en cuestiones monetarias, en comprensión, en generosidad, en la vida, simplemente. Después dando sentido a esas formas irregulares de la invención.
Cuando miras a alguien que camina o pasea y empiezas a imaginar su vida, a hacerte preguntas sobre cómo debe irle en el trabajo, si lo tiene o no, en el amor, si lo siente, dónde va,…es entonces cuando sabes ya que quieres contar historias, y escribir, sólo éso.

LA XICUELA DE CORRIOL


Julie y Julia
Con su pincel en una mano y el cigarrillo en la boca, Julia se aleja del lienzo para tomar perspectiva. Da unas pinceladas de azul celúreo y blanco y con su puño las difumina.
Mira al mar, mira el lienzo.
Su pelo corto a lo garçon y sus amplios pantalones negros le dan una apariencia masculina. La brisa del Mediterráneo ondea su ropa, ajustando su camiseta de marinero frances a su torso, insinuando sus formas femeninas. y marcan un cuerpo joven, algo desnutrido por la melancolía. Un collar de perlas blancas, olvidado de la noche anterior, rodea su cuello en varias vueltas. Sus labios carmín y unas ojeras que recuerdan sus excesos, la hacen aùn más atractiva.
Se sienta en una pequeña silla de madera plegable. De su cesta saca un termo de baquelita turquesa y se sirve un té chino. Apenas ha dormido.
En la playa, desierta de turistas, las olas chocan, creando un vaivén de espumas blancas, con miles de burbujas efervescentes, como su vida.
El mar está bravo, y a Julia, las crestas de las olas le parecen coléricas. Furiosas olas, que como una metáfora le hablan de su madre, su mar, su tierra.
Julia saca un pequeño espejo de la cesta. Se mira y se atusa su pelo corto. Recuerda a los niños de su ciudad cuando tenían piojos, y a los que no tenían.
Entre el sonido del mar se cuela una trompeta que suelta notas de jazz al viento.
Suspira y se pinta los labios de rojo. Traza dos lineas en sus pòmulos que se extiende con los dedos, dándole un aspecto más fresco.
Voces masculinas la sacan de sus pensamientos;
Julie!Julie!_ saludan alegres a lo lejos.
Julia se gira y ve a sus dos amigos acercándose.
Vestidos con el frac de la noche anterior, como dos pingüinos, zigzagueando por la orilla. Julia deja su añoranza en la cesta y corre feliz a su encuentro.

LOLA ALCÁZAR


Al niño de plastelina todo le traía al pairo , no tenía la imperiosa necesidad de comer , ingerir líquido elemento , ni la humana necesidad de hacer amigos..
Su vida consistía en tres reglas básicas.
Evitar en lo posible sacarse mocos de la nariz , se sabe como se empieza y acaba uno perdiendo los dedos.
Bajo ningún concepto darle de comer a las palomas, a riesgo de quedarse sin manos.
Por último y no menos importante
protegerse del sol, en su memoria la trágica desintegración de su querido abuelo.
Pero…un buen día, le sonrió el amor.
Que embrujo no tendrá el amor , hechizando los sentidos del más pintado, coloreandole la cara a éste ser mitad animado , si hasta de un corazón nuevo, lleno de latidos curiosos recién despertados.
Creció la joven en ése entorno de besos , endureció el hombre en mil y
una caricias sólo de ellos, juntaron sus cuerpos más allá de cualquier sueño…
En el tema amoroso , era prodigio de un crecimiento asombroso, si de sacarle punta a su lápiz trataba,
escritor como pocos en versos de noche apasionada.
Satisfechas las partes , juntaron familia numerosa , cada uno de un color , acabando por la pequeña , del rojo de una rosa.
Y colorín coloreado , colorearon los dias , moldeando las formas , dando calor a sus noches frías..
Ésta vida es transformable ,moldeemos corazones allí donde haya hueco, siempre cabe.

DAVID DURA MARÍN


UNA TARDE MÁS, UNA TARDE MENOS
Ya llegó la tarde del viernes. Agarró el cuaderno de escritura y comenzó a pensar en la historia que había preparado para aquel día. Sobre el personaje pesaban varias horas de dedicación. Al final era suyo, había conseguido que le diese la mano.
Había olvidado que antes tocaba acabar un trabajo de ordenador en clase pero tampoco era necesario tanto tiempo para un «ciberparto». El eco de las teclas retumbaban en sus pensamientos mientras asistía absorto a los devenires de la conversación. Como en un partido de tenis verbal, las opiniones iban de un lado a otro sin hacer set.
La silla quemaba su tranquilidad y sin saber ya como ponerse observaba como el reloj devoraba los minutos a velocidad de segundos.
No podía ser, hoy tampoco era el día.

ROBERTO MORENO CALVO


Tú,bella noche,silencio,solo silencio,que grandeza es poder oírte,oír tu glamurosa paz…
Tú, lindo día,que bello es mirarte y acoger tu resplandeciente luz,llena de alegria,
sintiendo el sonido musical con tus notas de
viento rozando cada palpitar viviente..!

BELLE JIMENEZ


Relajarse o meditar es, en mi llana y feliz opinión, un ejercicio hacia el interior, y el apreciar una vida, la que uno tiene, la que vive, la que duele, la que siente. La que día a día la refuerza en su yo, en su cruda y crucial batalla que no la lleva a ningún lugar, pero ayuda a sobrellevar los dudosos y dolorosos actos cometidos en un pasado no muy lejano, algunos buenos incontables años atrás.
Respirar hondo, y suavemente. Respirar hondo, y suavemente.
Sin ninguna solución coherente y lícita. Ni humana. Ni inhumana tampoco.
La apreciacion de los sentidos, aromas exóticos, sabores agridulces, suaves o picantes, tacto a flor de piel, explosión de luces y estrellas en momentos de gran pasión. Amantes invisibles durante el día, ocultos en la noche, oscura como los guepardos.
Sed de justicia barata, preparada fácil y cuidadosamente, incomprensible pero lúcidamente descontrolada, tras un puñado de drogas duras y más de media botella de Moët & Chandon.
La pecera continuaba casi llena de pastillas de colores, vacía de agua, para próximas aventuras extravagantes.
Nuestros sueños baratos de sentido común, rebotaban tras los cristales de las gafas imaginarias que nuestro propio ‘viaje’ nos había proporcionado.
Núria Bergen

NÚRIA BERGEN


EN PENUMBRA
-¿Dónde estás?
Miro a mi alrededor, y solo distingo la luz que entra por el cenobio de la cúpula vegetal de esta catedral arbórea que me rodea.
-¡Busca!, ¡busca!, ¡no me encuentras!.
La veo correr, riéndose entre los árboles, las banderas de su pelo y de su falda ondean al viento. El aroma de su juventud recién nacida, impregna todo aquello que roza.
Me agazapo, como un zorro tras la presa, y la atrapo.
Entre risas, caemos al suelo, y adornamos nuestros cuerpos con las hojas secas que se prenden en nuestra ropa.
-¡Te atrapé!.
Sus ojos oscuros, anclan en el puerto de mi mirada.
Miro a mi lado, y la contemplo, en la penumbra, donde el brillo de sus ojos parecen dos bujías en medio de la oscuridad.
-¡tonto! –ríe, y me da un manotazo tierno en el brazo-
Le cojo la mano con ternura y ella acomoda la suya con la mía, como un pajarillo en su nido, y me mira con cariño.
-¿Me quieres?- la mano de su mirada interrogativa, me sujeta para que no esquive la respuesta-.
– Sabes que sí.
– Nó me mientas, sé cuándo me mientes.
– yo sí te quiero, le digo mirándola, ¿y tú?.
– Te quiero como si fueras el único habitante de la tierra, como si fueras el único lecho que hubiera para amar, como la única luz que existiera.
Sssshhh.
-¡Pérdón!.
-Nó me preguntes más lo que yá sabes y lo que yá sientes. (susurro).
Me pongo más cómodo y me siento de una forma más natural, menos forzada, yá no estoy recostado a su lado.
-¿en qué piensas?, te noto triste.
Sus profundos ojos oscuros están barnizados con una pátina de tristeza o, tal vez nostalgia.
-¿Te acordarás de mí?, el verano se acaba y, tengo miedo, miedo de que solo haya sido una más, una página más en tu vida.
-Nó seas tonta.
-Nó me llames tonta, sabes que nó me gusta, yá no soy una cria.
-Ven, levántate, tengo algo que decirte, vámonos al pueblo –me levanto, y le doy la mano para incorporarla-
Nos abrazamos, y noto su llanto silencioso en mi corazón, y cálido sobre mi mejilla.
-Vámonos, está casi anocheciendo –le limpio las lágrimas con el dorso de mi mano- tengo que hablar contigo, lo que siento por ti, nó es un viaje de una estación, nó me quiero bajar de tu tren.
Nos alejamos por el camino, agarrados por la cintura, mientras una galleta dorada se vá mojando cada vez más en el chocolate de los campos arados.
Fin
Se encienden las luces, la penumbra del cine desaparece, y ella, me parece más hermosa, a la luz de los focos.
-¿Te ha gustado la película?
-Sí, mucho, ¿y a ti?.
Sus ojos brillan, me coge la mano, y me dice:
-Vámonos y te respondo a la salida.
-Estás muy guapa hoy.
-Tonto,- sonríe-
Un soplido de aire fresco nocturno, nos recibe al salir.
Dos personas, agarradas por la cintura, pasean la calle, bajo una fila de piruletas de estrellas anaranjadas.

EMILIANO HEREDIA

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20 comentarios en «Semana 2 Taller de Escritura – Cuéntanos tu día»

  1. Perdón. Me ha salido otro enlace en que sólo había cuatro votaciones, hasta Flavio. Y me ha extrañado mucho porque creí que había votado ayer.
    Así que ya sabéis el motivo de mi doble votación. Ahora sale mi voto también aquí.
    Cris, ya lo descontarás.
    Gracias

    Responder
  2. Gustar me gustan varios, pero se trataba de contar un día cualquiera usando una de las tecnicas narrativas propuestas y eso sólo lo consiguieron Sarah Blump, Karlos Wayne y Roberto. Tercio punto para el relato escapista de Sarah, tercio para el hiperbreve de Roberto y tercio para el intrigante relato negro de Wayne : )

    Responder

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