Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «seducir». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de julio!
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** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Dabel Di se sirvió un generoso trago de smothie de remolacha. Utilizaba el smothie de remolacha para pensar, para crear escenas que le diesen sentido a su siempre inquieto subconsciente
(para torturar a Mr C, usaba smothie de coliflor).
Estaba intentando ponerle nombre al cielo, un nombre único, pues cielo, firmamento, éter, casa de estrellas, morada de dioses, etc., eran demasiados nombres para algo que ella consideraba único y sublime. Había pasado noches enteras susurrando a la Luna, días enteros preguntando a los truenos y a las tormentas, que le explicasen ese insondable misterio de universos que anidan en corazones separados, pero con un agujero negro común. Se sentía tan seducida por encontrar ese nombre, que olvidó hasta el suyo propio (como el Gollum de J.R.R. Tolkien ).
Con esa amnesia, se sumergió en las olas de la incertidumbre, un torbellino arrollador que la transportaba al desierto de Pesenia, donde ella había escrito páginas gloriosas, que ahora se desvanecían en las lúgubres paredes de los sentimientos encontrados que no encontraban destino donde veranear entre olas de azabache distópico que acariciasen sus raídos versos de juventud.
En mi despabilar se, tu amanecer ejerce sobre mí tal acción que me lleva a levantarme del lecho en estado de gozo. Mi júbilo me impide calzar me los pies .
Abro la ventana del cuarto y, al contemplar tu grandeza, mi voluntad se rinde…
Permíteme pues describa al mundo tu belleza.
Tu cielo pintado de rojo y amarillo acompañan a la redondez blanquecina del sol en su tranquilo moverse.
La montaña a esa hora viste de verde oscuro. El agua de la charca capta por un momento la fuerza de la hermosura.
Mis pies calzare para caminar por tus sendas…
Llevaban años casados y por vez primera estaban pasando una semana de vacaciones. El trabajo no daba para más y bastante con lo que pudieron ahorrar aquel año. Y fue además la pura casualidad, porque alguien se había borrado de una oferta y quedaba una plaza vacante. Llegaron temprano a la playa y ya la invadían toallas y parasoles. Buscaron para colocar el suyo en un lugar alejado del agua, porque estaban convencidos de que los demás les mirarían y descubrirían a simple vista que eran pobres. Tenía gracia que hasta medio desnuda la gente no dejara de hacer gala de riqueza y poderío.
Nada más pisar la arena Mariluz se había fijado en las cremas con que madres e hijas se embadurnaban y los pareos con que vestían. Bien creyó que no eran de un estampado vulgar como era el suyo, sino de seda y con variados y atractivos colores. ¡Qué pedazo de tipos, que tipazos! Cuánto le hubiera gustado usar uno de aquellos bikinis que perdían continuidad entre las cachas del culo.
Pasaron más de una hora sin terciar palabra, observando y temiendo sobre todo ser observados. Un balón que rodó cerca de ellos fue motivo para que Juan Luis se levantara y lo devolviera pegándole un buen zurdazo y enviándole a los cielos. Voló desde aquella altura y vino a caer sobre el vértice de una sombrilla. No era la bomba atómica, pero al desinflarse produjo un estruendo que la pareja que la habitaba amparándose del sol, bien creyó que un meteorito les había caído encima. Ni un pelo les tocó ni les produjo un rasguño, pero menuda la que montaron. Que a la playa se venía a descansar, que ella estaba medio dormida y menudo susto y que a quién se le había ocurrido lanzar el balón porque tendrían que vérselas.
Juan Luis que no era hombre medroso ni se arrugaba fácilmente, no comprendía que una patada al balón fuera bastante para dar aquellas voces. Pensaba disculparse, pero vista la reacción abandonó la sombrilla y se mantuvo expectante.
—¿Es usted el que ha lanzado el balón?
—El mismo y pensaba disculparme.
—Pues tarda tiempo.
Juan Luis le miró sorteando el enfado que se adivinaba en la expresión de aquel rostro y le preguntó si no creía que el estallido del balón era más bien motivo para reír.
—Un episodio que da para contar cuando terminen sus vacaciones. Yo pienso hacerlo y seguro que mis colegas se caerán de risa.
—Vale, me ha desarmado. Félix García, mucho gusto.
—Juan Luis.
—Venga conmigo. Le invito a beber unas cervezas, si a su mujer no le parece mal.
Le indicó Mariluz con la mano que podía marcharse y juntos se acercaron a uno de los chiringuitos. De camino apenas hablaron pero tuvieron tiempo de hacer cada uno su composición de lugar. Félix se dio cuenta de que Juan Luis no llevaba reloj y que el pantalón que vestía no era de marca ni tampoco la camisa que se había echado al hombro.
La cerveza estaba con la temperatura idónea. Félix sacó un cigarro y jugueteaba con los dedos sin encenderlo. Tenía que decir algo y no se le ocurría cómo ni qué.
—¿Cuál es tu oficio? ¿A qué te dedicas?
—Soy pintor.
—¿Pintor como Goya?
—Y como encalador.
Fue la temperatura, el salir de su zona de confort. No podía ser otro el motivo de sentir simpatía por aquel pintor de brocha gorda. Sus silencios y sus frases cortas le habían seducido. Si se lo contara a su mujer le pediría el divorcio, porque era Matilde la que poseía el apartamento en la playa y la finca en los alrededores de Salamanca. Tendría que tentarle y ofrecerle algo que no pudiera rechazar.
—Soy dueño de una finca cerca del río Tormes. Me gustaría que la conocieras. Existe además una acequia cuyas aguas son beneficiosas. Los médicos las prescriben para el riñón. De paso podrías cambiar la pintura de la sala de estar.
Recelaba Mariluz de una oferta tan tentadora, porque noventa y nueve personas sobre cien no solían regalar. Raro que aquella pareja fuera la excepción. Pero Félix era un tipo que entraba por los ojos y remataba con la voz, con la palabra. Todo parecía fácil y al alcance si le escuchaba, porque poseía un enorme poder de seducción.
Encaló Juan Luis la sala de estar y pasaron una semana en aquella casa de ensueño. Poco tiempo, pero el suficiente para que a Mariluz le hiciera cosquillas el amor. Faltó una miga para no dejarse seducir y caer en los brazos de Félix. Se acordó de su madre.«El hombre que te quiera no le apremiará quitarse la camisa.» Y eso fue lo primero que realizó Félix: mostrar su torso desnudo, su reloj de pulsera y su cadenilla de oro al cuello. Y se acercó confiado ofreciéndole los brazos y ella no le rechazó, pero cuando le levantaba la falda un raro olor la echó para atrás.
—¿Qué te pasa ahora?
—Nada, solo que si el agua de la acequia posee propiedades curativas, báñate en ella.
Benedicto Palacios
Me llamo Elena, y me pasé la carrera de periodismo enganchada a la voz que conducía “Compartiéndote”, el exitoso programa de radio. Cada día, puntualmente, después de estudiar me disponía a escuchar aquella voz que me sedujo desde el primer momento y me llevaba al útero materno, sumiéndome en la calidez, la honestidad y la serenidad más embriagadora.
Era inevitable soñar con la persona que había detrás de aquella voz. Ramón Pérez, se llamaba. Un nombre insípido para una voz tan extraordinaria que no podía sino pertenecer a alguien extraordinario; sensible, conocedor del alma humana, generoso, físicamente atractivo. No me dolían prendas al admitir que estaba enamorada del hombre que cada noche, de 9 a 11, tenía toda mi atención.
Terminé las prácticas, estudié un master y comencé a hacer mis pinitos en el ámbito laboral. Un día, el periódico en el que trabajaba como becaria nos invitó a una compañera, Bego, y a mí a una fiesta en la que no faltarían famosos.
No llevábamos ni diez minutos, cuando Bego me señaló a un individuo que hablaba con otro y me dijo que era Ramón Pérez, el locutor. Lo miré sin dar crédito. Era bajito, estaba calvo, y tenía tripa cervecera. Lo peor es que empezaron a venir hacia nosotras. A cada paso que daba se iba desmoronando la imagen del hombre que era mi pasión, hundiéndome en un pozo oscuro. Todo había sido una maldita farsa. Cuando los tuvimos delante, Ramón apenas musitó un hola inaudible y sonrió. Luego Bego empezó a hablar, cosa que se le da muy bien, y llegaron unas risas, pero yo estaba en otro mundo, un mundo mágico y maravilloso.
La culpa la tuvo la sonrisa de Ramón.
Agitando mi mano con encanto
alcanzando los niveles del placer
en el vaivén del ritmo de mi antebrazo
grácil, seduce con desdén.
De bambú, de encaje o de marfil,
sí está cerca del corazón
enseguida podrás percibir,
que has ganado todo mi amor.
Sí lo presionas en mis labios
si le doy vueltas con la mano
o delante de la cara,
la seducción habrá empezado.
Soplo de aire fresco
juego de seducción,
agitando mi abanico
voy en busca del amor.
—Mauricio….
….
—¡Mauricioooo!
—¡¿Qué?!
—Cada año, estás más sordo.
—Ya ves, para lo que hay que oír.
—Oye, y digo yo que estaba recordando cuando nos conocimos. De joven sabias seducir muy bien.
—Supongo.
—¿Qué supones?
—Que si, que si, Paqui que de joven siempre se deduce mejor que cuando eres viejo.
—¡Seducir, Mauricio, seducir, no deducir! ¡Ajjj, qué hombre! Cada año estás más senil.
—Y más sordo, recuerda.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Querido Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas: mi intención es seducirte cómo lo hiciste tú hace tres años. ¿Te acuerdas? Fue un mes de abril del fatídico año 2020 cuando te conocí, éramos 1600 y pico miembros, hoy vamos camino de los 9000 miembros, no veas lo nervioso que me ha puesto la jefa metiendo miembros esta mañana, yo esperando el tema semanal y comprobando que el número de miembros iba creciendo, por cierto, en muy poco tiempo hemos pasado de ser casi 6000 a casi 9000.
Te lo diré sin rodeos: ¡No puedo vivir sin ti! Ni puedo ni quiero, eres mi anhelo de cada sábado, sé que te tengo que compartir, aunque ya sabes que soy un poco celoso y me gustaría tenerte sólo para mí.
Siempre diré que ojalá te hubiera conocido antes, pero todo pasa a su debido momento por alguna razón.
Mi corazón late por ti a un ritmo incontrolable, especialmente los sábados por la mañana sobre las ocho. Sí, estoy enamorado de ti y no me avergüenza confesarlo, sé que hay algo dentro de ti que piensa lo mismo de mí. Lo noto por cómo me miras…
Cada sábado te regalo parte de mi alma, pero es poco comparado con lo que tú me aportas…
¡Siempre tuyo!
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
DE BRUCES CON LA REALIDAD
Era sencillamente demoledora, la viva representación de la rotundidad y el exceso. Pertenecía a esa clase de personas sin matices, de las que no dejan lugar a dudas, uno de esos seres que viven refugiados en el extremo absoluto, con el volumen siempre al máximo, rozando la distorsión.
A cada paso que imprimían sus pies, a cada contacto del tacón de sus botas con el suelo, se producía una onda expansiva que no dejaba nada en pie. Era un terremoto sin epicentro fijo cuya intensidad superaba cualquier escala. Una vibración que se iba desplazando siguiendo la estela que dibujaba su movimiento.
Las incontables ondulaciones de su larga melena cobriza, desplegada como una catarata sobre su espalda, parecían asemejarse a pequeños huracanes que no hacían sino reafirmar su arrolladora personalidad. Su rostro, impregnado del grado justo y perfectamente medido de maquillaje y color, siempre lucía unas líneas impecables, la sombra adecuada, el rojo más intenso. Años de experiencia con los pinceles avalaban a aquella especie de Van Gogh femenino de pechos operados.
La elegancia con la que se movía su vestido solo podía ser fruto de un pacto maligno con Eolo y el aire que la circundaba. Todo era armonía y compás. El bamboleo de sus formas al moverse parecía obedecer a un patrón matemático, a la ejecución de una coreografía simplemente perfecta, digna del mismísimo Nureyev. Los hombres, a su paso, no podían más que tropezar o darse de bruces contra una farola, semáforo o cualquier otro objeto del mobiliario urbano, cegados por el efecto que generaba al caminar, un vendaval que los desplazaba hacia los lados sin consideración ni piedad.
Unas gafas de sol de diseño cubrían sus ojos, dos armas de fascinación masiva que, de haber permanecido al descubierto, hubieran representado un peligro absoluto para todo aquel que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino. Desde la bomba de hidrógeno, pocas cosas se han conocido que superen el poder abrasador de aquella mirada.
De repente, como en toda buena trama, lo imprevisto hizo su aparición. Bajo ese glamour impostado, la diosa arrebatadora que ya se han imaginado, azote de hombres e incluso de algunas mujeres, en el fondo, no era más que una pobre princesa de pueblo, una arrabalera con pretensiones. Se dirigía al metro, como cada mañana. En concreto a la parada de Lavapiés. Quiso el destino que uno de sus tacones quedara incrustado en la rejilla de ventilación, justo antes de comenzar la bajada de las escaleras. Treinta y cinco exactamente, que rodó de una en una, yendo su orgullo a morir a la orilla de un charco oscuro, producto del chaparrón de la noche anterior. Fue en aquella pequeña laguna, en el momento de hundir la cara, donde se diluyó la paleta multicolor del maquillaje, y donde también acabaron naufragando sus sueños, o cuando menos, los de aquel día. Más o menos eso es lo que iba pensando ella, a su manera, mientras los del SAMUR la subían en camilla, con varias costillas rotas, las gafas hechas añicos y ella entera rebozada en agua sucia, como una vulgar croqueta.
ARITZ SANCHO MAURI
Eran compañeros de clase desde hacía años, pero nunca habían hablado mucho. Laura siempre había sentido una atracción por Daniel, pero nunca se había atrevido a decírselo. Daniel, por su parte, estaba enamorado de Laura en secreto, pero pensaba que ella no le hacía caso.
Un día, Laura decidió que era hora de actuar. Se propuso seducir a Daniel y hacer que se fijara en ella. Empezó a vestirse más provocativa, a sonreírle más, a buscar excusas para hablar con él, a enviarle mensajes sugerentes… Daniel no podía creer lo que estaba pasando. ¿Sería posible que Laura se hubiera fijado en él?
Un viernes por la tarde, Laura le propuso a Daniel ir al cine. Él aceptó encantado. Se sentaron juntos en la última fila y Laura se acercó a él poco a poco. Le cogió la mano, le susurró al oído, le rozó el cuello con los labios… Daniel se dejó llevar por la pasión y la besó. Fue el mejor beso de su vida.
Después del cine, Daniel le dijo a Laura que la quería, que llevaba mucho tiempo soñando con ese momento, que quería estar con ella. Laura se quedó sorprendida. No esperaba que Daniel fuera tan intenso. Ella solo quería divertirse un rato, no comprometerse con nadie. Le dijo que lo sentía, pero que no sentía lo mismo por él. Que solo había sido un juego.
Daniel se quedó destrozado. No podía creer que Laura le hubiera utilizado así. Se sintió humillado y traicionado. Se alejó de ella y no volvió a hablarle.
Pasaron los meses y Laura se dio cuenta de que había cometido un error. Se dio cuenta de que Daniel era un chico especial, que la había tratado con respeto y cariño, que la había querido de verdad. Se dio cuenta de que lo echaba de menos y de que quería estar con él.
Decidió buscarlo y pedirle perdón. Quería decirle que se había equivocado, que lo quería, que quería estar con él. Pero cuando llegó al instituto, se enteró de que Daniel se había ido. Había conseguido una beca para estudiar en el extranjero y había aprovechado la oportunidad para olvidar a Laura.
Laura sintió un vacío en el pecho. Había perdido a Daniel para siempre. Se arrepintió de haber jugado con sus sentimientos y de haberlo dejado escapar. Se dio cuenta de que había sido una tonta y de que había desperdiciado la oportunidad de ser feliz con el chico que la amaba de verdad.
PARTICIPANTE ANÓNIMO
<Estaba aburrida tomando un margarita en la terraza de un chiringuito. Había ahorrado durante años para poder viajar a las playas de Malibú. Creía que iba a ser una experiencia inolvidable, de esas que debes realizar al menos una vez en la vida. Me imaginé la historia que iba a contar a mis nietos, una vez que los tuviese, y sus padres me los dejasen a cargo, pero tal y como terminó… estoy segura que no es una buena enseñanza.
La cosa es que yo estaba allí, sola, pues mi amiga Nancy me había cambiado por un guapo moreno de ojos verdes que, conoció en el supermercado unos días antes de embarcarnos. Ella puede tirar por la borda el pasaje, pero yo no… Creo que lo último que la dije es que se iba a arrepentir, y que yo tendría un verano más interesante que el suyo, pero lo cierto era, que tras una semana, empezaba a desear volver a Brooklyn. Ya había bebido suficiente cócteles; acudido a suficientes fiestas veraniegas, y descubierto la fauna del lugar, y… era más que anodina, pero para mí desgracia, aún me quedaban cuatro días.
En esas cavilaciones estaba, bajo mi sombrero de paja, y tras mis enormes gafas de sol, cuando algo pasó por mi flanco de visión. Era un dios griego que había bajado del Olimpo para alegrarme la vista; una estatua de pulcro mármol blanco, cincelada por el mismísimo Miguel Angel; un hermoso querubín pintado al óleo por Botticelli, con sus preciosas ondas de pelo dorado; sus grandes orbes azules; su nariz perfecta y sus labios carnosos y tentadores. Llegaba en ese instante a la playa, dejando sobre la blanca arena sus gafas; su camisa de algodón blanco y sus shorts de palmeras verdes y blancas, y el resultado de su semidesnudez era… sencillamente apoteósico. Escuché dentro de mi cerebro algunos fuegos artificiales que, me impidieron escuchar al camarero que me daba la turra al preguntarme una y otra vez si deseaba alguna bebida más. Debía haberlo matado. ¿Cómo se le ocurre, en ese mágico momento, en que estaba extasiada, cual Sor Teresa de Jesús, importunarme? ¿Cómo puede un simple mortal, una asquerosa cucaracha peluda, impedir que pusiera todos mis sentidos sobre ese ser extraterrenal? Tuve que contenerme para no proceder con su aniquilación, y simplemente solté un rugido visceral, con el que pretendí decir mucho más de lo que él debió advertir.
Pagué la cuenta y corrí rauda y veloz hacia la arena. Tenía miedo que cualquier mujer, en sesenta kilómetros a la redonda, pudiese percibir sus masculinas feromonas, o ver su inmaculado y trabajado cuerpo, y cual moscas a la miel, acudirían a él. Yo no. Yo era distinta; era la elegida, o eso me creía yo. Fui tan rápida que no controlé mi velocidad de frenado. Como resultado cené dos kilos de arena, y me di de bruces con el cuadrado pecho de mi Adonis. ¡Pero qué me importaban semejantes menudencias en ese momento!
-Perdona –le dije mientras escupía media playa.
-¿Estás bien? –preguntó con una voz aflautada que, me bajó la libido de cien a cero, en cero coma.
-Sí… ¿Te he hecho daño? –pregunté para oírle hablar de nuevo.
-¡No tranquila!
No había escuchado mal. El sonido de su voz era tan horroroso que, le afeaba todo el exterior sin miramientos. Su tonada era medio gangosa; medio pija; medio afeminada. ¡Qué abominable ley de la naturaleza había otorgado semejante cuerpo a esa frecuencia!
-Me llamo Ken –me dijo mostrando una blanca y perfecta dentadura- ¿Y tú?
-Barbie –dije con cara de asco- Discúlpame de nuevo, dije a modo de despedida.
Volví a la barra del chiringuito, suplicando con la mirada al camarero, que instantes antes había deseado matar, que me sirviese un copazo urgentemente. El me entendió, y pese a su fealdad, aunque con una maravillosa voz masculina, me sirvió un gin-tonic, y me dio un llavero de madera, con el número de una de las cabaña. Lo que pasó después, os aseguro que no puedo contárselo a mis nietos…>
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
SEDUCCIÓN
—Menos es más, ahórrate palabras que no son necesarias.
—Mira que vas limpio de polvo y paja.
—El espejo nunca te dirá la verdad: pregúntale a tu madre.
—No abuses de los «qués» ni de los «porqués».
—¡Ni se te ocurra bostezar!
—Nada de frases de Paulo Coelho ¡haz el favor!
—Corte de pelo, sí, pero hecho hace una semana, el día de la cita no. Siempre quedan pelos incordiando.
—Perfume, vale, pero con moderación. Hay individuos que anestesian y así la cosa no prospera.
—¡Ah! Importante: lleva un sombrero por si es necesario que te lo quites ante ella.
Toda esta batería (y mucho más, omitida para no hacer de esto un escrito bíblico) es lanzada por Máximo a su amigo Ciro ante la que será la primera cita del segundo con una chica que conoció medio por casualidad al tropezar con ella a la salida de la farmacia.
No pregunten ustedes como de un accidentado encontronazo salió una cita. Yo no lo sé y, tampoco, es que sea relevante para el caso. La cuestión aquí es la posible seducción que el novato Ciro intenta poner en práctica a pesar de su diletantismo en semejantes mañas.
Para cuando la damisela hizo su aparición, Ciro había empapado su camisa con un reguero de sudor que recorría el torso hasta llegar a la bragueta, hecho este que le hacía parecer meado.
Nervioso, cada vez más, el sudor ya era incontrolable. La mezcla del perfume con el sudor daba como resultado un olor raro, como si al lado hubiera un asador de sardinas. El ‘río’ amenazaba con desbordarse, pues, había alcanzado los zapatos de ante de nuestro prota con regalo de mancha impresa en ellos de difícil descripción.
No había modo ni manera de parar aquello. Cuanto más se esforzaba Ciro por tranquilizarse más nervioso se ponía…más sudor…más empapamiento del atuendo que con tan mimo preparó…
La muchacha se acerca, saluda, intenta un gesto amable tratando de esconder el rechazo que le produce ver a Ciro con aspecto de acabar de salir de la ducha… ¡Pero vestido!
Ciro ensaya un saludo. Su seca garganta por el susto-disgusto se niega a ejecutar sonido alguno. La muchacha lo mira estupefacta sintiendo que ha metido la pata hasta el corvejón al aceptar una cita con el tipo sudoroso que tiene enfrente.
—Lo siento, he venido por no hacerte el desplante, pero tengo que irme. Me esperan en casa. Celebración familiar…ya sabes…
—Claro…
—¿Qué tal salió el plan? ¿Pusiste mis recomendaciones en marcha? —Pregunta Máximo a su amigo.
—Ni tiempo tuve. Pero algo he aprendido. Cuando quiera una nueva cita, me iré a Toronto o a Vancouver o a Montreal…Allí es posible que ligue a una chica o en su defecto una pulmonía…
Moraleja: el tema seductativo se lleva mejor en climas fríos que conservan cada cosa en perfecto estado. El calor acaba por apergaminarlo todo. Tenedlo en cuenta que además Canadá es un lugar muy bonito, con sus magníficas Montañas Rocosas…qué si no ligáis…siempre podéis haceros una escaladita…
¡Suerte!
*También podéis ir a la librería y comprar un libro de autoayuda de esos con títulos tales como: «Cómo seducir siendo un gañán» o «Aprender a seducir con la técnica del caracol» …no sé…yo es que de estas y otras cosas no entiendo ni lo justo.
MARIA JESÚS GARNICA PARDO
No se cuando entro Ana en mi vida.
Estaba a punto de casarme, cuando Ana me propuso el viaje, yo dude, pero ella me sedujo con sus argumentos.
Ana es así, arrolladora y la mujer más guapa e inteligente que conozco.
Nunca compredi por qué no tenía pareja, cuando le sacaba el tema ella lo evitaba.
Mi otra amiga Luisa se apuntó al viaje, siempre me dijo que Ana no era lo qué decía ser.
Ana decía ser de una familia adinerada, que vivía en Panamá, ella vivía bien, siempre perfecta, con ropa cara, chófer y cosas así.
Y nos fuimos de viaje a Marraquek, en un hotel de ensueño, todo pagado por Ana.
Decidimos hacer una excursión, con un guía. Esa mañana Luisa se levantó enferma.
La excursión empezó bien, no se cuando se perdió el guía.
Han pasado días y yo estoy tirada en un acantilado.
No reconozco a Ana, todo lo que me dijo.
Qué yo era una niña de papá y que ella rellenará mi ausencia.
Qué mi prometido será su marido.
Caí inconsciente .
Gracias a Luisa estoy viva.
EFRAÍN DÍAZ
La primera seducción de la cual tenemos constancia es la de Eva hacia Adán. Desde ese instante, la mujer siempre nos ha llevado ventaja en el campo de la seducción. Este relato de la vida real lo confirma.
En esa fatídica velada, tras una romántica cena en la que Claudia y Fermín habían planificado su porvenir compartido, el destino se cernió sobre ellos de manera inesperada. Fermín, al descender del vehículo para abrir el portón de su morada, vio cómo el aire se rasgaba con un estruendo ensordecedor. Claudia, aguardando en el automóvil, fue arrebatada de su letargo por aquel estampido que heló su sangre. Y allí, atónita, observó a Fermín luchando por aferrarse al umbral mientras se desplomaba. Primero cedieron sus rodillas, seguidas de su torso, hasta que su ser yació postrado en el suelo, sin vida.
Claudia, desesperada, abandonó el vehículo y, entre sollozos y alaridos, contempló cómo Fermín exhalaba su último aliento en un charco carmesí. Su formación como enfermera no le fue de utilidad alguna; impotente, trató de detener la sangre que escapaba del cuerpo de su amado, pero sus esfuerzos resultaron vanos. Fermín se desvanecía, desangrado y sin remedio.
Su mirada, en un frenesí de angustia, exploró el entorno, en busca de respuestas que no hallaría. Solo un viejo mendigo, arrastrando todo su patrimonio en un carrito de compras, se cruzó en su campo de visión. El vagabundo, presa del temor, trató de ocultarse tras el sonido del disparo. Claudia, desesperada por obtener cualquier indicio que esclareciera la identidad del asesino, se aproximó a él con premura. Convencida de que aquel mendigo había sido testigo de la tragedia, confiaba en que pudiera señalar al autor del fatídico disparo.
No obstante, el mendigo, curtido en las penurias de la vida en la calle, se negó a responder. Temeroso de involucrarse en los asuntos turbios que acompañaban a las bandas, optó por el silencio. Sabía no solo quién había empuñado el arma homicida, sino que también podía identificarlo sin margen de error. Pero, al contemplar la desesperación y el tormento que embargaban a Claudia, encontró una salida. Prefería arriesgar su vida a merced de una bala por delatar, antes que malvivir entre el hambre y la miseria que acechaban su existencia. Fue así como sus labios pronunciaron el nombre de Braulio, Braulio Martínez.
Al arribar la policía, Claudia relató su versión de los hechos e identificó al mendigo como testigo del fatídico instante en que Braulio Martínez apretaba el gatillo. La búsqueda del vagabundo resultó tan infructuosa. Fue como buscar una aguja en un pajar. Los sin techo y las fuerzas del orden son conocedores de los recovecos ocultos en la urbe, pero aun así, el paradero del mendigo se desvaneció en la nebulosa de lo desconocido.
Claudia no se resignó a quedarse de brazos cruzados. Firme en su determinación de encontrar a Braulio y extraer su confesión, recurrió a la omnipresente red social Facebook para iniciar su indagación. Tras horas de conexión, finalmente lo encontró. Escudriñó su perfil con detenimiento, extrayendo la información que anhelaba. Luego, envió una solicitud de amistad a Braulio, confiando en que este le respondiera.
Dos largos días y sus noches transcurrieron, mientras Claudia vigilaba su cuenta, anhelante de una respuesta, de una aceptación. Y en el segundo día, la voz de Braulio se alzó. Claudia aprovechó la oportunidad para entablar comunicación con él. Con una nube de pesar en la garganta y una mezcla de repugnancia en su estómago, Claudia comenzó a seducirlo. Durante las siguientes tres semanas, Claudia fingió un interés genuino en Braulio. Compartieron fotografías, al principio discretas, pero a medida que Claudia se sumergía en la trama, reveló imágenes sensuales para ganar la confianza de Braulio.
Cuando Braulio le solicitó un encuentro en persona, Claudia se debatió en un dilema. No estaba preparada para enfrentarse cara a cara con el asesino de Fermín. Sin embargo, si deseaba llevar a cabo su plan, no tenía alternativa. Con escasa voluntad y exceso de desgano, accedió. El precio de la seducción debía pagarse, y Claudia se vio obligada a hacerlo.
El lugar acordado fue un bar. Braulio no poseía el atractivo que su perfil en Facebook pretendía ostentar; su imagen había sido engalanada con filtros. Claudia no dejó pasar la oportunidad de señalarlo. Braulio, acobardado y sonrojado, respondió con una sonrisa tímida. Entre el tintineo de las cervezas, entablaron una conversación sobre la complicada niñez que había tenido Braulio. Proveniente de una familia disfuncional, marcada por un padre alcohólico y maltratador, y una madre que careció del valor necesario para protegerse y abandonar a su cónyuge, Braulio quedó atrapado en medio de aquel vendaval de peleas, abusos y negligencias, hasta terminar vagando por las calles. Claudia compartió fragmentos de su vida, tejiendo una madeja de engaños para no revelar su verdadera identidad. Fingió un interés hacia Braulio, interés que él malinterpretó y que lo llevó a intentar besarla. Claudia, inundada de repulsión, se apartó suavemente y le confesó que, para que la relación prosperara, era necesario no apresurar los acontecimientos.
En los días sucesivos, Claudia siguió con su plan de seducción. Braulio, ya confiado, había revelado muchos detalles íntimos de su vida. Claudia sabía que no podía grabar sus conversaciones, pues las grabaciones sin consentimiento del sujeto carecerían de validez en el tribunal. Por ello, inició una comunicación a través de WhatsApp. Sus charlas se deslizaron hacia los planes futuros que ambos tenían. Poco a poco, Claudia fue manipulando a Braulio, hasta llevarlo al escabroso terreno de la sexualidad, un tema que no despertaba gran entusiasmo en ella. Con maestría, Claudia condujo la conversación hacia un punto álgido y osado: preguntarle a Braulio si alguna vez había arrebatado la vida a otro ser humano. Con una astucia calculada, mencionó su atracción hacia aquellos hombres que tenían el valor de extinguir una existencia. Un incómodo silencio se apoderó del ambiente, pero Claudia, hábil en el arte de romper las barreras, lo disipó de un plumazo. Insinuó que si Braulio no se atrevía a discutir ese asunto, podrían cambiar de tema. Consciente del exceso de ego y la falta de perspicacia de Braulio, Claudia había desplegado una trampa que sabía que él no podría resistir. Y así fue como la cayó en sus redes.
Braulio, en su afán de no quedar en entredicho frente a Claudia, confesó haber segado una vida como prueba de ingreso a su pandilla. El corazón de Claudia se aceleró desbocado ante esa revelación. Con un nudo en la garganta, indagó si conocía a la persona que había asesinado. Braulio, ajeno a la conexión entre ellos, afirmó que no lo conocía, pero relató que había seleccionado a una víctima totalmente desprevenida y distraída mientras abría el portón de su garaje. Además, mencionó la presencia de un mendigo que lo había avistado, pero no pudo eliminarlo porque una mujer, presa de gritos y lágrimas, se había bajado del vehículo y temiendo ser descubierto, decidió escapar. Aunque intentó encontrar al mendigo, este había desaparecido sin dejar rastro.
Mientras Claudia absorbía las palabras escritas por Braulio, las lágrimas brotaron de sus ojos. Recordó a su amado Fermín, quien había partido al mas allá sin conocer la razón de su muerte. Lloró por no haber podido salvarlo, pero también lloró de alegría porque la muerte de Fermín no quedaría impune. Aquella misma noche, Braulio fue aprehendido y acusado de asesinato en primer grado.
EDUARDO VALENZUELA JARA
La contienda era desigual, él sabía tomar ventaja, pues había aprendido a seducirla. Conocía los pequeños gestos, sabía usar las miradas cómplices y la palabra adecuada; de modo que, cuando quería algo, lo conseguía.
No importaba el lugar ni la circunstancia, bastaba un descuido, un alocado botón de su blusa que cediera, un revelar sugerente de su escote y él comenzaba.
―¡No! ―decía sorprendida, apartando la desenfadada mano de él―. Aquí, no.
Él, le regalaba una sonrisa coqueta que la hacía ruborizar y sonreir al mismo tiempo. Y volvía a “atacar”, pero con más ternura.
―Te digo que no ―le decía ella, fingiendo enojo.
Se mostraba sorprendido y la miraba fijamente ―sin pestañear―. Sus manos acariciaban la mejillas de ella con delicadeza y sus profundos ojazos azules la buscaban en lo más hondo de su alma; y así, sin mediar palabra, como si no existiera nadie más en todo el universo, su mirada la encontraba trémula y la traspasaba.
―Está bien ―le susurraba rendida, en el oido―, pero debes esperar un poco.
Y entonces, volvía a regalarle esa sonrisa irresistible que la hacía derretir, y con un beso en los labios le decía la palabra mágica, la estocada final:
―¡Ma-má!
Y una vez más, ese pequeño truhan de casi un año, conseguía lo que quería: recibir el pecho generoso de su amorosa madre.
EVA AVIA TORIBIO
Seducir
Llevo muchas vidas poseídas, en las cuales he tenido que fingir alguien quien no soy. En las que he cambiado de nombre, por supuesto, infinidad de veces, pero en las que jamás he cambiado de sexo.
Nuestro padre nos creó, con mayor o menor acierto, hembra y varón. Al varón les otorgó la fuerza, y con ella, muchos hicieron, y continúan, haciendo daño. Gracias a la evolución, la mayoría de ellos desarrollaron otras aptitudes como la sensibilidad, dando con ella, a grandes hombres de la ciencia y la cultura. Mientras que a la hembra las dotó, entre otras muchas cualidades, de la seducción y con ella, la capacidad de hacer y deshacer a nuestro antojo.
Y aquí estoy yo, en el año 2000 ejecutando una venganza que finalizará en el momento que acabe con todo descendiente varón, de aquel susodicho, que 1610 ordenó mi muerte en la hoguera.
—————-
Posesión (un pasaje de mi venganza) En la que el juego de la seducción es mi mejor arma y al que me encanta jugar con Santiago, el último descendiente del susodicho. Si es a ella a la que quiere, a ella la tendrá.
Esto está abarrotado como siempre, no cabe ni un alfiler, tengo la sensación de que todo Castellón se reúne aquí a tomar unas copas antes de la cena. En alguna ocasión, durante el día, he visto a algún guía turístico como muestra a su grupo de excursionistas estas calles, haciendo hincapié de que son junto a nuestros edificios, unas de las zonas a visitar si estás por aquí, turismo de borrachera…, como dice alguno.
—¡Has venido! -cogiéndome la mano y tirándome con fuerza.
—Espera un momento, Clara. ¿Quién ha venido? -deteniéndome en medio de todo el tumulto.
—¡Venga, que están todos!¡No te hagas de rogar! Ya hemos empezado sin ti.
—Creo que no ha sido buena idea, no me gusta tanta aglomeración de gente.
No tenía que haber aceptado la invitación, estoy fuera de lugar, son todos más jóvenes que yo. La mayoría tienen pareja y yo…
—¡Venga! Unas cervecitas y te marchas a tu aburrida vida -mirándome con ojos picarones.
Las tascas me gustan mucho, pero prefiero venir a la hora del almuerzo. Para moverte a ciertas horas con tanta gente ha de ser entre empujones.
—¡Ya has llegado, colega! Clara empezaba a enfadarse -cogiéndola de la cintura y dándole un beso.
—¡Una cerveza, Adrián! -alzando la voz para que el camarero me pueda escuchar.
Me incomoda ver a Clara y Cesar juntos. No es buena idea estar aquí, una cerveza y me marcho.
Unos minutos después
Tengo la misma sensación, como cuando era pequeño, de que me observan.
—¡Hola, doctor! -toco su robusta espalda y me impregno de su fragancia. No ha cambiado nada.
—¡Hola, Melissa! -quedándome sorprendido al verla con una cerveza en la mano-. —¿Se encuentra bien?
—Ahora sí, ¿qué está tomando? que le invito a una copa -su alma es muy fuerte, ni con todo lo que ha sufrido consigo romperla.
—No, gracias. Me tomo esta y me marcho. ¿Ha venido sola? -está diferente a cuando la visité en urgencias, parece más…, no sé si el término salvaje es correcto.
—Sí, así es más fácil -susurrando en su oído y acto seguido rozando con mi boca su lóbulo.
—Te presento al grupo -separándome un poco. ¿A qué se debe esta proximidad? Hace tanto tiempo que no estoy en el mercado que no sé lo que se siente-. —Cesar, Manuel, Lola, Ana, Sergio, Georgina, Marta y esta es Clara, que la atendió primero en urgencias, ¡chicos!, Melissa -señalando a cada uno mientras ellos le dan la mano.
—¡Hola, a todos! Clara -le aprieto con fuerza la mano. Desde el otro lado de la barra he estado observando la interacción visual que han mantenido entre Clara y el doctor y no me ha gustado nada, si es a ella a la que quieres, será a ella a la que tendrás-. —Tengo ganas de bailar. ¿Vamos a la calle la Gasca? -digo al grupo, mientras mi mano se desliza juguetona por el pecho de Clara y mis ojos se clavan en el doctor.
—Por mí vale -dice Cesar mirando al resto.
—Creo que yo paso. Mañana por la noche empiezo otro turno doble y estoy agotado -quiero marcharme de aquí, pero una atracción extraña me lo está impidiendo.
—¡Venga, Santiago, no seas aguafiestas! ¿Los demás venís? -dando saltitos.
—Está bien, Clara, porque me lo pides tú… -soy incapaz de resistirme ante tal muestra de efusividad, me tiene a sus pies.
—¡Genial! Está hecho, nos vamos a darlo todo. ¿Venís? -estoy deseando que el resto del grupo diga que no, para lo que yo deseo cuantos menos seamos mejor. Agarro de la camisa a Santiago colocándolo tan pegadito a mi cuerpo que su roce y mi aroma tienen que ser lo suficientemente seductores que le impidan prestar atención a la mirada disuasoria que le lanzo al resto del grupo.
—No, gracias, tenemos reservada una mesa en el Danubio. Disfrutar de la noche. ¿Vamos, chicos? -incorporándose del taburete.
—Encantada de conoceros. A ver si podemos quedar otro día…-les abrazo con gran alegría-. —Adrián, ¡una última ronda y algo para picar! -la noche promete. Solo quedamos cuatro, aún sobra uno, Cesar es un incordio del que pronto me deshago.
Una hora después, en una discoteca de la calle la Gasca
—Ir pidiendo unas copas mientras nosotras vamos al aseo. Carla, ¿me acompañas? -necesito estar a solas con ella, comprobar si soy lo suficientemente fuerte para poseer su cuerpo. Este se está debilitando y no sé lo que resistirá.
—Claro. Cesar, Santiago, cava para nosotras. ¿Te gusta, Melissa? -rozando mis senos mientras sus ojos se clavan en los chicos.
Este es un juego al que llevo años jugando y me encanta. Nos movemos seductoras por la pista de baile camino a los aseos, todo aquel que se encuentra en ella no deja de mirar y me escita cada vez más. Pero solo quiero que caiga uno de ellos y tengo la ayuda perfecta delante de mí.
Entrando en el aseo, acorralo a Clara contra la pared. Nuestros cuerpos pegados desprenden el calor que necesito, este cuerpo me servirá cuando llegue el momento, pero antes debo prepararlo para mí.
—Clara, ¿sabes una cosa? -rozando sus labios y sujetándola con los brazos levantados.
—¿Qué?
Sus ojos arden de deseo, su cuerpo tiembla con el roce del mío.
—Quiero que te deshagas de Cesar -susurrándole y acto después besando su cuello.
—¡Bésame! -intentando besarme.
—¿Lo harás? -su respuesta no va a tardar en ser positiva, sus pechos se ponen firmes con el contacto de mi mano.
—Sí, pero hazlo ya.
Nuestras bocas se funden en una. Carla cambia con ímpetu nuestras posiciones y soy yo esta vez la que está atrapada, a la que besan en su cuello y a la que el roce de su mano pone firme sus pechos.
—Los chicos nos esperan. Un momento, que te coloco el cabello -colocando el mechón de pelo por detrás de su oreja, sin dejar de mirar sus ardientes ojos. Carla es preciosa, es normal que el doctor se sienta atraída por ella. Las feromonas que desprende me están volviendo loca. Nunca en todos estos años he sentido esta atracción sexual por alguien, no sé si poseer su cuerpo o utilizarlo a mi placer.
Clara toma el control. Sitúa, mientras se contonea, a los chicos a unos pasos de la pista, lo suficientemente cerca para que observen, pero lo suficiente lejos para que no puedan tocar. Bebe un trago de la botella de cava y se la da a Cesar. Clava sus ojos en mí, indicándome que es el momento de bailar. Nuestros cuerpos en el centro de la pista se mueven al compás de la música. Su espalda y sus caderas están pegados a mi cuerpo, se contonea, sube y baja, eleva sus brazos y coge mi cabeza inclinándola lo suficiente para que mi boca roce de nuevo su cuello. Sus manos cogen las mías, invitándolas a seguir sus curvas, desde su cadera hasta su pecho, bajando a su vientre… Es el momento de desviar la mirada a los chicos y como es de esperar, sus cuerpos muestran estar ardientes, listos para unirse a nosotras. Clara coge a Santiago de la camisa, mientras él no aparta su mirada posesiva respondiendo a mis contoneos. Cesar intenta unirse, pero ella le detiene colocando su mano en el pecho.
Cesar ya está donde yo quería, desplazado a un lado de la barra, testigo de cómo el doctor está siendo utilizado por dos mujeres como un caprichoso juguete. Juguete que observa receloso cuando ambas se besan y tocan; que disfruta con el roce de sus manos sobre sus cuerpos cuando ambas se lo permiten; cuando está siendo besado y acariciado… Lo tengo donde yo quería.
¿Qué están haciendo conmigo?, siento una atracción salvaje. Clara me gusta, pero esta versión de Melissa me atrae sin remedio. Soy un juguete a la merced de dos hembras a cuál más poderosa.
—Doctor, quiero follarte -rozando con mi mano su pene.
Y en ese lugar, por primera vez, en la intimidad de un reservado, gocé, como nunca antes, del placer de tener los cuerpos de dos hembras para mí solo.
GREACIELA PELLAZA
Yo tuve un amor..sí sí
¿Uno o dos? ¿Tres?
Todos medio parecidos; esos que explotan en los ojos como derrame de miel…
Lento.
Y el pecho parece una cajita musical, la piel estalla en picos, y las mejillas son manzanas. Cruzas veredas, tomas colectivos, subes a trenes, viajas sobre dudas para saber si es o no…O, es una confusa emoción que crece en el almácigo de los deseos.
No hay cátedra para estas cuestiones, y aunque algunos doctorados hacen tesis sobre el amor…una pierde el hilo y no interpreta. Y muestra lo que sabe, para seducir al oponente.
Mostrar el brillo, y el áspero temblor, el lazo y la presión, la habilidad de serpentear y comerse la presa de un bocado. Imponer el recreo y jugarse en la fantasía de la ronda.
Ir y volver, hacia delante y atrás.
Sostener el gozo, para luego morirse de gloria.
¡Yo tuve!… un amor, dos, tres?
No.
¡Yo tengo!
Lo que amo está en mí…
Tan dentro, que son las levaduras que inflaman mi alegría; y del tedio, paso a prenderme fuego en las esquinas…Es mi placer provocando chispas en otros cuerpos. Seducir y ejecutar es la frutilla de los postres; coincidir es el milagro.
Traigo el dulce que entrega mi semilla.
Desde el mismo infierno.
He provocado volcanes con mis brazos, seria necia si no lo entiendo; y en cada incendio, para mi suerte…otros brazos me han quemado.
MARÍA CID
Hace tiempo que ya no me seduce nada de ti!
hace tiempo que dejé de pensar en el último adios!
Nos despedimos con un hasta pronto, y los dos supimos que después ya sería tarde.
fué un momento precioso en un tiempo perfecto para los dos, pero fué solo eso, un momento en el tiempo que ya pasó, y fuera por el motivo que fuera, la vida separó nuestros cáminos hasta el momento,en que ya no queda nada de aquella última lágrima que resbaló por mis mejillas al despedirnos.
Y ya no me seduce tu mirada, ni tus manos al tomar las mias mientras paseábamos por aquella playa, ni siquiera tu timidez al besarme denotando poca experiencía al acariciarme.
Ya no me seduce nada de ti,porque fuiste un cobarde que tuvo miedo de enamorarse de una gran mujer, y eso me dejó tan fria cómo tu adios.
GAIA ORBE
canto asonante
poder secreto en la flor
mascada al cuello
*
tres pasos y una pausa
las caderas al compás
*
cereza negra
la droga de las brujas
seduce en clave
LOLI BELBEL
¡Cuántos poemas habremos dejado
tirados por el camino…!
¡Cuántos corazones habremos despertado de su letargo!
¡Cuántas lágrimas flotarán en este o
aquel rincón perdido!
¡Cuántas hojas habremos pisado y
arrastrado con los pies…!
¡Cuántas flores habremos visto brotar
y después morir!
¡Cuántos soles y cuántas lunas habrán iluminado nuestros rostros…,
y la lluvia después los ha mojado!
¡Cuántas montañas habremos subido
y a cuántos valles hemos bajado…!
….
Pero nunca podremos inventar otra palabra
que defina el único sentimiento
que quema y también hiela
que es pared y ventana
que es luz y sombra
que es mundo y destino
que es prosa y poesía
-eternidad-…
…
Tú me sedujiste y lo sabes.
Yo te seduje…,
y también lo sé.
LEO MEMPHIS GUTIÉRREZ
SEDUCIR NO ES CUESTIÓN DE CONOCIMIENTO
Me seducen las ideas, la creación, nobleza, entusiasmo, ganas e interés de participación en este grupo. El aflorar y devenír de muchos. La fortaleza del tesón.
Escribo porque me place, no por ser escritor. Pues también observo el ansia de la razón, la necesidad de demostrar, la corrección de otros sobre algunos. Quizá, estos, deberían contemplar grupos de filantropía, profesionales de la corrección, filólogos y estudiosos y versados en letras. Con ello conseguirían medirse ante iguales, y no ante otros que, sin tantos conocimientos, disfrutan de la escritura.
A escribir se aprende, y uno decide cuándo, cómo y con quién. Lo único que no se puede aprender es a crear una historia, a idearla e inventarla. Es aquí, dónde algunos versados del léxico fallan. La técnica prevalece en sus vidas antes que la imaginación. Motivo por el cual se rodean de seres inferiores, buscan en ellos la inspiración que les falta.
IVONNE CORONADO
El agua me seducía, pero…qué iba a hacer con la ropa mojada? Estaba de jeans y blusa fresca, zapatos cerrados.
Qué deliciosa se miraba! Los niños corrían de un lado a otro, nuestro nieto también.
Me acordé que mi esposo, pensando bañarse en la piscina de su hija, traía su traje de baño debajo de sus shorts.
-Oye, por qué no te vas a jugar con el nieto?
-Verdad qué sí!
Y pronto se oían las risas de ambos, mientras en el banco, su madre y yo, los envidiábamos.
-Qué calor! – nos decíamos.
Los surtidores del parque, nos alcanzaban de pronto con algunas gotas.
-Nuestra hija, ya casi a punto de dar a luz, se recogía el pelo y se descalzaba. Espera su segundo bebé a finales de julio o principios de agosto.
Nunca en mi infancia gocé de estas delicias en un parque,cuando estaba en Centroamérica; pero por muy grande que sea la seducción del agua en un día de verano canicular, no me quiero mojar sin estar preparada para ello, pues luego montaremos en el carro, y mojada, tendré frío!
De repente, se descontroló mi cerebro.
-Al diablo el frío! La vida es un soplo de viento.
Tuve suerte, antes de regresar a casa, jugamos en los columpios bajo el sol ardiente. Se secó un poco mi ropa.
Nadie mejor que un niño para seducirnos con sus juegos.
ALMUT KREUSCH
!Escrito con cierta prisa y sin revisar, porque no quiero perder el avión¡
Amor incondicional
Me has seducido muchas veces y lo harás una y otra vez. Eres irresistible, eres mi droga que me ha hecho adicta. Me entregaré de nuevo a tus encantos, a tus llamadas, a tu belleza, a tu pasión, y no me importa tenerte lejos, porque siempre me lo aseguras:
-Vuelve cuando quieras, siempre estaré aquí para ti.
Sé que me esperas pacientemente, que volverás a sentirte responsable de mi bienestar, que me cobijarás, que me mimarás, que me alimentarás, saciarás mi sed, volveré a sumergirme en los ritmos de la música de tu casa y que tus amigos de todo el mundo se convertirán también en los míos, en la gran familia que se entiende mucho más allá de las palabras.
En los días de mucho calor y como siempre, me llevaras a la sombra de los árboles de tu parque, donde dormirás la siesta conmigo y refrescándome la cara con tu aliento, que siento como el agua fresca que nace entre rocas; me despertaré renovada y me sentiré tan agradecida que te abrazaré con todas mis fuerzas.
Volveré para admirar los rincones de tu casa, y como siempre me sorprenderás con mobiliario nuevo y tan extravagantes como tú. Y cuando se ponga el sol, me llevarás a los espectáculos, a un bar exótico, y brindaré a tu salud y a la mía con una copa.
Avanzada la noche, tú también necesitarás descansar, y cuando la relajante brisa nocturna nos traiga la paz y el silencio, te miraré y veré el brillo mágico de mil luces en tus ojos, y nadie tendrá que convencerme de que mi amor por ti es el más profundo y duradero que jamás he conocido.
Y no importa que la fuerza que te caracteriza me dejará exhausta, porque así eres y así quiero sentirte siempre. Generosa, sorprendente y hermosa. No tengo miedo de volver y no encontrarte; siempre estarás ahí para acogerme y nunca nos cansaremos de estar juntas.
Y cuando llegue el día que me tenga que ir ya estoy deseando que llegue el día en que vuelva a tus brazos, a tus encantos, a tu aroma, a tu temperamento, a tu cariño y generosidad inagotables.
Nueva York, te quiero.
ARCADIO MALLO
Siempre defendió que aquello no era para ella. Que esa vida era más de los trotamundos, herederos modernos de aquellos hippies que hacían la o con el canuto, mientras escuchaban a los Beatles en vinilos de doce pulgadas.
Ella había sido siempre de escuchar la radio. Aquellas coplas de Antonio Molina y Rafael Farina, o los pasodobles de Manolo Escobar. De Lola Flores se las sabía todas y era gran admiradora de Concha Piquer. Por lo que aquella modernía de canciones inglesas no iba con ella. No entendía que necesidad había de escuchar aquello de lo que no se entendía papa, habiendo tan buena música nacional.
Su vida era su taberna. En ella había nacido y vivido sus cincuenta y tantos años. Tan servicial como lo exige la profesión, la encontrabas allí de lunes a domingo, de siete de la mañana a cierre. Salvo Navidad y Año nuevo, cualquiera día del año. El mundo, más allá de la puerta, era casi un misterio.
Pero ahora se había dejado seducir por la idea. Alguien se lo había comentado y, con eso de las redes sociales en las que se estaba iniciando, comenzaba a ver otros horizontes. Así que, con el temor inevitable de hacer daño al amor de su vida, que no era otro que aquel viejo establecimiento, por primera vez, colgó el cartel en la puerta: «Cerrado por vacaciones. Disculpen las molestias.»
RAÚL LEIVA
Deja vu
Hace un montón de años me pregunté ¿Qué queda de la pasión cuando el tiempo se lleva los cuerpos? La respuesta de manual fue: el amor.
Y me puse a pensar dónde iba a parar la seducción, esa suerte de estrategia que uno arma como si fuese una trampa para enamorar al otro. Porque sin dudas la atracción empieza con un contacto físico, una curva, una postura, una determinada manera de moverse o algo así. Luego la personalidad alimenta o termina espantando a los atributos físicos y finalmente nos quedamos con algo parecido al acercamiento de almas, que es sin duda la atracción más genuina y sincera, y la más difícil de lograr. Mientras esto sucede, se desarrolla un juego intenso que consiste en mantener la llama del amor encendida, como alimentando una suerte de deseo que va a culminar en una experiencia única. Eso es la seducción, pensaba cuando tenía los años y las ganas de hacer eternas las noches. Y tuve miedo de empezar a marchitarme como una flor, que la falta de ganas me vaya secando el alma. Tuve muchas noches de tristeza, de dolor en el cuerpo y de ausencias. No sé si para bien o para mal, mi cabeza comenzó a olvidar, y esos miedos me parecieron tan lejanos que no me importaban tanto como tratar de acordarme lo que comí al mediodía.
Hoy pasó por el residencial donde estoy internada Arturo mi marido, o al menos eso me dijeron las chicas que me cuidan. Sin hablarme una palabra me tomó de la mano y caminamos hasta la plaza de la cual nunca me acuerdo el nombre. Estuvimos sentados un rato largo al solcito de octubre mientras unas palomas nos miraban como pidiendo comida. Arturo me miró a los ojos y desde lo profundo de los años y los deseos me dijo: “Che vieja, ¿querés que compremos dos churros y comemos acá?”
El corazón me latió fuerte, mis manos temblaron entre las de Arturo y nuestros ojos se humedecieron como la primera vez que nos extrañamos. En mi cabeza desfilaron los sabores y olores que había olvidado con los tratamientos y la medicación, miré a Arturo y con el aire que pude juntar le dije: “¡Dale!”
Él sonrió y bajó la vista, yo sé que no le gusta que lo vea llorar, y me tomó de la mano y fuimos al quiosco. Y encontré la respuesta la única pregunta que me quedaba por hacer en esta vida. Y tuve la certeza que después del cuerpo, del amor, de las estrategias y de los desencuentros, nos queda la seducción, que es ese momento en que todo se borra para poder decir que sí a la persona a la que nos gusta y entregarnos un ratito, lo que nos permita la memoria, a disfrutar como si tuviéramos catorce años de nuevo en algún rincón del corazón.
JOSMA TAXI
Lo conocí y me deslumbró. Desconozco el motivo, pero la atracción que sentí fue muy fuerte. Me había seducido.
No era del tipo de los que me gustaban, era bajito, rechoncho, prudente y serio. No reunía las cualidades que había buscado en los hombres. No tuve forma de explicarme mis sentimientos, pero ahí estaban.
Nuestra comunicación, que al principio me pareció complicada, fluyó de una forma extraña, ambos conocíamos lo que pensaba el otro, nos poníamos de acuerdo siempre, sin necesidad de palabras.
Mis amigas me decían que no me convenía, que podía aspirar a alguien mejor, a mí no me importaba, lo quería y no tenía nada más que pensar.
Cuando mis padres conocieron a Bot tardaron muy poco en poner pegas a la relación, empezaba a cansarme de ellos y estuve a punto de abandonar su casa.
Sin que yo me diera cuenta, lentamente descubrí que, mi idolatrado amigo, no sentía lo mismo que yo, para él yo era una amiga, a la que quería y respetaba, pero no me amaba. Desde su edad me veía muy distante, comenzó a tratarme fríamente. Yo, sin embargo, estaba cada vez más enamorada.
Si conseguía abrazarlo, alguna vez notaba su frescura, un olor a barro y salvia, me embriagaban y me sentía feliz, me sabía completa.
Pasaron cinco años y Bot se hizo mayor, un maldito día tuvo una caída, aparentemente sin importancia, pero el asunto se complicó y hace dos días murió.
Esta mañana incineramos sus restos, le puse una nota, en la que le decía:” Bot, me has hecho muy feliz, te seguiré queriendo, no habrá otro capaz de substituirte, adiós mi querido Botijo”.
FLORINA PAINEN
Le llamaremos cita de otoño. Era un día como hoy que estaba nublado y había mucho viento. Vivía en esos tiempos en el centro de la ciudad y un día se me acerca un joven que yo ya conocía siempre me saludaba y ése día me invita a salir ya se acercaba el fin de semana, le acepté salir a comer al día siguiente, era como las siete de la tarde y me dice tomaremos una locomoción para ir a un lugar que conozco que es muy bueno, subimos y nos sentamos, íbamos conversando entonces yo coloco una de mis manos en mi rodilla que estaba al lado de él cuando siento que puso una de sus manos encima de la mía y me acaricia con uno de sus dedos en mi palma en ése momento sentí algo en todo mi cuerpo, tiritando y sentía que mi corazón latía más rápido, creo que me quedé hasta muda ,luego bajamos fuimos a comer, al salir de ahí había un viento muy fuerte y hacia mucho frío, él se sacó su abrigo y me la puso, sentí que me abrazaba pero era el calor del abrigo, caminamos y me fue a dejar a mi casa y se despidió con un beso en la mejilla. Creo que nunca voy a olvidar ése día.
SANCHEZ MAR KATA
Tus piernas largas, rígidas y frágiles rozan suavemente entre sí, dando permiso a unas manos delgadas con toque suave a qué poco a poco las acaricie unos centímetros más arriba, sus ojos ven su jugosa pelvis que espera a qué la suave lengua pase despacio y haga que todo su cuerpo tiemble. Su parte íntima espera con ansias a qué halla un roce, lentamente suplica acto seguido se estremece, deja salir un líquido transparente que moja las sábanas.
Nuevamente las manos se mueven con ritmo hacia dónde están sus pechos erectos esperando un suave toque para poder dejar escapar un suave quejido. Es así como la seducción se le llama el arte de amar.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
Bajo el agua
El pintor bajo el agua, Fedor Soromov, se presentaba en pocas horas ante sus seguidores en vivo y en directo, en una única función. Por fin, todo su público disfrutaría de su exclusiva técnica. No sólo las modelos que posaban para él solían encontrarse sumergidas mientras ejercitaba finos movimientos en cámara lenta ante la resistencia acuosa, logrando una realidad mágica, simulando los reflejos, las burbujas, o la refracción de la luz; sino que él también solía sumergirse entrando en el mismo estado de privación de oxígeno, lo cual brindaba a sus obras cierto carácter surreal y fantasmagórico… O al menos era lo de lo que se ufanaba en entrevistas, y que confirmaban críticos especializados.
Para la función, arguyó, qué siempre utilizaba profesionales en apnea, o nadadores con buena resistencia en inmersión, pero qué desafortunamente no se encontraban disponibles, por lo cual, exigió qué la deportista Valiana Karanova le sirviera de modelo. Al terminar la muestra de arte, y ser ovacionado por el público ante el resultado -a pesar de la decepción de verle bajo la piscina de cristal con una bomba de oxígeno y su careta de esnórkel durante la función-, los espectadores más pequeños se tomaron fotos con el gran Fedor, el artista sumergido, y los adultos podían dar algunas pinceladas sobre el lienzo impermeable por unos cuantos Kopeks. El público, también ofreció un unánime aplauso a la nueva heroína nacional Valiana Karanova, nuevo récord mundial en apnea suspendida, qué superó su plusmarca personal obtenida en los últimos juegos olímpicos disputados en Ucrania, en octubre del año anterior. Desafortunadamente, al ser un evento no deportivo, su hazaña pasaría desapercibida rápidamente…
Fedor había estudiado en la universidad de artes aplicadas de Viena. Hacia parte de una estirpe de genios dedicados a la escultura, pintura y música. Su carácter solemne y su figura portentosa de uno con noventa y tres metros de estatura, esculpida por años de natación, lo hacían irresistible para cualquier mujer. Fácilmente, después de un retrato al desnudo, las mujeres cumplían toda clase de fantasías con un hombre excitante y culto, qué tendría tema de conversación cuando extasiados fumaran sus pipas luego de varios orgasmos divinos.
Fedor observaba las caderas contorneadas de Valiana, esperando hacer contacto visual para seducir su alma, la cual desde el primer principio de la función ya deseaba… La mujer, actuaba escéptica y desinteresada, algo atípico qué se alejaba del promedio, aunque no lo suficiente para que el gran Fedor encendiera las alarmas de su desconfianza. En un instante acomodó su cabello como suelen hacerlo las mujeres interesadas y regaló una micro-mirada furtiva para su complacencia.
Valiana era una musa en todo su esplendor. Su voz era suave, pero con la disfonía propia de la seducción. Un cuerpo proporcional de infarto que la creación había dotado con generosos pechos como cumbres para un alpinista sediento y ambicioso. Su piel estaba como adornada por un polvo celeste de oscuridad y misterio. Tenía en su piel el misterio de los rayos del sol aun temerosos en las madrugadas.
El hombre, acostumbrado a seducir, más que ser seducido, por momentos olvidaba su objetivo, e imaginaba regocijándose en el monte de venus de la mujer aún viva, o en el precipicio de su entrepecho. Pero más valía la serenidad de la ambición que soterraba justo en la línea que separa la admiración y el desprecio.
-Me ha encantado la energía con la que todo fluyó al trabajar juntos. Sin tu carisma no hubiese podido concretar un resultado tan vivo como el de hoy. Que dirán mis críticos cuando vean el brillo de ausencia de lo lúgubre en mi pintura. Has logrado hoy un cambio de paradigma en el arte- Ofrecía el pintor sus palabras como un manjar a una verdadera Diosa-
-Debe ser porque tal vez me has pintado viva. Es decir. Realmente quería posar ante tu magnificencia y talento. Lo hice más que por trabajo. Por abnegación… Al arte… -su respuesta rayaba entre la franqueza y la adulación, pero sonaba natural debido a su encanto innato.
-No tendría por qué terminar esta noche. Podemos reír y llorar con nuestro resultado. Gemir de alegría y llorar al hacerlo toda la noche… Me refiero a sumergirnos de nuevo en el poder del artista y su obra. Yo como realizador y tu como mi cómplice- el hombre suspiraba ante el poder de sus increíbles palabras.
Pues llévame- esto fue lo único que dijo.
Así empezaba la parte más peligrosa del trabajo encubierto de la agente Katiuska Gogol, conocida como la “cadete pulmones”, cuando demostró a toda la escuela de policía sus dotes deportivos. Había sido la encargada – hasta el momento de tomar la decisión de ir la mansión de Soromov- de investigar hacía más de un mes, los inciertos sucesos qué envolvían la muerte de cinco mujeres en ciudades como Krasnogorsk y Lyubertsy entre otras, cerca de la capital. Asesinadas en extrañas circunstancias. A pesar de los evidentes signos de tortura, estos eran planificados y adolecían de la bestialidad propia de algunos psicópatas prototípicos. Todo llevaba a presuntos ahogamientos como causa única de las muertes. El testimonio de un vigilante humilde apuntaba a que el artista bajo el agua tenía más “habilidades”, aparte de pintar y seducir…
Continuara…
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Seducir
Aquellos dos seres se separaron en la madrugada de la noche que parecía no terminar. Anastasia no quiso que la siguiera, desapareció por la intrincada maraña de callejones del barrio que dominaba a su antojo, pues tenía tiempo viviendo en aquel suburbio que la había adoptado, luego de haberse separado de su otra vida.
Frank, ya en su pequeño departamento, después de ducharse, secándose la espalda con una toalla, se preguntaba:
— ¿Por qué había tanta tristeza y culpa en los ojos de Anastasia?
A la mañana siguiente, Frank tomó su celular y llamó a Leonarda, para decirle que el viaje se extendería unas dos semanas más.
— Hola, querida, ¿cómo estás?
Leonarda, siempre con su voz angelical, tratando de seducir a Frank, le respondió:
— Amorcito, por fin apareces, me tenías abandonada. Estoy aburrida sin ti.
— Vamos Leonarda, tú nunca te aburres, ¿de verdad que me extrañas?
— Claro que sí, mi bombón de azúcar. Las noches son muy largas, sin tenerte a mi lado.
— Imagínate cómo me siento, que no he ni asomado, mi naricita al restaurante, Petite Boucherie que tanto nos gusta.
— La verdad es que tampoco tengo mucho dinerito en la tarjeta de crédito.
— Querido, te aseguro que he sido muy juiciosa.
Al oír las palabras de Leonarda, ya suponía Frank por donde venía el dardo, directo a su billetera, como siempre.
Frank estaba casado con Leonarda hacía unos cuatro años. Cuando la conoció, en verdad, la belleza de Leonarda lo envolvió y se dejó seducir por sus halagos y su aparente dulzura. Sus grandes ojos azules, espectacular cabellera y cuerpo demasiado provocativo, no lo hicieron dudar en tenerla siempre a su lado. Frank quedó seducido por Leonarda.
Pero pasado el tiempo, se dio cuenta de que era una relación muy sexual y poco amorosa, no existía, la incondicionalidad del amor verdadero, ese algo que le moviera los sentimientos y las emociones únicas que agitan a un corazón verdaderamente enamorado.
Existía más bien una cárcel, una dependencia entre ambos, por intereses diferentes.
Frank, se decía a sí mismo:
—Qué difíciles somos los seres humanos, nunca estamos satisfechos con lo que tenemos. Esto lo hacía pensar que tenía que cambiar su vida, pues se veía, viejo, triste y solitario, por no haber escuchado a su corazón y su alma en el momento crucial de su vida. No puedo dejar pasar las oportunidades de oírme a mí mismo, en lugar de dejarme seducir, se decía Frank.
La pregunta era:
— ¿Qué me dice mi corazón?
Mientras Frank divagaba en sus pensamientos, Leonarda, le seguía contando, las aventuras de la farándula, de los amigos conocidos, de quién se había divorciado o quién se estaba por casar. Ante todo hecho, surgía un juicio o calificativo. Eso a Frank le desesperaba, al oír los enjuiciamientos de Leonarda, lo hizo regresar a la conversación diciendo:
— Basta Leonarda, te he dicho mil veces, que no te metas en la vida de los demás.
— Pero mi bombón de azúcar, te siento, muy agresivo.
— Después de cuatro años de matrimonio, me debías conocer, o ¿es que piensas solo en tus caprichos materiales?
— Como me dices esas cosas, mi bombón de azúcar.
Leonarda no reflejaba su astucia jamás a Frank, sino, por el contrario, muchas veces jugaba al papel de víctima, unido a los complejos y dramáticos problemas de su familia que surgían para pedir el auxilio de Frank. Con lo que fue logrando reunir un dinero y tener su propia cuenta bancaria, a espaldas de Frank.
Para Frank, Leonarda, era una desconocida, pues él asumió que ella no tenía capacidad mental para hacerle alguna mala jugada, no la percibía como una mujer extremadamente astuta.
— Te llamaba para decirte, que el viaje se prolongará por dos semanas más, pues la firma de un importante negocio, tomó más tiempo.
Paseando por los pasillos del departamento que tenían ambos, muy cerca de la quinta avenida, Leonarda le decía:
— Te entiendo, querido, un negocio importante.
— Bueno, ya lo sabes, dos semanas más. Ahora te enviaré más dinero.
— Gracias mi bombón de azúcar, te quiero, y te necesito.
Ese necesito, a Frank, le retumbaba en su mente.
— Te dejo, que ya llegaron mis socios. Besos.
Esos socios eran sus pensamientos incesantes de cómo encontrar de nuevo a la pelirroja, que le había seducido su corazón. Unido a un plan estratégico que ayudaría a los habitantes de aquel sector de la ciudad a construir sus sueños.
Frank le enseñaba a Neal, distintas estrategias, metodología y posibles procesos para generar una cooperativa y emprender negocios en la comunidad. Neal debía seducir y convencer a los habitantes de aquel sector del barrio de Queens para establecer salidas financieras y construir bases para un futuro mejor.
Una noche Frank y Neal caminaban por aquel callejón donde Frank conoció a la pelirroja, cuando de pronto, se encontraron con un hombre alto, moreno, que les dijo:
— Ustedes buscan a la pelirroja.
Neal y Frank se miraron mutuamente, murmurando Neal en voz baja para que solo Frank lo oyera:
— Este ¿Quién es?
A lo que respondió Frank:
— No lo sé.
—¿Será que se refiere a Anastasia?
—Sí, lo creo, espera, le voy a preguntar:
— Oye hermano, si estás en lo cierto, buscamos a una mujer.
Les dijo:
— La encontrarán en el lado oeste del callejón treinta y cuatro.
Frank, le dijo a Neal:
— Vamos, amigo, que tengo un mal presentimiento.
Neal conocía la ruta más corta para llegar. En el camino, el corazón de Frank se encogía de tristeza y temor por Anastasia. En ese instante se dio cuenta lo importante que era para él aquella mujer.
Llegando al lugar señalado por el hombre, empiezan a mirar a sus alrededores, sin encontrar un indicio que les diera idea de Anastasia. Frank distingue, al final del callejón, un rollo de alfombra vieja, lo que le hace pensar lo peor. El cuerpo estremecido de Frank, a punto de llorar, gira con ambas manos la alfombra, cuando, de pronto, observan unos cabellos rojizos, oyen un quejido. Frank con cuidado termina de abrirla y allí, estaba Anastasia.
Frank, emocionado, le dijo abrazándola:
— Estás viva, ¿Te encuentras bien?
Aturdida y temerosa, le dijo: sí!, a Frank.
Entre ambos, levantan a Anastasia. Frank le da un abrazo de agradecimiento a Neal por toda su ayuda y se despiden.
Caminando lentamente, abrazados con la luz del amanecer, van Anastasia y Frank hacia el departamento pequeño de Frank en el Queens.
Mientras caminaban, Frank, se preguntaba:
—¿Cuál de estos dos amores me seduce más?
—¿Cómo puede ser que después de supuestamente conocer a Leonarda, a lo largo de cuatro años y seis meses, no la entienda y a pesar de ello me siento seducido por ella?
—El destino de la vida me ha colocado en una encrucijada, mi corazón está seducido por Anastasia. Ella con su dulzura, sus ojos tristes, pero con mirada limpia, su cuerpo delgado, larga cabellera, me proyecta una inocencia seductora.
La única forma de tomar una decisión será arriesgándome a proponerle amarnos por unos días.
Frank envuelto entre la dulzura, la protección y el amor hacia Anastasia.
Al llegar le dijo:
—¿Cómo te sientes?, ¿Estás mejor?
—Si quieres ducharte, a la izquierda está el baño.
Abriendo el refrigerador, le dijo:
—Comida también tenemos, huevos revueltos, o un rico sandwich, pudiéramos hacer. En verdad no sé cocinar. En lo que sí soy chef, es haciendo parrillas, las hamburguesas, son mi especialidad.
Frank, habla del modo más dulce y a la vez sonriente, tratando de aliviar el dolor y el temor que pudiera estar experimentando Anastasia.
Anastasia, golpeada por las circunstancias vividas, le dijo:
—Tanto tiempo ha pasado en mi vida que nadie me hablaba de esa forma como tú lo haces, lo único que me gustaría es bañarme y dormir. Luego, no te ocasionaré más molestias, has hecho mucho por mí. No sé cómo voy a pagarte todo lo que hiciste.
Frank la tomó de la mano, con el mayor respeto, y le dijo:
— Nada me debes. Descansa.
Al día siguiente se marchó Anastasia a la humilde pensión donde vivía.
Frank no era un hombre de doble vida, su personalidad honesta, al igual que los valores inculcados por sus padres, le impedían llevar una vida de esa manera.
La decisión estaba tomada, poco a poco fue seduciendo a su amada pelirroja, hasta esperar el momento más adecuado para hacerle su propuesta.
Frank recordaba los consejos de su padre, cuando le decía:
—Para ser libre en la vida, lo mejor es la honestidad contigo mismo y con los demás, más aún con los que amas.
Por ello, ya Frank no vivía con Leonarda, le había regalado el departamento en la quinta avenida de Nueva York a cambio de su libertad. Pues estaba seguro de que ese mundo le era muy distante por sus nuevas experiencias que le habían seducido a un cambio de vida.
Era ya el atardecer, cuando Anastasia y Frank se encontraban paseando por el Central Park, cerca de uno de los lagos artificiales, en un banco de madera, están sentadas aquellas dos almas enamoradas sin expresarlo.
Había llegado el momento para Frank, se armó de valentía y le dijo:
—Terminé con toda la vida superficial y absurda que llevaba, ese no era yo. Tú me hiciste reencontrar al niño que siempre fui y que luego lo esculpieron en otra persona que no era yo.
—Por eso quiero proponerte:
—Para saber si ambos tenemos un destino en común, te propongo amarnos, si quieres tan solo por treinta días. Ese amarnos significa realmente conocernos con nuestros defectos y virtudes, en plena libertad, donde nadie nos conozca.
—¿Estás dispuesta?
—No lo estoy, y ¿sabes por qué?
—Por qué estoy dispuesta a estar contigo toda la vida.
—¿Qué has dicho?
—Sí, como lo oyes
—Necesito volver a enamorarme de mí, a quererme, a recuperar los días perdidos, culpándome y dejándome de amar. Confiaré en ti, como espero que tú confíes en mí.
Dos almas gemelas perdidas se habían reconocido, sin saber que estaban actuando en el teatro de la vida.
ANTONICUS EFE
Las paredes destilaban pasión desmedida por doquier, mientras tanto las velas ardían consumiéndola. Seductor sirvió lentamente el vino en las finas copas de cristal de Bohemia y se acercó a Seducida acariciando con delicadeza la suave piel de su cara con el dorso de la mano, para a continuación recoger su pelo, peinado en dos trenzas, en una Crespina con bandas de tela.
– Estás sublime, arrebatadora – dijo Seductor contemplando a Seducida totalmente ensimismado.
Ella entornó las cejas ruborizándose y bajando la mirada hacia el suelo.
-Toma un poco de vino, mientras acabo de preparar la velada – habló dulcemente dejando la copa de vino al lado de ella, con una mirada misteriosa.
Seducida alcanzó la copa y se la bebió de un trago, le iba a hacer falta toda la energía posible para salir airosa del envite, siempre había escuchado que el vino daba valor y redoblaba las fuerzas cuando casi ya no se tenían.
Seductor volvió al cabo de un rato con un carro ruso de servicio de comidas con varias bandejas con generosas viandas, que repartió convenientemente por la mesa. A continuación colocó con mimo una servilleta sobre el cuello de Seducida mientras la excitación se iba apoderando de él totalmente.
Ella abrió los ojos aterrorizada cuando se le acercó con el estilete en la mano, intentando desasirse de los grilletes que la encadenaban a la silla. Seductor se colocó detrás y mientras entonaba un canto monódico en si bemol, le clavó el estilete por debajo de la nuez girándolo hacia un lado y hacia el otro y mientras ella se desangraba, el contemplaba absorto como se le escapaba el último suspiro, estaba totalmente seducido por la sangre y no sabía como zafarse de esa seducción. Al finalizar la noche el dedo anular de Seducida hizo el número diecisiete en la vitrina de trofeos de Seductor. A la mañana siguiente, mientras El Inspector investigaba la aparición de un cadáver de mujer a la que le faltaba un dedo, El Hombre Bueno tomaba notas sin ser visto.
Mi voto esta semana es para:
– Eduardo Valenzuela
– Eva Avia
Mi voto para Arcadio Mayo. Enhorabuena a todos.
Eduardo Valenzuela Jara
Loli Belbel
Raúl Leiva
Graciela Pellazza
Raquel López
David Merlán
Eduardo Valenzuela Jara
Mi voto para
Raul Leiva
Ivonne Coronado Larde
Muchas gracias
Esta semana me transmitió muchas emociones el relato de
Raúl Leiva
Saludos y flores.
Buenos días. Espectacular como siempre. Está semana mi voto es para
Raúl Leiva
Mi voto: Ivonne Larde
Voto a RAÚL LEIVA
Mi voto para Raúl Leiva