Dolor – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «dolor físico». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 30 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Eureka Rodríguez se despertó sobresaltada, ¡dichosa muela!, algo había que hacer con ella.
Enchufó presurosa su portátil y se puso a indagar sobre clínicas dentales. Ella nunca había estado en ninguna, nunca le había dolido un muela, ¿por qué ahora sí? Se lo achacó inmediatamente al hecho de haber roto con su novio, ¡como lo odiaba!, ¡él era el culpable!, si no hubiesen roto no se hubiese refugiado en las gominolas viendo pelis de Nektlis o Altazón, las plataformas televisivas de moda en estos días. Súbitamente un anuncio llamó su atención, “Puede que le duela una muela, pero el bolsillo no” rezaba el anuncio de Clínicas Cabrera, rauda cogió el teléfono y concertó una cita.
-Clínicas Cabrera, ¿alo, dígame?- espetó una dulce voz de mujer.
-Hola, pog favog, me buele pucho una muela y tecesito ayuda.
– No se preocupe, ha llamado al sitio indicado.
Después de concertar la cita, para esa misma tarde, Eureka Rodríguez se lanzó en picado a por la botella de aguardiente de coliflor para aliviar el insoportable dolor. Se ponía un trago de aguardiente en la muela y la muela se le dormía, el problema era cuando se le pasaba el entumecimiento, que volvía esa sensación punzante, en la que le entraban ganas de darse cabezazos contra la pared, de golpearse la zona dolorida, meína, chillar y todas esas otras sensaciones asociadas al susodicho dolor.
Pasó el tiempo como pudo esperando la hora de la cita y por fin llegó. Cogió su seat 850 y se dirigió a la consulta. No le fue difícil encontrarla, pues en el pueblo solo había dos calles, aunque si le costó un poco más encontrar aparcamiento. La consulta era realmente una antigua tienda de ultramarinos donde todavía se podía adivinar el rotulo en la fachada de bajo de la pintura, “Ultramarinos Cabrera”, que probablemente sería el negocio familiar antes de que el Dr Cabrera sacase el título, aunque encima había un rótulo luminoso con el nombre de la clínica y una especie de adonis griego con unas tenacillas en la mano,
Llamó al timbre y le abrió una chica joven.
-Hola bienvenida a Clínicas Cabrera, ¿Eureka Rodríguez?, pase por favor y póngase cómoda, en un instante le atenderá el doctor.
Después de unos cinco minuto ojeando las revistas – Adiós, Escrituras, etc.- salió un joven bastante apuesto con una bata celeste que la invitó a entrar en la sala de extracciones.
-Veamos que tiene ahí, abra la boca – dijo el joven de la bata celeste una vez acomodada en el sillón.
-Ahhhhh-
-Hummm, esto necesita una endodoncia con urgencia, antes de que vaya a más.
– ¡Y juanto ve va a tostar? – preguntó Eureka con la boca abierta todavía y el aparato del doctor dentro.
– 49,99 más barato que el paquete Vomistar plus y más efectivo.
– De acuerdo doctor, hágalo- añadió ella.
Después de preparar todo, el doctor le introdujo la jeringuilla en la boca y anestesió la zona afectada. Después de unos minutos de espera y comprobar que la anestesia había hecho efecto, se dispuso a matar el nervio. Después de una media hora, estaba ya todo listo para el emplaste cuando de repente saltaron los fusibles, y se fue la luz después de incendiarse el cuadro de los diferenciales eléctricos.
– Nooo- exclamaron el doctor y la paciente al mismo tiempo.
Dos figuras salían furtivamente por la puerta de atrás de la consulta.
-¡Corre, Lisensiado, corre!
-Raudo y veloz, Santi, raudo y veloz!
-¿Por qué lo hemos hecho, Santi?
– Era mi ex.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Lo reconozco, soy una persona preocupada por el orden. Sobre todo el cajón de los cubiertos .
Estos utensilios de cocina me llevan a tenerlos en una correcta perfección, tanto es así, que llego a un punto que toda yo soy obsesion.Mas en casa, también vive mi familia y estos pasan de mis manías.
Metí como de costumbre la mano en el cajón de los cubiertos, se podría decir que con los ojos cerrados sé cuál de ellos ocupa su puesto.
Con lo que no contaba es que alguien había dejado una navaja de punta afilada y abierta tirada de cualquier manera por encima de ellos.La punta de la navaja se metió entre el dedo y la uña de uno de los cinco de mi mano.
Un dolor de desmayo hizo a mi cuerpo caer al suelo llevándose tras de sí la ordenada cubertería .

BENEDICTO PALACIOS

Emilio jamás había subido al Everest ni al Aconcagua, pero padecía uno de los síntomas más conocidos y frecuentes. Le costaba respirar, el aire se le atascaba en los pulmones y no fluía, henchía el pecho y abría los conductos nasales a ver si lograba cierta mejoría. Cero resultado. Si estuviera cerca del mar y pudiera abrir los brazos a la brisa o refugiarse un par de días en el pueblo. Oxígeno es lo que precisaba, pero todo quedaba tan remoto y lejos que se conformó con abrir las ventanas del balcón, sentarse en una silla de plástico, abrir distraídamente un libro y contemplar el ir y venir de la gente sorteando los coches que se aglomeraban en la calzada. Aun con mengua, respiraba al fin.
¡Qué sosería preocuparse por una simple entrevista! Porque este era el motivo. Una antigua compañera de estudios, amiga y periodista, había metido cabeza en una televisión y quería entrevistarle.
—¿A mí, por qué a mí precisamente?
—Porque sobre el asunto que traigo entre manos tú tienes algo interesante que contar.
Tardó una semana en concretar la fecha y hora. ¡Qué semana! Emilio registró escritos y publicaciones y volvió a leer los libros que se había atrevido a comentar porque estaba seguro de que Paloma, la periodista, quería conocer la opinión de algún premiado de renombre.
—No será la entrevista en directo.
—Por supuesto que sí.
Se descompuso. A ver con qué trazas se presentaría ¿con corbata, con un polo, con un jersey? ¿Se afeitaría la barba, se arreglaría el bigote? Y de remate algo que no estaba en sus manos controlar. ¿Qué voz le saldría, con qué inflexiones, de qué registros dispondría, se quedaría mudo? Estuvo a punto de negarse, de no asistir o llegar a la misma puerta del estudio y darse media vuelta. También le pasó por la imaginación largarse a la otra punta de la península o si no al pueblo. Era así de fácil. Había salido de viaje y el coche le había dejado tirado en medio de una carretera secundaria, a donde tardaría un siglo en llegar la grúa.
No llegaría la grúa, pero sí el día que habían acordado. Se levantó a las 7 de la mañana y se sentó frente al ordenador para repasar el resumen de lo escrito la noche antes. Sobre el respaldo de la silla había dejado un pantalón de estreno y un polo del mismo color. Se roció de colonia y se vistió. Llamó un taxi por el móvil. Que no llegue, que haya un atasco, un socavón. Afán inútil, el taxista llegó puntual.
—¿A dónde le llevo?
—A televisión para realizar una entrevista —contestó en extremo indeciso.
El taxista le miró con desconfianza. No le pegaba. Más parecía que tuviera una cita con el médico. El señor no estaba bien. Tuvo que preguntarle por dos veces la dirección. A Emilio la voz no le salía.
—¿Está seguro de que le han dado bien las señas?
No respondió. Tenía el rostro más blanco que la cal. O se tranquilizaba o le iba a dar algo.
—Ande, entre y siéntese —le rogó el taxista y le ofreció una botella de agua. Aún tenía medio cuerpo fuera del coche cuando sonó su móvil. Era Paloma. No fue capaz de articular palabra. El taxista que le creía ya sentado metió una marcha.
Sí estaba Emilio sentado pero con un pie dentro del coche y el otro en el asfalto, e impensadamente decidió saltar.
—Pero hombre de Dios ¿qué hace usted? —Chilló el taxista.
Ya era tarde. Emilio había caído en medio de la acera. Gritó ¡ay, ay! tocándose el pecho. Sentía un dolor intensísimo. Ahora sí que apenas podía respirar. El taxista le condujo al hospital más cercano. Tenía un par de costillas rotas.

ALBERTO MEDINA MOYA

Minuto tras minuto se retorcía en la cama maldiciendo todo lo imaginable. Las pastillas a duras penas aliviaban aquel dolor lacerante de muelas que lo oprimía hasta la náusea. Muy oportuno, teniendo en cuenta que a las nueve de la mañana siguiente tenía que ir a una entrevista de trabajo en la que tenía puesta bastantes expectativas.
Desesperado se levantó de la cama, y aunque era la una de la madrugada se echó a la calle dispuesto a hacer lo posible por soportar aquel dolor del demonio.
Hacía frío y las calles estaban desiertas. Al pasar delante de un pub oyó música y entró. Era abstemio, pero pidió un vodka, y al probar aquella porquería supo que le vendría bien. Después de varios tragos comenzaron a aflorar otras sensaciones y se animó a ir a la pista de baile. Cerró los ojos, se concentró en la música y dejó que su cuerpo la siguiera. Abandonado a los estímulos el dolor empezó a atenuarse. Inmerso en aquella música hipnótica perdió la noción del tiempo y se fundió con las luces, el calor y los cuerpos a su alrededor.
Tema de la semana.
De vuelta a casa sintió como el dolor se intensificaba, aunque no tanto como antes. A las cinco y media se dejó caer sobre la cama extenuado. Esperó a que llegara el sueño, pero definitivamente aquella iba a ser una noche en blanco.
En el espejo del ascensor que lo llevaba a la entrevista observaba su rostro consumido anticipando el fracaso. Minutos después la secretaria le dijo que tendrían que aplazarla. Su jefe había pasado una noche horrible a causa de una infección en una muela.

PEDRO PARRINA

SI ME QUIERES…
Es este dolor insoportable
!Vida mía! Acaba con él.
Duelen las vísceras,
duele la piel,
duele el descanso,
duele la fe…
Es esta vida; insoportable
!Alíviame!

SAMUEL SÁNCHEZ

«Kérkilos de Lesbos añora a su amante Creonte»
Se trata de una oda sáfica al estilo, por supuesto, de Safo. He adaptado los pies métricos a las sílabas tónicas y átonas del español, cambiando las sílabas largas por tónicas, y breves por átonas. El resultado es que caen los acentos en las sílabas: 1-4-8-10. Dejo el enlace de un audio con mi lectura.
«Te oigo, Creonte, repetir tu canto
en el silencio del recuerdo. Te oigo.
Y me susurras que al dolor del alma
nada supera.
Incluso Apolo, tras morir Jacinto,
arrodilló su inmarcesible cuerpo
ante la Muerte, para hacer recuerdo
de su belleza.
Pero a mi cuerpo, a mi anhelante cuerpo,
no hay poesía que lo calme. Nada,
nada ni nadie lo consuela. Sufre
sólo con verte.
Torpe la lengua se me enreda y tenue
fuego deambula por mi piel. Me zumban
ambos oídos, una noche doble
vela mis ojos;
grito tu nombre sin aliento y, lleno,
lleno de miedo, palidezco más que
todos los astros. Y mi piel se vuelve
féretro vivo.
Soy quien te canta, quien nos vuelve verso.
Soy quien envidia a los que ya murieron.
Con el dolor entre los labios, soy el
hombre que te ama.»

FÉLIX MELÉNDEZ

¿Cuánto vale un dolor?
Para echar mis cuentas y cobrarle a la vida.
Suena el reloj, son las cuatro de la mañana. El despertador repica y repica con toda la ilusión, la fuerza, sonando y sonando como venciendo el miedo a la oscuridad, alargando los minutos del silencio. Rompiendo la tranquilidad con un sonido, el placer de estar dormido se acabó. Llamando a los cuerpos a vivir, a despertar.
Ahora empieza la carrera del nuevo día. En la nitidez de la noche se puede notar una pequeña brisa, un aire suave, muy suave, que viene bailando con el brillo de las estrellas.
Hombros curtidos que andan ligeros camino del bar. Encorvados; no se pueden enderezar, completamente, llevan la espalda molida, los riñones clavados en las costillas, van a tomarse una copa, un café mañanero, mirando el reloj, mirando el cielo. Van a su rutina diaria de trabajo.
Suenan los primeros tractores, la canción de la mañana y sus motores, el ruido se levanta temprano sobre las calles y los bares. Los saludos y las charlas rebotan entre ecos.
Cada cual a su parcela, a su entrega, con una pequeña luz en la cabeza traen el día sobre las cepas, que dormidas y frescas chorrean la blanda de la noche, sobre las uvas maduras, dulces, escondidas y retorcidas, y ellos rotos sobre sí mismo, agachados cortan los racimos dejándolos caer en los esportones que llenan y vacían constantemente, yendo y viniendo a un remolque que espera paciente ser cargado de uvas.
La noche está oscura y bella, el cielo lleno de estrellas, y la tierra en el horizonte, sólo deja ver, luceros brillar, subir y bajar sobre el suelo, luces que hacen extraños movimientos sobre las cabezas, el esfuerzo, el sacrificio, el sufrimiento se lleva entre conversaciones y chistes para pasar mejor el tiempo, pero el dolor en el lumbago va en aumento, te obliga a ponerse de rodillas en el suelo, los más viejos, ¡hay que tragarse el orgullo!, cuando ya no puedes con los huesos, que triste es hacerse mayor, y seguir día a día, en la brecha, empapado en sudor. Cada esfuerzo lleva su misterio y su postura. El más mayor sabe que hay que apoyar la rodilla de vez en cuando para poder aguantar una larga jornada. En cambio los jóvenes riendo y con una vitalidad impresionante, parecen ir casi sin esfuerzo, entre porfías, pero el dolor para ellos también es constante, también es molesto. Aunque ni se les note.
Viene el día arcoiris de belleza, se abre la tierra se aclara el cielo y tú sin verlo agachado entre las cepas y tú dolor clavado en los riñones, llevan ya tres o cuatro horas de esfuerzo. «Todo pasa y nada queda». Ya lo sabes de otras veces, sólo un tremendo dolor de huesos te acompaña, como un perro mordiéndote la espalda.
Todo; sólo es cuestión de continuar ese día, de aguantar, y pasarán las horas y los días, los dolores, las noches y las madrugadas, los brazos arañazos de los sarmientos se curarán, ensangrentadas las manos de algún corte clavado, dado sin querer, que escuece y duele, todo pasará. Como pasa el tiempo por cada cual, por nuestras arrugas nos llamarán viejos un día, de buenas a primeras, casi sin avisar. Y no daremos ni un grito de queja. Simplemente aguantaremos hasta no poder más.
Diez minutos o un cuarto de hora para comer algo, y sentir el verdadero placer de beber agua fresca. ¡Qué buena está el agua, cuando se tiene sed! Todo el cuerpo con la sensación de rigidez y comenzar de nuevo la faena.
Agacharte y enderezarte, enderezarte y agacharte. Para llenar un remolque de uva hasta el cielo y mañana volver a volver de nuevo, primavera, otoño, e invierno. ¡ Qué sufrido es el trabajo del campo !
Hay tareas muy dolorosas, que se hacen día a día, sin salir en ninguna noticia, realizadas por cualquiera, que tienen un gran valor, un tremendo esfuerzo pero que apenas se aprecian por los demás, no les damos la importancia que realmente tienen. Ni la valoramos.
¿Cuánto valen los dolores?
Nos bebemos con sumo placer, una copita de vino, sin agradecer absolutamente nada a quien ha hecho posible nuestros deseos, cumplimos con pagar.
Quien dice vino, dice unos tomates frescos, naranjas. ¡Qué poco valorados están algunos esfuerzo! Con relación al dolor y sudor, que cuesta producirlos. Nos aguantamos con un salario mínimo y mísero. Vendiendo nuestro esfuerzo como si fuera agua.
También hay un dolor físico de agotamiento que supone no sacar rendimiento al esfuerzo, sólo mal vivir, durante muchos años, con poco dinero mucho trabajo, esfuerzo y más desengaños.
Así se nos pasa la vida entre dolores y desengaños.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

MIS PROBLEMAS CON EL DIECIOCHO
Para que luego digan que el golf es un deporte tranquilo.
Ese soy yo, el gilipollas de la foto. Ni siquiera he visto venir el latigazo, pero el puñetero lumbago me ha atizado de lleno, justo cuando estaba a punto de terminar la última ronda.
No me preguntéis cómo, pero he caído fulminado ante la atenta mirada de todo Cristo y aquí me tenéis, hecho una alcayata, sin poder moverme, con el paquete incrustado en el hoyo dieciocho y esa cara de tarado que se me ha quedado.
Y lo peor de todo, conociendo a los cabrones de los fotógrafos estoy seguro de que esta será la instantánea que va a ocupar mañana la primera plana de todos los diarios.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Manuel tenía trece años y había quedado con unos amigos para ir a uno de sus rincones favoritos de la pintoresca isla de Ibiza. El lugar es llamado por los lugareños «playa secreta». Es un bonito lugar situado en una de las pequeñas montañas rodeadas de pino que da nombre a las islas pitiusas debido a su fauna y orografía.
Normalmente Manuel y sus amigos tardaban algo más de media hora en llegar al sitio. Una vez allí hacían lo que les apetecía, se encendían unos canutillos y disfrutaban de un estado de embriaguez nuevo para ellos debido a su corta edad, pero aquel fatídico día ese estado de embriaguez les costó un pequeño disgusto a este grupo de amigos.
En lo alto de un árbol, justo al lado de la cueva que daba acceso a la playa secreta, tenían colgada una cuerda para poder tirarse.
Manuel decidió tirarse por la cuerda, pero tuvo un pequeño percance, la cuerda pegó un tirón y en vez de volver le lanzó disparado, cinco metros de caída en picado y gracias a que no dió con su cabeza en una piedra de grandes dimensiones, paró a escasos metros, de producirse el golpe podría haber sido mortal.
Manuel de facto sintió un dolor físico que no había sentido jamás en su corta pero intensa vida. Le dolía mucho la rodilla derecha y apenas podía caminar, también estaba magullado por todo el cuerpo, inclusive la cara. Era una mezcla de sangre y resina reseca, le dolía tanto el cuerpo que no sabía ni cómo se llamaban algunas partes del cuerpo que le dolían.
Tardaron más de dos horas en volver ayudando a Manuel que apenas podía caminar, el grupo de amigos se iba turnando para ayudarle. Cuando la madre de Manuel le vio casi le da un síncope a la pobre señora que enseguida reaccionó y llevó a su hijo a que le hicieran las primeras curas, tuvieron que darle puntos en barbilla, nariz, rodilla y codo. En total dieciocho puntos de sutura. Un par de días después no podía soportar el dolor en una mano y resulta que el pobre Manuel también tenía un dedo de la mano roto y tuvieron que ponerle una escayola.
Manuel sufrió durante dos semanas un dolor físico inusitado que apenas le dejaba dormir ni descansar. Han pasado más de veinte años del percance pero Manuel jamás olvidará el mayor dolor físico que ha sufrido hasta la fecha.

BEGO RIVERA

Yo soy dolor
Cuando el dolor, en alguna parte de tu cuerpo, se apodera de tí… es difícil expulsarlo.
Hablo del dolor que no te deja respirar apenas, que no te deja pensar, que te obliga a chillar desesperada, que te nubla todos los demás sentidos.
No te importa nada, solo prefieres morir antes que aguantarlo… porque no se puede soportar.
Dicen que el ser humano puede tolerar el dolor hasta límites insospechados.
¡Claro, es tan profundo y tan incapacitante que no te deja hacer ninguna locura!
Aunque hay gente que sí tiene ese valor.
No diría valor, yo diría desesperación.
Solo el que lo sufre lo sabe.
Nunca me abandona, es mi huésped sin mi aprobación. Hay momentos soportables a base de un buen lote de medicación, pero… cuando ni eso actúa, el huésped me aprieta, me desarma, me inutiliza, me enloquece .
Vivo con el dolor hace mucho, mucho tiempo. Y tendré que seguir con él, hasta que explote, como deseo en los momentos más álgidos, que son constantes.
Esto no es vida,no.
Hoy —como todos los días — miro la medicación: es muy fuerte, peligrosa, adictiva.
Hay que tener cuidado con las dosis y no pasarse, porque si no…

RAQUEL LÓPEZ

Cuando vivir duele, todo es oscuridad, conviertes un día soleado en gris.
Tu sonrisa se desvanece. No puedes hacer las mismas cosas que hacías antes, aunque haya días de luz.
Sabes que ocurre algo en tu mente que no funciona y que hace que tu cuerpo este en tensión y mi respiración cambie.
Muchos te dan consuelo, pero, ¿ de qué te sirve si has de convivir con ello durante toda la vida?
Mi psicóloga me ayuda pero también me llena de pastillas y mi cuerpo cambia sin poder realizar las mismas actividades que hacía antes y sin poder llevar la vida que tenía… Hay veces que las pastillas me anulan.
Y no es un dolor físico lo que siento, es frustrante cuando mi cerebro me hace ver todo negativo manipulando mi vida.
Me pongo a llorar a veces, abatida. Un día estoy triste y al otro cansada, arrastrando un letargo que me abstrae de la realidad.
No todo se soluciona con pastillas pero son necesarias y la psicóloga tampoco estaba en mis planes. Y los golpes de la vida, no me acompañaban en mi recuperación.
Los más allegados me decían que no era para tanto, pero mi salud mental era cada vez más precaria.
Había veces que prefería morir antes que seguir así.
Y terminas acostumbràndote a vivir con esta mochila en la espalda por los que más quieres..
Así, como las flores más bonitas sobreviven ante las inclemencias del tiempo, así, somos las personas que convivimos con este dolor, resilentes.

DAVID MERLÁN

Basado en un hecho real autobiográfico.
Os pongo en situación:
David Merlan; 10 años (1982) pasando las vacaciones de verano en la aldea: San Saturnino, A Coruña, España, en casa de los abuelos paternos, (Marcada en azul en la foto del final del texto)
Pues bien, provisto de una bicicleta marca BH con frenos de horquilla, es decir más falsos que una rana de plástico, David decidió que era una buena tarde como otra cualquiera para tirarse por la pista de tierra que discurre por detrás de la casa (en Morado en la foto) e intentar dar la cuerva a derechas en la vifurcacion (amarillo en el croquis), toda vez que si no lo lograbas y decidias seguir por el camino «natural» hacia la izquierda, la pista se volvía muy pronunciada y desembocaba en la carretera general en una curva sin visibilidad. Las probabilidades de que te pasará un coche o un camión por encima eran muy altas.
Pues bien, allí va el intrépido imberbe de David y se lanza a lo qué da la bici cuesta abajo.
A estas alturas, con la temática de esta semana y con las pistas que os estoy dando, quién más o quién menos ya os estaréis imaginando lo que pasó, pero el caso es que allá voy, me aprieto el puente de las gafas con en dedo índice contra la nariz, y me lanzo pedaleando con rapidez. Fue la típica actitud inconsciente de juventud, ya que os aseguro que la cuesta, para nada necesita(ba) que la ayudes.
Unos mintos después y ante la proximidad del cruce, decido que ya es suficiente velocidad y comienzo a aminorar la marcha para poder dar la curva cerrada a derechas, pero cuál es mi sorpresa que los frenos… pues no funcionan. Se acababan de ir de vacaciones en ese mismo instante.
Os podéis imaginar, sin frenos, adquiriendo cada vez más velocidad y teniendo que elegir qué hacer; si voy hacia la izquierda, tomaré casi seguro la curva sin matarme, pero se empinará aún más y acabaré debajo de un camión en la carretera general. Si por el contrario, «quiero salvar mi vida» debo de dar si o si, la curva hacia la derecha, ¡pero claro!, a la velocidad que voy, y sin poder frenar, la maniobra se antoja casi imposible.
Y allí me veis, intentando decidir qué hacer, izquierda, derecha, izquierda….. pues ni una cosa ni otra. Resulta que en medio de la desviación existía una gran piedra de dimensiones generosas que estaba para hacer de isleta de separación de los tres caminos y en ese momento, cuando llegué a ella, la piedra asumió un nuevo rol, que no fue más que el de hacer de rampa y provocar que yo saliera literalmente volando dos o tres metros y me estampara de frente contra el cierre («Balado» en gallego) de la finca existente.
¿Dolor? Mucho. Rompí las gafas (se puede decir que casi paré con la cara en el muro), y me lleve de recuerdo toda una colección de arañazos, magulladuras, golpes, raspados y cortes que, por suerte, solo pasaron a aumentar mi colección de heridas de guerra. También doblé la bici del castañazo que me pegué y le rompí las dos ruedas y el manillar.
Repuesto del susto y viendo que no tenía nada roto, mi orgullo hizo el resto. Entre dolores bastante interesantes, tuve las fuerzas y el valor de coger los dos trozos en los que habían quedado mis gafas, guardarmelas en el bolsillo del pantalón corto veraniego, recoger la maltrecha bici y comenzar a subir la cuesta, deshaciendo el camino anterior.
Unos minutos después, y desde lo lejos, mi abuela me vió llegar hecho unos zorros y me ayudó a llegar a casa para consolarme y curarme las heridas.
Sin embargo, de mi hermano mayor Sergio, sólo obtuve una bronca monumental por haberle cogido su bici sin su permiso, pero de entre la bronca, se le escapaba alguna que otra sonrisa al ver mi estado y analizar los hechos. El famoso Karma, ¡Vamos! Ja, ja, ja.
Han pasado cuarenta años y aún nos reímos de todo aquello y si, conservo alguna que otra cicatriz de toda aquella experiencia.
Espero que os haya gustado.

SON SONIA

EL HOMBRE DEL PENE ROTO
Me envió un whatsapp de lo más sorprendente al día siguiente.
Ayer disfruté mucho de nuestra charla. Me gustaría volver a quedar contigo pero, antes tengo que contarte algo que me da vergüenza decirte en persona: tengo el pene roto”.
Lo primero que pensé es que estaba de broma. “Me estás tomando el pelo”, le contesté.
“¿Tú crees que un hombre bromearía con algo así?”
Y entonces me dio un ataque de risa. Menos mal que él no estaba delante. El ataque de risa era en plan: “Joer… el Universo se está burlando de mí”.
Poco peligro podría correr ante un pene roto. Ainssss… que ignorante puede ser una… asumir que el poder de un hombre solo reside en su pene. Pero… yo tenía claro que los hombres solo me atraían por una cosa: tenían el cuerpo que yo no tenía y que me habría gustado tener. Vamos, que si llego a nacer con cuerpo de hombre, con mi prototipo de cuerpo de hombre… me mataría a pajas diarias, estaría superenamorado de mí y sería mucho peor que el mismísimo Narciso.
También es cierto que, de nacer con ese cuerpo buenorro de hombre, de querer pareja… sería gay. El activo, sin duda alguna. En ese momento de mi vida me motivaba dar por culo a los hombres, literal y metafóricamente.
Con una confesión así, no me salía decir el no que había previsto a la segunda cita. Primero, sentía curiosidad, mucha curiosidad por saber cómo demonios se rompe un hombre el pene. Segundo, fijo que en mi región solo habría un hombre con el pene roto y… me había tocado a mí. ¿Qué coño me quería decir el Universo con aquello?.

JAVIER GARCÍA HOYOS

Está tumbado en la cama. Intenta no pensar en nada, y a veces intenta pensar en algo. No sabe qué es peor: Si vacía su mente, solo queda el intenso dolor; si trata de pensar en algo, solo queda la frustración de no poder conseguirlo.
De nuevo el cuello, de nuevo las cervicales. No sabe desde dónde nace, pero sabe hacia dónde se extenderá. Lo conoce desde que era adolescente, nunca cambia su rutina. Descansa unos días y, después, reaparece. A veces entresemana, a veces el fin de semana.
“Tómate algo para que se te pase”, le dicen. Él sabe que es inútil, nada le aliviará. Tendrá que soportarlo, con suerte, tres días. Quizá no vuelva a perder el equilibrio como en aquella ocasión, quizá hoy le deje dormir, quizá esta vez no necesite aguantar las ganas de gritar de rabia por la impotencia que siente.
Ya está ahí, ya empieza a extenderse. El dolor residual de un martillazo en la espalda cuando baja la intensidad. Eso aun es soportable, bastante soportable. Podría vivir con ello siempre. Pero ahora empieza lo bueno.
“¿Qué es eso que siente a un lateral del cuello? Es como si algo por dentro le estuviese royendo un músculo, un nervio, un hueso o lo que sea, pero parece que le muerde. Ahora su pescuezo parece algo entumecido, pero lo puede mover bien. Sí, lo puede mover, pero con esa cruel compañía que le engaña haciéndole creer, que si estira el cuello hacia un lado, puede que el dolor se atenúe. Sabe que no es cierto, pero lo intenta. ¿El resultado? Aumenta la molestia. Da igual lo que haga, seguirá ahí.
Se toma un antiinflamatorio. No le hará nada pero lo toma, ¿Por qué? Porque todo el mundo le dice que lo haga. Y él lo hace, pero no por no aguantar la presión de su entorno, si no porque cuanto más le hablan, más le empiezan a doler los oídos.
“Quizá debería haber tomado más a lo largo del día, o cuando empezó a notar la más mínima molestia” Grandes consejos para alguien que debe ser tan estúpido que, tras décadas aguantando el sufrimiento, no debe saber como afrontarlo.
Y la única manera, la única puñetera manera es, aguantar. Ponerte en manos del tiempo. Pero espera, algo está ocurriendo. No, querido lector, tranquilo, no son los analgésicos, ni los antiinflamatorios, no. Es el nervio óptico. El dolor, lejos de ceder ya ha llegado al ojo, a veces a uno, a veces a los dos. Como si las cuencas no fuesen lo suficientemente grandes para encajar los globos. Siempre piensa que se le están hinchando, o que los tiene rojos, porque le queman. Se mira en el espejo. Están normales.
Se tumba en la cama, se gira, se vuelve a girar. Sigue ahí, vuelve a sentir que algo le mordisquea por dentro. Ese dolor ya no irá a más. No le engaña, es honesto, sin palabras le dice:
“Yo llego hasta aquí. Estaré contigo lo que me apetezca. Pero sabes que no estaremos solos, que yo tendré compañía.”
Y vaya si la tiene. No puede dormir, al amanecer siente como si el cerebro se le hubiese inflamado. Sabe que su pulso está bien porque cuenta los fuertes martilleos que la sangre le provoca en las venas y arterias, al ritmo de los latidos de su corazón.
No se puede concentrar, no puede leer, no puede escribir, no puede pensar. “¿No puede pensar? Vamos hombre, no exageres. Ja ja ja”
Hoy el dolor se ha ido. Puede descansar. Ahora disfrutará unos días, durante una semana o dos. ¿Quién sabe? Después de todo, en su espalda cerca del cuello, siempre queda un resquicio, algo que le recuerda que está ahí, latente, esperando el momento de volver.

MAR GINEZ

«Todos estamos jodidos, pero de diferentes maneras»
Una vez al año visito tu tumba hermana mía, y cada que lo hago la muñeca de la mano me duele más que nunca.
Aún recuerdo que era muy pequeño cuando se nos ocurría jugar por la azotea de la casa, corríamos, bailabamos, veíamos el cielo tratando de encontrar alguna figura en las nubes, muchas veces nuestra madre nos pedía e iba por nosotros para bajarnos de ahí.
Y ahora cada que cierro los ojos para ir a dormir veo tu rostro tirado lleno de sangre, con tus manos dobladas, tu collar de sol sobre tu cuello manchado de sangre, sabiendo que jamás volverás a estar a mi lado, eras mi única hermana, la única persona que sabía que me quería en este mundo, porque ni nuestra propia madre me amaba como te amaba a ti.
Aquella tarde llegando de la escuela nos trepamos por aquel árbol pegado a la casa y subimos a la azotea, me preguntaste que si algún día nuestro padre regresaría a casa, yo me puse triste porque sabía que cuando decías «padre», solo te referías al tuyo, porque yo, yo era un producto de violación a nuestra madre, y que por ello tu padre se fue de la casa y era fecha en la que no regresaba, por eso mamá no me quería. Después de pensar todo eso, yo solo te respondí, «algún día vendrá por ti» lo dije con una sonrisa en el rostro y me abrazaste tan fuerte que hasta algunos huesitos del cuello me tronaron.
Me ardían los ojos de haber contenido mis lágrimas al responderte esa pregunta, pero no importaba porque era momento de jugar, solo tú y yo, tomamos unas hojas del árbol y nos sentamos en una esquina de la azotea, dijiste que imaginaramos que el suelo era un mar, y que nosotros estábamos sentados en una nube y que simularamos que las hojas del árbol eran monedas de oro, dijiste «cada que mandes las monedas, pide un deseo», estabas tan feliz cuando mencionaste eso, te encontrabas muy cerca de mí, podía sentir tu calor corporal, ví tus ojos, tus mejillas, tus cejas, así como también esos pelos locos que se levantaban de tu peinado tan perfecto que madre te había hecho.
Sin decirte nada al lanzar una hoja de aquel árbol, mi primer deseo fue, *que tu padre regresará a casa por ti*. Aunque sabía que eso no pasaría, porque en una ocasión escuché a nuestra madre decir que tu padre había muerto. Seguimos y seguimos lanzando aquellas hojas cuando de repente se terminaron y tú trataste de ir por más, pero al tratar de levantarte vaya sorpresa que tenías las cintas de los tenis desamarradas y al alzar el segundo pie pisaste la cinta y fue cuando te ví caer, pero tú intuición hizo agarrar mi mano tan fuerte que pude sentir como se estiraba mi muñeca de la mano, trate de subirte, de agarrarte lo más fuerte que podía, era pequeño, claro que no iba a poder con tu peso.
Recosté mi cuerpo sobre el concreto y no soltaba tu mano, me ardía más que nada el brazo, me dolía, tu peso me lastimaba todo el brazo al estirarse, me decías «no me sueltes hermano, no me sueltes», pero ya no aguantaba, ni el dolor de la mano, ni todo el dolor físico que sentía, solo fueron unos segundo y se pudo escuchar como tronaron algunos huesos de mi muñeca te asustaste y ahí fue cuando caiste al suelo, te ví caer lentamente, cuando madre salía por la puerta gritando.
Me quedé ahí recostado con un dolor tan fuerte en el brazo, unos minutos después baje corriendo, mamá estaba hincada a un lado tuyo llorando, en eso se levantó y me grito «lárgate de aquí, fue tu culpa, si tú no hubieras nacido esto no hubiera pasado», no me dolía en absoluto esas palabras de mi madre, lo que si me dolía era el brazo y el cuerpo, camine y camine, fueron días caminando y al llegar a un pueblo, una familia que iban rumbo a casa, pudieron ver mi muñeca de la mano que la tenía completamente morada e hinchada, me dieron ayuda y desde entonces estoy con ellos, la mano mejoro, pero el dolor aún sigue ahí y ahora cada que doblo la muñeca sale de ahí como si fuera un ganglión o quiste.
Mi primer deseo de que tu padre viniera por ti, se hizo realidad, tu padre te quería a su lado y solo basto pedirlo de corazón para que te volvieras a reunir con él, aunque te haya arrebatado de mi lado, te extrañaré, claro que lo haré, pero seguramente tú te hacía más falta él.
Y ahora estoy jodidamente lastimado de la muñeca y cada día que paso laborando este dolor es insoportable y tú recuerdo viene a mí, no me importa, porque sé que es un dolor de amor, tratando de salvarte, tratando de ser tu salvador, aunque no lo haya sido, tu siempre serás la mía hermana.

SILVANA GALLARDO

Permanecí por mucho tiempo en una cama, con dolores que calaban las entrañas, todas. Eran invasivos y no daba tregua a mi martirio. La morfina era el paliativo momentáneo para respirar sin sentir esa agonía. Podía perderme en el edén de falso sueño y bienestar.
Las dosis duran para calmar un poco. No hay otro tratamiento que pueda frenar mi dolor, y estoy consciente de los efectos pues reduce la frecuencia cardíaca y ralentiza mi cerebro. Sé que llegará el final y mientras tanto estoy en una especie de inquisición, sometido a las más crueles e insoportables torturas.
Me volví agresivo cuando querían atenderme, mi esposa, mis hijos. Tuvieron que soportar por mucho tiempo mis gritos desaforados que emergían desde el epicentro de un lugar desconocido de mi cansado organismo. Con cautela entraban a mi habitación para atender mis más elementales necesidades, notaba su preocupación, su miedo tal vez por no saber cómo dirigirse a mí, en esos instantes de suplicio. Y es que apenas abrían la puerta, se suscitaba una guerra campal, volaba todo lo que tenía cerca. Era una forma de apaciguar según yo mis dolores. Quería estar solo, no porque no me gustara la compañía sino que no soportaba las miradas de compasión que me dolían más que el tormento físico que me minaba.
Fui injusto y egoísta, en mi interior sabía que todo lo que hacían por mí, era motivado por el amor que me tenían. Su paciencia rompía récords, más que lo que rompía yo, todo lo que me llevaban. Les aventaba la comida, vasos, platos incluso los medicamentos que ya no paliaban para nada el insoportable dolor que me tenía al borde de la locura. La morfina era mi droga, la que me hacía sentir alivio efímero.
Pero tenía miedo a la muerte. Si esto que invadió mi ser, era más que doloroso ¿cómo dolería fenecer? No sé. En un principio pedía a Dios aliviara mis males. Creo que no fui buen cristiano porque lejos de ayudarme me torturaba más y más. Ojalá llegara la muerte, sería el último dolor de mi existencia, lo soportaría como tanto tiempo he soportado el que me aqueja, pero sería definitivo.
Quiero levantarme de esta cama que me tiene postrado e inútil. Intento hacerlo pero cada movimiento es como saeta que no mata pero lacera, hiere, lastima profundamente. No sé qué pasó, en qué momento entro a mi ser este mal. Me diagnosticaron cólico nefrítico. Es una patología urológica que dejé avanzar tras infecciones urinarias y mi cáncer de pulmón en nivel tres, previo al nivel terminal. Esto me ha hecho ser incapaz de estarme quieto por los dolores tan intensos, insoportables y continuos que no mejoran cuando cambio de postura. Es el peor dolor que alguien pueda sentir en el mundo.
Siempre escuchaba las súplicas de mi mujer -¡por favor, deja que te internemos en un hospital! allí tendrás mejor atención de personal capacitado y profesional. Nosotros no podemos.-
-¡Ah, entonces soy una molestia, un bulto, una carga para ustedes!
-¡Por favor!¡déjenme morir! gritaba cada noche, cada día, cada instante. Pensaba en el suicidio pero me enseñaron que mi vida no me pertenece, dejará de ser mía cuando le apetezca a un ser supremo que ni conozco, que no me ama.
Un día menos pensado, dejé de sentir ese dolor que odiaba con el alma, sentí como si hubiera mudado de cuerpo, tenía energía, podía moverme. Llamé a mi familia, abrí los ojos para verlos y pedirles perdón por mi mal comportamiento y cero gratitud a sus atenciones y desvelos. El ambiente que sentí era brumoso, escuchaba murmullos, sollozos vi a mi familia que rodeaba mi lecho, brotaban lágrimas de sus ojos. Yo atribuía que lloraban porque ya estaba bien, mi comportamiento se suavizó, que lloraban de alegría porque ya no estaba sufriendo.
-Tranquilos- les dije. – Todo cambiará. Parecía que no escuchaban y se abrazaban desconsolados. -¿Qué pasa? respóndanme. Silencio total, estaba allí y ya no existía Comprendí que me abrazó la muerte. Fue compasiva porque dejé de sufrir mis dolores; sin embargo expiré con la angustia de ver sufrir a mi familia por mi partida. ¿Acaso el sufrimiento es eterno entre vivir y morir? No sé, lo que si tengo cierto, es que la muerte es piadosa: Me ha quitado el intolerable dolor que minó mi vida.

MARGA CREPY

El dolor de Jeremías.
En un medio día de calor, intentó cerrar la ventana de su habitación. Un golpe fuerte,el sonido de los vidrios en caída,la sangre de la mano corría por el piso;se sentó en la cama y el grito no se hizo esperar. Jeremías se sostenía con fuerza la mano,se levantó,llegó a la cocina y las gotas marcaron las baldosas. La madre le cubrió la mano con una toalla y salió a la calle a pedir ayuda.Un vecino los auxilió,subieron al auto y se fueron al hospital.Jeremías con los ojos cerrados,sin mirar,su cuerpo mojado del dolor ,su rostro pálido, la madre lo abrazó con fuerza.La toalla empapada de sangre.El vecino solo atinaba a decir:-Ya llegamos, ya llegamos-.Se bajaron en un instante,llamaron en la guardia.Salió la enfermera ,llamó al médico, lo acostaron en la camilla, le sacaron el envoltorio de toalla,la herida era profunda,como un surco abierto.El médico le hablaba, él ya no escuchaba, sintió el pinchazo de la aguja. La anestesia no se hizo esperar, se esparció el olor de yodopovidona, la sutura,el vendaje,no lo recuerda.Paso un rato que se hizo eterno.Su madre esperaba en la sala. El médico la llama, le hizo una receta ,dándole las recomendaciones del cuidado de la herida. La hizo pasar a la guardia ,vio a su hijo intentando levantarse, se le aflojaron las piernas, al sentirlo tan frío y con la voz entrecortada preguntó:
-¿Qué me pasó?-.La madre y el vecino lo ayudan a salir de la emergencia.De regreso le dice la madre:-Quisiste cerrar la ventana,se rompió el vidrio,justo pasó Juan y nos trajo al hospital-.La madre lo miró ,lo abrazó y sintió que por el cuerpo de su hijo corrió la adrenalina.
-Si ,ahora me acuerdo-,respondió, y sintió el dolor punzante,que le recorrió hasta el hombro.
Llegaron a la casa sin más pabras,entraron ,se recostó en la cama,el dolor siguió, intenso,frío.La madre le alcanzó un vaso con agua y una cápsula de antibiótico:-Vas a tener que tomarlo cada ocho horas-le dijo,tratró que no vea sus lágrimas. Va hacia la ventana,la cerró ,corrió las cortinas y en el piso encontró un abejorro, que a duras penas se movió. Se acercó a su hijo.
-¿Y esto de dónde salió?-preguntó intrigada.
-Estaba en la ventana cundo la quise cerrar,mamá lo quise sacar y estaba en el vidrio -le respondió nervioso.
-No te preocupes por el vidrio! ¡qué susto nos diste !,¿te duele?. La madre entre asombrada, preocupada, se sentó en la cama ,acarició el rostro de Jeremías que solo dijo:-Me duele y… que el abejorro me iba a picar, golpeé la ventana, quería que salga-.La madre lo dejó descansar y él en silencio pensó en su recuperación, por varios meses por un abejorro no jugaría al vóley .

RUTH MARÍA GUERRERO HERNÁNDEZ

“Intentos desesperados»
Salgo del bosque de altos y sombríos pinos corriendo tan de prisa como me permiten mis
piernas acalambradas, casi inservibles. Tengo la respiración y pensamiento descontrolados . Mis pies tambalean sobre el suelo dando pisadas forzadas, que son trágicamente más débiles y desesperadas cada vez. Se acortan involuntariamente mis pasos mientras mi desesperación por alejarme de este lugar de peligro crece y me impulsa y atormenta a un mismo tiempo. El terror es el motor de mi corazón y ponerme a salvo la idea central de mi pensamiento.
El cielo es de tormenta y los cuervos vuelan por los alrededores, cada vez son más osados, más fieros. Como si pudieran percibir mi vulnerabilidad o como si ya me consideraran un montón de carne podrida con la que podrán deleitarse. Arqueros despiadados arrojan las flechas del fin sobre mí, una me atraviesa el pecho y en medio de un dolor inmenso caigo de rodillas impotente. Intento con los brazos presionar mi pecho en un intento de desangrarme más lentamente, de retener la vida un poco más conmigo. Todavía no me rindo y pase lo que pase no me rendiré y sin embargo el dolor en sí mismo es la mayor de las derrotas forzadas. Es un dolor que dispara todas mis dosis de desesperación desconocidas hasta ahora y del terror atormentador que viene de la mano con el sufrimiento físico. Y mientras el dolor me invade opresor y cruel, punzante e ineludible las flechas siguen volando cerca mío, cada vez más cerca y los cuervos van descendiendo más y más cerca de mí . La muerte se aproxima, me ofrece tentadora la posibilidad de apagar este dolor insoportable. Levanto la cabeza retadora porque sé lo que vale la vida aun con dolor. No sé cómo, pero me levanto. Y entonces otra flecha me atrapa, esta vez se ha clavado en mi corazón.

EFRAIN DÍAZ

Absorto en mis pensamientos manejaba mi auto. El radio sonaba mi música favorita, pero no la escuchaba. Mi mente estaba en mi destino. En sus caderas. Entre sus pechos y entre sus piernas.
Tenía el semáforo verde y la vía franca cuando de repente “boom”. De la nada apareció un camión y me impactó.
El impacto fue fatal. Terrible. Perdí el conocimiento. Mi cuerpo, inerte, no podía moverse.
Repentinamente comencé a escuchar voces. Unas decían “sáquenlo del vehículo, puede incendiarse” mientras otras abogaban para no moverme y complicar fracturas. Quería hablar, mas no podía.
Sentí mis huesos rotos. El fémur, la tibia y el peroné, el húmero. Una costilla atravesó uno de mis pulmones mientras otra perforó el bazo. Huesos del cráneo fracturados.
No sentía dolor físico, extraño para tantas fracturas. Tampoco sentía dolor emocional. No sentía nada, excepto una extraña paz mientras veía a todos tratando de salvarme.
Mierda. Ya creo saber que pasó. Pasé a otro plano, a otras latitudes.
Creo que me jodí o acaso no.

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Aún resonaba el disparo en el aire cuando el óvalo del orificio de entrada se abrió en el cuello y la bala ardiente desviaba su trayectoria al chocar con la vértebra, lanzando fragmentos de hueso hacia la cabeza y los pulmones. El intenso dolor apareció unos segundos después. Los borbotones de sangre se esparcían cuerpo abajo, por dentro y por fuera, hasta que se desplomó sobre sus pies como un fardo pesado.
Nadie podía imaginar unos minutos antes que serían testigos de aquel final trágico e inesperado, cuando la luna creciente acababa de asomarse a aquel claro del bosque e iluminaba a una treintena de cuerpos desnudos sentados en corro y unidos por las manos, entonando cánticos al son de unos acordes de guitarra.
La autoridad local había decretado que se restableciera el orden y la decencia en aquellos parajes lejanos, y enviaron un batallón de personas armadas que no estaban dispuestas a que aquella gentuza se le acercara con el propósito de darles un abrazo.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Él y ella
Vivían
en el mismo cuerpo
mas,
no se toleraban.
La presencia de uno
anulaba la presencia de la otra.
Cuando ella se presentaba
las manos del cuerpo
danzaban el aire
modelaban belleza
y los ojos,
los ojos se volvían
luciérnagas.
Mientras tanto él,
salvaje
esperaba un mínimo descuido
para atacarla.
Cuando lo hacía
iba directo a las sienes,
las retorcía sin piedad,
tironeaba con fuerza desmedida
como quien sólo quiere
romper,
quemar,
martillar.
Ella,
se volvía pequeño gorrión,
puñado de tierra desgranada.
Muchas veces,
las más,
ganaba el dolor
entonces,
la respiración se alteraba,
la carne sudaba,
la luz del sol molestaba.

MARI CARMEN CANO REQUENA

Agonía en silencio
Nadie nos ve y no se nos oye cuando llega ese momento, nos camuflamos detrás de nuestro caparazón de acero dispuesto a resistir y aguantar la batalla que más dura de nuestra vida…..
No puedo levantarme, postrada en mi cama en posición de 90 grados me retuerzo de dolor, un dolor inimaginable semejante a un ataque de corazón de cintura para abajo, intento llegar al cuarto de baño agarrándome a la pared para no caerme y tomarme la medicación que me ayude a liberar esta tensión, se relaje mi abdomen y me de una tregua al menos de 30 minutos para coger aliento de nuevo y no desmallarme al flaquear mis fuerzas. Mi cabeza embotada me acompaña en este sufrimiento mensual, el sangrado es lo de menos voy taponada hasta las entrañas y a cada hora me cambio el dichoso tampón que por si fuera poco, tengo que usar la talla más grande para evitar que se empape rápidamente y manche la ropa, cosa que me cuesta poner por su enorme tamaño, pero aún así aguanto y resisto esta agonía.
Dopada de ibuprofeno, naproxeno, ácido mefenamico cada 4 horas ya que si no actúo rápido y al menor síntoma que detecte que ese rio de sangre empieza a madurar estoy perdida, atrapada en un puño que me aprieta y ahoga en cada segundo de mi menstruación. A todo esto le puedo añadir que me acompañen las dichosas nauseas y descomposición intestinal, todo un cuadro flamenco a punto de salir a escena.
Ese dolor es el más desagradable que te puedas imaginar, hay dolores que se soportan y se sobrellevan día a día, pero este!!….. Este es como un apretón de manos con rencor que te retuerce el útero te da una tregua de segundos para seguir estrujándote y dejarte agotada como si de una sesión intensiva y avanzada de fitness para un principiante se tratara.
Solo me queda el consuelo de pensar que después de tanto dolor concentrado tendré 3 semanas liberada de esta tortura que un divino ser nos dejo como sello a la mujer para poder engendrar.
Pero por el momento no me queda otra que aguantar postrada en la cama y esperar a que llegue la siguiente contracción.

ALMUT KREUSCH HOFFMAN

Después de su pecado en el jardín, Dios dijo a la mujer:
«Multiplicaré enormemente tu dolor en el parto, en dolor debes traer tus hijos.»
Los años ochenta. Varios años de matrimonio hasta nuestros gametos finalmente se fusionaron.
Tuve un embarazo feliz y sin complicaciones, pero con un seguimiento médico muy exhaustivo porque a los treinta y tres años se me consideró una «primípara añeja» lo que siempre me sonó a «vaca vieja».
Orgullosa de mi abultado vientre asistí a las clases de preparación al parto, aprendí a respirar correctamente para hacer más liviana la labor del parto, aunque luego no me sirvió de nada, y me sentí fuerte, valiente y muy ilusionada para afrontar el nacimiento.
Pasadas las cuarenta semanas del embarazo, el bebé aún necesitó catorce días más para decidirse a abandonar mi cuerpo. Mi vientre había alcanzado dimensiones considerables que auguraba una criatura hermosa.
Por fin y reloj en mano controlaba el tiempo entre cada contracción. Los intervalos se acortaron y aunque solo sentía ligeras molestias, mi marido me llevó al hospital. Me dieron a elegir entre quedarme ingresada o irme a casa y volver cuando sintiera dolores más fuertes.
Elegí lo segundo.
Al pasar por la carnicería del pueblo de camino a casa, tuve el mayor antojo de todo mi embarazo: ¡Carne! La naturaleza es sabia y, sin duda, mi cuerpo necesitaba la energía proteica para afrontar los inminentes acontecimientos.
Asamos dos hermosos chuletones , y de las profundidades de la bodega emergió una botella de «Faustino» de 1953, año de mi nacimiento, guardada para una ocasión especial, que sin duda había llegado. Devoramos la carne y compartimos el delicioso caldo sin remordimientos. Fue una de las cenas más memorables de mi vida. Desparecieron las contracciones, la criatura alcoholizada se quedó quieta y todos dormimos plácidamente durante toda la noche.
Por la tarde del día siguiente las molestias se hicieron cada vez más insoportables y volvimos al hospital.
De la habitación pre-parto, finalmente me llevaron al paritorio, otra palabra que aborrezco.
El dolor aumentó muy rápidamente y la matrona intentó calmarme mientras hacía su trabajo pero me percaté de su nerviosismo cuando el parto no progresaba como debería. Intenté colaborar lo mejor que pude. El ginecólogo de guardia consideró que ya era demasiado tarde para una cesárea o una anestesia lumbar.
Los dolores se hicieron insoportables, como cuchillos clavándose en mi bajo vientre. Empujé cuando me dijeron que lo hiciera, porque ya había perdido el control sobre mi cuerpo. No pude reprimir los gritos. Comprimían mi vientre intentando reforzar mi trabajo y el médico intentó dilatar manualmente la abertura vaginal pero esto solo provocó más y más dolor. Era el más cruel de los infiernos.
Todo se paralizó. Estaba agotada, llena de miedo, inseguridad e impotencia. Estaba en el límite de mis fuerzas. Las oleadas del dolor no cesaban.
Una pantalla mostraba las constantes vitales del bebé, en cuyo cuero cabelludo, ya visible, se colocaba un electrodo conectado por un cable a un monitor.
De repente, en uno de los escasos momentos de calma y extraño silencio vi al ginecólogo y a la matrona intercambiar miradas y gestos de preocupación mal disimulados. Como enfermera, sabia como interpretarlos a primera vista. Eran las miradas que expresan la incertidumbre de la situación y el peligro inminente. El parto no avanzaba.
—¿Qué pasa, algo va mal? ¿No está bien el niño? —me atreví a preguntar, presa de un pánico súbito y temiendo la respuesta.
— No te preocupes ,— contestó el médico, tratando de tranquilizarme,
—todo irá bien. Pero a juzgar por el sudor de su frente, sabía que nada iba bien.
Y volvían los dolores, el infierno que me llevó al límite de lo que podía soportar. Sabía que mi hijo, que estaba sufriendo tanto como yo, estaría exhausto y agotado. Temía desesperadamente por su frágil vida. Y a partir de este momento me dominaba un único pensamiento. La muerte. No me importaba morir porque no dudaba ni por un momento que la que debería irse sería yo. No permitiría que la muerte se llevara a mi hijo. Su vida era más importante que la mía, tenía que sobrevivir.
—!Salvad la vida de mi hijo, no le dejáis morir, por favor os lo ruego!
Pero no morimos ni él ni yo. El médico actuó con celeridad y colocó una ventosa en la cabeza del feto para la vaccum extracción y comenzó a sacar el feto con mucho cuidado. Estuve en un puro grito y ni me enteré del corte, más grande de lo habitual, para facilitar el alumbramiento. Pero noté que el cuerpecito se movía, y empujé con energías encontradas no sé de dónde.
—Ya está la cabeza fuera,— dijo triunfalmente el médico, empapado en sudor.
Me incliné un poco y vi la cabeza. Y a partir de este momento, todo fue fácil. Noté como el cuerpo salía acompañado por una torrente de liquido amniótico. Mi hijo vino al mundo como un pez.
No tardó en abrir sus pulmones con fuertes llantos y en protesta por todo el calvario que había sufrido.
Había dado a luz a un niño hermoso y sano que pesaba cuatro kilos y medio.
Dicen que las mujeres olvidamos los dolores sufridos durante el parto una vez que ha nacido nuestro hijo. Eso no es mi caso. No los olvidaré nunca porque me pusieron al límite de la vida: ¡ la palabra se había hecho realidad!

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

-Mamá ¿Me lo vas a contar ya?
– ¡No entiendo hija!
– Mamá, hace meses que no me pones para desayunar una bandeja de palmeras de chocolate, ¿me lo cuentas por favor?
– Verás Laura, se trata de tus últimos análisis.
– ¿Hay que volver a repetirlos?
– Ya no hay ni tiempo para eso.
– ¡Entonces! ¿Cuándo tenemos que volver al hospital?
– Esta noche, mañana empezamos de nuevo.
– ¿Mañana? ¿Y tenemos que repetir lo mismo de la última vez?
– No Laura, esta vez es diferente.
– ¡Cómo diferente mamá! ¿Qué han dicho los médicos?
– Esta vez ha sido silencioso Laura, se ha mezclado con los tejidos de toda tu medula, no hay forma de distinguir las partes sanas de las enfermas. Está dirigiéndose milímetro a milímetro al centro neurálgico que controla el dolor de tu cuerpo y cuando llegue allí desatará lo que ni tú ni yo podemos imaginar.
– ¿Va a ser horrible no?
– Según los médicos no hay ser humano que pueda tolerar la curva de dolor que puede provocar, ni siquiera con los analgésicos más potentes te aseguran momentos de calma, sería cómo entrar en un ciclo de desafío al propio dolor que provocaría una reacción en cadena que haría que tu cuerpo llegase a un coma para proteger a tu mente y finalmente alcanzase la muerte cerebral como solución natural a la crisis.
– ¡Mamá ya lo hemos hablado varias veces! ¡No quiero convertirme en una puta planta! ¡No quiero vivir así!….¡tú me lo prometiste!
– Lo sé cielo y por eso en unas horas se ha programado que vuelvas a ingresar en el hospital.
– ¿Entonces hay alguna esperanza?
– Los médicos han dicho que es una locura, pero es lo único que podemos hacer.
– ¿Y consiste en…?
– Es algo que nunca se ha intentado antes Laura. Verás, según los especialistas el cáncer también actúa como un ser humano, tiene un ego muy grande y lo que quiere en definitiva es que se le haga caso, si actuamos en contra de su objetivo se hará aún más poderoso y reaccionará con una espantosa virulencia; sin embargo si le mostramos que no es tan importante como cree ser, que de alguna manera no le prestamos atención, quizás tengamos una oportunidad.
– ¡No entiendo nada! ¿Cómo no se le hace caso a un cáncer mamá? Esto no es cómo actuar frente a la rabieta de un niño de dos años.
– Ya lo sé Laura. Por eso la estrategia a seguir es provocar daño en otras partes de tu cuerpo, sería cómo minar todo tu organismo con cargas de dolor intenso e ir haciéndolas explotar hasta conseguir que el cáncer se dé cuenta de que hay algo más importante que él que quiere conquistar su objetivo, que eres tú; lo que se perseguiría es detenerlo, hacerle dudar y entonces conseguir un margen de tiempo para atacarle y vencerle.
– ¿Pero el dolor que me van a causar será un dolor controlado no?
– El único límite sería no causarte la muerte con el tratamiento. No te calmarían con analgésicos, las cargas de dolor irían explotando de forma inesperada para que el estar preparada no disminuya su efecto, te van a robar el aire que tienes dentro y crearte huecos que le griten al cáncer lo que está pasando, tus células morirán con la subida de la temperatura, tu útero soltará toda su carga de óvulos a la vez y tus músculos se van a contracturar una y otra vez para que tu mente se olvide del cáncer; vas a pasar de odiarlo a amarlo para que todo termine de una vez, yo ni siquiera tendría que estar contándote todo esto Laura. Es tan atroz mi niña, que no sé cuál decisión tomar.
– Mamá, ¿me coges la mano por favor?
– ¡Así Laura!
– Sí mamá, así fuerte ¿Qué es lo que sientes?
– A mi niña de 11 años que está viva y que quiere seguir estándolo.
– La niña delgaducha de 11 años se marchó mamá y la nueva se acaba de apoderar de una parte de tí, de algo que nunca me abandonará y que me hace decir que ‘sí’. Llama ahora mismo al hospital y diles que vamos a hacerlo. Que ese dolor sólo se podrá combatir con un dolor aún más fuerte.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

El tema de la semana me produce dolor.
Cada cosa qué leo me produce dolor físico.
Dolor de cabeza.
Dolor de estómago.
Dolor de costado.
Dolor de corazón.
Dolor de…
Dolor psicosomático.
El dolor de la mente qué produce dolor físico.
Como controlar la mente cuando manda señales al cuerpo de dolor y el cuerpo está sano.

ENTRE POEMAS Y FRASES

El dolor del silencio
Mi padre no es el hombre más emocional del mundo, no es
alguien con quién se pueda hablar adecuadamente sobre sentimientos positivos o negativos, no es la clase de persona que expresa sus emociones y los sentires de su corazón, pero en sus últimos días si expresó el dolor acumulado de los años. A sus cincuenta y cinco años seguía trabajando duro, no tanto por el salario (puesto que yo ya proveía junto con mi hermano para los gastos de mis padres) sino por «el no quedarse quieto, porque si me dejo de mover, no me volveré a mover», eso era lo que el decía cuando le intentábamos convencer de jubilarse y descansar. Todos los días iba y trabajaba, se quejaba de muchos dolores en su cuerpo, a veces le ayudábamos a sentarse, a veces lo acostabamos en la cama y le éramos como sirvientes temporales hasta que pudiera reactivar sus extremidades, y otras veces la compasión era superada por el coraje de su terquedad y lo dejábamos moverse como pudiera; pero siempre nos preocupaba su estado físico y mental con tanto sobre esfuerzo para sus años. Entonces habríamos descubierto algo que mi padre nos ocultó durante muchos años, y es que cuando nosotros éramos niños el se lesionó la espalda y un par de huesos, los cuales jamás se curaron completamente porque de los 30 días que el doctor le ordenó descansar, el pobre hombre solo tomó 15 para evitar perder muchos días de trabajo y traer dinero al hogar, y las consecuencias se hacían presentes ahora, ahora nosotros sabíamos que cada vez se movería menos, y entonces la compasión rebasó con creces el coraje, y le hicimos casi a fuerzas jubilarse de una vez, le dijimos que descansara, que ya debía entender que no necesitaba ni debía trabajar, y finalmente, tuvo un tiempo de descanso. Al cabo de unos meses, sus dolores comenzaron a aumentar cada vez más, sus fuerzas se agotaban, su cuerpo ya no le obedecía, y su movilidad se fue reduciendo hasta quedar postrado en cama; todas las noches llorábamos al escuchar al pobre gritar de dolor sin que nada pudiéramos hacer; ya dos meses más tarde, Dios le concedió el descanso eterno de su dolor, un dolor que cargó durante muchos años, y ahora, cada vez que me quejo de alguna dolencia, recuerdo que mi padre sufrió aún más, y calló, siguió adelante, y se esforzó hasta sus últimos días, entonces sigo su ejemplo, y por mucho que me duela, me levanto y sigo adelante, hasta que el cuerpo no soporte y que las fuerzas se extingan.

RAÚL LEIVA

Epílogos

Tomó su maleta y la llenó con sus ausencias.
Metió sus mañanas ayunas de abrazos de madre,
su vajilla ausente de almuerzos y sabores,
sus ropas vacías de calles y olor a cigarrillo,
su mirada cargada de espaldas y desprecios.
Tomó su soledad más cruda y la plegó sin miedo,
la ubicó entre un pasado sin huellas
y un presente vallado de verdades absolutas.
Esperó el amanecer para despedirse de su familia,
solo quedaban los dolores acumulados en la memoria.
Le pareció un despropósito dejarlos huérfanos,
tanto tiempo la habían acompañado,
tantos gritos ahogados contra la almohada,
tanto fármaco en las venas quemando el alma,
tanta mirada que dolía tanto como los huesos.
Los tomó y se los puso en el cuerpo una vez más,
y esta vez fue para siempre…
Para no volver más.

MARÍA GALERNA

«Sí, sí se puede»
Postrada en un infesto rincón de una casa abandonada, sola, aguantándose las ganas de gritar, mira al sucio techo y por sus innumerables agujeros ve pasar los rayos de luna. El cielo, con su oscuridad lejana, compite con la que ella siente en su interior.
Otro espasmo y se muerde los labios. Las lágrimas empiezan a correr sin freno por sus cansadas mejillas. Tiene los nudillos blancos de apretar las manos con fuerza, las uñas clavadas en las frías palmas; las gotas de sudor caen de su frente y se mezclan con las saladas de sus sollozos.
Está rota, acabada. Nunca se ha sentido peor que hoy, que ahora.
Un dolor la traspasa, la deja sin respiración. Lucha… ¿Por qué lucha si no quiere hacerlo? Ansía terminar, no sentir más pesar, ni frío, ni soledad.
Un ruido la saca por un instante del pozo donde se encuentra su mente. Unos ojillos brillantes la escudriñan con interés. Una rata la observa, quizá preguntándose qué hace en «su» casa, y cuándo, dado el mal estado en que se encuentra «su visita», le podrá hincar el diente.
No le da miedo el inmundo animal. Ya nada le da miedo, salvo el dolor… ¿Cuándo acabará?
Un nuevo latigazo la recorre dejándola inmóvil. Siente un martilleo en las sienes. No quiere, pero respira, vuelve a respirar…
Nota algo húmedo y espeso deslizarse entre sus muslos. Un líquido maloliente que va cubriendo el sucio suelo.
Jadea, los dolores se suceden, uno tras otro, convirtiéndose en uno solo, continuo. Grita de rabia y de impotencia. Duele… solo quiere que acabe.
Algo sale de su interior. Se incorpora un poco pero es incapaz de mirar. No habrá ningún ruido, nada.
Un fluido pegajoso y caliente mana sin cesar, lo siente.
Y mientras se desangra… y mientras va perdiendo la noción de su existencia, piensa: «Sí, sí se puede parir la muerte».

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

Jimeno, en Argel
Decían que lo peor que les podía pasar a los hombres era que los condenaran a galeras; que el sufrimiento, cuando los amarraban a un remo para seguir el ritmo impuesto y para ser golpeados por los marineros, era insufrible. Y así continuaban hasta la muerte o hasta que los arrojaban al agua, cuando estaban demasiado débiles.
Por eso, Jimeno respiró, aliviado, cuando lo compraron para la casa de un funcionario en el mismo Argel, al pensar que tenía mucha suerte porque se había librado de morir en galeras. ¡Qué equivocado estaba!
Jimeno nació en un pueblo de la costa de Málaga. Su torre, bien construida, era suficiente para avisar a todos cuando los berberiscos se acercaban a la playa. Si alertaban de un solo barco, se apresuraban a defenderse, cosa que solían lograr; pero, si eran varias las naves que se aproximaban, debían abandonarlo todo, correr hacia el interior y dejar que los piratas saquearan sus casas y sus bienes.
Sin embargo, los berberiscos mejoraron su táctica. Primero se acercó a la costa una sola nave con unos pocos tripulantes, la mayoría cautivos cristianos renegados. Luego, cuando la gente de la población estaba luchando contra esos pocos, apareció el resto de la flotilla y terminó imponiéndose a los defensores.
Así capturaron a Jimeno, un maldito día, muy de mañana. Hacía casi cinco años que estaba en Argel, sirviendo como esclavo en casa de quien lo compró en el mercado, porque esperaba poder obtener un buen precio por su rescate, ya que, al mirarle las manos, las tenía cuidadas y blancas, signo de que pertenecía a una buena familia, a la que se exigió una fuerte suma de dinero.
Mientras en su casa reunían el oro, el joven obtuvo la confianza total de este amo y, aprovechándose de las libertades que le dio, intentó huir, como otros hicieron antes.
Tras dos días fugado, unos soldados lo encontraron, casi exhausto, desorientado y a punto de morir. Las autoridades sentenciaron que le aplicaran la tortura de los bastonazos y lo devolvieran a su dueño, si es que lograba sobrevivir.
Allí estaba él, boca abajo, encadenado y amarrado por los tobillos a un palo, de modo que las plantas de sus pies quedaban levantadas, esperando a que le dieran latigazos y lo golpearan con un bastón entre los talones y los dedos. El dolor, decían, era horrible. No solo se sentía en las plantas de los pies, sino que subía por los tobillos, las piernas y la espalda y en cada latigazo parecía que iba a explotar la cabeza. Contaban que hubo hombres que, en lugar de morir por el tormento de los bastonazos, llegaron a enloquecer de dolor.
Se acercaron. Iba a comenzar el suplicio.

ARITZ SANCHO MAURI

QUEMÁNDOME VIVO

Después de varios meses de alejarme de todas las adicciones que tenía; -con todas las consecuencias que acarrea, conseguí juntar algo de dinero, comencé a rehacer mi vida; incluso pensé que entraba dentro de lo que la gente llama ser alguien “normal”; -¿y que es la naturalidad?.

Salía de mi trabajo como camarero, con mi horario insufrible de verano, con el correspondiente largo y durísimo viaje; -más de once horas, en el que me solía echar alguna kuluxka; -”siesta”, en el transporte público para llegar del laburo a casa, llegando totalmente exhausto y con un dolor de piernas terribles de las muchas horas que permanecía de pie.

Llegue a casa, me comí la primera mierda que tenía en el frigorífico, me fui a la ducha, después de una jornada penosa de mi rutina; la verdad que no había músculo que no se resintiera; -era la gran paliza, hostelería en pleno mes de agosto, al elevado ritmo de residir al 110% de mis capacidades físicas, durante largos períodos de espacio y tiempo.

De golpe y porrazo, me disponía a utilizar mi piedra de alumbre, que uso como desodorante asiduamente y primeramente se me ocurrió chupar este pequeño peñón de Gibraltar.

Al minuto y medio me encontraba mucho mejor; -no se me ocurrió otra cosa mejor; pique un poquito de esta piedra mágica, me elabore un par de buenas lonchas; -“rayas”, y me las esnife como si de la mejor farlopa del mundo se tratara.

La primera media hora me sentó estupendamente. Tenía unas alucinaciones que distorsionaban mi realidad, me hacían ver todo entre el blanco y negro, y colores de incalculable intensidad que me hacían daño en los ojos.

La siguiente media hora fue como si de una interconexión colosal con la amplia naturaleza y un sincronismo espiritual se tratara; -una ilusión muy fibonacci.

No entendía muy bien cuál era mi cometido en ese santiamén tan zen, pero veía una especie de duendes que se reían de mí constantemente.

Eran una especie de duendecillos enanos, con ojos verdes tono esmeralda, grandes y saltones. Me señalaban y hacían mofa de mi. Al instante sentí un mareo tremendo y me caí de plomo al suelo.

Al día siguiente me levanté con un fuerte chichón en la cabeza; me di cuenta de que todo había sido una fantasía noctámbula, que había vivido tan vehementemente como si fuera una proyección de la realidad.

Menudo coscorrón me pegué ayer.


EDUARDO VALENZUELA

Hoy, todo salió mal, muy mal. No supe quién me vio meter la mano en la cartera de la abuela y dio la voz de alerta. Corrí, pero el día estaba maldito. La mayoría de las veces nadie quiere hacerse el héroe y se apartan cuando te ven corriendo, porque nadie entiende nada y nadie quiere involucrarse en nada. Pero hoy, los gritos de la abuela despertaron algo en la gente, no supe qué, y se me echaron encima.
Me zafé a empellones de unos cuantos, otros trataron de agarrarme de la ropa desgarrando mi remera, pero cuando me metieron duro la pierna, caí sin remedio.
Mis rodillas y palmas recibieron el peso muerto de mi cuerpo, despellejándose por la fricción contra el pavimento. La carne viva y expuesta pronto comenzaría a sangrar y arderme, pero el dolor de la primera patada en mis costillas llegó antes y me quitó la respiración. «La cara», pensé, «debo protegerme la cara». Fui demasiado lento, porque sentí de lleno el primer puntapié en el rostro y luego otro y otro. Un dolor punzante se apoderó de todo mi rostro. No tuve más remedio que intentar hacerme un ovillo y gritar pidiendo auxilio.
Pero era un día maldito, eran muchos y no pude oponer ninguna resistencia. Pronto quedé inmovilizado, boca arriba. Me costaba tragar los borbotones de mi propia sangre, que escupía para no ahogarme.
A mi alrededor, todo sonaba como a ladridos de perros rabiosos.
―¡Ladrón!
―¡A ver si se te ocurre robarle a una anciana indefensa otra vez, cobarde!
―¡Toma esto, pedazo de mierda!
―¡¿Lo matamos aquí o lo entregamos a la policía?!
―!Que muera esa mierda, hijo de perra!
De nada servía seguir gritando que era inocente. Ya nadie me creía. Ni siquiera yo mismo. Todo era dolor, aunque mis ojos y labios estaban tan hinchados por las primeras patadas, que las nuevas ya casi no las sentía.
Entonces, entré en pánico cuando varios me cogieron las piernas para abrirlas.
―¡¡¡Noooo!!! ―Alcancé a gritar.
Traté de resistirme ¡con todas mis fuerzas!, pero no pude evitar que un terrible puntapié me diera de lleno en las bolas. Y fue el dolor más grande de mi vida; que mi cuerpo se estremeció de pies a cabeza, que el abdomen se me vació por boca y culo, que podía sentir cada poro, cada pelo, cada célula herida gritando… y pensé que me moría y todo se me fue a negro.
Cuando desperté en la enfermería, me dijeron que me había salvado de milagro. «Porque una contusión testicular, puede matar a un hombre», me dijo el auxiliar.Y yo me he quedado pensando y pensando y debe ser cierto; y es que imagino que a los hombres esto nos afecta mucho porque, a diferencia de las mujeres, que son capaces de gestar y dar vida, nosotros no somos nada, no somos más que un par de huevos… y sin huevos, somos menos que nada y más vale morirse.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

¡LA EPIDURAL, POR FAVOR!
–¡Esto es insufrible, no puedo más, me muero!
Su cara lo decía todo, la crispación del dolor desfiguraba el gesto, los nudillos, tensos por el esfuerzo de apretar las barras de la camilla, competían en blancura con las asépticas baldosas del quirófano.
–Venga, cálmese un poco, los nervios no ayudan y ya falta poco, casi está hecho.
–¡Ay, ay, aaayyyy! No lo aguanto más. Dame la mano, cariño. La epidural, doctor, póngame la epidural, se lo ruego.
El médico meneó la cabeza negando:
La epidural también tiene su peligro, al fin y al cabo, no deja de ser anestesia. Además, en casos como este, el protocolo la desaconseja. ¡Venga, un último esfuerzo, si ya la estoy tocando!
–Amor mío, es la última vez, yo no vuelvo a pasar por esto, te lo aviso.
–No pienses en eso ahora, cariño, aguanta un poco más. Ya casi está y podrás descansar. Verás como luego nos reímos juntos recordando este momento.
–Venga, el último empujón –anuncia el médico–. Vamos allá: uno, dos, tres… ¡Ahora!
–¡Ah, ah, ah… Iiiiih, iiiih…!
Un llanto liberador sustituyó al desgarrado grito de dolor. La tensión en los rostros cedió espacio a la sonrisa y todos respiraron aliviados.
–¡Anda Mariano, mira que eres quejica, coño! –se guaseó Josefina, soltando la mano de su marido–. Menuda la que has liado por un puñetero tacto rectal. Hay que ver cómo sois los hombres. Si tuvierais que parir, se acababa el mundo.
–Y súbete ya los pantalones, ¡hombre!, que menuda facha haces. ¡Jesús qué cruz!

SONIA I. BARREIRO

Abril 2012. Acabo de recibir mi diagnóstico: Neuralgia del trigémino.
Lloro desconsoladamente, estoy desolada, muerta de miedo. En la etapa más feliz de mi vida me encuentro ante el fin de esa felicidad, con tan sólo 39 años.
Busco un lugar para fumar y poder calmar mi extrema ansiedad. Me siento en las escaleras contra incendios de la clínica, escondida, sintiendo el sol en mi piel. Fumo un cigarro tras otro. Tiemblo, tiemblo de miedo.
Casualidades de la vida, veo el edificio donde viví con mis padres, el jardín donde jugué y reí, la piscina en la que nadé tantas veces… Tengo ante mí, la vida que tuve y que nunca regresará y detrás, la vida que me espera, ingresos, unidad del dolor, morfina. LO QUE FUE Y SERÁ. LO QUE FUÍ Y SERÉ.
Envío un escueto mensaje a mí pareja: «Estoy rota, te dejo». Me contesta que nunca me soltara de la mano. Y así fue. Le debo la vida, durante los dos años siguientes, construimos nuestro propio universo horizontal, nos lamimos las heridas, me leía libros, me contaba cuentos al anochecer. Pura MAGIA.
Diez años después, la bestia ha despertado (así llamamos al dolor suicida). Me encuentro en el punto de partida.
ROTA DE NUEVO.

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

Son las tres de la madrugada , las pastillas han dejado de hacerme efecto y el dolor insoportable ha vuelto, ese pinchazo continuo pero tan molesto que dan ganas inclusive de llorar, el nervio de la muela con caries es constante, punzante, me retuerzo, desanimado, frustrado, alterado, consternado y sobre todo dolorido, muy dolorido.
No puedo más, retuerzo mi cara contra la almohada y suelto un alarido seguido de un lamento y un llanto de impotencia.
Vuelvo a tomarme un arsenal de pastillas de lo más variopinto. ¡Vaya mierda! Necesito algo más fuerte que aspirinas e Ibuprofenos, al carecer de otros fármacos me tomo cinco de capón, sin pensármelo ni un segundo, al cuarto de hora me ha calmado un poco, pero tengo el cuerpo revuelto de tanta pastilla y me noto débil e incluso un poco mareado. Estoy deseando que finalice esta tortura de noche, por la mañana iré directo a la farmacia, necesito algo que me duerma la zona del nervio dolorida, por lo menos para poder descansar y dormir. Miro el reloj, apenas son las tres y veinte de la madrugada. Los segundos parecen minutos y los minutos horas, esta noche está siendo eterna.
Por fin noto algo de lucidez y decido actuar, voy directo al mueble bar, saco una botella de alcohol y doy un buen sorbo para aclararme la zona dolorida, dejo el líquido varios segundos, pero empieza a dolerme de forma más intensa. Finalmente decido tomarme un par de tragos de la botella y a duras penas me tumbo en el sofá y me quedo por fin dormido. Instantes después me despierta nuevamente ese dolor punzante. ¡Mierda! Apenas son las cuatro y media de la madrugada, me vuelvo a tomar cinco pastillas. El dolor es insufrible, no recuerdo haber padecido un dolor así de intenso en mi vida. Mi primera caries. ¡Qué hija de mil putas!

JOSMA TAXI

Operación en el este.
Yo fui el oficial encargado de diseñar y dirigir la operación “Protección”. El general Vladimir Popof era el responsable de la guardia personal de Stalin. Había llegado a la conclusión de que el presidente estaba demasiado expuesto a un atentado, dadas sus continuadas apariciones en público, así que se dirigió a la KGB, en busca de una solución.
Nuestro director le atendió personalmente, le dijo que nos haríamos cargo. Al ser el responsable de sección más antiguo me encargó el asunto. No era fácil encontrar una solución para la petición, además yo era consciente de que se trataba de dar una respuesta rápida y certera, pero no tenía idea de cómo afrontar el problema.
Tras dos semanas de reuniones con mis colegas, no habíamos avanzado un solo paso. Una tarde el jefe me llamó, no diré que me presentara temblando, pero lo cierto es que estaba algo nervioso. Le confesé nuestra ineficacia y me dijo que nos jugábamos nuestra credibilidad, así que he pensado algo que puede parecer descabellado, pero quizás no lo sea tanto, se trataría de…
Una fría tarde de noviembre, estábamos apostados en una travesía de la calle Arbat, instalados en un viejo automóvil Lada, íbamos de caza. Tras media hora de espera, a eso de las dieciocho horas, uno de mis ayudantes dijo: “Es ese”. Dos de los chicos saltaron del vehículo y se lanzaron contra el tipo. Con bastante trabajo lo trajeron y lo introdujeron por una de las puertas traseras, yo le inyecté una solución de dormidóny el tipo cayo rendido sobre el asiento.
Lo llevamos hasta nuestras instalaciones en la periferia de Moscú, eran las más modernas y se encontraban razonablemente cerca. Al principio lo sometimos a tratamiento, nada especial, privación del suelo y alteración de los ritmos circadianos, el objetivo era descentrarlo y rebajar su voluntad.
Pasados diez días le hice la primera visita:
— Dadaev, escúchame con atención.
— ¿Quién es usted?
— Eso no importa, céntrate en lo que te voy a decir, de ello depende tu vida. ¡No tienes alternativa ni una segunda oportunidad!
Seis meses más tarde Félix Dadaev comenzó su trabajo. Tenía un parecido más que aceptable con Stalin. Así que, con un poco de maquillaje, daba el pego satisfactoriamente. Su preparación gestual había sido dirigida por el actor Alexei Dikiy que había interpretado el mismo papel en algunas películas propagandísticas. No tendría que hablar, sólo pasearse, saludar y asumir el riesgo de un posible atentado.
Previendo que en alguna ocasión se encontrase enfermo, entrenamos a un segundo doble. Se trataba de Sergei Lebedevcon el que nos equivocamos, a lo largo de dos años estuvo pasando información secreta a nuestros rivales. A mí me ha complicado la vida notablemente, por eso estoy aquí hablando con usted. Les he pasado toda la información que conozco sobre la KGB, espero que ustedes cumplan su compromiso y me faciliten la huida a Occidente.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Edistio Urriaga, el guardameta que derribó un avión en pleno vuelo
(basado en un hecho real)
Todo ocurrió durante un partido en la localidad de Coronel Dorrego. Pellejo Suelto, vamos a nombrarlos Balones Pinchados para no herir el sentimiento del sexagenario equipo rival, se enfrentaba a Caricias al tobillo, otro grupo que aún utilizando la muletilla del nombre como incentivo para neutralizar la infracción, habían logrado embocar un solo gol en los mil días que llevaba el plantel unido.
Renato de La Fuente, el intendente del lugar, para darle más emoción a ese domingo de pasión, contrató una avioneta para publicitar el evento, lo que no sabía Renato, era que el copiloto en cuestión, fue en sus mejores épocas, un locutor frustrado, en realidad, tenía una particular forma de enunciar la publicidad, por otro lado, era barato y había que controlar los gastos del ayuntamiento.
Los comerciantes al enterarse de esa oportunidad, también quisieron promocionar sus servicios. Fue así, que ante el inicio de la competencia junto a la pitada inicial del árbitro, la avioneta pasó planeando con el motor en ralentí por el campo de fútbol logrando de esa manera, que sus altavoces sonaran como trompetas del apocalipsis al escucharse:
<<¡Señora! ¿Le gusta que su marido lo tenga blando o duro? No lo piense más, planche el cuello de sus camisas con almidón El Virrey, consígalo en el comercio de Don Julian y manténgalo rígido todo el día>>.
<<¡Si a usted le agrada tenerlas siempre arriba y que no se le anden cayendo! La mercería de Luisa ofrece las ligas Canisa, las que mantienen firmes sus medias, aunque esté con mucha prisa>>.
<<¿Está cansado de ser gordo y feo? Sea solo feo y vaya al gimnasio de Leo, algún atributo le van a encontrar>>.
El gentío quedó perplejo, mirándose unos a otros observaban como la avioneta cruzaba la cancha como en cámara lenta, la sorpresa causó más estupor que el partido recién iniciado.
Renato no tenía manera de pararla y lo único que pensó fue en bajarla ¿pero cómo?. Los que habían decidido publicitar quedaron atónitos con la mandíbula abierta. A la distancia el pájaro mecánico dio un giro en U para dar otro rasante vuelo.
Aunque la pelota pegó por segunda vez el travesaño, el público en cuestión esperaba con ansias el regreso para prestarle ahí sí, más atención, ya que la primera pasada los agarró un poco desprevenidos.
La hélice rumbeó para la cancha y el parlante replicó una vez más:
<<¡Señor! ¿Le maltrata la punta, le duele mucho atrás? Compre sus zapatos en zapatería Josecito y tenga un andar suavecito, suavecito>>.
<<¡Lo que usted siempre quiso… meter los huevos adentro! Los nuevos refrigeradores General Electric tienen la capacidad buscada, en artículos del hogar Melo, calle veintiséis esquina ocho, encontrará lo mejor de lo mejor>>.
Las risas hicieron doler las panzas de los allí presentes, algunos con mucho líquido en sus cuerpos, corrieron presuroso al baño para eliminar los orines contenidos.
El intendente sabiendo de la fama de Edistio Urriaga, aunque era del equipo de los Balones Pinchados, solo él era capaz de resolver tan fatídico momento.
Según cuentan, Edistio, más conocido como El Cañón, por su potencia y puntería al patear, estaba sentado en el banco de suplentes y al tocarle el hombro, salió disparado para el campo de fútbol.
Al despertar le dolía todo.
—¿Qué pasó — balbuceo este algo mareado.
— Tranquilo Edistio, debe haber sido la calor — comentó un vecino que había estudiado primeros auxilios, aunque la prioridad fue olerle el aliento.
Resulta que cuando Renato le comentó al guardameta su plan, este no dudó un segundo y apuntando su cañón a la hélice del artefacto, pateó tan fuerte el balón que cayó de espaldas, al mismo tiempo que lo último que vio, fue un hilo de humo perdiéndose entre los matorrales.
El piloto se fracturó dos costillas, el copiloto salió magullado y, Edistio Urriaga estuvo tres meses con la espalda entablillada. Lo que no puede dudar nadie, es que después de ese partido y las dolencias vividas, las ventas en el pueblito por primera vez en años, habían resultado tan asombrosas como las publicidades vendidas.

EL FARO

Como mide el miedo?
Lo ves.. está ahí sentado en el umbral de tu casa, con sus hijos que son los tuyos; uno de cada lado y con los delantales puestos.
Mientras caminas piensas; lo que hablaste y no entendió, lo que lloraste y no sirvió, lo que decidiste y no le importa. En la mano derecha llevas la carne para la cena, el pan rallado y la docena de huevos. La izquierda sirve para saludar.
El enano no viene corriendo a abrazarme, ni la chinita se ríe…con que soga los ató al umbral que me ven y no se mueven?
Como sube la intensidad del miedo?
-hola! le digo
Se para y avanza. Encamina a los niños primero.
Y se hace muda la tarde noche, y el pasillo se hace todo silencio hasta el último departamento.
Entro última y me empuja para cerrar con dos vueltas de llave la puerta.
-DÓNDE ESTABAS?
Me ladra cerca de la cara!
Manda a los niños a mirar dibujos en la tele vieja del dormitorio grande y les cierra la única puerta sana.
-fuí a comprar para la cena.
Me dobla la muñeca y me saca la bolsa de huevos, y los revienta contra la pared despintada de la cocina y chorrea amarillo y viscoso hasta la mesada y tiemblo, y me agacho hasta el piso de cemento.
Ladra y ladra, y pareciera que nadie escucha. Los perros que ladran siempre no alertan a nadie; los vecinos se acostumbran.
Porque se orina uno cuando tiene miedo?
En la primera patada me cubro la cabeza con las dos manos y solo llega a las piernas, y trato de no gritar para que el enano y la chinita no lloren de más!
Le ruego que no siga, pero no escucha porque mientras me tenso yo hablo bajito. Me levanta de los pelos, me sienta en la banqueta y con un cuchillito desdentado me acaricia el cuello.
-DONDE ESTABAS! repite
Y ya no espera respuestas.
Me duele todo, la espalda y los brazos, me arrastro hasta el comedor chiquito y me escondo bajo la mesa, una actitud ingenua.
Cuando termina el miedo?
Se agacha y me saca. Soy tan liviana. Me cruza la cara con la mano abierta y me sangra el labio, y me tiro para atrás buscando algún rincón donde salvar mis dientes.
Y no puedo.
Los niños ya le ruegan que se calme, y él no escucha, la tele está muy fuerte.
Apunta el puño y llega al ojo, y con la mano hecha un bollo me dedica toda su furia de días y semanas, de meses y años. Todo ese poder que intuye va a perder.
Con mi ojo derecho veo el izquierdo; se hincha como un globo y él como un buen amigo corre y busca hielo!
Me mira y se asusta, y yo tengo tanto pero tanto miedo, que lo único que atino a decirle con la única herramienta que me queda
-Porque a mí?
-Porque a mí.. que te quise tanto?
Me vuelve a mirar, me da el hielo, lo pone sobre mi ojo, y llora.
Llora casi vencido.
Parece un derrotado. Es un derrotado.
Abre la puerta.. y no sé donde va.
En su único acto de piedad.

ASAPH FERNÁNDEZ

Empatía
…cuando niña, en una de las incontables ocasiones en que Mr. Hyde «maquillaba» con sus nudillos el rostro de mamá, me hice una pregunta: ¿qué podría ser peor que sentir el dolor pegado a la carne?
Yo no quería saber de dolores del corazón, no quería que mamá los compartiera conmigo; sin embargo, era imposible no tomarlos… mucho menos ignorarlos. Ambas sufrimos ese tormento… no solo los del corazón sino también los de los riñones, los de los labios carmesí, también los de los ojos amoratados entre otros más.
–por favor no lo hagas, por favor no…– un fuerte cólico comenzó a recorrer cada fibra nerviosa… Cada vello de su piel se crispó poniéndose en alerta, esperando el segundo y tercer golpe. Cada parte de su cuerpo se fue cimbrando por el intenso dolor que recorría cada centímetro de su cuerpo, haciendo que la espalda de mamá se arqueara y cayera de rodillas con la boca besando el suelo. Comenzó a berrear pidiendo clemencia por mí y por mis hermanas –¡no les hagas nada, ellas no tienen la culpa, son solo unas niñas!–
Sus ojos, completamente bañados en lágrimas y maquillados, de un color púrpura, por las huellas detrás de cada golpe, le imploraban que parara, pero la bestialidad que afloraba en aquel energúmeno de 87 kilos, embrutecido por el alcohol, parecía excitarse aún más con los lloriqueos y las plegarias de mi madre.
Ahora creo tener la respuesta a mi propia pregunta: la peor cosa y contraria a sentir dolor sería no sentir dolor alguno.
Mr Hyde no lo sentía… sus dedos de hierro buscaban, dentro de nuestros famélicos cuerpos, ese dolor que él no sentía. Para él solo éramos un saco de arena a quien golpear. Los dedos de su mano derecha habían quedado agarrotados durante su última pelea, el tiempo prolongado que llevó puestas las vendas en sus puños cortaron la circulación, y la sensibilidad en sus dedos se fue perdiendo; después de aquella noche, el aclamado perro callejero «puños de hierro» jamás volvería a las peleas clandestinas.
Su cólera y sus frustraciones lo hacían explotar contra mí y contra mi madre. Me prometí y me juré que no repetiría el mismo error de mi madre, sin embargo, la semilla ya estaba sembrada en mi.
Mi primer pareja, John, me adoraba en cuerpo y alma, jamás se atrevería a ponerme una mano encima. Así que al poco tiempo terminamos.
Después conocí en un bar de mala muerte a Michael, un trailero con el que recorrí gran parte de los moteles del país pero sin llegar a encontrar lo que en verdad buscaba. Sentía un gran vacío dentro de mí, comencé a autoflagelar mi cuerpo con pequeños cortes en mis brazos y piernas. Lo uno llevó a lo otro y ese apetito se volvió en una adicción, el dolor debía estar presente en mi vida para poder sentir que en verdad estaba viva. Hasta que por fin conocí a Conor. Su manera de amar era muy diferente a cualquier otro hombre con el que haya estado. Durante mucho tiempo me repetí que no cometería el mismo error que mi madre, sin embargo, yo estaba tan acostumbrada a esa forma de amar que parecía que el destino lo había puesto en mi camino.
Una noche en que llegó demasiado tomado entró en mi cuarto, me sometió y me tomó de los brazos, su fuerza y su virilidad me hizo recordar a Mr Hyde, me sacó de la cama y me azotó de una manera tan brusca y tan fuerte que jamás volví a sentir los miembros de mi cuerpo.
Según los expertos dicen que el dolor puede ayudar a diagnosticar algún problema en el cuerpo, es una señal de alarma que indica que algo está mal; sin dolor, una persona podría lastimarse gravemente sin saberlo o sin siquiera darse cuenta; sería como un muerto viviente. Los dedos y el amor de Mr Hyde hacia mí madre habían muerto, sepultados bajo esas vendas que debieron protegerlo y no propiciar su desgracia; su corazón no había dejado de latir pero él ya no pertenecía a este mundo.
Lo que los expertos no dicen es que el dolor también te hace sentir vivo. Ahora soy una muerta en vida, mis manos y mis pies no responden. Estoy muriendo poco a poco. Conor se aleja…
–¡Maldito! …quisiste vengarte por la vez que te mostré mi amor haciendo lo que por tanto tiempo me has hecho. ¡Corre infeliz perro…! Vuelve a las sombras gato callejero…
La empatía nunca fue una opción, y lo peor y contrario a sentir el dolor pegado a la carne es no sentir nada en absoluto. Hace días que no siento mis piernas, mis brazos ni nada de mi cuerpo. Lo único que siento es el apetito insaciable del dolor que se ha olvidado de acariciar mi cuerpo.
FIN

CARLOS RODRÍGUEZ

No era nueva aquella sensación, el dolor y yo éramos viejos conocidos, no en vano llevábamos toda una vida juntos. Pero en esta ocasión aquella presión en el pecho no me dejaba respirar, y esto sí era algo nuevo.
Alguien había dejado aquel enorme peso sobre mi; por más que intentaba revolverme era completamente inútil cualquier esfuerzo por arrojarlo a un lado, el fuerte dolor me impedía pensar con claridad y retomar el control de mi cuerpo y la situación.
¿Que había sucedido? Parecía increíble que no me hubiese dado cuenta de lo que sucedería, que hubiese sido tan ingenuo e infantil como para creer que todo sería distinto y aquella historia tendría un final diferente al que estaba viviendo.
Lo había intentado en el pasado sin haber llegado a obtener un resultado lo suficientemente serio, como quien simplemente se da un paseo a orillas del mar, dando alguna que otra carrera para que las olas no le mojen los zapatos echándolos a perder.
Siempre fui consciente que no sería fácil aquella empresa, pero merecía la pena poner toda la carne en el asador y lanzarse a perseguir lo que podría perfectamente parecer una quimera, pero aquel sueño era tan real que no podía quedarme quieto viendo como desaparecía ante mis ojos sin yo hacer nada por alcanzarlo, por vivirlo segundo a segundo.
Pero en esta ocasión todo había sido distinto, mi implicación había ido mucho más allá, y las consecuencias estaban siendo más devastadoras de lo que hubiese imaginado en el más pesimista de mis pensamientos.
En otras circunstancias habría buscado asistencia médica urgente, pero probablemente hubiese sido el motivo de conversación en los pocos momentos de ocio que las urgencias reales les dejasen en el hospital.
No, no era el corazón lo que dolía, aunque sí donde el dolor se hacía presente. Aquel dolor provenía del Alma, y para estos casos los galenos no disponen de remedio alguno.
Ella se había ido, sin una palabra, sin un adiós, sin un porqué.

ANNERIS GARCÍA

Oscuridad.
– ¡Hola! ¿hay alguien ahí? No veo nada, está muy oscuro – Había abierto los ojos, pero la oscuridad era total, parecía que estuviera en una cueva – ¡Hola! ¡Por favor, ayuda, no veo nada! –El miedo se apoderaba de ella, no sabía cómo había llegado ahí, ni sabía dónde estaba.
– ¡Mamá! – oyó su voz, lejana pero clara
– ¿Gabriel? ¿Gabriel, dónde estás, no te veo cariño? ¿Gabriel?
– ¡Mamá!¡Mamá, tengo miedo!
– ¡Gabriel cariño sigue llamándome, voy, ya voy, tú sigue llamándome! – Se dio cuenta de que no podía moverse, estaba completamente inmóvil, no se veía ni a sí misma, Gabriel estaba ahí, en algún sitio, dentro de esa oscuridad densa, no podía llegar hasta él, no sabía qué hacer.
– ¡No mamá! ¡No vengas! ¡Vete! ¡Vete mamá!¡Vete ya!
Elena abrió los ojos, esta vez había mucha luz, demasiada, no veía nada, los ojos le escocían, no podría mantenerlos abiertos mucho tiempo, intentó taparse la luz con las manos, pero sus manos no respondían, intentó mover la cabeza, pero su cuello no giraba, intentó gritar y se dio cuenta que tenía algo en la boca que la impedía hablar, las piernas tampoco reaccionaban, sólo podía mover los ojos, no oía nada, seguía sin saber dónde estaba.
¡AH, que dolor! Sentía como si un rayo la atravesara desde su cabeza hasta el final de su columna, era horrible, un dolor seco y fulminante.
¿Qué había pasado? Intentó recordar donde había estado.
Esa tarde había ido a recoger a su hijo al colegio, como todas las tardes. Iba preparada para irse directamente al parque. Estaban parados en el paso de peatones, de la mano, esperando a que el semáforo cambiara. Gabriel estaba muy contento, ya le había contado a su madre todo lo que había hecho en el colegio.
– Mamá, ¡Este año ya voy al cole de mayores! y como ya soy mayor y me porto muy bien, puedo llevar la pelota de futbol en la mano – se había comprometido a no botar el balón hasta que no llegara al parque.
Elena llevaba la mochila con la merienda y el agua. En la otra mano llevaba la moto del niño, porque el fútbol, era divertido un rato, después tocaba jugar a las carreras con sus amigos. Más tarde, a lo mejor les daba tiempo a montarse en los columpios.
-Mamá ya está en verde – Le dijo Gabriel tirando de la mano de su madre.
De repente un golpe muy fuerte despertó otra vez a Elena, seguía en el mismo sitio, sentía que el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho y el dolor era más agudo, era insoportable. Ahora oía mucho ruido, parecían maquinas pitando. Por el rabillo del ojo vio una sombra que parecía una persona acercándose a ella por la derecha. Estaba todo muy borroso, apenas distinguía una figura. Al momento, apareció otra por la izquierda, tenía un brazo levantado y llevaba algo en la mano, pero Elena seguía sin poder enfocar bien, todo era una gran mancha que se movía.
La persona de la derecha se acercó más a su cara y le enchufó una luz que le molestó mucho, pero no tanto como los dolores que tenía, seguían repitiéndose cada vez más fuerte, como unas contracciones… ¡Gabriel! ¿Dónde estaba Gabriel? ¿Dónde está Gabriel? Intentó gritar, consiguió oír un gemido que no estaba muy segura que hubiera salido de ella.
Las dos personas hablaban entre sí, una parecía darle órdenes a la otra. Elena las oía, pero no las entendía, era como si estuvieran muy lejos, como si estuvieran murmurando, empezó a desesperarse, no quería saber quiénes eran, ¡solo quería saber dónde estaba Gabriel!
Intentó gritar otra vez, pero nada, no podía, seguía sin poder mover las manos, los pies y el cuello, ella le había oído antes cuando todo estaba oscuro, le había oído llamarle, ¡Mamá, tengo miedo! Esas palabras le martilleaban la cabeza.
Su corazón volvió a acelerarse y las máquinas volvieron a chillar, la persona de la derecha se acercó otra vez y le dijo algo que ahora consiguió entender:
-No te preocupes, vas a dormirte y cuando despiertes estarás mejor.
¡No!, no por favor, no me duermas, dime donde está Gabriel, ¡Gabriel!¡Gabriel! no la oían, no la entendían.
Los párpados empezaban a pesarle, cada vez era más difícil tener los ojos abiertos, se resistía, pero era imposible, acabó cediendo, sus párpados ganaron la batalla, el dolor desapareció.
Abrió los ojos y gritó: ¡Gabriel! No hubo respuesta, solo oscuridad y silencio.

MARÍA JOSÉ AMOR

Dolor insoportable.
El año de Mary Castaña, aunque creo que fue en el SXX, se estrenó una obra considerada ópera, titulada “La Dolores”.
No tengo ni idea del argumento pero sí el estribillo de una canción que dice así:
“Si vas a Calatayud
Pregunta por la Dolores
Que es una chica muy guapa
Y amiga de hacer favores.”
Calatayud existe y, como muchos sabréis es un pueblo de la provincia de Zaragoza.
Bueno, pues se ve que a raíz de esa obra, el pueblo la armó lo que dio pie a que mucho gracioso que estaba de paso, fuese preguntando a la gente:
-¿Dónde está La Dolores?
Y claro, se montó tal círculo vicioso al respecto que no se podía parar.
Incluso, imagino que a petición de los nativos, se estrenó una zarzuela titulada “La Dolorosa” y mucho después, circuló una canción popular al respecto.
Como no vivo por esos lares desconocía el estado anímico y susceptibilidad del lugar, ya que han pasado varias generaciones.
Así que no di importancia cuando en un viaje, paramos allí a comer y mi padre, en plan de broma, le preguntó al camarero, con gran seriedad:
-Perdón ¿en eso de “La Dolores”, qué hay de cierto?
Nunca he visto una reacción igual en una persona. Porque al camarero por poco se le cae la bandeja donde traía la comida mientras su cara se volvía entre blanca y roja comenzando a sudar por la frente. Su repuesta, vocal, que la otra ya la he explicado fue:
-Mire señor, nunca NUNCA- repitió elevando el tono de voz- mencione ese tema en este pueblo, porque le aseguro que produce un dolor más fuerte que una patada en cierto lugar que no digo delante de señoras.

DAVID DURA

Estaba asqueado cuando eligió coger la avenida, el callejón le parecía demasiado fácil.
Al edificio número ochenta y tres supo que estaba en dificultades.
Los andantes circulaban sin sentido, callados y de mirada perdida. Era una avenida sin salida.
Qué puede un náufrago de ciudad?.
Primero acudió a su olfato buscando el aroma de niñez.
Cuando pensaba llegar a algún sitio todo era olor a mierda, a pañales dignos de la suciedad cosmopolita.
Con la palma de la mano a la altura de la cejas buscó el horizonte a lo James Stewart, pero ése horizonte era demasiado lejano.
Preguntó a un ciego si quería ayuda para cruzar la acera y casi se lleva un garrotazo.
Seguía perdido.
Puso su oreja en el suelo y dejó un charco en el asfalto.
El caracol derretido a cincuenta grados.
El estribillo le dijo una y otra vez, tú no tienes suerte.
El gusto lo alimentó de vino.
El cuerpo lo calentó con cartones.
Y el pensamiento se fundió en su soledad, perdido en la gran ciudad.
Dormir al raso puede ser muchas cosas, dirán, lo de vagar por el mundo, pero es el eco de la ciudad.
Un eco que nadie quiere escuchar cuando uno está perdido.
No solo hay callejones sin salida.

MAR SHA

Gerardo habia perdido a su amada hace 3 meses, en consecuencia se quejaba de un dolor intenso en su cuerpo era tan intenso que se desquebrajaba del dolor,no sabía que responder cuando los doctores le preguntaban en donde le dolía más… Los médicos sin saber nada no se atrevían ministrarle algún medicamento, pero con los gritos de aquel señor desesperado decidieron darle un calmante… Pero los dolores no cesaban, A la madrugada los gemidos de dolor eran cada vez más fuertes, los doctores y las enfermeras no sabían que hacer, hicieron una unta medica de emergencia, expusieron el caso… Era complejo decidir si lo dejaban ahí o lo mandaban para su casa a quejarse a otro lado o lo remitían a otro hospital….
Los demás pacientes son estaban quejando, estaban desesperados, querían dormir debido a que cada quien tenía su dolor. Solo querían paz por unos breves momentos, ese paciente lo estaba interrumpiendo.
Las enfermeras de turno en la noche ya estaban agotadas del trabajo, más encima les tocaba lidiar con un paciente que no paraba de quejarse. en su desesperación una de ellas decidido administrarle un medicamento demasiado fuerte, más que la morfina, se lo aplico en una alta dosis, esta fue letal para el… Descanso y dejo descansar para siempre.

GAIA ORBE

suerte en el juego
verdugo de las selvas
garras sin piedad
tieso sobre la rama
hoy no crepita el pico
ojos de miedo
el caburé no huye
un sordo dolor
con las orejas bajas
de cazador a presa

YOLILLANA RELATOS

DOLOR.-
Es sábado por la noche y estás en un concierto de rock. Ese al que no querías ir pero te dejaste arrastrar por tus amigas.
Y ahí estás, con una copa en la mano que no quieres tomar, y haciendo como que bailas una música que no te apetece escuchar. Con una migraña que te va a reventar la cabeza. La música estridente y las luces estroboscópicas no hacen más que empeorar la situación.
Hacía mucho que no entrabas en un local tan abarrotado y se te hace difícil soportar tanto barullo.
Hay gente bailando y bebiendo por todas partes. Algunos hablan y otros hacen como que entienden (porque, piensas, es imposible que se estén escuchando).
Paula y Carmen están en su salsa. Llevaban más de 2 años esperando este concierto, que fue de los primeros que se cancelaron cuando empezó la pandemia.
Miras hacia ellas y las ves saltar y reír mientras bailan. De vez en cuando te miran y brindan contigo desde la distancia, levantando sus copas al aire. Tu fuerzas una sonrisa y correspondes el brindis.
¿Porqué no habrás venido con tu coche?
  • Venga, anímate! Que hace mil que no salimos las tres juntas. – Paula se ha acercado y te ha rodeado con su brazo izquierdo mientras con el derecho señala el escenario. Te parece ver cómo el cantante del grupo le guiña un ojo.
  • Lo intento, pero tanto tiempo sin salir me ha afectado. Demasiada gente y demasiado ruido para mí – dices intentando parecer menos agobiada de lo que realmente estás.
Carmen ha venido a unirse al grupo.
  • Chicas, de verdad, lo siento pero me voy a marchar. Me duele muchísimo la cabeza, no tendría que haber venido. Me sabe mal cortaros el rollo, quedaros vosotras – digo aprovechando que parece que las dos me prestan algo de atención.
  • De eso ni hablar, hemos venido juntas y nos vamos juntas – Paula ha sido siempre la mas atenta y cariñosa de las tres. Es como la hermana mayor del grupo.
  • No hace falta, de verdad, vosotras lo estáis pasando genial. Yo cojo un taxi y me vuelvo a casa. Necesito tomarme algo para el dolor y descansar. Mañana hablamos y nos vemos para comer si queréis – digo decidida mientras me cuelgo el bolso y dejo la copa en una barra que hay junto a la pared. Seguid con la fiesta y mañana me contáis.
Antes de que se den cuenta, les has plantado dos besos a cada una y has salido del local.
¡Aire puro! La noche es fresca y se agradece el cambio de temperatura. Sientes un ligero alivio. Recuerdas tener migrañas desde que tienes uso de razón, te has acostumbrado a vivir con ellas, pero cada vez son más frecuentes y han empezado a alterar tu calidad de vida.
En la puerta hay varias personas fumando pero aún así se puede respirar.
Cuando llegas a la avenida principal te das cuenta de que conseguir un taxi no va a ser tan fácil como esperabas. Así que empiezas a andar en dirección a la parada de metro más próxima, aunque crees recordar que a esas horas (ya son casi las dos de la madrugada) no hay metros. Pero lo haces por andar con algún rumbo mientras sigues con la esperanza puesta en que un taxi te recoja.
Nada, ni un solo taxi.
A decir verdad, no hay nadie en toda la avenida. Solo algún que otro paseante noctámbulo que tiene que sacar al perro. Ya has contado dos caniches y un sin raza, un mendigo, una pareja de enamorados dándose el lote en un banco y un anciano que seguramente tiene insomnio.
Taxis ninguno.
¿Y una farmacia de guardia? Necesitas tus drogas.
Desbloqueas el móvil y buscas en google maps “farmacias de guardia” “abierto ahora”…
Farmacia Avenida.- 400 metros.- 8 minutos a pie.
Pones rumbo a la farmacia rezando que por el camino pare un taxi. Sería ideal si ocurriese. Te acercaría a la farmacia, te drogarías, te llevaría a casa, y te meterías en la cama.
Mientras vas avenida abajo escuchas el sonido de una moto. De repente sientes un fuerte tirón del bolso y das con todo tu cuerpo en la calzada. La cabeza te va a explotar. El dolor es tan intenso que apenas puedes abrir los ojos.
Te despiertas en el suelo de tu habitación, empapada en sudor.
Vas a tener que volver al neurólogo. Las últimas pastillas que te recetó para la migraña, no te sientan nada pero que nada bien.

GLORIA ALBADALEJO

SALVAJE.
Inspirada en: “al borde de la muerte”. 1ªparte.
Por fin vacaciones, que bien, me voy a encontrar con mis amigos, que ilusión. Iremos a hacer excursiones como el año pasado, es lo que más me gusta, ir al bosque a investigar con ellos. Lo malo, es que también se apunta el pelmazo de mi hermano. No debería venir con nosotros, solo tiene ocho años, pero mis padres se ponen pesados, dicen que conmigo estará más controlado que si se va con otra gente. Para ellos es muy pequeño, yo no veo que sea así, para meterse conmigo no lo es tanto, está hecho un bicho. Por otra parte, sí que me gusta que mis padres me vean responsable, claro, soy la hermana mayor, yo tengo doce ya, así que este año también me lo voy a tener que cargar a la espalda y a aguantar se ha dicho.
Esta noche me siento inquieta, mañana es el gran día, nos vamos al pueblo. Allí me encontraré con Alicia, Luis, Ángel y Sara, no lo pasamos muy bien juntos y…
De repente una voz inesperada. -Marta, no vayas al bosque es peligroso.
Parece que estoy empezando a soñar, me ha parecido escuchar una voz, era como si estuviera a dentro de mi cabeza. La voz es confusa y no he entendido bien el mensaje. Pienso que será un sueño.
-No te lo aconsejo, no dirigiros al bosque.
-Quién hay ahí, ¿mamá, eres tú?, ¿Raúl?, ¿otra de tus bromas?, ¿a dónde te has metido, en el armario?, Venga Raúl, que tengo mucho sueño, sal de ahí.
El niño no estaba en ese lugar, supuso entonces que se trataría de un sueño.
Marta no estaba muy tranquila, sabía que había algo que le estaba advirtiendo, pero no sabía que era. Miró a dentro del armario, solo ropa y algún bolsito. Debajo de la cama, juguetes, zapatos y tonterías. Detrás de la puerta, el perchero con algo colgado. Su madre insistía en que colgara ahí su bata y la ropa que más utiliza.
Odio el orden, pensó entonces la niña.
¡Ah!, ya se ha donde puedes estar, en la ventana, pero en la ventan…
Ahí era imposible ver a su hermano, no podía ser, por el contrario, sí que vio otra cosa que no había visto nunca. Le impresionó ver eso, pero solo duró un instante, era algo monstruoso, pero tal como llegó, se fue enseguida.
Marta salió corriendo a la habitación de sus padres y gritando sus nombres, les dijo que había visto algo en la ventana y que había escuchado una voz diciéndole algo, pero que no sabía el qué porque se escuchaba muy raro.
-Hay cariño, estás tan emocionada con las vacaciones, que escuchas cosas y ves visiones en tú imaginación. -Le decía su madre. -Anda, por hoy, puedes acostarte con nosotros. Estás muy nerviosa.
No lo pensó dos veces, se le quitó la vergüenza de golpe y se acostó en medio de los dos. El resto de la noche, seguía algo inquieta, sabía que no eran imaginaciones, estaba segura de todo eso y esa cosa que vio en la ventana, le produjo pesadillas.
Al día siguiente, la mamá de los niños, ya había preparado el desayuno. Las maletas ya estaban preparadas desde hacía dos días. Todos tenían muchas ganas de irse al pueblo. Allí estaban rodeados de montañas y todo era muy relajante y placentero.
Antes de la partida, hubo el jaleo de siempre; que, si los niños se quieren llevar demasiados juguetes, eso necesita una maleta más y no cabe. Que si vámonos ya, que tenemos cinco horas de coche y luego se nos hace las tantas y todavía tengo que poner gasolina. Antes de todo, dejar en orden la casa, bien cerrada y todo eso.
-Uff, que agobio esto de viajar. -decía el padre.
-Ya sabes que luego vale la pena, allí estamos muy bien. -Le contestó la mujer.
Casi todo el camino, Marta tenía leves dolores de cabeza, pero que ella no quería dar importancia. Intentaba pensar en lo bien que se lo iba a pasar. Lo curioso de todo, es que, se le venía la imagen del verde bosque constantemente. Parecía el flas de una película. Eso no le había pasado nunca. Tal vez se estaba convirtiendo en una obsesión y le estaba perjudicando la cabeza.
-Marta- le empezó a decir su hermano- a lo mejor las ruedas de la bici se han deshinchado, el año pasado estaban flojas. ¿Me las podrás hinchar?
-Si pesado, ya las hincharé.
-Marta ¿y también haremos excursiones por la montaña, como el año pasado?
-Si Raúl, sí.
En ese momento, el padre de los niños, tuvo que hacer una maniobra con el coche, porque se estaba girando bruscamente hacia la derecha, casi saliéndose de la carretera. Los niños y también la mujer, exclamaron un leve gritito todos a la vez, se habían asustado.
-No moveros- les dijo el padre agitado- voy a ver lo que es.
El dolor de cabeza de Marta, parecía más intenso, mientras el padre les decía, que se había pinchado una rueda.
Todos fuera del coche y ayudando al hombre como podían a poner la rueda de repuesto. Esto les llevó casi una hora de retraso.
En dirección a la casa, ya más tranquilos, Marta se quedó curiosamente dormida y soñando, como no, con ese bosque encantado que le estaba esperando.
De pronto se sintió golpeada por algo en el brazo.
-Vamos gandula, que ya hemos llegado- le decía su hermano dándole en el brazo con el puño.
-Creía que ya estábamos allí. Ah, no, era el sueño. -Decía Marta tocándose la frente que parecía estar algo caliente y todavía la sentía dolorida. -Creo que el viaje, no me ha sentado muy bien. -Dijo mientras se despejaba elevando los brazos, como si se acabara de levantar por la mañana.
Al tocar suelo hacia la casa, que ya estaba muy próxima, Marta escuchó nuevamente esa voz a dentro de su cabeza.
-No vayas al bosque, no vayas. -La voz se oía muy lejana y parecía una mujer joven y después volvió a ver esa cosa rara, como la que vio en la ventana. Esta vez pudo comprobar, que los ojos de eso, que parecía un animal salvaje, le brillaban tanto, que no podía identificar el color de ellos, pero aseguraría que eran amarillos. El gran susto se lo dio cuando notó que algo, le rozaba la pierna. Al mirar dio un brinco cuando comprobó que tenía un gato enorme, justo a su lado y cuando lo observó, se dio cuenta que este también tenía los ojos amarillos. Salió corriendo de allí, por no darle una patada.
-Pero Marta, ¿qué te pasa? -le preguntaba su madre extrañada.
-Ha estado muy rara durante todo el viaje. -decía Raúl. -Está loca.
-No digas esas cosas, estará cansada. -dijo la madre, mientras perseguía a su hija.
-Es ese gato mamá, he soñado con él y luego aparece junto a mi lado.
-Pero de que gato estás hablando Marta, no hay ningún gato por aquí. Venga, que ya estamos cerca de casa.
Cuando llegaron por fin, se dieron cuenta que hacía tiempo que no la visitaban. La casa estaba repletita de porquería. Mucha faena se avecinaba el primer día.
-Bueno niños, comemos algo, descansamos un poquito y después a limpiar vuestras habitaciones y aquí tenéis las sábanas limpias.
Después de unas leves quejas y caras de agobio, no tuvieron más remedio que hacerle caso a su madre.
Marta, se sentía muy cansada, el viaje la había dejado hecha polvo. Demasiado largo y encima el pinchazo, además, para rematar, el extraño dolor de cabeza que no parecía remitir. Después volvió a pensar en ese gato negro, tan feo, de ojos amarillos que le había rozado la pierna, como avisándola de algo, pensó.
Mañana será otro día, seguro que todo son imaginaciones mías, hasta el dolor de cabeza. Voy a llamar a mis amigos, pensó Marta. Mañana iremos de excursión, al gran bosque.
La chica pasó la noche un poco inquieta, dando vueltas y más vueltas a su cama del pueblo. Esta crujía como una endemoniada, los muelles amenazaban con salir del sitio en cualquier momento. Una cama demasiado vieja, parecía ser.
Cuando comenzó a hablar en sueños, casi gritando, despertó a su hermano que estaba en la habitación de al lado, incluso le asustó porque decía algo así como; “déjame”, “me haces daño” y después comenzó a gritar como una loca. Tuvo que ir a despertarla, porque daba sacudidas, como si en realidad, hubiese algo dentro de ella. Su hermana parecía poseída por algo raro. Le costaba despertarla y al no conseguirlo, fue en busca de sus padres, reclamándoles ayuda. Raúl, se dirigió a ellos muy nervioso y les dijo que a Marta le estaba dando un ataque. Sus padres se levantaron de inmediato y cuando llegaron, Marta, estaba sentada en la cama con los ojos abiertos, pero dormida. No reaccionaba a las preguntas de sus padres que también empezaban a ponerse nerviosos.
-Será sonambulismo, -dijo por fin la madre -aunque esto no le había pasado antes. Le voy a ayudar a acostarse. -y así hizo. Entonces Marta, se relajó, cerrando sus ojos pesados, pero no, sin antes decir con una voz diferente, extraña y muy leve, casi afónica, que había regresado y quedó plácidamente dormida, mientras su familia la miraba con expresión preocupante. Seguidamente, algo se escuchó en la lejanía de la casa, semblante a la respiración profunda de un animal salvaje, que tal vez se había colado en su alojamiento vacacional, pero también en sus vidas.
Continuará.

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18 comentarios en «Dolor – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto es para:

    *Pedro Parrina

    Tenía pensado votar tb por otro relato de Pedro Antonio López Cruz pero no aparece (el del hoyo, que me encantó).

    Añadir que no me gusta leer sobre el dolor físico y eso ha influido mucho en mi votación.

    Responder
  2. Buen día!
    Hace un rato puse mi voto y no se ve reflejado como veo el de Son Sonia
    Tal vez algo no estoy haciendo bien al votar
    Quería sumar a Asaph Fernández
    Gracias

    Responder
  3. Un tema difícil pero a la vez me ha servido, escribiéndolo, para expulsar parte del dolor físico que siento, que influye en el psíquico.
    La gente prefiere risas pero son muchos los que están olvidados sin ganas de reír. Y dicho este tostón…
    He de decir que no he leído ni la mitad de los relatos por falta de tiempo está semana.
    Pero como hay gente que no suele leer todos y votan pues yo también.

    Voto a:

    Haritz – Un genio incomprendido con faltas de ortografía y porque es coleguita mío.

    Asaph -Me gusta la gente original, mezcla de dolor físico y emocional.
    Perdón a los compis que no he podido leer y que seguro también merecían el voto .
    Bueno!!!! Se nota que me gusta escribir, Sorry!!!

    Responder
  4. Mis votos para:

    – PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ (MIS PROBLEMAS CON EL DIECIOCHO)

    – ANNERIS GARCÍA
    (Oscuridad)

    – ARITZ SANCHO MAURI
    (QUEMÁNDOME VIVO)

    No voto más porque no puedo. Todos increíbles!

    Responder

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