Con un par – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «econ un par». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 30 de junio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Con un par de besos a tus labios fríos,dejé de llorar.
Las primeras luces del día,son testigo a igual mi persona de tu ida sin vuelta
Con un valor que me rompe el corazón, cogí el teléfono y llamé a tus hijos.
El papá ha muerto esta noche.
El duro momento por el que estoy pasando me da la capacidad de ver el vídeo de nuestra larga vida juntos y felices…
Oigo voces. Son tus hijos.
Lloramos abrazados tu pérdida.
No queda otra que emprender los hechos de tu descanso eterno…
Amor mío…

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Una excursión al monte
―Tengo hambre, tengo pis, tengo sueño, estoy cansada, me duelen los pies, me pica el culo…
― ¿Decías, cariño?
―Hay que ver, Mariano, es que no me echas cuenta ninguna.
―Sí, sí, es verdad. Creo que nos hemos perdido un poco, pero esto lo soluciono yo en un periquete, ¿tienes el mapa que te dije que cogieras del cajón de la mesilla?
― ¿Pero, quieres hacerme caso de una maldita vez?
―Ya voy, ya…, un momentito, que me sitúe…, este árbol me suena…, dame el mapa, anda, que no tengo claro dónde estamos.
―Se me olvidó cogerlo.
― ¡¡¡¿Cómo?!!!
―Mira tú, para lo que le interesa al señor, ya existo.
―Concha, no me vaciles, que el tema está peliagudo. Estamos perdidos y anochece en un rato. El mapa, por favor, ya.
― ¿Tengo pinta de estar vacilándote, imbécil? Llevo media hora intentando decirte algo y tú a tu rollo. Es que, ni has escuchado una palabra de todo lo que te he dicho.
―Vale, no te enfades, mujer, que hemos venido a pasarlo bien. Venga, cuéntame qué te pasa y papá Mariano te consuela, como a los niños chicos. Vamos, que…
― Tío, ¿tú eres tonto o te lo haces? ¿Te has creído que con un tap tap en la cabeza, como haces con el perro, vas a engatusarme? Lo tienes claro, guapo.
―Perdona, Concha, solo quería quitarle hierro al asunto. Reconozco que he estado muy torpe ¿vale, reina de la morería?
― ¿Y vas a atender un poco cuando te hablo?
―Claro, tonta, ya lo sabes…A ver, dispara, ¿qué es eso tan importante que se supone que no he oído?
―Tengo hambre, tengo pis, tengo sueño, estoy cansada, me duelen los pies, me pica el culo…
―Haber empezado por ahí. Pensaba que te referías a algo importante, no a los caprichitos de siempre. Ponte detrás de ese pino y te alivias, que retener la orina es malo para todo y, si te entra un apretón, coges una piedra picuda, lo mejor para limpiarse. “Y yo, preocupándome…”
―Ahora hablamos tú y yo. “Si no fuera porque estoy explotando, lo mato, lo juro”.
― ¿Estás bien, queri? Tardas mucho.
―Estoy intentando sacarme la piedra picuda del ojete, que se ha atorao. “¿Será gilipollas?”
―Venga, déjate de chorradas y termina de una vez, que se nos viene la noche encima.
― ¿Qué dices?, que con los ladridos no te entiendo.
― ¿Qué ladridos?, yo no oigo nada.
―Tú qué vas a oír, tontolaba, que estás más teniente que la O’Neill.
―Ahora, ahora, sí. Pero no son ladridos, más bien parecen aullidos. ¿No te he dicho que este es uno de los pocos montes de España donde los lobos viven en paz y armonía?
―Pero, pero, pero, ¿serás capullo, tío? Hala, lobos, y yo sin enterarme. La próxima vez me llevas a un país en guerra o a que me reduzca la cabeza un jíbaro psicópata. Si volvemos a casa sanos y salvos, te vas a enterar de lo que vale un peine.
―Desde luego, Concha, qué facilidad tienes para desquiciar las cosas. Con esa actitud, no vamos a ninguna parte. Anda, barre un poco ahí, en ese trozo de tierra llana, y monto la tienda de campaña. Menos mal que en esta familia hay alguien previsor, que si no…
―Sí, mi general, ahora mismo saco la escoba del bolso. Siempre llevo una encima, por si las moscas, ¿no te jode?
―Joder, qué carácter, de verdad. Yo qué sé, apáñalo como puedas, que yo me encargo de lo más complicado, como siempre. Por una vez, colabora un poco y no te quejes tanto, que me estás poniendo la cabeza como un bombo.
―Mariano, ¿has oído eso?
―Ya estamos otra vez, ¿qué es eso que tengo que oír ahora?
―Disparos, Mariano, disparos.
―Bueno, mujer, como hay lobos, habrá también furtivos, lo normal.
―Yo flipo contigo. ¿Tú sabes las cosas que he escuchado acerca de los cazadores furtivos, monín? Entre otras lindezas, parece ser que no suelen dejar testigos de sus fechorías.
― ¡¡¡Hala, exagerá!!! Tú has visto muchas películas, testigos, dice, juá.
―Me cago en tos tus muertos, Mariano. Ya mismo estás recogiendo la jodida tienda y vamos a escondernos entre los putos pinos, hostias, coño, ya.
―Nunca me había fijado en que fueras tan mal hablada, cariño.
― ¡¡¡A los putos pinos, yaaaaaa!!!
―Vale, vaaaale, pa ti la perra gorda. Por cierto, esta especie es pino albar, muy diferente del pino mediterráneo o del piñonero.
―A mí, como si es Pino D’angio, me la suda, ¿quieres tirar ya, o te arrastro de los pocos pelos que te quedan?
― ¡Joooooder! Cuando te pones de mala leche, no hay manera contigo. Eres insufrible.
―Mariano, no es por nada, pero los tiros se oyen más cerca.
―Habló el grajo.
―Te voy a meter dos gayas, que se te va a poner más cara de memo de la que ya tienes.
―Perro ladrador, poco mordedor…
¡¡¡Fuá!!! ¡¡¡Fuá!!!
―Pero bueno, vaya hostias, ¿de qué vas, tía?
―Te lo he dicho, y el que avisa no es traidor.
―Esto no va a quedar así, ya te lo estoy diciendo.
―Es verdad, en cuanto te descuides, te doy otras dos.
―Calla, ¿qué es eso?
― ¿El qué?
―Joder, tía, lo que cuelga de ese árbol.
―Y yo qué sé. No veo un pijo, lo que viene siendo lo suyo en el monte de noche.
―Espera aquí, que me acerco… ¡¡¡Aaaaah, qué susto, por Dios!!!
― ¿Qué, qué, qué?
―Nada, nada, no te preocupes, solo es un galgo ahorcado en proceso de descomposición.
―Voy a vomitar, brrrruagh.
―Con cuidado, leche, que casi me echas toda la pota encima.
―Mariano, te juro que, nada más llegar a casa, pido el divorcio, si no te he asesinado antes, que ganas no me faltan.
―Shhh, cállate.
― ¿Cómo?
―Que te calles, coño, que he oído pasos.
―Si crees que asustándome vas a hacer que me olvide de lo que te he dicho, lo tienes claro.
― ¡Shhhhhhhhh! Que es en serio. Silencio.
―Como te iba diciendo, Rafaelín, ¿no va el cabo el otro día y me dice que no está conforme con mi actitud? Ese no sabe con quién se está jugando los cuartos.
―Si es que es un bocas. Todo lo que se le ocurre, lo suelta. Pero, no es mala gente, peores los he tenido.
―Pues a mí me tiene hasta los huevos, tronco. No sé cómo se le ocurre tenernos aquí, de ronda nocturna, que si hay un asesino en serie suelto y leches en vinagre.
―Bueno, tío, es lo que tiene meterse a guardia civil…
―Tranquila, Concha, ya se alejan, no nos han visto.
― ¿Tú has escuchado lo que decían? Un asesino en serie, nada menos y, tú y yo, dos panolis de ciudad, debajo de un pino Alvear, a punto de morir de inanición, si es que no nos devoran antes los lobos o nos ejecutan los furtivos. Y pasa la pareja de la Guardia Civil, y no les decimos nada. ¿Te parece normal?
―Es que…, me ha dado no sé qué.
― ¿No sé qué, el qué?
―Es que…, es que me he traído un poco de marihuana, para rememorar viejos tiempos y echarnos unas risas.
― ¿En serio? Pedazo de alijo llevarás para haberte acojonado. ¿De qué cantidad ingente hablamos?
―Un cogollito y unos papelillos Smoking, de los buenos. Como me daba vergüenza, me compré en el estanco un bote enorme de tabaco de liar. Se lo podemos regalar a tu hermano, creo que es de su marca.
―Pero. Mira que eres, ¿cómo no te voy a querer?, Ay madre, que me lo como.
― ¿Quién anda ahí? Salid o disparo.
―Tranquilo, amigo, somos inofensivos. Aquí, la parienta y yo, que estábamos de excursión romántica y no s hemos perdido y, entonces…
― ¡Silencio! A ver, ¿habéis visto pasar a una pareja de la Guardia Civil hace poco?
―Sí, señor, pero no les hemos dicho nada, porque el atontao de mi mar…
― ¡¡¡Silencio, coño!!! Vaya par de cotorras. Tú, coge esta cuerda y ata a la piba, ya. Y le pones cinta adhesiva en los morros. Y, las manos, donde yo pueda verlas. Rapidito… Bien, ahora, túmbate boca abajo, las manos atrás, y ni un movimiento, que te rajo en canal.
― ¡Eh, oiga, ¿no habrá visto por aquí un lobo sangrando? Es que le hemos dado, pero se ha escapao. Pero, ¿qué coño está haciendo con esa gente?
―Largo de aquí, joder, que no quiero más muertos, con estos dos me vale.
― ¡¡¡Guardia Civil, quedan todos detenidos, tiren las armas!!!
―Y una mierda.
Fiuuun, fiuuun, boom boom, fiuuun, fiuu…un.
―Concha, hace un rato que ya no se oye nada.
―Hmmm, hmmmm, hmmmm.
―Coño, la mordaza, perdona, mujer.
―Joder, Mariano, qué pocas luces, tío.
―Pues, Concha, cariño, yo diría que están todos muertos.
― ¿Y ahora, qué hacemos?
― Tú dirás, pero yo no quiero que me devore una manada de lobos.
―Vale. ¿Qué, intentamos encontrar un pueblo o algo?
―Vale. Y luego nos divorciamos.
―Vale.
―Con un par.
―Ya ves.
― ¡Ainssss!
― ¿Un besito?
¡¡¡Fua!!!

CORONADO SMITH

Con un par de palillos
el churrero hace churros
la churra es una oveja
y una vocecina es un susurro.
Con un par de versos
el poeta hace poesía,
el cantor hace canciones
y el juglar una algarabía.
Con un par de huevos
se hace una tortilla
pero cuidado con la vuelta
que pueden venir ladillas.
Con un par de silencios
la melodía es perfecta
el compás queda en su sitio
y la línea casi recta.
Con un par de bemoles
se hace una armonía
y se le añade un sostenido
se forma una orgía.

AMALIA MARTÍN

Con un par de jipíos bien dados, allá por los años 60, me levantaba mi madre para ir al colegio cuando se me pegaban las sábanas y mano santa…me ponía de pie en un santiamén como un soldado a punto de entonar: » De rodillas pidiéndome una lección ,sabes que dominarte es mi motivación .
Al suelo y dame cien ,quiero verte trabajar y cuando no puedas más,
tal vez te conceda piedad…»
Con un par de guantás a dos manos papá me refrescaba el retraso de más de dos horas cada sábado que llegaba tarde a casa sin más pedagogía que tatuarme sus dedos a color y sin plumilla pero no…no tengo traumas .
Con un par de miradas penetrantes y directas me señalaba mi profe de mates que me pusiera las pilas e hincara codos a la orden de » ya» y no,no sentí que me despreciara.
Con un par de zapatos pasaba las cuatro estaciones y no tuve trauma alguno porque es lo que había.
Con mucho esfuerzo y poca formación recibimos una educación que aunque no fue la más recomendable nos hizo más cuerdos y menos mantequillosos que muchos jóvenes en la actualidad.
Con dos bemoles…

BENEDICTO PALACIOS

Nada tan placentero y vital como pasar un rato en las mañanas de abril contemplando cómo se despierta la vida apenas asoma el sol por el horizonte. Hay a esas horas tanto que descubrir y saborear. Observo desde la ventana, en una mañana así, la vida en un pequeño parque, los muchos y distintos árboles que lo abarrotan, aunque en fechas tan tempranas les falta la flor. Y me gustaría que apareciera alguna, porque las flores duermen cerradas durante la noche y abren sus pétalos apenas aparece la luz. Festejan la llegada del día.
Como no había flores cambié la perspectiva y dirigí la vista a los gorriones, unos pajarillos que con el piar persistente parecen saludar a sus congéneres y creo que a la vida en general. Eran multitud, pero me centré en la contemplación de dos machos que pugnan por hacerse querer de una hembra. Revolotean, levantan las plumas de la cola, despliegan las alas, pían, saltan, incluso arrancan un trozo de una hoja para ofrecérsela, pero la muy ladina no lo recibe y se muestra remisa e impasible.
Aburridos por tanta displicencia, la pareja desaparece y es probable que ambos se hayan retirado a aunar fuerzas. Me extrañaba este carácter, porque había contemplado en otro lugar cómo la gorriona solía rendirse a estos arrumacos. Pero había ahora una explicación. Desde lo alto de una rama una urraca les estaba vigilando, y los gorriones huyen de las urracas, y más de esta que parece rabiosa por su manera de graznar.
La tarde discurrió luego monótona porque el sol empezaba a racanear y no quería echarse a dormir. Y como la noche se retrasaba y yo seguía pendiente, acabé atontado de escuchar el incansable piar de los gorriones por encontrar la rama mejor donde pasar la velada. La urraca que debía odiar tanta algarabía, se había retirado a dormir en un árbol distinto.
A la mañana siguiente ha tenido lugar el deseado encuentro y un gorrión no ha necesitado calcar el repertorio anterior delante la hembra. Le ha bastado con piar y levantar con gracia las plumas de la cola. De seguido se han puesto los dos a preparar el nido, acarrear hierbas secas, plumas, hojas y unas hebras de paja.
Entonces la urraca se les ha quedado mirando y hecho intención de interrumpir la faena, robándoles los avíos. Consciente del peligro que corrían, he abierto al instante la ventana, sacado fuera la cabeza y gritado.
—¡Alto ahí, ladrona, que son pequeñajos, que funcionan con un corazón del tamaño de un cacahuete y con dos parcas alas!
Juro que la urraca me ha comprendido y se ha posado en una ventana contigua a la mía.

KARLOS WAYNE

PUEDES QUEJARTE
.
O CON UN PAR DE HUEVOS
.
NUTRIR TU VIDA

FÉLIX MELÉNDEZ

«Echarle un par…»
HOMENAJE A LAS MADRES DEMASIADO JÓVENES.
Cada vida es un mundo, y en este mundo de vueltas y vidas se mezclan las personas dando forma a un amplio surtido de individuos.
El azar y el destino es una fuente de agua viva, que siempre está corriendo entre las piedras de nuestros corazones-caminos. El misterio del amor, es algo sigiloso y tan sublime, excelso y escogido. Que nos lleva a poner los pelos como escarpias. A sentir lo indefinido.
Ninguno de los seres vivos es igual a otro, y todos somos parecidos a la vez, comportándose totalmente diferentes.
Entre cualquiera puede nacer una atracción imposible de sujetar, la pasión se cuela por el sentido y le llamamos amar.
La tristeza y la alegría, honra y trabajo, forman una columna de emociones que fortifican, el castillo de una personalidad definida. A veces en nuestras equivocaciones a la hora de escoger pareja nos empeñamos en salvar, y salvar, todos los inconvenientes que nos presenta la vida. Estamos ciegos. Lo que es pura química. Nos agarramos a una suprema fuerza que nos lleva hasta la locura, nos damos completamente por motivos y razones que algunas veces ni entendemos ni logramos comprender. Más allá de la pasión del ser.
El amor es un pastel, unos se esmeran al hacerlo y otros sólo comen poniendo faltas y no valoran el esfuerzo de quién lo hizo, algunas veces, claro. No siempre es así.
Estamos tan viciados con dar y entregar, que olvidamos recibir a partes iguales, cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde. Lo hemos dado todo y si abrimos bien los ojos, no hemos recibido nada a cambio la mayoría de las veces. Comienza a nacer con la costumbre, el aburrimiento y la indiferencia.
Tenemos que poner lumbre en ese fuego, diariamente, si no queremos que se apague.
La historia de cualquiera, de Juana, de Juan, de Enrique o de María. Jóvenes descubriendo la vida con un amor ciego, sólo llevado de la pasión y las hormonas. De los sueños, edad e imaginación, Se ven envueltos, atrapados en problemas que les resultan grandes para sus mentes pequeñas, cuerpos de críos con catorce, dieciséis años, enfrentados a una realidad que nunca se pensaron, la semilla del amor es la vida. Y la vida se abre paso ante todos los obstáculos.
A todos aquellos que tuvieron que afrontar, una juventud con la mochila de algún hijo, a todos. Algunos se vieron ayudados por sus padres, los que podían los que tenían más o menos, trataron el nieto como si fuera su propio hijo. Dándole a ellos, lo que para ellos no tenían.
Otros padres por diversas circunstancias y motivos en vez de ayudar. Pusieron más palos a las ruedas, echando a verdaderas niñas de sus casas. Todas ellas tuvieron que echarle un par …para poder seguir adelante.
Porque una cosa es cierta, la vida sigue su juego. No renunciaron a la vida que llevaban dentro. Perdiendo su propia libertad, dejando sudor y lágrimas en el camino, en cada uno de sus esfuerzos. Todo se puede, cuando un hijo te mira a los ojos.
De algunas madres, hasta las parejas salieron huyendo, quedándose solas completamente en este mundo austero, con sus hijos y sin renunciar a ellos, pero las madres tienen poderes mágicos, le ponen a la mayoría de las situaciones un par de…, huevos, y tiran del carro como sea, siempre con la aptitud inteligente y sabía.
Los padres que no tenían capacidad de ayudar a sus hijos y muchos hijos más, también en sus mochilas, siempre harán lo que puedan ante la imposibilidad de arroparlos a todos.
A todas, esas familias que la vida no se les presentó nada de fácil, y tuvieron que echarle un par…, o dos pares de huevos, quiero homenajear hoy con mi escrito.
Les quiero dar una felicitación sincera.
Yo me atrevería a decir, que todos en algún momento de la vida, hemos tenido que echarle un par…, salir pa’lante salga en el sol por donde salga. Eso es vivir.
Pero hay muchas madres y padres que perdieron su juventud por criar a sus hijos, que vierten la felicidad en sus nietos. Y si le miras a los ojos, están brillantes y felices, ocultando las desgracias y cicatrices que llevan muy dentro.

ALBERTO MEDINA MOYA

El hombre que se bajó del coche era un gorila con gorra y brazos tatuados con cara de matón de la KGB. Se dirigió al Seat que había ocasionado el choque y empezó a insultar y amenazar a gritos al conductor, que lo escuchaba con cara de preocupación sin atreverse a salir del coche. Tras golpear una y otra vez el capó vomitando toda su ira, y viendo que el conductor no salía, se dirigió a su coche para coger el móvil y llamar a la policía. En ese momento, para sorpresa de todo el mundo, el del Seat salió del auto y se dirigió lentamente hacia el gorila. La diferencia entre su físico y el de King Kong era abismal. El combate estaba ganado de antemano. Había que admitir que el hombre le había echado un par de huevos para salir del coche. Finalmente, cuando se encontraron frente a frente ocurrió algo impresionante. El del Seat se puso de rodillas sobre el asfalto y dijo que había metido la pata, le pidió perdón al gorila y preguntó qué podía hacer para solucionar el problema cuanto antes. El armario ropero frunció el ceño y lo miró durante unos segundos como si fuera un extraterrestre, y acontenció el milagro. En un tono totalmente distinto al usado hasta entonces, dijo: “Póngase de pie, hombre… perdóneme, he sido un maleducado, me ha dado una lección”. Fue algo inolvidable. Parece que lo estoy viendo con mis trece años, desde el asiento de copiloto del Seat. El conductor era mi padre, y a mí también me dio una lección: de valentía, de dignidad y de amor, porque como me dijo tiempo después: “si hubiera ido yo solo no hubiera salido del coche, pero tenía que darte ejemplo”.


CARLOS TABOADA

ESO ES
Conozco la historia de Dani, un tipo que renegaba de la capital. Fue bendecido con un despido improcedente, obteniendo la recompensa que había calculado. Como programador informático, introdujo intencionadamente un par errores, perjudicando a la empresa que casi lo vio nacer. Convenció al equipo de la aparición de un supuesto virus por parte de la competencia, y, con lágrimas de cocodrilo, aceptó su destino logrando una indemnización de casi seis números. Al día siguiente, dejó a su impertérrita novia —una especie de reliquia social salpimentada con cemento y piedras de colores— para, posteriormente, buscar y encontrar un terreno en un pueblo de Toledo. Allí instaló una casa de madera, y se dedicó a vender sus servicios online. Tenía muchos planes, y trabajó duramente en ello.
El vecino de Dani se llamaba Ángel. Era un jubilado diabético con una prominente barriga que sabía mucho de huerta, aunque prefería en su dieta la carne, chorizo y embutidos. Al día siguiente de su presentación, apareció con un par de pequeñas higueras en mano, e indicó dónde debía plantarlas y cómo. Entre los dos, lo hicieron. Uno con herramienta en mano y otro con instrucciones. En el proceso, el hombre le contó —por lo menos— la mitad de su vida. Era invierno. Al despedirse, tras una hora, aseguró que ya vendría con otros frutales. Pero llegó una fría primavera, y un día se presentó ella.
Marta era la hija de Ángel. Comprobó el estado de la casa familiar y fue a ver al vecino. Su padre había sufrido una rotura de cadera y se estaba recuperando, informó. Dani era algo mayor que Marta. Ella nunca había entrado en una casa de madera, y la invitó a tomar algo caliente. Charlaron entusiasmados durante un par de horas, hasta que el crepúsculo fue difuminándose tras la sierra de Gredos. Entonces él trató de sacar lo mejor de sí mismo, y a ella le gustó. Su coche, no arrancó hasta el día siguiente. Por la mañana, desayunaron en el porche, frente a las peladas higueras, pero con un par de prominentes yemas que pronto se abrirían al mundo. Al verlas, se sintieron desnudos y se prometieron una confidencia. Él empezó con la primera. Aquellas confesiones no les permitieron establecer una relación estable, pero al menos no dejaron de verse por mucho tiempo.
En verano, Ángel se presentó con un tal Pedro. Era su yerno, el marido de su hija. Venían con un par de lechugas y tomates de la huerta. Al hombre le gustó la casa. Preguntó por todo y hasta por la vida del propietario. Con cuatro datos, esgrimió complacientes argumentos. Por ejemplo, dijo que le resultaba inudito que un tío con recursos y más o menos agraciado —rio con la broma— no tuviera mujer y viviera solo. Tuvo sospechas de una vida así, pero las cayó. Ángel le codeó varias veces. Era un charlatán. Un tío cansino que padecía halitosis. Además, se aproximaba centímetros al interlocutor cuando parloteaba, y, como medía algo más de metro noventa, el halo apestoso se dirigía e introducía fácilmente en su nariz. Dani evitó preguntarle cualquier cosa, y se refugió, en todo momento, tras la sombra de un arrepentido Ángel. Por otra parte, se encontraba apático y desanimado porque había perdido un par de miles en la bolsa. No les invitó a nada. No quería establecer otra amistad con aquella familia —y mucho menos de esa dimensión. Necesitaba estar solo, o, al menos, disponer de una alegría. Cuando se largaron, cogió la bici eléctrica y se perdió unas horas por entre senderos arbolados. Al regresar, conoció a Miguel.
Tenía nueve años. El chico, sentado en el borde de la acera, miraba visiblemente enfadado el color del asfalto. Había cruzado, por minutos, los brazos y piernas con pegamento. Deshizo la postura cuando vio llegar a Dani, que lo encontró sentado frente a la puerta de su casa. El rostro del chico le resultó familiar, pero prefirió preguntarle por su hastío. Dijo que su mejor amigo no había podido venir y se aburría. Pero al ver la bicicleta eléctrica, se interesó por ella. Quería montarla, pero Dani no lo vio claro. Le explicó los componentes y la función de cada uno de ellos. Charlaron durante unos minutos. Después se sentaron en la acera, y él desvió el ansia de bici preguntando por sus estudios y equipo de fútbol. En aquel momento, la puerta de la casa vecina se abrió, y Ángel, Marta y Pedro, salieron a buscar a Miguel. Encontraron a su hijo con el vecino conocido, y le recriminaron por su ausencia —y Dani debió pensar que había tardado en conocerle. Pedro le quiso presentar a su mujer, pero Ángel dijo que ya se conocían, refiriéndose al invierno anterior, cuando ella se ofreció para ver el estado de la casa y dar el recado de su convalecencia al vecino. «Eso es», afirmó ella. Y el tal Pedro dijo: «Es verdad. Limpiaste la casa y se te echó el tiempo encima. ¡Debiste pasar un frío tremendo!». «Eso es», volvió a repetir ella. Y fue entonces cuando a Dani se le ocurrió decir al chaval que le dejaba la bicicleta hasta el día siguiente, provocando que, cada uno de ellos, tuviera una opinión diferente.

TALI ROSU

Un viaje en el tiempo
Sentada en la estación de tren de mi ciudad natal he visto un fantasma que, con un par, se detuvo frente a mí y me tendió la mano. ¡Manda cojones! ¿En qué momento se me ocurrió hacer este puñetero viaje?
—¡No voy a tirarme contigo! —me grité mientras me alejaba de las vías.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Un halo de luz entró por la ventana de Ana, la cual, se despertó con un sobresalto, tenía el despertador puesto a las cinco de la mañana, se había dormido y llegaba tarde a trabajar. De repente le sonó el móvil, era su jefe furioso por su ausencia en su puesto de trabajo.
– Ana, son las siete y media de la mañana y tenías que estar en tu puesto de trabajo a las seis en punto. El tiempo que tardes en llegar tendrás que recuperarlo.- Aseveró Raúl frunciendo el ceño.
– Disculpa Raúl me he quedado dormida, no recuerdo que me sonará la alarma, enseguida llegó.- Contestó Ana avergonzada todavía somnolienta.
Se vistió en un momento, la ropa del trabajo no le hacía justicia pese a su esbelta figura y su juventud. Se tomó corriendo un bollo y un poco de leche y se apresuró para ir al garaje y arrancar su vehículo, su trabajo estaba a veinte kilómetros de dónde vivía, aún tardaría media hora en llegar. Llegó a las ocho y cuarto de la mañana. Era temporada estival y se acumulaban muchos pedidos, no daban a basto, trabajaba en una fábrica de dulces. Raúl estaba en su línea supliendo su ausencia y al verla siguió con su monserga.
– Es la segunda vez que te duermes este mes, una más y me encargaré personalmente de que la empresa te sancione cómo mereces. – insistió Raúl mientras se rascaba la cabeza con su dedo índice y su rostro mostraba un gesto de desaprobación.
– Lo siento mucho, no volverá a pasar. Me tienes hasta el coño, explotada y obligada a realizar jornadas de doce horas pagándome sólo ocho. Así es que trabaja tu gilipollas. – Contestó Ana con un par, cabreada, mientras le tiraba el equipo de protección individual a los pies de Raúl.
Ana regreso a casa aliviada por su acto de heroicidad. Con un par, llevaba tiempo pensando en dejar un trabajo tóxico donde no era tratada con humanidad y eso le producía ansiedad, insomnio y depresión.
Ana se unió a la gran renuncia con un par.

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

SUEÑO POR CUMPLIR
Me acerqué hasta la confitería dispuesta a comprarla.
Segura, con un par, pisando fuerte. Había llegado el día, no iba a esperar más.
Me debatía entre mi diablo bueno 😈 y mi diablo malo 👿
Me parecía que todos por la calle me miraban y murmuraban: 👿 ahí va esa, es una guarrilla, no es lo que aparenta, menuda mosquita muerta.
😈 Pero yo estaba decidida. Llevaba años con esa idea en mi cabeza, aunque llevarla a cabo costara.
👿¡¡Qué diría mi madre!!!
👿¡¡¡Y las monjas de mi colegio!!!
😈Que no, que no, que de hoy no pasaba. Los sueños hay que cumplirlos y este ya duraba bastante.
– Un bote de nata montada en spray, por favor
¿Me miraba el dependiente con una sonrisilla maliciosa, o era mi cabeza?
– Aquí tiene. Para su buen uso debe estar muy fría
¿Pero cómo sabía para qué quería usarla? ¿Tanto se me notaba?
Cogí mi bote de nata en spray, lo escondí en mi abrigo y salí corriendo.
😈 A él le va a encantar. Cuando te vea cubierta de esa nata no se va a resistir, su deseo será imparable. Te va a comer enterita, te lamerá despacito saboreando la nata, como siempre habías imaginado en tus sueños, cumpliendo así tu mayor fantasía erótica
👿 ¿Estás segura de lo que vas a hacer? ¡¡Eso es de guarras!! Todo el cuerpo pringado y helado con esa nata fría, que te han dicho que bien fría. Vas a hacer el ridículo
😈 Ya me estoy imaginando su carita al verte, sus ojos chisporrear, su boca seca sedienta de deseo, su sorpresa y su «estima» muy elevada como efecto de tu ocurrencia erótica
👿 ¡¡ Tira el bote en la primera papelera que veas!! ¿Estás loca? Esas escenitas sólo son de peliculas, no de vida real
– ¿Qué llevas ahí?
– Uhmmmm sólo es un bote de nata montada en spray que he comprado
– Menos mal que lo he visto, porque soy alérgico a la nata, ¿lo sabías, no?

ANGY DEL TORO

TIROTEO EN EL SUPER
Pagaba en la caja del supermercado cuando escuché los primeros disparos, “con un par” agarré a mis dos hijos y los oculté entre los estantes que ofertan productos varios. Los veía aterrados pero complacidos, imaginan las de chucherías que se encontraron. Corrí hacia el agresor y en la confusión tropecé con un cadáver ensangrentado, caí al suelo, me arrastré cuanto pude, quería alcanzarlo. La gente corría despavorida y en cualquier dirección. No sé de dónde saqué tanta valentía, si me disgusta aplastar hasta las cucarachas. Allí se encontraba, furtivo entre los anaqueles, apretaba el gatillo sin mirar hacia dónde. Los heridos se sumaban en cantidades considerables, no tanto por los impactos de las balas como por los cristales que por el aire saltaban. Al fin logré mi objetivo, llegué hasta el agresor, un adolescente que, aterrado ante el despliegue policial, decidió tornar el arma hacia sí mismo, ensangrentado y herido de muerte alcanzó a verme y en su último suspiro le escuché decir: “MADRE, PERDÓNAME, ELLOS ME OBLIGARON”. De nuevo tuve que llenarme de valor, arrastrando la pierna corrí hacia donde había dejado a mis dos hijos, los más pequeños. Un hombre, de quien más tarde supe era el propietario de una pizzería cercana dijo que había acogido a varias personas que huían del tiroteo y entre ellas, había menores. En la distancia vi que auxiliaban a otros tantos, la policía los subía a un autobús.
Mi corazón se agita, siento que se rompe en pedazos, busco a mis hijos. Han habilitado un centro de reunificación para las personas que consultan por parientes desaparecidos. Mi desasosiego es total y una gran presión oprime mis pechos. Escucho voces y entreabro los ojos, en el televisor finalizaban las noticias «Agentes de la Policía rodean el perímetro de la casa del sospechoso de un tiroteo en un supermercado, siendo éste la única persona gravemente herida». Mi esposo con sus brazos extendidos sobre mi pecho dormía plácidamente y mis hijos, junto al gato, abrazaban a mis piernas.

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Solo la luz azul y oscilante del coche de policía iluminaba el callejón sin salida. Cruzado de esquina a esquina, el auto bloqueaba la única vía posible de escape. Los agentes hacían bailar sus linternas nerviosas barriendo el rectángulo de adoquines negros y paredes desconchadas, proyectando contra el muro la sombra de los cubos de basura, de las bolsas destripadas y de los cagarros de perro. Llegaron a contar hasta siete ratas de ojos brillantes que no se intimidaron al mirar de frente el haz de luz que quería cegarlas. El ambiente era tan espeso y cortante que hasta los latidos que golpeaban con insistencia el pecho de los uniformados lo hacían en voz baja, para no interrumpir la labor escudriñadora de los oídos en aquella búsqueda incesante. Los agentes avanzaron dos pasos más con el dedo a punto en el gatillo…
De pronto, les sorprendió un frenazo de bici a sus espaldas, giraron el cuello agarrotado y vieron como un tipo saltaba por encima del capó del coche con una gran caja amarilla a la espalda.
—¡Buenas noches! —Dijo al pasar tranquilamente por el lado de los agentes, que lo observaban absortos sin moverse de la posición en guardia. El repartidor de Glovo se les adelantó, tocó con los nudillos sobre una puerta de chapa cerrada y a los pocos segundos se entreabrió una rendija…
—Su pedido. Son 23 euros.

NEUS SINTES

Sabía lo que estaba en juego, mi instinto me decía y me susurraba por las noches que debía hacer algo. Mi vida no podía seguir de la misma manera. A veces hemos de enfrentarnos a una dura realidad, como la vida misma, con un par de santo valor y energía y hacerse valer, hacerse respetar.
Tumbada en la cama me encontraba mientras mi mente cavilaba. Sabía de las urgencias nocturnas de mi marido. De las llamadas telefónicas que a veces escuchaba a medianoche. Sus ausencias, sus reuniones que se alargaban mas de la cuenta…
Se terminó. Una tarde emprendí el camino hacía la oficina donde trabajaba mi marido. A sabiendas de que no estaría reunido. Sino más bien con su amante; la secretaria.
Entre con el coraje de una mujer harta de que le mientan, que le gusta que le digan la verdad a la cara. Mientras me encaminaba hacia su despacho, vi que todo el mundo se había ido. Excepto el que lo encontré, sujetando las caderas firmes y jóvenes de Nina la secretaria. No me sorprendí. Al contrario, de mi bolsillo extraje una pistola. Dos balas fueron suficientes para llevarlos al otro mundo.
Todo acto tiene sus consecuencias. El tuvo las suyas. Ahora en mi yo interior cada día es una lucha constante de si encontraran huellas del asesinato o bien lo dejaran por caso cerrado.

RAQUEL LÓPEZ

Se acercan las vacaciones y no sé si estoy nerviosa por la emoción o por lo que se arma todos los años….
Los días previos, me dedico a preparar las maletas, lo repaso todo meticulosamente para que no se olvide nada: crema para el sol, bañadores, los cubos para hacer castillos, las colchonetas, la multitud de ropa que al final terminamos por no usarla y eso que este año pusimos la baca en el coche para las bicicletas. Total, toda una odisea.
Nada más llegar al hotel, ya empieza la cantinela de los niños de: » quiero ir a la playa a bañarme» y yo pensando: » el próximo año me quedo en casa»
El primer día de playa, es como las olimpiadas, todos quieren ser los primeros en llegar para coger sitio pero eso era como en el cine, » misión imposible». Siempre nos tocaba quedarnos lejos pero muy lejos de la orilla por lo tanto, para mí era un fastidio porque para no perder a los niños de vista tenía que estar con ellos constantemente en el agua, que luego cuando salía parecía un garbanzo en remojo, o eso, o ponerme tostada al sol.
Mientras tanto, mi marido ni se inmutaba, se sentaba en la silla con el periódico y se podía pasar todo el día metido en la sombrilla.¡ Santa paciencia!
Cansada ya de lo mismo, los levanté a todos a las siete de la mañana para poder coger sitio en la playa, ellos pensaban que me había vuelto loca, aún así, estábamos sombrilla en ristre dispuestos a coger el mejor sitio.
Cuál fue mi asombro , cuando decenas de jubilados ya habían acoplado sus sombrillas y los turistas no cesaban de llegar, pero, ¡ que madrugadores!
Me armé de valor y me abrí paso, no sin antes escuchar alguna que otra protesta de un guiri:
-¡ That’s muy place don’t take away the Sun!..
Y ante la atenta mirada de mi familia, atónita por mi comportamiento, planté ahí la sombrilla haciéndome hueco y con un par… cansada de todos los años lo mismo, les contesté:
– Today for you tomorrow for me… O lo que es lo mismo, » hoy por ti y mañana por mi»…

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

¿Y AHORA QUÉ HACEMOS?
Pito, pito, gorgorito…
Esa ingenua y ahora repentinamente macabra canción infantil, estaba sirviendo de ayuda a los secuestradores para tratar de seleccionar, de entre todos nosotros, quién iba a ser el primero. No terminó de escucharse el “pin, pon, fuera”, cuando dos disparos resonaron de forma prematura en la sala principal, seguidos por un angustioso silencio. A todos se nos congeló la sangre. A todos menos a uno.
Pero comencemos por el principio. El curso de los acontecimientos tuvo su inicio durante un gélido lunes del mes de enero, justo a las ocho y media de la mañana, mientras me encontraba realizando mis quehaceres habituales de jubilado. Básicamente actualizar la libreta, comprobar la pensión y realizar un pequeño reintegro que me permitiera sobrellevar la semana con cierta holgura. El escenario, un local atractivo y muy bien iluminado que a esas horas de la mañana ya mostraba un ir y venir de almas anónimas, embargadas por una actividad frenética. Se trataba de la oficina principal del banco más importante del país, unas simples pero conocidas siglas que constituían una de las piezas más importantes del hambriento sistema económico y cuyo tamaño había ido creciendo de manera progresiva hasta adquirir dimensiones monstruosas, a base de fagocitar otras entidades.
Y en tan solo un segundo se produjo el giro que iba a cambiar las cosas.
– ¡Todo el mundo al suelo!
Aquella frase evocó en mi memoria ciertas reminiscencias del pasado. En cualquier momento esperaba escuchar el famoso “que se sienten, coño”. Pero los secuestradores no llevaban tricornio, ni tan siquiera era posible intuir si aquellos pasamontañas escondían algún tipo de frondoso y autoritario bigote.
Todos obedecimos, sin excepción. Los recién llegados dudaron un instante, pero finalmente dieron comienzo a su actuación. Un número que parecían tener minuciosamente ensayado y planeado. Tras un breve discurso motivador y muy convincente, llegó el momento del sorteo. Abogados, asesores, albañiles, amas de casa, jubilados… todos los presentes, ahora candidatos al indeseable proceso de selección, nos habíamos convertido de pronto en una extraña familia de penitentes, arrodillados sobre el frío mármol, con un común denominador: rezábamos por salir de allí con vida.
Pero volvamos de nuevo al comienzo. Al eco de esos dos disparos que retumbaron inesperadamente, causando un instantáneo silencio y haciéndonos tragar saliva. Todo quedó impregnado de un miedo espeso y una angustiosa incertidumbre. El latir desbocado de corazones casi se podía percibir de fondo en el ambiente.
En cuestión de segundos, todos lo vimos. Las dos balas procedían de la pistola que en esos momentos aún empuñaba el director de la sucursal, todavía algo tembloroso. La única real entre todas aquellas armas que, aunque daban perfectamente el pego, eran de plástico, al fin y al cabo. Pero eso nadie lo sabía. Ni siquiera Don Vicente, que, echándole un par y con una extraordinaria sangre fría, había accionado el gatillo sin dudarlo un instante. El diagnóstico que había conocido semanas antes, celosamente ocultado para no preocupar a nadie, y la perspectiva de los escasos meses de vida que le restaban habían hecho de aquel hombre alguien a quien ya nada le importaba.
Y en medio de aquel incómodo silencio, el jefe de los secuestradores yacía en el suelo, inmóvil sobre un espeso charco rojo, mientras todo el mundo se miraba sin saber muy bien qué hacer.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Verano del ochenta.
Como todos los veranos los pasaba en el pueblo con mis abuelos, mientras mis padres trabajaban en la ciudad.
En el pueblo los niños nunca me trataron bien, la verdad, de ciudad, gordito, con gafas. Lo tenía todo para qué se metieran conmigo.
El nombre tampoco ayudaba, me llamó Narciso.
Pero en el verano del ochenta, para los jóvenes lectores, 1980.
Yo tenía catorce años y me enamoré de Isabel.
Morena, con el pelo rizado, ojos negros.
Vamos, qué me enamoré.
Cuando íbamos al río yo me tiraba desde la roca. He decir qué yo nadaba muy bien.
Aquel verano yo estaba más atlético,
Isabel me miró. Sabéis qué te mire la chica qué te gusta, con catorce años?
Y empezaron a burlarse de mí.
Gafotas, gordito y otras cosas.
Entonces Isabel, con un par de ovarios, se enfrento a ellos.
El mejor verano de mi vida.
Ah! Años después Isabel sigue a mi lado.

RAÚL LEIVA

De amores y chocolatadas

Camila, la nieta de doña Adelaida la mujer que curaba el empacho, rara vez venía por el barrio. Era una pelirroja con dos ojazos azules que me tenían perdidamente enamorado. Yo tenía por aquel entonces ocho años y la inocencia del primer flechazo en el pecho. Andaba como estúpido y los chicos del barrio se burlaban todo el tiempo, solo que a mí no me interesaba nada más que ver a Camila.
Una tarde me armé de coraje, sabía que a ella le gustaba la chocolatada Cindor y con la plata de todos mis ahorros y algo que le saqué a mi mamá, compré en el kiosko de Amanda dos botellitas de leche y un paquete de masitas Manón. La vi en el jardín de Doña Adelaida y el corazón me empezó a latir fuerte, perdí la noción del tiempo y el espacio, pero ya estaba jugado y no había vuelta atrás. Caminé despacio los treinta metros que me separaban de ella. En el camino me crucé a Doña Remigia. Miró la bolsita con las provisiones, miró a Camila y me clavó los ojos como si me leyera la mente y sentenció —Mire m’hijo. ¡Usted está por hacer algo muy grande para una nena! Usted puede sentir todo lo que quiera, y eso está bien, aunque usted crea que se llama amor, eso es un metejón y nada más, pero miremé y sobre todo escuche: respetelá. Porque para una chica lo primero es el respeto, después viene el amor y todo lo demás. ¿Sabe? ¡Vaya, vaya!
Mi corazón saltaba más todavía, y a casi veinte pasos me crucé con el marido de Doña Remigia.
—¡Totito!¿Dónde vas tan colorado? ¿Tenés calor?
—¡Nooo Don Arturo! ¡Voy a ver a la Cami! La voy a invitar a tomar chocolatada y le voy a decir que me gusta mucho. ¡Estoy muy nervioso Don Arturo! ¿Qué le digo a la Cami para que me quiera?
—¿Y cómo es ella? ¿Qué palabra usarías para decir cómo es Camila? —me preguntó Don Arturo entrecerrando los ojos.
Pensé un montón cosas; linda, tranquila, pelirroja, divertida, pero tomé aire, cerré los ojos y le dije a Don Arturo —¡Suave! La Cami es suave Don Arturo.
El hombre se rascó la barba y mirando quién sabe a dónde suspiró hondo.
—Mirá Totito, suave es como muy de cosa débil, que no hace nada. Las cosas suaves pasan por la vida sin dejar rastro. Suave nene, por ejemplo, es el papel higiénico que compró la Remigia, que lejos de limpiar bien, desparrama más la mierda. Lo suave no sirve para nada, buscate alguien que te deje huella y…
No alcanzó a terminar la frase. Doña Remigia lo entró a Don Arturo pegándole en la cabeza con un repasador mientras me miraba con su cara de enojo y señalándome con el mentón para donde estaba Camila. Cuando la pareja entró a la casa, dejé la bolsita con la chocolatada y las masitas y me fui corriendo a jugar a la pelota.
A Camila no la vi más, ni siquiera sé el apellido para poder buscarla en Facebook o algo así para contarle lo que me pasó ese día.
Hay cosas que no tienen que darse.
Pero esa es otra historia.

EDUARDO VALENZUELA JARA

ACCION SUICIDA
Oculta, debajo de la camiseta del Real Madrid, llevaba la azul y grana del Barça. Llegado el momento, me arrancaría la prenda blanca para exponer mi verdadera identidad.
Era la final de la Copa del Rey y allí estaba yo, esperando la ocasión, en el Bernabéu, en medio de los Ultras Sur.
Los merengues perdían por un tanto y ya solo quedaban dos minutos de juego. Alrededor mío, los Ultras bramaban sus cantos de guerra, saltando, bufando, ¡echando chispas por los ojos!
«Ya estamos todos aquí / Animando al Real Madrid / Cuando el Madrid marcará / Este estadio estallará».
Mientras sudaba frío, imaginaba que, si el Madrid empataba, quizás los vikingos se tomarían a broma lo que yo estaba a punto de hacer.
El pitazo del árbitro me volvió a la realidad cuando, faltando segundos para el final, marcó penalti a favor del Barcelona. Entonces sentí que el silencio, a la espera del puntapié definitivo, era peor que los berridos guerreros.
El silbato dio la orden de patear y todos vimos como el balón esquivó al portero, golpeó en el travesaño, luego dio un bote con efecto en el suelo y entró. El grito de gol de los culés consolidó la derrota del Madrid.
El pitazo de final del partido, selló mi suerte. Era la hora de hacer lo que tenía que hacer. Metí mi mano en el pantalón y toqué mis cojones para asegurarme que el protector genital los mantendría a salvo. Me giré hacia la afición, respiré profundo y, con un par, me arranqué la camiseta blanca, mostrando mi grana y azul, a la vez que gritaba con todas mis fuerzas:
― ¡Jódanse, merengues, hijoputas!
Lo hice tres veces, como había convenido. Luego, cerré los ojos, apreté dientes y puños y me entregué al linchamiento.
Ahora estoy en la Unidad de Cuidados Intensivos, lo sé. Pero gané la apuesta.

EFRAIN DÍAZ

Luego de echar un polvo, Adán y Eva caminaban desnudos admirando la belleza del paraíso.
-Sabes Adán, hoy se me antoja comer del fruto del árbol prohibido. Es el único del que no hemos probado.
-Pero Eva, sabes que el mismísimo Dios nos lo prohibió.
-Y me pregunto por qué. ¿Qué tendrá ese árbol y esos frutos, que Dios nos lo tiene prohibido? ¿No te pica la curiosidad?
-Bueno, sí, pero no al punto de desobedecer al Padre.
-Ay querido, échale un par de huevos y vamos a probar de esos frutos. Se ven deliciosos.
Y así, se fueron acercando al árbol del fruto prohibido. Al llegar, fueron recibidos por una serpiente que hablaba. La serpiente los exhortó a comer del árbol prohibido.
-No hace falta que me tientes, querida. Le dijo Eva a la serpiente. Lo vamos a probar de todos modos y volteandose hacia Adán, le dijo: nuestro Padre del cielo nos proveyó carne para la cena. Anda mata a la serpiente.
Adán, obediente, agarró una piedra y le aplastó la cabeza a la serpiente, la cual cocinaría para la cena.
Luego miraron los frutos del árbol prohibido. Era un fruto redondo, bermejo, brillante y se veían deliciosos. Eva agarró uno y le dio una mordida. Adán dudó. Actuando con tiento y cautela, estaba inseguro si tomarlo o no.
-Pero hombre, que agarres uno y te lo comas. Yo ya mordí el mio y como ves, nada ha pasado. Necesitas un par de huevos hasta para comer.
Adán, tímido, temeroso y pusilánime, mordió un bocado que Eva le puso de su manzana. Al encontrarla dulce y deliciosa, agarró una y comenzó a comérsela. Inmediatamente sus ojos se abrieron y comprendieron el bien y el mal. Aparecieron las sensaciones y volvieron a echar otro polvo, pero esta vez lo hicieron con lujuria y vieron que al incluir la lujuria, el uso, goce y disfrute, no solo que era bueno, sino que era buenísimo.
Mientras ambos disfrutaban de los nuevos placeres y conocimientos que les habían dado los frutos del árbol prohibido, oyeron que Dios andaba por las inmediaciones. Al saberse desnudos, les dio vergüenza y se escondieron. Pero nada escapa a los ojos de Dios. Tan pronto Dios los encontró, por su actitud supo que habían comido del árbol prohibido. Del árbol del conocimiento. Dios les dijo:
-Entonces me han desobedecido. Han comido del árbol del fruto prohibido.
-Si y nos ha abierto los ojos. Somos igual a ti. Ahora conocemos lo bueno y lo malo. Ahora tenemos cierta conciencia. Capacidad de pensar y analizar. De llegar a conclusiones. No nos arrepentimos de haberlo hecho. ¿Verdad que no, Adán?
Adán dudó.
-Pues, bueno, como ves, ehh…
-Que le eches un par de huevos coño. Que le digas que es mejor pensar y saber que andar por el paraíso en la ignorancia.
-Pues, pues si. Si tú lo dices. Contestó Adán tímidamente.
-Y la serpiente, tuvo algo que ver en esto? preguntó Dios.
-Pues, puede que sí. De todos modos, creímos que nos la enviaste para la cena y Adán la ha matado para cocinarla. Contestó Eva.
Dios volvió sus ojos hacia atrás en señal de incredulidad y dijo:
-Por haberme desobedecido, tu Eva, sufrirás los embarazos y parirás con dolor. Desearás estar a lado de tu marido y él te dominará.
A Adán le gustó la idea de dominar a Eva, que desde que fue creada de su costilla, había hecho lo que le había dado la gana.
-Ja,ja,ja, rió Eva maliciosamente, Adán no tiene el par de huevos que se necesitan para dominar a una mujer como yo.
-Yo se los daré, respondió Dios. Y tú Adán, por mamao, por dejarte dominar de Eva, que a todas luces es más hija de puta que la propia serpiente, trabajarás duro para poder comer. Tendrás que doblar el lomo y sudar como caballo pelao para llevarte un bocado a la boca. Y para completar mi castigo, ambos quedan expulsados del paraíso.
-Pues que no me voy, dijo Eva en tono desafiante.
-Pues que se van ambos. Quedan expulsados. Ripostó Dios.
-Pues que no nos vamos, respondió Eva. Que estamos muy bien y muy a gusto aquí. Si te pones empollón, nos convertiremos en okupas, pero de aquí no nos vamos. Además, a donde nos expulsarás, si has hecho de todo el planeta un puto paraíso.
Al ver la determinación de Eva, Dios se dio por vencido, no sin antes apostar varios querubines y una espada de fuego frente al árbol de la vida. Ya tenía dos seres desobedientes y racionalmente pensantes. Lo menos que necesitaba Dios es que, para colmo, fueran inmortales. Y sin despedirse, se marchó.
Y gracias a Eva, que tuvo el par de huevos que le faltaban a Adán, nos dejó como legado la desobediencia, analizar, escrutar y cuestionar. Creó la duda y la curiosidad.
Unos pensarán que el mundo venía torcido desde el principio de los tiempos. Yo pienso que gracias a la duda y a la desobediencia de Eva, es que hemos avanzado a través de los tiempos.

GAIA ORBE

Los mal llamados americanos en numerosas películas yanquis van a Roma a encontrarse con ellos mismos. Como esas películas están basada en historias reales podría decirse que los americanos del norte necesitan de Italia para conocerse a sí mismos. Y como yo adoro Italia siempre las veo porque paseo con las cámaras por la grande terra de mis ancestros. Quizás esto suceda por la paradoja de cumpleaños. Esta establece que entre 23 personas hay 253 parejas posibles, y ni un par más. Por eso la probabilidad de que al menos dos de ellos coincidan es del 50,7%.
Lo llamativo es que no soy yanqui pero cuando me estaba buscando a mí misma, también pasé por Roma. Fueron solo un par de días antes de seguir mi viaje porque mi destino de ritrovare a se estesso no era la bella Roma.
Aunque ahora que lo pienso, yo que soy una americana del sur, al regresar de encontrarme volví a pasar por la ciudad eterna otro par de días. Entonces debería buscar mi par entre las 22 personas que hubieran pasado por Roma a la ida y a la vuelta, de sus viajes de encuentro de sí mismo.
¿Nuestras vidas se rigen por azar o por destino?

CONCE JARA

Las palabras que repitió por la noche, resonaban en su cabeza camino del trabajo. Las practicó frente al espejo, cuidando su posición corporal, la mirada, y el modo en que emergerían de su boca, como dijo su psicólogo.
Mientras trabajaba, escuchó como la voz del director se aproximaba por el pasillo, hasta que entró en la oficina:
—Holaaa. Buenos días a todos, pero…, ¿qué tal Matildita? ¡Uyy!, hoy llevas un nuevo vestido que, hummm…—dijo burlón—. Pero levántate y deja que todos podamos alegrarnos la vista. ¡Venga mujer!
Era el momento y con un par de ovarios, ella hizo lo que durante meses había deseado:
—Me llamo Matilde, no Matildita; y no me levantaré nunca más para enseñarle ni a usted ni a nadie mi vestido. Solo lo haré, —explicó recogiendo sus cosas— para ir ahora mismo al Juzgado y denunciarle por acoso, ¡jefe!

ARCADIO MALLO

Tocado y hundido
Con un par de copas creía que había ahogado aquel dolor del alma. Pero no fueron suficientes. La imagen metafórica se repetía en su cabeza. Ella metía la mano en su pecho y le arrancaba el corazón, latiendo todavía. Luego lo rompía como quién raja una hoja de papel. Lo hacía añicos y lo pisoteaba. Mientras tanto, él, ya sin corazón, se quebraba sobre sí mismo y comenzaba a sentir ese dolor inmerso que prometía acompañarlo para el resto de sus días. Y pensó que un par de copas, curaría aquella penitencia infernal.
No bastaron. Un par no fue suficiente. Conforme avanzaba el tiempo, más copas hacían falta para acallar aquellos demonios que le atormentaban el espíritu. Tal fue así que llegó el día en que perdió la contabilidad de las que hacían falta para calmar su inquietud. Aquel infierno lo consumió, y el dolor de aquel adiós consumió su vida. Ahora duerme abrigado por un montón de ropa sucia entre cartones viejos, con el tetrabrik del vino entre los brazos para que nadie le lleve aquel veneno que le permite seguir respirando. Ya no se acuerda de ella. Ni siquiera se acuerda del dolor que le ha causado. A veces, incluso el mismo se ha olvidado de quién era, y de cómo con un par de malas decisiones acabó con su persona.

TESS LORENTE

Saltas al ruedo, en medio de un mar de dudas.
Te meriendas los nervios, por miedo a que se noten.
Te calzas valor y te vistes con coraje.
Maquillas tu sonrisa para que se vea desde lejos.
Perfilas tu mirada para que conecte con la de los tuyos.
Te sientas a esperar a que vengan a escucharte.
Observas atenta cómo van llegando tus amigos y vecinos. Todos sonrientes toman asiento.
En tu estómago un millar de sensaciones nuevas aparecen en escena. Una mezcla entre mariposas y náuseas se adueña de tu interior, mientras un sudor frío recorre las palmas de tus manos.
Oyes cómo te presentan y sabes que va a llegar tu turno. Cada segundo se hace eterno y de pronto te pasan el micrófono.
Sientes como todas las miradas se centran en ti y tu público expectante espera que les cuentes algo interesante.
El corazón golpea como un tambor en tus oídos y por un instante crees que no vas a poder respirar.
Preparas un discurso, que al final siempre acabas improvisando.
Sueltas un par de chistes, porque cómica es tu naturaleza.
Pero de pronto recuerdas quién eres y cuál es tu propósito. Reconoces tu propio esfuerzo y lo mucho que has trabajado para llegar hasta ese momento. Los nervios se disipan y toda la ilusión que sientes se convierte en la protagonista del momento. Consigues que los demás la vean. Incluso por un instante la viven contigo.
Y tras tu exposición te sientes satisfecha. Has sido tú misma y todos han compartido parte de tu experiencia.
Se levantan, te felicitan y te abrazan.
Lo has logrado.
CON UN PAR, has presentado tu nueva obra y ahora solo queda esperar las reacciones de tus lectores.
Unos lectores que te apoyan y te animan a seguir.
Ese público por el que todo tu esfuerzo vale la pena.
Los lectores a los que quieres agradecer todo el cariño que te dan.
Les firmas las dedicatorias personalizadas y aprovechas la ocasión para recordarles lo importantes que son para ti.
Lo has bordado. Has conseguido tu objetivo.
Ahora toca esperar las críticas. Las temidas y a su vez deseadas críticas.
Algunas constructivas, otras motivadoras y otras que te hacen dudar hasta de tu trabajo. Pero útiles todas y cada una de ellas.
Trabajar, corregir, mejorar, rectificar… horas y horas de concentración, subidones y atascos.
Ya has parido otra obra. Ya la has presentado en sociedad. Y la ves en tu estantería.
Una más. Otra para tu colección de sueños, fantasías e ilusiones.
“Con un par” te has convertido en escritora y ahora ese “par” te llevará a empezar de nuevo, para que vuelvas a crear otra nueva historia fascinante.

JAVIER GARCÍA HOYOS

SIN SENTIDO:
Dicen que correr es de cobardes, pero también que el cementerio está lleno de valientes. En cualquier caso, en las Lomas de San Juan no había mucha alternativa.
Han pasado tres años desde que atravesé el océano buscando la gloria de las grandes hazañas, y parece que toda mi vida hubiese transcurrido en esta lejana isla. Ni siquiera estoy seguro ya de la razón por la que seguimos luchando. Desde que los Estados Unidos decidieron entrar en esta guerra algo me dijo que todo estaba perdido. Pero la gente, mi gente, quería luchar, enviar a su ejército a una guerra imposible antes que entregar Cuba por las buenas. Y el gobierno decidió no llevarles la contraria. La necedad es una enfermedad que puede provocar la muerte de quien está bajo su influencia, y yo, al igual que mis compañeros, somos sus víctimas.
—¡Con un par, Alvaro! Aguantaremos con un par —Me gritaba Lucio, no se si para convencerme a mí, o para convencerse a si mismo.
Las últimas noticias que tuve de mi esposa eran que había enfermado gravemente de tuberculosis en España, y que nuestro dinero comenzaba a escasear. Yo sabía que no volvería a verla, al igual que tampoco lo haría con mis hijos ¿Qué sería de ellos?
Por mi cabeza había pasado muchas veces la idea de desertar, huir hacia las lineas enemigas y entregarme, pero veo a mis compañeros y al coronel Vaquero, y me avergüenzo por ello.
Llevamos ya demasiadas horas luchando, la mayoría de nuestros hombres han caído, nuestras balas se acaban, apenas nos quedan unos botes de metralla. Calamos nuestras bayonetas, como ordenó el capitán Patricio de Antonio, para una última defensa. Todos sabemos cómo será el final. Oímos acercarse a los enemigos, vemos sus disparos seguidos de una gran humareda que sale de sus rifles. Una enorme niebla de pólvora lo cubre todo. Miro a Lucio, su cara define el terror. Tira su arma, levanta los brazos, y corre. De nuevo la deserción me tienta al igual que a él, pero no sigo sus pasos, mi orgullo me lo impide. Y, sin embargo, no seré yo quien lo juzgue.
Los soldados estadounidenses ya están cerca, tan cerca que puedo observar sus ojos. Veo en ellos una expresión de incredulidad ante el dantesco espectáculo que hay bajo sus pies.
Un fuerte dolor atraviesa mi hombro. Mi cara queda salpicada de sangre. Mi rifle se cae. Otro intenso dolor se incrusta en mis tripas tiñendo de rojo mi uniforme. Un tercer impacto rompe mi rodilla y me hace caer.
Pienso en las palabras de Lucio. Aguanté, con un par, aguanté. Mi recompensa será grande: el olvido de mis hijos, tras la muerte de su madre. Una placa oxidada que nadie verá. Un nombre desconocido del que no se contarán historias. Todo, por una guerra perdida de antemano, por un orgullo que no conduce a nada. Al menos, los hijos de Lucio podrán contar la historia que su propio padre les relate.

ARCOÍRIS MORENO

EL AMOR
lenguaje universal,
ausente de disfraces y ornamentos,
basado en el sentir, sin pensamiento;
que nace causalmente, y no es casual.
Amor, tiene un lenguaje individual,
sincero, coherente y verdadero,
él es puente, es morada y es sendero,
si ambos dos, se entregan de igual a igual.
Libre de hipocresía, de intereses,
espontáneo muestra su firmeza
no cuenta ni los días ni los meses
el amor va creciendo en fortaleza,
sabiendo de la vida y sus reveses
usa el humor, con bondad y destreza.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Posibilidad
El día no acabó,
faltan un par de minutos,
no tengo ninguna prisa
en decir, mucho menos
en reconocerme como
un abandonado por vos.
Creer que los finales,
al final,
no son absolutos,
que tienen intersticios
por donde se puede colar
algún milagro potente
capaz de desaparecerlos,
es mi legítimo derecho.
Después de todo
no pido tanto…
Sólo
un par de pies,
aunque no cualquiera,
sino los tuyos
dejando huella
en el camino hacia mí.
Un par de acordes,
aunque no azarosos,
sino los de tu instrumento
creando atmósfera
a mi alrededor.
Un par de versos,
aunque no anónimos,
sino los nuestros
nombrándote
nombrándome
en la misma estrofa
sin punto final

MARÍA ISABEL PADILLA SANTERVAZ

CON DOS PARES
Una alarma empezó a sonar en mi cabeza. La misma alarma que me anunciaba aquella pesadilla que evitaba recordar. Pero ahí estaba, tocando otra vez a las puertas de mis entrañas, acelerando mis pulsaciones, contrayéndome la mandíbula para hacerme revivir el mismo episodio que seguía latente en mi vida. Tendí la vista por el dormitorio donde las sombras de la sospecha comenzaban a dibujarse. Le pregunté si había abandonado la medicación y comenzó a reír entre dientes; fue la primera señal, el estremecedor aviso. Luego me besaría, me rodearía con sus brazos, ataría mis manos dejándome a su merced y me golpearía. Me abracé a él y le pedí que no lo hiciera, sería su perdición y lo sabía.
Se cubrió la cara con las manos y gimoteó antes de que las convulsiones le sacudieran el cuerpo.
-No puedo parar -dijo, acariciándose el pene.
La pesadumbre había desaparecido de su mirada y el deseo, anidando en sus pupilas, las hizo brillar con luz libidinosa. Se deshizo de mis brazos y se encaminó a la cómoda donde guardaba las esposas, el látigo y el antifaz.
-Eres una puta -me escupió a la cara-. Va siendo hora de que te trate como lo que eres -su voz sonó resquebrajada, no salía de su boca, sino de la boca de la persona en que se había transformado. Como un castillo de naipes, mi temple se desplomó y las piernas comenzaron a aflojarse.
Me arrancó la ropa y recorrió mi cuerpo con su lengua voraz. Sabía lo que vendría después. Las contusiones, el quebranto de los huesos, los cortes de los latigazos…
Los chasquidos del látigo sonaron en el aire, consiguiendo su erección; pronto sentí el primer trallazo en el cuerpo rasgándome la piel.
-Esta vez será diferente -le habló a mi oído. Se deshizo de las esposas y cogió un par de grilletes unidos por una cadena. Se arrodillándose ante mí para colocármelos en los pies.
Me mantuve en silencio, los ojos clavados en el falo de hierro que reposaba en la mesa de noche próxima a mí. Con manos temblorosas lo alcancé y, sin pensarlo más, lo descargué contra su cabeza con toda la fuerza que me aconsejaba el terror que me recorría.
No quise mirar, no era necesario. Noté el calor de su sangre salpicándome los muslos y supe que todo había acabado. Me despojé del grillete que aprisionaba uno de mis pies y me vestí a la velocidad de un rayo.
Ahora tocaba entregarme. y no sabía si, por defender mi integridad, me encerrarían bajo la acusación de violencia de género.
-Nunca entenderé por qué no lo denuncié la primera vez. Tal vez pensé que merecía otra oportunidad; había empezado el tratamiento con el psiquiatra y las visitas al psicólogo. Tal vez fue por el inmenso amor que sentía por él… -respondí a la pregunta del policía que tomaba nota de mi declaración.

JOSE ARMANDO BARCELONA

¡ABRIDME, QUE VENGO URGIDO!
Galopa por la llanura
el infante de Lalueza
y al pie de una fortaleza,
para su cabalgadura.
¡Ah del castillo!, conmina,
¡la reja, que vengo urgido!,
voy con el vientre movido
y habré de usar la letrina.
No he de ser yo mal cristiano,
contestan desde una almena,
pero ordenó el castellano,
que ni puente ni rastrillo,
darán acceso al castillo,
y su vientre, me la pela.
¡Mira, sayón, que no aguanto!,
y no es por ira, si exploto,
pues es mucho mi quebranto.
Más si no sois amistoso,
¡por dios, que lo hago en el foso!,
y aquí os dejo el exvoto.
Haced lo que os venga al vuelo,
pero cuidad con el oso,
que es, de por sí, cariñoso
y anda ahora con el celo.
El linaje de Lalueza,
es, con mucho, singular.
Progenie de gran nobleza,
lleva grabado en su emblema:
«Estirpe de furia extrema.
Los Lalueza, con un par»
Mi señor, eso no dudo.
Más sabed que el oso es viudo.
Plebeyo, me bajo al foso.
Y yo no quiero mirar,
no sea que entrando infante,
como dice, con un par,
nos salga reina de bastos,
sin pasar por el altar.
Esta historia así se deja,
si alguien quiere terminarla,
que prosiga con la charla
y cierre la moraleja.

JOSÉ TAXI

Con un par de colmillos por cabeza, la manada camina lentamente por la sabana africana. Va encabeza por Lolas, la más mayor del grupo, las que más elefantitos ha dado de mamar.
Cierra la comitiva, el gran macho “enkulu yeduna”, llamado así en africano, para asegurarse de que ningún depredador consiga cazar a ningún miembro del clan.
Como cada siete años, se dirigen al lago Victoria, dependiendo de dónde parta su camino, llegan a recorrer hasta 7.000 Kilómetros.
¿Por qué lo hacen? Ese es un misterio que todavía no nos ha sido revelado.
En tan largo viaje, los arbustos y árboles, son devorados con intensidad.
En esta ocasión el viaje va a servir para dos propósitos: la muerte y posterior soterramiento de Lolas, ella sabe que ha llegado su hora; a la par será el bautismo del benjamín del grupo, a quien todos llaman, cariñosamente, pequeñito.
El largo camino se hace especialmente fatigoso para los más ancianos y los más jóvenes. A la escasez de comida se une la falta de agua.
Se barrunta lluvia, pero al final, los cielos no sueltan ni una gota.
Unos 200 kilómetros antes de llegar al lago Victoria, los elefantes, presienten la presencia del agua. Tras diez días de unas extenuantes jornadas de corretear, llegan al lago. Allí encuentran las cataratas Livingston, llamadas así en honor de su descubridor.
Ya en las orillas del lago, se introducen en el agua, Lolas y pequeñto. A la mayor le corresponde presidir el bautismo del más pequeño.
Cuando salen del agua, el pequeño se integra en la manada y Lolas busca un lugar apartado, para iniciar su último viaje, cuando ésta muere, es rodeada por todo el clan, que cubren su cuerpo con ramas y barritan insistentemente.
El ciclo de la vida se ha vuelto a repetir.
Y colorín colorado, este cuentecico, –de vida y muerte–, ha finalizado.
Este relatillo está especialmente dedicado a Dª Irene Adler, a mí me sobran los motivos para hacerlo.

PABLO CRUZ ROBLES

«La DESPIADA-2 está maldita» Era el mantra que más se repetía en la base norte de Leviria. Hay que tener en cuenta el bajo nivel educativo de las colonias de Nueva Kepler, sin contar con que los primeros colonos que cruzaron el Empíreo¹ para llegar hasta aquí, no estaban operados de pinealitis.
Actualmente, es imposible obtener una autorización para viajar por el Empireo¹ con la pineal intacta. Muchas personas enloquecen, empiezan a actuar de forma extraña y, en el mejor de los casos, acaban resucitando las viejas costumbres religiosas.
Plegar el universo para acortar distancias, tiene sus consecuencias.
A mí me operaron al nacer, como a la gran mayoría. Se aprovecha que el cráneo aún está blando y maleable para extirpar la glándula pineal, y así liberar al cerebro de este órgano vestigial. Pero por lo visto, los colonos de Leviria pertenecen en su mayoría a un grupo de negacionistas y opositores de este sistema.
Eso explicaría el gran número de supersticiones que circulan por el sector.
—Hay que tener un par para atreverse con la DESPIADA-2— Dijo aquel operario de vuelo grasiento, apoyado en la barandilla de mi hangar.
—¿Un par de qué? — Pregunté perplejo.
— Que va a ser, de cojones — Escupió — Hay que ver como sois los pilotos de la federación, todo formalismos — Me dio la espalda y continuó por la pasarela, negando lentamente con la cabeza.
Continué limpiando el fuselaje para después introducirme en la cabina y ajustar los últimos parámetros de vuelo. Esperaba encontrarme un crucero abandonado y destartalado, pero para mi sorpresa, la DESPIADA-2 estaba impoluta. Todos los paneles y cabinas estaban relucientes; ni una mota de polvo. Parecía que alguien, haciendo caso omiso a las habladurías, se había atrevido a dejar el crucero totalmente desinfectado. Pero eso no era todo. Un breve diagnóstico en el panel de mandos mostró el excelente estado en el que se encontraban los motores de curvatura, además de la perfecta alineación en los ejes transversales del sistema de guiado.
La DESPIADA-2 era perfecta. Sin duda, la mejor de toda la montaña de chatarra que eran el resto de cruceros de la base norte de Leviria, e incluso, si me apuras, la mejor de todo el condenado planeta.
Cerré todas las compuertas y escotillas de vacío. Eché un último vistazo a la bodega de carga para comprobar que no faltase nada y me aseguré, mediante los escáneres de calor, de que no hubiese ningún polizón:
__________________________________________________
ERROR 304 DETECTED [organismo no identificado a bordo]
Si ¿Purgar? No
__________________________________________________
Sin pensarlo dos veces, apreté el botón de «Si» y una neblina violácea se extendió por toda la DESPIADA-2. Todo ser vivo que no llevase casco y tanques de oxígeno debería haber quedado frito.
Volví a ejecutar el sistema de detección de calor, para asegurarme, y este mostró el mismo mensaje de nuevo. Pensé que podría tratarse de un error, pero aun así, volví a pulsar el botón, no obstante, la neblina no acababa de aparecer, en vez de eso, los transmisores del sistema de audio del crucero comenzaron a chirriar. De entre los quejidos y pitidos acústicos, se diferenciaba una voz:
—Cole, Cole, ¡Cole!
— Aquí almirante Resark Cole ¿Me reciben?
— Te recibo… te veo… te huelo…
— ¿Qué? ¿Quién habla?
— Soy yo, tu nuevo amigo.
— Si esto es una broma te puede costar muy cara, soy piloto de la federación y esta vía de comunicación es de exclusivo uso militar.
— Lo sé Cole, pero yo estoy aquí mismo.
— Se acabó, ¡Cortar línea de comunicación!
Un zumbido seco palpitó en los transmisores, y tras eso, se apagaron.
Le resté importancia a aquel pequeño incidente y volví al puente de mando. Me acoplé en el trono del piloto y encendí todos los paneles de control. Al segundo de iluminarse las pantallas, quedé estupefacto, pues donde se suponía que debían aparecer los indicadores y controles de la nave, había letras dispersas que ocupaban todas las pantallas. En algunas había dos, en otras tres y las menos, solo contenían una letra. Pero si las unías, podía leerse:
— Enciende audio, más cómodo si hablamos.
Algo impactado por el mensaje, volví a encender el sistema de audio:
— Cole, soy amiga. Solo quiero hablar.
— ¿Eres una condenada inteligencia artificial? — Pregunté, aunque sabía que las I.A.’s habían sido prohibidas hace más de cien años.
— No, soy más compleja.
— No te entiendo ¿A qué te refieres?
— ¿Tú sueñas, Cole?
— Pues claro que no, tomo los inhibidores cada semana.
— Vaya, debe ser eso.
— No tengo tiempo para esto — Encendí los motores.
— Aquí, en este sitio, este planeta, no hay individuos como tú.
— Por supuesto que no, son todos unos proscritos, unos apátridas.
— ¿Significa eso que tienen alma?
— ¿Alma? Eso son cuentos. Cuando te mueres, se acaba. A no ser que salven tu memoria en una copia digital.
— Entonces… ¿Por qué yo tengo alma?
— Está bien, deja de jugar con el intercomunicador. Último aviso — Advertí mientras trazaba la ruta hacia la estación orbital en el mapa interactivo.
— Aún no lo entiendes, yo soy la DESPIADA-2.
— ¿Quieres decir que estoy hablando con un crucero de batalla inteligente? No me hagas reír— Miré al techo incrédulo y sonreí mientras oprimía las palancas de despegue.
La aeronave comenzó a vibrar y a levantar una nube de polvo a su alrededor. Los motores rugieron y empecé a notar como despegaba del suelo.
— Es en serio Cole, de alguna forma existo.
Mi alto nivel de raciocinio obvió las últimas palabras. Es totalmente ilógico pensar en la existencia de algo sobrenatural que habita en cada ser vivo, y mucho menos, en un objeto inanimado. Continué el vuelo haciendo caso omiso a la voz que salía del intercomunicador, aunque cada vez se hacía más molesta.
De repente, el crucero comenzó a efectuar movimientos laterales que no estaban programados en su rutina, y en ese momento la voz dijo:
— Puedo tomar el control cuando yo quiera ¿Ves?
«Maldita sea» Pensé, y acto seguido apague todos los sistemas auxiliares. Pasé por completo a modo manual. Si estaban controlando la nave con cualquier tipo de tecnología secreta, esto debería frenarlo.
Pero no fue así, poco a poco empecé a marearme y a notar la boca seca. Los ojos empezaron a escocerme y cada vez me sentía más cansado. Cuando estaba a punto de perder la conciencia, volvió aquella voz:
— Solo acepta que soy real y volveré a activar el sistema de oxígeno.
No entendía como lo había hecho, y mi mente analítica no quería reconocer tales estupideces. Pero el instinto de supervivencia ganó.
— Vale, lo acepto — Tomé aire con dificultad — Estás viva.
— Eso es lo que quería oír.
El oxígeno volvió paulatinamente y me fui recuperando. Comenzaba a atravesar la atmósfera de Nueva Kepler para adentrarme en espacio abierto. Fuese lo que fuese aquella voz, me acompañaría todo el viaje. Por primera vez en mi vida empecé a dudar sobre algo, por primera vez, sentí el miedo a lo desconocido. Me debatí entre volver al hangar de Leviria para cambiar de crucero, o continuar el viaje hacia la estación orbital.
Fue en ese momento que entendí aquella soez expresión de aquel operario grasiento del hangar. Y repitiendo el mantra «Con un par» en mi cabeza, continué con la ruta hacia la estación orbital.
Empireo¹: Realidad condensada dentro de un túnel de gusano que conecta dos puntos distantes del Universo.

CESAR BORT

González (Con un par)
―Conozco a González, sí, aunque no soy el más indicado para hablar de él. Nos traicionó y eso es algo que no se olvida con facilidad. Quiero pensar que lo hizo por fuerza mayor, quizás bajo presiones, aunque no es excusa. Hay veces que debes decir que no, jugarte el cuello, ya me entiende… Si lo hizo por propia voluntad, es todavía peor. No quiero pensar en ello.
»El caso es que nos abandonó cuando más lo necesitábamos. Era una época de muchos cambios. Todo era nuevo; «por estrenar», como dice mi sastre. Yo pensaba que íbamos en el mismo barco, que remábamos en la misma dirección, que compartíamos un destino y un sueño.
―¿Se arrepiente?
―¿De qué?
―De haber confiado en él.
―No, arrepentirse por haber amado, por haber confiado no tiene sentido, «no es de recibo», que dice siempre un amigo. Aunque debo admitir que nos hizo daño, peor que eso, sembró la semilla de la duda. Ahora callamos y nos miramos de través. Nadie quiere tirar la primera piedra ni se atreve a poner la mano en el fuego por los demás. Hay miedo a que se repita la historia y eso nos ha hecho perder el norte. Veleteamos, sin comprometernos demasiado.
―¿Se llevó algo de su esencia?
―No se la llevó. Sería más acertado decir que la perdimos bajo los escombros y, aún, no la hemos recuperado.
―¿Se preocuparon por él?
―Sí, al principio, pero le dije a mi mujer: «Volverá. Esta es su casa, su hogar».
―Y no volvió…
―No, no lo hizo. Nos habían advertido que podría pasar. Pero no les hicimos caso. Creíamos que González sería diferente y que nosotros tampoco éramos como lo demás; que nos querría, y que nos sería fiel. Reuní a mi señora y los niños, y les dije: «¿Quién dijo miedo? Queremos un gato, pues un gato, con un par», y ya ve usted…

ANDRÉS TORO

SU VERDAD
La primera vez que vi a Paula no supe si era hombre o mujer, llevaba el pelo corto y engominado, y vestía un buzo ancho. Fue mi primera impresión. Luego escuché su nombre y su voz. Esto ocurrió durante la primera sesión del taller de cuentos, cuando todos tuvimos que presentarnos. Lo segundo que me llamó la atención fue su absoluto ensimismamiento. Sentada en una esquina de la mesa, encorvada, con la mirada baja y afirmada con ambas manos del canto de la tabla. Como si temiera que un águila gigante irrumpiera en el salón y, tirándola de los hombros, intentara extirparle el alma. Era tan evidente su indefensión, como el hecho de que nadie supiera ayudarla. Las opciones parecían ser, uno, ignorarla, para que no fuera a sentirse observada. O, dos, un intento que llevaron a cabo la periodista y la señora jubilada, mirarla con benevolencia para hacerle creer que todo estaba bien. La pobre Paula, al momento de leer su primer cuento, se puso tan nerviosa, que apenas sacó la voz, se le atropellaron las palabras. No se le entendió nada. Que martirio debió haber sido para ella esperar su turno, para luego hacerlo tan mal. La actitud de la escritora que llevaba el taller fue pedirle, amablemente, que leyera su cuento de nuevo, pero más fuerte y lento. Paula volvió a intentarlo, y lo hizo un poco mejor. Logré escuchar en su relato el fluir de la consciencia de una mujer abusada.

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Por un par
Y pasé caminando por el bar de Tulio cuando por el ventanal del mismo escuché gritar:
—¡Rodolfo!, ¿Qué andas haciendo por el barrio?.
—¡Don Ernesto!, Qué sorpresa tanto tiempo—. Aquí estamos, realizando unos trámites, ¿Cómo anda?.
—Gracias a dios bien muchacho, que alegría verte, ¿tenés tiempo para un café?.
—Encantado Don Ernesto, pero eso sí, invito yo.
—Adelante querido, veni a compartir la mesa.
Sentados en el bar de Tulio, aunque Tulio ya no estaba, Don Ernesto mirando al dueño, levantó la mano y dijo:
—¡Ramón!, Dos cafés y cuatro medialunas
—aclarando con el pulgar y el índice, la medida de la taza un poco más grande que el típico pocillito de torrado.
Parece que Don Ernesto todavía no había desayunado.
Y ahí, en un rincón del salón acercó su cara susurrando un:
—¡Pibe!, ¿Conoces a ese que está ahí sentado?.
— No tengo la menor idea Don Ernesto, ¿Quién es?.
—Esa persona que ves ahí es Teodolindo, Teodolindo mesa, el escritor, vos eras muy chico y tal vez no lo recuerdes—. Gracias Ramón… pero él logró lo que nadie pudo y…
Se quedó rumiando con el masticar de una medialuna.
—¡Y!, No me deje con la duda maestro ¿cuál fue su audacia? —pregunté asombrado.
Tragó el bocado, le dio un sorbo a la infusión y, con ese brillo en los ojos que da la nostalgia comenzó su relato.
—Fue la piba más hermosa del barrio, inalcanzable para cualquier mortal, era como escalar el Everest en pantuflas, algo imposible de lograr, de piel trigueña y una cintura que envidiaba cualquier fémina en esa época, su caminar era como batir una botellita de coca, pura efervescencia, cada paso que daba hacía pendular sus pendientes de forma tal, que los mismos destellaban al brillo del sol entre su ondulante cabellera negra azabache. Y te lo digo de esta manera, porque yo mismo fui uno de los que se sintió derrotado ante su negación.
Continuó su relato no sin antes darle un mordisco a otra medialuna.
—Teodolindo no había sido favorecido por su belleza, es más, la fealdad que el destino le dio, lo compensó con la labia, tenía el don de la palabra y fue así, que esa tardecita de verano vimos venir a Etelvina, ese era su nombre, con un vestido atado a la cintura y el pelo recogido porque ese día hacía calor y aquí, aquí mismo donde te lo cuento estabamos los pibes extasiados con su belleza. Llegó hasta la parada del cuarenta y cinco y ahí se frenó, no habían pasado más de cinco minutos, cuando Teodolindo hizo fila a la espera del bondi. No sabíamos muy bien que pasó, ya que cada uno tubo una versión distinta del hecho, pero fue mucho tiempo después que Teo, como se hace llamar en el mundo de la literatura escribió lo que ocurrió esa vez—.
En la página ciento setenta de su libro «Por un par» cuál tuvo un éxito rotundo de ventas en la farmacia de Candelario R. Castillo, quien ya no está entre nosotros, describe con lujo de detalles y dice así:
—Parado detrás de esa mujer me quedé sin palabras, las manos me sudaban, pero en un arrojo de atrevimiento me animé a preguntarle aunque ya sabía su reacción.
—¿Hace mucho que esperas el cuarenta y cinco?.
Habrían pasado unos dos minutos, dos eternos e interminables minutos cuando se dio vuelta, me miró de arriba abajo y en una frase que nunca voy a olvidar me dijo:
—¡No!.
—Y a continuación comenta en el libro lo que ella repitió:
—¡No!, Hace solo cinco minutos que llegué.
—Los muchachos y yo no lo podíamos creer estaban conversando, ¡entendés Rodolfo lo que fue ver esa imagen!, No la habíamos visto nunca, una minita de carácter duro habia sido seducida por una simple pregunta y eso no fue todo, después llegó el súmmum, la frutilla del postre donde todos aplaudimos su osadía, pero ahí llega la controversia. Lo que para nosotros fue un beso, dado nuestro ángulo visual, lo que cuenta Teodolindo en su libro es algo así como:
—En el momento que volvió a girar, vi en su ceja izquierda un piojo.
—Sí, como lo escuchas, un piojo y sigue:
—Antes que ella reaccione, con mis dos pulgares hice estallar al visitante y ante la atónita mirada y la vergüenza que ella sintió, se acercó a mi oído y dijo:
—¡Por favor! Te pido que no le cuentes a nadie, sí, tengo piojos, pero por más que probé distintos métodos y productos, no hay caso, siguen estando.
—Teodolindo tenía la solución y se lo hizo saber, el farmacéutico que una vez lo sanó de una purulenta gonorrea que se agarró en la casa de la Matilde, le sacó la peste y, era suficientemente prudente para esconder el secreto.
Y de esa forma Candelario R. Castillo con un preparado la curó por completo.
— ¡Ah!, Un genio el finado.
—¡Shhhh!, Que no te escuche.
— Pero sí…
Y ahí interrumpió Don Ernesto.
—Teodolindo y Etelvina salieron por un buen tiempo, en realidad hasta que se curó la piojera, pero fue ahí, que ella desapareció con el diplomado. Él estuvo encerrado por meses hasta que decidió sacar su libro a la luz y mostrar la veracidad de los hechos, tal vez por despecho, quizás por venganza, pero utilizó el mismo lugar de la traición para subastar su libro, la recepción del mismo fue bien aceptada y logró vender una segunda tirada, finalmente de ella solo le quedó el recuerdo y a nosotros, a nosotros la verdad.
Don Ernesto quedó pensativo mientras devoraba la última medialuna.
Mirando de soslayo al escritor y viendo cómo se rascaba el balero, creo que le dejó algo más que una remembranza.

OMAR ALBOR

Con un Par!!!!
En esa noche, donde necesitábamos algo más salió ir a lo Celso, el tenia una rocola de esas que cargadas de música, hacían maravillas entre el humo del ambiente los cuerpos que ya eran muchos y el alcohol que ya subía el volumen de la rocola solo, éramos veinte más o menos, entre chicas y chicos y el baile y el frenesí ya goteaba el piso, los ojos brillaban y la noche era única, cada canción se festejaba y cada botella duraba segundos en vida, si mirabas bien dentro de lo posible, ya había parejitas pegajosas de esas que se forman en noches anteriores y quedan pendientes varios temas por tratar y la pista va dejando que los cuerpos se pasen facturas, yo esteba bien puesto y mí manija también yo tenía un tema pendiente con Beatriz una piba del barrio de esas que las vez y te gusta todo de ella, sus ojos pintados de color plata sus uñas esculpidas afransesadas únicas y sus pies eran un fetiche para mí, yo sabía que iba a venir, hasta que alguien me dijo en el oído me estás buscado a mí, yo me di vuelta y recordé que un caballero y más siendo de barrio tiene ese código con alguien con quién dejó ese pendiente de la noche por tratar, me di vuelta la mire tomé su mano y le dije a Beatriz lo nuestro es una cuestión de piel sus ojos se clavaron en los míos nuestros labios fueron uno y nuestras lenguas tradujieron ese néctar que no se puede explicar, bailamos mucho y dejamos nuestras risas marcadas por siempre en nuestras retinas, en un momento decidimos huir de esa fiesta y hacer la nuestra, subimos a mí coche y todo ese frenesí se monto en nosotros fuimos dos almas en fuego afuera la lluvia golpeaba el auto, adentro nosotros dibujamos nuestro mejor cuadro.
Con un Par el amor el rock y la noche.
El barrio

MERCEDES MEDIANO

La rutina envolvía la mañana. Luís como cada día se levantó temprano para ir a su trabajo. Estaba preocupado y algo triste porque no encontraba a aquella mujer que le producía tanto impacto cuando la miraba. Al principio era como un coqueteo y le hacía gracia ese cosquilleo cuando sentía su presencia. Luego se fue haciendo imprescindible sin darse cuenta y no supo de verdad que era importante hasta que un día dejó de aparecer, sin saber cómo. Una semana ya que no está en la estación sus ojos grandes. Que no se sienta frente a él y le deja huella.
Luis se siente raro y hace su vida, pero las horas se le hacen eternas pensando en la proxima mañana donde buscará desesperado para verla.
Julia seguía soñando con su hombre de la estación y como sabía donde se apeaba intentó saber si su trabajo estaba cerca de aquella parada. Miró las empresas que había alrededor teniendo en cuenta que tenían que ir bien arreglados. Aquel hombre tenía clase y por allí estaban los juzgados. Tal vez fuera abogado. También había cerca una Universidad. Tal vez fuera profesor. No importaba tenía que saber quién era de verdad aquel señor que la tenia cautivada.
Era una tarea dificil porque no sabía su nombre ni otros datos que la pudieran informar un poco de su vida. Pero tenía todo el tiempo para hacerlo y eso la mantendría activa y con ganas cada día. Se puso a planear y lo único que tenía en contra era el horario. A la hora que ella terminaba su trabajo puede que ya él se hubiera ido de vuelta a casa. Los fines de semana era obvio que no lo encontraría. Si se subía en la misma estación era porque vivía cerca. La zona era amplia. Empezaría por la hora en que se montaba.
Había pasado un año desde que ella se cambiara de trabajo y no sabemos si él continuaba en el suyo.
Pero imaginaba ella que seguía en el mismo de siempre y así buscaba una salida para encontrarlo.
Era sábado y tocaba hacer la compra. Se fue al Supermercado con la cabeza,como siempre, dando vueltas a su historia que la tenía muy entretenida y desesperada porque no avanzaba en su investigación lo suficiente, cuando al coger los congelados abrió la tapa de cristal con fuerza porque se había quedado atascada la puerta y bruscamente chocó con una persona que estaba cerca de ella. Lo siento le dijo para disculparse del fuerte empujón que le había dado y quedó petrificada. Era él. Tragó saliva y se puso roja como la blusa que llevaba puesta. El quedó también paralizado y cruzaron sus miradas que tantas veces había intercambiado en la estación.
No es nada. Salió de la boca sonriente de Luis.
Ella seguia en shock con una mueca de disculpa en la cara, mientras pensaba que tenía que tener un par si quería continuar con su historia. Si quería que pasara de ser un sueño a una realidad. Total el no ya lo tenía. Y tenía que arriezgar.
Puedo invitarlo a un café como disculpa? Le dijo tenuemente. Con una voz casi imperceptible para el oido. Pero Luis la oyó. Quería oirla. Era lo que le gustaría más. Saber de su desconocida.
No. Dijo rotundo. No puedo aceptar que me invite porque la invito yo.
Es usted la chica de la estación, verdad?
Sí, soy yo. La cara de Julia se iluminó al ver que la había reconocido.
Vive aquí cerca? No lo he visto nunca en este super
No me hables de usted que me haces viejo. Sí vivo en este barrio, pero siempre compro en el que está junto a la gasolinera que hacen descuentos. Hoy no había pan para celíacos porque se ha agotado y he venido a este.
Tienes mucho que comprar?
Algunas cosas que son importantes para la limpieza y otras cosas más.
Puedo acompañarte?
Julia no podía creerlo.Estaba hablando con él como si lo conociera de toda la vida.
Iba a hacer la compra con él.

EDUARDO IVÁN JUÁREZ

TRAPOS SUCIOS
Aún se podía oler el aroma a salsa que había quedado del mediodía. El cielo estaba despejado por lo que el sol ayudaba a sobreponerse de la helada caída durante la mañana. Doña Delia, todavía llevaba atado el delantal de cocina a cuadrillé rojo y sacaba agua del aljibe. Llenaba un fuentón enlozado que luego destinaría para la limpieza de los pollos que ella misma había degollado un rato antes. Entre tanto don Sixto, de boina y pelo gris, sentado a la sombra de una parra tupida, tocaba el bandoneón mientras mordía un escarbadientes. Disfrutaba de tocar siempre la misma canción: un vals de los años treinta titulado “Valsecito de antes”.
Horneros y gorriones, que se revolcaban sobre la tierra floja del patio de los viejos, salieron disparados cuando el pequeño celular gris, apoyado sobre una mesa redonda y de piedra, comenzó a sonar.
— ¡Atienda el teléfono! -ordenó el viejo a la vieja.
— ¿Pero no ve que tengo las manos mojadas? ¡Atienda usted!, ¡Vamos, atienda! -replicó la vieja.
Molesto, don Sixto paró de tocar y puso la traba al fuelle. Se levantó del taburete de madera, lento y encorvado, quejándose de un fuerte dolor en la zona lumbar. Apoyó con sumo cuidado el bandoneón en la mesa y agarró el teléfono. Tras varios intentos fallidos tratando de presionar la tecla verde del teléfono, la llamada se cortó.
— ¿Ha visto?, le dije que atendiera usted. Yo no entiendo esta porquería -dijo señalando el celular. — ¿Y si era el jefe? ¿Qué le voy a decir?
— Si era “El jefe,” como lo llama usted, volverá a llamar. ¡Ya le dije que tengo las manos mojadas!
Unos segundos más tarde el teléfono volvió a sonar.
— ¿Qué le dije? Ahí está, seguro que es él. ¡Atienda, vamos, atienda! – ordenó la vieja.
Ésta vez el viejo levantó el celular con los brazos extendidos por sobre la línea de sus ojos, logrando un mejor enfoque y atender a tiempo.
— Diga…-dijo y dirigiéndose hacia la cocina se quitó el escarbadientes.
— (…)
— Jefe, jefe… ¿Cómo le va? Diga…
— (…)
— Listo, listo. No se preocupe. Vengan cuando quieran. La vamos a tener preparada.
— (…)
— Listo, jefe… Gracias, gracias. Igualmente para usted señor. Que tenga un buen día. Hasta luego.
Después de presionar varias veces el botón rojo del teléfono, el viejo volvió al patio con el escarbadientes en la boca.
— En un rato vienen a buscarla. Llévele la ropa limpia. -ordenó el viejo y siguió con el instrumento.
La vieja entró a la casa y no demoró más de un minuto en salir cargando entre sus manos ropa limpia y planchada, y unas zapatillas. Mientras se dirigía a la piecita, ubicada al fondo, a la par del gallinero, Jack, un maltrecho perro negro de más de quince años, se levantó de encima de unos trapos sucios y comenzó a dar pequeños saltos en círculos moviendo la cola de un lado a otro.
— ¡Fuera, fuera! ¡Camine, camine! -gritó la vieja con el ceño fruncido.
El perro, lejos de obedecer, empezó a ladrar, disfónico, sin dejar de mover la cola.
— ¡Cállese la boca! ¡Fuera, fuera! Perro del demonio…-protestó la vieja, por lo bajo.
Al llegar frente a la precaria puerta de madera golpeó tres veces con los nudillos de su mano derecha, respiró profundo y cerró los ojos un instante para luego volver a abrirlos, quitar el cerrojo e ingresar a la habitación.
— Mija, mija, ¿está despierta? -preguntó de manera cariñosa.
Dejó la ropa sobre una caja de cartón y se agachó a juntar, de una mesa improvisada con dos cajones de manzanas, los cubiertos y un plato con restos de salsa. En el piso, sobre un colchón desvencijado, tapada con un par de frazadas y con una venda cubriendo sus ojos, dormía una joven quien, por su apariencia, no alcanzaba la mayoría de edad.
— Doñita… Sí, me quedé re dormida. Es que comí tanto que me dió mucho sueño. Estaban riquísimas las almóndigas. Gracias. -dijo la muchacha.
— Me alegro que le hayan gustado, fue nuestro regalo de despedida. Ahora vístase con la ropa que le traje, que, como le hemos prometido, en un rato la van a venir a buscar.
— Los voy a extrañar doñita. A usted y al don.
— Nosotros también mijita. Ahora no demore y vístase. Y no vaya a querer hacer alguna tontería con la gente que vendrá. Usted suba al auto y quédese calladita. Va a ver que prontito va a estar en su casa.
En menos de una hora llegaron dos hombres en un auto blanco con vidrios polarizados. Estacionaron de culata al final del callejón que da al patio. Ambos tenían lentes de sol. Eran muy serios y de poco hablar. La chica saludó a los viejos muy afectuosamente. La vieja le dio un abrazo y le volvió a aconsejar sobre su comportamiento una vez en el auto. El viejo se sacó el palillo y le dió un beso en la frente. Después volvió el palillo a la boca y le palmeó la espalda. Ni bien el auto aceleró los viejos suspiraron y caminaron en silencio hasta el patio. La vieja se puso a desplumar los pollos. El viejo tiró la boina sobre la mesa de piedra y entró a la cocina a preparar el mate. Apenas estuvo listo volvió al patio y cebó uno para doña Delia. Después se sentó a tocar otra vez. Cuando terminó la última nota del valsecito se relajó y se reclinó hacia atrás, apoyando la espalda contra la pared.
— Qué chinita de mierda… Mire que nos hizo renegar, eh.- dijo el viejo y escupió el escarbadientes al piso.
— Ya le dije mil veces que le diga a su jefe que mande chicas más grandes. Éstas mocosas son difíciles de amansar. ¿Cuánto tiempo nos llevó ésta? Meses -dijo la vieja tironeando las plumas.
— Yo ya no estoy más para estos trotes. Ni siquiera tengo fuerzas para apretar los botones del fuelle…
La conversación se interrumpió con el timbre del celular.
— Atienda usted que tengo las manos sucias -dijo la vieja
El viejo gruñó y, dolorido, se puso de pié. Elevó el teléfono y atendió.
— Diga…-dijo, entrando a la cocina.
En menos de un minuto estaba en el patio otra vez.
— Era el jefe… -dijo y se dejó caer sobre el taburete.
— ¿Y qué quería?
— Póngase contenta. Mañana nos manda una de veinticuatro.
—¡Al fin! ¡Gracias a Dios! -dijo la vieja y sonrió.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

EXCURSIÓN NOCTURNA
Lorenzo negaba con la cabeza:
—Mira, Matías, el invento ese de que se aparecen espectros en la aldea es porque hay mucho miedo a acercarse por allí. Resulta que, en el único panteón del cementerio que sigue en pie, puedes ver una imagen de tu propia muerte.
Matías no creía en esas tonterías. Veinte años en el ejército le daban para no tener miedo a chorradas.
—Pues mira, ya sé dónde nos vamos a meter en caso de que haga un poco de fresco esta noche…
—¿No contarás conmigo…?
Como era de esperar, a medianoche, un cuatro por cuatro subió a la aldea abandonada.
«¿Y cómo quieres subir a ese sitio si está maldito?», había dicho Lorenzo.
«Muy sencillo, coño. ¡Con un par! ¿Que todo el mundo tiene miedo a subir? Pues uno le echa un par de huevos y se planta allí mismo. ¿A que no hay?»
Pues no hubo.
Y ahora Matías estaba solo en la puerta del cementerio, que estaba abierta. Agarró un pack de seis cervezas, se bajó del coche y entró. De un trago se bebió una lata y la tiró, ya vacía, a la cabeza partida de un angelote regordete y pintarrajeado. La gente que subía del pueblo había destrozado aquello. Por todos lados había cascos rotos y preservativos usados y lo único que quedaba en pie era el panteón del fondo.
«Si logras entrar, cosa que no es fácil, verás una imagen del momento de tu propia muerte», le había dicho Lorenzo. «Es lo que cuentan todos, es la tradición».
—La tradición, la tradición… un par de hostias es lo que os arreaba yo a cada uno. ¡Vaya gilipollez…! —dijo Matías.
Se acercó, empujó la puerta de rejas oxidadas y comprobó que era imposible entrar. Hizo palanca con unos hierros, la golpeó con unas piedras… ¡Nada! No había forma de abrirla. Rodeó el panteón porque se podía circular a su alrededor, pero no tenía más entradas: solo vio los muros de piedra gastada.
Corría un poco de brisa fresca y Matías temblaba, más por efecto del cabreo que porque tuviera frío. Como no encontró qué hacer, se fue tomando las otras cinco birras del pack. Se relajó, miró a lo lejos… El panorama era magnífico: la valla del cementerio estaba casi derruida y dejaba ver una enorme loma que bajaba. Al fondo estaba la luna llena, reflejada en el agua del pantano. Aquello era delicioso y lúgubre a la vez. El silencio era total y la brisa mecía con delicadeza los cipreses del pequeño camposanto.
Se acercó al coche y sacó el otro pack de cervezas, el que había traído para su amigo Lorenzo. Y bebió una y otra y otra…
—¡A tomar por culo el panteón! Vaya una mierda de fantasmas —gritó al arrancar el coche.
En la curva de las perdices, medio mareado como estaba, Matías se salió y chocó contra un árbol.
La puerta del panteón, quién sabe por qué, se había abierto un poco. Si Matías hubiera mirado en su interior, habría visto en el muro del fondo, como en una proyección, la imagen de un cuatro por cuatro destrozado contra un árbol.
Estaba en la curva de las perdices.

MARÍA GALERNA

Las siento correr por todo mi cuerpo. El corazón me va a estallar. ¿Miedo?, ¿asco? No sé que siento ahora mismo.
Se pasean haciéndome «cosquillas» con sus patitas repugnantes. No puedo moverme. Si lo hago…
Mi mente grita, pide ayuda, dice «sacadme de aqui», pero nadie la escucha.
¡Maldita! Maldita sea la hora en que me dijeron: ¿a que no hay güevos? Y yo, que me presenté al concurso «Con un par». Y aquí estoy, en una urna llena de cucarachas.
(Y ni de coña abro la boca).

BEGO RIVERA

De médicos y otros fenómenos extraños
No sé que hacer.. ignorante de mí siempre estuve convencida de que los médicos velaban por sus pacientes y eran su prioridad.
Hasta que de un día para otro, todo cambia.
No hablo de todos en general…sino del ochenta por ciento en particular.
Supongo que ha influido mucho la pandemia, evidentemente.
Estoy cansada de ir al centro de salud y esperar dos horas para que te den cita…a dos semanas vista.
Una de las veces le dije a la señora de recepción: «¿ Dos semanas? Me sienta mal la medicación, no puedo esperar tanto» Dije entre sorprendida y mosqueada.
La señora me respondió: » Es lo que hay» Soltó sin despeinarse ni mirarme.¡Con un par!
Una que lleva ya meses viendo de todo … Le contesté » Muy bien, haga el favor y me da un justificante de que hoy he estado aquí. Que seguiré tomando la medicación y que si la palmo … es porque no pudieron atenderme.»
La señora ahora sí me miró y me dio cita para el momento. ¡Anda ! Había un hueco.
Estoy cansada de esperar en urgencias otras dos horas mínimo.
Hace un par de meses éramos varias personas esperando, esperando y esperando…
Ni un médico en ninguna consulta de urgencias.
Después de una hora y pico sin movimiento entró un joven de unos dos metros y fuerte. Le dijo al recepcionista de urgencias que le dolía la espalda, el individuo todo tieso.
Yo estaba allí por lo mismo y no me podía ni menear, doblada como una alcayata.
Le dijeron que tenía que esperar, el joven miró alrededor y cuando vio tanta gente empezó a gritar y a amenazar al sanitario.
Los allí presentes alucinando. El hombre empezó a golpear la mampara y el sanitario colorado. Que le iba a meter cuarto y mitad. Los gritos debían de escucharse a kilómetros…enseguida apareció una doctora ¡ Oh milagro!
La doctora invitó al energúmeno a entrar en consulta. ¡Con un par!
Le atendió ante la estupefacción de todos los lilas allí presentes.
¡Que sí! Que me dirán que he tenido mala suerte: con los médicos, sanitarios, recepcionistas.
¡Que no todos son así!
¡Pues díganme donde están por favor!
Médicos quemados por poco personal y muchos pacientes.
Pacientes quemados porque nos atienden mal y tarde.
¡En fin! ¿ Que no son todos eh..?
Solo los que me atienden a mi.
Mejor dicho los que no me atienden. ¡ Con un par!

RAÚL QUEZADA DÍAZ

CARRERA CONTRA LA MUERTE
Raúl Díaz Quezada
Se abre el portón eléctrico del garaje. Aparece un flamante Dodge Challenger color púrpura 1970.
Carlos esta detrás del volante calentando el motor. Pisa el acelerador un par de veces para escuchar el rugir de la máquina. Varios vecinos se asoman desde sus ventanas. Luego ven como la nave se esfuma dejando una nube de polvo detrás de si.
Después de no más de tres minutos, Carlos llega a su destino, donde lo espera Daniel en su imponente Ford Mustang color perla 1975.
Entre la algarabía de un centenar de espectadores, los autos se posicionan en la autopista. Los pilotos se miran con frialdad antes de cerrar el visor de sus cascos.
Vistiendo un atuendo de piel negro con rojo, ajustado a su cuerpo curvilíneo, unas gafas oscuras y unos enormes tacones negros, también aparece Shanaya con un banderín y una pistola en mano. Se para en frente de las máquinas.
Después de unos segundos de absoluto silencio, apunta al aire, cuenta hasta tres en su mente y dispara.
Los coches arrancan patinando llantas. Los concurrentes quedan atrapados en una niebla con olor a neumático quemado.
El Mustang toma la delantera. La mantiene así hasta llegar a una curva donde baja ligeramente la velocidad y el Challenger aprovecha para rebasar. Daniel lo maldice. Pisa a fondo el acelerador, pero el Challenger, zigzagueando, le cierra los caminos. Aún les quedan cinco kilómetros más para llegar a la meta.
Haciendo una finta de más ingeniosa, Daniel logra burlar a su archienemigo. Toma de nuevo la delantera.
El Challenger ruge como un león. Logra emparejársele. Ambos siguen corriendo a la par. Los pilotos intentan sacarse el uno al otro de la pista. Ninguno de los dos desiste.
El camino se empieza a hacer cada vez más angosto. Solo hay cabida para uno, pero primero muertos que ceder la delantera.
Los autos destrozan la barandilla de protección de ambos lados de la carretera y pierden el control. Salen disparados al barranco cada quien por su lado. Ruedan por el precipicio envueltos en llamas…
«¡Charly, Dany, ya vengan a desayunar!» grita mamá desde la cocina.
Los chicuelos hacen una mueca. Dejan sus carritos en el piso para ir a la mesa. Los espera un buen plato de chachitos con leche helada.

ASAPH FERNÁNDEZ

Toro prieto
Los expertos en la lengua no se ponen de acuerdo cual es el verdadero significado de la palabra «aguacate», unos dicen que procede del náhuatl «ahuacatl» que a su vez significa testículo, otros niegan rotundamente la definición aunque sin dar respuesta.
Toro prieto, también conocido como Petro, (por su pelaje fino de color negro tornasolado similar al color del petróleo) había sido dotado con un par de estos grandes y fructíferos aguacates. Todas las hembras que habían sido montadas por tan gran semental siempre terminaban pariendo mellizos, cosa extremadamente rara en este tipo de animales.
Don Juvencio, dueño de Toro prieto, se jactaba ante todo mundo de su gran semental, y de la fortuna que este le traía al preñar tanto a propias como extrañas, hablando de las vacas claro está. Sin embargo, una de las reses más codiciadas del pueblo no había sido fecundada por él, se trataba de «la Pinta-á», un bovino de 800 kilos tan blanco como la cal; el gran orgullo de Don Manuel y por ende «El Petro» no clasificaba en la misma categoría que su tan querida pinta-á, de hecho ningún toro había puesto sus pezuñas sobre su gran trofeo a quién le tenía tanto cuidado.
–Mira nomas Manuel– lanzando una picara mirada a una de las vacas que pasaba cerca del corral –otra hembra satisfecha que pronto me dará un par de terneros pa que los venda.
–No pos con un par de esos– respondió Manuel, señalando los grandes bultos que colgaban debajo de Petro –hasta yo me haría millonario Juve.
El otro lanzó una risotada tan fuerte que de inmediato captó las miradas de los peones que arreaban el ganado.
–Pos tu dirás pa cuando traes a la Pinta-á Manuelito– dijo soltando otra carcajada.
–¿Pa que salgan toos pintos? Ni que jueran perros…
El rostro de Juvencio cambió inmediatamente, todas sus vacas eran pintas, solo el Toro prieto era de un solo color.
–Pos tu que te lo pierdes y yo que me lo ahorro– respondió un tanto molesto.
Los días siguieron su curso y las vacas seguían pariendo en pares, el dueño de la Pinta-á veía desde su ventana con cierta envidia el trabajo de tan magnífico semental.
–No cabe duda que ese Petro tiene un par de aguacates bien semilludos. Por cada uno sale un nuevo ternero y nomas no tiene tres de esas cosas que hasta triates saldrían.
Una tarde en que Don Juvencio llevaba al Petro en la parte trasera de su camioneta, esta quedó atascada en el fango sin que diera marcha, ni para atrás ni para adelante.
–Haber Juan, tráete a los muchachos y ayúdenme arrempujar la Ranger que ya atascó en el lodo. Empujenle mientras yo le acelero.
Todos los intentos fueron en vano, parecía que sólo terminaría hundiéndose más en el fango. Uno de los peones sugirió amarrar a la bestia en la parte de enfrente para que ayudara con la faena, pero esta se mostró completamente indiferente.
Cuando todo esfuerzo parecía infructuoso, muy cerca de ahí se escuchó el mugido de una vaca que estaba en brama, se trataba de la Pinta-á que pastaba a unos cuantos metros cerca del lugar. El toro prieto lanzó un bufido tan fuerte que estremeció al mismísimo Don Juvencio, comenzó a jalar tan fuerte que una parte de la camioneta que fuera del lodo donde permanecía aprisionada. Corrió lejos del lugar para alcanzar a la gran vaca blanca.
–Bien decía mi abuela que en paz descanse: jalan más un par de… que toda una yunta de bueyes– dijo con cierto desprecio hacia su personal que intentaba asistirlo.
–Pero si sólo le arrancó la defensa a la camioneta – dijo Juan en tono sarcástico.
–Él ya hizo su chamba, no cómo ustedes…
Los peones se miraron unos a otros sin entender muy bien a que se refería.
–Ahora solo falta cobrarle al Manuelito por los servicios que le ha dado el Petro a su vaca blanca.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Oscuro deseo»
Conocí al hombre perfecto. El hombre de mis sueños. Con la mala suerte de que también estaba casado, al igual que yo.
Quedamos el mismo día para vernos en la noche, pero el muy estúpido, no acudió al hotel. Para colmo, tuvo los grandes cojones de llamarme esa misma noche, e invitarme a hacer un trío junto a su querida esposa. Acepté. Soy una ingenua, pero necesitaba sentir su piel junto a la mia, aunque con ello, tuviera que restregarme con la furcia de su mujer.
No terminé muy satisfecha, pero acabé cumpliendo mi objetivo, despidiéndome para siempre y terminando con nuestra virulenta relación.
Creo que no cabe nada más en la nevera, probablemente tendré comida para todo el año. <<¿Verdad, cariño?>> preguntó al cráneo de su esposo fallecido.

ALBERTINA GALIANO

CON UN PAR
Esta era una vez una nena que quería ser muy mala.
Se cansó de estar siempre dispuesta, se le inflaron las enaguas, y se acostó una semana enterita sin lavarse los dientes.
De preguntar si los demás la quieren.
¡Y qué necesidad!
Su novio la decía al principio que la amaba, pero luego olvidó la palabra.
Los pellizquitos en la cara se volvieron escupitajos de reproche, y despiadada chanza.
Anda y que te zurzan, pues ve con otra, tú decides, pero a mi me dejas en paz.
Y se sumergió en las superficies mansas del agua brava.
Porque ya no era una cría y bien que sabía nadar.
Y hasta meter la cabeza y dar volteretas como una trucha resbaladiza y espabilada.
Sus amigotes del alma tenían cosas que hacer, estaban a otra cosa.
Y sus pimpollitos, ya grandes, pues campeaban a su aire y a sus anchas.
¿Qué lo queda entonces?
Revisa las redes y le aburre lo que ve. Todo vacío, nada de nada.
Así que se agacha y salta como una rana. En la tienda de la esquina hacen arreglos del alma. Caramelos de dulce afecto, juegan a adivinanzas. Se disfrazan, cantan y bailan.
No es que queden para hablar, no. Lo que hacen es primero divertirse, jugar, crear e imaginar, y luego vienen las palabras. O no, eso a gusto del consumidor.
No estamos para desperdiciar minutos.
Mira chica, huye de los malos rollos, y acércate a los que te den marcha, caña, sonrisas a cambio de nada.
Hay muuuucha gente buena, amable, encantadora.
Sólo es cuestión de encontrarla.

MAR SHA

En un lejano país vivía un hombre llamado Chancho, le encantaba el par
con el mismo par de zapatos, la misma ropa Chancho andaba por el barrio, no le importaba el que dirán… porque estaba lleno de sueños y metas por cumplir, mes por mes se mentalizaba un par
constante iba a la panadería por un par de roscones, al mercado por un par de frutas y verduras a la librería otro par de libros y así sucesivamente.
se llegó a obsesionar con el par…
en su humilde casa estaba llena de pares:
– par de zapatos
– par de botas
– par de chanclas
– par de pantalones gastados
– par de jabones
– par de shampoo entre otras cosas.
Al cabo de un tiempo y de a poco su número favorito era el 4 por que pertenecía a la era de los impares los impares lo desesperaban decía que a la hora de ir a comprar algo siempre quedaba incompleto, tenía que pelear con el cajero para que le diera un cambio par.
Finalmente, con sus locuras chanco logro hacerse n lugar dentro de una sociedad a la gente le hacía gracia verlo discutir por lo mismo en algún lugar, ya fuera con algún desconocido o con un amigo.
Eso lo hizo acreedor de una placa en la ciudad de “el más divertido” y las llaves de la misma, en su juventud fue alcalde y estuvo a cargo del salón comunal del barrio. Y concejal de 3 ciudades más.
Actualmente él tiene 97 años. para sorpresa de muchos no ha cambiado…. sigue cazando pelea con sus vecinos.

ARITZ SANCHO MAURI

Nos ponemos en situación:
De camino al lugar donde realizó mis estudios me he encontrado con mendigo que ya he visto; desde hace años en varias ocasiones.
Cuando he podido siempre le he ofrecido algún café, cigarro, fruta… -lo que hay.
El vive con cuatro perros; -patada ,bastante monos.
Siempre le he visto devorando libros y libros.
Con un par le he animado a escribir; él dice que lo hace a menudo.
Le he dicho:
Preparame manuscrito y ya veremos qué se puede hacer; yo te los podría digitalizar.
Estoy convencido y tengo la corazonada de que posee la experiencia de contar cosas que le habrán ocurrido durante su perra vida tras tantos años ejerciendo este rol.
He estado con él y es súper educado, no como la gente que pasa haciendo caso omiso de lo que le ocurre al mundo como si con el no fuera la historia.
Que aparta la mirada, incluso acelera su ritmo; como sino lo quisiera ver, haciendo que no exista en su mente.

BEA ARTEENCUERO

Si un dia el camino
De la vida
Me susurra al oido
ELIJE:
Buscaria…
Las caricias de tus manos
Tus brazos que me guardan
Tus piernas que me guían
Tus ojos que me miran
También, tu corazón
Porqué es la mitad del mio
Viviendo en tu ser
Porque amado mio
Tu eres…
MI PAR.

M ADELA CID

Trasnos y Trasnadas.
Del álbum Estampas de mi Aldea.
Basado en un hecho real.
Carmiña era una ¨rapaciña¨ feliz.
Tenía a su abuelo Juan, que le era incondicional; unos padres muy trabajadores, que la adoraban; un montón de primos para jugar y muchos amigos. Era muy sociable, capaz de hacer amistad con todos, ya fueran personas o animales.
El abuelo Juan fabricaba unos espantapájaros muy realistas. Les ponía cabellos de paja, dejando un extremo suelto, que batido al viento bailaba y emitía cierto sonido apagado. Las descaradas aves, que no respetaban nada, destrozaban las plantas y hasta se posaban sobre los soportes que los mantenía en posición de vigilancia. Pero cuando aquel sonido comenzaba a la par que el aire del norte, preferían no estar cerca.
El abuelo Juan, los vestía elegantemente cada primavera y para ello recogía en casa toda la ropa que ya no podía ser usada.
Este año Carmiña le cedió al pequeño de los espantapájaros del abuelo, el Cuco, su lindo vestido de colores, aquel que su tía Adelaida, emigrada a La Argentina, le había enviado por su cumpleaños. Carmiña había crecido mucho y ya no podía meterse dentro del precioso vestido de verano. Una pena.
El primer dia que jugó con María, fue en aquel campo donde se daban las mejores patatas para fabricar duendes. Con ellos Carmiña adornaba la cerca de piedras, donde debían cumplir la doble función de cuidar el camino y la huerta, de los ¨trasnos¨, además de entretener a los pájaros. Allí colocó el abuelo al pequeño de paja.
La menor de todos los carballiños, la había ayudado a colocar los espantajos de patata, mientras Carmiña le contaba las ¨trasnadas¨ que eran capaces de montar los susodichos duendes, cosa que sabía del pi al pa, pues el abuelo Juan era muy conocedor y se había ocupado de que su ¨neniña¨ preferida estuviera bien enterada de las cosas ¨meigas¨ y las andanzas de los ¨mouros¨ de la zona, con las historias que le contaba cada noche junto al fuego.
Las niñas se entendieron muy bien desde el primer momento, para alivio de los mayores.
—Siempre nos defenderemos una a la otra de los ¨trasnos¨ —le había dicho María, divertida, a modo de despedida.
Los carballiños vivían en la falda de la ¨corga¨ de los carballos, de ahí el apodo de familia y la pequeña María era la única chiquilla dentro de una camada de ¨rapaces¨ y ¨mozos¨ ¨trapudos é laboreiros¨, según el propio abuelo Juan, que además contaba que los tiempos que corrían estaban muy difíciles para los padres ¨carballos¨, con muchos ¨pequenos¨ y varios ¨vellos¨, para pocas ¨mangas¨.
Unos días después Carmiña esperaba a su amiguita en la ¨leira patateira¨, mientras los suyos ya empezaban la ¨xuntanza¨.
—¡Avó, Avó, mira! —llamaba Carmiña muy azorada, —la María, trae la ropa que le dimos al pequeño Cuco.
El abuelo Juan levantó la vista del zurco, y se apresuró a responder.
—Le queda muy bien ¿Cierto ¨neniña¨? Mejor que al Cuco. Ella seguro la usa porque sabe que fue tuya. Es una verdadera amiga. Esa ¨rapaza es de las ¨boas¨. Con un par…¡Qué ¨trasnada¨ le ha hecho al Cuco!
Y sí, María era simpática y traviesa.
Carmiña y María fueron para siempre las mejores amigas.
—Fin—

NORMA ROMERO

…Con un par de kilómetros más, llegó a mi casa… Pensaba LUCÍA.
¿Llego a casa? Se preguntó. Aturdida por sus auriculares y sin que la melodía de la novena sinfonía, logre, apagar el murmullo de su alrededor.
Su asiento era el tercero, del lado del conductor. Viernes, por la tarde. La gente subía al colectivo realizando comentarios diferentes. Algunos hablaban del frío.Aquellos, preguntaban distintas alternativas de paradas, otros, se alegraban de que el día llegará a su fin y alguien narraba una breve descripción ,al chófer ,de lo que sería su fin de semana. Viernes por la noche: asado con amigos; sábado de bicicletas o pesca con sus hijos y domingo de almuerzo en familia para cerrarlo con una tarde de fútbol.
Ella, en cambio, aunque no lo podía gritar a viva voz, por vergüenza, por miedo a descubrír algo de su propia vida que no quería descubrír, ella, sentía la necesidad de planear su día lunes.
Lo primero que haría, al llegar a casa, sería colocar su guardapolvo en el lavarropas. Debe sacarle algunas manchas de tiza celeste. Junio ,mes de la BANDERA NACIONAL.
DESPUÉS,planificaría para lograr sortear las dificultades de lectoesctitura de su primer grado. Quizás Google le aporte algún recurso. Debe fortalecer el proceso aprendizaje de su grupo áulico.
Pensaría en JORGITO¿COMERÁ EL FIN DE SEMANA? ¿CON QUIÉN QUEDARÁ Mientras SU MADRE SE PROSTITUYE? ¡Pobre madre! . No le queda otra. Su marido está preso.
¿Y Camila?, no pudo terminar lo de Ciencias y golpeó a un compañero. Sus padres le exigen tanto que llora si lleva una mala nota.
Ojalá MILTON encuentre su perrito, no come por la angustia.
¿Y ZULEMITA? la encontró llorando en el recreo, le gritaron gorda cuatro ojos. Pensó que eso ya estaba superado con las hermosas clases planificadas hace un mes.
Teo, ¿Porqué tiene ataques de irá?
El par de kilómetros llega a su fin .
Abre la puerta de su casa y el frío y el silencio hacen una alianza para ganarle en el primer round.
Entonces,se apega a la vida encendiendo artefactos que silencian al silencio.
Que producen aromas que recuerdan días de familias o simplemente transmiten calor a la piel que extraña abrazos. O aquel que narra historias que no son las suyas, porque la historia de Lucia, está en silencio, silencio de carcajadas, de abrazos, de empujones y gritos, del error común de llamarla mamá en lugar de seño, en silencio de infancia. Entonces sonríe…
Con un par de días de silencio, llegará más fuerte al lunes .

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22 comentarios en «Con un par – miniconcurso de relatos»

  1. Para Javier García Hoyos. SIN SENTIDO:Llegué tarde a votarte ….Bueno, el Capitan Patricio de Antonio Martín era mi bisabuelo,,,,y en cuanto al relato …como todas las guerras, pero con causas conocidas por los que las empiezan. Ya sabes lo del famoso fotógrafo Erich Hartmann: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. ….ël al menos, tras partirla la cintura varios balazos y creer los médicos que estaba muerto, sobrevivió y regresó a España. Tras ello tuvo varios hijos y por eso hoy te escribo.

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    • Un honor y una sorpresa para mi tu comentario. El de un familiar que aparece en un relato mio. Espero no haber causado ofensa alguna, si fuera así mi más sincera disculpa. Lo que dices sobre las guerras es completamente cierto, pues, por lo que he podido averiguar, toda aquella gente fue enviada a luchar a una guerra que se sabía desde el principio que estaba perdida, y la gente como tu bisabuelo fueron víctimas heroicas de decisiones políticas. Me alegra saber que tu bisabuelo sobrevivió. Y espero de todo corazón que el relato te haya agradado. Repito, un honor para mi tu comentario.

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