Señales

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Señales». Este ha sido el relato ganador:

Era domingo.
La brisa de la melancolía
amenazaba con llover.
Contemplaba sus brazos,
pintados con rojo oscuro.
Ya hacía
más de dos semanas
que no intentaba desaparecer.
Siempre fue una chica dura,
una chica segura de su inseguridad.
Por las mañanas
nadie diría que quería morir,
y mucho menos por las tardes,
cuando paseaba por el río
con el corazón descalzo
y los ojos libres.
Pero hoy era domingo,
y además era de noche.
Y volvía a encontrarse en el sofá
donde
por primera vez,
leyó a Nietzche,
Freud,
o vio alguna
de Lynch
o de Kubrich,
repleta de dudas
ya antes dudadas.
Sin embargo, ella estaba orgullosa
de haber pasado 336 horas sin haberse hecho daño.
Creaba arte
a costa del dolor.
Aunque ya llevaba 336 horas sin crear nada.
Estaba sola,
podía hacerlo,
pero no quería.
El reloj grita
las 4.48,
la tristeza comienza a inundar la habitación,
el miedo destierra a la fuerza,
las manos comienzan a temblar,
el pincel de filo
la llama,
ella se niega,
se niega…
¡maldita existencia!
Quisiera disfrutar de los pequeños placeres,
de los maquillajes con descuento,
de las rebajas,
de los domingos en familia,
de un buen vino antes de comer,
de follar y follar con desconocidos,
o con tu marido, siempre fiel…
Pero, sin embargo,
había sido castigada con el don
de la inexistencia,
con la virtud de la duda,
y,
a media que se ascienden
plantas
y plantas,
el vértigo siempre es mayor,
aunque las vistas sean fabulosas.
Ella estaba en la cima,
y,
en el fondo,
querría nunca haber
subido tanto.
El conocimiento,
es un arte de doble filo.
Y ella volvió a llenarse de señales
con
el pincel afilado.
El rojo
es el símbolo
que adorna
las señales de guerra.
Y ahora tendría que volver
a contar
las horas que llevaba
sin crear nada.
El que mucho se pregunta
rara vez
acaba ileso.
Elijo el sacrificio
que exige el saber
y estar cubierto de señales.

CARLOS COSTA

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Me llamó la atención esto de escritura creativa, en mi joven afición a este arte me supongo que las letras deben estar en cierto modo vivas, supongo, tal vez yerre, que la imaginación debe ser protagonista, junto con una inteligencia alocada y un toque de cuestiones realistas, sin perder la Verdad de vista.
El tópico de la semana es SEÑALES y la verdad es que al respecto puedo decir mucho y al mismo tiempo muy poco, mas te pido que por ello no me SEÑALES con dedo acusador.
Porque hablando de acusador, se me viene decirles que aunque el Acusador da SEÑALES permanentemente de su existencia, tristemente limitamos su ser a una mera creencia.
Mientras las SEÑALES de telefonía e internet son invisibles, sus manifestaciones concretas son harto visibles, del mismo modo sucede con el Acusador, aquel que no descansa ni de día ni de noche con tal de que tu espíritu de destruya en el pleno derroche.
Estamos en una civilización que pareciera no dar SEÑALES de vida, sin embargo la Vida por su propia naturaleza jamás podría morir. La Vida se refleja en esta vida temporal, de modo que con corazón purificado la podamos contemplar, ¿Pero quien anhela ser puro en estos tiempos?
Por mi parte nadie me ha obligado a venir aquí diciendo: «Ve y enSEÑALES» sin embargo en pleno uso de mi conquistada libertad vengo a arrojar si fuera posible, al menos un rayo de luz para aquel que quiera ver, quizá algún corazón encender o una mente despertar, si así sucediera sería una gran SEÑAL.
Mas no mayor que la que pronto aparecerá en el cielo con gran luz, la SEÑAL de la Santa Cruz , aquella que quiera Dios nos encuentre bien parados. Terremotos, inundaciones, guerras, persecuciones ¿Alguien precisa más SEÑALES para reaccionar?
¿Alguien pensaba que la segunda venida era un cuento? Las SEÑALES están por doquier, pero las verán aquellos que quieren ver.

LEANDRO DANIEL GIGENA


La mente es un sistema global, único, integrado, dinámico. Un maravilloso círculo poroso que se nutre de vida, otro sistema global, único, integrado y dinámico. Círculos, cientos, miles, millones de circulos globales, únicos, integrados, dinámicos. Todo es redondo si entornas los ojos. Puntos, puntos, puntos. El ego es ciego y se alimenta de puntos. Uno. Le gusta sentarse a llorar sobre él, como náufrago único de una remota isla única, esperando un barco único que pueble su punto y le haga rey. Pero hay más puntos. Y silban. Silban una melodía que aprendemos a no escuchar con cuadernos de caligrafía sistemáticos, diseñados para trazar líneas secuenciales de puntos sucesivos, iniciándonos en el vértigo a los acontecimientos discontinuos. Los puntos que forman el círculo se unen en un desorden que nos trasciende. Puedes saltar al punto vecino y ser tragado por el abismo de una distancia mínima. Presta atención a la música. Esa no era tu canción. Puedes saltar sin mapa y flotar el viaje sobre las notas lejanas de otro punto que silba reconocible y te espera en algún lugar imprevisible, como imprevisibles son nuestros pensamientos. Eureka. Orgasmo resultante del abrazo entre melodías que se esperan.

JEZABEL MONTENEGRO


La primera vez que le ocurrio estaba pasando el fin de semana en Praga con un amigo. Paseaban por la noche junto al río y cuando iba a fotografiar la gran fortaleza iluminada vió aquella luz roja ascender en el cielo y pensó que empezaban a lanzar fuegos artificiales pero la luz desapareció a los pocos minutos.
La primera vez que le ocurrió estaba pasando el fin de semana en Praga con un amigo. Paseaban por la noche junto al río y cuando iba a fotografiar la gran fortaleza iluminada vio aquella luz roja ascender en el cielo y pensó que empezaban a lanzar fuegos artificiales pero la luz desapareció a los pocos minutos. Esta vez pensó que quizás se tratara de algún fenómeno astronómico que desconocía.
La última vez fue mientras paseaba a su perro, sobre las diez de la noche en el parque cercano a su casa. Le estaba lanzando una pelota que el animal recogía entusiasmado y al ir a lanzarla una vez más se topó con la luz roja ascendente en el cielo. Se quedó mirando y dejó caer la pelota rápidamente para sacar una foto con el móvil pero cuando estaba enfocando la luz desapareció. El resto de la noche lo pasó pensando en ello, analizando las situaciones en las que la había visto, los lugares, las horas, ¿estaba acompañado?, ¿llevaba chaqueta?, ¿había cenado ya?, sin llegar a ninguna conclusión.
Empezó a tener fuertes dolores de cabeza que pasaban en pocos minutos y al ser algo puntual no le dio mucha importancia pero al convertirse en habitual acabó por acudir al médico. Le hicieron un escáner y el día de la visita para obtener los resultados el neurólogo le recibió con una gran sonrisa. Le mostró las imágenes de su cerebro en el ordenador y le explicó que el suyo era un caso extraordinario: tenía una especie de tumor benigno, que en la pantalla se veía como una luz roja que ascendía y desaparecía, que tenían mucho interés en estudiar. Pensaban que podía ser el indicio de un sobre desarrollo cerebral que no tenían ni idea de qué podría producir pero todo apuntaba a algo extraordinario. Aprovechando su estupefacción el médico le hizo firmar varias autorizaciones y del ingreso en un centro especializado sin coste alguno para él. Salió del centro médico aturdido, cruzó la calle sin mirar, un coche le arrolló, cayó al suelo ensangrentado, sintió como empezaba a ascender hacia el cielo y desapareció.

SUSANA AZABAL


 

Me encuentro aquí, absorta y evocando en los confines de mis recuerdos, estelas de esperanza que logren persuadir a esta alma enamorada que no es en vano mi sentir, que en lo remoto de tu corazón brilla una luz apasionada para mí.
Rebusco con afán cada insignificante encuentro, tratando de atinar señales prodigiosas para alimentar este sentimiento que asciende sin control y tengo miedo de no encontrar ningún rastro de ilusión para satisfacer a mi enmarañado corazón que decidido está a no renunciar a esta utopía que me hace perder la razón.
¿Será que me he enceguecido en demasía y por ello no logro descifrar con claridad los besos que me das con tu mirada, ni la dulzura de tus labios al hablar?
¿Será que espero demasiado?
¿Una señal divina que apruebe el anhelo de mi corazón?
¿Será que la señal la necesitas tú, que no has logrado descifrar las veces que te grito que te amo con sólo una mirada?
O tu o yo, o quizá los dos, debemos de quitarnos el lienzo de los ojos que imposibilita ver más allá de una mirada y con audacia penetrar en lo intimidad del ser amado, donde se halla la esencia del alma y descubrir que hay todo un paraíso que ansioso que espera ser conquistado.
No quisiera esperar más señales que el tiempo es corto, cruel y no espera, cada minuto sin tu amor es una eternidad que se disipa.

YAMILETH NUÑEZ DELGADO


Lo que puedo decir
Se llamaba Tania, iris atinando el alma, besos ataninados, atrevido paso sin ataduras.
Nuestros caminos entarimados de soledad se tocaron una noche tergiversada por Moiras. Sus hilos enredaron nuestros pasos y tuvimos que mirar las copas llenas que llevábamos delante y los asientos vacíos de al lado. Las estelas translucían otros espacios , las mías se habían quedado transpuestas y las de Tania, las de Tania surcaban cualquier otro techo menos el suyo.
A veces las palabras tardan y el ojo transparenta su tristeza,yo no lo vi . Yo sólo vi su pelo del color del vino , los labios que mordían el aire tratando de ahogar las verdades que atormentaban sus adentros. Vi lo que quise ver porque necesitaba verlo.Sus trastabillos verbales se me escurrieron por al lado del oído, fueron a parar entre unas sabanas donde quedaron enterrados.
Quise tener su cuerpo y eso tuve.
Su cabello quemó mi hombro por la noche , sus dedos rondaron mi pelo sumiéndome en un estado de desesperación vecino a la locura: la deseaba hasta teniéndola al lado. Me dejó su aroma en la carne, en los pliegues de un albornoz demasiado grande, en el bordillo de taza de un café demasiado frío, en el dobladillo de una página de libro demasiado docente . Su risa en el vaho de la ventana del dormitorio, mudo testigo de constantes perdidas de conciencia.
Me dejó : aquello era demasiado para ella, y mi pasión carnal idolatra la agotaba.
Al tiempo me trajo un manojo de palabras dentro de un pañuelo y yo lo tiré a la basura . Le envolví el cuerpo y le robé promesas sin valor. Entramos en un juego en el cual yo ganaba horas y ella perdía terreno. El juego de las idas y las vueltas en el que yo me perdía a mi mismo, obcecado en no admitirlo, y ella no acababa de encontrarse.
Despertaba con el amanecer en las pupilas y me moría al alba cuando sabía que iba a desaparecer, mi Cenicienta de horarios revertidos y magias enrevesadas. Nunca supe si volvería a verla. Nunca supe si mi corazón aguantaría sus vueltas. Nunca supo.
Se desvanecía y detrás de ella solo quedaban horas desfallecidas y ansias de volver a consumirla. La buscaba titubeante en risas ajenas, en ojos ajenos, en pasos ajenos , asiduo hasta la ajenación . La vislumbraba en reflejos espejiles de copas vacías con sabor a hastío y añoranza. Entre sabanas lienzos que encubrían mis solitarias muertes . Se convirtió en brisa de aire sobre piel agostada por un sol justiciarío de agosto: la podía sentir pero jamás atraparla ni abrigarme con ella. La quería para mí pero fui incapaz de escuchar lo que su alma quería.
Así que le voy a contestar:
¿ Si la maté?
¿Acaso lo duda?
Mire mis ojos turbios, mis dedos que tamborilean espacios , mi hueso sin sustancia. Sólo me queda intacta su memoria, la que ella injertó en mi ser.
Al principio intenté analizar sus huidas desde sus perspectivas.
Pero a medida que se infiltraba en mis venas , la sangre la pedía como si de una dosis se tratase dejando cada vez menos hueco para actos razonables. Entonces indagué sus desapariciones con el poco sentido común de uno que cree que al poseer un cuerpo lo tiene todo .
Le presenté mi falso concepto de fidelidad y no me contestó.
A la semana siguiente se presentó acompañada por otra mujer , bella mujer con piel del color de la nuez tostada y gestos de tormenta . Nos desvistió a ambos con aletargados ademanes de ritual , nos guardó en la cama como si fuéramos dos marionetas cuyos hilos solamente ella podía manejar y se sentó en una butaca , piernas entrecruzadas en expectación, mirada perdida entre volutas de humo.
Me pidió que se lo hiciese a aquella intrusa y lo hice …No cumplía sus deseos sino los míos, y encima lo llamé amor.
Pagó esa piel extraña todas mis frustraciones y malentendidos. Amainé mis tormentas sometiendo las suyas , me clavé en su cuerpo mientras mi alma suplicante buscaba amor en las pupilas entrecerradas de la muda testigo de mi voluntario engaño. Pero la testigo se limitó a contar mis jadeos desde su comprensiva compostura y una vez que el agotamiento me alcanzó simplemente me apartó , recluyéndome en la butaca y ocupando mi puesto. Su pelo rojo dejaba marcas de sangre en aquel abdomen oscuro, sus besos en esos labios prohibidos trazaban huellas de fuego en mi carne . Buscó mi rastro en aquel cuerpo , lo encontró y me lo trajo en la punta de los dedos para hacérmelo probar y estremecerme con violencia.
Al rato despidió a la mujer , la llevó hasta la puerta y cuando la puerta se cerró, se perdió también mi Cenicienta entre las oxidadas protestas de una noche que chirriaba. Me abatió el silencio sumiéndome en un mar de desesperación. No acababa de entender lo ocurrido y de no ser por los pliegues aún calientes y alborotados de las sabanas hubiese inclinado a creer que todo era producto de mi imaginación desbocada. No fue la última vez, pero sí la primera y créame, todavía no le he encontrado una explicación.
Pasé días sin saber de ella. Minutos inútilmente gastados en actos vulgares de pura manutención instintiva. Gestos a fondo perdido que yo hacía pero no me pertenecían. Una constante sensación de caminar comatoso. El vacío de mi cuerpo solo encontraba más espacios vacíos y mis labios susurraban su nombre al acostarme y lo rezaban al despertar. Paseaba por la casa como por un templo en cuyos altares quedaban una toalla usada y tirada en medio de la estantería de libros, un cigarrillo medio agotado en un cenicero lleno de rastros de otras consumiciones, una camisa mía que había envuelto su cuerpo al salir de la ducha, fantasmas que me atosigaban la mente y me llevaban al borde de la incomprensión.
La noche que la encontré en medio de la cama , moviendo con pereza una rodilla soberbiamente desnuda , mirándome de hito en hito como si me culpara de un involuntario retraso me abalancé sobre ella como si en dos meses la hubiese buscado dos siglos. Me dejó poseerla , se me entregó sin rechistar, entré en cada parte de su cuerpo y su cuerpo se dejó amasar amoldándose al mío. Me perdí en sus ojos deseando reflejos de recuerdos de mi ser, con el ansia de sentirme añorado, pero no encontré sino más preguntas. Entonces le hablé entre jadeos y perdidas de conciencia temporales de todo el dolor que sus fugas me provocaban, de la impotencia que sentía, de toda esa locura que me impedía hasta respirar cuando ella no estaba.
Me escuchó sin pestañear, inmóvil estatua de Diosa que recibe un alma de ofrenda y da a cambio ilusiones . Se levantó irguiendo su perfecta espalda, se deslizó por la habitación con gestos gatunos y se detuvo delante mía. En silencio me condujo las manos entre sus muslos , abriendo brechas abrasadoras a su paso, me dio permiso para disfrutarla y luego sin inmutarse me pidió que la golpeara para obtener la venganza que yo consideraba que justamente me pertenecía.
Recibió mi incredulidad pétrea con una amarga sonrisa, recogió su vestido blanco del suelo y se volvió a convertir en fantasma sin toque de queda.
Al día siguiente la encontré en la cama, como si nada hubiera pasado. No me dio tiempo a tocarla, el timbre de la entrada resonó con furia a través del pasillo. Delante de la puerta tres hombres con estaturas de Goliath , escondiendo sus rostros en sendos antifaces de cuero negro. Al lado mi Diosa , pidiéndome que confiara en ella.
Me dejé atar a la butaca . Ella ofrendó sus manos a las esposas y el cuello a una gruesa cadena plateada. La tumbaron en mi cama y la poseyeron por turnos, salvajemente, desgarrándole las caderas y retorciendo su nacarado cuerpo como si fuera una muñeca de plástico. Me miraba desafiante y yo no me atrevía a desfallecer por si aquello iba a ser su ultimo segundo de vida, porque eso parecía, una muerte anunciada.
La pegaron , primero con suave recelo, luego a mano abierta de macho dominante . Cerré los ojos y a su petición uno de los hombres me obligó a volver a enfocar la escena. Oí el crujir de sus labios al estrellarse desgarrados contra sus blancos dientes mientras el hilo de sangre que le teñía el pecho me descomponía por dentro. La embistieron los tres a la vez durante un rato que a mí se me antojó una eternidad , le rociaron el cuerpo triunfantes y me la dejaron hecha un ovillo dolorido, amasijo de moratones , sangre tibia y roturas musculares. Le soltaron al alba las muñecas , le entregaron la llave de mis esposas y ella les dio un fajo de billetes que les podía costear toda una tienda de antifaces.
No volví a mencionarle mi amor ni mi concepto de fidelidad. Abandoné las otras mujeres y me dediqué a ella.
Poco a poco su cara recuperó la perfección , el cuerpo desnudo cicatrizó los malos rasgos y sus huidas se tornaron cada vez más escasas. Tan sólo quedaba por recomponer mi mente y recuperar el latir de mi alma. Olvidarme de las mascaras que había llevado, cosa que finalmente, al abrigo confortable de la rutina ,pasó; el tiempo es traicionero y engaña vilmente. ¡Necio de mí!
Con la ciega confianza de que por fin la tenía exclusivamente volví a exigirle que me dijera en qué gastaba el tiempo que me robaba. La atosigué sin ocurrírseme en ningún momento abrir la puerta de la jaula. Tal vez porque en su absoluta y obstinada mudez no parecía un pájaro aprisionado ni mucho menos. Le recordé la noche del engaño y la noche del dolor. Le pedí explicaciones con ojos turbios y gestos poco razonables. Necesitaba su mente, ella me negaba el paso y en ningún momento vi su necesidad de protegerse.
Alojando en mi ancestral memoria solo desengaños vulgares, nutriendo mis celos y desbocando mi furia la hice mía de una forma brutal que nacía en mi prepotencia y acabó en una muerte no física y por ello mucho más dolorosa.
Yo lo sabía, tenía conciencia del desastre que estaba provocando en todo momento, pero no me detuve.
La tuve de mil formas, todas mías y además me sorprendí al no encontrarla en ninguna de ellas. Por mi mente pasaban escenas de mujeres que había poseído cada vez que mi rebeldía lo requería, cuerpos perfectos , creados para dar placer a cualquiera que no fuera yo, cuerpos por los que pasé como los trenes por sus paradas sin detenerme más de cinco minutos y sin dejar más que huellas impersonales en los raíles.
Sus ojos ni me acusaron, ni me odiaron, pero tampoco cabía en ellos perdón alguno. Se limitó a someterse a mi arrebato, se levantó titubeante como si hubiese extraviado su centro de gravedad y se marchó, tan solo llevándose mis reproches , un vaquero y unas alpargatas.
No volví a verla.
Meses después me llegó una carta de su medico, junto a una caja de cartón no más grande que la de un par de botas. La frase “por ser usted lo más parecido a un familiar” me hizo encoger como si me hubieran dado una paliza. .
Una cartilla de ahorro. Una barra de labios con la forma de su boca en la punta de blando color marfileño. Las alpargatas y el vaquero que vestía la noche que la ahuyenté. Una camiseta demasiado ancha que ponía en tela de juicio la existencia de Dios en un inglés perfectamente masterizado. Dos pañuelos que aún conservaban el olor de su cuello. El libro del Arte de amar .
Y páginas. Informes. Números. Luz tardía en la noche más espesa que la mente humana puede concebir. Años y años de tratamiento uterino , infértil y medio descompuesto a raíz de una violación que sufrió en su infancia. Interminables sesiones de psicología reconstructiva. Noches largas en la unidad de cuidados intensivos por ataques de pánico con tendencias suicidas. Una vida destrozada que intentó hallar a mi lado algo de paz y ahora yace en las entrañas de una tierra que a mí no me quiere tragar.
No me extraña. Mi nombre es de hombre pero mi conciencia es animal.
Se llamaba Tania, iris atinando el alma, besos ataninados, atrevido paso sin ataduras. Su pelo era del color del vino.
¿Si yo la maté? No de la forma que usted cree, ni tampoco según los preceptos legales de este mundo.
Pero no por ello soy menos culpable.

DILDA RAH


Señales que forman constelaciones.
Cuando cruzaste la puerta ya sabía quién eras. Venías a complicarme la vida, a mirarme con descaro desde el sillón, a sonreír hasta derretirme.
Pasaron los años de vaivenes y bailes macabros. Siempre tomábamos la penúltima, y acababa convirtiéndose en la segunda. A las ocho de la mañana terminábamos borrachos de amor, tambaleándonos por los portales de tu calle y mirando hacia arriba, hacia los rascacielos polvorientos. Nuestro corazón sudaba sangre de tanto querernos. De tanto imposible.
Pensamos que ya no existiría un mañana, que nuestra historia era un cuento para dormir y que situaciones como la nuestra no podían tener un final en el que cupiéramos los dos. Finalmente optaste por hacerme daño para que me marchase, y eso hice.
Los reflejos de luz en un túnel solitario del metro durante un día lluvioso: Esa era mi alma.
Los pedazos, como cristales rotos, se dispersaron en la inmensidad para después volver a juntarse, al menos en su mayoría, formando otra vida. No fue la historia que nunca terminamos, pero mi corazón tuvo un hogar y las comisuras de mi boca hicieron el amago de sonreír de cuando en cuando.
Nunca te olvidé, pero sí conseguí superarte.
Y si te superé, el hecho de que me sostengas la mano ahora, casi diez años más tarde, solo puede ser una broma del jodido universo.

SARA LÓPEZ


Soy paz en tu guerra, cordura en tu locura. Soy amor en tu ausencia.
Soy andén de tu tren, barrera de tu paso. Eres el tren que ya pasó.
Soy el faro que no ilumina el destino de tu barco.
Soy el agua que apartas con tus remos en cruz.
Soy el cartel de “pare” en la esquina de tu vida,
Eres semáforo en verde que ante nada se detiene.
Y yo aquí me paro, esperando que tu faro destelle por última vez.
Y yo aquí observo el cielo, oscuro y sin pecas,
Espero solo una estrella, aunque sea una seña, que fugaz me prometa
Que tu indiferencia sea la constelación que a mi vida oriente.
Y así poder ser ese camino sin transitar, lleno de baches…
Y así poder ser Paz sin tu guerra, Cordura sin tu locura. Amor en tu ausencia.

DAMI MADRINO


¿Señales divinas? ¿Señales malditas? ¿Señales virales? ¿Formales? ¿De tráfico?.
¿Dónde están las dichosas señales?
¿Dónde viven los sueños? Si es que continúan existiendo……
¿Dónde está el riesgo si ya sobrepasamos todos los límites?
La realidad es nuestra peor señal. ¿Un mundo ideal? ¿Dónde?
¡Ni en tus mejores sueños, monada!

NURIA BERGUEN


Rojas, verdes, amarillas, señales de la vida, que perturban nuestro ser, y nos guían en la vida. Nos basamos en 3 colores, en este mundo de dolores, olores, perfumes, y flores.
Creemos en tal o cual cosa. Cada uno sabe lo que le toca. Somos férreos en nuestros colores, activos en nuestras creencias, en nuestras tradiciones, y en nuestros recuerdos. No nos damos cuenta, o sí, de que el mundo nos manda señales, y verdaderas, de que lo estamos destruyendo sin tregua.
De que no hay futuro para nuestros pequeños, que son quienes nos sucederán. Porque la naturaleza, que es sabia, nos manda advertencias continuamente, no sabemos descifrar. Y aunque supiéramos ¡que más nos da!
Todo es un bucle, ciego, sin final. Nos hincamos el diente mutuamente. Como más daño hacemos, mejor. Como más fuerte soy, mejor. Siempre queremos vencer. Siempre queremos más.
Pero vencer no significa entender. Ni tampoco significa vivir y querer.

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH


Bajo la noche moribunda
Te busqué y fueron estériles
Mis esfuerzos con ansia furibunda
Quise encontrar una luz en tu lejanía
Que me llevara a tu Puerto
Y encallè en tu corazón que no latía
Fuí luz en tu sombra y no supiste
Ver, cegada por tu indiferencia.
Nó me des un sí, tu nunca me quisiste.
Grité tanto que huérfano dejè
El mundo de ruido,
Ni tu mirada hacia mí logré.
Ni aun quemando el Edén
De Eva y Adán, conseguiria
Aún nada tuyo, por tu cruel desdén.
En el sepulcro de mi olvido,
Decansa en paz, si es que acaso,
En paz alguna vez, has vivido.

LARGA NOCHE


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