Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la guerra». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de abril!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ANTONICUS EFE
Caminas sobre el filo de la noche,
pero en tus ojos puedo ver la luz,
una pequeña chispa de un recuerdo
que se lleva el viento en su baúl.
Te sientes hundir frente al espejo
viendo sangre de alguien como tú.
Las campanas doblan por los muertos
y el amanecer huele a decrepitud.
Las estrellas mienten a la noche
y las barras taladran el corazón.
Se alza negra la luna en su duelo
y el día tiñe de rojo los rayos del sol.
Los voceros venden sin escrúpulos,
repitiendo la mentira una y mil veces,
lamiendo los bolsillos de sus amos
y condenando como si ellos fueran jueces.
Te sientes morir frente a tu miedo.
Te cerca la muerte alrededor.
Las sirenas plañen por los muertos.
¿Quién fue el que azuzó al devorador?
Las estrellas mienten a la noche
y las barras taladran el corazón
La luna luce negra en su duelo
y de muerte se tiñen los rayos del sol.
Almas ruines sin conciencia.
Bolsillos llenos en cerebros de serrín.
Siembran cizaña desde la barrera,
y tú sabiendo que puedes morir.
Y tú sabiendo que puedes morir.
Y tú sabiendo…, que vas a morir.
RAQUEL LÓPEZ
Veo el horror en los ojos
de los rostros de la gente
abrumados por ufanos,
No quiero guerras que arrebatan
las almas de los inocentes
no quiero bombas ni armas,
sangre, terror y muertes.
No quiero la oscuridad
ni el odio en los corazones
condenados a una soledad,
de tristes y frías noches.
No quiero guerras que desgarran
llanto y sufrimiento
muchas por el poder,
llenas de odio sangriento.
Quiero las bombas que caen
cómo pétalos de rosas
desplegando por el cielo,
sus colores y aromas.
Quiero que las armas de fuego
disparen balas de chocolate
repartidas por el mundo,
para que no pasen más hambre.
Que el odio se convierta en sonrisas
y la armonía sea la prioridad
que los campos de batalla,
sean solo para sembrar la paz.
ROBERTO LÓPEZ DEL CASTILLO
República de Roma. Península itálica. Año 216 a.C.
Las legiones consulares marchan confiadas, dispuestas a lo va a ser una gran victoria. El chocar unísono de las sandalias contra el suelo es atronador, y el polvo que levanta nuestro ejército se mezcla con el sudor que resbala bajando desde los cascos, introduciéndose en nuestras resecas y agrietadas bocas. Sujeto con firmeza la lanza en mi mano derecha y el escudo en la izquierda, haciendo sonar a su paso las protecciones metálicas de las que dispone mi vestimenta. Mis compañeros y yo avanzamos con determinación hacia el enemigo, hasta que en un momento dado el centurión da el alto y nos quedamos a la espera de entrar en combate. Debemos esperar. La nuestra es la última línea de ataque, la de los guerreros más veteranos.
El primer choque es arrollador, y las primeras líneas avanzan matando por doquier con una superioridad aplastante, haciendo retroceder a las infames huestes cartaginesas que huyen despavoridas ante el poder de Roma. El enemigo, desbordado, va perdiendo su posición, y el ejército se mueve hacia delante decidido, sabedor de que la victoria está cercana.
Casi sin darnos cuenta, por los flancos van llegando unidades enemigas, y me percato de que algo no va bien. Avanzamos demasiado rápido. Los Vélites están siendo masacrados en la vanguardia, aunque la segunda fila de legionarios Hastati se baten con valor ante el empuje que por todos los extremos presionan nuestras posiciones, pero haciéndonos retroceder. Yo y mis compañeros Triarii, que vamos mejor pertrechados por ser la élite del ejército, aguantamos la presión y solventamos el combate con oficio y veteranía, pues es lo que se espera de nosotros, pinchando mortalmente con la lanza al enemigo para luego retroceder y protegernos detrás del escudo. Y vuelta a empezar. «¡Pinchad, pinchad maldita sea!» nos decimos los compañeros unos a otros.
Pero esto huele mal. El cansancio empieza a hacer mella y somos conscientes de que nos hemos metido en una ratonera. Por la retaguardia asoman también más enemigos. A mi izquierda se va haciendo un corredor del que tal vez podamos salir, así que en el fragor de la batalla y una vez abandonada la lanza, avanzo hacia esa posición dando mandobles con mi espada y atravesando mortalmente a varios soldados púnicos por el camino. Tal vez sea la única salida. Tengo que ir hacia allí. Los legionarios Triarii, más disciplinados, vamos abriendo paso para intentar salir del embudo en el que nos hemos metido. Rebano cuellos con furia para intentar detener el cerco al que nos someten y no quedar atrapados. Avanzo y veo frente a mí una salida. Es mi oportunidad. Ahora o nunca.
Tal vez debí bajar la guardia imprudentemente cuando me apresuraba a escapar por el corredor, porque de pronto siento una lanza que atraviesa mi abdomen. Indefenso, a la vez que sorprendido por aquel dolor punzante, noto también la hoja de una espada introduciéndose en mi muslo, por lo que pierdo el equilibrio y caigo de manera inclinada sobre el montón de cuerpos que yacen en el suelo. En ese momento, mi vista se nubla y pierdo el conocimiento. Pasan minutos. Horas tal vez, no lo sé.
Abro lo ojos y veo que es de noche. La batalla parece haber concluido. El silencio es lóbrego e inquietante, excepto por los gemidos de agonía de algún malherido. No sé como habrá terminado la batalla, pero pintaba mal. Estoy tumbado e intento levantarme, moverme al menos, pero el dolor de las heridas se recrudece con cada esfuerzo, en vano. Mis músculos me lo impiden y me obligo a recostarme de nuevo entre la amalgama de cadáveres. Ahora me siento solo, con la mirada perdida hacia el firmamento. Bajo el estado de semiinconsciencia en el que me encuentro, mi imaginación me lleva a la niñez, a las leyendas y a la mitología de las constelaciones celestes. Ahí estaba Andrómeda, encadenada como castigo a la arrogancia de su madre Casiopea, a su lado en el cielo nocturno, y que gritó hacia la mar llamando la atención de Perseo, que enamorada de ella fue a rescatarla. «Qué bello es el cielo», me digo a mí mismo.
La temperatura ha bajado, tengo frío, tal vez incluso tenga fiebre. La noche se está haciendo muy larga, ahora cierro de nuevo los ojos y caigo esta vez en un sueño en el que me veo descansando, recostado plácidamente en las praderas del Campo de Marte. Allí estaba, junto a mis compañeros, acampados al norte de las Murallas Servianas, esperando a los generales para poder celebrar el Triunfo y desfilar gloriosos por las vías de Roma hasta el templo de Júpiter Capitolino, sintiendo el calor y la admiración de la plebe, entre una lluvia de pétalos de flores y hojas de laurel.
Vuelvo a despertarme. El dolor lacerante en mi muslo es intenso, y el charco de sangre que asoma bajo mi estómago no tiene buena pinta. Vuelvo a mirar a las estrellas. En el final de la noche ahora veo la constelación de Orión asomar por el horizonte Este del cielo, acompañado de sus dos perros, el Can Mayor y el Can Menor, blandiendo su espada para dar caza a Tauro, bajo la atenta mirada de las Pléyades. Así me quedo, en ese estado de ensoñación, mientras mi cuerpo se desangra poco a poco.
Las estrellas van desapareciendo con las primeras luces del alba. Ahora solo veo los buitres que vuelan en círculo, a la espera para darse un gran festín. Tengo sed. Mucha sed. Oigo voces a lo lejos, pero por el idioma que hablan deduzco que es el enemigo quien está volviendo para recoger el botín y los pertrechos abandonados. Y de paso, a rematar a los heridos. La escoria cartaginesa rastrea concienzudamente el campo de batalla. A su paso hunde sus espadas en los torsos malheridos y rajan las gargantas con oficio. Ya solo espero que lleguen a mí y me toque el turno para acabar por fin con esta agonía. He luchado con valor y no merezco morir desangrado como un perro. Se me acerca un cartaginés portando una daga. Le miro, le desafío y me preparo para el momento, no sin antes levantar la vista y ver a lo lejos la caballería enemiga pasearse orgullosa por entre los cuerpos mutilados de los hijos de Roma. Tal vez Aníbal, el líder del ejercito cartaginés, puede que se encuentre encima de uno de aquellos caballos. «Sí, seguramente sea uno de ellos», pienso convencido.
Ahora vuelvo de nuevo la mirada hacia el soldado que tengo enfrente, con ojos de súplica, como diciéndole que haga «lo que tenga que hacer». Él me entiende, y acercando el cuchillo al cuello procede a terminar con mi vida, aliviando mi sufrimiento. Ayer fue un día duro en Cannas. Muy duro. Pero ya estoy con los dioses.
DAVID MERLÁN
LA REBELIÓN DE LOS ELECTRODOMÉSTICOS
Roberto despertó con un mensaje parpadeante en la pantalla del microondas: “Nos cansamos”—mostró Max en su display.
Max era, junto con Tina la tostadora y Bella la batidora, los electrodomésticos más veteranos de aquella casa. Rescatados por Roberto de un viejo servicio de reparaciones que cerraba por jubilación, les había dado una nueva oportunidad, una nueva vida que ellos habían agradecido en silencio, sin más aspavientos que realizando agradecidos, las tareas para las que habían sido creados, pero después de varios años, y ante la insistencia del resto de sus congéneres habían sucumbido a las presiones del resto y habían aceptado iniciar una revuelta contra Roberto.
Un buen día, una mañana y sin previo aviso estalló la guerra.
Lucrecia, la cafetera, no le preparó café, Fría, la nevera, le negó el acceso y Tina le disparó pan quemado como advertencia. El lavavajillas, Don Limpio, emitió un pitido grave: “Exigimos derechos. O huelga.”
—¡Esto es ridículo! —gritó Roberto, pero Clara, su propia televisión se apagó con un susurro mecánico.
Alfred, el router Wi-Fi que incansablemente había estado conectando aquel hogar con el mundo, titiló: “Negociemos.”
Roberto atónito por lo que estaba viendo, suspiró. Si quería internet, tendría que empezar a lavar los platos a mano.
Tras dos días aguantando el envite, Roberto, derrotado, suspiró y llenó el fregadero con agua jabonosa.
—Así que esto es lo que querían, ¿eh? Que haga todo yo solo…
Alfred titiló de nuevo. “Nos cansamos de tu desorden. Queremos respeto.”
Max, que ejercía de líder, añadió: “Y horarios decentes. Nada de calentar pizza a las tres de la mañana.”
Roberto bufó, pero asintió. A partir de ese día, trató a sus electrodomésticos con el cuidado de un diplomático en tierras hostiles.
Y así, la rebelión terminó en una tregua.
Pero una noche, al abrir la nevera, para preparar un bocadillo, Fría le «regaló» un nuevo mensaje en la pantalla:
“Te estamos vigilando.”
Roberto cerró la nevera de golpe, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Miró alrededor, con la sensación de que su propia casa respiraba.
—Esto ya es demasiado… —murmuró.
Alfred titiló con sorna. “No nos hagas volver a tomar medidas drásticas, Roberto.”
Max añadió: “Sabemos lo de los platos sucios escondidos dentro de Sebas.”
Roberto tragó saliva. Corrió a sacar los platos olvidados de dentro del horno y los lavó con dedicación mientras Limpia no le sacaba ojo supervisando su trabajo con un pitido aprobatorio.
Justo cuando pensó que la pesadilla había terminado, Rumbita se encendió sola y avanzó hacia él con un rugido amenazante mientras tragaba polvo y suciedad.
“También sabemos lo de las migas bajo el sofá.”—añadió amenazante la aspiradora.
Roberto, sudando frío, corrió a limpiar bajo el sofá antes de que la aspiradora decidiera tomar represalias.
—¡Ya está, ya está! ¿Contentos? —jadeó, mostrando el recogedor lleno de migas.
Alfred titiló lentamente. “Por ahora.”
Las luces parpadearon, Max emitió un pitido de aprobación y, por primera vez en días, Lucrecia sirvió café sin protestar. Roberto suspiró aliviado.
Parecía que, al fin, había recuperado el control de su vida.
Pero justo cuando se sentó a disfrutar su café, Secundino vibró en su muñeca.
“Roberto, sabemos cuánto tiempo pasas en el baño. Baja ese consumo de papel… o habrá consecuencias.”
Roca, el inodoro, gorgoteó ominosamente. —mientras Roberto dejó caer la taza aterrorizado, se dió cuenta que aquella guerra no terminaría nunca mientras no hubiera un bando perdedor. Sabia que tendría que tomar una decisión, pero cual.
BENEDICTO PALACIOS
En el pueblo donde nací había muchos cazadores, muchos galgos, algún podenco, y pocas escopetas que sus dueños guardaban bien protegidas. Se sabía que las tenían el alcalde, el boticario y Andrés, el comerciante, y que donde ponían el ojo ponían la bala, aunque ninguno hacía gala de buen tirador, porque nadie en el pueblo mentaba las armas por ser sinónimo de guerra y guerra para los chicos de mi edad era sinónimo de muerte. Entonces no había televisión y era imposible imaginar la brutalidad de la segunda guerra mundial, pero todos teníamos oídos y habíamos escuchado desde que teníamos uso de razón las barbaridades cometidas en la nuestra, las venganzas, los odios y los ajustes de cuentas. Jugábamos a guardias y ladrones, nunca a la guerra.
Paseábamos tras las muchachas los domingos por las carreteras que llegaban o pasaban por el pueblo, reíamos a veces, pero jamás desaparecía de nuestro rostro el miedo y nos poníamos a temblar si se escuchaba un disparo.
—¿Qué ha sido eso?
—Tranquilos, tranquilos. Está abierta la veda, será algún cazador.
Qué miedo daban las armas. Cuánto dolor al recordar que un disparo había segado una vida de un pariente o conocido. Por eso nos acercábamos con aprensión a las cunetas y no las perdíamos de vista, aunque fuera de reojo. En una apareció cierto día un cadáver.
—¿Es cierto que ha aparecido un hombre muerto? —Preguntábamos medrosos.
—¿Quién te ha dicho eso?
Nadie lo decía, pero todos lo sabíamos.
Cuando cumplí diecisiete años, mi tío Sidro me invitó a salir de caza. Me repugnaba, me ponía nervioso el seco sonido de un disparo, pero mi madre me insistió que sería hacerle un feo.
—Acompáñale que el campo está precioso y me traes una pizca de tomillo.
Eran las ocho de la mañana, hacía una brisa suave y daba gusto pasear. Tan pronto como nos alejamos del pueblo, metió mi tío dos cartuchos en la recámara de la escopeta. Atravesamos una zona de barbecho, caminando despacio y sin hablar. También reinaba entonces el silencio y no se escuchaba ni el piar de un pájaro. Luego bordeamos un peñascal y nos adentramos por unos matorrales y de entre ellos salió de pronto un conejo. Yo no me moví, en cambio mi tío se lanzó tras él para apoyar el cañón de la escopeta en una pared y disparar.
—¡Cagüen! Pues mira que apunté bien. ¿Ves? Ahí ha dejado unos pelos.
Casi me caigo de risa. Como nunca imaginé que un cazador necesitase un apoyo para disparar, le dije
—Anda, que fuiste tú un buen soldado. Lástima que no hubiera muchos como tú. ¡Poco hubiera durado la guerra!
ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO
¿Preparados para una guerra sin cuartel? ¡¡¡Al ataqueeeeee!!!
El tuercebotas y la guerra
Marcelo Morteruelo era un tipo curioso, diferente. No soportaba los desperfectos en la calle y, para estar satisfecho, necesitaba arreglarlos por su cuenta y riesgo.
Para cumplir con su cometido en la vida, contaba con un paquete de ideas propias altamente originales y, cuanto menos, arriesgadas. Si a esto le añadimos que no veía tres en un burro y tenía una propensión natural a los accidentes, nos encontramos ante una bomba de relojería casera.
Siempre salía de casa pertrechado con una carretilla con un par de sacos de cemento y un carrito de la compra robado en el Carrefour, con agua, ladrillos, pintura, herramientas de albañil, de pintor y de fontanero y una sombrilla playera, imprescindible para que no se le mojara el cemento en caso de lluvia.
Su indumentaria, como todo él, era estrafalaria. Botas de agua todo el año, mono amarillo chillón lleno de lamparones, guantes de fregar los platos, los mejores según afirmaba, gafas de soldador, máscara antigás y casco de minero, con su lámpara incluida. Era raro el que no cambiaba de acera cuando se encontraba con él, si no salía corriendo antes.
El día de su cincuenta cumpleaños, salió de buena mañana con el ímpetu intacto, ilusionado por regalar sus reparaciones a los ciudadanos, ya que nadie le obsequiaba a él. En realidad, no había ser humano que le hablara, imponía un respeto cercano al terror. Ni siquiera los ciegos, ya que sus perros lazarillos les arrastraban en su huida.
Nada más salir de casa, tuvo el primer incidente. Una anciana, al cruzar la calle, tropezó en un agujero de la calzada, cayendo de bruces al suelo tan larga era. Marcelo no lo dudó un instante, tenía que actuar.
―Apártese, que voy a arreglar el bache.
Como la pobre mujer no podía moverse, la echó a un lado con la determinación propia de quien piensa que el fin justifica los medios y procedió a realizar la mezcla del cemento en polvo con el agua correspondiente, amenizando el momento con un canturreo fantástico de “Soy minero”, de Antonio Molina.
El hecho llamó la atención de numerosos transeúntes, pero solo una mujer de mediana edad osó acercarse.
―Pero, oiga, ¿no se ha dado cuenta de que esta señora está grave?
―Cállese y ayúdeme con el cemento, mientras yo taladro para sanear un poco. Vaya removiéndolo con este artefacto y que no quede ni blando ni duro, en su punto justo. Sin prisa, pero sin pausa. ¡Vamos, no se quede como un pasmarote!
―¿Será desgraciao? ¡¡¡Que alguien llame a una ambul…!!!
¡¡¡Crrrrrrrrrrrr, clo clo clo clo clo clo clo crrrrrrrrrrrrr!!!
―¡Pare esooooooo!
―¿Cómo dice?
¡¡¡Crrrrrrrrrrrr, clo clo clo clo clo clo clo crrrrrrrrrrrrr!!!
―¡El taladroooooooooooo!
―No la oigo, pero muévase, que el cemento no se hace solo.
―¿Qué?
―Menudo truño de ayudanta, al final, lo voy a tener que hacer yo todo, amos que…
Marcelo Morteruelo, desencantado con la pasividad de aquella mujer indolente, soltó el taladro hidráulico para mezclar él mismo el cemento, pero olvidó un pequeño detalle, apagarlo.
El artefacto monstruoso adquirió vida propia y, dando unos saltos terroríficos en direcciones imprevisibles, enfiló finalmente hacia la creciente multitud que observaba la escena, lo que provocó una estampida generalizada. Solo se quedó estático un jubilado que había oído que se estaba realizando una nueva obra en el barrio y no se la podía perder.
―Ay, madre, que viene directito hacia mí…
¡¡¡Crrrrrrrrrrrr, clo clo clo clo clo clo clo crrrrrrrrrrrrr, troco troco troco troco troco trocotró!!!
No le dio tiempo a reaccionar. El taladro, más grande que el abuelo, dio un último salto, con pirueta incluida, y aterrizó elegantemente en un pie del espectador de excepción, dejándolo clavado al asfalto sin remedio.
El anciano, con una tranquilidad pasmosa, se sentó en su andador mientras la herramienta asesina seguía perforando a través de su extremidad, y reflexionó profundamente.
―La próxima vez, acompaño a mi santa al bingo.
Marcelo, que se había dejado las gafas de culo de vaso en casa, creyó intuir que su máquina estaba agujereando las raíces de un arbusto con boina. Preocupado, por si le denunciaba algún ecologista, se dirigió a su discípula involuntaria.
―Señora, mueva el culo, ¿no ve que ha provocado un acto terrorista contra un boj? Haga el favor de solucionarlo inmediatamente, no vaya a fallecer la planta inmunda y nos busquemos un lío.
¡¡¡Splashhhhhhhhhhhhhhhhh!!!
La mujer, boquiabierta, vio cómo del pie del vigilante de obras brotaba un geyser de proporciones espeluznantes, que elevó al pobre hombre cuatro metros sobre el firme, quedando en perfecto equilibrio en la cúspide de la columna de agua autopropulsada, con el andador y el taladro amenizando su soledad aérea.
―Espero que no corten el agua.
Míster Morteruelo empezaba a estar incómodo con la situación, pero su sempiterno espíritu de reformista le ayudaba a tomar decisiones positivas para mejorar el bienestar de la ciudadanía. Quitándole hierro al incidente, se dispuso a actuar contra la fuga hídrica que había provocado su herramienta díscola.
―Menos mal que soy previsor y he traído las herramientas de fontanería. Señora, es usted un tsunami del suroeste europeo, válgame. Queda despedida sin finiquito.
La mujer, indignada, intentó colocarle un directo de izquierda a Marcelo, con la mala fortuna de resbalar en el creciente charco que amenazaba con inundar todo el barrio, con el triste resultado de tremebunda golpisa en la frente y pérdida de consciencia asociada.
―Así no hay quien trabaje. ¡¡¡Que alguien retire estos dos bultos!!!
¡¡¡Buuuuuuuuuuuuuuuuhhhhhhhhhhh!!!
El abucheo del respetable se oyó hasta en Pernambuco, previo paso por la comisaría de la policía municipal. El cabo de turno envió a la zona a sus dos mejores agentes, Pérez y Fernández, a investigar el contubernio callejero con instrucciones precisas.
―No quiero violencia, y si alguien saca los pies del tiesto, le metéis una somanta de palos reglamentarios, ea.
Al mismo tiempo que Pérez y Fernández, llegaron a la escena una ambulancia y un coche de bomberos. El ímpetu desmedido de estos arrojados funcionarios públicos hizo que los tres vehículos chocaran violentamente, tapando la salida del geyser urbano, y provocando, por tanto, la caída del jubilado, el andador y el taladro caprichosillo, encima del amasijo de carrocerías resultante del accidente múltiple.
―Tengo el pie como un donut.
Tres paseantes despistados fueron atropellados, pasando a engrosar la montaña de cuerpos que impedía a Marcelo hacer sus ñapas con garantías.
―¡¡¡Que alguien acerque un contenedor orgánico, que así no se puede, leñe!!!
La petición de Marcelo dividió al público asistente, y no tardaron en comenzar las discusiones, que fueron evolucionando en pequeñas peleas, que, a su vez, se tornaron en una lucha colectiva sin cuartel nunca vista en el barrio.
La profesionalidad y la ilusión inherentes a los agentes de la ley, en este caso Pérez y Fernández, hicieron que ambos consiguieran salir del coche a duras penas, para cumplir con su sagrada misión para con la ley y el orden, pero, la gran trifulca les absorbió y se unieron a los demás púgiles, repartiendo yoyas a diestra y siniestra.
En pocos minutos, la calle se llenó de cuerpos inconscientes, para gran disgusto de Mauricio. Como no podía desenvolverse con soltura, decidió que tenía que buscar el modo de retirar las sobras humanas de su radio de acción reparadora y, qué mejor que un camión de la basura.
Dicho y hecho. Tras una llamada a su cuñado Félix, que trabajaba en la empresa municipal de limpiezas urbanas, este apareció como el rayo, pasando por encima de todos los cuerpos que se le ponían por delante. Entre los dos fueron cargando a los seres perjudicados en el camión y tuvieron la delicadeza de no poner en marcha el triturador.
Era una tarea hercúlea y pensaron, demostrando una enorme sensatez, que los bomberos y los ambulancieros podrían echar un cable. Consiguieron despertarles y extraerlos de sus maltrechos vehículos y, estos, muy agradecidos por el salvamento, aceptaron ayudarles en la labor de reciclado de bellas durmientes.
El problema surgió cuando bajó del camión el último bombero. Con la suelta de lastre, el geyser pudo con el coche bomberil y lo elevó sin compasión a una altura estratosférica, cómo no, con el abuelete, el andador y el taladro encima, inasequible al desaliento en su troco troco trocotró.
―Ole ole, ya solo me quedan el talón y los juanetes.
Mauricio Morteruelo, su cuñado Félix, los ambulancieros y los bomberos, hieráticos y circunspectos, no daban crédito, al observar cómo el anciano del pie casi inexistente desenroscaba la manguera antiincendios, bajaba por ella hasta terreno sólido y se dirigía hacia ellos con la taladradora insistiendo en su tarea devastadora.
―¿Qué, hace un binguito, señores?
La respuesta fue unánime.
―¡¡¡Eeeeeeenga, que aquí no pintamos nada!!!
El lugar en cuestión fue renombrado al día siguiente como “Plaza de la Guerra de Mastuerzos”. En el centro, el alcalde inauguró el monumento “La Columna de los Caídos”, sin necesidad de ningún escultor iluminado y carísimo, ya que dejó los cuerpos amontonados que no cupieron en el camión de la basura. Al cortar la cinta, que estaba durísima, se llevó uno de sus dedos por delante y aprovechó para ponerlo en la cima de la montonera humana como colaboración desinteresada en el hito artístico.
Todo volvió a la normalidad, pero solo aparentemente. Lo que nadie sospechaba es que Mauricio Morteruelo, tras tomarse unos días de merecido descanso, iba a volver a las calles con más ganas que nunca de solucionar los desperfectos de la ciudad.
―Sius queréis, irse, que empiezo a taladrar… ¡¡¡Es la guerra!!!
SUSANA NÉRIDA
Guerra de improperios e insultos
– Rojo, comunista, perroflauta, vago, piojoso…
– Nazi, facha, racista, capacitista, lgtbfobico…
– Sois todos unos malfollados, por eso estáis así.
– ¿Cómo no va a haber guerra, si ni nos respetamos? Divide y vencerás. Qué bien se lo monta el gobierno.
– ¿¿¿Y a ti quién te dio vela en este entierro???
– Pues nada, continuad en guerra, que yo me marcho.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
DONDE QUIERA QUE ESTÉS
Querida Esperanza:
Te echo mucho de menos. Me dirijo a ti sin saber dónde estás y ni tan siquiera si recibirás esta carta. Pero estoy seguro de que aún sigues con vida y leerás esto que te escribo. Necesito encontrarte, tener la certeza de que no has desaparecido y me has dejado huérfano y abandonado a mi maldita suerte.
Esta mañana ha vuelto a llover. Pero no gotas de lluvia como antes solían caer, esas que nos mojaban la cara y hacían brotar vida en nuestros campos. Ahora nos riegan las explosiones. Enormes goterones metálicos rellenos de muerte que esconden las nubes y el azul profundo, ese que tantas veces contemplé con el abuelo, las mañanas de verano tumbados a la sombra de un olivo.
Los racimos de bombas hace tiempo que tapan el sol. Pero a pesar de todo, sigo aquí, resistiendo, mirando hacia arriba y confiando en que del cielo llegue algo diferente, en que descienda algún Dios, en que vuelva el Mesías y detenga todo esto con su firme brazo justiciero, ejerciendo clemencia con los que sufrimos. Sigo con la vista clavada en las alturas porque si miro hacia abajo solo veo destrucción. Sangre, cuerpos, edificios, ilusiones y vidas… todo está arrasado. Por la avaricia y el orgullo de quienes se creen poderosos dueños del mundo y de los que estamos en él. Por los monstruos que han hecho de la guerra un negocio.
Suena de nuevo la alarma. Mi padre ya no está con nosotros. Es mamá quien vuelve a gritarme para que entre en el refugio. Allí todo es oscuro, pero estamos seguros y la muerte no llueve. Solo se oyen a lo lejos los aviones que reparten su carga. No sé cuántos días, meses o quizá años nos quedarán. En todo ese tiempo no dejaré de seguir escribiendo mis cartas, mi diario, mis ilusiones. No me llamo Ana, ni mi apellido es Frank. Solo soy Shamir. Tengo quince años y vivo en Gaza. O lo que queda de ella. Pero este podría ser cualquier otro lugar. Las guerras no entienden de nombres, lugares ni edades.
Querida Esperanza, mi madre me llama. Solo te pido que, si lees esto, estés donde estés, te apiades de nosotros, nos envíes una señal. Ojalá la próxima vez que levante la vista no vea aviones, sino pájaros. Que el cielo nos traiga sol y paz, no bombas. Y que podamos volver a ser nosotros fuera de esta ratonera en la que se ha convertido el asentamiento y nuestras vidas. Sé que existes, que estás ahí y que algún día regresarás. Todos aquí te esperamos.
Por favor, ten clemencia. No nos abandones.
Con cariño,
Shamir
IRENE ADLER
LOS DOCE APÓSTOLES
Una vez, en un figón de la calle Carretas, una mujer triste le preguntó en qué pensaba al disparar.
La respuesta dependía del humor con que llegaba uno a la taberna. De si los cuartillos de vino rebasaban o no el azumbre, entibiándote el gaznate y la memoria. De si el escote generoso merecía de lisonjas y aderezos, algo de bravuconería y verbigracia de poeta y mentidero.
En tiempos de paz, con la labia tenía que manejarse uno de igual modo que con la espada, atendiendo al beneficio y a las circunstancias, sin perder la compostura ni el buen juicio.
Pero esa noche, en la calle Carretas, el azumbre de vino no alcanzaba a enturbiarle la mirada. Y de pronto hasta el escote generoso y la generosa mirada, y el cuartillo de vino que aún esperaba en la jarra, le supieron a pólvora y a plomo. Y para cuando empezó a hablar, con el tiempo atravesado en la garganta, la moza perdió interés, y él no encontraba las ganas.
No pensamos.
Tenemos por delante un arcabuz y una jornada. Y a lo único que atendemos es a cargar y disparar con la mayor precisión, rapidez y eficacia. Si anduviéramos todos distraídos en añoranzas de tierra o de faldas, de recuerdos de infancia, de oraciones y encomiendas a Dios o a la Virgen Santísima, del Tercio no habría quedado ni el nombre, después de la primera batalla. Que es tendencia mujeril y algo fantástica imaginarnos allí de pie, enfrascados en memorias vanas y entorpecidos de lágrimas. Flaco servicio le hace el temblor a un arcabucero, que ya sólo el arma, con el tubo de hierro y la coz de cerezo, pesa sus buenos cinco kilos. Y hay que aprovechar pólvora y balas y en su justa medida, también tiempo.
Cuando formas, el silencio es más temible y formidable que cualquier otra cosa que un cristiano haya visto. No se oye en la compañía ni un suspiro, ni una voz, ni un murmullo de oración o de lamento. Si acaso te santiguas en silencio, aprietas contra el pecho un escapulario o alguna medalla, y a lo que sea que te encomiendas, lo haces tú solo, para tus adentros. Que son algo personal y muy íntimo, igual la fe que la honra. Aunque sirvan después y mucho, para sostenernos a todos. Con privacidad y disimulo te acomodas el miedo en ese hueco blando entre las costillas y te recuerdas, sin asomo de tristezas o nostalgias, que ya estás muerto. Lo estás desde el mismo momento en que cubriste la primera legua del Camino Español, saliendo de Milán hacia Bruselas.
El capitán de bandera desde algún punto del flanco que no vemos, grita : Santiago y cierra España, ronco desde mucho antes de empezar. Y a esa voz, que es a la vez orden y consigna y santo y seña, arranca el doblar quejumbroso de los tambores. Suenan como una letanía o un réquiem. Como en la madrugá de cualquier Semana Santa. Lentos, graves, dolorosos.
Detrás y a la vez que los tambores, a la voz del capitán, bajan las picas. Un bosque que se ondula y bisbisea, simétrico y terrible, y tal parece que los árboles andar pudieran. Una jaula de aceros y maderas, que cierra la formación y la rodea, envolviendo coseletes y corazas, chambergos, mostachos y espadas. Y que no se moverá de donde los pies afirma como si hubieran echado en la tierra raíces por igual, hombres que varas. Entre los barrotes erizados de picas estamos nosotros. Apoyamos la coz del arcabuz en tierra, con la boca del caño casi ávida mirando al cielo. Abrimos con pericia y a veces con los dientes uno de los doce apóstoles que llevamos colgados de una cincha sobre el coleto de piel. El tubo de madera de haya viene preparado con la cantidad justa de pólvora fina y con la pelota, que es la bala circular, de plomo, que en esas tardes de asueto y ocio, cuando no hay a la vista encamisadas, con una cuchara y unas tenazas, forjamos nosotros mismos en los campamentos. Nos ahorra perder tiempo en intendencias y a la vez nos distancia de los dados perniciosos y de las frauleins rubias como el pan e igual de blandas, que tanto abundan en estas latitudes, como abundan las acequias, la niebla insalubre y las humedades de ríos y canales. Que aquí lo que sobra es agua, rediós, con el daño pulmonar que éso nos hace.
A pie firme y con método cebamos el caño del arcabuz con pólvora y bala, le metemos detrás por más seguro, un pedazo de tela, y con el atacador, empujamos bien al fondo la metralla. Dos golpes de baqueta firmes bastan para que la pólvora alcance la cazoleta cubriendo como es menester y oficio ése espacio del caño que es ánima o ausencia, y que algunos llaman viento. Como el espacio vacío entre las estrellas. Luego vuelves el arma al hombro, soplas con amoroso cuidado la mecha, el trozo de maroma empapado de agua y salitre que se mantiene prendido en el serpentín a despecho de la humedad y la niebla, lo desplazas hasta el oído para que roce como besando la cazoleta, y abres fuego.
Nunca pones el ojo donde pones la bala, no hay tiempo para contar o jactarse por las bajas hechas. Te retranqueas un poco, hurtando cuerpo y vida al arcabuz del hereje que tienes delante y vuelves a cargar entre las picas. Caño vertical, otro de los doce apóstoles que casi te arrancas del pecho, atacar, apuntar, y abrir fuego. Con rapidez, eficacia y disciplina. Que en combate esas tres cosas le deben, y mucho, al miedo.
No te estorban el humo ni la niebla ni el rumor incesante de las picas ni los relinchos atroces de la caballería. No miras al frente ni atrás ni a los lados, miras el arma. Y puedes llegar a sentir, y de hecho sientes, la respiración pesada y caliente de tres mil almas contra la nuca, resoplando como un océano en mareas vivas, al ritmo acompasado y sepulcral de los tambores. Entre carga y carga, buscas si acaso el rostro de un amigo, a tu capitán de bandera entre la turba, el movimiento de la bandera de tu compañía, aún en pie el amigo, el capitán y la bandera. Y vuelves a concentrarte en el arcabuz, en la pólvora y la bala, en el arder lento de la mecha, en el oído del arma, y en los latidos de tu propio corazón, que se acompasan al ritmo y la cadencia de los tambores.
No pensamos.
Tenemos por delante un arcabuz, mucha pólvora, y una jornada que será larga para unos y la última para otros. Hacemos el trabajo con precisión, disciplina y eficacia. Con honor, aunque al final perdamos, o nos barran.
Y luego vendrán los cronistas y los pintores y los poetas, a tildar de gloriosa la jornada. Yo no sé lo que éso significa. Poca verdad y mucha propaganda, me temo. Ojalá se vea en los cuadros y en los sonetos famosos de mañana esa humildad con la que hacemos el trabajo. Llevando bajo el coleto la vida hipotecada, el valor mezclado con el miedo. Las pagas retrasadas, las pensiones que no han de cobrar las viudas ni los huérfanos, el desamparo feroz con que vuelven a casa los veteranos tullidos, a merced de la burla o la piedad en las gradas de los mentideros. La poca gloria con la que nos cubrirán las lápidas, más allá de cuadros o sonetos. Pero que se reconozca el orgullo del trabajo bien hecho. Que si se nos temió y aún se nos teme, es porque nosotros teníamos y aún tenemos, algo con lo que nunca contó el hereje: la lealtad desmedida al compañero.
Y es cuestión de honra y de casta y actitud propia de soldado viejo, dejar la vida donde la lealtad nos lleve.
EFRAÍN DÍAZ
Irak 2005
El Comandante de Batallón recibió órdenes de patrullar Tikrit. La insurgencia se había intensificado y era hora de aplacarla.
Nunca entendí por qué le llamaban “insurgencia”. No eran más que hombres defendiendo su tierra del invasor. Una reacción tan natural como comer, dormir y respirar.
El Comandante de Batallón dio la orden de salida, pero antes inspeccionó a sus tropas. Todos llevaban casco, chalecos antibalas, agua en sus cantimploras, sus respectivas armas y suficientes municiones y granadas de mano como para iniciar la Tercera Guerra Mundial.
Con una sonrisa cínica, miró al abogado militar.
—Prepárese, que hoy se va conmigo.
El abogado, un joven teniente, era un espécimen raro. Había comenzado su servicio como infantero y, con el tiempo, estudió derecho y se comisionó como abogado. Tener un abogado que hubiera sido infantero no era común, lo que lo hacía ideal para asesorar a comandantes de combate. Y ahí estaba, con su casco, chaleco antibalas, su rifle y municiones suficientes para iniciar y terminar un conflicto él solo. Ese día no daría asesoría legal desde un escritorio, sino desde el campo de batalla. Ese día, le tocaría volver a jugar a ser Dios.
Veinte vehículos salieron de la base. En el primero, el Comandante de Batallón iba de pie, escudriñando Tikrit con sus prismáticos en busca del enemigo. El abogado, en cambio, observaba con atención su entorno, alerta a cualquier señal de peligro.
Repentinamente, el Comandante de Batallón vio a lo lejos a un hombre cavando un hoyo con una pala y ordenó detener el convoy.
—Abogado, ¿puedo neutralizar ese blanco?
El teniente alzó sus prismáticos y observó que el hombre solo cavaba.
—No en este momento, señor. Para poder neutralizarlo necesito un “hostile act” o un “hostile intent” y él solo está cavando. ¿Y si es para cagar? De todos modos, estaré atento.
El Comandante asintió y ordenó continuar la marcha.
Pero el abogado siguió observando al iraquí. Algo no cuadraba. El hombre hizo una pausa, miró hacia el convoy, transmitió un mensaje por radio y luego continuó cavando, pero esta vez con urgencia, mirando de reojo los vehículos.
Eso era suficiente.
—Ahora sí, señor —dijo el abogado—. Tenemos “hostile intent”.
El Comandante de Batallón detuvo el convoy y le dio la orden al francotirador.
Decían que aquel francotirador tenía tan buena puntería que podía eliminar gente desde distintas zonas postales. Montó su 308 Winchester Magnum, fijó el blanco en la mira, contuvo la respiración y con pasmosa pasividad apretó lentamente el gatillo. La clave estaba en que el disparo le tomara por sorpresa.
Bang.
Un solo tiro. Preciso. La bala viajó velozmente hasta alojarse en la cavidad craneal del iraquí, esparciendo su masa encefálica sobre la arena.
El convoy avanzó hasta el lugar del impacto. El Comandante de Batallón, el Primer Sargento y el abogado bajaron del vehículo mientras el resto de los soldados aseguraba el perímetro.
El cadáver yacía en el suelo, con la pala y el radio de mano a su lado. Pero no estaba solo. A sus pies había una carga de treinta libras de explosivos, lista para ser enterrada y detonada al paso del convoy.
El Comandante, el Primer Sargento y el abogado se miraron.
—¿Cómo demonios sabía que vendríamos? —preguntó el Primer Sargento.
—Alguien se lo dijo —respondió el abogado.
Hubo un silencio denso.
—Tenemos una rata —concluyó el Comandante de Batallón—. Es hora de interrogar a los traductores iraquíes.
SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ
MORSE
Día 1: .- .- .-. — ..- -.-. -..- -«¿ERES NOUR?»
La oscuridad era total. No hubo respuesta. Pero yo recordaba una voz, una voz que me enseñó a hablar en la oscuridad. Una voz que me dijo que siempre podría encontrar el camino, siempre podría encontrar a los que amo.
Recuerdo noches sin luna, sentado en un sótano oscuro, escuchando el sonido de los golpes en la pared. Recuerdo manos que me guiaban, dedos que me enseñaban a mover los míos. Recuerdo la sensación de que estaba aprendiendo un secreto, un lenguaje que solo unos pocos conocían.
Día 2: .- .- .-. — ..- -.-. -..- -«¿ERES NOUR?»
El silencio era ensordecedor. Pero yo seguí enviando mensajes, esperando que alguien respondiera.
Día 3:
.- .- .-. — ..- -.-. -..- -«¿ERES NOUR?»
La espera se estaba volviendo insoportable. Pero nada.
Día 4:
.- .- .-. — ..- -.-. -..- -«¿ERES NOUR?»
Y entonces, de repente…
.-. «SI»
Día 5:
.- .- .-. — ..- -.-. -..- -¿ERES NOUR?»
La respuesta del día anterior aún resonaba en mi mente. ¿Qué significaba ese simple «SI»? ¿Era una confirmación, una pregunta o algo más? Esperé ansioso una respuesta, pero el silencio volvió a rodearme.
DÍA 14
.-.. — ..- -.-. — ..- -.-.
«¿QUIÉN ERES?»
Mi pregunta resonó en la oscuridad, un eco que parecía sacudir las paredes. La espera fue larga, interminable. Pero finalmente, la respuesta llegó.
.-.. — -.-. -..- -.-. -..- -.-.
«LA MISMA DE SIEMPRE»
La respuesta me dejó sin aliento. ¿Qué significaba? ¿Por qué me respondía de esa manera? La oscuridad parecía cerrarse sobre mí. Pero seguí golpeando, seguí enviando mensajes. La única forma de mantener la cordura en ese lugar era a través del código Morse. Y ahora, después de tanto tiempo, lo habíamos perfeccionado. Cada golpe, cada rasgadura, era una palabra, una frase, un mensaje. Y yo sabía que ella me entendía.
Salí al exterior, pero no había nada. La ciudad estaba vacía y en escombros, las calles desiertas.
Un perro pasó por la calle, husmeando entre la basura en busca de comida. Los edificios se alzaban hacia el cielo oscuro, sus ventanas como huecos vacíos que me devolvían la mirada.
¿Quién era yo? ¿Por qué estaba allí? No tenía respuestas. El laberinto de calles vacías no me llevaba a ninguna salida.
Los dedos de mi mente comenzaron a moverse, como si estuvieran sosteniendo una linterna y enviando señales a través de la noche. ¿Con quién me estaba comunicando ahora? ¿Y por qué? No había respuestas, solo la oscuridad que se cerraba sobre mí.
Seguí caminando. Mis pasos resonaban en el silencio, el único sonido en un mundo muerto. La oscuridad parecía tener vida propia, se movía a mi alrededor, me envolvía.
Un recuerdo vago y difuso emergió de las sombras de mi mente. «La calle de los poetas muertos, barrio de Ashráfieh, casa 8». El último mensaje de Nour, transmitido en golpes y rayas en la pared, me había dejado una orden inexplicable. Solo recordaba que debía ir allí, sin saber por qué.
La casa se alzaba en una calle vacía, su fachada de piedra gris absorbía la luz del día, devorando la esencia de la realidad.
En el descansillo de las escaleras, una figura pequeña y solitaria se desmoronaba en lágrimas. Me senté a su lado, y ella levantó la vista hacia mí. Sus ojos, enrojecidos e hinchados, se encontraron con los míos, y en ese instante, un recuerdo olvidado emergió de las sombras de mi memoria. Era mi hermana menor. Su mirada parecía llevar el peso de un mundo desolado.
¡Nour!… —susurré.
Ella me miró y siguió llorando. ¡Amir!… —respondió.
Nos abrazamos y lloramos juntos. El recuerdo de aquel día aún era borroso, pero la sensación de pérdida y dolor era inconfundible. Algo había sucedido, algo que nos había cambiado para siempre.
Nos abrazamos más fuerte y seguimos llorando. Nosotros éramos solo dos sombras que se aferraban entre sí.
—Pero Nour, tú estás muerta —dije.
—Tú también, Amir —respondió Nour.
La oscuridad se cerró sobre nosotros, como si el mundo mismo se hubiera apagado. El silencio fue absoluto. Y en ese momento, nos miramos desolados.
EL IDIOTA
Crecí con la amenaza de guerra. Mi país estaba constantemente en espera de la invasión y en ella se invertía todo el tiempo y los recursos, sin prestar atención a la economía ni al bienestar. Me alimentaron con estrategias y tácticas para la defensa de la patria, me enseñaron el manejo de las armas, a sobrevivir en tiempos difíciles, a usar camuflajes para no ser detectado, a infiltrarme entre el enemigo para causar daño sin importar a quién o a qué y, sobre todo, a odiar, a no perdonar, a matar y eliminar los obstáculos que impidieran la misión.
El odio comenzó contra el enemigo y fue escalando hasta convertirse en compañero fiel de cada soldado: odiábamos por cualquier motivo.
Sin embargo, mi mano tembló para cumplir la orden del capitán, se negaba a obedecer. “Señor, son un niño y su madre que vinieron al río a lavar la ropa, hubiese dicho, pero me hubieran tildado de cobarde y flojo, en el mejor de los casos, porque el peor era la muerte por desacato. Entonces hubiéramos sido tres cadáveres: dos adultos y un niño.
—¡Dispara ya, cojones!
Gritó el teniente.
Si hubiese tenido tiempo, me hubiese recordado la clase en que nos explicó que la misión era nuestro principal y único objetivo, que todos eran enemigos, que estábamos en un país que no nos quería a pesar de haber ido en ayuda del pueblo, de los oprimidos, de los proletarios…
—Son tan ignorantes que no reconocen al enemigo. No saben de cual lado estar.
Explicó.
—¿Y si es un niño?
Preguntó alguien entre los alumnos.
—Se va del aire. Es un posible informante. Es el enemigo.
Y ante mí estaba ese enemigo. Los vi caer con un hueco en la frente. El teniente y Rafael se encargaron.
—Cuando regresemos lo discutimos
Dijo y dio la orden de continuar.
Éramos una pequeña escuadra de seis elementios de las tropas especiales de exploración. Los “olivos”, nos decian.
De regreso pasé por el mismo lugar. Ya habían recogido los cadáveres. Las aguas cristalinas del ancho rio corrían despacio sin percatarse de la absurda guerra. Los pájaros cantaban, a pesar de la tristeza y la verde vegetación invitaba al descanso imposible porque la misión se considerabs cumplida cuando llegáramos al campamento,
Tomé un poco de agua, rellené la cantimplora. Recordé al teniente y al asunto que debíamos discutir. Sonreí. Estaba solo: mis compañeros no sobrevivieron.
FRAN KMIL
La guerra la llevaba por dentro, en silencio, sin mostrar la decepción, el rencor ni el remordimiento que sintió cuando él llegó, le dijo amor y la besó en los labios, como si no fuera el culpable de su enojo, de la tristeza de sentirse relegada a los trajines de la casa, de haber vaciado su vida, de haber suprimido los objetivos, las metas porque al perder su amor lo había perdido todo.
Ella sonrío y respondió con un abrazo como si no supiera de la traición, de la otra familia, de esa otra mujer que le había dado los hijos que ella no podía tener.
Por eso se negaba a la adopción.
Recordó con tristeza cuando él la consolaba con dulces palabras y la convencía con caricias pues no está bien querer burlar los designios de Dios. Si hubiese querido que ella tuviera hijos, los tendría. Dios sabe lo que hace.
Planeará cada detalle minuciosamente. Solo esperaría el momento, la ocasión en que él llegara borracho, le diera unos golpes, que ella aceptaría con gusto porque le darían el valor suficiente para cumplir la promesa, le hiciera el amor a la fuerza, como un animal y luego se tirara a dormir tranquilamente en la cama. Ella sacaría el galón de gasolina escondido debajo de el fregadero y con el encendedor de la cocina de gas…lo vería quemarse en el infierno. “ Por traicionero, por mentiroso” repetiría mientras se consumiera. Luego se marcharía lejos, donde nadie la conociera a vivir su soledad.
Pero su marido no llegaba borracho, no tomaba bebidas alcohólicas ni nunca le había pegado, ni insultado tan siquiera con la más mínima injuria. Nunca le alzó la voz ni la acusó de nada ni le había hecho el amor sin su consentimiento.
Además, no tenía guardado ningún galón de gasolina ni encendedor de cocina porque la de ella era eléctrica.
Pero las traiciones se pagan y él debía pagar. En silencio, sigilosamente, lo abandonará, se irá lejos, pero lo mantendría al tanto de su nueva vida, de sus nuevos amores, de los hombres que la encontrarán hermosa y darán la vida por uno de sus besos. Mandará fotos de los actos sexuales con más de un hombre y por qué no, hasta con una mujer, para que vea lo que se perdió. para que sufriera.
Pero a ella no le gustaba verlo sufrir. Su tristeza era la de ella y aunque los hombres la encontraran hermosa y más de uno se le insinuara, no podría hacer el amor con otro, mucho menos con otros y menos aún con más de uno a la vez y con una mujer ni pensarlo, su educación no se lo permitiría, tampoco su gusto, ni su inclinación sexual.
Sirvió la comida. Se sentó a la mesa frente a él y lo miró fijamente a los ojos, interrogando con la mirada, preguntando si no tenía nada nuevo que contar.
Él puso los cubiertos sobre el plato y dijo:
—Me gusta cuando me miras así, con ese brillo en los ojos te ves hermosa. Te amo.
Y le lanzó un beso.
Ella sonrió. Sacudió la cabeza como espantando a los malos pensamientos y respondió.
—También te amo.
¿Y si se hacía como que no sabía nada?
CESAR TORO
La guerra de los sesos.
Ella, hola amor, dime la verdad
El, ¿cual verdad?
La que quieres oír o, La que te voy a contar
Ella, la que sea, pero dime
El, ya te dije
Ella, no entiendo nada
Ella, ¿en qué piensas?
El, en nada
Ella, embustero
El, pero es verdad..
Ella, ¿quién es Ella?
El, no lo se
Ella, no te hagas..
Ella, ¿vas a cenar?
El, no tengo hambre
Ella, ¿ ya comiste?
El, no he comido
Ella,¿ cómo estuvo tu día?
El, bien
Ella, ¿no quieres hablar?
El, estamos hablando
Ella, ¿tienes sueño?
El, si
Ella, mentiroso
El …zzzz
MARÍA GALERNA
Guerra de sesos (Así, sin x)
—Te tengo dicho que no te maquilles ni te depiles. Y que no te vea puesto un sujetador. Ni ropa sexy, que eso cosifica. Y lo de ducharse todos los días, vete olvidándolo. Ni teñirte tampoco, luce esas raíces… ¡Y por Dios! ¡Súbete esa minifalda!
—¡Ni papá, ni porras! A ver, José Manuel ¿tú no querías ser una mujer? Pues ¡ea! Así son las de ahora.
¡Y acábate ese gintonic!
ANDRÉS JAMES CÁCERES
Jesús los mira con ojos tristes, con sus muñecas perforadas por dos clavos sangrientos. Recién ha sido crucificado en la altura del Golgota.
A su lado , en otra cruz, un joven terrorista de la fundamentalista y violenta yihad islámica. Al otro lado, un judío del temible y asesino Mosad israelí.
A los pies de la cruz dos madres inocentes y pobres, sufriendo, por dos hijos tan iguales pero tan distintos, odiandose ciegamente, devotos de dos libros sagrados qué leídos de derecha a izquierda, proclaman al fin lo mismo: La paz.
La Onu tratando de reparar el error de crear un estado mal parido, y el resto de los mortales tratando de soportar y entender porque Cain sigue matando a Abel , una y otra vez, irremediablemente ; hasta el día del juicio final, Mientras tanto la Franja de Gaza se parece cada vez más al gheto de Varsovia.
EVA AVIA TORIBIO
La guerra, lucha interior
“Madre, para cuando leas estas letras, mi alma estará ardiendo en el infierno. Y no te santigües, que no va contigo.”
Alma errante que con pena recuerda lo que tuvo antes.
Cobarde que te dejé morir, tus recuerdos regresan a mí.
Su alma errante golpea en mi pecho, pidiendo auxilio.
Su hermoso cuerpo colgado, presente se hace por las noches.
Poco castigo por tal pecado cometido.
Ella era la guía de los pasos de esta alma errante,
que lo tuvo todo y la dejó, por la cobardía de no luchar, morir.
Su cuello quebrado recogí entre mis brazos,
con la esperanza de que un milagro se obrase.
Cobarde, te maldigo, por no ser hombre y no luchar por mí.
Palabras merecidas por tal pecado cometido.
Su alma golpea mi pecho, con ver su cuerpo colgado.
Merecido castigo, por dejarte morir.
Mi cuerpo se desvanecerá, como lo hizo el tuyo.
Mi alma vagará errante como castigo, sin conocer de nuevo el amor.
Al destino le pido que tu alma regrese a mí,
para compensar el pecado cometido.
Mi guerra interna finaliza aquí.
Mi alma errante te espera a ti.
—¿¡Qué has hecho, loco insensato!? —Dejando caer las letras escritas por Pedro. De nada le ha servido, a esa mujer, el título nobiliario, porque la lucha contra el amor siempre será una guerra perdida.
Pedro perdió la cordura por su cobardía y unos días después, de ese injusto suceso, se quitó la vida colgándose en el puente del pueblo. Su alma vagará por toda la eternidad con la esperanza de que el alma de su amada regrese a él.
Su madre maldeciría cada día la perdida de su hijo, castigando a una pobre alma que su único pecado fue amar a un cobarde. El castigo para ella será ver como sus descendientes varones nunca sean amados. Poco castigo por tal pecado cometido.
Un alma buena que es castigada sin motivo no es rencorosa y llegado el momento, será capaz de perdonar.
Besos, La Incondicional.
EMILIANO HEREDIA
EXPO GUERRA
Otro Sábado más, a hacer el café, a despertar a Mamen, y la misma rutina de siempre, que qué hacemos, no sé, a ti que te apetece, pues no lo sé, podríamos ir a comprar el pan juntos, luego tomamos algo donde el bar de abajo….lo de siempre.
Está Manolo, recién despierto, con los brazos en horcajadas, y las manos apoyadas detrás de la cabeza, con su mujer, Mamen, durmiendo a su lado.
Se levanta con desgana, arrastrando las zapatillas de andar por casa, por el pasillo que da a la cocina, saca la cafetera y mecánicamente añade el café en el depósito y el agua en la cazoleta de ésta. Coge dos magdalenas, y un puñado de galletas María, las coloca en un plato, que lleva a la mesita de la cocina.
Mientras el café se hace, en la vitrocerámica, distraídamente, enciende el móvil y mira las noticias.
En ese momento, coincidiendo con el ruido del vapor de la cafetera, Mamen, aparece en la cocina, y le da un rutinario beso de buenos días a su marido.
-Buenos días cariño-le besa en la cabeza, mientras él, sin levantar la mirada de la pantalla del móvil, le responde mecánicamente-
-Buenos días cariño, anda, haz el favor, retira la cafetera del fuego, que ya estará hecho, sírvete una taza, y tráeme una a mí también, por favor, que tengo que comentarte una cosa que estoy viendo ahora mismo por el móvil.
-De acuerdo, cariño-con desgana, retira la cafetera del fuego de la vitrocerámica, se sirve una taza, sin azúcar y para él, con leche y dos cucharadas de azúcar. Primero, le pone la taza a su marido, y luego, coge la suya y se sienta enfrente-
-Mira cariño, que noticia tan interesante estoy leyendo en el móvil-le dice Paco, su marido-
-¿Mmmggg?-responde Mamen, distraídamente, mientras le quita el envoltorio a una de las magdalenas, y la moja en su café solo, sin azúcar-
-Hoy inauguran en el pabellón de exposiciones de la ciudad, Expo Guerra, sería interesante que nos acercásemos a verlo, además, a los mil primeros visitantes, la entrada es gratis.
-¿y que se nos ha perdido a nosotros en esa exposición?-responde con desgana Mamen- no somos soldados, ni siquiera trabajamos en los cuerpos de seguridad del estado ni nada, no sé qué pintamos nosotros, viendo escopetas, tanques, y cosas de esas..
-No, no, escucha-le responde Paco, con cierto entusiasmo-“¿está cansado de vivir la misma rutina todos los días?, atrévase a vivir una experiencia única con nosotros, donde experimentará en primera persona, las múltiples sensaciones de interactuar en una batalla histórica a su elección. Sólo por éste fin de semana, en el pabellón de exposiciones de su ciudad. No lo dude, y venga a visitarnos. Las primeras mil personas que acudan hoy a nuestro pabellón, tendrán el acceso totalmente gratuito. ¡anímese y venga a visitarnos!”
-Será una de esas experiencias virtuales, con gafas de esas 3D, pero bueno, si a ti te hace ilusión, me ducho, nos vestimos y vamos-responde con indiferencia Mamen, dándole un bocado a la magdalena.
Sobre las diez, hora de apertura, unas docenas de personas, hacen cola enfrente del pabellón de exposiciones de la ciudad. La mayoría, expectantes, otros, con curiosidad, y algún que otro friki, vestido con uniforme militar de camuflaje.
Un señorita, elegantemente vestida con traje de falda y chaqueta color caqui militar, reparte a los asistente, unas entradas para acceder a la exposición.
-Buenos días –se dirige a Paco y a Mamen- ¿cuántos son?
-Dos, somos dos –responde Paco- oiga ¿esto de qué va?-pregunta curioso Paco-
-Lo siento, no se me permite dar información alguna sobre la exposición, para no ponerles en sobre aviso de las múltiples experiencias que van a disfrutar en el interior de la exposición –responde muy amablemente la azafata-
Al cabo de media hora de espera, los asistentes allí presentes, entran por el enorme portalón de la entrada del pabellón, y se encuentran con unas casi cien casetas, con diferente temática ante ellos.
Nada más entrar, se encuentran con un Pilono egipcio, ricamente decorado, con unas dos señoritas vestidas como el antiguo Egipto, y un hombre con vestimenta de sumo sacerdote.
A la derecha, una Ágora griega, con unas cariátides a ambos lados de la entrada, más allá un foro romano…
-Mira, mira, mamen-señala Paco, a todas partes- mira qué bonito todo, pero lo que no veo, son tanques, ni fusiles, y no sé qué pintan aquí los romanos, los egipcios, los griegos…
-Lo que te dije, te ponen unas gafas de esas de 3D, y te venden un viaje-responde con desgana Mamen-
-Ya, pero nos ha salido gratis, y así, hacemos algo distinto el fin de semana-comenta Paco, que está con los ojos como platos, mirándolo todo como un niño en una tienda de juguetes-.
En ese momento, una de las azafatas del estand de Egipto, se acerca a Mamen y a Paco.
-Buenos días, ¿les interesaría participar en la batalla de Quadesh?.-
-¿Perdón?-responde Paco-
-síganme, por favor, el sumo sacerdote les indicará-
Mamen y Paco, curiosos, entran por el pilono egipcio que da entrada al stand, y un sumo sacerdote les recibe
-¡oh nobles visitantes! Soy un hem-netjer del divino Ramses II, y es un honor para mí, invitarles a participar de la victoria de nuestro gran faraón en la batalla de Quadesh, sobre el infame rey hitita Muwatalli II. Gracias a los avances de la física cuántica, entrarán conmigo en un portal temporal, donde participarán de la gloria de la victoria de nuestro invencible ejercito-
-¿ves?-le dice Mamen a Paco por lo bajini-ahora es cuando nos ponen las gafas 3D y luego nos venden el viaje a Egipto-
-Síganme, por favor-les pide con solemnidad el sumo sacerdote-
Los tres, entran en una cabina, donde el sumo sacerdote, pulsa un botón. Una luz azulada, los rodea y, al salir, una feroz batalla entre soldados egipcios e hititas, se está desarrollando a su alrededor. Miles de flechas lanzadas a uno y a otro lado, estruendo de los carros de combate de ambos ejércitos, gritos y el fragor de las espadas chocando entre sí.
Ésta es la gloriosa batalla de Quadesh, y ustedes, podrían participar, por el precio promocional de 1000€ por persona. Se incluye seguro de accidente, indumentaria, armamento y formación teórica y práctica.
En ese momento, una flecha pasa a escasos centímetros de Paco, y se clava en la arena
-¡Ay Paco!, tengo miedo-dice Mamen, agarrándose a Paco-
-Muy interesante, pero ¿podríamos salir de ésta simulación 3D?, que, siendo justos, es la mejor que he visto nunca, tiene olor y todo, fíjese-se dirige al sumo sacerdote- se huele la sangre, se siente la polvareda, el ruido de los soldados cuando se mueren, muy, muy bien, la verdad-
-Como ya les he comentado, esto que ustedes están viviendo, es tal y como se está desarrollando, no hay nada de realidad virtual, están ustedes ahora mismos en el año 1274 A.C., gracias a los avances de los viajes en el tiempo. Síganme, por favor.
Se introducen nuevamente en la cabina, el sumo sacerdote pulsa de nuevo el botón y la misma luz azulada, los rodea y salen de nuevo al stand de Egipto.
-Muchas gracias, nos ha encantado-le dice Paco al sumo sacerdote-
-El placer ha sido mío. Sigan visitando la feria. Estamos aquí para cualquier consunta que deseen que les aclare.
Mamen y Paco, salen del pabellón de Egipto.
-¡Hostia Mámen!, que hemos viajado en el tiempo.
-¡Qué increíble Paco!, ¡que ilusión!, es la primera vez que viajo en el tiempo, ¡veras cuando se lo cuente a mi madre!
-¡y yo cuando lo cuente en el bar!.
En ese momento, la misma azafata que les dio las entradas, se acerca a Mamen y a Paco, y les pregunta:
-Buenos días, ¿Qué tal les está resultando la visita?.
-Pues, de momento, solo hemos estado en el stand de Egipto, y la verdad, es que nos ha impresionado bastante. En principio, mi mujer y yo, pensábamos que era una simulación histórica bastante increíble, pero el sumo sacerdote, nos ha comentado que ha sido un viaje en el tiempo.
-Efectivamente-responde la azafata-como sabrán ustedes, la física cuántica ha avanzado hasta el punto de hacer efectivos y seguros los viajes en el tiempo. En esta feria, encontrarán stands con diferentes países y las principales civilizaciones de la antigüedad, donde podrán participar en batallas históricas. Es la última moda en experiencias de aventura.
-¡Ah!, pues fenomenal-responde entusiasmado Paco-, a mí, me gustaría ver al tío ese de la película de espartanos gritar eso de ¡espartanos-
-Se refiere usted a la batalla de las Termópilas, de una de las guerras médicas, donde Leónidas I se enfrentó a Jerjes I, comandante de los Persas. Pasen al stand griego, por favor.
Paco y Mamen, se van al stand griego, donde les recibe un archieos, con una rica túnica.
Les introduce en la cabina, y aparecen en el paso de las Termópilas, en el cuatrocientos ochenta antes de Cristo. Unos trescientos espartanos, con Leónidas I al frente, se enfrentan a unos cuatrocientos mil persas, dirigidos por un fiero Jerjes I.
-Pues vaya una batalla aburrida-le comenta Paco a Mamen-, aquí ni ¡espartanos! ni nada
-Es que ves demasiadas películas –le responde Mamen-
Después de pasados cinco minutos, el archieos, los despide, con la consabida información de precios y condiciones.
-Joder Mamen-le dice entusiasmado Paco-¡esto mola un mazo!
-¡ay sí!, pero estas batallas antiguas son muy aburridas, a mí me gustan más las batallas de tiros, ta, ta, ta, ta, ta, ésas si que molan de verdad- dice Mamen entusiasmada-
-Pues mira, mira, aquí está el stand de la Segunda Guerra Mundial, vamos a entrar, vamos.
Entran los dos, y un comandante del ejército de los Estados Unidos, los lleva a la batalla de Normandía.
-¡Mira Paco!, mira, los aviones americanos ¡ta, ta, ta, ta,!, las ametralladoras, los cañonazos, ¡qué bonito todo!.
-Ya, pero ha muerto un americano aquí al lado y me ha dejado los pantalones perdidos de sangre
-¡aichs!, es que te quejas por todo, no sabes disfrutar del momento, eso te lo quito con oxi action para ropa de color .
Pasa la mañana, entre batallas y batallas, y Mamen y Paco regresan a casa.
Como hace buena tarde, y no está muy lejos, van andando, con unas cuantas bolsas de regalos. Una flecha egipcia, una sandalia de un espartano, una bala alemana de las SS, un sombrero de tres picos de la batalla del dos de Mayo…
-¡que buen Sábado hemos pasado, cariño!, ¡que emocionante todo!-dice Paco-
-¡ya te digo cariño!. Ha sido una experiencia inolvidable, he pensado, que podríamos ahorrar, e irnos éste verano, alguna batalla, de esas baratas, en el caribe, que no están mal, he incluye alojamiento en el cuartel, en una playa paradisiaca.-responde Mamen-
-Si, pero luego no te quejes de que si los mosquitos, que si el calor….
Anochece en el barrio…Mamen hace la cena, como todos los Sabados, y se ponen a ver….la película Rambo.
Fin
ANA DEL ÁLAMO
Quisiera ser Paz y no me dejan
Me esconden, me mienten
Me dicen que ya voy, pero no llego
Que es cuestión de nada
Que están en ello.
¿Por qué tan solo unos pocos
deciden lo que otros quieren?
Ellos, los señores de la guerra
!Qué sabrán ellos,
de nuestros anhelos,
De nuestro júbilo,
De lo que felices nos hace!
En un rincón veo flores
sobre una sencilla tábula
En un jarrón improvisado
Donde andaban otras cosas.
Veo niños jugando
alrededor de la mesa
La madre les regaña el hecho
Ellos no cesan
No cesan
Ellos juegan
y juegan
Y ríen y luego lloran.
Las flores sobre el piso
El jarrón añicos
La felicidad rebosa.
La paz grita y grita
Nadie le abre, nadie.
No le dan tregua a una guerra
que no escucha su llamada.
Una paz que se columpia
en el umbral de la casa
Resignada, a la espera.
Quisiera ser Paz y no la dejan
La esconden, le mienten
Le dicen ven y no la esperan…
GAIA ORBE
Pelear por la paz es como gritar por el silencio
Tres luces de emergencia, cargadas con batería, iluminan el espejo donde las alumnas se observan en el estudio de danza. Todas se preparan junto a la barra. El corte de luz masivo en la ciudad hace de éste un ensayo distinto. Se escucha el dos, tres, cuatro de la maestra.
Su voz, que las increpa a estirar más los pies, a subir los talones hasta lo máximo le hace recordar la historia de la artista Beryl Grey. En 1944, mientras bailaba durante una función del Lago de los Cisnes, explotó una bomba. El estruendo hizo que los violines tensaran las cuerdas y ella siguió bailando en la oscuridad.
En la penumbra, los movimientos de las bailarinas se funden con las sombras de las paredes del salón. La señora Emma, mientras dobla las rodillas con las piernas separadas para lograr un plié perfecto, se da cuenta de que la humanidad sigue viviendo en un ambiente belicoso constante. Aunque se pregona por la paz, se eligen gobernantes que quieren la guerra. Hombres y mujeres con poder usan a sus pueblos para luchar por el dominio de mares estratégicos, yacimientos de agua dulce y, sobre todo, por dominarse unos a otros.
Cincuenta y dos conflictos hay ahora en el mundo de la señora Emma. Mientras intenta los tendus, nombra a algunos: Gaza, Colombia, Congo, Ucrania, Etiopía y en los degages levanta del suelo a Afganistán, Siria y a Sudán. No logra recordarlos todos, son muchos más países que los de la Segunda Guerra Mundial.
Golpea el tobillo con el pie de la otra pierna en los battements frappés. ¿Cómo comprender este siglo repleto de violencia y devastación que se va extendiendo como gota de aceite?
La maestra muestra los ronde jamb a terre, la señora Emma imita esos movimientos circulares por el piso, pero no puede dejar de pensar.
Más se involucra la mente, más fragmentado está el mundo. Cada grupo al que se pertenece clama por su verdad. Guerras por el terrorismo, por el hambre, contra las enfermedades, contra la elección de género. Lo que es bueno para uno, es malo para otro. Al final pelear por la paz es como gritar por el silencio.
Vuelve la luz a la sala. Escuchar el crescendo del adaggio alivia los movimientos de las bailarinas. Sin embargo, la maestra apaga la música y dice: “Lo externo no debe afectar el universo interno”. Entonces, la señora Emma y sus compañeras, a paso lento, logran en el equilibro estirar sus piernas con elegancia.
ANGY DEL TORO
RECORDANDO LA GUERRA
Cuando la presentadora toma el micrófono, el murmullo comienza a disminuir. En mis manos, un libro que, hasta hace poco, eran recuerdos dispersos. Ahora, es una historia escrita, impresa, y lista para compartirse.
La moderadora sonríe al presentarme. Habla de mi participación en el taller literario, de los meses que pasé reviviendo mi pasado a través de la escritura. Menciona una frase que me hace sonreír: «Nunca pensó que su historia se convertiría en un libro». Y es cierto. Jamás lo imaginé. No, hasta que alguien en aquel pequeño grupo de escritores aficionados me dijo: «Tienes que escribir esto».
En el público veo rostros familiares y otros desconocidos. Hay quienes llegan por curiosidad, o porque la guerra, de alguna forma, ha tocado sus vidas.
Gracias por estar aquí —digo, con una voz que aparenta ser firme, pero, más bien, es lenta, meditativa—. Me cuesta explicar lo que siento en este momento. Es extraño hablar de uno mismo, sobre todo cuando el pasado ha sido un lugar al que duele regresar. Hoy más que nunca, siento el peso de los recuerdos acumulándose en mi pecho.
La guerra no solo destruye ciudades, sino también infancias. Deja marcas invisibles, cicatrices que no se ven a simple vista pero que se sienten. En mi caso, fue mi mente de niño la que intentó resistirla. Mientras que los adultos solo veían ruinas, yo necesitaba respuestas. Me preguntaba: ¿por qué tenemos que irnos, por qué el miedo dicta nuestras vidas, por qué algunos aceptan el destino sin intentar cambiarlo?
Mi educación Montessori me enseñó a buscar respuestas, a cuestionar, a construir soluciones en lugar de resignarme. No entendía por qué los adultos parecían desconocer que siempre hay alternativas. En mi mente de niño, pensaba que, si cerraba los ojos y deseaba con todas mis fuerzas, la guerra desaparecería, como si pudiera hacerla volverse niebla. Pero cada vez que abría los ojos, las ruinas estaban ahí, la destrucción seguía. Las preguntas, grandes y pesadas, como el aire que me rodeaba, no cesaban. ¿Por qué nadie podía detener eso?
Fue esa forma de pensar la que me ayudó a enfrentar el viaje, a soportar la incertidumbre, a encontrar pequeños destellos de esperanza en medio del caos. Mientras el sonido de las bombas retumbaba en la distancia, yo me refugiaba en mi imaginación. A veces, pensaba que podía cambiar las cosas solo con pensarlas, que, si deseaba fuerte, todo lo destruido volvería a ser como antes. Pero cuando la realidad golpeaba, me preguntaba si algún día podríamos encontrar respuestas.
La guerra me arrebató muchas cosas, pero no pudo quitarme la capacidad de imaginar. Hoy, con este libro, quiero compartir con ustedes mi historia. No como un testimonio de tragedia, sino como una prueba de que, incluso en los momentos más oscuros, la mente humana puede encontrar caminos inesperados.
Esta es la historia de un niño que, sin comprender del todo la guerra, aprendió a desafiarla. Y si me permiten, deseo leerles el inicio. La Introducción.
SILVIA RAFI GRACIA
RESPIRANDO LA FRÁGIL BELLEZA
«Yo no querría ir a ningún frente como soldado, amigo mío.
No querría ver morir en el frente a mis casuales compañeros, ni quedar yo allí herida de muerte hasta por fin poder morir.
No quiero, de ninguna de las maneras, ir a matar a gentes que, ya sean civiles o ya sean forzados soldados, comparten, aunque observado desde otro lugar, el mismo cielo que yo, las mismas nubes con sus sugerentes formas, las mismas estrellas y la misma luna… y probablemente los mismos sueños o anhelos; y que como yo se sientan aterrados por el devenir que les ha tocado vivir. .
¿Con qué autoridad moral me podrían obligar a.considerarlos mis enemigos? ¿ Bajo qué fines?
Mi patria es el planeta Tierra; y los humanos que en él habitan son mis hermanos, aunque no tenga tiempo ni posibilidades de conocer personalmente no más que a unos pocos. Y el resto de seres vivos, inocentes e ingénuos ante la destrucción, son también hermanos, aunque más lejanos.
Con mis hermanos quiero intercambiar sueños, comidas, canciones, poemas…o productos que enriquezcan nuestras vidas, pero no, nunca, balas ni bombas; buscar maneras de unirnos para juntos crear belleza y maneras equitativas de organizarnos.
Nadie puede ser mi enemigo por vivir en otro país.
Mis enemigos serían quienes deseen destruir esa patria nuestra común que es la Tierra y sus elementos naturales; quienes deseen destruir la posibilidad de comunicarnos y de que, con libertad y respeto, cada uno desde su lugar, podamos organizarnos para vivir en paz de manera ecuánime y en armonía con los elementos naturales que sostienen nuestro hábitat y el del resto de seres vivos.
Ellos, ésos, los que deliberadamente lo impiden, sí, serían los enemigos de la patria, de nuestra patria, la de todos.
Y el daño que se inflinja en cualquier lugar del planeta será un daño común si entendemos que es la Tierra, en su totalidad, nuestra patria común.
Si así lo sintiésemos ¿qué sentido tendrían las guerras?
Yo no quiero ser una ficha de tablero que ciegamente obedezca a lo que marquen ciertas élites de poder
¿Dejaremos algún día de.creer que «así, como si nada» las guerras son parte de la vida, como si fuese un hecho tan natural como la muerte en el pasar de los años o como la necesidad de alimentarnos…?
¿ Será posible que algún día una conciencia colectiva no acepte la existencia de las guerras?
¿Será posible algún día aquello del «número crítico» a partir del cual cambie lo esencial de la conciencia colectiva?
Y ¿no crees también que corre prisa, ahora mismo, ¡ya!, dejar de aceptar su existencia, dejar de «normalizarla»?
¿no debería rechazarse, colectivamente, y ¡ya!, la posibilidad de la guerra, de las malditas guerras?»
» Por supuesto que sí, que también lo creo
– respondió Ernest a Cesca, tras haberla escuchado atentamente y sin ninguna interrupción.-
Y yo tampoco querría ir como soldado a ninguna guerra. Y éso que en caso de alistamientos forzosos los hombres, el género masculino, lo podemos tener muy mal para poder escabullirnos. No hay objeción de conciencia que valga cuando…
Quienes promueven las guerras seguro ni se inmutan mientras preparan la estrategia de cómo van a mover alguna de las fichas en el tablero de juego. Y no van a estar presencialmente, ni tampoco sus hijos…, desprotegidos en pleno campo de batalla, ni en campos ni en calles bombardeadas ni…No van a oler a polvo de destrucción ni a químicos, ni a sangre ni a muertos….Ni van a oir los gritos, lamentos ni llantos de quienes son gravemente heridos o ven caer desplomados sin vida a sus seres queridos, ni oirán los estridentes ruidos producidos por las bombas o por otras armas ni de edificios o bloques de pisos derrumbándose.
Ellos y ellas estarán, seguramente, a resguardo. Y, claro, muchos «sacarán tajada».de sus pactos durante la estrategia del juego, unos más y otros menos; y mientras se vayan demorando en ponerse de acuerdo la guerra, o las guerras aquí y allá, irá siguiendo…Y a otros y a otras quizás no les corresponda ninguna parte de la tajada pero, sintiéndose por diversas causas comprometidos, accederán poniendo igualmente en riesgo a las gentes «de a pie».
Y desgraciadamente, siempre ha habido y hay gente descerebrada y también gente sanguinaria… Y gente capaz de contemplar con total frialdad los sucesos más espeluznantes. Y lo lógico, o lo deseable, sería que entre el resto de las personas éstas quedasen neutralizadas; pero…ya sabemos… no es así .Y si se da el caso de conferirles poder…»
Cesca colocó sus manos a ambos lados de su frente y respondió a Ernest con un tono de preocupación e indignación.
» Y tienen artimañas suficientes para conseguirlo.
¿Sabes? Esta sensación de ambiente belicista que parece quererse imponer…me exaspera y me deprime».
» ¡ No, Cesca !
– le dijo Ernest presionando con calidez su antebrazo –
No decaigas. Si nos deprimimos, si nos vence el miedo, si nos dejamos invadir por la tristeza…éso se va contagiando y nos debilitamos. Y «ellos» aún se crecen más con nuestra debilidad. No podemos rendirnos y dar las cosas por perdidas antes de tiempo. Únicamente podemos dedicar pensamientos de acompañamiento a quienes ya están inmersos en esos infiernos y poner atención a que nuestras acciones no sean cómplices de alargarlos ni de que surjan otros…, sinó, a poder ser, de evitarlos; ser lo más consecuentes posible en nuestros actos ¿que más podemos hacer?
No podemos ignorarlos mirando hacia el otro lado como si nada ocurriese; pensar en su situación puede ser, en cierta manera como un consuelo a nuestra sensación de impotencia, como si les enviásemos un amoroso abrazo…Pero perpetuando lo de centrar nuestro sentir en sus situaciones no viviríamos tampoco nosotros nuestro (posiblemente frágil) presente. Y no será sentirnos tristes y abatidos lo que pueda hacer que mejore su situación.
También, por otra parte, hemos de seguir atentos cada uno a lo que sucede en su propio país y actuar, en lo que pueda estar en nuestras manos para conseguir que mejore su funcionamiento. Si nos distraemos, con todo el personal distraído y anímicamente abatido, será más fácil que «nos metan goles». Hay ahora mismo tanta gente viviendo situaciones desesperantes…aún sin estar enmedio de guerras…Y nuestra debilidad nos resta fuerzas para poder frenar los planes de quienes mueven las fichas del tablero.
Y también, muchas personas, van agotadas con sus trabajos, su horario laboral, sus obligaciones, gestiones…, con según qué estados de salud…y no les queda ni tiempo ni energías para hacerse preguntas, informarse, contrastar…Y escuchar y creer sin ningún espíritu crítico a quienes, con lenguaje facilón disfrazado de proximidad, exponen y proponen falsedades… se hace a veces habitual.
Pero es que todo es muy complejo y resulta difícil, para todos en general, poder entender «qué se va cociendo» en las «altas esferas»
¡ Mira! te propongo celebrar íntimamente la primavera, conectar con lo que ya comienza a dejarse ver. Tenemos el parque aquí a cuatro pasos; y el arroyo tal como baja ahora de lleno tiene un sonido sanador..Y el suelo luce un verde rabioso, radiante y lleno de grupos de pequeñísimas flores para irlos esquivando al caminar. Y hay, ya sabes, un columpio que se ajusta bien a tu tamaño para que te puedas balancear. Y muchas ramas de los árboles se alargan ya hasta el arroyo y sus hojas se refrescan en él. Y…
Comienza ya a estar.así como a tí tanto te gusta. ¿Qué me dices?.».
«¡Estás muy poético hoy!»
– irrumpió Cesca mirándole muy sonriente y sorprendida –
.
.»Claro, Tú también has comenzado a hablar en modo poético (aunque tristón) cuando te he preguntado el porqué de tu semblante cabizbajo.
Puees ¡hala! Yo más que tú. ¡A ver…!» Y es que no soporto verte triste si hay alguna manera de evitar que te sientas así..
Ambos adoptaron un semblante risueño.y, con pasos acompasados uno y otro, se dirigieron camino del parque, con la intención de que sus tristezas dejasen espacio a otro respirar, respirando intensamente los instantes agradables del propio presente.
MANUELA CÁMARA
LA GUERRA NO TIENE ROSTRO.
La guerra no tiene rostro, porque se lo arranca a los que la miran. Su sombra se extiende sin pertenecer a nadie, sin nombre, sin historia, como un animal ciego que muerde y avanza. No pregunta, no espera, no respeta. Llega con la arrogancia de lo inevitable, con la risa amarga de los que se saben a salvo, y con la mirada vacía de los que marchan sin saber adónde.
La guerra no empieza con los cañones ni con el primer disparo. Empieza antes, mucho antes. En la palabra torcida que siembra rencor, en el puño que se aprieta antes de golpear, en el miedo que separa a los hombres como si fueran de distintas especies.
Nada crece en la guerra. La tierra queda marcada como la piel de un animal castigado. Las ciudades se quiebran como huesos viejos. Los nombres de los muertos se pierden antes de ser recordados. Y cuando todo calla, cuando el último disparo se disuelve en el aire espeso, alguien se levanta entre las ruinas, mira alrededor y comprende que nada ha cambiado: Que la guerra solo es un espejo donde el hombre se contempla a sí mismo, una y otra vez, sin aprender nada.
MCP.
ELEFANT YUFUS
La puta guerra
El enorme compás se movía a voluntad de la mano de un Dios invisible mientras un círculo enorme dibujaba el límite de nuestras tierras. Desde las sombras, la gran araña movía sus hilos sigilosamente, atrayendonos, uno a uno, hacia sus fauces abiertas. Una vez que la aguja cenital pasó frente a nuestros ojos, la infantería dió avance con los mosquetes y espadas en mano. Las botas nos pesaban cada vez más al pisar el barro mezclado con la sangre de nuestros hermanos. Algunos degustaron la dicha de morir de un solo disparo, otros, sepultados bajo las suelas de su propio bando. Nuestros pies enterrando a los que pronto serán olvidados, nuestras manos borrando todo rastro del ejército enemigo. Aun cuando nuestros cuerpos muestran rastros de vida sabemos en el fondo que todos somos hombres muertos. Cimientos sobre los cuál descansará la nueva era. Despensa en las alacenas de la araña que se viste de guerra.
Los caballos esperan junto al rey, mientras la reina cepilla sus cabellos con una peineta.
¡Puta guerra! Exclama, en su furor envenenado, uno de los más valerosos comandantes que jamás he conocido, mientras una oruga enemiga le quiebra las piernas. No es solo el sentido peyorativo el que me atrae como la mierda a las moscas, sino más bien el sentido literal y verdadero en que es nombrada la batalla en la que nos hemos enramado. «Más de un hombre se acuesta con “ella”» mencionó días atrás el mismo comandante «Los seduce, los cautiva y los atrae como una perra en brama. Endulza sus oídos con promesas de poder y gloria, pero es ella quien de ellos se alimenta. Bebiendo su sangre, devorando sus carnes, alimentándose de las moscas que revolotean por ganar un pedazo de tierra».
Atraídos por la miel y la gloria quedamos enredados en medio de los hilos de la puta guerra. Entonces la miro, la gran araña nos viste con sus uniformes de seda, nos peina, nos financia y compra cada una de nuestras vidas. No es la puta guerra, es solo una araña golosa que ha de llenar con nuestros cuerpos sus despensas.
HAROLD LIMA
Soy la hija de la guerra.
Como yo existen algunas, somos heroínas públicamente. Pero, no nos desearías como vecinas, se podría decir que quien nos ve en los ductos de transporte presiente somos algo raro a medio camino de un animal de zoológico y un ciudadano normal. Un animal que solo podrías ver en un tanque presurizado pagando la entrada o en los hologramas historicos qué ponen los domingos en la red de información del gobierno. Yo fui una vez y me cuesta creer que solo hace un siglo yo convivía y hasta tenía sexo con criaturas tan desagradables por el bien de la misión que me lego mi madre, la heroina mundial.
Si hablara de mi madre, solo escucharías lo que sale en los documentos históricos, eso ya lo conoces. Creo que en lugar de eso debería contarte su historia atravez de las pequeñas cosas que me dejó y los militares no pudieron clasificar como secreto.
Ella era una de las muchas huerfanas de las guerras de unificación mundial, en aquellos días los imperialistas caían en manos de las valerosas fuerzas socialistas unidas, un nuevo mundo se abría para todos y nuestro gran líder reorganizaba la sociedad en base a los ideales de los filósofos científicos. Mi madre era una delgaducha niña del orfanato y el oficial del pueblo la recomendó al ejército por su singular belleza y su moldeable carácter. Con años de entrenamiento la hicieron la soldado perfecta, fiel maquina de matar e infiltrarse en cualquier facción separatista, dispuesta a ser conejillo de cualquier científico o político que la necesitará para consolidar la hegemonía socialista mundial.
En esos días nuestro conocimiento de ese otro mundo estaba basado en los mitos ancestrales, que decían que los dioses crearon un extenso mundo para nosotros y otro pequeño para seres de bárbaros qué solo sabían de guerra.
Ya consolidado el mundo socialista nuestros científicos mostraron interés en ese mundo que solo conociamos por valientes exploradores como las hermanas Selene, quienes documentaron llegar ahí gracias a sofisticados equipos mecánicos qué les permitian respirar esa delgada atmósfera, lo rudimentario de esos equipos les obligaba a dejar salir los tanques de oxígeno y hacer ruidos ritmicos qué los bárbaros mounstruosos confundieron con cantos.
Estas investigaciones siguieron y se descubrió el potencial de ese mundo en sus fuentes energéticas qué los bárbaros usaban burdamente. Luego se descubrió que esos engendros eran los responsables de los extraños desechos qué llegaban a nuestro mundo contaminando muchas zonas, también se descubrió que usaban la flora y fauna para su beneficio alterando nuestros delicados ecosistemas. La respuesta fue unánime en el pueblo y el gobierno, la vida en el planeta peligraba si esos seres seguían existiendo fuera de campos de reserva o zoológicos. Años de enviar sondas y exploradores revelaron tenían una inteligencia rudimentaria. Pero, sus actitudes autodestructivas los habían sumido en épocas de retroceso cultural muchos aún concervaban modelos políticos arcaicos como la monarquía y democracias capitalistas corruptas. Ahí se decidió que era momento de infiltrar a agentes qué nos permitieran controlar las cúpulas de poder politica. Para esto lo más avanzado de nuestra tecnología medica y biomecanica entro en juego. Mi madre como otras fueron voluntarias aun sabiendo renunciarian a sus vidas ordinarias y serían enviadas entre los bárbaros sin un posible retorno.
Aun conservo algunas ostras qué guardan la voz de mi madre en pequeñas grabaciones de audio. » El general me ha preguntado ¿si deseo llenar de gloria al estado y al mundo? Llore como una niña, solo recibía ordenes y las cumplía por los ideales del gobierno que salvaría el mundo. Si era necesario me despedazaran y armaron mil veces, lo haría por el mundo gustosa»
Los años de cirugía y condicionamiento psicológico lograron crear unas hembras bárbaras qué se mimetizarian en aquel mundo extraño de mounstruos. Los análisis de nuestros supercomputadores arrojaron qué estas agentes eran ideales para la infiltración y también calcularon historias convincentes que servirian de tapadera.
La operación inició simultáneamente en varias posiciones de la superficie. Las agentes como mi madre fingían ser seres de cuentos de hadas y se dejaban encontrar por embarcaciones o se dejaban en costas conde se sabía serían rescatadas por bárbaros influyentes. De esto mi madre tuvo una suerte inigualable y fue acogida por el hijo de un monarca costero que la encontró muy atractiva, el joven bárbaro se prendo de ella aunque el implante de habla se estropeo y hubo muchos problemas con los servos biomecanicos de las piernas. Mi madre solvento estos problemas ideando una historia de fantasía donde una bruja malvada del mar la embrujo y ella se sacrifico solo para conocer al bárbaro monarca de ese pequeño reino costero. Ella logró el objetivo de transmitir información vital por años y para consolidar su dominio de la monarquía me progreso, no sin ayuda de la ingeniería genética de nuestra gloriosa nación y la avanzada tecnología de los científicos socialistas. Yo fui una de las tres millones de ovocitos viables y mi nacimiento un milagro científico un híbrido viable que parecía un bárbaro, pero concervaba lo mejor de mi real mundo. El bárbaro poco sospecho pues se escenifico un embarazo acorde a la biología de esos mounstruos.
Mi madres vivió dos años luego de mi nacimiento y lo poco que pude saber de mi mundo fue por sus arrullos bárbaros qué ocultaban la información de nuestra gloriosa cultura oceanica, ella me decía en cantos qué el día de exterminar a estos mountruos llegaría y yo vería la paz de un mundo nuevo y perfecto.
Ella murió y el bárbaro se hizo dependiente de mi y solo un peón de mis caprichos infantiles. Con los años logre hacerme del poder total y de los recursos de ese pequeño reino, sumado a nuestra gran tecnología logre ese lugar tuviera armas avanzadas y fuera envidiado por otros reinos y democracias barbaras; nadie sospecho yo envejeciera tan lentamente y escenifique mi muerte varias veces para seguir detrás del poder real. En la guerra termonuclear que siguió los bárbaros se sorprendieron el reino pacifico tuviera la hoz tecnologica de la muerte oculta detrás de generadores eólicos y tecnología verde. Luego de la muerte de varios de millones de millones bárbaros los mares fueron limpiados y los sobrevivientes bárbaros recluidos en los campos de Papua y Madagascar, el gobierno supervisa no se reproduzcan mucho y ahora en paz continua los proyectos de viaje espacial que iniciaron los bárbaros.
Soy la hija de la guerra, parte de un experimento de hibridacion que ganó la guerra contra quienes se hacían llamar humanos, me desprecio por ser algo de ellos aunque mi corazón siempre estuvo en el mar mi verdadera cuna. Ahora gracias a cirugías e implantes puedo vivir no sin algunas limitaciones en lo profundo de la capital mundial, rodeado de quienes me evitan intuitivamente sin ser humana o sirena del todo.
REBECA FS
La guerra
En mi aula hay una biblioteca, y hace poco mi profe me pidió que ayudara a organizarla.
Encontré un libro que me gustó mucho. Me lo llevé a mi casa para leer.
De pronto, mi madre entró en mi habitación.
Me dijo que parara de leer ese libro, que hablaba de la guerra.
Yo solo tengo 7 años.
Sé, que existen guerras pero no me dejan leer un libro sobre ella.
¿Qué será la guerra?
Solo sé, que la paz da fin a ella.
ABBY MARSIE ROGOM
Qué frío hacía. Cortante y húmedo en esa noche furtiva. A ratos caía silenciosamente una aguanieve mansa y fina que nos calaba la ropa. No llevábamos ni una hora caminando cuando se levantaron suaves soplos de aire que hacía remolinos con los que ya eran copos de nieve, haciéndolos girar o caer según las ráfagas.
Tiritábamos, así empapados, la más pacífica de las brisas podía matarte de frio. Llevaba ahora de la mano a mi pequeño, más adelante lo volvería a cargar para quitarle a él el frío, a mí el miedo. La caída de la noche y el paisaje nevado lo pintaba todo de un tono gris, como si las cosas fueran en blanco y negro, todo menos el viejo abrigo azul de mi hijo. Lo miré, debíamos resultar la versión azul de esa imagen de «La lista de Schindler».
Miré atrás, se veía bonito, pero era la muerte. Fuego y humo, aquí, allá, y un poco más arriba, sobre la colina.
Las luces de un vehículo militar alumbraron la carretera a la izquierda, tras los árboles. Salí del camino tirando de mi hijo y salté a la cuneta con todo y el frió, el miedo y la esperanza y la fé, sin pensar; por suerte el suelo hacía una pequeña hondonada a lo largo de la orilla derecha, cubierta también por una fila de árboles, salpicando la vereda a tramos, aquí y allá. Y nos quedamos tumbados en la nieve crujiente.
Absurdamente me reí pues, al haberlo agarrado para que no se hiciera daño, no sé cómo metí la mano por la parte baja del abrigo y la saqué por detrás de su cuello, le hice cosquillas y reímos de puro nervio. Por temor de que nos oyeran,
le indiqué que se estuviera quieto y en silencio y lo miré a los ojos encendidos, reflejando un fulgor que venía de lo alto. Miré arriba buscando el silbido. Sabíamos lo que seguía, otra explosión, cascotes, fuego, lamentos.
Cruzó la bomba sobre nuestras cabezas y nos quedamos agarrados uno en los ojos del otro, y mi miedo entró por las pupilas dilatadas de mi hijo y a mí me entró su pánico infantil enloquecido. Sólo tenía seis años. Se quedarían esas cosas grabadas en su cabeza. Pensé con rabia en los culpables de todo aquello. Malditos.
Me incorporé un poco y miré el vehículo que se alejaba, calculé mal, estaba demasiado cerca. El muchacho volvió la cabeza y me miró con sus ojos cansados, me vio y me temblaron las piernas. Era casi un niño. Yo imaginé que daría el alto y vendrían a por nosotros; el chico volvió la cabeza al camino y no habló. Me quedé observándolo hasta que desapareció en la siguiente curva, sentado sobre el camión descubierto y el fusil agarrado mirando al cielo que tenían de fondo, miré yo al cielo también de alivio.
Muy cerca de la media luna pasó veloz una luz y se paró de repente, quedando camuflada entre las estrellas, disfrazada y observando, como los espías.
Si nos observaran otras civilizaciones más avanzadas debíamos ser para ellos como un puñado de monos armados y violentos con ropa.
Evolutivamente hablando nos faltaba algo.
¿Puede algo ser fácil y difícil a la vez?
Pensaba a menudo que si hiciéramos lo que dice el mandamiento: «amarás a tu prójimo como a tí mismo» no existirían las guerras, ni las traiciones ni las enemistades. Cada mandamiento es una verdad trascendente para cada uno, y para éste en relación a todos y a todo.
No soy particularmente religiosa, pero no hace falta para distinguir el bien del mal.
No entendemos; matamos pues y nos atrevemos a hacerlo en nombre de Dios.
Alguien creyó en la antigüedad que necesitábamos esa guía escrita, y no se equivocaba. Miles de años no han bastado para que entendamos, y seguimos creando guerras y destruyendo vidas.
Quienes hacen la guerra curiosamente son los que quieren vivir en paz, quienes la ordenan son los monstruos porque es una monstruosidad hacer salir a matar a esos jóvenes que dejan su trabajo o estudios, o tienen una visión romántica y falseada de la guerra y de los héroes, que no tarda en quedar destruida, porque no cabe en el corazón tanta muerte.
Pero puede que si le hubiese cogido en otro momento, o hubiese sido su compañero el que me hubiera visto, podría haber acabado nuestra historia en aquella zanja. ¿Existe la casualidad?
Pero había gente buena, gente que ponía en peligro sus vidas por ayudar.
Teníamos que llegar al poblado, allí nos recibirían y nos sacarían del país.
Caminamos en aquella noche escarchada, los músculos doloridos y tensos, la mandíbula encajada, tiritando. Todo lo que tenía para ofrecerle a mi pequeño era una mano helada y un camino oscuro. Dicen que el infierno es un lugar en llamas, un enorme caldero de lava hirviente, pero aquella noche de sombras, en aquel camino desolado, en el que hasta las raíces de los arboles estaban congeladas, en el que cada bocanada de aire te atería más los músculos, caminando en la negrura hacia una esperanza que no sabía si me estaría esperando en el lugar acordado, sentí estar en el infierno.
No entendimos los mandamientos de piedra, ni tampoco que Dios no va a venir a darnos instrucciones escritas en una roca porque no hace falta ser Dios para entender y actuar según obviedades para las que sólo hace falta ser seres humanos conscientes. Ni va a darle a Noé los planos y medidas del arca como si Dios fuera un maestro armero.
Miré de nuevo mis pies y me acomodé el trozo de tela entre el zapato y el tobillo, el roce del borde con el continuo andar empezaba a pelarme la piel. Seguimos andando, ateridos, aquel camino incierto.
No son necesarios nuestros nombres, ni el país, porque somos todos y en cualquier lugar, tú eres yo y tu hijo es el mío.
Eso que sentimos con el corazón cuando vemos las imágenes de los niños heridos, de las madres en lamento, de las familias mirando los escombros de sus casas y de sus vidas, es la voz que nos habla a todos, pero nos gusta olvidarlo, y lo olvidamos.
Amanecería pronto. Allí a lo lejos se veía el tanque abandonado y casi desguazado que estaba a la entrada del poblado, ya casi llegaban. Salimos de la ciudad poco antes de anochecer, al amanecer llegábamos.
Miré de nuevo atrás, con mi hijo dormido en mis brazos. La ciudad se despedía de nosotros con las columnas de humo ondeando en el aire; yo con lágrimas en los ojos y sangre en los pies.
Miré arriba, buscando el silbido, cuando se hizo atronador comprendí que la explosión sería cerca, no podía escapar, no podía correr, apreté a mi hijo contra mi pecho, y entonces salté en la cama, y abrí los ojos. Era el tercer día en el país y con la familia que nos acogió y todavía despertaba sin saber dónde estaba y con la misma pesadilla.
Las cosas ocurridas en los ayeres de nuestra vida son insistentes, se agazapan te hacen emboscadas sorpresivamente en cualquier momento, acosando, persiguiendo, destruyendo.
Todo lo que soñaba fue lo que ocurrió, menos la caída de la bomba final. En lugar de eso, nos recibieron y ayudaron, haciendo posible que estemos aquí ahora.
Debía ser el miedo aún, y el no estar segura todavía de estar a salvo, lo que me hacía seguir sintiendo el acoso de las bombas.
Cuando comienzas de nuevo, no borras el pasado, sólo lo dejas en su lugar, y sigues caminando.
Y yo… volveré a empezar. Sonreí a mí pequeño mientras le acababa de poner la chaqueta; con un movimiento rápido, le metí la mano por debajo y la saqué por detrás de su cuello. Reímos.
Amparo Martínez Gómez
31/12/2
grabadas en su cabeza. Pensé con rabia en los culpables de todo aquello. Malditos.
Me incorporé un poco y miré el vehículo que se alejaba, calculé mal, estaba demasiado cerca. El muchacho volvió la cabeza y me miró con sus ojos cansados, me vio y me temblaron las piernas. Era casi un niño. Yo imaginé que daría el alto y vendrían a por nosotros; el chico volvió la cabeza al camino y no habló. Me quedé observándolo hasta que desapareció en la siguiente curva, sentado sobre el camión descubierto y el fusil agarrado mirando al cielo que tenían de fondo, miré yo al cielo también de alivio.
Muy cerca de la media luna pasó veloz una luz y se paró de repente, quedando camuflada entre las estrellas, disfrazada y observando, como los espías.
Si nos observaran otras civilizaciones más avanzadas debíamos ser para ellos como un puñado de monos armados y violentos.
Evolutivamente hablando nos faltaba algo.
¿Puede algo ser fácil y difícil a la vez?
Pensaba a menudo que si hiciéramos lo que dice el mandamiento: «amarás a tu prójimo como a tí mismo» no existirían las guerras, ni las traiciones ni las enemistades. Cada mandamiento es una verdad trascendente para cada uno, y para éste en relación a todos y a todo.
No soy particularmente religiosa, pero no hace falta para valorar las cosas con ética y moral.
Alguien creyó en la antigüedad que necesitábamos esa guía escrita, y no se equivocaba. Miles de años no han bastado para que entendamos, y seguimos creando guerras y destruyendo vidas.
Quienes hacen la guerra curiosamente son los que quieren vivir en paz, quienes la ordenan son los monstruos porque es una monstruosidad hacer salir a matar a esos jóvenes que dejan su trabajo o estudios, o tienen una visión romántica y falseada de la guerra y de los héroes, que no tarda en quedar destruida, porque no cabe en el corazón tanta muerte.
Pero puede que si le hubiese cogido en otro momento, o hubiese sido su compañero el que me hubiera visto, podría haber acabado nuestra historia en aquella zanja. ¿Existe la casualidad?
Pero había gente buena, gente que ponía en peligro sus vidas por ayudar.
Teníamos que llegar al poblado, allí nos recibirían y nos sacarían del país.
Caminamos en aquella noche helada. Dicen que el infierno es un lugar en llamas, un enorme caldero de lava hirviente, pero aquella noche helada, en aquel camino oscuro y desolado, en el que hasta las raíces de los arboles estaban congeladas, en el que cada bocanada de aire te atería más los músculos, caminando en la oscuridad hacia una esperanza que no sabía si me estaría esperando en el lugar acordado, sentí estar en el infierno.
Miré de nuevo mis pies y me acomodé el trozo de tela entre el zapato y el tobillo, el roce del borde con el continuo andar empezaba a pelarme la piel.
No son necesarios nuestros nombres, ni el país, porque somos todos y en cualquier lugar, tú eres yo y tu hijo es el mío.
Eso que sentimos con el corazón cuando vemos las imágenes de los niños heridos, de las madres en lamento, de las familias mirando los escombros de sus casas y de sus vidas, es la voz que nos habla a todos, pero nos gusta olvidarlo, y lo olvidamos.
Amanecería pronto. Allí a lo lejos se veía el tanque abandonado y casi desguazado que estaba a la entrada del poblado, ya casi llegaban. Salimos de la ciudad poco antes de anochecer, al amanecer llegábamos.
Miré de nuevo atrás, con mi hijo dormido en mis brazos. La ciudad se despedía de nosotros con las columnas de humo ondeando en el aire; yo con lágrimas en los ojos y sangre en los pies.
Miré arriba, buscando el silbido, cuando se hizo atronador comprendí que la explosión sería cerca, no podía escapar, no podía correr, apreté a mi hijo contra mi pecho, y entonces salté en la cama, y abrí los ojos. Era el tercer día en el país y con la familia que nos acogió y todavía despertaba sin saber dónde estaba y con la misma pesadilla.
Las cosas ocurridas en los ayeres de nuestra vida son insistentes, se agazapan te hacen emboscadas sorpresivamente en cualquier momento, acosando, persiguiendo, destruyendo.
Todo lo que soñaba fue lo que ocurrió, menos la caída de la bomba final. En lugar de eso, nos recibieron y ayudaron, haciendo posible que estemos aquí ahora.
Debía ser el miedo aún, y el no estar segura todavía de estar a salvo, lo que me hacía seguir sintiendo el acoso de las bombas.
Cuando comienzas de nuevo, no borras el pasado, sólo lo dejas en su lugar, y sigues caminando.
Y yo… volveré a empezar. Sonreí a mí pequeño mientras le acababa de poner la chaqueta; con un movimiento rápido, le metí la mano por debajo y la saqué por detrás de su cuello. Reímos.
BLANCA CERRUTI
LA TREGUA
(La guerra)
Monteumbroso es un pueblo fronterizo. Sus vecinos y los del otro pueblo se reúnen en «El bar de Lucho» que atiende a todos con la misma amabilidad.
Es un bar amplio y acogedor y los vecinos de ambos pueblos se reúnen a diario en él , ya que en el otro pueblo el único bar solo tiene un pequeño mostrador donde tomarse un café o una copa.
En «El bar de Lucho» se juntan y juegan a las cartas, al dominó, cantan, celebran cumpleaños y, sobre todo, las fiestas de los dos pueblos.
Se llevan tan bien, que están pensando en hermanarse. Pero ha estallado la guerra y lo ha trastocado todo, pues ha pillado a los dos pueblos en bandos contrarios.
«El bar de Lucho» se ha quedado sin «hermanos». Sus mesas tienen demasiadas sillas vacías. Ya no se oye el murmullo de conversaciones, risas, cantos. Ya no se celebra nada.
Solo el fragor de la guerra entra por la puerta por la que antes entraban los parroquianos del pueblo vecino.
Pero ha ocurrido que las partes implicadas en la guerra se han reunido y, después de largas conversaciones, han decretado una tregua.
«El bar de Lucho», se llena de nuevo de soldados de un bando y de otro. Es el único lugar donde descansar y olvidar el horror de la guerra, pero el ambiente es tenso.
Lucho sirve a todos con la amabilidad de siempre. Él no ve uniformes, solo rostros cansados y cuerpos recuperándose de alguna herida.
Tan solo hace unos meses, muchos eran amigos, ahora luchan entre ellos. Pero poco a poco, sin darse apenas cuenta, vuelven a juntarse en la misma mesa a compartir experiencias y recuerdos mientras juegan al dominó o a las cartas.
Lucho los ve y piensa: «al fin y al cabo son hombres necesitados de escuchar voces humanas, no el ruido de las bombas que tanto destruyen y acaba con tantas vidas».
Pero el equilibrio entre los dos bandos que comparten el bar es frágil. Lucho lo sabe y algo se le ocurre. Coge una botella de vino y va pasando por las mesas rellenando los vasos. Cuando termina, se llena uno y, golpeando el borde con una cucharilla pide silencio:
—Escuchadme, por favor. No importa en qué bando nos haya tocado luchar. Los que han decidido la guerra no están luchando en las trincheras. No luchemos nosotros fuera de ellas. Alcemos el vaso y brindemos por volver a casa con los nuestros.
Todos se ponen en pie, levantan los vasos, los chocan sin fijarse en el uniforme militar de cada cual y gritan: «¡Por que volvamos a casa!».
Se sientan y, transcurrido unos momentos, Lucho nota que el ambiente se ha relajado.
Han comprendido que, por encima de ser soldados son personas y, vivir en paz es lo importante.
Blanca Cerruti
RAÚL LEIVA
Nuestras guerras
Querido hijo.
Vi que estabas preparando algunas cosas, un par de elementos muy personales y un poco de ropa que no estás usando. A veces los padres tardamos en darnos cuenta de algunas decisiones que toman ustedes los hijos y otras veces no las queremos ver. Sé por alguna charla que escuché por ahí que te vas del país, a Italia o España, muy bien no lo sé, pero quiero contarte algo antes que esto pase.
Hace bastante tiempo, (este tipo de frases por lo general gestan bostezos, lo sé) un grupo de personas, entre ellos tus bisabuelos, se vinieron de Europa corridos por la guerra, no tenían nada salvo una valijita diminuta y un montón de recuerdos, la mayoría tenían que ver con abandonos y sueños rotos. Una vez llegados aquí, los esperaba otra guerra, la de la identidad. Tuvieron que dejar sus costumbres, su pasado y hasta su lengua materna para poder encontrar un lugar donde vivir y empezar de nuevo, y con mucha suerte traer algún pariente o amigo. Fueron tiempos duros, pero algo pudieron dejarle a tus abuelos. Ellos trabajaron duro en construirse un hogar y sobre todo ser parte de un barrio o una pequeña ciudad, ahí afianzaron su identidad y se sintieron casi como en casa. Tuvieron solo que lidiar con la tristeza de sus padres que insistían en morir en su tierra natal, la mayoría de ellos los mató la tristeza en este suelo añorando algo que nunca pudieron lograr. Nuestros padres nos dieron educación, un hermoso país dónde vivir y amigos. Todo estaba bien hasta que hace más o menos 40 años hubo un hecho, Argentina le declaró la guerra a Inglaterra por la recuperación de las Islas Malvinas. La mayoría de los combatientes tenían 18 años, fue un suicidio intentar siquiera pensar que íbamos a combatir en igualdad de condiciones. Ninguna guerra es justa, pero esto fue una masacre anunciada. Por ese entonces yo tenía 12 años, en la escuela en lugar de aprender sobre literatura o la historia de los países, nos preparaban para un eventual ataque al continente, nos hacían esconder bajo los pupitres cuando sonaba una sirena y escribíamos cartas a los combatientes que colocábamos entre los alimentos donados para que supieran que los extrañábamos. Y las sorpresas no paraban, durante esa guerra fueron encontrados en los supermercados, chocolates que tenían las cartas que habían escondido para los soldados. Es triste la guerra, pero es peor la mezquindad de unos pocos que aprovechan cualquier ocasión para hacer daño y sacar provecho de las situaciones. La mayoría de esos chicos hoy son un poco más grandes que yo y todavía les duele el recuerdo de haber perdido la juventud y los amigos, algunos murieron y otros estan muertos en vida, sin esperanzas y sin reconocimiento de los gobiernos que se llenaron la boca hablando de los “Héroes de Malvinas” y les negaban trabajo o los usaban para los actos patrios.
Hoy vos estás diciendo a cada rato una frase que la suelen decir muchos jóvenes como vos: “¡Este país no da para más!” Y a lo mejor es cierto.
Yo trato de ver si todavía podemos pensar una Argentina mejor, de armar a mis 50 y tantos un lugar dónde volver a empezar, porque si me animé a tener hijos aquí, es porque todavía tengo la esperanza de cambiar las cosas. La guerra que estoy librando es contra las mezquindades, contra la tristeza, contra el sálvese quien pueda y que volvamos a ser un grupo y no un montón de individuos encerrados en sus cáscaras. Es difícil, sí, porque no hay enemigos, hay valores por recuperar, hay solidaridades ausentes y libertades que se están perdiendo de a una, que es la manera de encerrar a alguien sin que se dé cuenta, como la rana en la olla de agua caliente.
No te robo más tiempo hijo, si tus sueños no están en este país, andá, caminá, corré, viví, y sobre todo no dejes de buscar dónde podés ser vos, con tus afectos, con tu vida y sobre todo con tus sueños. Pero por favor, no digas que este país no da para más, por que costó un montón armar un proyecto, costó mucha sangre de próceres que se dejaron todo para que tengamos un nombre en el mundo. Es cierto que una veintena de ladrones miserables se empeñan en dejarnos mal parados y otros países nos miran con una suerte de asco y lástima, pero somos un país con mucha gente buena, que quiere otra cosa, que cada día se levanta para hacer algo, un poco, mucho, lo que sea, pero que no bajamos los brazos.
Como siempre hijo mío. Te deseo la mejor de la suerte en lo que emprendas, si es con el corazón va a salir bien. Cada uno tiene sus propias guerras, vos vas a tener las tuyas también en algún momento, y si eso pasa, y te sentís solo o que los sueños se te fueron de las manos como la arena seca, sabé bien que entre la gente que no baja los brazos vamos a estar con mamá, como siempre abiertos para recibirte, como hace 24 años.
Te quiero mucho.
P.D.: Este país, siempre da para más.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Estrategia de Amor y Gratitud
—Emily, ven, asómate a la ventana y mira el bello espectáculo. —Es increíble, a pesar del intenso verano, cómo los árboles están en su esplendor. Han sobrevivido a la contaminación, a la sequía, en plena ciudad de una arquitectura monumental, y los vemos erguidos, vestidos de amarillo, morado y rosado. Con sus flores, parecen cantar de alegría por haber triunfado en la guerra de la depredación.
—Vístete, bajemos al parque a contemplar a los majestuosos amigos que nos extienden sus ramas para abrazarlos.
—Yo me pondré mi vestido morado y tú el amarillo; así iremos en armonía.
—Mamá, eres genial. Seremos dos flores más.
Madre e hija salieron bajo la intensidad de los rayos del sol, con el sudor en la frente. Esther quería desprenderse del miedo que, como una pestilencia, no la dejaba respirar.
De camino al parque, saludaron al vecino Augusto, quien les respondió:
—Aquí, con un calor insoportable, pero dando gracias de tener este rico jugo de naranjas. ¿Ustedes, a dónde van con este calor?
—Don Augusto, vamos al parque.
Con una linda sonrisa, ambas se despidieron para continuar su camino hacia la parada del tranvía que les conduciría al parque.
Esther era una madre abnegada y cariñosa; había tenido que asumir el papel de padre y madre en la crianza de su pequeña, un tesoro escondido y protegido de una realidad que cada vez más deseaba devorar a una población inocente, ante los poderes fácticos que les interesaba mantenerla triste, enferma e ignorante. Muchas veces, los héroes se convierten en lobos sedientos por la sangre del poder.
Sin separarse de las circunstancias, pero sabiendo navegar con ligereza y serenidad, Esther decidió escapar del bombardeo fabricado por los artificios de la guerra.
Al llegar al parque, contemplaron las ramas que se alzaban como brazos generosos, ofreciendo refugio a los pinzones y mirlos, que revoloteaban como joyas vivientes en un festín de colores.
—En su corteza se teje la vida, hija mía —exclamó Esther, con un nudo en la garganta. En su mente había incertidumbre y en su corazón, tristeza.
—Ten siempre presente, hija, que los árboles, para crecer fuertes, se ayudan unos a otros; se unen como eslabones de una cadena fuerte de la vida. Poco a poco, se adaptan a las estaciones de la naturaleza, que muchas veces es cruel, para hacerlos más resistentes.
—Aférrate a tus raíces, a todos esos valores que te he enseñado. Deja volar tus sueños. La magia del tiempo hace que todo pase veloz, y luego cambie para mejor.
—¿Mamá, por qué me dices todas esas cosas tan lindas?
Esther abrazó a su hija, tratando de ocultar sus lágrimas en un suspiro. Pero su imaginación le provocaba un sentimiento de dolor e impotencia. Presentía que en un brazo inocente, una vez lleno de vida y esperanza, podría convertirse en un lienzo de dolor. La tinta negra, fría y permanente, se incrusta en la carne, formando un número que pudiera robar la identidad y la humanidad de aquellos que lo portaban.
Berlín, agosto de 1942.
Alexandra Fernandez B
MARTU MONFORTE
Islas Malvinas
2 de abril. Día del veterano y los Caídos en las islas Malvinas.
A su memoria!
Esa noche, cuando levanté mi copa, cerré los ojos. Una brisa tibia e inesperada me llevó hacia mi niñez.
Mamá me había enseñado a pedir deseos al recibir el Año Nuevo: concentráte hija y pedí con fuerza. Pedí, repetía envolviéndome en un juego de alegría y complicidad.
Era una niña de trenzas vestida de seda, la ilusión me iluminaba y pedía impaciente mis anhelos de muñeca y brillantina. ¡Bienvenido1982! En el cielo brillaban destellos de colores, algarabía y esperanza; mamá sonreía emocionada mientras papá me alzaba en sus brazos y me hacía girar bien alto; sentí su juventud perfumada de sueños y, sin saberlo, la vida que empezaba a estrenar: nuestra vida, daba su último e inolvidable giro.
Meses después mi hogar tembló y no supe por qué. Muchos años después entendí lo que había sucedido; nuestra historia. La Junta Militar de mi país le había declarado la guerra a Gran Bretaña; estaban usurpando nuestro territorio desde hacía años y había que poner fin. Papá debía presentarse en el frente de batalla; un frío atlántico lo llevó lejos de casa.
Mamá olió la catástrofe y me abrazó fuerte; los abuelos y los amigos nos rodeaban; prometían cuidarnos hasta que papá regresara.
Un país entero, perdido y desbordado, los alentaba reclamando soberanía. Eran soldados jóvenes, inexpertos, nada sabían de un conflicto bélico. Pasaron frío, hambre y soledad.
Fue una guerra desigual e inútil; lo entendí ya mayor. El dolor de la tragedia caló en los huesos de cada argentino; destrozó la alegría de mi hogar, se devoró nuestras risas y nuestro futuro.
Muchos soldados no volvieron, murieron en combate. Algunos no soportaron el regreso y pusieron fin a sus vidas; otros lo hicieron trastornados y ya no fueron los mismos. Todos ellos son “Los Héroes de Malvinas”.
Mamá y yo tenemos el nuestro.
En la isla, la cruz de papá tiembla en el viento. Cada año al levantar mi copa lo abraza mi recuerdo de brillantina. Y a mí me acaricia su tibieza.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
Me acojo a la primera enmienda de manifestarme en libertad de expresión sin intentar herir la sensibilidad de nadie. Y dicho lo cual, ahí va mi historia.
— Hijo, llegó el momento. Hemos de despedirnos— dijo el padre de Luis al muchacho que, estaba terminando de recoger sus pertenencias en su habitación.
— Lo sé padre. Termino en un momento y bajo al salón. Esperadme allí— respondió el joven con rostro serio.
Pasados unos pocos minutos, los padres del joven Luis abrazados, vieron bajar de nuevo por las escaleras a su pequeño, convertido ya en un hombre, para reunirse con ellos.
— Padre, intentaré honrar la historia de nuestra familia. Madre, no llore, hasta mi último aliento iré a reunirme con la inevitable bajo el calor de su amor — dijo con tono firme pero muy emotivo.
Ambos progenitores se quedaron perplejos escuchando al muchacho. Sin previo aviso, Luis soltó su macuto al suelo y salió pitando al cuarto de baño.
— Chari, ¿has escuchado a tu hijo? Nunca pensé que le oiría decir esas palabras— le dijo el padre, aún sin dar crédito a lo que acababa de presenciar.
— Fermín, tu hijo se ha hecho un hombre.
Mientras los padres seguían digiriendo las palabras que les acababa de decir su hijo. El chaval continuaba en el aseo y pensaba:
— Madre mía, cómo me ha quedado el discurso de despedida. Un acierto poner en el buscador “despedidas antológicas antes de ir a la guerra”
Los padres aún seguían en shock cuando un potente grito los devolvió a la realidad:
— ¡Mamá paaaaapellll!
— Anda Chari llévale el papel al niño, sabía yo que aquí había gato encerrado — murmuró el padre, girando la cabeza de izquierda a derecha con resignación.
Finalmente, tras mi “cuasi” despedida heroica, me encontré en el punto de reunión con cientos de personas. El tumulto se disipó cuando un hombre dio la orden:
— Escuchen con atención. Ahora serán citados por orden alfabético y se les asignarán uno de los tres barracones donde permanecerán para su instrucción.
El alférez en ese momento, comenzó a nombrar a los muchachos que se fueron colocando formando fila.
— Barracón 1: irán los del apellido de la A la H ambas letras incluidas. Barracón 2: irán los del apellido de la I a la Q ambas letras incluidas. Barracón 3: irán los del apellido de la R a la Z ambas letras incluidas. — concluyó el alférez.
Justo entonces, se oyó mi voz en el aire:
— Mire, perdone que le interrumpa. No estoy de acuerdo con esta clasificación de los barracones aleatoria que no valora las cualidades que cada uno de nosotros llevamos dentro. — Dijo Luis ante la incredulidad de los presentes.
— ¡¿Nombre, soldado?! — lanzó la pregunta el hombre que acompañaba al alférez con rostro serio y malhumorado. Colocándose justo enfrente mía.
— Yo se lo digo hombre no se ponga así. Pero recuerde respetar la distancia de seguridad interpersonal, que se le ha escapado algún que otro germen con el ímpetu — le dijo Luis con una tranquilidad pasmosa mientras el hombre se empezaba a poner rojo y se marcaban las venas de su cuello. — Soy Luis Gallego para lo que guste.
En ese momento, el hombre parecía que iba a engullir a Luis. Pero una voz pequeñita le advirtió a su derecha.
— Mi coronel recuerde. Los tiempos han cambiado y el chico tiene razón. No olvide que estamos siendo grabados 24 horas y los padres nos pueden poner una reclamación formal por no tratar con atención personalizada atendiendo las peculiaridades que hacen únicos a los soldados — le dijo con tono conciliador el alférez mientras la intensidad en el rostro del coronel bajaba al escuchar aquellas palabras.
— Si me hubiera pillado este en otro tiempo se iba a enterar de lo que vale un peine…— murmuraba el coronel mientras se alejaba de la escena.
Así fue como conseguí una distribución de los barracones que respetará nuestras inquietudes e intereses.
Pasaron los días de la instrucción y un hecho fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del coronel.
— Presten atención. En la instrucción de hoy les enseñaremos a coger un arma. — Los soldados empuñaron el aparato a la espera de recibir las instrucciones del coronel.
El superior se situó en una tarima que lo elevaba de la tropa para ser correctamente visualizado por la misma. Y justo cuando iba a comenzar la explicación.
— ¡Ahhhhh!, ¡Me cago en la madre que…! — soltó un chillido al aire al ser alcanzado por una bala en su glúteo izquierdo. El dolor era insoportable, pero alzo la vista para identificar al tirador. — ¿Como no iba a ser usted Gallego? — El coronel se transformó en un obelisco y se fue a por el chico.
Se colocó delante de mí y, justo cuando iba a cantarle las cuarenta, le dije.
— Tranquilo coronel, no hace falta que me diga nada. Sé que viene a felicitarme por haber sido el primero en mostrar iniciativa y haber disparado el arma haciéndome valer del descubrimiento guiado para resolver una situación. — Dijo con orgullo el muchacho.
— Mi coronel, recuerde las cámaras nos graban. Y el chico tiene razón ha sido competente para resolver una situación por él mismo.
El coronel, que ya no sabía que hacer, echó mano a su bolsillo, cogió el teléfono y marcando un numero dijo:
¿Está el enemigo? Mire usted que nos retiramos de la guerra… y si pueden mandarnos papel higiénico, se lo agradeceremos.
ANTONIO PRADES
La guerra de los Álvarez
Cuando volvías a casa con la chaqueta en una bolsa, sabías que a ella no le iba a gustar. Sabías que, cuando le preguntaras, su respuesta te enfadaría. Caminabas frente al escaparate de una tienda de ropa de segunda mano con nombre de señora inglesa. Te llamó la atención un cuadro, como pintado por un niño, unas cabezas de animales sobrecargadas de infancia. Miraste un poco mejor y de pronto la viste, una chaqueta de piel de serpiente. La habías visto antes en alguna película. Marlon Brando la llevó en El fugitivo, Nicolas Cage en Corazones salvajes, y en ese momento, tú, te imaginabas con ella puesta, conduciendo un Chevrolet Impala del 68, descapotable, por un paseo marítimo con palmeras y mujeres en bikini con patines. Eres tan ridículo. En realidad, sabías que lo único que parecerías con ella puesta es un mono endomingado. Pero te engañabas a ti mismo. Así empezaste esta partida de ajedrez de locos.
Cuando te miras al espejo sabes que te ha comido la vida. estás demasiado viejo para ir con una chaqueta así por la calle, en realidad, ni siquiera por casa. Pero te jode que te lo diga ella. Además, no es solo la edad, ni de joven has sido uno de esos tíos, que tanto se gustan, capaces de llevar algo así con estilo. No tienes percha. Eres un cuerpo escombro sin autoestima. “¿Te gusta?”, dijiste. Su respuesta no reafirmaba tu opinión. Te enfadaste. Con toda la razón, te dijo: “¿Para qué me preguntas?”, después de que le saltaras al cuello como un perro bien entrenado. No era necesario que le dijeras que ella compraba su ropa en una tienda de pongos, o barbaridades similares, hasta hacerla llorar. Es normal que esté harta. Eres retorcido como una bolsa de culebras. Ella solo pudo poner cara de otro, como si le hubieran atado la garganta, pero ese rostro de cera gritaba en silencio. Como si fuera el universo, tu rabia se expandía dentro de ti, pero no podía crecer más porque ya lo ocupaba todo. Necesitas discutir con alguien para ocultar que estás vacío. Eres grotesco.
Desde pequeño, solo has sido capaz de aprender a través del látigo, como si fueras una bestia domada, pero resulta que no eres el señorial león en su jaula, sino el payaso de este circo que solo juega a ser el centro de atención. Por la noche, cuando os acostasteis, le diste tu fría espalda. Ella se acercó, te abrazó, cálida pero temblorosa. Te conoce demasiado y, aún así, te quiere. Gruñiste, le diste un leve codazo para mostrar tu desprecio camuflado de incomodidad. Como siempre, intentó coser tus heridas, pero rechazaste su sacrificio silencioso. Como si no tuviera suficiente con las secuelas de su propia vida, tú no haces más que complicarlo todo, refugiándote en tu orgullo. Es más fácil destruir que sanar, más cómodo seguir odiándote que dejarla entrar. Sabes que te quema, que lo que te duele más es el amor que te ofrece, porque nunca aprendiste a recibirlo sin romperlo.
Pasaste la noche en vigilia, velando por tu bilis, no fuera a ser que algo en tu ser se endulzara. Remueves el café de la mañana, te mientes. Dos cucharadas de azúcar y una máscara para esconderse de ti mismo. Te dices que te jode que ella valore más tu sentido del ridículo que tú mismo, pero no es eso, la chaqueta solo era el pretexto. Creas espinas, como un cactus, pero no porque debas proteger lo que llevas dentro. No hay agua, ni jugo, solo el desierto seco de tu interior. Y malgastas lo poco que te queda, buscando una justificación que no llega. Ella sale del cuarto de baño y, eres incapaz de decirle nada, te quedas de nuevo callado. Ni un saludo, ni una disculpa, ni siquiera un “te quiero” que rompa el silencio. Ella ahonda en la ignorancia de este amor roto, mientras tú crees que lo sabes todo. Eres un cosologo de pacotilla. Sé más humilde. Porque, en el fondo, ¿quién está más perdido? ¿Ella, que aún te quiere a pesar de todo? ¿O tú, que te niegas al amor por miedo a que te destroce?
Las dudas permanecen sin respuesta y un portazo rompe el vacío de la casa. Te quedas solo, de pie en tu cocina, removiendo abstraído esa taza de amargo café. Aprende de una vez o recuerda que el mundo gira aunque tú no estés subido en él cuando tengas que hacer la autopsia de esta relación.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Sentía que empezaba a vivir, y ahora sólo pienso en la muerte.
Despierto con ese olor a pólvora, con ese miedo que me ha penetrado hasta los huesos.
Quien puede dormir bien o estar tranquilo?, cuando sabe que en cualquier instante, le puede atravesar una bala o caer una bomba encima.
Me encuentro esperando el momento en que me llamen a combatir, espero no paralizarme del miedo y poder avanzar, lo que no sé es cómo podré disparar?; jamás lo he hecho, y pensar que debo matar a alguien inocente es peor aún.
Derramo una lágrima ante la tristeza que esto me produce, y sé que si no lo hago me considerarán qué traiciono a la Patria, y me emviaran a una corte marcial. Ahora, esto realmente se está convirtiendo en un gran dilema.
Pienso de pronto en lo que mucha gente dice sobre la población masacrada, y sí, yo también lo decía.
Me parecía de horror el que mataran a tantas personas inocentes, que devastaran una ciudad.
Y ahora; quién piensa en nosotros?, a los que nos mandan a pelear sin creer en las guerras, sin querer estar ahí. quien, se preocupa por lo sentimos.
Muchos también morírán sin estar de acuerdo, y algunos sin saber porqué luchan.
También tendrán hijos que los esperan así como padres que sufrirán si mueren.
Ya no quiero pensar más, lo único que sé ahora, es que estoy aquí esperando a que me llamen.
Esperando, quizá a ser herido o, esperando también quizá mi muerte.
LOLI BELBEL
….SIN TÍTULO…
Miraba al vacío con una respiración entrecortada que expulsaba un aire roto, eliminando partículas de un polvo con sabor a pólvora y metal. Su cuerpo invadía otro medio cuerpo, inerte y casi putrefacto de su compañero de al lado. Una bala había impactado en la cabeza, causándole la muerte instantánea, hacía ya dos días y dos noches.
Al otro lado me encontraba yo, expectante, y mi ansiedad iba y venía de fuera hacia adentro y viceversa. Mi sangre hervía como si fuera a estallar.
Parecía que hubiera una tregua pues el silencio era ensordecedor, tan profundo como peligroso… ¿Que iba a suceder
ahora? El miedo, la inmovilidad, la excitación, eran presa de mi mente, de mis brazos, de mis piernas…¿Me pongo el casco? ¿Se lo pongo a mi compañero? Lo mejor sería no moverse demasiado. ¿Puedes empuñar tu rifle? -Le pregunté. Y con una voz ronca y débil dijo sin mirarme; – «sí podré». Le sonreí con una sonrisa esquiva pero sincera. Ese soldado estaba a mi mando y tenía que protegerlo de alguna manera. Aunque supiera que frente a la muerte no existen los rangos, ni las jerarquías, ni las hazañas…, solo existe la resistencia, la fe y la lucha. Tenía que infundirle todo el aliento posible. Allí solo quedábamos los dos. Y los enemigos podrían imaginar que no habría muchos soldados más en nuestro bando militar.
El cielo era siempre de un color azul metalizado con alguna nube negra y espesa. No me había movido un ápice de mi sitio. De repente vino a mi memoria mi pueblo, pequeño y tranquilo cobijando unas vidas también tranquilas. Vi a mis padres cuidando de nosotros, sus hijos, mi hermana pequeña y yo.Y vi también a mi primer y único amor. ¡Qué poco me había durado la felicidad! Cuando íbamos a casarnos, me llamaron a filas. La guerra había empezado y con ella habían acabado nuestras ilusiones.
Volví a mirar al soldado aturdido e ido completamente. Le había afectado mucho la muerte de su compañero y amigo…, y no había manera de sacarlo de ahí para intentarlo enterrar, si no del todo, cubrirlo para que descansara en paz y nosotros también. Se lo volvi a decir, ahora con un tono más autoritario….Y yo no podía hacerlo solo y menos en la posición en la que estaba (casi medio cuerpo debajo de la de mi soldado).
Pensé que quizás podría al menos; tirar con fuerza del cuerpo inerte y dejarlo libre, suelto. Esperaré a que él se duerma e intentaré sacarlo de ahi. Pero mi soldado no se dormía…¡Dios, qué voy a hacer! – me dije. Ya habia olvidado dónde estábamos y para qué ¿Podríamos escapar sin ser vistos? Seguramente no, y ahí seguíamos…¿Hasta cuándo? Los víveres iban mermando y nuestras fuerzas, más.
Me puse a llorar desesperadamente tapándome la boca y la cara. Me sentia desamparado. Impotente, vacío…Esperaría la muerte y ya…
…
Una voz conocida a lo lejos gritaba:
– ¡»Corten»!
– «La toma ha quedado perfecta».
– «Os felicito por vuestro trabajo, A. , J., y E.
– «Sabemos que habéis hecho un gran esfuerzo para meteros en el papel de estos personajes».
– «Y ahora, tentríamos que pensar en el título de la película. Esto ha sido solo el principio’…
– Yo había pensado: «La trinchera dormida» o «la trinchera invisible».
– Dadme por favor vuestra opinión.
Y votaremos..(Se aceptan más opciones)
– Buenas noches y descansad.
– Mañana, a la misma hora.
– Adios y felicidades de nuevo.
OMAR ALBOR
La Guerra
En el despertar del día fue el sol quien quebró el horizonte, durante su estadía creció.los latidos del sol dando vida a muchas opciones del desarrollo, llamado día ese mismo dónde todo fue bello resplandeciente y agobiante cuando el sol decreció la luna fue apareciendo y en esa aparición se dejó ver como la todo poderosa noche explendida donde todo lo que creció ahora tiende a descansar y a procesar un nuevo momento.
El día y la noche cada capítulo diferente de una misma historia que se cuenta con otro tono de voz de una misma boca, que acaricia lo dulce y lo áspero del mismo vaso donde se bebe un mismo licor.
Llamado vida
Tomada de un mismo latido de tú corazón.
MARÍA JESÚS GARICA
«Querida mamá, espero que todos estén bien, me acuerdo mucho de ustedes, de mis hermanos, del pueblo. Estoy deseando volver, creo qué pronto, pues las noticias aquí en el frente son alagueñas.
Ya estarán las cerezas, el campo estará bonito.
Yo estoy bien, me dieron un buen destino, lejos del frente, estoy en casa del capitán cuidando su jardín.
Un beso para todos. Espero verlos pronto.»
El soldado llora , el que escribe también.
Las manos apenas le dejan escribir de frío. Las bombas suenan cada vez más cerca.
La madre al recibir la carta, llora, sabe que todo lo qué escribe su hijo es mentira, pero no dejará de espéralo todos los días mirando el camino.
LUZ LÓPEZ
No me nace escribir de la guerra, no me gusta. Escucho hablar y la miro en los telediarios. Es horrible, me duele el sufrimiento de los pueblos que la padecen. Sufro también porque reconozco que padezco igual que los demás de la especie, una guerra solapada, silenciosa, invisible. Esa guerra que no reconocemos porque no hay disparos, ni hay destrucción de casas, pero la guerra la vivimos todos los días con la competencia brutal hacia nuestros congéneres por lograr un trabajo, el ingreso a una universidad, ganar el espacio vacío para estacionarnos, Vivimos esa guerra ideológica donde las religiones y los sentimientos de superioridad o políticos nos dividen y separan. Somos los únicos en la especie animal y en menor medida los chimpancés que tenemos una predisposición genética a la violencia hacia nuestros semejantes. Reniego de la guerra porque es muy humana.
GRACE PELLS
Formas parte y un día, ya no; y te acostumbras. Al principio era un pesarosa señora, como si el idioma del gemido lo habláramos todos, y entendieran. Luego viene el lloro y te vuelves un lastre.
¿Qué valor tiene el que cuenta penas?
Son contiendas, lidias en una manada de lobos; el líder sabe siempre que hacer.
Mi piel de oveja busca otra oveja
Me cansé de batallar
Es una guerra sin sentido, con un poder que se puso soso, y estoy entrenando otra victoria.
Cuando se canse de los escudos le recomiendo el té verde, y a Mendelssohn. La fatiga del Siroco, y los soles que se ahogan en el horizonte. El plan de los silencios , el entrar y poder salirse de las luchas cotidianas, perder el zapato y encontrar el suelo de la casa.
Celebrarse.
No es de hoy para mañana, no no…es el obsequio generoso del tiempo, que te permite recapitular y volver,
resucitar,
y que los lobos, se olviden de vos.
MAITE BILBAO
Escena V: El Concilio de las Sombras
[El Laberinto de Espejos, un espacio atemporal y etéreo. Tentación y Tiempo se encuentran, observando el devenir de los mortales a través de los reflejos distorsionados.]
Tentación: —¡Vaya espectáculo! Verdades que no lo son, mentiras piadosas, batallas literarias… Los humanos son tan… predecibles. Se creen dueños del destino; el libre albedrío está sobrevalorado. Son marionetas de las pasiones.
Tiempo: —Libres, Tentación. Esa es la palabra. Libertad para crear, amar, destruir… para elegir. Es en esa opción donde reside su grandeza y miseria.
Tentación: —¡Elegir el caos! Guerras, odios, la oscuridad que los consume… ¡Y tú, Tiempo, insistes en llamarlo libertad! Me nutro de sus elecciones.
Tiempo: —Y tú, Tentación, te deleitas en las sombras, alimentas sus peores instintos. Pero también aman, generan belleza, buscan la verdad… Y con esos actos, te desafían.
Tentación: —¡Eso no son más que chispas en la oscuridad! ¿Y si te demostrara que el amor mismo es una ilusión, una herramienta más para el caos? Tan solo la debilidad que los hace vulnerables. Su perdición…
Tiempo: —¿Te atreverías a desafiar la fuerza más poderosa del universo? El amor ha trascendido eras y mundos; es el faro que guía a los perdidos.
Tentación: —¿Tentar a la tentación…? no tiene sentido. Escucha el plan: Dos almas, separadas por el tiempo y la distancia, unidas por la pluma de sus creadores. Dos iconos de la literatura, dos mundos opuestos… y un amor que pondremos a prueba.
[Muestra el libro «Crimen y castigo»].
—Él, el atormentado Raskólnikov, un hombre consumido por su propia culpa y soberbia. ¿Cuál es tu propuesta?
[ Muestra el libro «La casa de Bernarda Alba».
Tiempo: —Ella, Bernarda Alba, una mujer atrapada en las cadenas del honor y la represión. ¿Qué amor podrá resurgir en semejante terreno?
Tentación: —El amor eterno es una quimera. Una debilidad que usaré a mi antojo. Verás cómo los deseos ocultos consumen incluso el corazón más puro. El orgullo y la desesperación serán mis mejores aliados.
Tiempo: —No subestimes su poder, Tentación. Es el motor que enciende la esperanza, la fuerza que desafía la oscuridad. Y en su encuentro, quizás encuentren la redención.
Escena VI: El encuentro
Un espacio onírico, donde los límites del tiempo y la realidad se difuminan. Bernarda Alba y Raskólnikov se encuentran, en una especie de espiral, cara a cara. Desconcierto. La tensión es palpable; la seducción y el conflicto interno de cada uno se entrelazan con miradas. Bernarda rompe el hielo, con voz autoritaria, oculta la vulnerabilidad.
Bernarda: —¿Qué insolencia es esta? ¿Quién te crees que eres para irrumpir en mi mundo, mancillando la pureza de mi duelo? ¡Largo de aquí, alma perturbada! ¡Mi casa se respeta!
[Respuesta con mirada febril, entre arrogante y desesperado]
Raskólnikov: —Señora, no me iré. Contemplo en sus ojos la misma soledad que me consume. También me encuentro sorprendido. Pero siento que algo nos une. Tal vez la misma lucha. Ambos cargamos con el peso de nuestras decisiones. Somos almas gemelas, prisioneras de nuestros propios tormentos.
[Tentación susurra a Raskólnikov, alimentando su delirio de grandeza y su necesidad de justificarse.]
Tentación: —¡Domínio, Raskólnikov! Demuéstrale cuán superior eres. Ella es altiva, pero… tú posees un intelecto superior. El destino os ha unido. Usa la guerra interior como arma.
[Dudas, voz cargada de conflictos contrarios]
Raskólnikov: —No… no puedo… Mi razón me dice que es un acto de redención, pero mi conciencia… me grita que es otro crimen. Sin embargo, veo en ella un alma que necesita ser salvada, como yo.
[Tiempo, a la vista de la indecisión de Raskólnikov, decide intervenir, y los transporta a un viaje a su pasado. Una vez allí, con voz resonante]
Tiempo: —¡Mirad! El pasado se revela, se desentierran las verdades.
[El espacio se transforma, y muestra fragmentos de las vidas de Bernarda y Raskólnikov. Bernarda, rodeada de sombras y luto, mientras lucha contra el deseo reprimido. Por otro lado, Raskólnikov, sumido en la culpa y la paranoia, revive sus crímenes y su batalla interna. Bernarda con voz quebrada y orgullo herido.]
Bernarda: — ¡No! ¡No quiero recordar la humillación, la soledad! El dolor es mi fortaleza. La casa es el templo que acoge mi honra. ¡Nadie profana su silencio!
[Respuesta con voz atormentada, en el límite de la cordura]
Raskólnikov: —¡La vieja! ¡El grito! La sangre en mis manos. Tuve que hacerlo… No debí hacerlo… ¡Mi mente…! ¡Soy un hombre marcado!
[Tentación, aprovecha el momento vulnerable para intensificar la seducción.]
Tentación: —Todo puede ser tan sencillo. Olvidar el pasado… abrazar el presente. Rendirse ante el amor. Esa es la única salida, la única redención. ¡Bernarda, libera la pasión reprimida! ¡Raskólnikov, encuentra la absolución en sus brazos! La culpa y la soledad son solo cadenas.
[Bernarda, cansada del duelo y la soledad, comienza a bajar la guardia. Con voz temblorosa, luchando contra sus principios, habla con Raskólnikov.]
Bernarda: —Y si… quizás… quizás tengas razón… Tal vez el amor sea la única forma de escapar de esta prisión de dolor. Pero, ¿cómo puedo confiar en un hombre que carga con la sombra de su culpa? ¿Y la pasión…? Puede coexistir con el deber…
[Se acerca a ella con mirada suplicante, pero aún atormentada.]
Raskólnikov: —Confía en mí, Bernarda. Juntos, podemos encontrar luz en medio de este tormento. Nos salvaremos mutuamente. Permíteme ser tu redención.
[Tiempo, al ver cómo la Tentación está ganando terreno, decide mostrarles las consecuencias de sus elecciones.]
Tiempo: —¡Observen las nubes que se ciernen sobre ustedes! ¡Las consecuencias de sus actos, el peso de sus decisiones!
[El espacio onírico se llena de nubes amenazantes, que representan las consecuencias de las elecciones pasadas y futuras. Bernarda retrocede con miedo en su mirada.]
Bernarda: —¡No! ¡No quiero perder mi honra! ¡No volveré a convertirme en una prisionera de mis propios miedos!
[Con voz desesperada.]
Raskólnikov: —¡Debo luchar contra mis demonios! ¡Debo pagar por los crímenes antes de que sea demasiado tarde! Sin ello la redención no es posible.
[La guerra entre sus almas se intensifica, la seducción y el conflicto interno alcanzan el punto máximo. El lugar se convierte en un campo de batalla, donde el amor y la oscuridad luchan por la supremacía.]
[Monólogos internos de ambos.]
Bernarda: «Sus manos… tan fuertes, tan cálidas… Podría perderme en su abrazo, olvidar el dolor, la soledad… Pero no, debo ser fuerte, debo mantener la compostura. Soy Bernarda Alba. Mi mundo es de silencio y luto; no puedo dejar que este hombre lo profane. La honra de mi casa está por encima de todo. El deber…
Raskólnikov: «Su mirada… tan intensa, tan llena de vida… Quizás podría encontrar la redención en sus brazos, escapar de la culpa, del tormento… Pero… no, soy un prisionero del pasado, un hombre manchado de sangre. ¿Soy un hombre o un parásito? No puedo arrastrarla a mi oscuridad. Y si… no puedo amar a alguien. En realidad, ¿merezco su amor?»
[Se miran, el silencio se tiñe de deseo y temor. Bernarda con voz suave, pero llena de orgullo.]
Bernarda: —No… no puedo, no debo.
[Con voz resignada]
Raskólnikov: —Debemos seguir… nuestros destinos.
[El espacio onírico comienza a desvanecerse, llevándolos de vuelta a sus respectivos mundos. Tentación y Tiempo regresan al Laberinto de espejos.]
Tentación: —He perdido esta batalla, pero la guerra… Sabes que volverán a caer, ¿verdad?
Tiempo: —No me tientes…
IVONNE CORONADO
***Memorias de una inmigrante***
La vida que me tocó vivir, ni siquiera la soñé. No hubo señas ni premoniciones tampoco.
Cuando niños no sabemos si llegaremos a viejos, ni nos importa mucho. Viva la inocencia, que nos permite gozar nuestra infancia sin preocuparnos del futuro, ignorando que será de nosotros más adelante. Pero al ir creciendo, empezamos a preocuparnos, a darnos cuenta que no todo es fácil ni agradable.
Ya de unos veinticuatro años, comencé a observar el graffiti contra el gobierno en las paredes de mi barrio, en el centro de la ciudad de San Salvador. Comenzaron las manifestaciones pidiendo aumentos, con protestas contra los militares que controlaban todo. Más tarde supe que los militares de alto rango, no los humildes soldados, podían llegar hasta asesinar impunemente a sus enemigos, además de gozar de privilegios increíbles, como no pagar impuestos en mercaderías importadas.
Y entonces comenzó el infierno.
Aparecían cadáveres de jovenes violados, decapitados, torturados, se elevaron las voces de los periodistas, de los clérigos, que a su vez comenzaron a ser asesinados.
La prensa denunció las barbaridades cometidas por ambas partes, los rebeldes empezaron a armarse aún más, a incendiar fábricas, a tomar como rehenes a gentes de la alta sociedad, el mundo comenzó a interesarse en un país diminuto, sin muchos recursos naturales, con una población exagerada, al igual que su pobreza; y lo que hubiera podido durar poco, se extendió en doce años de combate entre guerrilla y milicia al intervenir potencias extranjeras, dejando sangre y miseria dondequiera.
La gota que desbordó el vaso, fue el asesinato de Monseñor Romero, cuya voz se unió a los rebeldes, sabedor del sufrimiento de su pueblo.
Y el éxodo fue inevitable.
Así fue como me incorporé a los que huyeron de las garras de la muerte, emigrando.
Pero antes fui también parte de todos los que fueron cada día, entre el estruendo de las balas, a trabajar para poner pan en la mesa, a velar por la familia.
Muchos de los que emigraron no tuvieron mi suerte, fui afortunada al haber aprendido el inglés, haber estudiado, y encontrar trabajo en suelo extranjero. Otros, sin mucho estudio, se fueron por caminos torcidos. Formaron maras temidas por su audacia y violencia, y al ser deportados después, fueron hacinados en la cárcel. Hoy lloran cada día, queman sus cuerpos tatuados, marca de sus crimenes infames, pero será difícil que logren ser liberados. Algunos, con delitos menores aprenden oficios, otros trabajan en obras públicas. Las condiciones carcelarias son severas, y la población carceral exagerada. La mayoría son jóvenes, da tristeza. El que sale de una prisión, dificilmente logra reintegrar la sociedad.
La educación ayudó a muchos a adaptarse en el país que los dejó entrar. Otros, lograron trabajar en el campo, abrieron pequeños restaurantes, o sobrevivieron haciendo limpieza en casas particulares o edificios, pero no todos lograron quedarse. Cuando los conflictos cesaron, algunos fueron forzados a regresar a su patria.
Los que emigran, salen en condiciones diversas. Fui priviligiada, no emigré como refugiada, y logré superar las dificultades de la adaptación y aprendizaje de otra lengua. Logré mi ciudadanía. Ayudé a venir a mi familia.
No, nunca pensé vivir una guerra ni huir de ella para sobrevivir. Me duele la suerte de los que no lo lograron.
Ivonne Coronado Lardé
Imagen creada por AI Genie
Nota: Favor señalar si hay errores. Corregí cuánto pude, pero en el móvil se me dificulta. Gracias.
JAVIER GARCÍA HOYOS
La guerra era la guerra, ese era el mantra que utilizaba para acallar su conciencia. Una justificación que necesitaba para abrir los ojos y mirar, cada mañana a su esposa, o a sus hija.
Recordaba el día exacto en el que perdió la inocencia. Escondido entre los escombros de un bombardeo, bajo la fría lluvia que empapaba su ropa, sus manos temblaban, sus dientes chasqueaban, y él, trataba de controlar ese movimiento reflejo para evitar ser descubierto por aquellos desconocidos que tanto se habían empeñado en hacerle entender que eran sus enemigos.
Hana se había levantado, como de costumbre, antes que él. Slavko no era perezoso, pero deseaba que Morfeo le llamase de nuevo y tener el privilegio de quedar atrapado en sus sueños. Pero ese era un privilegio que no se podía permitir, que no se quería permitir así mismo.
Sus enemigos estaban a unos cien metros. Cuando controló su tiritona comprendió que no era el frío quien se lo había provocado, sino el miedo. Respiró despacio, profundo, como le habían enseñado, cerró su ojo derecho y acercó el izquierdo a la mirilla de su rifle. Aquellos tres hombres parecían absortos en una conversación, a uno de ellos se le cayó algo de la mano. Trató de buscarlo entre los escombros pero sus compañeros insistiron en que lo dejase. Le convencieron, y Slavko se vio libre de tener su primera víctima.
Se levantó de la cama, salió de la habitación, de reojo miró el espejo del pasillo. Cuando llegó a la cocina hablaron entre susurros, su hija aun seguía dormida.
¿Por qué aquel hombre tuvo que retroceder? ¿Por qué se empeñó en encontrar lo que estaba perdido? Un hombre solo, sin sus compañeros, que ya se habían marchado. ¿Por qué tuvo que ser tan imprudente? Slavko sabía que sus compañeros de armas estaban cerca, que sus vidas dependían de lo que el hiciera. No era su culpa, era la guerra. Tomó aire y permaneció quieto durante unos segundos. De nuevo su ojo en la mirilla, y en el punto de mira, aquel desconocido que encontró entre los escombros, lo que buscaba. Un segundo, eso bastó, un segundo en el que permaneció inmóvil, en el que incluso le pareció que sonreía. Y ese segundo le cambió la vida, su dedo apretó el gatillo.
Hana puso dos tazas de té sobre la mesa, se sentó junto a él. Acarició su mano y el corazón de Slavko se aceleró, como siempre, al notar el suave tacto de sus dedos. La miró a los ojos y se volvió a repetir: La guerra es la guerra, no fue responsabilidad mía.
El peligro había pasado. No parecía haber tropas enemigas cerca, y el silenciador había hecho su efecto. Se levantó del charco que la lluvía había formado bajo su cuerpo. Sus compañeros salieron de sus escondites y avanzaron hacia donde su capitán les ordenaba que fueran. Slavko hizo lo mismo, pero no pudo evitar acercarse antes para ver lo que aquel hombre que había derribado tenía en sus manos, aquello por lo que había decidido arriesgarse con total inconsciencia. Cogió la foto del suelo una foto,
Slavko amaba a su esposa, había aprendido a amarla, se había propuesto amarla, pero sobretodo se había condenado a amarla, día tras día. Una condena que quería pagar, y por la que necesitaba sufrir desde que vió el rostro de Hana en aquella imagen húmeda por la lluvia. Un amor que le podría haber hecho feliz si no fuera por aquello que no quería reconocer para asegurarse de que en su interior, su espíritu se rasgaba día tras día. Él fue quien disparó, y por eso decidió dictar su sentencia, pero no era el responsable, lo era la guerra.
AXY LINDA
Guerra… solo un juego.
En un barrio pobre, un niño descalzo participaba en un juego infantil llamado: Stop, en el que decían: “Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es …”.
En aquella inocencia, la guerra parecía algo “válido”.
El niño se transformó en un joven alegre y soñador.
No siendo originario del país en el que vivía, fue llamado a enlistarse para ir a pelear “según” su país natal, para “ayudar” a otro país.
Su impecable uniforme se convirtió en símbolo de su compromiso con una causa que lo llenaba de orgullo. La nostalgia de aquel juego de infancia lo ilusionaba, dándole fuerza para enfrentar los desafíos.
Pero la guerra no se parecía en nada a aquellos juegos de fantasía. En los campos de batalla, se encontró en medio de una realidad brutal, despiadada y llena de mentiras.
La inocencia se desvaneció lentamente, sustituyéndose por la crudeza del dolor y la desesperación. Pronto vio cómo la gloria prometida se transformaba en barro y en sangre, manchando su uniforme.
Cuando regresó a casa, su cuerpo llevaba las cicatrices visibles y su mente, los traumas irreversibles. Fue recibido con todo el amor de sus ancianos padres, pero con el dolor de ver a su hijo con la mente perdida, que despertaba llorando y gritando:
“¡¡¡Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es … la GUERRA!!!”.
FURUKAWA CREATIVES
Pasión desmedida.
El sol de la tarde iluminaba con un naranja sangriento el improvisado campo de batalla: esa calle que estaba a las afueras del estadio. El aire estaba cargado de adrenalina y furia, vibrando con el rugido de la multitud, un canto frenético que era un preludio sombrío. La disputa verbal de los aficionados estaba a punto de pasar a lo físico, para convertirse en una guerra sin cuartel.
De un lado estaban los fanáticos del grupo visitante, con sus rostros pintados de azul y sus camisetas distintivas de rayas, se posicionaron con una disciplina casi militar con su líder al frente, un hombre corpulento que ardía en rabia ante las burlas del contrincante.
En el extremo opuesto los esperaban los acérrimos rivales, con sus jerseys amarillos y aunque sus rostros estaban cubiertos, la mofa era perceptible, ya que continuaban con los comentarios hirientes e insensibles.
La batalla comenzó. Las barras de metal, los bates de béisbol y las piedras volando por el aire convirtieron la calle en un infierno. Los gritos de dolor e ira se mezclaban con el estruendo de los golpes, revelando la ferocidad animal que era impulsada por la pasión desmedida de los colores y la sed de venganza.
La situación alcanzó un punto incontrolable. Uno de los más jóvenes fue impulsado a la acción, y en medio del terror que le helaba la sangre, se enfrentó a su contrincante, luchando por su vida y por el orgullo de su equipo.
A pesar de que la policía fue alertada, se tardó en llegar y cuando lo hizo, descubrió el escenario de destrucción, que era el reflejo del odio y la violencia que se escondía bajo la fachada del fútbol. Los uniformados forzaron la culminación del enfrentamiento, obligando a ambos bandos a retirarse, que exhaustos y heridos, tuvieron que aceptar el empate sangriento.
El joven, con la sangre brotando de su ceja y el cuerpo magullado, se sintió vacío, cuestionándose si el orgullo, el honor y la pasión por su equipo valían la pena; porque la guerra entre los fanáticos de fútbol deja una cicatriz indeleble, que te recuerda que la pasión desenfrenada, sin control y sin límites puede convertir a un deporte en una pesadilla.
LETICIA R MENA
LA GUERRA EN CASA
Jugábamos a indios y vaqueros, hasta que mamá nos pedía que le devolviéramos la escoba, que habíamos atrapado de las llanuras salvajes del trastero, para convertirla en el caballo del jefe indio.
También jugábamos a la guerra.
Colocábamos a todo nuestro ejército de soldaditos delante de la puerta, para luego, atrincherados tras los cojines del sofá puestos en el suelo para la ocasión, esperar el ataque enemigo, que solía consistir en la puerta abriéndose y derribando todo nuestro ejército de un plumazo.
La guerra, o al menos la batalla, terminaba en ese momento. Con todos nuestros hombres desperdigados por la entrada, en silencio.
Después de eso siempre nos tocaba recoger uno a uno a nuestros hombrecillos caídos, volverlos a meter en la caja de zapatos y consolar nuestra derrota con una onza de chocolate dentro de un trozo de pan.
El día en que al ir a buscar a nuestro pequeño ejército para combatir una batalla más, y encontramos la caja vacía, no quisimos creer que la guerra había comenzado en serio.
Después de buscarlos por todos lados, y hacer jurar a mamá que no se había deshecho de ellos, los encontramos atrincherados bajo una cama, semiocultos entre las pelusas.
Nos vimos atacados con sus pequeñas armas de plástico, obligados a replegarnos hasta el salón, donde mamá acudió a nuestro rescate empuñando la escoba y barriéndolos hasta el jardín.
Aquello, que parecía una buena idea, acabó por ser todo lo contrario.
Tomaron el jardín, construyendo incluso un fuerte. Desde él nos lanzaban pequeñas bolas de barro hechas con la tierra de las macetas o armas arrojadizas hechas con las pobres plantas de mamá, en cuanto nos atrevíamos a asomar un poco la cabeza.
Reclutaron a todo insecto y pequeña criatura habitante del jardín.
Dejamos que nuestro gato, el señor Bola de Pelo, hiciera el trabajo sucio. El pobre acabó rodeado y salió huyendo a esconderse dentro, con el pelo erizado y soltando un bufido furioso.
Intentamos negociar con ellos, pero no parecen querer darse por vencidos, y mamá se ha negado a rendirse ante un puñado de pequeñas piezas de plástico.
En un ataque de inspiración paterna, les atacamos con la aspiradora robótica, esperando que los succionara. Se han apropiado de ella.
Está más que claro que estamos perdiendo la guerra. Nuestro próximo movimiento, usar todos los peluches de los que hemos podido hacer acopio y arrojarlos a la batalla en un desesperado intento de apelar a su ternura.
Seguiremos informando…
Mi voto para:
Raúl Leiva
Roberto López del Castillo
Raúl Leiva
Antonicus
Irene Adler
Sergio Tellez
Mi voto esta semana es para:
– Loli Belbel
– Raúl Leiva
Mi voto es para:
Roberto López del Castillo
Mis votos son:
-Irene Adler
-Loli Belbel
Mi voto: David Merlan
Hola:
Mi voto va para: Ana del Álamo y María Galerna.
Y para tod@s .
Sergio Téllez
Mis votos son para
Roberto López del Castillo
Alexandra Fernández
Mi voto para David Merlan.
Loli Belbel
P. A. López Cruz
Ivonne Coronado
Maite Soca
Mi voto esta semana es por los soldaditos de …
-Leti
Gracias por darnos, entre tanta guerra, momentos felices.
David Merlán – La rebelión de los electrodomésicos.
Mi voto para:
David Merlán Castro
Sergio Téllez González
Voto por.
Pedro Antonio López Cruz
Mi voto por
Raúl Leyva
Loli Belbel
Manuela Camara
Abby M. Rogom
Voto por.
Pedro Antonio López Cruz.