El laberinto – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el turista». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 28 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

En el laberinto de tu mirada

es donde habita tu alma.

Cuando encuentras respuestas

sin preguntar absolutamente nada.

En el laberinto de tu mirada

es donde habita tu alma.

La magia de la pluma

desbocada por la musa

acaricia las letras para

formar melifluas palabras.

En el laberinto de tu mirada

es donde habita tu alma.

Luz en la sombra llena de

ternura ahogada por lágrimas

recordando a los ancestros

sus logros y enseñanzas.

En el laberinto de tu mirada

es donde habita tu alma.

Exiguos son los versos

insuficientes tus besos

convierten en eterno

ese efímero momento.

En el laberinto de tu mirada

tu alma se desangra

ávida de caricias

de amor y de vida

muere de pena cada día.

Tu mirada dice todo

sin decir nada.

En el laberinto de tu mirada

es donde habita tu alma.

SUSANA NÉRIDA

Tengo una orientación nula. Así que imaginaros mi cara de asombro cuando me vi dentro de un laberinto, de robustos arbustos y árboles, apiñados entre sí.

Después de un rato dando tumbos, caí al suelo, exhausta.

Mi vida es igual que esto. Dando tumbos, de trauma en trauma, sin poder parar a respirar, mientras el laberinto se cierne y cierra sobre ti cada vez más.

Y como la vida misma, la tarde daba paso al atardecer. Se hará de noche y estoy aquí atrapada, sin opciones.

Una sombra se vislumbra a lo lejos.

– ¡Estoy salvada! –

Aparece Rober, tan apuesto como siempre, con un sentido de la orientación innata. En 5 minutos estábamos fuera.

– ¡Ojalá todo fuera tan sencillo, y no me tragase siempre el ataque de pánico! He salido de este laberinto, pero del de la vida desconozco de dónde sacar fuerzas para levantarme otra vez. –

Respiraré hondo mientras tanto.

Para todas las personas que luchan una batalla contra la ansiedad y los ataques de pánico.

ANTONICUS EFE

Una mujer entra en un laberinto y no es capaz de dar con el camino correcto, desesperada, lanza una pregunta:

— ¿Cómo se sale de aquí? —

—Tú sabrás, este laberinto son tus emociones — contesta la voz sinuosa.

—¿Estás seguro?, tiene muchos recovecos y cambios de dirección— dice ella.

—Bastante seguro, ni yo que soy el laberinto sabría salir de aquí —

—¿Y qué hago, tengo que poner la comida al fuego antes de la una? —

—Prueba a tomarte la medicación de vez en cuando—

—Lo siento pero prefiero la libertad de la mente desatada —

—Tomate un par de Gin-Tonics entonces y agita un cascabel —

—Soy abstemia —

—Y yo Canduterio, el que está arreglando el portero automático y está todo perfecto, qué tengas un buen día.

BENEDICTO PALACIOS

Tan impactante es la experiencia de abrir por primera vez los ojos al mundo como la de escuchar a diario en la adolescencia haz esto y no lo otro, y ver cómo la familia va poniendo límite a los deseos y tendencias innatas. «Deja ya de enredar con la cuchara y come.» «Cepíllate los dientes después de cenar.» «No vuelvas tarde a casa.» «Estudia más,» etcétera.

Ahora que está en todos los noticiarios el fuego que asola parte de España, destrozando espacios naturales, recuerdo que a las anteriores advertencias y mandatos se añadía este otro muy particular: no entrar ni cruzar una propiedad abandonada en la que había una manada de lobos.

Con los 11 o 12 años de entonces y una enorme curiosidad por conocer lo que ocurría de verdad más allá de los límites de aquella parcela, se le ocurrió a uno de los muchachos prender fuego a un zarzal. El fuego se propagó y de la propiedad no salieron huyendo lobos sino jabalís.

¡Qué laberinto! Todo el pueblo se pertrechó de escopetas y palos para asediar a los lobos sin pensar que eran jabalís los que con la huida arrostraron con lo que encontraron al paso. El susto fue mayúsculo y más cuando el fuego cobró dimensiones incontrolables.

Agotaron las fuentes, se intoxicaron con el humo, hubo dos heridos y los jabalís destrozaron un huerto. A los más pequeños los padres les hicieron aprender entonces esta lección:

«Niño, con el fuego no se juega, ni siquiera en broma que luego te meas en la cama.»

Y todos en general aprendieron esta otra:

«Menos humos y menos lobos.»

EMILIA CREGO

AMANECER Y SENTIR LA VIDA

Entre el lienzo blanco acariciándome los sueños con sus

dedos fríos y delgados, y las nubes que vinieron a visitarme un 20 de abril de 1990.

Las horas pasaron desde la medianoche en un laberinto de caminos. Me refugié

entre árboles y arbustos, en la soledad de una noche mojando las prendas de abrigo

y calando los huesos.

Acechaban las bestias, me atormentaban, corrían y sollozaba

con el aliento prendido de las agujas de un reloj. Este no paraba con su

tintineo, un péndulo marcaba el paso del tiempo, y en este estuve meciéndome en

mis ganas de escapar de aquel laberinto.

Los brazos se colgaron de las ramas de los árboles, en la

espesura del verde de las hojas me acompañaron los polluelos y estos en sus

nidos, aferrándose a la vida.

¡Pobres criaturas!

Con la tenue luz de la luna, nos miramos y reflejamos el

miedo, el desconsuelo y con las lágrimas en mi rostro esperando unas rosadas

luces del alba. Los animales acechaban, con dientes rabiosos de carne y garras afiladas.

Los árboles temblaban y con la ayuda del viento, se colgaron de unas nubes de

color púrpura, estas regaron la tierra con unas delicadas gotas de agua finísimas.

Las horas se iban cayendo por un cerro, se detenían en las

orillas de un río y las acompañaban las bestias de aquella noche. Se reflejaron

en el agua, la luna emitió una luz nítida, y estas se fueron adentrándose por

el bosque, se perdieron en la distancia y no se dejaron ver en aquellos años

que creció la hierba sobre el tejado.

El amanecer llegó refugiada en una alcoba, entre paredes

blancas y un ventanuco pequeño. Los pájaros cantaban y trinaban alegres, el sol

llenó toda la estancia de luz, y esperando ese nuevo día y otros más que

llegaron para colmarme de bendiciones.

“Volví a sentir y vivir la vida”

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

PERDIDOS

Cuando se lanzó al vertiginoso vacío que suponía la compra de la vivienda adosada, Kovalsky nunca reparó en las dificultades que planteaba el barrio. Una interminable hilera de casas se extendía ante su mirada, todas prácticamente iguales. Por fortuna, alguna mente precavida había tenido la deferencia de pintarlas de distintos colores. Sin embargo, aquello suponía a todas luces un verdadero reto para los ojos de cualquier observador experimentado. La urbanización era nueva y era patente la temporal carencia de números. Sin embargo, no me pregunten cómo, cada vecino gozaba de la extraña y a veces inexplicable capacidad de localizar la suya. No supuso aquello tampoco problema alguno para Kovalsky hasta que, cosas de la vida, una mala noche regresara ebrio y desorientado a las tres de la mañana. Estaba a punto de clarear cuando, harto de dar vueltas en círculo, cayó derrotado sobre la acera. El azar quiso que su mujer lo encontrase, camino a comprar el pan, convertido en un desecho humano mientras el perro del vecino le lamía la cara. Indiferente, ella continuó sus pasos por aquel laberinto en que se habían convertido el vecindario y su vida. Fue ese día, un martes cualquiera, el último en que tuvo ocasión de ver a su marido.

EFRAIN DÍAZ

Al llegar a la feria, Juan compró entradas para una de sus atracciones favoritas: el laberinto de espejos. Le gustaba porque no estaba hecho de muros sino de reflejos. Bastaba un paso para multiplicarse en infinitos, y era imposible discernir si era él quien avanzaba o si era la imagen la que se adentraba en su propia geometría.

Le pidió a Karen, su novia, que lo esperara en la salida, y entre contento y ansioso, se internó.

Los espejos lo devolvían de mil maneras: flaco, obeso, desproporcionadamente alto, grotescamente enano. En cada superficie, su cuerpo jugaba a ser otro. A veces se inclinaba, otras levantaba un brazo, y siempre encontraba una réplica exacta. Hasta que, de pronto, en uno de los espejos, su reflejo le guiñó un ojo. Juan se quedó helado. Él no había guiñado.

Intentó convencerse de que era un truco óptico. Sin embargo, en el siguiente espejo, al alzar los brazos, su imagen los bajó riendo a carcajadas con una risa sin sonido. En otro, él se agachó y la figura permaneció erguida, inmóvil. Fue entonces cuando escuchó, desde el cristal:

—De aquí no saldrás.

El reflejo había cobrado vida propia y lo perseguía con burlas y muecas. Juan corría, gritaba, chocaba contra superficies frías, pero nadie lo oía. A cada paso, la salida se deshacía como el vaho al salir de la boca.

Agotado, se sentó frente a un espejo. Su imagen lo imitó por última vez, se inclinó hacia él y murmuró:

—Es hora de irme, Juan. Karen me espera. Hasta nunca.

Cuando Juan avanzó hacia el siguiente cristal, ya no se vio reflejado. Ni en ese, ni en ninguno de los que siguieron. El vacío de los espejos lo rodeaba. Presa del terror, comenzó a golpearlos: cuanto más rompía, más surgían, multiplicándose en un vértigo infinito.

Comprendió, al fin, que había caído en una trampa, en un viaje sin retorno.

Afuera, bajo las luces de feria, su reflejo tomó a Karen de la mano. Caminaban sonriendo, compartiendo palomitas de maíz, como si nada hubiera ocurrido.

VALERIANA

Me encuentro en el momento justo y en el punto exacto donde no sé para dónde ir, como casi siempre, como todos los días. No hay cartografía, ni señales que puedan explicar la geografía rizomática de este espacio. A pesar de eso, mi mente insiste compulsivamente en traerme hasta acá, quizás intentando exiliarme de terrenos más peligrosos.

Algo de esta caminata sin aparente salida me trae calma, tal vez por lo repetitivo y predecible del paisaje, o simplemente porque el tiempo acá transcurre con una lógica daliniana que tiende a suspender todo lo que toca. Confieso que hay veces en que preferiría quedarme en esta región cognitiva hasta que, todo afuera, desaparezca.

De repente me encuentro otra vez caminando por las calles de mi barrio, nada cambió ni mudó de forma de este lado de la vida.

EL IDIOTA

Siempre estuvo ahí. Nadie recordaba quién lo construyó ni para qué.

Dentro de él, los habitantes, por acuerdo tácito, aceptaron el destino de deambular caminos en busca de la salida, condenados a nunca encontrarla, a soñar la utopía de un mundo libre y feliz detrás de las paredes de la prisión, siguiendo a líderes que aconsejaban la sumisión.

“Laberinto se llama” le explicaron a Juan cuando de niño preguntó.“ Las reglas son reglas y se hacen para cumplirlas” Le ordenaron para acallar su rebeldía.

“Son las reglas, no eres Dios, ni el primero en intentarlo” le amenazaron al verlo con la mandarria en las manos, dispuesto a derrumbar los muros.

“Ni el último” Juan contestó y comenzó a golpear a las piedras.

A veces saltarse las normas es la solución.

FRAN KMIL

El laberinto.

Da igual los ojos abiertos que cerrados si al andar a ciegas se crean ilusiones que llaman realidad.

Los laberintos no existen, son productos del miedo, de la imaginación.

Se inventó la felicidad entre libros, tradiciones, mitos y dioses.

Por amor se creó el amor.

Marisol era la más bella del colegio.

Quizás no fue así y solo me mentía porque la amaba.

No importa el camino escogido si ninguno lleva a ningún lugar: somos sombras estáticas que soñamos el movimiento.

Al final, los muros no dejan avanzar, las paredes recuerdan que somos creación.

De nada sirve la voluntad.

Ella se burlaba de mi amor, a mí me gustaba su sonrisa burlona.

Muchas veces inicié la trayectoria hacia su corazón pero en el laberinto sentimental es difícil encontrar la salida: imposible hallar aquello que no quiere ser encontrado.

Marisol se casó.

Marisol se marchó.

Marisol ya es abuela, como yo.

Sin embargo mi joven amor continúa buscando la salida del laberinto en el que ella me dejó, viajando de labios a labios hasta encontrar su sabor.

Este laberinto lo ha inventado mi corazón, no he sido yo.

ANGY DEL TORO

DANZA TRUNCADA

Entre mazurcas y nocturnos, danzaba su pluma.

Cada nota que escapaba del teclado era un susurro, un secreto.

Tú, mi Consuelo; yo, tu Odisea.

Realeza sin reinado hemos sido,

aquellos que un día convirtieron la pasión en arte.

Una pasión que, en la enfermedad, ahogaba.

Manos que, con la punta de sus dedos,

seguían la danza de la mazurca.

Cuerpos que, entre notas musicales,

unidos en un mismo ritmo, acompasados bailaban.

Quizás fue compromiso, o vínculo amoroso. ¿Quién sabe?

Enfermedad, arte y pasión volcados sobre un teclado

que, como único testigo, les cortejaba.

Personajes que surgían entre vibratos, ideales y candor…

hasta que, el final abrupto truncó.

Chopin, tan frágil, tanta tensión no soportaba.

Un verdadero laberinto de pasiones surgió,

la hija asomó en la escena de sus vidas.

Ella, juzgada y enojada, reaccionó.

Él, fiel a los suyos, el otro bando eligió.

Y así, de su amada George Sand, se distanció.

Tan vívida como real fue su ruptura,

que una nueva nota, más tarde,

George Sand escribió: “No lo volveré a ver más.”

OMAR ALBOR

El laberinto

Cielo

Suelo

camino

del tiempo

No dejes

nunca

de pisar

Nunca.

Pienses

que tú luz

se apague

En este laberinto

El dueño

del circo

eres tú

Y tú magia

Es el antídoto

Para seguir

Cada día

Cuando te canses

de buscar

la salida

Mira el cielo

Y las nubes

Te guiarán

Sin decirte nada

Y si la noche

te sorprende

En el camino

Abra un angel

que será tú guía.

Su luz te guiará

No temas.

No estás solo.

Omar Albor.

RAÚL LEIVA

A mi(s)tad

Cuando se despertó después de una noche de borrachera, se encontró esposado al cuerpo de su mejor amigo. Ambos estaban unidos por sus manos derechas. La primera reacción fue un continuo vómito y la sensación de querer despertar de una pesadilla que no fue. Vanos fueron los esfuerzos por desprenderse de su compañero de resacas. La cabeza le latía y el dolor lo hacía maniobrar torpe e inconsistente. Cuando pudo juntar un poco de fuerza, logró cargar a su amigo sobre su espalda y trató de salir del extraño lugar donde se encontraban ambos. Las habitaciones se sucedían a lo largo del pasillo como un brutal laberinto y las ventanas se encontraban trabadas por fuera. Ni un ruido, ni un indicio que lo pudiera orientar o al menos confundirlo en una forma más conocida. Vagó horas por la casa, gritó lo más fuerte que pudo, golpeó cuanta ventana se cruzó y derribó con la poca fuerza que le quedaba cada puerta que lo alejaba de la salida. Sus piernas comenzaron a temblar y cada paso le costaba una blasfemia. El escaso aire apenas lo mantuvo con vida durante seis o siete horas de tremendos esfuerzos inútiles. Cayó pesadamente al piso. Un bulto se le hizo familiar en la cintura. Con dificultad y luchando contra la rigidez cadavérica de su amigo, logró sacar el revólver que contenía una sola bala. Ausente de soluciones y abatido en su lucha, llevó el arma a su sien y se disparó en la cabeza con un sordo grito que retumbó en toda la casa.

Ambos cuerpos quedaron en el piso al menos una hora, cuando el supuesto cadáver de su amigo comenzó a moverse. Se levantó con el cuerpo acalambrado y miró al suicida largamente.

Buscó en sus bolsillos y sacó tres llaves. Con la más chica, abrió las esposas y se liberó de su carga.

Se masajeó la muñeca entumecida y se dirigió a la puerta más cercana. Con la llave más grande abrió la primera puerta que encontró y un resplandor iluminó la habitación. Salió y cerró la puerta sin mirar atrás al tiempo que tiraba en una alcantarilla la tercera llave.

El cuerpo aún con vida del suicida, vio toda la situación mientras un hondo sopor le alivió todos los dolores y las culpas.

BLANCA CERRUTI

LA LLAMADA DEL LABERINTO

Siempre se había sentido atraída por los laberintos, sin embargo, por miedo a no saber salir no se atrevía a entrar a recorrerlos.

El que conocía sabía que era muy extenso, por eso, cuando iba y entraba, al llegar a la primera desviación se volvía, pero ese tramo lo recorría una y otra vez porque, amparada por los altos setos de la tuya esmeralda, su profunda soledad se apaciguaba.

No estaba sola, tenía amigos que la aceptaban y nunca le ponían mala cara, pero estando con ellos sentía como si no estuviera presente, pues apenas le hablaban ni requerían su opinión.

Si quedaban en reunirse y ella no aparecía, nadie la llamaba para saber qué podía haberle pasado para no acudir. Esa indiferencia, un día y otro día, le partía el alma.

Hacía ya tiempo que no dejaba de preguntarse hasta cuándo podría soportar ser invisible allá donde estuviera. Que nadie contara con ella ni la echaran de menos cuando faltaba, le rompía el corazón.

Aquella tarde, la soledad le pesaba como una losa y, como si el laberinto la llamara, sintió un deseo irrefrenable de ir. Un sol brillante intensificaba el verdor de la tuya esmeralda. Entró y comenzó a caminar.

Al llegar a la primera desviación esta vez no se volvió; siguió avanzando despacio, acariciando con mimo los setos que la acogían como nadie lo hacía.

Cuando los jardineros entraron a recortarlos, al llegar al centro del laberinto, velado por la tuya esmeralda, encontraron su cuerpo.

Blanca Cerruti

EVA AVIA TORIBIO

Laberinto de sentimientos

Libertad es lo que siento cuando me adentro en tus pasadizos.

Adrenalina me provocas al quedarme atrapada entre tus muros.

Buceadora de mis propios pensamientos cuando me sumerjo en los lagos de tu cuerpo.

Eres el estímulo visual que agudiza mis sentidos.

Rendición ante el deseo de lo prohibido.

Ingenua intensidad la que provoca el torrente de tus caricias.

Negación al creer que en estos instantes eres solo mío.

Tormenta de placer y dolor, son uno, por culpa de mis deseos.

Olvido, es lo que me queda, cuando regresas a ella.

Besos, la Incondicional.

GRACE PELLS

¿Lineal?

Sonrío, en un viaje de dos horas y aburrida. ¿Con coordenadas tal vez? no creo. Parece un laberinto desde que el mundo es mundo, salirse todos los dias a la vida, es un laberinto. Intenso y maravilloso, cruel y sorpresivo, fatal y milagroso.

Cada pasadizo un ciclo, una fase de la luna, una vuelta al sol.

Una casa y otra, y otra. Y el mismo cielo.

Tanto amor…y no saber que coincide conmigo. Tal vez soy yo que transito por pasillos angostos, oscuros o secretos.

Derecha y a la izquierda, la seguridad del centro, y el tan tan del campanario del pueblo que me da la bienvenida. Se ven ya los picos de los cerros.

Es probable que sea circular;

seguramente, cuando el paso se siente perdido, una vuelve al origen.

Allí donde te quieren siempre.

CESAR TORO

El laberinto.

Cuando Juan despertó aquella mañana se sentía fatal, la noche en el bar lo había dejado en pésimas condiciones, empezó a caminar por las calles dando vueltas y de arriba abajo sin encontrar la salida el pueblo era un laberinto, la lluvia arrecia y el frío corta la piel. Despues de recobrar algo de lucidez consigue un mendrugo de pan y un viandante le acerca una taza de café caliente la cual agradece con una sonrisa.

Piensa en regresar a casa; sin embargo, reconsidera la idea ¿para que va a volver? Si a los demas les da igual si esta o no, nadie le ofrece un abrazo, un plato de comida caliente, a los suyos no les importa, es un borracho dicen… se olvidan que también es un ser humano.

Mientras el cielo tiende su poncho negro y la luces en el bar se encienden otra vez,

despues de dormir en la plaza por unas cuantas horas con su cabeza sobre un bloque de cemento, Juan sin ninguna preocupación, se levanta y rrecorre el laberinto, alza la vista en busca de una señal, inmediato ve el farol lila encendido en el bar.

Los otros miran con indiferencia…

IVONNE CORONADO

Carmina oyó historias de muchachas que se iban fuera de su pueblo, a otras ciudades donde no las conocían, para hacerse de dinero trabajando de escoltas. Al reunir dinero suficiente, regresaban —y tranquilas. Haber visto “Pretty Woman” puso ideas en su cabeza. No sabía que los finales felices no siempre son ciertos.

Carmina estaba entre la infancia y la juventud, era una muchacha romántica, bonita, inexperta, recién graduada de secretaria. Comenzó por decirle a sus padres, que probablemente se iría a pasar unos meses con una amiga.

Buscando en los Playboys de su hermano, encontró un pequeño anuncio:

“Se necesitan mujeres u hombres jóvenes para hacer compañía a mujeres u hombres, de paso en el país. Interesadas llamar al teléfono xxxxx.”

Ya lejos, en otra ciudad, primero fue la entrevista, ahí le dijeron que ellos le buscarían los clientes, y ella les pagaría una comisión del cincuenta por ciento. Algunos eran gente de negocios, otros, simples turistas.

Luego le tomaron fotos, en poses sugestivas.

Después tuvo sus primeros clientes. Algunos sí buscaban compañía. Otros no; buscaban placer. Querían algo más que conversar, o exhibirla. Exigían relaciones íntimas, terminaban por forzarla. La dejaban llorando.

Fue a la agencia, a quejarse, y decirles que se retiraba.

—¿Preferiría usted que publicáramos sus fotos? Sabemos donde viven sus padres.

No sabía qué hacer, estaba atemorizada. Trató de huir. Nunca encontró el hilo para salir de su laberinto. Habían abusado de su vulnerabilidad, eran personas sin escrúpulos, y no iban a permitir que les arruinara su negocio.

Sus padres, al ver que no volvía de su supuesto viaje, contactaron a la supuesta amiga, y supieron que nunca había estado con ella. No se imaginaban que jamás volverían a saber de ella.

La habían dejado sin identificación alguna, en un sucio callejón, donde un pobre indigente dio el grito de alerta. Tenía señales evidentes de violencia.

La vida es un laberinto. Algunos nunca pueden encontrar la salida correcta.

Nota: Como siempre, estoy abierta a recibir comentarios y consejos.

AXY LINDA

“Gracias Dr.”

El paciente respiró hondo antes de hablar:

—El sueño volvió. En cada tramo me encuentro a mí mismo, con el brazo extendido, mostrándome el camino. Pero cada vez que lo sigo, me pierdo más. Los pasillos cambian,

—¿Y después?

—Paso el día agotado, distraído. Tomo las pastillas, hago los ejercicios que me recomendó… nada sirve. La pesadilla es más fuerte.

—Continúe, le escucho —dijo el doctor, mientras el paciente respiraba con dificultad.

—Al principio recorro un tramo y me encuentro con un reloj de hoja de lata. Lo tomo sin pensar, tengo solo seis años. Pero el castigo de mi padre me recuerda que no era un juego, que aquello fue un robo. Camino más adelante y aparece un libro: Casi el Paraíso. Me lo prestó un amigo, yo lo presté a otro que nunca me lo devolvió. Jamás lo regresé. Sigo y me encuentro un acta de matrimonio… la mía. Me casé en secreto con alguien a quien no amaba, y luego fingí una ceremonia religiosa que me ató a una celópata abusiva que casi me mata. Más adelante, unas cadenas semirotas: conseguí separarme, sí, pero a cambio heredé paranoia.

El paciente hizo un silencio tan espeso que heló el aire.

—En cada tramo del laberinto —prosiguió— me aguardan esos errores. Mi propio reflejo me guía, pero me engaña: no hay salida. Solo angustia, hasta que despierto.

El doctor sintió un mareo súbito. Las paredes del consultorio parecieron cerrarse en corredores infinitos. No eran los errores del paciente los que lo acosaban ahora, sino los suyos: la mentira, la traición, los nombres que había enterrado en su memoria.

El bolígrafo cayó de su mano y resonó contra el suelo… del laberinto.

El paciente sonrió con inquietante alivio.

—Gracias, doctor. Usted me ha liberado.

JUAN C VALTIERRA

El Laberinto

El Laberinto de Remedios

Por Juan C. Valtierra

En Paso de Ánimas, pueblo que se esconde entre barrancas como pecado no confesado, Remedios Cisneros se perdió en el laberinto que llevaba dentro.

No era laberinto de adobe ni de mezquite. Era laberinto de días que se desmoronaban, de nombres que se caían como dientes, de rostros que se borraban como dibujos en la arena.

“Ya no reconoce ni su nombre”, había dicho el doctor que vino de Guadalajara. Remedios lo oyó desde algún rincón de sí misma, como quien oye lluvia en casa ajena.

La enfermedad llegó como llegan los temblores: sin avisar y por abajo. Primero fue una llave extraviada, después un nombre que se escapaba, al final su propia cara en el espejo de la cómoda, mirándola como extraña.

“Tráiganla para acá”, dijeron en el pueblo. “Que se muera donde nació, no donde le conviene a ustedes.”

La instalaron en la casa de adobe donde había nacido setenta años atrás. Casa que ahora tenía cuartos que no existían en su memoria y le faltaban otros que recordaba claros como agua de pozo.

Cada día, Remedios despertaba más perdida.

La casa se había vuelto territorio enemigo. Buscaba la puerta y se topaba con la pared. Buscaba la cocina y aparecía en el corral, entre gallinas que no eran suyas. Llamaba a su madre y respondía su propia voz, cascada y sin dueño.

Pero en el laberinto de su mente que se desbarataba, Remedios encontró algo que el mundo no veía.

Los muertos habían regresado.

Su madre estaba ahí, joven otra vez, moliendo nixtamal en el metate. Su esposo se sentaba en la sombra del corredor, contándole historias que ya había contado pero que sonaban nuevas. Sus hermanos, caídos en la cristiada, jugaban rayuela en el patio imposible de la memoria.

Para el mundo, Remedios se desvanecía como sal en agua.

Para ella, vivía en todas las casas que había habitado, con todas las gentes que había querido, en todos los tiempos a la vez.

Pero todo laberinto tiene su trampa. Los pasillos se estrechaban cada día. Las puertas se cerraban una a una. El círculo de su mundo se encogía como cuero mojado al fuego.

Una mañana de diciembre, cuando el aire cortaba como navaja y olía a muerte de año, Remedios despertó en el último cuarto.

Era pequeño, blanco, sin ventanas. No reconoció las paredes ni la cama ni la mujer que lloraba sentada en una silla.

“Soy Esperanza, su hija”, decía la mujer. Pero Remedios no tenía hijas. Remedios no tenía nada más que ese cuarto que se achicaba.

Quiso salir, pero ya no había puerta.

Quiso gritar, pero ya no recordaba su nombre.

Se sentó a esperar lo que tuviera que llegar.

Esa noche entendió que había llegado al centro del laberinto.

No era lugar. Era momento. El momento en que todos los caminos se acaban y solo queda lo que fuimos de verdad, no lo que creímos ser.

En el centro de su mente desmoronada, Remedios encontró la verdad más triste: que había vivido, que había amado, que había sido amada. Y que nada de eso importaba ya.

Al amanecer la encontraron quieta, con los ojos abiertos viendo algo que no estaba ahí.

En Paso de Ánimas dijeron que había muerto en paz.

Pero Remedios tal vez siga ahí, sentada en ese cuarto que se achica, esperando que alguien venga a buscarla.

Y el viento sigue soplando entre las barrancas, borrando las huellas de quienes caminaron por estos rumbos.

MANUELA CÁMARA

INFERNARIO

El sol caía a plomo con 40 grados sobre los montes secos de Castilla. Durante meses no había llovido, y la tierra resquebrajada pedía agua como un animal sediento, acumulaba escombro no retirado. Los hombres. olvidando las necesidades de la tierra, habían dejado esparcidos vidrios, plásticos, descuido. Fue suficiente una chispa para despertar un monstruo.

El fuego nació pequeño, pero con su lengua tramposa en pocas horas se convirtió en un dragón que avanzaba por las colinas como un tren de llamas.

Martín vio extenderse la tragedia desde lo alto del monte. No era un río sino un laberinto de llamas que crecía en varías direcciones, cercando caminos, devorando sendas y acotando la pequeña aldea donde vivía. Donde sus ojos siempre habían visto montes, ahora se alzaban muros de fuego que cambiaban de forma como corredores infinitos.

Corrió camino abajo hacia la aldea. Cuando llegó sus vecinos también corrían sin rumbo. Unos hacia el norte y encontraban barreras encendidas; otros hacia el sur para encontrarse con llamaradas que saltaban como fauces. El incendio no era lineal, sino un laberinto vivo, con pasadizos de humo y trampas de cenizas que se acercaban a la aldea.

Martín, jadeante, se detuvo. No bastaba con correr. Había que entender. El fuego no era enemigo sino espejo. Les mostraba el abandono de la tierra, la tala sin cuidado, el menosprecio por el cuidado y conservación del campo.

Martín gritó para que lo siguieran, pensando que podrían llegar al manantial y con suerte al pequeño lago. Los jóvenes ayudaban a los mayores a escapar sin más pertenencias que lo puesto. Alcanzaron el manantial y llegaron a la charca cuando el humo aumentaba. Se cubrieron de agua, respiraron a través de su ropa humedecida y esperaron cubiertos de cenizas. Alrededor, el fuego cambiaba de rostro, llegaba la noche y en la oscuridad, llamas y fumarolas delimitaban el tamaño del pequeño lago.

Al amanecer el bosque estaba convertido en ascuas que ardían despacio. Los animales habían huido y yacían calcinados. Todo era un desierto negro.

Un grupo móvil de bomberos consiguió llegar hasta ellos. Les ayudó a salir de allí con destino a un refugio seguro. Los desalojados tuvieron que cruzar a través de su aldea, ahora convertida en una ruina, para llegar al vehículo de evacuación. Algunos no pudieron mantener la entereza al ver lo único que tenían en la vida calcinado, al ver la aldea transformada en un derrumbe de piedras oscuras como si se tratara de paisaje lunar.

—Os hemos alcanzado en cuanto hemos podido —dijo un bombero— las llamas no se enteraban de que les echábamos agua.

—Pero nosotros estábamos prevenidos —dijo Martín justificándose— teníamos un cortafuegos.

—La dimensión del cortafuegos era insuficiente —respondió el bombero— no llegaba a los quinientos metros y ha entrado por abajo. Es la simultaneidad de la tierra seca que no ha sido desbrozada en años, el calor, el viento; un exceso de combustible…

—Y que no podemos pedirle a la tierra frutos si solo le dejamos heridas —añadió Martín—. No podemos esperar que la lluvia venga si no cuidamos el suelo y las raíces. Cada bosque talado, cada río contaminado, cada cortafuegos que no se ha trazado y cuidado, son las puertas de este mismo infierno.

Los aldeanos subieron al auto de evacuación mientras veían cruzar sobre sus cabezas los hidroaviones portando agua. 

Martín fue el último en subir, en abandonar aquel holocausto verde. Ahora había que huir, pero el camino era cuidar. Reforestar donde asolan las cenizas, limpiar los ríos donde hubo venero, sembrar con respeto donde hubo descuido. 

Y escuchó algo distinto en medio del infernario: el crujido quejumbroso de las ramas muertas convertidas en ceniza, el murmullo de la tierra aún caliente, el susurro del viento azuzando los restos ardidos. Sintió palabras verdes naciendo del suelo oscuro. Y el bosque que prometía volver, si aprendemos a cuidarlo.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Me había encerrado en la prisión de mis pensamientos, cual un Prometeo encadenado.

Historias más historias.

Siempre… tratando de justificar errores, ¿quién no lo hace?.

Vivía con grandes resentimientos, aún sabiendo que es un gran error, pues a quien daño es sólo a mi misma, odiaba a todos aquellos que sonreían falsamente, haciendo creer a todos que su vida era perfecta, cuanta hipocresía.

Veo cuan ¡vulnerables! somos ante los embates de la vida, somos tan frágiles, nos derrumbamos ante los desamores, las muertes, odios, guerras, errores, temores; etc.

Vivimos en un labetinto de emociones ininterrumpidas.

Y, sabemos claro que existe otro lado de la vida, entonces… ¿porqué nos enfrascamos en no salir de lo negativo, de todo aquello que lacera nuestras mentes y corazones?

No es fácil,lo sé pero si es posible yo trataré de hacerlo, de quitarme las cadenas mentales, salir de ese laberinto, que tejió sus redes en mi alma y me sumió en la desesperación, en el horror de la obscuridad de la vida.

YOLILLANA RELATOS

Desde pequeña soñaba con poder teletransportarme.

Ahora sé por qué: cada noche viajo hasta un laberinto que solo nosotros conocemos. No está en ningún mapa ni pertenece a nadie más; es un espacio inventado por el deseo, un refugio hecho de pasillos infinitos donde nos perdemos el uno en el otro.

El laberinto me recibe en silencio. Sus muros respiran con la misma ansiedad que yo, aguardando tu llegada. Y ahí estás, esperándome en el corazón de sus pasadizos. Tu mirada es la brújula que me guía, tus brazos, la salida y la entrada al mismo tiempo.

Nos buscamos en sus corredores oscuros, tropezando a veces con la prisa de lo prohibido, encontrándonos siempre en los recovecos donde caben los besos y las caricias. Cada rincón del laberinto es un espejo de nuestra pasión: hay pasillos de ternura, plazas de calma, puertas que se abren a lo inesperado.

Cuando me abrazas, el laberinto entero late con nosotros.

Sus paredes se vuelven líquidas, se doblan, se quiebran, como si estuvieran hechas de nuestro propio deseo.

Y entonces descubro que no hay escapatoria ni la quiero: porque en este lugar secreto no me pierdo, me encuentro.

Al amanecer, el laberinto se desvanece y regreso a mi cama, a mi vida. Pero sé que volverá a construirse cada noche, piedra sobre piedra, susurro tras susurro, mientras tú y yo sigamos deseándonos.

Recuerdo a la niña que decía que quería teletransportarse. No imaginaba que algún día ese poder la llevaría a caminar un laberinto de amor prohibido, de pasiones encendidas y ternuras calladas.

Un laberinto donde perderse, es la única manera de ser libres.

CARMEN BERJANO

No te basta con haberme abandonado en medio de este puto laberinto

Ahora empiezan las pruebas

No es solo encontrar la salida

Es saber comportarme en una situación que de entrada me supera

Y no hay ansiolítico que me entone lo suficiente

Los orfidales hace mucho que no funcionan conmigo

Es mucho caminado juntos

Y ahora no sé dónde estamos

La incertidumbre se quedó a vivir conmigo desde que tú soltaste mi mano.

GAIA ORBE

cual nudo sin fin

un lazo de ocho vueltas

ata la vida

alma del mundo

vence en el laberinto

no se detiene

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6 comentarios en «El laberinto – miniconcurso de relatos»

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