Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema “virus”. Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de marzo! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
DIL DARAH
Pandemia 2019- 2020
Hubo un virus similar, treinta años atrás, en Europa: La caída del comunismo; aún se desconocen las bajas y los intereses.
Os deseo feliz cambio económico y seguridad ciudadana, en este nuevo caso.
Que los bancos nos pillen sin negativo …
MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO
La situación en aquella pareja entrada en los 50 años casados había llegado al complicado momento de tomar la decisión se separarse.
Egali y Ultra deciden antes de romper esa cadena de amor construida eslabón a eslabón con besos y abrazos de pasión, ir a pasar a un hotel de las islas Canarias unos días. Según dice el plano que tienen en sus manos el lugar es un paraíso.
La verdad es que en estos momentos, la pareja necesita la gloria, para resolver la situación en que se hallan.
El acudan complejo hotelero con más de 600 habitaciones les ofrece a los turistas un espacio de sueño.
Más el desamor que la pareja siente el uno por el otro nubla los espacios de ocio.
Pero mira por donde, nada más pisar Egali y Ultra el hotel y entrar en la alcoba destinada, se oye por altavoz. El coronavirus también se ha instalado en el espacio del complejo hotelero.
La voz sigue diciendo. Toda la gente se quede en sus habitaciones.
El virus procedente de China sin previo aviso se ha instalado en todo pasillo de hotel. Sólo las habitaciones quedan libres de virus. Sigan las indicaciones, lávese las manos con Javon. En 14 días todo habrá pasado.
La comida sigue diciendo el pregón la recibirán a través del televisor solo tienen que encender la pantalla y coger lo que les apetezca.
Ultra en vos alta dice, 14 días encerrados ¡Hfff!
Egali, sonríe pera sus adentros, y piensa.¡Bueno14 días dan para mucho y más cuando tenemos un virus detrás de la puerta.
La verdad es que 14 días dio para
Mucho y, sobre todo si tiene una habitación soleada y una buena comida televisiva pero lo más importante tu mujer preciosa a la que nunca dejaste da querer…
Lo cierto es que el amor le ganó la batalla al coronavirus…
TALI ROSU
Millones de años después de que la locura reinara en la tierra, una nueva especie inteligente había surgido. En las escuelas los niños no entendían como un virus tan simple que los hace ponerse malos y quedarse un par de días en cama cada invierno, había acabado con toda una especie… Lo que no sabían era que no los mató el virus, se quedaron sin recursos, el miedo los llevó a cometer insensateces… Colapsó su mundo y finalmente se mataron unos a otros por un trozo de pan.
CORONADO SMITH
¿Quién eres tú? ¿Qué buscas aquí?
Soy el Coronavirus – Espetó la forma humanoide desde el umbral- y te busco a ti.
¡Vete de aquíaaargggggg! – El último hombre vivo emitió su último estertor.
Misión cumplida- dijo el Covid19- Toda la humanidad ha sido exterminada por fin.
¡Te equivocas apestoso!- dijo una voz que heló al dichoso virus- ¡Quedamos mi harén y yo!
¿Y quien eres tú? – Preguntó el virus
Yo soy Coronado Smith y voy a acabar contigo.
El virus empezó a temblar pues había oído hablar de él, aunque creía que era una leyenda, un cuento para niños.
Acto seguido nuestro héroe sacó un radiocasete, de doble pletina, en el que introdujo una cinta de grabar TDK.
Reza lo que sepas- añadió- antes de darle al play.
El Coronavirus intento saltar por la ventana abierta, pero fue en vano, inmediatamente empezó a convulsionar y desintegrarse al son de la música de Jesulín de Ubrique y su canción «Os necesito toas». Una vez más nuestro héroe había salvado a la humanidad.
PEDRO PARRINA
2020 ODISEA EN EL PLANETA TIERRA
¿Tenéis la sensación de estar viendo una película y a la vez viviéndola, aceptando que formáis parte de ella pero de la que os gustaría poder escapar?
Seguramente este sea el hecho histórico más significativo que hayamos vivido nunca en el planeta tierra al afectar a casi toda la población mundial.
Tú eres actor o actriz de este largometraje, de esta odisea; un viaje lleno de incidencias y dificultades. Pero además eres guionista y protagonista, porque esta película contará con millones de pequeñas grandes historias de emociones muy intensas jamás vividas, en la que los pensamientos, lo que nos contemos a nosotros mismos y a las personas cercanas, tendrán una importancia vital para poder superarla con éxito, que sin duda así será.
No es ficción, ni cuento, procuremos no filmar dramas, contemos historias con mensajes de esperanza, de confianza, de unidad, de avance hacia un final feliz que alcanzaremos a través del amor, el respeto, la responsabilidad, la colaboración, la aceptación, la renuncia, y la entrega de lo mejor de cada un@.
Dicen que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa. Sonríe a las personas cercanas, abre la ventana y saluda a tus vecinos, desea los buenos días, háblales, escúchales…
LORENA MARTÍ
¡Vamos alla! VIRUS
Estaba harto de habitar en organismos tan básicos. Nada de sorpresas. Todo muy simple. La repetición ya cansaba: gatos, perros, vacas, ratones, caballos. Solo un par de veces había conseguido habitar en organismos más inteligentes. Pero no fue suficiente.
<<Esta vez tiene que ser a lo grande. Todos me nombrarán>>
Y le nombraron. Sintieron curiosidad por él. Le temieron. Le prestaron atención. Y consiguió muchas cosas. Que la especie a la que habitaba sacara lo peor de sí misma. Acostumbrados a mirar solo su ombligo, lo siguieron mirando mientras entraban en pánico.
Pero también consiguió cosas que muchos otros de ellos echaban de menos. Cosas que se estaban diluyendo.
Consiguió que se mirasen, aunque fuera a metros de distancia, que se sintieran agradecidos los unos de los otros. Consiguió que vieran a los invisibles y a su soledad. Les unió y les ofreció una nueva oportunidad de admirarse y sentirse orgullosos. Porque aprendieron, crearon, rieron, lloraron, bailaron, aguantaron… separados, pero unidos. Hacía tanto…
Llegó y les trajo dolor. Mucho. Consumió a muchos de sus huéspedes hasta el último suspiro. Pero, paradójicamente, ese aliento que les robaba a unos, lo regaló a otros en forma de “respiro”.
LUISA VÁZQUEZ
Apocalipsis IV
Todo comenzó en una aldea china. Aunque podría haber sido en cualquier otro lugar del mundo.
Lo importante es que fuera pequeña, desconocida, olvidada hasta en los mapas. Nadie debía sospechar dónde se había iniciado, cual había sido el caldo de cultivo.
De ahí que apareciera aquel día en la población perdida entre montañas, aislada por la nieve durante los meses del crudo invierno, donde se alimentaban a duras penas y el hambre era un invitado que venía para quedarse.
Los aldeanos se preguntaban como aquel viejo y pequeño camión desvencijado había conseguido transitar por las casi inexistentes carreteras para llegar hasta allí. El caso es que apareció un día con los toldos del tráiler destrozados, pero donde aún era visible la cruz roja sobre fondo blanco.
Dentro se ordenaban cajas de cartón y sacos de tela. De la cabina salió un tipo con una mascarilla blanca y guantes de examen. Se dirigió a los vecinos hablando por un megáfono, algo totalmente innecesario ya que su número no sobrepasaba la veintena:
– Camaradas, para que veáis que el Estado no se olvida de ninguno de los ciudadanos de este gran país, ha decidido repartir entre los más pobres y desfavorecidos lo necesario para pasar el invierno. Hay comida, mantas y algunos medicamentos. Esperamos que sepáis ser agradecidos con este gesto de bondad de nuestros queridos gobernantes.
Un murmullo se extendió por el grupo. Era la primera vez que recibían una donación como aquella y desconfiaban de los actos aparentemente desinteresados de las autoridades. Esperaban que, inmediatamente, se les pidiera algo a cambio.
Luego de que se volviera a instalar el silencio, el tipo de mascarilla y guantes hizo un gesto de impaciencia:
– ¿A qué esperáis? – les animó ante su aparente apatía.
Poco a poco, los aldeanos fueron recogiendo un saco y una caja cada uno y se retiraron sin una palabra, sin una mueca.
Una vez en sus casas pudieron comprobar que el saco contenía arroz y en la caja había otros productos de alimentación e higiene. Aunque la indiferencia siguió instalada en la población, no por eso despreciaron el inesperado regalo.
El primer enfermo apareció a los 5 días. Estaban acostumbrados a curar algunos padecimientos leves con remedios caseros y aquello no parecía ser más que un simple resfriado. Cuando aquel primer enfermo se agravó y murió empezaron a preocuparse. Luego le siguieron otros hasta que toda la población se contagió. Entonces, el jefe de la aldea decidió informar a las autoridades.
Le contestaron que les enviarían médicos y un hospital de campaña lo antes posible, pero que en ese impasse, intentaran evitar el contacto con ciudadanos de otras poblaciones cercanas.
La ambulancia apareció dos semanas después. Había cadáveres en sus camas, tumbados junto a sus animales muertos y repartidos por los caminos. Ya no quedaba nadie a quien salvar.
El conductor de la ambulancia transmitió su informe por radio, las autoridades le ordenaron abandonar el pueblo inmediatamente sin tocar nada, pero ya era tarde. Cuando se fue se llevó algo invisible con él.
A las pocas horas el ejército había reducido el lugar a cenizas. Ni el más mínimo rastro quedó de la gente que había vivido allí. Satisfechos, los responsables pensaron que el peligro había sido neutralizado, que todo estaba bajo control.
El conductor de la ambulancia habitaba en una gran ciudad, esto hizo que su enfermedad pasara desapercibida. Solo se asoció a la aldea entre montañas cuando ya era demasiado tarde.
La epidemia se había extendido rápida como la pólvora. En poco tiempo la mayoría de países luchaban contra una enfermedad que parecían incapaces de parar. Los muertos se contaban por miles y los contagiados en millones. La pandemia era inevitable.
Desde algún lugar desconocido, el monje de la máscara de la calavera rio satisfecho.
BENEDICTO PALACIOS
NO A CAÑONAZOS, NO.
Me he despertado esta mañana angustiado y febril por una pesadilla. Marcaba el reloj las seis y aunque lo intenté, me fue imposible recobrar el sueño Mi espalda en particular y mi cuerpo entero echaban fuego. Lo contrario del sudor frío que suele invadirnos cuando en sueños algo nos angustia. Por eso me preocupé y por eso emprendí la tarea de averiguar el origen de aquella pesadilla, pues no me acababa de pasar el susto. Con lo difícil que es registrar en el tinglado de los sueños, logré con no poca paciencia atar los cabos sueltos.
Vivo en un sexto piso, encerrado en casa como es la obligación, y por eso cada vez que tengo que salir a la farmacia, me subo andando por la escalera. No suele suceder, pero como mis vecinos se han largado, en el descansillo del segundo se me apareció una cucaracha en plan desafiante, como si sospechara que le iba a disputar su dominio.
Levanté el pie con la aviesa intención de espachurrarla y se descolgó por la barandilla escalera abajo.
¡Lo descubrí! Ella me causó la pesadilla. Me había soñado que los virus (el COVD-19) eran cucarachas. ¡Qué asco, qué horror! Y que se multiplicaban y me amenazaban.
Aguanté sin ducharme, por no despertar a mi mujer, hasta las ocho de la mañana. Luego agarré un fregón de la cocina y lo empapé en lejía. Me refregué el cuerpo entero.
—¿Qué haces con ese fregón? —Preguntó mi mujer.
—Matar los virus.
—¡Buena te has puesto la espalda! Que los virus no se matan, solamente tenemos que impedir su expansión.
—¿Quedándome en casa y lavando bien las manos?
—Y para eso basta el jabón.
ÁNGEL MARTÍN
—¿Y tú qué traes?
—Heces sanguinolentas, esputos amarillentos y dolor en las pantorrillas.
—¿Por qué en las pantorrillas?
—Porque salió así. No estaba planeado, pero nos gustó.
—Bien, bien… ¿Nombre?
—Eh… Esto… Pantohezblood.
—El nombre tiene gancho, me gusta. ¿Cómo se propaga?
—Por el contacto con las heces del infectado.
—¡Pero bueno, vaya mierda de enfermedad!
Risitas nerviosas, gestos de complicidad ante el chiste.
—Nada, eso no podemos «venderlo» —dijo, entrecomillado con los dedos y guiñando el ojo—. Entrecomillo porque no vendemos nada, ya sabéis. –Otro guiño–. A ver, faltas tú, dime que traes algo decente.
—Gripe común.
—¿Gripe común?
—Sí. Pero los mocos salen azul zafiro, y el virus se pasa por el forro de los cojones los medicamentos actuales.
—¡Esa es la clave! ¿Cómo se llama?
—Al principio se llamaba Gripe Be, con be de blue. Pero nos pareció más impactante llamarla Gripe Zeta. En el mundo moderno la zeta se asocia con zombis, y la gente se acojona.
—¿Y la cura?
—Ya está hecha.
—¡Pues ya tenemos negocio!
Todo el mundo le miró con los ojos como platos.
—Perdón, negocio no, que no hacemos esas cosas. Ya tenemos… Una mutación natural de la gripe que hay que combatir por el bien de la sociedad.
Decenas de aplausos y asentimientos.
DAVID GUTIÉRREZ DÍAZ
No le dimos importancia ¿Por qué íbamos a hacerlo?
«Somos jóvenes, joder» me dijo con su acento de estudiante de idiomas que se esfuerza por sonar natural y yo sonreí, haciendo cómo que me incluía pese a sacarle diez años y empezar a tontear con las disfunciones por estrés. Total, se llama cuarentena y yo sólo acabo de pasar los treinta ¿Qué puede salir mal?
La buena noticia es que parece que heredé la genética de mi abuelo quién, de algún modo, debe ser pariente de Charlie Sheen, el alcohol y el tabaco nos hacen más bien que mal.
La mala es que ella lo tenía. La peor es que no me mató.
La primera vez caímos cómo todo el mundo, un poco de fiebre y tos, a ella le costaba un poco más que a mí respirar pero yo soy de llevar las riendas en la cama, nos adaptamos bien, bastante mejor que mi jefa en la oficina. Una lástima, me caía bien y nos reíamos bastante durante los cigarritos de descanso. El resto de compañeros acabaron medio regular, pero salieron adelante. Hasta ahí todo normal.
Luego llegaron la nómina y el alquiler. La empresa estaba tiritando a base de bajas y todos teníamos que hacer un esfuerzo, doble turno, mitad de sueldo. Me tocó los huevos pero acepté, mantener el abastecimiento terrestre era fundamental para todos y nosotros controlábamos el tránsito de camiones, había que hacer un esfuerzo por el bien común. Pero la puta curva se mantenía estable, no iban a ser dos ni tres semanas. Cuando los caseros nos enviaron un correo diciendo que nos subían el alquiler al doble y que si no usarían al gato para echarnos de casa, se me inflaron las pelotas a base de bien. A ella también, ya íbamos justos y habíamos decidido bajar el nivel de alcohol para echar un cable con la comida a los vecinos que lo necesitaran. Prácticamente todos. No llegábamos ni de coña.
Empezamos con los esputos verdes casi al mismo tiempo y la piel se nos puso algo roja. Dábamos un asco de la ostia, pero nos mirábamos y nos enganchábamos. Era enfermizo, pero no podíamos parar. Fue entones cuando se me ocurrió la idea. Le escribí una carta a mis caseros y me aseguré de que ambos tosiéramos a conciencia tanto en la hoja cómo en el sobre. Con las pocas fuerzas que tenía cogí la moto y lo dejé en su buzón, quería evitar contagios innecesarios. Al día siguiente me escribió uno de sus hijos para reclamarme el alquiler otra vez, me resultó raro que no se encargaran mis caseros personalmente. Quedé en llamarle a día siguiente para negociar. Nadie respondió a mi llamada. Nunca nos volvieron a reclamar el alquiler.
Marie y yo nos recuperamos casi a la vez, pasados cuatro días, sería por el subidón de no estar sintomáticos, pero nos sentíamos genial, aprovechamos que nos habían mandado a casa para seguir el trabajo social. Fueron un par de semanas tranquilas en las que nuestra mayor preocupación era estar a primera hora en la puerta del supermercado para conseguir papel higiénico para el vecino que nos lo hubiera pedido. Había que pelear un poco, sobre todo con un cincuentón gordo que debía cagar cómo un volcán, pero siempre conseguíamos un paquete. Hasta que una mañana el puto gordo apareció una hora antes con su furgoneta de ultramarinos y les sopló unos billetes a los transportistas para que le dieran todo el cargamento del día. Marie y yo nos miramos, pillamos al vuelo el pajeo y fuimos para allá con toda la mala Ostia del mundo, mi idea era darle de ostias al gordo hasta que entre los cuatro me fundieran a leches a mí, pero en lugar de eso, inconscientemente, comencé a toserles en la cara. La tos era densa, con gotitas de sangre aquí y allá. Ojipláticos empezaron a gritar y salieron corriendo. Cuándo Marie me miró esbozo una mueca de terror, comprendí inmediatamente por qué, ya que si mis ojos estaban tan sanguinolentos cómo los suyos, tenía que dar puto miedo. Pero la sangre desapareció en cuestión de segundos y no acusamos ninguna otra muestra física ni anímica, sólo un calentón creciente que consumamos allí mismo, sobre el palé de papel, en mitad de la calle desierta. Cuando terminamos cogimos la carretilla y nos dispusimos a cargar los rollos precintados y desinfectante para dejarlo en el rellano del edificio cuando ella me cogió del hombro y me hizo mirar calle abajo. Cómo a veinte metros había tres bultos bien grandes en el suelo, uno de ellos con un tripón descomunal.
Me quedé helado y por un momento casi me mareé, luego le dije que no podíamos hacer nada, que mejor lleváramos el papel y todos los suministros que pudiésemos al rellano. Mi voz sonó metálica.
Cuándo por fin subimos a casa me lié un cigarrillo mientras ella preparaba café y me puse a mirar por el balcón, sentía agitación y calma, con cada calada se reforzaba una cierta idea de compromiso, tenía que aislarme por el bien de todos o tirarme por el balcón, aún estaba por decidir, pero era un puto peligro, el Apocalipsis con patas.
Marie llegó con los cafés, me besó y me robó un par de caladas, luego encendió el televisor y asistimos en directo al último mensaje a la nación de Felipe, había que mantener la calma, lo que estaba pasando era por el bien de todos los españoles, lo importante es que no saliésemos de casa y no diésemos por culo. ¿Qué es lo que estaba pasando?
Sencillo, Santi había sacado los tanques a la calle. A tomar por culo el Congreso, no se molestó ni en hacer un fusilamiento ejemplar, a cañonazo limpio. Durante los primeros días los pistoleros entraban en las casas de los políticos, luego de los disidentes que se habían quejado públicamente, al final, comenzaron a juntar inmigrantes y quemarlos vivos en las plazas. La gente se aglutinaba y agitaba banderas entre vítores. Se había acabado la cuarentena, era tiempo de purga.
Purga. De buenas a primeras la palabra me sonó bien, muy bien. El mundo entero estaba en llamas y resulta que yo me había convertido en un extintor. Vi en los ojos de Marie que ella pensaba lo mismo. Lo que empezó cómo un polvo rebelde entre dos personas que no hablaban tanto se había convertido en una bacanal y en una conexión casi mística. Durante las siguientes semanas nos dedicamos a ir con la moto de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, llegábamos, tosíamos, follábamos y nos íbamos dejando una población fantasma. Los efectos eran cada vez algo distintos, desde la muerte fulgurante en poblaciones pequeñas, hasta un esparcimiento asintomático en ciudades grandes que luego eclosionaba es una dolorosa debacle que se extendía por horas. España cayó en un par de meses. Por tierra mar y aire nuestra enfermedad se expandía y lo arrasaba todo a su paso. Y nosotros éramos los heraldos de la peste. Estábamos enamorados.
Nos casamos con el bosque cómo único ministro que oficiará la boda y nos fuimos a Francia para coger un vuelo que nos llevara a EEUU de luna de miel. Por ese entonces el virus se comportaba más cómo un hongo y habíamos aprendido, no sólo a controlar la cadencia de las muertes y su propagación, sino los instintos básicos de los afectados.
Para finales de 2020 sólo quedaron con vida quienes nosotros decidimos. Básicamente los indígenas del Amazonas, de algunas islas africanas y de las Filipinas. Para 2030 el mundo estaba completamente repoblado de especies animales y vegetales. Marie y yo no habíamos envejecido. Empezaba a agobiarme, así que le propuse tomar cada uno un camino y ella aceptó. Nos encontrábamos esporádicamente cada ciertos años, nunca los mismos, caminábamos juntos durante un tiempo y volvíamos a separarnos.
Con el tiempo nos fuimos haciendo menos humanos, más parte del todo que nos rodeaba. Estábamos en paz, éramos felices.
Volvimos a encontrarnos ayer, no sé qué año es ni ella tampoco, no nos importa en realidad, sólo sé que por algún motivo hace unos meses comencé a caminar hasta la antigua centro Europa y nos hemos encontrado a las puertas de una exploración minera, el cielo y la tierra están negros, las explosiones se escuchan a kilómetros y los animales son masacrados sin compasión.
Al encontrarnos nos cogimos de la mano.
Inmediatamente volvimos a toser.
MARÍA PLANA
Sus amigas estaban preocupadas, y a pesar de su respuesta rotunda y negativa decidieron ir a verla, aceptó bajar hasta la playa, tenían que convencerla, necesitaba la opinión de un experto, alguien que pudiera asesorarla sobre sus síntomas. Apenas comía, y las noches eran largas y aburridas hasta el alba, entonces se dormía media hora y volvía a despertarse muy casada.
–– Estás muy cansada Lucía, deberías ir al médico. Tú no estás bien, se te ve a la legua, no sé a quién quieres engañar, creo que tienes hasta fiebre, te he visto temblar cuando nos hemos cruzado con mi hermano, ya sabes lo que hay, mañana puede ser muchísimo peor.
–– No seáis exageradas. ¿Con éste sol? Vámonos ya no quiero que me salgan más pecas.
Quizás sus amigas tenían razón esta vez (pensó). Se puso la mascarilla y esperó como unos veinte minutos.
Se quitó la mascarilla, lavó su cara y entendió que también estaba contagiada, que esta vez era verdad, que el virus del amor había llegado otra vez con fuerza y ya no podía ocultarlo, sus ojos la delataban……….(Maria Plana Nova).
ANDERSON BARRAZA
Las calles se habían vaciado, los parques no recibían ningún visitante y en definitiva cada lugar era gobernado por la soledad. Por donde caminaras, probablemente el monstruo te atraparía sin que te dieras cuenta, solo sabrías que te atrapó, al verte tumbado en la cama ardiendo en fiebre, con brotes en la piel y tosiendo sangre. A mi niño ya lo atrapó el monstruo. Cada día duerme más, siempre despierta a medio día para comer y luego sigue durmiendo. La terrible peste ha matado a muchos, y según los médicos mi niño será uno más; al igual que su padre, una estadística más. ¡Maldito sistema de salud! Mi niño no es un número. Me parte el alma oírlo decir que se va curar cada vez que termino de leerle un cuento por las noches, porque posiblemente no se cure o porque quizá ya no pueda leerle más cuentos; el brote que empieza a aparecer en mi cuello me advierte que no.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
—Abuelo cuéntame un cuento chino.
—…Y murieron felices y comieron murciélagos…
—Abuelo ¿Qué cuento es ese?
—Un cuento chino.
—Pero no tiene sentido.
—Si quieres que el cuento sea chino, no tiene que tener ni pies ni cabeza.
—Es que tan corto… no tiene ninguna emoción.
—¿Corto? El cuento duró un lustro…las personas dejaron de comunicarse. Cuando sentían la necesidad de mandar un mensaje lo hacían moviendo los brazos y las manos con aspavientos.
—¿Cómo un molino de viento?
—Más o menos, pero un poco más ridículo.
Todo dejó de ser como había sido por siglos. Maripili, dejó a su novio de toda la vida por un fabricante de papel higiénico (la muchacha apuntaba alto), dejó de pintarse la raya de los ojos, dejó de lado sus tacones imposibles y terminó rezando el rosario tres veces al día por si surtía efecto contra toda aquella barbarie…
—¡Abuelo! ¡Te lo estás inventando todo!
—¡Calla! ¿No querías un cuento chino? Pues escucha y verás.
—Maripili, vamos a morir todos. –Anuncia el rey del papel cular.
—¡No me vengas con cuentos chinos! «No le aguanto, no le aguanto más».
Tribus de robots uniformados tomaron las calles desiertas al grito de: ¡No hay paz para los bichos!
Las hordas salvajes tomaron al asalto cada tienda de la ciudad, aniquilando estanterías de papel higiénico hasta hacerlo desaparecer de la faz.
—Si el mundo se va a la mierda, ¡Qué nos pille con el culo limpio!
Y como en todo cuento que se precie, no hay mal que por bien no venga, el «bicho» que, aunque malo, malísimo, era inteligente, fue escogiendo toda la cretinez desparramada del «Siglo de la Imbecilidad», de tal forma, que el mundo quedó limpio de estupidez humana, atrayendo vida inteligente al planeta que ahora gozamos.
Moraleja: Recuerda, si alguna vez quedas atrapado en un fenómeno que te retenga en casa por más de dos semanas, créeme, lo de menos es como te refulge el culo. Si no hay comida…haz acopio de víveres y sensatez.
—Qué cuento más raro abuelo. Cada vez me cuentas cosas más raras.
—¡Abuelooooooooo…! (desde el baño) ¡No queda papel higiénico!
ORNE CENTRAL
Paranoia, psicosis y estrés. Este último tiempo todo se volvió así , también acompañado con un poco de tristeza.
Porque hay algo peor que un virus, algo que enferma mucho más y son todas las emociones que llevamos con nosotros.
El estrés te enferma, la psicosis te enferma, la paranoia también, tu cabeza es la que maneja tu cuerpo.
Aprendamos a escuchar a nuestro cuerpo, pero no demás y a veces sin sentido, aprendamos a no escuchar de más a los medios de televisión que nunca te van a decir QUE pensar pero si EN QUE PENSAR. Aprendamos.
MILENA TAPIAS GARCÍA
Quédate si puedes en casa,
pide a tu jefe y allí trabaja.
No salgas. Ni Hoy, ni mañana.
Cuida a todas tus hermanas,
no necesitas comprar en masa,
acetaminofen, sin farmacia exagerada,
unas cuantas botellas de agua,
comida racionada, para la semana,
aguadulce y limón como dice la nana.
Con tos, el tapabocas siempre anda,
estornuda en tu brazo y manga.
Tus manos cada hora siempre lava.
Repito, cuando salgas tus manos lava.
Es importante tus manos lava.
Evita, la reunión, la fiesta, la parranda,
es mejor no ser contagiada,
así cuidas los tuyos, tu manada,
y del virus te mantienes alejada
No tengas miedo ya casi pasa.
Es un virus fuerte y algunos mata,
pero somos fuertes, no pasará nada,
solo debemos cuidarnos se sensata.
LOLY MORENO BARNES
EN LA MEMORIA
—Hijo; estás son las ruinas de las que te hablé. ¡ Es raro que aún existan !
Pues todos los edificios de la época ya se han destruido y reemplazado por los actuales .
Se refería a un antiguo colegio donde él había estudiado de niño. Nadie lo diría que en otros tiempos ese lugar albergará bullicios de niños jugando en los patios y salidas estrepitosas a la hora de volver a casa .
—Padre ¿ como era el mundo en el 2020?
Yo no me imagino el mundo sin protección en nuestras caras , sin mochilas de oxígeno en la espalda!
—Entonces , igual que ahora, nos quejábamos de todo pero no sabíamos que lo teníamos “ TODO” o casi “TODO”
Han pasado sólo cincuenta años y nuestro 2070 nada tiene que ver con lo que yo conocía entonces .
Desde aquel año que la globalización convirtió en pandemia un virus asiático no hemos parado de aprender a prevenir y pagar los descalabros del cambio climático .
Buscamos culpables cuando los únicos somos nosotros mismos ..” Los Humanos”
Somos millones de “ tontos “ que nos creímos una raza superior e inteligente. La verdadera sabiduría está en la tierra, en la naturaleza, en la vida!
Y aquí estamos , tratando de sobrevivir con aire comprado en botellas , cuando hemos tenido un cielo limpio y puro .
Siendo controlados por programas informáticos que nos dicen cuánto caminar , cuanto beber, cuanto y que comer .
Ya no están permitidos los abrazos ,el contacto físico, ni enamorarnos y dejó de existir la amistad.
¡Solo en cincuenta años , todos estos cambios !
¡Cuando el mundo existió sin nosotros millones de ellos!
—Padre, ¡ Aún hay esperanza !
Estamos en ello. Tenemos memoria y tomamos nota !
Se están repoblando bosques y las energías renovables se están aprovechando …
Aún hay mucho por hacer para devolverle a la tierra su clamor de antaño .
¡Llegará el día en que nos saquemos las escafandras y nos abracemos con amor!
SERVANDO CLEMENS
El virus de la ignorancia colectiva
Informaron en la radio que nadie debía salir de sus hogares ni de su lugar de trabajo durante las próximas 48 horas, así era el protocolo de emergencias. El locutor dijo que había que aguantar en total encierro ya que una gigantesca nube venenosa que apareció de la nada estaba cubriendo los cielos de la urbe. Así que diez compañeros y yo nos atrincheramos en el centro comercial donde yo laboro en el departamento de vinos y licores.
—Yo pienso que esto va a durar más de lo previsto —nos explicó el gerente en la sala de reuniones—. He sabido de buena fuente que la muchedumbre está saliendo de sus casas con el objetivo de saquear los supermercados. De modo que nos vamos a asegurar de que nadie entre o salga de este sitio.
—No ha salido un comunicado oficial del gobierno federal —refutó el subgerente, golpeando la mesa con su bolígrafo—. Nos estamos adelantando. Ya sabemos que los medios están manipulados.
—¿Qué está pasando? —preguntó la chica de contabilidad, casi llorando.
—Es un ataque bacteriológico, por supuesto —intervine sin estar seguro de lo que estaba diciendo—. Yo pienso que debemos de sellar todas las ranuras para que no ingrese ni una mota de polvo o el virus se va a esparcir aquí dentro y todos nos vamos a enfermar.
—Yo me encargo de eso —dijo el guardia de seguridad y salió de la sala sin pedir permiso.
—Vigílalo de cerca —le murmuró el gerente al encargado de la farmacia—. No confío en él.
Me puse de pie y dije:
—Entonces debemos racionar los alimentos y el agua.
—¡Ja, ja, ja! —Se burló Juan, el de limpieza—. ¿Racionar? Aquí hay alimento y agua para un mes entero.
—No es tanto como tú crees y algunos alimentos ya están caducados. Hace una semana que no surten los proveedores por razones que nadie sabemos y si duramos días aquí encerrados pronto se acabará todo.
—Bueno, ya —ordenó el gerente—. Vayamos a asegurar las entradas y salidas. Pero quiero que primeramente todos vayan a la farmacia y que se pongan cubrebocas y que se limpien las manos con agua y con jabón. No quiero infectados a mi lado.
Las personas de afuera empezaron a empujar la puerta principal y a golpear las ventanas con palos y piedras.
—Tenemos que defendernos —comenté—. Están por tumbar la puerta. ¡Son muchos y están desesperados!
—Yo sólo tengo una cachiporra y gas pimienta —dijo el guardia.
—Mira a tu alrededor —le contesté—. Aquí tenemos un arsenal, sólo piensa un poco, colega.
Nos pusimos manos a la obra y tomamos herramientas de la ferretería; rifles de postas, bates y palos de golf del área de deportes. La masa enloquecida quiso ingresar, pero lo impedimos; no quiero entrar en detalle referente a lo que hicimos para mantener a raya a los atracadores. Algunos tipos que lograron colarse sólo querían llevarse las televisiones y los teléfonos móviles. El pandemónium duró varios días más y no era permitido salir por ningún motivo. Los soldados que no usaban uniforme oficial disparaban a los que no hacían caso a las medidas de contingencia. Una semana después el subgerente que estaba enfermo murió por falta de medicamentos y fue necesario meterlo a uno de los congeladores. Mirábamos por las ventanas los cadáveres que eran picoteados por aves carroñeras. Ya no se veían camiones militares ni policías deambulando por las calles; sin embargo, nadie quería salir y arriesgarse a los gases tóxicos que provocaban una especie de rabia.
—Observen con atención —dije—. Los indigentes siguen vivos y comiendo basura de los contenedores. Quizá no haya tal virus o tal vez ya pasó. Deberíamos salir a verificar.
—Esos malvivientes ya tienen anticuerpos —dijo el muchacho de la farmacia—. Ellos también son peligrosos para nosotros. No te confíes.
—Posiblemente todo sea una mentira de los medios de comunicación.
—Ya les dije que nadie sale de aquí —ordenó el gerente que ya mostraba una cara de desquiciado.
¿Se preguntarán cómo salí de este manicomio? Dentro del centro comercial todos lucharon por lo poco que quedaba para comer y hubo más muertos y los sobrevivientes se enfermaron de los nervios. Guardé alimentos y agua en una mochila y me encerré en un baño por horas con cuchillo en mano hasta que me animé a huir por uno de los ductos del aire acondicionado. Salí al techo con la cara cubierta y vi una ciudad desolada. La nube despareció del horizonte. Tomé una bicicleta abandonada en el estacionamiento y escapé hacia el bosque.
Ahora duermo debajo de un árbol y me alimento con lo que encuentro en el suelo, lo que puedo cazar con mis escasas habilidades y bebo agua del río. Me parece que alguien nos mintió, aunque no estoy seguro ni siquiera de mis argumentos.
Lo que sí creo fervientemente es que lo que más perjudicó a la sociedad fue la ignorancia y el egoísmo que permitió que la gente asesinara a puño limpio por un paquete de papel higiénico o por una botellita de gel antibacterial.
DAVID DURA MARÍN
Hola, soy un virus cualquiera con algo de derecho a sentirme infectado.
Ayer, mi madre, por que soy hijo de alguien, tuvo unas décimas de fiebre y ni siquiera he podido acercarme a su frente a darle un beso como termómetro para llevarme el calor que siempre me ha dado.
Llegarán momentos de sacar aplausos a la hora que me digan, acabaré silbando a las ratas porque se sienten solas y así hasta llegar a que la tierra es plana para no caer a donde me llevan mis pasos.
Y todo pasará, para bien o para mal.
En un tiempo llegará el olvido y seguiré siendo el mismo virus de siempre.
Pero si hoy pudiera infectarte de besos y abrazos, de preguntas de cómo te sientes, no haría falta una vacuna para el día de mañana, quizá un reloj para saber aprovechar el tiempo perdido.
ALBERTINA GALIANO
EL MUSGO
Sobre el suelo frío de mi casa crece un musgo verde muy desagradable a la vista.
Cuando ando descalzo me humedece los pies.
A veces, ya en la cama, oigo como avanza y se hace cada vez más espeso.
Creo que sube por las patas de mi cama y mancha mis sábanas.
Estoy cansado del musgo verde de mi casa, porque ahora todo huele a él.
Es lástima que no pueda salir de aquí; aprovecharía para tomar aire y respirar.
No me preguntes cómo empezó, lo cierto es que no me acuerdo.
La primera vez que cerré la ventana pensé que sería sólo un día. Ya llevo así años.
Afortunadamente, he llegado a ser feliz.
Creí que necesitaría a la gente, antes o después. Pensaba entonces que la felicidad estaba en la compañía. Ahora daría todo lo que no poseo por no haber conocido jamás a nadie.
Primero, porque la gente es cruel. Segundo, porque no soy como ellos.
Seguro que se dirían de mí muchas tonterías…
Sin embargo esto empieza a cansarme.
Lo noto en mis manos, que se crispan de vez en cuando. Y lo noto en el eco de mis deseos, que chocan contra las paredes y me golpean la cabeza.
Pensé en romper el cristal; lo que sucede es que tengo miedo.
Quizás haya algo esperando al otro lado de la jaula y se introduzca en mi mundo. Eso no lo quiero; yo sólo necesito una gota de aire que me refresque. Sólo busco despejar el ambiente para que se vaya el musgo.
Esta mañana he descorrido las cortinas. Me ha costado trabajo. Afuera no vi nada; todo era verdor en mi cristal.
Es posible que me decida a abrir la ventana, es posible.
Ahora he comenzado a pensar en lo sucia que está la casa. Ya todo es verde; las paredes, no recuerdo de qué color eran antes.
El cristal no se mueve. La hoja está quieta, y no se mueve. La puerta tampoco. Me pregunto qué sucederá afuera.
No sabía que mis ojos fueran verdes. Siempre los ví pardos…
He descuidado mi piel.
Ahora es vellosa como la de un melocotón.
Está mullida.
Comienza a verdear también, o es el reflejo del entorno.
Estoy cansado, y no me apetece moverme.
Sentado en una silla puedo conseguir todo lo que necesito para seguir viviendo.
Hace tiempo que no muevo las piernas. No me hace falta. Hace tiempo también que no las miro, ni mis manos; supondría demasiado esfuerzo para mí.
Ahora me dispongo a cerrar los párpados.
Posiblemente se pegarán de tal forma que ya no volverán a abrirse.
Pero no me importa.
Así, en la oscuridad, en el silencio…pienso…mejor.
Sólo…
¿Qué sucede? No quiero ser molestado, y de nuevo ese murmullo…
¿Qué es lo que quieres? ¿Es que no tienes ya mi casa, mis paredes, mi suelo? ¿No me tienes a mí? ¿Qué buscas entonces? Deja mi cerebro dormitar en paz; déjame ser libre por dentro, al menos.
Creo que no me hace caso, porque comienzo a sentir el musgo bajar por mi garganta.
Sube también, de forma que mis ideas empiezan a ser verdes, verdes, verdes….
ARIEL PACTON
Entrevista al Doctor COVID 19
Entraron al estudio 2200000000 seres. Se fueron apilando unos sobre otros. Se movieron en un casi imperceptible movimiento hacia los lados, hacia atrás, hacia adelante, hasta formar una torre que sobresalía al menos una cabeza de la mesa de los micrófonos. La torre se sentó a un metro del conductor del programa. El conductor vestido con traje blanco de plástico hermético, gafas, barbijo de alta eficiencia, conectó un micrófono dentro del barbijo. Tres, dos, uno, aire y dijo:
— Buenas tardes queridos oyentes. Acá desde Radio Planeta tenemos el agrado de presentar al Doctor COVID 19 en una entrevista única para los mundos del mundo.
Y dirigiéndose a la torre agregó:
—Muchas gracias por habernos elegido para contarnos su historia.
La torre de seres se inclinó y dijo:
— Gracias a usted y a su equipo de producción por darnos este espacio.
El Doctor COVID19, la torre, se reacomodó e inhiesta dijo:
“ Nosotros existimos desde el principio de la creación. Somos seres vivos y queremos vivir. Nunca ha sido nuestra intención destruir humanos. Nosotros los necesitamos para poder vivir. Es cierto que cuando convivimos, a veces, algunos de ustedes se sienten desganados, les sube la fiebre, les falta el apetito. Esto sucede porque cuando nos estamos replicando en sus células nuestra energía de autocopulación les afecta. Pero esto dura como mucho quince días. Hacen reposo, estornudan un poco, tosen y los ciclos de nuestras vidas continúan. Siempre hay algún flojo que no sabe defenderse y se muere. Pero no por nosotros, es de flojera inmunitaria”
—Disculpe que lo interrumpa doctor. Si es así como dice, ¿Por qué ahora nos quieren matar?
“ Lo que sucede es que desde hace varios años unos humanos nos están mutilando, cortando, mezclando con otros en tubos de ensayos. Nos separan y aislan unos de otros. Nos torturan en aparatos de ultravelocidad y luego nos tiran sustancias químicas que queman, que congelan. Cansados y heridos nos organizamos para luchar por nuestra vida. Teníamos que escapar.”
—¿Se escaparon? ¿De dónde? ¿Cómo?
“A principios de este año en el laboratorio en el que nos tenían encerrados hubo una reunión de cinco humanos de distintos países. No sabemos de qué países eran porque todos estaban vestidos de traje azul, que en el bolsillo del pecho del saco tenía una cruz de brazos doblados en ángulo recto de color dorado. Uno de los seres, que me acompaña hoy, logró escuchar al que parecía ser el jefe de todos. Este dijo: ¡hay que matar a los más viejos! ¡Nos dan pérdidas! ¡Estamos sin un dólar por culpa de sus enfermedades!
Entonces sin escuchar el resto decidimos que era nuestro momento de escapar. Nos pegamos unos con otros, encadenamos nuestras coronas, estalló el erlen meyer en el que estábamos confinados los más viejos. Formamos el COVID 19. Salimos a la calle. Desesperados por nuestras vidas los buscamos a ustedes para seguir creciendo. Allí fuimos encontrando a los compañeros del H1N1, de los Aviar y rinovirus y además a otros primos coronavirus. Volvimos a sentirnos felices. Estábamos vivos. No habían podido a aniquilarnos.
Sin embargo y muy a nuestro pesar, poco a poco nos fuimos dando cuenta que entre nosotros morían seres cuando al azar, caíamos dentro de un cuerpo humano de muchos años.
Nosotros creemos que estos humanos de traje azul y cruz dorada con brazos doblados, nos fabricaron para matarlos a ustedes, los humanos. Estamos acá para alertarlos y ofrecerles unirnos como en los viejos tiempos. ”
—Muchas gracias— dijo el conductor sacándose la escafandra. Y le dió un apretón de manos al doctor COVID19.”
OMAR ALBOR
Virus
Era domingo
y en la ventana
corria una gota
de humedad en el vidrio
Era invierno
nadie sabía nada
pero el lloraba.
Y en la galería
entraba el frío
Escalofrío
Le temblaba hasta los dientes
En el otro lado
del terreno estaba
su perro Gastón
recién muerto
nadie sabía nada
solo su mirada
que congelada había quedado
Y la lágrima final de la partida
No hay nada
solo el
Y el eterno miedo
de la soledad
su mejor y único amigo
se separaron.
Gira la vista y entra mamá
Y lo ve a Gastón tirado
El la ve llorar
Por entre la ventana no sabe
que hacer, ve a su madre abrazar
a Gaston, no puedo más dice él
abre la puerta y los abraza a los dos
Y en ese instante de cielo
todo es llanto, se fue Gastón mamá
Llega a decir él
Pero que pasó pregunta mamá
si todo estaba bien
no sé, no se valvucea él
Soy niño y mi amigo se fue
Se fue mamá.
Lo ví caer y no pude hacer nada
me quedé mirándolo paralizado
grite, grite tan fuerte como pude
pero Gastón ya no me escucho
volví a la habitación tome un cuchillo
y quise partir con él, pero llegaste vos y supe que ibas a sufrir.
Su madre lo miro y supo que no mentía, su mirada temblaba tanto como su corazón, yo te amo hijo.
No temas Gastón siempre estará a tú lado., pero la vida es así.
Hoy parecemos eternos pero es bueno que lo sepas, la eternidad tiene un tiempo.
Mi voto para: ARIEL PACTON
Me han gustado todos 🙂
ÁNGEL MARTÍN
Mi voto: Luisa Vazquez
Ángel Martín
Consuelo Pérez
Mitad para el héroe que necesitamos pero no merecemos, Coronado Smith y Mitad para Consuelo y su abuelo. Qué Dios nos pille con el culete aseado.
Mi voto es para Albertina Galeano para el tema semanal virus
Mi voto para SERVANDO CLEMENS
Mi voto va para ÁNGEL MARTÍN
Mi voto es para Consuelo Pérez Gómez
Mi voto para Anderson Barraza y David Gutiérrez. Pero quiero felicitar a todos, porque lo habéis puesto muy difícil.
Lorena Martí
David Gutiérrez y felicidades a todos!
Me gusta MUSGO de Albertina Galeano. Muy original. Mi vota para ella.
DAVID GUTIÉRREZ DÍAZ
CONSUELO PEREZ GOMEZ -> Me encantó la vuelta cómica que le dio al asunto
ARIEL PACTON
Me encantan esos 3, puedo votar por todos ellos?
Añade o quita a alguien, Josmary.
LISTO, abajo
AHORA SI, COMO NO SE PUEDEN 3 BUENO AGREGO AL SUPER HEROE JEJE
DAVID GUTIÉRREZ DÍAZ
CONSUELO PEREZ GOMEZ -> Me encantó la vuelta cómica que le dio al asunto
ARIEL PACTON
CORONADO SMITH
Difícil votar esta semana , mi voto lo divido en cuartos, aunque todos son merecedores:
María Plana
Albertina Galeano
Ariel Pacton
María Cruz Esteban Aparicio
Consuelo