Caldo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «caldo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 30 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

La bodega familiar estaba llena de botas esperando llenarse como cada año de caldo de la viña.

La recogida de la uva se había echo a mano por los miembros de la familia, bueno por enfermedad faltaba el abuelo.

Aquel hombre de pelo blanco y cerca a cumplir los noventa años siempre trabajando, no estaba en la cuadrilla.

Su saber con el mosto hizo que nadie de los suyos pusiera interés en aprender la elaboración

Total no es tan difícil hacer vino solían comentar el que no tiene responsabilidad… El grado del caldo y el gusto esquisito tan preciado por otras bodegas no era difícil mantenerlo. Lo cierto es que los pies desnudos del abuelo ese año no pisaron uva. Llenaron Se pues las botas de madera noble de caldo.

Con el paso de los días la cata del vino se tenía que hacer.

Toda aquella promoción convertida en un vinagre de esquisitez, valiosa tanto o más que el vino… Más las enseñanzas del abuelo referente a la ,»vid» no se habían aprendido.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Sergio Santiago Monreal se despertó tras dormir más de lo habitual, tras desayunar abrió su dispositivo móvil y se introdujo de facto en el Grupo de Escritura Creativa de Cuatro Hojas – Editorial .

Tras ver y pensar durante una milésima de tiempo qué escribir para el tema semanal, lapso que le sirvió para desarrollar un acróstico acorde, para así salir del paso y terminar en poco tiempo los deberes, cumplimentando el tema semanal tras una semana llena de emociones y de encuentros literarios que tanto le gustaban y afloraban sus emociones. Estaba cumpliendo un sueño y todavía quedaban más historias en su cabeza que plasmar, estaba viviendo un sueño, el sueño de todo soñador: soñar despierto, vivir el sueño, soñar despierto, trabajar duro para hacerlo real. Elaborando el mejor caldo literario de su extensa cosecha, cocinado a fuego lento; con el mejor de los ingredientes, el amor:

Cocinado con esmero

aroma impregnado

languidece la sopa

delicia gastronómica

obsequio culinario.

ANTONICUS EFE

Ring, ring.

-Aló, aquí el Olimpo de los poetas, ¿en que podemos ayudarle?-

-Buenos días, busco a Aloe Vera, soy el Trovador Deslenguado-

-Aloe Vera estuvo de guardia 24 horas ayer y ahora está de descanso, la musa de guardia para trovadores peculiares hoy es Aptenia Cordifolia, si te interesa te paso con ella- comenta la telefonista.

-Por supuesto, somos viejos conocidos-comento con entusiasmo disimulado.

-¡Holaaa Trovador, cuánto tiempo!- suena una voz con comedida efusividad armoniosa al otro lado de la línea.

-¡Hola Rocío, ya hacía tiempo, ya- le comento susurrando líricamente

-No me llames así aquí, que esto es oficial-me corrige

-Perdón, es la costumbre-me disculpo.

-¿Qué te trae hoy por aquí, el tema de la semana de cuatro monjas y un sacristán?-

-Veo que no se te han olvidado mis hábitos, je, je, je, si hija, sí, CALDOOO han puesto, palabra poética y romántica donde las haya para hacer poesía, necesito una musa como el respirar, si quiero participar-comento compungido para dar pena.

-Ay mi pobre poeta solitario, y encima no te vota nadie luego ¿o ha cambiado la cosa?-

-Qué va hija, qué va, me siento como Ciudadanos de un tiempo a esta parte-.

-A ver que puedo hacer con la palabrilla en cuestión…,

«El caldo que rezuma tu monte

rebate la pasión de mi…»-

-Eaaaa burraaaa, que son las ocho y media de la mañana-la corto abruptamente si vociferar pero firme.

-Perdón, pensaba en mis cosas, a ver ahora…

Navego en tus aguas saladas

caldo de cultivo de las algas,

me embriaga tu oleaje,

mi lengua se pone rosada…

-¡Otra vez..!.-vuelvo a cortarla secantemente.

-Si es que está el asunto…-se justifica de forma poco creíble.

-Ahora sí, creo…

Siento esa levedad mortecina

que recorre mi mente.

No veo sonrisas en las caras,

solo veo reflejos de muerte.

Mi televisor se tiñe de sangre.

Es el resultado del caldo de cultivo

del odio sembrado por los poderosos

al ver sus estatus en peligro.

Las palabras de paz están proscritas

y las gargantas de quienes las pronuncian

se arriesgan a ser cercenadas,

con el beneplácito popular, que las denuncian.

El poder ha creado lacayos

que sirven con fervor a su amo

aplastando cualquier intento de felicidad

que provenga del populacho.

PAZ.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DIEZ MORENITOS – XII

Salvo Antúnez, el resto de huéspedes de la isla, desconoce la espada de Damocles que pende sobre sus cabezas, Azagra y sus otros dos compañeros en el asalto al barco han decidido no alarmar a la gente hasta tener una información más precisa sobre lo que esconde Tareku en la torre de los guardeses, al fin y al cabo, lo que pasó esa mañana en el muelle carece de una explicación coherente y cualquier intento de encontrarle respuesta solo iba a plantear más controversia. Un caldo de cultivo para la incertidumbre y el miedo, que no se pueden permitir. Así que se han limitado a confirmar que, inexplicablemente, el transbordador vuelve a estar en funcionamiento, pero callando todo lo relativo a Popeye y al supuesto chino en pelotas.

Hoy la comida ha tenido poco glamour; después de tantos días sin suministro, los víveres comienzan a escasear y aunque la situación dista mucho de ser preocupante, la materia prima ya no le permite a Merche el lucimiento: espaguetis a la carbonara, «sí ya sé que a los italianos les parece una blasfemia ponerles nata ―se encocora con Azagra, que anda husmeando entre los fogones―, pero en esta cocina se hace lo que a mí se me pone en los ovarios, ¿entendido?»; carrilleras al vino tinto y de postre, unos brigadeiros brasileños, que para levantar el ánimo no existe droga más aparente que el cacao.

El helicóptero aterrizó en la ínsula sobre las cinco de la tarde. La primera en poner pie en el suelo fue Angelita, que corrió a echarse en brazos de Conchi y Rosi, sus amigas. Tras ella, un sonriente Daniel ejercía de escudero, mientras Marcial Buey visiblemente mosqueado, vigilaba el encuentro de las chicas, con un ojo puesto en su esposa y otro en Gyhselle, la brasilera maciza, que repartía sonrisas y carantoñas a diestro y siniestro, como si estuviera en la cabalgata de Reyes sembrando caramelos a voleo entre la chiquillería. Pegado a ella, le seguía Manolo el rebufo buscando acomodo para anidar en sus caderas, con la machacona insistencia de un mardano venteando celo.

Azagra quiso tener un aparte con la marquesa, por ser la principal interesada en que se resolviera el enigma que se escondía tras el asesinato de don Baltasar. A la reunión, que se celebró en el despacho de Antúnez, además de este se unieron: Quintanilla, Hilario, Bonifacio y Gyhselle, esta última por especial interés de Jimena y para desazón de los dos carroñeros sexuales, que andaban tras ella abanicando plumas como pavos reales.

Tras ponerles al corriente, sin ocultar lo acaecido por la mañana en la barca y el inquietante mensaje que les transmitió Takeru, el sargento dejó claro que a esas alturas de la investigación, el japonés tenía todos los números para ser sospechoso cum laude y se mostró partidario de intentar nuevamente su arresto.

Esta misma tarde, sin perder más tiempo ―dijo señalando a Quintanilla―, vamos a por él ala torre de los guardeses. Me la sudan las órdenes judiciales, no esperamos; ese tipo es un sicópata y cada segundo que pasa libre supone un riesgo para todos nosotros.

Jimena llamó la atención de Azagra levantando la mano, como si tuviese una urgencia de vejiga.

Si lo que nos ha contado es cierto y no me cabe duda de que lo es, ¿qué le hace pensar que el señor Takeru va a dejarse detener? De la misma forma que se volatilizó por la mañana puede hacerlo ahora y no sabemos qué peligros les esperan a ustedes en esa casa.

El alivio se reflejó en el rostro de Quintanilla, que ya se veía, otra vez, persiguiendo a los Looney Tunes a punta de pistola.

Coincido con la marquesa —intervino Bonifacio—, eso sería enfrentarlos a una amenaza desconocida y con escasas posibilidades de éxito. Necesitamos ganar tiempo, conocer más sobre lo que se oculta en la torre —hizo una pausa para reorganizar su discurso—. Sí, habrá que entrar sin ser vistos y es algo que, por lógica, les corresponde hacer a ustedes, el señor Takeru lo sabe, pero si no me equivoco, los vigilará estrechamente, sin perderlos de vista ni un segundo.

Guardaron un silencio sombrío, que reflejaba el acuerdo tácito del grupo a lo expresado por Bonifacio. Unos golpecitos en la puerta del despacho hicieron que todos los ojos se volvieran hacia ese punto, y Sagrario, la ayudante de cocina y camarera, entró empujando el carrito auxiliar en el que transportaba un servicio de café y licores; la bodega de la ínsula seguía teniendo reservas de caldo como para aguantar una guerra.

Perdón por interrumpirles —se disculpó cerrando la puerta tras de sí—. Ya sé que nadie lo ha pedido, —dijo señalando la cafetera—, solo es una excusa para presentarme ante ustedes sin levantar suspicacias en los demás.

La sorpresa, no exenta de un alto grado de curiosidad, se reflejó en los rostros, que, expectantes, no apartaban la vista de la mujer.

»Antes que nada permítanme que les revele mi verdadera identidad —continuó—, no me llamo Sagrario Ríos, ni soy camarera; mi nombre real no viene a cuento, pero pueden ustedes llamarme por el que se me ha dado en clave: Afrodita. Llevamos dos años tras la pista del señor Takeru Ichi, su organización está preparando algo muy grande y es aquí, en la Ínsula del Duque, dónde ha establecido su cuartel general. Poco sabemos sobre lo que trama, pero por los indicios la torre de los guardeses encierra un enigma de tal magnitud, que hasta la paz mundial podría estar amenazada.

El silencio se podía cortar. Era palpable la mezcla de temor e incredulidad que oprimía los corazones de los allí presentes.

Ha dicho usted, Afrodita —la llamó, Azagra, por su nombre de guerra—, que llevan un par de años tras la pista de Takeru, pero díganos, ¿quiénes son ustedes?, si se puede saber; supongo que estaremos hablando de servicios de inteligencia, asuntos de espías, vaya, pero nos gustaría estar seguros, y en segundo término, ¿hay algún otro agente más con usted en la isla? Suéltelo todo de golpe y nos ahorramos nuevos sobresaltos.

Sagrario asintió dando por bueno el razonamiento del sargento.

Efectivamente, pertenezco al servicio de inteligencia de un país extranjero y digamos que comparto nacionalidad con nuestro escurridizo Popeye —dijo mirando a Quintanilla con una ligera sonrisa—, pero colaboran en esta operación varios estados, entre los que se encuentra también el de ustedes. Y sí, hay otra persona trabajando conmigo en el caso, Genaro Lavilla, mi supuesto marido; pero lleva desaparecido demasiado tiempo y temo que haya sido descubierto; no abrigo demasiadas esperanzas de que siga vivo, pero el hecho de estarlo yo, significa que no me ha delatado.

Se sirvió una taza de café y eso fue el detonante para que los demás hicieran lo mismo, poniendo un poco de normalidad en el surrealista momento por el que estaban atravesando.

Puedo confirmarle que Genaro Lavilla está muerto, alguien me mandó sus atributos sexuales envueltos para regalo, y ese tipo de mutilaciones no suelen ser compatibles con la vida —se sinceró Bonifacio con la espía—. Ya que estamos confesando nuestros pecados, he de admitir que lo contraté, podría decirse, para hacer un seguimiento del marqués durante su estancia aquí.

Hilario se removió inquieto en su asiento, consideraba demasiado arriesgada, por no decir que imprudente, la revelación de Bonifacio.

Estábamos al corriente de ello —aclaró Afrodita asumiendo la representatividad delos servicios secretos—, nos servía como elemento de distracción, en caso de que Genaro fuera descubierto por la yacuza ―hizo una pausa para comprobar el efecto de sus palabras―. Sí, nos enfrentamos a una de las organizaciones criminales más crueles y poderosas del mundo, penetrar sus defensas ha sido una tarea complicada, no lo niego, y entrar en el terreno de Takeru es jugarse la vida; pero tengo experiencia y sigo activa, todavía no me han identificado, así que vamos a utilizar eso a nuestro favor.

Nadie, ni tan siquiera Azagra, hizo comentario alguno, ni a favor ni en contra, parecían entregados al liderazgo de la mujer y pendientes de cuanto pudiera decir.

»Antes de llegar yo, estaban ustedes hablando de ir a la torre —todos se miraron entre sí, sorprendidos, pero Afrodita extrajo de su oído derecho un pinganillo y lo mostró pidiendo disculpas—. No hay otro camino, pero también coincido en que ni el sargento ni tú, Alfredo, sois los más indicados, Takeru os vigila estrechamente, no vais a poder dar un paso sin que se entere, os vigila hasta cuando vais al baño, estoy segura. Sin embargo, la presencia de ustedes —dijo refiriéndose a la marquesa y su séquito—puede sernos de utilidad.

Antúnez se levantó y cogió del carrito una botella de Tomatin 18 Y.O., la de Machaquito del sargento Azagra, y varias copas de balón. Menos Jimena, que siguió tomando solo café, el resto se permitieron un breve descanso y servirl os licores, para enseguida centrar nuevamente su atención en Sagrario.

»Tenían ustedes prevista una pequeña fiesta de reencuentro, quiero pensar que no me equivoco, eso puede facilitarnos mucho las cosas. Sigamos con el plan: comer, fumar, beber, sobre todo eso, mucha bebida, jolgorio, alegría y espectáculo y cuanto más desmadre mejor —señaló con el dedo a Gyhselle, que asintió sin cuestionar nada—. Ustedes dos, Inocencio, Alfredo, participarán en la representación de forma singularmente activa, necesitamos que los ojos de Takeru estén fijos en lo que hacen para, mientras tanto, dos de nosotros colarnos en la casa de los guardeses.

A estas alturas todos contenían la respiración, mientras rezaban a sus dioses respectivos para no ser pareja de baile de Afrodita, a quien sin haberlo expresado con palabras, habían puesto ya al frente del operativo.

Me propongo para hacer eso —continuó sin que nadie hiciera amago de llevarle la contraria—, tengo experiencia en misiones así, pero necesitaré que me acompañe usted, Antúnez ―el gerente se quedó con la copa a medio camino de los labios―; conoce el sitio y cómo están distribuidos los espacios, además de que, como yo, no levantará sospechas en el japonés.

Esa parte del plan no resultó atractiva para Antúnez, que resopló fastidiado, incapaz de disimular su disgusto. Azagra, sin embargo, confortado por la solución que proponía Afrodita, vació su copa de anís, postulándose, de inmediato, para una nueva ronda. Nadie se opuso y por aclamación, quedó aprobada la estrategia.

En fin, puestas así las cosas —le salió a Antúnez el administrador que llevaba dentro—, digo yo que deberíamos empezar las preparaciones del sarao; a la chita callando se nos ha echado el tiempo encima.

Puestos de acuerdo, pues, en lo esencial, abandonaron el despacho en silencio, cada una rumiando lo que acababa de pasar. Jimena e Hilario cruzaron miradas con Bonifacio, que les respondió con un gesto de impotencia; Afrodita, por su parte, volvió a ser Sagrario y a sus cuarteles entre pucheros, dónde la esperaban Merche y Teresa, calentando motores.

Mientras eso ocurría, Conchi, Rosi y Angelita, sentadas en el rústico banco de madera que presidía el vestíbulo de la casona, cotorreaban entre risas, alegres festejando el reencuentro. Frente a ellas y separados por un grueso corte de roble pulido, que hacía las veces de mesa baja, acomodados en sendos asientos tipo Savoranola, Daniel y Ronaldo seguían la conversación interviniendo de vez en cuando. Apartados del grupo, desde la barra del bar, que en ese momento atendía Teresa, Manolo y Marcial observaban la escena, aferrados a dos tubos de cristal, generosamente abastecidos de güisqui con hielo.

¡Coño con la jodida Conchita! ―señala, Manolo, con el vaso a la mujer―, se mantiene en forma, la hijaputa, está follable, tiene un buen meneo, no me importaría nada darle lo suyo ―cierra la reflexión filosófica con un buen trago.

Marcial sigue la mirada de su amigo y asiente, mientras saca del bolsillo un paquete de rubio americano; se los pasa de contrabando un nota conocido que se mueve por Malasaña y «¡anda que se nota la diferencia!», se dice tras la primera calada.

Sí, el sudaca chulillo, ese ―escupe su desprecio envuelto en humo azul―, se la debe estar trajinando bien a gusto.

¡Va, todo fachada! ―también a Manolo se le cruza la vena racial―, esos mazaoslo echan todo en bíceps y tableta, pero luego resultan rabicortos. Un rato que tenga y le doy un repaso a Conchi, para que sepa cómo son los hombres de verdad. Y hablando de otra cosa ―cambia de tercio―, el Daniel que ha traído tu mujer, ¿de dónde sale?, ¿te parece bien?; chico, a mí esas cosas no me terminan de entrar, qué quieres que te diga.

El otro se encoge de hombros quitándole importancia al asunto.

Cosas de la preñez, antojos ―responde―. Tienen amistad, el tío es representante de bragas finas, el que más le vende a Angelita para la tienda; le hace precio, ella ha querido tener un detalle y como esto sale gratis, oye, miel sobre hojuelas, cojonudo. Además, por si tienes dudas al respecto, es maricón, otra musculoca de gimnasio, no hay más que verlo, ¡tengo yo buen ojo para los bujarras! Empacho tiene de esta, Angelita ―suelta una carcajada, sujetándose el paquete con ambas manos―, no se la acaba ni en sueños.

Manolo acompaña la chanza de su amigo dándole palmadas en la espalda, levanta el vaso vacío en dirección a una malencarada Teresa, que asiste en silencio a la conversación, y vocifera:

¡Chati, relléname el depósito que está vacío! La niña tampoco está nada mal ―susurra en el oído de Marcial, sin apartar los ojos de la camarera―, lo mismo tenemos que hacerle un hueco ―y saca del bolsillo un blíster en el que, amortajadas, esperan la resurrección de la carne cuatro pequeñas pastillas de color azul.

Niega marcial con las manos y rebusca en los suyos mientras mantiene la conversación.

El sildenafilo me provoca ardor de estómago, prefiero esto ―dice mostrando otro envase de pastillas, estas de color marrón claro―, yo soy más de valdenafilo.

Manolo examina con ojo experto el medicamento, echa un trago de güisqui y admite con displicencia:

Igual da, esta noche le pegamos fuego al chabolo este. A ver si hay suerte y mandamos a las parientas pronto a la cama, que yo tengo a esa Gyhselle metida aquí ―se lleva el índice al entrecejo―, y esa pieza cae, seguro.

Pues ya somos dos ―replica Marcial―, pero esa tiene cuerda para un regimiento, se nos apodera, te lo digo yo, nos van a hacer falta los estimulantes ―los cenutrios celebran el chiste a carcajada limpia.

La escena lleva rato siendo observada, en la distancia, desde la puerta del despacho de Antúnez, por Azagra, Jimena y el resto de conspiradores. Gyhselle sonríe, con un brillo satánico en la mirada; Bonifacio, que se percata de ello, siente un latigazo de hielo, recorrerle la espina dorsal, se estremece, achina los ojos en un gesto de dolor y calla.

Antúnez llama la atención de todos dando palmas; la fiesta va a comenzar: unos fingen alborozo; otros ajenos al drama, se preparan para una noche inolvidable; todos se muestran inquietos; nadie, en realidad, es consciente de que están a punto de cruzar una línea de no retorno, tras de la cual nada volverá a ser lo mismo.

DAVID MERLÁN

UN MAL TRAGO

Las jornadas en la cocina eran largas y tediosas. María entre llantos, congojas de miedo y terror, solo sabía complacer a su marido de una forma, con la comida. Era el único modo que sabía que le funcionaba para conseguir saciar al devorador que tenía de nuevo en casa. Era sabido por todos que su marido era insaciable, y no sólo precisamente en lo que a comer se refería. Había salido recientemente de la carcel por un crimen que, según él, no era tal. María, por descontado, no estaba de acuerdo y era vox populi que era un desgraciado maltratador que además, disfrutaba con ello.

Con un par de semanas de libertad a su espalda y con la seguridad de sentirse de nuevo liberado del mal trago carcelario, sus formas, sus modales y sobre todo sus costumbres volvían a campar a sus anchas en la intimidad del hogar.

—¡¡MARIA. QUE COJONES PASA CON LA CENA!! ¡¡TRAELA DE UNA PUTA VEZ QUE TENGO HAMBRE QUE VA A EMPEZAR EL PARTIDO!! —Gritó desde el salón mientras terminaba su cuarta cerveza y tiraba la lata aplastada de malos modos contra la mesita auxiliar.

María, no contestó, y menos gritó una respuesta desde la distancia de la cocina. Se limitó a quitar la tapa de la olla, coger el cucharón, servir un genero plato sopero de caldo gallego y ponerlo con cuidado sobre la bandeja.

En el instante en que con cuidado levantaba la bandeja para dirigirse al salón…

—¡¡PERO QUE HOSTIAS HACES, VIENE LA CENA O TENGO QUE IR YO A POR ELLA!!

Las lindeces de su marido se repetían y el repertorio de improperios iban en aumento.

A mitad de pasillo decidió contestar:

—Ya voy, ya voy. No quiero apurar y tirarlo todo por el suelo—. Dijo apareciendo por el canto de la puerta del salón.

—¡Ya era hora, joder! ¿Qué me has hecho?

—Caldo de repollo. Tú preferido.

—Menos mal que esa cabeza sirve para algo más que para gastar mi dinero en la peluquería— Soltó gratuitamente.

María se limitó a mirarlo por un segundo para sin dilación, bajar la vista por miedo a su reacción y acercar la bandeja a la mesa.

—Ven. Que no se te enfríe. Ya has comido bastante frío en la cárcel, ¿No?

Él se acercó y meditó en contestarle, pero fijó su mirada en su plato preferido y prescindir de cualquier comentario al respecto.

Una vez sentado, arrancó un trozo de pan de la barra y cogió la cuchara.

—¡¿Y tú qué?! ¿No cenas?

—No, ya sabes que el repollo me da gases, tomaré cualquier cosa después en la cocina mientras tú ves el fútbol.

Él, sin soltar la cuchara y el trozo de pan, la miró con desprecio y tras revolver rápido el caldo cogió y se metió la primera cucharada en la boca ante la atenta mirada de María.

Cuando llevaba medio plato…

—Ya no te sale el caldo como antes, como cuando nos casamos. Sabe raro.

—No seas tonto, lo que sucede es que llevas mucho tiempo sin tomarlo y es normal. Además el unto y el chorizo es de otro carnicero porque donde solía comprarlo, cerró—. Le aclaró está vez mirándolo fijamente.

—Vale, vale, pues lárgate que va a empezar el partido.

María se dió media vuelta, respiró hondo y salió del salón.

Diez minutos más tarde, María se levantó de la mesa de la cocina. Recogió el plato con las mondas de un par de manzanas sobre el que antes había habido un sándwich mixto y se dirigió al fregadero para apoyarlo.

Miró el reloj de la pared y pensó:

<<Ya debe de estar>>

Con más calma y sosiego de lo habitual, se limpió las manos con el trapo y lo dejó colgado del pequeño ganchito destinado a tal fin. Se atusó el pelo, se quitó el mandil y dirigió sus pasos al salón.

No le hizo falta siquiera entrar del todo cuando pudo ver el resultado. Su marido yacía con la cabeza abruptamente inclinada hacia la derecha y con los dos brazos colgados por ambos lados de su cuerpo. La cuchara, estaba en el suelo.

Por penúltima vez, se armó de paciencia y se enfrentó a él.

Allí estaba, sin duda muerto por el raticida que le habia puesto en el caldo y con un gesto en su rostro en lo que creyó ver sorpresa.

<<Bien. María. Ahora ya no hay vuelta atrás>>

Descolgó el teléfono fijo y marco el telefono del Teletaxi.

—Si, buenas noches, quería un taxi en el 28 de la Avenida Esperanza….Si, ¿Cinco Minutos?… Perfecto.

Tras colgar miró de nuevo el reloj. Era tiempo más que suficiente. La maleta estaba lista desde esa misma mañana oculta en el cuarto de la ropa sucia, lugar en el que, por supuesto, su marido nunca entraba. Se dirigió allí, abrió las trabillas y compróbo por última vez el contenido. Allí estaban. Los billetes de avión. Destino: Brasil, donde su amiga Margarita la estaría esperando.

Acto seguido la volvió a cerrar, la cogió, salió del cuarto de la colada. Una vez en el pasillo. Volvió a mirar la hora. Pronto llegaría el taxi. Entró en el salón, apagó la televisión (detestaba el fútbol) y dejó con cuidado el mando sobre la mesa, al lado de su cuerpo. Miró una última vez para él y sin más se dió media vuelta y salió de allí.

Ya en la puerta, se puso el abrigo con parsimonia. Era la última vez que lo haría allí, en aquel rellano tantas veces vestido de desplantes y malas formas adornadas con angustias y ataques de ansiedad.

Volvió a respirar hondo y cerró por última vez aquella puerta en el preciso momento en que llegaba su taxi.

Esperó a que se detuviera del todo. Abrió la puerta de atrás y se sentó.

—¿A donde?

Estuvo a punto de contestar «A la libertad» pero su contestación fue más obvia.

—Al aeropuerto, por favor.

FIN

BENEDICTO PALACIOS

Dos personajes conocidos llenaban las páginas del periódico local, dos ganadores, Lucio, empresario de la construcción y Marcos, propietario de cien hectáreas de frutales. Los dos no paraban de contar sus éxitos y ni un solo periodista se atrevía a narrar la historia de sus fracasos, que también los habría como en la vida de cualquier hijo de vecino, porque todos hemos abandonado algún amor, perdido algún amigo, realizado algo que no nos gustaba o era contraproducente y hasta pisado los callos a quien nos pudiera hacer sombra.

Siempre se gana a costa de otro.

La historia de cualquier persona es desde este prisma, el único ciertamente objetivo, la historia de un perdedor. Dicho sea de otra manera, todos en mayor o menor medida hemos sido o somos unos perdedores.

Las novelas están ahítas de casos así, los personajes se han dejado jirones de la vida a lo largo de las páginas, porque el escritor sabe que pese al final feliz, hay cientos de pasajes donde han proliferado las miserias, las torpezas, los desaires y el desamor.

Pero nadie podría contradecir que Lucio y Marcos fueran felices. Todo cuanto buenamente se puede poseer ellos lo tenían: casas como palacios, coches, yates y mujeres. Ambos iban por el tercer matrimonio. ¿Qué había sido de las otras dos? A lo mejor acertaron separándose y les va mejor, pero todo esto se silenciaba. Los medios no se conforman con medianías, o éxito total o tragedia.

Un día, en horario de máxima audiencia, un periodista afamado reunió a los dos empresarios, a los dos triunfadores.

Lucio hizo gala de una memoria excelente. Recordaba los edificios construidos desde la primera promoción de viviendas y Marcos que no le iba a la zaga hizo una lista de las veces que había cambiado las plantaciones y de los supermercados europeos a los que llegaban sus productos.

Hubo un aplauso generalizado. Pero también había en la entrevista una sección para que el público asistente pudiera hiciera dos preguntas, solo dos. Tomó la palabra un espectador.

—Me llamo J. García. Para el señor Lucio. Teniendo tan buena memoria ¿sería tan amable de informar al público de la cantidad de accidentes habidos en sus empresas?

—Sin palabras.

—Para el señor Marcos que también tiene una buena memoria. ¿Puede decir a la audiencia las veces que han siso sancionadas sus empresas por utilizar productos químicos perjudiciales para la salud?

El señor Marcos no se dignó responder.

A G. Muñoz que iba a preguntar, el periodista le apagó el micro. Se había cumplido el tiempo y llegaba la publicidad.

Sin micro aún pudo comentar G. Muñoz entre el público lo siguiente. «¿No querían caldo los dos triunfadores? Pues que se tomen dos tazas.»

B. Palacios

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Una bruja en el medievo

Daos todos por saludados de parte de Patry Roma, Eva Avia Toribio y Elisabeth Cortés Barrera, que como todas soy yo, me lo he transmitido a mí misma. Yo no os saludo porque no me da la gana, que bastante tengo con contaros esta vida que me ha tocado en mala suerte, la más asquerosita que os podáis imaginar.

Me llamo Nuria Martínez García, que es lo único que he elegido. ¿Y por qué no Griselda Hernán-Pizarro de las Altas Torres, que mola mucho más? Porque estoy en el puto siglo XII, en la jodida Edad Media y quería pasar desapercibida, que en estos tiempos nos queman en la hoguera a la primera de cambio. Craso error el mío. Resulta que por aquí todo dios tiene treinta y cinco apellidos, a cada cual más rimbombante y yo soy la rara.

Con este hándicap a mis espaldas, no me ha quedado otra que aguzar el ingenio para llevar una existencia agradable que, en mi caso, consiste en desarrollar un aspecto y un carácter pijos y putear al personal variadamente. No olvidéis que soy una bruja malvada pero, al mismo tiempo, fina que te cagas.

Lo primero que capté cuando caí en este submundo fue el hedor reinante, hasta los frondosos bosques huelen a culo. Son unos cerdos repugnantes. Figuraos, hay algunos que no conocen el tacto del agua, ni siquiera por el gaznate, solo se meten morapio picao pal body. En este punto, comenzó mi labor creativa, no por ellos, que les den morcillas, sino por mí, que soy de olfato delicado.

Tirando de ingenio, inventé cuatro artilugios desconocidos para los mastuerzos del medievo: el ambientador de pino, el jabón de Marsella, el orinal metálico XXL y el pañal absorbente doble cara, todos orientados a mitigar el tufo omnipresente. ¿Y sabéis qué? Un fracaso total. Voy por partes.

El ambientador de pino causó un impacto tremendo en la Corte, pero muy negativo, les daba repelús. Como son tan cochinos, se desmayaban con el perfume campestre y el rey, que siempre tenía la nariz taponada, sugirió que ya que se trataba de aroma de pino, se deberían recargar de pinos humanos. Y, claro, si le llevabas la contraria te cortaba la cabeza. Me veis recogiendo ñordos de los vasallos por todo el imperio y metiéndolos en sus recipientes con rejilla, un puto ascazo. Eso sí, me las apañé para colocar estratégicamente algunos de los originales de pino pináster mediterráneo, y creé la primera pandemia documentada, la pinus nuris fetidae. Los hospitales no daban abasto, los cuerpos convulsionaban ante una fragancia tan pura y delicada.

El jabón de Marsella tuvo un recorrido cortísimo, como, por otra parte, era de esperar. Se comenta, se barrunta, se musita, aunque no está documentado científicamente hablando, que un soldado mu machote, feo del cagarse, tras darse una buena friega con el novedoso producto envasado, sin aclararse, ya que era vox pópuli que el agua podía deshacer los cuerpos, se quedó pegado a su señora, más difícil de mirar que él, cuando intentaba hacer guarrerías españolas en el jergón viscorrománico de paja seca.

La consecuencia fue el primer gatillazo del garrulo de marras, por lo que al jabón se le atribuyeron rápidamente propiedades de pérdida de aceite entre sus usuarios. Entre eso y que el producto diabólico era francés, la conclusión fue unánime entre la asilvestrada población: el ínclito jabón de Marsella era gayzante. Y no es que eso se considerase malo, pero te llevaba a la hoguera en menos que canta un gallo.

Lo del orinal fue todavía más sorprendente. En vista de que esta gentuza meaba y cagaba por las ventanas al grito de ¡¡¡zuruto vaaaaa!!!, pensé que todos iban a agradecer la comodidad de no tener que sacar el pompis al exterior, sobre todo en invierno, que un chorizo congelado es un arma mortal de necesidad para un viandante despistado. Y os preguntaréis, ¿qué pudo fallar? Muy sencillo. Enseguida se dieron cuenta de la utilidad del chisme revolucionario y lo utilizaban sin parar, pero, cuando estaba rebosante, lo tiraban por la ventana, como lo más normal. Ya no caían solo los excrementos, sino también el orinal de hierro fundido. Otra pandemia pa la saca, caían como moscas por descalabramiento fitosanitario.

Y, lo del pañal absorbente no tiene nombre, qué cacho guarros. De entrada, me congratuló sobremanera comprobar que se lo colocaban en el lugar correcto de sus anatomías, pero lo malo vino a los pocos días. Nadie cayó en la cuenta de que había que lavarlos o sustituirlos y decidieron reciclarlos. Cuando estaban ya bien albardados y calentitos, los usaban de bufanda, les quitaba el frío y les servía de complemento ornamental. Fue trending topic todo un año en los almacenes “La cota de malla inglesa”. Tal cual, todo glamour.

Mirad cómo son las cosas, que, harta de ir de frustración en frustración, me dije a mí misma: “Nuria, tienes que hacer algo inteligente para joder vivos a estos cenutrios”. Y, dándole vueltas y vueltas y más vueltas, de pronto, me vino una iluminación: “Voy a inventar el WC”. Y así lo hice. Como no podía ser de otra manera, fue mi enésimo fracaso rotundo. El personal, cuando le entraba un apretón, que era constantemente, retiraba el nuevo y flamante sanitario, hacía sus necesidades en el agujero y, cuando había suficiente mierda para llenar el orinal, a la ventana, que era lo suyo.

Esto fue la gota que rebosó el vaso de mi paciencia hacia el planeta hediondo. Me dediqué un autoconjuro y me trasladé a otra época, al Egipto de la construcción de las pirámides, más inquietante aún, si eso cabe. Pero eso es otra historia, que os contaré con otro nombre.

Hasta la próxima, odiados congéneres y cuidadín si os cruzáis conmigo, que os la meto doblada, eso sí, con una clase de pelotas.

Agur.

PAQUITA ESCOBERO

El Cáliz Sagrado de las Vidas Pasadas

Cuenta una leyenda que existe un lugar en el universo, rodeado de satélites que se asemejan a la luna terrestre, donde el agua tiene unas cualidades especiales. El caldo sagrado de las vidas pasadas, lo llaman.

Un agua cristalina de un especial color azul agua marina. Con la peculiaridad de cambiar de tonalidad en función de las manos que lo sujetan y como fue en sus vidas anteriores. Es capaz de purificar las almas y devolverles la memoria de vidas pasadas y también de eliminar la memoria si en las vidas que vivió no respetó el hermoso regalo del latir del corazón y el respeto ajeno sin causar dolor.

El cáliz sagrado está custodiado por dioses antiguos, seres divinos de poderes insondables que gobiernan sobre los diferentes mundos y se encargan de asegurar que el agua no sea malgastada y solo puedan acceder a ella aquellos seres venidos de cualquier lugar, que tengan un alma pura en la vida que habitan en ese momento y que el fin de beberla solo sea el descubrimiento para avanzar a las siguiente, purificando el alma que reposa en su interior.

Aquellos a los que los dioses concedían el privilegio de beber del caldo sagrado, elegidos por el color que el agua cogía al sujetar el cáliz, eran transportados a través de universos paralelos, reviviendo así las experiencias de sus vidas anteriores y regresando con una mente preclara y predispuestos a mejorar el mundo que les rodeaba. La condición era simple, si el agua se tornaba oscura y se alejaba del azul agua marina, no se concedía el derecho a beber y eran enviados sin memoria al planeta del que hubieran llegado.

Aria era una joven intrépida y soñadora que anhelaba más que nada en el mundo explorar los misterios que se escondían detrás del cáliz sagrado, su abuela le contaba esa leyenda desde que era muy pequeña. Tras tanto escuchar la historia, se propuso que algún día, en los viajes estelares que se organizaban a otros planetas conseguiría presentar su respeto a los dioses y conocer así sus anteriores vidas. Aunque no sabía si sería digna de beber el agua.

Los años pasaron y su determinación fue creciendo con ella. Desde niña tenía unos sueños especiales en los que sentía que estaba más presente de lo que era normal en el mundo onírico y creía que eran reflejo de las vidas que ya había tenido.

Esperó la oportunidad de embarcarse en un viaje estelar que no estuvo libre de peligros y desafíos. El mayor, presentarse ante los dioses mismos en su búsqueda de la verdad y la redención y averiguar si era digna o no de conocer su memoria genética.

A lo largo de su travesía, Aria se enfrentó a criaturas fantásticas, laberintos mágicos y pruebas de lealtad y coraje. Sin embargo, su mayor desafío no residía en los peligros físicos que encontraba en su camino, sino en la lucha interna entre su deseo de conocimiento y la responsabilidad de respetar las leyes divinas que regían el cáliz sagrado.

Pero no hay nada mejor en un deseo,.que la determinación de cumplirlo. Así tras superar obstáculos aparentemente insuperables y desafiar las expectativas de todos los que la rodeaban, Aria llegó ante el cáliz sagrado. Con manos temblorosas pero decididas, sujetó el cáliz, que en su caso tenía un intenso color azul agua marina puro e inalterable. Entonces con el consentimiento de los dioses, sujetó el cáliz y con delicadeza, sorbo a sorbo, bebió todo su contenido. De pronto, se vio envuelta en una espiral de luces y sombras que la transportó a través de los límites del tiempo y el espacio.

Al despertar en un nuevo universo, Aria se encontró cara a cara con versiones pasadas de sí misma, cada una con historias y lecciones únicas que le revelaron la verdadera naturaleza de su ser. Comprendió que el verdadero poder del cáliz no residía en la magia de sus aguas, sino en la capacidad de cada individuo de aprender, crecer y evolucionar a través de las experiencias de vidas pasadas.

Y así, con el corazón rebosante de sabiduría y gratitud hacia los Dioses que le permitieron conocer para avanzar, Aria regresó a su mundo de origen, llevando consigo el legado de aquellos que habían bebido del cáliz sagrado y encontrado la redención en la memoria de vidas anteriores.

La historia de Aria se convirtió en una leyenda que perduraría por generaciones, recordando a todos que, en el vasto universo de posibilidades que nos rodea, siempre existe la oportunidad de descubrir quiénes éramos en el pasado para comprender quiénes podemos llegar a ser en el futuro.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EN EL CORAZON DE LA BORGOÑA

La elaboración y la crianza de esos vinos sublimes que rozan la excelencia precisa de una serie de requisitos, entre los que se encuentran el tiempo y la paciencia. Y especialmente el toque personal de los mejores enólogos y sumilleres, alquimistas absolutos que deben involucrarse sin condiciones para dar cuerpo al conjunto hasta conseguir el mejor de los resultados.

Pascal de Sauvignon, acaudalado productor vitivinícola, sabía todo esto y mucho más. Aunque tenía sus propias teorías. Después de largo tiempo entregando cuerpo y alma a tal labor, su sueño absoluto aún estaba por alcanzar: elaborar el mejor caldo que jamás hubiese salido de la Borgoña francesa y conociera el mundo entero.

Pascal era un hombre caprichoso y meticuloso en igual grado. Durante los últimos meses, por sus bodegas habían pasado los mayores expertos mundiales, verdaderos sabios de la uva que, sin embargo, duraban poco. No se sabe si por el difícil carácter del marqués o por otros motivos que escapaban a lo habitual. Lo cierto es que a los escasos días de comenzar su labor no se les volvía a ver más el pelo y había que requerir de los servicios de uno nuevo. Cosas del señor de Sauvignon, un hombre excéntrico y difícil de llevar.

La joya de la corona era el tonel central, una enorme barrica horizontal fabricada en selectas maderas nobles con una capacidad de quinientos litros destinada a albergar la ambrosía de los dioses. Distintas variedades de uva en una combinación que tan solo él conocía y la aportación de los entendidos, aunque su paso por la bodega fuese efímero, como ya apuntábamos, habían contribuido mucho al conjunto final de la mezcla. No obstante, todos y cada uno de ellos tenían su impronta personal marcada en aquel vino destinado a ser una verdadera delicia.

Llegados los días previos, el marqués en persona se encargó de realizar la última decantación, retirando los restos orgánicos que quedaban a la deriva y comprobando la indescriptible mezcla de sabores del resultado final. Tras una primera cata, confirmó que el esfuerzo había merecido la pena. Su olfato y sus papilas gustativas se inundaron del aroma y el gusto más embriagadores que jamás persona alguna había experimentado.

Fue indiscutible. Aquel vino rojo intenso, mezcla de distintas variedades de uvas tintas, en el que tantas personas habían dejado su sangre y su alma, fue el ganador absoluto de la International Wine and Spirit Competition. Y es que, cuando se pone el corazón en algo, el resultado se nota.

EFRAÍN DÍAZ

Todo estaba preparado para la travesía. Saldrían de Sevilla hacia el Nuevo Mundo. Las carabelas estaban listas, las velas izadas, las bodegas estaban abastecidas de alimentos y los barriles de vino fueron acomodados en un lugar seco y oscuro, donde apenas llegaba luz para que llegaran a América en el mejor estado posible.

Era julio de 1503. Dependiendo de las condiciones climatológicas, podrían tardar de seis a doce semanas en llegar a la isla de San Juan Bautista (actual Puerto Rico).

Si lograban pinchar vientos alisios, esos que soplan de este a oeste cerca del ecuador y corrientes marinas favorables, la travesía sería llevadera y bastante rápida. Si las corrientes marinas no eran favorables y y en vez de vientos alisios pinchaban una tormenta, el viaje se tornaría en una catástrofe.

En dichos viajes la carga más preciada era el vino. Ese licor de la alegría era esperado con ansias por los españoles que poblaron el nuevo continente.

Sin embargo, era muy poco el vino que llegaba en buen estado. A no tener las condiciones adecuadas, la mayoría del añorado alcohol, llegaba hecho caldo, agrio, rancio y avinagrado. No servía ni para orujo, decían algunos.

Este viaje no fue la excepción. Aunque tuvieron la dicha de no tropezar con una tormenta, los vientos alisios y las corrientes marinas no fueron favorables. Encima, les cogió el ardiente sol de verano, que no conforme con calentar, abrasaba todo lo que agarraba. No hubo medida protectora capqz de preservar el vino del candente calor exudado por el astro.

Sabiendo que el vino no resistiría la travesía, el Capitán ordenó servir doble ración en la cena y una copa antes de ir a dormir. La tripulación rebosaba de alegría.

Para cuando atracaron en San Juan Bautista, el remanente del vino estaba avinagrado. Se había malogrado haciéndose un insoportable caldo. Solo podría utilizarse, si acaso, para cocinar.

Perdida toda esperanza de consumir buen vino, los nuevos pobladores comenzaron a experimentar con frutos locales, los cuales fermentaban con la esperanza de convertirlos en licor y poder mojarse la garganta. Poder alegrar sus vidas.

Fueron años experimentando con distintos frutos hasta que dieron con la fruta perfecta. La caña de azúcar. De la caña lograron extraer un azucarado líquido que llamaron guarapo. El guarapo fue fermentado y sometido a distintos procesos de destilación hasta convertirlo en ron, el elixir de los dioses.

Los habitantes de la isla ya no dependían del vino. El intolerable caldo poco a poco fue sustituido hasta pasar a los anales del olvido, al baúl de los recuerdos. Fue el ron quien comenzó a mojar sus gargantas, a embriagarlos y alegrar sus vidas.

ANGY DEL TORO

PAELLA VALENCIANA

Querida, recuerda que a la verdadera paella valenciana no se le pone cebolla —dijo mi abuela— pero ya era tarde. Mis ojos se humedecían, y mi abuela ya imaginaba el por qué. No te olvides que el arroz a la valenciana debes hacerlo a fuego muy activo.

— Abuela eso me lo has dicho un sinfín de veces. Ya sé que debe mantenerse hirviendo.

— ¡Ah! Que chiquita tan respondona. Recuerda que para hacer el caldo también se deben cumplir ciertas reglas. Lo debes remover con una cuchara de palo, y, antes de que se repose enteramente,

El vibrar del móvil me libró de sus recomendaciones. Sequé mis manos y lo extraje del bolsillo del delantal de la abuela. Enmudecí de repente, mis ojos se humedecieron aún más, lágrimas de sal y dolor corrieron lentamente por mis mejillas. Me temblaban las piernas, y casi sin aliento, pregunté. —¿Dónde está mi abuelo?

— Supongo que durmiendo. ¿Por qué? ¿Quién ha llamado? No me asustes, por Dios. —respondió mi abuela, quien apresurada corrió a su habitación. Efectivamente, mis dudas se confirmaron, mi abuelo no estaba en su cuarto.

— Abu, la llamada era de la estación de policía, identificaron el auto del abuelo, dijeron que, en la gasolinera, otro auto lo había chocado y que se incendió.

En ese momento se escuchó timbrar, y mi abuela, al querer abrir la puerta, tropezó con una ratonera. No sé de qué manera, pero ésta se disparó y le atrapó un dedo del pie izquierdo. Rezongaba y sin saber qué hacer, quedó paralizada en medio de la sala.

La puerta se abrió y apareció mi novio, el valenciano, traía mucha ilusión porque sabía que ese día yo me estrenaba como anfitriona y cocinera.

— Vamos para tu auto, le dije. Mientras nos acomodábamos, aunque algo atropellado, le contaba. Cuando nos dirigíamos rumbo a la estación de policía, alcanzamos a ver al abuelo, quien dormía plácidamente bajo una mata de mango. Pobre de mi abuela, entre adolorida y asustada, lo abrazaba y la emprendía a besos con su marido.

Mientras tanto, mi novio, pegado a mi oreja preguntaba: — ¿Te acordaste de que a la paella valenciana no se le pone cebolla?

— ¿Tú también? —respondí y continué— la paella debe estar absorbiendo todo el caldo ella sola. Y entérate de una vez, pues sí que le puse cebolla.

—¿Sabes qué? La cebolla es una de esas cosas que pudiera dividir a los amantes de la cocina. Algunos la adoran, mientras que otros, como mis padres, la excluyen con vehemencia de sus platos. En cualquier caso, tu abuela tiene razón al decir que la verdadera paella valenciana no lleva cebolla.

— Con mal pie entraré a tu familia. —contesté algo malhumorada.

— Aunque tu abuela y mis padres frunzan el ceño ante la cebolla en la paella, no te preocupes demasiado mi amor. En ocasiones, las mejores recetas surgen de pequeñas desviaciones en la norma. ¡Quizás hayas creado una nueva variante de la paella valenciana! ¡Aseguro de que se convertirá en un clásico de nuestra mesa familiar!

CARMEN UBEDA FERRER

Caldo de gallina campera 

Estoy más arriba del moño como se suele decir, por no decir más, que una es prudente…

¡Me casé tan enamorá! Pero ya se sabe que una cosa es salir da amigos, después de novios y a lo último el casamiento.

A los cuatro meses de casaos, ya llevo ocho años con él, y digo él, porque no quiero ni mentar su nombre de pila, de modo que solo es, él) así que, volviendo a la cuestión que me trajina en la cabeza desde que él empezó con sus esigencias, sus ordenes, golpes y sus caldos ( que según las del pueblo no es pa tanto, no pasa na, porque el hombre es hombre y ya está) ¡Ea! Pues que lo aguanten las que así lo quieran. Yo to eso no lo aguanto más.

A lo que ibas, Justina. Los caldos. Sí, sus caldos. Toos los días de Dios, con la calor y el frío, pero de gallina campera de las del corral del Rogelio que son mu sustanciosas, como lo hacía su santa madre. La campera me la traigo viva a la casa. Tengo de matála, de pelála y de metéla a la olla a fuego lento, que el caldo tie que estar muy concentrao. Dos veces al día tie que beber su tacica de caldo. Por la mañana antes de subir al monte donde las ovejas y a la noche después de la cena. En invierno calentíco no cae mal, después a la cama y a dormir, pero en el verano con los cuarenta grados abrasaos… Su madre se lo hacía beber bien caliente pa sacudir el frío o la calor, y él así lo quiere.

¡No puedo más! Y es que ese caldo me tie atormentá. Tie que ser mi salvación.

Piensa, Justina, piensa. Alguna pizca de… en cada tacica. Que una es muy despistá. Unas poquicas hoy, otras pasao mañana. Eso si, Justina, con mesura. Que no se note al pronto. El día que la palme que sea de lo más natural. No conviene dejar señal, que ya se sabe que él es un santo y la prójima una mala víbora… Hoy no voy a empezar con lo que he pensao. El ojo izquierdo me lo ha puesto colorao como una amapola y el derecho como un Cristo. No me veo bien para echarle na en el caldo no sea que le eche en demasía. Lo dejo pa más adelante.

————————————-

-¡Eh! Hombre, ¿Qué no te levantas? El ganao te está esperando.

¡La Virgen! Si está más morao que la túnica de un nazareno y más frío que un peazo de hielo. ¡Juro que yo no he sio!-

Hay revuelo en la calle.

Llaman a la puerta.

-¡Justina! ¿No te has enterao? Han venío tres ambulancias al pueblo. El Juan, el del grano, el Amancio, el de las vacas y el Rogelio, el de las camperas, se los van a llevar que están pa morir. Paece que las gallinas del Rogelio están infestás. Fin

Carmen Úbeda Ferrer Valencia 20 mayo 2024

JOSÉ LUIS USÓN

EL INGREDIENTE SECRETO

El motor del todoterreno se detuvo en mitad del prado que, ante la falta de más espacio en la aldea, hacía las veces de improvisado aparcamiento. La afluencia de turistas en los últimos meses había crecido mucho ante la gran fama que había adquirido el restaurante La casuca de la Herminia, al que le habían concedido un sol en la guía michelín. La lista de espera era de meses, pues se había puesto de moda entre la gente acomodada de la gran ciudad, no había quién quisiera tener un poco de notoriedad y algo que decir en redes sociales, que no se acercase a aquella aldea perdida en el interior de la comarca de Liébana, a probar el caldo de puchero que tanta fama le había dado al restaurante.

*

Herminia regentaba el local desde que su madre, tras cuarenta años al frente del negocio, que anteriormente había regentado la madre de esta, tuvo que retirarse, no por voluntad propia, pues era una mujer de gran vitalidad y no entraba en su cabeza hacer otra cosa que no fuese estar al frente de la cocina que le había visto crecer, pero la edad y las limitaciones que trae aparejadas, la obligaron a ello. Así pues, la tercera Herminia como se la conocía en la aldea, ya que así se llamaban también su madre y su abuela, era la que ahora se hacía cargo del negocio, y había sabido darle una relevancia que antes nunca tuvo, pues debido a su formación, era diestra en el manejo de las redes sociales y la publicidad. Al principio en la aldea, muchos creyeron que no sería capaz de gestionar el restaurante, pues de niña era una persona retraída y parecía ir siempre a remolque de todo el mundo, pero la época que pasó en la ciudad cursando bachillerato y posteriormente la carrera de marketing, lejos de sus padres, obró en ella un cambio excepcional, volvió una persona totalmente diferente a la que marchó.

Así pues, Herminia, llevaba unos cuantos años de una actividad frenética, pues se encargaba de los fogones y, además, gestionaba todo el tema de publicidad y reservas del negocio. La carta del restaurante estaba compuesta casi por completo, por comida tradicional Cántabra, el cocido montañés, el lebaniego, las anchoas de Santoña, el sorropotún, chuletones y gran variedad de quesos, sobados y quesada, pero por lo que destacaba y era conocida La casuca de la Herminia, era por su caldo de puchero. Muchas veces le habían preguntado por la receta, pero esta siempre respondía lo mismo — pues que va a llevar, como todos los caldos, apio, puerro, zanahoria, laurel, carnes… lo típico, eso sí, todo de primera calidad y claro un ingrediente secreto que no puedo desvelar— así pues, nadie que no fuese Herminia conocía la receta del caldo, ni siquiera los trabajadores del restaurante, pues el caldo era el único plato que Herminia no preparaba en el propio local, si no en la cocina de su casa.

*

Cuando llegaron a la puerta del restaurante, les sorprendió la dejadez del local, estaba ubicado en una vieja casona cuya fachada, que en su día había sido enlucida ocultando la piedra de la que estaba construida, se caía a pedazos, varios desconchones adornaban toda la superficie de la misma. La puerta no tenía mejor aspecto, hacía años que no recibía una capa de barniz y el rótulo que coronaba la misma, estaba pintado toscamente sobre un cuarterón extraído de alguna vieja ventana. El interior, no estaba mucho más cuidado, aunque cabe decir, que las paredes de piedra —en este caso no habían sido enlucidas—, la luz amarillenta de las lámparas y los aperos de campo diseminados por el local, le conferían un ambiente en cierto modo agradable, casi mágico.

*

Una vez acomodados en su mesa, y estudiada la carta, hicieron su comanda y claro, no dudaron en incluir el caldo en la misma.

Mientras degustaban las anchoas que había pedido como entrante, se personó en el local la pareja de la Guardia Civil, y tras cruzar unas palabras con el encargado de la sala, ante el que esgrimían unos documentos, pasaron a la cocina, de donde salieron poco después escoltando a una Herminia cabizbaja, hacia el coche patrulla que se encontraba aparcado justo en frente de la puerta. Una vez la introdujeron en el vehículo, uno de los agentes volvió a entrar en el restaurante y sin más explicaciones, les comunicó que, sintiéndolo mucho, este quedaba cancelado por orden judicial, así que debían de abandonarlo de inmediato.

Al día siguiente en la aldea, no se hablaba de otra cosa, todos los periódicos de la nación traían en portada la noticia. Herminia Castañeda, propietaria del restaurante La casuca de la Herminia, con un sol en la guía Michelín,había sido detenida la noche anterior como presunta autora de un delito de robo continuado durante varios años, de restos quirúrgicos del Hospital de traumatología de la capital de la provincia.

MARÍA GALERNA

Ese día se despertó temprano y con ganas de comenzar su nuevo proyecto.

Miró el desorden que reinaba a su alrededor, y por un instante, pensó en procrastinar, total, en esta época lo que más le sobraba era tiempo. Pero no, se pondría «manos a la obra», estaba deseando saber qué resultaría de ese reto que se había propuesto.

Miró si tenía todos los materiales necesarios a mano, y…algunos faltaban, pero bueno, todo se andaría. Dios proveería. Sonrió.

Sería como hacer un caldo. Un poquito de ésto, otro poquito de lo otro. Ahora añadiría algo con substancia, no demasiada, que si te pasas…Y recordó las demás veces fallidas debido a las prisas y falta de precisión.

De vez en cuando se distanciaba para mirar desde varias perspectivas. Y la verdad, le gustó como le estaba quedando.

En unos días probaría con el barro.

Se sonrió al pensar que en un futuro, hablarían de su obra y el «caldo primordial».

Otros le llamarían «sopa primigenia» ¡Puag!

Él, como Mafalda… también la odiaba.

EDUARDO VALENZUELA

INFORME N 021-2024-RPLL.DIVSIRO-RECAMB

ASUNTO:

Avance de la investigación, por el presunto delito contra la vida el cuerpo y salud -Homicidio- en agravio de José del Carmen Valenzuela Torres, hecho ocurrido el 17 de mayo de 2024 a las 10:30 hrs. aproximadamente en el distrito de Piedra Roja, provincia de Sierra Negra, departamento de Cambiche, resultando presunto autor la sujeto identificada como Felipa Macaria González González.

1. A las 23:30 personal policial de la Quinta Comisaría de Piedra Roja recibió la denuncia y declaracion presencial de la Sra. Felipa Macaria González González (52), nacida el 10 de enero de 1972, casada, primaria incompleta, campesina, con DNI 9876323 y domicilio en el sitio 23, manzana B, del distrito Piedra Roja, quien manifesto que en la mañana del 17 de mayo de 2024 habría dado muerte a su conyuge, don José del Carmen Valenzuela Torres (75), nacido el 8 de marzo de 1949, casado, primaria incompleta, campesino, con DNI 5947464 y domicilio en el sitio 23, manzana B, del distrito Piedra Roja.

2. La denunciante declaró que cometió el homicidio con un arma de fuego, debidamente inscrita, efectuando seis disparos en el pecho del occiso, indicando que: “Le vacié el revolver a ese perro para que se muriera bien muerto, el desgraciado”. Posteriormente habría arrastrado el cadáver por los pies hasta llevarlo junto a la leñera donde procedió a amputarle las extremidades y la cabeza a golpes de hacha, manifestando que “No me costó mucho esfuerzo porque estoy acostumbrada a descuartizar novillos y corderos para la comida”.

3. La denunciante, Felipa, sin ninguna muestra de arrepentimiento, indicó que el occiso “Era un mal hombre, un borracho y apostador, que me dio toda una vida de miserias” y que el móvil que gatilló el homicidio fue la sustracción de un dinero de la presunta homicida. Según sus palabras: “Me robó los ahorros de toda mi vida. Se los bebió y los desperdició con mujeres y apuestas”.

4. La Sra. Felipa indicó que los restos del occiso los puso en un par de fondos grandes procediendo a efectuar su cocción en la estufa de leña por un periodo aproximado de doce horas indicando que: “Tuve que cocinar los trozos igual que las patas de los toros para que pararan de sangrar”. Posteriormente guardó los trozos en bolsas de plástico que pensaba enterrar en el campo.

5. La Sra. Felipe señaló que no completó su cometido de ocultar la evidencia porque “No era correcto” y porque “No tenía nada de que avergonzarme”. En esa instancia tomó la decisión de acercarse a la quinta comisaría y confesar su delito.

6. Ante la consulta de qué hizo con la evidencia del caldo de los restos del occiso, afirmó que: “El caldo se lo di a los perros”.

Es todo cuanto cumplo en informar a la superioridad, para su conocimiento y fines que designe determinar.

Piedra Roja, 18 de mayo de 2024

HAROLD LIMA

Algo nuevo saldrá del caldo.

Ella me sonrió mientras la camilla la llevaba apenas y pude rozar su mano fría y pálida, su estado estaba muy avanzado y cientos de corresponsales de prensa discutían los comunidades de prensa que ayude a corregir.

» El día de hoy viernes 30 de febrero del año unificado, el estado de la diplomática anfitriona de los Gree se ha hecho insostenible, esperamos su próxima muerte. Las medidas de rescate de la población Gree se ejecutan según la indicación de su gobierno.»

A las afueras del hospital los periodistas sobornaban y buscaban cualquier medio para hacerse de la exclusiva, sin embargo el gobierno jobiano se mantenia hermético por miedo al espionaje. Los altos mandos enviaban memorandos repitiendo:

—Una sola gota de sangre o algún tejido podría en el peor de los casos caer en manos de las alianzas separatistas y sería el fin del sistema democrático que conocemos.

El resto de la historia sólo la pude conocer por los la televisión ultralinea. Tres horas luego que ingresara al hospital militar de Nueva Ricalde, La diplomática Maria del Pilar murió por un fallo sistemico general, las labores de evacuación de los Gree lograron que hasta el último de sus 15 billones de individuos fueran rescatados. La valija diplomática conteniendo un hígado abordo una nave de transporte con dirección al anillo espacial dimensional de jupiter a las dos horas de la muerte con direccion su mundo en la nebulosa cabeza de caballo.

Yo sabía lo que sabía todo el mundo, nuestros sabios habían regresado a su mundo de pantanos infinitos y nos habían dejado miles de ingenios tecnológicos que nuestros ingenieros y sabios apenas comprendían.

El cuerpo fue incinerado inmediatamente y dos sobrinos más algunos amigos íntimos llevaron las cenizas a un servicio funerario sufí.

El iman canto a su dioses en una lengua ya perdida, los que comprendiamos poco guardamos silencio.

Fue mi momento de dar algunas palabras ante la triste audiencia.

—¿Quien se ha muerto? ¿Porque las caras tristes? Diría ella.

Algunos en la sala se rieron, recordando a la alegre mujercita que más que una diplomática era una tormenta humana, inagotable a pesar de sus años, sabía mujer con una sonrisa o alguna broma absurda.

— Ahora que están todos maa alegres, quiero leer algo que ella me confío y logre esconder de los oficiales del gobierno:

«Amigos, espero estas palabras lleguen a ustedes, tuve una buena vida, vi amaneceres y atardeceres en cientos de mundos, conocí seres imposibles y sabios, ame y recibí amor de formas que no podrían ser experimentadas por ningún ser humano, viví mucho.

Algunos me compadecieron cuando tome la decisión de ser el vehículo de lo Gree, de entregar mi cuerpo para que esa microscópicas criaturas vivieran y pudieran hablar por su mundo en el consejo de las grandes razas inteligentes. En ese momento estaba consiente que mi vida se reduciría drasticamente. Pero, también era consciente que aprendería y conocería algo nuevo con ellos habitando mi sangre y carne. La convivencia no fue siempre placentera, ellos accedieron a mi cerebro para mejorarlo y les sirviera para sus propositos y eso me provocaba jaquecas, yo me vengaba bebiendo y fumando los días que tenia libres.

En algún momento llegamos a un acuerdo y la convivencia nos beneficio mutuamente, la visita de meses se hizo de 10 años donde los Gree me enseñaron de su cultura protozooaria, sus relaciones sociales y políticas; sobre su tecnología poco entendí, pues nunca fue mi habilidad, yo les prestaba mi cuerpo para que ellos fabricarán y experimentarán, podía sentir su alegría creando o descubriendo, varios millones de sonrisas al unísono en el mar de mis fluidos internos, una sensación que nunca pude expresar en mis libros sobre el tema.

Los Gree me enseñaron que su gente nació como un parásito que habitaba el gran pantano de su mundo. Cuando les explique el concepto de sopa ellos la emplearon en sus explicaciones religiosas filosóficas, les fascinaba la idea de caldo primordial, una mezcla de muchas cosas en armonía líquida. Así veían su universo y ahora yo era parte de ese mar que cruzaba las estrellas, una con ese cocido de carne y vegetales inteligente.

Me contaron que sus profetas hablaban de que algo nuevo saldria del caldo y buscaría las estrellas para conocer a otros y ver otros mares, ellos nos miran como mares autocontenidos, sin comunicación con otros. En cambio ellos eran uno con ese mar único aunque vivieran en otros cuerpos anfitriones como el mío.

Con los años, esas criaturas que no mueren conocieron a otras razas, vivieron en otros cuerpos sin perder su conexión a su pantano único.

Los militares seguro guardarán las maravillas que ellos hacían por diversión, le llaman tecnología y todo el universo las ansia, yo guardare la experiencia de ser parte de esa sopa llena de vida. Eso les dejo a ustedes que me conocieron. La certeza que nada muere realmente si vive en las sonrisas de otros, en los recuerdos.

No puedo evitar una lágrima y los deudos tampoco. Todos miramos a las cenizas de quien fue la voz de una de las especies espaciales más enigmáticas. Mujer excepcional y parte del caldo de otro mundo.

GRACIELA PELLAZZA

En la Puna, casi 3000 mts sobre el nivel del mar, vivía Josefa.

Josefa primero fue hija, luego madre y mucho después mi abuela. Tenía manos pequeñas, ásperas, con uñas de tierra y venas como ríos. Había venido al mundo entre cabras, aprendió a hacer quesos, y ponchos de lana. Hablaba poco y rezaba mucho.

A los sesenta Dios la abrazó en esos amaneceres naranja, y se le cerraron los ojos celestes, en el árido suelo de una montaña.

Vino el maestro a la casa esa noche, cuando la velaron en el comedor, y el doctor de la salita también, y los vecinos dejaron sus rutinas para venir a honrarla. Mi madre prendió leña y en el caldero viejo y grande de la abuela, se puso hacer sopa, para recibir a los vecinos. La noche iba a ser larga, me dijo; y en nuestra casita de piedras que nunca sobraba nada, se le ocurrió ese gesto para atender el hambre de tanta gente.

Entraban y salían de la casa, y yo, que era el más chico me tocó ayudar a pelar las verduras; la mandioca, y el zapallo, el choclo y el apio, acelga y cebollines, y agua, mucha agua.

Iluminaba la casa, la chispa del quebracho,

coronando las palabras tristes de casi todo un pueblo. Las historias de Josefa iban entre cuenco y cuenco.

Uno entiende eso del respeto cuando se hace grande y el pecho entiende de orgullo cuando se hincha. Aprendí que no se necesita tanto, que mi abuela era pobre de cosas y que mi madre entendió la fortuna de su enseñanza.

Yo me fuí hace mucho y estudie en ciudades, cambie de cielo y se me olvidó muchas veces el ruido del viento.

Tengo casi listo el caldo, hice todo como aquella noche, no sé si bien; pero estoy solo y tan lejos.

Mi madre ha muerto.

JAVIER GARCÍA HOYOS

EL DUENDE Y EL HADA

El duende, criado en una fría cueva entre los gritos de un licántropo y los delirios de una zombi, siempre vivía en ayuno.

Una lluviosa noche, en la que la eterna luna llena iluminaba el jardín de adormideras, el duende distraía su constante hambre mirando aquel paisaje; pero en esa ocasión observó, a lo lejos, en una choza, una hermosa luz de la que jamás se había percatado.

Sin necesidad de pedir permiso al licántropo ni a la zombi, el duende decidió acercarse a aquel lugar. Al llegar, llamó a la puerta de aquella casa cuyas paredes estaban hechas de ramitas de árbol y con un tejado formado por rosas y calas.

Una viejecilla hada sonriente le abrió la puerta y, sorprendida, le acarició la mejilla.

El duende le explicó quién era y de dónde venía.

—Se quién eres, yo te conozco desde siempre. Pasa, hace frío. Tengo preparado un caldo caliente para cenar, te ayudará a reponerte antes de volver a tu cueva.

El duende entró, se percató de que aquel lugar tenía las ventanas rotas y entraba el aire, pero aún así, hacía calor dentro. Después, la dulce anfitriona le ofreció asiento junto a una mesa y preparó con rapidez el caldo del que había hablado y, ante la feliz mirada del hada, la más hermosa criatura que jamás hubiese visto, comenzó a cenar. Nada en su vida le había sabido mejor. Tan a gusto se encontraba que preguntó si podía regresar en más ocasiones a disfrutar de aquel sabroso caldo y de la agradable compañía.

—Siempre que lo desees, aquí estaré —respondió el hada.

Y el duende así lo hizo.

Años después, Roberto se seguía emocionando al ver, en el supermercado, los sobres de caldo, de marca blanca, que aquella mujer le ofrecía. Sus hijos siempre protestaban diciendo que aquel brebaje sabía horrible. Roberto se reía porque sabía que era cierto. Por más que lo intentaba, no conseguía echar al caldo, la cantidad exacta de aquel ingrediente secreto que el hada le reveló en una ocasión. Quizá, sospechaba, porque nadie podría tener la inmensa cantidad que ella tenía guardada para repartir a quien lo necesitará.

OMAR ALBOR

La gota rápida

del jarrón hirviendo

La cocina blanca

cómo una nave

de poder transformador

La música que suena

ella baila y en su mano

tiene una cuchara de madera.

Que hace de antena

implorando movimiento

ella baila se olvida de todo

cierra los ojos y recuerda a su madre.

Cuando cocinaba inspirada

por la música de la fonola

las imágenes del desnudo

mundo que el recuerdo la retrata en una imagen postal.

Ella cocina es un caldo

mágico, alimentar a sus comensales, luego ver sus caras ya transformadas por los jugos de esos hongos.

La música de fondo va de Pink Floyd de 1971todo cambia de color las luces son rosas y azul.

Muchas risas sin paranoia los comensales toman de sus platos la mejor posion

quien habla más, repite la libertad es para quien seduce

al estómago, absorbiendo el caldo divino extraño.

Risas muchas risas miradas cosas que pasan.

La noche cae todos se alejan

y el lugar se llena de soledad solo queda ella, la cocinera mágica la gurú emocional que con un puñado de hongos transporta al eter a sus únicos comensales.

Los elegidos

YOMALCKRY OSORIO

Recuerdos inolvidables de un hogar.

Cada domingo era esperado con

Ansias y afán era el día más especial.

Lo preparaba la persona más bella.

Demasiado exquisito le quedaba,toodos querían repetir una vez más, a veces era a escondida de ella, si eran descubiertos tenían que limpiar todo.

O se era sometido a la cruel tortura de no volver a repetir el próximo domingo.

Dedicado a ella que dejó en el corazón estos inolvidables momentos.

Brasil 18/04/2024.

SANTIAGO VILLA IBÁÑEZ

Amaneció un nuevo día, radiante y esplendoroso en aquella primavera del sesenta y seis.

Daniela, una señora soltera que comenzaba a entrar ya en lo que llaman «la tercera edad», daba vueltas con una cuchara al caldo, que lentamente hervía en la cocina de gas. Mientras sentía sobre su cara, los cálidos rayos de sol que entraban por la ventana.

Llevaba un par de horas con la tarea. Comenzó antes del amanecer a pelar, judías, zanahorias, patatas, limpió con esmero el generoso trozo de repollo, añadiendolo a la cazuela. Después pasó a preparar los trozos de carne, panceta, chorizo y una suculenta morcilla. Como toque final, un poco de sal, y listo.

Daniela, era muy querida en aquel vecindario de casas sencillas, a la vez que acogedoras. Nunca tuvo hijos, pero las numerosas visitas que la hacían las jóvenes parejas con sus niños, colmaban el vacío qué sentía por ello. Cómo símbolo de gratitud hacia ellos, el caldo que preparaba con cariño el día de hoy, era para ellos. Les prepararía un delicioso cocido madrileño, una deliciosa sopa con fideos y después, los sabrosos garbanzos acompañados de la carne y las verduras. El remate final sería, la elaboración de unas estupendas croquetas, que eran magníficas para contentar el paladar de los más niños.

Sobresaltada por el timbre del teléfono, Daniela dejó de remover el caldo para atender la inoportuna llamada.

— ¿Diga? — Escuchó muy atentamente lo que su interlocutor le estaba diciendo, con el semblante serio y la mirada perdida. — ¡Deacuerdo! … ¡Esta misma noche estará preparado!… Les estaré esperando. Adiós.

Daniela suspiró, colgando el teléfono.

—¡Vaya, que inoportunos que son! … Ahora que estaba preparando el caldo para el cocido. — dijo en voz alta, a la vez que bajaba el fuego de la cocina donde hervía la comida.

Se dirigió al sótano, bajo las escaleras con cuidado de no tropezar, debido a la incipiente artrosis que lastimaba sus viejas rodillas. Sacó una llave del bolsillo de su bata guateada, y abrió el candado de una puerta situada allí abajo. Encendió la luz y entró en su… otra cocina.

En esta, lógicamente no entraban los cálidos rayos de sol, estaba iluminada por la fría luz de unos fluorescentes, que chisporroteaban con sonidos artificiales y electricos. Conectó la cocina, puso encima un viejo caldero que parecía estar oxidado, y comenzó la elaboración de esta…su otra comida.

Pulcramente ordenados en estanterías, estaban los botes de cristal, donde guardaba los ingredientes. Los cogía con maestría, pues tenía mucha experiencia en esos menesteres… tres cabezas de murciélago… polvo de cola de ratón… dos ojos de buey…cuatro sapos frescos… y el ingrediente especial… un cerebro de niño pequeño. Claro, todo aderezado con muerdago, absenta, tomillo y laurel. Finalmente, agarró una garrafa con cierto esfuerzo, y vacío su contenido en el caldero. Con un cucharón de madera decorado por siniestras figuras, removió los ingredientes, que ahora bañados en la sangre vertida, aparecían y desaparecían en una macabra danza.

— ¡Bueno! … A esperar un par de horas, y listo. Ya tendrán para esta noche el caldo que aumenta la potencia sexual…Ese grupo de ricos ancianos, paga muy bien. —dijo sonriendo malevolamente a un bhuo disecado, que la miraba con los ojos vacíos desde una esquina, en la cocina de Daniela «La bruja».

MARÍA JOSÉ AMOR

Caminaban la Señora Rosa, mujer del zapatero de la esquina y Carmen, la cocinera de una familia bien conocida en la Barcelona en de los años 70 del SXIX, con sus cestas llenas de los productos alimenticios recién comprados en el mercado cuando una portera desde la acera de enfrente les gritó:

-¡¡¡Pararooooos!!!

Ellas, asustadas por el grito así lo hicieron y en ese preciso momento vieron algo marrón con plumas que se precipitaba desde lo alto de una casa.

Extrañadas y a la vez intrigadas dieron un paso adelante y en ese preciso momento la señora Rosa, notó un golpe en la cabeza a la vez que algo viscoso se deslizaba sobre su cogote. Lanzó un grito a la vez que veía a Carmen por el suelo; la cesta de la compra se le había abierto y parte de su contenido, patatas, manzanas, peras y melocotones rodaban acera abajo con alegría de algunos chiquillos que empezaron a recolectarlos.

Y, ella en el suelo a su lado mientras la señora Rosa intentaba ayudarla a ponerse en pie, de pronto se vieron acribilladas por, ahora sí que los distinguieron pues eran muchos ¡docenas y docenas de huevos que apestaban por encontrarse en estado de putrefacción!

Ante sus gritos, la gente acudió presurosa a ayudarlas siendo más de una persona alcanzada por alguno de esos proyectiles.

Y, por supuesto, tras limpiarse un poco con una toalla proporcionada la señora del entresuelo de la casa de enfrente, cruzaron a la otra acera de la calle, quedándose a mirar lo que pasaba.

Poco a poco la acera comenzó a llenarse de mirones a los que se sumaron los habitantes de los balcones de las diferentes casas.

Y ¿qué pasaba? Pues que, desde el terrado de una casa, eran lanzadas al suelo, indistintamente y sin orden huevos y gallinas vivas.

Por supuesto, alguien fue a dar un rodeo a ver si encontraba a un guardia municipal, pero mientras, dado el peligro que suponía de pasar por esa acera, porteros y/o porteras de casas más arriba o más abajo, iban avisando a la gente de cambiar de ruta y, de paso, chafardear ojo avizor, de los acontecimientos que iban sucediendo.

La calle, se vio concurrida pues no querían los vecinos perder detalle del acontecimiento a comentar días y días.

La caída de las gallinas era dramática ya que a veces las pobres intentaban volar abriendo las alas y, a su vez, cacareando como locas. Pero cuando llegaban al suelo la gente aplaudía, pensando en el manjar tan delicioso que les venía servido y gratis (en aquella época, las aves de corral eran carísimas. El pollo solo se servía en Navidad o en el Santo del padre o del abuelo y el caldo de gallina o pollo, era reservado para los enfermos).

Llegó finalmente el guardia urbano que intentó hacer parar al interfecto con su pito, pero entre el ruido que se había montado entre la gente y los pobres animales, el sonido quedó enmascarado y el “lanzador” ni se enteró.

Por otro lado, el guardia, no se atrevía a subir a la casa por miedo a ser aplastado por alguna gallina o gallo, que también caían. Finalmente se formó un pilote en el cual los ubicados en la cúpula del mismo, vivos aún ya que caían sobre los cuerpos de sus compañeros, salían del montón chillando “co-co-cooooo” o “kikirikíííí”. Algunos llegaron a cruzar la calle dando un susto tremendo a los observadores temerosos de los picos especialmente de los gallos enfurecidos.

En estas estaban cuando vieron “aterrizar” un gran artefacto metálico del que salían tubos de goma y, a continuación, les tocó el turno a grandes sacos de trigo y maíz, para acabar con una buena garrafa de agua que al romperse en mil pedazos produjo un ruido tal cual si de explosión se tratase. Seguidamente toda la acera se vio inundada de agua, que a su vez arrastró las cáscaras de los huevos y su contenido dejando la superficie con diferentes tonalidades, cual si de cuadro abstracto se tratase.

Cuando al final, pareció acabar la lluvia de aves, huevos podridos y demás artilugios vino una segunda parte más estrambótica que la primera.

Al ser, como he comentado antes esas aves, tan apreciadas, todos los asistentes se lanzaron a cogerlas declarándose una auténtica guerra, ya que todos alegaban tener derecho, si bien no a un ave entera, sí a un trozo considerable, ya que ¡para una vez que pasa!… pero aunque las aves eran muchas los espectadores eran muchos más.

El guardia, entonces quiso actuar, pero no le hicieron ni caso.

Y en esta revuelta estaban, cuando, de un portal, salió un vecino muy bien trajeado y dispuesto a subir a su limusina, que ya lo esperaba con el conductor en el estribo. Esta persona resultó ser un muy conocido magistrado dispuesto en ese momento a ir al Palacio de Justicia. Pero al contemplar el alboroto vecinal que se había montado y temiendo por que alguna persona resultase herida, dirigió sus pasos al lugar de los hechos. Y, dado que muchos vecinos lo conocían, se le acercaron y, mientras el resto seguía medio matándose entre sí, le explicaron el problema y le pidieron que hiciera justicia, hecho al que se avino enseguida.

Y, realmente logró el fin de la pelea ya que su presencia imponía y más sabiendo el cargo que ocupaba, pues cuando fue hacia ellos, lo primero que hizo fue repartir tarjetas que mostraban el cargo que ocupaba.

Y, ya calmados, él pudo hacer un reparto equitativo.

Finalmente, subió al piso donde vivía el autor del espectáculo a quien conocía bien.

Se trataba de un ingeniero alemán que, desde participar en la construcción del primer tren que hubo en la península, tenía un gran prestigio profesional, había ganado grandes premios por sus diseños, pero que era incapaz de aceptar con calma sus frustraciones. Y esta fue una de ellas.

Había intentado montar una incubadora de huevos usando como fuente de calor el gas ciudad, ya que entonces no existían todavía instalaciones eléctricas.

El magistrado así lo expuso a los vecinos que, con sus correspondientes grandes pedazos de gallo o gallina, de dispusieron a ir a sus casas y hacer un buen y abundante caldo al que, añadiendo fideos o la pasta que se les antojase, resultaría un buen primer plato para la cena y comida del días sucesivos

NOTA: este relato está basado en un hecho auténtico. Se sabe que él, desesperado al ver que no salían pollos de la tal incubadora, tiró todo terrado abajo. Y, dado que este hecho ocurrió en el Eixample (ensanche) barcelonés, donde las casas constaban de cuatro pisos, más entresuelo y principal, rematados en la parte superior por un amplio terrado y era allí donde este señor instaló su experimento, puede imaginarse la que se armó.

GUZMÁN FABIANA

CALDO

Ella no dejaba de buscar y rebuscar una respuesta a todas aquellas preguntas que le quitaban la paz por esos días. Pesaba y dolía, más era tan necesario responderlas como el aire que respiraba. Aquel atisbo de valor que había surgido en la mañana, para el ocaso del día se había convertido en un miedo aterrador. Era imposible no consultar con la noche, aunque para ello sacrificara esas horas de sueño que tanto necesitaba, sí, hay sacrificios que merecen la pena.

Decenas de veces se había visualizado frágil, casi etérea, debilitada por los hechos que sucedieron una década, once meses y veintiocho días atrás. Bastaba con entrecerrar los ojos y volver a ese momento, al olor de aquella habitación, a la incertidumbre, para que aumentaran sus latidos . Se tambaleó, el frío recorrió su espalda, se sentó al borde de la cama y suspiró… Permaneció un rato así. Pero no quiso darse por vencida , así que sacudió la cabeza y se incorporó.

No quería que su memoria le susurrase al oído, miró la olla que hallábase al fuego trèmulo y decidió poner empeño a su cena.

Agregó dos leños y revolvió aquel caldo. Era la receta de su tía Pilar, la querida tía Pilar…Solía servirle un tazón cuando iba de visita y siempre le decía que no había nada que ese reconfortante caldo no pudiese aplacar.

El secreto yacía en la morera del jardín, pero esto lo supo años después. Las hojas de mora desprenden un suave aroma a canela y clavo de olor. La receta consistía en poner a descansar toda la noche, un manojo de hojas secas en agua tibia, al día siguiente, un buen hervor al agua antes de desecharlas y agregar el resto de ingredientes . Un buen caldo llevaba horas de dedicación. Trataba de concentrarse aunque

le costaba mantener sus pensamientos alejados de aquel día…

Otra vez el cielo atiborrado de nubes, amenazaba con lluvia, a lo lejos algún relámpago y luego nada, silencio, voces internas que gritaban pero no tenían permiso, no aún. Cada aniversario lidiaba con lo mismo, unos días antes estaba nerviosa, el día en cuestión lloraba mares y después sentía que una pesada carga se desprendía de su espalda y volvía lentamente a la vida.

Fue hacia aquel cajón y buscó entre sus prendas, ese pequeño cofre estaba otra vez entre sus temblorosas manos.

Nadie pensaría que tendría algo de valor ya que a simple vista era un cofre común y corriente, sin adornos, rústico, de una madera cualquiera, si tuviese algo marcado, sería con certeza, la huella de esas manos que tantas veces lo apretaron contra si.

Las horas muertas aterraban, esos largos suspiros se mezclaban con el olor a caldo. Qué pasaría si está vez no recordara? Quién podría juzgarla? Algún día entendería que ya había llorado suficiente . Algún día, más no éste.

O quizás si. Eso se revolvió en sus tripas , miró a su alrededor buscando algo, tal vez una señal , una excusa, alguien que le sostuviera el alma , o que se la arrancara de un tirón, porque ella ya no podía más.

Volvió a sentir el trueno y se estremeció. Tomó el cofre y salió al jardín. El relámpago la obligó a girar la cabeza, allí estaba ella, la morera.

Un grito al universo la llenó de valor , tomo la pala de jardín y comenzó a cavar. Otro relámpago y aquel viento del este que anunciaba la cercanía de la lluvia. Se tenía que apurar. Cavó un poco más, y midió el hueco; entró a la casa y tomó el cofre. Estaba decidida a ponerle fin a su agonía.

Un último minuto para sentarse a secarse las lágrimas, ya está, el cofre estaba en su lugar, en aquel hueco debajo de aquel árbol que tanto le había dado. Lo cubrió con la tierra espesa, emparejó los bordes y se retiró.

Más tarde, viendo las gotas resbalar por el vidrio del ventanal, echaría una mirada hacia la morera. Le agradecería a tía Pilar, algún día, en otro plano , quizás…si la encontraba….pensaba, mientras cada sorbo de caldo la animaba a sentir que seguía viva.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL TÍO MAKAR

Vinieron los soldados a la aldea y, como no entendíamos nada, los recibimos con sonrisas. Ellos dijeron: «Tenemos órdenes». Nuestros padres buscaron al alcalde. Iban gritando mucho.

Dos días después, el alcalde nos reunió en la plaza y dijo que había protestado con todas sus fuerzas. Ahora parecía otra persona: tenía bastón, el rostro lleno de moratones y apenas podía mover un brazo. El alcalde nos dijo: «Los soldados tienen órdenes», se le escaparon dos lágrimas y algunas mujeres empezaron a secarse los ojos con el borde de sus faldas. El alcalde añadió: «Moscú necesita nuestro trigo». Miré a mi alrededor y vi llorando a mi madre y al tío Makar. Mi padre… no sabíamos dónde estaba.

«¿De qué vamos a comer, Dios mío? —pensó la madre—. No nos pueden hacer esto… Si se llevan toda la cosecha, no podremos sobrevivir; mi hijo, el pobre, va a morir de hambre. ¿Cómo voy a permitir que mi hijo muera de hambre sin hacer nada? ¿Qué hemos hecho nosotros para que el padrecito nos castigue de esta forma? Maldito sea el comité, maldito sea Moscú; cuando éramos simples bedniaks, vivíamos mejor que ahora. La revolución nos ha liberado, sí; pero nos ha liberado para morir de hambre».

El mismo día que llegaron los soldados, empezaron a llevarse el trigo. Entraban en las casas a patadas, rompiendo las puertas. A los hombres que gritaban «¡no!», les daban golpes con las culatas de sus rifles y les hacían heridas en la cabeza. A algunos les clavaron sus machetes y se les salieron las tripas. Muchos vecinos desaparecieron, mi padre también había desaparecido. Los vecinos dijeron que se lo habían llevado en un tren para cavar la tierra. El tío Makar dijo que conseguiría comida para nosotros y para los animales; pero, una noche, nos robaron las dos gallinas que nos quedaban y ya no tuvo que buscar más alimento para ellas.

Los campesinos, entonces, empezaron a comerse los caballos, los burros, los asnos, los bueyes, los conejos, los perros, los peces que conseguían atrapar. Los soldados se lo habían llevado todo y solo dejaron algunas berzas y coles, esas eran sus órdenes. Cuando se acabaron los animales de las casas, la gente comenzó a atrapar pájaros y luego cazaron ratas. También comían hojas de los árboles y hierba. Decían que salían unos guisos estupendos con las ratas y que les gustaba su carne. Las ratas, con el tiempo, también se acabaron. Todos estábamos delgados. Algunos se marchaban de madrugada, decían que iban a Jarkov o Mariupol, que están muy lejos de la aldea.

«¡Dios mío! Esto es cada vez peor. La gente está muriendo de hambre cada día —pensó la madre—. Los soldados han regresado a la aldea y se han llevado también las coles, los pimientos y las berzas con las que hacíamos los caldos. Moscú nos quiere matar de hambre, cada día mueren veinticinco mil compatriotas. Nos acusan de esconder las cosechas y siguen deportando hombres. Sí, quizá lo mejor sea morir… ¡Pobre hijo mío! ¡Si al menos fuera capaz de razonar correctamente…!».

Ayer el tío Makar dijo que iba a encontrarnos comida costase lo que costase. El tío Makar estaba muy flaco y no tenía fuerzas; se acercó al campamento de los soldados para robar comida. El campamento está cerca de casa y yo oí un disparo. Mi madre y yo nos acercamos para recoger el cuerpo de mi tío Makar, que tiene un agujero en la cabeza y toda la cara manchada de sangre seca. Mi madre me ordena: «Ayúdame hijo». Y, entre los dos, traemos a mi tío Makar a nuestra casa. Algunos vecinos quieren robarnos el cuerpo de mi tío Makar cuando lo traemos a casa, porque la gente se come en sus platos a los que van falleciendo; dicen que así no morirán ellos. Pero yo les digo «no», les tiro piedras y les enseño mis puños.

Mi madre no quiere que nos comamos el cuerpo del tío Makar. Hay un bando del nuevo alcalde en el que suplica a la gente que no se coma los cadáveres porque se propagan enfermedades.

Mi madre llora un buen rato y, al final, dice que puede encontrar un modo de que el tío Makar nos dé vida a ella y a mí. Va a hacer unos caldos muy sabrosos con los que ya no nos dará hambre.

EVA AVIA TORIBIO

Feliz, caldo

—¡Abuu! —grita, Katherine, entusiasmada. Saliendo disparada del coche y dando un gran golpe a la puerta, corre escaleras arriba para abrazar a su abu del alma.

—¿Cómo te está tratando la pelandrusca de mi hija? Estás muy mayor —Tocando su cara. La observa con detenimiento. Orgullosa abraza con mucha fuerza a su engendro de nieta, como ella la llama.

—Estas tres semanas han sido un infierno. ¿Cuándo vuelves a casa? —Levantándola.

—¡Hola, mamá! —Saludándola desde el exterior del coche—. ¿Estás lista? He reservado en uno de los mejores restaurantes Michelin.

—Miedo me da —dice, sarcástica—. Cada vez que me quiere llevar a uno de esos restaurantes pijos, luego nos toca ir al Burger King Pero en fin, una no cumple todos los días setenta y tres años —Resignada, se arregla la ropa, pues el engendro de su nieta la ha descompuesto.

—Te va a encantar, abuu. Si lo lleva uno de esos de la tele que tanto te gusta a ti. ¿Cómo se llama, Arguiñano…?

—Confío en ti, pero en aquella perdida —Señalándola—. ¿Cómo le va con los hombres? Tú eres mi fuente de cotilleos —Guiñándole un ojo, picarona.

—¡Puff! Sin comentarios. Desde que tú no estás en casa, vaga como alma en pena. Dice que cualquier día coge las maletas y se viene contigo a la residencia —Encogiéndose de hombros.

—¡Ni de coña! Cualquier día me da un patatus y todavía le estaré lavando las bragas. ¡Qué cruz! Vámonos —cogiéndola de la mano—, a ver que nos da de comer Arguiñano.

Una hora y media mas tarde están sentadas en su mesa. Curiosas observan con detenimiento hasta el último rinconcito del comedor. Y como ya las vas conociendo, tampoco pierden de vista a los hombres.

—¡Ayy! Creo que me acabo de enamorar —suspira, Silvia, mientras observa a uno de los metres, que tiene las típicas canas que les hace tan sexys.

—¡Mamá, contrólate! ¿Has encargado eso? —susurrándole al oído para que su abu no la escuche. Aunque está segura de que no lo hace, Antonia está demasiando entretenida observando a todo bicho viviente, como ella dice.

—Nuestro chef —Depositando los platos—,les ha preparado nuestros mejores platos. La dama merece lo mejor —sonriendo a Antonia.

—Gracias, jovencito. Porque una ya tiene su edad, sino yo sí que te daría lo que tú te mereces —sonriendo.

—¡Mamá! Contrólate —Su piel se sonroja por la vergüenza.

—¡Ja, ja, ja! Si es que cómo va a ser la hija. ¡Qué cruz! —descojonándose de la risa.

—¡¿Pero esto que es?! Menuda mierda de caldo —levantándose de la mesa, va dirección a la cocina.

—¡Hay mare que la abuu la lía! —Saliendo las dos detrás de Antonia.

—¡Señora, deténgase! —Intentando detenerla.

—Señores, ¿ustedes se consideran los mejores chefs del mundo? —dice con el genio que le caracteriza—. Darnos unos delantales, que os vais a cagar con el caldo que os voy a preparar.

—Mamá. Abuu. —dicen ambas a la vez.

—Vosotras a callar y poneros manos a la obra, que les vamos a enseñar como se hace un buen Puchero.

Todo el personal, incluido Arguiñano, se quedan estupefactos. Resignados siguen al pie de la letra las indicaciones que Antonia les da. ¡Ayy! Perdóname, que no te he dicho que lleva el Puchero que prepara Antonia, toma nota. Primero que nada, olvídate de la olla exprés, se cocina en un gran perol y a fuego lento, tienes que poner las tres carnes: gallina, cerdo y ternera (tocino blanco, manita, espinazo, rabo, un trozo de gallina, un trozo de ternera de guisar, costilla de añojo…) garbanzos, verdura para caldo, patata y calabaza, pero, sobre todo, tienes que añadirle amor y mucho tiempo.

A medida que tiempo transcurría, el caldo iba tomando color y sabor. El aroma comenzó a salir de la cocina, invitando a los comensales, que esperaban curiosos, a asomarse a las puertas de la cocina.

—Así se hace un buen caldo, ¿entendido? —Contenta, porque hacia mucho tiempo que no cocinaba para tantas personas.

Cuatro horas más tardes y con el restaurante cerrado, todos fueron invitados a disfrutar de un buen caldo.

—Abuu, como echaba de menos tu cocina —Dándole un gran beso.

—¿Solo la cocina? —sonriendo, porque ella también la echa de menos.

—Sabes que no, pero ¿sabes lo que más echo de menos?

—¡Esto! —Soltándole una colleja, mientras se le escapa una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Jooo, abuu, pica! —frotándose la cabeza, se ríe y llora a la vez, porque no hay nada como compartir la vida y la buena cocina, con las personas que más quieres.

Besos, La Incondicional.

IVONNE CORONADO

La visita

En la casa, mi madre tenía muchos dichos que salían a relucir con mucha gracia la mayoría de las veces. Una bonita manera de educarnos, a nosotras sus hijas. Entre los que recuerdo están: «En boca cerrada no entra mosca», «Camarón que se duerme se lo lleva la corriente», «En casa de herrero, cuchillo de palo», «Aprendiz de todo, oficial de nada», «Donde comen dos, comen cuatro», y algunos que quizás eran inventados, como «si hay un invitado sorpresa, echar más agua al caldo». Ese último se hacía realidad, porque no teníamos mucho que ofrecer, pero la cortesía nos obligaba a veces a invitar a nuestra mesa a más de alguno que, habiendo llegado temprano, no le veíamos indicios de querer irse sin haber cenado. Teníamos alguien así, un señor ya muy mayor, amigo de mi abuelo. De estatura regular, de ojos azul claro, pelo lacio y rubio entrecano, boca generosa, que al hablar nos salpicaba de saliva. Después de la muerte del abuelo, siempre siguió frecuentándonos. Se aparecía como a las 4 de la tarde cada quince días, y finalmente se iba quedando, quedando hasta saborear un caldo si lo había, o una cena más sencilla: frijoles volteados, plátanos fritos, queso, tortilla y café negro. Me parecía muy simpático, a mi madre también, solo que era incansable platicando. Un día, mi madre dijo en voz alta: Ahí viene Juan! – Y fue corriendo a colocar una escoba detrás de una de las puertas. Me pareció algo raro.

Don Juan nos traía siempre bolsita con pan dulce.

Al irse la visita, pregunté curiosa: ‘Mamita, ¿y esa escoba por qué la pusiste ahí hoy?’ – Bueno, un ensayo hija, un ensayo.

Más tarde supe que era para acortar la visita de alguien, pero creo que nunca le funcionó.

Mi madre solía llevar trabajo a casa, y supongo que no le molestaba compartir nuestra humilde cena, sino atender a don Juan toda una tarde impidiéndola dedicarse a su faena.

Sin embargo, cuando Don Juan dejó de llegar, lo extrañamos mucho. No teníamos contacto con sus hijos. Supe más tarde que mi madre, al leer el periódico en su trabajo, se encontró con el aviso de su fallecimiento. Nos lo contó al llegar a casa, con una cara muy triste.

Don Juan, siempre fue leal y constante en nuestras vidas.

A mí me encantaba oírlo conversar. Me lo permitían pues nadie hablaba de cosas que una niña de diez años no pudiera oír.

Mis abuelos, en el tiempo que lo conocieron, tenían los medios para recibir bien a sus amistades en casa, pero la muerte de mi abuelo, y la depresión económica disminuyó nuestros recursos. Mi madre divorciada y con dos hijas vino a vivir con la abuela, que nos cuidaba mientras ella trabajaba.

En realidad creo que era don Juan nuestra única visita.

Su cara bonachona vive en mi memoria desde hace más de sesenta años.

MARTU MONFORTE

ENTIBIANDO EL VACÍO DE UN AVE DE PASO

Otro día más, otra mañana, otra espera.

La abuela sacudió la angustia pero sintió que su alma se desarmaba.

Manos a la obra, niña.

Rodajas de zanahoria, bien finitas. Zapallo amarillo, en cubos, batatas a la mitad y colocadas al final, sabes? Son demasiado blandas, necesitan poca cocción.

Agregamos algunas papas, dos o tres puerros bien picados, zapallitos de tronco, siempre tan tiernos ¿Los has visto?, verdeo, cebollín, apio y este puñado de choclo que juntas desgranamos anoche. Claro, mientras vimos esa película.

Y bien, ahora le agregaré estos trozos de pollo. Hoy haremos caldo de verduras y pollo; tu favorito ¿no es así?

El agua hirviendo recibía una a una las verduras que la abuela iba agregando, junto a sus rezos, pero eso lo sabía sólo ella.

El aire absorbía los suspiros entrecortados que trataba de disimular; en vano.

La niña era intuitiva, tenía la capacidad de percibir más allá de las cosas que veía a pesar de su corta edad. Pronto el vapor las envolvió, el aroma exquisito incentivaba el apetito. Aunque ese día, ninguna de las dos tenía hambre pero callaban.

La abuela acarició su cabecita y se alejó; abrió el postigo de la ventana que daba a la entrada de la casa y se quedó mirando. Después controló la hora. Envolvió sus manos en el delantal blanco y tragó lágrimas.

Iba en busca de un tazón de fideos, cuando la niña preguntó por qué se demoraba su mamá. Es que le habrá surgido una urgencia, dijo la abuela. Ya viene, niña. Ven, ayúdame. ¿Cuáles fideos prefieres hoy? Mira, qué te parecen estas cintas de ángel. O estos anillos…

Hoy a la niña le daba igual, ella estaba inquieta, quería que regrese su mamá. Y la abuela también; sus manos temblaron demasiado cortando y picando verduras. Su voz se desgarró al explicar los pasos de ese caldo que las mantuvo entretenidas esa mañana fría. Y con esa mirada perdida…la niña ya no necesitaba más.

Se sentaron a la mesa en silencio. Dos tazones humeantes de caldo las esperaban. La abuela no lo probó. La niña, apenas, pero de pronto, se acomodó en su silla, alzó la cabeza y tomó aire. Parecía que había crecido diez años en segundos.

Apoyó su palma sobre la mano de piel ajada y fría.

— Come abuela, mamá hoy tampoco vendrá.

La anciana se sobresaltó, pero se dejó guiar por el amor y la inocencia de la niña. Y por qué no, por su precoz sabiduría. Al fin, eran una familia de mujeres fuertes, pensó.

Decididas, se ampararon en el calor de la sopa sabrosa; recuperarían fuerzas. Y esperanzas.

Sonreían, tibias y serenas, cuando escucharon el auto de la mamá; llegaba despreocupada, con enormes paquetes de regalos, con el alboroto de moños brillantes y dorados, con chocolates cómplices.

Y, como siempre, con su efervescencia a pleno.

ANA DEL ÁLAMO

En torno a la mesa surgen las conversaciones. En el centro, un puchero valenciano como una imagen a venerar.

-Mañana el último examen y libre hasta septiembre, dice Carlos.

La madre recoge ese entusiasmo desmesurado entre dudas, no obstante calla.

El más pequeño dispara migas de pan al caldo de fideos a ver si consigue atinar con alguna. Recibe un manotazo de alguien y al poco, retoma su misión.

El padre protesta por el alboroto y aguza el oído para escuchar mejor las noticias. Era muy de eso. Le interesaban más las cosas de fuera.

Mientras, la vajilla en la mesa no para de trastear. Muchos comensales y mucha gana para tomarlo con calma.

La madre apenas come, son muchos los frentes que rondan su cabeza y muchas las bocas que alimentar. Apenas se sienta a la mesa. Ella siempre fue así, de frecuentar mucho la cocina y poco la silla.

Después de la sopa, se sirve el resto del guiso: Patatas, verduras , huesos, carne y pollo van calmando el hambre.

Ese puchero hecho con tiento desde la mañana. Bien temprano. A fuego lento, con pocos medios, con mucho amor. Siempre lo mejor para los hijos, reza la madre resignada de vuelta a la cocina.

Me pregunto cuando dejará de ser su sitio.

ABBY MARSIE ROGOM

Hay personas que son más pájaro, otras, más mamíferos. Después están los reptiles.

Mi padre es un reptil. Mi vecina una urraca, la mujer que atiende la pequeña droguería de la esquina es un caballo.

También hay personas_ pez. El hombre del banco es un buitre. Hay personas con cara de perro.

Por lo visto somos muñecos de barro que hizo Dios, o no.

Parece más bien que salimos de las aguas de un líquido primordial arrastrándonos, por necesidad, para experimentar, yo que sé.

La tendencia ahora es reconocer por lógica una teoría de la evolución, con el detalle de sopesar la posibilidad de que siendo así, no fue una casualidad dentro del caos, es decir, algo así como si Dios nos hubiera lanzado a un caldo primigenio dejándonos evolucionar en todo sentido.

En esto pienso cuando miro la cara bovina de la mujer que me habla de su religion y de como me abren las puertas de su comunidad. Ella cree que la escucho, pero yo sólo miro admirada sus grandes ojos redondos y demasiado separados, casi líquidos de brillantes.

Creo que yo sería reptil. Se me ocurre considerar el hecho de mi baja temperatura corporal, me parece gracioso y sonrío; no me estoy enterando de nada de lo que me dice. Una serpiente hablando con una vaca. Haciendo como que escucha a la vaca parlante más bien.

Así pues la especie humana se conforma en razas, derivadas de las especies animales. Ésas son realmente las razas.

Bajo la vista y observo su boca, ella habla y habla. Realmente parece que rumía las palabras. Creo que regurgita a veces grupos de palabras, y las repite en distinto orden siendo la misma frase. Oleosamente insistente.

Es una mujer grande y ancha también, en perfecta armonía morfológica. Una llamativa vaca frisona.Dice que me abre las puertas.

Pienso que serán las de un cercado.

En fin, la dejo masticando palabras pensando en si tendrá más de un estómago y me doy la vuelta, le lleno el plato y le sirvo el caldo, una versión pequeña y muerta de aquél a partir del cual se diversificó la vida.

SERGIO TELLEZ

LE BOUILLON DE REUT

–»Bonjour monsieur», «bonjour madame», «bonjour mademoiselle». Así saludó aquel día Reutilio a los vecinos que se le cruzaron en su camino hacia la tienda de la esquina.

Reutilio recién llegaba al pueblo luego de una ausencia de cinco años, su nuevo bigote con un gran mostacho destacaba en su figura y lo hacía ver especial.

Todos lo conocimos y crecimos con él y siempre fue parte del combo del barrio.

A diferencia de sus modos antes de viajar a Francia, cuando era un hombre de apariencia enjuta y parco en su proceder, el nuevo Reutilio con unos kilos de más, caminaba de forma altiva y orgullosa; saludando con donaire a cuánto vecino se le cruzaba, con ademanes propios de una persona sofisticada y de clase.

A pesar del intenso calor de aquellos días de julio, Reutilio cargaba a cuestas una gabardina o «une gabardine» como él solía llamarle, junto con «une cravate», que era un simple pañuelo que hacía las veces de corbata y adornaba su cuello.

Lo mejor de Reutilio en nuestra época de estudiantes, fue la simplicidad con que aprendió francés obteniendo las mejores notas. Aún tengo presente la facilidad con que memorizó La Marsellesa,–»Allons enfant de la patrie, le jour de gloire est arrivé…» entonándola con su mano izquierda puesta en él pecho a todo pulmón frente al «professeur Hernández».

Reutilio que ahora se hacía llamar «monsieur Reut», provenía de una familia modesta del pueblo, al igual que casí todos nosotros, pero con ciertos aires de grandeza.

Sus padres y hermanos, se encargaron durante esos cinco años, de promulgar el viaje al primer mundo, su estadía y estudios mediante una beca en La Universidad de la Sorbona, además de su trabajo como traductor del francés al español, con excelente remuneración. Así mismo, anunciaban su pronto regreso luego de cumplir cinco años de estadía en aquel soñado país y su intención de invertir sus francos en el negocio de los alimentos.

El domingo 14 de julio, fecha que coincidía con la independencia de Francia y la toma de La Bastilla, la modesta casa de Reutilio y su familia se vistió de gala, cientos de bombas de color rojo, blanco y azul adornaban la entrada del pequeño local. El mapa del país Galo encerraba el letrero principal que proclamaba: «Le bouillon de Reut» y más abajo en letra más pequeña anunciaba los demás caldos ofrecidos: caldo de costilla, caldo de mute, ajiaco, Changua…

Y la especialidad de la casa, una bebida fermentada hecha artesanalmente en casa: chicha de maíz, reenvasada en botellas plásticas de gaseosa 2,5 litros; con su letrero «Le chiche de la maison».

Monsieur Reut, sentado en una butaca, en la entrada de su restaurante, atusándose su mostacho con los dedos índice y pulgar, tratando de volverlo cada vez más fino y puntiagudo saludaba a sus potenciales clientes con su sonrisa de oreja a oreja.

A las 11,35 de la mañana, una comisión de la fiscalía general de la nación desplegó un gran operativo, arrestando sin ninguna respuesta a monsieur Reut. Al parecer Reutilio estaba sindicado de ser el jefe de una banda que azotó durante cinco años, mediante tácticas de fleteo el sector conocido como El Barrio Francés en la capital de la república.

Reutilio recién esposado gritó a la multitud que se aglomeró:»au revoir, au revoir, je serai bientôt de retour» (adiós, adiós, volveré pronto)

Aún recuerdo las palabras de mi padre cuando llegue corriendo a casa para comentarle lo sucedido.

«Toda vulgar cerveza, lleva consigo la triste historia de una espiga de trigo que pudo haber Sido un gran pan francés»

NILA BOHORQUEZ

En relación al tema de la semana…

suculentos y deliciosos caldos con diferentes sazones del mundo me han ofrecido todos ustedes, mis estimados(as) compañeros(as,) de letras, leyendo con mucho interés y fruición vuestros entretenidos y fabulosos relatos, tanto, que, no encontré mi propio espacio en la mesa de comensales para servirles mi exquisito y humeante caldo ( el típico mondongo criollo zuliano «levanta muertos»), con los ingredientes exóticos de la región venezolana: patas de vacuno o caprino y la famosa panza, cuyo nombre varía en diferentes países…(callos, en España; guatita, en Chile, Perú y partes de Ecuador; pancita, en Centroamérica, etc.).

Y dado el gran éxito del grupo en estos menesteres, destacando las apetitosas recetas de cada país, con sus respectivas anécdotas e historias reales o ficticias, les invito para que participen en mi futuro restaurante «Caldos & Algo más», demostrando sus habilidades culinarias.

Ubicación del futuro restaurante:¡Cualquier rinconcito del universo!

MANUELA CÁMARA

El Caldo de la Esperanza

Mara se encontraba al borde del abismo. La vida le había propinado golpes implacables, y su mente, corazón y alma parecían caminar al borde de un acantilado. Los días eran insoportables; las noches, interminables, y el insomnio, un tormento ineludible. Cada pensamiento era un volcán en ebullición que emergía desde lo más profundo de su ser, y su efervescencia le oprimía la garganta.

Un día, mientras deambulaba perdida por la ciudad, un chaval le entregó una octavilla de propaganda. La leyó y, al levantar la vista, se encontró frente a un pequeño restaurante. Había olvidado incluso comer; la última vez que el médico la pesó, había perdido tres kilos. Si no tenía ánimos para prepararse algo, al menos debía intentar comer antes de que los mareos regresaran.

Entró al restaurante. La puerta chirriante se abrió con reticencia, como si ella también dudara en cruzarla. Se sentó junto a la ventana, frente a un pulcro mantel, y tomó la carta. Ningún plato en particular llamó su atención.

El camarero, de mirada compasiva, se acercó tras un rato.

—Veo que le cuesta decidir —observó.

—Más de lo que imagina —respondió Mara en voz baja.

—¿Me permite elegir por usted? —propuso el hombre, sin pasar por alto la profundidad de sus ojeras ni la palidez de su rostro.

Regresó con un tazón de caldo humeante. El líquido dorado desprendía un aroma a especias y hogar. Mara tomó una primera cucharada temblorosa. Sintió cómo el líquido calentaba su boca, su garganta, se posaba en el estómago y extendía su suave calor por todo el cuerpo. Cada cucharada parecía asentar su ansiedad y desesperación, con sus verduras frescas, hierbas aromáticas y un toque de amor. Sí, amor. Mara estaba segura de que el cocinero había vertido sus mejores intenciones al prepararlo, porque ¿cómo algo tan simple podía ser tan poderoso?

Desde aquel instante, cada vez que amanecía un día realmente malo, Mara visitaba el pequeño restaurante. En medio de una semana de lluvia intensa, notó algo diferente en el caldo. El cocinero le añadía trocitos de pollo, jamón y huevo. Al final, le regaló un cuenco bien tapado para llevar a casa. Por la noche, incapaz de resistirse, abrió la bolsa y encontró una nota: “Este caldo es para ti. Sigue luchando. No olvides que la esperanza es como un caldo; a veces solo necesitamos un sorbo para recordar que estamos vivos”.

JUAN PEÑA

Keiko llegó con el té. Sakura Hana la miró, abrió y cerró el abanico.

―Me lo he pensado mejor, tráeme un café.

Las representantes del clan Koderokoji observaron a Sakura Hana por si desvariaba, pero su sonrisa traviesa y sus ojos irónicos les hicieron saber que no. Sakura Hana no había sucumbido a la senectud, ni desfallecía.

―Es para conocer cómo piensa el enemigo ―aclaró.

Probó el café, un sorbo miedoso como si solo mojarse los labios pudiera ponerla en presencia de Enrico Calabrese. Su semblante era serio, las miradas de las Koderokoji, inquisidoras.

―Es duro y seco; amargo y fuerte ―dijo Sakura Hana―. No hace concesiones al paladar ni intenta matizar ni esconder sus pretensiones. Es un sabor que no entraña doblez, es verdadero. Es extraño que sea la bebida de los Calabrese.

―Algunos le ponen miel o canela para endulzarlo ―apuntó Keiko.

―Sí, con miel sería más como la sonrisa de Enrico. Sería embustero. Estaría disfrazado. Debí probarlo antes… ―lamentó. Se puso el abanico plegado ante los labios. Las representantes guardaban silencio y Sakura Hana dijo―. Siempre empieza igual y nunca nos damos cuenta, hasta que es demasiado tarde.

»Aparece alguien con discursos que, de entrada, rechazamos, pero los endulzan y se van abriendo paso. Se instalan entre nosotros y acabamos aceptándolos, creyendo que son parte de la realidad, como si ella fuera algo hecho, acabado y la fuéramos, poco a poco, descubriendo en sus detalles, sus virtudes y sus defectos. ¡No es así! La realidad no tiene esencia. No tiene contenido. Nosotros la creamos, moldeamos y maleamos con nuestras ideas y pretensiones. Le damos forma, la esculpimos. Depende de qué aceptemos y creamos, por qué luchemos que obtendremos un dios o un demonio.

»Cuando surge una aberración, invocamos al sentido común, a la prudencia, pero han cambiado con las nuevas ideas que se han instalado y lo que antes era atroz, ahora es normal y cotidiano. Quien antes era considerado un loco, ahora es un salvador, un héroe, un mesías.

»A duras penas, se puede luchar contra esa nueva realidad, pues se nutre de la decepción, de la pobreza, del hastío, del cansancio. Promete cambios y regala esperanza a la que la gente se aferra como a un tronco en un naufragio, como a un clavo ardiendo, como a una profecía de un mundo mejor. Se imbuye de lo palpable, de los miedos e inventa culpables y enemigos. Asegura que acabará con ellos y se la creen, la siguen y veneran.

»Aunque hay quien lucha ―sonrió con tristeza―. Santaliestra lo hace, a su manera, con sus métodos y sus sueños o desvaríos. No sin un punto de egoísmo, vanidad o ingenuidad heroica, pero él ha entrevisto, por los resquicios mal cerrados, poco argumentados, la nueva realidad que germinaba y nos vendían. Ha sido más clarividente, perspicaz o inteligente, y nosotras no le hemos seguido el paso, no nos hemos puesto a su lado, porque no hemos querido perder, por negligencia o miedo, lo que hasta ahora teníamos. Nos hemos acobardado y claudicado ante el mal sin mirarlo a los ojos, haciendo como si no existiera, no fuera un peligro o lo tuviéramos maniatado.

»Y nos ha vencido. La razón, muy sencilla: La nueva realidad, los que la predican y usan no tienen que detenerse a considerar las normas morales establecidas, porque han creado, han inventado otras. Viven en otras, se rigen por sus propias leyes y sus actos están respaldados, apuntalados y avalados por ellas y por la gente que se las cree.

»Nos ha vencido un lobo con piel de oveja; un monstruo escondido tras una sonrisa cínica que nos pareció idiota; un café endulzado, que ahora nos mira con desdén y superioridad, sin compasión ni vergüenza ni culpa y nos dice: «No querías caldo, pues dos tazas».

BELÉN PEREZ

En un pequeño pueblo del norte, hace muchos años ,reinaba la soberbia, mentira y injusticia.

Nadie había podido desmembrar ése pequeño lío, cada habitante con lo suyo ,ni saludos ,ni un buen día y si alguno de ellos le pillaba el día cruzado no se preocupen que alguno de ellos haría alguna trastada contra el vecino.

Un día con mucha niebla y un poco de chiriviri, apareció una nueva vecina ,decidió mudarse al pueblo sin saber lo qué le esperaría.

Ningún vecino la recibió, ni la saludo .

Pero por supuesto tuvo su injusta Bienvenida, toda su casa llena de heces de animales.

Ni que decir que ella que erá pacifica,decidió no tomárselo muy en serio y día tras día siguió saludando ,nunca si esperar respuesta.

Hasta que una mañana decidió poner un cartel en el pueblo; el cartel decía , mañana caldo casero en mi casa ,os espero.

El más prepotente decía, verás que caldo!el más injusto le arruinare la sobremesa ,y la vecina más cotilla y mentirosa decía que no fuesen estará envenenado.

Pero como todo lo gratis,llama al más ruin, así se presentaron unos cuantos vecinos .

El secreto de ese Caldo ,fue agregar ternura, paciencia, cariño y un poco de corazón.

Le llevo mucha dedicación preparar el caldo ,pero por fin, salió como ella esperaría.

Que tendría ese caldo ,que desde la calle más lejana se olía el olor.

A las doce en punto ,eso parecía una rifa medio pueblo en la puerta.

Y ella no sabia como explicar que no tendría pará todos .

Así que pensó; les daré una cucharada y más no puedo hacer.

Que tendría ese caldo tan maravilloso, que la vida de ese pueblo cambio,brillo la generosidad,cambio el carácter de sus gentes .

Desde entonces,ahí un día señalado el día del caldo.

Que con un poquito de amor,alguien nos puede cambiar la vida.

SHELO SHELO

la salud de los maestros esta en veremos.

todo esta muy caro, pocas familias comen bien.

las promesas de un presidente al que no vemos.

el cual gobierna a travez de trinos que van de a cien.

se ve que el mandatario se le va de las manos el respaldo.

grandes marchas de gente amarga extrañamente se le llama caldo.

MAITE BILBAO

ETERNA DESPEDIDA

(III)

El sol se cuela entre las rendijas de la persiana, despertando a Destino de un sueño inquieto. Se levanta bostezando y se dirige a la ventana, la abre y observa como el pueblo se despierta. Han pasado varios años desde que abandonaron sus destinos para vivir una vida juntos. Un sentimiento de desolación lo invade. No se arrepiente de la decisión tomada, pero teme que lo que tanto ha deseado se convierta en una carga insoportable.

Adela, desde la cama, lo observa con preocupación.

—Me gustaría saber qué pasa por tu mente ahora. Doy un euro por tus pensamientos.

Destino, se da la vuelta y sonríe.

—Pienso que la vida eterna, nos da para mucho.

—Me preocupa, verte así, pareces triste, Anda, ven a la cama, que un abrazo cura todas las penas, y aún es pronto para comenzar el día.

Destino, regresa a la cama junto a Adela, el lugar donde todo se olvida.

—¿Qué no está pasando, Destino? Piensas que tomamos la decisión correcta.

Destino la mira con los ojos llenos de melancolía.—Yo también me lo pregunto a veces, solo pretendo hacerte feliz, pero también veo en tus ojos tristeza.

Un silencio pesado llena la habitación. Ambos saben que la realidad de la inmortalidad es diferente de lo que habían soñado. La vida sin muerte es una existencia vacía, sin propósito. En ese momento el timbre de la puerta suena

—¿Quién será a estas horas? La gente no tiene vida.

—Claro que la tiene, amor, y eterna —Destino se levanta—Voy a ver quién es.

Abre la puerta y se encuentra con Doña Remedios, la vecina chismosa del pueblo.

— ¡Buenos días! Espero no molestar, Adela, ¿está por casa? Qué tontería, ¿verdad? Donde podría estar a estas horas tan tempranas.

Adela, sale del cuarto y va hacia la puerta a ayudar a Destino.

—Doña Remedios, ¿Qué hace a estas horas? Ha fallecido alguien.

— ¡Qué más quisiera! Me va a salir la polilla en el traje de luto. Desde que Destino vino al pueblo no hemos celebrado ningún funeral. Pero no he venido a hablar de eso, es algo más importante que concierne a todo el pueblo.

Destino, se queda intrigado, y le pregunta:

—Debe ser crucial, ¿de qué se trata?

Remedios mira hacia los lados, y baja la voz.

—He oído rumores… rumores sobre vosotros.

—¿Ah, sí? Y con lo discreta que es usted viene a prevenirnos, responde Adela.

—No se ponga así, Adela. Todos están hablando en la parroquia. Se dice que… que ustedes… que son diferentes.

Destino está confundido, y le pregunta:

—¿Diferentes? ¿A qué se refiere?

—Se dice que no son de este mundo. Qué son… inmortales.

Destino y Adela se miran con una mezcla de sorpresa y preocupación. Aprovechando el impas entra, sin ser invitada, hasta el salón, acomodándose, con una sonrisa irónica.

—Siéntese, Adela, no se preocupe por mí. Me tomo la libertad de entrar sin avisar, ya que parece que en esta casa las normas son un poco… flexibles. (Observa con recelo la foto de Antonio en la mesa) ¡Ah, Antonio! Siempre tan presente en su corazón, Adela. Una pena que no pudiera disfrutar de tu… nueva felicidad.

—Doña Remedios, le agradecería que guardara su sarcasmo para otra ocasión. Mi difunto esposo fue un buen hombre, y su recuerdo siempre estará conmigo.

Con fingida compasión, responde, —Oh, claro que sí, Adela. Nadie lo duda. Pero la vida sigue, ¿verdad? Y hay que saber aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Mira a Destino con desdén, —Algunos, claro está, las aprovechan más que otros.

Adela con ira contenida.

—Basta ya, Doña Remedios. Su opinión sobre mi vida personal no me interesa.

—¡Pero es que todo el mundo habla de ello! Desde que este forastero llegó, la muerte se ha olvidado de nosotros ¡Los enfermos se curan de forma inexplicable, los ancianos viven eternamente! ¡Y seguimos envejeciendo! ¡Es una aberración!

Adela se levanta de la silla furiosa.

—¡Mis decisiones no son asuntos de nadie! ¡No soy responsable de los caprichos del destino!

Destino observa la escena, por un momento piensa en interceder, pero ve como Adela se sabe defender sola. Doña Remedios se levanta también, quedando todos a la misma altura.

—¿El destino? ¡Ja! Ustedes son los causantes de este desasosiego en el pueblo. ¡Son una amenaza para la normalidad! ¡No permitiremos que esto continúe!

—¡No estamos haciendo nada malo! Solo queremos vivir en paz.

Doña Remedios se acerca a Adela invadiendo su espacio personal.

—¿Paz? ¡Esto no es paz! ¡Es una burla a la vida y a la muerte! ¡Exijo que se marchen de este pueblo!

Destino agarra a Adela del brazo haciendo que retroceda, para evitar lo peor.

—!No nos iremos ¡Este es nuestro hogar!

—Ya veremos, Adela. Ya veremos.

Se gira con una sonrisa maliciosa, saliendo de la casa. Adela siente una ira, una impotencia que la consume.

—¡No permitiré que nadie nos obligue a hacer nada que no queramos y que robe nuestra felicidad!

Adela y Destino se quedan devastados, no han tenido en cuenta los efectos que su decisión a su alrededor. La inmortalidad, que les pareció un sueño, ahora se convierte en una pesadilla interminable. La ausencia de muerte ha robado la chispa de la vida, dejando solo la rutina monótona y sin sentido. Sin pretenderlo, han creado el caldo de cultivo perfecto para una sublevación entre los vecinos.

A media mañana el timbre vuelve a sonar, interrumpiendo el momento de tranquilidad tras el enfrentamiento con Doña Remedios. Destino se adelanta a abrir la puerta.

Frente a sus ojos, el aguacil del Ayuntamiento con su uniforme azul, y una mueca en su cara tan rígida como la raya de sus pantalones.

—Buenos días, señor Destino. Vengo a entregarles una citación para que se presenten, usted y la señora García, en el Ayuntamiento a las siete de la tarde del día de hoy.

Destino no puede disimular el nerviosismo.

—¿De qué se trata?

—Lean ustedes. Mi obligación es entregarla.

Destino la abre y lee el contenido en voz alta, al parecer se les acusa de alterar el orden público y de poner en peligro la seguridad de los habitantes del pueblo.

Adela, al escuchar sus palabras, responde con voz temblorosa.

—¿Quién ha solicitado nuestra presencia?

—Desconozco ese dato. Solo les puedo decir que el alcalde y el concejo municipal desean hablar con ustedes con urgencia. Firme aquí, por favor. Les recomiendo que no falten.

Tras firmar, se despide. El desasosiego ha aumentado. Se abrazan y deciden no pensar en ello hasta el momento. Desconocen lo que les espera en el Ayuntamiento. La tranquilidad que disfrutaban ha sido turbada. El pueblo parece estar en contra de ellos.

El tiempo transcurre lento, pero sin pausa. Un poco antes de las siete se dirigen hacia el Ayuntamiento con el corazón encogido. Al entrar en el salón se encuentran un mar de rostros expectantes, algunos con miradas inquisitivas, otros con recelo e incluso con odio. El ambiente es denso, cargado de una tensión palpable que se puede cortar con un cuchillo. Destino y Adela, se sientan en primera fila frente al alcalde y concejo, como dos animales acorralados.

Doña Remedios, la instigadora, observa la escena con una sonrisa viperina. Sus ojos brillan con malicia mientras disfruta del espectáculo. El alcalde, un hombre severo, se dirige a ellos con voz grave:

—Señor Destino, señora Gómez, les hemos llamado para hablar sobre los rumores que circulan por el pueblo sobre ustedes. Se dice que son… inmortales.

Un silencio sepulcral se apodera de la sala. Todos los ojos se clavan en ambos, esperando su respuesta. Destino traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. No sabe qué decir. La mirada de Adela se clava en él, suplicando que encuentre una respuesta, una explicación.

—No sé de dónde salen esos comentarios, me lo puedo imaginar, pero no son ciertos.

La respuesta de Destino suena débil e insegura. Doña Remedios se levanta de golpe, su voz resuena como un trueno en la sala.

—¿No son ciertos? Entonces, ¿cómo explican que nadie ha muerto en el pueblo desde que llegó Destino?

Un murmullo recorre la sala como la brisa antes de la tormenta. La gente se agita, susurran entre sí. Hasta terminar en un clamor de gritos acusatorios. Destino se siente acorralado, sin salida. No tiene una buena respuesta, no puede negar la evidencia.

Adela se levanta del asiento, con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa:

—¡Basta! No vamos a permitir que nos juzguen por algo que no podemos controlar. ¡Solo queremos vivir en paz!

Las palabras resuenan en la sala, pero no logran calmar a la multitud. La gente está enfadada, asustada por lo desconocido. La inmortalidad es una amenaza a su orden, a la comprensión del mundo.

En medio del caos, Adela toma una decisión drástica. Susurra algo al oído del Destino, que lo deja atónito y lleno de dolor. Niega con la cabeza, suplicando que no lo haga, pero ella está decidida.

Sin más dilación, sale corriendo del Ayuntamiento, seguida de cerca por Destino. La gente se queda perpleja, sin saber qué hacer, sumiéndose en un silencio.

Adela se dirige al cementerio, lugar cargado de simbolismo. Destino la alcanza, jadeando, todavía sin comprender lo que está pasando. El sol se despide lentamente del día, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos. Se sientan en su banco, junto al ciprés, frente a la tumba de Antonio. La brisa susurra entre las hojas de los árboles, y el olor a tierra húmeda impregna el aire. Adela mira a Destino con una determinación inquebrantable, que le llena de miedo y tristeza.

—He hablado con el de arriba, no debo resistirme al Destino. Siempre ha sido así, amor. Sabes cuál es la única solución.

Las palabras de Adela resuenan en su mente. No quiere creer lo que escucha. Se niega a sacrificar tanta felicidad. Se abrazan. Adela le mira, agarra sus manos.

—Pregúntame.

Destino le responde con voz temblorosa.

—Dime, amor ¿Quién soy?

—Eres el destino, la muerte. La fuerza que guía el curso de la vida, la que lleva a las almas a su descanso final.

Un escalofrío recorre la espalda de Destino. Pese a que no quiere aceptarlo, sabe que Adela tiene razón. Es la única forma de salvar al pueblo. Las lágrimas vuelven a surgir en su rostro, apagando la luz de sus ojos. Sabe lo que tiene que hacer. Mira al cielo y grita.

—¡Acepto mi destino!

El cielo responde con un rayo de luz iluminando el cementerio. Adela sonríe, se levanta y se acerca a la tumba de Antonio. Susurra unas palabras y luego se gira hacia Destino, agarrándose de su brazo.

—Ya es hora, van a dar las ocho. Además, tienes mucho trabajo pendiente.

Destino la mira por última vez, grabando en su memoria su imagen. Cierra los ojos y se deja llevar por la oscuridad, no solo para el pueblo, también para él y Adela. Ahora, se funden en el amor eterno que les ofrece la muerte. Ya son inseparables.

FRAN KMIL

Consejo amoroso.

—Caldo de cabeza de pescado es lo que te hace falta para que se te quite esa bobería—me dijo ella cuando le conté del grupo y del reto de escribir un relato cada semana con un tema propuesto.

—Con su ajo , sal, pimienta y aceite.

—¿Para reforzar el efecto?

—No. Para mejorar el sabor.

Acostados en la cama, jugaba con sus pechos desnudos después de haber hecho el amor. Le contaba sobre los planes de escribir y el montón de ideas que tenía en mi cabeza.

—Quiero ganar el premio.

—Debilidad del cerebro es lo tuyo, por eso tienes que tomar caldo de pescado. Fósforo vivo para que despierte y deje de soñar.Te vas a volver loco con tus ideas de escritor. Dime: ¿Para qué escribir si ya nadie lee? ¡Búscate un trabajo de verdad! Uno de 8 a 5 con una hora de almuerzo al medio día y una paga mensual.

—¿Y tú? —le pregunté sin prestar atención a su discurso. Ya estaba acostumbrado.

—¿Yo qué?

—Que si tú lees.

—¿Yo? Los vellos de tu cuerpo —Río y bruscamente se montó sobre mí. —A esos si sé entenderlos, no a las palabras extrañas que se te ocurren.

Y me besó en la boca para callarme.

FÉLIX LONDOÑO G

Sueña, sueña siendo parte del caldo primigenio. Sueña siendo una partícula del gran vórtice. Siente que gira en medio de la marea tempestuosa de ese líquido viscoso. No quiere despertar. No quiere estar consciente cuando la Vía Láctea sea engullida.

LUSIA MARGARITA

CALDO HECHO CON HEBRAS»

En la humilde habitación se había impregnado el delicioso olor de un caldo que alguien generoso había regalado a sus vecinos. Tenía de todas las carnes y viandas y humeaba llamando a los comensales que estaban esmirriados y hambrientos. El caldo lo habían adobado con hebras de corazón de abuelas y la ternura iluminaba la desvencijada estancia!

CÉSAR TORO

La vaquita, la gallina y el pez que un día se convertirán en caldo; están muy asustados, pues la hierba sabe a insecticida, el maíz transgénico, el mar contaminado con petróleo, plásticos y basura; sin embargo, los humanos decimos “no pasa nada” pero la realidad es distinta, resulta que el calentamiento global no es un mito, si no una realidad, el aire está saturado de Smog, hay ciudades donde la contaminación es tan alta que es casi imposible respirar. El agua contaminada por las grandes industrias, los bosques son talados sin piedad y nadie para esta debacle, la voracidad del ser humano por destruir el planeta es insaciable, vivimos como si tuviéramos otro de repuesto.

La humanidad ha cambiado para mal y vamos en retroceso acelerado, los jóvenes son muy inteligentes, pero solo a dedican a la tecnología, la robótica y las redes sociales. La mayoría trabajan en instituciones financieras, estaciones de servicio, lugares de comidas rápidas, etc quieren todo fácil; ya casi nadie, trabaja en la agricultura ni en la producción de alimentos, las personas que se dedican a esto, son generalmente gente mayor. Me pregunto ¿qué pasará ? cuando estas personas mueran y no haya en los campos quién siembre o se ocupe de hacer producir la tierra, pues todos estamos en las grandes metrópolis esperando que lleguen los productos. Cuando venga la hambruna y la escasez de alimentos, cuando la temperatura supere los 50 grados, los ríos se hayan secado, cuando el mar salga y sepulte ciudades enteras y los polos se derritan.

¿De que nos servirá? la tecnología,los avances científicos y la inteligencia artificial.

Para cuando despertemos, tal vez sea demasiado tarde, iremos directo a la olla y nos convertiremos en caldo de cultivo para los gusanos.

MARÍA JESÚS GARNICA

La abuela Josefa se afanaba en la cocina, era Navidad y éramos muchos. Las nueras y las hijas le iban a la zaga, aquella cocina estaba llena de olores, humo, ruido de cacharros, cuchillos cortando, conversación y risas.

La tía María estaba un poquito achispada. Yo en el rincón de la chimenea las miraba.

-Niña, dijo la abuela, pelate las papas.

No se porque, me maree y tenía ganas de vomitar.

Esa Navidad la pasé tomando caldo nada más, con todo lo que habían preparado de comida rica.

Con el paso del tiempo la abuela murió, las nueras e hijas tomaron caminos distintos. Qué le pasó a la familia? Era todo mentira cuando vivía la abuela?

Ya nunca más se reunió la familia, incluso hubo actos deleznables por parte de algunos.

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17 comentarios en «Caldo»

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