Fantasía – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «fantasía». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Plasencistán a 05 de zelbrero del 23 + 20
Yayo Boomer
Hola querido diario: Hoy me he levantado con la sensación de ser una efímera presencia de cordura entre la banalidad de la entropía forastera…¡jo petas-zetas, pero que coño estoy diciendo! Ehj, ehj, ehj, me parezco a Naschez Gradó, ehj, ehj, ehj. Bueno como siempre me he hecho mi café bio natural en cafetera italiana con la tapa levantada y el cacillo sin prensar. Le he dado un “baleo” a la minga, que ya lo estaba pidiendo y ahora me pongo a escribirte a ti, mi fiel compañero. Creo que hoy no tengo el día “machirulo”, pues me ha emocionado la poesía que corre como vestigios del ayer por este oceano de bits que es interné, jo petas-zetas, otra vez me salio el Naschez Dragó.
Tuirer
@Melon-Plus_el_puto_amo_del_chiringuito
H@la siervos míos, hoy voy a lanzar el [#melonreto]
Leed bien las bases u/o os expulso, ahj, ahj, ahj.
Esto consiste en escribir un poema de amor en un solo Tuir
que contenga la palabra FANTASÍA/S, poniendo el
jastag #melonreto . Todos los tuires que lleguen
antes de las 11:27:34 de algún día, seran retuireados
por mí, que soy el puto amo de esto, enga a darle
al QWERTY, ahj, ahj, ahj,
@poetisadelcieloazul.
[#melonreto]
Tus ojos color FANTASÍA
me despiertan por la mañana
y me acarician entre sabanas
de franela guineana.
@respuestadeMelon_Plus
Profundo Tuir que expresa un despertar
después de un dormir profundo. Buen micro.
@poetaporqueyolovalgo
[#melonreto]
Una avellana; una rosa.
Dos FANTASÍAS tan distintas
y que llevan al mismo sitio;
se pueden comprar en Carrefú.
@respuestadeMelon_Plus
Lo siento pero en Carrefú no tengo
acciones. No te daré retuir.
@poetisaromanticadenoche
Mi alma se fusiona
con la FANTASÍA de tu corazón
y mis anhelos mas profundos
se deslizan entre nubes de algodón.
@respuestadeMelon_Plus
Sniff, sniff, esta me ha llegado.
Genial.
@poetaenalgunosratos
[#melonreto]
Estambres y pistilos de amor,
se hacen FANTASÍA
para pasar mejor el túnel
de tu negro corazón.
@respuestadeMelon_Plus
Ufff, cuanto dolor hay en esas letras.
Muy bien hilado.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Me levanté de la cama buscando mis ,zapatillas.
No me gusta poner los pies en el frió suelo de las baldosas.
A falta de luz artificial en el cuarto pero con vivo conocimiento por mi parte de lo que hacía, movía los dedos de mis pies. Por fin estos entraron en un calzado que por instinto deduje eran unas babuchas de seda.
Una corriente de aire me alzó con tal facilidad de mi sitio que no tuve tiempo de reaccionar. Cuando alcance mi dominio, me vi surcando los aires.
Baje la mirada y comprobé que calzaba babuchas doradas a igual era mi ropa y mi piel. Lo sorprendente mi estatura a igual una bellota. Que había pasado.
Llegué a entender que este cambio se venía al hecho deseado de mi fantasía.

RAQUEL LÓPEZ

«Aquí dejo un fragmento de un relato que tengo escrito desde hace tiempo, solo esta un poco resumido pues el relato es un poco más extenso y me viene bien para el tema de la semana….»
La Cecaelia
Decidí marcharme cuando cumplí los dieciocho años del pueblo donde me crió mi abuelo, la gente murmuraba cosas sobre mi madre que mi mente no lograba entender, escapé huyendo de mis propios miedos, pero ahora sé que tengo que volver y enfrentarme a ellos a esa realidad, si no, mis temores no desaparecerán nunca.
No conocía nada de mi vida, tan solo lo que mi abuelo me contó, que me abandonaron en la puerta de su casa. Mi padre, marinero como mi abuelo, murió y mi madre, era una gran desconocida que no sé si las fantasías que contaban sobre ella llegaron a ser realidad.
Y allí me encontré con ese mar inmenso que me transmitía paz. Mi mente hermética tenía que salir de ese destierro de soledad en el que estaba sumergida..
– Abuelo, ¿ que hay de cierto en la leyenda de las brujas del mar o es pura fantasía?
Se hizo un silencio palpable….
– Las llaman Cecaelias, criaturas fascinantes que controlan las mareas, en mis largos viajes llegué a ver alguna, pero tanto tiempo en el mar nos hacía ver cosas irreales. Su rostro era hermoso, su cabello plateado, su cuerpo escalofriante, obtenían su magia de la luna y tenían un poder extremo con el mundo acuático.
Salían por las noches en luna llena deslizándose sigilosamente, envueltas en densos bancos de bruma.
En días de tormenta su poder sobre las olas, hacia embestir a toda embarcación cuando los marineros no cedían a sus encantos.
Sé que algún día mi abuelo me contará la verdad de mi existencia, que tiene que ver con el mundo de la Cecaelia. ¿ Fantasía o realidad?….

BENEDICTO PALACIOS

Se anuncian para este mes los premios cinematográficos y es seguro que en ellos triunfará el cine fantástico aunque no la fantasía, porque lo fantástico es de trazo grueso y la fantasía bien al contrario de línea muy fina. Uno permanece, la otra con frecuencia se difumina, el primero está en los pantallas, la segunda en la vida. Véase.
A mi amigo Cirilo le contó uno de sus tíos que en el pueblo donde nació faltaba el agua corriente, que las gentes bebían agua de los pozos o llenaban el cántaro del caño que manaba de una fuente.
Un día se puso a recordar lo que había sido un tórrido verano, con noches imposibles y sin pegar el ojo, y que en una de aquellas, Pascual, un muchacho de 17 años, se desesperaba porque habiendo terminado las faenas se hartaba de dar vueltas en la cama, de querer y no poderse dormir. Era domingo cuando de madrugada se asomó a la ventana y contempló al lucero que brillaba en lo alto. Y le entró envidia de vivir por la noche y lucir y no penar. Y buscó remedio abandonando la cama y la casa.
Existía de antiguo en el pueblo la fuente de sietecodos, así llamada porque tenía siete pilones para que en ellos bebieran las bestias. Eran todos iguales menos el que recibía directamente agua del caño, que tenía medio metro de profundidad. Hasta ella se encaminó sin prisa Pascual, contemplando las estrellas y pensando en la temperatura del agua porque iba a darse un buen remojón. Reinaba el silencio, ni los perros ladraban ni era hora de que gallo adelantara la madrugá. Todos dormían o no todos, porque cuando se acercaba a la fuente una mujer desnuda salió del pilón y no podía ser, porque él jamás había visto a una mujer desnuda. Tenía que ser una aparición. Se frotó los ojos y cuando los volvió a abrir, la mujer había desaparecido. No era verdad sino fantasía.
Días antes de este suceso, a Celeste, la hija del Ladis el rico, le había encargado su padre que acudiera a una finca próxima al pueblo a espantar los pájaros, porque estaba la cosecha granada y los pájaros aprovechaban para comerse los granos. Como hija obediente, se echó un sombrero a la cabeza y descolgó un cencerro de la puerta del pajar. Llegó al cereal cuando se estaba anunciando el alba, hizo sonar seguidamente el cencerro y gritó: ¿os, pájaros ladrones, que me coméis la cebá y me dejáis los troncones! Y recorrió luego la finca y se detuvo a contemplar los peleles que días antes su padre había preparado rellenando con heno unos pantalones remendados y unas camisas raídas. Todos estaban llenos de cagadas porque los pájaros después de dos días ya no se asustaban. Todos menos uno al que el padre había puesto en la cabeza un orinal y que a Celeste le pareció que tenía los ojos abiertos.
Abandonó el cencerro y regresó a casa a todo correr.
—Padre, padre, uno de los muñecos tiene ojos y mira.
—Es imposible. ¿A que no le rodeaban los grajos?
—Pues no, no vi ninguno.
—Claro, porque los grajos acuden al olor de la carne.
Celeste se metió en la alcoba, se desnudó completamente y retorciéndose y contorsionándose no dejo pieza de su cuerpo sin repasar. Y como no desprendía fragancias ni bálsamo, al domingo siguiente, cuando el lucero brillaba en lo alto, metió los pies y luego el cuerpo entero en el pilón de sietecodos, encantada, cantora e ignorante de que otros ojos la estuvieran mirando. Fue la casualidad porque justo a aquella hora pensaba Pascual refrescarse.
Es seguro que se miraron pero no se vieron. Ella no obstante se puso encima a toda prisa el vestido, y volando a casa se metió en la cama y se puso a pensar si había vida en aquellos ojos. Y así se quedó dormida. Y soñando, soñando no logró averiguar si eran de verdad o fantasía, pero estaba segura que eran de cine.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

FANTASÍA. EL LADO OSCURO
—¡Cari, cuando vengas acércame una cervecita de la nevera, porfi!
La mujer meneó la cabeza en un claro gesto de desaprobación, estaba hasta el periflús del coño de ser la traidora de la casa: «cari tráeme esto, cari tráeme aquello, cari…» y el tío con su culo gordo erosionando la polipiel del sofá; ya se estaba formando un cráter en su lado de mucho preocupar, lo que unido a los gases sulfurosos que se tiraba, el muy guarro, ríete tú de la erupción del Karakatoa.
—Ya podías levantarte a buscarla —le espetó alcanzándole la birra de mala gana—, y así hacías algo de ejercicio, que estás echando unas lorzas que son un remedio contra la lujuria, corazón.
El tipo, tras amasarse los michelines con orgullo, se pimpló de un trago media lata y eructando, como si le fuera a salir un alien por vía esofágica, pegó dos palmadas en el sofá, para animar a su señora a que lo acompañara frente al televisor.
—Anda, siéntate y deja de rezongar, que siempre has de estar quejándote por todo. Antes no eras así, reina; ¡cómo engañáis las mujeres, por dios!
—Para todo tengo, ¡rey de la casa! —ironizó ella, pellizcándole los mofletes con efusiva saña—, que no das un palo al agua, maula; ¡hay que joderse, con el príncipe azul!
Él, no pudo reprimir la carcajada; se enredó en un sobreactuado pataleo, le lagrimearon los ojos por la risa y terminó la performance con un estridente aullido de triunfo.
—¡Príncipe azul, dice! ¿No había otro referente más golfo? ¿No lees las revistas, no ves la tele? Menuda pieza, el príncipito de marras, con las tres Marías, estaba liado el picha brava: Cenicienta, Blancanieves y la Bella Durmiente, el muy puñetero.
Ella se encogió de hombros, como para quitarle importancia al comentario de su marido.
—Tonterías, cosas de los cuentistas y las editoriales, que por ahorrarse un par de sueldos le habrán obligado a hacer triplete, al pobre; ¡que son muy ratas, Lupercio, muy ratas!
El otro juntó las manos en actitud reflexiva, levantando los ojos al cielo, como pidiendo a los dioses un extra de paciencia.
—Hay, María de la Encarnación, qué ingenua puedes llegar a ser. En el fondo eso es lo que me pone de ti, que eres más inocente que una bolsa de gominolas, corazón.
—Pues mira, suerte que tienes, porque tú a mí no me pones ya en absoluto, fondón, y no me llames así, sabes que no me gusta, como mucho Encarna —se rebotó la mujer visiblemente cabreada.
—¡Paz, paz! —invocó el marido alzando los brazos en señal de rendición—, no te enfades, luz de mis ojos, pero se dice por ahí, en los mentideros, que el tal príncipe azul, para encamarse con Bella, no tuvo escrúpulo alguno en travestirse de monstruo; que todo fue un montaje del garañón ese, ayudado, claro está, por la magia negra de la madrastra de Blancanieves, que es una bruja muy guarrilla y le encantan estas intrigas de cornamentas reales.
—¡Venga, no me jodas! ¿¡Quieres decir!? No me lo creo.
Lupercio recibió el comentario de su mujer con un encogimiento de hombros despectivo, se echó la lata de cerveza a los morros y le pegó otro tiento.
—Tú misma, pero a mí no me extrañaría nada, que son todos una panda de salidos, tanto él como ellas, que conste. A ver, corazón, ¿piensas tú que el príncipe de los cojones recorrió medio reino con el zapato de Cenicienta en la mano, solo porque le gustaban sus delicados pies de gehisa? ¡Y un huevo! En el baile pasó algo, seguro, el tontolculo se quedó a medias y quiso rematar la faena a toda costa.
»Y luego está la otra, Blancanieves, encerrada en la cabaña con los siete enanitos, más salidos ellos que el pomo de una puerta, que de jóvenes íbamos en la misma pandilla y me los conozco bien, sobre todo a Mudito, que a la chita callando… Un pedazo de manzana envenenada, dicen que se le atravesó en la garganta; a saber qué comería, la guarrona esa, en aquella casa.
Ahora fue la mujer quien no pudo aguantar la risa, le dio un ataque de hilaridad tan agresivo, que hubo de sujetarse el pis apretándose el bajo vientre con las manos.
—¡Ay, como sois los tíos de calentorros!, no podéis quitároslo de la cabeza, ¡qué obsesión, por dios! Vaya manera de liar el cuento. ¡Anda, anda, baldragas! Eso tenía que haber hecho yo, irme a vivir con los enanos: Gruñón bien me tiraba los tejos, que lo sepas.
Por toda respuesta, Lupercio se ventiló el resto de cerveza que le quedaba, y tras hacer un gesto, que daba a entender que se la traía al fresco, eructó de nuevo con todas sus fuerzas.
»¡Pero qué poco fino eres, seboso! —protestó la mujer—. ¡Hala, y encima el Vesubio otra vez en erupción! ¡Vaya peste, cerdo! ¡Anda, largo de aquí, vete al bosque a joder la capa de ozono, so guarro! Y límpiate bien las patas en el felpudo cuando vuelvas, que me lo llenas todo de barro, camastrón. ¡Pero qué vería yo en este animal, por favor!
El señor Feroz se levantó del sofá de mala gana y salió canturreando: «¡mami, qué será lo que tiene el negro!; ¡mami, qué será lo que tiene el negro!».
»Mira, como me ha dejado de pelos el sofá. ¡Qué razón tenía mi madre! ¡Maldita sea mi estampa! ¿Quién me mandaría a mí atajar por el bosque para ir a casa de la abuela? ¡Jesús qué cruz! ¡Cuándo te me llevarás!
Y colorín, colorado, porque hasta en el mundo de los cuentos, una cosa es lo que es y otra lo que parece.
En Zaragoza, C.I., a 6 de febrero de 2023

ALBERTO MEDINA MOYA

I
Oí una voz susurrándome:
– Cuando salga la luna llena me convertiré en vampiro.
– Qué tontería. Todo el mundo sabe que con la luna llena solo te puedes transformar en hombre lobo.
– Eso es mentira. ¿Qué te apuestas?
– No me apuesto nada. Es así y punto.
– Que no.
– Que sí.
Y así estuvimos, discutiendo… hasta que salió la luna.
II
Corría como alma que lleva el diablo a través del campo de espigas. Podía oír los gruñidos a mi espalda y me parecía que aquel lobo tenía el tamaño de un búfalo. De repente, al salir del espigal, vi una casa con un garage y un duende haciéndome señales. Corrí hacia allí y el duende y yo nos refugiamos en el garage. El corazón me iba a estallar. Cuando el peligro había pasado le pregunté escamado qué hacía un duende en un relato de vampiros y hombres lobo. Me miró unos segundos y contestó que tenía que abrir mi mente. Bueno, de todas formas tengo que darte las gracias, le dije. Vi cómo su rostro se volvía más inquietante.
– No tan rápido amiguito -masculló mientras sacaba un cuchillo. Sentí un escalofrío al reconocerlo. No era un duende, sino el muñeco diabólico.
III
Corrí ensangrentado, con dificultad, hacia una zona arbolada donde pude ocultarme tras algunos árboles. Se hizo el silencio y me supe a salvo de aquel temible muñeco. Me llegó el rumor de un río cercano y me encaminé hacia él. Minutos después saciaba la enorme sed que tenía, pero al incorporarme los distinguí. Por todos lados, en dirección a mí. Los zombis me rodeaban. El río era poco profundo, no era una opción. Esta vez sí que no había salida. Entonces vi cómo llegaba volando nada menos que Mary Poppins. Aterrizó a mi lado y me dijo que me cogiera de su cintura. Yo le hubiera dicho que qué hacía ella en un relato de zombis y hombres lobo, pero por la cuenta que me traía obedecí, y volando escapamos de las garras de los zombis. Además, Mary olía como los ángeles.

DAVID MERLÁN

Y allí estaba. Lo había encontrado. A un simple Click de distancia de su dedo y la pantalla. El vestido de fantasía que tanto deseaba por fin estaba a su alcance.
—¡Por fin! Está vez no se me escapará.
Analizó en profundidad el anuncio. El traje que deseaba llevar a la fiesta de iniciación del fin de semana se encontraba extrañamente de oferta.
«Qué raro» — pensó mientras se rascaba la cabeza.
—¡Va! ¡Qué más da! Ahora es mío —. y apretó el botón.
<<Su compra se ha realizado con éxito. Fecha de entrega dos días>>
**********
Un par de días más tarde, el piloto rojo del buzón personal de su casa parpadea.
«Ya era hora» —. pensó mirando al techo mientras introducía el código de compra para que la portezuela se abriera.
Una vez tuvo la caja en sus manos, hizo sitio en la mesa para poder analizarla mejor. Respiró profundamente y levantó el precinto. Levantó la tapa y retiró el papel protector.
—¡Pero que carajo…..! — exclamó encolerizada mientras se levantaba de un salto —No puede ser. Me han timado —. añadió cogiendo entre sus manos una copia barata de lo que se suponía era un traje ceremonial tejido con las tres cosas que no existen; el sonido de las pisadas de un gato, el olor de las estrellas y el color del viento.
Resignada, se dejó caer en el sofá y pensó que en el fondo le estaba bien empleado. Había intentado coger un atajo y el destino le había gastado una mala pasada. Nunca sería bien recibida así en el mundo de Fantasía y eso le provocaba una desazón terrible.
De repente la esquina de un papel doblado en el fondo de la caja llamó su atención. Lo cogió y lo desdobló. Un mensaje retumbó con fuerza en su ego.
<<Querida compradora. Gracias por el dinero. Me vendrá muy bien para comprarme el traje ceremonial que andaba buscando. Aprende la lección para la próxima vez y no hagas trampas o si, yo las hice, ja,ja,ja>>
Enfurecida rompió en mil pedazos aquel trozo de papel. Tras unos segundos, se tranquilizó y una sonrisa maliciosa se le pintó en la cara. Miró el reloj.
—Todavía quedan dos días —. Dijo mientras volvía a empaquetar el falso traje y publicaba un anuncio.
<<Se vende traje de Fantasía. Oferta. Precio a convenir>>

FÉLIX MELÉNDEZ

Siempre decía que le crecían los enanos ya que le ponía comida a los duendes. Y jugaba con las hadas.
Tenía una gran fantasía, vivía en su mundo paralelo donde los colores cambiaban de tonalidad, le gustaba hablar utilizando solo la primera parte de las palabras, las cuales las inventaba a su antojo, las últimas le cansaban iba por la calle haciendo pompas de jabón y dando besos y dinero a todo el mundo, creía en la libertad, siempre jugando con el léxico, algunas veces ni él se entendía. Entonces lo canturreaba.
La verdad todo lo que iniciaba, al poco tiempo por hache o por be se estropeaba. No había manera, ni continuidad en sus trabajos. Siempre buscaba atajos por donde escapar, se podría decir que era realmente libre y feliz por el brillo de sus ojos. Aunque era muy optimista, se cansaba de todo. Se aburría enseguida de cualquier cosa, al instante dejaba de entusiasmarse.
Tenía una forma de mirar distinta, miraba de frente, con unos ojos grandes azules como el mar, muy abiertos. En su mirada había algo extraño, brillante. Una intensa luz y su sonrisa, tenía algo que escapaba a todo, una gran sonrisa que te ganaba poco a poco.
Se llama Antón y todo el mundo le quiere. Empezó poniendo un taller de esculturas al sol. Tenía trabajo, hacía con los tubos verdaderas filigranas, obras de arte muy extrañas. Era la perfección absoluta de las siluetas con las sombras de la noche se volvían reales. Jugaban en el parque las esculturas entre sí. Las luces de las farolas y el viento producían en ellas unos movimientos asombrosos y extraños. Las sombras se movían, los sonidos se relajaban. Estaban como vivos, con gran facilidad de movimiento. Se desplazaban del lugar dónde permanecían ancladas por su estructura flexible con el viento.
Pero le encantaban las cartas y las partidas. Era encantador de serpientes y seguidor de perros, un gran jugador y mucho mejor perdedor. Hablaba con toda la gente, se mezclaba con cualquiera. Rápidamente el salario de quince días desaparecía como por truco de magia. Nunca tenía dinero ni para lo más elemental, decía que el dinero era para gastarlo, y lo gastaba antes de tenerlo. Se lo daba a cualquiera, y a cualquiera lo invitaba o le pedía, sin prestar ninguna atención.
Pensaba que algún día haría una escalera con la que llegar a las estrellas. Él era una de ellas.
Algunas noches largas oscuras se volvía muy triste, y tocaba en el parque una melodía con la flauta, donde las figuras bailaban, como recordando otros tiempos. Como un pequeño ejército haciendo instrucción.
Estudiaba alquimia en su taller con libros muy gordos, que sacaba de la biblioteca.
Quería aprender a desintegrarse e integrarse en otro espacio y tiempo. Tenía diseñado un puente el cual al pasar por el extremo desaparecías. Literalmente te caías por un hoyo y nadie sabía dónde ibas a parar. Él decía que llegaba al infinito.
Siempre decía «total sólo para mí, todo me sobra». Con poco vivía, se aguantaba con un trozo de pan.
Se llamaba Antón y todo el mundo le quería, y lo conocía, lo saludaba y preguntaba. Otra cosa inventaba, le dio por criar caracoles. Él mismo los entrenaba para después apuntarlos a diferentes carreras. También los embolsaba los vendía bien por los bares del pueblo, pero una mañana salió diciendo que «Ya estaba cansado de tanto cuerno» y acabó soltandolos en el parque. Se comieron todas las margaritas.
Otra vez le dió por cultivar setas debajo del puente e ir al campo a por espárragos haciendo manojos. Los rifaba con una baraja de cartas que nunca tocaba. Siempre los regalaba antes de terminar la rifa, no tenía paciencia para esperar.
Se llamaba Antón y todo el mundo lo quería, pues él no tenía nada, nada necesitaba, sólo una bonita sonrisa y una gran mirada que te contagiaba, te hacía reír. Era realmente feliz en su entorno.
Una noche estudiando partículas desapareció dentro de una máquina que él solo inventó. Desde entonces de Antón nadie sabe nada.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Raúl descubrió algo sobrecogedor: cada vez que apretaba el botón del interruptor de la luz de su cocina un diamante caía del enchufe.
Raúl estupefacto ante tal hecho fue acumulando diamantes, atrás quedaron sus días de pobreza…
El gozo de Raúl era tal que jamás había sentido esa alegría, no se lo creía, estaba anonadado pero inmensamente feliz y por fin despreocupado por las facturas…
El director del banco sin preguntar por su procedencia le ofreció a su cliente la caja fuerte acorazada para ir acumulando los diamantes de incalculable valor, mientras se iban acumulando al igual que los ceros a la derecha en su cuenta corriente.
Pero un día se le fundió la luz de la cocina y al cambiarla del interruptor dejó de caer el diamante de turno.
Raúl se sintió triste, no comprendía por qué, llamó a innumerables electricistas y todos quedaban atónitos al escuchar la historia, pensaban que Raúl era un lunático y su cabeza estaba llena de fantasía y no de realidad, era un demente que vivía en la innopia.
Pese a haber acumulado grandes riquezas durante este tiempo, esta fue mermando paulatinamente hasta regresar al punto de partida.
De la luz a la oscuridad existe la misma distancia que de la pobreza a la riqueza o viceversa.
Fin.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

ALMA DE ALGODÓN
Aquel inesperado descubrimiento cambió muchas de las cosas que conocíamos de este mundo. Pero en ese momento, nadie podía sospechar que tal hallazgo estaba destinado a dar un giro crucial al curso de la historia, como en su día lo fueran el fuego o la rueda. No era fácil de ver. De hecho, era algo imposible de percibir a simple vista. Pero alguien con la sensibilidad suficiente supo darse cuenta. Las nubes, esos seres esponjosos y resplandecientes que nos han acompañado desde los albores de los tiempos, tenían alma. Y no solo eso, pensaban, sentían y nos habían estado observando desde el primer momento. Silenciosas, desapercibidas, discretas como siempre habían sido. No hablo de las nubes negras de lluvia, de esas que braman y lanzan su furia sobre la tierra, no. Me refiero a las nubes comunes, blancas, pequeñas, delicadas y juguetonas. Poco a poco aprendimos a conocerlas, a domesticarlas y convertirlas en parte de nuestra vida cotidiana.
Aún recuerdo el día en que mi padre me regaló la mía. Desde el primer momento sentimos una conexión única y especial. Me seguía a todas partes, casi me adivinaba los pensamientos. Cuando llegó el momento se dejó atar las cuerdas con suma docilidad y a partir de ahí, mis juegos de verano alcanzaron otro nivel. No era un columpio cualquiera. Yo tan solo tenía que pensar, sentir y dejarme llevar. Ella conectaba con mis pensamientos y me elevaba en el aire, grácilmente, haciéndome sentir la libertad de los pájaros y la brisa del verano sobre mi cara. Cerraba mis ojos y entre risas me balanceaba en el aire, intentando alcanzar el infinito. Hasta le puse nombre. Alma, como no podía ser de otra forma. Su blancura inmaculada destacaba sobre el intenso azul del cielo limpio. Los días de más calor, mientras sobrevolábamos los verdes campos de trigo, ella dejaba caer una fina y refrescante lluvia sobre mí.
De pronto, casi sin darme cuenta, un día crecí. El tiempo pasó y yo dejé de ser aquella niña de los inolvidables y eternos veranos. Pero ella seguía ahí, atemporal, desafiando al reloj mientras nos observaba silenciosa desde arriba, cuidando de nosotros como un perro fiel. Los recuerdos de aquellos días han quedado atesorados para siempre, en la memoria de mi nube, la que me vio crecer sentada sobre la madera de mi viejo columpio. Pronto formará parte de la vida de otra niña cualquiera. Para eso están aquí.

ALEX VASH

Eran las cuatro con cincuenta y dos minutos de la mañana, mis manos te buscaron pero no estabas y recordé que transcurría el sexto mes que te habías marchado no pude evitar el suspiro cuando la melancolía se hizo presente.
Un cojin entre mis rodillas simulan el espacio de tus piernas entre las mías, la almohadilla cómoda que utilizaban para dormir es la misma que escucha mi pensamiento y aquella almohada dura he incómoda que tanto odio le tenías es la misma que abrazo para recordar tu cuerpo.
Son las cinco y dos minutos de la mañana, volveré a dormir y intentaré soñar esa insaciable fantasía: que no te has marchado y te tengo en mis brazos aunque en la mañana despierte y vuelva a estar sin ti.

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO

¡Por fin habían encontrado la cura! o un camino certero hacía ella…por fin algo a lo que aferrarse después de tanta investigación. ¡Que buena noticia que llegara justo hoy 4 de Febrero! Daba gusto ver el comienzo de todas las noticias, en todos los canales y sentir la misma ilusión y emoción a partes iguales de todos los presentadores de informativos dando por fin esa noticia tan esperada. Al fin y al cabo todos estamos expuestos a la cruel enfermedad que nos proporciona la peor batalla contra uno mismo y en la que solo el destino determina quién si y quién no; la empatía dando la buena nueva se hacía visible en los rostros de todo aquel que la comunicaba. Y él se sintió aliviado porque quizá aún tenía posibilidad de seguir un poco más.
Le despertó la enfermera,sonriendo cómo siempre aunque no fuera aún lo suficiente para hacerle sentir mejor. Todo había sido un sueño, y aunque decepcionado al darse cuenta de su realidad quiso creer que ese era el último día de su primer ciclo de quimioterapia y que pronto aquella fantasía ¿Por qué no? Sería realidad… Ojalá

CARLOS RODRÍGUEZ

MISTERIOSA DAMA
Llevaba todo el día lloviendo, aquello parecía el diluvio universal, el cielo se había cubierto de nubes cada vez más oscuras, los últimos rayos de luz intentaban atravesar aquel espeso manto mientras la noche se iba acercando y amenazaba tormenta.
Tomados de la mano y ya calados has los huesos, corrían calle arriba buscando la protección del portal de su vivienda. A lo lejos una sombra aguardaba inmóvil bajo la lluvia, era sin duda una silueta femenina, pero no alcanzaban a distinguir de quien pudiera ser.
Lorenzo se apresuró ha abrir el portal del edificio, dejo entrar a Carme y, antes de cerrar pregunto a aquella misteriosa mujer
– ¿quieres entrar y guarecerte de la lluvia?
– Gracias por el ofrecimiento, esta humedad me está destrozando los huesos.
Todavía no habían alcanzado el ascensor, cuando aquella voz retuvo en todo el portal.
– Os estaba esperando.
Lorenzo, sorprendido, volvió la cabeza hacia la mujer, ahora si podía reconocerla, las luces del portal dejaban ver su rostro bajo aquella empapada túnica con capucha, era ella.
– ¿qué quieres? ¿por qué dices que nos esperabas?
– He venido a buscaros, esta noche vendréis conmigo, ese es mi encargo para hoy.
Lorenzo no podía creer lo que estaba sucediendo, Carmen se aferraba a su brazo mientras temblaba paralizada por el miedo.
– Pero… no puede ser, tiene que ser un error, es imposible.
– No Lorenzo, no hay ningún error, hoy es el día, esta marcado desde antes de vuestro nacimiento.
En ese momento se escucho un fuerte estruendo en el hueco del ascensor, multitud de golpes, crujidos y chirríos siguieron escuchándose durante aquellos eternos segundos. Cuando el ascensor impactó contra el suelo un ruido ensordecedor se adueñó del ambiente, los ecos de la explosión y una enorme polvareda lo inundaron todo durante un par de minutos, luego sólo silencio.
Cuando los equipos de emergencias accedieron al inmueble encontraron una caótica escena de escombros y hierros retorcidos. La puerta exterior del ascensor se encontraba semi-incrustada en la pared de enfrente, y tras ella dos cuerpos destrozados, dos cadáveres abrazados.
Si, solamente dos cuerpos, en aquel accidente no hubo más muertos, ni heridos, tan sólo Lorenzo y Carmen.
Muchos ya os habéis dado cuenta, otros todavía estaréis pensando que sucedió con aquella misteriosa mujer que Lorenzo había dejado cobijarse de la lluvia. En efecto esa misteriosa dama no era otra que la negra muerte, que había venido a buscarles.
Aquella noche la misteriosa dama no quiso irse sin más, ya había cumplido su misión, un trabajo rápido y eficaz, aunque no había sido de los más limpios que había realizado.
No obstante en aquel portal no estaba a solas con Lorenzo y Carmen, y ella no estaba en su lista.
Tuvo que esmerarse mucho para corregir aquel terrible error, ¿como podía ser que nadie la hubiese advertido de la situación con que se encontraría? De haberlo sabido hubiese escogido otro método para realizar su trabajo.
Cuando los equipos de emergencias retiraron la pesada puerta que les impedía llegar a los cuerpos, algo llamo la atención de aquel joven bombero, era como si el muchacho hubiese intentado proteger el vientre de la chica y no todo su cuerpo.
Y en efecto así era, Carmen estaba embarazada y el instinto de padre había llevado a Lorenzo a casi enroscarse sobre la joven.
Cuando retiraron el cuerpo de él, se hizo evidente el estado de gestación de ella, y aquel bombero no dudo un instante, se arrodilló junto al inerte cuerpo de la muchacha, y tocó su vientre mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, todavía no hacía seis meses que su esposa había tenido un aborto espontáneo.
De repente un desgarrador grito inundó el espacio.
– ¡Un médico! Rápido, un médico. Esta vivo… el bebé esta vivo… ¿donde está esa camilla? ¡No hay tiempo!
Los segundos se hacían eternos y la impotencia le estaba consumiendo, tomó el cuerpo de la chica en sus brazos y corrió hacia la UCI móvil. Durante todo su recorrido no dejo de gritar.
– ¡Está vivo! ¡Está vivo! ¿Dónde está ese médico?
El personal sanitario procedió según marcaba el protocolo, y le hicieron abandonar la zona. La ambulancia no tardó en salir de allí a gran velocidad. Mientras el joven bombero la veía alejarse con sus ojos llenos de lágrimas, pero esta vez era la esperanza la que le hacía derramar el acuoso líquido.
Al otro lado de la calle, fuera del cordón de seguridad, una figura destacaba bajo la lluvia, una figura de mujer, vestida totalmente de negro de pies a cabeza, cubierta con una amplía capucha que impedía ver su rostro. Si, la misteriosa dama se había quedado esperando el resultado, como asegurándose de que aquella criatura fuese rescatada del interior del frío cuerpo de su fallecida madre.
Las miradas de ambos se cruzaron, no era la primera vez que se encontraban, ella le sonrió desde la distancia y asintiendo con su cabeza en un gesto de conformidad, desapareció entre los curiosos allí reunidos.
Él regresó con sus compañeros al parque, pero aquella inocente criatura no salía de su cabeza, ¿se habría salvado? ¿Habría llegado a tiempo? ¿Tendría una familia esperándole? ¿De no ser así, podrían su esposa y él pedir su adopción? El resto del turno transcurrió sin más intervenciones, pero fue un suplicio para él, aquellas y otras tres mil preguntas no dejaban de rondar su cabeza.
Envío un mensaje a su esposa «Todo está bien, pero llegaré algo más tarde, he de hacer una visita. Te amo»
Nada más terminar su turno, corrió al hospital, necesitaba conocer la respuesta a algunas de aquellas preguntas.
Con los ojos encharcados de nuevo interrogó al personal del centro, y su cara desencajada por la angustia del no saber, estaba despertando una amabilidad y compasión en cuantos se iba cruzando que todavía no alcanzaba a comprender.
Por fin llegó a la unidad de neonatos, pregunto una vez más, pero en esta ocasión si obtuvo respuestas.
– Es una niña preciosa, y está completamente sana. Si no hubiera intervenido un joven bombero, ahora estaría muerta como su madre. Siento mucho su pérdida, ¿quiere pasar a ver a la niña?
Al oír aquellas palabras el joven se derrumbó, cayó de rodillas dando gracias a Dios por haber salvado a la pequeña.
Mientras las enfermeras le calmaban, le acompañaron a la sala donde se encontraba la niña. Con el permiso del personal, la tomó en brazos mientras explicaba que no era el padre, que el era el bombero y que esperaba encontrasen pronto a la familia de los difuntos padres de aquel ángel rubio que tenía en brazos.
Fue entonces cuando entró en la sala una mujer. Vestía traje de chaqueta azul marino, muy formal y acorde con su trabajo y su edad. El silencio invadió la estancia, aquella aparición no era buena, nunca traía buenas noticias, y en esta ocasión no iba a ser diferente.
– La Policía acaba de confirmarme que la niña no tiene familia, los servicios sociales nos haremos cargo de ella en cuanto el hospital le de el alta.
Luis (el joven bombero) miro a la pequeña y no pudo evitar que algunas de aquellas preguntas que durante horas se había estado haciendo, saliese ahora de sus labios.
– Pero… ¿No hay otra solución? ¿no podría alguien evitar su entrada en el orfanato? ¿no se puede hacer nada?
La trabajadora social fue contundente en su respuesta.
– El procedimiento establecido es ése, no hay alternativa, lo único que podemos hacer es incluirla en las listas de adaptables en cuanto sea posible.
A Luis le dio un vuelco el corazón, permaneció callado sólo unos segundos, pero en su cabeza todo iba tan rápido que le parecieron minutos. No dejaba de mirar a la niña, el recuerdo del malogrado embarazo de su esposa volvía a su cabeza de forma recurrente y sin pensar en nada más, sin consultar con María (su esposa), tomó una decisión que podría cambiar sus vidas para siempre.
– ¿Y si se quedase conmigo? Inicialmente en acogida, mientras se cumplen los plazos y se tramita la adopción ¿sería posible?
– Al fin y al cabo él es quien le salvó la vida. Añadió una de las enfermeras.
La mujer tomó de nuevo la palabra, pero en esta ocasión su voz tenía un tono más amable, parecía haberse colado un poco de humanidad en aquel frío corazón burócrata.
– No soy yo quien pone las normas, el proceso de adopción es largo y hay muchas parejas a la espera de que sueño de ser padres se cumpla. La acogida temporal pudiera parecer una solución, pero… ¿has pensado como te sentirás cuando la niña tenga que separarse de ti? ¿y en como se sentirá ella? Hemos de pensar en el futuro y en lo mejor para la niña.
– Quiero convertirme en su padre. Después de su aborto, mí esposa y yo no podemos tener hijos y esta niña se merece una familia.
– Tal vez, si dispusiésemos de más días, podría intentar que aceptasen una acogida temporal por vuestra parte, pero tampoco puedo prometerte nada, y mucho menos que os concedan su adopción.
– ¿Cuantos días necesitas? Pregunto rápidamente una de las enfermeras.
Todos se habían implicado con aquella criatura, y ella parecía agradecer todas sus atenciones y preocupaciones, regalándoles una hermosa sonrisa.
Todo parecía encauzado cuando Luis regreso a casa, ahora debía explicarle a María todo lo sucedido, no dudaba que ella aceptaría el que ambos se hiciesen cargo de la pequeña, pues a la gran ilusión que siempre le había hecho ser madre, había que sumar el gran corazón que ella tenía, siempre dispuesta a ayudar a los demás, sin importar quien o por qué.
Luis estaba seguro que la pequeña alegraría sus vidas, que ayudaría a María a superar la fuerte depresión en que se había quedado inmersa después de su aborto.
Mientras caminaba por el pasillo del hospital, en dirección a los ascensores, una imagen conocida se cruzó con él, era ella otra vez, con su negra túnica cubriendola por completo. Ella caminaba en sentido contrario, se dirigía a las salas de neonatos. Luis sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo, aquella presencia allí no podía presagiar nada bueno. Rápidamente retrocedió sobre sus pasos tratando de alcanzarla, y cuando lo hizo, puso su mano sobre el hombro de la mujer para detener su paso. Aterrado por los motivos que la hubiesen llevado allí, exclamó
– No por favor, no te la lleves a ella también.
Ella se giro hacia él, y sonriendo dijo.
– Tranquilo Luis, ahora no vengo a trabajar. Como tu, también estoy preocupada por ella, sólo he venido a verla, ver como esta. Alguien se equivocó y casi me la llevo sin saberlo. Ahora regresa a tu casa, María te espera preocupada.
Aquellas palabras tranquilizaron a Luis, que después de dar las gracias a la misteriosa dama de negro, continuó su camino.
Cuando entró en casa María le esperaba inquieta, nerviosa, no era propio de Luis hacer algo así.
– ¿Qué ha pasado? ¿de dónde vienes?
Luis estaba eufórico, no sabía por donde empezar, como explicar a su esposa que tal vez pronto podrían dar uso a aquella habitación que meses atrás habían preparado y que ahora permanecía cerrada para que no les trajese más recuerdos de los que ya ocupaban sus cabezas día tras día.
María escuchó con atención toda la historia, a medida que Luis le iba contando sus ojos iban llenándose de lágrimas, la idea de tener a una pequeña correteando por la casa la emocionaba enormemente.
Mientras esto ocurría en casa de Luis y María, la misteriosa dama permanecía en el hospital, contemplaba a la pequeña a través del cristal de la sala donde dormía, ella parecía velar su sueño, vigilar que nada perturbase aquella tranquilidad.
Con la complicidad de alguno de los pediatras, las enfermeras prolongaban la estancia de la pequeña en su unidad, querían así dar tiempo la trabajadora social para arreglar el papeleo de la acogida temporal.
Durante aquellos días las visitas de Luis y María eran continuas, raro era el día que no coincidían con la misteriosa dama, que también visitaba a la pequeña a diario.
Fue en una de aquellas visitas donde entre todos buscaban un nombre para ella, todas las opciones eran hermosas, pero algo sucedió que marcó aquella decisión, nadie sabía quien había sido, y mucho menos como lo había hecho, el caso es que el cristal junto a la pequeña se empañó de repente, y en el apareció escrito un nombre «Aisha». Por la misteriosa forma en que había aparecido, todos estaban convencidos, lo mejor sería hacer caso de aquel mensaje, y más cuando María apostilló con rotundidad.
– Ese será la su nombre, aunque de origen árabe, ella venía predestinada a él, su significado es “viva”.
Nadie se atrevió a decir nada en contra, muy al contrario, apoyaron a María en su razonamiento.
Luis tenía claro quien estaba detrás de todo aquello, pero… ¿como explicarlo? Si se le ocurría hablar de aquello le tomarían por loco, y eso podría hacer peligrar la acogida, y por tanto la futura adopción.
Todos velaban por la pequeña Aisha, todos se desvivían por su bienestar. Lo que ninguno de ellos conocía, excepto Luis, era de las visitas de aquella dama. Y ni siquiera él conocía cuales eran sus planes.
Aquella misma tarde la trabajadora social recibiría una extraña visita. Se encontraba en su despacho, tras aquélla vieja mesa, sentada en una ya raída e incómoda silla que ni se sabía el tiempo que allí llevaba. Trabajaba en el caso de Aisha, y ya no sabía cómo continuar, la burocracia y las normas establecidas para ese tipo de casos le estaban cerrando todas las posibilidades de poder entregar a la pequeña a Luis y María.
Fue entonces cuando comenzó a sentir que no estaba sola en la oficina, pero no era posible, era viernes por la tarde y todos se habían ido a casa a las 15:00, estaba segura de haber cerrado con llave al regresar de comer para continuar con aquel rompecabezas burocrático.
Tras preguntar en voz alta varias veces si había alguien allí, decidió salir y comprobarlo, la oficina estaba vacía, las luces y los ordenadores apagados, las ventanas estaban cerradas y la puerta como ella la había dejado, cerrada con llave. No había nadie más que ella en el local, pero seguía sintiendo que no estaba sola, y esa sensación aumentaba a medida que regresaba a su despacho. Trato de tranquilizarse a si misma, se decía que era la presión por no encontrar solución a algo que ella también quería hacer, por no encontrar la rendija legal por la que poder tramitar aquella acogida.
Nada más entrar en el despacho se quedó paralizada, sobre su mesa, encima del expediente de Aisha, había un libro, un viejo reglamento que hacía años no sacaba de la biblioteca, se preguntaba como había llegado allí, pues estaba segura de no haber sido ella quien lo dejará, ¡pero no había nadie más! Sin duda algo extraño estaba sucediendo, comenzó a pensar que el agotamiento le estaba jugando una mala pasada y la hacia olvidar cosas que si había hecho. Decidió descansar, recogería todo aquello y ella también se iría a casa.
No hizo más que sentarse nuevamente y cerrar aquel viejo manual de procedimiento, cuando se abrió suavemente la ventana de aquel pequeño despacho, una ráfaga de viento entró por ella y abrió nuevamente el libro, las hojas pasaron rápidamente hasta detenerse en la misma página donde se lo había encontrado abierto, también se volcó su portalápices, y uno de ellos rodó sobre aquella página hasta detenerse en un artículo muy concreto, como señalando aquel punto exacto. Igual que se había abierto, la ventana volvió a cerrarse, sin golpear, sin hacer ruido, como guiada por la mano de alguien.
Sorprendida, la trabajadora social leyó atentamente aquel párrafo que el lápiz parecía indicarle, y tras concluir su lectura exclamó
– Gracias, gracias Dios mío por mostrarme el camino ¿Como no recordé esto antes? Hace tanto tiempo que se actualizó el procedimiento, que ya había olvidado ese viejo supuesto.
Rápidamente comprobó que no se hubiese producido ninguna modificación, no quería que pudiesen echar atrás todo lo que aquel viejo manual acababa de resolver, no sólo era la puerta para una acogida, allí se le mostraba como conceder la adopción inmediata a María y Luis, ya no habría que esperar que pasasen unos años, podrían llevarse a Aisha a casa con todos los derechos y obligaciones de cualquier pareja de padres.
Cumplimento todo el papeleo en un tiempo récord, y para no prolongar ni un minuto más la estancia de la pequeña en el hospital, llamó a Luis por teléfono para verse en la unidad de neonatos. También llamo al hospital, quería que todo estuviese preparado para dar el alta a la niña.
Durante todo el viaje entre su despacho y el hospital siguió sintiéndose acompañada, pero ya no le daba importancia, su alegría superaba con creces su miedo.
Ya en el hospital las muestras de alegría de María, Luis y todo el personal de la unidad desbordaban cualquier previsión, tras varios días de peregrinas excusas para no dar el alta a la pequeña Aisha, por fin la verían salir por aquellas puertas. Todos le habían tomado mucho cariño y la mezcla de sentimientos era inevitable, el júbilo se mezclaba con la tristeza, pero podía más la alegría.
Luis se sorprendió al ver llegar a la trabajadora social, a su lado caminaba aquella misteriosa mujer, ella hizo un gesto con su mano, como indicándole que guardarse silencio, y él así lo hizo, a estas alturas ya era consciente de que sólo el la veía.
Se firmaron todos los documentos allí mismo, María y Luis ya eran oficialmente los padres adoptivos de Aisha. Ambos estaban radiantes de felicidad, sus sonrisas eran prueba de ello, y no paraban de agradecer a todos su ayuda y todas las atenciones que habían recibido en los días que la pequeña había estado ingresada. Tampoco faltaron los agradecimientos para la trabajadora social.
En medio de aquella escena alguien parecía no encajar, y Luis lo sabía. Se separó unos metros del grupo, y junto a él la dama de negro.
– Puedes estar tranquilo, Aisha tendrá una larga vida, y vosotros podréis disfrutar de ella durante muchos años, ese será mi modo de agradecerte tu ayuda, sin ti hubiese sido imposible corregir aquel terrible error.
– ¿Cómo podré agradecerte este regalo?
– Sólo cuida de ella y dale todo el amor que se merece. Ahora que todo esta en orden ya puedo seguir con mi trabajo, que mi lista es larga y no admite retrasos.
– ¿Volveré a verte? ¿Dejaras que vea tu rostro? Me gustaría saber a quien debo todo esto, y porque yo y no otro.
– Verás mi rostro, pero quizás sólo cuando venga a llevarte conmigo, tu ya sabes quién soy, y que está no será la última vez que nos veamos.
Tras estas palabras la misteriosa dama desapareció ante la mirada de Luis, quien acababa de ver como sus presentimientos sobre la identidad de aquella mujer se habían confirmado.
Todavía absorto en sus pensamientos, escucho la voz de María que le llamaba, ya estaba todo preparado y podían regresar a casa, pero hoy lo harían con la pequeña Aisha entre sus brazos.
Fueron pasando los días, las semanas, los meses, y Aisha crecía saludable, la alegría que se respiraba en aquella casa era indescriptible. De vez en cuando los tres visitaban al personal de la unidad pediátrica, que se ponían como locos al ver a la pequeña. Naturalmente, con la excusa de comprobar que todo iba bien, la trabajadora social también se pasaba por la casa para verles.
María había vuelto a ser aquella muchacha alegre, que siempre tenía una sonrisa en su cara, que se reía por casi todo, se la veía feliz.
Luis seguía con su trabajo, lo de él era vocacional, ya de niño decía que quería ser bombero, y lo había conseguido, había hecho realidad su sueño.
Durante aquellos meses Luis había visto en algunas ocasiones a la misteriosa dama, ahora que la conocía mejor ya no temía encontrarla, aunque en algún momento si que le dio rabia y le enfado que se llevase a alguna de las víctimas de los accidentes en los que había tenido que intervenir…

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

Y DIOS SE DIO CUENTA.
Después de mucho, mucho, mucho tiempo de reflexión, Dios se decidió a actuar. La leyenda dice que fue el rugido de un volcán el que lo hizo reaccionar, bueno eso y recordar una famosa frase que alguien dijo una vez; “si quieres que las cosas cambien de verdad, empieza a hacerlas de forma diferente” y para hacerlo, el viejo volcán fue la excusa perfecta. El mundo entero quedó cubierto por capas de ceniza que hicieron de rescoldo de lo que la Humanidad podía volver a ser extendiendo un virus que derrotó al más poderoso del momento. La gente empezó a manifestar extraños síntomas; el envejecimiento de todo ser humano se paró haciendo realidad el deseo imposible de volver en el tiempo, el Universo cambió sus leyes para retroceder lentamente y volver a registrar de nuevo todos los acontecimientos vividos con anterioridad por los que en ese justo momento estaban vivos, y aunque al principio era de locos sentir antes las consecuencias que las causas, en poco tiempo el hombre se adaptó olvidándose de lo que antes valoraba para entregarse a lo que de verdad importaba.
Los hijos recibieron tiempo de dedicación y los ‘noes’ que no se habían dicho se dijeron, todos los padres y sobre todo las madres dejaron de sentir el olvido recibiendo a cambio la calidez del ‘te quiero’, la soberbia y el desprecio fueron evitados, las manos sirvieron para ayudar y el pensamiento se convirtió siempre en acción contra todo lo malo que cada vez tenía menos espacio en la nueva normalidad, todos recuperaron la dicha de volver a ver a los que alguna vez les hicieron felices y a no desviarse de su lado y entonces casi sin darse cuenta cada hombre y cada mujer en cualquier lugar del mundo iba cambiando su historia a favor de sus sentimientos. Siempre sobrevolaba sobre todos ellos la incertidumbre de saber qué ocurriría al final de ese tiempo en el que los vivos ya no avanzaban hacía el ocaso pero en el que habría un claro final porque la vida seguía siendo una línea continua hacía algo. Y todo se supo con el primer niño que llegó en su cuna al momento de su nacimiento y con la tristeza de los padres que esperaban su desvanecimiento; cómo el nuevo plan de Dios era que todo debía hacerse de forma diferente, el que apareció al pie de la cuna para juzgar fue un ángel oscuro sin rostro que abriendo un libro registró todos los acontecimientos para concluir que no era condenable una vida cuando terminaba en la inocencia de un recién nacido, entonces el ángel se marchó y la primera luz de la existencia se llevó al recién nacido a un nuevo seno materno para empezar de nuevo. Y vio Dios que todo aquello era bueno y por fin, dejando solo al mundo, descansó.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Guardo
en mi roperito de “cosas X”
fragmentos de tiempos pasados
en cajas y latas sin tapa.
Abro
mi roperito como quien abre
sus registros akáshicos. Allí,
todo tiene vida propia
y es parte de mi esencia.
Con sólo detener mi mirada
en alguna cosa, comienzo
a dialogar con ella.
Acomodo
mi roperito
cuando me dejan mis emociones.
En tantos años
me deshice de varias cosas pero
la bola dorada que adornó siempre el árbol de Navidad permanece allí.
Viene resistiendo
mis ataques de limpieza
escudada en la fantasía
que evoca dentro mío,
esa de entregarse al cuento
sin hacer preguntas.

NEUS SINTES

Existen puertas que abren mundos a otros muy diferentes. Puertas que sólo se abren a quienes son dignas de ellas. Muchas de ellas permanecen, aunque algunas no están al alcance de nuestra visión ni aparecen sin más.
Muchas leyendas mencionan el paso hacia otros mundos a través de estas puertas cercanas. Portales que conectan a los humanos con los dioses. Apariciones de puertas mágicas que se ubican sobre todo en las montañas.
Dylan, era un hombre que había vivido muchas experiencias en su vida, ahora se encontraba en una etapa de su vida que había perdido la esperanza de encontrar la mujer de sus sueños. Había conocido y amado a muchas de ellas. Pero nunca había hallado a su musa. Apoyado en el balcón de su terraza, absorto en sus pensamientos, miraba el horizonte que se hallaba frente a él.
Siempre había vivido cerca del mar. Cuántas veces no se había ido a contemplar las olas chispear con fuerza, mientras chocaban contra las rocas. El las contemplaba y se dejaba que la brisa le diera en su rostro. Muchos pensamientos, tal vez demasiados cruzaban por su mente.
En una noche cómo todas las demás el cielo estaba lleno de estrellas que se podían contemplar con elegancia. Una de ellas le llamó la atención, brillaba con mucha más intensidad que las otras. La noche oscura hacía resaltar aquéllas esplendidas estrellas que en el cielo reposaban.
Sentado en una de las rocas, mirando al mar. Pensó por unos instantes en esa musa que en sus sueños aparecía constantemente. Esa noche apenas había gente caminando, era de noche cerrada y no había ninguna alma. Sólo él.
Una melodía lejana escuchó de repente. Creyó haberlo soñado por instantes. Prestó más atención y volvió a oírla. Esta vez mucho más clara y vivaz.
Sus ojos percibieron unas olas distintas a las demás. En el océano se formó un remolino. Al principio Dylan se asustó, creyendo que se aproximaba una fuerte tormenta. Cuando sus ojos se percataron de entre las grandes olas salia a la superficie una hermosa chica de rasgos como las de un pez, cuya piel blanca resaltaba con sus hermosos cabellos largos y algo ondulados. No se podía creer lo que podían ver sus ojos. Tenía una especie de cola de color blanca y roja. Nadaba como una sirena. aunque no creía que fuera una de ellas, de las que tantas veces ha oído a los marineros hablar.
Se aproximó junto a la roca donde permanecía Dylan. Quieto, sin articular palabra y sin poder hacer movimiento alguno. La contemplaba con sus ojos abiertos, sin parpadear. Se parecía mucho a la musa de sus sueños pero con cola de sirena. Las aguas cesaron de temblar, el remolino desapareció, dejando entrever la silueta femenina de una mujer cuyas curvas y senos destacaban por su esbelta desnudez. No llevaba ropa. Libre de ataduras. Llena de vida y juventud.
Se aproximó despacio a la roca donde estaba Dylan y con suavidad se fue acercando a él, como si tocarle le fuera a hacer daño. Cuando la mitad de su cuerpo se acercó a la de él, sus ojos color avellana lo miraron con deseo.
-En tus sueños he estado durante todo este tiempo – le respondió con una voz melodiosa.
Dylan la recordaba. Recordaba como cada noche soñaba con su musa. Se parecía muchísimo a ella – pero, ¿Cómo era posible?
-He viajado por los mares, buscando al hombre que soñaba conmigo.
-¿Cómo me has encontrado? – le respondió aún sin creer lo que estaba pasando
-Soy una musa del océano – le respondió. Existen muchas de nosotras bajo las aguas. Navegando en busca de quien sueña con nosotras.
-Y eso significa… – le dijo sin dejar de mirarla
-Que soy tuya para siempre. – afirmó. Al haberte encontrado, te pertenezco para toda la eternidad.
Y rodeando la roca con su cola, beso a Dylan, cuyos pechos le rozaban sus pectorales y unos labios carnosos le besaban con pasión. Dylan por fin había encontrado a la musa de sus sueños. La cogió con ambas manos y al salir del agua, la cola desapareció para convertirla en un cuerpo completo de mujer.
Detrás de esas rocas se amaron sin piedad. Las olas que chocaban contra las rocas, silenciaban los gemidos de placer que de ambas bocas emitían. Ella se entregó sin piedad al hombre que tanto había ansiado. Dylan por su lado devoró cada poro de su piel con sumo cuidado y pasión. ¿Quién iba a decir que encontraría a su musa bajo las aguas del océano?

JOSE ANTONIO ROMERO GÓMEZ

ABISMO
Sudor, vino y humedad. Ese era el hedor que desprendía la atmósfera de aquel navío avejentado. Cuerpos sin almas actuando de manera autómata y por inercia. Comandados por un ser aborrecible y despiadado. ¿Como era posible que después de ocho meses siguiesen buscando el rumbo correcto? Nada tenia de hechizada, como se la vendieron. La maldita brújula se reía en sus caras y los adentraba cada vez mas en una vorágine depresiva. Ya no cantaban canciones de marinos al faenar, ya no reían recordando anécdotas en lupanares. Una tripulación mermada y desesperanzada en encontrar todo aquello que se les prometió al embarcar en el «Miracle». Casi sin nada que echarse a la boca, salvo pan bazo enmohecido amontonado en la bodega y unos cuantos galones de vino ya picado. Ya no es que extrañasen el calor que brinda la entrepierna de una mujer, o el sabor del cordero. Solo querían pisar tierra firme y descansar sus vapuleados cuerpos. Aquel maldito condenado a vagar sin anima les estaba llevando a la más certera oscuridad. «Capitán Barrestan Morgan, comandante de los tercios en las indias orientales», balbuceaba borracho añorando tiempos gloriosos ron en mano, de camino al matasanos. Había llegado la hora de seccionar aquel pie necrosado. El médico, no era tal, pero si el único que sabia medio leer y medio escribir. Se apañaba a la hora de amputar, torniquetear o cauterizar heridas. Barrestan le dio un ultimo trago a la roñosa botella antes de tumbarse y sacarse el cinturón que atenazaría entre sus dientes mientras le serraban el tobillo. Justo cuando «Chuck, el matasanos» empuño el oxidado serrucho, una brusco movimiento hizo que la proa se alzase varios metros y el medico tuviese que soltar el útil para aferrarse a la improvisada mesa de operaciones. El capitán salió rodando cayendo al suelo igual que lo hizo su sucia botella de ron. ¿Que demonios era eso?, pensó el capitán. Imposible que se tratase de un enemigo, pues no había escuchado cañón alguno. ¿Habrían encallado en algún islote? Le caería un buen puñado de mandoblazos a quien estuviese de guardia en el palo mayor.
Se repuso y arrastro su putrefacto pie por la bodega, subió las escaleras aún con el galeón bamboleando a un lado y a otro. Llego al timón y tuvo que apostar sus mermadas fuerzas para controlarlo. Observó la brújula dar vuelta como una dinamo sin control. Sin duda era ahí, el lugar que tanto tiempo llevaban buscando, pero lejos de encontrarse en un oasis paradisiaco, solo veía gélidas olas alzarse al rededor. Algunos hombres se afanaban en recoger velas mientras un grupo cada vez mayor se hacinaba en la baranda este. Llevaban sus manos a la cabeza, incrédulos ante lo que veían. El capitán arriostró el timón con una soga y salió corriendo en dirección al gentío. Jamás hubiese imaginado encontrarse ante aquella esperpéntica escena. Parecía sacada de alguno de los siete infiernos de Dante. Con el rostros atenazado por el miedo y los ojos desorbitados, el capitán veía como el mar estaba abierto como un libro por la mitad y del centro energía un repugnante tentáculo gris de varios miles de pies de altura y otros tantos de diámetro, abrazando innumerables naves naufragadas en el lecho marino, cual bebe recelando sus juguetes, y en el epicentro de aquella monstruosidad, una maraña de dientes cubiertos por crustáceos adheridos, engullendo todo lo que caía en su oscuridad mas abismal, justo a donde se dirigían…

OMAR R. LA ROSA

Fantasía
– No, no y no – gritó, más para sí que para quienes la rodeaban sin prestarle atención.
– Esto no puede ser así, ¡hay algo que está mal, muy mal! Y lo voy a arreglar. – se dijo indignada.
Resuelta marcho a la vieja cocina de la abuela. Afanosamente rebusco entre potes y frascos varios.
Con precaución sigo a pies juntillas la receta del viejo libro
Sobre un fuego moderado, hecho con varas de enebro cortado en luna llena, colocó el caldero con de agua de la tierra media hasta la mitad de su capacidad y de apoco, como indicaba el libro agregó todas y cada unas de las sustancias especificadas.
Tanto de alas de hada, otro tanto de estornudos de dragón, una pisca exacta de sonrisa de dama virgen (con cuidado de no desperdiciar, cada vez eran más difíciles de encontrar). Varios granos de hombre valiente (otra especie cada vez más rara), una cantidad exacta de conciencia…
¿Conciencia? ¿Dónde estaba la conciencia? Se horrorizo al no encontrarla en los estantes.
En vano rebusco, tenía que hacer algo rápido o la cocción se pasaría…
¡Zumbido de mosquito! Leyó en la etiqueta y se decidió. No era lo mismo, pero confiaba en que el efecto fuera igual de molesto.
¿Quién puede dormir con la voz de la conciencia resonando en su cabeza o con el zumbido de un mosquito sonando en su oído?
Vatio, revolvió y volvió a mesclar durante un tiempo que se le hizo eterno, hasta que el potaje tomo el color indicado, entonces lo coloco en un aspersor manual, de esos que se usan para humedecer las hojas de las plantas y volvió al mundo real.
Esperanzada rocio a quien se le cruzara y observó con una sonrisa. De pronto las cosas estaban en el lugar que tenían que estar y las personas hacían lo que se esperaba de ellas.
Los médicos curaban enfermedades, los maestros instruían y educaban, los comerciantes vendían a precios accesibles, con ganancias justas, sin especular. Los bancos desaparecían, pues al no poder lucrar con el esfuerzo ajeno perdían su razón de ser…un mundo de fantasía que se hacía realidad, o casi…
Porque es sabido que, si no lo es, una cosa no es igual a otra por más que se insista en ello, y, guste o no, un zumbido de mosquito no es lo mismo que un reproche de conciencia…
Y ahí seguían ellos, como de costumbre, engañando, embaucando a la gente con promesas que sabían jamás cumplirían, generando falsas peleas entre los pueblos, para que la gente tomara partido inocentemente y prefirieran matarse unos a otros antes que abrir los ojos y descubrir la verdad.
Esto la destruyo, había fracasado y ya no tenía fuerzas para más.
Lentamente también su fantasía murió, asfixiada por la única fantasía que los políticos permitían. La que convenía a sus intereses y nada más.

ROSA ROSANA

SIENTE
La temperatura constante en el ambiente se mantiene
Entre las cuatro paredes que nos contienen
Pudiera medirse fácilmente sin alteración evidente
El termostato no se mueve, mas algo sucede
Se siente en el aire que reina en el ambiente
Como si pudiera tocarnos, se siente en las pieles
En el aire flotan tus palabras convirtiéndose en imágenes
Como si mi mente dibujara cada palabra que hablas
A través de tus susurros mi mente las atrapa
Va transformándolas… En imágenes las palabras
El pensamiento las ensalza dándoles forma
La mente atrapa cada palabra susurrada
La imaginación las baña transformando la escrita
El verso que habla como si una a una las desnudara
Quitando las letras queda una imagen clara
¿Descifrarla con una palabra? Deseo, así se llama
En la mente plasmada una imagen, el fuego que arde
Palabras transformadas salen de tu boca
Dulcemente susurradas y mi mente las transforma
Dándoles vida propia, cuerpo y alma
El deseo que sale de tu boca que mi mente transforma
Las palabras que dices, las imágenes que provocas
Préstame tus fantasías, las qué salgan de tu boca
Transformaré las palabras en imágenes que brotan

ANGY DEL TORO

EL PODER DE LA VICTIMA
Su rostro es el escudo que de la maldición protege y su cabello trenzado, los brazos que el demonio entre serpientes envuelve. Una sola mirada suya basta para que el alma en piedra convierta.
¡Oh! Dios, jamás mujer alguna ha de permanecer sumergida entre columnas y capiteles, sé piadoso y otórgale el perdón. Entiende sus razones, violada, ultrajada, dolida y maltratada, ¿por qué?, por qué así, y solo así, permites que subsista.

RAKEL VALDEARENAS

Medusa.
Cara viajo a Grecia quizás para escapar de su pasado o para encontrar algo que significará en su vida, ella se sentía identificada con todos los mitos griegos, le encantaban descubrir cosas nuevas de todas esas historias quizás porque las escuchó desde que era una niña.
Llego al Partenon y se sintió maravillada como si estuviera en otro mundo, en un mundo donde se sentía ella misma, entró dentro y se puso a buscar algo, algo que sabía que nadie más había encontrado, colocó sus manos en el suelo y empezó a palpar sentía la magia de aquel lugar. Sus manos se toparon con alguna especie de trampilla, la abrió y su corazón empezó a palpitar estrepitosamente, bajo los escalones despacio como si siquiera saborear el extraño momento que estaba viviendo, cuando llegó a abajo sintió una punzada en su cabeza, encendió la linterna del móvil y alumbró la gran estancia descubriendo unas estatuas de piedras, se acercó a ellas y examinó una, parecía tan real tan humana.
Siguió mirando a su alrededor y a lo lejos enfrente de las escaleras vio una gran estatua, se acercó con cautela y sin querer golpeó algo con el pie, de repente sonó una voz algo oscura:
-¿Quien osa perturbar mi sueño?- retumbó el lugar.
-Soy Cara hija de Poseidón- mintió.
-Vaya… vaya… así que hija del dios del mar ¿que se cuenta el viejo?- pregunto.
De detrás de la estatua una figura sombría comenzó a salir de la oscuridad, Cara se asustó pero no se movió del sitio.
-Te he preguntado ¿Qué qué se cuenta el viejo?- sonrío descarada.
-Se quien eres, eres medusa, Atenea transformó tus cabellos en serpientes por algo despreciable que hizo Poseidón, Atenea no debió enfurecerse contigo- se iba acercando.
-Eso ya no me importa, lo que realmente me importa es vengarme de ese viejo verde que se cree con derecho a hacer lo que le dé la gana, todas estás estatuas son descendientes de Poseidón y si tú has llegado hasta aquí es porque eres una de ellos- sonrío malévola.
En ese preciso instante algo se puso en guardia dentro de Cara, cogió un escudo que había allí tirado y cerró sus ojos, comenzó a golpear al aire hasta que noto algo duro y un chasquido como de huesos abrió un poco los ojos y vio a Medusa agarrándose la cabeza por el golpe, tenia los ojos cerrados y aprovechó ese momento para poner pies en polvorosa.
Salió del lugar, cerró la trampilla y jamás dijo ni una palabra de lo que había encontrado, se lo llevaría con ella a la tumba. Y nunca imagino que todos aquellos mitos que había leído eran realmente cierto.

EFRAIN DÍAZ

Alegría. El ambiente estaba colmado de alegría, algarabía y emoción. Los tres matrimonios habían alquilado un velero y emprenderían la gran aventura de sus vidas. Saldrían de Norfolk en Virginia con destino a España.
Ninguno sabía de navegación, por lo que alquilaron los servicios de un experimentado y buen reputado capitán privado que los llevaría a puerto seguro.
Para ellos cruzar el Atlántico era una osadía. Para el capitán, un trámite rutinario. Les tomaría de quince a treinta días, pues diversos factores tales como el viento, la lluvia y el oleaje, entre otros, podrían afectar la travesía. Tiempo y sed de aventura era lo más que tenían.
Los primeros días fueron placenteros. El cielo prístino y el mar en calma, hicieron de la travesía una muy agradable. Los hombres tiraban las cañas de pescar con la esperanza de agarrar algo. A veces pescaban algún pez de poca monta y otras, pescaban borracheras, mientras las mujeres charlaban al son de champagne.
Ya a mitad de viaje y en medio del Atlántico, comenzó a caer una pesada y densa niebla. El espeso manto blanco no permitía ver nada. Bloqueaba toda visibilidad. El capitán no pudo anticiparla. Ninguno de sus aparatos, por nuevos y modernos que fueran, pudieron registrarla y allí estaban, en medio de una impenetrable bruma.
No era normal y el capitán se mostró intranquilo. Aún así, puso su mejor cara. No se le pagaba la pequeña fortuna que se le pagaba para arruinarle las vacaciones a sus clientes.
Los tripulantes, ajenos a los riesgos inherentes de una niebla repentina en alta mar, continuaban con la ingesta etílica al ritmo de la música.
De pronto todas las alarmas del velero comenzaron a sonar. Al unísono anunciaban que otra embarcación venía de frente.
El capitán maniobró lo mejor que pudo, evitando el impacto. Al pasar al lado de la nave, pudo notar que no llevaba tripulantes. El lugar del timonero estaba vacío y por la estructura, era un navío muy viejo.
Sus ojos no dieron crédito a lo que vio. Se trataba del legendario barco fantasma Mary Celeste. Había escuchado muchas historias del Mary Celeste, pero nunca creyó ninguna. Era como Santo Tomás, ver para creer.
Una vez rebasó la nave, dio media vuelta y comenzó a seguirla.
Los hombres fueron a averiguar por qué habían virado y el capitán los puso al corriente.
Les contó que se trataba del Mary Celeste, un barco que zarpó el 5 de noviembre de 1872 con 1,700 botellas de alcohol para Italia y fue encontrado un mes después sin tripulación. La tripulación había desaparecido como por arte de magia. Se habían esfumado sin dejar rastro ni huella. Al ser encontrado, los camarotes de los marineros estaban intactos y la ropa de cada cual estaba en su sitio. El camarote del capitán tenía todas sus pertenencias y la carga estaba intacta.
Después de todo, la leyenda era cierta y el barco fantasma, el Mary Celeste existía.
Los hombres se pudieron de acuerdo para abordarlo y con la disidencia y la resistencia de las mujeres, subieron al legendario Mary Celeste.
Al inspeccionarlo, constataron que no había signos de fuerza ni violencia. No fue robo, pues la mercancía estaba intacta.
Mientras los hombres verificaban la carga, el capitán entró en el camarote del capitán y echó una hojeada. Todo estaba en orden. Como si lo hubiesen dejado a la prisa y se marcharan. Nunca se supo del paradero de la tripulación y el barco quedó navegando solo por los mares y océanos como un barco fantasma.
Satisfecha su curiosidad y ante la insistencia de las mujeres, el capitán y los hombres volvieron a bordo del velero y continuaron su ruta. Estaban emocionadísimos, pues no todos los días se tropieza uno con un barco fantasma.
Al cabo de un rato se desató una totmenta que los radares no detectaron. El capitán verificó sus instrumentos y no aparecía nada. La tormenta apareció así, sin más, sin anunciarse.
Al capitán le estuvo muy extraño, pues le consta que tiene los mejores instrumentos del mercado. Entonces fue donde los hombres y descubrió que uno de ellos había sacado dos botellas de licor de las bodegas del Mary Celeste.
El capitán estalló en ira, pues dice la maldición que quien le robe mercancía a un barco fantasma, naufragará y ya no era mucho lo que podía hacer.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

El aprendiz miraba el majestuoso vuelo de los dragones, cuando llegó el maestro.
Después del saludo, el maestro le dijo al aprendiz.
‐ Tienes qué amaestrar a Fuyur, es un dragón blanco que aún no echa fuego.
‐ Maestro, dijo el aprendiz sorpredido- no se si estoy preparado.
‐ Tienes que estarlo por él te eligió.
El aprendiz se quedó pensativo.
Fuyur, el dragón blanco, se dejó montar por el aprendiz, todos los días el aprendiz tenía que enseñarle a dominar su fuerza, a volar a un destino, a echar fuego.
Pero es qué Fuyur no quería echar fuego, solo quería volar.
Después de meses de adiestramiento, Fuyur un día echo fuego, fuego blanco.
‐ Ves por qué no quería echar fuego, dijo Fuyur.
El aprendiz fue al maestro y le contó.
El maestro no se lo podía creer.
Fuyur era un dragón inmortal.
Cuando todos lo dragones desaparecieran el seguiría aquí.

CESAR BORT

La púa del dragón (fantasía)
―Te has clavado una púa de cola de dragón.
―¿Qué me va a pasar?
―Te vas a morir.
―¿Qué?
―Te quemarás por dentro, poco a poco, con un dolor insoportable. Aunque, lo más seguro es que la púa no sea la que te mate: lo harás tú antes.
―¿No hay ninguna manera de salvarme?
―Ninguna.
―No puede ser… Tiene que haber algo, algún antídoto. Cortarme la pierna.
El viejo mago se quedó en silencio mirando a su aprendiz, negó con la cabeza, pero dijo:
―Hace muchos siglos, un francés contó haberse salvado. Se llamaba Louis Lescant.
―¿Qué hizo para salvarse? ―preguntó el aprendiz―. Haré lo que sea ―aseguró.
―Dice que bebió leche de dragón.
El aprendiz hizo un gesto extraño e hizo ver a su maestro que:
―Los dragones son reptiles, no dan leche.
―¿Estás seguro? ―dijo el viejo mago encendiendo su pipa estilo Gandalf (edición limitada).
Luego, se levantó, buscó entre los libros polvorientos de la biblioteca y sacó uno con tapas de cuero y letras de oro en el lomo, le dio dos golpecitos y una nube de polvo le hizo estornudar. Se lo dio a su aprendiz y le dijo:
―Lee el título.
El aprendiz pasó la palma de la mano por el lomo del libro y leyó:
Louis Lescant,el felador de dragones. Mierda, estoy muerto.

GAIA ORBE

A Jano
Nadie lo había visto caído en la vereda de una de las calles más calientes del centro de la ciudad de Buenos Aires. Era enero, uno de esos típicos días de verano en los que la temperatura supera las marcas de cuarenta grados. Ella, mujer de paso apresurado en sus costumbres, salió de la boca del subte y a sus pies un pequeño bollo de resplandeciente color verde metálico por encima y de blanco brillante por debajo la detuvo. Era un colibrí guardián del tiempo, agotado, exhausto con la lengua como el pistilo de las flores fuera de su pico. Se agachó para saber si estaba muerto y al tocarlo, y sentir que aún latía una fuerte bocanada de pasado la envolvió. Aquella decisión de amor equivocada que había cambiado su futuro para siempre la tumbó junto al cuerpo de ese pájaro dormido. Lloró las lágrimas que no había podido derramar en su momento. Y fue entonces que las plumas del colibrí brillaron bajo el sol como gotas de lluvia reflejando todos los colores. Movió la cola larga, blanca prístina como el torso y negra en el centro, acariciando sus mejillas y bebiendo el agua de su llanto el ave despertó. Ella le hizo cuna con sus manos y juntos se pararon con cuidado. Corrió hasta su trabajo. Le pidió agua al conserje de la entrada. Y de sus dedos el colibrí bebió unas gotas, luego otras mientras, con el brillo de los ojos se observaban. Él parecía saborear cada momento. Comenzó a batir sus alas haciéndole cosquillas en las palmas y ella, alegre disfrutaba del nuevo amanecer que el ave le mostraba. De repente él buscó feroz su independencia volando techo arriba, techo abajo y volviendo a ella en cada prueba de destreza le enseñaba, el infinito amor del corazón del mundo en que vivían. En un impulso ella abrió la puerta del patio interior que daba a su oficina, y sin más, el colibrí fue a posarse entre las ramas del pequeño arbusto y de las plantas. Ella sentada frente a la computadora, borraba fotos, mails en las bandejas de entrada y de salida, limpiaba las carpetas viejas haciendo espacio y cada tanto lo miraba. Hasta que él golpeando con el pico en su ventana hizo un último giro y a la velocidad de setenta aleteos por segundo dijo adiós para seguir el viaje a su destino. Mi amiga, vestida con el prisma reflejado de las flores, abrió una nueva página en la pantalla y escribió: “Yo soy un hada”.

PABLO CRUZ ROBLES

La historia terminable
Como Chernabog en Fantasía, parece que esta misma fue secuestrada por un taciturno ratón de pantalón rojo.
Si se puede trocear, envasar y distribuir, el polvo de hadas resulta un suculento pastel que dividir en millones de cachos y repartir entre los niños de la tierra, y de este modo, un siniestro ratón marca a fuego en la piel de los unicornios un castillo de ensueño que indica: Son de mi propiedad.
Y mientras las huestes de los mágicos reinos independientes se pelean por ser los mejores, el ratón, nunca saciado su ansia de poder, ofrece minucias y baratijas a estos, que cuál trol de las cavernas engullen hasta convertirse en piedra.
Y aun así, a veces, un anillo único, o un asesino de reyes, consiguen hacer frente a las tinieblas que amenazan con romper la fantasía para siempre.
Aún queda esperanza en las tierras más allá de Occidente, donde la magia es más pura y aún se pueden ver kappas en las alcantarillas, o donde los hombres pez viven fuera del agua, en la tierra yerma que un día fue selva.
Pero incluso allí, algunos unicornios fueron capturados y quemada su piel al rojo vivo, marcando un castillo de ensueño en sus prístinas y sagradas pieles.
La fantasía está en peligro, pero ya no tenemos un Atreyu con su Bastian que lo guíe para salvar a la emperatriz infantil. La Torre oscura calló, y el color de la magia se volvió transparente.
Crom y Mitra fueron derrotados, y aunque los armarios multidimensionales lo intentaron, al final cayeron esclavos por el conjuro del ratón.
Pero siempre nacerán nuevos unicornios que no se dejen domar, salvajes y libres, que harán frente a las tinieblas que se ciñen sobre el mundo que los dio la vida. Auténticos héroes que cuando adoptan forma humana, agarran sus plumas y describen lo que sus mágicos ojos de unicornio han visto más allá del mundo de los sueños.
Pues el mundo es fantasía, y la fantasía, es el mundo.

CAMINO DÍAZ GÓMEZ

La desconocida
El descubrió aquella presencia femenina sobre el acantilado, la segunda noche de su estancia en el pueblecito costero en el que pasaría aquel verano. Cautivado por aquella imagen la observó desde la ventana de su cuarto, creyendo apreciar, a pesar de la distancia, a una hermosa joven de largos y húmedos cabellos, tan negros que parecían fundirse con la misma noche y ocultaban, en parte, un esbelto cuerpo desnudo, recostado sobre las rocas, bañándose en luz de luna. El hechizo de aquella escena duró hasta el momento en que una negra nube ocultó por unos instantes al luminoso satélite, oscureciendo el paisaje y mostrando, al reaparecer de nuevo la luz, un escenario vacío de la presencia de la joven.
Al día siguiente, él preguntó en el vecindario por la muchacha del acantilado, pero nadie le sabía dar una respuesta, encogian los hombros, meneaban la cabeza y afirmaban que no era conocida en el pueblo.
Una mujerona de manos grandes y mandil con estampado de variadas manchas, respondió a sus inquisiciones desde la oquedad de la puerta de su pequeña casa encalada:
– No es del pueblo- dijo, acompañando de modo gesticulante sus palabras-.Esa es una de esos turistas de los muchos que visitan el pueblo, aquí compran pescado, compran nuestros dulces típicos; vienen solos o en grupos, en sus propios vehículos o en autocares, algunos son excursionistas a pié que prefieren acampar en el robledal de las afueras, otros, como usted, prefieren la comodidad de las fondas. Seguro que esa chica es de las que hacen acampada… .
Y fue entonces cuando el hombre anciano sentado en un banquito de desconchada pintura verde situado junto a la pared de la vivienda y que hasta ese momento había permanecido silencioso, inclinándose bruscamente hacia delante y apretando fuertemente entre sus manos el grueso bastón que le servía de apoyo, habló por primera vez; él creyó que aquellos ojos le miraban fijamente, pero en seguida se dio cuenta de que la niebla había instalado su morada en ellos hacia mucho tiempo:
– No busque a esa mujer! No vaya a su encuentro!- y su voz profunda sonaba amenazadora, amedrentadora. – Si lo hace ella le embaucará con su melosa voz, y sus caricias y abrazos serán una trampa mortal de húmedas algas que le enredaran y le conducirán sin remedio a las profundidades del abismo donde ella habita… .
Y tras haber soltado aquella funesta advertencia, volvió a calmarse, apoyó de nuevo la espalda contra la pared y desvío su vacía mirada del joven que le contemplaba asombrado, volviéndose a sumergir en su particular mundo.
– No haga caso del abuelo- habló al fin la mujerona, retomando la palabra tras el ominoso silencio que había producido la intervención del viejo-. Últimamente a perdido mucha cabeza. La edad, ya sabe- dijo, mirando al anciano con ternura y tomándolo de la mano en un gesto que pretendía ser una caricia.
Él comprendió la situación, y poco después se despedía de ambos para continuar hacia uno de los bares de la plaza.
La siguiente noche volvió a verla, y su embeleso se extendía por su ser al contemplarla. De nuevo la joven aparecía desnuda, bañándose en luna, esta vez la vio de pié sobre el acantilado; parecía estar peinando con sus dedos sus negros cabellos, entreteniendose en su arreglo, jugando con ellos; después, cuando pareció cansarse, se acercó hasta el borde de las rocas, se inclinaron sus rodillas y tomando impulso se lanzó hacia las oscuras aguas que la recibieron con olas juguetonas. El la vio emerger varias veces más, nadando, jugando con las olas, hasta verla desaparecer, dejándole desconcertado y jurandose a si mismo que no pasaría otro día sin llegar a conocerla.
Como el día siguiente, su búsqueda había vuelto a ser un fracaso. Se decidió a esperarla esa noche en el acantilado, y antes de que el sol se hubiera ocultado tras el horizonte, él ya estaba sentado impaciente sobre la misma roca en que ella había aparecido recostada la primera noche.
Cuando la noche llegó a la plenitud y él se consumía de impaciencia, la vio aparecer. No sabía desde donde había llegado, pero la vio alzándose entre las rocas, empapada en mar y sin ninguna ropa que ocultara parte alguna de su cuerpo.
Cuando la tuvo ante sí, cuando por fin llegó el esperado momento de estar junto a ella, se sintió tan azorado, que las palabras se negaban a salir de su boca.
Ella no parecía sorprendida de su presencia y durante unos instantes le contempló con una mirada divertida, se sentó junto a él, desviando la mirada hacia el mar y él pudo contemplarla en silencio.
Sus ojos eran un pedacito de mar en el rostro más hermoso que jamás había visto, su cuerpo era la perfección, ni la más hermosa modelo podía compararsela, pensó en su arrebatamiento.
Y entonces, ella comenzó a entonar una canción en un idioma completamente desconocido, escuchándola pareció detenerse el tiempo, hallándose en un estado de puro placer hipnótico.
Cuando detuvo sus cantos, volvió su mirada hacia él, sonriendole pícara, le cogió suavemente de las manos y le habló con voz que parecía acariciar sus oídos con cada una de sus palabras de extraño acento:
– Ven, ven conmigo. Vamos a bañarnos. .. – Él, saliendo del trance, solo acertó a balbucir, y se sintió muy tonto tras decirlo:
– No … no he traído bañador … .
– No importa, así está bien. Ven, vamos al mar … – y tirando suavemente de él, le acercó hasta el precipicio y ambos se lanzaron al agua.
Él se sintió feliz cuando ella le rodeó con sus brazos bajo el agua y acercó su boca a la de él para ser besada, pero también se dio cuenta de que ese mismo abrazo le impedía subir a la superficie, y solo antes de perder el conocimiento creyó ver, en el lugar donde deberían estar las piernas de la muchacha, una enorme cola de pez … .

BEGO RIVERA

El principio del fin
La sensación de que el tren iba aumentando la velocidad incomodó a Rubén.
Había recorrido el mismo trayecto cientos de veces y era conocedor de cada tramo de las vías.
Los nervios se fueron apoderando de él sin poder contenerlos. Era consciente que se acercaban a uno de los túneles de los varios que pasaban y éste precisamente transcurría por una curva muy cerrada. Tras tantos viajes sabía que siempre el maquinista reducía la velocidad, pero sorprendentemente… este no era el caso. Los demás usuarios se iban incorporando en sus asientos mirando y murmurando entre ellos
No era el único en fijarse que la situación no era normal: algo sucedía y el espanto en la cara de todos era visible. Al contrario de lo que podría pensarse, nadie fue capaz de levantarse o de comentar en voz alta tan insólita circunstancia.
Como un caballo desbocado el tren se acercaba al túnel. El paisaje se sucedía a velocidad vertiginosa mezclándose, dejando que desaparecieran sus formas nítidas para estallar como manchas de colores luminosas.
Al mismo tiempo Rubén observaba en su mente la sucesión de su vida en diapositivas en blanco y negro a toda velocidad.
Primero su niñez feliz: sus padres, el colegio, sus hermanos y amigos.
El instituto, la universidad; Carla, el amor de su vida a la que dejó por Raquel, él era un hombre muy ambicioso y Raquel provenía de familia muy importante que se movía en los círculos más altos. Su trabajo como gerente en una gran compañía por supuesto era gracias a Raquel. Nunca tuvieron hijos ya que estaban de acuerdo en no tenerlos; valoraban mucho su libertad, gustaban de viajar y disfrutar de su independencia, pero no era feliz.
En ese momento se dirigía a su casa después de una reunión laboral en otra ciudad cercana.
A pesar de sus rezos lo inevitable los alcanzó. Ahora sí, entre gritos desesperados en un ambiente irreal…, el túnel los recibió.
El descarrilamiento fue brutal.
Rubén después de unos minutos inconsciente, abrió los ojos. Algo espeso le le impedía ver bien, se frotó y vio sus manos llenas de sangre.
Un silencio ensordecedor se apoderó de él.
El fuego le rodeaba excepto por un estrecho paso a su izquierda, justo al lado de la pared. Arrastrándose dolorido se dirigió hacia una luz al final del túnel.
Salió al exterior, se fue alejando todo lo posible del accidente. De repente una gran explosión retumbó y el túnel desapareció. Grandes rocas y tierra formaron una montaña haciendo desaparecer cualquier vestigio de que allí hubiese ocurrido algo o que alguna vez pasasen trenes por ahí.
Dentro de su malestar fue consciente de la inaudita posición en la que se encontraba, pues las vías que deberían estar en dirección a su ciudad no existían, todo era campo, naturaleza salvaje.
Se incorporó sorprendido, no acababa de reconocer el paisaje. Para su sorpresa no tenía ninguna lesión grave, se limpió como pudo la cara, solo tenía un corte, y se dispuso a andar, tenía que encontrar ayuda para los demás.
No tuvo que andar mucho hasta que llegó a un pequeño pueblo.
Llamaba la atención la tranquilidad y paz que transmitía. Absorto en la belleza de las calles, sus casas, sus gentes; saludándole sonrientes, se paró frente a una casita de ensueño con un jardín enorme y bien cuidado.
La puerta se abrió. Tres niños salieron corriendo y le abrazaron, entre risas y saltos.
—¡Papá, papá, ya estás aquí!— gritaban exultantes.
Rubén no podía reaccionar : » ¿Qué estaba pasando? Se preguntó».
Entonces, antes de decir nada…la vio:
Carla. Estaba más guapa de como la recordaba. La mujer de su vida, la mujer que dejó escapar.
Ella se acercó y le besó. Sintió lo que nunca antes experimentó con otra mujer. Siempre fue ella.
Los siguió adentro de la casa.
Fotografías de él con ellos de toda una vida.
Otra vida paralela.
Prefirió no indagar ni intentar volver a su otra existencia.
Por primera vez se sentía feliz. No entendía si estaba muerto o en un mundo paralelo. Quizá siempre estuvo ahí y su otro yo vivió un sueño.
No importaba, sea como fuere, estaba en su hogar y con su familia.
Tenía una segunda oportunidad.

RAFAEL ARAIZA

Perspectivas
El paquete, envuelto en simple papel estraza, sin remitente ni destinatario, había llegado a las instalaciones policiales sin que nadie pudiera explicar cuándo, cómo o quién era responsable de su entrega.
No debieron abrirlo.
Tendrían que haber escuchado las advertencias del mágico ser que descubrieron dentro.
—Se lo pediré de nuevo, oficial: permita que me vaya antes de que esto se salga de control. Se lo dije antes, soy el único hijo del rey Tajmalá, soberano del reino de la fantasía y el terror —explicó magnánimo Alkiun, un diminuto pero valiente hado.
—Miren, compañeros, el bicho extraño habla nuestro idioma —comentó burlón el oficial Hawkins, provocando las carcajadas en los policías presentes en la comisaría.
Al sentir la presencia de sus coterráneos, Alkiun batió sus alas membranosas en señal de desesperación, intentaba darles una última advertencia, pero lo interpretaron mal. Hawkins lo aplastó violento entre sus manos, como si se tratara de un mosquito, con eso ahogó el grito de “ya vienen” en la garganta del príncipe, que cayó agonizante a los pies de los agentes.
Aprovechando el incidente, uno de los presentes levantó el pie con la intención de aplastar al pequeño ser, pero en ese preciso instante voló por el aire hasta quedar embarrado en la pared que detuvo su vuelo. Al ver la inexplicable escena, el resto de uniformados desenfundaron sus armas cortas y apuntaron en diferentes direcciones. No sabían qué sucedía, estaban aterrados. Entre la gritería y la histeria imperantes en el lugar se materializaron dos ogros de musculatura impresionante y caras con rasgos toscos, quienes al ver al hado tirado y sin señales de vida, arremetieron contra los que creyeron responsables. La comisaría se transformó en un matadero, las paredes se cubrieron de rojo carmesí y de los techos escurrían vísceras que casi tocaban el piso, lleno de extremidades y pedazos de piel arrancados a jalones y dentelladas.
Hawkins se había ocultado en los baños de las instalaciones, pero fue detectado por el agudo olfato de los gigantes, que lo acorralaron lentamente para tantearlo con suaves golpes. Era el juego de los gatos con su ratón. Los embates subieron de intensidad hasta que, cansados del juego, uno de los ogros decidió aplastar al que a sus ojos era un raro ser azul.
—¡Alto! —gritó alguien a sus espaldas cuando estaban a punto de terminar con el sufrimiento del humano.
Al voltear se percataron de que la orden venía de su príncipe. De inmediato y en sincronía, hincaron una rodilla en señal de reverencia.
—A este lo llevamos con nosotros. Le regalaremos la experiencia de vivir en un mundo sin semejantes.

IRENE ADLER

DOCE PIEDRAS PEREGRINAS
Entraron en la taberna sacudiéndose la nieve azul de los hombros y las botas. El viejo vestía un raído sayo gris y se apoyaba en un cayado nudoso de madera de boj. El elfo llevaba una reluciente coraza de plata sobre el jubón verde y altas grebas damasquinadas con runas del norte.
Los parroquianos, que a esa hora del crepúsculo atestaban la única taberna de Galvenor, enmudecieron ante la llegada de la insólita pareja. Hacía más de cien años que nadie veía a un elfo del Reino de Thingold tan al sur. Hubo murmullos de temor y de sorpresa mientras el elfo echaba una ojeada arrogante y despectiva al local y le susurraba algo al anciano en una lengua extraña. El viejo levantó con suavidad el cayado y apuntó hacia una mesa casi oculta al fondo del local, cerca del fuego, donde un hombre fornido vestido con un delantal de cuero bebía a solas.
El herrero de Galvenor era el único hombre de toda la taberna que no parecía haber reparado en los forasteros, concentrado en sus propias cuitas y en el sabor agrio de la cerveza. Ni siquiera alzó la vista cuando dos sombras alargadas y estrechas se proyectaron sobre la mesa, casi rozándolo. Sombras del pasado.
-Téraj.
-Belgored.- respondió el herrero, levantando a la vez la jarra y la vista para mirar al elfo con una cortesía tan ineludible como gélida.- Maestro Nimrod. Muy mal tienen que andar las cosas en el norte para que un elfo del Reino de Thingold y un Zahorí de la Orden del Agua, cabalguen juntos tan al sur del río Litanni. Todo el mundo sabe que los elfos desprecian a los hombres y aborrecen a los magos.
-Balkis ha escapado del Tärtarus- dijo el anciano con una voz suave y desgastada por la fatiga o los años.
La expresión de Teraj el herrero se ensombreció, como si lo hubiera alcanzado una corriente de aire frío o el filo ponzoñoso de una daga. Viejos recuerdos acudieron a su corazón y a su memoria. El día que Balkis robó la Piedra Peregrina; su crueldad en la aldea de Ofir, toda aquella sangre inocente derramada sin pudor y sin sentido; la ofuscación de la caza; su juicio ante el Consejo y la condena al Tärtarus. La lealtad traicionada y cierta forma de inocencia que él sentía haber perdido cuando la encontró y le preguntó por qué tanto odio. Balkis le había escupido en la cara sus motivos: «Porque puedo».
-Balkis tiene las Piedras.
-¿Las Doce?.- Teraj no pudo ocultar el temor en su voz. El miedo a la oscuridad, esa emoción tan humana que volvía a los hombres despreciables a los ojos de los elfos.
El Maestro Nimrod parecía abatido. El hombre que Teraj recordaba poseía una inmensa fortaleza y un espíritu inquebrantable. Pero el anciano que ahora tenía delante sólo era éso: un anciano. Balkis había conseguido erosionar las aristas de su fe.
-Balkis ha corrompido la Orden. Sedujo a uno de los Zahories y así logró huir del Tärtarus. Está usando la magia para reunir las piedras y sabemos que tiene once. Magnus, Orvärsen y Tullia murieron intentando detenerla. Ya no quedan Buscadores, Teraj. Tú eres el último. Pero si la encontraste una vez, puedes volver a hacerlo.
Afuera seguía nevando, dulce y mansamente. Una delgada escarcha azul cubría los tejados de Galvenor. Teraj contempló a las gentes sencillas que habían vuelto a sus conversaciones, al amor del fuego y de las pintas de cerveza, hablando de cosas importantes: la cosecha, el tiempo, los frutales, la crianza de los niños. La aldea de Ofir era un lugar muy parecido, próspero y despreocupado, hasta que los Buscadores llegaron con la misión de encontrar allí una de las Doce Piedras Peregrinas.
Magnus, Orvärsen, Tullia, Balkis y él, eran entonces una familia, unida por lazos más poderosos que la sangre. Los Cinco Buscadores elegidos en la más tierna infancia y entrenados durante toda su vida para recorrer la Tierra en busca de las Piedras Peregrinas. Hasta que Balkis se volvió codiciosa y quiso arrogarse un poder que no le correspondía, a un precio que ningún hombre, mujer o niño debería tener que pagar jamás. Robó la Piedra, incendió la aldea y huyó al este. Teraj la detuvo cuando intentaba cruzar el Río Isker hacia las Tierras Baldías.
«No me dispararás», le dijo. Y el tump de su ballesta la alcanzó a ella en el muslo antes de que pudiera acabar la frase.
Después del juicio y la sentencia, Teraj colgó su ballesta y abandonó la Búsqueda. Se marchó a una aldea remota del sur, a fabricar arados, hoces para la siega y herraduras para caballos. Lo dejó todo atrás: sus privilegios, su reputación, a sus amigos, que quizás por su culpa ahora estaban muertos. De su pasado sólo conservó el nombre y los remordimientos, que con el tiempo, acabaron diluyéndose en una tristeza honda como un aguacero. La melancolía del fracasado.
-Debí matarla cuando tuve ocasión.
Belgored dejó sobre la mesa un bulto envuelto en un paño de terciopelo gris. Lo había llevado oculto bajo la capa todo el tiempo. Teraj no necesitó abrirlo para saber lo que era. Su ballesta de Buscador.
-¿Necesitas algo más?
-Mi halcón y mi caballo.- dijo. Luego miró al anciano-. El cayado de un Zahorí y si éso fuera posible, también la espada de un elfo.
Belgored sonrió, apoyando la diestra sobre el pomo de su espada.
-Hace mucho tiempo, mi pueblo hizo una promesa al Consejo y a la Orden del Agua: cuando la tormenta arreciase desde el este, los elfos renovarían las viejas Alianzas con los Hombres. Me atan a ti la lealtad y la supervivencia de Thingold, porque nadie sabe de qué son capaces las Doce Piedras Peregrinas cuando se reúnan bajo una sola voluntad. Mi espada es ahora tu espada. Faltar a mi deber o faltar a mi palabra, sería deshonrar a mí linaje. Quizá yo estaba equivocado- añadió-. Y no todos los hombres son codiciosos o cobardes. Quizá la compasión no siempre es debilidad y por esa razón, no la mataste.
El Maestro Nimrod los miraba en silencio. Teraj sabía lo que estaba pensando. No la había matado entonces, a orillas del Isker, porque la amaba. «No me dispararás». Balkis no sólo había corrompido la Orden, también su amor. Quizá el anciano temía estar fomentando en él la venganza en lugar de la justicia.
-No lo hago por mí.- dijo, y con un gesto del mentón, señaló a los aldeanos que abarrotaban la taberna.
Alguien había empezado a entonar una canción que hablaba del origen de las Doce Piedras Peregrinas y de un lago color esmeralda, allá en el sur, donde crecen los asfódelos.
-Lo hago por ellos. ¿Por dónde empezamos?
El Zahorí respondió:
-Vayamos hacia el sur como dice la canción. «Porque aunque la oscuridad se extienda desde el este, y tengamos que caminar entre espadas y entre asfódelos, el sol brillará en el sur sobre las aguas verdes del lago, donde la Piedra del Destino, una de las Doce Peregrinas, espera a ser encontrada».
Abandonaron la taberna y se perdieron en la noche, al amparo azul del silencio y de la nieve.
Cuando Galvenor despertó a la mañana siguiente, no recordaba haber tenido entre los suyos a un herrero llamado Teraj, ni haber visto a un elfo del Reino de Thingold en la taberna. En verdad, hacía más de cien años que nadie había visto a un elfo cabalgando junto a un mago al sur del río Litanni. Y las Doce Piedras Peregrinas eran para ellos leyendas y canciones de un pasado lejano, ajeno, extraño, y sólo a veces…, mejor.
Nunca supieron que allí empezó la Última Búsqueda para el último Buscador. Aunque ésa…, es otra historia.

MARITA ROBLEDO

Estaba allí ,sentada ,mirando el paisaje que tenía ante sus ojos ,a solas con la naturaleza.
De tanto en tanto podía ausentarse de los ruidos y personas cotidianas que habitualmente la rodeaban.
Se podía decir que no era del todo feliz, pero aún así no dejaba ver su tristeza , aunque de vez en cuando fluía en alguna lágrima ,cómo escapando alguna de sus penas,deslizándose como caricia de consuelo por su rostro.
Eran esos momentos en los que a solas consigo misma , recurría a la fantasía, buscando un mundo mejor, no imaginaba un mundo de cuentos, pero si, transformaba sus malos momentos en el lado bueno de las cosas, esas que se encontraban entre la garganta y el corazón y que dolían tanto.
La fantasía ponía flores donde habían espinas y el verde teñía el suelo seco e infértil donde vivía.
Tenía el poder de crear una maravilla,para no morir con la realidad del día a día, así fue llevando todo , nadie imaginaba lo que por dentro vivía,nadie supo jamás, de sus miedos,muchos al verla reír seguro llorarían, si por solo un instante, pudieran ver su alma como yo la veía.
Más el tiempo pasó y con el , mucha fantasía, para no morir de realidad, se fue quedando sola, con una sonrisa.
Seguro será que donde esté, hay rosas y sus pies descalzos pisen el verde por el que tantas veces caminó, tejiendo fantasías.

ALMUT KREUSCH HOFFMANN

Fantasía con lobo
Caperucita se anudó los cordones de las botas y se puso su gorrito rojo, que casi nunca se quitaba y por eso la llamaban Caperucita Roja.
Tenía mariposas en el estomago, pero también se sentía orgullosa, porque por primera vez le permitían ir sola a ver a su abuela para llevarle una pequeña cesta con un bizcocho casero, un queso y una botella de vino dulce. Para llegar a su casa tenía que atravesar un bosque pequeño pero espeso. Hasta ahora, lo había hecho el primer lunes de cada mes junto con su madre, pero hoy ésta decidió que Caperucita, que acababa de cumplir diez años, ya era lo bastante mayor para hacer este recado sola.
Era media mañana y el sol brillaba espléndido.
— Date prisa, Caperucita, y ponte la chaqueta, que si no, no llegarás a tiempo para comer con la abuela, ya sabes que te estará esperando.
Y añadió:—¡Niña, escúchame, no entretengas con nada en el camino, ni recogiendo flores! Puede que te encuentres con algún animal, pero no tienes que tenerles miedo, todos ellos son nuestros amigos, pues saben que les llevamos heno y bellotas en los días más fríos del invierno para que no pasen hambre.
El único antipático y gamberro es el lobo, pero a estas horas está durmiendo, recuperándose de sus cacerías y juergas nocturnas. No obstante, si aun así se cruza en tu camino, ignóralo y seguirá su ruta.
Y, pensando que su hijo no la oiría, añadió para sí misma:
— !Además, solo quiere una cosa¡
Sin embargo Caperucita Roja lo oyó, pero al ver la cara de su madre, no se atrevió a preguntar qué era aquella cosa, y además estaba segura de que no tenía nada que ver con ella, pues de lo contrario no la dejaría ir sola.
—No te preocupes mamá, haré lo que dijiste.
Madre e hija se besaron, la niña cogió la cesta y antes de desaparecer entre los árboles se dio media vuelta y agitó la mano.
Conocía bien el camino, pero era una sensación extraña caminar sin la seguridad que le la otra mano. Para distraerse, demostrar su valentía y silenciar ruidos extraños, se puso a cantar. Pero al cabo de un rato se acordó lo que había dicho su madre: «Solo quiere una cosa». ¿Que era esa cosa? Pero por muchas vueltas que daba a la cabeza, solo encontraba una respuesta plausible: ¡La comida!
Se preguntó: «¿Qué harías si apareciera el lobo y te exigiera la comida que llevas?»
1. Cabrearme y enfadarme tanto que el lobo le tuviera miedo y se fuera. ¡Poco probable!
2. Intentar convencerle que la pobre abuela se quedaría sin comida y se moriría de hambre. ¡Poco probable!
3. Pelar con él. ¡Ganaría él!
4. Darle la comida para evitar males mayores. ¡Aunque la fastidiaría, sería la solución menos conflictiva y arriesgada!
Y así, entre canciones y pensamientos llegó a su destino.
La extrañó que la abuela no la abrió la puerta, porque normalmente los vio llegar desde lejos y iba en su encuentro. Entró y no daba crédito de lo que vio. En el suelo yacía el lobo agonizando en un charco de sangre y la abuela con el brazo levantado, sosteniendo un gran cuchillo ensangrentado en la mano. Todo estaba envuelto en el humo que olía a carne guisada y que salía de una olla sobre el fogón.
— Ay Caperucita, siento que te tienes que encontrar con este panorama. Pero no tuve otra elección. !Ya sabes, el lobo solo quiere un cosa!

EDUARDO VALENZUELA JARA

Yo era muy, muy niña; me empinaba apenas por mis cinco años, pero los recuerdo.
Recuerdo que los había desde grandes, como una casa, hasta pequeños, como un pulgar. Podían ser amables y risueños, otros melancólicos o huraños. Algunos etéreos, como las semillas voladoras del diente de león y otros con pieles duras, como un rubí.
Los recuerdo en nuestra cabaña que, aunque era muy humilde, siempre tuvo algún puchero, algún trozo de pan, un vaso de vino o un poco de agua fresca, que papá compartía amablemente con ellos.
Mis invitados favoritos eran los duendes y las hadas, quizás por que me imaginaba que eran juguetes que habían cobrado vida. Si hasta me parece verme después de alguna visita de hadas, recogiendo, de hinojos en el suelo, el polvillo brillante que ellas habían dejado al reir. Los juntaba en una hermosa cajita de madera que papá me había regalado. Él, sabiendo de mi colección, procuraba ser muy gracioso cuando algún hada nos visitaba.
Los gigantes me daban mucho miedo. Cuando papá invitaba uno a casa, yo corría a esconderme, pero aún asi, por entre las rendijas de mi escondite, observaba cómo se sentaban a la mesa. Los pobrecillos tenían que hacer contorsiones para no golpearse con la cabeza en el techo, mientras tomaban un caldero completo de sopa, como quien bebe un vaso de agua.
Nuestra casa, estaba lejos de la aldea, en una colina verde, junto a un sendero flanquedo por cerezos cuyas ramas, entrecruzadas, formaban un encantador dosel que, en primavera, lucía como una bóveda de florecillas rosadas. El sendero conducía hasta el camino que llevaba al sur.
Pasaba yo, largas horas jugando entre la colina y el sendero, así solía ver a los fantásticos caminantes que iban rumbo al sur y corría, llamando a papá, para darle aviso. Entonces, él bajaba al encuentro de los viajantes para ofrecerles un descanso, una comida, una bebida y, si lo requerían, alojamiento.
Recuerdo vívidamente cuando una pareja de magos, montados a caballo, iba camino al sur cerca de la hora del crepúsculo. Él, era alto, apuesto y de barba plateada; ella, bellísima y pelirroja. Papá les ofreció cenar y alojar para que retomaran, más repuestos, su camino al día siguiente.
Durante la cena, yo estaba embobada por la nívea belleza de la maga y su vestido azul aterciopelado (con incrustaciones de piedras preciosas), sobre el que caían, como cascadas, sus cabellos rojos. Ella debió ver mi expresión y le causó gracia porque, en agradecimiento a mi padre, me obsequió, como regaló, una pluma mágica que: «ayudaría a dejar por escrito todo lo que hubiera en mi corazón».
Poco tiempo después, los seres fantásticos dejaron de pasar por el sendero y nunca más recibimos visitas de ninguno.
Yo era muy niña y en ese entonces no comprendía, pero fue papá quien, años más tarde, me explicó que mis recuerdos eran de los tiempos en que la fantasía abandonó este mundo.
―Ese año, uno a uno, se fueron marchando ―dijo papá― por el camino que va hacia el sur. Se marcharon para nunca más volver.
―¿Pero, por qué se fueron, papá?
―Por que el mundo los olvidó, hija.
―Pero yo no los he olvidado. Los sigo guardando en mi corazón.
Cuando papá vio mi tristeza, me abrazó y besó mi cabeza, diciendo:
―Quizás tú puedas ayudarlos a volver. Si usas tu pluma mágica los puedes hacer vivir en la imaginación de quienes te lean.
Y aquí estoy, sentada en mi escritorio, frente a una hoja en blanco.
Abro mi cajita de polvos de hada, tomo mi pluma y escribo.
“Érase una vez…”.

ASTRID QUINTERO PRIETO

Un pequeño reino de la fantasía
Por: Astrid Quintero
Isabela tenía un hermoso pelo largo y travieso. Siempre que salía al parque todos le decían: ¡Qué bello pelo tienes Isa! pero este se enredaba con facilidad, eso no le gustaba a la niña y un día decidió no peinarlo más, hasta que se le formó un gran remolino en su cabeza.
Llegó a tener tal enredo que se le empezaron a formar nidos, entonces los pájaros revoloteaban todo el día a su alrededor y en la noche anidaban en sus largos mechones como ramas. Había tantos nudos en su pelo que también se le formaron enjambres de abejas y estos animalitos zumbaban todo el día en su oído.
Pasó el tiempo y su melena se volvió el más frondoso árbol, así que un día las hadas y los duendes decidieron pasarse a vivir allí, pues era una guarida mullida y calientita, hasta que su cabeza se convirtió en un pequeño reino de la fantasía.
Isabela muy feliz se dispuso a escuchar atentamente a todos los seres que ahora habitaban su cabellera y se le ocurrió escribir en un diario todos los secretos que le contaban las hadas hasta olvidarse de lo que pasaba a su alrededor. Supo acerca de los trucos de encantamiento y las pócimas utilizadas para hacer magia, además de conocer los misterios del bosque.
Las abejas por su parte le enseñaron su forma secreta de comunicarse a través de una danza extraordinaria, mientras los duendes le confesaban sus penas de amor, quería reunir todas estas historias para leérselas a su tía quien en pocos días llegaría a visitarla. Gracias a su trabajo como fotógrafa siempre le traía muchas fotos, dulces e historias sin fin, así que contaba los días para verla. ¿Qué pensaría al ver su gran pelambrera?, reía de sólo imaginarlo.
Un día sus padres la fueron a peinar, pero fue imposible porque Isabela se quejaba y refunfuñaba sin parar, así que se fue corriendo a su alcoba, tiró la puerta y se acostó gritándoles a sus padres ¡Jamás me voy a peinar¡, ellos estaban desesperados pues la niña andaba muy distraída y no oía a causa del alboroto de las hadas y las aves, por si fuera poco, los mechones en su cara le impedían ver.
Al otro día se levantó muy orgullosa para mirar su selva enmarañada y fue entonces cuando se percató de que tenía un gran chicle. Los gnomos al ver un paraíso como este, lleno de pelambres y pelambreques, no dudaron en montar su planta productora de caramelos de goma en la cabeza de la niña, siendo una producción tan exitosa y creciente, que invadió todo el reino, entonces sus padres no tuvieron más remedio que llevarla a la peluquería.
La niña de veraz pensó que la tijera cortaría poco, muy poco, pero cuando se miró al espejo después del corte y cuando vio los mechones en el suelo, pegó un grito tan grande que hizo temblar la tierra:
_ ¡Mi peloooooo!.
Casi todo su pelo había sido cortado o mejor, ¡podado!, no, mucho mejor, ¡talado cruelmente!, algo así como si hubiese pasado un huracán, un terremoto o un tsunami que arrasa todo a su paso. Desde ese momento Isabella no paró de llorar, su lamento era tan profundo que se escuchaba en otros reinos de la fantasía y pese a que todos la querían ayudar, nadie pudo consolar a la pobre niña.
Sus padres le ofrecieron dulces, pijamadas con sus amigas y tardes completas de juego, pero nadie la convencía de abandonar su tristeza hasta que se quedó dormida de tanto llorar. Sus amigos salieron volando perdidos sin saber a dónde ir y aunque trataron de consolarla se marcharon y en un segundo su reino de la fantasía se derrumbó.
Pasaron dos días y no dejó de sollozar hasta que por fin quedó sumida en un profundo sueño. Cuando despertó encontró a su tía en casa, había llegado de su viaje, pero la desdichada niña la saludó con desgano decidida a iniciar su llanto, así que respiró profundo y tomó aliento para lanzar su primer quejido.
Su tía sabía que en ese momento cualquier intento de hablarle a su sobrina sería en vano, la conocía, así que de repente sacó de su maleta un fantástico libro en el que había unas maravillosas fotografías que tomó en su viaje y en el que aparecían muchas niñas de diferentes culturas y países, hacía parte de su investigación acerca de la forma de vivir de muchas niñas en el mundo. Isabella no pudo resistir la curiosidad, se calmó, secó sus lágrimas y se dispuso a abrirlo.
En la primera página del libro encontró a una niña llamada Masara del país de Kenia en el África. Llevaba unas pequeñas trenzas en su pelo cortísimo pegadas a la raíz, junto con unos collares en su cuello, iba descalza y llevaba un vestido colorido, pero la niña se fijó especialmente en su peinado, así que con asombro le preguntó a su tía con la voz entre cortada:
_ Ti-ti-a ¿Por qué esa niña tiene esas figuritas en el pelo? Perecen laberintos, entonces ella le contestó:
_ Si parecen laberintos Isa y lo son, mira, estas trencitas significan mapas ocultos, caminos y rutas de escape. En el pasado la comunidad de Masara utilizaba estos peinados para escapar del peligro.
_ ¿De qué peligro escapaban tía? ¡Cuéntame!, le preguntó la niña mientras se secaba la última lágrima.
_ Imagínate Isa que en la antigüedad la comunidad de Masara debido al color de su piel y a su raza fue maltratada, los tenían prisioneros como esclavos, creían que por tener la piel color café oscuro valían menos que las otras personas, por lo cual algunos no tenían más remedio que huir. La forma secreta de hacerlo era por medio de esos peinados, se enviaban mensajes ocultos, así muchos pudieron escapar y por eso Masara usa esas trencitas, para recordar la valentía, fuerza y coraje de sus antepasados_.
A pesar de esa triste historia a Isabela le pareció que era un peinado bellísimo y que la niña se veía tan bien con su pelo corto que le pareció exagerado haber llorado tanto por su nuevo look.
Luego en la otra página se topó con una niña llamada María del Carmen de un Lugar llamado Minas Gerais del país de Brasil, llevaba una gran melena redondeada por encima de los hombros, entonces la niña le dijo asombrada:
_Tía esta niña tiene peluca, ¡parece algodón de azúcar de chocolate!, tiene ojos verdes y piel oscura, nunca había visto una niña así ¡Que difícil debe ser peinar su pelo todos los días!_
Su tía rio diciéndole:
_ ¡No Isa! esa no es una peluca, su pelo es real y si parece un algodón de azúcar porque es muy esponjoso. Su madre tiene la piel color café oscuro y el pelo frondoso, un look al que llaman afro, pero su padre en cambio tiene el pelo amarillo y los ojos verdes, por eso es tan bella,!
Isabela se dio cuenta de que era bueno tener una cabellera frondosa pero ordenada y bien cuidada como la de esta niña, entonces sintió pena y miró a su tía riendo mientras recordaba la desordenada selva que había llevado. Su tía entonces le contó la siguiente historia:
_Isa También la comunidad de María del Carmen vivió en la esclavitud debido al color de su piel. En el pasado ellos eran obligados a trabajar para otras personas en minas o cuevas bajo tierra donde extraían oro, pero a ellos no se les pagaba. La forma como sus ancestros pudieron escapar y ser libres fue gracias a su pelo, pues al ser tan frondoso allí se quedaba parte del polvo de oro que salía de las minas. Sus ancestros lavaban todas las noches su pelo en recipientes hasta reunir el suficiente polvillo para venderlo y así comprar su libertad. Al poco tiempo se acabó la esclavitud en todo el mundo y eso nunca más volvió a suceder_.
La niña quedó muy pensativa y asombrada con la historia, nunca se habría imaginado que alguien tuviera que pagar por ser libre y que unas personas retuvieran a otras.
Ya más adelante conoció la fotografía de una bellísima niña de la tribu indígena americana Navajo en Arizona Estados Unidos, tenía unas brillantes y gruesas trenzas cruzadas y una manta con un atrapasueños tejido, entonces preguntó a su tía:
_¿Tía cómo se llama esta niña? ¿Por qué lleva esas trenzas? ¡Me gustan mucho¡, entonces su tía le contestó:
_Ella se llama Antílope Isa del pueblo Navajo que es como se llama su etnia, y se llama así en honor a unos mamíferos parecidos a los ciervos con grandes cuernos que visitan El Cañón del Antílope, un lugar sagrado para los indígenas de su comunidad. Las trenzas son una identidad de su cultura y normalmente son tejidas por sus madres y abuelas como un gesto de amor y unión entre hijas y nietas. La trenza es algo sagrado, que está unido con la fuerza de la naturaleza. Es la unión entre el pensamiento y el corazón.
_Entonces pasó la página y con una amplia sonrisa preguntó a su tía ¿Y estas dos niñas quiénes son?_
_Son Cachira y Amalú Isa, dos hermanas mellizas de la etnia Emberá Katio de Colombia.
_ ¿Y por qué llevan flores rojas en su cabeza?.
_ Son símbolo de feminidad y belleza, las niñas y mujeres adornan su cabellera con estas flores de muchos colores para las fiestas y rituales de su comunidad.
Isabela vio tal diversidad de peinados que quedó maravillada. Cada niña era diferente, única y hermosa.
_¡Mira esta niña tía, tiene rollitos en la cabeza, parecen lombrices que brincan!.
_Isa esos rollitos se llaman rastas y ella es Antonia, pertenece a la comunidad Rastafaria del país de Jamaica. Esta forma de lucir el pelo es para su comunidad una forma de ser libres y felices.
En este libro la niña también encontró a dos niñas mágicas, Jennifer de Noruega y Lucia de Argentina, la primera una niña pelirroja hermosísima con una boina en su pelo y muchas pecas en su cara y Lucia, una niña albina de piel clara y pelo blanquísimo.
_ Jennifer parece una princesa vikinga tía, como la del cuento que me leíste sobre la princesa que rescata al príncipe de la bruja malvada y Lucia se parece a la Reina de las nieves!.
Ya cuando iba a terminar su libro en la penúltima página la niña quedó sin aliento al mirar la foto de Oriana, una niña del país de España sin pelo, entonces preguntó alarmada a su tía:
_ ¿Y por qué esta niña no tiene pelo tía? Entonces ella le contestó:
_Isa, Oriana tuvo una enfermedad muy delicada y sus padres tuvieron que someterla a un difícil tratamiento que hizo que su pelo se cayera, pero era la única forma en la que podría vivir.
La niña consternada salió corriendo a su biblioteca y sacó el diario en el que había escrito todas las historias sobre su pequeño reino de la fantasía, también en sus páginas había guardado muy cuidadosamente algunos mechones recortados, entonces dijo:
_Mira tía, guarde mi pelo para poderme hacer unas trenzas pero quiero que hagamos una peluca para Oriana, además me gustaría que leyera mis historias cuando se sienta triste ¿Qué pasó con Oriana tía?, ¿Se recuperó?
_Si Isa no te preocupes, Oriana se curó de su enfermedad y ahora está muy bien, está totalmente recuperada ¡Mírala!.
Para tranquilizarla le mostró la última página donde había una fotografía de Oriana tomada tiempo después con una hermosa cabellera, casi como la que Isabela había tenido, sólo que no tan despeinada. Entonces la niña suspiró largamente llena de felicidad y convencida de que su pelo volvería a crecer.
Su tía a continuación la abrazó y le susurró estas palabras:
_Isa, tu pelo volverá a crecer así como crece tu alma cada día, ¡No te preocupes ni te aflijas de esa manera porque nada es tan grave como parece!
Cuando terminó de ver el libro la niña tenía una sensación de felicidad y libertad en su cabeza, ya podía ver bien y escuchar todo lo que le decían. Se dio cuenta de que todas las niñas son distintas pero hermosas. Supo que debía cuidar más su pelo y también reflexionó acerca de que había sido grosera al gritarles a sus padres, sólo le preocupaba una cosa ¿Qué pasaría con los seres que habían habitado su melena?. Ya no los escuchaba…
Isabela corrió hacia su cuaderno y cuando empezó a leer, volvió a escuchar a aquellos seres mágicos, que por alguna extraña razón se habían pasado a vivir adentro de su cabeza.
Posdata: Al siguiente año Isabela viajó a España para conocer a Oriana y hasta el día de hoy son grandes amigas.

GUILLERMO ARQUILLOS

ELISA Y EL DRAGÓN
Cuando llegan a mayores, los humanos necesitan una enfermedad para poder morirse. Les falla el corazón o un órgano vital, tienen un derrame en la cabeza o desarrollan un cáncer que los devora. Pero nosotras no enfermamos. Cuando llegamos a los quinientos años, más o menos, un día nos levantamos con la certeza de que vamos a morir, porque ya ha terminado nuestra tarea en la vida y, a la semana, nos dormimos para siempre, sin dolor alguno.
Mi madre, que era bastante malvada, me había hechizado cuando yo tenía doce años. «Para protegerte, Elisa, para protegerte», me había dicho. Por eso, yo nunca podía salir del castillo hasta que alguien se enamorara perdidamente de mí, de corazón, conociendo y aceptando mi condición de bruja, que había heredado de ella.
El mismo día en que murió mi madre, el dragón de alas azules cambió su ruta. Estaba obligado a volar hacia el Oeste todas las tardes para despedirse del sol si no quería morir cruelmente. Por las mañanas, regresando hacia Este, también sobrevolaba mi castillo para ir a recibir al sol en las colinas del Principio del Día.
Yo salía y lo veía pasar volando, majestuoso y fuerte, por encima de mi morada, que era también mi cárcel.
Confieso que cuando divisaba a lo lejos la mole de su cuerpo, me ponía de puntillas y levantaba la cabeza para ver su rostro y sus ojos. Los tenía verdes, enormes y atractivos. Algunas veces los traía mojados en lágrimas, pero yo notaba que, conforme se acercaba, se le iban iluminando y su gesto se suavizaba hasta llegar a sonreír. Era una sonrisa un poco triste, como la mía.
Un día, el enorme dragón detuvo su vuelo y se posó en las almenas del castillo. Corrí para alcanzarlo antes de que se marchase de nuevo. Fue la primera vez en que nos hablamos.
A partir de ese momento, todas las tardes, cuando pasaba a cumplir con la obligación que le imponía su hechizo, charlábamos un buen rato, nos gastábamos bromas y nos reíamos. Cuando te ríes con alguien te arriesgas a quererlo para siempre, aunque sea un vulgar dragón, un enorme y torpe dragón que ni siquiera echa fuego por la boca.
A veces, él me hablaba de que, hacía años, se había enamorado de mujer de cabellos largos y oscuros y manos delicadas. Ella, al sentirse vulnerable por el amor, lo hechizó para siempre, convirtiéndolo en aquel torpe y triste dragón.
—¿Era una bruja? —le pregunté.
—Sí, era una bruja, naturalmente —me dijo con su áspera voz de bestia.
Le acaricié las escamas de la frente. Inclinó su cabeza y me dijo:
—Elisa, aquella bruja era tu madre —me dijo—. ¿Nunca te lo contó?
Mi madre había renunciado a amarlo porque hubiera perdido sus poderes, hubiera dejado de ser bruja, se hubiera convertido en humana y habría muerto de vieja, como mueren las personas. Yo quedé muy pensativa al oír aquella historia.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté.
—No puedo decírtelo. Si lo conoces, puedes terminar enamorada de mí.
Siguieron pasando los días. Desde las almenas fuimos viendo cómo se acercaban las estaciones del año, cómo sucedían unas a otras. Vimos cómo cambiaba el aire y los días se hacían largos y luego se acortaban.
—Creo que me estoy enamorando —le comenté un día, temblando.
—Si me dices que piensas que te estás enamorando, es porque ya debes amarme —dijo él.
Y me miró con lágrimas en los ojos.
Yo comprendí al instante.
—¿Cómo puedo romper el hechizo que te lanzó mi madre?
—En las grutas del castillo hay corazones de carne —dijo él, con una voz temblorosa—. Debes elegir los que desees que ocupen el lugar de nuestros corazones de piedra. Lo conseguirás usando tus conjuros. Entonces podremos amarnos.
De las grutas subí dos cofres. Ya había caído la noche y el dragón no había cumplido con su obligación de ese día. Empezaba a respirar mal. Del primer cofre saqué el corazón de carne. El dragón respiraba cada vez peor, creí que iba a morir asfixiado. Levanté el corazón con las dos manos, el dragón dejó caer su cabeza sobre las almenas y el castillo entero tembló. Sonó un trueno a lo lejos: era la voz de los cielos que no querían perderse el hechizo. Me sentí poderosa al recitar las palabras del encantamiento. Cuando acabé de recitarlas se hizo un enorme silencio, como el de una cueva. Duró un breve tiempo lleno de eternidad. Luego empezó a soplar una suave y cálida brisa, después se convirtió en viento, y el viento se fue haciendo más y más fuerte. Yo agarraba el corazón con las dos manos y caí, empujada por la fuerza del viento.
Cuando levanté de nuevo la cabeza, había vuelto el silencio y el dragón ya no estaba. En su lugar había un hombre apuesto, elegante y sonriente. Me dije que había hecho bien en deshacer el encantamiento de mi madre.
—Ahora querida Elisa, debes hacer el encantamiento para tu nuevo corazón, el que te permita amarme para siempre, el que te convierta en humana.
—Un momento… —dije con desconfianza —¿En humana has dicho?
—Sí, Elisa, en humana. ¿No es maravilloso? Podremos querernos el resto de nuestras vidas hasta que seamos viejos y marchemos juntos hacia el ocaso.
—¿Humana? ¿Morir? —. No entendía lo que decía—. ¡Yo no puedo ser humana, no puedo vivir pendiente de padecer enfermedades, sin poderes sobre las fuerzas ocultas! Yo he nacido para reinar quinientos años en este castillo.
El hombre agachó la cabeza.
—Si no eres humana, nunca podrás amarme de verdad. Si no compartimos la vida hasta la muerte, nunca me amarás.
***
Han pasado dos siglos y Bernard —así se llamaba aquel dragón-hombre— se marchó en busca de alguien con un corazón puro. Ya habrá muerto. En el salón de mi castillo, encima de la chimenea, tengo el cofre con la única cosa que me puede quitar mi poder y darme el amor: un corazón de carne.
Pero ¿sabéis?, cada día me repito que no quiero otra cosa sino el poder. Prefiero mi corazón de piedra, yo he nacido para ser reina y gobernar durante quinientos años. Es mi destino.
Mi triste e intenso destino.

ANNAMARIA TOMMASETTI

“El mundo se para cuando siento que toco tu cuerpo, cuando con los ojos cerrados y las yemas de mis dedos van lento suprimiendo espacios hasta llegar aquel destino que me hace perderme en tantas sensaciones, segundos que pueden llegar a minutos pero que nunca han pasado a horas, y es que las fantasías de mi mente solo marcan ese espacio pequeño en que sumerjo mis ganas en ti, que te siento explotar y todo ese instante se va en un tenue aullido.
Me quedo pensando si esto ocurrirá cada vez que te imagino, cada vez que cierro los ojos buscando una historia de aquellas donde las palabras sobran y es más un arrebato de cuerpos sudorosos, de cuatro manos explorando mundos, de lenguas, de sudor, de imaginarme aquel baile de tango que tras vueltas y vueltas la pasión desborda en sin alientos y latidos desbocados.
Imagino cada instante una y otra vez, soñando que agarras mi cuello entre un suave y esa presión de poder que hipnotiza, ese acercamiento de autocontrol hasta que finalmente me besas, solo fantasear con eso mi piel se eriza y sonrío, pues ese torbellino me da cosquillas en la nuca. Sueño con que me quites la ropa y no que solo levantes mi vestido para que entre suspiros suceda todo, pasando a penas minutos para continuar la vida un paso después, aquella molestia de dejar a medias el momento donde me pierdo en nubes oscuras y mirada turbia.
finalmente me prometo que no volverá a ocurrir, pero después que cierro los ojos y suspiro con tu aliento no me importa que suceda, un instante es suficiente para sentirte otra vez un segundo más un minuto menos”.
Rosalind miraba el relato robado en aquella estantería de objetos prohibidos, miraba a través del glóbulo acuático de la entrada para no ser descubierta, y es que todas esas historias la hacían sentir un tanto extraña, deseaba pasar la prueba que le permitiría por fin visitar a la tierra, y preguntar cómo sucedían entre ellos lo que muchas veces tenía la ocasión de leer en aquella estantería vedada.
Sentía como sus plumas se erizaban y aquellos relatos que lograba leer le hacían sentir lo mismo, algo absurdo decían los hechiceros, pero Rosalind sabía que algo se escondía, algo había escuchado que todavía no lograba entender.
Si pasaba la prueba tendría el grado suficiente para dejar su plumaje y trasladarse a ese planeta azul, soñaba con ver, sentir y hablar con aquellos que escribían historias, que según ella serían los zumos sacerdotes de aquel planeta dispuestos a enseñarle todo aquello que veía entre líneas que hacían temblar su plumaje inexorablemente.

MARY CORREA

El jardín de Anna. Anna tenía unos trece años, quién sabe de lo qué hablo, entenderá que es una edad difícil, en la que no eres niño, ni adulto, ella tenía unos bellísimos aunque tristes ojos azules tan profundos como el mar, su cabello rubio recogido en una coleta llena de suaves rizos, como en cada atardecer sus pasos se hacían mas lentos al acercarse a su casa, desde lejos se escuchaban los gritos de sus progenitores, al llegar al lugar se encerraba en su habitación sin que nadie percibiera su presencia, ella sabía que su padre había llegado alcoholizado a lá casa, las peleas eran cada vez más habituales, más duraderas y mucho más violentas, aunque no siempre había sido así, todo comenzó cuando su padre perdió el empleo él comenzó a beber, llegando a casa cada día furioso con ella y su madre. Anna cada vez que su padre llegaba , se encerraba en su habitación tapaba sus oído y cantaba muy bajito una canción que había inventado,-Dulce hechicero ven por mi, con tu magia sácame de aquí, yo con ansías día a día te espero, no me dejes sufrir- Hasta que se quedaba dormida en el piso frío de su cuarto, sin cenar esperando que los gritos e insultos se apagaran. Al otro día su madre la llamába con jalones de pelo y bofetadas -Despierta tienes que ir a la escuela y luego te vas a lo de la vieja Elisa, porque no tenemos ni un céntimo en la casa- Anna se levantaba mirando los brazos y el rostro de su madre lleno de moretones. En silencio y sin desayunar salía a la escuela, donde sus maestros ni siquiera se les daba por pensar, que sucedía en su casa, a pesar de su extraño comportamiento, a penas si hablaba y no tenía amigos aunque sus notas son las mejores del aula. Luego de terminar la clase se dirigía hacía lo de doña Elisa, una anciana de unos ochenta y nueve años bastante enferma que apenas caminaba, en el mundo la única persona a la que Anna adoraba, cuando llegaba a la casa la viejita la llamába -¿Anna eres tú?, Al fin llegaste a casa, ven mi pequeña que te dé un abrazo, no sabes cuánto te extrañe, y que sola me sentí- la viejita con cariño abrazaba a la niña – Vamos Anna, pon la mesa tú qué debes tener hambre perdona que no te ayude no me sentido muy bien hoy, Anna con una sonrisa y con la voz más dulce llamaba a la viejita a almorzar, conversaban de todo en la mesa y luego Anna limpiaba todo hacía los mandados, estaba un buen rato con su adorada abuelita Elisa, luego tomaban una rica merienda y antes de que obscureciera se retiraba a su casa, no sin antes que doña Elisa le pagará porque sabía la situación económica en su hogar -Mañana ven Anna que haré un almuerzo muy especial para ti-, Anna le sonrió le dió un beso y se dirigió de nuevo a su casa dónde le esperaban gritos e insultos ,así que se encerró en su habitación y canto su canción, pero esta vez resultó, un hermoso hechicero con los ojos más bellos que había visto nunca y una sonrisa que iluminó toda su habitación tomo de su mano haciendo que se pusiera de pie – Vamos, cierra tus ojos y ven conmigo- Anna sin pensarlo obedeció, cuándo abrió sus ojos estába en un mundo fantástico, un jardín lleno de colores con los aromas más dulces, mariposas revoloteando por todos lados, -Anna ven no tengas miedo, este jardín te pertenece- le dijo el hechicero, mostrándole los lugares más bellos, llenos de fantasía, ella corría entre las flores, se sentía bien, no habían gritos, ni llantos, ni golpes, no sentía frío, ni hambre, era felíz en ese lugar, hasta que en de un momento a otro se detuvo, quedó inmóvil mirando a Erick que así se llamaba el hechicero,le dijo -Debo irme, tengo que ir a la escuela y además tengo que visitar a mi adorada abuelita Elisa que me espera y no sé sentia bien, pero te prometo que volveré y así Anna paso sus días por varias semanas de la escuela a lo de su abuela y de allí a jugar en el mundo de fantasía con Erick, hasta que un día al salir de su escuela corrió a casa de su abuela…al acercarse, en la puerta se encontró con dos policías haciendo guardia, se asustó y trato de entrar, los policías la detuvieron por el brazo y le preguntaron ¿quién eres tú?, ¿eres familiar de la fallecida?, Anna los miró con sus ojos azules llenos de angustia,-No puede ser, ¿por qué me dices eso?, ayer ella estaba bien- les dijo entre lágrimas, -La abuela falleció en la noche, su corazón se detuvo, ¿tú eres algo de ella?- pregunto uno de los policías, Anna nego con la cabeza y comenzó a correr hacía su casa, en dónde los gritos eran más insoportables que nunca, así que entre lágrimas tapo sus oídos y cerro sus ojos, comenzó a cantar – Dulce hechicero ven por mí, con tu magia sácame de aquí, yo con ansias día a día te espero, no me dejes sufrir-hasta que sintió la mano de Erick tomando la suya, -Anna… estoy aquí, ¿Por qué lloras? Anna contesto -Mi abuelita ya no está más- -Ven no llores- le dijo Erick -Vamos al jardín que alguien está esperándo por ti- Anna no podía salir de su asombro al ver a su dulce abuela, allí en su jardín de fantasía -Anna… al fin llegaste… te he estado esperando mi dulce niña- Anna estaba feliz de ver a su abuela, las tristezas se alejaron y comenzó a jugar, a reír, a soñar hasta que de un momento a otro se quedó inmóvil – Erick me debo ir- Erick la miró muy serio y le dijo -¿Por qué te tienes que ir? la abuela ya está aquí contigo ¿quién espera por tí? quédate, no te vayas, quédate aquí conmigo- Anna lo miró y sonrió diciéndole – ¿Sabes qué? e olvidado a dónde tenía que ir- y comenzó a reír, a correr, y a soñar. A la mañana siguiente la madre de Anna entro en la habitación jalando de su cabello -Oye, mocosa levántate de una vez y vete a la escuela- pero Anna no respondió, en ese rincón frío se quedo inerte, abrazando sus piernas con la mirada vacía, perdida en su mundo de fantasía de dónde nunca más volvería.

ASAPH FERNÁNDEZ

Entre mitos y leyendas (Un amor trascendental)
Allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón lo contradiga.
El amor no se busca, se encuentra. Al menos algo similar ocurrió cuando la mirada de Rajit se cruzó con aquellos zafiros que adornaban el rostro de Indira, no fue amor a primera vista, pero sí uno que contrajo un significado más allá del amor corporis, fue un amor trascendental.
El joven heredero, hijo de unos de los principales Maharajá, había recibido la encomienda de recoger un collar hecho en oro blanco y adornado con rubíes en forma de gota para la que sería la mujer de su padre. La familia de Indira era quien estaba a cargo de dar forma a las extravagancias de la realeza; la orfebrería era el oficio que había permanecido por generaciones en su familia.
Aquella mañana en el taller, la joven de ojos azul índigo llevaba colgado del cuello una pieza artesanal única en su especie, un dije de ojo turco adornado con la pluma de un pavo real; fue el regalo que su padre le diera el día de su cumpleaños número doce. El joven Rajit quedó deslumbrado ante su belleza, aquella hermosa mirada lo dejó como a una ave cautiva de aquellas que abundaban en el palacio durante las noches siguientes que pasó en vela; sin embargo, ella no presentó el mismo asombro, lo había visto paseando con las escoltas reales, sobre los elefantes y sus monturas de telas ornamentales e incluso montado en los camellos traídos desde tierras lejanas; en cierto modo esto lo hacía parecer algo común, al igual que cualquier otro ciudadano del reino.
Sin embargo él comenzó a sembrar lo que parecía un amor imposible y hasta prohibido; excavando en lo que parecía tierra yerma, regando, poco a poco, con amor y paciencia, sin excederse para no ahogar las semilla, pero lo suficiente para hacerla brotar y no dejar que ésta muriera antes de que echara raíz a costa de lo que fuera. Día tras día llegaba al taller y rebuscaba, entre las joyas y los tesoros ahí guardados, esos ojos que lo habían hechizado. Sus esfuerzos fueron haciéndose fructíferos, y éstos fueron tan dulces como la miel.
El amor de ambos los llevó a recibir una prohibición por parte de la madre de Rajit, y amenazando que si se efectuaba dicho compromiso la herencia quedaría para él en el olvido, no era lícito que un joven de tal nivel se mezclara con la clase baja, sin embargo el joven enamorado poco caso hizo de las advertencias.
–Cuánto desearía que esa cualquiera volara lejos de mi amado Rajit, cual ave de los cielos para que él pudiera casarse con una digna doncella…
–¡Claro que puede! Y está en tus manos hacerlo posible.
–Pero cómo…
–¡Utiliza la piedra…!– dijo la voz entre socarrona y maliciosa.
–¡Claro! La piedra …– dijo para sí misma.
La piedra del Atman es un zafiro único y extremadamente raro en su naturaleza, poseé el poder de convertir a la persona en el animal al cuál reencarna al trascender a la siguiente nueva vida.
Una mañana mientras la joven dormía recostada en los brazos de su amado, cayó un sueño profundo sobre sus párpados. Rajit la dejó descansar mientras él salía por un momento. De la piel comenzó a salir plumaje verde y muy fino, el cuello se fue alargando de una forma desproporcionada, un pico se formó en donde debían estar los labios, alas en lugar de brazos y garras en lugar de dedos.
Cuando el joven regresó no encontró a su amada sino a un pavo real recostado en su cama. De su delgado cuello y escurriendo por su pecho encontró el dije de ojo turco que siempre la caracterizó, las ropas estaban intactas en el lugar donde ella descansará instantes atrás; sabía que era ella pero desconociendo qué es lo que le había ocurrido, tomó al ave aún semi dormida en sus brazos y la llevó a la casa real y la resguardó en un lugar secreto.
Al despertar corrió y extendió las alas deseando abrazar a su amado, este lloró y la estrechó entre sus brazos, sus sospechas eran ciertas, aquella ave seguía siendo su amada y más aún seguía conservando la humana conciencia. Tenía muy claro qué el amor no sólo es la atracción y las necesidades sexuales del cuerpo, entonces a pesar de su condición de ave la amó, la cuidó y quiso estar siempre con ella, siempre correspondido en el amor que se profirieron uno al otro antes de tal desgracia. Sin embargo, con el transcurrir de los días la conciencia y la razón se fueron apagando, aquella lucidez que aún se guardaba en su interior había llegado al ocaso, el pavo real comenzó a mostrar indiferencia hacia él, aquellas membranas que algún día permitieron mirar con buenos ojos a su amante habían sido cerrados para siempre. Para él solo era un cuidador que le proporcionaba el alimento, un guardián que lo protegía del viento, cancerbero que lloraba en silencio.
El joven comenzó a sumirse en la tristeza, dejó de comer, nada dentro y fuera del palacio le apetecía. Incluso llegó a concebir la idea de arrancarse la propia vida. Pero se detuvo, no por el miedo al dolor por transición que esto llevara si no por el temor de que una vez habiendo consumado el suicidio la vida que seguiria sería la de ella. Nadie le tendría el mismo cuidado y el amor con el que él aún la veía, nadie la acariciaría cómo hasta el momento lo hacía, nadie… excepto él.
Nahali veía como la vida del joven se iba apagando poco a poco decide terminar con su dolor, enviando a su Naja a terminar lo que ella había empezado.
–Quiero que devores a ese maldito pavo real qué le quita el sueño a mi amado príncipe, y como prueba tráeme sus plumas que quiero un collar adornado con ellas.
El daimonion salió arrastrando su cuerpo escamoso y entró al lugar donde sabía que encontraría al ave. Rajit dormía mientras él ave deambulaba por el lugar, al ver a la cobra erguirse con arrogancia y altivez sobre su propia cola soltó un sonido agudo con el cual hizo despertar al joven de su letargo. La naja se abalanzó sobre la plumífera criatura para inyectar una segunda dosis de su veneno, pero él la terminó cubriendo con una manta de seda. La serpiente se retorcía dentro del enmantado sin poder dar alcance nuevamente a su objetivo, sin embargo, el veneno había comenzado a recorrer el cuerpo del ave. De uno de los muslos comenzaron a escurrir unas diminutas perlas rojizas, efectivamente el animal había clavado uno de sus colmillos mientras el joven aún dormía.
–¡Suéltame, debo terminar con lo que me ha sido ordenado!– se escuchó de entre la manta que cubría al animal, lo cual extrañó y aterró en extremo al joven. No se trataba de un simple animal venenoso si no que era el alma encarnada de la mujer que venía siendo su madre.
Inmediatamente la serpiente al verse libre intentó abalanzarse sobre el animal herido pero está vez fue detenido por el filo de un sable que sostenía en su mano el joven heredero. En ese momento el cuerpo de Nahali cayó sobre las sábanas en su alcoba. La serpiente agonizando de dolor alcanzó a decir:
–Me hubiera sido más fácil deshacerme de ti pero esa ingenua de Nahali ha querido preservar su sangre en el reino.
Bien sabía yo qué de lo de convertir a tu amada en ave no resultaría nada bueno.
–Así que fue ella quien la convirtió en… en, maldita seas madre.
Dirigió presuroso a la alcoba real donde sabía se encontraría con Nahali, al llegar vio a una mujer moribunda que arrojaba sangre por la boca cómo si se tratase de una herida interna.
–¿Por qué…? ¿Por qué lo has hecho?
La mujer no pudo pronunciar palabra, la sangre ahogó todo intento por excusar sus actos, su mismo veneno, verdoso cómo la hiel comenzaba a surgir de entre sus labios moribundos. En un último esfuerzo alcanzó a señalar la piedra que colgaba de su cuello. Con su dedo indicó el lugar donde estaba el agónico pavo real qué movía el muslo intentando calmar el dolor que recorría su cuerpo.
Rápidamente el joven salió de la habitación y fue hacia donde él ave se encontraba, acercó los labios a la herida y comenzó a succionar el veneno deseando que esta no muriera. Así lo hizo hasta que sus labios agrietados y resecos comenzaron a supurar en pequeñas úlceras que fueron apareciendo. Su esfuerzo había sido grande y deseaba con todas sus fuerzas no fuera en vano, el cuerpo del ave reaccionó de la mejor manera y aunque lento se fue recuperando. Pasaron los días y las fuerzas parecían volver, el vigor volvió a sus muslos, sus alas verdes desplegadas cada mañana, su cuello elegante adornando con el ojo turco que la caracterizaba, una vivacidad se miraba en ella mientras que en él parecía todo lo contrario.
Tuvieron que huir de su hogar por temor a ser culpados por la muerte de la sobrena. Emigraron a nuevas tierras.
Una noche mientras la luz de la luna alumbraba su camino, miró hacia atrás y vio todo lo que había dejado, ¿Había valido la pena dejarlo todo por un amor no correspondido? Deseó con todas sus fuerzas que esa llama no se apagará sino que antes renaciera aún con más fuerzas, que trascendiera ese amor que en la lógica y la razón de los hombres se veía enfermizo y antinatural por ser especies y géneros diferentes.
El sueño le inundó los párpados cansados y escocidos por el sueño. Al clarear la mañana se vio a sí mismo ornamentado con un plumaje verde y extenso, Indira, la que alguna vez fue la mujer en quien posó sus ojos y ahora era un ave de bello plumaje, corrió hacia él y se entrelazaron en plumas y besos.
El tiempo de despedirse llegó pronto, Indira había cumplido el tiempo en que un pavo real entrega su vida.
–Di que me buscaras
–Lo haré– dijo Rajit entre sollozos
El luto duró los años que vivió el joven, arrancó los ocelos y el plumaje de cortejo, tiñó su cuerpo de un negro azabache y su cabeza calveo dejando entre ver una piel rojiza y erupcionada. El llanto que le escurrió día tras día fue formando una especie de apéndice que le escurría por el rostro, al igual que los minerales forman las estalactitas por los lloriqueos del agua debajo de la tierra.
Los lugareños lo llamaron Huexolotl (viejo monstruo) por la peculiaridad de su cabeza, otros le dicen Pavo o gallo turco. Sin embargo yo le llamo Rajit el que entregó su vida por su amada.
Fin

ANNERIS GARCÍA

FANTASÍA
La habitación está a media luz, con una ventana abierta y la cortina moviéndose al compás del aire que entra por ella. La decoración es escasa, solo hay una mesa con un sillón, un pequeño sofá y una desolada estantería. Sobre la mesa está la única lámpara que ilumina la habitación. La acompaña una antigua máquina de escribir, cargada con un folio en blanco.
En el sillón está Carlos, se le ve ansioso, se agarra la cabeza con las dos manos, está consumido, nervioso, con una mezcla de tristeza y desesperación, sus ojos son vidriosos, parece que está a punto de llorar. Se levanta, pasándose las manos por sus piernas, acariciándose sus vaqueros, después se frota las manos, empieza a hacer frío. Se acerca a la ventana y la cierra con movimientos automáticos, sin pensar.
-Voy a por mí brebaje, lo necesito – piensa.
Regresa a la habitación con su porongo en las manos, sorbe un poco de su contenido y lo deja al lado de la máquina de escribir.
-Ahora sí, lo voy a conseguir – mira el reloj que está en la pared de enfrente, son las seis, todavía tiene tiempo. Da otro sorbo a su yerba. Parece que ya empieza a hacer efecto, ¿o es su imaginación?
De un salto está en mitad de una selva, todo es verde, está rodeado por plantas enormes con hojas verdes, tallos verdes, hay plantas bajas de muchas tonalidades, algunas rojas, otras también verdes, amarillas, descubre una planta enorme que parece tener dientes, es de un color rojo intenso, ve como se acerca un insecto que no reconoce, parece una libélula, pero de color amarillo, la planta, en cuanto la detecta la engulle sin pedirle permiso.
A su derecha en un tronco retorcido de color verde hay una especie de iguana, pero de color naranja, no había visto nunca nada igual, está inmóvil, agarrada al tronco con sus patas, en un momento ve como se abre un párpado y aparece un ojo de color verde esmeralda. El ojo le mira fijamente, es intimidante. Cuando se gira hacia el otro lado descubre unos ojos rojos entre el follaje, son hipnóticos, le parece que giran, los ojos se acercan, ¿están florando?
No tiene tiempo para descubrirlo, echa a correr, no mira atrás, a sus pies la vegetación se va abriendo, es increíble, nota el movimiento de la tierra a sus pies, nota el esfuerzo de la vegetación y cuando pasa, nota como detrás suyo se vuelve a cerrar todo. Se frena otra vez, ahora cierra los ojos, necesita ubicarse, ya ha estado ahí antes, tiene que intentar localizar sonidos para saber dónde ir. A lo lejos escucha el murmullo del agua, abre los ojos y esta vez frente a él ha visto una extraña criatura correr, ha sido muy veloz, pero la ha visto, era un elfo, está seguro, ha visto sus pronunciadas orejas, iba vestido de amarillo, pero no tiene tiempo de perseguirle, tiene que llegar a su destino. Empieza otra vez a correr, va hacia el río, allí la encontrará.
De repente todo se oscurece, se detiene y mira hacia arriba, una ballena violeta surca los aires, está volando, no tardará en pasar completa por encima de su cabeza, a ella también le hacen paso los árboles de aquél extraño lugar. Sigue corriendo, le queda poco tiempo. Cuando estaba a punto de dar otro paso descubre que ya no hay suelo, está sobre un precipicio, si da un paso más caerá. Entonces la oye, oye su risa, es ella. El sonido viene desde abajo, ¿o desde el otro lado? Sea como sea tiene que buscar la manera de avanzar, mira a su alrededor, a la izquierda ve unas cataratas que se pierden por el precipicio, no hay ningún puente para atravesarlo. Recuerda que la última vez le pasó algo similar y aprendió que no todo lo que ve allí es real, está en un mundo extraño donde las cosas ocurren siempre de manera imprevista. Decide intentarlo, cierra los ojos y da un paso, su cuerpo se desploma, empieza a caer, pero como si flotara, no es una caída en picado, la altura es espeluznante, no consigue ver el final de aquél precipicio, pero mientras más cae más cerca oye su risa.
¡Este era el camino! – piensa – sigue oyendo su risa, es ella, pero no la ve, mira hacia el fondo, pero sólo ve ¿flores? Sí, son enormes girasoles con pétalos de muchos colores, cada uno es un arcoíris. Atraviesa los girasoles, estaban ahí, flotando como si fuesen un colchón, pero no chocó con ninguno, sigue bajando, ahora la ve, es ella, aunque sólo sea una mota de polvo, tiene el tamaño de una hormiga, aún está lejos, pero la oye, está cantando. Ya falta poco, por fin lo va a lograr. Ya la ve más cerca, lleva un vestido azul como el cielo que tienen arriba, más allá de los girasoles, ve su larga melena rubia, del color de la miel, lleva una cesta en la mano izquierda, y ahí va dejando las flores que recoge. Es feliz, aquí puede serlo. Ve sus piernas, sus delicadas y esbeltas piernas, se agacha, coge una flor y cuando la pone en la cesta, aparecen en la tierra otra docena, ella ríe, con esa risa inconfundible.
Ya casi está, casi puede tocarle el pelo – Ya voy, ya estoy aquí – le grita, pero ella no le oye, sigue con su tarea.
– ¡Carlos, Carlos! – ¿estás dormido? – ¡Carlos! ¿Carlos, estás bien?
Vuelve, mira a su alrededor, está otra vez en su habitación, no hay nadie con él, no está esa niña, esa dulce niña que recoge flores, ni está esa selva maravillosa donde le gusta perderse. No sabe cuánto tiempo ha estado así, ¿en trance? No sabe que ha hecho, solo ve que en la máquina de escribir hay un folio en el que ha escrito algo, a su izquierda ve que hay un montón de hojas escritas que antes no estaban, levanta la cabeza y ve el reloj, ¿Son las 9?
¡Llego tarde! Tengo que irme a trabajar – Grita – se levanta y sale corriendo.

ADRIA MANTÍCORA

Mantícorita
Hoy me di cuenta de que ya he mejorado. Vine a comprar tortas, no me traje un libro, tampoco mi niño y solo estoy esperando. Ya se tardaron un bastante, puedo sentir aumentar mi pulso y me dan ganas de gritarle al personal y me detiene mi yo consciente que no es su culpa, yo trabajo en cocina y sé que si las cosas se tardan no es porque uno quiera, pero me preguntan quinientas veces las cosas y no estoy para soportar esto. Me repito “no es su culpa”, pero me siento mejor que ayer.
Ahora me molestan las cosas, antes estaba tan ebrie de dolor que no sentía nada más que penitencia. No me molestaba nada de esto. Ayer podría haberles gritado porque no estaría mi yo consciente, porque mi niño no estaba conmigo y cuando pasa eso solo puedo correr para regresar lo más pronto con él. Estoy en “modo chocosa” que en mi autoevaluación es mejor que estar neurotique o suicide, en ese caso solo puedo ver a través del vidrio de mis lágrimas, mientras que leo o estoy sirviendo un café, el mil uno café con leche. Las noches son interminables porque ya sea en el techo o en el papel sigo despierte hasta mi muerte, me acompañan mi bebe y mi luz de lectura que la oculto con una cobija para que no le pegue a mi criaturita, aun que realmente me tapo para que no vea mi cara de maricon arrepentido. La única razón por la que pienso en la comida es solo porque tengo que colocarla en platos, no la quiero engullir y mucho menos meterla en mi boca, termino haciéndolo por el reproche que supone no hacerlo, pero a los 3 o 4 bocados me dan nauseas, quiero expulsarla, mis traumas impiden que vomite, pero dejo de comer y escupo el ultimo bocado aun en mi boca en el inodoro. El trabajo se vuelve una doble capa de vidrio cada vez más opaco, el de la pantalla y el de mis ojos, mensajes y presiones por mi negligencia solo se vuelve más nubloso, sabiendo que la tormenta es inminente la dejo manifestarse conmigo dentro de un bunker parcialmente incomunicade con la situación.
En las horas en las que asedia el insomnio suelo convertirme en ceniza y en humo, vuelo desde el patio trasero solo unos metros pues tengo que volver con mi Mantícorita. En las horas en las que las calles están en combustión, andando entre las llamas, tengo cara de no saber que está pasando, tropiezo embriagade de dolor, mi brújula es mi nene en su carriola que resulta ser más útil que un GPS o un piloto, yo pienso por que hice arder todo el mundo durante los días. En casa pienso que tal vez el comerme a alguien alivie este sentimiento, pero solo pensar en ello la idea se derrumba automáticamente ya que eso me trajo hasta este estado, no quiero putear, zorrear, culear, coger. Se que soy el unique que tiene la culpa de mi incierto futuro, por nacer mantícora, crecer mantícora y ejercer mantícora.
Veo a mi pequeño con su melena, su sonrisa felina y sus ojos enormes brillando en la obscuridad, vuela pocos centímetros del suelo con sus pequeñas alas, entre correr, brincar y volar se agotando para dormir, de vez en cuando se pica con su propia cola de escorpión y por cada picadura yo lo consuelo, cada vez es menos seguido. Entre bostezos y pasar sus patitas por sus ojos ya cerrados, dándose pequeños golpes en su cabeza me anuncia que quiere que lo duerma. Contra todo pronóstico le empiezo a dar pecho, en mi cuerpo solo corre destilado de dolor, es lo que me mantiene en la cueva la mayoría del tiempo, cuando se calienta suele pegar más fuerte el trago. Mi niño me golpea la cara con su mamila, no sé qué parte de lo acaba de pasar fue un sueño. Mientras voy a la cocina para cumplir con la comanda rememoro lo más posible. Nunca acerco a mi niño a mi piel, nunca le he dado pecho, no tengo masa mamaria, no tengo leche, no tengo calostros, no tengo silicona, no tengo grasa, tengo dolor.

VERÓNICA MARIEL IMPA

«La hechicera»
Mientras escribo estas líneas pienso en mi fantasía de un día tener la mirada mágica de mi mamá que lo revive todo. Pero simplemente estoy aquí escribiendo unas líneas. Y justamente por ello mi mamá vive en su contundente fantasía de que yo soy mucho más: soy la guerrera que batalla en las historias injustas y a la vez la dragona que aparece cuando la guerrera ya no puede pelear más; la nube espesa que ahoga las mentiras y la lluvia que limpia las inmundicias de la maldad. Ah, y también cree que soy el arco iris que borra la tristeza del cielo. Unas veces me llama «Luna» y otras me considera el cráter.
Ay, mamá. Soy simplemente una escritora de lineas. La soñadora de la guerrera y su dragona; la siluetista de las nubes densas y la artesana de las lluvias lavadoras; la que dibuja el arco iris y la paisajista de la luna adonde habita el cráter. Y en cada historia vos sos la hechicera que lo revive todo. Yo lo escribo. Vos le das la vida de tus fantasías.

SON SONIA

FANTASÍA SANADORA
Hace tiempo, en un mundo alternativo y virtual, tuve una cita con mi hermano Carlos, fallecido.
Ese mundo se llama Avakin. Cuando comencé a usarlo no había contemplado tal posibilidad y era solo una forma de viajar y divertirme. Asistía a conciertos y eventos donde existía la posibilidad de conocer a otras personas que, como yo, encontraban en Avakin el paraíso deseado. Paraíso, esa es la palabra clave.
Al igual que en la vida real, prefería mantenerme en modo observador y la mayor parte del tiempo escogía la soledad introspectiva en lugares llenos de encanto. Fue uno de esos lugares el que me inspiró.
Te teletransportas a un gran portalón por el que accedes a una selva amazónica. Caminas por un estrecho sendero y llegas hasta unas ruinas en las que te encuentras con un leopardo tumbado sobre un muro bajo. Puedes acariciarlo, puedes interactuar con él. Sigues caminando y el sendero desciende. Poco a poco, va surgiendo ante tus ojos una playa paradisíaca. Un loro te saluda desde un árbol ancestral. Los flamencos bailan en el agua cristalina. Todo está teñido de una luz que resulta celestial. En medio del agua hay una plataforma sobre la que puedes meditar; lo bueno del mundo virtual es que puedes nadar sin mojarte, así que nadas hasta esa plataforma, te subes a ella y te sientas en uno de los cuatro cojines que hay disponibles para meditar en posición de loto. Es increíble, tan mágico como las fantasías que pueblan mi mente, igual que si su creador se hubiese colado en mi cabeza para hacerlo realidad… Esa magia fue la que me inspiró.
Decidí ser Diosa virtual dispuesta a resucitar a la persona que sigo teniendo muy presente aunque hayan pasado casi diecinueve años de su muerte.
Creé una cuenta paralela desde la cual dar forma al cuerpo que sería envase para su alma. Me sorprendió el gran parecido que conseguí: podía verlo, podía ver a Carlos en el avatar creado.
Nos envié juntos a ese lugar en la selva amazónica que me parecía un reflejo del más allá, esa dimensión paralela desde la que él me envía señales.
Y lo sentí… allí, en ese paraíso virtual; aquí, muy adentro, en el jardín que tengo para él en mi corazón. Sentí que nuestras sonrisas eran estrellas titilando que jugaban al escondite por todo el universo. Sentí que así comenzaba el viaje de mi alma para unirse a la de Carlos y juntos compartir la eternidad de nuestro amor fraternal.
Te sentí, hermanito, te sentí, allí y aquí, conmigo. Gracias por hacerme saber que esto es solo un intermedio antes de volvernos a encontrar.
Te amo y siento tu amor.

OMAR ALBOR

En la soledad extrema
El viento se convirtió
En voz de mis pensamientos
Las estrellas observaron mi llanto
Y mis ojos fueron la catarata más salada de todas
El reloj dejo correr al tiempo
Y así
Solté
Deje ir
Lo que me lastimaba
Salí a la calle y en silencio
Contemple cada nuevo color
Haciéndolo arcoiris
Hablé con las flores y los pájaros fueron los testigos
De este renacer
Tome un tren a un lugar muy lejos
Para perderme de todo
Esperar la noche y acostarme en el suelo
A ver las estrellas
Y ver qué entre ellas hay una danza rota
Circular
Que repite miradas como la mía
Buscando ese cometa
Verde que solo Dios sabe, cuando pasara.
Yo sigo aquí
Solo así
Entre grillos y sombras la arena me va absorbiendo.
Me quedo dormido esperando despertar
Sabiendo que el mar será canción
Será testigo
Será respuesta
Una respiración profunda y vuelvo a empezar.
Será.

CANDELA PUNTO

¡¡Piin y poon, tu diversióón!!… —cantaba a diario el dichoso estribillo consiguiendo que se grabase a fuego en la cabeza de cualquiera. Lo alternaba con este otra: ¡¡ven a disfrutar, plaas, plaas!!, ¡¡ven conmigo al Fraggel Rock, vamoos a disfrutar, plaas, plaas, ven a Fraggle Rock!! —diez minutos con él, y te aprendías todo el repertorio—. Desde La Bruja Avería, Barrio Sésamo, Marco en un puerto italiano al pie de la montaña, Heidi, La casa de la Pradera, Casimiro o la de: en un paíís multicolor, nació una abeja bajo el sool —desesperante, teniendo en cuenta sus cincuenta tacos.
Después de cantar, lo mismo te confesaba su secreto más oscuro, por ejemplo, que había hecho explotar una bombita fétida en el despacho de su jefe o que se había tirado un cuesco dentro del ascensor lleno de gente en el centro comercial del barrio. Manolo era así, siempre sacándole una sonrisa a todo el mundo y haciendo amigos dónde fuese.
Según leí ayer en el periódico mientras desayunaba en la terraza del bar cutre que hay bajo mi casa, mi compañero Manolo, junto con su esposa Agapea, aparecieron muertos dentro de la bañera, disfrazados de condón —triste, sí, pero gracioso teniendo en cuenta la vida de Manolo—. Por lo visto el disfraz era de látex, se les olvidó lubricarlo antes de ponérselos y hacerle el agujero para sacar la cabeza. Por dios, qué muerte más horrenda, morir asfixiado de esa forma —pensé yo haciendo una pausa en la lectura de la noticia.
Continué leyendo… Según el veterinario que examinó a Pincho y Moruno, sus dos perros, también murieron, pero de un ataque de risa al ver a sus dueños empalmados y andar como los pingüinos porque el disfraz les llegaba a los tobillos; lógicamente, tropezaron con la bañera y cayeron dentro.
¡En fin!, me dije yo; hay quien hasta para morir, lo hace de una forma fantástica y divertida… Ahora me rio yo.

BORJA AJ

EL BÚNKER LITERARIO
08/02/2023
Escrito Por
Borja AJ
NOTA DEL AUTOR: Este cuento me ha encantado escribirlo y lo he disfrutado mucho. Ojalá que tod@s l@s lector@s puedan disfrutarlo tanto como yo porque sería un placer. Me cuesta mucho escribir y soy inconstante en ello, es por eso que tampoco leo mucho en el grupo. Pero el tema de la semana ha hecho que esta historia aparezca en mi mente y quiero compartirla. Ahora mismo leeré el resto de historias.
Muchas gracias y un saludo.
Benoit Dankzy era el bibliófilo más importante de toda la historia de la literatura, lo que suponía ser uno de los hombres más ricos del planeta. Su vida estaba rodeada de libros allí donde fuese. No podían faltar. No solo significaban una forma de vida para él, si no que eran una obsesión. Cada ejemplar que tenía lo cuidaba con sumo detalle. Lo limpiaba, lo acariciaba, lo observaba como una madre lo hace con su bebé y al dejarlo en la estantería lo hacía con la debida precaución de no estropear nada, como si de una vajilla de coleccionista se tratara.
La mañana del incidente comenzó sin problemas, como cualquier otro día. Un baño caliente escuchando (una vez más) su radionovela favorita en el viejo radiocasete de su padre. Ese hombre que le inculcó el amor por los libros y que él acabo desarrollando en la obsesión más hermosa de toda su existencia.
Mientras tanto, su esposa fumaba un cigarrillo en el balcón de su habitación, situado en el segundo piso de la casa, una recatada mansión victoriana que compraron hacía veinte años. Quién lo diría. Una casa perfecta en un pueblo dejado de la mano de Dios con los habitantes justos para no molestar a Benoit en sus horas de lectura, investigación literaria y escritura.
La habitación del matrimonio era una de ensueño. Una preciosa suite de cuento de hadas diseñada para cumplir las altas expectativas del deseo más íntimo y carnal de dos personas que se anhelan para toda la vida. Por eso cada noche hacían el amor antes de dormir.
Benoit siempre ha sentido que encontrar a una mujer que aguantara sus excesivas manías literarias y que fuese tan hermosa y atractiva, solo podía significar el resultado de algún tipo de milagro que no alcanzaba a entender. A pesar de su agnosticismo. Marta le impregnaba en el corazón y las entrañas un fuego incapaz de apagarse jamás.
Hombre y mujer contaban con cincuenta años de edad, pero cada persona que les miraba no podía dejar de sentir que eran una pareja de treinta años recién casada, como si el tiempo para ellos fuese inexistente.
Marta apagó el cigarrillo en el cenicero del balcón y entró en la casa. Fue hasta el baño en el que estaba Benoit, le dio los buenos días y le besó. Un largo beso que los labios de ambos disfrutaron en uno de esos momentos tan íntimos que hacía olvidar todo cuanto había alrededor. Después, Marta se marchó al piso inferior.
Benoit se quedó mirando el techo del cuarto de baño con una sonrisa en el rostro y escuchó una frase en la radionovela que no recordaba haber escuchado antes.
»…y las vibraciones perturbaron su existencia en esta vida y en todas las siguientes».
¿Cómo era posible no recordar esa frase? Recordaba todo lo que escuchaba y leía. Ponía la máxima atención. Incluso a Marta le sorprendía cómo era capaz de tener semejante memoria. Creía que era un don que tenía su marido. ¿Realmente el mejor bibliófilo que había pisado La Tierra jamás estaba perdiendo facultades? Nada de eso. ¿Sería posible que todas las anteriores ocasiones (y eran más de cien) que había escuchado la radionovela, hubiese pasado por alto esa frase? Un rotundo NO. Entonces, ¿por qué no podía recordarla? No quería pensar que estaba teniendo problemas de memoria. Era aterrador que con su edad lo tuviera. El mayor horror de su vida sería padecer una demencia.
Apagó el radiocasete y salió de la bañera. No quería pensar más en el tema. Iría a desayunar y a despejar la mente con una de las actividades que más felices le hacía. Leer. Tanto como el sexo con su maravillosa esposa.
Después de un desayuno a base de fruta, cereales naturales sin un ápice de azúcar y un buen café negro, fue hasta el salón. En un cajón guardado con llave estaba el libro que leía en ese momento. La noche anterior se le hizo demasiado tarde para bajar hasta su paraíso personal y guardar el libro. Charles Dickens siempre era una buena opción para él. Sobretodo si leía »Cuento De Navidad».
Se sentó en su butaca de terciopelo rojo y comenzó a leer. Estaba a veinte páginas de terminar el libro cuando el ruido en la pared comenzó. Suaves y ligeros golpes sonaban en la esquina derecha del techo. Bom, bom. Bom, bom. Bom, bom. Empezó con un sonido bajo y el volumen se alzó leve por los tímpanos de Benoit. Perturbó su lectura y fijó la mirada en la esquina de donde provenía el sonido. Le recordaba a los latidos de un corazón bombeando sangre con energía y ambición. Un par de segundos después de que girase la cabeza, el sonido cedió. El bibliófilo volvió a su lectura.
El ruido bombeante volvió de nuevo a la esquina. El volumen era más alto. Benoit jamás se había sentido tan perturbado en sus horas de lectura. Jamás. Se puso de pie, zafándose de la butaca y olvidando por completo el libro, que cayó al suelo en un golpe seco.
-¡Cariño!-dijo Benoit.-Querida, por favor, ven aquí enseguida.
Unos segundos después apareció Marta. Vio el libro en el suelo y a su esposo con la vista fija en el techo sin un ápice de movimiento. Jamás hubo presenciado un momento tan aterrador en sus veinticinco años de matrimonio.
-¡Benoit! Dios mío, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?-preguntó Marta, cogiendo a su esposo del brazo izquierdo y volviéndole para mirar sus ojos, pero el horror que contempló en ellos la hizo llorar como una niña pequeña cuyas necesidades están demasiado desatendidas.
-No… ¿No lo oyes, querida?
-¿El qué no oigo, Benoit?
-El ruido. Hace… Bom, bom. Bom, bom. Bom, bom.
-No escucho nada. Por el amor de Dios… mírate. Tenemos que ir al médico. Esto no es normal. Tú… no eres tú. Dios mío, no eres tú.
Y mientras las lágrimas de la mujer se convertían en una catarata que bañaban las mejillas, abrazó y besó a su marido. Un beso aún más fogoso que el del baño, un momento antes del incidente.
-Estoy bien, Marta.
-¿Y por qué has tirado el libro al suelo? Tú nunca tiras los libros al suelo. Son tus hijos. Los sobreproteges.
Benoit miró al suelo y vio el ejemplar de Charles Dickens tirado. Se zafó de los brazos de Marta y lo cogió, acunándolo entre sus brazos, limpiando el polvo que pudiese haber cogido con una mano y besándolo.
-¿Cómo se ha podido caer?-preguntó Benoit, más para sí que para su esposa, temblando.
-Debes descansar, Benoit. ¿Por qué no te echas? Llamo a la ambulancia y que te observen. Pero tú no estás bien.
Benoit guardó un breve silencio y luego intentó tranquilizar a su esposa, aunque fuese con una mentira.
-Antes en el baño, cuando te has marchado, he sentido un ligero mareo. Quizás tengo fiebre y me ha afectado. Lo siento. No pretendía asustarte.
-Te amo con locura-dijo Marta.
-Y yo a ti, mi vida-contestó Benoit.-Y yo a ti. Más que a nada en el mundo.
En el fondo no estaba del todo seguro de eso. Amaba a su esposa de una forma que no estaba escrita en ningún libro (al menos de los que él había leído, y eran demasiados), pero su biblioteca era algo especial para Benoit. Significaba toda su vida. Estaba por encima de las personas. Puede que incluso de sí mismo.
Sintieron ganas de hacer el amor allí mismo, como dos quinceañeros en un bosque con el viento que les corta la cara. Pero ninguno se lanzó a los brazos del otro. En vez de eso, se besaron de nuevo y Marta se marchó de allí, preocupada por su marido como nunca antes lo había estado.
Benoit se sentó de nuevo, pero no sin dejar de mirar la esquina, y a paso lento. Despacio. Sintiendo cada movimiento al doblar las piernas para ocupar la butaca. Volvió a su lectura con la atención puesta en el sonido. Esperándolo para saber que no se estaba volviendo loco.
El resto de las páginas del libro las pudo leer con normalidad, aunque las gotas de sudor resbalaban por su frente. Al llegar al último párrafo, volvió el ruido. Bom, bom. Bom, bom. Bom, bom. De un salto se puso de pie.
-¡Cállate, maldito!-gritó, y lanzó el libro contra un mueble con vitrinas de cristal, que quedaron destrozadas en pequeños trozos por el suelo.
De nuevo, Benoit llamó a Marta, pero ella no contestaba. Insistió, pero no obtuvo respuesta. Probó una tercera vez y al no sentir siquiera la presencia de su esposa, salió del salón para ir a buscarla.
La cocina estaba vacía. Los dos baños vacíos. Las habitaciones igual de vacías. Toda la casa estaba vacía, del mismo modo que la presencia de Marta, que había desaparecido.
Benoit corrió por toda la casa y terminó en el pasillo que daba a la entrada principal. El sonido volvió, pero no en el salón, si no por toda la casa. BOM, BOM. BOM, BOM. BOM, BOM. Benoit se mareó y cayó al suelo, haciéndose una herida en la cabeza. Un hilo de sangre le recorría la parte derecha, bajando por la mejilla y tiñendo el suelo de rojo. No quedó inconsciente, pero su vista se nubló.
Necesitaba salir de ese infierno y sólo había un lugar donde estaría seguro. No existía otro lugar en el mundo. Su paraíso personal. El Búnker Literario.
Entre las escaleras y la despensa había una estantería con libros, que no era sino una puerta camuflada. Tras los libros, accionó un mecanismo que daba a una sala muy pequeña, en la que podía estar una sola persona. Entró y cerró la puerta-estantería. En mitad de aquella diminuta sala había una entrada a un sótano. Era una puerta plantada en el suelo que se accionaba con una llave que Benoit siempre llevaba encima. La puerta daba a unas escaleras, y al bajarlas, estas daban a un pasillo de diez metros de largo. Al final del pasillo había un búnker. Era de un material muy fuerte, de color azul cielo y con una placa blanca en letras doradas que rezaba »El Búnker Literario». La puerta del búnker, tan grande y fuerte como el resto de la estructura, se abría con la huella dactilar, la pupila y el aliento de Benoit. El tipo que le vendió la casa le dijo que el mecanismo con el que estaba hecho era de un material desconocido.
Benoit entró en El Búnker Literario y cerró la puerta. Decir que era su paraíso personal no es exagerar porque estaba poblado de todo lo que un bibliófilo ama. Libros, diccionarios, enciclopedias, trabajos de investigación, un buen escritorio… y, para incluir algo distinto, un tocadiscos con vinilos de Frank Sinatra. Si pudiese, Benoit viviría exclusivamente allí el resto de su vida. La razón principal por la que compró esa mansión fue por el búnker. No conocía una casa así. El vendedor supo quién era por su nivel de fama y le dijo que era una casa perfecta para un Escritor, o, en su caso, para un bibliófilo. El lugar perfecto para trabajar y ser feliz.
El mayor secreto que tenía Benoit, muy avergonzante para él y del que solo tenía constancia su mujer, estaba en El Búnker Literario. Una colección de libros pornográficos cuyo autor era un Escritor llamado Buddy Arizona, pero que para escribir ese tipo de literatura usaba el seudónimo de Dick Pussy. Firmando como Buddy Arizona escribió un desgarrador libro cuyo título es »Porno Subrepticio».
En El Búnker Literario no se escuchaba el sonido que le estaba perturbando. Miró la placa del interior, que era igual que la que estaba por fuera, a la misma altura, y comenzó a reírse. Una risa cuyo sonido era como una sierra destripando cualquier ápice de vida. Pero su risa terminó cuando de nuevo el sonido entró en El Búnker Literario. No fue débil como en el salón ni fuerte como en el pasillo. Fue extremo y obsceno como nunca antes. ¡BOOM, BOOM! ¡BOOM, BOOM! ¡BOOM, BOOM!
Los ojos de Benoit se quedaron en blanco, cayó al suelo y desapareció en un vacío de luz, junto al resto del mundo. El Búnker Literario le sobrevivió. A él, a Marta y al mundo tal y como lo conoció en su día la humanidad. Así fue como lo creó y escribió un Escritor de ojos azules y pelo rizado haciendo uso de La Poesía De Las Tinieblas, y así fue cómo ocurrió.
Y las vibraciones perturbaron su existencia en esta vida y en todas las siguientes.

JOSMA TAXI

Un día cualquiera.
Me levanté cansado, con dolor de cabeza, había dormido muy mal. No tenía ganas de hacer nada. Sin embargo, por disciplina, encendí el ordenador y pensé en escribir un cuento, pero no se me ocurría nada.
Para estos casos tengo una rutina que suele funcionar. Construí un escenario, un planeta nuevo al que llamé tierra. Estaba compuesto por un setenta por ciento de agua, el resto era tierra. Introduje una vegetación abundante, una serie de bacterias en el mar y lo sometí a la ley de la evolución.
Luego tuve que irme a descansar un rato, la espalda me dolía mucho.
Cuando volví, en la tierra habían pasado millones de años. La evolución había desplegado sus efectos. Las plantas se habían extendido prácticamente por todo el planeta, había peces en la mar y animales en la tierra. Su número resultaba incontable, incluso para mí que soy omnisciente.
Vi lo que había hecho y me gustó. Introduje dos leyes más: la de la organización y la de la cooperación.
Tuve que apartar mi vista del nuevo mundo, tenía que tomar la medicación.
No tardé casi nada en regresar, ahora vi unos seres que estaban al frente de todos los animales, se dedicaban a la caza y la pesca, no pasaban mucho tiempo en el mismo sitio, eran nómadas. Advertí que todo era bueno y añadí a mis mandatos el de la especialización en las tareas.
Mientras me distraje leyendo el correo electrónico, al continuar mi observación me enteré de que unos individuos de la especie dominante habían utilizado la violencia, llegando a dominar a otros entre sus iguales. No me gustó así que volví a hacer de legislador e introduje los principios de la libertad, y el respeto.
Pasado un rato, que yo había empleado en repasar otro de mis cuentos, fui sabedor de que algunos de estos tipos seguían desobedeciendo y abusaban los más fuertes, de los más débiles. Me enfadé y a punto estuve de borrar el relato.
En esas estaba cuando advertí en la parte inferior derecha de mi pantalla algo que se movía, hice un zoom y observé a un hombre de mediana edad que ascendía por un monte, mientras exclamaba: “Jehoví, Señor, espera”.
Llego a la cima y me dijo:
— Señor, he sabido que quieres borrar este cuento, olvidarte de nosotros y que la causa de ello es la injusticia que campa a sus anchas en nuestras tierras.
— Así es, empiezo a estar harto de vuestro comportamiento, estoy arrepentido de haberos creado.
— Es cierto, pero también hay gente justa, que desaparecería junto con los malvados. ¿Si encontrase diez hombres honrados, nos suprimirías? ¿Si encontrase a cinco que harías? ¿Y si no hubiera más que uno?
— Reconozco que en parte tienes razón, pero tenéis que cambiar de gestión, así no podemos seguir.
El tipo se quedó pensativo, tras valorar lo que iba a decirme argumentó de nuevo: “Es cierto, danos todos tus mandamientos, yo, mis hijos, los hijos de mis hijos, nos encargaremos de que sean cumplidos.”
Poco a poco le fui dictando diez mandamientos, unos por su bien, otros para poder seguir manipulándolos cuando yo considerase que era necesario.
Finalmente le dije: “En todo caso voy a introducir otra variable, esto no puede saliros gratis, a partir de ahora existirá la muerte, así limpiaremos este mundo”
El hombre bajó de la montaña, iba contento con dos tablillas en las que había escrito mis órdenes, ¿le haría caso su pueblo?
Realmente no me interesaba demasiado, tengo otros cuentos, otros escenarios que crear.

YOLILLANA

FANTASÍA
Según la RAE, la primera definición de Fantasía es:
“Facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales”.
Y lo más parecido que se me ocurre que pueda coincidir con esa descripción, es lo que me sucede desde hace algunos meses.
No os lo vais a creer, pero cada noche me visita un caballo blanco y alado, que baja desde el cielo hasta mi ventana para recogerme y llevarme, mientras los demás duermen, a visitar lejanos lugares.
Puedo ir cada noche a un lugar diferente. A veces lo elijo yo y otras veces solo me dejo llevar.
Para elegir dónde quiero ir sólo tengo que visualizarlo y Goloso, nombre que le puse la noche que me robó, literalmente, una nube de azúcar que me estaba comiendo, me lee la mente y me lleva allá donde yo quiera ir. Desde ese día siempre llevo conmigo una bolsa de nubes de azúcar.
No puedo explicar lo que siento al cruzar el cielo cada noche, agarrada a la preciosa crin blanca de Goloso, viendo las luces de la ciudad hacerse cada vez más pequeñas según vamos ascendiendo, notando el aire fresco en la cara, cruzando las nubes y pudiendo casi acariciar las estrellas cuando pasamos cerca.
Creo que esos deben ser los verdaderos viajes astrales.
Hace un par de semanas Goloso llegó a mi ventana antes de lo habitual y yo aún no había pensado dónde quería ir, así que me dejé llevar. Esos viajes suelen ser los mejores, la incógnita mantenida hasta el mismo momento del “aterrizaje” se suma a la emoción que siento durante el vuelo.
Pero esa noche Goloso no aterrizó.
Por primera vez desde que comenzaron nuestras aventuras, se posó en una nube gigante.
Y allí estaba mi abuela.
Bajé de mi corcel y me dirigí hacia ella muy despacio, entre nerviosa y asustada.
Pensé que aquello era un regalo de las estrellas que todas las noches me veían cruzar el cielo.
Porque siempre he pensado que me faltó mi abuela, que murió demasiado joven y me quedaron muchas cosas por hacer con ella.
Pero sobre todo que le faltó tiempo a ella para jugar y disfrutar de sus nietos, que somos muchos.
No voy a relatar todo lo que hablamos, solo diré que aquella noche fue más larga de lo normal y llegué a casa cuando ya había amanecido.
Y que desde esa noche no tengo que decirle nada a Goloso.
El ya sabe a qué nube me tiene que llevar.

GLORIA ALBADALEJO

LOS VIEJOS
Era mi primer día de trabajo en ese geriátrico. Había hecho un simple cursillo de dos semanas y cuando acabé, me metieron ahí. Yo nunca había trabajado en eso, ni siquiera cuidé jamás de un anciano, pero, al no encontrar otra cosa, me decidí a hacer caso a las personas que me lo recomendaron.
No estaba preparada todavía para ver esas caras, esas arrugas, esos ojos tristes y penetrantes, esa quietud, ese silencio. Parecían almas en pena en vez de abuelos y una pura fantasía sacada de un cuento de terror.
-No les hagas caso cuando te llamen
Me decía Elena, mi compañera de trabajo. Ella sabía de qué iba el tema, pero yo no.
– ¿Por qué no puedo atenderles?, ¿dejar que me expliquen cosas? -le preguntaba.
Se iba sin responderme. Solo a lo lejos la escuchaba, que me decía. -Hazme caso-
Esa noche era mi turno. Tenía que estar yo sola con todos ellos. Aunque durmieran, era mi responsabilidad estar atenta para que no les ocurriese nada. Tenía que vigilarlos.
-Ahhh… – ¡Dios!,¿qué es eso? -alguien gritó. Era en la habitación de la señora María. Mi corazón comenzó a ir más rápido de lo que ya iba. Fui hacia corriendo.
Me dijeron que cualquier urgencia, llamara al teléfono que tenía apuntado en un papel que llevaba a todas partes.
-Ahhh… -Voy, por Dios, ya llego.
-Pero que co… ¿Qué hace usted de pie, señora María?, ya le ayudo a acostarse.
-No, nooo… -Miraba hacia la nada, estaba asustada.
– ¿Pero, que le pasa?, ahí no hay nada- le decía. Yo también estaba nerviosa. Yo allí sola, sin experiencia y con esos abuelos extraños.
Al final conseguí a duras penas, meterla en la cama, pero la dejé con esos ojos abiertos de par en par y asustados mirando hacia ningún sitio. Parecía un cadáver recién muerto.
Al marcharme, cerré la puerta y la dejé allí sola. Escuché un ruido profundo, pensé que, a lo mejor, se había caído de la cama, pero no me atreví a entrar. Me temblaban las piernas. Saqué el teléfono del bolsillo del batín, lo miré, lo volví a guardar. Tenía que mantener el puesto de trabajo. No se me ocurría otra cosa a la que dedicarme y no me gustaba estudiar.
Ya no escuché más a esa mujer. Estaba bien cerrada con llave en su habitación, pero esta parecía que quería abrirse. Esa fuerza desconocida, parecía más bien, a la de un monstruo, tal vez, la de un demonio, pero no la de una ancianita. Me daba terror acercarme a esa puerta. Salí de allí y me dirigí hacia otro sitio más tranquilo. Solo quería descansar durante unos minutos, aquello me había inquietado.
Me daba la sensación, que los golpes me seguían a todas partes y también escuchaba ruidos extraños por todos los rincones de la residencia. Ese silencio mezclado con todos esos sonidos, me parecía anormal.
Estaba intentando calmarme un poco, cuando de repente, escuché otro grito que provenía de otra habitación. Me levanté de la butaca sobresaltada y me dirigí hacia el lugar siniestrado, por decir algo.
Esa vez era en la habitación del señor Juan. Tenía entendido, que el pobre hombre, debido a su edad avanzada y enfermedad, hacía tiempo que no pronunciaba una sola palabra, ni siquiera un quejido. Me extrañó que fuera en esa ocasión que el hombre gritara.
Cuando llegué, pude comprobar, que tenía las mismas poses extrañas que la otra mujer. Los ojos muy abiertos, mirando hacia el techo, como si estuviese muerto.
-Señor Juan, señor Juan- le sacudía en el hombro. Estaba frío, pero respiraba muy débilmente.
– ¿Qué le ocurre? – no respondía, solo miraba hacia arriba y sus ojos asustados, se volvían casi blancos, como si estuviera en trance.
Todo eso no me gustaba. Saqué de nuevo el número que tenía marcado en el papel y fui en dirección al teléfono para llamar, tal como me habían dicho si había algún problema. Estaba en ello, cuando escuché otro grito de otro abuelo. Este todavía me parecía más fuerte, parecía que lo estuvieran matando. Fui hacia esa habitación. Era el señor Manuel, le ocurrió lo mismo. Miraba hacia algún lado con los ojos casi en blanco. Cerré la puerta y salí de allí corriendo. Marcaba el teléfono mientras escuchaba varios gritos más, pero este no respondía. ¿Las líneas ocupadas?, ¿ese teléfono no existía?, ¿no había nadie al otro lado?, ¡maldita sea!, pensé, me voy a volver loca.
Tenía unas inmensas ganas de salir de esa casa de desquiciados, desaparecer, huir, pero no podía dejarlos solos, eso me llevaría a una denuncia y a lo mejor, algo peor, con penas de cárcel porque era realmente un delito.
Me encerré en una habitación vacía y entonces empecé a escuchar mí nombre. Todos los abuelos me llamaban histéricamente.
-No les hagas caso, no los escuches cuando te hablen, hazme caso. Me acordé de esas palabras de Elena y me tapé los oídos.
Ya no sé lo que pasó más. Los gritos ensordecedores, las llamadas insistentes, quedaron al final, en silencio.
Lo que ocurrió a continuación, fue, cuando algo que había en el techo, me llamó también. Tuve que mirar y no debí hacerlo. Esa cosa oscura y repugnante, me llamaba.
A las seis de la mañana, escuché algo en la puerta de la calle, alguien llegaba y después una voz, dos voces, no, creo que eran más. Una de ellas era Elena, las otras no las conocía.
Me encontraron mirando hacia él techo con los ojos en blanco, igual que a los demás. Llegaron muchas ambulancias, las oía, escuchaba sus sirenas de emergencia y desesperadas para actuar lo antes posible. Nos recogieron a todos y escuché en mi cerebro mientras me llevaban hacia el hospital.
-Ya nos hemos cargado a otra y, además también nos hemos quitado a los viejos de encima. Ahora esperaremos a las próximas víctimas.
Y sus risas histéricas de locos, se adentraron en mi cerebro produciéndome todavía, más desesperación y terror.
No sé qué me pasó por mi cabeza al pisar ese geriátrico, pero lo único que decidí hacer en ese momento, fue marcharme de allí. Mi mente me había advertido, de que algo malo podía ocurrirme si comenzaba a trabajar en ese lugar, así que me fui al tener esos pensamientos, ideas, sueños, extraños hechos inexplicables que sumergieron en mi interior durante no sé cuánto tiempo y el único recuerdo que tuve al salir de ese infierno incumplido, fue la mirada de esa tal Elena que perduró durante un tiempo en mi cabeza, hasta que desapareció de mi vida para siempre. Aunque no, la cosa oscura que me siguió a todas partes, en el interior de mi ser.
Fin de la historia.

FÉLIX LONDOÑO

¿Fantasioso yo? ¡Qué te lo expliquen los de la funeraria, esos si que tienen imaginación! En esta oportunidad llegué temprano a rendirle tributo al muerto de turno.Tamaña sorpresa la que me llevé en la puerta de la sala de velación al leer mi nombre y apellidos en uno de los carteles a la entrada del recinto. ¡Lo que se siente cuando te dispones a velar a tu homónimo! Crucé el umbral con cautela, temeroso. Aparte de un ataúd vacío, alumbrado por un par de cirios a ambos costados, la sala estaba desierta. Me dirigí hacia el fondo donde se veía una puerta entreabierta. La empujé con algo de prevención. A la ceguera que me produjo el relámpago le siguió la quemazón que alcance a sentir entre ceja y ceja. ¡Lo que te puede pasar cuando escasean los muertos!


EL FARO

«Teniamos quince años y madrugadas largas, no había mucho más que eso, todo se limitaba a comer alguna pizzas y tomar algunas cervezas frias ..y a escondidas.
Uno de nosotros tenía una abuela cuadriplejica y mientras lo acompañabamos en su desvelo, la noche pasaba y pasaba.
Primero era música, luego chismes y el Ouija.
Ahí.. traíamos la copa de la abuela Maria. Preparábamos la mesa con las letras parejitas y el Si y el No. Apagábamos las luces y abríamos las ventanas.
Queríamos saber que sería de nosotros, el destino que nos tocaba, la varita de la suerte.
Cuando me tocó mi turno, recordé a José.. Un jovencito rubio de pelo largo, que había hecho amigo en la plaza; le gustaban los pájaros y los árboles para subirse, recostarse cara al sol sobre el pasto. Y cantaba.
Siempre su torso desnudo, tostado, y unos ojos curiosos y unas palabras raras que mechaba cuando hablaba.
– ¿Que dices José? Ingenua le preguntaba
-Nada.. y se reía, tu no entiendes; soy gitano.
A los meses desapareció de las tardes compartidas y empecé a buscarlo pero casi nadie sabía nada.
Lo lloré un poco todas las noches porque lo encontraron flotando en el río y dicen las vecinas que se había suicidado.
La copa se movió y dijo que Sí
Y le volví a preguntar
– José, dime José..¿te has tirado del torreón esa noche de tormenta?
Sí.. se movió la copa.
Fue triste y fuerte.
Y terminó el juego y cada uno de nosotros se fue a su casa,..
José solo tenía quince años.
Mi tía vivía enfrente de la casa, en un piso alto.
– Que hacías anoche en el balcón de Ernesto, parecía que llorabas?
_Estaba triste tía, tenía un nudo en el pecho, no es fácil entender que a veces no se quiere vivir, que todo está por venir y no importa, que hay penas tan hondas que es mejor matarlas.
_Sin embargo yo ví que te consolaban
_ ¡Estaba sola!
_ Era un joven alto, rubio, y con una camisa oscura, desde lejos parecia con lunares blancos. Te rodeaba con sus brazos y te besaba el cabello mientras llorabas.
Jose murió en diciembre, lo velaron en su casa, todo rodeado de velas, sus amigos cantando; con una camisa nueva, negra como la noche y estampada con estrellas blancas.
Tenía quince años y me consolaba.

IKER YELED

Para J. la fantasía era parte de su vida. Él mismo lo reconocía. Sonreía tanto cuando caminaba por la calle como cuando se dirigía al trabajo, en el parque o en su casa.
Vivía en un mundo lleno de magia. Como aquella película: «Sonrisas sin lágrimas»…
Un día, E. (su amiga) le dijo que siempre podría imaginar toda su vida como si viviera una fantasía, una ilusión fantástica.
El momento en el que consiguió salir adelante solo, después de haber terminado una relación de diez años con la misma persona, fue cuando comenzó a socializar con otra gente diferente, que le había abierto un mundo nuevo que le pudo dar apoyo ante esa nueva situación inesperada.
Fanatismo religioso, decían. Pero en ningún momento fue aquello.
Quizá fuera un intento de inventar algo distinto, ficticio. Tal vez fuera agradecido por la oportunidad de haber logrado un inmenso placer en su amada alegría.
En todo caso, consiguió volver a ser feliz como antes había sido, esta vez, en su adorada soledad. Su mayor fantasía…

LOLY MORENO BARNES

Alicia, desde que conoció a Carlos, tenía la fantasía de ser extremadamente pobre. Ella ya era pobre pero quería serlo más , mucho más, tanto como se pudiera.
Alicia no se refería a la pobreza del alma, ni de espíritu, ella pensaba en los bienes materiales, esos que provocan que los humanos adoren el poder y el lujo y se pierdan por ellos.
No quería eso para su vida. Pretendía solo tener en unos años hijos que le hicieran sentir orgullosa de su familia.
Educarlos en la humildad y valores. Pasear de la mano de su amado esposo y estar unidos en las buenas y en las malas y cumplir el dicho de su abuela: “Contigo pan y cebolla”
Era capaz de irse a vivir bajo un puente, como quien dice , pero que nunca le faltara la fidelidad y amor de su esposo.
Carlos era un chico bueno y trabajador, los dos eran muy jóvenes cuando se conocieron y enseguida se dieron cuenta de que querían pasar toda la vida juntos.
Pero las fantasías de Alicia no eran las mismas que las de Carlos.
Él era ambicioso, a pesar de nacer en un hogar humilde y quería un mejor futuro económico para su familia.
A ella no le pareció del todo mal que pretendiera progresar, siempre que fuera de forma honesta y le ayudaba a cumplir sus sueños, aunque no necesitaba nada más para ser feliz que su compañía y lo justo y necesario para comer y vestirse de forma digna.
Al poco tiempo se embarcaron en una hipoteca y una pequeña empresa.
Él no quería hijos, pero consintió en tenerlos para complacer a su esposa, que desde que la conoció quería tenerlos.
No se alegró ni del primero, ni del segundo, ni del tercero…
Ella en cambio vio en cada uno de ellos la bendición de Dios.
Pasaron los años y a pesar de que parecían un matrimonio perfecto ella sufría por las deudas de los malos negocios de él y él le recriminaba que todo lo que intentaba hacer era por ella para que no le faltaba de nada y si las cosas salían mal ella debía trabajar más para poder apoyarlo una y otra vez.
Entonces, él se quejaba que ella se pasaba muchas horas y fines de semana trabajando para pagar deudas dejándolo solo en casa.
Apareció entonces una jovencita veinteañera para cumplir sus nuevas fantasías.
Así, tanto las fantasías de uno y otro se transformaron en fantasmas que fueron separándolos hasta que una quimera terminó con todo el amor que ella sentía y dejó su corazón roto.
Loly Moreno Barnes

IVONNE CORONADO

El experimento
Lunes por la mañana.
Me duele la espalda. Me han salido dos bolas rojas. Apenas he alcanzado a tocármelas.
Martes
Esas protuberancias siguen peor.
Traté de mirarlas en un espejo. No pude.
Miércoles
Al fin las veo, dos espejos me ayudaron. Han crecido.
Me duele si las toco.
Jueves
No puedo creerlo. Parecen muñones de ala de pollo.
Viernes
Por suerte vivo solo. Ya no trabajo. Sino, seguro sería el hazmerreir de todos.
Sábado.
Son alas! Y cómo las escondo.
Me estoy volviendo loco?
Domingo.
Ya puedo extenderlas.
Iré a ver si sirven para algo.
-Papá, papá, mira a ese señor, se va a tirar al barranco!
-Hijo, es un pájaro, no miras sus alas?
El hombre-pájaro venía de nacer.
Hacía poco Silvano se había presentado como voluntario a un experimento extraño. Este era el resultado.

GABRIELA MARTÍNEZ ULLOA

Extracto de las memorias extraviadas del gato con botas
Yo, Giovanni Francesco Straparola nací un ominoso día de luna llena. Aunque a nadie llamó la atención el arribo de una camada de gatos genéricos, supe en el mismo instante del alumbramiento que sería un ser distinguido. Ese pequeño gatito pardo de filiación genérica que fui en mi temprana edad entendió pronto que existía una clara diferencia entre él y la ráfula de individuos con los que hacía poco había compartido el espacio placentario. Lo que claramente era una familia instagramiable para muchos, para mi representaba un triste grupo de inútil ternura con escasas necesidades y aspiraciones aún más cortas. Sus retozos inconstantes hacían imposible que pudiera concentrarme en mis estudios del latín. Me estaban sofocando.
Fue durante un sueño premonitorio en que viajaba acompañado de un dragón y un ogro, cuando comencé a fraguar la inminente partida del refugio que compartía con el desaliñado grupo que se decía mi familia. Nadie que comprenda la experiencia de crecer entre bestias salvajes podría reprocharme el abandono. Después de cohabitar durante meses con otros felinos, entendí que esas criaturas brutas sólo sabían socializar abusando de todo tipo de contacto físico que fuera lo suficientemente extremo para permitir la convivencia de sus pulgas. Yo estaba poseído por un deseo de futuro.
Un día que las pequeñas bestias dormían encimados unos en otros, como nudos de tallarín, pude hablar con mi madre. Abrí mi corazón para exponer los penosos detalles de una vida compartida con una bola de impúdicos, sátrapas y temperamentales inmaduros. Le expliqué que mis días eran los de un artista prisionero en un reducto cultural, cuyo mayor reto exigía regurgitar bolas de su propio pelo. Le conté sobre mis sueños de acuñar fortunas en reinos distantes y arriesgar a la muerte ocho de mis nueve vidas. Cualquier público, medianamente empático hubiera entendido el dilema, pero no mi madre, que siendo una gata experimentada en el mitote se atrevió a decirme: «Pues vete, si quieres, gato».
Devastado tras la imposibilidad de hacer que la gata mañosa reconociera mi valía, dejé la maloliente madriguera aun siendo un felino precariamente nutrido. Sin mirar atrás, me calcé un par de botas y di paso preciso a mi muy indeterminado plan. Caminaba y caminaba y no encontraba camino; ciento treinta y cinco días de montes sin topar con tráfico que trazará un porvenir. Muchos meses después y lejos del basurero que me vio nacer, un barullo de migrantes caribeños que discutían, irrumpieron el ritmo meditativo que por meses llevó mi andar. Eran unos treinta y cinco adultos, de acentos indistintos y vestuarios autóctonos como los llevaban los chamullas del siglo dieciséis. Las féminas usaban perfumes con tonos en madera de huizache y mezquital, y peleaban con los otros por los lugares en el tren.
Aunque todavía mordía con dientes de leche, no me bastó ni un instante para reconocer la llamada a la aventura. Sin saber que antes trajo la gloria a Aquiles y a la ignominia a Agamenón, acerqué mis bigotes con confianza para hacer clara mi participación, impulsado por la certidumbre de mi grandioso destino. Dicho ésto, es difícil pensar que un personaje de mi estatura alguna vez hubiera sido desacreditado, pero les cuento que mi atrevimiento causó una mezcla de risa y ternura. No faltó el que dijo «Ay un gatito», el infeliz.
Más tarde, en mi entrevista con los delegados chinos que vinieron a negociar los precios del litio en Sonora, relaté cómo esta facha de gato miserable facilitó que ocultará mi potencial. Instrumento mágico que fue verificado cuando utilicé mi entrenamiento con las fuerzas especiales israelís para infiltrar la toma del Capitolio. En esa época vivía con una joven que favorecía el uso de vestimenta, a toda vista diseñada para gustarle a los viejos. Un buen día llegó a la casa con un extraño y lo presentó como su primo. Gracias a mi extraordinaria habilidad por distinguir acentos, noté en su conversación el sonido de cuerdas del banyo que lo delató como oriundo de los Apalaches. Claramente era una afrenta que terminaría con sangre y una de mis vidas.
Después de muchos años agradezco no haberlo matado; lo indulté por ignorante ya que el estado confederado al fin se encargó de mandarlo a la isla de Rikers y yo pude dedicarme al tráfico de influencias en las redes sociales de países fundamentalistas. Fue precisamente, en el mercado de Shiraz, mientras facilitaba el movimiento que llevó a miles de mujeres a protestar en la calle, donde encontré el ágata persa que regalé a mi madre.
Poco después de perder otra vida cuando salí disparado desde un cañón, regresé a verla unos días antes de su muerte y le pedí un nombre propio para poder pedir un deseo. Mi madre, cansada de cuidar a su sexta camada contestó displicente: “los nombres los ponen los humanos, nosotros nos olemos … sonso”. Pero yo, cuya determinación estaba forjada para enfrentar un grandioso futuro exigí a gritos un apelativo del tamaño de mis aspiraciones. Entonces mi madre suspiró y me nombró: Giovanni Francesco Straparola, alias El gato con botas.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

FANTASÍA TECHNO.
Fui con mis amigas al lugar de moda. Muchas tapas, mucho techno. Punchi – Punchi- Punchi – Punchi…
Tanto tiempo las tres solas sin juntarnos. Nos reímos como antes, bastaron un par de copas para ponernos al día en lo esencial.
El lugar se llenó al cabo de unos minutos. Mucho humo, muchas risas y el DJ que sube el volumen: Punchi – Punchi- Punchi – Punchi…
Escucho poco y comienzo a perder interés en la conversación, entonces propongo un brindis. Eso me da la oportunidad de mirar al rededor. Tanta gente joven, me digo, bueno, para poder mantener el hilo en medio del Punchi – Punchi- Punchi – Punchi.. hay que tener al menos juventud.
Sigo observando.
Tantos solos juntos, moviendo la boca como si conversaran, pero no, estoy segura que al igual que yo, miran y sonríen de vez en cuando , mostrando un falso interés por sus interlocutores para no quedar en evidencia de que no escuchan un carajo.
Mientras mis amigas no paran de hablar, supongo que del trabajo, o del marido, dejo escapar mi mirada por este local de rojas paredes, y mesas pequeñas. Muy fashion, mucho diseño en su concepto, mucho Punchi – Punchi.
De pronto, siento que unos ojos se posan en nuestra mesa. Yo sin disimulo alguno, fijo la mirada en ellos. Él habla por teléfono pero no me despega la vista.
Por su ropa , calculo que debe tener unos veinticinco años y por como se mueve al ritmo del Punchi – Punchi- Punchi – Punchi..sospecho que debe ser bastante bueno en la cama, su mirada traviesa me dice que piensa lo mismo de mi.
El ruido es ensordecedor. Yo sonrío y celebro falsamente con mis amigas, mientras mi mente a mil por hora imagina lo que podría pasar más tarde si me tomo otro mojito y …
De pronto, alguien grita que hay que irse, que hay que madrugar y qué se yo, bajándome de la nube de golpe y porrazo.
Apago el cigarro con un gesto aburrido y doy una mirada general con la esperanza de que aquel par de brillantes ojos aún estuvieran ahí, y ahí están, insistentes y divertidos. Vuelvo a revivir.
Está es mi oportunidad. – Yo pago la cuenta – les digo a mis amigas en medio de las risas y el humo. Me pongo el abrigo y dejo el lápiz a medio salir por el bolso. Él está justo entre la mesa y la única puerta de entrada y salida. Voy lentamente, detrás de mis amigas abriéndonos paso en medio del Punchi – Punchi- Punchi – Punchi..
Al pasar por su lado , sin dejar de mirarlo, dejo caer el lápiz con maestría, casi a punto de rozarlo y sigo caminando. De reojo advierto que se agacha a recogerlo y justo cuando levanta la voz para que pueda oírlo, la música se detiene bruscamente.
– Señora, se le cayó el lápiz-
Cientos de mudos ojos se dirigieron hacia mi.
Adoptando en mis mejillas el color fashion de las paredes, regreso sobre mis pasos y musito un ahogado -» Gracias»-
Salgo lo más a prisa que me lo permite el aglomerado pasillo, sintiendo en mi cuello una penetrante mirada, que al girarme antes de salir, puedo advertir que igual me regala un cómplice guiño.
El Punchi – Punchi- Punchi – Punchi..retumba de nuevo en mis oídos, mientras dejamos atrás la bulla y la gente, que entre medio del humo termina de beberse todo lo que queda de la noche.

BEA ARTEENCUERO

En mis manos quedo el libro, que estaba leyendo, a la espera que continuara con la historia impresa en sus paginas;
Mientras dormitaba a la sombra de un viejo árbol.
Una vos muy suave me susurra.
– Si quieres te llevó.
– Adonde? Respondo entre sueños.
– Allí, al lugar que deseas.
– ¿ Y tú como sabes?
– Yo se lo que sientes.
– Nunca lo comente con nadie.
– También lo se, lo guardas muy dentro tuyo, pero no dejas de pensar en ello.
– Donde quiero ir es imposible llegar.
– Solo dejate guiar.
Sin esperar respuesta me tomó de las manos y en un instante increiblemente estaba flotando en el espacio, tenía alas.
Volaba juntó a un ser alado, parecía un Angel.
No pensé en nada y me deje llevar.
Estaba pasando entre las nubes.
– Llegamos .
No podía creer, lo que veia…
– ¡Que maravilla !.Ni que estuviera en el paraiso.
– Justamente…Es el paraiso..
– Pero..como? ¿ Quien eres ? ¿Estoy soñando?
– Soy quien puede cumplir tus desos imposibles, tan sólo disfrutalo.
Y se aleja.
Estoy aturdida, no logro coordinar,
El lugar es bellísimo, me siento feliz,
Se escucha una música muy tenue.
Y allí…allí ésta mi madre sonriendome, mi padre, mi hermana,
Vienen a mi encuentro, y todos los seres que en algún momento fueron parte de mi vida; No logro articular palabra, pero en mi mente se forman preguntas y al instante tengo la respuesta allí mismo; Fue tan sólo un instante.
Poco a poco se fueron desvaneciendo y quede sola nuevamente.
A mi lado esta él ser alado.
– ¿Estas Feliz?
– Solo pude decir…¡ Gracias!
– ¿Quién eres?
– Soy tu Angel!!! Quería qué alejaras las sombras que rodean tu espíritu,
La vida terrenal es una estación a la que todos llegamos.
– Me tomo de las manos, abri las alas y otra vez el espacio infinito;
Camine entre las estrellas y bese la luna.
Cuando abrí los ojos sentí dos lágrimas asomando a mis ojos, pero una gran paz albergaba mi corazón.
No se si fue real o estuvo en mis anhelos más profundos, lo cierto es que hoy…
¡¡Visite el cielo!!
Somos marionetas del destino arrastrados hacia un final predestinado.
Siempre regresamos..
De todas las formas volvemos!!!
El alma es etérea…

SHEILA SHEILA

Hasta donde el cuerpo debe aguantar el dolor? A caso no hay derecho a morir dignamente ante una terrible situación o una enfermedad termina? Eso se preguntaba Chira una habitante de estrato medio la cuál le descubrieron a mitad del año que tenía Alzheimer a los 17 anos .no podía continuar con sus estudios pues le quedaba muy complicado cumplir con las tareas además debía aguantar las constantes burlas de su compañeros de clases «olvidadiza» «no me hago con usted por qué Paila pierdo la materia » entre otras sucias cosas…. Los meses pasaban como un bólido demasiado rápido para ser real. Pronto ya se le olvidó el lugar de la escuela y tubo que dejarla rápidamente para quedarse en casa sentada en una silla de mecer aunque todavía recordaba su niñez y algunos juegos ya se le habían olvidado las cosas básicas del colegio.. eso la hacía deprimir y querer terminar con su existencia debido al que el sistema de salud de su ciudad decía que todavía puede seguro unos cuantos anos más … Sin tener el cuenta el suplicio que para ella representaba con solo abrir los ojos cada mañana.. algunas profesores le llevaban regalos para que se sintiera en compañía . Al verlos ella solo hacia gesto de agrado con los labios … Para la mamá toda esta situación era una total fantasía de terror por qué savia en lo que terminaría … A los 3 meses la madre la lleva a un lugar de ancianos. Es el lugar donde la recibieron ,ya no la podía seguro cuidando puesto que se colocaba agresiva y no tomaba los alimentos. Un mes después falleció de una falla respiratoria debido a las complicaciones de la misma enfermedad…

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24 comentarios en «Fantasía – miniconcurso de relatos»

    • Mis votos para:
      Pedro Antonio López Cruz-Almas de algodón
      José Armando Barcelona -El lado obscuro
      Borja AJ – El bunker literario
      Si hay manera de compartir lugares, quiero mencionar a Irene Adler, con «Doce piedras», a Bego Rivera, con «El principio del fin», María Jesús Martínez Sandro. En fin, hay tantos buenos relatos que les daría a todos algo. Tienen mi aplauso.

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