Azúcar – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «azúcar». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de octubre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Açucar Rodrígues estaba entrenando duro desde que había perdido el número 1. Había contratado al reputado entrenador Carlos Poyá para que le diese chutes de adrenalina natural que la hipermotivasen, pues ella creía que había perdido capacidad de motivación al ganar todo siempre y eso había permitido a sus rivales destronarla. Lo primero que había trabajado era el famoso grito al golpear las bolas, ahora era más contundente, aaiiinsss, aaiiinsss y eso le había hecho ganar otra vez confianza en sí misma.
Por fin llegó el día del partido contra Sacarina García, su odiada rival, que según Açucar, le había arrebatado la corona mundial con malas artes. Se encontraban en semifinales y si le ganaba tendría el camino despejado para recuperar el ansiado cetro, pues solo consideraba a Sacarina como la única capaz de derrotarla, ni se había molestado en ver a las demás rivales y mucho menos enterarse de quienes jugaban la otra semifinal del Abierto de Burgos, el torneo más prestigioso del circuito y que otorgaba los puntos suficientes para recuperar el n.º 1.
El partido comenzó inmejorable, su nuevo grito estaba intimidando a Sacarina que fallaba primeros saques y se quedaba corta en las dejadas, así que no tardó mucho en romperle el servicio. Todo sucedió más rápido de lo que Açucar esperaba 6-1 y 6´3 y adiós a Sacarina. Estaba exultante, le daba igual quien fuese su rival, por la tarde su último entrenamiento con Poyá y a la mañana siguiente la final.
El día salió soleado, los rayos del astro rey brillaban especialmente para ella, no podía ser de otra manera. Con paso firme se dirigió a la pista central saludando a todo el mundo, sí, la reina había vuelto. Al fondo vio aparecer a su rival, una chica joven y rubia con aires muy juveniles todavía, -a esta me la meriendo en media hora como un albañil el bocata, pensó -.
El partido empezó no del todo como ella había previsto, la rubita le devolvía el saque y además contraatacaba con firmeza dejando liftados imposibles de devolver y encima no se intimidaba por su grito. A la hora de sacar, la rubita también hacía aces directos como rosquillas (sin azúcar por supuesto), al final la que fue merendada en un abrir y cerrar de piernas (de ojos perdón) fue ella. 6-1 y 6-1, ¡no podía ser, estaba otra vez tan cerca y zas, adiós corona! Y encima no sabía ni como se llamaba su rival. Después del protocolario saludo, el speaker se puso a informar al público, la ganadora del torneo y nueva nº1 es Stevia Hacendosen de Suecia. El público la recibió con una ovación cerrada mientras Açucar se pegaba un chute de glucosa al tiempo que rumiaba para sus adentros, ¡si tengo que contratar a Nadal y Federer juntos, lo haré! ¿Serán diabéticos o por el contrario aceptarán entrenarla? Eso amigos, amigas y amigues lo dejaremos para otra ocasión.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Mi cuerpo estaba falto de azúcar. Por ello mi cerebro comenzó a dar órdenes de divilidad a los demás órganos que pobla mi naturaleza enferma.
Más en el recodo del camino de mi vida, estaba alerta a la situación reinante, la última hebra de energía que me quedaba, dispuesta a luchar por la asistencias de seguir mi cuerpo con vida.
Poco a poco,gracias a una dieta controlada por mi médico mi organismos experimenta todo tipo de beneficios.
Hoy mi cuerpo tiene la cantidad necesaria que necesita de azúcar.

BENEDICTO PALACIOS

Se guarda en una iglesia de Salamanca una pintura de José de Ribera: la inmaculada, una obra de gran belleza. Se lo mostraba a un colega mejicano, ensalzando la calidad del cuadro y de las otras pinturas que forman el retablo mayor. Me miró confundido y los ojos le hicieron chiribitas. Se sentó en un banco y en plan de recogimiento permaneció unos minutos largos. Cuando yo le creía de vuelta del arrobamiento, me invitó a sentarme a su lado y me dijo que aquel no podía ser el Rivera que conocía muy bien, el pintor mejicano que murió en 1957.
—Pues no, claro que no. Además —le expliqué— nuestro Ribera se escribe con be.
Me habló del mejicano. En su ciudad natal se exponían un buen número de cuadros en los que se podían contemplar escenas de braceros recogiendo caña de azúcar. Y hablamos del azúcar.
Tenía para ambos connotaciones bien distintas. Contaba él que el bracero no era una persona libre. Rivera los representaba como esforzados jornaleros pegados a una carga de caña de azúcar que terminaría por vencerles y aplastarles.
Poblaban mis recuerdos una tonalidad más dulce. No había llegado aún el chupete, y las madres improvisaban un remedio casero cuando el bebé lloraba. Envolvían en un trozo de tela una porción de azúcar al que daban la forma de chupete. El sabor dulzón solía calmar el llanto del bebé.
—No hay similitud —terció el mejicano— si bien en ambas imágenes subyace una misma realidad.
—La pobreza, diría yo.
—Y el desespero. El bracero apenas avistaba un resquicio para la esperanza y el niño lloraría de desesperación.
Asentí. Abandonamos la iglesia y nos dirigimos a la plaza, que henchía de gente. Hacía un día espléndido de sol.
—¿Sabe usted? —Dije a mi colega— Tomando un café en estas terrazas, miraba don Miguel de Unamuno los arcos y el color de la piedra, y en tanto los contemplaba parecían menguar sus disgustos y frustraciones.
—¿Conoce usted el origen de esos desengaños?
—Están en la vida misma. En ella pocas veces o nunca se logran las expectativas.
—En cuanto al señor Unamuno se equivoca.
—¿Está seguro?
—Sí, porque el objeto o causa de aquellos se debía mayormente a que don Miguel no ponía en el café suficiente azúcar.

FÉLIX MELÉNDEZ

Hoy toca ciencia ficción.
Sobre la alfombra inmensa del valle de la vida, lleno de tulipanes, margaritas y amapolas. Jugaba una pequeña niña a deshojar las flores. Cantando y cantando. Jugando y cantando se pasaba las horas. Tenía formado varios círculo de pétalos, rojos, blancos y amarillos, a su alrededor, velas, y suspiros, cantaba una extraña canción que se perdía en el eco del silencio.
«Azúcar en la sangre,
azúcar en el corazón,
azúcar de los dulces,
azúcar del turrón»
El círculo estaba formado por siete velas blancas, cada una era los meses que habían transcurrido desde el nefasto día.
El nombre de la pequeña: Azúcar, el color de sus ojos, azul como el mismo cielo, su cuerpo es blanco, blanco, como la nata, tirabuzones rubios de miel, como si de un querubín se tratase con una sonrisa grande y dos alas tremendas también blancas que la hacen levantarse del suelo y volar. Y va volando hasta el río, cada día y se queda unos minutos sobre su hermano, pero él no la puede ver. Le da un beso en la frente y regresa.
Cuenta la leyenda que en las noches de luna, el valle se ilumina, se vuelve brillante y florecen los almendros. Todo se llena de una polvareda fina de azúcar hasta el suelo.
Sentado sobre la piedra de un río, está un muchacho frío, joven, llorando en la más completa soledad, acaba de perder lo que más quería, a su familia en un terrible accidente, su nombre: Amargo, tiempo atrás se llamaba de otra forma, cuando sonreía, y el corazón le latía. Está solo completamente, apenado y perdido mirando pasar el agua en un completo bloqueo mental. Está en otro mundo distinto, en el mundo de los idos, recordando sus viejos tiempos. Y pescando con una caña muy larga y un hilo invisible, en la otra punta tiene un anzuelo que se llama libertad.
Una noche de fuertes lluvias su padre, Prudencio, conducía el coche donde venían, su hermana, su madre y él. Muy cerca de aquel arroyo cuando un rayo se desplomó, sobre un árbol que cayó en la carretera, volcando el auto dejando las ruedas mirando para el cielo.
Desde aquel momento todo cambió. Del padre nadie supo nada, no encontraron su cuerpo, desapareció sin dejar rastro por ningún lado, ningún tipo de señal.
Se dice que en las tardes de niebla espesa, aparece la silueta de un hombre andando por la carretera, camino a la sierra, anunciando los peligros del monte, de la noche. Parando a los coches que van muy ligeros, quitando las piedras del sendero. Y talando árboles.
Algunas noches oscuras de tormenta, cuando está más cargado el temporal, va un ángel pequeño con él, agarrados de la mano, sólo se observa su silueta, los dos juntos hacia el final de la carretera.
La madre es la única que sobrevivió, Esperanza. Está ingresada en un centro estatal, sólo mira por la ventana.
Dice: «Que su hija viene a visitarla algunas veces, con unas alas blancas» y le da un beso en la mejilla. Los días de tormenta, se vuelve loca, llora y se desmaya, después , como si nada, pide azúcar, agua y mira al cielo.

ALBERTO MEDINA MOYA

Llevaba varios días viniendo a la pastelería. Unas veces pedía una palmera de chocolate, otras una napolitana, otras tarta de queso. Yo la atendía entre embelesado y temeroso: su sonrisa era más poderosa que tres mil ejércitos. A mitad de la segunda semana la bauticé como Miss azúcar. Así me dirigí a ella una vez, y su risa fue un chute de felicidad.
Cada vez que la veía salir por la puerta sin pedirle una cita mis pies se volvían como el plomo y se hacia más largo el camino a casa.
Un día decidí coger el toro. Me puse bien guapo, miré a mi doble del espejo y le dije: eres grande, baby.
– ¿Te apetece tomar un café el sábado? -le dije aquella tarde.
– Si me acompañas, sí -sonrió.
Y claro que la acompañé. En aquella cafetería perdí la noción de todo y gané la certeza de que con Miss azúcar a mi lado podría dar la vuelta al mundo en monopatín, conducir un Cadillac en Las Vegas, mearme en los diez mandamientos, robar un cargamento de cerveza, volver loco a mi psicólogo y subir en chanclas el Everest.
Al despedirnos en su portal me dio el beso más dulce que podía recordar. Después me miró con ternura y me contó un secreto: era diabética.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Amor eterno se
zambulle en tu
útero mientras nota las
caricias y el sentirse
amado tras un
romance apasionado.
Acrósticos embelesados
zumbando palabras
útiles al oído
con extrema maestría
atolondrado corazón
rasgando su alma.
Acaso no te quise
zozobrando está el destino
únete conmigo
coge mi mano y
antes de soltarnos
resurgirá nuestro amor eterno.

ALBERTO LÓPEZ MEGÍAS

Hoy quise nacer para descubrir algo nuevo , por eso empecé a escribir sentado y mirado el paisaje .
Callado porque el que calla otorga y daba mérito al sabor del momento , dejaba que La Alhambra fuese un factor que fluyese y las Alhambras un factor que influyese .
Me apuntaban con el dedo esos indeseables , no les escuché porque ignoraba a la amargura que no hacía de mi un escritor .
Esta cabeza tan egoísta tan solo necesitaba concentración y si ahora hago un inciso , puedo decir que vendo historias jamás contadas .
Si me preguntan el precio , les contesto que es un terrón de azúcar , para que pueda vivir alegre y en mi vera pueda decir que Bella Granada.
Por pecar una noche , no te haces pecador ni tampoco un vividor , me susurró una señora viuda que tenía su cama de claveles .
Acto seguido le contesté que los principios de uno mismo son dulces hasta que se rompen .

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

PIROPO
¡¡Azúcar!!, me decía ese albañil pizpireta al pasar cada día delante de la obra.
Yo pensaba que quería decirme que le echara azúcar a mi café mañanero, pero no entendía cómo sabía que me gustaba amargo.
En otras ocasiones, pensaba que, mi extremada delgadez congénita, era la que le hacía mandarme ese saludo como consejo de que incluyera en mi alimentación más comidas y bebidas azucaradas por su alto nivel calórico.
Lo cierto era que, cada mañana, me saludaba de esa manera sacando en mí una enorme sonrisa.
¿Querría decirme que le comprara un paquete de azúcar para llevar a su casa? ¿Tan pobre podría ser?
Así que me atreví. Salí como a diario directa al trabajo, pero esta vez llevaba mi paquetito de azúcar para regalar.
Sorprendido, me sonrió y me dijo: no necesito azúcar para endulzar mi vida. Verte cada mañana me hace despreciar los dulces y cualquier alimento edulcorado. Tú eres dulzura y le pones azúcar a mis mañanas con esos andares y esa sonrisa.
¡Me estaba piropeando!
Qué fácil es hacer feliz a alguien en unos segundos, con una sola palabra.
De esto hace ya algunos años y os aseguro que le echo de menos.
Ya no hay obra, sino un edificio de oficinas enorme donde ahora trabajo. El destino, siempre el destino, me trajo aquí. En mi cajón guardo un sobrecito de azúcar.
Gracias, Juan, por tantas sonrisas regaladas cada mañana.
Como ya no estás, mi café lo tomó con azúcar.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

UNA CHICA DE MIRADA GLÚCIDA
A sus cuatro años, ella aún no lo sabía. Pero la dulzura, ese sentimiento y ese sabor que todos conocemos y que resulta tan adictivo como difícil de describir, iba a marcar su vida entera. En todos los sentidos.
La descubrió por primera vez en los ojos de los demás. Había algo tan limpio y trasparente en la mirada de ciertas personas que desde el primer momento le resultó fascinante. O quizá no fuesen las personas, sino que era en su propia mente y en lo más profundo de su corazón donde residía esa magia tan especial.
Pero fue en la feria donde descubrió, de manera tangible y real, ese sabor que jamás olvidaría. Un señor de rasgos amables y delantal blanco se afanaba mecánicamente en dar vueltas a un palito de madera mientras ella observaba absorta como iba surgiendo, casi de la nada, esa bola de algodón, rosa y perfecta. Tal fue el encantamiento y la parálisis que le produjo aquel acontecimiento que su padre, después de observarla, no dudó en comprarle un ejemplar. El más grande. Ella no salía de su asombro mientras tocaba y saboreaba aquella maravilla esponjosa que se deshacía en su boca al tiempo que sus dedos se volvían cada vez más pegajosos. Sin embargo, el enorme placer que le producía el sabor y aquella sensación única bien merecían la pena.
Ese primer recuerdo quedaría impregnado para siempre en su memoria y años más tarde, fue deseo del destino que el azúcar siguiera dirigiendo los designios de su vida. Aquella niña encantadora y curiosa había crecido y se había convertido en toda una mujer. La belleza que desprendían sus ojos de sirena, solo era comparable a la dulzura que contenía todo cuanto creaba. Había heredado la pastelería de sus padres. Era aquella una familia con una larga tradición repostera bien conocida en toda la ciudad. Ella representaba la quinta generación. Aprendió de su madre y su abuela todo cuando sabía y había hecho de la innovación su seña de identidad. Blanco, moreno, glasé, panela, perlado, mascabado, de vainilla… cada uno tenía su lugar y su momento. No había azúcar que se resistiera a sus artesanas y habilidosas manos. Interminables colas de niños, jóvenes, mayores y ancianos rodeaban varias manzanas desde que salía el sol y se levantaban las persianas que daban acceso a aquel paraíso de olores y sabores únicos hasta que caía la noche y ella, exhausta pero orgullosa, sentía la satisfacción de haber repartido la dulzura de sus productos entre cientos de bocas agradecidas.
Pero todo en la vida tiene sus momentos, y el azúcar de sus pupilas un día se tornó amargo, en cuestión de segundos. De repente, aquella mirada dulce y encantadora se había cerrado bruscamente, permaneciendo un buen rato sumida en la oscuridad, mientras su cuerpo caía y ella acariciaba la muerte a poca distancia. Solo tuvo el tiempo justo de notar un leve mareo. Todo fue muy frío e inesperado, tan aséptico como aquella sala de hospital en la que recibió el diagnóstico. El desvanecimiento y posterior desplome, algo que a priori podría no tener mayor importancia, se había debido a un coma diabético por hiperglucemia. La gravedad era patente, se podía palpar en el ambiente y en los gestos de preocupación. Fue un martes cualquiera, justo cuando acababa de echar el cierre. Cuando la encontraron, casi una hora después, aún se encontraba con vida, pero era incapaz de despertar ni responder a ningún tipo de estímulo visual, sonoro o de otro tipo. En aquella ocasión la suerte estuvo de su parte. La dama oscura se vio obligada a recoger su guadaña y emprender camino hacia otra parte. Pero desde entonces, su dulzura ya nunca volvería a ser la misma. Irónicamente, el azúcar se había convertido en su peor enemigo. Quién sabe desde cuándo.

SON SONIA

AMOR VERDADERO
Alma apuntaba a correr el sueño que había tenido poco antes de despertar. Sabía que, si no lo hacía, lo olvidaría; también sabía que ese tipo de sueños le anunciaba el futuro.
***
En el sueño, estaba en la consulta de un médico. Éste le daba su diagnóstico:
—Tienes cáncer de estómago. Hay que comenzar con la quimioterapia.
—¿Cuánto tiempo de vida me queda? —preguntaba ella.
—Sin quimio, diez meses.
—No quiero quimio. Prefiero dedicar el tiempo que me quede a ser feliz y no a envenenarme.
Entonces le llamaba la atención un cuadro situado en la pared, tras el doctor. Representaba a un extraño hombrecillo montado sobre un loro enorme. Tenía un arco entre sus manos y parecía a punto de disparar una flecha.
En la siguiente escena vivía sus últimos días en el campo, en un entorno feliz, acompañada por su familia. Enseguida llegaba el día de su muerte. Tenía miedo pero, al mismo tiempo, sentía paz. Miedo a los desconocido; paz porque su corazón estaba colmado de amor.
Al exhalar su último aliento se había despertado, sorprendida de estar viva de tan real que le había parecido el sueño.
***
Tras apuntar el sueño, activó una alarma en el calendario de su móvil para diez meses después, el plazo que había dado el médico. Una alarma que le recordaba el sueño y así comprobar si sucedía algo que pudiese relacionarse con el mismo.
***
Diez meses después sonó el recordatorio. Había olvidado por completo aquel sueño.
No estaba enferma ni tenía síntoma alguno que le hiciese pensar en tal posibilidad. Le parecía que el cáncer de estómago no era literal. De repente, sus ojos se abrieron al máximo… cáncer… estómago. Vaya.
Estaba viviendo el comienzo de una posible relación con un hombre de signo Cáncer. Y le sucedía algo con ese hombre que le llamaba mucho la atención porque no le parecía nada normal en ella. Le molestaba su barriga cervecera. ¿Se debía esa molestia a que su inconsciente intentaba hacerle recordar?. La barriga se podía considerar la parte exterior del estómago.
Vale… ¿Qué más? ¿Qué le quería decir aquel sueño? Qué hubiese un hombre en su vida no era nada del otro mundo ¿La iba a palmar por culpa de ese hombre? Pero la muerte, en un sueño, podía significar un gran cambio. ¿Un gran cambio por la aparición de un hombre de signo Cáncer?.
Pensó en el detalle del cuadro en el sueño. ¿Era otra pista? Probablemente, sí.
Decidió consultar con San Google. Escribió en el buscador: “Hombre montado en loro”. Y apareció, unas filas por debajo de los primeros resultados, algo que la sorprendió: “Kamadeva es el dios hindú del amor. Montado sobre su loro, dispara flechas de flores impulsadas desde su arco de caña de azúcar”.
Entró en dicho enlace para informarse más a fondo. Se encontró con la lección de Kamadeva:
El arco de Kamadeva está hecho de caña de azúcar. La caña de azúcar es más dulce en el centro que en los extremos, haciendo alusión a que el amor verdadero es aquel que equilibra. En el verdadero amor, la lujuria y la pasión son algo secundario”.
Significaba eso que, el hombre a una barriga pegado ¿era su amor verdadero?. Pues no tenía pinta alguna de serlo. Cierto que a su lado se sentía tan cómoda como consigo misma, tan cómoda como si él fuese su hogar… pero, no conseguía entenderse con él.
Y por eso estaba a puntito de dejarlo. La paciencia en los inicios de un romance nunca había sido su fuerte. Siempre estaba deseando escapar y enseguida veía razones para hacerlo. El único motivo era que sola se sentía genial. Sola era feliz y una pareja le rompía una rutina que adoraba.
Si de verdad aquel era un amor verdadero, Kamadeva volvería a unir sus caminos cuando ambos estuviesen preparados para ello.

RAQUEL LÓPEZ

¡ Quiero besar tu boca!
para despertar mis labios dormidos,
mágico sentir tus besos
es un deleite prohibido.
Multitud de sentimientos,
feromonas de placer
labios caramelizados,
con besos sabor a miel.
Delicias de azúcar
que enmudecen mis sentidos,
una embriaguez de almíbar
que me hace volar hasta el cielo.
El néctar que me da vida,
entre locura y delirio,
saborear el azúcar
de esos dulces labios tuyos.

CARLOS RODRÍGUEZ

Alguien juega en mi cocina
¿Cómo era posible? Había revisado el contenido de cada uno de los recipientes cada día de la semana, y a pesar de ello seguía sucediendo lo mismo cada día. Estaba completamente seguro de haber dejado tanto la sal como el azúcar en sus contenedores correspondientes, de haber probado que el contenido fuese el correcto según la etiqueta, además, los recipientes eran completamente diferentes en forma y tamaño… vamos, que era imposible equivocarse ala hora de echar mano del que en cada momento hiciese falta.
Cada uno de los días de aquella extraña semana sus comidas eran dulces, pero totalmente carentes de sal. Y no sería porqué no se la hubiese puesto, que estaba seguro de haberlo hecho, y de forma generosa, pues le gustaba que tirase más bien hacia el salado.
Algunos de los platos que había preparado en aquellos días aún se habían podido comer, el azúcar les daba un punto extraño y diferente, pero eran comestibles. Otros terminaron en el contenedor de desperdicios, pues eran totalmente intragables, seguro que ni el más famélico de los perros vagabundos que rondaban el barrio se los hubiese comido.
Era evidente que algo extraño estaba sucediendo en su cocina, uno puede tener un día tonto y equivocarse ¿pero todos los días de una semana? No, aquello no era normal y estaba decidido a descubrir el motivo de tal desaguisado, resolvería el misterio a cualquier precio, estaba completamente seguro que le saldría más barato que seguir tirando comida.
Lo primero que se le ocurrió fue cambiar el azúcar de lugar, lo sacaría de la cocina y seguro que así no podría volver a equivocarse, y aún así volvió a comprobar el contenido del salero… tal como imaginaba, era sal.
Para ese día había decidido preparar un fabuloso entrecot de buey que se había traído desde el pueblo el día antes.
Todo iba sobre ruedas, había escogido cuidadosamente todos los ingredientes que formarían parte del adobo, la salsa Perrins, los ajos, el aceite de oliva, albahaca y romero, hasta se había esmerado en la elección de la cerveza que debería añadir a ese adobo. Dejo reposar la carne en aquel marinado durante unos 15 minutos, mientras degustaba el resto de la cerveza. Calentó la plancha y cocino la carne hasta dejarla en su punto. Tras retirarla del fuego salpimentó y dejó reposar nuevamente cubriendo el plato para i intensificar aún más los sabores.
Había llegado el momento de degustar aquel manjar … ¡cáspita! … había sucedido otra vez, la sal brillaba por su ausencia y sobre el entrecot lucía una finísima capa de azúcar. Esto había ido demasiado lejos, esa misma tarde instalaría cámara de seguridad, tenía que saber que estaba sucediendo allí.
Una nueva sorpresa le esperaba al visionar lo que las cámaras habían grabado. No, no se veía a nadie enredando en su cocina, al menos como hubiese esperado ver. Las imágenes le dejaron aún más confuso de lo que ya estaba.
En el monitor se apreciaba claramente como se abría la puerta de su cocina, también la del mueble donde se encontraba el salero, se podía ver perfectamente como el salero era bajado a la encimera y vaciado su contenido en el paquete de la sal. Acto seguido podía verse como era rellenado con azúcar y vuelto a colocar cuidadosamente en su lugar, como si nunca se hubiese movido de allí.
Lo que no se podía ver era quien hacía esos cambios, todos los elementos parecían moverse solos, levitar hasta situarse en cada punto como si fuesen movidos por un fantasma que permanecía oculto en su invisibilidad..
Esto sí le estaba asustando, no creía estar volviéndose loco, además las imágenes no dejaban espacio a las dudas, algo estaba jugando en su cocina y ese algo era inmaterial.
Pero ¿Qué podía hacer? ¿Por qué ahora y no antes?
Él se había mudado a esta casa hacia más de diez años, después de casi otros dos de esperar a que terminase las reformas que junto a su novia habían proyectado para lo que habría sido su hogar. Ella no había podido ver las obras terminadas, un conductor ebrio la había arrollado cuando salía de su trabajo matándola en el acto. Él había estado a punto de vender aquella casa, pero algo en su interior se lo había impedido.
En su cabeza daban vueltas mil preguntas buscando una explicación a lo que estaba sucediendo, sin dejar de ver aquellas imágenes en la pantalla ni encontrar respuesta o explicación alguna.
Un fuerte ruido le sacó de su abstracción, procedía del despacho, alarmado corrió a ver que sucedía y su sorpresa fue todavía mayor, tras la gran mesa de roble se movía ligeramente la silla, lo hacía con delicados momentos rotatorios de izquierda a derecha y viceversa, como si alguien estuviera sentado en ella, ligeramente reclinado hacia atrás. Sobre la mesa una carpeta se abrió dejando ver su interior, y como si una mano la guiase se giró hacia él, como mostrándole directamente aquellas páginas en concreto.
Temeroso se acercó al escritorio, era consciente de no haber dejado ninguna carpeta fuera de los cajones del archivador, y menos todavía la que contenía sus informes médicos, sin embargo allí estaba, ante sus ojos, y sobre aquellas páginas el bolígrafo que él había regalado a Soledad unos días antes de su muerte, situado estratégicamente, como señalando un párrafo concreto. Leyó aquel párrafo y todo cobró sentido.
A pesar de los años transcurridos nunca había vuelto a estar con una mujer, no se sentía preparado para una relación, pero nunca se sintió solo, cuando llegaba a casa se sentía acompañado, le inundaba la paz, la misma sensación que sentía entre los brazos de Soledad, probablemente por eso no había querido poner nada de forma diferente a como ella lo había diseñado en sus dibujos, aquellos que guardaba como oro en paño.
Su miedo se volvió tranquilidad, y la paz retorno a inundar su Alma. Ahora estaba seguro, ella nunca se había ido.
Aquel párrafo del informe médico era una clara advertencia, debía dejar la sal en las comidas para que su salud no se viese deteriorada, y Soledad se estaba encargando de que así fuese, ella seguía cuidando de él.
El azúcar, esa era una vieja broma que entre ambos tenían y que ahora había recordado, una broma sobre la dulzura de sus labios.
Llorando se arrodilló junto a la silla que ya no se movía, pero se había girado hacia él, como si Soledad estuviese ahora ofreciéndole su regazo a modo de refugio, mientras entre lágrimas el repetía que la amaba y la amaría eternamente.

ROSA ROSANA

DISCERNIMIENTO
…y recordé aquel sabor
almacenado en el recuerdo,
y hubiera preferido olvidar
la sal que contenían tus besos.
¡En qué estaría pensando!
¡Qué falta de discernimiento!
Quedaron agrietados, escocidos,
sangrando los labios desde dentro.
Pensaba encontrar la dulzura en ellos,
y hoy aquí me encuentro sediento.
Los imaginé blancos, llenos de azúcar,
para fundirse con cada uno de ellos.
Hacerme adicto, y adicto me siento,
pero en vez de encontrar azúcar en tus besos
y empalagarme hasta el hastío de ellos,
hoy más que nunca me encuentro sediento.
¡Qué falta de discernimiento!
Confundir la sal y el azúcar en estos momentos.

BEGO RIVERA

Desacuerdo en avenencia
Alex
Alucino en colores negros y blancos…
zarzuela de melodías sordas
unge mi ser en azúcar insípida
cantabas gritando mi nombre
avanzas con el cuchillo que no saja
rememoro tu pasado presente.
Anna
Añoro el pasado quedado olvidado
zigzagueando sin moverme voy
unión de dos seres divididos
capturo mi dolor soltándolo
acudo rauda a tí lentamente…
robo de un cuchillo liberador.
Alex y Anna
A veces llorábamos en risas
zancadas de alegrías tristes
untados en azúcar; amargados
cambiamos si saber, sabiendo
amargos recuerdos felices
robaron nuestro amor regalado.

DAVID MERLÁN CASTRO

2:00 AM. Interior de la alacena. Cocina de la casa de los García. Una discusión se encuentra en todo su apogeo:
–Mi dulzor es más sano que el tuyo. A Pilar le gusto más que tú, qué lo sepas –. dijo el bote de sacarina líquida.
–Ya pero el mío, es más natural –. Añadió el paquete de terrones de azúcar.
– Si, si, pues que sepas que al gordo de Roberto no le viene nada bien «tú dulzor». Mejor le iría, si me conociese.–se defendió la sacarina.
– Descuida. Pero no debes de ser de muy buena calidad.
– ¿Y eso porqué lo dices?
–Porque te conoce de sobra y recuerda que decidió seguir conmigo y no cambiar. No como la amargada de Pili, que normal que seáis buenas amigas.
FIN
Aviso:
Culaquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Los personajes y nombres han sido alterados para esta dramatización.
Durante la escena, ningún producto presente en la alacena, ha sufrido lesiones físicas o psíquicas.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

No consigo
desprender el anhelo
de beber
de esa miel inexistente,
del azúcar derramado,
que me dejó el último roce
de nuestros marchitos labios.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Filosofía de café
– Buen día.
– Buen día.
– ¿Qué va a desayunar?
– Un café en jarrito.
– ¿Azúcar o edulcorante?
– Entre un sobre de veneno
y uno de engaño,
no me quedo con ninguno,
tomaré el café amargo.

NEUS SINTES

Tus besos saben a azúcar. Dulces como la miel, le decía July a Liam cuando sus labios se juntaron de improviso. De fondo la canción «Por un beso de la flaca, daría lo que fuera…Por un beso…».
Su historia empezó años atrás, mucho antes de conocer, de suponer que entre ellos habría posibilidad de una relación más allá de la amistad. Aunque se atraían, había barreras por las que debían y tuvieron que correr el riesgo de superar. Juntos, pudieron superar los obstáculos que la vida les ofrecía a cada paso. Luchaban por su amor, por el amor que se profesaban en silencio cada noche.
Al principio llevaron la relación en secreto, hasta que por fin decidieron dar la cara y salir juntos de la mano, con la cabeza bien alta y demostrar de lo que valía el amor.
A tu lado soy el hombre más afortunado de poder
zigzaguear entre tus labios, saboreando…
untando de azúcar y de miel nuestros labios,
cuando en la noche oscura, la luna es testigo de nuestro
amor, por el que tanto tiempo y tanos años nos
rogamos amor eterno.

MARGA CREPY

Nueve tazas de leche recién ordeñada, huele a hierbas verdes y tres de azúcar que caen como nieve, disolviéndose al calor de la primavera.
Esperas a fuego lento como caricias de enamorado. El manjar que eleva su temperatura a borbotones espesos recorre los cuerpos.
Agregas una pizca de bicarbonato, los burbujeos tienden a salir, sintiéndose en sus muslos oscuros como caramelo.
Tus manos bajan el fuego, la leche y el azúcar son uno, ardiente, excitante, brillante.
Un toque fresco de vainilla los invade, perfumada, exquisita, exótica como brote de flor de orquídea, picante, hija prodigiosa de Xanath. El aroma a canela, amaderada, cítrica, salen del cristal oscuro. Exótica y deliciosa la leche y el azúcar se derretirán en las bocas, llenas de placer.

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

La chica exhaló sobre el escaparate su aliento de cristal, ni el intenso frío ni el silencio de la noche la habían desviado para acercarse al único lugar iluminado de la calle dónde sus desorbitados ojos, podían sentirse cerca de lo que tanto ansiaba. Extendió sobre el cristal sus manos envueltas en harapos que hacían las veces de guantes para intentar tocar las montañas de azúcar que la pastelería San Denis de París mostraba a la mayoría de desgraciados transeúntes: colores vivos, formas imposibles y texturas que emanaban cómo un volcán de sensaciones amaestradas por las manos que artesanalmente manejaban las técnicas para fundir el azúcar y mezclarlo con los ingredientes necesarios para convertirla en obras de arte al alcance sólo de la mínima corte de privilegiados que dominaban la Tierra.
Era el año 35 de la nueva era que trasladó la Historia del mundo a un funesto olvido. Las naciones volvieron a actuar con soberbia ante la provocación de una guerra convirtiéndola en un desafío entre dos países, cada país se limitó tan solo a azuzar a uno de los contendientes sin evaluar los efectos de que se destruyeran el uno al otro; de esa forma el principal granero y la mayor central energética del mundo se convirtieron en un ardiente desierto que dejaron un hueco de pingues beneficios que otros querían alcanzar pero que únicamente unos pocos supieron gestionar diseñando el mayor engaño que nunca se había visto. Al escasear el cereal un grupo de científicos convenientemente convencidos, promovieron la idea de que las harinas podían mezclarse ó sustituirse con otro tipo de ingredientes que diesen un efecto parecido; y así el azúcar blanca fue la elegida ¿No se decía desde siempre que el azúcar era el alimento del cerebro? Para sustentar sólidamente la teoría, los mismos científicos presentaron al mismo tiempo un grupo de potentes dentífricos que protegían el esmalte de los dientes de una forma tan eficaz que en poco tiempo la profesión de dentista dejó de ser sinónimo de alto estatus social. Con esta política, la humanidad resolvía el problema de la Industria Alimentaria y se aseguraba mayores niveles de rendimiento intelectual entre la población.
Los grandes productores de azúcar blanca, localizados en los trópicos, empezaron a extender sus cultivos reforzados por los avances de la Ingeniería Genética y consiguieron mayor número de cosechas y nuevas variedades de azúcar para que nunca faltara materia prima. Nadie se acordó entonces de una combinación de factores que iría en contra de la incauta Humanidad: el efecto adictivo que crea en el cuerpo el consumo continúo de azúcar y la clásica época de lluvias de las zonas tropicales. El mundo quería cada vez más azúcar, lo que provocaba más tierra dedicada al cultivo de vegetales destinados a ello y la drástica disminución de emisiones contaminantes que hicieron recuperarse a la Naturaleza para causar la más intensa y devastadora época de lluvias que jamás se recordó. Un nuevo desierto, el de los destrozados campos de azúcar, colapsó todo el sistema, tan sólo quedaron disponibles en el Norte de América unos terrenos que habían logrado a base de miles de horas de experimentación transformar la flor del algodón en algodón de azúcar que después proporcionaría el deseado producto. Estos cultivos se cerraron para protegerlos y para permitir la escasez que cambiaría el mundo para siempre.
Al no haber azúcar que hiciera las veces de harina, la crisis mundial llegó en forma de pandemia de hambre global. Los ricos fueron tan ricos que hasta construyeron una nueva luna el triple de grande para iluminarles y robar al resto el influjo de la verdadera, convirtiéndola en una roca negra que se apagaba poco a poco cómo la mayoría de los seres humanos que buscaban sin cesar una dosis de unos gramos de azúcar que les apagara la sed del alma y del cuerpo. Los más adictos se convirtieron en yonquis que pagaban altas cantidades por lamer en la punta de uno de sus dedos un poco del cristal blanco y para el azúcar sólo funcionaba ya un mercado negro totalmente desregulado que convirtió a las pastelerías en vendedoras de auténtico lujo.
El primer rayo de Sol hirió la pupila de la chica para trasladarle a su cruel realidad y obligarla a huir de nuevo a su reino de sombras, dónde intentaría buscar una dosis que la sostuviera unas horas más, aunque a aquellas alturas quizás fuese aún mejor consumir un poco de polvo de azúcar adulterada que se la llevase de una vez de aquella maldita y dulce Tierra de las dos Lunas.

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

PER UNA CIOTOLA DI ZUCCHERO
(POR UN TAZÓN DE AZÚCAR)
Un domingo cualquiera a pesar de que Vincenzo Contrizzi despertó con esa secuela que dejan las pesadillas, esa sensación de recordar fragmentos casi realistas, con un desagradable sabor amargo que deja un mal sueño, algo triste, por eso, lo primero que hizo al levantarse fue cepillarse los dientes, claro que el chorro de la canilla abierta le dio más apuro por llegar al inodoro.
Después de sacudirla y… acomodar la toalla en el barral al costado del lavatorio, con la cara aún aletargada fue en dirección a la cocina donde estaba su señora.
—¡Buon giorno! —saludó tiernamente el itálico somnoliento.
—¡Buen día! —contestó Giulia de forma áspera.
Y antes que este reaccione le preguntó:
—¿No tiene nada que decirme usté?
Vincenzo repasó en su memoria… ¿Fecha de aniversario?, non è… cumpleaños, tampoco, ¿il giorno del suo santo?, (¿el día de su santo?) Ese fue el mes pasado, ¿Auro parlato neil sogni?, (¿Habré hablado en sueños?) Se cuestionaba.
Mamma mía, si ella me habló en español, la mano viene pesada.
—¿Dimétrica signore? (¿Qué olvidé señor?)
—preguntó al cristo.
Y casi en una dialéctica súplica cuestionó:
—¿Non ć è mate cotto? (¿No hay mate cocido?)
—Ahí tiene la yerba y el colador, hágalo usté, no ve que estoy ocupada.
Y siguió zurciendo el calcetín con el mate de calabaza dentro para darle curva al talón.
La cosa venía más brava de lo que pensaba. <<Si al menos supiese qué pasó>>.
Cavilaba arrugando el ceño en un gesto de preocupación.
El silencio se cortaba como navaja esa mañana, y preguntó:
—¿Cosa stiamo per mangiare? (¿Qué vamos a comer?)
Giulia levantó la mirada y la respuesta fue casi instantánea, aunque para Vincenzo el tiempo se detuvo como una gota en suspensión.
—¿Qué día es hoy? —preguntó ella.
—¡domingo! —contestó.
—¿Y qué se come los domingos en esta casa? —¡Pastas! —replicó acobardando la mirada.
—¡Ya tiene la respuesta! —rebatió Giulia.
Se fossi rimasto a letto, áureo risparmiato il discorso (Me hubiese quedado en la cama, me ahorraba el discurso).
Y mirando el reloj de pared Vincenzo consideró que era hora de ir al almacén, tal vez, un poco de aire fresco le cambiaría el día.
Se puso el cárdigan con bolsillos y agarró la bolsita de tela para hacer las compras, estaba por salir cuando ella le dijo:
—Llévese la boina, sabe tener frío en la pelada.
Vincenzo sonrió considerando que aún enojada, se preocupaba por él.
Pasó por lo del viejo, así le decían al diariero que en realidad no era tan viejo, pero, el descuidar de su barba y su pelo le daban más edad de la que posiblemente tenía.
—Buon giorno vecchio.
A veces Vincenzo seguía hablando en italiano hasta que se daba cuenta de que estaba en la calle y continuó en castellano.
—¿Qué día es hoy?
—¡domingo! —contestó el vendedor!.
—¡No, pero… digo yo ¿Es alguna fecha especial?— Le comento esto porque la Giulia se levantó enojada y, no sé si se festeja algo, vio que todos los días hay algo nuevo por descubrir.
—Bueno, si, hoy es San Valentín, el día de los enamorados, tal vez por eso su mujer se enojó ¿la saludó Don Vincenzo?
—¡Man non lo sapevo! (¡Pero no lo sabía!) Con razón, debe ser por eso —dijo este propinándose un coscorrón.
—Cómprele unas flores, seguro lo perdona, ya va a ver como cambia de cara cuando lo vea llegar.
Vincenzo fue más que contento al almacén, hizo las compras del día y salió a buscar flores, claro que con el entusiasmo gastó un poco más de lo debido y se quedó con unas chirolas y, ahí pensó… <<Si vuelvo sin el ramito soy hombre muerto>>.
Antes de llegar a su casa pasó por lo de Doña María, era tempranito y no había un alma en la calle, la medianera era bajita y unos cuantos malvones menos pasarían desapercibidos. Llevaba para reforzar el error, una cajita de bombones que compró a su paso por la panadería.
Puso la llave en la puerta lo más suave que pudo, cerró la misma sin golpearla y dejando la bolsita de la mercadería en el sillón grito:
—¡Buon San Valentino mía amata Giulia! (no hace falta traducir).
Ella corrió a sus brazos exclamando:
—Lui e il mío eterno amante (él es mi eterno enamorado).
Al escucharla hablar en italiano, supo que había enmendado la falla. La tomó con los brazos extendidos, ya que en una mano llevaba la cajita de bombones y en la otra, los malvones robados estrujándolos con fuerza. Más aún los apretó, cuando vio de frente a Doña María clavándole la vista, ella había llegado unos minutitos antes para pedir prestado, un tazón de azúcar.

RAÚL LEIVA

Amargo dulzor

Cada mañana le preparaba un té verde, le ponía una hojita de menta, las dos gotas de siempre y tres cucharadas de azúcar para atenuar el amargo sabor. También regaba el malvón, aunque veía que los tonos marrones ganaban terreno día a día a las hojas que un día fueron verdes.
Ella estaba en cama hacía dos meses, su cuerpo estaba siendo avasallado irreversiblemente por esa enfermedad que nunca nombraban. Los tratamientos no daban resultados y las gotas que su marido le agregaba al té le atenuaban los dolores.
—Traeme el malvón por favor. Quiero verlo.
Haciendo un gran esfuerzo para no romperse, el hombre trajo la mustia planta a la habitación.
—¡Uhhh! Se está secando… Como yo.
El hombre miró a su esposa y toda su vida pasó en aquel momento en desordenados fotogramas ante sus ojos. La acarició mientras se quedaba dormida. Cada palabra que decía le demandaba un esfuerzo increíble.
Dos semanas después, la mujer se marchitó al igual que su planta.
Eran ellos dos solos, sus hijos estaban lejos demasiado ocupados con sus vidas.
Trajo la marchita planta a la habitación, puso una canción que les gustaba porque les hacía acordar al día que se conocieron. Preparó como cada mañana el té, le agregó una hojita de menta, casi todo el contenido de la azucarera y buscó las gotas. Destapó el gotero y lo vació en la taza. Tomó el contenido mientras la canción transcurría y se fue apagando junto con todo lo que había en la habitación.
Los encontraron sin vida dos semanas después, acostados uno junto al otro mientras sonaba una canción gastada, abrazados.

ANNERIS GARCÍA

– “RADIO MARTI, ¡la radio de los cubanos libres! Ahora nuestra sección de saludos, pero primero vamos a oír el nuevo éxito de nuestra reina Celia Cruz. A LA BUENA SI – ¡AZÚCAR! – métela Pedro”- la música empezó a sonar y Marta que estaba con la escoba empezó a bailar…
A la buena si
A la mala no
A la buena te doy lo que quieras
A la mala no
– ¡Mamá, están llamando a la puerta!
-Voy – Marta corrió a apagar la radio, ¿quién sería?, estaba esperando la sección para ver si ponían el mensaje de su primo, como fuesen los CDR les iba a decir dónde se podían meter. Abrió la puerta de mala gana.
– ¿Julia? ¿Qué pasa, estás blanca como el papel?, pasa ¿un cafecito?
– ¡Marta, es Manuel! ¡Ya llegó!
– ¡Alabao! * pasa, que aquí las paredes tienen oídos, ven a la cocina voy a hacer café.
Manuel, había sido uno de los 34 asaltantes a la embajada de Perú en La Habana. Después de ese asalto, las relaciones entre Cuba y Perú se tensaron, Cuba exigía que la embajada les entregara a los 34 asaltantes, y la embajada se negó, concediéndoles protección diplomática. Cuba amenazó con retirar la protección a la embajada y alentó a que todo el que quisiera que entrara en la embajada.
Lo que no esperaba Fidel Castro es que más de 10800 cubanos se refugiaran en los jardines de la embajada solicitando refugio político.
Tras más de 2 meses de tensas negociaciones, en la noche del 4 de abril de 1980, el embajador peruano Ernesto Pinto Bazurco Rittler consiguió un acuerdo histórico que permitió el exilio de 1800 cubanos en condición de ingresantes.
Ante la respuesta del pueblo cubano, Fidel se vio obligado a abrir las puertas del Mariel, autorizando a los exiliados cubanos que estaban en Miami que vinieran en sus embarcaciones a recoger a todos los cubanos que quisieran salir del país.
-Cuéntame chica que me tienes en vilo- dijo Marta mientras servía el café.
-Ayer recibí un mensaje de Manuel, ha conseguido llegar a Miami y está con su tío buscando un barco para recogernos, pero la cosa está difícil, no hay barcos, todo el mundo está viniendo al Mariel, no sabemos cuándo podremos salir.
Las dos mujeres siguieron hablando un rato más, hasta que llegó el momento de llevar a los niños a la escuela, como todas las mañanas las dos hacían el camino juntas, Marta con sus dos hijas y Julia con sus dos hijos.
Al llegar a la escuela, en la misma puerta, con los niños presentes, se les acercó 4 mujeres más y empezaron a increparlas.
– ¡Gusanos!¡Contrarrevolucionarios de mierda! ¡ya sabemos que tu marido ha conseguido irse!¡Gusanos! – empezaron a empujarlas, y las dos mujeres les respondían intentando asegurar a los niños.
– ¿Y tú qué miras? ¿Vas a irte con tu noviecita? ¡Todos los gusanos son mierda! ¡fuera de aquí! ¡Aquí no queremos gusanos contrarrevolucionarios! ¡Fuera, vete con tu marido!
En eso salió el director de la escuela y consiguió meter a los niños dentro que estaban llorando sin saber que pasaba. Les pidió a gritos a las mujeres que dejaran de gritar. Las dos mujeres se dieron la vuelta y a empujones consiguieron salir de allí.
Marta cuando llegó a su casa estaba tan nerviosa que le temblaba todo el cuerpo, no se había dado cuenta de que cuando se cayó, intentando proteger a sus hijas, se había raspado la rodilla y le sangraba. Tenía tanta rabia contenida que no tenía sangre en las venas, era pura adrenalina. Todavía tenía tiempo de ducharse antes de ir a trabajar, se metió en la ducha buscando relajarse, pero solo podía pensar en el calvario que tendría que soportar Julia, ojalá Manuel volviera pronto porque si no a saber que les pasaría.
Por la tarde, ya estaba Roberto para ir a recoger a los niños y además vino su primo Vicente, que era pincho en la policía, con él cerca nadie se atrevería a meterse con ellas.
Había pasado ya un mes desde el incidente en la escuela, La Habana estaba en candela, habían venido cubanos desde todos los rincones del país, esperaban en casa de los familiares de la Habana a que llegara la policía en su busca para llevarlos al Mariel, allí se reunían con sus familiares exiliados y podían por fin poner rumbo a la Yuma, que era como se conocía a los EEUU en la isla.
Julia seguía consumida por la desesperación, no tenía ya casi reservas para darle de comer a sus hijos, el poco dinero que les quedaba en el banco, el gobierno se lo había bloqueado, de su trabajo la botaron con una mancha por contrarrevolucionaria en su expediente, y sin pagarle ni un peso. Ya no podría trabajar en ningún otro sitio y Manuel estaba lejos, no tenía más familia en su país. Sobrevivía gracias a la ayuda de sus vecinos que compartían con ella lo poco que tenían para comer y seguían sirviéndoles de escolta para llevar a los niños a la escuela que era el único momento en que salían de casa por miedo a que se repitiera otra vez la horrible escena.
Esa tarde, su hijo había salido de la escuela con la camisa rota y completamente sucio, el profesor le había pedido que esperara que tenía que hablar con ella. Cuando se fueron todos los niños, pasaron a clase.
-Manuel, Fernando, siéntense aquí a hacer la tarea en lo que hablo con su mamá.
-Julia, hoy Manuel se ha peleado con otro niño porque ha llamado gusano a su papá, la situación está difícil, el niño no puede seguir así, está aguantando mucha presión.
– ¿quién ha sido, que voy a agarrarle del moño a la madre, ¿ha sido Pedro no? ¡Esa bruja de Alina! ¡Le voy a arrancar los 4 pelos que tiene!
-Tranquila, ves, así no puede ser, Manuel, ¿no va a, volver? – Julia no sabía si debía responder, lo miró con los ojos enjugados en lágrimas, pero no fue capaz de articular palabra. Luis suspiró – No cojas lucha mija, he hablado con el director y les hemos preparado unas tareas a los niños para que pasen lo que queda de curso en la casa, así, mientras esperas, no tienes que arriesgarte a otro abucheo. Van a estar bien y si tienen que volver el próximo curso ya se habrán cansado, o eso espero- Luis, era un cacho de pan, siempre pendiente de sus niños y de sus padres, no había otro igual, un ángel.
-Gracias – consiguió decir Julia entre llanto y llanto.
Cuando llegó a casa bañó a los niños y sentados a la mesa cenando, les explicó que ya no iban a ir más a la escuela, pero tendrían que hacer las tareas en casa. Ella se encargaría de corregirlas y así el profesor Luis sabría si lo habían hecho bien para aprobar el curso. A los niños les pareció una idea estupenda, no ir a la escuela, era el sueño de todo niño. Manuel, que tenía 6 años parecía un poco triste.
– ¿Qué te pasa mi amor? – le preguntó Julia
-No voy a ir a la escuela porque le pegué a Jesús, ¿no? – dijo el niño con los ojos muy abiertos.
-No mi amor, no vais a ir a la escuela porque papá va a venir a recogernos dentro de poco.
– ¿Y dónde vamos mami? – dijo Fernando
-Nos vamos a Miami, con los tíos Manuel y Juan
– ¡Bien! ¡Nos vamos a… con papá! – dijo Fernando que con tres años no se enteraba de donde iba. Julia se rio con ganas, desde que Manuel se había ido no se había reído. Recogió los platos y los mandó a dormir.
Julia estaba sentada viendo la telenovela y los niños dormían cuando empezó a oír ruidos fuera, empezaron a golpear en la valla de fuera y se oían gritos.
Asustada abrió la puerta y se asomó al patio, fuera había por lo menos 15 personas con palos y piedras aporreando la valla y gritando:
¡Gusana! ¡Ven aquí a ver si eres tan guapa como tu marido? ¡Vamos sal jinetera!
Al momento, Roberto, que vivía en la primera de las tres casas de la finca, salió con un bate de béisbol en la mano gritando al gentío:
¡Váyanse de aquí! ¡Hay niños pequeños! ¡Dejen ya el bateo! ¡Váyanse a joder a otro!
Al momento también salió a la calle los otros vecinos de la finca de al lado, los dos eran pinchos y amenazaron al gentío con llevarlos presos.
Al final se fueron, pero no sin antes tirar las piedras y palos que llevaban en las manos.
Julia estaba petrificada del miedo, si Manuel tardaba mucho más no iba a poder aguantar.
– ¡Julia!, ¡Julia, te llama Manuel! – Josefa, la vecina de en medio entre la casa de Marta y la de Julia era la única que tenía teléfono en el barrio.
Julia reaccionó y salió corriendo a coger el teléfono.
– ¡Si! ¿Manuel? – ¿Ay papi, como tú estás? – ¡Ay papi que buena noticia, esto aquí está en candela! – ¡Si papi, te quiero, cuídate mijo!
Colgó el teléfono y empezó a llorar, no podía aguantar más, no era capaz de hablar, a su lado estaban sus vecinos, expectantes, sin saber que pasaba.
-Julia, ven siéntate, toma un poco de agua – le ofreció Josefa – ven mija, ya está, no cojas lucha que todo se va a arreglar – Julia se tomó el vaso de agua de una vez, consiguió dejar de llorar.
– ¡Manuel sale ahora de Miami!, ¡mañana nos vamos! – Julia reía, lloraba, gritaba, bailaba, estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer.
– ¡Ño! ¡Alabao! ¡Azúcar mija, azúcar! ¡Dios aprieta, pero no ahoga! – le dijo Josefa y todos la abrazaron, rieron y lloraron juntos.
“En el éxodo del Mariel, salieron de Cuba más de 125 mil cubanos con destino a Miami, casi un 1.3% de la población cubana. El Régimen castrista, luego envió al mundo la falsa información de que todos los cubanos que salieron de Cuban eran delincuentes y maleantes”

EFRAIN DÍAZ

En su lecho de muerte y ya sin remedio, Diego pidió confesión.
Diego era su nombre cristiano. Cada esclavo, al ser bautizado heredaba uno. Su nombre real era Abayomi, que en su tierra significaba el que trae alegría, aunque dadas sus circunstancias, nunca trajo ninguna.
Habiendo sido arrancado de su natal Camerún, Abayomi fue trasladado al recién conquistado Puerto Rico.
Su periplo comenzó con su captura. Ese día habían capturado a toda una expedidión que habían salido de caza. Ninguno pensó que esa mañana sería la última vez que verían a sus familias. Que ese día sería el último beso, el último abrazo, el último adiós. Abayomi jamás volvería a ver a su esposa y a su hijo.
De repente y en plena faena de cacería, un grupo de hombres blancos, que hablaban otro idioma y tenían otras armas, los sorprendieron haciéndoles frente. Un negro traidor a quien no pudieron reconocer, les servía de traductor. Ni Judas se hubiese atrevido a tanto. Tuvieron los blancos que matar a dos de los negros para que el resto se convenciera que el mejor curso de acción era rendirse. No tenían oportunidad. Aunque ellos eran más en número, los blancos tenían mejores armas y ninguno quería palmarla ese día. Tenían la esperanza de que ese asunto se resolviera de alguna forma.
Inmediatamente fueron capturados, los trasladaron auna embarcación. La cacería al igual que las redadas de negros ocurrían cerca del río. El Sanaga desembocaba en el mar, facilitando el transporte de los esclavos. La misma agua que daba vida, era la misma que colaboraba inexorable e inmisericordemente en la privación de la libertad.
El caribe le parecía similar a Camerún. Mucho sol, mucho calor y mucha humedad, aunque poca comida.
Los obligaban a trabajar largas horas, la mayoría de las veces a latigazo limpio, por un mendrugo de pan putrefacto, en pleno estado de descomposición. Muchos fueron los que no resistieron y murieron enfermos en plena juventud.
Abayomi era fuerte. Resitió el embate del látigo. Resistió el dolor que le causaba la fusta. Su espalda era testigo de su actitud insumisa. Pero hasta el más fuerte tiene un punto débil y Abayomi encontró el suyo. Se enamoró de una esclava, Nadjela, que significaba la de hermosa mirada.
Nadjela quedó preñada y dio a luz una niña. La llamaron Johari o joya preciosa.
Al ver la niña, Aboyami recordó al hijo que dejó en Camerún. Habían pasado cinco años desde la captura y el traslado. Que habría sido de su vida. Cómo estaría. Se hizo mil preguntas para las que no tenía respuesta. Su tristeza era reemplazada por la alegría que le provocaba Johari.
Pero para un esclavo no puede haber felicidad. Nacieron para la miseria. Destinados a la desgracia y al infortunio, Johari les fue arrebatada. Fue llevada a la casa del amo para ser educada en las artes de servir. Al menos dormía en la casa y se le garantizaban tres comidas diarias. Los amos blancos se regocijaban en tener esclavas saludables.
La fiebre del oro ya había decaído. Se había desvanecido. Ya era cosa del pasado. Fue sustituido por una nueva fuente de riqueza. El nuevo oro blanco que habría seducido y endulzado a toda Europa. El azúcar.
Los europeos desarrollaron un gusto insaciable y desmedido por los dulces, los cuales incluían pasteles, galletas, caramelos y bebidas azucaradas como el chocolate, café y té. El azúcar pasó a formar parte integral de la gastronomía europea y el caribe se convirtió en su suplidor por excelencia.
Su precio era bajo, a costa del sudor, la miseria y la libertad de millones de esclavos que trabajaban en los ingenios azucareros. Lo que para los blancos era miel, a los negros les sabía a hiel.
Abayomi entendió el mensaje. Sabía que nunca sería libre. Ya se había resignado a morir como esclavo en esas tierras lejanas. A nunca regresar al regazo que lo vio nacer.
Entonces se viró y ensañándose contra su propia gente, se puso del lado del amo. Se convirtió en negrero y tomando el lugar de un blanco, se convirtió en la pesadilla, la némesis de su propia raza. Entonces recordó al traductor del día de su captura. Recordó la traición. Como le dolió. Como se dijo que jamás traicionaría a su pueblo. Luego recordó a Johari. Estaba decidido a comprar la libertad de su hija.
Abayomi fue bautizado y adoptó por nombre Diego. Fue implacable como negrero. Cruel y despiadado con los cimarrones, los haraganes, los débiles y las mujeres que pudiendo, estando aptas, se negaban a parir futuros esclavos para su amo.
Su látigo no discriminaba. No conocía de géneros ni de números. Lo mismo hombre que mujer. Lo mismo de a uno que de a diez.
Rápidamente, Diego se ganó la confianza de su amo. Ante su eficacia e implacabilidad, le dieron estatus y mejoraron sus condiciones de vida. Aunque no comía en la misma mesa de su amo, comía de la misma comida y ya no dormía en el establo al ras del suelo, sino que dormía con la servidumbre.
Para reforzar su confianza, el amo ordenó que Nadjela fuera sacada del establo, bañada y vestida y se le destinara a cuidar de sus hijos, los futuros amos.
Diego se convirtió en el capataz. Ejerció su autoridad tal si fuera amo.
Con el tiempo, compró la libertad de su hija Johari y la de su mujer Nadjela. Por último, compró la suya.
Ya viejo y cansado, optó por el retiro. No pudo ir a un palenque, pues le conocían y le despreciaban. Se refugió en las montañas con Nadjela. Johari, aunque era liberta, optó por quedarse en la casa del amo como sirvienta. Era lo único que conocía y mas vale malo conocido que bueno por conocer.
El sacerdote ha llegado para la confesión. Diego no sabe si está arrepentido de sus pecados o no. Sin embargo se va a confesar. Aunque nunca pudo creer en el dios de los cristianos, pues era blanco y favorecía a los blancos, se confesarïa por si acaso fuera cierta su teoría.
Nunca olvidòque el azúcar fue miel para el blanco y hiel para el negro.

ASAPH FERNÁNDEZ
Una luz al final del túnel
Hace ya algunos días, «el azúcar» terminó consumiendo la vida de uno de los miembros más antiguos de la calle 23, a pesar de que fue llevado a uno de los mejores Centros médicos de la región, no tardó mucho tiempo para que nos llegara la noticia de su deceso; lo supimos por medio de su único hijo, el cual fue amigo mío durante la infancia.
–Ya terminó mi padre– me lo dijo casi aliviado. No es que en él no existiera aquel amor filial hacia el hombre que lo vio nacer, sino que le veía sufrir mucho con esa enfermedad que lo iba devorando desde dentro.
La casa donde vivió toda su vida es de un solo piso, sin lujos pero sin que le faltara algo, se la podía encontrar al final de la calle muy cercana al río de los remedios. Una enfermera lo atendía cinco días a la semana, llevando estrictamente el control de sus medicamentos; monitoreando sus signos vitales, proporcionándole terapias físicas (prescritas por el médico), lo bañaba y le preparaba su dieta diaria. Al parecer él era pensionado de una de las grandes compañías eléctricas y eso le daba para pagar por los servicios de la última mujer que «vivió» a su lado. Era un viejo gruñón y testarudo, para tener la sangre tan dulce (por la diabetes) siempre nos pareció un ser amargado.
Se separó de su esposa cuando Julián (mi amigo) tenía tan solo 8 años, a pesar de ello nunca perdí contacto con él. En ocasiones iba a visitar a su padre, y pasábamos el tiempo jugando en el patio de mi casa con otros amigos del barrio.
Don Chago (mi vecino) nunca me cayó muy bien; su carácter agrio y su forma golpeada de decir las cosas lo hacían parecer un ogro. Algunas veces llegamos a volar el balón, dentro de su casa, sabiendo que nunca sería devuelto. Aunque debo admitir que en más de una ocasión rompimos una que otra ventana con alguna pelota de esponja a lo cual salía repartiendo gritos a diestra y siniestra. En ocasiones, cuando llegaba la enfermera que lo atendía, todos en el barrio escuchábamos como le gritaba diciéndo que los tiempos ya no eran como antes, que ya no había respeto hacia los mayores, y que si no estuviera enfermo nadie le faltaría al respeto como ahora cualquiera lo hace.
El día que murió supimos que algo le hacía falta al barrio, ya nadie escucharía los gritos del anciano; los rechinidos de su puerta de hierro oxidado quedaron silenciados, ni siquiera las discusiones con la única persona que pudo soportarlo, de alguna manera algo se había apagado y no solo me refiero al viejo tocadiscos que hacía sonar la música de los Creedence Clearwater Revival todos los fines de semana, una parte del mundo se fue con ese viejo agrio. No solo la casa sino todo el vecindario emanaba un silencio sepulcral, guardando un luto por una persona a la que todos pensábamos: nadie extrañará el día en que se vaya.
Julián me pidió que desalojara la casa que había pertenecido a su padre durante tantos años, que sacara sus pertenencias y el camión de mudanzas llegaría para trasladarlas. Debo admitir que lo hice de mala gana, no pude negarme ante tal tarea, además, él estaba muy apurado con las cosas del funeral y todo el papeleo del entierro.
Cuando entré a la casa todo parecía estar en orden, no se percibía como que alguien hubiera muerto. Más bien parecía que el dueño había salido de viaje y que sus cosas las había dejado preparadas para el regreso.
Compré una caja de cartón para meter algunas de las cosas. Otras simplemente las metí en bolsas de plástico, no contaba con mucha ropa, tampoco utensilios de cocina. Lo que sí había era una amplia biblioteca. ¡Vaya que al hombre le gustaba leer! Pero entre esos libros encontré uno que llamó mi atención. No estaba junto a los otros, estaba en un buró junto a la cabecera de su cama. Se trataba de un diario. Tengo que admitir que la curiosidad me ganó y lo abrí para leer lo que había escrito dentro. Pensé que hablaría mal de todo el mundo; de los vecinos, de mi familia, de los niños malcriados –como a él le gustaba llamarnos– y cosas cómo esas, pero no.
En la primera página tenía en letra manuscrita el título «Mis memorias». Comencé a leer un poco de lo que estaba escrito: 《Siempre he aparentando algo que no soy por miedo a ser lastimado. Uso una coraza de hierro para mantener mis sentimientos alejados del mundo》.《¡Cómo me dolió la partida de mi amada esposa! Se que ambos fuimos culpables pero aún así la sigo extrañando》.
《Mi querido hijo, ¡cómo me alegra verte llegar a casa aunque sea solo por un rato! Sé que vienes y pasas más tiempo con el vecino –amigo tuyo– que conmigo. Debo confesar que en un principio sentí un poco de celos que vinieras a verlo a él y no a mí. Después me resigne a verte aunque solo fuese desde mi ventana》.
《¡Cuántas personas he alejado de mi lado! Tu madre, tú e incluso los niños del barrio me creen una persona sin sentimientos, pero ¡claro que los tengo!. Esta casa que construí con mis propias manos, es la estela que cupido ha dejado a su paso. Es la prueba que me mantiene en pie aún contra los prejuicios de la gente. En ella avivó el recuerdo de mi querida Amelia》.
《Algún día espero disculparme con el mundo y hacerles ver que también en los viejos como yo hay un corazón que sufre y siente…》
Terminé de leer ese libro con el llanto en los ojos. En él menciona lo que sufrió desde su corta edad, la ruptura de su matrimonio, el desprecio de su hijo, la muerte de su mujer, las noches en vela acompañado de la soledad, y como se fue forjando una coraza para su lastimero corazón.
Lo he juzgado mal al igual que muchos en el barrio, quisiera poder compadecerlo, poder disculparme por ser tan engreído. Aquella vez que salte su barda para recuperar el balón que rompió su ventana me comporté como un rufián exigiendo un objeto que destruyó parte de su esfuerzo y su templo de recuerdos vividos. Sé que es demasiado tarde y una disculpa en su tumba de nada servirá ahora que ya no puede escucharme. Ahora comprendo todo su esmero en cuidar su hogar, aquel hogar donde vivió los días más felices de su vida y también los más dolorosos de su miserable existencia. Hogar que sin pensar estábamos destruyendo con nuestros descuidos y juegos de niños.
Ahora voy en el camión de mudanzas camino a la casa de mi amigo. Llevo estos pensamientos y sentimientos encontrados. La amargura que alguna vez se formó dentro de mí ha pasado al leer este diario. No sé si podré dárselo a mi amigo o si lo guardaré para otra ocasión.
Ahora que hemos entrando al túnel que conecta la ciudad donde vivo con la de mi amigo, veo que aunque hay oscuridad que agobia por llegar al final de este. Por fin veo la luz del día que resplandece. Veo la luz que baña los edificios de la ciudadela. Ojalá que ese hombre haya encontrado esa misma luz al final del túnel.
I see the bad moon a-rising
I see trouble on the way
I see earthquakes and lightnin’
I see bad times today
Don’t go around tonight
Well, it’s bound to take your life
There’s a bad moon on the rise…
FIN

EDUARDO VALENZUELA JARA

Estoy en la fila del supermercado. No avanza. Me inquieto. Vine por una provisión de refrescos con extra-azúcar. Esta mañana tuve un ataque de ansiedad y acabé con mis últimas reservas… La fila no se mueve y no está permitido consumir sin antes haber pagado… ¡Dios! ¿Qué ocurre? ¡Maldición, hay un cambio de turno de cajera! Este suplicio me está matando. Necesito un buen trago de este refresco. Quizás si lo abro disimuladamente… ¡Eh, espera! Por fin la fila se mueve. Avanzo unos pasos, pero aún estoy lejos. Tal vez si me cambio de fila… No, no, ya conozco como termina esa historia; si me cambio ahora, la fila que deje comenzará a avanzar más rápido y me sentiré como un idiota.
¡Cielos! ¿Qué ocurre ahora? ¿Cómo esa abuela puede tardar tanto en comprar dos paquetes de arroz? ¡¿Queeé?! ¡Está pagando con monedas! ¡Rayos, no aguanto más!
Echo mano a una magnum 44. Disparo al techo. ¡Blam, blam! Caen restos de material y se asoman unos cables lanzando chispas eléctricas. Todo el mundo grita y se arroja al suelo.
Grito: “¡¡¡Basta!!!”.
Disparo a matar. ¡Blam! ¡Blam! Revientan como cucarachas. Continuo gritando: “¡Imbéciles, cómo pueden ser tan lentos!”. El piso está plagado de escombros y charcos de sangre.
Salgo maldiciendo, sin pagar, y tratando de no pisar los cuerpos que lloran temblando en el suelo.
Me calmo y abro los ojos: sigo en la fila del supermercado. Ha avanzado unos cuantos pasos. Allí siguen, como si nada, aquellos que en mi mente asesiné.
Mi boca está seca y me sabe amarga. Estoy sudando, tengo los puños apretados. Cierro nuevamente los ojos y estoy rodeado de esos malditos enfermos que me juzgan con la mirada. La psicóloga me invita a aceptar mi realidad. Me niego, me resisto, pero termino confesándolo todo: “Mi nombre es Eduardo y soy adicto al azúcar”. “¡Hola, Eduardo. Bienvenido!”. Aplauden. Rompo en llanto. He estado muy tenso.
―¡Adelante! ―me dice la cajera, sonriente, invitándome a pasar― ¿Esto es todo? ¿Veinticuatro botellas de refresco extra-azúcar?
―Sí. Esto es todo ―le devuelvo la sonrisa. “Es todo lo que necesito”.

EL FARO

Piensa..
Estás en medio de un páramo; hace años, muchos.. Lo único que te ocupa es espiar con ojos de almirante, por el catalejo de la añoranza.
Allí donde empezó todo; ese lugar amiga, me duele escribirlo, ya no existe.
Hoy todo es sin azúcar.
Y bajas y subes autobuses para ver médicos con ambos blancos y planchados. Traes pilas de recetas y los hijos te llaman para ver cómo te has levantado y si duermes bien por las noches. La cocina tiene cacerolas pequeñas y envases vacíos, eso dulce que hacías para agasajar ya no tiene destino.
Azúcar blanca, negro futuro. Se está destiñendo la salud, la primera señal.
Es azúcar la juventud, y fue deslizándose en el canal de los relojes de arena.
Ayer en el parque, en este ocaso amargo, te han besado.
¿te sorprendes..?
Tienes canas y él, arrugas en el ceño y un bastón cansado; solo te lo has cruzado unos meses donde pega el sol a las tres de la tarde. Él tiene un perro amistoso y tú tienes uno cabron que no juega con nadie, a él también le han dicho que esas tortas de caramelo ya no convienen, que debe cuidarse.
Sin embargo ayer te ha endulzado los labios.
Te ha besado.
Y era esa azúcar refinada; la de las emociones, que altera e inquieta, que tiembla, que cuelga luces que titilan y despiertan.
Y te vuelves a casa condicionando ese pudor sexagenario,sorprendida y melosa. Preservas contarte que te ha gustado. Casi enojada te niegas.
¿Y ahora?
No niegues el temblor. Nos merecemos los caramelos, la medicación de la caricia.
Han volteado amiga..tu reloj de arena.

GLORIA ALBADALEJO

SALVAJE. 2ª parte
Esa noche fue complicada. Fueron encendiendo luces los tres juntos, algo asustados. Todavía con la preocupante situación de la hija mayor y después esos ruidos como si algo estuviese por ahí, moviéndose a sus anchas, pero no vieron nada raro y poco a poco, todo volvió a la normalidad. Pensaron, para relajarse ellos mismos, que, si había entrado algo, había salido enseguida, cosa no extraña porque tenían el bosque muy próximo a la casa y podía ser posible, aunque dudaron ya que las ventanas tenían sus rejas. Así que posiblemente sería un animal pequeño, pero no grande. No quisieron darle más vueltas a la cabeza y lo dejaron ahí.
Al día siguiente, le preguntó su madre a la niña, si se acordaba algo de lo que le había ocurrido, ella lo negó. No se acordaba de nada y además extrañamente se sentía mejor, como si hubiese tenido un sueño placentero y reparador. Así que desayunó, ayudo un poco a su madre a recoger, se vistió y se fue con los amigos a donde habían quedado.
-Heyyy, ¿no te se olvida algo?
La cara de su hermano se dirigía a ella con una sonrisa.
– ¡Ah!, Raúl. Venga, vámonos, que llegamos tarde.
– ¿me puedo llevar la bici, Marta?
-No, no puedes, venga vámonos.
– Entonces me llevaré el Kar -este era su coche preferido, aunque las dimensiones sobrepasaban el límite y era un poco pesado.
-No, este no, que es muy grande, -le decía Marta -llévate el chiqui, mejor. -se trataba de otro más pequeño.
-No prefiero la pelota, allí nos pegaremos un partidazo.
-Lo que quieras, pero vámonos, rápido.
Entre unas cosas y otras, el retraso era de diez minutos y tuvieron que correr, para encontrarse con sus queridos amigos del pueblo. Hacía tiempo que no se veían y el encontronazo, fue muy emocionante. Un abrazo aquí y otro allá, mientras Raúl votaba su balón de abajo arriba, sin hacer demasiado caso a los saludos. La entrada del bosque, era espectacular. Para Marta, era el mejor bosque del mundo. Tanto verde a su alrededor, la calmaban, esos árboles tan altos, parecían darle la bienvenida y, además, le daba la sensación de que el bosque, había crecido. Todo estaba espléndido para ser verano. Seguramente en esa zona, había llovido bastante, porque todo rebosaba de un verde mágico. Los niños se reían contándose cosas de ellos y Raúl, seguía con su pelota, votando para arriba, votando para abajo, hasta que se le fue de la mano y salió disparada montaña abajo. Los demás críos ni se enteraron de que Raúl iba en dirección a la pelota que ya comenzaba a estar algo alejado de los demás y cuando su hermana se enteró, ya no lo veía. Empezó a llamarle primero algo más bajo y después, ya más nerviosa, más fuerte. Parecía que su hermano había desaparecido en cuestión de segundos, como si se lo hubiera tragado la tierra. Entre todos lo estuvieron llamando durante bastante tiempo, pero sin respuesta. La búsqueda del niño, era cada vez más frustrante. Qué dirían sus padres, ella era la responsable, la hermana mayor, era su deber cuidar de su hermano pequeño y no lo había hecho. Marta, no hacía más que llorar y sus amigos la consolaban, aunque ya no sabían que decirle más. Tenía que ir corriendo a su casa y decírselo a sus padres. No entendía como podía ser posible que, en cuestión de tan poco tiempo, no hubiese rastro del niño. Entonces Marta, se acordó de esa voz, de la advertencia y el dolor de cabeza que parecía haber cesado, volvió de nuevo y más fuerte.
La niña despertó en su cama. Le dijeron sus amigos que se había desmayado y consiguieron entre todos llevarla a su casa. De lo primero que se acordó fue de su hermano y preguntó por él a gritos. Raúl fue corriendo hacia su hermana y la abrazó como nunca.
El niño nunca había desaparecido, todo fue producto de la imaginación de Marta, o, a lo mejor provocado por esos intensos dolores de cabeza, que se iban y venían.
Cuando se enteró de la buena noticia, se levantó inmediatamente, aunque todo le daba vueltas. Entonces, empezó a pensar en lo sucedido y no pudo evitar preguntarle qué había pasado.
-Yo estaba jugando a pelota y tú hablabas con tus amigos y de repente te desmayaste.
-Pero te perdiste, se te fue la pelota y desapareciste.
Todos se quedaron mirando a Marta con cara de asombro. Por un momento, pensaron que se había vuelto loca.
La noche llegó enseguida, pero Marta, solo tenía ganas de pensar en lo sucedido, no podía parar de darle vueltas. Sabía, estaba casi segura, que allí, había ocurrido algo. Tal vez, sobrenatural.
-Allí, en el bosque, está eso, la bestia.
-¿Quién es?
Otra vez esas voces. Marta se tapaba los oídos, no quería escuchar, pero esa voz venía de muy a dentro, de su interior y era irremediable escucharlo. Los mareos la obligaron a sentarse en el asiento mullido de su cuarto. Era la hora de cenar, pero no tenía apetito. Su madre la miraba, no entendía porque la niña, se tapaba los oídos, la voz interior la iba a volver loca.
La luz de la mañana la despertó. Estaba en su cama, aunque ella no recordaba haberse acostado. Supuso que se había quedado dormida en el sillón y alguien la acostaría, pero no sé acordaba. Lo siguiente que hizo fue ir a desayunar, anoche no había comido nada y tenía un hambre feroz. Miró el reloj y este marcaba las siete de la mañana. Era temprano, pero Marta seguramente, había dormido bastantes horas, casi sin darse cuenta y de un tirón. Su cuerpo y su mente, se lo tenían agradecido ya que se encontraba estupendamente.
Fue hacia la cocina a hacerse un cola cao con leche y unas galletas remojadas en la bebida. Solo de pensar en ese manjar, se le hacía la boca agua. Siempre había pensado, que ese chocolate especial, llevaba demasiado azúcar, pero a ella le gustaba. Mientras iba hacia la cocina, notaba una sensación extraña. Sus padres y hermano, todavía dormían y la sensación de encontrarse sola totalmente en la casa, cada vez se acentuaba más. Le daba la sensación, que su familia había desaparecido y así pudo comprobar, cuando al ir a visitarlos, se dio cuenta que no estaban en sus habitaciones. Se le quitó el hambre de golpe, pero entonces se sobresaltó aún más, cuando escuchó el golpe de alguna puerta que se cerraba. Deseó que fueran ellos que volvían de algún sitio, miró por todas partes y la puerta de la calle permanecía bien cerrada con llave. Era como si se hubiesen evaporado. La siguiente visión que pudo ver, le dejó paralizada, incluso las primeras lágrimas que empezaban a surgir de sus ojos, se quedaron quietas, sin poder brotar hacia su rostro. El animal salvaje, estaba enfrente de ella, contemplándola con esos ojos raros, enormes y amarillos y a punto de lanzarse hacia su presa. Marta no pudo reaccionar, quedándose paralizada, sin pestañear siquiera, solo tapándose sus ojos húmedos con sus manos para no ver lo siguiente que estaba a punto de suceder.
Continuará.

JOSMA TAXI

AZÚCAR:03
Durante mis años de estudio en el MIT, en el que me quedé trabajando, quedé fascinado por la robótica, entendía que, desde la creación del cerebro positrónico y las tres leyes de la robótica, del Dr. Asimov, no se había avanzado teórica y prácticamente casi nada.
Para estudiar el avance de la robótica, había que partir de esos tres dogmas:
Primero: un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
Segundo: un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
Tercero: un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Su utilización y difusión habían contribuido a popularizar a los androides, pero su empleo fuera de tareas domésticas o ejecución de trabajos peligrosos, era muy escaso.
Me pregunté muchas veces que les faltaba a estos autómatas para conseguir la plena aceptación pública y su empleo en tareas más dificultosas. Se sabía que les faltaba alma, pero no conocíamos qué era.
Por pura casualidad encontré un manual sobre inteligencia emocional y vi que era la capacidad de reconocer las emociones de los otros y las de uno mismo. Además, leí a Goleman y acepté como modelo su clasificación de las seis emociones primarias: el miedo, la tristeza, la ira, la alegría, la sorpresa y el asco.
Contar con ellas era la puerta hacia la empatía. Así que me empeñé en lograr su incorporación a los androides. Para ello necesitaba formar un equipo, un neurólogo positrónico y un psicólogo de androides eran indispensables. Recurrí a mis compañeros, buscando su cualificación y una cierta disidencia de lo institucional. Mis muchos problemas con el Instituto Tecnológico de Massachussets, me inclinaban a realizar las investigaciones por libre.
Al cabo de un mes Loreta, Brian y yo habíamos formado el grupo y alquilado un gran bajo en las afueras de Boston, habíamos contactado con los proveedores de elementos cibernéticos y teníamos unos ahorrillos que nos permitirían aguantar la investigación dieciocho meses, sin pasar agobios.
Tuvimos suerte al seguir la orientación propuesta por la psicóloga, Loreta apostaba por diseñar en el cerebro positrónico una estructura equivalente a la amígdala humana. De ella carecían completamente los antiguos androides, su diseño e implantación fue todo un acierto.
Al cabo de catorce meses teníamos con nosotros a RP, se trataba de una señora de mediana edad, que ejercía un papel parecido a una madre de forma más que satisfactoria, era tan dulce que la llamábamos AZÚCAR.
Vendimos su patente a una afamada empresa de robótica, con nuestros ingresos montamos un segundo laboratorio positrónico, en el que hemos idos mejorando nuestras criaturas. Todas ellas pertenecen a la serie AZÚCAR.
Hemos formulado la cuarta ley de la robótica que dice: Todo robot analizará sus emociones y comprobará que no vulneran ninguna de las leyes originarias, si lo que siente no es conforme con ellas, las ignorará.
En este momento estamos finalizando las pruebas de AZÚCAR:03. Este modelo aprende emociones secundarias y las controla, se identifica totalmente con sus dueños, de hecho, su rostro es personalizado por el propio usuario. El azúcar ha puesto dulzura a nuestras vidas, le rendimos homenaje todos los días.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
Josma & Jose Taxi.

ALMUT KREUSCH HOFFMAN

Dulce Ashima
Bhupinder Singh fue el último maharajá de un pequeño reino del norte de la India, en las estribaciones del Himalaya y cuando llegó a la edad de casarse, sus padres eligieron a Priya. Venía de una honorable familia y era hermosa y servicial. La pareja se sintió afortunada porque, a pesar del matrimonio concertado se enamoraron profundamente el uno del otro. Después de la boda que duró una semana, Priya no tardó en quedarse encinta. Bhupinder estaba convencido de que nacería un varón heredero, y cuando se le anunció el nacimiento de una niña, no pudo ocultar su decepción. Con sentimientos contrariados se asomó a la cuna donde su bonita y regordeta hija dormía plácidamente, chupando con avidez el pulgar de la mano derecha.
Priya recibió a su esposo avergonzada y con su cara mojada por las lágrimas. No se atrevió a mirarle a los ojos mientras musitaba: —Lo siento mi Señor, no haber podido darle un hijo varón.
Bhupinder, que amaba a su mujer como el primer día, la tranquilizó: —No te preocupes, querida, ya me darás el varón que me merezco. Y encontraremos un príncipe apuesto para nuestra hija en cuanto tenga edad para casarse.
Se le puso el nombre de Ashima. Desde que vino al mundo tenía un apetito insaciable y pronto su madre quedó exhausta por la cantidad de leche que tenía que producir constantemente. Contrataron una nodriza para que les ayudara. Pero la niña se negó a mamar de una teta que no fuera la de su madre; sin embargo la experimentada nodriza tenía un truco que nunca fallaba. Untaba sus pezones con una generosa capa de miel y ese fue el comienzo de la adicción al azúcar de Ashima.
Más tarde, y ya mayorcita, descubrió todos los escondites donde su madre intentaba poner a salvo los dulces, pero era inútil. Tenía una olfato infalible y los encontró a todos. Ella era voraz más allá de la medida. Su cuerpo necesitaba el azúcar tanto como el aire para vivir. No tenía límites y rechazaba cualquier comida que no fuera rociado con almíbar, cualquier salsa dulce o simplemente con azúcar. Le encantaban los pasteles y el mazapán. Y así como crecía en altura, inevitablemente crecía en anchura.
Cuando llegó a la edad de ser casada, cumplía casi todos los ideales de belleza. Aparte de no tener una cintura estrecha, que nunca tuvo, lucía caderas y pechos prometedoras , una larga y brillante melena negra , una sedosa tez aceitunada y grandes ojos oscuros, adornados con largas pestañas. Porque a pesar de estar gorda era excepcionalmente bella.
Sus padres le presentaron un sinfín de pretendientes, todos ellos deseosos ser dueño de la generosa dote. Pero Ashima fue muy terca. Tenía muy claro los requisitos que debía cumplir su futuro marido. La daba lo mismo si era alto o bajo, guapo o feo, culto o sencillo. Solo se casaría con aquel hombre que pudiera sorprenderla con el manjar más dulce que jamás hubiera probado.
Los príncipes desfilaron por el palacio con bandejas, copas, cuencos y tazones cuyo contenidos olían a miel, caramelo, almendras, azafrán y agua de rosas convirtiendo la sala de recepción en una feria de repostería. Por desesperación de los padres, nadie superó la prueba.
La noticia de la exigente princesa se extendió más allá de las fronteras del reino. Y en un tibio día de primavera, Ranjit pidió audiencia. Era un hombre maduro y noble, apuesto y guapo. Había venido desde el lejano sur. No trajo nada. Solo pidió permiso a los padres para llevar a Ashima a dar un pequeño paseo por el parque del palacio. Al principio se mostraron reacios ante tal extraña petición pero tampoco querían perder la oportunidad de liberarse de su caprichosa hija una vez por todas.
Acompañados por un guardia y dos damas de honor, la pareja entraba en el hermoso parque real. Ella se mostraba tímida y confusa, pero él, un gran conversador, rápidamente consiguió relajar a la joven y pronto salieron las risas entre las flores y los árboles.
—Y bien— dijo ella —,¿con qué tipo de dulce me va a sorprender?
—Con un dulce que nunca has probado y que siempre quieres volver a probar.
Y ante su mirada incrédula y sin hacer caso a los vigilantes, la tomó en sus brazos y la besó en la boca que se abrió como si hubiera estado esperando este momento durante toda su vida.
Este beso fue lo más dulce que jamás había probado. Un magnífico y placentero sabor a miel que se extendió desde su boca a cada fibra de su cuerpo.
Se casaron y en el banquete las mesas estaban rebosantes de todo tipo de comida dulce, pero ella no probó bocado. Todo lo que quería era volver a saborear una y otra vez los besos de Ranjit y saciarse de su extraordinaria dulzura.
Se convirtió en una mujer esbelta con cintura de avispa, pero mantuvo sus caderas y generosos pechos. Además de los besos, descubrió la dulzura carnal y entre una cosa y otra se curó de su adicción al azúcar para siempre.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

TRINCHERA
Hace frío, mucho, y no ha parado de llover en toda la semana, el agua se cuela por el cuello de mi capote, que está empapado y pesa como una condena. La humedad se mete hasta los huesos; el barro, pegajoso, repugnante como la baba del diablo, ha convertido mis botas en dos mazacotes de limo negro, como la noche.
Aprieto el fusil y pongo todos mis sentidos en el entorno, he de estar alerta, vigilante, en permanente tensión, mi vida depende de ello. Falta mucho para que otro desgraciado como yo, venga a relevarme, ocupe mi lugar en este pozo de mierda y se pegue a la tierra, sobrexcitado por el miedo y rezando para que la muerte, al menos esta vez, pase de largo.
Vienen a mi mente imágenes del pasado, de mi niñez: mi abuelo Jasha, tomando café con sus amigos en la tertulia del Pushkin. Hace calor, el humo de los cigarros impone una neblina azulada y las voces se mezclan en una orquestada algarabía. Hablan de la guerra, de la que toque en ese momento; somos un pueblo que siempre está en guerra, atacando o defendiéndonos, muriendo por el Zar, el Soviet Supremo o por el Presidente de la Federación, eso es irrelevante. Es nuestra historia.
Veo la escena con ojos de niño. Los hombres remueven con la cucharilla sus cafés, para disolver el azúcar; mi abuelo lo toma solo y guarda los azucarillos en el bolsillo de su chaleco. A veces, con una sonrisa brillando bajo su recio bigote, me ofrece uno; sabe que me encanta sentir como se diluye en mi boca, disfrutar su dulzura.
Pero no, no, no. Debo estar atento, es una locura, dejar que mi mente vague distraída. El descuido más insignificante puede ser el último.
Un rayo ilumina la noche, creando un efecto estroboscópico que confunde; algo parecía moverse en tierra de nadie; es posible, lo deseo con toda mi alma, que solo haya sido una ilusión óptica. Pero he de estar más alerta, pueden llegar en cualquier momento, por donde menos lo espere, con la intención de acabar conmigo. No los culpo, yo haría lo mismo, hago lo mismo; solo que este no es mi país, aquí soy un extraño, un invasor, el enemigo.
Esta guerra no es la mía. No quiero estar aquí, morir aquí. Ninguno de mis compañeros de trinchera la entiende. Aunque, realmente, ¿alguna guerra es comprensible? Únicamente la locura megalómana de los poderosos las hace posible.
Tengo sueño, llevo días sin dormir, apenas alguna cabezada, en los escasos momentos de calma que vive el frente. Pero no puedo permitírmelo ahora. Si tuviera un azucarillo, de los que me daba mi abuelo. El azúcar es un fuerte potenciador de energía. Estoy cansado, muy cansado.
¡Alerta, he oído algo, un chapoteo, que no debería estar ahí! Silencio, solo la lluvia golpeando mi casco y algún trueno lejano. La tormenta se aleja.
El pánico me paraliza, cuando siento que un brazo, fuerte, de hierro, inmoviliza mi cabeza. Sé lo que viene a continuación, yo mismo lo he tenido que hacer algunas veces. Solamente espero que conozca bien su trabajo. Un tajo profundo, decidido, que secciones limpiamente músculos y arterias. La tráquea es el obstáculo más difícil de superar; por eso deseo que sepa lo que se hace.
Vuelvo a estar en el Café Pushkin. Está casi a oscuras y hace frío. No hay camareros pululando entre las mesas y solamente una, la de mi abuelo y su tertulia, está ocupada. Remueven las cucharillas en sus tazas, pero están vacías; los azucarillos bailan, sin líquido en que diluirse. Hablan de la guerra, de cualquiera, de la que toque, somos un pueblo carne de cañón.
Jasha, mi dedushka, hurga en el bolsillo de su chaleco, saca un terrón de azúcar y me lo ofrece. No puedo llegar a él. La luz se debilita. Hace frío, mucho frío. Tengo sueño. Quiero dormir.

MAR SHA

RECETA LLENITA DE DULCE
INGREDREDIENTES
30 libras de azúcar para el alma.
21 pedazos de chocolate para endulzar el día,
12 gramos de uvas pasas para que no pasar las ganas de bailar y de cantar durante el baño.
1 pizca de fresas dulces para que las endorfinas subas hasta la estratosfera.
3 litros de agua dulce para mantenerse feliz todo el mes.
4 kilos de chicle para enlazar los sentimientos de bondad.
3 pedazos de dulce de panela para que los sueños sean más dulces.
8 litros de dulce de pera para que los besos sean más dulces.
PREPARACION
1. Todos los días respirar profundo, para mantener el azúcar alto
2. Antes del baño mezclar el agua de la tina con uvas pasas, para mantener el ánimo arriba
3. Cuando se este alistando coma unas cuantas fresas dulces, en lo posible no amargarse
4. Antes de salir mastique un chicle, y active sentimientos bondadosos, primero hacia adentro y luego hacia el exterior.
5. Antes de meterse a la cama coma 3 pedazos pequeños de panela para que tenga duces sueños.

YOLILLANA RELATOS

El azúcar nuestro de cada día.-
Ese veneno que nos tiene a todos enganchados entró en su torrente sanguíneo disuelto en la primera taza de café de la mañana.
No era persona sin él, incluso a veces con él.
Aunque hoy no tenía que ir a trabajar su reloj biológico decidió despertarla a las 6:30 de la mañana, y a falta de nada mejor que hacer a esa hora, el ritual de preparar el café le pareció la mejor opción.
Encendió la radio para escuchar algo de música mezclada con las noticias de la mañana y empezó el ritual.
Si algo le gustaba del café, más que el café en sí, era prepararlo. Realmente el café no le había gustado nunca. Lo tomaba por pura costumbre y porque era la excusa perfecta para tomar azúcar casi directo sin que te miren como a un bicho raro.
Si te tomas un sobre de azúcar sin nada, te miran como si fueras un psicópata. Pero si te tomas dos, o tres en su caso, disueltos en el café, está perfecto.
Encendió el molinillo y depositó exactamente 30 grs. de café, pesados en la báscula de cocina.
Llenó el hervidor de agua mineral de baja mineralización. Medio litro exactamente, medido con el propio hervidor.
Limpió la cafetera de émbolo.
Y pulsó el interruptor del molinillo.
Ese sonido estridente de las cuchillas al girar y triturar los pequeños granos de café le resultaba extremadamente relajante. A cualquier otro ser humano le podría estresar, pero a ella le relajaba.
Luego lo abría y se lo acercaba a la cara hasta casi rozar el café recién molido con la punta de la nariz. El olor embriagador le inyectaba el primer chute de adrenalina de la jornada.
El resto ya era una sucesión de movimientos mecánicos, el verdadero ritual terminaba en ese momento.
Verter el café molido en la cafetera de émbolo, llenarla de agua hirviendo y dejar que el aroma de esa infusión invadiera toda la estancia lo podía hacer sin poner todos los sentidos en ello.
En la radio sonaron las señales horarias -ya son las siete de la mañana- dijo el locutor, mientras empezaba a sonar el último tema de Rosalía. Apagó la radio, había cosas con las que no podía lidiar tan temprano, y menos sin azúcar en su cuerpo.
Volvió a la cafetera, presionó el agua hirviendo con el émbolo hasta tocar el café, y una vez filtrado se sirvió una taza grande y humeante.
Sin leche, pero con dos cucharadas colmadas de azúcar, así le gustaba. Bien caliente y bien dulzón.
Salió al porche de su casa con el café y observó sus campos bañados por el sol del amanecer. Hablaría con Mario, el capataz.
Tal vez el año que viene en vez de plantar café, empezarían con la siembra de la caña de azúcar.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

LA ALDEA CRECE
El crío que había llegado esa misma tarde a la aldea estaba tumbado en medio de la plaza, con la cara blanca. Tenía un poco de sangre en las rodillas y a su alrededor había varios abuelos, que estaban alarmados.
—Se ha caído redondo, tío Antonio —dijo uno de los chiquillos.
Los cinco chicos que vivían en la aldea estaban insoportables por la alegría de tener un nuevo amigo. Entraban y salían sin parar del pequeño bar de la plaza.
«Que si ahora pasan tres o cuatro a esconderse, que si se meten en el servicio, que si “un vaso de agua, por favor”; el caso es dar por saco…» —pensaba el dueño del bar, el tío Antonio.
De repente, las risas se habían callado; y él, que se sentía alcalde pedáneo, salió a ver qué pasaba:
—¡Trae azúcar, Andrés! Entra cagando leches a la tasca y me traes dos o tres sobres de detrás de la barra ¡Este crío tiene una bajada de azúcar! — le gritó a uno de los chavales.
Estuvo un rato agachado, dándole palmaditas en la cara, mientras alguien se puso a abanicar con lo primero que pilló.
—A lo peor es diabético y sus padres, sin decirnos nada, se han ido al Ayuntamiento a firmar los papeles de la casa —dijo el tío Antonio.
En cuanto el niño se recuperó, lo bajó al ambulatorio del pueblo.
.
Cuando salían del médico, se encontraron con Nicasio, uno de los policías municipales. Ya habían ido a avisar a los padres.
«¡Mal asunto! Como sepan en el Ayuntamiento que los padres han dejado al crío y se han bajado al pueblo, son capaces de negarles la casa» —se dijo el tío Antonio.
—¿Y lo han dejado solo en la plaza? —preguntó Nicasio.
—¡Qué va! ¡Ni mucho menos…! Me han pedido a mí que le echara un ojo desde la barra porque estando allí veo toda la plaza.
Varios vecinos miraban para poder contar luego las cosas a su manera.
—¿Y no han dejado dicho que le puede dar una bajada de azúcar?
—¡Pues claro que sí…! Nos han pedido que cuidásemos del chaval, por si le daba una.
El tío Antonio no le había mentido nunca a un policía municipal, pero aquel era un caso de vida o muerte. Si les terminaban negando a los recién llegados la cesión de la casita, aunque vinieran las otras familias, no iba a haber bastantes críos para que se reabriera la escuela unitaria. Todas las mañanas, el minibús escolar recogía a los chiquillos y solo dejaba silencio. Además, que no era lo mismo una aldea con gente joven, que unas casas con unos cuantos viejos. Se necesitaban sonrisas.
El tío Antonio empezó a sudar; el chiquillo miraba de un lado a otro, a cualquier parte menos a la cara del municipal.
—¡Claro que sí, Nicasio! Han hablado conmigo y me han pedido que no le quitara el ojo de encima —dijo el tío Antonio—. Venga, chaval, enséñale a este policía lo que te han dejado tus padres, anda.
El chiquillo, a punto de echarse a llorar, muy despacio, se rebuscó en los bolsillos del pantalón de deporte. Abrió bien los ojos cuando encontró un sobre de azúcar y lo sacó para que lo viera el municipal. Miró al tío Antonio y sonrió.
—Vale, vale —dijo Nicasio—. Ya veo que todo está controlado.
Con el gesto un poco extrañado, acarició la cabeza del crío:
—¡Cuídate, chaval! Que no queremos sustos ni en el pueblo ni en la aldea. Voy a ver si veo a tus padres y los saludo.
Por suerte, los padres fueron listos y no metieron la pata cuando hablaron con él. De todas formas, el tío Antonio se enfadó con ellos, porque no lo habían advertido.
Pronto vendrían las otras parejas. La idea de que el Ayuntamiento les cediera la vivienda mientras se quedaran a vivir allí, fue del tío Antonio, cómo no. Y también fue suya la idea de poner el sobre de azúcar en el bolsillo del niño. Por lo que pudiera pasar.
.

DAVID DURA

Desde su jubilación, Jacinto había dejado de tomar café.
La moda de poner esquelas en el azucarillo no le hacía gracia.
A las siete pedía una cerveza y luego pasaba al coñac.
Después de todo su médico tenía razón.
El azúcar te matará Jacinto, tienes que dejarlo!.

SILVANA GALLARDO

DULCE ENEMIGO
Sentado a la sombra de un hermoso árbol que extiende sus brazos para protegerlo de los rayos del sol, prueba por vez primera una dulce bebida que refresca su alma después de la jornada de trabajo. Bebe de una botella con el rostro hacia el cielo y los ojos cerrados, sintiendo un placer indescriptible. Bebe gota a gota, como un sediento en pleno desierto, que optimiza el líquido para aguantar por más tiempo la sed desquiciante.
Queda en suspenso antes de pasar el líquido por su garganta, lo saborea como si fuese lo último que probará en su vida. Es el inicio de una terrible adicción, que lenta y paulatinamente va minando la fortaleza de su organismo. Pero no lo percibe, extasiado por el bienestar que le provoca ese líquido.
Llega a casa, se sirve una taza de café. Antes así, sola. Da un sorbo y siente que algo falta. Se dirige a la despensa, busca con desespero hasta encontrar una bolsa que contiene blanco y cristalino ingrediente, brilla ante sus ojos. Vacía el contenido en un recipiente ex profeso para ello. Se sienta, frente a él su taza de café que humea con su característico y delicioso aroma.
Lo aspira deleitando sus sentidos, no quiere beberlo para seguir extasiado con esa delicia. Toma una cuchara que introduce como si fuese una pala y la saca rebosante del cristalino elemento que ha de darle otro sabor a su exquisito elixir. Lo vacía dentro de su tasa que parece vibrar con el meneo de la cuchara para disolverla. Lo prueba, es tan delicioso el sabor que le agrega una y otra y otra más, cucharadas de un dulce enemigo que empieza a adueñarse de su paladar y de su vida.
La fuerza empezó a minar. Su espíritu debilitado, sin ánimo de salir. Dormía mucho y tenía miedo de no despertar así que decidió atenderse, a nadie le gusta sentirse mal, ni tener dolor. Obtuvo cita tras cita con su médico de cabecera quien le empezó a llevar el seguimiento de su salud.
Tardó en tomar la decisión y su organismo empezó a deteriorarse, Se decía a sí mismo «fui un tonto, me he descuidado tanto, hice caso omiso a los avisos de mi cuerpo, y heme aquí sufriendo pérdidas por mis malos hábitos, ni modo».
Llegó a su vida el dulce enemigo que amputó sus piernas y le regaló alas.

ARITZ SANCHO MAURI

Donostia, a 25 de septiembre del 2022 17:47pm
Te escribo después de casi cinco años, con el propósito de combatir el nudo en la garganta que guardo donde se interponen factores como las barreras del tiempo, la distancia y el orgullo ambiguo que provocaron que todo se congelara para volver a confitar y paladear el paisaje de poder pasear por el fructífero camino por el que paseábamos sonrientes ambos.
Siento la necesidad desesperada de sacarme esta bola de glucosa que lleva una larga temporada en mis entrañas, tocar la nota correcta para poderte elaborar una buena mermelada de sentimientos con el incondicional objetivo a la desesperada de que esta carta te devuelva a la etapa que jugábamos juntos como niños donde no importaban las horas.
Ya poco o nada tengo que perder tras apenas este lustro sin ti, llevo reflexionándolo en infinidad de ocasiones y he decidido mezclar lo que emana de mi y embadurnarme en este jarabe que me deshace el interior como un terroncito. Ya no me conformo con dos de azúcar en el café que me recuerda tu mirar, ahora voy a por el saco entero.
Llegue a perderme en una lagrima turquesa de tu oceano celestial, que fue a parar al granulado de mi parcela visionaria, y me daba miedo.
He degustado jornadas tan amargas en tu ausencia, como el caramelo pasado de punto cuando obtiene el color gelificante en la pectina del polvo cristalino que recuerdo de tus ojos.
Se que eres como el algodón de azúcar rosa de la feria, que no me puedo permitir comprar y tengo que pararme a mirar deseoso, relamiéndome por probarte.
Soy consciente de que solo tengo el importe justo para poder comprar la manzana caramelizada a la que tengo que dar el mordisco perfecto para probar tu fruta prohibida. Tal vez no sea la forma mas correcta de esta vergonzosa y humillante confesión dado que ahora estas comprometida con esa ameba.
Después de indagar entre ciencias y matemáticas y hacer mi propio I+D durante este tiempo, he conseguido desencriptar y dar con la clave a los archivos que me dan la contraseña para acceder a la formula de volver a saborear la panela de tus labios.
Solo yo tengo la receta y se interpretarla; voy a la acción, solo espero que estés preparada para que cualquier día te sorprenda.

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19 comentarios en «Azúcar – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto en este concurso semanal de tema»AZÚCAR» es para PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ por su escrito UNA CHICA DE MIRADA GLÚCIDA. Desde las primeras líneas consigue sumergirte en la historía queriendo saber más de la protagonista. Va guiandote de la mano por toda su vida con gran dulzura y delicadeza. De repente parece que no leyeras sino que estuvieras allí, en ese obrador viéndola. Representa el «AZÚCAR» en la dulzura de esa niña, en su día a día, en sus vivencias, en su trabajo, en la alegría por la vida y como ella la sentía. Hasta la muerte cuando llega casi a recibirla se acerca dulcemente y dulcemente se retira dejandola con vida pero algo se lleva, lo que ella más quería el «AZÚCAR» que ella ya no probaría pero seguirá endulzando la vida de los demás al igual que Pedro ha hecho con sus letras. ¡ENHORABUENA!

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  2. Muy difícil. Me han gustado muchos de los relatos o poemas. Al final votaré solo por uno, porque me encanta la ciencia ficción y su relato supone un dilema moral que me dejó reflexionando. Por otro lado, creo que resumió muy bien una historia que daría para una interesante novela. Su forma de escribir, clara y directa, consiguió engancharme y me quedé con ganas de más. Mi voto es para:

    *JOSMA TAXI

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