La mosca y la botella, por Juan Verde Asorey

La mosca de Ludwin Wittgenstein

Normalmente el filósofo intenta decirle al resto de los humanos cómo debería actuar y por qué. Pero lo quiere hacer en ‘serio’, es decir, que se piense con orden (Lógica), se investigue con metodología científica (Epistemología) y se decida en función de los valores humanos (Eticología). Pero raras veces hacen filosofía Aplicada. Casi nunca demuestran la necesidad y conveniencia de utilizar sus teorías filosóficas en situaciones concretas.
Por ejemplo, Wittgenstein dice, quizás de la forma más bella que se puede expresar, que es función del filósofo ‘indicarle a la mosca la salida de la botella’. Pero no dijo cómo indicarle el camino o cómo convencerla de que le conviene buscarlo ella misma. Yo, sin embargo, aun sabiendo que se movía en el nivel de la metáfora, dediqué un tiempo a realizar esa tarea con una mosca.
Al despertarme de una cabezadita en el sillón, después de comer, vi que una mosca se había introducido en la botella de cristal claro que estaba sobre la mesa. El recipiente estaba ya sin una gota de agua. Pero me quedé, por casualidad, observando sus movimientos. Fue entonces cuando me acordé de la frase de Wittgenstein. Se la había oído mencionar a mis profesores, con cierta frecuencia. Pero no recuerdo que le hayan dedicado un tiempo concreto a explicarla. Por la razón que haya sido, me fui del salón. Regreso después de una hora, más o menos. De nuevo me fijo en la mosca y me parece que está en el mismo sitio, sujetada en diagonal contra la pared del frasco, a media altura. Se me ocurrió entonces pensar detenidamente en el aforismo de Wittgenstein. Una vez que comprendí cómo había quedado aprisionada, por mentecata, me impuse el reto de enseñarle la manera de salir.
Acerqué la mano a la botella. Ella se asustó y comenzó a revolotear sin sentido, chocando repetidas veces contra las paredes del envase. Empecé a hablar con ella:

¡Tranquila!
No tengas miedo.
Puedes salir si quieres.
Por tu forma de moverte, parece que no estás a gusto ahí.
Además no tienes alimento…

Ni caso. Se quedó quieta. Después me pareció que corregía la colocación de un ala con una pata. Se me ocurrió entonces llenar un cubo con agua e introducir en él la botella casi hasta el cuello, a ver si el miedo al líquido la impulsaba a subir. Lo hizo hasta más arriba de la mitad, pero no se acercó lo suficiente como para ver la salida, ¡con lo amplia que es, para su tamaño! Quizás la asustó mi mano sujetando la botella para forzarla a entrar vacía dentro del agua. Abandoné. Se me ocurrió entonces que si tuviera una cañita, como la de la planta del trigo, podría embadurnarla en un extremo con una gotita de miel, acercársela para que le sirviera de cebo y se posara en ella para comer; así podría yo ir tirando y, a lo mejor, conseguir sacarla al exterior. Pero no tenía esa paja. Pensé, a continuación, en jugar con la luz y con pequeños tintineos contra el cristal. Entré en una habitación oscura. Coloqué el envase sobre una mesa y acerqué al agujero de salida una pequeña y tenue luz. Después lo iba golpeando desde abajo con una cucharilla. Mi mosca, huyendo de aquel ruido y buscando la luz, fue subiendo hasta cerca del cuello de la botella. Me salí de su círculo de visión, y siguió moviéndose lentamente hasta que salió. Incrédula, se puso a andar despacio por el borde del cuello de la botella. Abrí la ventana. De repente apareció un radiante y soleado día de primavera. Un grandioso y espléndido haz de luz invadió la habitación. Ella se volvió loca de contenta, según mi interpretación de su vuelo, ya que, por desgracia, no le capté ningún sonido. Rauda salió por el centro del ventanal hacia aquellos amplios espacios verdes y floreados árboles frutales que aparecían en frente. Una suave brisa acariciaba la piel, mientras el horizonte descansaba en rumosas colinas cubiertas de verdes encinas. Me sentí aliviado, aun sabiendo que mi mosca (musca domestica) puede no seguir viviendo más allá de cuatro o cinco días. Pero este tiempo, en su ciclo vital, puede significar muchísimo.
Pero volvamos con Wittgenstein. El aforismo de referencia está escrito en PU 309 del siguiente modo: “¿Cuál es tu objetivo en Filosofía? Mostrarle a la mosca la escapatoria de la botella cazamoscas”.
Reconozco que he tenido mucha suerte con el díptero. Pero tardé demasiado y estuve a punto de no conseguirlo, porque no domino la ‘etología de la mosca’ (necesidades, gustos, temores, reflejos…), ni las técnicas de trato con ningún insecto. Podría no llegar a ver la salida, o haber preferido quedarse al ‘abrigo’ de una muerte intempestiva.
La palabra cazamoscas implica engaño. Cuando alguien se deja embaucar por señuelos de dulces olores, imágenes bellas y la azarosa suerte, corre el peligro de aferrarse al nuevo lugar ‘protector’, por miedo a la vergüenza o a la inseguridad que genera la sensación de vértigo de la aventura, de lo no pensado todavía. Según Wittgenstein, mi propio pensamiento me puede ‘embotellar’. ‘Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo’ (T 5.6). El lenguaje fijado puede aprisionar la creatividad del pensar. Hay que buscar la salida, o, incluso, romper las paredes. Entonces nuestro lenguaje-pensamiento (‘lógos’) se torna capaz de jugar libremente; de manera que nuestras palabras ya no son llaves fijas, a la medida de un único tornillo o tuerca, sino llaves ‘inglesas’, que pueden ajustarse a cualquier ‘situación’ de una determinada clase. Es posible, por tanto, conocer, modular, recrear e incluso crear lenguaje (formas de hablar), según cambien las relaciones de cada uno con su mundo, de este modo el lenguaje deviene juego, porque, dentro de ciertas reglas, siempre se puede hacer lo mismo (hablar), pero de forma diferente, según exigencia de aquello sobre lo que se hable.
Es posible que el filósofo vienés hubiera fracasado con mi mosca. Pero estoy seguro de que su maravillosa teoría del lenguaje le hubiera facilitado liberar de su ignorancia y de sus prejuicios a muchos seres humanos de tantos que hay aprisionados en tantas ‘botellas’ preparadas para la ‘caza’, a lo largo del mundo y de los tiempos. Y de hecho Ludwig lo ha conseguido, pero menos de lo deseable, porque las ‘políticas’ siguen menospreciando el papel de la Filosofía en la Educación, y por no enseñar mejor la poca que se exige. Porque el embaucador ya no es el viejo Diablo (o sí), sino ‘otros’ interesados en el engaño y en el abuso. Y lo que parece cierto es que la mayoría de los seres humanos es incapaz de salir de la botella. ¿Por qué? Porque no sabe, no puede o no quiere. Además, el que ha salido y ha visto lo que hay ‘fuera’ de la ‘caverna’ no suele ser capaz de convencer a sus excompañeros ‘cavernícolas’ (Platón) de las increíbles ventajas y exultante belleza de su descubrimiento.

mosca botella

Cuando una mosca ingresa en el interior de una botella no lo hace conscientemente, como el humano que al nacer ingresa en el lenguaje de la sociedad en que nace.
Con gran dificultad puede la mosca salir del recipiente en que habita, y casi nunca lo consigue, porque no sabe, lo intenta poco o ignora el interés.
Pero, aun queriendo, es evidente que no puede romper el cristal que la limita. Como le pasa al ser humano con la lengua. Pero si la estudia, si la entiende y si la compara con la de otros, adquiere nueva información, nuevas perspectivas, plastifica (modela) su botella personal, con lo que puede conseguir que los límites de su vida puedan irse modelando según sus intereses, gustos o ilusiones, porque lo fijo no admite juego.
Y lo más maravilloso es que puede llegar a saber salir de su botella, no solo por la boca de la misma, sino también por otras orificios o aberturas que cada cual pueda ir practicando, mediante el aprendizaje de nuevos matices de su propia lengua, así como de otras formas correspondientes a las ciencias, las artes, etc.
Si conocemos las palabras de tal modo que podamos jugar con ellas para mejorar nuestro mundo, la vida puede llegar a ser completamente distinta, logrando nuevas maneras de vivir e incluso de crear ‘mundos’ nuevos. Quien lo consiga será capaz de hablar de cosas que antes no sospechaba, y sobre todo, podrá hablar de lo que ya cree que sabe de otras maneras verdaderamente sorprendentes. Pronto descubrirá que hablar de otro modo implica poder vivir de otra manera.
Pero no se trata de empeñarse en generar palabras nuevas (que no está mal), sino de entender las ya existentes, captando en la mayor profundidad que se pueda los posibles diferentes matices que las constituyen. Muchos de ellos ya indican cómo salir de la ‘botella’.
Aunque fuéramos capaces de pensar y nombrar algo verdaderamente nuevo, seguramente puede llegar a muy poca gente, mientras que uno siempre puede recibir alguna información de las infinitas maravillas que otros han hecho y pensado antes.
Por eso es tan importante la educación bien planificada, ya que, gracias a ella, casi nunca tenemos que empezar de cero en relación con todo cuanto nos puede interesar. No tenemos que inventar casi nada, sino aprender lo que otros nos ha legado con su esfuerzo, su inteligencia y su filantropía, es decir, su deseo de que todos viviéramos mejor. Y casi todo esto está en el lenguaje.

Juan Verde Asorey
Cáceres, 21-03-17

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