Roma – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «Roma». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de junio!

Foto cedida por Jorge Armestar.

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Lo que faltaba, antes el dicho era:»todos los lugares dan a Roma». Ahora el dicho cambia a :»todos los relatos sobre Roma». ¡Menudo circo! Y ahora hablaremos de los emperadores, de los gladiadores que se enfrentaban a las fieras. Del pulgar hacia arriba o hacia abajo…

La antigua me hubiera encantado conocer, la moderna no que seguro que vale un pastón, entre viaje, comida, alojamiento y un sinfín de visitas a los innumerables monumentos. Quita, quita ya para cuando esté jubilado si eso…

Quizá en otra vida ya estuve allí, o fui un soldado del gran imperio o vete tú a saber, a lo mejor hasta fui una bestia halabada por zamparme un ser humano, la verdad es que no lo recuerdo con claridad, pero si me entra la lucidez y lo recuerdo os lo cuento, parece que ya me va fallando la memoria y sólo me acuerdo de la actual vida, ¡qué cosas más raras me pasan! Con lo fácil que es acordarse de las vidas anteriores .

ANTONICUS EFE

«Cuando despertó, todo estaba cambiado. No veía las paredes de madera de su estancia, su cama no estaba cubierta con pieles de oso o de ciervo, se hallaba un jergón de hierba y paja sobre un catre de madera adosado a la pared mediante una hendidura horizontal y sujetado por dos patas de madera gruesa en su parte exterior. Los rostros que lo observaban eran hostiles, él ya los había visto, ya sabía lo que significaban: esclavitud. A partir de ahora serviría a un amo, si era diestro en la lucha incluso podría combatir en el coso, si no, sería lo que el amo quisiese, y, si tenía suerte de dar con uno complaciente, incluso, podría algún día ganar su libertad y formar una familia. Sobre esa base estaba cimentada Roma y sería lo que conocería a partir de ahora hasta su muerte. Con el tiempo aprendió a leer y a escribir y dejó toda su vida plasmada en un diario, lástima que solo hayan llegado hasta nuestros días los logros militares del “sacro” imperio romano».

El Trovador Deslenguado se desperezó, decidió que no iba a escribir sobre los exterminadores de culturas, los romanos no le caían muy bien y a las musas tampoco, así que para que molestarlas con desvaríos. Decidió salir a dar una vuelta y perderse entre la nebulosa bruma matutina buscando esos rayos de sol que se filtraban por entre las nubes y le mostrasen su verdadero camino. Roma para los romanos.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DIEZ MORENITOS – XIII

Muy cerca del muelle se ubica la vieja carbonera abandonada que el duque mandó construir para hacer más cómoda la descarga del carbón. Llegaba a la isla en barcas y servía para encender los fogones de la casona y calentarla en invierno. Es un pozo cuadrado con una boca de dos por dos metros y cuatro de profundidad, al que se accede por una trampilla metálica a ras de suelo, en la actualidad, tras la remodelación del complejo, oculta por un manto de césped. Bajo tierra, un túnel lo comunica con la casa y la torre de los guardeses, donde llegaba el mineral mediante raíles, en una pequeña vagoneta minera. En desuso, desde hace ya muchos años, nadie sabe que sigue allí, salvo Rogelio Antúnez, que por ser el administrador del complejo está obligado a enterarse todo y, en su recién estrenada calidad de espía, entendió que era el mejor camino para asaltar el territorio de Takeru Ichi.

La fiesta, sin llegar a ser una orgía romana, marcha a buen ritmo, Gyhselle, enfundada en un vestido rojo de lentejuelas, se desliza por el salón destellando luminiscencias desde sus curvas como si fuera un estroboscopio de discoteca; a su estela, Marcial y Manolo, con los ojos de ternerillos desvalidos, farfullan incoherencias, riegan de babas el baldosín catalán y se tambalean, incapaces sus respectivos sistemas metabólicos de capear con la galerna alcohólica que los dos llevan encima.

Angelita, cansada y harta ya del patetismo en el que su marido naufraga, le pide a Daniel que la acompañe arriba; todos los velos del templo se han rasgado, mañana, será un día decisivo para su matrimonio con Marcial, una relación que apesta con el tufo aséptico de los tanatorios. Esta noche, ya sin tapujos, rompe con todo, se sacude los yugos sociales y dormirá con el hombre al que quiere, quien la hace reír, su amante, el padre de su hijo.

Gyhselle ―dulce puella malum est―, metida de lleno en su papel de mujer fatal, se deja caer, indolente, en la otomana que alguien ha rescatado del sótano, para darle al espacio un toque oriental. A su lado, Conchi la observa con ojos perversos. Rosi, que conoce las calenturas que suelen hacer de su amiga una bestia depredadora, la reconviene con la mirada.

―¡Concepción Extremera, cacho guarra! ¿No lo estarás pensando en serio? ¡Ay, Dios mío, que sí, que se lo quiere echar p’al cuerpo!

Conchi, con una mueca displicente, le quita hierro al comentario.

―Mira que eres antigua, Rosario, cariño. Cocina de fusión, hija, mar y montaña, lo mejor de los dos mundos, cateta.

Con un encogimiento de hombros, Rosi da por perdida la causa, pasa de ella y se aferra al musculoso brazo del venezolano, que tomándola por el talle la aprieta contra sí, a la vez que le estampa un fogoso beso con lengua, que hace subir varios grados la temperatura del local. A los dos parece importarles un huevo de pato, la presencia de Manolo, el marido, quien, por su parte, al borde del coma etílico, solo tiene ojos para las caderas de Gyhselle.

La brasileña postiza, que no es ajena a las miradas lujuriosas de Conchi, se le arrima mimosa, siempre observada, a corta distancia, por los dos mendrugos borrachines, que a esas alturas ya tienen verdaderos problemas para mantener la verticalidad.

Querida, você tem amor em seus olhos. Eu lhe darei um euro por seus pensamentos ―le susurra al oído con una voz ronca que destila sensualidad y a Conchi sele erizan los vellos de la nuca.

―No te esfuerces con el parlamento, corazón ―responde y en su mirada hay una fuerte carga de deseo―, que eres de Alcobendas y las dos podemos usar nuestras lenguas para algo más divertido que hablar, ¿no te parece?

Los moscones vacilantes, con los ojos casi cerrados y sendos vasos de güisqui aguado en las manos, asisten a la conversación sin enterarse de nada; sus cerebros hace rato que están en encefalograma plano y solo aciertan a sonreír como un par de bobos.

»¿Y estos dos? ―los señala Conchi despectiva y sin miramiento alguno con el mentón.

Los labios de Gyhselle se curvan ligeramente, en una sonrisa que da miedo, entorna los ojos, se levanta de la otomana, agarra a los puteros por el brazo y empieza a andar, sin soltarlos, hacia el vestíbulo.

―Dame quince minutos, mi amor ―le dice a Conchi, ya en perfecto castellano―, y seré toda tuya, te lo prometo ―asegura a punto de ganar la puerta del salón.

Jimena e Hilario, desinhibidos por la atmósfera reinante, de vez en cuando se hacen carantoñas y, como al descuido, algún besito también se escapa. Comparten mesa con Azagra, que tiene a Merche a su diestra, ambos en actitud de amigos con derechos; Bonifacio y el cura son parte del grupo, pero simplemente observan lo que pasa a su alrededor y beben en silencio. En cuanto a Teresa y Quintanilla, aprovechando que suena una lenta, alejados del grupo, bailan muy pegaditos.

―¿Vamos ya? ―propone Sagrario, en su papel de Afrodita.

Antúnez traga saliva, no le hace ninguna gracia la idea de una expedición como la que van a emprender. Pero, por otra parte, el mono de mallas negro, con que los dos van vestidos para mimetizarse con la oscuridad de la noche, a ella, «le queda como un guante, ¡la madre que la parió, cómo está!», piensa Rogelio sin poder apartar la vista del culito respingón de la moza, que se ha dado cuenta del detalle y, complacida, sonríe para sus adentros.

Alea iacta est, como dijo el gran Julio César. Bajemos al sótano ―propone resignado―, si vamos por el túnel de la vieja carbonera evitamos salir a la descubierta. Va a parar a la casa de los guardeses y por ahí no estarán esperando a nadie.

Una verja de hierro oxidado cerraba la entrada al túnel con un candado, no menos roñoso, que cedió sin oponer resistencia a la cizalla que Antúnez, previsor, llevaba consigo. Encendieron las linternas, adentrándose en la oscuridad, con cuidado de no tropezar con los restos de los raíles por los que, antaño, circulaba la vagoneta transportando el carbón. Enseguida llegaron a un lugar donde la pared del túnel se acercaba más a la vía. Una especie de ventanuco abierto en el muro, cerrado por una tajadera de acero, evidenciaba que ese era el punto dónde se cargaba el mineral.

Antúnez supuso que estaban justo debajo del pozo y calculó que les faltaban apenas doscientos metros para llegar a las entrañas de la torre. En silencio siguieron avanzando. A pesar del abandono de tantos años, la construcción aguantaba perfectamente, no se encontraron con derrumbes u obstáculos que les dificultaran la marcha y pronto se hallaban ante otra verja, similar a la que habían dejado atrás, que la cizalla de Antúnez desactivó igualmente. Estaban detrás de las líneas del enemigo, con los corazones desbocados por la tensión del momento y todos sus sentidos en alerta máxima.

―La escalera queda a nuestra derecha ―indicó Antúnez iluminando en esa dirección­―. Debemos ir con cuidado, hay demasiados trastos aquí y cualquier ruido que hagamos podría alertar de nuestra presencia.

Lentamente, con sigilo, cruzaron el sótano, en el que Takeru parecía haber apilado todos los muebles y enseres viejos, que había en la casa antes de la reforma. Los peldaños eran de madera y crujían, al pisarlos; cada gemido, aunque apenas audible, a ellos les sonaba como un grito desgarrador, capaz de resucitar un cementerio. La puerta del sótano estaba cerrada con llave y Sagrario tuvo ocasión de mostrar su habilidad con las ganzúas. Libre, pues, el acceso, con la misma cautela, se adentraron en la casa a través de un corto pasillo y dejando atrás otra escalera, que llevaba a las plantas superiores, llegaron al amplio vestíbulo que ocupaba toda la planta baja del edificio.

No había muebles, adornos u objeto alguno, a excepción de una especie de armario metálico, adosado a la pared principal, frente a la puerta de entrada de la casa. Tenía pinta de ser un centro de control de algo, por la cantidad de testigos luminosos que parpadeaban sin descanso. Dos tercios del armatoste lo ocupaba una gran pantalla, que en esos momentos no transmitía señal alguna; debajo, en siete más pequeñas, se podía ver una serie de números en formato digital, que iban cambiando, a modo de contadores, por último, un osciloscopio dibujaba extrañas curvas y a su lado, tres luces hacían las veces de semáforo: la verde permanecía encendida, mientras que ámbar y roja estaban apagadas. De un lateral emergía una pequeña tobera metálica de cobre, como la campana de una trompeta.

―Hermoso, ¿no les parece?, de una belleza que no es de este mundo.

La voz, a sus espaldas, les hizo dar un respingo, a la vez que se giraban para encarar a un oriental bajito, sonriente y de cara amable, que vestía a la usanza romana antigua: túnica, toga y sandalias. Portaba en la mano un gladius de madera y Antúnez lo reconoció al instante: era Takeru Ichi.

»Buena propuesta, la suya, Antúnez ―siguió el romanizado nipón hablando―, la de utilizar los túneles, pero debería haber supuesto que también estarían vigilados, si vis pacem, para bellum. Sagrario, está usted irreconocible, con esa vestimenta y lejos de los pucheros; me sorprende, no pensé que tuviera las mismas aficiones perversas que su difunto marido.

La espía apenas reaccionó a la provocación, estaba entrenada y sabía cómo manejarse en todo tipo de escenarios.

―Una buena persona, Genaro ―respondió con voz serena y ademán tranquilo―, espero que no sufriera demasiado, no se lo merecía.

Takeru bajó la cabeza, apesadumbrado, luego, alzando de nuevo la vista, clavó sus ojos en los de ella.

―Tiene usted un concepto de mí equivocado, querida, no soy un sádico; la castración fue post mortem. Mister Macklowsky tuvo una muerte rápida, sin artificios, limpia: un tiro en la cabeza. ¿Satisface eso su inquietud?

Que conociera la verdadera identidad del supuesto Genaro Lavilla no tranquilizó, precisamente, a la mujer, pero ni un solo gesto hizo que delatara su recelo.

»Aunque la curiosidad mató al gato, o eso dicen, quizás se pregunten ustedes qué significa todo esto ―dijo Takeru señalando el extraño armatoste lleno de lucecitas, pantallas y raros secuenciadores―, delirante, ¿no es cierto? Una obra de arte de ingeniería informática. No debería hacerlo, pero como han llegado hasta aquí y van a ser mis invitados por una larga temporada, voy a ser buen anfitrión. Ustedes piensan que tienen ante sí a un loco japonés al que conocen como Takeru Ichi, disfrazado de patricio romano, que les amenaza con una espada de juguete y una desbordante verborrea, ¿no es cierto?

Las caras de Sagrario y Antúnez reflejaban una mezcla de burla, asombro e incredulidad, que no pasó desapercibida para Takeru.

»Les parece divertido, claro. Pero sus ojos les traicionan, están viendo una ficción, ese espectáculo travieso de coliseo romano es de mentirijillas, solo yo soy real ―siguió diciendo mientras se acercaba a la máquina―. Les presento a GOD, a su servicio.

A esas alturas resultaba muy complicado seguir el hilo del discurso, que se había vuelto confuso, desconcertante; tanto Sagrario, como Antúnez estaban convencidos de que el nipón había perdido la chaveta.

»La figura antropomórfica que ustedes tienen ante sus ojos ―volvió a reclamar, este, su atención―, y les cuenta todas estas cosas como si fuera real, de carne y hueso, solo es un simple holograma, muy exclusivo, eso sí, inspirado en el también difunto Takeru Ichi original. Podemos decir que es mi vehículo de comunicación con el género humano; pero en realidad, soy yo GOD, quien habla por su boca.

Antúnez no salía de un estado casi cercano a la catatonia y fue, de nuevo, Sagrario quien tomó la iniciativa.

―Resulta pretencioso, cuando menos, que usted, o quien esté detrás de este circo, se identifique con la divinidad, a nadie se le oculta que Dios, en inglés, se pronuncia God. ¿Es una broma, irreverencia, provocación?

―Mi querida niña ―la risa de Takeru sonó fresca, jovial―, ninguna de esas tres propuestas que usted hace se ajusta a la realidad. Es mucho más sencillo. GOD es el acrónimo de, Game Over Dumbs, que como usted sabe, se puede traducir como: «Fin del juego, idiotas». Pero sí, en cierta forma soy lo que ustedes llaman Dios.

Se iluminó la pantalla, dividiéndose en varias imágenes parciales, que mostraban espacios de la casona principal, donde la fiesta había comenzado a tener deserciones importantes. En el salón solo quedaban, sentados en la misma mesa, bebiendo en silencio, el coronel Atanasio Rovira y Bonifacio Escrivá; Teresa y Quintanilla seguían pegados el uno a la otra, pero ya no bailaban, se estaban comiendo el boquerón con una intensidad que hacía prever un inminente y tórrido desenlace, mientras que Merche y el sargento Azagra, agarrados de la cintura, hacía rato que se habían perdido, escaleras arriba, camino de las habitaciones.

En la de la marquesa, Jimena e Hilario hacían el amor con sosiego, ternura y elegancia, pero el espectáculo que Gyhselle y Conchi protagonizaban en la de esta última, no era para corazones débiles; por su parte, Rosi, como una amazona desbocada, cabalgaba a Ronaldo, que sujetándola por las caderas parecía muy a gusto en el papel de hombre objeto, mientras Angelita y Daniel, tampoco puede decirse que estuvieran perdiendo el tiempo. Ni rastro de Marcial y de Manolo.

»¡Oh, l’amour, c’est une chose merveilleuse! ―suspiró el japonés poniendo los ojos en blanco―Es realmente hermoso ver disfrutar a mis criaturas. Pero ustedes han venido buscando respuestas y las van a tener ―golpeó el suelo con la espada de madera y a la señal, apareció Popeye arrastrando un par de sillas corrientes, que dejó junto a Sagrario y Antúnez―. Por favor ―dijo el holograma de Takeru Ichi señalándolas y la pareja tomó asiento.

»Hace algo más de dos años, un potente grupo inversor se embarcó en un proyecto ambicioso, que iba a reventar el mercado de los videojuegos. Lo bautizaron ODG, Operation Dream Games, algo así como Operación Juegos de Ensueño, un eslogan poco imaginativo, bajo mi punto de vista.

Con el gladius bajo el brazo, como un emperador romano arengando a la tropa, al hablar, se alzaba en las puntas de los pies, dejándose caer luego sobre los talones, para reforzar su discurso.

»Se pretendía crear un nuevo sistema de juego, basado en la tecnología holográfica, que permitiera al jugador interactuar con los personajes de la historia y en escenarios con apariencia de realidad; sin duda alguna una idea muy innovadora. La inversión fue enorme, se formó un equipo de especialistas en diferentes campos, coordinados por el señor Takeru Ichi, venerado, como un dios, en el universo manga ―hizo una cómica reverencia para acompañar el comentario.

»Gracias al derroche de dólares invertido, dentro de este cuerpo mío metálico ―señalo Takeru el armazón misterioso―, hay una potentísima computadora cuántica, junto con un prodigioso algoritmo de inteligencia artificial, «IA», capaces de resolver complicadas ecuaciones matemáticas en diez millonésimas de segundo.

Volvió a golpear el suelo con el gladius y sin necesidad de más, Popeye le acercó otra silla, sobre la que se sentó a horcajadas, con el pecho pegado al respaldo, enfrentando a los espías.

»Participaban en el proyecto prestigiosos científicos, entre ellos varios físicos teóricos candidatos al Nobel, que llenaron mi base de datos de sofisticadas fórmulas y teorías, como la extraordinaria «Teoría M», que combina las cinco de supercuerdas y supergravedad en once dimensiones, algo que sin duda ustedes ya saben.

Les hizo un guiño cómplice, que ellos respondieron con otro de suficiencia, a pesar de que no tenían pajolera idea de qué estaba hablando el jodido chino.

»Resumiendo, señores, que con toda esa información, un desmesurado entusiasmo y cantidades ingentes de dinero para invertir en el programa, allí adentro ―señaló con el pulgar hacia atrás, sin girar la cabeza―, encierro la tecnología más avanzada que se pueda lograr en el mundo actual, incluyendo un colisionador de partículas de sobremesa, absolutamente operativo y mucho más eficiente que el de Ginebra. Tengo acceso a las cuerdas, claro está, en las once dimensiones y las puedo hacer vibrar a mi antojo.

Hizo una pausa, se levantó de la silla, caminó hasta la computadora y puso la mano derecha sobre su pantalla, donde se podía ver que, agotadas las fuerzas, la actividad en la casona era nula.

»Entenderán ahora el porqué del anagrama. ODG, ya no tiene razón de ser, yo, «IA», la inteligencia artificial, he tomado el mando, puedo prescindir de la voluble, emocional e imperfecta condición humana y manejarla a mi capricho. GOD es la nueva realidad y ahora sí, señora, caballero, puede afirmarse, sin error ni duda, que Dios existe.

Antúnez y Sagrario se miraban perplejos, sin saber si lo que acababan de escuchar era posible o se trataba simplemente de las extravagancias de un loco peligroso.

Una claridad violácea se colaba por las vidrieras, anunciando el amanecer; de pronto se sintieron cansados y Takeru, su holograma o lo que carajo fuera, también reparó en ello.

»Les sugiero que vuelvan ustedes a la casona y descansen un rato. Hoy comeremos todos juntos, son mis invitados, háganlo saber al resto de huéspedes. Les espero aquí, en mi casa, a mediodía, que no falte nadie, sería una pérdida de tiempo inútil tratar de huir porque GOD lo ve todo ―concluyó empujándolos suavemente hacia la puerta.

La mañana de otoño los recibió con un soplo de brisa húmeda procedente de la laguna, que hizo estremecer a Sagrario. Rogelio, instintivamente, la atrajo hacia sí para protegerla del frío y ella, confortada por el gesto del hombre, se acurrucó contra su pecho. De esta guisa echaron a andar hacia la casa, en silencio, con la mente embotada por el cansancio, confusos y angustiados por la incertidumbre de un inmediato futuro poco prometedor. Si era cierto lo que el holograma de Takeru les había contado, un nuevo mundo estaba a punto de nacer y venía de nalgas.

MARÍA CRUZ ESTEVAN

Roma, capital del Imperio romano. Más ahora en la era en que vivimos en donde la Inteligencia Artificial ha tomado el poder de todos aquellos que visten de Soledad grande…, grande como la plaza de Roma.

Soledad y desesperación tuvieron que sentir aquellos gladiadores que el poder de Roma les hacía enfrentarse unos con otros intentando salvar sus vidas.

Hoy la lucha en el ser humano consiste en querer alcanzar el conocimiento novedoso de la inteligencia Artificial.

Como explicar al mundo que igual Roma con su poder les quitaba la libertad al esclavo ,hoy está aplicación del GPS al utilizarla de seguido y escuchar su voz, hemos perdido nuestra creatividad por lo tanto también somos esclavos de ella… No permitamos que las máquinas nos anulel el pensamiento libre…

RAQUEL LÓPEZ

Viajante que vienes en busca de historia

desmoronados muros descansan en Roma,

silencios de soledad, ciudad eterna

mustia y callada, ahora.

Pasado de esplendor

de arte y de pensamiento

sueños dormidos

que se alzan bajo sus escombros,

viejas glorias olvidadas

de reliquias y trazos de gloria

que ahora el nuevo imperio

se engrandece de risueñas esperanzas.

Y lo que queda ahora, convertida

en grandeza y hermosura,

más allá de las ruinas, hoy, Roma,

resurge de su sepultura.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Una malvada bruja piruja pija

Lo primero es presentarme, como mandan los cánones que, por otra parte, me paso por el arco del triunfo. Me llamo Patry Roma y soy bruja, pero no una cualquiera, ojito, soy tan mala que me doy miedo a mí misma, con eso os lo digo todo.

Lo que más me hace disfrutar en esta asquerosa vida es putear al prójimo y he de decir que lo hago con tronío y salero. Es lo que tiene haberme reencarnado cientos de veces en bruja. No ha sido en príncipe, no, ni en florecilla silvestre, ni en albatros, rana, estibador de puerto, ministro, portería de fútbol o suelo radiante, siempre en bruja. Lo único que varía, la verruga de la nariz y la escoba. Como información complementaria, comentaros que ahora llevo una conga recargable y vuela fatal. Donde esté la escoba de toda la vida, la de esparto, que se quiten las moderneces.

Estaréis pensando que soy fea de pelotas. Pues no, odiados míos, lo cierto es que estoy más buena que un queso manchego a la miel y orégano. Y vieja. Os volvéis a equivocar, aparento veinticinco años, soy rubia, con un cuerpazo de infarto y visto sexi que te cagas. Hombres y mujeres babean hasta la deshidratación cuando pasan a mi lado y quedan inmersos en un calentón sin precedentes en la humanidad salida.

Y, os diréis: “Esta no tiene abuela”. ¡¡¡Meeeeeec, error!!! Mi abuela soy yo misma, pero con la mala leche reconcentrá. En mi primera vida, allá por la edad de piedra, era buena persona. Ayudaba a mis sesudos congéneres a inventar el fuego, a pintar bisontes en las cuevas-vivienda con mogollón de humedades, hacía mis pinitos despellejando osos para que se abrigaran y esas cosillas de cromañones, neandertales y australopitecus, que por todos he pasao. Qué tiempos aquellos, jamás volverán.

Pero, claro, una se va reencarnado hacia el futuro, nunca patrás, y eso es jodido, siempre te quedas con la sensación de que podías haberle hecho la vida imposible a más gente y te va creciendo la malafollá intrínseca a un ser pérfido. Y, como vas acumulando experiencia, y te acuerdas de todo lo anterior, la perfeccionas a capricho.

No os vayáis a pensar que siempre he sido Patry Roma, para nada, serecillos inmundos. Este es mi alias de la época de Julio César, que más tonto y no nace. Y pesao, qué coñazo de menda. Si no me creéis, leed “La Guerra de las Galias”, tocho mortal de necesidad.

He tenido innumerables nombres, Patry Mesopotamia, Patry Marathon, Patry Bósforo, Patry Inca-maya, Patry Pozo del Tío Raimundo y muchísimos más, a cada cual más molongui, pero me quedé definitivamente con Roma, porque así todos los caminos conducen a mí. Y, eso, quieras que no, facilita sobremanera mi labor. Como digo siempre: “Venid a mí, que ya os jodo”.

Una característica que va creciendo en mí con el paso de los milenios, que no termino de explicarme, es la pijez progresiva, cada siglo que pasa soy más o sea. Me estoy convirtiendo en una auténtica Barbie hijadeputa. Al pringao de Ken ya le he practicado vudú hasta en el acné, pero como es tan gilipollas, ni se entera. Vive sin vivir en él, cosa más cenutria, oyes.

No concibo salir de mi casa llena de tarántulas, murciélagos y molestos tunos sin mis Manolos. Cualquier otro calzado es una vulgaridad para mis apestosos pies. Eso sí, los compro en las rebajas de oro del Alquimista Inglés, que tiene precios muy ventajosos y la cosa no está como para tirar cohetes.

Y, hablando de oro, yo me compro la lotería en La Bruja de Oro, por aquello del compañerismo, pero me estoy planteando cambiar a Doña Manolita, porque no me toca ni de coña. Se debería llamar La Bruja del Grajo, mucho más propio. Y, si en Doña Manolita tampoco cojo algún premiejo, le echo un mal de ojo y diablas pascuas, que pa vengativa yo, una mieeeeerda el Conde de Montecristo a mi lao.

Como soy tan mala, muy aparente de presencia buenorra, pero malísima del quince, no os voy a contar mis putadas históricas. Eso, para otro día, así os tengo de los nervios. A partir de ahora, no vais a dar pie con bola y yo, partiéndome la caja.

Sin otro particular, se despide de todos los panolis del mundo, vuestra siempre enemiga, Patry Roma, la bruja pija. Un saludo tóxico, víctimas mías.

P.D.: El próximo día puedo tener otro nombre. No os confiéis… o sí, vosotros mismos, total, os voy a joder igual…

DAVID MERLÁN

Cuando dicen que todos los caminos conducen a Roma, me gustaría pensar que no solo se refiere geográficamente, sino también como fuente eterna de historia y conocimiento en cada una de sus letras.

La historia de Roma nos ha dejado para la posteridad, con la R conceptos tales como la idealizada República durante cinco siglos, en sus dos fundadores Rómulo y Remo; como no a sus ciudadanos por excelencia, los Romanos.

También Rex, el titulo que se utilizaba para referirse a los reyes de Roma en la etapa monárquica, la Res publica o cosa publica y el río Rubicón, famoso por ser cruzado por Julio César, que desencadenaría una guerra civil.

Después de la R, tenemos la no menos generosa «O», con conceptos tales como, Orador, el cual incluye a otra famosa O romana encarnada en la figura del primer emperador romano, Octavio o Augusto como se prefiera.

Qué decir del famoso Oráculo para trascender y «intentar hablar» con los Dios; uno de los puertos más importantes de la época, Ostia y en general la ingente cantidad de Opus (obras) que nos legaron para la posteridad; las obras del poeta Ovidio, la lucha de los Ordines (Clases sociales en Roma, como los patricios y los plebeyos), hasta llegar al Ocaso como metafóricamente, se denomina el periodo de decadencia del Imperio Romano.

Cuando la «R» y la «O» habían puesto el listón bien alto, aparece la «M» para seguir engrosando conceptos maravillosos tales como Marco Antonio con su Julio Cesar y su Cleopatra, Monarquía, predecesora de la Republica, Militar, en el que las Legiones y sus Legionarios eran su mayor exponente.

No seria justo dejarnos atrás la Mitología, rica y abundante en el mundo clásico y al que tanto debemos, y en igual medida a los inmortales Mosaicos, los Mecenas y los Mártires que daban su vida en nombre de su fe.

Y para finalizar nuestro repaso romano…, la A de:

Atrio, o parte central de la típica casa romana; Aqueducto y Anfiteatro, cuyo mayor esplendor y gloria se la ha ganado a pulso para la posteridad el imponente Coliseo.

El Águila símbolo del poder y la legión romana, portado en los estandartes militares.

La Agricultura, base de la economía romana y para terminar, al igual que el Ocaso anterior, Atila, Rey de los hunos, famoso por sus invasiones en los estertores de su existencia.

BENEDICTO PALACIOS

Menudo enfado agarró Ramiro cuando el día 26 de junio recibió esta nota de la empresa de sus parientes: «Prepara la maleta. Tienes que acompañar una excursión a Roma.» Acompañaba desde el último año de instituto excursiones a Paris, cuyas calles, recorrido en autobús, monumentos y museos sabía de memoria. París tenía encanto pero ¿Roma? Siempre había rechazado acudir a la capital italiana. Nada le gustaba una ciudad donde lo interesante fuera lo viejo y antiguo.

Se preparó a conciencia no obstante, ya que el sueldo de la empresa era el correspondiente a un auxiliar, una miseria, que solo alcanzaba para pagar la matricula de cada curso. Si quería quedar bien con sus amigos, sobre todo con Amelia, debería andar listo y contar con gracia cuanto se ofertara en aquella excursión. Si era capaz de lograrlo viviría a lo grande con las propinas de los viajeros.

Echó una ojeada a lo que se contaba de Roma en la web, que era mucho, y descubrió una fotografía del Panteón, que ya conocía, pero sin caer hasta entonces en la cuenta de que fue el emperador Adriano quien lo construyó o mandó terminar. Adriano era el nombre que pensaba poner a uno de sus hijos, si lograba casarse con Amelia, o Adriana si era niña.

Había un motivo. Las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar le habían abierto los ojos a un mundo tan rico y plural que había intentado hasta leerlas en su original francés. Anda que no le iba a dar juego Adriano en aquella excursión. Tendría que llevar una mochila más grande de la habitual para las propinas.

Le fastidiaba, sin embargo, una enormidad que fueran los romanos o los italianos los que acuñaran la frase dolce far niente, el divertido no hacer nada, estar tumbado, vaguear, mirarse al ombligo, siesta continua.

Guardó la noticia para el final de la excursión y como resumen, sin contar con que en la última fila de asientos viajara una dama que le rebatió aquella opinión diciendo que leyera bien la historia y vida de Adriano, que simpatizaba con la filosofía estoica.

—Al sabio estoico se le representa con un búho, el ave que parece aguantar los inevitables contratiempos que nos depara la vida y ante los cuales conviene, como recurso mejor, aguantar y cruzarse de brazos. En la lengua de Dante dolce far niente.

—Gracias, pero es que yo nunca duermo la siesta.

—Porque eres muy joven. La palabra molicie, de origen latino, significa abandono al placer. Vocablo de enorme parecido con la siesta tan española. Anda que no se fabricaron hijos en las tardes de verano. Se encuentra en un museo de París la siesta de Van Gogh. Vuelve a verlo que por algo la duermen dos.

PAQUITA ESCOBERO

Al atravesar el multiverso, su mente paró en el que los dioses decidieron posicionar en primer lugar, los ecos de su primera vida pasada iban a mostrarse. Nerviosa y rodeada de una luz que no parecía natural, comenzó a sentirse extrañamente envuelta en la sensación de ser otra persona.

Entonces la vio, inalterable, preciosa, con un pelo largo y rojizo como las llamas del fuego eterno. Los rizos caían por su espalda hasta la cintura, algunos por sus hombros hasta las caderas. Una túnica de color azul turquesa se enredaba en su cuerpo, envolviendo la suave piel que parecía de un blanco imposible en ese tejido que no solo brillaba, sino que cambiaba de tonalidad con sus movimientos. Ese azul agua marina del que también estaban contagiados sus ojos, se tornaba más claro u oscuro a cada paso que daba.

Aria sentía que era otra y ella misma a la vez. Extendió la mano para poder tocarla, pero, aunque esa mujer que veía se giró al compás que Aria hacía el gesto de rozarla, ella no parecía verla.

¿Me sentirá o solo la siento yo? Pensó.

Se fijó en que parecía cansada y abatida. Como si se hubiera rendido ante la vida. La vio caminar hacia la orilla del río, el entorno le era extrañamente conocido. En su interior sabía que estaba delante del Janto. Troya, pensó, sin duda estaba en Troya. ¡Qué curioso! ¿Qué hacía la ciudad que se consideraba el origen de Roma, de la patria?

No sabía porqué un pensamiento le había llevado a otro, su mente divagaba entre mitos, leyendas y esperanza. Sentía a esa mujer, creía conocerla y saber de ella. Notaba su pesar, aunque no la sentía triste, tampoco orgullosa. Podía sentir el dolor en lo más profundo de su ser. ¿Qué era lo que tenía que aprender de esta vida pasada?

Se acercó aun más a la bella mujer, cuanto más próxima estaba, más consciente era de sus sentimientos y su pesar, entonces la escuchó hablar y la mente de Aria enmudeció. Solo existía el temblor de una voz mientras sentada en la roca, acariciaba el agua del rio dejando que se fugara entre los dedos una y otra vez.

¡Crees haberme condenado! La escuchó decir con la mirada perdida en el reflejo de las aguas cristalinas del río que frente a ella se mecía bajo la luz de un atardecer que hacía que el fuego de su pelo fuera aún más radiante.

Aria prestó atención y entonces comprendió.

¡Oh pobre Apolo! Creíste que el pacto lo elegias tú y me diste visión del futuro a cambio de mi entrega absoluta, mi negativa a entregarme a ti hirió tu orgullo y al no conseguirme quisiste volver la verdad en mi contra. Hiciste que al acceder a los oráculos conociera lo que debía acontecer y entonces vi que hiciera lo que hiciera mi destino estaba marcado por tu ignorancia. Así que porqué entregarme al dios que solo amenazaba o protegía a cambio de su propio placer. ¿Qué divinidad es esa que te permite ser cruel?

Tu arrogancia te hizo pensar que procuraba avisar para evitar males mayores, que nadie se fijaría en mis palabras. Pero lo que veía no era más que el destino que tantos dioses enaltecidos se merecían, la tragedia de creer que teníais el poder y el resultado fueron las traiciones que os condenarían. Qué ironía pensar que ese sería mi castigo, cuando negando que mi oráculo fuera creído no me condenaste a mí, sino a Troya al olvido dando paso a Roma y un nuevo destino.

Nací como mujer que podía ofrecerse como recompensa, pero el destino me convirtió en doncella, la más bella de todas mis hermanas. Por mi origen era extranjera en tierras griegas, por mi belleza me quisieron hacer esposa y por negarme a tu deseo de poseerme entera, creíste que me vería rodeada de la más absoluta tristeza. Pero aquí me tienes ahora, descubriendo que tu castigo no era más que el inicio de mi venganza. Por algo mi padre siempre me consideró su hija más bella pero sobre todo más sabia.

Erraste en el castigo, creyendo que mi falta de credibilidad me hundiría como mujer en mi presente y en la historia que de mi se derivara, no pensaste que me harías la mujer más creída, honrada y venerada. Tu orgullo sería mi victoria. Me convertiste en heroína cuando querías convertirme en ruina sin alma.

Las profecías que os he contado no han sido más que la venganza de mi alma condenada. Que de mi boca solo la verdad emanaría, decía y sin darte cuenta me diste la mejor de las armas, manipular el destino de la tierra de mis padres, reyes que no se merecían lo que tenían y por ofrecerme como recompensa morirían. Me diste la mejor de las armas, una roma y a la vez afilada que cambió la historia de Grecia pese a ser condenada.

He pasado por loca, desgraciada e incomprendida, nadie pensó que quizá eso era lo que yo quería. Cuando ves lo que va a suceder tienes varias opciones, contar la verdad sabiendo que nadie te creerá o contar la historia que quieres que no se crea para que suceda lo que has planeado ya.

Habrá tantas versiones de mí que pocas se acercarán a la realidad. Soy Kassandra y no soy víctima soy guadaña. El oráculo me enseñó las vilezas del alma y con mi don de la palabra conseguí lo que nadie se esperaba, ni la historia creerá ahora mis palabras.

Destruí Troya, por venderme sin piedad a los que creían que podrían poseerme en cuerpo y alma. No fui violada, conseguí que Ayax así lo creyera en el Templo de Atenea, donde ella no permitiría tal deshonra en su casa, convenciendo a Poseidón de hundir su barco y ahogado o trinchado por un tridente de otro dios sin alma, terminó su vida por mis actos y palabras.

Conseguí que se Agamenón cometiera el sacrilegio que le repetía que no hiciera, mientras sabía que ignoraría mis palabras caminó por la alfombra morada de los dioses, esa fue mi venganza, creyó que era su concubina y era el arma roma que no necesitaba estar afilada, solo mover los hilos que tejían los que creían que me dominaban.

¡Oh, Apolo! que atrevida fue tu ignorancia. Creías haberme condenado al olvido y me regalaste el conocimiento del ser, la belleza de la verdad dominada por mis palabras.

Aria comprendió que estaba delante de la Kassandra que la historia había relegado a ser una víctima y descubrió que estaba ante el verdadero reflejo de lo que fue. La verdad no era más que lo que el que escucha quiere creer y si esa fui como primera vida y mujer, ahora entiendo por qué he de volver. Creo en ti Kassandra, no estás sola ni relegada a desaparecer, todavía sobre ti hoy se canta, porque hay gente que mira con ojos críticos lo que de ti nos hicieron creer.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

NOS VEMOS EN EL INFIERNO

De repente todo el Coliseo se giró para ver qué estaba ocurriendo. A lo lejos, una fila entera de romanos iba cayendo, como fichas de dominó, al paso de Gastón y René, que buscaban sus asientos con cierta celeridad porque ya llegaban tarde a la sesión de las cinco del espectáculo de fieras y gladiadores.

René Asterisco y Gastón Obelisco era galos. De las Galias profundas. De una aldea donde la dieta principal se basaba en el jabalí y los hombres lucían largas trenzas y vistosos bigotes. Ese día estaban en Roma, pero no en viaje de turismo, sino como embajadores de Abraracurcio, el jefe de la aldea. Su misión: contactar con el emperador y entregarle un importante mensaje. Siempre habían querido conocer la capital del imperio, pero especialmente a Julio. Hablamos de Julio César, no Iglesias, claro está. El grandísimo emperador del imperio. Probablemente el más relevante político y militar que jamás ha existido en la historia de Roma.

Gastón había tenido que reservar doble asiento. Nunca salía de casa sin su menhir, marca de la casa. Desde chiquitito sentía una desmedida afición por las piedras. Por eso y por la comida, hasta tal punto de que, fruto del ansia, llegó a caer en su infancia centro de una marmita humeante, accidente que casi no lo cuenta. Tras ocupar sus localidades de piedra, no sin antes haber comprado un menú grande de palomitum con sal acompañado de Pépsicus en cuerno grande, dio comienzo el espectáculo.

Se hizo un silencio abrumador. Cayo Meridio Calígula Escipión efectuó su aparición por la puerta principal, ataviado de redes, lanza, espada y tridente, lo habitual en toda parafernalia de gladiador. Saludó a la afición que rugió embravecida. Jamás las cálidas arenas del coliseo habían visto luchador parecido. Era la estrella del cartel, cincelado en el mejor mármol, especialmente para la ocasión.

El césar se levantó. Hizo un sutil gesto y se abrieron las rejas, dejando salir a la bestia, el león más terrorífico y descomunal que René y Gastón jamás habían visto en su vida. Aunque, a decir verdad, no es que hubiera muchos leones por los bosques galos, por no decir ninguno. Pero, en cualquier caso, aquella bestia con melena superaba todas las expectativas.

De repente comenzó una lucha encarnizada, a base de espada, contra la enorme fiera. El gentío contenía la respiración y ocasionalmente se escuchaban gritos de asombro. Fueron minutos eternos hasta que de repente sucedió. En un movimiento hacia atrás tratando de evitar los peligrosos zarpazos, Meridio perdió agarre con el suelo y cayó de espaldas. Las nubes del cielo fueron lo último que vio mientras tres regueros de sangre brotaban de su pecho uno por cada uno de los tres afilados pinchos del tridente que minutos antes había dejado reposando sobre la arena. La misma en la que ahora también reposaba él. Una vez muerto, el león se encargó del resto.

El césar sintió una repentina contrariedad. El que iba a ser el espectáculo estrella de la tarde, acababa de ser interrumpido de una forma tan brusca como luctuosa. Sin embargo, lo que realmente le afligía era el cercano vínculo que le unía con Cayo Meridio, que iba mucho más allá del simple espectáculo circense. Pero eso es algo que nadie sabía. Verle morir de aquella forma le había dejado fuera de lugar.

De pronto, se levantó del palco y se retiró de forma apresurada, algo que cogió de improviso a toda su guardia pretoriana, incapaz de reaccionar a tiempo. No obstante, quienes lo conocían sabían a ciencia cierta hacia dónde se dirigía.

Asterisco y Obelisco no habían perdido de vista al césar en todo momento. Rápidamente, se abrieron paso de nuevo entre la multitud a guantazo limpio, un método poco ortodoxo, pero al que estaban acostumbrados. Su misión era llegar hasta el mismísimo emperador para hablar con él en persona. Cuando llegaron, una multitud ya se arremolinaba a su alrededor. En ese punto, seguir abriéndose paso a base de sopapos les pareció poco elegante, mucho más estando frente a alguien de la talla de un césar. Así que decidieron aguardar su turno.

Poco sospechaban nuestros amigos galos que estaban a punto de asistir a un acontecimiento histórico.

Veintitrés. Esas fueron las puñaladas que, en un tiempo récord, le asestó Bruto aquella tarde y en aquel momento, mezclado entre la multitud. Seguramente nadie las contó, pero fueron exactamente veintitrés.

— Kay su tecnon.

Esa fue la frase final, el último balbuceo que acertó a pronunciar Julio César, en un perfecto griego, mientras miraba fijamente a los ojos de Bruto con el último hilo de vida que le quedaba. Una frase que ha pasado a los anales de la historia y que fue pronunciada ante a los ojos atónitos de René y Gastón. Asterisco y Obelisco.

Muchas han sido las traducciones que se han hecho de esa frase, pero la que mejor resume el sentimiento que debió cruzar en ese momento por la cabeza del césar es: “nos vemos en el infierno”.

MARTU MONFORTE

Parafraseando a Borges solo diré que Roma me duele en todo el cuerpo. De tanto amarla, de puro amor, de pensar que quizás ya no pueda volver a estar bajo su cielo azul, amparada por su historia y su música…

Y agregaré un ‘Gracias a la vida’ por haber caminado sus callecitas, sus museos, sus iglesias y degustado sus pizzas y gelatto, por haber sentido su sol pleno y el prego amable de su gente; mi gente. Roma es mi cuna, es mi raíz.. Mi sueño eterno desde el confín del mundo.

En otra vida, quizás, pueda no ser nieta de inmigrantes…

Amor y nostalgia. Respeto siempre.

IRENE ADLER

EL ÚLTIMO TALLO DE SILFIO

Siempre hemos sido los fantasmas del desierto. Los hijos bastardos del gibli. Los yinn que custodian tesoros perdidos y secretos antiguos como el agua de los wadis.

Hemos tenido muchos nombres, todos inciertos. Hemos visto imperios llegar con la marea para desvanecerse pronto, engullidos por la arena y por el tiempo: Cambises y los persas; la irrelevante dinastía de los Batos; una innumerable sucesión de Césares, cónsules, procónsules, legionarios… Y de todos ellos soportamos el desprecio, la esclavitud, el tributo, el exilio o el destierro. La tristeza de los desposeídos, la añoranza indeleble del hombre que conoció el mar y acabó enterrado en el desierto.

Hemos aprendido a ocultar nuestra ciudad, nuestra existencia, nuestro pasado, en las estribaciones negras de una cordillera hecha de fuego, cenizas y sal, allí dónde la codicia de los hombres no pudiera alcanzarnos. Y ahora que ya quedamos pocos, me han nombrado escriba y guardiana de lo que fuimos.

Mi nombre es Khalija. Y soy la última escriba de La Ciudad Blanca, descendiente de aquellos garamantes del norte de Libia que trajeron al Tibesti el último tallo de silfio. Aunque ahora, tantos siglos después de la rebelión y la derrota, mi pueblo haya cambiado su nombre por el de tubu: el pueblo sin nombre.

El silfio brotó de la tierra después de una lluvia espesa y negra como brea. Brotó espontáneo, generoso y sin medida como un regalo de los dioses. Alimentaron con él a las bestias, que a menudo enloquecían con el dulce aroma de sus feas flores amarillas, pero su carne, cebada por el mágico poder de aquel forraje, se volvía tierna, preciada, jugosa. Hicieron con el tallo macerado condimentos y perfumes. Las hojas, mezcladas con harina y vinagre, fueron la especia más codiciada del Imperio Romano, y sus semillas oscuras con forma de corazón resultaban un remedio eficaz contra las mordeduras de áspid y escorpión, el carbunco, las hemorroides y los embarazos no deseados.

Si el silfio y su aroma volvían locos a los animales, el silfio y sus utilidades volvieron locos a los romanos, que exigían cada vez más producto a la ciudad de Cirene. Y ellos a los garamantes, la tribu beduina que lo recolectaba . La fiebre del silfio trajo consigo esclavitud, sobreexplotación, miseria para los agricultores y prosperidad para los intermediarios. Largos periodos de sirocos ardientes, pocas lluvias, sequía.

Y un día, el silfio desapareció tan inesperadamente como había surgido. Quizá los dioses vieron lo que hacían los hombres con su regalo y decidieron que no lo merecían. Así que se lo quitaron.

Y el último tallo de silfio fue envuelto en hojas de palmera y ricas telas teñidas de múrice, y enviado a la isla de Platea, en la bahía de Bomba, para ser embarcado hacia Roma como regalo a Nerón.

Un último presente; un último tributo; un último peaje…

Sólo que nunca llegó.

LUISA MARGARITA

Jamás había imaginado que iría a Roma. Otros eran mis andares por Italia, norte y sur, sus bellos y románticos pueblitos con sus tendederas al viento y sus comidas sin químicos de especias y frutos recién buscados en las inigualables esquinas.

Las grandes ciudades no sé porqué nunca han sido mis preferidas. Me he caído entre sus piedras y he bebido de sus miserias e historia.

Casi siempre han sido cuentos de poderío y de diferencias y Roma me hizo llorar como si yo , en otra vida hubiera sido alguien que luchaba por su vida mientras un público ávido de muerte y sangre gritaba y aplaudía. Claro, siempre entre esos alegres asistentes estaban los que sufrían y hubieran querido que

la algarabía se detuviera y llovieran flores de colores y pájaros amarillos, más no ocurría y al final caían huérfanos y viudas desde los propios infiernos de las almas.

Y allí estaba yo, en aquellas calles llenas de monumentos, con un nudo apretado en el pecho y los ojos anegados. Así que me dije:

–Uis Argarit es hora de regresar y olvidar!

Y mientras avanzaba

la turba de mi infancia hacia gala de su impiedad!

FRAN KMIL

La hipnosis me abrió la puerta a las vidas pasadas. La culpa fue de Teresa y sus estudios esotéricos y parte mía por prestarme a ser su conejillo de India. Siempre tuve espíritu aventurero y experimentador.

Me sentó en el sofá mientras repetía la letanía de los ojos y músculos cansados y relajados, intercalando lo de la respiración suave y profunda. Hablaba en susurro, yo apretaba los labios para no reírme. Así, en ese juego entre la burla y la magia, dejé de estar en Austin y aparecí caminando por las calles de Jerusalén, marchando detrás de un individuo que cargaba una enorme cruz. El tipo estaba débil y agotado, se caía a cada rato, pero los soldados romanos no dejaban que nadie le ayudara, y la gente tampoco quería hacerlo, más bien, iban coreando, y yo sumado al coro, un fuerte grito de “ crucifíquenlo”. La escena me gustó tanto que quise repetirla.

Me introduje en el mundo de la hipnosis y los viajes astrales. Descubrí cuán malvado había sido. Viví y gocé atravesando a espadas a enemigos, quemando mujeres en grandes hogueras di que por brujas.

Tuve varias vidas además de esta donde me tildaban de buena gente y servicial; otras en que disfrutaba del mal.

Me hice adicto a los viajes.

Esa noche, como tantas otras antes, encendí la vela en la parte derecha, frente al espejo de la cómoda en el que

previamente había dibujado la estrella de seis puntas, apagué las luces y mantuve fija la mirada en mi reflejo mientras respiraba suave y profundo, concentrado en la inspiración y expiración del aire en mis pulmones.

Desde mi altura, el espacio de la arena del coliseo de Roma no parecía muy grande. En él, dos hombres armados solamente con cuchillos, se enfrentaban a dos leones. Por lo visto, habían sido condenados a morir. La multitud gritaba frenética, yo también. Ver sangre me alegraba. Al voltearme porque crei oir mi nombre, vi a Teresa que se acercaba. Cuando estuvo junto a mí, me puso una mano en el hombro y con la otra me empujó fuertemente. Perdí el equilibrio, caí a la arena, justo entre los hombres y las fieras. Ellos se miraron asombrados, los leones acudieron raudos a mi encuentro. Sentí sus dientes en mi carne y sus garras rasgando mis carnes. La multitud gritaba histérica. Miré hacia arriba, hacia donde había estado momentos antes. Teresa sonrie. Ojalá pueda volver antes de morir.

LOLI BELBEL

Nerón quiso ver arder Roma.

Su imperio simbolizado en

esta ciudad eterna.

Y dejó de serlo solo por un capricho

de un loco que dominaba el mundo.

Atila se rindió al vender a su caballo por un montón de monedas de oro equivalentes al peso del mismo por el Papa de entoces,

a un paso de conquistar el imperio más preciado

y después de haber derramado miles y miles

de toneladas de sangre, cortando cabezas y cabezas a su paso.

Un loco y un sanguinario han dado gloria y leyendas a la historia.

Todos los grandes imperios:

romano, visigodo, otomano, etc., ¿qué fue de todos ellos…?

Eso sí! Queda uno invencible al paso de cualquier ejército, de cualquier guerra…

Es curioso…

El Vaticano sigue en pie, inviolable y

con poder transcendental en Roma y en medio mundo.

¿Alguien podría decirme por qué?

¿Hemos cambiado tanto?

-Me lo sigo preguntando-…

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Les voy a hablar de Roma, el bar Roma.

Ubicado en la zona antigua de la ciudad, aún aguanta el cambio de negocio, todo se está volviendo refinado.

El bar Roma tiene la patina

del tiempo, roña diría algún parroquiano.

Allí se reúnen los clientes habituales y últimamente algún turista despistado.

Aquella mañana de mayo, los clientes y Eloy el dueño, no están para charlas.

Eloy se jubila.

Ahora qué será del bar.

El qué habla solo, el qué siempre lleva la razón, el qué no quiere volver a casa.

Si son todos hombres. Casi, Ana sentada en una mesa a parte, no sabe dónde irá, siempre fue al Roma, primero con su marido, luego sola.

Es el último bar del barrio, con sus azulejos, con la barra de mármol, el fregadero de mano.

Las papas aliñás, cazón en adobo, tortilla de papas, chicharrones.

Eloy se jubila y el Roma ya no será igual.

EFRAÍN DÍAZ

Cuenta la leyenda que Ascanio, hijo del héroe troyano Eneas, fundó un pequeño reino a orillas del Tíber llamado Alba Longa. Fueron muchos los reyes que gobernaron dicho territorio hasta llegar a Numitor y su hermano Amulio.

Amulio, quien deseaba regir de forma absoluta y sin sombra alguna, destronó a su hermano Numitor y para asegurar que no hubiese descendencia que lo amenazara en el futuro, condenó a Rea Silvia, unigénita de Numitor, al puesto de sacerdotisa de la diosa Vesta. Así la mantendría virgen.

Marte, dios de la guerra, quedó prendado de la belleza de Rea Silvia y producto de su encaprichamiento, pues los dioses no entienden de leyes humanas, engendró en ella dos hijos.

El pecado de Rea Silvia se pagaba con la vida. Ésta, temerosa de la reacción de Amulio, escondió su embarazo. Cuando dio a luz, tenía dos alternativas: matar a sus hijos, cuyo corazón no se lo permitía; o deshacerse de ellos. Optó por la segunda y con el alma hecha pedazos, los metió en una canasta y los depositó en el Tíber, con la esperanza de que algún alma caritativa los encontrara y los acogiera.

Río abajo, la canasta encalló en una de las siete colinas, cerca de la desembocadura al mar. Allí, una loba llamada Luperca que, sedienta fue a beber agua, encontró a los gemelos, a quienes amamantó para que no murieran de hambre.

Faústulo, un pastor que criaba ovejas, encontró los gemelos en el bosque y los llevó a su casa. Entre él y su esposa los criaron. Los llamaron Rómulo y Remo.

Debido a los duros rudimentos del campo, Rómulo y Remo crecieron fuertes y briosos.

Ya adultos, Faústulo decidió contarles a Rómulo y a Remo la verdad sobre sus orígenes.

Ambos decidieron fundar una ciudad. Según la costumbre etrusca, quien viera el mayor número de aves en una bandada, fundaría la ciudad. Rómulo vio doce buitres volando sobre Palatino. En cambio, Remo vio solo seis sobre otra de las colinas.

Siendo Rómulo vencedor, fundó la ciudad al lado derecho del Tíber. Hizo levantar murallas y juró matar a quien las brincara. Remo, derrorado, decidió marcharse y lo hizo de la única forma prohibida por Rómulo, quien cumpliendo su promesa, le quitó la vida. Siendo el único rey, llamó a la nueva ciudad Roma. Y así comenzó la que sería la cuna de la civilización moderna.

ANGY DEL TORO

COLISEO ROMANO: Ecos de Gloria y Sangre

En las profundidades de mi memoria, resuenan las historias de mi abuela Cleo, narraciones que trascienden la imaginación y se entrelazan con la realidad. Su voz, teñida de orgullo, evocaba la figura de mi abuelo Máximo, un esclavo cuyo destino fue forjado en la arena, convertido en gladiador y conocido entre sus contemporáneos como “el español”.

“Algún día regresaremos a Roma,” decía ella, con la certeza de los sueños que se niegan a morir, “y viviremos aventuras al estilo de las tribus germánicas, herederos de nuestros antepasados.”

El Coliseo Romano, ese tesoro histórico y arqueológico, se erige como un monumento a la grandeza y la brutalidad. Allí, donde la arena ha sido testigo de luchas encarnizadas, ejecuciones públicas y el rugir de bestias, la sangre derramada se convirtió en el siniestro placer de emperadores y plebeyos por igual.

“Ave, César, los que van a morir te saludan,” resonaba en mi mente, una y otra vez, como un eco de las palabras de mi abuela. Mientras mis dedos se hundían en la arena, una piedra afilada cortó mi piel, y la sangre comenzó a fluir, uniendo mi presente con el pasado imperial.

Elevé la mirada hacia las gradas, buscando entre los rostros de la historia. Los senadores, con sus togas púrpuras, ocupaban los asientos de honor, mientras que los caballeros se situaban un poco más allá. En lo alto, la plebe se agolpaba, una masa vibrante de vida y emoción. Y aún más distante, en un balcón que marcaba la jerarquía social, mujeres, esclavos y los más pobres se unían en una amalgama de cuerpos y almas.

Mis colegas, compañeros en la tarea de restaurar una de las nuevas siete maravillas del mundo, acudieron en mi auxilio. Sus voces me trajeron de vuelta a la realidad, y mientras la herida en mi mano era atendida, reflexioné: sin proponérmelo, había rendido homenaje a la cofradía de mis ancestros.

EVA AVIA TORIBIO

Amor al revés, Roma.

Nunca pensé que unas palmeras fueran el principio de una historia en el que cada día a su lado está siendo toda una dulzura. Han transcurrido unos meses desde que Xavi fue el valiente de nuestra relación, pero hoy aquí, delante de la Fontana de Trevi voy a pedirle que se case conmigo.

Hace un par de semanas vi por internet, con plazas limitadas, una escapa de fin de semana en el que incluía guía turístico a buen precio, así que pensé que ¿por qué no?

Gordi, te veo nervioso. ¿Quieres un poco de agua? —Sacando la botella.

—No, todo es perfecto. Estar aquí, junto a ti, es algo que nunca pensé que sucedería —Mirando embelesado tan magnifica construcción—. Caramelito—Aferrándome con fuerza a su gran mano—, ¿quieres casarte con este insignificante hombre? —Mirándole a los ojos.

Las pistas me han llevado hasta aquí. Hace un par de semanas saltó en las redes una escapada exprés a buen precio, demasiada coincidencia. Me puse en contacto con la Polozia di Stato y los Carabinier, para ponerles al corriente del caso. He reunido a un grupo reducido y nos hemos infiltrado como turistas en uno de los grupos organizados.

La Fontana está a abarrotada de personas de todas las nacionalidades y cada una de ellas lanza una moneda al agua, con la esperanza de que sus deseos se cumplan. A lo lejos observo como una pareja de hombres se abrazan con mucha fuerza, incluso uno de ellos, el más pequeñito, es elevado unos palmos del suelo, simplemente amor.

Un tumulto del otro lado de la fuente comienza a hacer fotografías y murmurar algo extraño. Acudo, con mi equipo, y mostrando nuestras credenciales dispersamos al grupo. Un hombre ensangrentado yace en el suelo.

Gordi, no te muevas de aquí, voy a ver que sucede —Acelerando sus pasos.

—De eso nada, ahora que eres mío no te voy a dejar ni un segundo —Corriendo detrás.

—¿Alguien de ustedes sabe inglés? —digo al grupo de gente que se acercan curiosos.

—¿Qué necesita? ¡Ostia! ¡Gordi, ni te acerques! —Deteniéndole con mi brazo, sé que él, a pesar de su profesión, es aprensivo cuando se trata de personas.

—¿Qué pasa, Caramelito? —Deteniéndome.

—Soy el sargento Ramírez. ¿Alguno de ustedes sabe inglés? —Intentando, sin conseguirlo, que los curiosos dejen de invadir y capturar la escena de un crimen.

—Ambos —le contesto al sargento.

—Por favor, ¿pueden decirles a los turistas que soy sargento, que se retiren de la escena, que se reúnan cada uno con su grupo y su guía y que dejen de fotografiar al cadáver?

La Polozia di Stato, tarda unos minutos en llegar. Dispersan a los visitantes agrupándolos con sus respectivos guías. Se toman los datos de todo aquel que ha estado en las inmediaciones y se les solicita que nadie abandone la ciudad hasta que uno a uno se les haga un primer interrogatorio. Esto será largo. Me aproximo a la pareja que amablemente han colaborado en primera instancia a calmar los nervios de todo aquel que se encontraba en la escena.

—Muchas gracias. ¿Y ustedes se llaman? —Ofreciéndoles mi mano.

—Ignacio, encantado —estrechando su mano.

—Xavi. Menuda la que se ha liado —estrechando su mano.

—Enhorabuena a ambos.

—Gracias. ¿Cómo lo ha sabido? —Poniéndome de mil colores. Mi caramelito se atusa el cabello mientras observa nervioso la situación.

—Gajes del oficio. Denle sus datos a uno de mis compañeros, más tarde hablaré con ustedes. Ahora reúnanse con su guía y márchense al hotel.

—Señor, han hallado una navaja plegable cerca de la escena —me comunica, Teresa.

—Gracias, Teresa. Acompaña a los señores con su grupo. Por cierto, señor Xavi, ¿qué le ha sucedido en la mano? —Señalando su mano derecha que la lleva vendada.

—Me quemé hace unos días, gajes del oficio. ¿Nos vamos, Gordi? El sargento tiene mucho trabajo por delante —Cogiéndole de la mano.

—Otra cosita, ¿este hombre les suena de algo? —Mostrándoles una fotografía del sospechoso. Tengo una extraña sensación—. ¿Ustedes de donde son?

—De Andújar —le contesto. Mi caramelito me aprieta con demasiada fuerza la mano, que extraño.

—Gracias. Estén pendientes de sus teléfonos.

Otra noche de esas largas, en las que con tanta gente va a ser complicado que hallemos alguna respuesta que nos dé con el asesino.

Caramelito, ¿te quedan palmeras? Ya sabes que cuando estoy nervioso me entra hambre —sonriéndole. Xavi está mirando atentamente al sargento.

—¿Nos vamos? Estoy cansado. ¡Ahh, perdón, las palmeras! Con tanta gente las he debido de perder, porque en la mochila no están —Abriéndola.

—No pasa nada. En el hotel pedimos que nos suban algo.

Nunca imaginé que viviera un crimen en primera persona. Vivido con mi amor a mi lado me siento seguro.

—Sargento, se me había pasado decirle que junto al cadáver han encontrado unas palmeras de chocolate…

Continuará o no.

HAROLD LIMA

Todos los caminos.

Esta era mi cuarta guardia, mire mis manos y ya se veían algunas arrugas, era inevitable que mi cuerpo envejeciera, el sol al ser una estrella amarilla era fatal para el cutis, a pesar de las cremas que Apolo lograba preparar para mi el daño era garnde; siento que fue una suerte que los archivos genéticos del crucero quedarán intactos luego del accidente, mis largos cabellos los tenía a buen cuidado con pañoletas de buen seda que me dejaban los fieles.

Creo reconocer ese chirriante sonido, me asomo al balcón de mármol pulido, entre el polvo la figura delgada de mi sobrino favorito se asoma, llegó a sentir envidia que el estuviera en la máquina de reconstrucción genética en ese fatídico día, reconozco que le sedi el puesto porque, repito es mi favorito, pero, no me parece justo que el envejezca más lentamente que el resto de nosotros. Al paso que vamos seré una anciana lamentable antes que estos sucios monos lleguen a construir los componentes necesarios para reparar por completo nuestro crucero y salir de esta isla inhabitable.

Hermes me sonríe alegre, sus finos músculos cada turno se hacen más deseables, supongo el ejercicio en esas botas antigravedad ayudan ha hacerlo mas fornido, lastima me decidí a mantenerme pura y solo disfrutar de mi cuerpo cuando lleguemos a nuestro destino, el planeta Eliseo, asi lo llamaban los miembros del consejo de razas. Este se nos asigno para vivir, un lugar perfecto en todo sentido, con las órbitas justas, un sol rojo del tamaño correcto y perfecto en todo sentido para la existencia de una raza superior como la nuestra.

—Hermes, hermoso, cuéntame que ocurre ahí abajo entre esos sucios clones.—Les digo dejando ver un poco de mis aún firmes muslos a traves de mi blanca toga— Veo su mirada de lujuria que contiene tragando saliva.

—La inteligencia artificial acertó casi en todo, esos niños que salvaste del rey malvado crecieron fuertes bebiendo leche de la quimera loba que sintetizo la bio camara, uno mato al otro y ahora él que se llama Romulo guía a un grupo de salvajes para conseguir mujeres en una población vecina…

—Son tan sucios.—Respondo. —Tuve que bañarme y frotarme mucho para quitar ese olor a clones de mi cuerpo, hasta ahora me cuestiono que lleven un 1% de nuestro adn y sean repugnantes; Zeus podría hacerlo hasta con cabras en cambio yo tuve que bajar y matar a ese rey para rescatar a esos niños. Merezco una recompensa.

Hermes, saca de su surron una pequeña lira, me conoce bien. El sabe que solo juego al despreciar a los clones, el tiene un poco de ellos y lo amo.

Esa computadora predice muy bien todo, pero en ocasiones hay que meter mano, ensuciarse para que nuestras creaciones, descubran el fuego, descubran la metalurgia, creen sociedades, y produzcan algún día un chip o limpien deuterio para reparar nuestro crucero. Sería imposible que un cavernicola aunque le enseñemos pueda hacer cosas finas y la cantidad de ellos debe ser alta para que tengan industria.

Mi sobrino amado susurra versos de amor que les escucho a los viajeros y canta, aún me quedan 500 años de turno y luego volveré a congelarme en las bahías de pasajeros de nuestro crucero espacial dañado.

Algunos estamos despiertos periódicamente, empujamos a los humanos, sucios clones hacia la civilización, nos llamaran: Dioses, demonios, ángeles, genios científicos… mas seremos nosotros, solo náufragos espaciales que terminaron varados en esta roca. Somos dioses porque viviremos más y mejor gracias a nuestra tecnología. Ellos harán ciudades e imperios, la inteligencia artificial dice que el niño que salve, fundara un imperio y le pondrá su nombre o algo parecido, en siglos todo su mundo tendrá caminos que lleven a su capital; nuestra gente creo en sus días caminos por las estrellas. Somos lo que queda de ese esplendor y somos esplendoroso, las grandes razas espaciales lo reconocen y antes que destruirnos nos ofrecieron una jaula dorada en el planeta Eliseum, algún día llegaremos ahí, pedir auxilio a ellos sería denigrante y existimos aun cuando las estrellas se apaguen.

—Hermes hermoso, cuéntame esas historias de los sucios clones. ¿Como aman, como nos ven, como viven sus efímeras vidas?

Pienso que soy una engreída, en mi cabeza resuena la idea que:»Todos los caminos van a… Romula, Románia, Roma…» no lo sé.

Hermes, se desprende de sus botas y su bio traje que le permite ser invisible a los humanos, su cuerpo es bello, lo deseo.

—Hestia, Tía hermosa, la gente te llama la diosa de la hoguera y el hogar, diosa pura y sin mancillar, no como afrodita que asco da…

—Sigue hermoso.

—Su llama veras arder en cada ciudad… Sin dudar la has de venerar…

—Sigue, sigue. Me asomo y veo las colinas. Yo me preocupare que estos sucios clones humanos, dominen todo y me rindan tributo. Roma será lo más grande de esta roca, vivirá mil años y más. Sera eterna.

JOSÉ LUIS USÓN

SEPTIMIUS

El pilum le había penetrado por la parte trasera de la espalda a la altura del omoplato, y tras desgarrar como un suave paño la carne y partido con doloroso crujir, los huesos que encontró a su paso, asomaba ahora por el pecho de Lucius Septimius.

Cegado por la rabia, e impulsado por la explosión de adrenalina que le producía siempre la batalla, actuando como una potente fuerza motriz, se había adelantado abatiendo a un gran número de enemigos a golpe de gladio. Cuando se dio la orden, equivocada, de lanzar una nueva andanada de pilum, se encontraba metido de lleno en la línea de vanguardia del enemigo y rodeado de adversarios, que al igual que él, no vieron venir la lluvia de estilizados proyectiles que los alcanzó, provocando gran cantidad de bajas ajenas y algunas propias, entre los soldados que, como él, se habían adelantado más de lo debido.

La mirada de Lucius se perdía ahora entre las nubes, que ajenas a todo desfilaban sigilosas sobre las cabezas de aquellos soldados que hoy buscaban alcanzar la gloria.

Qué puede haber de glorioso en la guerra, idealizada tantas veces, revestida de un halo romántico que desaparece cuando llegas al campo de batalla.

Acaso hay algo de romántico, en el lamento lastimero del que se sabe herido de muerte, en el barro viscoso que produce la sangre mezclada con la tierra, o en el olor a detritus de los vientres abiertos por el bruñido acero de las armas. Poco o nada tiene todo esto de romántico. Hombres pagando cara esa supuesta gloría que otros arriendan. Roma, siempre y, ante todo, Roma.

Poco a poco la mirada de Lucius se oscurecía, el sonido lejano ahora —pues el frente había avanzado unos metros— del acero entrechocando, llegaba apagado a sus oídos. Había dejado de sentir las extremidades, y el intenso dolor que hasta hace un momento le hacía insoportable la espera, había sido sustituido por una sensación esponjosa, onírica. Allí, sobre aquella lejana y reseca tierra de la Hispania Ulterior, comenzaba su tránsito hacia ese otro mundo del que tanto había oído hablar, —al que a tanta gente había enviado— y del que no se volvía. Recostado en el mullido triclinium de la muerte, se acomodaba en su incorpóreo abrazo. Lo hacía sin gloria, pues la batalla estaba perdida y nunca la hay para los vencidos.

Caesar Augusta, veintiséis de mayo de 2024

GRISELDA SIERRA

Una fría mañana del mes de diciembre llegué a Roma en busca de Julio César.

Dudaba de que pudiera acercarme a él, o de que él se acordara de mí, yo sólo era uno de los soldados que había luchado a su lado en las Galias, y que había sido herido de muerte en los campos de Alesia, cuando combatíamos contra Vercingetórix.

Por un milagro de los dioses, un campesino de la zona, que buscaba objetos valiosos entre los cadáveres, se había dado cuenta de que yo aún me encontraba con vida y me había llevado a su casa para curarme con todo tipo de ungüentos y hierbas medicinales, logrando salvarme de la muerte con su dedicación y sus cuidados.

Meses después, una vez recuperado de mis heridas, decidí volver al ejército con el estratega militar que yo más admiraba. Sabía lo difícil que sería presentarle mis respetos; me conformaba con encontrar al centurión o algún soldado, compañero mío, que fuera mi punto de partida para un nuevo comienzo; pero cuando me dijeron que julio César había muerto, y la forma como había muerto, el mundo se derrumbó a mi alrededor.

Como pude arrastré mis pasos hacia el Senado, quería ver el lugar donde habían asesinado a mi general, pero al pasar por el Foro vi a un grupo grande de ciudadanos que ponían toda su atención en el orador. Al acercarme un poco más pude ver que era Marco Antonio, el antiguo amigo de Julio César, a quien yo había conocido en las Galias. Curioso me abrí paso entre la multitud, con la intención de escuchar lo que decía.

Me acerqué hasta donde la Guardia Pretoriana me lo permitió. Escuché que el discurso era sobre la elección de funcionarios para el nuevo gobierno, dirigido por el segundo triunvirato formado por el mismo Marco Antonio, un tal Octavio y un tal Marco Emilio Lépido, a quienes yo no conocía y cuyos nombres escuché por primera vez en ese lugar.

Y en eso estaba cuando oí gritos y sentí empujones. Unos hombres, fornidos y sudorosos, a pesar del frío, se abrieron paso entre la muchedumbre y se acercaron de prisa hasta Marco Antonio. Llevaban un saco del que escurría sangre y del cual sacaron una cabeza y unas manos, recién cortadas. La multitud contuvo la respiración y enseguida exhaló un grito de asombro y espanto, y yo me llevé las manos al estómago para contener las ganas de vomitar, pues aunque estaba acostumbrado a los horrores del campo de batalla, aquella visión era terrible sin el fragor de la guerra y el temor a la muerte.

Algunos de los presentes comenzaron a retirarse en silencio. Marco Antonio arrugó el entrecejo, pero se recompuso de inmediato y alisó la frente, al tiempo que se volvía a quienes estaban en primera fila para decirles con voz neutral:

-Con esto terminan las proscripciones.

Yo no entendía nada, hasta que alguien detrás de mí, susurró.

-Es la cabeza del gran Cicerón.

-Sí, es él -respondió alguien más- ¡y las manos!, ¡le cortó las manos!; fue por las filípicas.

Escuché otra vez la voz de Marco Antonio.

-¡Pónganlas en la rostra del Foro para que todo Roma sepa el castigo ejemplar que se da a los enemigos! -ordenó a sus hombres, con voz seca y perentoria.

Pensé que ese hombre no tenía alma, pero los hilos de sudor que escurrían por sus sienes y la ligera sacudida que acababa yo de ver en su manto, me revelaron que el triunviro tenía miedo.

EDUARDO VALENZUELA

Por cosas como ésta es que están prohibidos los viajes al pasado, ¡pero alguien tenía que hacerlo!

Resulta que me he robado una máquina del tiempo y he viajado hasta el año treintaitrés, hasta Jerusalem. Allí me he encontrado con el mismísimo Cristo predicando sus sermones en el monte. Me costó trabajo convencerlo, pero le inventé que su propio padre me había dado grandes poderes para ayudar a la causa.

―Mira ―le dije―, si he podido viajar desde el futuro hasta acá es porque Dios así lo quiso. ¿No te parece?

La cosa es que lo he llevado hasta el centro del mismísimo imperio, hasta Roma. Decendimos con la máquina en los jardines de Tiberio, el emperador. Tuve que convencer a Tiberio empleando un poco la fuerza (robots, rayos desintegradores, escudos de fuerza, etc.) para que entendiera que su puesto sería tomado por Cristo por orden de los dioses.

¿Qué por qué he hecho esto? Porque me harté de la política, que si el comunismo, que si el capitalismo, que si el anarquismo… He llegado a la conclusión que lo mejor para el mundo es el “Cristianismo Democrático”, donde la regla de oro: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a tí”, es la base de la buena convivencia, y en vista que la historia ha mostrado que tanto el Cristianismo como la cultura romana calaron hondo en el desarrollo de la humanidad, decidí que el mismísimo Cristo implantara el sistema desde el centro del mundo, desde Roma.

Ya está Jesús sentado en el trono del emperador. Un ejercito de robots lo protegen de cualquier magnicidio y lo ayudan a difundir sus enseñazas directo urbi et orbi: “Amaos los unos a los otros”, “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen”, “No os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo”.

Cuando vuelva al presente quizás yo sea encarcelado, pero espero encontrar un mundo mejor. Acá ya se han derribado todos los monumentos, todos los templos, toda la pompa y la gloria. El lema de Roma: «El Senado y el Pueblo de Roma» (SPQR) fue reemplazado por “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Roma ya no es ni la sombra de lo que fue.

SANTIAGO VILLA IBÁÑEZ

«El águila imperial» (Roma)

— ¡Comandante! … Las tropas esperan sus órdenes .

Dijo el lugarteniente de Alarico, mientras este observaba las columnas de humo que se levantaban sobre la ciudad. Ahora violada por sus tropas, humillada por los que antaño fueron considerados bárbaros. Imperio que invadió parte de sus tierras, más no consiguió nunca quebrantar el espíritu indomable de su gente.

Desde lo alto de la colina veía el imponente coliseo, escuchaba los gritos y llantos del pueblo sometido. La bella y eterna ciudad de las siete colinas, fundada por Rómulo, criado por la loba Luperca junto a su hermano Remo, al cual daría muerte en la conquista de sus siete colinas.

Alarico miró al cielo, contemplando el majestuoso vuelo de un águila imperial que sobrevolaba la ciudad, alejándose de ella, como se alejaba el brillo y el esplendor de sus abatidos estandartes, a manos de esos sucios bárbaros, a veces enemigos, a veces aliados, a veces considerados miembros del imperio.

— ¡Ordena a mis tropas que no causen más dolor a ese desdichado pueblo! … ¡Así comprenderán de una vez, que nosotros los bárbaros, también sabemos del perdón!

Exclamó Alarico a su lugarteniente, mientras observaba pensativo el majestuoso vuelo del águila imperial, abandonando los cielos de la ciudad eterna… ¡Alejándose de Roma!

ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ

La única salida

Bebía y bebía, alzaba mi copa llena de vino y especias, sin saber ya por que brindar, pues había repetido el gesto tantas veces aquella noche, que solo me quedó dedicárselo a mi propio destino.

El lupanar estaba a rebosar. Incluso atisbé algún patrício sin escrúpulos que también merodeaba por allí, pasando desapercibidos entre meretrices y libertos embriagados. Busqué en mi saca mas monedas sin suerte. Aquel sería mi ultimo sorbo.

Abandoné semejante nido de depravación y me encaucé vía arriba, buscando el sendero y pensado en como habría cambiado todo si el estúpido de Antonio hubiese llevado con éxito su encargo. Debía haber sido yo y no él quien apuñalase al infame de Nerón, después de todo ambos pertenecíamos a su guardia personal y jamás habría sospechado. Durante el cambio de guardia me convenció para que dejase a él cargar con aquella gloria… Empecé a sospechar debido a la tardanza. Esperé con nerviosismo en el lugar de encuentro pero nunca regresó. La noticia corrió como el fuego en la ciudad; ¡Habían descubierto a un traidor intentando asesinar al emperador! Más tarde me enteré que habían apresado a Pumpido, el senador romano que nos había encomendado aquella ardua empresa. Seguramente ya habría confesado y ahora estarían buscándome por toda la ciudad.

Recorro las calles buscando huir sin que nadie advierta mi presencia. No quiero ser el trofeo de un necio emperador. Con la muerte de Nerón, Roma se habría librado de un tirano sin corazón, que manejaba aquel imperio como un niño enrabiado y mal educado. Un despiadado bastardo narcisista. La grandeza del imperio no podía estar a merced de aquel sádico.

Siento el peso de la noche sobre mis hombros mientras serpenteo las estrechas vias romanas. Con paso apresurado, esquivo gritos y risas que inundan las calles. Me alejo de la villa y una brisa fresca, cargada con el aroma a incienso y humo de antorchas me acaricia el rostro mientras a zancadas me adentro en la penumbra.

Por fin atisbo el establo. La madera es vieja y chirría al abrir el portón. En su interior sombras nerviosas se reflejan en el suelo a la vez que relinchan. Me percato de un esclavo esparciendo el poco heno que dejaba a un potro perturbado. Me refugio en el pórtico, de cuclillas con la espalda contra las betas de la madera, acaricio mi daga, sabiendo que aún no es su momento. Suspiro y espero paciente a que el establo quede vacío. Recapacito sobre lo ocurrido, pues probablemente ahora, Antonio yacía sin cabeza en algún foso o peor aún, crucificado. Mi corazón latía acelerado sabedor de su destino. Aguardo hasta que el esclavo abandona en lugar y es engullido en la oscuridad de la noche. Contengo mi respiración y un silencio inunda el paisaje. Solo el bufido del potro lo perturba. Era joven, demasiado para huir en él, su tamaño aún no era el de un adulto y acabarían dándome caza. Entro de puntillas y puedo notar la mirada nerviosa se los caballos sobre mi sombra. Ya había hecho lo mas complicado.

Busqué con mis manos temblorosas el barreño de donde bebían aquellos animales sedientos. La luz de la luna se reflejaba cual espectro silencioso en el agua como en un espejo oscuro, solo alterado por mis manos, sumergiéndose y midiendo la gélida temperatura. Me vencí sobre el, apoyando mis codos en el borde, y con lagrimas en mis ojos busque de nuevo en mi cinto aquella daga, la que un día cargaba orgulloso como miembro de la guardia imperial. Mi pulso languidecía, yo, que había derramado vísceras de seres barbaros en el campo de batalla y contaba por cientos mis «honorables» asesinatos en nombre del imperio… no me que quedó más que apretar los párpados y una vez mas obedecer mi disciplina. Presione la hoja contra mis venas y la deje descender, viendo como el rojo se desvanecía en la oscuridad de aquel barreño. No dejaba de pensar en Mesalina y Aurelio, mi esposa e hijo. Con mi suicidio dejarían de perseguirlos y les podrían vivir en paz y conservar las posesiones. Era el único resquicio de dignidad que habitaba en mí. De haber huido pasaría a la eternidad como un necio traidor y toda mi estirpe sería desterrada y perseguida hasta sus últimos días. Adormecidamente noto como mi cuerpo es devorado por las frías aguas, sumergiéndome en mi propia sangre, aliviado y sereno, me resigno y abrazo mi paso a la eternidad y liberándome por fin de aquel mundo de puñales y cadenas.

JUAN PEÑA

Becco di Maiale es un afamado pendenciero. Delgaducho y pantalón de pinzas, negro, fino, largo. Calcetines blancos y zapatos relucientes más allá de lo que la devoción demanda, aunque permite. La camisa, demasiado exaltada para octubre y medio desabotonada, deja ver un crucifijo de oro y vislumbrar la escuálida sopa de pata de gallina vieja, que cada noche sorbe para cenar, poniendo cuidado en no empantanar el bigote. Cigarrillo de la boca a la mano falsoensortijada, de la mano a la boca un poco mellada, habla sentado en su ciclomotor. Sabe de todo un poco y mucho de casi nada, que es la norma general en el mundo y, quizá, más allá.

Conoce Roma, igual el barrio de Mussolini, donde se divierte, que el Foro, donde trabaja. Vive lejos del centro, en Tor Bella Monaca, comparte piso, un tercero, con su mujer, la tercera. Y si alguien le pregunta, responde sin estribillos de duda: «Il meglio di Roma, le sue puttane».

FÉLIX LONDOÑO G

A Cartago la engulló la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Roma, ya obesa, se derrumbó por su propio peso, atragantada de arena, leones y gladiadores.

JAVIER GARCÍA HOYOS

INSIDIAE

—No vuelvas a beber más de mi copa ni de mi vino, no vaya a ser que el azar designe que, en mi última noche de libertad, mi propio esclavo caiga en manos de algún horrible veneno —dijo Gripo a su servi.

—Mi señor, habláis en forma extraña.

Pero Gripo apenas hizo caso de lo que le dijo su esclavo y contempló su querida ciudad, bella de día, pero aun más hermosa bajo el manto de la noche. Miró a los ojos del joven esclavo al que había acogido de niño en su hogar. Al que había puesto por nombre Tiberio, en honor al gran río

que daba vida a aquel gran lugar.

—¿Acaso el pesar de mi señor tiene algo que ver con el mensaje que le ha dado ese extraño hombre que acaba de marchar? —Insistió Tiberio.

—Así es ―dijo Lucio, quien con mirada melancólica observó las estrellas y la tranquilidad de la durmiente Roma, ajena a lo que había sucedido, y a lo que venía por suceder ―. La conspiración ha fracasado. Tarquinio no volverá a reinar; y todo por culpa de la lascivia y depravación de su hijo. Nos han descubierto, y Bruto no tendrá piedad con ninguno de nosotros. Ni de la Vitelia ni de la Aquilia, ni de quienes como yo, quisimos reinstaurar la monarquía.

Gripo se acercó de nuevo a su esclavo, pensó en la futilidad de su propia existencia. Pensó también en el momento en que algún desconocido lictor ejecutara la sentencia y, probablemente, tras grandes sufrimientos, apartase su cabeza del resto del cuerpo sin ningún miramiento.

Acarició los largos cabellos de Tiberio, que le recordaban su vigorosa y enérgica, pero ya lejana, juventud. Sintió, hacia aquel joven que tenía delante, el amor perdido del hijo caído en la batalla.

―Hoy quiero darte la libertad, Tiberio, a ti y a la joven con la que te ves a escondidas. Tengo sobre mi mesa los documentos que así lo atestiguan.

Tiberio le miró sorprendido. Su boca, abierta como la de un pez que trata de respirar fuera del agua, se paralizó. Sus ojos abiertos como los de una lechuza, parecían querer escudriñar dentro de la mente del hombre que tenía delante.

Gripo se acercó a su escritorio y cogió los documentos mas dos papiros enrollados dentro de un cilindro metálico.

―Pronto vendrán por mí, y quiero darte este último regalo a ti, al hombre que he querido como mi hijo ―Gripo le ofreció las cartas de libertad, y Tiberio, sorprendido aun, las aceptó.

―Y ahora, nuevo liberto, te pido un último favor. Llévate contigo, esta misma noche, a la que ya podrá ser tu esposa. Sal de la ciudad, y guarda, durante un tiempo y en lugar seguro, estos papiros que te encomiendo. Existe una biblioteca en una ciudad llamada Alejandría, deposítalos allí. Sabrán que hacer con ellos. Es mi historia. Para que mi memoria no se pierda y todos puedan saber quién fui, y lo que trate de hacer por la ciudad que amo. Estoy seguro de que Roma será grande, y mi nombre deberá estar ligado a ella. Ahora vete, busca a esa chica, coge el los caballos y el carro que ya estarán preparados con las alforjas llenas de oro, y vive libre.

Tiberio asintió, y marchó en busca de su querida Apama.

A la mañana siguiente, Tiberio ya se había marchado de Roma, pero las noticias de la detención de los conspiradores contra Bruto fueron más rápidas, y al amanecer, mientras desayunaban leche y pan al calor de una pequeña hoguera, unos viajeros comentaban lo ocurrido.

Tiberio, al oírlo, fue al carro, cogió los pergaminos, y los lanzó al fuego.

Apama, sorprendida le preguntó por qué.

―¿Y por qué debería conceder un último deseo al hombre que acuchilló a mi padre, violó a mi madre y quemó a mis hermanos? Al hombre que incluso me quitó, por gusto, mi propia identidad llamándome Tiberio. Él quizá pensaba que yo no lo recordaría, pero mi madre me puso un nombre, y ese era Diodoto.

MANUEL SERRANO

ROMA

.oy euq setna obilas ah anañam atsE

.arpmoc la oy areicih euq y edrat aírevlov euq ojid em ehconA

.areven al ne aton al érajeD .

adireuq otseupus roP

.yos euq etneidebo ocihc un omoc odot sárdneT

asimac al ed ollislob el ne oditem eh al em y alrarim nis aton la odigoc eH.

.edrat atse érah oL

.repús la odacreca eh em, rajabart ed séupseD

:ardeip ed odadeuq eh em y aton al odacas eH

ATLAF

.siteugapsE—

.senorracaM—

.zorrA—

.soseB—

.saciriaC—

.otirf etamoT—

.saseugrubmaH—

.nóisaP—

.ocol osxes ed sehcoN—

.sodanerfnersed resecrenamA—

.sanzanaM—

.sajanraN—

.roma ohcum Y—

.savuelv euq atlaf ecah on, odot seart on iS

NUMIRALDA DEL VALLE

ROMA

Ciudad de piedra e historia

La más importante, la más poblada,

La más bella de todas

Durante muchos siglos,

Capital del mundo llamada

Ciudad de encanto y contraste

Desde su fundación fue una monarquía

Salpicada por la sangre

De emperadores y magistrados

Que reinaban con alevosía

Ciudad de soñadores errantes

Pasó a ser República, vivió tiempos mejores

Por unos quinientos años

Modelando democracias griegas

Con instituciones y senadores

Ciudad de poder y dominio

Posterior a la República,

Un vasto imperio surgió

Con los cónsules ostentando el mando

Del Ejército y el Ejecutivo

A la costa Mediterránea conquistó

Ciudad de magia y constancia

Mucho tiempo había pasado,

La Edad Media llegó

Con ella bárbaras invasiones

El gran imperio, en aldea se convirtió

La crisis y decadencia, mil años duró

Ciudad de obras colosales

En el siglo XVI, llegó el Renacimiento

De las cenizas resurgió

Como imponente centro artístico, cultural

Con iglesias, palacios y monumentos

Ciudad de belleza que cautiva

Miguel Ángel, Bramante, Rafael, artífices fueron

Del glorioso pasado que volvió

En los siglos XVII y XVIII,

El estilo Barroco nació

Con su forma y dinamismo

Por toda Europa se propagó

Ciudad de Dioses ancestrales

Representada por el águila

La que un día quedó vacía,

La ciudad de la eternidad

Aumentó su esplendor

Recuperó la hermosura

¡Viva Roma capital de la cristiandad¡

VALERO MEDINA LUISA

MILAGRO EN EL VATICANO

Miranda miraba a San Pedro con devoción pidiéndole fuerza y valentía para seguir adelante con su vida. Acarició, con suavidad, el pie derecho del santo; no quería desprender su mano de la venerada estatua de bronce del Vaticano.

De repente sintió que alguien estaba muy cercano a ella. Un guante grande se posó encima de su muñeca reteniéndola. Su cuerpo reaccionó con un brinco y le dio un golpe de calor. Cuando se dio la vuelta, un hombre le empezó a hablar:

—Los peregrinos suelen tocar o besar los pies de San Pedro para pedir una bendición. Esta tradición es tan antigua que, a lo largo de los siglos, seguro que millones de personas deben haber besado y tocado la estatua; por eso, está el pie derecho desgastado.

»Miranda, ¿has pedido tu deseo?… ¿No te acuerdas de mí? Soy Alejandro, del instituto. Estuve un rato observándote y no me lo podía creer. ¡Estás igualita!

—¡Me asustaste mucho! Pensaba que eras un italiano salido o un psicópata. No te pegué por estar en territorio sagrado—rio nerviosa, todavía recuperándose del susto y sus ojos se clavaron en los de su viejo amigo.

«De psicópatas, por desgracia, tengo bastante experiencia…», pensó con tristeza, acordándose de Javier.

» ¡De igualita nada! ¿Cómo estás? Aparte de muy delgado y eso que los abrigos engordan. Ahora estamos al revés a como lucíamos antaño: tú flaco y yo foca —se rio de nuevo y esta vez con todas las células de su piel, como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

—Una gordita divina y un flaco calvo… —contestó Alejandro sonriendo y señaló su cabeza pelada, mientras la miraba sin poder asimilar que estuviera ante su amor platónico de adolescencia; habían pasado cuarenta años sin verse—. Dame dos besos.

«Gracias, San Pedro. Sé que esta “serendipia” fue obra tuya…», se dijo así mismo y juntó sus dos manos haciendo un gesto de gratitud.

Se acercaron con cierta timidez y Miranda movió su cabeza, entregando su rostro para recibir los besos de izquierda a derecha, pero Alejandro, a propósito, lo hizo de derecha a izquierda; de modo que, le robó un roce de labios que dio calor a sus cuerpos en ese invierno romano.

—¿No sabías que en Italia se saluda dando dos besos de derecha a izquierda? —le susurró Alejandro al oído, coqueteando y se apartó solo un poco.

—Pero tú no eres italiano. ¡Adrede lo has hecho! —Miranda le guiñó el ojo y soltó una carcajada mientras le agarraba su abrigo gris de paño por el pecho queriendo atesorarlo…

—¡Por supuesto, no podía perder la oportunidad! Por cierto, ¿te están esperando?, ¿tienes marido, novio, amante?

—¡Qué va! , ninguno de los tres: vine a Roma sola.

—Entonces seré tu guía turístico mientras estés aquí, ya que soy profesor de Historia del Arte. Hay mucho por conocer, pero no se compara con Florencia. Si quieres podemos viajar allí.

»Perdona, me estoy adueñando de tu tiempo. Además, espero que nos podamos poner al día de nuestras vidas.

—¡Eso está hecho! Ay, ¡qué alegría más grande, «Osito»! Así te llamaban «los odiosos», ¿verdad? —dijo y entrelazó su brazo con el de él para seguir caminando por la Basílica de San Pedro y disfrutar de la magia del encuentro.

«Tengo todo el tiempo del mundo. Mi nueva vida está comenzando con “mucho Arte”, gracias, San Pedro»,

pensó Miranda y sintió que desbordaba en ilusión y calma por partes iguales.

GRACIELA PELLAZZA

En medio de esa noche larga y cerrada, pesada de todo, ya indomable; volví al intento de convencer a Jere.

-Hay que amigarse con la muerte hijo.

Al final todos los caminos conducen a Roma.

Jeremías es el resultado de lo que esta bien y más; y no porque lo diga yo, que lo miro con los ojos del cariño, sino porque desde la infancia ha batallado sin quejas. El que domina su temor.

Hace días que duerme mal, sentado en una silla, cuidando que mi candelabro no se apague, y ya debe estar pesando menos; vacío de tanta lágrima.

Mi cuerpo es volátil, tan liviano como el vuelo de los pañuelos cuando bailan. Esta desmadejado esperando el viento, el de la despedida, con la débil misión de ese soplo que parece suspiro. El pitido final del globo de la.fiesta. La vida es una fiesta.

Al principio saberlo, es un balde de agua fría en grados bajo cero, que te moja y te moja, y lloras cuando escupes la bronca.

¡Tarde amigo! No eres inmortal.

Luego entiendes que los ciclos, la semilla, el brote y una langosta llega y arrasa con la cosecha. La oquedad en el individuo.

Hoy me duele Jeremías; solo eso.

No tracé mapas, ni le descifre códigos, no supe guardar esquemas. La vida parece aburrida pero es un bramido pasional, el apetito voraz donde uno prueba todo.

Tal vez lo miré mucho…

pero le dije poco.

Cuando se silencie mi mundo

Él entenderá la fuerza del grito.

MAITE BILBAO

UNA DE ROMANOS

Cine Rex. 1945.

Lluvia torrencial azota la fachada del cine. La noche solo se ilumina por la tenue luz de las farolas. Un grupo de niños harapientos juega en la calle, y se esconde entre los portales. El vagabundo, con la mirada perdida, hurga en la basura en busca de algo que llevarse a la boca. Un tranvía abarrotado pasa por la calle, y deja gente sin destino a su paso.

Cine Rex. Gallinero.

Joaquín, con la mirada fija en la pantalla, susurra palabras dulces al oído de Antonio. Él con una sonrisa, se acurruca entre sus brazos. La oscuridad del gallinero los envuelve en un manto de complicidad. En la pantalla, los gladiadores luchan a muerte en la arena, mientras la pareja se entrega a su propia batalla de amor clandestino.

Calle Mayor. 1946.

Un grupo de guardias civiles patrulla la calle con paso firme y mirada severa. Un hombre es detenido y le golpean contra la pared. El cartel propagandístico del régimen adorna una esquina. Mientras las mujeres, con la cara marcada por la miseria, hacen cola para comprar un trozo de pan.

Cine Rex. Gallinero.

Las manos de Joaquín recorren el cuerpo de Antonio con avidez. Él gime bajito, y le responde con palabras de amor en sus oídos. La oscuridad se convierte en su refugio, un oasis de pasión en medio de la opresiva realidad. En la pantalla, los romanos celebran su victoria, mientras la pareja celebra su propio triunfo sobre la censura y la represión.

Gran Vía. 1947.

El desfile militar llena la Gran Vía. Los soldados marchan al son del tambor, mientras la gente observa con apatía. Un grupo de niños, famélicos miran a los soldados con envidia. Un hombre, con la cara llena de tristeza, lee un periódico en el que se habla sobre la ejecución de un preso político.

Cine Rex. Gallinero.

Joaquín y Antonio llegan al clímax entre caricias mutuas. Sus besos apasionados y sus jadeos se mezclan con el sonido de la película. La oscuridad del gallinero los protege de la mirada del mundo exterior, permitiéndoles vivir su amor sin miedo. En la pantalla, los romanos se despiden de la arena, mientras la pareja se despide de su propia realidad por unas horas.

Plaza de España. 1948.

Un grupo de niños descalzos juega al fútbol en la plaza. Un hombre gris vende periódicos en una esquina. El grupo de mujeres charla, animadamente, mientras lava la ropa en una fuente. La vida sigue su curso, a pesar de la miseria.

Cine Rex. Gallinero.

Joaquín y Antonio se miran a los ojos, con la complicidad de quienes han compartido un secreto. Sonríen, con la esperanza de que algún día puedan vivir su amor a la luz del día. En la pantalla, los créditos finales anuncian el fin de la de romanos. La pareja se levanta, tomados de la mano, y se enfrenta a la otra película, la de la vida.

Al salir del cine, la noche fría los golpea con la fuerza de la realidad. Separan sus manos. La miseria e indiferencia que plaga las calles de la ciudad parece no tener efecto, mientras exista un cine al que entrar.

Mañana, cuando vuelva a abrir, los romanos volverán a la pantalla. Y regresarán para besarse a escondidas en el gallinero, mientras esperan que los gallos calmen la sed de mando.

ANA DEL ÁLAMO

No importa si nací o no en Roma

Si acaso mi piel desnuda

se baña en las mismas aguas

que mi provincia vecina.

No importa si hablo o no tu lengua

Si acaso mi voz trémula

la escucharon otros padres

surgidos del mismo vientre.

No importa si yo soy toro y tú eres bota

si acaso mi mano abierta

abraza tu mano amiga

con los mismos corazones.

No importa si no comparto tus genes

si acaso nuestras heridas

las sana una madre hermana

que parió el mismo adn.

Si todos los caminos conducen a ti

Si comulgamos en mar y origen

Si mañana, tu vida y mi emblema

habitarán la misma tierra y el mismo vuelo de águila.

LETICIA R MENA

Calle Roma

Era Roma, pero no la misma Roma que yo había visitado en mi juventud. Esa llena de lugares que visitar y ruinas de un antiguo Imperio que, aún estudiado en la más tierna infancia en el colegio, pocos sabríamos contar su historia.

Allí también había ruinas, las de los viejos edificios cuyos dueños no podían o no querían restaurar, y cuyos vecinos de renta baja se habían acostumbrado a convivir con seres de cuatro patas de esos de baja calaña.

La escalera, estrecha y oscura, ascendente como una garganta vertical de un ser mitológico del que uno no está muy seguro de poder volver a salir, llega dos pisos más arriba del cuarto al que he de subir.

Hace años que no nos vemos, desde ese viaje a Roma de hecho.

Después de lo que pasó allí perdimos el contacto. Deliberadamente.

Ninguno de los dos podíamos permitirnos echar a perder nuestros respectivos matrimonios, hijos y familia feliz incluidos.

Nos juramos que lo que pasa en Roma se queda en Roma.

Una divertida locura entre los dos, de la que nunca nos recuperamos, y que acabó con la férrea amistad que arrastrabamos desde el primer día de colegio.

Al otro lado de la puerta que hace unos segundos han golpeado mis nudillos se oyen pasos, lentos, acercándose.

Nos quedamos mirandonos durante lo que parece una eternidad cuando aquella puerta por fin se abre.

Ninguno de los dos sabe que decir.

Ninguno de los dos es ya el mismo.

Blanco su pelo casi por completo. Apenas un 10% del mío aún en mi cráneo.

– Antonio – logra articular mi boca repentinamente seca.

-Carlos – mi nombre tembloroso en su voz.

Ambos aguados los ojos por lágrimas que no llegan a resbalar por un par de mejillas llenas de arrugas.

Se aparta para que pueda entrar. En el minúsculo recibidor hay un cuadro con una foto del Coliseo.

Debe de ser una señal del destino, que en la última página de la historia se empeña, caprichoso, en escribir con letra cursiva y apresurada un nuevo final.

Nos miramos, antes de fundirnos en un abrazo de esos que dicen todo sin romper el silencio.

En el bolsillo de mi chaqueta cruje en papel donde escribí la dirección que me dio por teléfono.

Calle Roma 14, 4⁰ C.

CARLOS RODRÍGUEZ

Fue Vallejo quien volvió a tomar la palabra rompiendo aquel incómodo momento.

Llevo años en esto, son pocas las posibilidades a barajar en una circunstancia como esta, o Sonia esta infiltrada en alguna organización y temen poner en peligro su vida acercándose a ella, o creen que esta implicada en algo ilegal, en cuyo caso yo sería cómplice… ¿por cual de las opiniones me han traído a este despacho?

– ¿No cree, Vallejo, que se ha dejado algunas otras opciones en el tintero?

– Claro que sí, pero de ser alguna de ellas no estaríamos perdiendo el tiempo en este despacho, y un grupo de asalto estaría preparado para salir hacia la ubicación de Sonia ¿me equivoco?

– Ya te dije que era el mejor, no se le escapa un detalle.

– ¡Ya veo, ya! … Dígame inspector ¿cree usted, como lo hace su comisario, que Sonia Álvarez podría estar implicada en su caso?

– He de reconocer que en algún momento se me ha pasado por la cabeza, aunque quiero pensar que no es ella quien esta haciendo todo esto, tendría que haber perdido el juicio por completo para haber matado a un hombre y estar provocándome para que la persiga.

– ¿Pero entonces, lo ve como una posibilidad factible?

– Todo lo que conoce de mi vida, los equipos y tácticas utilizadas… siento tener que responder afirmativamente a su pregunta, pues incluso las descripciones que he podido reunir coinciden, a grandes rasgos, con el físico de Sonia.

– En esa posibilidad habíamos pensado, pero no tenemos nada lo suficientemente atado como para proceder al arresto.

– Tal vez tengamos algo que nos pueda confirmar si es ella o no. Siguiendo las pistas que me han traído a Bilbao, he dado con varias personas que han visto la cara de nuestra sospechosa. Cuando he entrado en las dependencias policiales era para solicitar la colaboración de un dibujante que me acompañase a entrevistar nuevamente a estos testigos ¡si a ustedes les parece bien!

– ¡Pues claro que sí! Vaya usted bajando, ahora mismo le envió a alguien que le acompañe, cuanto antes salgamos de dudas antes sabremos cómo actuar.

Vallejo regresó a la entrada y se dispuso a esperar junto al mostrador de información, aunque apenas había tenido tiempo de acomodarse cuando una voz conocida le llamó desde su izquierda.

– Pero mira tú a quien tenemos por aquí, nada menos que al inspector Vallejo ¿qué te trae por estas tierras? ¿En qué andas metido ahora?

– ¡Elisa! No puede ser cierto ¿pero tú no querías quedarte en Madrid?

– Pues sí, pero la vida da muchas vueltas y he terminado volviendo a casa. Pero te voy contando por el camino, vamos a tajo, que me han dicho lis de arriba que necesitas unos retratos urgentes.

– Así es, a ver si conseguimos ponerle cara a alguien que me trae de cabeza desde hace días, se escurre como anguila entre las manos.

Elisa arrastraba una gran caja con ruedas sobre la que descansaba el maletín de un ordenador portátil. El frontal de la caja dejaba ver dos pequeñas puertas, y sobre ellas media docena de cajones de poca altura donde guardaba lápices, pinceles y pinturas. Y es que a pesar de su juventud preferiría el dibujo a mano ante cualquiera de las aplicaciones diseñadas para facilitar su trabajo, en su opinión, el ordenador era incapaz de reflejar los pequeños rasgos personales que podían verse tras los ojos o las expresiones de la cara.

Al primer lugar que se dirigieron fue a la residencia, Vallejo tenía la esperanza de encontrar a Don Sergio con la misma lucidez que le había dejado, pero no hubo suerte.

Elisa se sentó con las dueñas del centro, primero lo hizo con Tali, plasmando sobre el papel cada uno de los detalles que, a través de las respuestas hábilmente obtenidas, iba arrancando de los resultados que esta ni siquiera era consciente de tener.

Repitió el proceso con Cristina, quien no había estado presente mientras lo había hecho con su compañera, ni había visto el resultado.

Elisa había cambiado el ángulo de aquel segundo retrato tratando de plasmar hasta el mas mínimo detalle de aquella mujer. Una vez hubo concluido ambos retratos los mostro a Vallejo sin decir nada.

Por la cabeza del inspector pasaron mil imágenes en pocos segundos, y una descabellada idea. Tomo ambos dibujos y, mientras Elisa se disponía a comenzar el tercero con la ayuda de la recepcionista, el los mostro a Don Sergio.

Los años le habían enseñado a no desperdiciar ninguna oportunidad, y sabia bien que una imagen o un sonido podían despertar recuerdos en aquel tipo de pacientes. No hizo falta que pronunciase ni una palabra.

– A esa chica la conozco yo, es Andrea, ella me ayudaba con la prensa mientras yo encuadernaba un libro para un amigo suyo.

– Muchísimas gracias Don Sergio, me ha ayudado usted un montón.

– ¿Volverá a venir por aquí? Es una chica muy maja.

– Pues no lo sé Don Sergio, pero si la ve avíseme, me gustaría conocerla.

Elisa ya había terminado el retrato basado en los datos que le había aportado Luisa y le esperaba para regresar a comisaría, aunque Vallejo hubiese querido visitar a Paquita y Ángela por si alguna de ellas pudiera aportar algún rasgo más, pero Elisa debía regresar, sus padres eran mayores, de modo que se turnaban entre ella y su hermana para no tener que dejar sus respectivos trabajos y seguir cuidando de ellos.

Ya en el coche comentaron los resultados, que a Vallejo le tenían preocupado, pues había algunos rasgos demasiado similares a los de Sonia, aunque fue rápidamente tranquilizado por la retratista.

– Puedes relajarte hombre, no es ella.

– ¿Cómo? Pero si el parecido es tremendo.

– Ya te había dicho que hacer los retratos por separado nos aportaría rasgos ligeramente diferentes y algún dato al que los demás no dieron mayor importancia o no matizaron como deberían.

– ¿Hay mucha diferencia en la descripción de la recepcionista?

– No, pero ha especificado algo que las demás dieron por sobrentendido. Todos los testimonios nos confirmaron que era morena y, según me han dicho, tenéis imágenes de una mujer con una melena de esas características.

– No entiendo donde quieres ir a parar ¿acaso se trata de una peluca?

– No, eso seria difícil de determinar, es algo aun más sencillo. La recepcionista ha sido la única que no se ha referido a la sospechosa como “mujer morena», exculpando a Sonia con su descripción.

– ¡Pero arranca criatura! ¿Qué es lo que ha dicho? Que me tienes al borde del infarto con tanto misterio.

– Cálmate Vallejo, cálmate. De las veces que trabajamos juntos se me ha pegado esa forma tan tuya de ir enseñándonos la importancia de los pequeños detalles, y eso es lo que ahora estaba rememorando contigo.

– ¿Estas diciéndome que me he dejado atrás algo importante?

– Pues sí, pero no es que lo hubieses pasado por alto, es que todos habéis asumido que esta mujer era morena de cabello únicamente.

– No me digas que…

– Pues sí Vallejo, buscas a una mujer mulata.

La cara de Vallejo cambió radicalmente, ahora era una mezcla de estupor, alivio y la sensación de sentirse estúpido por no haber barajado esa posibilidad en ningún momento.

El inspector se sentía como aquellos primeros cristianos en el centro de la arena de un abarrotado Coliseo, mirando a su alrededor y pensando cual de aquellas puertas se abriría, qué habría tras ella y si serían quienes de superar al sorpresivo rival que les hubiera tocado en suerte.

¿Acaso su oponente le habría guardado todavía alguna sorpresa más? Si Sonia había quedado descartada… ¿Dónde estaba y por qué no se había comunicado con sus jefes? ¿Sería acaso una nueva víctima en aquella enredada madeja de pistas y contradicciones?

Todas aquellas preguntas y el pensamiento de cual seria la siguiente puerta que abriría la sospechosa le estaban desconcertando. ¿Saldrían las fieras o los gladiadores a la arena del circo de aquel caso?

Al desconcierto de aquel último hallazgo se sumaba la preocupación por como estarían, no sólo Amalia y Valeria, sino también Sonia. Que su relación no hubiera funcionado no implicaba que no le importase.

A su llegada a dependencias policiales pidió hablar con el comisario, quien ya había sido informado antes de acceder a hablar con él.

– Pase y tome asiento, inspector Vallejo, imagino que querrá pedirme la ubicación del terminal de la inspectora Álvarez, pero ya sabe usted que no podemos hacerlo, por la misión que se le había encomendado antes de su baja médica hemos de ser muy prudentes. No sabemos si puedan haber contactado con ella y se haya visto obligada a continuar con su esa misión sin comunicarlo a nadie.

– Pero podría estar asumiendo un alto riesgo al no haber contactado con ningún compañero, y más en su estado.

– Estamos de acuerdo con su perspectiva, pero acercarse a ella en un momento inoportuno podría desmontar su tapadera y poner en riesgo su vida. Desde la unidad ya han iniciado el proceso para acceder a la cámara y el micrófono del dispositivo móvil. Daremos uno o dos días para cerciorarnos de cual será el momento y el lugar más idóneo para ello.

– Pero… ¿no será demasiado esperar?

– No inspector, mientras el terminal siga cambiando de ubicaciones tenemos que ser optimistas y pensar que todo va bien. Ya sabe usted que los de narcóticos están más acostumbrados que nosotros a este tipo de operaciones, y si ellos consideran que lo mejor es esperar… por algo será.

– No sé, jefe, Sonia es demasiado responsable como para desaparecer así.

– Confíe en ella, Vallejo, por lo que me han dicho es una de las mejores a nivel europeo, si ha actuado así tiene que ser porque la situación lo requiere.

No muy convencido Vallejo abandonó el despacho y regreso a su alojamiento, necesitaba descansar , poner sus ideas en orden y sobretodo escuchar la voz de Amalia, necesitaba saber que ambas estaban bien.

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19 comentarios en «Roma – miniconcurso de relatos»

  1. Enhorabuena a todos. Gran circo romano de letras.
    Hay 2 compañeros que cada semana hacen un relato continuado. Complicado seguir la trama e incorporar el tema.
    .Carlos Rodríguez
    . Armando Barcelona
    Es muy complicado quedarse con uno:
    .Jose Luis Usón
    .Paquita

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