Vivir sin internet

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «vivir sin internet». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 4 de abril!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Es difícil escribir cuando internet te ha cambiado el formato del escritor y te ha quitado la opción de poner signos de interrogación y de exclamación. También me ha quitado el privilegio de poder poner comillas en el título, internet me tiene muy cabreado, tampoco puedo poner paréntesis.

Con lo bien que se vivía sin internet, ya lo tengo, lo volveré a hacer, volveré a vivir sin internet, escribiré en papel y guardaré mis escritos para mí.

MARI CRUZ ESTEVAN

La distancia que existe del lugar de mi nacer en donde se habían quedado mis padres y mi hermano pequeño, distaba de mi trabajo encontrado en aquella ciudad que mira al mar con movimiento de fortuna ,lo cual era mi meta…

La lejanía en kilómetros que nos separaba solo a través del correo podíamos saber .

La linia telefónica en la España que nombró no había llegado aún a mi querido pueblo por lo tanto era la escritura metida en aquel sobre la que llevaba noticias a mis progenitores de mis avances o derrotas.

Si aquellos aventares de antaño se diese en estos días del mágico internet, con una simple video llamada podía tener a mi familia distante pero presente…

DAVID MERLÁN

El Silencio de las Ondas

El viejo despertador de mesilla con sus campanitas en forma de seta, sonó alto y claro. No la vibración de un teléfono. Lucia estiró la mano y lo apagó. Abrió los ojos y miró hacia él con nostalgia.Ya ni recordaba cuantas veces lo había oído sonar en manos de sus abuelos durante tantas y tantas visitas al pueblo durante su infancia.

<<¡Vamos Lucia. Arriba. Un día más!> pensó mientras se levantaba dándose ánimos.

La terapia a la que voluntariamente se habian sometido después de «cortocircuitar» por tanto uso de internet, y que la había dejado al borde del abismo, justo antes de colapsar definitivamente, habían conseguido convencerla para que se desenganchara de esa droga virtual yéndose al pueblo. Cómo se suele decir ahora, «lo de desconectar de toda la vida».

En ese preciso instante y mientras se incorporaba en la cama, el sonido de las campanas de la iglesia entró en la habitación. Se estiró y miró hacia la ventana, donde los primeros rayos del sol se colaban entre las cortinas. No había notificaciones que revisar, ni correos electrónicos urgentes que responder. Solo el silencio de un mundo desconectado.

Ya en la cocina, vestida de calle, calentó un cazo metálico con leche en la «bilbaína» de leña, a la antigua usanza, y se preparó un café desde el principio, nada de cápsulas prefabricadas «compatibles» con la ultima cafetera de moda.

Cogió el molinillo color butano de la alacena, le sacó la tapa de plástico transparente que una vez estuvo entera y no rayada, y echó en su interior un buen puñado de café en grano. Vestirse para salir desprisa y no desayunar todavía en pijama, era lo único que aún no había sabido controlar.

Mientras, la leche comenzó a hervir y la retiró del fuego. A continuación, la sustituyó por la cafetera. Un buen café necesita su tiempo y nada de prisas de microondas.

Con unos minutos de margen, cortó dos buenas rebanadas de pan recién horneado y untó la mantequilla y la mermelada caseras de Antonia, la vecina de sus abuelos que aún vivía y que entretenía sus días, surtiendo de productos caseros a sus amigos del pueblo.

Con la vista perdida en la ventana, y mientras esperaba a qué «saliera» el café, cerró los ojos y escuchó. Los pájaros piaban en las ramas cercanas de los árboles que silbando por el paso del viento, le provocaban una maravillosa sensación de paz y tranquilidad.

El chiporroteo de la cafetera la hizo despertar de su ensoñación, retiro el café del fuego y con todo listo, se sentó en la vieja silla que chirrió con su poco peso.

Meditó, y entre mordiscos y sorbos de café, echó cuentas. Llevaba una semana en aquella casa, sin internet y sin preocupaciones. Los dos primeros días, sin poder comprobar el correo corporativo ni sus redes sociales, le habían provocado algún que otro ataque de ansiedad, pero, tal cual fuera una droga, el «mono» fue pasando. Ahora, siete días después, era más llevadero.

En esos días, una cosa llamó poderosamente su atención. La ausencia de internet no significaba aislamiento, sino todo lo contrario. Los vecinos del pueblo, estaban conectados de una manera más profunda y natural, tejidos en una red de relaciones humanas que no necesitaba de cables ni señales para sobrevivir.

Al terminar, recogió la mesa, fregó y se dispuso a salir a dar su paseo rutinario por los alrededores.

Al salir de casa, Lucía fue recibida por las sonrisas de sus vecinos. Conversaciones reales, no chats o comentarios en una pantalla. Aquí, la gente se conocía de verdad, sus historias, sus alegrías y sus penas. Juntos, compartían el trabajo del campo, las comidas comunitarias y las fiestas que celebraban cada pequeña victoria.

Al principio, con cada cosa nueva desconocida para ella que observaba, instintivamente echaba la mano al bolsillo en busca de su teléfono, pero no estaba. Ahora, cuando quería saber las respuestas, preguntaba a alguien, como se ha hecho toda la vida. Ahora las respuestas a sus preguntas no venían de un buscador, sino del conocimiento compartido por generaciones. La sabiduría estaba en las manos y en las memorias arrugadas de los ancianos de aquel lugar y no en una pantalla.

Después del paseo, llegaban las comidas, y teniendo en cuenta que era verano, era rara la ocasión que no hubiera alguna celebración en el pueblo, lo que precipitaba casi de forma natural que la gente se juntada alrededor de una mesa. Hoy la del señor Américo, otra vez la del señor Carnero, otra en tonor a la mesa bajo la parra de Antonio y Consuelo, y todas ellas, con sus correspondientes sobremesas infinitas en las que Lucía se limitaba mayormente a escuchar y sonreír. En definitiva, se limitaba a aprender a disfrutar.

Con la llegada de la noche caía, y con ella, un manto de estrellas que cubría el cielo. Sin la contaminación lumínica de la ciudad, cada estrella brillaba con fuerza, contando su propia historia. Lucía se preguntaba si alguna vez volvería a necesitar internet, si alguna vez extrañaría ese mundo de conexiones instantáneas y esa primera duda le hizo recapacitar. ¿Estaría empezando a curarse? Era pronto todavia. Pero por ahora, vivía cada día con plenitud, saboreando la simplicidad de una vida sin internet.

—Hija, ¿Quieres más Larpeira?—le preguntó la señora Carmen.

—¿Qué es la Larpeira?—contestó interesada Lucia sin echar la mano inconsciente al bolsillo de su pantalón.

FIN

TALI ROSU

Día uno

—¿Qué es esto, papi?

—No lo toques, hijo, es solo un experimento del grupo de amigos de papá.

—¿De los Caras Tapadas?

—Sí, cariño, de los Caras Tapadas —ríe Jorge con cariño.

—Papi, cuatro cuatro cuatro te dice algo en el chat.

—No te preocupes, hijo, no lo toques, por favor, ahora me ocupo del compañero.

Jorgito observa la pantalla del ordenador y unas letras rojas llaman enormemente su atención. Sin más demora, decide experimentar con papi justo en el momento en el que Jorge termina de ultimar los últimos detalles en el ordenador central.

La pequeña mano de Jorgito mueve el ratón y con dificultad lo lleva hasta las letras rojas. Hace clic.

La imprudencia de Jorgito hace que un gran destello ilumine el cielo y las estrellas dejen de percibirse por unos segundos. Jorge se lleva las manos a la cabeza y un alarido sale de su boca:

—¡Todavía no nos habíamos despedido!

Jorge comprueba todos los dispositivos electrónicos de la casa y sonríe ampliamente inflando el pecho de gozo.

—¡Por fin el mundo es libre! —Jorge abraza a Jorgito en una efusiva muestra de felicidad, lo levanta por el aire y llora de alegría—. Por fin, hijo, por fin.

Día tres

Jorge va al quiosco y se emociona al ver que ya han llegado los periódicos. Han tardado un par de días en ponerse las pilas, pero parece que todo empieza a marchar como estaba previsto. Compra un ejemplar, huele el papel y disfruta del tacto entre sus manos.

—¿Qué pone, papi?

—Recibieron el mensaje, cariño, y estamos en primera plana con la foto que les mandamos. ¿Ves?

—Los Caras Tapadas —grita Jorgito emocionado.

—Mira, hijo, ¿ves a estos que están aquí atados?

—Sí, ¿son los malos?

—Sí, cariño, son los malos, este es el que vive ahora con nosotros.

El periódico mostraba una única noticia que se desarrollaba bajo el titular: «Crisis internacional, el mundo entero se queda sin internet».

«Grupo terrorista amenaza con amputar poco a poco a los quince presidentes que tienen secuestrados en caso de que se restablezca el servicio de internet que ha sido destruido de forma deliberada…», el tendero del quiosco no da crédito a lo que lee y su cara refleja el terror de la humanidad.

Continuará…

RAQUEL LÓPEZ

Internet, divino tesoro…

desde mi computadora,

yo la amo con decoro

conectado a todas horas.

Si la red llega a caerse

me hundiría en el lodo,

con que voy a entretenerme

si internet, me dejó solo.

Soy feliz estando en línea

la fiel banda me acompaña,

esto es una maravilla

y la web, nunca me falla.

Buceando cada día

con mi compu conectada,

no podría vivir sin ella

creo que estoy, enamorada.

Ahora horror el apagón

date prisa y dame un like

no seas tan remolón,

que vivir sin internet…

romperá mi corazón….

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

En episodios anteriores:

El marqués de Jarandilla ha muerto en el transcurso de una cacería de patos en la Ínsula del Duque. El sargento Azagra y su ayudante Quintanilla se ocupan de la investigación.

Conocimos a Jimena, la marquesa consorte, que fue miss Calahorra, 1998 y mantiene un romance con su secretario personal.

#10_morenitos

DIEZ MORENITOS IV

A media mañana El Relicario pasa por un valle productivo. Las chicas, que tras dejar a los críos en el colegio se han relajado con sus tertulias de cruasán y café con leche, ahora andan cada una a lo suyo, ajustándose los michelines con la faja de diario; los currelas del entorno, remolones, ya están en sus respectivas rutinas y solo queda operativo algún jubilado leyendo la prensa.

Un óleo de Sara Montiel tamaño kin gsize es el litúrgico icono con el que uno se da de morros al entrar en el bar. A derecha e izquierda de la diosa manchega, sendas hornacinas proporcionan cobijo a una celestial Virgen del Rocío y un votivo San Sebastián clavado de flechas, y la mística LGTB se hace fuerte en las paredes, salpicándolas con fotografías de Mónica Naranjo, Almodóvar, Boris Izaguirre, Judy Garland, Marlene Dietrich, Rock Hudson y un abigarrado elenco de beatos mártires, vinculados a ese «mundo raro» que canta el bolero. No queda, pues, lugar para la duda en cuanto a la orientación sexual del negocio.

El garito tiene algo de bipolar, porque durante buena parte del día es ordinario, aburrido y hasta un poco tristón, pero llega un momento en que algo se rompe y comienza a prepararse para el orgasmo colectivo nocturno. Ocurre muy entrada la tarde, cuando cierran las tiendas, la tribu se afloja la cinturilla del pantalón y busca la complicidad de un buen sitio, para empezar la noche con el pie que mejor calce las exigencias de la entrepierna. Entonces, El Relicario se sacude la modorra.

Pero todavía falta un rato largo para el vermú y ahora solo hay en el local un camarero tras la barra, el jubilado que lee el periódico, supervisando las necrológicas, y un tipo oscuro con pintas de funcionario.

Parece nervioso: no para de mover las piernas de manera compulsiva; centrifuga su café con la cucharilla y no aparta la vista de la puerta, como si estuviera esperando la llegada de alguien. Tiene calor, le molesta la americana y se afloja el nudo de la corbata, roja, de seda, a juego con el azul marino del traje. Comprueba la hora cada poco tiempo —el reloj es de los caros—, y entretiene su ansiedad jugando con la gruesa alianza que luce en su mano izquierda. Le brilla la calva. Toma un sorbo de café y un resto de crema, le afea el mostacho durante un segundo, el tiempo que tarda en repasarse los labios con la lengua. Encima de la mesa hay un sobre de color marrón, tamaño folio, que el individuo toca de vez en cuando, para asegurarse de que sigue ahí.

Se abre la puerta del bar. Los bufidos de un autobús —la línea 52 para en la misma puerta—, se imponen sobre la molesta algarabía del tráfico ciudadano que precede a la entrada de Hilario Suances, secretario personal de la marquesa de Jarandilla. El tipo oscuro que tiene pinta de funcionario le hace gestos con la mano llamando su atención.

—Buenos días. Bonifacio —Suances se acerca a la mesa, saluda y se sienta.

El tipo oscuro— que se apellida Escrivá y no solo tiene pinta funcionario, sino que lo es y de alto nivel—, sin responder a la cortesía, empuja el sobre hacia Hilario, que lo atrapa poniendo la mano encima.

»¿Ya ha llegado la información a la ínsula? —el camarero sale de la nada y se coloca frente a ellos—. Un cortado corto con sacarina, por favor —es la respuesta a la pregunta silenciosa, que esconde su mirada.

—Seguramente sí; mi topo tenía que boicotear la señal de Internet, aunque tengo la impresión de que no lo ha hecho. Su móvil está apagado o fuera de cobertura y no puedo contactar con él, así que me queda la duda.

La llegada del cortado impone un silencio molesto, que se prolonga mientras Hilario diluye la sacarina en el café y se acaricia la barba, pensativo.

—¿Para qué les has jodido la conexión a Internet? Siguen enganchados al mundo a través de los móviles, no le veo mucho sentido.

El otro se remueve, incómodo, en la silla, su lenguaje corporal indica que le molesta la pregunta.

—Yo qué sé, Hilario, quizás fue una tontería, lo admito, pero intentaba ganar espacio, es vital que vayamos siempre un paso por delante para tener tiempo de implementar un plan «B», si fuera necesario. Para ti tal vez sea más llevadero; tu posición es diferente a la mía, te mueven otros intereses, pero yo estoy de los nervios, y sin tener noticias de nuestro informador andamos a ciegas. Qué quieres, no me llega la camisa al cuerpo, ¡joder!

Hilario guarda silencio. Parece absorto en la contemplación de su café. Se lleva la taza a los labios y da un pequeño sorbo.

—Ciertamente no es tranquilizador. La verdad es que todo ha salido mejor de lo esperado —al secretario de la marquesa también le queda un rastro de crema en el bigote, pero a diferencia del tipo oscuro que es funcionario y se apellida Escrivá, no usa la lengua para limpiárselo y utiliza una servilleta de papel—, pero hasta que no pasa el último cura no termina la procesión, Bonifacio. Mantengamos alta la guardia, si hoy no consigues hablar con tu hombre en la isla, habrá que buscar la manera de llevar allí alguien de confianza.

La idea no parece entusiasmar a Escrivá, que cabecea negando tozudo; ajusta de nuevo el nudo de su corbata, deja las gafas encima de la mesa y se masajea los ojos con las palmas de las manos para aliviarlos de la tensión.

—Mira, Hilario, estoy metido hasta el cuello en este asunto, corriendo un riesgo que no sé si merece la pena. Lo menos malo que puede pasarme, de salir a la luz, es que se termine mi carrera política. El muerto no entraba en mi ecuación, pero ahí está, poniendo las cosas difíciles. No quiero ensuciarme más, ya estoy de barro hasta las orejas y poner otro infiltrado en la isla sería demasiado riesgo, casi imposible, a día de hoy.

—Te comprendo y tienes razón, pero no podemos dejar que esto se nos vaya de las manos —señala, Hilario, el sobre que sigue encima de la mesa—. ¿Lo has leído?

—No, eso quema y en asuntos así, saber mucho no es lo más inteligente. Solo sé que confirma el envenenamiento; del resto te ocupas tú.

Los dos hombres se sumergen en un silencio reflexivo. Un ruidoso grupito de seis o siete adolescentes entró en el bar dando voces y haciendo bromas; debían ser alumnos de algún colegio cercano en su hora de recreo. El jubilado, que una vez finalizada la cosecha de esquelas se entretenía desbrozando el crucigrama, les lanzó una mirada criminal por encima de las gafas, un malabarismo visual que no le resultó complicado porque las llevaba cabalgando sobre la punta de la nariz.

—Me preocupa saber qué grupo está al mando de la investigación —rompió Hilario el silencio—; pese a las precauciones que hemos tomado, si son lo suficientemente listos podrían causar problemas.

—Algo sé, no mucho, porque pertenecen a personal destinado en la cabeza de comarca —Bonifacio se pellizca, nervioso, el mentón mientras responde—. El comisario se llama Montesinos, pero quien lleva la investigación sobre el terreno es un tal Inocencio Azagra: resabiado, con muchos años de servicio a la espalda y ninguna gana de complicarse la vida, un caimán, como se dice en el argot policial, que hace todo lo posible por llegar de una pieza a la jubilación. De ayudante lleva a un guardia joven, Quintanilla, con poca experiencia. Por esa parte no sopla mal el viento.

La cuadrilla de chavales tiene que volver a clase y se marchan envueltos en la misma bulla que traían al entrar. Hilario sonríe al ver cómo el jubilado les dedica una resentida peineta.

—Fíate de la Virgen y te darán por el culo los santos, Bonifacio. Trata de contactar con tu hombre en la isla; si no lo consigues hay que poner allí alguien de confianza inmediatamente, cueste lo que cueste. No tenemos otra opción; en caso de que ese policía encuentre un hilo del que tirar, lo hará, por muy caimán que sea, y no estamos seguros de que no dé con algún rastro de miguitas de pan que nos comprometa —apura el café, se levanta de la mesa y coge el sobre.

Escrivá lo imita. Su gesto sombrío refleja una honda preocupación. Saca el móvil De un bolsillo interior de la americana; marca un número y queda a la escucha. Tras unos segundos, niega con la cabeza y vuelve a guardarlo.

—Desconectado o fuera de cobertura —confirma—. Vale, Hilario, tienes razón, veré cómo me las apaño, pero no va a ser fácil. Me estoy jugando demasiado y lo sabes. Las reglas del juego han cambiado. La prima de riesgo es muy alta. Di a la marquesa que tal vez debamos reconsiderar las condiciones económicas de la operación.

Los dos hombres se mantienen la mirada sin hablar. Los ojos de Bonifacio son duros, fríos, opacos, de jugador de póquer; los de Hilario tienen un extraño brillo difícil de interpretar.

—Quieres exprimir la vaca, ya veo. Eso no es de caballeros, Escrivá, y a Jimena no le va a gustar. Ten cuidado con ella, compañero, si la enfadas lo suficiente es posible que tu carrera política no sea lo único que esté en peligro.

Una mueca, que quiere parecer sonrisa, tuerce los labios del funcionario, inspira profundamente y suelta el aire, con fuerza, por la nariz.

—Tú háblalo con ella y me dices; pero tened en cuenta que no soy tan imbécil como creéis, he tomado mis medidas, si caigo o me ocurre una desgracia, todo saldrá a la luz. Me os llevo por delante, amigo. En fin, tranquilo, no te preocupes, de alguna manera tendrás un espía en la isla, yo me ocupo. Paga tú esto, que no llevo suelto —se despide con una palmada en el hombro de Suances y va hacia la salida.

El secretario de la marquesa de Jarandilla deja un billete de cinco euros en la mesa y se gira hacia la puerta, justo a tiempo de verla cerrarse tras la espalda de Bonifacio Escrivá. Lentamente, sin prisa, con parsimonia, sigue sus pasos, mientras retumban en su cabeza como un mantra, las palabras que ella le susurró al oído, una tarde inolvidable, en las caballerizas de la finca, un segundo antes de aquel primer beso que selló su destino: «¿Serías capaz de matar por mí?».

PEDRO PARRINA

SIN VIVIR CON INTERNÉ

-Abuela, ¿cómo anda usted hoy?

-Andar no ando mucho jomío, si no me pueo ni mové con estos dolores que tengo aquí agarraos a la centura que no se me van ni pa la de tres y no me dejan viví, ¿m’as traío las medecinas que te peí el otro día?

-Ahora después me paso por la farmacia y se las traigo?

-¿Has recuperao algo de lo que te robaron la otra vez?

-Que va abuela.

-Pero, ¿pusiste la denuncia en el cuartelillo?

-Sí, la puse el mismo día, estoy a la espera de respuesta.

-Ay que ve cómo está el mundo jomío, yo no sé aonde vamos a llegá como esto no cambie.

-¿Sabe usted que el directo que hicimos la semana pasada en redes ha tenido más de quince mil visualizaciones?

-Y eso ¿pa qué sirve, tú a esa gente la conoces de algo?

-A algunos sí, su vecina la Juana le dio a me gusta, y muchos dijeron que era mu gracioso como usted habla. Ahora vamos a hacer otro directo.

-Pero si estoy sin arreglá.

-Ahora la lavo y la peino un poco y se pone usted los pendientes de oro que le regaló el abuelo, esos que le gustan tanto y nunca se pone.

-Esos pendientes los tengo yo guardaos como oro en paño, con el trabajito que le costaron al tu abuelo Jesús comprámelos, “que Dios lo tenga en su gloria”, que estuvo jaorrando durante tres años y yo pensando que se lo gastaba en otras cosas, !madre mía lo que yo llegué a pensá de dónde se lo gastaba el probe mío, qué muerte tan mala tuvo en aquella residencia y qué solo se vio en sus últimas horas sin ser atendío por naide, que no me lo trasladaron a un hospital y murió asfixiao por el puñetero virus ese del covi, que no me dejaron ni velo ni velarlo! Menos mal fue que ya no reconocía a naide con el alceimer ese y espero que no se enterara de na. Yo lo recuerdo to los días.

-Bueno abuela, olvide usted esas cosas, que eso ya pasó, ahora vamos a conectar con internet. Yo diré: aquí estamos con la abuela Enriqueta en logrosán, que nos va a contar cuando trabajaba en las minas de estaño y cómo conoció al que fue su novio y marido, el señor Jesús.

-Y, ¿por qué no vas primero a la botica y me traes las medecinas, que llevo una semana esperando, a ver si se me quitan estos dolores?

-Ahora después voy abuela, no se preocupe usted.

-Y qué tengo que decí?

-Usted cuente anécdotas graciosas, como lo de los pendientes…, las cosas que le decía el abuelo hasta que después de ocho años consiguió darle el primer beso, cosas así.

-Asina que antonces, ¿no les cuento lo de la muerte del tu agüelo pa que s’enteren de lo que pasó?

-No, eso no abuela, otro día lo cuenta usted.

-Y tú, ¿qué sacas con to esto de interné?

-Yo no saco nada abuela, solo darla a conocer a usted.

-A ver jomío, “las cosas claras y el chocolate espeso”, ¿a esa gente que ni tú ni yo conocemos de na les vamos a informá de que tu agüela tiene 89 años, de que está imoposibilitá de las piernas, de que tiene alajas en la casa y de que tu estás a doscientos kilómetros de la tuya?, ¿pa qué?, ¿pa que vengan y me atraquen?, o ¿pa qué vayan a la tu casa y te roben otra vez?, mira Izan, jomío, tonterías las mínimas, ándate a jacerme los recaos y atiende a la tu agüela y tus pairis, andispués te vas a resguardá la tu casa y deja de contá a esa gente cosas que ni les van ni les vienen y que a nusotros no nos conviene. Cuéntales a esa gente lo que pasó al tu ágüelo y a otros tantos miles de mayoris que murieron solos en las residencias pa qué no güelva a ocurrí otra vez, y déjate de monsergas. Levanta la cabeza de ese sin vivir que os traéis los jóvenes con los móviles y con interné, que paece que estáis tos modorros y que escondéis la mirada, como los avestruces, de la realidad pa ver si pasan sin jacer na. Cuéntale al mundo lo que decía el tu agüelo: “mirada al frente, pasos cortos y un poco de mala leche”, cuéntales lo que está pasando en Gaza, cuéntales lo que está pasando en Ucrania, que yo ya no estoy pa jacer de reí a naide ni pa qué naide se ría de mí, de la mi manera de hablá, que pue que sea graciosa pero que lo prencipal es que está llena de saberes y valoris, de formas de vivir, de sentir, de enseñanzas, de esfuerzos y de humanidad.

BENEDICTO PALACIOS

Instalada en el árbol del pensar, se enredaba en el pelo enlazando y desenlazándolo con la mirada en una de las ramas de la que colgaba un móvil. Deseaba concentrarse en pensamientos existenciales: «La vida ¿qué es la vida, qué me espera? etcétera» y la llegada de un mensaje o de un wasap la interrumpía. Llevaba tiempo considerando si debía prescindir de la internet y era también uno de los motivos por los que, hechos los deberes familiares, se subía al árbol del pensar. Tenía amigos que le ponían al día del último mentidero y los que le informaban de la moda, de la educación y hasta de quién ganaría la copa del Rey. ¿Tenía algún interés por conocer todo este andamiaje construido para entretener o entontecer a la gente? Pero no era capaz de desentenderse. También le llegaban noticias interesantes y curiosas.

Con tanto enredarse en el pelo, excelente manera de abstraerse, casi rueda del árbol cuando sonó el timbre del móvil. Era Matías que le invitaba a tomar algo en el bar y para convencerla le contó los últimos chascarrillos. Le respondió que ya vería y cortó la conversación.

Tenía duende y utilidad el aparato, pues de sonar el teléfono de mesa hubiera tenido que bajar a toda prisa del árbol. No podía convertirse además en una negacionista, quedaban en su memoria las confesiones de compañeros declarando lo que sentían por ella. «Celia, te quiero de verdad.» «Celia, pídeme lo que quieras, hasta la luna y dime cómo traértela en la mano.» Rio con estas declaraciones, pero no olvidaba la que Bernardo le dijo al oído con quince años. Aquella sí que fue una declaración de amor. ¿En que notó la diferencia, en la edad, en el lugar, cogiéndola una mano, en las palabras? En el aliento. Sintió el aliento en la oreja y era cálido, le hizo cosquillitas. Matías, Roberto y alguno otro ignoraron este pequeño detalle.

Decidió entonces, apoyada la barbilla en una mano, prescindir de cualquier noticia que le llegara a través de la internet porque sentir a una persona se hacía de dos maneras: mirándola a los ojos o sintiendo su aliento en el oído, lo que era imposible en la pantalla plana del móvil.

¿Imposible? Vete a saber si un día cualquiera no nos llegará a través de la pantalla esa manera tan auténtica de decir te quiero.

—¡Bah! No hay problema porque para entonces seré vieja.

MARÍA OGRAL

Éramos libres.

Éramos felices.

Éramos auténticos.

Éramos niños.

Éramos amigos.

Éramos sinceros.

Éramos reflexivos.

Éramos.

Ahora…

Somos esclavos de una red.

Dependientes de un like.

Falsos mediante efectos.

Condenados y lejos quedan los juegos de calle,corro y parque de los niños.

Teníamos diez amigos, pero de verdad. No quinientos cotillas que se enteran de tu vida por tus publicaciones y solo te felicitan si la app se lo recuerda.

Las cosas buenas o malas se decían de frente, a la cara, no mediante mensajes o emoticonos impersonales donde cada uno mira hacia abajo,donde está su pantalla.

Si algo te interesaba o preocupaba, leías,contrastabas, buscabas en diferentes medios la información… No pulsabas un botón y leías la primera noticia manipulada y mostrada según el algoritmo que vigila tus pasos, gustos y últimas compras bombardeándote con anuncios recurrentes.

Sí… Entonces sí que lo teníamos todo y no lo sabíamos.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Un hombre de mediana edad, apoyado en un árbol, tecleaba compulsivamente en su móvil. Su expresión se iba crispando por momentos. Cada vez que hacía una pausa esperando contestación, su rostro enrojecía. Y sudaba. Y murmuraba palabras malsonantes. Y elevaba el tono de su voz. Pero nadie le miraba.

―Orlando, ese tipejo me da muy mala vibra.

―Sí, Carol, hasta el sauce está sufriendo.

Muy cerca, a escasos metros, otro hombre, este más joven, leía algo con mucha atención en su teléfono. Una chica muy guapa y sonriente se le acercó y le dio dos besos en las mejillas. El tipo no se inmutó, ni siquiera alzó la vista de la pantalla. A su cita se le borró la alegría. Se quedó a su lado sintiéndose ridícula.

― ¿Te lo puedes creer? Como si no la viera.

―Qué lástima, por favor, con lo maja que parece. Y monísima. Menudo chasco se ha llevado la pobre.

En una mesita al sol, un matrimonio mayor esperaba que les sirvieran un café. Él veía un partido de fútbol y ella vídeos de gatos en sus móviles de última generación. Cuando el camarero les llevó los cafés, ni se enteraron. Se enfriaron mientras sus destinatarios seguían absortos con sus asuntos. Durante el largo rato que Orlando y Carol estuvieron observándoles, no cruzaron una sola palabra.

―No doy crédito, Carol, hasta los viejos están enganchados.

―No sé dónde vamos a ir a parar, es tristísimo.

Un adolescente, haciendo equilibrios imposibles sobre su patinete eléctrico, vestido a la americana, con la visera de la gorra hacia atrás, una sudadera en la que cabrían tres como el, una falda pantalón bombacho vaporosa y unas zapatillas de colorines, lanzaba al viento expresiones de satisfacción a pleno pulmón. No le preocupaba que todo el mundo le oyera. Cada vez que avanzaba en su vídeojuego, demostraba su felicidad sin tapujos.

―Ese chaval me da pena, Orlando, si tiene amigos, estarán haciendo lo mismo que él.

―Ya no hay comunicación entre los seres humanos, Carol, no es como antes, que la gente hablaba, los niños jugaban con otros niños y los adolescentes intentaban ligar con todo lo que se movía.

―Y a nosotros nos miraban.

―Quita quita, que ni me acuerdo.

―No te des esos zurriagazos en el pecho, que cualquier día te lo hundes, bruto.

―Es que me ponen de los nervios.

― ¿Sabes lo que te digo, Orlandín de mis entretelas?

―Dime, Carolina de mis desvelos.

―Que tenemos que huir de aquí y volver a casa.

― ¿A Borneo?

―Con nuestros seres queridos.

― ¿Tienes un plan?

―Va a ser que todavía no.

―Pues, mientras te lo piensas, ráscame la espalda, que debo tener piojos.

―Ainssss, los zoológicos ya no son lo que eran.

―Nos ha fastidiao, los cuidadores están todo el santo día con el móvil y no nos echan cuenta.

―Buahhhh, ¿qué se puede esperar de un humano con uniforme?

―Qué dura es la vida de un gorila de lomo plateado.

―Tú eres mu tonto, somos orangutanes.

―Internet me confunde.

―Pero, qué gilipollas…

― ¡¡¡Juaaaaaaaaaaaaaaás!!!

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

INTERRUPTUS

A esas alturas, nadie contaba con el apagón. Aquellas cosas ya eran un reducto del pasado, pero lo cierto es que había ocurrido, en el momento más inesperado. Una tormenta solar, dijeron.

El abrupto y repentino corte en el fluido eléctrico y en la conexión a Internet acababa de dar al traste con su gran sueño, abortando por completo el proceso justo cuando la barra de progreso se encontraba al cincuenta por ciento. El mazo de fibras ópticas había dejado de iluminarse, y el habitual trasiego de datos había caído en la más absoluta sequía digital. A oscuras y con los brazos tocando el aire, Dolores salió de la cabina de transformación como pudo, confusa y algo mareada.

A duras penas consiguió alcanzar una habitación aún iluminada por la luz del sol. El fascinante tono verdoso de las auroras boreales lo envolvía todo. Por suerte, encontró un espejo. Dolores se miró horrorizada. Tras observar sus piernas, comprobó que correspondían a las de la joven en la que le prometieron que se convertiría. Pero eso fue todo, solo había dado tiempo a las piernas. De cintura para arriba seguía siendo la misma señora mayor, rechoncha y arrugada, de siempre. Gran parte de la información se había quedado permanentemente atrapada en la nube, una nube sin ganas de lluvia, o en algún satélite de esos que orbitan ya sin ganas, ahora probablemente achicharrado por la ira solar. Volvió a mirarse por segunda vez. No lo podía creer. El engendro en el que se había convertido su cuerpo era la perfecta definición gráfica de una viejoven, ser mitológico del siglo veintiuno que ya se consideraba extinto.

Pronto asumió que tendría que acostumbrarse a vivir sin Internet, y con ese cuerpo mixto. La reclamación fue inútil. La letra pequeña del contrato, esa que nunca leemos, decía claramente que la empresa no cubría esos ligeros imprevistos, por otro lado, altamente improbables. Además, había que enviarla a través de su página web.

SANTIAGO V IBÁÑEZ

El día que cambio todo fue un día normal, el sol salió por el este y se puso por el oeste, la tierra giró sobre si misma, y alrededor del sol. Pero ese día la vida del ser humano sobre este planeta cambió… Bueno, si hubo un acontecimiento extraordinario, fue el bonito espectáculo de observar preciosas auroras boreales en las zonas tropicales del planeta. La gente maravillada de tan sublime belleza que les brindaba la naturaleza tomaban fotografías, realizaban videos y comentaban en sus redes sociales.

¡Y se produjo el gran apagón! Al principio los seres humanos pensaron que era algo pasajero, como había ocurrido en otras ocasiones, pero al transcurrir los días la desesperación se apoderó de ellos, caos, ansiedad, muerte, revueltas callejeras, ciudades a oscuras, y lo peor de todo, estar desconectados del gran hermano virtual que los unía a todos, al sentirse huérfanos de tener que vivir sin Internet.

Las jóvenes generaciones del planeta fueron las más perjudicadas, el mono a los «likes» llevó a muchos de estos a terminar con todo, ya que sus vidas estaban vacías y sin sentido, otros acabaron perdiendo la razón acurrucados en oscuros rincones de casas vacías, sosteniendo entre sus manos el teléfono móvil, y acariciando suavemente sus negras pantallas de 6,5 pulgadas, susurrandoles como si de un amante se tratará, rogándoles que volvieran a la vida.

Pasados los años, los seres humanos que consiguieron sobrevivir al gran apagón, tomaron conciencia de su nueva situación, aprendieron a vivir en contacto con la naturaleza, a sentir los rayos de sol en sus rostros, a sentir la lluvia mojando sus cuerpos, aprendieron a ser hermanos.

Los hijos de estos, nacieron en un mundo menos artificial, aprendieron a vivir sin Internet.

FIN.

EFRAÍN DÍAZ

Esta es una historia de la vida real. Fue lo que viví cuando nos azotó el Huracán María.

Días antes de aquél fatídico 20 de septiembre de 2017, sabíamos lo que se nos venía encima. Estando en el medio de la ruta de los huracanes, era uso y costumbre recibirlos anualmente.

Como todo buen puertorriqueño, vaciamos los supermercados. Nos apertrechamos con suficientes conservas de lata, agua, ron y whisky para dos semanas. Estimamos dos semanas porque nos considerábamos parte del primer mundo y nos recuperaríamos a la velocidad de la luz. Que ilusos.

El huracán María nos azotó inmisericordemente por dieciseis largas horas. Sus vientos de doscientos cincuenta kilómetros por hora derribaron árboles, casas, puentes, líneas eléctricas, torres de telefonía celular y todo lo que encontró a su paso. Los más de cincuenta centímetros de lluvia que la tempestad derramó sobre la devastación, desató deslizamientos de tierra e inundaciones de magnitudes épicas.

Pero como luego de toda tempestad llega la calma, luego de dieciseis horas de castigo, cesó el viento y la lluvia. Salió el sol y con la salida del sol, salimos todos a ver la devastación.

El huracán María nos hizo viajar en el tiempo. Nos devolvió a la edad de piedra en menos de veinticuatro horas.

No habían árboles, no habían postes ni tendido eléctrico, no había telefonía, no había comunicación y no había internet.

Los más jóvenes, los adolescentes, cuyas vidas dependen de estar conectados a las redes sociales las veinticuatro horas y cuya felicidad se encuentra indisolublemente atada a esos aparatitos que llamamos teléfonos inteligentes, entraron en pánico, en crisis y en depresión.

Esa generación, hijos y dependientes de la tecnología, que vivían encerrados en sus habitaciones y que no socializaban con nadie que no vieran en el móvil desde su alcoba, se encontraron perdidos y desesperados. En ese grupo se encontraban mis hijas.

No tuvieron más remedio que salir a la calle. Cuando salieron, con sus manos se cubrieron los ojos ante el resplandor del sol. Vieron a gente de su misma edad que jamás habían visto. Conocieron a sus propios vecinos. Tuvieron que aprender a socializar, destreza que los adultos aprendimos a los cinco años.

Aprendieron a correr bicicleta y a juntarse en las esquinas. Aprendieron a contar historias hasta altas horas de la noche. Aprendieron a compartir comida y agua. Aprendieron a ser humanos.

Pero como no puede haber felicidad completa, a los cuatro meses del huracán María, el servicio de electricidad, agua e internet fueron restablecidos y los jóvenes que fueron humanos por cuatro meses, volvieron a sus cavernas. Regresaron a la vieja rutina de vivir conectados al apéndice del internet.

Necesitamos otro huracán María.

SERGIO TELLEZ

PSICÓPATA

Entró al bar-cafetería, que estaba atiborrado de personas, su aspecto era muy diferente al de la gente que se encontraba en el lugar.

Mientras unos lucían camisas, sacos, zapatos de marca, y estaban perfectamente peinados, otros, la mayoría más jóvenes, vestían de modo relajado y bohemio.

Todos codeándose en el bar, aparentemente felices.

Solo los reunía una característica en común, absolutamente todos tenían un celular, una tableta, o un computador en sus manos.

Y aunque estaban reunidos en pequeños grupos, cada uno parecía estar absorto en un mundo aparte.

El hombre «diferente», se acercó a la barra y pidió una cerveza.

Vestía muy raro, no combinaba los colores de su ropa, cachucha negra, camisa manga larga a cuadros de un color indescifrable por el uso de muchos años, pantalón jean desteñido y raído, y unos zapatos tenis de un rojo encendido, en donde su dedo pulgar derecho ya empezaba a asomarse.

La apariencia desaliñada de su gastada ropa vieja, combinada con una barba de varios meses sin arreglar, lo hacían ver diferente a los demás.

Era un ser único en ese submundo de gente, cada uno concentrado en su celular, tableta o computador.

De su desgastado bolso de piel, sacó una pequeña libreta, y se dedicó a escribir, y contrario a la tosquedad que se esperaba de un hombre así, con tan poco esmero en su indumentaria. El tipo se veía más bien amable, educado y bastante culto.

Pero eso no lo percibió la gente del lugar.

Una chica desvió la mirada de su celular, observó al pobre hombre, y comentó a su compañero de mesa.

– mira ese tipo, ¿no te parece extraño?, no tiene celular, lleva algo raro en sus manos y escribe. – ¿Dios, quién hace eso en estos tiempos?

Su compañero sonrió, pero enseguida su sonrisa desapareció, miró detenidamente al pobre hombre, y como si hubiera visto al mismísimo demonio, su rostro palideció. – Esto no es normal, míralo con disimulo, no usa ningún dispositivo electrónico.

Sus compañeros de al lado lo observaban, y por sus caras tal parecía que también estaban sorprendidos.

En cuestión de segundos el murmullo fue creciendo entre los presentes, y solo había un tema de conversación. «El pobre hombre».

Un chico se paró de su mesa con toda la intención de escapar, pero en ese preciso momento el hombre lo miró desprevenidamente, y solamente vasto eso para que el muchacho palideciera y se sentará nuevamente, de su entrepierna salieron gotas amarillentas, que trató de ocultar tapándoselas con las manos.

La central de emergencias de la policía se congestionó, él 911 fue marcado por unas doscientas personas en un lapso de un minuto. Todas las llamadas y mensajes provenían de la misma dirección, Transversal 7 No 5-140.

«Hay un psicópata en el bar, por favor acudan rápido, antes que suceda una desgracia»

«Hay un tipo sin celular en el bar, posiblemente es un asesino.! Ayuda¡»

«Por favor acudan rápido, ese tipo no tiene celular»

«Nos va a asesinar, y luego robara nuestros celulares y computadores».

«Rápido, ese tipo nos masacrará, no tiene como comunicarse, y está desesperado»

«Ayuda… No quiero perder mi iPhone 15».

En cuestión de minutos el lugar fue cercado por cinco patrullas de la policía

Los agentes entraron disparando.

–Todos al piso–, gritó uno de ellos.

Todos hicieron caso, menos el pobre hombre que se encontraba en la barra tomándose una cerveza y escribiendo en su desgastada libreta.

–¿Qué pasa? – pregunto con pasmosa tranquilidad.

El policía que se encontraba más cerca se abalanzó sobre el hombre, inmovilizándolo.

–se encuentra detenido por no tener internet, alentando una posible masacre.

El hombre no se inmutó, rogó al policía que le dejara guardar sus apuntes, ya que los consideraba importantes.

Cuando era conducido a la patrulla de la policía, uno de los agentes le preguntó sobre lo que escribía en esa libreta desgastada, él contestó:

«–Un cuento distópico y loco, sobre un tipo feliz que no utilizaba Celular y no tenía internet.»

IRENE ADLER

EX LIBRIS.

(DE ENTRE LOS LIBROS)

Salió de La Cortesana Honesta de anochecida, cuando ya sólo quedaban algunos borrachos en la plaza: clientes rezagados del burdel.

Se cuidó mucho de preguntar a Bárbara qué teclas o resortes había pulsado para conseguir el debido favor del funcionario del Arzobispado. La veneciana habría recurrido a algún símil gracioso, como comparar a los hombres con el tronado clavicémbalo de su salón. Sonaban armoniosos o huecos según la humedad del ambiente o la pericia de la mano. Y ella llevaba estudiando solfeo desde antes de abandonar la infancia.

Enfiló hacia el noreste, con la cúpula de San Lorenzo Maggiore recortándose bajo la luz macilenta de una luna en cuarto creciente. Iba desembarazado de la toledana, y éso lo hacía sentirse algo tullido, casi huérfano. En su lugar, remetidas bajo el fajín y firmes contra los riñones, llevaba la vizcaína y la daga de mano izquierda. Su intención era no hacer ruido, pero si venían mal dadas y por si fuera menester, al menos tener algo con lo que hacer daño.

Al llegar a la columnata, se detuvo. El mármol destellaba suavemente en la oscuridad, como iluminado desde dentro. Se quedó quieto, con la espalda a resguardo de una de aquellas columnas corintias que quizá habían sido testigos de otras hazañas; de otros secretos; del paso temible y rotundo de un millar de cohortes romanas. La gloria callada y la memoria bastarda de los hombres, que rara vez escuchaban el lamento susurrado de las piedras. Escuchó. Esperó. Nadie lo seguía. Se caló el chapeo y siguió avanzando, hasta distinguir la contundente sillería de la fachada de la Chiesa de San Mauricio Maggiore. Y agazapado entre los árboles frente a la tapia, al funcionario, temblando dentro de una huca negra como su pelo ralo y sus uñas. «Ni se te ocurra matármelo, Diego», le había advertido sin humor Bárbara Corsini. «Es una sucia comadreja, pero es mi comadreja».

No hubo presentaciones. Las hechuras del español, el único cristiano en aquella parte de la ciudad a ésas horas, fueron suficientes. Creía Diego que entrarían por la puerta principal, pero el funcionario, deslizándose pegado a la pared, lo llevó hasta el muro oeste. Una carreta de heno languidecía olvidada contra el muro. El hombrecillo, pese a su aspecto inútil y enfermizo, la apartó sin esfuerzo, descubriendo una poterna encastrada en la sillería. Sacó una llave de detrás de un ladrillo, y sin ruido, la pequeña puerta se abrió. Ante la estupefacción del soldado, el funcionario replicó:

—Las Señoras de piso la usan para entrar y salir sin estorbar la clausura o los oficios. Ellas no están sujetas a la Regla. Imagino que ningún hombre está tan loco como para cruzar esta puerta, pero aquí, más de un tonto ha de haberse buscado la ruina. Por éso me gustan las putas. No te dan problemas—lo miró, con extrañeza y recelo—. Lo tuyo sí que es raro. Arriesgas el gaznate por mirar un libro de cuentas. Qué sé yo, será que hay tontos y tontos.

Diego lo ignoró y pasó delante. La vida civil nunca dejaba de asombrarlo. Sabía que buena parte de los ingresos de cualquier abadía, se generaban cobrando alojamiento y retiro a mujeres de buena cuna. Ahora entendía por qué pagaban las Señoras de piso y qué cobraban realmente las monjas. Se preguntó si en algún lugar del mundo, la vida sería sencilla, predecible, honesta. Seguramente no.

Una antorcha encajada en una argolla oxidada iluminaba el corredor estrecho, cubierto por una bóveda baja, de medio punto, desde la que goteaba una humedad aceitosa. Lo asaltaron a la vez, la aprensión y el cansancio. Llevaba media vida huroneando en túneles, minas,

zanjas y trincheras. Y estaba harto.

«Tontos y tontos»…

Se dijo que aquella era, aunque doliese, una grandísima verdad. Pero en la vida, como en los dados, era precisamente en la arrogancia de los que se creían muy listos, dónde se hallaban la fortuna y la ventaja de los tontos como él.

El corredor desembocaba en la crujía central del convento. La piedra pulida y el artesonado de puertas y techos, daban buena cuenta de la riqueza de San Mauricio Maggiore. El portal de acceso a la clausura era una puerta de doble hoja, con trancas gruesas y un torno. Sobre el dintel, tallada en letras góticas, campeaba la máxima de San Benito, como una admonición o la advertencia terrible de un castigo. Supuso Diego que al otro lado de ese muro de contención y de esa puerta de aspecto imponente, estarían la nave central de la iglesia, el baptisterio, el retablo y los frescos pintados por los discípulos de Leonardo para mayor gloria de dios y de la familia Sforza.

El secretario lo guiaba con premura, sin hacer ruido, gesticulando para exigir lo mismo de él. Diminutas palmatorias alumbraban las baldosas desde nichos profundos excavados en la pared, y en cada nicho, la imagen de un santo o de un mártir, los contemplaban pasar con sus ojos ciegos pintados sobre la escayola.

Hacía frío. Ningún tapiz protegía el largo pasillo de las corrientes. Un olor viciado a putrefacción flotaba en el aire, dulzón y nauseabundo. El corredor terminaba en otra puerta desmesurada: la sala capitular. Y al fondo, el despacho de la madre abadesa.

Era austero, sobrio, funcional.

Un crucifijo del tamaño de un arcabuz presidía la estancia. No había ventanas. Sólo una mesa, una librería y tres sillas de diferentes tamaños. La de la abadesa era lo único ostentoso de la habitación, las otras dos parecían incómodas, destinadas a los humildes y los menesterosos. De sus diferentes etapas en el Tercio de Lombardía, recordaba fragmentos de historias que hablaban de las hijas bastardas de los Sforza, una de ellas, Alessandra, había sido abadesa allí en seis ocasiones. Y se dijo que también las mujeres entraban en religión para ejercer en política.

—Siéntate y no hagas ruido— ordenó el funcionario, mientras revolvía en la estantería—. Tardaré un poco.

Se alumbraba con una bujía prestada del pequeño altar que adornaba el crucifijo. Los libros debían pesar, como mínimo, una arroba. Eran monstruosos y Diego se preguntó cómo lograba moverlos con tanta ligereza. Abrió uno sobre la mesa, se humedeció con la lengua la yema del dedo índice y empezó a pasar páginas.

—Barbara dijo que buscabas algo inusual ocurrido hace veinte años.

—Si. Cualquier cosa relacionada con una mujer que ingresó aquí por esas fechas.

El hombrecillo lo miró burlón:

—¿En serio buscas a una mujer en un convento? Sí que habéis salido listos los del Tercio. Bachilleres precisamente no sois.

—Yo me doy buena maña para destripar herejes o cristianos, para destripar libros y latines, es para lo que te traigo a ti. A lo tuyo, que con tanta cháchara nos van a dar aquí los putos maitines.

—Iría más ligero si supiera qué busco. Que así tengo que leerme todos los registros de hace veinte años. Y no hay pocos. Novicias, diezmos, donaciones, pagos, entierros y misas por casi todos los hidalgos de Lombardía, que hay mucho hideputa comprando Cielo.

Diego se quitó el sombrero y se dejó caer en una de las sillas para mendicantes. A pesar del frío, sudaba.

—Quizá la trasladaron desde Roma. Habría mucho dinero de por medio. Tal vez indulgencias avaladas por el mismo Papa. No lo sé…

Y se dio cuenta, demasiado tarde, de que no sabía nada. Qué los dados no le hablaban y la fortuna andaba enredada en otros menesteres. Quizá los listos eran listos, además de arrogantes.

-—Aqui hay algo extraño.

Extraño era una buena palabra. Extraño significaba que la arrogancia, a menudo, te hacía cometer un error. Se levantó y miró el libro por encima del hombro del funcionario.

—Dos mujeres ingresaron a la vez desde Roma. Mismo día, mismo mes y año- señaló una cantidad escrita en la columna de la derecha—¿Ves ésto? Es la dote. Inusualmente alta, incluso para la nobleza romana.

Y soltó un gráfico silbido. Ciertamente, era una cantidad indecente.

—Además y según esto, ambas fallecieron prematuramente seis meses después de su ingreso como novicias. Muy trágico.

—¿Dice dónde las enterraron?

El funcionario pasó algunas páginas. Frunció el ceño. Volvió atrás.

—Una sí, en el cementerio de San Bernardino, y fue la abadía quién se hizo cargo del sepelio. De la otra no hay constancia, seguramente falleció en el hospital y la enterraron en la fosa común, dónde van a parar las desventuradas a las que nadie reclama y los infecciosos. El hospital cobró una buena suma por su atención. Y éso también es raro, porque San Bernardino se dedica a la beneficencia.

—¿Desde qué abadía de Roma las trasladaron?

—Eso es aún más raro. No es una abadía, es una iglesia. La conozco. ¿Por qué alguien falsearía la procedencia de dos monjas?

Diego sonrió, taimado.

—Porque la arrogancia, amigo mío, los volvió descuidados. Hay tontos y tontos, como tú dijiste.

Sin previo aviso, el funcionario le tendió la mano, y Diego tardó una eternidad en reconocer el gesto.

—Publio Tomasino Farinneli. Tercer colegiado de la secretaría de cuentas del Arzobispado de Milán, laico, jugador y putero. Y un tonto útil, creo.

El español volvió a ponerse el sombrero y con una inclinación de cabeza y una sonrisa, le estrechó la mano.

—Diego de Alvear. Arcabucero en Flandes y tonto a secas. Creo.

FRAN K MIL

—No me agrada el tema de la semana —Dijo parada frente al wolking closet mientras miraba el pronóstico del tiempo en su celular para determinar cómo vestirse.

El clima se vuelve loco en Texas entre finales de febrero y marzo, unos días hace calor y otros frío y si uno se viste inadecuadamente…

—La gente es propensa a las quejas y a diabolizar. Tienen delirios de conspiración.—Continuó ella. El tema le preocupaba.

—No participes — Sentado en la cama me ponía los zapatos y al mismo tiempo observaba la pantalla de mi “alexa” que desplegaba ante mí el mapa de Austin, mostrándome cómo estaba el tráfico. Lo hacía todas las mañana para así elegir el camino más rápido al trabajo.—No es obligatorio participar. Es solo un reto. —agregué.

—No, no pienso participar. Aunque pensándolo bien…

—Me imagino los escritos alabando al hombre sin Internet, elevándolo a héroe, alimentando el mito de la vida sana junto a la naturaleza, lejos de la tecnología, para luego, gracias a ella, publicarlo en las redes.

— No creas, también habrá quienes cuenten el desastre que sería la vida sin Internet. A ver, ¿qué tiene de malo que simplifiquemos la existencia dejando que las máquinas hagan cosas por nosotros?

— Que nos volvamos autómatas y olvidemos pensar—Alimenté la polémica para mi provecho.

Salió del closet con un vestido azul y lo tendió sobre la cama. Abrió su bata de dormir y la dejó caer con un gesto que me pareció provocador. La conocía bien y sabía que cuando se ponía meditativa… Me acerqué, la tomé por la cintura y le di un beso en los labios.

—Estás hermosa.

—”Alexa,” enciende la tv. — ordenó ella. Me empujó suavemente y agregó —No tengo tiempo. A la noche.

— La gente teme que las máquinas nos gobiernen.—Dije tratando de volverla a la meditación para entonces…Estuvo un rato pensativa, la mano derecha en su espalda sosteniendo el mecanismo de la cremallera de su vestido.

—Voy a participar — Dijo con determinación y se cerró el vestido.

Fin de las dudas, fin de la meditación. Se fue ese brillo en los ojos que me hacía pensar en que ella quería…

Salí de la habitación. En la tv daban la noticia de un accidente en la autopista I 35.

AMPARO SORIA

– Sin cobertura-

-Entonces ¿Ya tienes plaza? ¡Me alegro! – comenta Ángela revisando el móvil.

-Sí. Y me gusta el lugar.

-Ahá.. ¿Has visto este vídeo de TikTok? Es buenísimo.

– No, no lo he visto. ¿Te interesa lo que te hablo?

– Claro, cariño ¿Y dónde es? – pregunta volviendo a la pantalla.

– En un pueblecito de montaña. Y además, no hay cobertura.

Los ojos de la amiga se abren espantados fijos en ella.

– ¡¿Vivir sin internet?!

Perdona que te diga…pero estás loca. No se puede…- exclama volviendo una vez más a la pantalla del móvil sin dejar de subir y bajar con el dedo.

– Y cuando te vas?

Levanta un momento la vista esperando respuesta.

La amiga no está, en su lugar una nota

«Disfruta tú del internet».

ANA DEL ÁLAMO

Noelia sintió que su vida se acababa ahí. A sus dieciséis años. Esa misma noche. Una noche de mierda. Le sudaban las manos. Le temblaba todo el cuerpo. Sentía náuseas y escalofríos. Era una puta pesadilla.

Unas personas le acompañaron hasta la sala. Había gente sentada en círculo. La miraron con cierta compasión. Ella con cara de poker. Todos se presentaron. No habló. No podía. No le daba la gana. No era ninguna marioneta. Con ella no podrían. Le habían arrebatado lo más valioso que poseía. Se sentía desnuda.

¿Y pretendían que estuviera allí quince días? Ni en sueños. Se escaparía a la mínima. Sus padres eran unos cabrones. No habían contado con ella y la habían encerrado como si fuera una delincuente. Total porque ya no salía de casa ni para ir al instituto. Dormía una media de 4hs al día. Su habitación era un antro lleno de botes de refresco vacíos, ropa sin recoger, hasta bichos se habían encontrado en ella. Ya no hablaba con sus padres ni hermana. No comía. Había perdido 10 kg y sus amigos habían dejado de visitarla. Sólo existían ella y sus dispositivos electrónicos.

Noelia no comprendía por qué sus padres habían tomado esa determinación. En su mente, ya empequeñecida, había dejado de discernir entre realidad y ficción. El bien y el mal. La cordura.

Noelia había perdido el juicio y estaba allí para recuperarlo. Sin móvil. Sin internet. Con personas.

MARÍA JESÚS GARNICA

La brisa movía suavemente las hojas de los árboles del parque. Marisa esperaba a su novio sentada en un banco, viendo pasar a la gente.

El novio se retrasaba, como siempre, hay señor qué paciencia!!

Ya iba a llamarlo desdé la cabina de teléfono, cuando apareció.

Se pasaron toda la tarde de cotilleo de los amigos, luego fueron a los villares a pasar el rato.

Pero, papá, qué es una cabina y por qué fue a utilizar el teléfono allí?

– Pero, papá, por qué no cotilleais los perfiles de las redes?

– No había internet,hijo.

– Y sabes una cosa? -le dijo el padre al hijo- qué internet acabó con las discusiones en los bares, uno decia algo, otro decía lo contrario y se podían tirar horas discutiendo, ahora miran en el internet y se acabó la discusión.

– Pero eso es bueno,no? Dice el hijo.

– Ya no se habla, esa es la cuestión.

El padre miró al hijo, qué ya no lo escucha mirando el internet del móvil.

ARCADIO MALLO

VIVIR SIN INTERNET

— Papá, ¿cuándo tenías seis años tenía este móvil? — Preguntaba mientras le mostraba el Nokia 3100, azul y blanco, que le había dado para que usara como juguete.

— No cariño — contestó con una mirada nostálgica — cuándo yo era niño no había móviles.

— ¿Y cómo hacías para hablar con tus amigos? — preguntaba el niño con verdadera curiosidad.

— Nos juntábamos todas las tardes de los domingos en el bar de Pepa. Echábamos la tarde jugando al futbolín y al billar. No necesitábamos móvil ni internet.

— ¿Cómo podías vivir sin internet? ¿Dónde te enterabas de las cosas?

— Leíamos el periódico y las revistas. Escuchábamos las noticias en la tele y en la radio. Íbamos a la biblioteca a consultar libros y enciclopedias. Hablábamos con la gente. ¡Vaya si nos enterábamos! Non tan rápido a lo mejor, pero con mucha más fiabilidad que ahora. Es más, cuándo era como tú, no había ni teléfono en casa. El abuelo, que trabajaba semanas fuera de casa, si tenía una urgencia, llamaba al bar de Pepa y ella mandaba a su marido a casa con el aviso. El bisabuelo, cuando trabajaba en Suiza y no venía hasta el verano, escribía cartas para contar a la familia que tal le iba y enterarse como estaba todo por casa.

— ¿En todo ese tiempo no se veían? — preguntó incrédula.

— No. Eran tiempos más duros. Pero no menos felices. Se vivía más despacio, con más tranquilidad y mucha menos confusión.

La niña se quedó mirando el viejo Nokia. Sería años más tarde cuándo, recordando esta conversación, concluyera que vivir sin internet no era locura alguna. Se imaginaba una vida mucho más tranquila, aunque, razonó, «todo es para gustos», justo antes de compartir su conclusión en redes. «¿Os imagináis un mundo sin internet? ¿Sin videollamadas? ¿Seríamos más felices?» El debate quedaba servido. No tardó ni dos minutos en recibir las primeras reacciones y los comentarios opinando. Le daría que hacer para media maña. «¿Qué haría yo sin internet?», se preguntó.

YOMALCKRY OSORIO

En un pais azotado por la indiferencia e ineficacia gubernamental ,vvir sin internet es frustrante y causa impotencia de todo tipo.

Puesto que estamos globalizados una noticia que antes tardaba tiempo en conocerse ,ahora se sabe en cuestion de segundos. Y que de repente se queda sin el internet ,es totalmente irreal .

Dado el avance tecnológico que nos arropa en cuestion de segundos.

Pienso en la vecina ,que le daban esos ataques de furia cuando se quedaba sin wifi ella decia ¿para que tengo telefono? Se apoderaba un desespero,dado que todos sus hijis estaban residenciados en el extranjero ,tenia que pagar a su vecina una cantidad de dinero o lo intercambiaba por comida para tener el tan preciado tesoro de comunicacion de estos dias . El internet pasa hoy en dia a ser unos de los servicios básicos prioritários en cualquier parte del mundo.

Este es capaz de medir su nivel de crecimiento o de pobreza ,me resulta totalmente increible como hemos pasado a depender totalmente de el.

Por que tienes tu dia programado ,planificado,una agenda ya establecida ,tienes el aparato ,pero sin no tienes internet … entonces estás jodido.

JUAN PEÑA

Andaba rápido, pero sin correr, por la galería del claustro. Llegaba tarde a los maitines. Un retraso imperdonable, aunque se sentía más culpable por la causa, que temeroso del castigo.

Se había despertado, como todos y como siempre, a las cuatro y media de la mañana, para tener tiempo de asearse y acudir al rezo limpio de impurezas, pero remoloneó en el jergón. No por vagancia ni pereza, sino por vergüenza. Tenía el miembro erecto y no quería que sus compañeros lo acusasen de impudicia.

Y por más que intentara desinflarlo, la sangre seguía agolpándose en la entrepierna y no retrocedía ni ante pensamientos píos ni pellizcos en el muslo. No tuvo más remedio, que esperar a que todos los novicios salieran del lavatorio.

Cuando se hizo el silencio, fue, todavía inhiesto, hacía los aseos. Entonces, su pervertida mente, trocó la imagen de Cristo, clavado y lacerado en la cruz, por la de su obscena vecina Adela y su pecadora camisa blanca, ajustada, deshonesta, desabotonada, que dejaba ver más carne de la permitida y entrever el sendero al infierno.

La recorrió de arriba a abajo, deambulando por el recuerdo de aquella intimidad robada, cuando era niño, a través de los cristales de la ventana, velado tras las cortinas. La recorrió de punta a punta, con la memoria. Desde su pelo negro, largo y alborotado; pasando por sus ojos, pozos de perdición para incautos y desprevenidos; deteniéndose, de nuevo en la tirantez de la tela blanca a la altura de los senos; descendiendo por la cintura y la falda corta, hasta llegar a las piernas desnudas, provocadoras, dobladas y medio abiertas, y los dedos largos, que jugaban entre ellas.

La imaginó, la recreó de arriba a abajo, de arriba abajo, de arriba a abajo, hasta que eyaculó exhalando un gruñido grave y se le hizo palpable el desatino, la transgresión, la falta de voluntad, quizá, de fe.

Andaba rápido, pero sin correr y pegajoso, por las galería del claustro. Llegaba tarde a los maitines.

ARITZ SANCHO MAURI

Para la chica del museo

Mi joya

Tus ojos, como dos zafiros que brillan en la noche, me atrapan en un torbellino de emociones. En ellos encuentro la calma del mar en reposo y la intensidad de la tormenta más apasionada. Son mi universo de estrellas que me guían en la oscuridad, eres tu, un faro que ilumina mi camino.

Eres el fuego que me quema en mi pecho con intensidad, la pasión que me desborda en cada gesto. Eres el aire que me llena los pulmones, la libertad que me impulsa a volar. Eres el agua que inunda mi sed, la fuente de vida que nutre mi alma. Eres la tierra que me sostiene, hogar al que siempre quiero regresar todos los dias.

Contigo no necesito internet para conectarme, porque en tu compañia siento una conexion mutua. Tus ojos son la puerta a tu alma, un portal que me permite acceder a tus más íntimos sentimientos. En ellos veo tu alegría, tu tristeza, tu esperanza, tu miedo, tu amor por mí, un cariño especial que me llena de felicidad y me hace sentir pleno.

Eres mi musa, mi inspiración, la razón de mi ser. Eres el sol que ilumina mis días, la luna que me acompaña en las noches, la estrella fugaz a la que pido un deseo. Eres el aire que respiro, el agua que bebo, la tierra que piso. Eres mi todo, mi universo, mi razón de vivir.

Te amo con locura, con pasión, con entrega, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser. Te amo más que a las palabras, más que a la vida misma. Te amo y siempre te amaré.

ANGY DEL TORO

VIRUS MORTAL

Envejecer es como escalar una gran montaña; con la edad, se gana en perspectiva, aunque mengüen las fuerzas. Como adulto mayor, me maravillo ante la evolución tecnológica, desde las máquinas perforadoras de IBM hasta la era digital actual.

Recuerdo la odisea de comunicarme antes del Internet. “Por favor, señorita, deseo pasar mensaje a las quince provincias y al municipio especial. «El texto es el mismo, sí, pero varían las cifras,” explicaba. Mientras que la operadora anotaba meticulosamente.

Ahora, desde mi sala, contemplo cómo la tecnología ha simplificado mi vida, permitiéndome explorar el vasto mundo digital. Mis nietos, impacientes, intentan enseñarme sobre redes interconectadas, pero yo prefiero descubrirlo a mi propio ritmo, asistiendo a conferencias, visitando tiendas especializadas y estudiando los tutoriales de Internet.

En este siglo XXI, enfrentamos una Pandemia invisible, y ahora, la posibilidad de perder Internet nos llama a la reflexión. Me río al pensar en mis nietos volviendo a la era del papel y el archivo, pero también sé, que si nos quedáramos sin Internet, sería un retroceso catastrófico. La tecnología nos ha llevado lejos; perderla sería enfrentarnos a un “virus” aún más devastador que el COVID-19.

OLGA CÁRDENAS

Inestables nos volvimos con la

Necedidad de distraernos en los

Temas que por aquellos tiempos

Eran contemplar las historias de los viejos

Refortalecian la imaginacion y creatividad

No era necesrio perderse en modas vanales

Empazomos una etapa donde se olvido

Todo aquello que lleva por nombre CONVIVIR!

HOFEK .

GRACIELA PELLAZZA

Eran dos abejas

O tres…En la maceta grande con el romero explotando de florcitas lilas, tan pequeñitas como estrellas de anís.

Y yo; con los ojos en su vuelo sostenido y con esa flojedad del que no le duele nada y puede extasiarse en algunas pausas.

Pensé; si las metiera en una bolsa sin lastimarlas podría llevarlas donde desbordan las plantas con flores, y tendrían más chances que en una maceta de porqueria en una terraza.

Hoy es día sin Internet, no pude googlear si era factible cazar abejas en una ciudad y que sobrevivan en una bolsa.

Era un viaje, un gran viaje.

No lo sé todo.

Tal vez ellas se conforman con ese vuelo sobre flores lilas, y les alcanza.Y funciona bien esa vida que tienen, poca cosa y sencilla.

Quizás si rompo esa elipse destruya cosas que no entiendo.

No pude preguntar.

Ato cabos y no sé si son perfectos como nudos marineros, yo siempre los veo desparejos.

Pero los hago desde que formo juicios que no tienen asidero. Es mi vuelo de abeja.

A lo mejor alguien nos esté mirando para ponernos en una bolsa, y llevarnos a otro lado.

Alguien que tenga un poder supremo para organizar viajes largos.

Y tener otras chances

En otro mundo que no conocemos.

MARTU MONFORTE

El mundo se detiene.

La tormenta de la noche ha sido demasiado fuerte. Los ruidos se tragan el silencio del barrio que despierta.

Un nombre deja una bolsa en el lavadero; culpas y sueños. Una chica pasa con dos mochilas; una grande, otra leve. ¿En cuál llevará la vida?

Un perro, aún enroscado sobre sí mismo, se sobresalta; dos motos corren desesperadas. Un escape ensordece como una carcajada rota.

Espero, al fin las persianas se abren; un bostezo devora al kiosquero. Después, se alisa los bigotes y me dice » buenos días.»

Antes de responder, muerdo con ganas mi última uña. Hay que comenzar.

Sacudo el desánimo; compro galletitas. Regreso, arrastro los pies.

Un perro flaco se estira buscando un rayo de sol. Llovió mucho, me repito.

Una señora vuelve del mercado; un chico lucha con la bici; tiene viento en contra.

El camión sacude las gaseosas. La abuela no se inmuta, va con su pelo blanco, su monedero, su bolsa de nylon donde se asoma el pan; ella hace sus mandados, dice y habla sola. Se detiene, se acomoda, cambia las bolsas de mano. Un chico corre aún con la capa de lluvia, no quiere ir a la escuela le grita a la madre.

La vida se despereza y transcurre. Un auto, otro.

Sobre las veredas hay bolsones de basura; hoy pasarán, pregunta alguien. Debo sacar la mía. Me apuro un poco.

Entro a mi casa y preparo mate. Las galletitas que compré no me gustan, no había otras. Ahí, afuera, a unos metros, late un mundo que hace tiempo no sentía.

Es tiempo de empezar a trabajar, abro la computadora.

Aún sin wi –fi…

El desgano flota, sigue flotando, va.

Me estremezco, tengo ganas de gritar. Me recojo el pelo, me envuelvo en mi delantal. Lavo mis manos. Las lágrimas quedan suspendidas como esas gotas de lluvia que no quieren caer y cuelgan de una hoja. Ruegan allí.

Vuelco harina y hago un centro, derramo gotas de olivo, son ojazos verdes que se ríen de mí. Preparo agua tibia y agrego las levaduras; espero que ellas despierten. Las ayudo con azúcar y calor. Sé que ellas pueden despertar.

Me estremezco, no quiero llorar. No ahora. Quiero escribir.

El hueco de la harina recibe el chorro tibio y esponjoso de las levaduras que se van desperezando. El calor de mi cocina las incuba, las abraza. Mis dos manos trabajan, arman un bollo. Luego giran, giran. Van, vienen. Necesito ese ritmo, esa fuerza, ese pujo de dolor para parir el pan, mi pan de vida: el pan nuestro.

Escribo. Amaso. Con dolor y con ganas, con furia y con ternura. Con toda el lama, con cada músculo, con la sangre enloquecida, con el pulso que salta y brinca. Con las lágrimas aflorando, con la respiración cortada. Con el ahogo y con destreza.

Aún estamos solos.Hay wue esperar. ¿Cómo?

Alguien no llegó para la charla abrigada y el mate tibio de una tarde cualquiera, de una tarde otoñal como aquellas de la infancia.

Alguien demoró el abrazo y el encuentro. No lo necesitó, aprendió a vivir sin él. Quizás no lo necesito nunca.

Alguien no amasó el pan a tiempo, bajo estos rayos tímidos que entran por la ventana. La cocina a leña esperó en vano que las manos amorosas jueguen con la harina.

Alguien mintió sin perturbarse, con maestría conocida. Camuflado en falso perfil.

Alguien no sonrió al verme despeinada por la vida, por los años. Alguien no me vio.

Alguien vaciló demasiado ante cada palabra pronunciada.Alguien se fue y nadie lo notó.

Alguien se perdió allí. Y no importó tampoco.

Estiro la masa, ya es una goma elástica. Y me vuelvo a asombrar.

Alguien me miró y no me reconoce. Siento que tampoco lo reconozco. Hubo ruido, hubo nada, hubo qué.

Alguien ya no se encuentra. Y se asusta. Y ahora no siente nada. Quiere correr, quiere saber por qué pasa lo que pasa.

Entonces no amasó, el pan nuestro no fue. Lo hace ahora, como puede, como antes, tanto antes, sola. Con alegría y pena, con deseo, con tormento.

Alguien no sabe quién es. Alguien tiene helado el corazón, no puede dar calor.

Alguien no necesita perdones. O sí.

Alguien no puede abrir las manos; puños de hierro, sólidos metales.

Alguien no puede escuchar. Los oídos no saben de música, ni vientos, ni lluvias cantoras en un techo de chapa.

Se pregunta cómo y cuándo pasó que se esfumó eso que se sentía. Y sabe la respuesta, vibra en el aire.

Alguien no quiere recordar los desencuentros, los días vacíos, el desamor, las esperas vanas, lo no dicho resuena, herrumbrado y no quiere escuchar. Dice, cree que no siente nada. Se pregunta cómo y cuándo pasó que se esfumó eso que sentía. Y sabe la respuesta, vibra en el aire.

Alguien no espera el milagro. Se cansó.

Alguien sabe que el sol está en lo alto y el cielo bien azul. Pero es tarde, porque nos demoramos…ahí.

Alguien llora porque no nos aceptamos, no nos respetamos. Y llora a oscuras.

Alguien ha crecido, aprendió a caminar sin buscar migajas.

Alguien no puede sonreír, no puede llorar. Una mueca hace un equilibrio entre la risa y el sollozo para no morir de espanto. Y lo hace a solas. Y se miente, a veces. Muchas veces.

Alguien se olvidó de Dios, ya no reza no implora. Las oraciones se gastaron.

Alguien perdió las esperanzas y no pide perdón.

Alguien no siente tristeza. O sí.

Alguien creía en las palomas mensajeras de la paz y en los cuentos. Está confundido ahora.

Alguien gozaba del silencio, del llano. Pero elije aturdirse.

Alguien quería amurar el alma, sostenerla allí para no perderla. Entendió que ese no era el lugar; que no hay lugar.

Alguien quería volver a casa, llegar a casa. Extrañaba el olor del hogar, el aroma a mamá y a madreselva.

Alguien creía en los finales felices. Ahora aprendió que hay finales. Y no los acepta.

Creo que voy a enloquecer. Afuera el mundo apenas avanza. Siento vértigo. Busco afanosamente la red que me sostenga. Que todo un mundo conocido o no, lo haga. Busco ese ancla para bien o para mal. Y viceversa.

FÉLIX LONDOÑO G

El Jefe

Mira a Internet como pone las manitas. Tan lindo, tan hermoso. Mira como las cruza, parece haciendo carrizo. Se sienta como todo un jefe. Que bien que le sentaría el nombre de El Jefe. Lastima que le pusieron ese nombre tan tecnológico de Internet. No está mal el nombre, me recuerda a nuestro Cloud, que en paz descanse. Ya se que su cuerpo reposa ahí bajo tierra en medio de la arboleda. Y mírale los ojos a este Internet, tan tiernos, tan alegres. Igual que los de Cloud. Nadie pensaría que este Internecito ha sido un perro sufrido. Si ves cómo recibe las galletas con su boquita. Todo delicado, se ve que nunca le habían dado comida así en su boquita. Mucho menos que le habrán dado sus cariños. Ah, me recuerda eso de boquitas pintadas, seguro que lo has escuchado. Me encanta su nariz, es una nariz mojada. Buen indicio de salud en un perro, así digan que sus exámenes no salieron tan bien. Por lo que han contado ya carga en el lomo su sufrimiento, así no lo parezca. Todo un cachorro con personalidad. ¿No te parece que ya en confianza exhibe un don de gentes, un don canino? Yo se que me insistes una y otra vez en que no hay porque humanizar a los animales. Pero ya ves que eso es lo que finalmente todos hacemos con nuestras mascotas. Claro, más fácil con los perros. Con un gato no se puede, allá ellos con su supuesta independencia. Ni de fundas que vas a ver a un gato detrás de su amo en un centro comercial. Los perros sí, ya vez como en algunos lugares se ven más perros que niños. ¡Qué locura! ¿Te imaginas que nos vamos de compras con Internet? Ya sé que no me vas a acolitar ese programa, pero me lo sueño. Un día de estos me lo llevo a comer helado. Se les quiere como si fueran de la familia. Cuántos siglos como los más fieles amigos del hombre. Llegó la liberación canina. Llegó Internet al seno de una familia. Angy dijo que es como si fuéramos un hogar de paso. No más llegó Internet y ya le estaba coqueteando a Nube, y mira que a Nube ahí mismo le cayó lo más de bien. Química canina. Si Internet se hubiera quedado habrían hecho una buena pareja. Y Web receloso, cuidando y marcando su territorio. Al otro día ya eran toda una familia. Tan lindo Internet, lo bien y lo rápido que se adaptó en su hogar de paso. Que lo cuidáramos mientras su ama estaba de viaje. Internet estuvo con nosotros una semana, y el cariño que le cogimos. El también se encariño con nosotros. Sí, una semana. Claro que cuando llegó Angy a recogerlo inmediatamente la reconoció y se ve que iba feliz porque su ama había vuelto por él. Si no hubiese venido por él, yo me lo quedo. Recuerda cómo se sentaba en el descansillo de las escaleras cual rey en su trono. Iba para una finca. La que se iba a quedar con él era una amiga de Angy. Decían que iba a tener, de una buena vez, una mejor vida que la que había tenido en sus pocos meses de existencia. Entre Angy y su amiga rescataron a Internet. Lo tenían por allá amarrado a la entrada de una finca por los lados de la autopista norte. Lo dejaron ahí atado, abandonado a su suerte. Nadie se le podía arrimar. Se veía rabioso. A Angy le dijeron que los dueños de la finca lo pensaban envenenar para poder quitarlo de la portada. Ahí no más enterarse, Angy llamó a su amiga y las dos se fueron a rescatarlo antes de que le dieran cualquier veneno. Casi que no se le pueden arrimar. Se veía rabioso. Claro, quien no ladra con un hambre bien berraca. Se armaron de paciencia y poquito a poquito le fueron arrimando una coca con comida. Así es que hay que hacer con las fieras, sean animales o sean humanos, lo que sea. Así es que se lo ganaron de confianza. Claro, ya sin hambre se vio que no era tan fiero como parecía de lejos. Internet es tan lindo, tan inteligente. Lastima que se haya muerto tan rápido, no alcanzó a disfrutar la vida. Murió joven. Un perro inteligente y noble. Angy y su amiga llevaron a Internet, al Jefe, a la veterinaria. Le hicieron sus exámenes, el pobre estaba desnutrido y con anemia. Lo iban a castrar, pero decidieron aplazar la operación hasta que le salieran bien sus exámenes de sangre. Dijeron que tenía problemas con su hígado. Le dieron sus vitaminas y un buen reconstituyente. Comía muy bien. Lastima que fuera tan afanado para tragar. Comía como si esa fuera su última comida de la vida, como si nunca más le fueran a dar algo de comer. Eso no es bueno para la digestión. Le iban echando de a poquitos, como para que fuera racionando y regulando su manera de tragar. Comía bien y se mostraba agradecido. Y defecaba bien. Unos bollos normales que no me hubiera dado lidia recoger en cualquier parte, ni en un centro comercial. Me parece que aquí ya no comía tan de afán. Ya como que se había dado cuenta de que la comida la tenía asegurada. Mira como se acuesta, parece un bebe. Cómo quieres que no sea nuestro centro de atención. Y has visto como se lo quedó observando a Chain. Ese gato es un chismoso. Ahí se estará preguntando: ¿Y este que acaba de llegar quién es? ¿Quién se estará creyendo que es? Que se espere que pasen unos días y verá que ya será otro más del montón. Un día le hacen mimos de más y al otro día mimos por igual para todos. Llegó Angy a recogerlo y se fué feliz en el carro con su ama, que también era ama de paso, porque finalmente se iba a quedar con Vero la amiga de Angy en una finca por allá por los lados de Abejorral. Cómo extraño a Internet. Yo lo quería tener, pero claro, recuerdo que Angy nos dijo que no nos fuéramos a encariñar con Internet, porque ya estaba comprometido. Tan lindo como pone sus manitas cruzadas, me lo imagino por allá haciendo carrizo bien echado en un pastizal. Y esos ojitos, y esa boquita, y esa nariz húmeda como a mi me gustan. No era tan trompón como hubiera querido, pero así y todo con su trompita mediana me parecía muy lindo. Ya sabes, los encantos no siempre están en la cara, en el caso de Internet eran muchas cosas que hacían que fuera un perro al que se quiere de entrada. Pura química canina. Angy se comprometió a enviarnos fotos y videos y mira como sí cumplió. Justo lo que ya había anticipado, Internet con sus manitas cruzadas descansando en un pastizal. Y se ve que le gusta la naturaleza, tiene su mirada perdida en el horizonte. Nada de ojitos embolatados, se ve que mira a la arboleda no muy distante con deleite, con embeleso. Debe estar escuchando el agua de esa quebrada que se ve que atraviesa la finca. Ya lo ves en ese video que nos mandó Angy correteando por la orilla de la quebrada. Y si lo ves metiéndose a los charcos a sacar las piedras que Vero le tira al agua. Te acuerdas que eso mismo hacía ese perro que vimos por allá por las quebradas de Los Naranjales. No saben lo malo que es jugar así con un perro, claro se les puede dañar un diente, se les desgasta el esmalte. Nada tiene de bueno que un perro agarre una piedra. Eso es algo demasiado duro para sus dientes. Por qué será que no caen en cuenta de lo malo que puede ser eso para la dentadura de Internet. Se lo voy a mandar a decir a Vero cuando hable con Angy. Ahora mismo le voy a escribir en el chat a Angy. Se ve que el Internet la está pasando de maravilla por allá en esa finca de Abejorral. Qué se hubiera imaginado Internet que después de sus sufrimientos como perro callejero lo iban a llevar a vivir bien. Mira como corretea por esos potreros. Qué bueno que finalmente va a ser un perro feliz.

Nos escribió Angy dándonos una mala noticia. Parece que a Internet lo mordieron unos perros salvajes por allá en Abejorral. Bueno, como que son los perros de una finca vecina que andan por ahí sueltos, como diría mi mamá sin Dios, sin Ley y sin Patria. A la buena de Dios. Porque perro es perro e igual que nosotros han de tener su Dios, cumplir las leyes y por supuesto saber que igual que nosotros también tienen una patria. Lastima que todavía no les den su cédula de ciudadanía, pero ya ves cómo ya hay iglesias donde les tienen permitida la entrada a los perros. Me imagino a Internet con sus manitas cruzadas, bien juicioso escuchando misa. Dice Angy que está muy mal el pobre. Tiene muchas heridas. No encontraron una veterinaria que lo recibiera ni en Abejorral ni en el Retiro y finalmente se lo llevaron para Rionegro. Está muy mal, lo tienen en cuidados intensivos. Pobre Internet, de sufrimiento en sufrimiento. Quisiera ir a hacerle la visita. Tocará esperar porque Angy dice que todavía no autorizan visitas. Lo están tratando de salvar, se ve que al pobre lo dejaron herido de muerte. Por lo visto lo querían carniciar. Dice Angy que lo más grave es que tiene un traumatismo encefalocraneano. Si ves lo sofisticadas que se han vuelto las veterinarias. Ya hablan con términos médicos avanzados. Malaya suerte la de Internet. Ya le dije a Angy que hiciera lo posible por conseguir copia de su historia clínica. Yo se la quisiera mostrar a Luis, mi veterinario de cabecera. Pero que se habrán creído en esa clínica veterinaria, que no la pueden entregar antes de setenta y dos horas. Para mí que se nos están pinchando. No puede ser, la ignorancia es atrevida. Cómo se atreven, ni que no conociéramos las reglas. Pues que no la manden ya. Están obligados a entregarla tan pronto el cliente la solicite. Hoy día no es sino mandarla por correo desde el computador. Como si no supiéramos que van ingresando todos los datos en el sistema a medida que atienden a cualquier paciente. Mejor dicho, mañana mismo nos vamos para allá a visitar a Internito y a reclamar su historia clínica. Angy dice que las visitas son después de las cinco de la tarde y que Vero tiene planeado estar allá. Así que allá nos vemos con ella. Y si Vero no va, soy capaz de sacar a Internet de esa clínica y traerlo para acá, así de sencillo. Me hago cargo de él, que tenga la atención y el cuidado que se merece. No hubiéramos dejado que se llevaran a Internet por allá a exponerse a los peligros del campo.

Tú debes ser Vero, la mamá de Internet, bueno de El Jefe. ¿Por qué estás tan afligida? ¿Ya lo viste? Dicen que no responde, que están tratando de reanimarlo. Yo sé que lo dejaron solo. Cuando llegué me dijeron que esperara, que todavía no era la hora de las visitas. Ahí fue que subió la asistente y luego bajó corriendo a buscar ayuda. Subieron con la doctora. Allá están intentando reanimarlo. ¿Por qué me lo dejaron solo?

¿Cómo así que no lo pudieron reanimar? Y no habían dicho esta mañana que iba muy bien en su recuperación. Que ya estaba comiendo y que hasta se había parado. Pobre Internet, lo dejaron solo. Vamos a verlo. Y no pues que habían dicho que lo peor ya había pasado. Y mira, lo peor acaba de pasar. Hasta muerto se ve lindo. Mira cómo quedó con sus manitas cruzadas y sus ojos cerrados. Habrá que cremarlo. Quiero llevarme las cenizas de Internet para mi casa. Las voy a esparcir alrededor de aquel árbol donde le gustaba echarse a descansar. ¿Y la historia clínica? No entiendo por qué tanta demora. De todas maneras me la quiero llevar para mostrársela a Luis mi veterinario de cabecera a ver qué nos dice él que fue lo que le pasó finalmente al Internet, al Jefe. Otros resultaron ser Los Jefes, mira lo que le hicieron al pobre Internet. Primero lo de los perros rabiosos y luego los de esta clínica bien cara y bien ineptos que parecen, para que finalmente se muriera nuestro Internet, nuestro Jefe. A la doctora esa no le quedó más que condonar lo que según ella estaba pendiente por pagar. Bien claro que le hice saber todos los errores que cometieron con la desatención que le hicieron a Internet. Le salió el tiro por la culata. La ignorancia es atrevida. Se creía muy sabionda, y bien claro le quedó que yo no era ignorante en asuntos veterinarios y que más le valía no pasarse de la raya. Menos mal que Angy ya está en camino y que te va a acompañar a ultimar los trámites con esta gente. No te olvides de hacerme llegar la copia de la historia clínica porque igual se la quiero mostrar a Luis, mi veterinario de cabecera. Pobre Internet, tanto sufrimiento en tan corta vida. Que duro es vivir sin Internet. Lo que me voy a seguir acordando de mí Internecito, de mi Jefe, de nuestro irremplazable Internet con sus manitas cruzadas.

RAFAEL MENCÍA ESTEBAN

D.I.O.S.

Echo de menos la intimidad que teníamos antes. Lo sugerente que era adivinar los atributos de una persona a través de su insinuante vestimenta. El refugio que encontraba en mi habitación, lejos de las miradas de los miembros de mi grupo. El aislamiento que una simple ventana ejercía contra el mundo exterior.

Es complicado admirar la magnitud de la naturaleza cuando ésta, se muestra tan hostil contra estos cuerpos inadaptados a la intemperie. Hermosos cuerpos enrojecidos por el sol, amoratados por el frío, lacerados, encostrados y abejigados por el contacto directo con la vegetación, el terreno abrasivo y los insectos.

La radiación anacompositrónica deshace en pocos minutos cualquier elemento manufacturado por el hombre, gracias a la nano robótica aplicada al sector armamentístico. Estos minúsculos robocensores están programados para invertir cualquier proceso de fabricación conocida: desde un simple taparrabos a cualquier utensilio doméstico, edificación o proceso químico manipulado por el hombre.

Hoy por hoy, tiene mayor esperanza de vida un cánido que un ser humano, que se encuentra con una inteligencia de difícil aplicación y una genética mal adaptada a las condiciones a las que se le ha obligado a vivir.

Todo empezó en el primer cuarto del siglo XXI. Los avisos por la degradación del planeta no fueron lo suficientemente contundentes y el propietario, DIOS, decidió hacer unos cambios significativos para reiniciar el proceso de implantación del ser humano en la Tierra.

La Directiva de Implantación de Organismos Sostenibles (D.I.O.S), llevaba trabajando en nuestro mundo desde hacía unos millones de años. Los organismos microscópicos implantados en el planeta, fueron capaces de evolucionar de forma lenta y sostenible durante mucho tiempo pero el proyecto necesitaba organismos dotados de inteligencia para acelerar esos procesos y ver hasta donde podría evolucionar este especimen que tenía particularidades muy similares a las de sus creadores. Un proyecto que analizaba de forma empírica el origen de su propia existencia, mucho más evolucionada pero no exenta de deficiencias. Había dos opciones posibles: Dejar que la especie se autodestruyera o limitar su interacción, por un tiempo, hasta que el medio se recuperará del desgaste al que había sido sometido. Y, decidieron mantener la esencia del ser humano en cuanto a inteligencia múltiple para verificar si era capaz de evolucionar corrigiendo sus errores. Aprovechando una de las numerosas guerras de alta tecnología que se desarrollaban en La Tierra, propagaron un arma de destrucción tecnológica para dejar a la raza humana desprovista de herramientas de su propia fabricación y que de nuevo comenzase la conquista del planeta con sus propias características naturales. El plazo de actividad nanorobótica sería de 25 años terrestres. Cálculo para que la siguiente generación, naciera desprovista de tecnología y sus progenitores recordasen qué mundo desapareció sin poder recomponerlo a medio plazo.

Volver a la caverna no fue fácil. Las condiciones medioambientales, las enfermedades y la lucha por la supervivencia mermaron, en los cinco primeros años, la población mundial en un 75%. Los que quedaron, tuvieron que unirse en clanes dimensionados a la región donde vivían. La peor parte se la llevó el mundo occidental sobretecnologiado, en favor de las pequeñas tribus dispersas por el planeta que por sus condiciones de vida mejor adaptadas al medio, apenas sufrieron cambios importantes. Los grupos con mayor número de componentes con inteligencia corporal cinestésica sobrevivían mejor que los formados por

individuos con predominancia de inteligencia existencial.

DIOS, se fijó en nuestro clan, porque intentamos darle un equilibrio mediante individuos que atendieran a características de inteligencia múltiple que nos fueran más favorables. Comenzando por una jerarquía meritoria y consensuada por los miembros del grupo quedamos distribuidos de la siguiente manera:

Dos líderes competitivos con buenas dotes de inteligencia emocional, deportivoguerreros, empáticos y colaborativos; llamados MESIAS: Mantenedores Esenciales de Sostenibilidad Intragrupal, Aprovisionamiento y Seguridad.

Dos encargados de la higiene y salud del grupo, con una inteligencia naturista bien acentuada; llamados CHAMAN: Contemplación Hídrica para el Almacenamiento, Manipulación y Adaptación a la Naturaleza.

Dos encargados de la creatividad y de cómo conseguir útiles que no se deshicieran al confeccionarlos;de nombre, MAESTRO: Manipulación Adaptativa Extranatural para el Sostenimiento, el Trabajo y la Reparación en la Organización.

El resto de los miembros del grupo, con un número sostenible en género, lo formarían los PEONES: Planificadores, Especialistas y Optimizadores de la Naturaleza, el Espacio y el Suelo.

Y aquí seguimos, intentando sobrevivir con las carencias propias de nuestro sistema adaptativo. Recordando lo que perdimos sin saber por qué nos quedamos sin nada. Enseñamos a los nuestros lo que hemos aprendido por pura supervivencia. Apenas nacen nuevos individuos porque las mujeres temen morir en el proceso de gestación. Los alimentos escasean y nos resistimos a utilizar nuestros instintos naturales porque los entendemos crueles. Aunque poco a poco, el hambre, el frío y en general permanecer vivos un día más, nos convierte en ese tipo de salvaje que al no morir de pena, vive de ella.

EDUARDO VALENZUELA

―¡¿Alguien aquí sabe cómo generar electricidad?!

Fue todo lo que alcancé a decir antes que el suelo cobrara vida y me inmovilizaran con algo punzante y afilado, amenazando rebanar mi cuello.

Jack y yo habíamos sido emboscados. Los bastardos nos habían aguardado camuflándose con la vegetación muerta del suelo. Nos tenían a su merced y cualquier movimiento en falso podía ser nuestra muerte. Sin embargo, podíamos sentir su miedo. Estaban asustados, más asustados que nosotros. Sólo cuando se sintieron seguros empezaron a aparecer desde sus escondites. Uno de ellos ―que tenía la cara surcada de cicatrices― se plantó frente a nosotros y blandiendo una especie de estoque dijo iracundo:

―¡¿Qué buscan aquí?!

Con la amenaza punzante aún haciendo presión sobre mi garganta, respondí:

―Buscamos técnicos, gente con conocimientos técnicos…

―¡Aquí no hay nadie ni nada! ―me calló el tipo de las cicatrices― Estamos muriendo de hambre igual que todos. Apenas y vivimos de raíces, de ratas, de insectos. Lo que sea que busquen aquí no lo encontrarán.

»Podríamos asesinarlos ahora mismo, pero no somos tan bestiales, aún conservamos humanidad. ¡Lárguense! Lárguense por donde vinieron y cuenten que aquí no hay nada de valor.

Un viejo delgado, de abundante cabello blanco, se acercó al tipo de las cicatrices y le cuchicheó algo al oído. “Cicatrices” sacudió la cabeza y lo llevó a un lado. Parecían discutir en voz baja, pero con vehemencia.

El grupo que nos había capturado no pasaba de diez personas. Vestían una mezcla de harapos con pieles ―probablemente pieles de rata cosidas con tripas―. A excepción del viejo canoso, ninguno tenía más de treinta años. Eso significaba que apenas eran unos críos cuando estalló la guerra nuclear. Debieron haber sufrido mucho cuando su mundo tecnológico desapareció de la noche a la mañana. Luego vino el invierno nuclear y la hambruna. Eran unos auténticos sobrevivientes.

De pronto, “Cicatrices” y el viejo se acercaron a nosotros ―que permanecíamos inmovilizados, de rodillas y listos para ser degollados―. “Cicatrices” habló:

―¿Por qué buscan a alguien que sepa electricidad?

Esta vez contestó Jack:

―Encontramos algo que parece ser un generador, pero no tenemos a nadie que sepa operarlo. En nuestra aldea tenemos arquitectos, doctores, químicos… ¡Ya estamos produciendo medicamentos básicos!, estamos intentando recuperar lo perdido. Por eso hacemos esto; explorar asentamientos humanos en busca de gente con conocimientos, que quieran ayudar a recuperar la civilización… aún a riesgo de nuestras vidas.

―¿Qué tipo de generador es? ―dijo el viejo sacando la voz.

―No lo sabemos. Sólo es una máquina que tiene una placa que dice “Generator”.

El viejo volvió a deliberar con “Cicatrices”.

Jack me lanzó esa mirada cómplice que significaba optimismo. Ya varias veces nos habíamos encontrado en este mismo predicamento, al borde de ser asesinados por grupos precarios de sobrevivientes salvajes. Hasta ahora habíamos conservado la vida.

“Cicatrices” hizo una seña y nuestros captores nos quitaron el filo de la garganta para luego ayudar a incorporarnos. El viejo canoso se volvió a acercar y dijo:

―Yo soy ingeniero eléctrico. Puedo echarles una mano, los acompañaré hasta su aldea.

―¡”El Ingeniero” no va gratis! ―bramó “Cicatrices” ―. A cambio nos deben dar medicamentos. ¿Tienen antibióticos?

―Sólo hemos logrado producir un tipo de penicilina básica. No es de lo mejor, pero ha sido efectiva. En la aldea podemos entregarle una porción ―respondió Jack.

―Cuatro hombres y “El Ingeniero” los acompañarán ―continuó “Cicatrices” ―. Espero por su bien que no haya ninguna treta o los degollaremos antes que alcancen a darse cuenta.

Tal como dijo “Cicatrices”, fuimos atados de manos y escoltados con lanzas listas para perforarnos los pulmones por la espalda. Aún así emprendimos el camino llenos de optimismo. Tres jornadas nos separaban de la aldea.

Avanzamos por el triste paisaje de árboles y vegetación seca que dejó el invierno nuclear. Cuan deprimente fueron esos primeros años en que todas las plantas perecieron por falta de luz solar. Los bosques murieron, y con ellos, toda la cadena de criaturas herviboras. Fueron los días más negros; allí comenzó la hambruna. Hubo que esperar a que volvieran a aparecer los rayos del sol para que las semillas, que aguardaban dormidas en la tierra, despertaran y nos dieran una tímida luz de esperanza.

En nuestro andar hacia la aldea ninguno de los hombres se dignaba a hablar, sólo “El Ingeniero” parecía tener habilidades para socializar. Como siempre, el tema que rompió el hielo fue “qué estaba haciendo el día que comenzó la guerra”.

Así supimos que “El Ingeniero” se llamaba Pedro y que cuando estalló la tercera guerra mundial se encontraba fuera de su país, por trabajo. Perdió a su familia que vivía en una de las grandes ciudades. Al igual que la mayoría, nunca imaginó que la humanidad llegaría a este estúpido suicidio y menos que fuera con tanta inquina. Todo se destruyó, todo. Las bibliotecas del planeta desaparecieron evaporadas por el infierno de los misiles. Los libros digitalizados se desvanecieron por los pulsos electromagnéticos que desprendían los artefactos nucleares, y si hoy quedara algún libro digital almacenado en alguna parte, ya no hay electricidad, ni aparatos electrónicos para poder verlos.

Pedro me confesó que, pese a ser Ingeniero Eléctrico, no tenía conocimientos muy avanzados en generadores.

―Conozco la teoría, los principios físicos, pero hay muchísimos tipos de generadores. Además, desde que comenzó la guerra nunca más ejercí mi profesión. Estoy un poco fuera de forma… Si tan sólo tuviera el manual de operación, todo sería más fácil.

―Lo mismo nos han dicho los doctores y los químicos ―le contesté―. Sin libros, todo el conocimiento que queda de la cultura humana es el que permanece en los recuerdos de ustedes. Nosotros, los que no tuvimos la oportunidad de estudiar o los que simplemente eramos usuarios de la tecnología, nada podemos hacer por reconstruir lo que teníamos.

―Asi es ―dijo “El Ingeniero”, con pesar―. Esta demencial destrucción ha acabado con todo lo que a la humanidad le costó milenios atesorar.

»Aquellos que tuvimos formación profesional tenemos una gran responsabilidad sobre nuestros hombros… Nunca pensé que diría esto, pero es difícil vivir sin internet. Recuerdo lo feliz que fui cuando la globalización de la información permitió a todos encontrar ese saber, ese conocimiento con tan sólo un par de clicks. ¡Podías aprender lo que quisieras! : arte, filosofía, química, física… aunque también podías perder tu tiempo viendo videos de terraplanistas conspiranóicos o de tipos reventando fuegos artificiales en sus pantalones, en fin…

―Todo se perdió.

―Así es ―repitió y se quedó con la mirada vacía―. ¿Sabes? De joven leí un libro de Julio Verne llamado “La Isla Misteriosa”. Allí un grupo variopinto de personas iba a parar a una isla perdida en el océano. No tenían herramientas, ni alimentos, ni nada y debían sobrevivir. Pero había un personaje, el “Ingeniero Ciro Smith”, que tenía los conocimientos de química, geología, metalurgia y no sé cuántos más, que le permitieron desarrollar las herramientas para civilizar la isla. ¡Sí hasta lograba extraer hierro y forjarlo! ¡Ese personaje me inspiró para estudiar ingeniería!… Pero aquí estoy, vestido con arapos, rumbo a ver si es que puedo echar a andar un generador. ¿Qué pensaría Ciro de mí?

Mientras charlaba con Pedro me iba resultando cada vez más y más simpático, parecía un buen hombre. Miré a Jack, quien me hizo la seña secreta. Era una lástima… Pronto llegaríamos al punto donde nuestros secuaces nos aguardaban. Allí emboscaríamos a Pedro y a la escolta. Los llevaríamos hasta nuestra aldea donde serían enjaulados. Con la información que habíamos recogido en esta exploración, volveríamos fácilmente por todo el grupo de “Cicatrices”.

Es difícil vivir sin internet, es difícil sobrevivir en este apocalipsis. La verdad es que no tenemos nada, ni generadores, ni doctores, ni químicos. Sólo tenemos hambre y la hambruna nos había llevado a este vicio de la antropofagia.

JOSÉ LUIS USÓN

DIA 1

7:00 Mis manos temblorosas cogen el teléfono móvil, la cafetera emite su estridente borboteo, avisando que el café está listo, marco la clave de desbloqueo y accedo al buscador para ver las noticias en el Heraldo digital, “error de conexión”. Maldita wifi, otra vez se ha levantado guerrera, la anulo, e intento acceder con los datos móviles, mismo resultado. Otra vez se ha caído el sistema. Vierto un café negro y denso en la taza y añado la leche, lo saboreo a duras penas, mi mente está en las noticias que no puedo ver, en el correo corporativo que no puedo leer.

7:05 Lo vuelvo a intentar. Nada, me quedo sin saber las novedades en el mundo informativo y sin leer los correos.

7:10 Salgo a toda prisa hacia la oficina. Al llegar, la cara de Dolores es un poema. -¡No tenemos conexión! , no puedo emitir giros, ni puedo usar el e-mail, no puedo hacer nada.

Voy a preparar ofertas para los clientes, pero no puedo acceder al servidor donde está instalado el programa. De momento habrá que esperar. Entre tanto llamo a Luis, el informático. Me dice que no hay nada que hacer, ha habido un ataque global a servidores, cableado y satélites, y va para largo, que me tengo que apañar.

10:00 Bajo al almacén, a ver como va la cosa. Los chicos están brazo sobre brazo, Roberto habla acaloradamente por teléfono. – Habla con el chófer del trailer, que tenía que haber llegado con la mercancía, me dice Daniel- le ha fallado el gps y está perdido en algún punto indeterminado de la ciudad, no es capaz de llegar hasta aquí. ¡Madre!, que largo se nos va a hacer el día.

12:00 Intento comunicarme con mi hijo mayor que está en el extranjero a ver que tal está por ahí la cosa. Imposible. A este paso, tendré que mandarle una carta manuscrita.

13:00 Las autoridades lanzan un comunicado oficial, anunciando lo que a estas horas todos sabemos ya. Ha habido un ataque mundial al sistema de comunicaciones, por parte de un grupo terrorista, y tenemos que estar preparados para estar mucho tiempo sin internet, ni telefonía móvil. Nos piden tranquilidad y comprensión, que van a poner todos los medios a su alcance para solucionar el problema lo antes posible. Miedo da oírlos decir eso. ¡No sé cómo vamos a poder vivir así!

DIA 10

7:00 Todo sigue igual, hace ya diez días que estamos sin conexión, ni visos de que se vaya a solucionar. El café emite su musical borboteo, su embriagador aroma penetra en mis fosas nasales, y me transporta a mundos etéreos, vierto la leche y me recreo en ver el cambio de color que se va produciendo, saboreo las tostadas que la tostadora acaba de escupir, entretanto, leo la primera carta de mi hijo, todo bien. Salgo para la oficina.

9:00 Mientras voy rellenando las ofertas, Dolores las va metiendo en sus sobres y estampándoles el sello. Cuando están listas, se va tranquilamente caminando hacia la oficina de correos más cercana para enviarlas.

12:00 Bajo al almacén, y bolígrafo en mano, voy rellenando los albaranes de las mercancías que acaban de llegar, mientras, bromeo con los chicos, resulta que Carlos se ha echado novia y no me había enterado. Daniel tampoco se había enterado de que era la suya, pero lo lleva bien.

14:00 Voy a casa a comer con mi mujer y mis hijos, total, no hay conexión y todo lo demás cierra, a esa hora.

17:00 Como nos hemos visto obligados a acortar el horario de la empresa, pues hasta el día siguiente -cuando el cartero reparte el correo-, no nos llegan los pedidos, me voy a casa, y mi mujer y yo bajamos al parque con los más pequeños. ¡Se les ve tan felices!

¡No sé cómo vamos a poder vivir, otra vez, cuando vuelva la conexión!

CARLOS RODRÍGUEZ

No hubo tiempo de que Amalia iniciara su confesión, el teléfono oficial de Vallejo comenzó a sonar interrumpiendo aquel momento.

¡Vaya, que oportuno! – dijo ella mirándole con una sonrisa de complicidad

– Dígame, Vallejo al aparato.

– ¿Continua usted en el domicilio de la señora Cardoso?

– Sí ¿Qué sucede?

– Aunque dio usted orden de retirarse a la patrulla que le daba protección, y a la espera de tener que volver a asumir esa tarea cuando usted abandonase el domicilio, los agentes decidieron patrullar la zona y hace unos minutos han sorprendido a un individuo intentando manipular la caja de suministro de electricidad del domicilio. Esta siendo trasladado a comisaría en estos momentos.

– Muchas gracias por avisar, envíen un grupo de protección al lugar, en cuanto ellos lleguen salgo yo para ahí.

Vallejo conocía lo que aquello significaba, aunque había habido robos de cable eléctrico en la zona, no podía ser casualidad que fuesen a por una vivienda ocupada, todos los robos se habían producido en chalets vacíos o en construcción. Además, esa era una técnica que también ellos utilizaban en algunas intervenciones con cierto nivel de riesgo, donde se procedía al corte del suministro eléctrico y de las comunicaciones.

La patrulla no tardo en llegar, y fue entonces cuando se percato que algo no iba bien, habían llamado al timbre y no por teléfono como se les había indicado. Vallejo miro su móvil, ninguna de las dos líneas tenia cobertura, preguntó a las chicas y ni las niñas ni Amalia tenían conexión, comprobó la línea fija y esta carecía de señal, por lo tanto tampoco funcionaba la conexión a internet.

La situación no le estaba gustando demasiado, rápidamente puso a Amalia y las chicas lejos de las ventanas y a cubierto tras la isla de la cocina, corrió al dormitorio donde se había cambiado de ropa y tomo su arma, volviendo rápidamente a la planta principal para dirigirse a la puerta de la parcela. Abrió con cuidado y desde una posición mínimamente segura, los agentes que se encontraban al otro lado eran conocidos, de modo que no requirió de identificación.

– Buenas noches, Paco, Hermindo, tenemos un problema, podéis comprobar la conexión de vuestros móviles.

– No tengo cobertura alguna, Vallejo ¿qué es lo que pasa?

– Pasad y comprobad que las emisoras tienen comunicación con la central, me temo que hayan activado algún tipo de inhibidor de frecuencias y estemos incomunicados.

– Joder Vallejo ¿no me dirás que vienen por ti los de la red que desmantelaste en Madrid?

– No lo sé, Paco, no sé quien es, pero ya anoche nos siguieron hasta Vigo y dejaron una extraña nota en mi moto.

Hermindo intento en vano comunicar con la central, también la frecuencia de sus equipos estaba interferida.

– H50 para Z22, solicitamos refuerzos en nuestra posición… H50 para Z22 ¿me recibe? … Nada compañeros, estamos sólos, la radio no funciona.

– Pasa el patrulla para dentro, tal vez nos haga falta la artillería. Abrid bien los ojos.

Vallejo volvió al interior para tratar de tranquilizar a las tres mujeres, cosa que no era fácil con un arma en la mano, pero había que intentarlo y utilizo los pocos recursos que tenia para ello, de modo que les explico que los agentes y él estarían fuera vigilando. Mientras bajaba las persianas eléctricas de toda la casa.

– Las persianas son metálicas, lo que nos aporta una seguridad mayor, y puesto que disponen de elementos de bloqueo para evitar su apertura desde el exterior evitaran que pueda entrar nadie.

– ¿Pero qué esta pasando ahí fuera? – pregunto Amelia

– De momento nada, es solo por precaución, han bloqueado todas las comunicaciones y eso me hace pensar que están cerca y pudiesen intentar entrar. Cuando yo salga bloquea la puerta, y no abras salvo que sea yo o alguno de los compañeros que conoces.

– ¡Me estas asustando! – dijo Valeria mientras se abrazaba temblorosa a su madre y su novia Paula haciendo una piña.

– No tengas miedo, todo esta bien, es sólo por precaución.

Vallejo beso la frente de las tres antes de salir de la vivienda para reunirse con los dos agentes que ya estaban pertrechados para un enfrentamiento directo con quien pudiese intentar flanquear los limites de la parcela.

Mientras ellos vigilaban el frente parapetados tras las columnas de piedra y las dos enormes jardineras que se situaban a los lados del porche, él hizo un registro del jardín y el pequeño cobertizo donde Amalia guardaba las herramientas para su mantenimiento. Comprobó también el garaje, y se aseguró de cerrarlo de modo que no se pudiera acceder desde fuera.

Él se aposto en una esquina del jardín desde la que tenía una visual completa del mismo y de la entrada. Bien pegado al muro exterior y camuflado tras los rosales y las camelias, se dispuso a esperar pacientemente el asalto de quien fuera que idease todo aquello.

Las horas iban pasando lentas mientras todos esperaban. Faltaba poco para el cambio de turno, cuando se volvieron a escuchar los avisos en las emisoras del patrulla y los agentes. Vallejo hizo una seña a estos para que no hicieran uso de las mismas.

Verificó la cobertura de su teléfono móvil, todo se había reestablecido, Tal vez el arresto del hombre que manipulaba la caja de conexiones eléctricas había echado por tierra los planes de atentar contra ellos, aunque era evidente que no había actuado solo, pues ya estaba bajo arresto cuando se había activado el inhibidor.

Salió de su escondite y regresó junto a los compañeros.

– Menuda troncha nos ha salido esta noche, y total para nada – bromeo.

– Mejor así Vallejo, no sé qué habría pasado si se llega a presentar alguien.

– Pues sí, Paco, no hubiera sido cómodo para nosotros, solamente los tres y con munición limitada… podría haber terminado muy mal.

– Lo que aun no entiendo es lo de dejar la casa sin conexión a internet.

– A ver Herminio, que ahora hay personal las 24 horas pendiente de los mensajes que se envían a los distintos medios de comunicación que la policía ha puesto al servicio del ciudadano.

Es que se me olvida, yo llevo toda mi vida sin internet, y ahora que estoy tan cerca de jubilarme no voy a aprender. Además… ¡con lo bien que se vive sin internet.

PAULINA RODRÍGUEZ

Desconectar para encontrarme

Mi generación ha nacido y vivido pegada a Internet desde el minuto en que nuestros corazones empezaron a latir.

Ese pensamiento me llegó a la cabeza unos días antes del confinamiento.

Me pasé muchos días dando vueltas a ese tema y como en los medios de comunicación solo se hablaba del dichoso Coronavirus.

Se me ocurrió la idea de mandar un mensaje a mis amigos, proponiéndoles estar una semana sin ninguna conexión, desconectando de todo completamente.

Al pasar la semana, nos conectaríamos todos a la plataforma de zoom, para contarnos cómo habíamos vivido esa experiencia.

No a todos les pareció buena idea, pero acabaron accediendo.

La duda que nos albergaba, era saber si realmente íbamos a aguantar el reto.

Mi primer día, se resumió en organizar mi cuarto y desempolvar viejas cajas de altillo.

En aquellas cajas encontré varias cintas de vídeo y libros que no recordaba haber leído nunca.

Los demás días pasaron entre reproducir las cintas con mi abuela riéndonos a carcajada limpia y leer en el jardín disfrutando de la naturaleza.

También decidí empezar con una rutina de ejercicio, para mantenerme en forma, empecé por saltar a la comba, recordando los tiempos de cuando era pequeña y bajaba a la plaza del pueblo con mis amigas.

Cuando me quise dar cuenta había pasado la semana.

Se podría decir, que había sido la mejor semana de mi vida.

Había disfrutado de mi familia y sobretodo, había disfrutado de mí.

Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba a mí yo interior.

Cuando hicimos la llamada, me disgustó el ver que para algunos había sido una experiencia desastrosa.

Para mí, había sido maravillosa y decidí seguir una semana más apartando la conexión de mi vida diaria.

Fui descubriendo algún hobby que tenía cerrado con candado, como era la escritura.

Cogí un cuaderno y un boli bic, de tinta azul.

Comencé a escribir un diario, en aquellas paginas iba contando lo que hacía cada día y como me sentía.

Cuando acabó el confinamiento lo leí, había llenado el cuaderno entero.

Decidí contactar con una editorial y publicarlo.

Estar desconectada me hizo descubrir cosas que no recordaba de mi, me hizo ser yo y me hizo ser feliz.

Disfrutaba cada mañana del café recién hecho y unas tostadas.

De mi rutina de ejercicio.

De mi familia y de mí jardín.

Al llegar la noche, disfrutaba escribiendo.

Puedo decir, que para ser la primera vez que probaba algo totalmente diferente y fuera de mi comodidad, me había sentido libre.

Porque vivir desconectados nos hace volar la imaginación.

Volar como un pájaro.

Volar viendo todo lo que se nos escapa otras veces.

Volar para encontrarnos.

GRISELDA SIERRA

ERINA

Erina estaba decidida: no volvería a Nueva York. Hacía días había entrado en el bosque y había pedido la ayuda de Éragon, el lobo blanco que vivía en esos confines; ahora ambos caminaban por las profundidades de la espesura y estaban en un lugar oscuro y solitario donde las brujas acechaban a los viajeros. Éragon apresuró el paso y Erina tensó su arco cuando una figura negra se atravesó en el camino. La sombra pegó un chillido y huyó despavorida cuando vio la brillantez del lobo. Éragon sonrió; aún conservaba sus poderes mágicos. Pronto llegarían a la comarca de los elfos donde la hermosa elfa de cabellos dorados podría reencontrarse con su familia, después de años de vivir en la ciudad por haber sido robada por una pareja de humanos.

Sólo una cosa le preocupaba a Erina: ¿cómo haría de ahí en adelante para comunicarse con sus amigas?, ¿cómo podría vivir si internet?

ALMUT KREUSCH

Noche sin internet

Casi tenía controlados a los animales de la granja cuando se cayó la conexión a Internet. ¡Que rabia! Estaba relajándome jugando con la Nitendo de mis hijos después de un día ajetreado en la tienda, preparar la cena, acostar a los niños prepararme para el día siguiente. Pepe, mi marido, a menudo llegaba a casa muy tarde por la noche. Se solía juntar con los alcohólicos no reconocidos en el bar de la esquina.

La avería de internet debió ser considerable, porque persistió. Al final, aburrida de esperar y un poco cabreada por haberse arruinado mi momento de relax, metí la cena de Pepe en el horno, y me fui a la cama.

Abrí de par en par la ventana que daba al patio, con la esperanza de que entrara una brisa que refrescara un poco la calurosa noche de verano, cuya temperatura no era muy diferente a la del día. Estaba a punto de dormirme cuando unos gemidos me devolvieron a la superficie.

–¡Ya estamos¡ –, pensé, —¡la vecina de al lado! Que vida sexual mas activa tiene y con este marido que parece tan poquita cosa. Pero mira por donde, debe de ser una maquina en la cama!!!!!

De repente, gemidos parecidos salían desde otra ventana, luego desde otra y otra y otra… Desde la derecha, desde la izquierda, desde arriba y desde abajo, como una orgía multitudinaria sonó parecido a una manada de lobos en celo. Un glorioso “Finale” se elevó por el patio y se desvaneció poco a poco en la inmensidad del cielo estrellado. Se hizo el silencio, se apagaron las luces y los murmullos.

Sólo algún ronquido ocasional rompía la paz de la noche, como el de Pepe en el sofá.

¡Bendito apagón de internet!

NOVATUS LITERATUS

Vicios hermitaños

Llame a Laura el miércoles en la noche. Desde el domingo, día en que habían cortado el servicio de internet había vuelto a caer en antiguos pasatiempos. Salí a jugar basket ese mismo domingo, tratando de imitar las jugadas que había alcanzado a ver en los reels de Facebook el día anterior…

Había vuelto a coger un libro impreso con su característico olor a moho dulce, pero en cambio de pasar las hojas como un simple reflejo, movía mi dedo de arriba hacia abajo sintiendo la hoja áspera contra mi yema. No puede ser que mi cerebro se encuentre tan condicionado al inmediatismo de la información y a los movimientos sobre una Tablet…

Ante la falta de internet, que me permitieran de manera furtiva ver sus fotos y estados, decidí llamar de nuevo al 2316590 y escuchar su voz, y como en los viejos tiempos, callar mientras disfrutaba de sus inflexiones, de su color, de su ¡aló! yendo de la intriga, pasando por la molestia y finalizando en el fastidio.

Rápidamente el recuerdo me hizo desistir de escucharla de nuevo. Esa noche soñé como voces como cuchillos salían de la bocina del teléfono y me amarraban a una silla mientras miraba como Laura tenia sexo con mi mejor amigo.

Al principio de la caída de red, un nerviosismo infantil, parecido al primer día de clases, rondaba por mi cuerpo, y el aumento de ingesta de alimentos, al observar la imposibilidad de ver la vida feliz de otros, o buscar automáticamente un significado, se contrarrestó por fortuna con mis salidas nocturnas para tirar al aro y practicar dobles ritmos oxidados.

Poco a poco, fui platicando de manera más fluida con mi esposa, dejando de lado el estupor en el que se había convertido nuestra relación producto de la monotonía. Al pasar menos horas navegando en la red, reconocí que día a día perdía la oportunidad de agradecer y compartir con la mujer que me acompañaba y empezamos a hacer el amor más seguido.

Ahora el servicio ha sido reconectado y tengo miedo de volver a rondar el pasado que me desconecta de mi vida.

YOLILLANA

Sin internet en la montaña

Un crujido la obligó a girar su cabeza con brusquedad y comprobó que seguía sola.

Seguramente algún animal habría pisado una rama, o tal vez cayó una piña de alguno de los cientos de pinos centenarios que había en ese bosque.

La ruta de las siete cuevas se llamaba la ruta, y ya hacía al menos dos cuevas que había perdido de vista al grupo.

Era verano pero aún así empezaba a refrescar, y el ocaso estaba dando paso a la noche cerrada de luna nueva.

¿Y si nadie se daba cuenta de que la habían perdido? Había acudido sola en su coche así que era posible que no notaran su ausencia. Y tampoco hacía tanto que conocía a aquella gente.

¡Cómo había sido tan tonta de dejar el móvil apagado en la guantera! ¡Con lo que le gustaba ir sacando fotos todo el tiempo!

Hacía ya varios meses que había decidido no llevar siempre el teléfono consigo, sobretodo si salía a caminar. Había redescubierto el placer de estar desconectada del mundo, de vivir cada instante sin interrupciones y dejar las urgencias para los hospitales.

Ahora le vendría bien tenerlo a mano, pero incluso en estas circunstancias, se alegraba de que no fuera así.

Además muy probablemente tampoco tendría cobertura, así que de poco le habría servido.

Empezó a pensar en un plan para salir de aquella situación.

Podría intentar seguir las indicaciones de la PR, pero cada vez le costaba más encontrarlas.

O podría intentar hacer algún refugio para pasar la noche y continuar cuando amaneciera.

Una vez más comprobó el frontal que había echado en la mochila. No, no tenía pilas.

– Desde luego Pili, te has lucido organizando la salida – se dijo.

Rocky, su fiel compañero canino estaba sentado a su lado descansando, ajeno a la preocupación de su dueña.

La segunda opción empezaba a parecerle de lo más razonable, no parecía que su perro tuviera ganas de seguir caminando.

Y además, estaba la posibilidad de desviarse de la ruta y por la mañana estaría más perdida.

Así que se levantó y empezó a juntar ramas y hojas secas para improvisar un lecho donde poder descansar.

Rocky y ella se darían calor mutuamente, y además el cuerpo de su mastín era como una almohada gigante y calentita (aunque peluda).

En su mochila no le quedaba gran cosa. La chaqueta, que ya se había puesto, medio paquete de almendras, un plátano y poco menos de media botella de agua.

Compartió el plátano con Rocky y guardó las almendras para la mañana siguiente.

Bebieron un poco de agua y se acurrucó junto a su mascota.

La noche ya había caído y la ausencia de luna había dejado un precioso cielo estrellado.

Por un momento se sintió afortunada de poder vivir esa experiencia con Rocky.

Hacía cuatro meses que le habían diagnosticado cáncer de pulmón con metástasis, y no se lo había dicho a nadie. Ni la familia ni los amigos más íntimos lo sabían.

Decidió que no quería que su vida cambiara. No quería mensajes y llamadas preguntando cómo estaba.

Se negó a recibir quimioterapia, radioterapia, o cualquier otro tipo de tratamiento, y no quería escuchar a nadie diciéndole que debería estar pasando por eso. Que debería luchar.

Cada uno luchaba a su manera.

Ella quería eso. Estar tirada en un bosque por la noche, acurrucada con su perro y contando estrellas.

Quería salir a caminar sin tener que escuchar que debería estar descansando.

Quería poder comer y beber lo que quisiera sin que le dijeran que en su estado debería evitar el alcohol y las grasas.

Para lo que me queda en el convento, me cago dentro.

¿No se decía eso?

Pues ese era su convento y era ella la que decidía qué hacer con él.

Con este último pensamiento y mientras escuchaba la respiración de Rocky, se durmió.

Tres días más tarde, un grupo de senderistas encontró su cuerpo frío.

Rocky seguía tumbado a su lado.

ABBY MARSIE ROGOM

VIVIR SIN INTERNET.

ASÍ SE VIVE SIN INTERNET.

ANDALUCÍA.

GENTE DER PUNTÁ.

…………………

Hasta tu nombre es bonito

y bonito cada rincón

de esta tierra mía.

Gente de La Isla

a caballo entre Huelva y Sevilla.

De arroz la semilla,

el espurgabuey

y el cangrejo.

Yen las tablas soleadas

también el flamenco.

Y en las aguas

se refleja el cielo

y las nubes,

y las aves en vuelo.

Mira el niño.

Omá… llama a su madre…

Mira má como pinto.

Tito Manué!!

grita también,

y hasta un dedo le falta

a Juan el carpintero,

porque un día rodó de la máquina al suelo.

Amo an cá la güela…

Decía ahora el chiquillo con sus manitas llenas,

llenas de taquitos

pintados de madera.

Por las calles llenas de luz corría,

mediodía polvoriento

de calles vacías,

sesteando las gentes

del pueblo todavia.

¿Cómo t’á io?

Saluda Tonica

al ver pasar al niño.

En silencio hasta los gorriones dormidos

escondidos entre las ramas,

entre las ramas el nido.

Y la flama,

la flama del aire y del río.

– Amo ja bañanno ar caná!

Hay un pato entre las cañas.

– Ven conmigo má!

Cucha má la trompeta der Cazimiro!!

De lejos se escucha

la semana santa

que suena en julio,

las notas vuelan,

al aire saltan.

Todo el año suena,

ensaya y ensaya,

Casimiro en la azotea

siempre se halla.

Desde la mía se ve

la isla entera.

Tierras de arroz

espejos de agua

en primavera.

Llena de verde

la marisma entera.

Y los olores

de los dulces de la Nati

salen a la calle

en el camino.

Rosas y pestiños

y torrijas de vino.

Y desde el patio der Pa’cuá

su guitarra,

que entra por puertas y ventanas,

despertando la siesta,

llevando jarana.

Un empujón a la puerta encajá,

y entra el niño

atravesando el zaguán

y sembrando el suelo de trocitos de madera

que no caben en sus manitas para abrazar

A la abuela.

Y al atardecer se queda dormido el niño en el patio.

A la sombra del jazmín,

el jazmín de la abuela.

Sus manitas vacías de palitos,

llenas de estrellas.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Intrenet: Requiescat in pace

______________________________

¡Madre mía! Me he dormido. ¡Llego tarde!

Es el tercer día que llego a la oficina con media hora de retraso. De esta me echan a la calle.

¡Arranca, arranca! Este coche es un cacharro. Tendré que comprarme uno nuevo.

¡Arranca tozudo del demonio!

¡Uuuf! Menos mal que los semáforos los he pillado todos en verde.

Primera planta

Segunda planta

Tercera planta

Entro corriendo en la oficina. ¡Que desmadre! Todo el personal habla a gritos. ¿Qué está ocurriendo?

Miro hacia el despacho del director y lo veo más blanco que una pared recién encalada.

¡Ostras está muerto! No, ahora me doy cuenta de que su secretaria y el jefe de planta están dándole aire con unos folios.

No puede ser que todo esto ocurra porque yo haya llegado tarde. Me da un subidón de optimismo. Si es que la multinacional no funciona sin mí. Me pongo más colorada que la cresta de un pollo. Alucino y levito… no por mucho tiempo. Recibo un empujón de Juan que va de aquí para allá, de mesa en mesa dándole al teclado de todos los ordenadores que encuentra a su paso, pero no solo es él, Marisa, Pepa, Moncho… ¿Se han vuelto locos?

El director sale de su despacho echando humo por las orejas y dando tumbos de lado a lado como si estuviera borracho. Abre su boca enorme y un grito descomunal sale de su garganta.

-Internet, requiescat in pace-

Se desploma y se abre la cabeza. La sangre me salpica. Yo también doy un grito.

¡Mierda! Me he caído de la cama!

Carmen Úbeda Ferrer

P.D. Mis sueños perversos.

EVA AVIA TORIBIO

Tiempos oscuros

Año, bueno, ya no importa en el año en el que estamos. Hace mucho que la vida, como la conocí, dejó de existir. Me llamo, ¡que más da mi nombre!, a estas alturas tampoco es importante. ¿Cuántos años tengo? No es necesario saberlo, ni me importa. Solo los recuerdos son lo importante. Aquellos momentos vividos, tanto los buenos como los malos, ¡eso sí que es importante!

Pertenezco a la generación que nació mucho después de una guerra civil, en la que miles de personas perecieron sin que se les diera la oportunidad de decidir por ellos mismos. Los que quedaron, lucharon para que las siguientes generaciones, o séase, nosotros, no cometieran sus mismos errores. La historia fue escrita de diferentes formas según el bando que la contara, pero en lo que la mayoría, o la gran mayoría, si estaba de acuerdo, es que no se deberían repetir los mismos actos.

Pertenezco a esa generación que nació con el cambio político. Ese que nos abrió las puertas de la libertad de expresión y muchísimas cosas buenas, pero también malas, ya que una de ellas, el avance tecnológico, que no es mala en sí, sino que el ser humano no la utilizó correctamente, nos llevó al momento en el que yo me encuentro y en el que apenas hay vida.

Todavía recuerdo, que de pequeña escribía cartas a personas con las que compartía algo en común, la música, el cine o simplemente felicitar por Navidad. Todo eso parecía lejano, cuando llego ella. Recuerdo cuando iba a comprar y las líneas de internet caían, ¡parecía que todo se paralizara! A ver a personas de otras partes del mundo desde unas pequeñas ventanitas, que, aunque no nos daba la calidez que necesitamos como seres humanos, nos permitía disfrutar de su presencia, de su voz, de su sonrisa y de sus lágrimas, porque la distancia era tan grande, que no nos podíamos abrazar. Por desgracia, también recuerdo, las guerras con esos dichosos misiles lanzados gracias a esa tecnología que tanto nos aproximaba, porque a alguien le interesaba políticamente hacerse con lo que era de todos, la Tierra.

— ¡Abuela, cuéntame más de esas pequeñas ventanitas! —me dijo con ojos apasionados, la pequeña niña que rescaté de entre los escombros y a la que amo con toda mi alma.

—Mi pequeña, te contaré todo lo que quieras, pero tienes que saber que siempre será una parte de la verdad, lo que tú decidas hacer con ella, sólo dependerá de ti.

— ¿Me lees ese poema que todavía conservas de cuando aún existía eso que llamas internet? —ya ha cambiado de tema y levantándose, me aproxima el diario de mi vida y que junto a el, hay un montón de hojas recopiladas a lo largo de los años en busca de seres vivos.

—Claro que sí, mi amor —abriendo uno de los pocos cuadernos que pude rescatar cuando uno de esos misiles cayó en mi hogar y que, posteriormente, se convertiría en el diario de mi vida. En el anotaba las historias que mi mente necesitaba contar, esas que luego, gracias a la tecnología podía compartir con personas afines a mi y a las que solo nos separaba la distancia.

Aquí, frente a ti, descubro un mundo diferente.

frente a ti, veo más allá del mundo que me rodea.

Por ti descubro colores, sonidos y letras infinitas.

Veo más allá de lo que se me había inculcado,

que más allá de lo que me rodea existen personas iguales que yo,

que ven mis mismos colores, sonidos y letras.

Que todos aquellos que nos rodean,

y que no nos permiten ver más allá de sus dictámenes,

solo consiguen que cada día tenga más ganas de seguir descubriendo

todo lo bueno y lo malo que tu me ofreces, para así, ser yo

la persona que elija ser, y no ser lo que ellos quieren que sea.

Gracias a ti, avance tecnológico, por brindarme la oportunidad

de disfrutar, aunque la distancia nos separe,

de las personas que aquí encontré.

— ¿Quién escribió ese poema? —aplaudiendo y saltando, como así lo debe de hacer un niño.

—No importa, mi amor. Lo único que importa es que aprendas de los errores que hemos cometido y que trasmitas a las siguientes generaciones tus conocimientos y a su vez, ellos los utilicen para crear un mundo mejor, lleno de luces, de colores y sabores. Un mundo donde todos los pasos en los que avancéis sean por un beneficio en común. Mientras tanto, lee todo lo que encuentres en nuestra búsqueda y escribe, aunque sea con mayor o menor acierto, todo lo que tengas aquí, porque ese —señalando su corazón—, es el motor que dará vida, a este desolador mundo.

Besos, la Incondicional.

RAÚL LEIVA

Aislados

Por aquel entonces el muchacho contaba con nueve años recién cumplidos.

La economía del hogar alcanzaba a duras penas para vivir de lo poco que daba la carpintería del padre. Las carencias eran lo único que abundaba en esa casita minúscula.

No tenía casi amigos, desde el día que se perdió en el centro comercial para ser hallado tres días después, los padres no le quitaban los ojos de encima. No tenía maneras de comunicarse con sus pares, su mundo se reducía a la sala de estar, a un escaso dormitorio y a la carpintería de su padre donde su imaginación le prodigaba pequeñas ciudades con retazos de madera, inverosímiles barbas y cabellos rizados de viruta, y un minúsculo ejército de hombrecitos de madera que terminaban prendidos fuego en el fogón de diario. No guardaba recuerdos de sus cumpleaños y mucho menos podía imaginarse lo que era la Navidad.

Las vecinas no hacían otra cosa que hablar por lo bajo de una relación extramatrimonial de su madre, que sabían callar cuando la cruzaban por la calle saludándola atentamente con disimulos mal maquillados.

Así era su infancia, ayuna de adelantos, de tecnologías y de comunicaciones. Su mundo y su dolor eran tan reales como el hambre que rompía en dos al silencio de la noche cuando su estómago tronaba.

Corría el año nueve y el pequeño Jesús nunca imaginó lo que los destinos le tenían preparado.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Tema de la semana y otros

La rueda de las emociones que palpita en la razón de los seres humanos. Una rueda que se mueve por todo nuestro ser, que alberga la duda, que cuestiona el tiempo para vivir, para soñar, para dormir. Cuestiona el tiempo imprudente que actúa cuando el placer acaricia al cuerpo o al corazón que se regocija de amor.

Cuando no existe vergüenza en ser honesto consigo mismo y con el prójimo que con su imprudencia cuestiona, sembrando la duda en la mente que empieza a fabricar pensamientos imprudentes, impidiendo la felicidad del ser humano.

Esa rueda de energías que están siempre en movimiento, en transformación se da sólo en el ser humano que es capaz de encontrar la alquimia de sus emociones.

Pregunto: ¿Dónde se encuentra la fórmula mágica?, ¿Quien tiene la clave de la felicidad, donde el tiempo, la duda, la impudencia, y la vergüenza abandonen al ser humano?.

¿Quién posee el poder de romper la rueda infinita de sentimientos y emociones, que tantas veces juegan con nuestro yo oculto? al que no queremos encontrar de frente, al que evadimos adaptándonos a un mundo que gira sin control llevándonos hacia el abismo de la falta de consciencia y decisión propia.

Etapas que experimentamos y que nos tocará mirar a miles y miles de seres autómatas obedeciendo la avasallante ola que nos arrastra como una masa de incompetentes, incapaces de aislarse y vivir sin el Internet.

Un mundo que cada vez más se hace dependiente de códigos y datos perfectamente programados para generar seres sin alma, obedientes al sistema, sin razón, ni cuestionamientos.

Quizás para algunos sea más fácil caminar junto al tiempo y la duda sin cometer la imprudencia de preguntar: el por qué, y así no pasar por la vergüenza del qué dirán de mí.

Cada humano tiene la libertad de seleccionar el camino entre flores o entre piedras.

NILA J BOHORQUEZ

El Doctor Thomas Jones, filósofo y teólogo (Ph.D), egresado de una de las famosas universidades del mundo, dictaba la Cátedra de Filosofía y Letras en la Universidad donde estudiaba mi nieta Christina Lorens, una joven que no podía vivir sin Internet; siempre conectada con la moderna tecnología. Durante los fines de semanas en su acostumbrada visita a sus abuelos,

nos platicaba sobre los progresos de sus estudios. Siempre se quejaba porque no podía entrar a clases con su teléfono móvil, pero no dejaba de resaltar con palabras de admiración la capacidad intelectual del profesor Jones, como persona idónea y excelente pedagogo, destacándose en el grupo del profesorado universitario.

Christina se asombraba, como todos los demás compañeros, cuando a sus conferencias asistían, además de los alumnos regulares, otros estudiantes de diferentes Facultades, de modo que, el salón era insuficiente para albergar a tantas personas. Aún así, lo escuchaban de pie en absoluto silencio.

El destacado preceptor nunca les permitió el uso del celular y nadie protestaba por el hecho de no tenerlo en horas de clases.

‘Cris» (como cariñosamente le llamamos), en sus conversaciones nos comentaba, además de su incomodidad (yo diría sufrimiento) por no poder encender su móvil durante la intervención del docente…

quien era un caballero demasiado estricto y disciplinado, pero muy querido y respetado por todos, porque sus enseñanzas quedaban tatuadas en sus mentes y corazones. El comportamiento del alumnado era increíble…nadie se atrevía a cuestionar la decisión tomada por el Dr. Jones, por la enfermiza manía de conectarse a la Web.

Proseguía ‘Cris’ comentándonos que, se llegó el día de la prueba final, advirtiéndoles que sería una tesis a desarrollar desde la comodidad del hogar, para entregarla el día indicado. Y escribió en el pizarrón el tema exigido: «La Ética de Kant»

(Deontología), permitiéndoles consultar las dudas utilizando el internet.

Llegó el día establecido para entregar las carpetas con los respectivos trabajos. Christina entregó su portafolio con 25 hojas delicadamente tipiadas.

El día de la entrega de notas, todos quedaron anonadados y confundidos por el resultado unánime del examen, pues sin excepción, la evaluación fue de 02 puntos por el hecho de haber entregado y firmado el «fólder».

Ante la pregunta de ‘Cris’…¿el porqué de esa nota?…Thomas Jones se retiró de su escritorio y se colocó en el centro del aula y se dirigió a los Bachilleres.. expresando lo siguiente:

«Como han podido observar, todos tienen como resultado una puntuación de 02…la máxima nota es para INTERNET, pues ha sido pulcramente copiado el asunto que les propuse investigar, pero como no hubo desarrollo individual de la materia requerida y no lograron poner a funcionar sus neuronas para redactar un contenido de suma importancia e interés para vuestro futuro profesional, como es la «Ética», según el gran filósofo Kant, decidí calificar (10 puntos) lo que ustedes copiaron textualmente por pereza intelectual; por lo tanto, les recomiendo que en las próximas pruebas sean más prudentes, más cautelosos en cualquier área que busquen en los libros, incluyendo lo publicado en la red, porque sino el ciberespacio seguirá obteniendo los honores con altas calificaciones por su excelente, extraordinaria y valiosa información que suministra a sus usuarios»…

«La sesión ha terminado…pueden retirarse».

ASAPH FERNANDEZ

Alma y baile

Las luces estroboscópicas que escapan de los proyectores, danzan, alebestradas, en un vaivén como olas excitadas por el plenilunio de una esfera con cristales brillantes. Un mar de luces en colores –rojo, verde, amarillo y magenta– bañan los cuerpos salinos, afiebrados y excitados de los presentes; desgarrando la oscuridad, despertando el erotismo, la sensualidad, empapando los cuerpos jóvenes, abriéndose –cual flores– al amor y a la pasión por el rose de los cuerpos movidos por la música, despertando un apetito idílico, un éxtasis alcanzado por la salsa, su música y sus letras sugerentes.

Los oídos llenos de susurros endulzados y provocativos, van derritiendo la indiferencia, resquebrajado el pudor, echando abajo las murallas del decoro y la vergüenza; embriagando con su licor de labios vorágines hasta el alma más pura e inocente; al ritmo vocal pregrabado de Maelo Ruiz, Willie Colón, Galy Galiano, Lalo Rodríguez, Daniel Santos entre otros tantos exponentes de la salsa. Las féminas caderas se mecen en sensuales y atrayentes movimientos cautivadores. Las manos, los dedos, las yemas y sus respectivos falanges, van en desliz por encima de un pantalón, una camisa satén, una falda de lentejuelas que vuela por encima de un muslo de terciopelo, unas medias oscuras en red atrapando miradas. Una blusa con desmesurado escote, asoma los frutos de la juventud, trampas donde caen la vista de los vouyer y los fisgones incautos. Los pies y los hombros en movimientos llevaderos por la música y el vaivén de la gente, corren de aquí para allá en el desenfreno de «Amor de unas horas» y “Mujer araña”.

–Ve con Dios…– Fueron las últimas palabras que salieron de boca de su madre en aquella tarde de verano. La joven no se dirigía exactamente rumbo a la iglesia o a realizar obras de caridad en algún albergue o en algún oficio sagrado, aún así, a doña Julia siempre le gustaba recitar estás palabras como un amuleto que guardase la vida de su única hija. Sin saber que después de aquella tarde jamás volvería a verla, y quién si en verdad fue con Dios, o alguien enviado por él, cuando los que cuidaban la puerta pudieron ver entregarse sin restricciones al que sería su captor y el último “hombre” con el que ella bailaría.

Llegó a la pista completamente emperifollada, había cubierto la piel semitransparente de su rostro con contornos y sombras de un tono color durazno. Las cejas, y las pestañas con rímel color nogal y sombra rosácea debajo de los ojos. El cabello suelto de una tonalidad bicolor entre el blanco natural y un negro anochecido. No deseaba ocultar ni cubrir por completo su identidad, sino que antes, quería que supieran que era ella, la misma doncella marginada por su tono de piel marmolada, a la que todos rechazaron y ninguno se atrevió a invitar al baile.

La pista permanecía abarrotada de gente de diferentes edades. Bellas bailarinas contoneando sus cuerpos firmes como sirenas atrapadas en la red del goce y el desenfreno. Grandes pescadores y novatos marineros adentrándose en la bulla y el jolgorio de una noche de baile, salsa y samba picante a la espera de una buena pesca. Alma se aventuró a ir mar adentro, abriendo una estela de hombres y mujeres que no le apartaban la miradas. Nadie podía creer que aquella diosa de piel blanca fuera la misma joven taciturna e insegura que acudía con ellos a la escuela.

Se sentó muy cerca de la barra, cruzó las piernas y sus ojos buscaron entre la oscuridad y los colores destellantes con quién pasaría la noche.

Un joven se acercó para pedir la primera pieza pero fue rechazado antes de siquiera intentarlo.

Las cartas habían sido barajadas y su mano había salido favorecida. Carlo, el más popular del instituto, se acercó con sigilo, buscaba el mejor lugar por dónde atacar, su carisma había sido irresistible para cualquier mujer, pero se cargó con el mismo destino que el primero. Insistió y hasta la tomó del brazo, pero ella permaneció implacable.

–¡A mí nadie me dice que no!

–Pues va siendo hora que alguien te ponga un alto.

La joven se soltó de su agresor y en ese momento entró él.

–¿Quién es él? –preguntó una asombrada joven

–No lo sé pero ¡está guapísimo! –respondió otra que estaba a su lado

–¿Santos? –preguntó Carlo

Y el murmullo llegó hasta el último rincón de la disco.

Era Santos el chico de intercambio, al menos eso es lo que se creía pues vestía la misma piel que Santos; el mismo cabello, los mismos ojos grisáceos, la misma sonrisa angelical, los mismos movimientos al caminar. Sin embargo, algo en él no concordaba. Los omóplatos eran más pronunciados, igual que una joroba dividida por la mitad. La estatura era mayor y la voz más profunda. Inmediatamente la joven corrió hacia él y lo abrazó como sí se conocieran desde hace tiempo.

Él la abrazó y la protegió de las miradas envidiosas con su descomunal cuerpo. El lugar se inundó de diversos cuchicheos que la música quedó casi apagada por las voces que se preguntaban ¿Desde cuándo estarían juntos un par tan disparejo?. Él era alto, fuerte y bien parecido. La piel bronceada en un tono uniforme. Y ella era la rara, la callada, la que no tenía amistad con nadie porqué con nadie nunca habló. Eran completamente opuestos y ahora estaban juntos en el baile.

Los timbales y el güiro, la conga y el saxofón, unidos a los demás instrumentos, formaban imágenes esculpidas en los cuerpos. Las letras hablaban de amor, de traición, de injusticias cometidas en otros tiempos. Y de pronto se oía que en los años 1600, cuando el tirano llegó… un hombre se reveló contra su amo por pegarle a una mujer de color. Cada uno se idénticaba con alguna melodía, se hacía uno con ella y los corazones brincaban dentro de los pechos de cada individuo, cada hombre o mujer sentía una algo más que la simple verbena. Los sonidos se mezclaban a las historias, y la literatura se hacía presente. Los mitos y las leyendas, las metáforas y los distintos ángulos de ver vida. Era una mezcla de cosas embutido en una mezcla de tiempos, con diversidad y variedad de sabores. Agridulces, picantes, candentes, semi amargos y dulces momentos. De ello se componía la salsa, de un variopinto paisaje de sonidos e historias.

La música siguió con la historia de dos amantes, y el cantante evocaba a la ya conocida novela de Romeo y Julieta, en ese momento la piel de Alma se erizó.

–¿Cuánto estás dispuesta a pagar por el amor de ese hombre? –le había preguntado la anciana.

–Lo que sea necesario…

–Pues bien, hágase como tú quieras…

Ni Romeo había entregado tanto por el amor de Julieta como lo había hecho ella. Ella simplemente lo había dado todo y ahora tenía su recompensa.

Así pues Alma y Santos bailaron durante horas y horas hasta que la noche casi daba lugar al amanecer. Ella movía el cuerpo con una gracia nunca antes descubierta. Él la tomaba de la cintura y sus olanes se elevaban ante las miradas expectativas.

Todo parecía una bella fantasía, un cuento de hadas en donde el amor siempre triunfa. Fue entonces cuando la magia surgió del cuerpo de ella. Pero la magia no siempre es buena.

El cuerpo se sentía desfallecer, lo había dado todo en la pista, y aún así era poco comparado con el precio que le ponía a su amor. Cuando Romeo y Julieta no pudieron estar juntos decidieron ofrendar sus vidas. Sin embargo el amor de ella era mayor al de Julieta, porque se había entregado completa.

La última pieza debía cerrar con broche de oro la noche. A pesar de que ya se había tocado ese tema se volvió a tocar.

Ven devorame otra vez

Ay ven devorame otra vez

La noche había sido un sueño, un sueño que tantas noches se había repetido en la soledad de su cama. Pero ahora el sueño se había hecho realidad hasta el último detalle. Una pesadez comenzó a embargar su cuerpo. Los párpados se le iban cerrando al son de la música mientras sus débiles brazos se aferraban a su amado.

–…siempre lo he amado. Desde la primera vez que lo ví me robó algo más que simples suspiros. Se robó mi corazón, también mis sueños. Mi vida le pertenece, mi alma y todo mi cuerpo.

–Entonces el precio no será ningún problema…

–Ninguno Nana

Un brillo escapó de su cuerpo blanquecino, era una luz débil casi imperceptible pero aún así desprendía cierta claridad en lo oscuro de la noche. Las luces se fueron haciendo cada vez más tenues, mientras su vida se iba apagando bajo aquella luna de cristales brillantes.

Santos, seguía bailando con aquel cuerpo desfallecido. Mostraba una indiferencia o quizá una complicidad pactada entre ambos, “bailar hasta el último aliento”.

Ven castígame con tus deseos más… que el vigor lo guarde para ti…

La chica terminó cayendo en sus brazos. Él la tomó mientras la música seguía sonando con indiferencia. Salió apresurado. Los que resguardaban la puerta vieron como un par de alas semejantes a las de un cóndor o un águila abrían la gabardina y se elevaban con el cuerpo de la joven dormida.

No podían creer lo que habían visto y nunca nadie creyó su testimonio.

–Era un ángel

–Sí, un ángel de alas negras se la llevó volando.

Nadie podía entender qué había ocurrido porque el cuerpo de la joven no se encontró por ningún lado.

Los presentes dudaron de la identidad del joven, desde que lo vieron entrar, para después confirmar que no había sido él quien estuvo en el baile. El verdadero Santos había regresado a su País un par de semanas antes.

–Recuerdo que un olor extraño comenzó a inundar el lugar cuando ellos bailaban la última pieza.

–Sí, era cómo si la tierra abriera su garganta –mencionó un par de jóvenes que presenciaron parte de la escena.

En aquellos tiempos no había internet, ni cámaras de video que pudieran haber grabado lo ocurrido. Lo cual se hizo pasar como una leyenda. Su madre la siguió buscando por mucho tiempo.

–Aquella criatura se la llevó hacia aquel cerro que se ve allá enfrente. En aquella casa que se ve en la punta del mismo.

–Se lo juro por lo más sagrado…

“El ombligo de la Luna”, nombre que tenía la discoteca, quedó clausurado mientras se apagaban poco a poco las cosas.

Su nombre era Alma Veronica, la chica que se entregó en alma y cuerpo. La misma que mezcló amor y deseo, como una salsa cantada en otro tiempo. Ahora sólo es una leyenda y una línea más en el mercado de los brujos donde creyó encontrar la ayuda de una anciana.

FIN

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Cuando fuimos la internet

El colapso es inminente. Más del 95% de la información de la humanidad actualmente se encuentra en la red. La gente ha perdido la capacidad de memorizar debido a la inmediatez de la información. –¿para que esforzarse en recordar si tenemos el conocimiento del mundo a un clic? – Las profesiones han pasado a ser un mero artilugio. Ya no existe la especialización cuando cualquiera puede acceder al conocimiento más exhaustivo. Y ante esta realidad de aparente incondicionalidad hemos olvidado que algo que pareciera imposible. El sistema está descompuesto…

Era necesario monitorearlo, sistematizarlo, no podía seguir alimentándose solo. Porque podría fallar. El humano confío demasiado en el algoritmo, y ahora que ya no comprende su grado de complejidad es como un cachorro al que se le da una herramienta. No puede reconectar el sistema. Un gran gigante imaginario se encuentra pisando los cables de conexión, mientras que intentamos recordar practicas obsoletas como la mensajería y los hombres sufren más por escribir una carta a mano que por la imposibilidad de comunicarse con sus seres queridos.

Los hombres se han convertido en sinónimo de dependencia. Vacilan sobre el papel. Han olvidado escribir una frase entera con su puño y letra. Cada niño trae consigo, debajo del brazo, su laptop y su intercomunicador en la cabeza, que les ahorra hablar con otros niños. La interfaz de mensajería se despliega frente a sus ojos y apenas se miran unos a otros de reojo mientras se comunican, mientras que sus avatares juegan la rueda-rueda.

Los hombres, las mujeres y los niños temen salir de sus casas. Dependen del bienamado servicio de internet, que más que una herramienta se ha convertido en una especie de madre que todo lo sabe y todo lo valida. Y aunque aún la producción depende de los hombres, sin internet el hombre teme a la selva de concreto y en parte las maquinas tampoco pueden ser alimentadas.

Las industrias se desploman sin siquiera un pronóstico y los hombres más prácticos roban bebida y alimento, y otros, que aún conservan la tradición entienden que hay que volver a lo sencillo en la vida. Emigran centenares, grandes empresarios, phd, ingenieros, científicos, a los valles, los campos y las selvas. Sueltan la pesada carga de la red. Y buscan satisfacer sus necesidades básicas, como si fuera la primera vez, tomando los frutos del árbol y sacrificando el venado con respeto; deseando que, al otro lado del mundo, otras hordas puedan cazar mamuts lanudos recordando la importancia de las herramientas, y no precisamente tecnológicas.

Ante el fallo en el sistema de comunicación, de la internet, que ha desplazado sistemas de comunicación por completo, pareciera que se ha esparcido un gas que ha convertido a los humanos en seres arcaicos que no entienden su mundo, reobligandolos a repetir la historia; pasando por cumbres como la escritura, la imprenta, la industrialización. Solo décadas después se ha logrado reentender algunos libros que se conservaban reimpresos. Y se han recuperado sistemas de comunicación como la telefonía, los telegramas y los faxes.

Pocas personas han descartado la idea del gas letal en la mente y en la memoria. Se avocan por una hipótesis más práctica y menos ficticia. Estábamos tan ligados a servicio de internet que olvidamos nuestra humanidad y nos convertimos en una maquina al servicio de este. Y terminamos siendo como un carrito sin pilas. Reaccionamos de una manera tan fuerte a la realidad que nos bloqueamos emocionalmente y retrocedimos milenios.

*

Clara es una mujer de mediana edad para la cual la secuela del colapso en la red no fue tan devastadora. Acostumbraba escribir cartas a mano y ponerlas en la maleta de sus hijos y a su marido antes de que salieran a sus colegios y trabajo. Tenía como hábito llamar a su madre al teléfono fijo, ya que esta se negaba a tener un aparato parlante en el bolsillo y a escribir mensajes instantáneos por chat. A la hora de las comidas tenían un platero grande para dejar sus celulares en el centro de la mesa y platicar mirándose fijamente mientras validaban cada una de sus palabras. El día que declararon cívico el derrumbe de internet; no sudaron, ni titubearon al no saber que hacer. Una mesa de metro cuadrado fue la superficie para armar el rompecabezas de mil fichas que no podían comenzar debido a sus actividades y que completaron en los días posteriores. Los niños desempolvaron los libros de la enciclopedia para terminar sus tareas y gastaron una caja de lápices mientras repoblaban las hojas de los cuadernos. Ahora su vida en el campo no es muy diferente. Y ahora, paradójicamente, que el servicio de internet ha sido reestablecido, la señal no les llega.

MEI ZTSUKE

Y ahí estaba Kari sentada, desvelada en una banca del seguro médico esperando turno para ser atendida, pensaba en el trabajo, la ropa que no había tendido entre otras cosas, luego en un instante fugaz observó a todos a su alrededor todos grandes y chicos pegados a la pantalla del celular y tablet, al fondo una señora luchando con su hija cómo de aproximadamente 4 años, sorpresa la niña quería el celular para poder distraerse, en ese mismo instante Kari empezó a recordar la infancia aquella en la cuál los niños y adultos en esa misma sala de espera, jugaban con canicas, trompos, carritos, muñecas, veían los periódicos o revistas, de pronto la voz del parlante la trajo de vuelta.

Al salir del consultorio recorrió un par de cuadras y visualizo nuevamente aquella escena como sacada de una película de zombis, todos en aquella calle con la cabeza inclinada viendo videos, chateando; en una mesa de la cafetería de la esquina, había un grupo de adolescentes los cuáles tenían sus bebidas y comida pero lo que llamó la atención fue que todos estaban sumisos a merced de su teléfono, inconsciente de lo efímera que es la vida.

Pero en un segundo todo cambio un repentino apagón, trajo de vuelta a la realidad a todos y en cuestión de minutos se empezó a escuchar risas; Kari siguió su camino y en la pradera observó niños jugando a deslizarse en la verde llanura, recordó nuevamente su infancia en la que la única preocupación era estudiar y jugar bajo la brisa de los atardeceres aquellos atardeceres que montaban tremendos espectáculos, recordó a sus padres llamándolaá para ir a cenar y platicar de los sucesos del día.

El apagón duro un par de horas y por un momento, un instante todos disfrutaron la compañía y charlas de las personas que estaban a su alrededor; Kari siguió pensando cómo sería nuevamente la vida sin Internet, cómo sería tener esas platicas cara a cara con su familia y amigos, tener que investigar en una biblioteca y realizar sus tareas, pero en ésta nueva era eso sería una utopía.

LETICIA R MENA

No ha sido buena idea esto de la casita rural.

Un lugar idílico, en plena naturaleza. Desconectar de la rutina. Desconectar en general, porque aquí no hay ni WiFi ni cobertura.

Después de dos días estoy hasta las narices del canto de los pájaros, de respirar aire puro, de pasear de un lado a otro porque no hay otra cosa que hacer y de descansar.

Miro el móvil, donde en la pantalla aparece bien grande «sin conexión».

Suspiro. A mi lado, mi pareja desde hace más años de los que recuerdo.

No, definitivamente no ha sido buena idea.

Vuelvo a mirar el móvil. Nada, ni una mísera barrita de cobertura.

Trago saliva, y en ese silencio se oye claramente el glup.

La miro, a ella, como disculpándome por el hecho de respirar.

Insisto en mirar de nuevo el móvil, «sin conexión».

Vuelvo a mirarla, a ella, y pienso » y tanto que sin conexión «.

SHELO SHELO

VIVIR SIN INTERNET

Tiempos pasados, tiempos proverbios en donde

se jugaba a los rayos del sol brillante, donde la bicicleta

era la eterna amiga, a veces la enemiga como la policía.

Pelotas de colores brillaban en el duro asfalto de barro,

las casas frágiles eran ancianas dueñas del tiempo y del mismo barrio.

Oh, aquellos y bellos tiempos de antaño, tiempos perdidos.

Los niños no tenían nada que ver, solo tenían que disfrutar

sin preocuparse por caídas de redes, vivían sin internet.

Algo más tranquilo, sentido y genuino.

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12 comentarios en «Vivir sin internet»

  1. Voy a confesarles algo, es una verdadera tortura lo que hace la editorial con nosotros.
    Escoger entre tantos y tan buenos relatos es a la vez placentero y doloroso.
    Tener el chance de solo cuatro, cuando hay tanta y variada calidad no es justo.
    Reglas son reglas… ahí van mis votos:

    Marfu Monforte
    David Merlan
    Juan Peña
    Mallo

    Responder

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