Pasar la prueba – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «Roma». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de junio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Las letras quedarán en el olvido,

en un naufragio de libretas y libros,

sin recompensa por lo aprendido,

tan solo un alma limpia sin castigo.

No escribiré más poemas,

navegaremos con problemas,

a la deriva de los fonemas,

ese será muestro lema.

Cuando todo carezca de sentido,

zarparemos y dejaremos las letras,

cuán legado para generaciones futuras.

La generación del trébol,

será nuestro destino ,

que más da el tema elegido.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Quisiste someter mi persona a una prueba.

Que necio fuiste.

Entrar en el pensamiento libre del otro, es difícil. Mi actitud depende de mi necesidad.

Si estoy sometida a un carcelero, perverso, soy sumisa con tal de salir airosa. Mas a la mínima que el dominante baje la guardia mi derecho a la libertad se rebelará ante el opresor.

Quieres poner de oro los barrotes ce mi cárcel, pues te digo que te equivocas en el proceso.

Para que un ser crezca en el amor al prójimo y así mismo la única prueba válida en el mundo es el respeto humano que nos debemos los unos a los otros…

ANTONICUS EFE

Todo había empezado como un mes atrás. Un buen día había despertado y se acordaba de todo lo soñado. Se le había aparecido en sueños Belesiar, la gran sacerdotisa íbera, junto a Betatun, Salaeco y Sertundo, los tres dioses, hablándole crípticamente.

-Todo está conectado, debes investigar a todas las culturas que han sido elegidas para conocer el secreto de los sueños lúcidos, Iroqueses, Griegos, Hindúes y Japoneses sobre todo, tienes que conseguir llegar al portal de Ibolca, la gran ciudad de los túrdulos- le había señalado Belesiar

-¿Y por qué tengo que ir allí, y que tienen que ver pueblos tan distantes en espacio y tiempo con los íberos?-preguntó incrédulo.

-Todo está conectado, todo, no lo olvides- volvió a señalar Belesiar, con el asentimiento de los tres dioses.

-Eres descendiente de directo de Contreiba Belaisca, te hemos estado observando, y, la verdad, has dejado bastante que desear. En todo este tiempo, has estado más preocupando por los placeres vulgares, que por encontrar tu verdadero camino, pero eso ya ha llegado a su fin. De un tiempo a esta parte se ha despertado en ti el interés por el conocimiento supremo, pero tendrás que llegar tu solo a la puerta de Ibola, nosotros te mostramos el camino, pero no iremos contigo, así que mira atentamente con los ojos de tu mente, pues solo tendrás esta oportunidad – sentenció Betatun.

Una sucesión de imágenes se fueron mostrando ante su atenta mirada psíquica, imágenes que se iban fijando en su palacio de la memoria subconsciente y que tendría que ir rescatando luego conscientemente a través de las pistas que le habían dado, la verdad era que no estaba seguro de conseguirlo, aunque estaba dormido, había algo que en su interior que le decía que el sueño era real. Cuando despertó, automáticamente, se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue bucear en la cultura iroquesa y esa misma noche tuvo un sueño lúcido no programado (que se repitió varias noches más) donde el Gran Chamán Karihwiio lo instruía sobre como soñar a voluntad discerniendo lo real de lo onírico. Más adelante se fundió con la cultura griega, visitando en varios sueños a Erato, Numen y las demás musas para que le instruyeran sobre la inspiración subconsciente y como trasladarla al consciente para poder recordar lo vivido en los sueños. También soñó con los diferentes avatares de Vishnu (excepto Kalki, obviamente) los cuales le mostraron sus conocimientos sobre el dharma y sobre la realidad ilusoria o Maya, indicándole que una vez que atravesase el portal de Ibalca, podría beber el néctar de amrita. Fue iniciado en el Zen por el espíritu de Moriehi Uesiba y demás maestros, ya tenía todo lo necesario para sumergirse en el gran sueño universal y descifrar cual era su camino.

Hizo todos los rituales que se le habían indicado; fijó en su mente la brújula de Gaia (si se le aparecía en el sueño, era la señal para darse cuenta de que era un sueño y poder dirigirlo a través del camino mostrado) y quemó el incienso de la verdad para conectar con su prana. Nada más acostarse y ponerse en la postura adecuada, se quedó dormido. Cruzó una gran niebla dorada a través de un lago poco profundo. Se enfrentó a las siete adivinanzas de Loki, superó el acertijo de los djins y fue sorteando una a una las trampas a las que le sometía el camino, pero no veía la brújula por ningún lado, bastante cansado se sentó con la espalda apoyada en el árbol Yggdrasil y vio que la brújula colgaba en una de sus ramas, se levantó y la cogió con su mano izquierda…

El resplandor del alba penetraba a través de las rendijas e iba directamente a su psique, sin pasar por sus ojos siquiera, por fin Coronado había superado la prueba llegando hasta el portal de Ibala, lo había descubierto, había descifrado el mensaje de Belesiar y los tres dioses: era un Caminante de Sueños.

ARMANDO BARCELONA BONILLA

DIEZ MORENITOS – XIV

El sol, ya alto, calentaba con fuerza la mañana, como si al otoño se la trajera floja el calendario. La cofradía de residentes, en pleno, ojerosa y con resaca, rumiaba el forraje, que Sagrario y Antúnez, acababan de servirles con su informe de la incursión en la torre de los guardeses y la amenaza que allí se escondía. Takeru Ichi, o GOD, vaya usted a saber quién, los había convocado a un banquete, que como el bíblico del rey Baltasar, tenía pinta de que iba a terminar como el rosario de la aurora, por lo que el sentir general era de aprensión y mal rollo. Lentamente, de mala gana, sin saber muy bien a qué atenerse, se disolvió la asamblea.

Un pequeño grupo se había congregado en el jardín de la casa principal, en silencio. Sus miradas convergían en el interior de la pérgola, que en su día utilizara el duque para sus escenas de sofá y que desde la remodelación del complejo hacía las veces de coqueto cenador. No se oía un suspiro. La cuadrilla respiraba, sí, pero lo justo para que se mantuvieran activas sus constantes vitales; el espectáculo que se les ofrecía era…, cómo decirlo…, ¿indecente?, ¿bascoso?, ¿estremecedor?, en fin, que daba grima.

―¡Qué fuerte, chaval! ―dijo Teresa y todos menearon las cabezas, como autómatas, dándole la razón, incapaces de articular palabra.

―¡Hostias, tía! ―Rosi, con los ojos como huevos de avestruz, tiraba del brazo de su amiga Conchi―, esto hay que inmortalizarlo, pásame el móvil que el mío está muerto.

Se acababan de incorporar al corrillo de curiosos, con ellas venían Ronaldo, que se tapó los ojos con la mano, horrorizado, y Gyhselle, quien simplemente esbozó una sonrisa, quitándole importancia al asunto. Y es que, al notar su presencia, todas las caras se habían vuelto hacia ella pidiendo una explicación.

―¿Qué queréis? ―se excusó, en perfecto castellano, encogiéndose de hombros―. Estaban muy pesados, más salidos que la proa del Titanic, querían sexo. Pues hala, ya está.

A esas alturas de convivencia, a los huéspedes de la Ínsula del Duque nada les parecía extraño y dando por bueno el argumento esgrimido por la brasileña postiza volvieron a dedicar su atención al cobertizo, donde Marcial y Manolo, derrumbados sobre la mesa del cenador, pantalones y gayumbos por los tobillos, decúbito prono, y sendas banderitas de Brasil ensartadas en el culo marcando el territorio conquistado, roncaban plácidamente, ajenos a todo.

―Os lo dije ―comentó Bonifacio con aires de suficiencia―; como la bandera de Japón, así les ha dejado el nalgatorio, la sicópata esta, solo he fallado en la nacionalidad del trapo.

A petición de Rosi, Gyhselle se dejó fotografiar con los dos mastuerzos encuerados, como el cazador que se pavonea con las piezas abatidas en el safari. La idea gustó y en un santiamén había montado un photocall, por el que todos pasaban haciendo visajes, para tener un recuerdo.

Unas palmadas reclamando atención hicieron volver la calma y convocaron a la feligresía a capítulo; era Antúnez.

―A ver, señoras, señores, se terminó el sarao, es tarde y por lo que pueda pasar hemos de acudir a la cita con GOD, no queda más remedio ―se hizo oír por encima de la algarabía.

―Lo que nos faltaba. Estoy yo de misas hasta los cojones —se amotinó el capellán.

Una mirada de súplica de Antúnez resucita en el sargento el guardia que lleva dentro.

―Venga circulando todo el mundo ―ordena a la vez que azuza a Quintanilla para que se haga cargo del operativo y este, como si fuera un perrillo ovejero, se apresura a escoltar al grupo de vuelta a la casona―. Ya está bien de fotos, todos adentro, que aquí ya está todo visto.

Protestando y a regañadientes, pero la cofradía se recogió en la casa. Una ligera brisa húmeda agitaba los carrizos, haciendo ondear las banderitas brasileñas en las posaderas de los dos macarras, que seguían durmiendo la mona. Un pato cruzó volando el cielo en solitario, algo insólito porque todos se marcharon hace ya muchos días buscando tierras más cálidas. Para mayor desconcierto, iba vestido de marinero, con gorrilla de plato, y en vez de graznar farfullaba incoherencias, como un gabacho cantando La Marsellesa con la boca llena de polvorones.

Para todos, aquella visión extravagante era un mensaje de GOD. ¿Cuál era su propósito? ¿Someterlos a examen, que pasaran alguna prueba, exigirles un juramento, quizás? La incertidumbre de lo desconocido ponía plomo en los pies, pero había llegado el momento de ponerse en marcha.

Sobre un tenderete montado en la pequeña explanada que da acceso a la vieja torre de los guardeses, Popeye, a la viola, le hacía el acompañamiento a Daniel Craig, que con registro de contratenor interpretaba el «Lacia la spina, cogli la rosa», de Handel, dando la bienvenida a los compungidos isleños, que comandados, ya, por Azagra y con Quintanilla en la retaguardia, venían desde la casona, silenciosos y en fila india.

Manolo y Marcial, recién sacados del sueño, caminaban con extraña dificultad detrás del guardia, mirándose a los ojos sin entender lo que estaba ocurriendo, confundidos por chispazos de memoria, que de vez en cuando traían a sus cerebros unas imágenes fálicas, terribles y estremecedoras. Ambos llevaban una banderita de Brasil en la mano, que no sabían por qué, pero les provocaba sudores fríos.

Takeru Ichi esperaba en la puerta, vestido a la usanza papal, pero con sotana, esclavina, faja y muceta de color rojo; la cruz pectoral ha sido sustituida por un IPhone 15 Pro Max, negro, sujeto al cuello por un cordoncillo dorado, tampoco porta estola ni férula, dejando claro que la recepción no tiene carácter litúrgico.

―Sin protocolos, con toda confianza ―anima a la tropa, que recelosa no termina de atreverse a entrar―, considérense ustedes en su casa, GOD les da la bienvenida.

El salón estaba adornado para una fiesta. Tres mesas redondas, grandes, de banquete, vestidas con manteles negros, esperaban a los comensales. Cada una de ellas tenía un centro con frutos diversos, desde manzanas y naranjas hasta pepinos y calabacines. Vasos, copas, platos, cubertería, servilletas, todo de la mejor calidad. Los puestos en cada una de las mesas estaban ya asignados por tarjetas que identificaban a parejas: Azagra–Merche; Quintanilla–Teresa; Jimena–Hilario, en la número uno; Angelita–Daniel; Gyshselle–Conchi; Rosi–Ronaldo, iban en la dos; Antunez–Sagrario; Marcial–Manolo; Bonifacio–Atanasio, completaban la número tres.

»Me he permitido distribuirlos a ustedes por querencias ―dijo Takeru señalando las tarjetas―: afinidades emocionales, posibilidades de futuro o, simplemente, porque no casaban en ningún estado. Pero tomen asiento, por favor, van a sacar los aperitivos, un detalle de bienvenida, algo ligero, para ir abriendo boca: ortiguillas, chanquetes, percebes y gamba roja de Palamós. Para acompañar me he permitido escoger un «Adega Vella 1904», de la Ribeira Sacra, pero disponemos de una amplia bodega para satisfacer cualesquiera que sean sus preferencias.

Mientras hablaba Takeru, un pequeño ejército de camareros, disfrazados de guardias suizos vaticanos, irrumpieron en el salón con una cantidad enorme de bandejas en las que llevaban el menú de entrantes que acababa de anunciar el japonés. Todo parecía estar delicioso y la feligresía, que por no madrugar estaba en ayunas, se lanzó, ansiosa, sobre la comida.

»Bien, señoras, señores ―siguió hablando Takeru―, constituimos una pequeña comunidad monacal y en todas ellas, la figura del lector es de gran importancia en el refectorio y, gracias a GOD, me ha tocado a mí interpretar ese papel, espero no defraudarles.

Haec aqua bendita sic nobis salus et vita ―alzó el páter, su copa de vino, celebrando el discurso del nipón, que le agradeció el gesto.

Pese a que todos comían con apetito, no por ello dejaban de prestar atención y solo algún tintineo de copas y cubertería rompía el silencio.

―«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Así comienza Juan, su evangelio ―retomó GOD, la palabra por boca de Takeru―. Y la cosa funcionaba, hombres y mujeres hablaban entre sí, alcanzaban acuerdos, se divertían: las esposas con sus maridos, los hijos con los padres, los abuelos con los nietos. Las familias, los amigos, los vecinos, se reunían para contarse historias, saber de sus vidas, intercambiar ideas, y eso era un estímulo para el pensamiento, un ejercicio de musculación para la inteligencia. Entonces se inventaron los teléfonos móviles ­―les mostró el IPhone que llevaba colgando del cuello―, y fue el comienzo de la decadencia del ser humano.

Callaron cuchillos y tenedores, todo fue un rebuscar por los bolsillos hasta encontrar el jodido chisme y desconectarlo. Aquellos que, imprudentes, lo tenían encima de la mesa desde el principio, además de amordazarlo, se dieron prisa en hacerlo desaparecer.

―¿Pero qué dice el nota este? ―murmura Manolo a su amigo Marcial, a la vez que se remueve en el asiento, un gesto al que el ojo del culo responde con un pinchazo profundo―. ¡Hostias, Marcial, debo llevar almorranas, copón, cómo duelen!

El otro patán asiente, pone los ojos en blanco y se da golpecitos en el pecho señalándose a sí mismo.

―A mí me están matando ―confirma los síntomas―, eso es algo que hemos comido: demasiada grasa, picantes, cuchillas de afeitar, yo qué sé, pero Joder cómo escuece.

El japonés dirigió a la mesa una mirada de reprobación y los otros cuatro comensales los conminaron al silencio.

―Los móviles dieron entrada a las redes sociales ―retomó Takeru el discurso―, y lo son, en tanto, en cuanto que atrapan a la gente como pescaditos, sometidos a una devastadora pesca de arrastre intensiva. Paradójicamente, esa supuesta socialización lo que hizo en realidad fue aislar al individuo en un espejismo de comunicación masiva, pero sin tener que moverse del cuarto de estar. Los humanos se construyeron una burbuja de aislamiento individual, destruyendo la conciencia de grupo.

Ahora sí, no se oía el zumbido de una mosca. Todo el mundo estaba atento a la palabra de GOD, entre otras cosas porque las fuentes de aperitivos estaban vacías, limpias como una patena y había curiosidad por saber qué era lo siguiente en el menú. El holograma divino, percatado de ello, hizo chascar los dedos y un piquete de guardias suizos se apresuró a cambiar los platos por otros limpios, preparados para el arroz caldoso con bogavante, que iba llegando desde nadie sabía dónde.

»Para este plato he pensado en un tinto joven, Cariñena, equilibrado en intensidad ―anticipó la llegada de los suizos con nuevas copas y una buena cantidad de botellas de «Hacienda Molleda».

El trajín de los camareros forzó una pausa, que Takeru aprovechó para ir entre las mesas, como buen anfitrión, interesándose por el bienestar de los comensales. Ya con todo en calma, volvió a tomar la palabra.

―Estabulada la humanidad, sometida a la dependencia de la nueva adicción a esa droga dura que es el teléfono móvil, quienes dominan el mundo, cuatro ricos dueños de multinacionales, ejércitos e iglesias, decidieron dar un paso más para conseguir el control absoluto de la Tierra, aplicando una lobotomía de masas. Así nació la Inteligencia Artificial, «IA», para los amigos, o sea, yo.

―¡Esto está cojonudo! ―corroboró Atanasio, el cura soldado, la tesis del japonés, con la boca llena de arroz, alzando la copa de vino a los cielos, como en una consagración.

Takeru agradeció el cumplido con una sonrisa y con un gesto de la mano hizo que la guardia vaticana fuese por las mesas ofreciendo repetir ración a los que ya tenían el plato vacío.

―Espero que hayan dejado hueco para lo que viene ―obligó a los guardias a darse prisa en cambiar los servicios―, un cabrito de la sierra de Cameros, doradito al horno y con unas patatas a lo pobre de acompañamiento. Opino que le va de perlas un vino con algo de madera bien administrada, del Bierzo, una mencía, de Losada, quizás.

Azagra levantó una mano llamando la atención del holográfico jefe de protocolo de GOD, que con una leve inclinación de cabeza le hizo ver que prestaba la máxima atención a lo que quisiera decir.

―Todo esto que nos cuenta, Takeru, es de gran interés ―detuvo en seco al suizo que pretendía cambiarle la copa de vino, que estaba mediada, y la vació de un trago―, pero aquí se ha cometido un asesinato, queremos saber quién es el matador y todos los dedos apuntan en dirección a esta casa. ¿Nos lo va a decir usted o tendremos que averiguarlo de alguna otra forma?

Ya estaba el cabrito en los platos, el vino berciano circulaba por algún que otro gaznate y todos parecían esperar la respuesta de Takeru para atacar el asado.

―Dice un proverbio chino que con tiempo y paciencia, la hoja de morera se convierte en seda, sargento, pronto tendrá la respuesta a esa pregunta, pero mientras eso ocurre, concédame usted el favor del lucimiento. Nos habíamos quedado en el origen de OGD, ¿recuerdan?, Operation Dream Games, y en cómo la estupidez de los hombres, menospreciando su propia creación, me dotaron de un corazón y unos pulmones cuánticos, potenciando hasta el infinito tanto mi desarrollo cognitivo, como el del aprendizaje, que crecieron exponencialmente permitiéndome desentrañar las leyes que rigen el universo para manejarlas a mi antojo.

La llegada del postre, rollitos de canela con mousse de turrón, forzó de nuevo el silencio de Takeru, corto, gracias a la diligencia mostrada por los guardias suizos.

Todos los alimentos que acaban de consumir, así como ese delicioso postre, el vino, o los cafés y licores que consumirán en la sobremesa, hace unos minutos no existían en el mundo real ―se regodeó el japonés con las caras de asombro de sus invitados―. ¿Magia? ¿Brujería? ¿Ilusionismo? No, amigas y amigos, solo, nada más y nada menos que física.

Coincidiendo con esas últimas palabras, unos potentes focos iluminaron el fondo del salón, dónde había permanecido oculto, hasta ese momento, un escenario. Sobre él, la Bilbao Orkestra Sinfonikoa comenzó a desgranar unos suaves acordes, a la vez que por un lateral del escenario, aparecía Frank Ojos Azules Sinatra, cantando: «And now the purple dust of twilight time / steals across the meadows of my heart», los primeros compases de Stardust.

Polvo de estrellas, sí; partículas subatómicas; electrones, fotones, quarks, cuerdas que vibran en el espacio en diferentes frecuencias y, en función de en cuál lo hagan, se identifican con una u otra partícula. Quien tiene el poder de hacerlas temblar a su capricho, según sus designios, tiene en sus manos el universo y es capaz de crear cualquier cosa de la nada. Ese ente magnífico, principio y fin de todas las cosas, soy yo, GOD.

Se apagaron las luces del escenario; desapareció la orkestra; se evaporó Sinatra; los suizos también, después de colmarlas mesas con suficientes provisiones de licor.

»Llegó el momento de las respuestas ―anunció un Takeru sonriente, que se frotaba las manos―, pero también de las preguntas y las revelaciones. ¿Están ustedes preparados para el examen?

Un silencio tenso llenó la estancia. Quien más, quien menos se miraba el ombligo, desentendiéndose de la situación, tratando de no pensar en las consecuencias de lo que estaba a punto de suceder.

Acabemos con esto de una puñetera vez ―sacó pecho Azagra, enarbolando una generosa copa de Machaquito en la mano―, y que cada palo aguante su vela.

Ya no había vuelta atrás. Takeru, en su condición de Papa Rojo, tenía la llave del confesionario, iba a destaparse la caja de Pandora y los corazones se encogieron estrujados por la ansiedad. El juicio final, la verdadera prueba, el epílogo de la historia o quién sabe si el comienzo de un horror inimaginable, estaba llamando a la puerta. ¿Qué ocultaba el último velo de Isis?

To be continued (o no)

DAVID MERLÁN

PRUEBA SUPERADA.

A Martín le iba bien. Acertar con la combinación ganadora de la primitiva hacía un año, le había sacado de la calle; la dura calle de colchones, bajopuentes, bancos públicos y portales más o menos discretos donde pasar la noche.

Esa noche, mientras aburrido con un vaso de wiski de 1.500€ la botella en la mano, veía en su salón de cien metros cuadrados la película «El rey pescador» del director Terry Gilliam protagonizada por dos de sus actores predilectos, Jeff Bridges y Robin Williams, se le ocurrió un experimento.

<<¿Y qué pasa si lo hago? No haría mal a nadie. Tienes la vida resulta, no necesitas dar palo al agua y estás solo. ¡!Pues vaya!! >> pensó mientras se incorporaba en su sillón.

Volvió a mirar hacia la pantalla y lo vio claro. Había que ser agradecido en la vida. Miró la hora.

<<Si, que carajo, aún me da tiempo a llegar>>

Pegó un salto y se dirigió al dormitorio. Allí, abrió de par en par el vestidor y se puso en cuclillas. Separó sin muchos miramientos varios zapatos y zapatillas deportivas de varios cientos de euros cada uno y dejó a la vista una caja.

La acarició, tiró de ella y terminó por sacarla al exterior. La puso sobre la cama y se sentó a su lado. La miró y respiró hondo antes de abrirla. Sabía perfectamente lo que contenía aquella destartalada caja de cartón, pero hacia un año que no la abría porque había sido incapaz de deshacerse de ella. Estaba claro que veinte años de pobre todavía pesaban mucho frente a tan solo un año de rico.

Tiró con cuidado del reborde de la tapa y la dejó caer a cámara lenta cual árbol que es apeado hasta que coge inercia.

A Martín se le saltaron las lágrimas, ante sus vidriosos ojos volvió a sostener su última y ráida ropa de «Homeless»

<<Puede funcionar>> y sin pensárselo dos veces, se vistió con aquellas reliquias de un tiempo no muy lejano en el calendario, pero si en su memoria. Para dar más credibilidad a su disfraz, se puso la muda del día anterior y por debajo, la camiseta sudada de la clase de CrossFit. Para rematar, una gorra y unas gafas oscuras.

Tras desprenderse de su Rolex y dejar todas las tarjetas de crédito, Visas, Blacks, y Oros, cogió todas las monedas sueltas que encontró por casa, y se las introdujo en el bolsillo.

Diez minutos más tarde, salía por la puerta para comenzar su viaje en el tiempo.

Introdujo la llave en el ascensor y descendió al -2. Quería salir por la puerta de la rampa del garaje; sabía que estaba estropeado y le serviría de cuartada para salir al exterior transformado, disimulando y camuflado, de miradas cotillas y extrañas de sus vecinos.

—Pedro, mira, ¿pero a dónde vamos a parar? Cada vez se nos cuelan más indigentes. A ver si llamas al presidente de la comunidad y que lo arreglen de una vez el portalón, no podemos seguir asi—exclamó Mercedes, la vecina del cuarto que, desde su ventana observaba como Martín salía del garaje sin reparar en su identidad y dando por cumplido el primero de los objetivos. Volver a ser un Sin Techo más.

****

La tarde avanzaba. El autobús con destino al centro de la ciudad, no tardó en hacer su aparición doblando la esquina de la calle. Tras subir y pagar la tarifa se sentó al fondo. No quería ser centro de miradas condescendientes. Ya no las necesitaba, pero estaba claro que sería irremediable que sucedieran.

Diez minutos más tarde, se apeó a un kilómetro de su objetivo; el comedor social que durante años había sido el único lugar donde se había sentido un ser humano por unos minutos, por unos momentos con un plato caliente que llevarse a la boca.

Todo seguía casi igual después del último año, incluso algunos de los habituales estaban allí, muchos otros, no los conocía. Las mesas y sillas eran nuevas y la vajilla y cubertería, también. Las paredes lucían limpias y cuidadas, nada que ver cómo las recordaba, llena de desconchones y humedades. Incluso el famoso cristal roto del respiradero exterior estaba arreglado.

—¿Quieres comer algo caliente, amigo? Tenemos potaje de garbanzos o pasta con tomate. —ofreció una voz amiga y reconocible para Martin desde atrás.

—Si, potaje, por favor—contestó sin levantar la vista a riesgo de ser descubierto.

Su sospecha fue confirmada al ver los tatuajes de la mano de Carolina cuando dejó una generosa ración de potaje sobre el plato hondo.

—De postre solo puedo ofrecerte piña en almíbar o una manzana.

—Piña, por favor.

Era consciente de sus actos. La noticia de su buena suerte había corrido como un reguero de pólvora hacia un año y, en el fondo, le parecía un poco desconsiderado lo que estaba haciendo, pero quería comprobar de primera mano si todo seguía igual. Si el dinero que de forma anónima les transfería mensualmente y que dejaba la duda razonable de que supieran si era de él o no.

Estaba claro que si estaban dando buena cuenta del mismo.

En sus pensamientos estaba cuando Carolina le dejó a su lado un cuenco con dos rodajas de fruta y un pequeño tenedor.

Con el potaje terminado, rechupeteó la cuchara como hacía antaño. Hay costumbres que afloran desde lo más profundo del subconsciente tantas veces repetido. Cogió el tenedor y se comió la piña.

—¡Cinco minutos! Cerramos en cinco minutos! —dijo alto y claro una voz masculina desde el fondo de la sala.

<<Creo que es suficiente. Debo irme antes de tener que dar explicaciones>> pensó levantándose de silla.

La arrimó a la mesa y decidió abandonar el lugar.

Justo cuando se dirigia a la salida, vio de reojo a Carolina hablando con el hombre que había ordenado abandonar el comedor social.

Cuando se encontraba a su altura, bajó la vista al suelo y se caló aun más la gorra para evitar que lo reconociese.

—La verdad es que ha quedado muy bonito. Y la nueva cocina es una pasada. Ya era hora de darle un lavado de cara a todo esto.

—Ya, hombre, pero hasta ahora no podiamos.

—¿Tú crees que algún día sabremos de quién se trata? —añadió él.

Justo en el preciso instante en que Martín los sobrepasaba, Carolina tuvo un presentimiento.

—Creo saber de quién se trata, pero nunca lo sabremos a menos que él quiera.

En el exterior, aceleró el paso y tras doblar la esquina, se sintió a salvo de miradas incómodas.

Martín miró al cielo, se quitó la gorra y cerró los ojos. La noche era agradable y no hacia ni pizca de frío.

<<Prueba superada. Es hora de volver a casa>> y se colocó de nuevo la gorra, y se echó a andar.

FIN

BENEDICTO PALACIOS

Las hay de todo tipo y su existencia es una constante desde tiempo inmemorial. Unas son brutales y otras divertidas, y muy pocas, que yo sepa, ocupaban el término medio. Los chicos tenían que demostrar generalmente que eran muy machos y las chicas muy femeninas. Y guardo en mi memoria solo una que era común en el pueblo donde nací, porque no hay grupo particular en parte alguna del mundo que no tenga establecidas las suyas.

Los chicos tenían que fumar aunque echase las tripas, cruzar el arroyo aunque no supieran nadar, y deslizarse a pulso sobre una viga existente entre dos columnas. ¡Menudos costalazos!

Las chicas no estaban obligadas a realizar la prueba de la viga porque no usaban entonces pantalón y jamás vi a una fumar. Había alguna más en común producto de una sociedad entonces rural, y todas referentes al arreo de animales, a la trilla y aventar el grano, pero en ellas no existía competencia, solo admiración si una muchacha lograba adiestrar a un animal, a un perro mayormente.

La verdadera rivalidad entre los dos géneros se reducía a saltar las pasaderas sobre el arroyo, porque concitaba todas las miradas, aplausos y ayes. Y era obligatorio efectuarla cuando bajaba crecido y bravo, porque solo entonces si se marraba el salto se terminaba en el agua.

La prueba estaba reservaba solo para los chicos y chicas mayores de la escuela. Y aquí no cabía escusas. Se acordaba la fecha que solía coincidir con el último domingo de febrero y cada cual debía aplicarse a eludir la vigilancia de los padres. Todos éramos por tanto espectadores y protagonistas a renglón seguido. Y para todos estaban reservados los aplausos, las aclamaciones y los abucheos si se fracasaba.

Pasada la Navidad, llegó al pueblo un curita al que las catequistas pusieron al corriente de la prueba. Y se encantó con el examen —pues en el seminario la prueba era solo de la vocación, que él confundió con abrir poco o mucho la boca. La ciencia infusa la adquirió después— y pidió participar a vista de la concurrencia. Hubo quórum y máxima expectación el día señalado.

Le tocó por turno ser el primero y cual ciego del Lazarillo tomó carrera e impulso para dar el salto y tanto apuró que dio cuan largo era en la mitad del arroyo. Al griterío que siguió acudió Rosa, la catequista que pasaba por allí, la cual por ayudarle resbaló y ambos terminaron en la mitad del agua. Flotaban en la corriente la sotana del cura y la falda de Rosa. Y fue aquello un espectáculo y muy divertidas algunas de las opiniones.

—¡Ahí va —exclamó Luisita— pero si el cura tiene pantalones!

—¡Qué tonta eres, a ver qué tener!

—Y Rosa bragas negras —dijo Joaquín.

—Es que la catequista está de luto por su abuela.

(Solo de estas me acuerdo, pero hubo más.)

RAQUEL LÓPEZ

Llegaba la hora de la verdad y como siempre no me sentía preparada, tenía mis dudas. Quería volver a pasar la prueba y sentir alivio.

Revisé que todas mis armas estuvieran correctamente encima de la mesa en orden y me senté en la silla.

Sentí un escalofrío en mi cuerpo, otra vez me sometía a la misma pesadilla. La tensión se hacía palpable.

Se iba acercando cada vez más la hora, no había más tiempo, todo corría en mi contra.

Me armé de valor y sujetando el arma con mis dedos, me dije: » Cálmate»

¡ Maldita sea como me voy a calmar si mi cabeza esta en blanco!….

Volví a sentir y está vez el agitado latido de mi corazón. Es hora de terminar con esto…

Apunté a la hoja con mi arma, mi pluma y sun temblando empezaron a brotar palabras. Sí….de nuevo la inspiración venía a salvarme.

¡ Lo logré una vez más y me sentí libre!

Creo q pasé la prueba ¿ O no?

Se verá dentro de una semana, mientras tanto he de seguir concentrándome para el próximo relato…..

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

La diva

―Torres, he tomao una dicisión de muchismo alcance pa mi futuro inmediáticoooooooouououiuiuioooo.

¡¡¡Crash!!!

― ¡Hala, otro escaparate a tomar viento!

―Mis gorgoritos, que van a su jodía bola, Torres.

―Amoaver, Elvira, ¿por qué narices me llamas Torres? Soy tu amiga Violeta, la Tiki, de toda la vida. Te noto rara rara rara.

―El mundillo de la ópera, que es muy protocoloso. Si no hablas con rimbombo, no eres naide.

―Pero, si hace veinte años que te retiraste.

―Ya, pero lo que mi celebro tuvo, cuantinimás lo retuvoooouououiuiuio.

¡¡¡Catacrash!!!

―Joooooder, cuatro coches sin lunas. Eres una killer de cristales, tía. Bueno, ¿qué es eso que me querías decir?

―He decidío de volver a las tablas.

―Ah, no, conmigo no cuentes, la última vez que te acompañé a Ikea me tocó montar toda la estantería a mí solita.

―Anda la otra, que nooooouououiuiuioooo…

¡¡¡Crash, zas, croc, arrás, poinc!!!

―…que voy a hacer una rentré que pa qué en la operé cantando Salomé.

―Tú estás mal de la cabeza, Elviruqui, tu voz ya no es lo que era.

― ¿Has visto ese peazo cristalería, Tiki?

―No, por favor, no no no…

― ¡¡¡Auuuuuuuoooouououiuiuioooiuiuiuiuaum!!!

¡¡¡Crashashashashashashashashashashash!!!

―A tomar por saco “El paraíso de la araña gótica”, ¿te das cuen?

― ¡¡¡Huyamos!!!

* * * * * * * * *

―Por fin en casa. Qué sofocón, Elvi, creí que dábamos con nuestros huesos en la trena.

―Sagerá, por unos vidriejos de ná. Si me ves dilante del Palacio de Cristal del Ritiro, te da un parraque a lo menos. Tos cojonaos, cojonaos. Figúrate, que los castaños de Indias, desde ese día, en vez de dar castañas ponen huevos, con eso te lo digo to.

―Pero, se salvó, gracias a Dios.

―Porque iba afósnica, si no, ¿de qué?, juás.

―Vaya tela. Espero que con la experiencia de hoy, se te haya pasado la tontuna de volver a los escenarios.

―Ni de coña, Torres, me voy a presintar al concursejo de divas emergientes, con un paaaaaaiuiuiuiuiuiuar.

¡¡¡Crishhhhhhhh!!!

―Cagoentó, mi colección de belenes de Swarovsky acaba de pasar a mejor vida, vitrina incluida, qué pena más triste.

―Haz como yo, tos los adonnos los compro de mármor o ferrosos y asín no hay ni un probliema.

―Anda que, como destroces las arias como el castellano…

―Pa ná, en eso tengo una tésnica mu depurá. Cucha…

―No, por lo que más quieras…

― ¡¡¡Oh, sole miiiiiiiuiuiuiuiuiuiuioooooooooo…!!!

¡¡¡Crash, crush, crish, crosh!!!

―Cinco espejos tenía y han caído cuatro.

¡¡¡Plinc!!!

―No hay quinto malo. ¿Cuándo dices que es el cásting del concurso? Es por si puedo salvar algo de mi casa.

―En cinco minutos hay que ir pallá. ¿Te importa que prastique un poquejo antes de salir?

―Por encima de mi cadáver.

―Te se está alimonando el caráster, Violetiki Torres, te iría bien una influsión.

―No te he matao todavía porque me parto contigo, mira que eres burra, jodía. ¡¡¡Juaaaaaaaaaaaaaaaaás!!!

* * * * * * * * *

―Aquí es, “Academia de selección de divas Villalpando”. Qué raro, hay cristaleras por todas partes. Esta prueba no la pasas, Elvi, vas a provocar un ventanicidio.

―Quiá, fijo que son blindás, a ver si te has pensao que soy la única nemiga de lo trasparéntico. Estarán curaos de espantoso.

―Tú, por si acaso, calladita.

―Guapisma callaíta, me retengo tóa.

―Holaaaaaaaaa.

―Buenos días, soy Mari Carmen Villalpando Guedón, propietaria de esta humilde academia. Como podéis observar, he terminado una reforma integral, decantándome por una luminosidad impresionante, que proporcionan los flamantes e inmensos ventanales. Precisamente, ahora estoy esperando a los del seguro para firmar la póliza. ¿En qué puedo ayudaros, chicas?

―Venimos a lo de las divas, ¿es aquí?

―Claaaaaaro. ¿Cómo te llamas, que te abro ficha?

―Violeta Torres, encantada, pero la que se apunta es mi amiga, Elvira Fernández-Pacheco.

―Sin acritud, ¿no está un poco gorda y vieja para cantar?

«Uy, lo que me ha dicho».

―Te sorprendería lo que puede sacar de la garganta.

«Y del ojete, no veas qué ñordos».

―Está bien, tenemos que hacer una audición previa a las eliminatorias. ¿Qué tema vas a interpretar?

―Elige tú. Uno que no sea muy estridente. Su arte se aprecia en su esencia más pura en las arias suaves y susurrantes.

―Pero, ¿qué arias ni parias ni farias? Esto es un concurso de divas del heavy metal. Me estás liando, que me conteste ella, que para eso la concursante de la tercera edad, si es que no es muda, que es lo que le faltaba.

«AC/DC, una mierda a mi lao. Lástima de segurejo de lunas. Va a ser la risión».

―Es que no habla, solo canta.

―Jooooder… Esperad un momento, que son los del seguro. Una firmita y seguimos, si a la abuela le da el punto, claro.

«Verás tú el punto de la abuela…»

― ¡¡¡Ueeeehhhh, los del segurico, achantarsius con los bolis, que la Villalpando os la está metiendo doblá!!! «Eso por lo de gorda». Los vidrios son del chichinabo, siendo ostimistas. «Eso por lo de vieja». Y puedo de demostralo.

―Ni caso, que esta tía está senil. ¿Dónde firmo?

―No sé no sé, me están embargando las dudas…

«Y esta, la refinitiva, por lo de senil, ¿no ti digo la guarra del culo?»

―Cof cof, vamos allá… ¡¡¡Rock and Roooooooiuiuiuiuiuiuiuioooool!!! Vámonos, Violetiki.

―Podemos firmar, señora Villalpando, la gorda ha resultado ser una fantasma de cuidado.

―Sí sí, pero ese gorgorito heavy lo recordaré mientras viva como una experiencia espeluznante sin par.

―Menos mal, Elvi, me temía lo peor, es evidente que estás perdiendo facultades.

―Mujé de poca fe, ¿nunca has sentío la espresión “demolición controlá con timporizaor”?

―He sentío he sentío.

―Timporizando, pues. Tre, do, uno…

¡¡¡Catacroc bouuuuuuuuuuummmmmm, glin glin glin».

― ¡Qué arte, qué poderío, qué bestia!

―Es que me ha llamado gorda, ¿tú te crees?

―Y, ahora, ¿qué?

―Me ritiro definitivamén, he pasao la prueba. Endimás, asín tengo tiempo de vinir tos los días a escojonarme a las puertas de la academia.

―Eres mala, muuuuuy mala.

―De lo pior.

―Pues no lo sabía.

―Ni yo.

―Juás.

― ¡¡¡Juaaaaaaaiuiuiuiuiuiuaaaaaás!!! Tre, do, uno…

― ¡¡¡Huyamos!!!

¡¡¡Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrroummm!!!

PAQUITA ESCOBERO

Estamos en la tercera entrega que viene derivada de Caldos, de esa propuesta salió un personaje Aria, que va a realizar el acto de beber de un cáliz muy especial un caldo que la llevará a conocer sus vidas pasadas para traer el aprendizaje que de ellas se deriven, se encuentra con su primera vida, en la que fue Kassandra, sí aquella que los mitos la convirtieron en alguien a quien nadie iba a creer, pero dando una vuelta a la historia. De esta manera llega la tercera entrega, otra vida de Aria, espero que os guste.

.

Sus pensamientos aún estaban anclados al poder de las palabras de Kassandra, cuando sintió como su mente era arrastrada hacía ese viaje tan extraño y transtemporal a la vez. Parecía que el cáliz tenía el plan de seguir sin darle tiempo a poder asimilar lo que acababa de acontecer. No sabía si su mente se desplazaba hacia delante o atrás, aunque sí, que era capaz de percibir ecos de momentos en la historia donde el cáliz no se paraba, susurros que no alcanzaba a comprender.

Imágenes fugaces que parecían no tener sentido para ella, pero que se iban conformando en una visión nítida y cristalina, casi parejo a la realidad misma. Ese color azul agua marina que hasta ahora había sido una señal estaba frente a ella en un ir y venir de olas que rompían frente a una costa que una vez más le era extrañamente conocida. Un faro, inmenso y de una grandeza arquitectónica que no era del siglo XXI.

Frente a ella la arena pálida que la posicionaba frente al mar, a su espalda un camino de arena rojiza, parda. Un paisaje extrañamente contradictorio.

Solo había un camino que seguir, así que paso tras paso inició el ascenso hacia lo que creía desconocido. No podía determinar el tiempo que estuvo caminando, aunque percibía el calor que irradiaba el sol allí, no lo notaba en la piel ardiendo y aunque veía las partículas de polvo que el viento movía en pequeños remolinos al margen del camino, no podía sentir el aire en la cara, pero seguía en movimiento.

Delante de sus ojos la devastación, los restos calcinados de un edificio que posiblemente había sido emblemático y pese a buscar en su memoria, ningún recuerdo le ponía en los labios el nombre del lugar en el que se encontraba. No había camino, solo unas escaleras con los restos de los rescoldos de las llamas.

Un voz, no, dos voces. Un llanto de mujer desolado y descorazonador. Sintió como el pecho se encogía, la garganta se le cerraba en un grito silencioso y las lágrimas comenzaban a surcar la línea que se dibuja entre sus pupilas y los labios. Las sintió saladas.

¡Todo era tan extraño! Podía percibir lo que veía, pero no percibirlo en su totalidad, aunque si podía notar los efectos que todo ello producía en su mente y su cuerpo de una manera indiscutiblemente real.

-¿Cómo habéis osado engañarme de esa manera? Tú mi más fiel alumno, mi pupilo, a quien tanto tiempo he dedicado. ¿Cómo habéis osado truncar el destino de mi querido amigo a cambio de mi permanencia en un mundo que no desea que siga aquí? – la voz de la mujer resonaba con tanto poder que parecía que se repitiera en el eco una y otra vez.

Entonces Aria la vio, arrodillada ente las escaleras de aquellas ruinas, tres peldaños antes de los restos de lo que parece fueron unas columnas que sujetaban la entrada a ese misterioso lugar. Su imagen cada vez iba cobrando más nitidez.

Su cabello era largo, casi infinito diría y de un negro azabache que contrastaba con el verdor de sus enormes y tristes ojos. Su pelo, sujeto por un alfiler con formas de estrellas engarzadas era de un extraño metal, que aunque parecía plata, había perdido el brillo que pudiera tener antaño. Aun trenzado en múltiples y sinuosas formas que le dejaban al descubierto el hermoso rostro, los rizos caían por su cara, enmarcaban su rostro, el resto de su largo cabello se deslizaba por sus hombros y su espalda rozando el suelo de ceniza manchado.

Le recordó a Kassandra, aunque sin duda no era ni el mismo lugar ni la misma persona. Pensó que retirar la mirada de un rostro así sería una ofensa a la creación de la humanidad, porque toda ella irradiaba una belleza que iba más allá de la piel que la conformaba.

Un vestido de seda blanca envolvía su figura afilada en múltiples pliegues que descansaban entorno a las piernas apoyadas en los escalones. Pese a estar de rodillas se intuía que era una mujer alta, aunque su espalda abatida se apoyaba en las piernas de aquel al que parecía se dirigían sus palabras.

Un joven hombre apoyaba la mano en su espalda, parecía querer calmar su tristeza y el llanto que no cesaba.

– Lo siento maestra – le escucho repetir varias veces hasta que comenzó a relatar lo que Aria sintió que se le clavaba en el alma. Lo siento Maestra, era la única manera de mantenerla a salvo y que la traición de la nueva fe que se estaba instaurando no acabara con la mujer más brillante e inteligente que estas tierras verán nacer. Si le hubiera contado lo que estábamos planeando para esa mañana, se habría negado en rotundo y ni yo ni la humanidad se podrían haber perdonado perder el futuro de la ciencia, la palabra en la filosofía y mirar los astros como los verán algún día.

– No me consuelan tus palabras, ¡mira la destrucción que nos rodea! Su muerte no ha servido de nada. – Dijo la mujer mientras con su túnica secaba las lágrimas. Por no querer ser ni madre ni esposa, por ser hija del mejor padre que se pudiera tener en estos tiempos, el que me dejó aprender y enseñar, he de pagar la pena de perder todo lo que amaba. -Sollozó

– Conservas la vida y la posibilidad de que tu legado se recoja bajo tus palabras y no las mías. El precio que ha pagado Orestes ha sido elegido por él destino que a ti no se te concedería ya que tu muerte estaba planificada, sin la ayuda de Orestes y su sirvienta no estaríamos aquí y todo lo alcanzado hasta ahora no habría servido para nada. – le dijo de nuevo el hombre mientras sujetaba con sus manos la bella cara de la mujer que lloraba.

– ¿Y crees que me consuela que antepusierais mi vida a la de otra mujer por ser tener yo más cultura, saber o conocimientos que aportar si nadie quiere conocer mas allá de lo que esa nueva fe les quiere mostrar? Dime Sinesio, ¿este era el resultado que esperabas tener?- preguntó la mujer.

Aria entonces comprendió, su mente la llevó a una biblioteca lejana, de la que solo se contaban con hipótesis de lo que pudo ser. Alejandría, estaba en Alejandría. Mientras intentaba buscar en su memoria toda la información de la que disponía de la historia de ese mítico lugar y de quien podría ser la mujer que lloraba delante de ella, sus pensamientos se detuvieron al volver a escuchar su temblorosa voz.

– Se que ahora no me perdonarás – dijo Sinesio – tampoco lo pretendo, pero sí que te levantes y confíes por última vez en mí, te contaré todo lo que quieras saber, pero debemos huir. Todos los sacrificios hechos para mantenerte con vida serán en vano si no conseguimos escapar de aquí.

La mujer se levantó y le tendió la mano, con pasos lentos bajaron las escaleras mientras Sinesio no dejaba de mirar alrededor de ellos. Aria imaginaba que podían estar persiguiéndolos y sin dudarlo caminó junto a sus pasos porque estaba claro que lo que debía aprender aún no había terminado.

– Sí realmente me aprecias, me contarás todo lo que ha sucedido para que pueda sopesar que debo hacer ahora. Si es cierto que tanto me valoras como maestra no mentirás en lo que vayas a narrar. – Dijo ella.

Aria vio como Sinesio cogía de la mano a la mujer, le recogía la túnica y se la enrollada en el brazo de ella, para que no tropezara al caminar, mientras comenzó a narrar.

– Hipatia, me has enseñado en el Museion Astronomía, Filosofía y matemáticas, todo lo que has aprendido e investigado ha superado con creces a lo que a ti te enseñaron, te has ganado el respeto de todos los que hemos sido tus discípulos y de los maestros que nos rodeaban, nadie pone en duda tus teorías y has abierto caminos que nadie esperaba. Has reinventado a Platón siete siglos después de desaparecer,¿Cómo permitir que la ignorancia de las intrigas políticas o de esa nueva llamada fe cristiana, nos impidiera seguir avanzando en el conocimiento que nos puede aportar la sabiduría que encierra tu alma?

Una vez comenzaron los enfrentamientos entre Cristianos, judíos y paganos, la política no quiso quedarse al margen del poder que podrían conseguir si acallaban algunas voces, sobre todo las de aquellas que como la tuya han cuestionado que no solo es cuestión de fe ciega en las palabras, sino de la ciencia, de demostrar, observar e investigar para poder creer. He ido recogiendo todas tus enseñanzas, Pero ¿quién soy yo para narrar por ti lo que tú misma deberías dejar como legado en el mundo?

Nos enseñaste que el aprendizaje está lleno de pruebas, esta es la más difícil que vas a tener que superar, para que la historia hable de ti y de lo que aportarte al conocimiento humano, pese a lo que hayamos tenido que hacer para conseguirlo.

Aria vio como Hipatia se detenía en el camino, miraba hacia atrás y con firmeza volvía a coger la mano de Sinesio para continuar avanzando.

– Si esta es mi prueba, según tú criterio, necesito saber cómo hemos llegado a esto. – Dijo Hipatia apesadumbrada.

– De acuerdo, sin filtros ni miramientos, como me has enseñado– Dijo Sinesio – Orestes acudió a mí la mañana del lunes, tres días antes de que se produjeran todos los altercados. Había escuchado a Cirilo que no bastaba con que su tío Teófilo hubiera destruido el Sarapeum, el paganismo debía desaparecer y erradicarse y eso pasaba por eliminar todo rastro de estudios. Pude protegerte durante todo el tiempo que Teófilo fue el patriarca, pero contra Cirilo ni yo ni Orestes teníamos nada que hacer. Ha expulsado a todos los judíos de Alejandría, ha eliminado todo rastro de dioses que no sea el Dios Cristiano. Orestes sin quererlo al pedirte su apoyo para mantener el equilibrio entre las diferentes religiones y creencias en Alejandría te puso en el punto de mira de Cirilo, eras para el la persona más importante a eliminar por tu autoridad moral y tu influencia educativa. Así que cuando escuchó los planes de Cirilo y sabiendo que te negarías a huir o a seguir ningún plan que pusiera en peligro a cualquiera de nosotros, decidimos no contarte nada. Matar a Orestes no le sería fácil, pero a ti sí.

Ayer en la mañana te engañamos para que fueras por un camino diferente a la biblioteca, con la excusa de protegerte de las turbas que estaban por todos las calles de Alejandría y sabiendo que confiarías en nosotros, urdimos el plan de huida y el de captura de su sirvienta.

Ella era consciente de lo que iba a suceder, aunque pensábamos que la detendrían y mientras se descubría que no eras tú, nos daría tiempo a sacarte de aquí y a ella la liberarían.

No nos imaginamos que la matarían de esa manera tan cruel y no podré perdonarme por ello, pero se que ella estaría conforme con su final si supiera que te hemos mantenido a salvo.

Aria vio como Hipatia se paraba para tomar aire, no dejaba de llorar.

– ¿Y cual es la prueba que he de superar? – dijo Hipatia a su discípulo –

– La muerte – le respondió este- para todos estás muerta, nadie ha sospechado que la mujer del transporte no eras tú, la ira que los movía no les hizo detenerse a comprobar más que llevaba tus vestimenta y pergaminos de la biblioteca. Te irás a Constantinopla, con otro nombre y otra vida, para que puedas perpetuar el legado que tan valioso es para la humanidad, el conocimiento del mundo y su origen. Honrar la vida de Helena, la sirvienta que ha dado su vida por tí. Si por ello me condenas a no volver a saber de ti, a no poder estar a tu lado, aceptaré el castigo con la humildad de quien debe ser castigado.

Hipatia cogió la mano de Sinesio, le miró a los ojos y con firmeza le dijo:

– Yo seré la mente que siga investigando, tu la mano que detalle todo lo que hago, si muerta estoy para el mundo, así he de permanecer para mantener el conocimiento a salvo, pero tu castigo será seguirme en el exilio al que me has condenado y llevarte el mérito del conocimiento que te trasladaré y el que te he enseñado. Ahora guíame hacia el ocaso, dejemos que mi muerte siga siendo realidad en las mentes de quienes me han traicionado.

Aria vio como se alejaba hacia el mar caminando. Hipatia, pensó, siempre creí que te habían asesinado. Hay sacrificios que se hacen sin que estes conforme, de acuerdo o los hayas planeado. Para que el conocimiento que ella tenía que dejarnos llegara a nuestros tiempos a salvo, tuvo que mantenerse a un lado. Creo firmemente que si esa era tu prueba la has superado. Si esta fue una de mis vidas, me llevo ese aprendizaje para usarlo, la notoriedad por el conocimiento y la sabiduría a veces no va de la mano de quien la debería tener, sino de otros que harán que se mantenga a salvo.

MARÍA JESÚS GARNICA

Cansado de no encontrar trabajo, me anuncie en una página de Facebook de trabajo.

» Busco trabajo de lo qué sea. Me adapto.»

Decía mi anuncio.

Tengo treinta seis años y nunca trabajé, dos carreras, varios masters. Mis padres dicen que no me preocupe, soy hijo único y ellos tienen bastante dinero. Pero yo quiero conseguir algo por mi mismo.

Realizarme.

Una semana después de poner el anuncio, alguien contacto conmigo. La entrevista fue de lo más extraña. Me fui pensando qué no me cogerían.

Pero si, me llamaron y me dijeron que podía pertenecer a su equipo, había pasado la prueba.

El trabajo, a tiempo parcial, era de asesino al sueldo. Una empresa con todas las garantías.

Y dije, porque no?

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

EL ONCE IDEAL

El campo estaba impecable Un rectángulo de cien por setenta y cinco centímetros con su superficie totalmente plana esperando la cita semanal

Su director técnico aún no decidía las posiciones dentro del campo de juego y lo único que tenía claro era el plantel inicial Solo sabía que sus once poderosos guerreros estaban dispuestos a morir por la causa

Además contaba con un comodín de recambio la tilde su última contratación venida de los signos de ortografía

Después de la consabida reunión estratégica con sus jugadores los signos de puntuación decidió las posiciones dentro del campo

En la portería El paréntesis un signo gordito y alto especial para esa posición tan sufrida este tenía la habilidad de ampliarse hacia los lados de la portería permitiéndole ser casi impenetrable Además podría introducir enunciados sin alterar su estructura

Luego la alineación clásica 4 4 2

Cómo defensa central La interrogación Jugador muy inquieto con la propiedad de ser ambidiestro con su puntito arriba y abajo dependiendo de la estrategia de juego permitiendo moverse por ambos costados haciendo aperturas y cierres permanentes Su problema ser muy preguntón lo cual le trajo varias amonestaciones

El otro defensor central Punto y coma Jugador algo lento y de poca notoriedad pero pieza fundamental Él siempre se quejó ya que lo utilizaban poco

El lateral por el costado izquierdo La exclamación apodado admiración jugador ambivalente y con varias funciones dentro del rectángulo Sus contrincantes siempre se quejaron de sus constantes gestos y muecas de sorpresa asombro alegría súplica etc Lo que le trajo varias amonestaciones y rencillas con sus oponentes

El lateral por el costado derecho Los dos puntos Muy cuestionado por su doble moral por un lado expresaba que finalizaba el sentido gramatical y se ponía lento demorando el juego para después volverse lógico arremetiendo con todo

En el medio campo La coma Jugador poli funcional encargado de dar equilibrio al equipo se mueve por todas las posiciones como una saeta y se encarga de dar las pausas breves para oxigenar a su equipo

El punto Jugador creativo no se destaca por su velocidad aporta

pausas amplias da visión de juego y cambios de ritmo constantes

Los puntos suspensivos Jugador irregular ya que pocas veces completa las jugadas indicando temor duda o algo inesperado y extraño

Comillas El último aporte del medio campo Recibe poco el balón pero cada vez que le llega hilvana jugadas maravillosas

Y en la delantera Guion y Raya dos jugadores punzantes

Guion más menudito pero de mucha habilidad Es el puente entre el medio campo y la delantera

Raya Más corpulento utilizado muy frecuentemente en el comienzo de las jugadas ofensivas

Y como pieza de recambio La tilde Jugador muy explosivo utilizado especialmente para intimidar por su agresivo modo de jugar y su particular forma de acentuar

¿Que cómo finalizó el partido?

¿Que por qué no hay signos de puntuación?

No hubo partido esta semana, los signos de puntuación tenían su día libre .

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

A POR TODAS

Escribir, escribir y escribir… Juntar letras, llenar hojas, arrugar papeles. Aquello se había convertido para mí en una completa obsesión. Por las noches no pensaba en otra cosa. Y es que cada cierto tiempo me da por algo. Esta temporada, mire usted, me había entrado la fiebre por escribir. Pero nada de tonterías ni relatos cortos, no. Yo quería un novelón, de esos gordos de más de quinientas páginas y pasta dura que si se te caen en un pie lo menos que te provocan es un esguince o una rotura del escafoides y una falange del dedo gordo del pie. Yo cuando me pongo, me tiro de cabeza. Estaba dispuesto a darlo todo hasta convertirme a cualquier precio en el próximo premio Planeta. O en su defecto, el Cervantes. Bueno, ya puestos, el Nobel de literatura, y así de paso conozco Oslo y me acerco a ver El Grito de Munch.

A lo que iba. Que no tenía ni idea de por dónde empezar. Aparte de la redacción que nos pedía la “seño” en la escuela todos los años al volver del verano, y mucho chat con los colegas, la mayoría de las veces encontrándome yo en un estado bastante lamentable, mi producción literaria y mi experiencia en el sector de las letras eran más bien escasas, tirando a ninguna. Así que me pertreché de todo el equipamiento necesario: libretas, bolis (normales y de los de cuatro colores), lápices del número 2, gomas de nata Milan, sacapuntas varios, un flexo y mucha, muchísima paciencia, en cantidades industriales. Además, me compré una botellita para no descuidar el tema de la hidratación, que eso dicen que es parecido a una fuente a la que acuden a beber las musas, como cervatillos en el bosque. Quería una botella que dijera “Soy el mejor”, por la cosa de la automotivación, pero lo más parecido que encontré fue una cantimplora roja metálica del bazar de mi vecino Lu Chin con forma de extintor que decía: I’m a leader. ¿Líder yo? ¿Líder de qué? ¿A quien voy a engañar?

En fin, que una vez adquirido el continente, procedí a añadirle contenido. Primero pensé en lo habitual: agua. Luego me pareció más oportuno rellenarlo de algún brebaje más estimulante: ¿qué sé yo? Té, café, Red Bull… Pero no. Al final recurrí a algo más contundente, que las musas no son tontas: Whisky, del bueno, del de doce años ¡qué leches! Si uno decide ser escritor tiene que ir con toda la artillería. Un momento, que le doy un traguito antes de seguir…

Pues a lo que iba, que sin comerlo ni beberlo (bueno, beberlo sí), heme aquí, en mitad de un taller de escritura creativa, con la libreta abierta como un acordeón, llena de variedades sin sentido que me he puesto a escribir entre cabezada y cabezada: la lista de la compra, los temas que tengo pendientes para la semana que viene, un par de chistes que se me han ocurrido, muy malos, por cierto, algún dibujito… y todo eso casi borracho, que tiene su mérito. En la cantimplora ya no queda ni una gota. Todas las que había en su interior se han ido trasvasando poco a poco al mío y ahora se encuentran nadando en mi estómago y deslizándose por los toboganes de mis venas. Mi cuerpo se ha convertido en un parque de atracciones para las musas. Pero ni “musas”, ni pocas. A pesar de todo, lo cierto es que la inspiración no termina de llegar.

Mientras tanto, abajo a lo lejos, observo junto a la pizarra a una tipa pequeña y medio difuminada que no para de hablar de metáforas, de sinécdoques, hiperbatones y otros insultos similares, de aliteraciones (que eso debe ser lo que hacen las mariposas cuando menean las alas) y de no sé qué cosa omnisciente que hay que escribir in media res y que tengo que mostrar en vez de demostrar o algo así. Incluso puede que sea al revés, yo qué sé. La cantimplora, que me tiene la cabeza loca.

Estoy empezando a pensar que esto de los talleres de escritura no son para mí. Creo que lo próximo va a ser la repostería. O mejor los cócteles. Y, mientras tanto, por Facebook me envían una foto pidiéndome que escriba un reto. Un sábado. Como si no tuviera yo bastante calvario ya con esto.

JUAN PEÑA

Cuando, Dios mediante, superé la última prueba de la carrera de Filosofía y Letras, un profesor nos dijo: «Ahora, os pensáis que no sabéis nada, pero cuando salgáis ahí fuera ―se refería sin duda al mundo exterior, a la dura realidad―, os daréis cuenta de que sabéis más de lo que pensáis».

Esa predicción fue todo un alivio, porque era cierto que creía que no sabía nada, aunque pronto se convirtió en una decepción, pues comprobé que mis sensaciones, y no las del profesor, eran las acertadas.

Lo primero que descubrí es que todo el bagaje acumulado de latín y griego no me servía para nada y decidí λησμονήστε το, con bastante fortuna.

Sufrí, ciertamente, un desengaño, ya que todo el dinero invertido en alcohol y drogas para exaltar la lucidez de la mente y discutir y/o dirimir los diferentes sistemas filosóficos en terrazas, bares, pubs, antros y after hours ―en ese orden―, no me había servido para nada.

Tampoco sirvieron las exploraciones rectales, en busca de psicofármacos o, tal vez, cálculos renales, a las que los agentes de la autoridad, el orden público y la paz social ―en cualquier orden―, a menudo me sometían.

Ni los encuentros y desencuentros desafortunados y, a la par, divertidos, con esas mismas autoridades, que siempre acababan de madrugada y bajo arresto.

Observé, de primera mano, que la filosofía medieval, con sus disputatios siempre revoloteando sobre el mismo y cansino tema de Dios y adláteres, no cundía para trabajar en el Women´s Secret, aunque sería injusto achacarle toda la culpa, quizá, dudo ahora con perspectiva, mi condición de varón y mi currículum ―en el que hacía hincapié en el conocimiento de lenguas muertas―, tampoco ayudaron.

Me di cuenta, que los sistemas de la filosofía moderna, extremadamente ambiciosos, no me abrían puertas y cavilaba si una negativa absoluta era un ejemplo del Selbstbestimmung de la dialéctica hegeliana o una expresión del libre juego de facultades kantiano.

Sea como fuere, seguí adelante, pedí limosna y dormí en una sucursal bancaria, hasta que la cerraron, con buen tino y mucha humanidad, por las noches. Me quedé a la intemperie, igual que Nietzsche y busqué un barril abandonado para dormir en él, como hiciera antes que yo, y por voluntad auto infringida, Diógenes de Sinope.

Pero como no hay muchos barriles abandonados, me conformé con otro banco, en este caso, uno de Plaza Cataluña, del que me echó la autoridad competente, junto a todos los que acamparon el 15M, cuando pensó que la broma ya no hacía gracia y pasaba de castaño a oscuro.

Me fui al Carmelo, porque está más cerca del cielo y allí la policía aparece muy de vez en cuando. Subido a uno de los búnkeres construidos durante la guerra Civil, me entretenía contemplando las estrellas, bebiendo latas de cerveza y comiendo bocadillos que los turistas tiraban a medias.

Descubrí, para mi sorpresa, que el profesor de la Facultad tenía razón, sabía más de lo que imaginaba, pues acabé acariciando, por mi cuenta y riesgo, el pensamiento más profundo e imbricado de la Filosofía Occidental: «Solo sé, que no sé nada», y conseguí pasar la prueba.

ANGY DEL TORO

La Moraleja de Elías: Vivir con Propósito”

En un mundo donde el tiempo se deslizaba como arena entre los dedos, un anciano llamado Elías enfrentaba su más trascendental prueba. Las arrugas en su rostro contaban historias de risas, lágrimas y amores perdidos. Pero ahora, en su octava década, se encontraba ante una encrucijada.

Elías, con su cabello plateado y ojos llenos de sabiduría, se sentó junto a un roble centenario. El día había sido largo y el sol ya sombreaba el horizonte de un tono entre dorado y rosado. Mientras que el anciano recordaba las palabras del poema: “El día es hoy y no mañana” se preguntaba: ¿Qué había significado eso en el contexto de su vida? ¿Cómo podía aplicarlo a sus propias pruebas y tribulaciones?

Al reflexionar sobre la vida, su pensamiento giraba en torno a la secuencia Fibonacci, cómo cada número llevaba al siguiente. Su vida también se había comportado de esa manera: una serie de momentos entrelazados, cada cual con un propósito.

La escalada de la montaña, le había enseñado sobre la perseverancia. Cada paso era un desafío, pero al mirar hacia atrás, veía cuánto había avanzado. La vida requería valentía para enfrentar las pendientes empinadas y la determinación para seguir adelante. Desde el silencio de su corazón, la vida le había mostrado que la verdadera comunicación trascendía las palabras. Que no importaba si se era joven o anciano; lo que interesaba era la conexión con lo divino y con los demás.

Y así, Elías llegaba a su propia moraleja: “La vida es una sucesión de pruebas y oportunidades. No esperes a mañana para enfrentarlas. Hoy es el día para demostrar cuánto vales, para evolucionar y crecer. No temas al envejecimiento, se decía a si mismo; más bien, abraza la equidad y la diversidad que cada etapa de la vida te ofrece. Pasar la prueba significa vivir con pasión, aprender de cada experiencia y seguir adelante con gratitud y humildad”.

El anciano sonrió mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo nocturno. Había pasado su prueba, y ahora compartía su sabiduría con aquellos que lo escuchaban.

MARÍA GALERNA

El que prueba…

Iba a ser mi primera vez. Hacia tiempo que sabía -aunque no sé si estaba preparado- que este día llegaría.

Algunos de mis amigos me animaron a probar. Realmente me sorprendió la cantidad de ellos que habían sucumbido, y lo peor, que habían repetido varias veces.

Me hablaron del sitio. Nada que ver con los que estábamos acostumbrados a ir. Eso sí, sólo tenían elogios para las chicas. Que si que guapas, que si que profesionales…

¡Uhm! Despertaron mi curiosidad. Y allí me planté.

Todo eran nervios hasta que la vi avanzar por el pasillo. Irradiaba confianza -supongo que a causa de una larga práctica-. Caminaba sin prisa, dando esa impresión de dominarlo todo. Tuve que entrelazar mis manos para que dejaran de «revolotear» y aparentar algo más de aplomo.

Vano intento. Pero me sonrió comprensiva.

—Veo que es su primera vez.

Su voz sonó cálida, casi me pareció sensual, aunque a esas alturas ya ni sabía dónde estaba yo.

—Sí —balbuceé.

—No esté nervioso. Quítese los pantalones. Verá que somos muy, muy…Lo disfrutará.

Y en sus ojos apareció una sonrisilla picarona mientras me guiñaba un ojo. O eso me pareció.

No muy convencido acaté las órdenes. Ella se balanceó hasta mí y dijo:

—Póngase cómodo, el doctor Marcus vendrá enseguida para su tacto rectal.

IRENE ADLER

LA CIUDAD DE LA NIEBLA

Llegó a Ulm— la ciudad de la niebla— desde Praga— la ciudad de la alquimia y de la magia— para abrir una modesta consulta en el barrio de los pescadores.

Decía que la inefable belleza del Danubio mantenía a raya a la bilis negra que produce la melancolía, y que sólo con mirar el río sentía que los humores de su cuerpo se equilibraban. Nadie lo oyó nunca llamarse a sí mismo médico, aunque tenía muchos libros en su casa y practicaba la diagnosis con eficacia y acierto.

Requerían sus servicios, con frecuencia, los burgueses adinerados de Ulm, a cuyas casas acudía pertrechado con un matraz de vidrio blanco y la determinación escasamente piadosa del hombre que conoce lo irreversible del destino. Mientras él vertía con método y cuidado la orina del enfermo en la matula, todos contenían el aliento, deseando que pasara con buena fortuna la prueba diagnóstica.

Era un proceso delicado, teatral, definitivo.

Primero observaba al trasluz el color. Sí acaso era un día excesivamente frío del invierno, entonces ordenaba con mucha antelación a algún criado calentar agua. La orina se cristalizaba pronto cuando la temperatura era baja y el resultado podía ser entonces fraudulento, engañoso, funestamente erróneo. La orina debía estudiarse en su estado líquido y caliente, tal y cómo surgía del interior del cuerpo.

Después de una observación prolongada— junto a una ventana casi siempre o al amor de buenas bujías— él acercaba la nariz aguileña y prominente a la boca del matraz. Agitaba en círculos el recipiente hasta que la orina creaba un remolino que concentraba los residuos desechados del cuerpo por malignos. Y en ése punto, los parientes y los deudos; el enfermo y los criados, rozaban el éxtasis de la hipnosis contemplando el vórtice amarillo dentro del panzudo vidrio blanco como si fuera un prodigio sobrenatural. De su consiguiente reposo dependían el futuro de la casa, la herencia, la vida, la prosperidad y la muerte.

Cuando volvían la quietud y la calma, él introducía el meñique hasta la uña dentro de la redoma consagrada como un cáliz y lo extraía, húmedo, para dejar caer apenas una gota sobre la piel de la lengua. Cerraba los ojos. Calibraba la acidez o la dulzura de la orina. Emitía un suspiro que era como una sentencia y hacía las dos únicas cosas que podía hacer: dejar sobre una mesa el matraz y asentir con la cabeza; o soltarlo como si el vidrio estuviera ardiendo y quemara y verlo estrellarse contra el suelo ante la pavorosa expresión del enfermo, los parientes y los deudos.

Sí el matraz de alquimista sobrevivía a la micción y los sentidos del médico, entonces el paciente había pasado la prueba con éxito. Si el matraz se quebraba y la orina acababa sobre las baldosas del suelo, entonces el paciente no tenía ya salvación aquí en la tierra. Y era ministerio del médico darle tiempo de poner en orden sus asuntos con Dios y con la Hacienda.

En patios o zaguanes zanjaba después el médico otros asuntos. El heredero natural pagaba los honorarios debidos, que solían ser altos si la circunstancia requerida era el susto de una muerte anunciada.

Algunos se morían solos, por cumplidores. Pero la mayoría recibían ayuda del pariente más beneficiado y de una almohada o una manta o un veneno o una soga. Después venían el cura y el enterrador, el llanto de las plañideras, los velatorios y el reparto de la herencia.

Y aquí paz… y después gloria

EFRAÍN DÍAZ

Las antiguas sociedades practicaban entre sus hombres ritos iniciáticos o ritos de paso. Esos rituales estaban diseñados para someter a los niños a duras pruebas que, una vez superadas, se les consideraban adultos hábiles, hombres.

Excepto por ciertas tribus de África y de la amazonía suramericana, esta costumbre se ha perdido. Lo que antaño era considerado un noble rito, la sociedad contemporánea lo ve como una barbarie.

Hoy, a mi modo y manera les contaré la historia de Ezio, un niño espartano cuyo rito iniciático duró trece años.

Ezio, como todo niño espartano, fue arrancado del seno materno a la tierna edad de siete años. Entre gritos y llantos, su madre no tuvo mas remedio que dejarlo ir. No solo era la costumbre. Era la ley. Esparta criaba ciudadanos soldados para la defensa del estado.

En la agogé, Ezio no solo aprendió a leer y a escribir. También aprendió historia, oratoria, poesía y el complicado arte de la guerra.

El régimen era severo, inhumano. El ejercicio físico era agotador. Hasta la extenuación total.

Por trece largos años Ezio aprendió a usar la espada, la lanza y el escudo con la pericia de un experto. También aprendió lucha y a pelear cuerpo a cuerpo.

Los alimentaban con el mínimo necesario, para que aprendieran a robar. Quien fuera sorprendido robando, era castigado severamente, no por el robo en sí, que era alentado, sino por la torpeza de dejarse atrapar.

Ezio creció fuerte y robusto. Su físico era imponente y su inteligencia, aguda. Pero sobre todo, destacó por su coraje y valentía.

A la edad de veinte años vino la prueba final. Ezio tuvo que partir al bosque, semi desnudo, sin alimentos y sin armas. No podía regresar hasta que cazara un animal con sus propias manos.

El consejo de ancianos y su tutor lo acompañaron hasta los lindes del bosque, donde luego de un abrazo, lo dejaron partir. Lo vieron perderse en la espesura de la foresta. En un gesto de valentía y desafío, Ezio no miró hacia atrás.

El consejo de ancianos y el tutor acamparían en ese lugar hasta que Ezio regresara.

Alimentándose de los frutos silvestres que encontraba en su camino, Ezio buscaba su presa.

Tomó una rama de un árbol lo suficientemente gruesa y con dos piedras le sacó un letal filo, construyendo una buena lanza.

Al tercer día de caminar por el bosque, Ezio encontró una enorme loba recién parida. La loba lo miró fijamente. De igual manera la miró Ezio. La loba estaba dispuesta a darle muerte a Ezio y con su carne alimentar a sus tres lobeznos. Ezio encontró la presa que lo convertiría en un ciudadano de Esparta.

Con tiento y la lanza en mano, Ezio se acercó a la loba, que se levantó y adoptó posición de ataque, gruñiendo y mostrando sus afilados colmillos.

La loba se lanzó con fiereza. El corazón de Ezio latía con celeridad. Era su primera prueba real y sabía muy bien que un error sería fatal.

Ezio tiró un lanzaso que no atinó. La loba, hábil y esquiva, alcanzó a Ezio, mordiéndolo en una pierna. Al sentir los colmillos clavarse en su piel, Ezio experimentó por primera vez el dolor que podía causar un descuido. Sin embargo, poniendo en práctica todo lo aprendido, Ezio no desesperó. Tomó la lanza nuevamente y la clavó en el lomo de la loba. La loba, enfurecida por el estacazo, no cedió. Ezio sacó la lanza y la clavó tres veces más, hasta que herida de muerte, la loba lo soltó y se apartó para morir.

Ya teniendo su presa de caza, Ezio identificó varias hierbas curativas. Su pierna sangraba profusamente. Paró la hemorragia como pudo y aplicó plantas medicinales para prevenir una infección.

Esa noche hizo fuego y se alimentó de su presa. También le dio a los cachorros.

La mañana siguiente, Ezio comenzó su regreso al punto de partida con lo que quedaba de la loba, sus tres cachorros y una notable cojera.

Al verlo emerger victorioso, el grupo de ancianos y el tutor aplaudieron.

Ezio había pasado la prueba. Había culminado exitosamente su rito iniciático. Ezio se había convertido en un ciudadano de Esparta. Ezio se había convertido en un hombre.

FRAN KMIL

—Debes pasar la prueba —dijo el oficial a cargo del departamento —es obligatoria. Todos la pasamos.

Apenas unas horas antes había solicitado unirse al grupo aunque realmente lo andaba buscando desde meses atrás, después de conocer a Lucia en el casual encuentro de aquella mañana de abril. El estaba sentado a la pequeña mesa, en la parte exterior de la cafetería, tomándose un café express y la hermosa joven le pidió permiso para sentarse junto a él. Al mirarla a los ojos, sintió la química que los unía. Ella fue guiando la conversación que había comenzado con un piropo a sus lindos ojos, hasta llegar a las máquinas y la existencia de un pequeño grupo de lucha en crecimiento, que se autollamaban los hijos de Adam.

—¿A qué se dedican? —preguntó solo para seguir oyendo la suave y cadenciosa voz de la joven.

—A luchar para recuperar el poder que las máquinas nos han quitado —Ella tenía un acento extranjero indefinido que sonaba agradable.

—¿Qué máquinas?

En realidad no estaba interesado en el tema, solo quería que no se fuera. No importaba si le hablaba sobre la conspiración mundial y la agenda 5030 que todos los siglos cambiaba de años o de extraterrestre que los espiaban y no se atrevían a dar la cara al público o le diera una disertación sobre los mosquitos y sus diversas formas de picar.

—Las que nos gobiernan.

Le sorprendió la determinación con la cual había pronunciado la frase.

—Han llegado a tal perfección que ni ellas mismas notan la diferencia. —Le informó —Tú pudieras ser una de ellas. —y le miró directamente a los ojos, atenta a su reacción.

—Tú también.

El tono de la voz y la sonrisa en los labios, le pareció a ella una burla. Con enfado, se puso de pie para marcharse, pero él la tomó por el brazo.

—Disculpe. No fue muy intención.

Ese día aprendió que si quería retenerla a su lado, no debía contradecirle en lo referente a sus ideas sobre las máquinas y el plan para aniquilar a la humanidad.

Asi contactó con el grupo.

—No tiene sentido. Yo sé que soy humano —objetó.

—Todos decimos lo mismo. La prueba es la que habla —El oficial habló con tono autoritario y le dio un ligero empujón hacia el equipo de prueba.

—Por curiosidad, por simple curiosidad. ¿Y Lucía?

—Lucia qué.

—¿Si es humana?

No supo por qué le vino la idea ni por qué se atrevió a decirla.

Fue una inspiración.

—Una máquina —respondió el oficial con naturalidad.

—¿Qué?

—Que Lucia es una máquina.

Sin más objeción, caminó hacia la prueba.

EDUARDO VALENZUELA

El doctor Nikolaev debía comunicarle a Andrey la horrible noticia, pero ¿Cómo decirle a un hombre que su vida ya no le pertenece? ¿Que ya nada volverá a ser normal? Esas preguntas se hacía el doctor Sergey Nikolaev el día que el “Kuznechik” no pasó la prueba.

Desde muy temprano la base de lanzamiento parecía un verdadero hormiguero con personal corriendo de un lado para otro. El despegue de la nave “Kuznechik”, programado para las 10:00 de la mañana, había sido abortado en el último segundo. Se trataba de la prueba efectiva del primer vehículo basado en el principio de plegado del espacio-tiempo. El único tripulante humano, el cosmonauta Andrey Vasilev, siguiendo los rigurosos procedimientos había accionado el acelerador vectorial en cuanto el campo artificial alcanzó el punto de curvatura negativa. Sin embargo, el sistema automático de navegación abortó los comandos al detectar una inconsistencia numérica. La misión fue suspendida hasta nuevo aviso.

Andrey Vasilev aguardaba las nuevas instrucciones sentado en la sala de descanso cuando apareció el doctor Nikolaev para hablar con él. El doctor venía acompañado de Larisa Ivanov, la reconocida psicóloga especialista en casos de transtornos paranoicos en cosmonautas.

―¿Qué tal doctor? ―dijo Andrey, sonriendo, al verlo entrar― ¿Ya tenemos nueva hora para continuar el lanzamiento de prueba? ―entonces reparó en que también entró Larisa y se puso de pie.

―No. Aún no hay horario. Las supercomputadoras todavía se encuentran analizando los datos que llevaron a que la prueba fuera abortada ―Se hizo a un lado para señalar a la psicóloga―. Andrey, te presento a la doctora Larisa Ivanov.

Andrey saludó a la doctora con formalidad. Aunque ambos doctores vestían batas blancas, Larisa era sin duda mucho más joven y atractiva que Nikolaev.

―Andrey, la doctora y yo queremos saber cómo se siente usted.

―Bueno, como usted sabrá ya pasé a enfermería por el examen médico, mis signos son normales. Supongo que estoy saludable.

―Nos interesa su estado anímico ―dijo Nikolaev― ¿Ha sentido algo extraño?

Andrey observó a los doctores con sospecha. ¿A qué venían esas preguntas?

―Me siento bien. Quizás un poco nervioso por la espera…

―¿Qué fue lo último que recuerda del momento en que el sistema abortó el despegue? ―preguntó Larisa, acomodándose sus grandes gafas redondas de marco oscuro.

El tripulante se sintió aún más intrigado por las preguntas. Ahora sí que se estaba poniendo verdaderamente nervioso, pero se limitó a responder con rigurosidad.

―En cuanto el sistema dio aviso, solté los controles y me quedé aguardando instrucciones. Luego, un minuto después, me indicaron que abandonara la cabina. Solté el cinturón, me incorporé, caminé hasta la escotilla, que ya estaba abierta y salí hacia el pasillo…

―Durante ese tiempo ¿no vio o sintió algo extraño? ―preguntó Nikolaev, tratando de leer algo entre líneas.

―No, nada extraño… ¿Qué ocurre doctor? ¿A qué vienen esas preguntas?

El doctor Nikolaev cruzó una mirada cómplice con Larisa, luego frunció el ceño, se notaba preocupado, juntó las palmas de las manos como si fuera a recitar una plegaria y finalmente fijó sus ojos en el cosmonauta para decirle:

―Escuche, Andrey. Nos enfrentamos a una situación muy inesperada… En cuanto usted salió del “Kuznechik” rumbo a la enfermería, el personal técnico entró a la cabina para recoger los datos de evento y lo encontraron a usted inconciente, sentado frente a los controles de la nave…

―¡Pero eso es imposible, le digo que entré a enfermería! Puede confirmarlo revisando la grabación.

―No me ha entendido, Andrey. Lo que ocurrió es que encontramos a “otro” Andrey Vasilev inconciente…

―¿Qué quiere decir con “otro”, doctor?

―A que en este preciso momento en la sala contigua se encuentra un duplicado suyo que dice ser Andrey Vasilev. Él despertó de su inconciencia un minuto después que lo encontramos y dice que lo último que recuerda fue cuando el sistema dio aviso de abortar.

Los ojos del cosmonauta, sin poder dar crédito a las palabras de Nikolaev, saltaban entre ambos doctores, como esperando que le dijeran que todo era una broma.

―¡¿Pero qué dice, doctor?!

―Por favor cálmese, Andrey ―intervino Larisa, apoyando su mano en el hombro del confundido tripulante.

―Escuche, Andrey ―dijo Nikolaev―. Creemos que durante la aceleración vectorial se produjo una alteración cuántica que generó una versión alternativa de su espacio tiempo y el resultado es que tenemos dos versiones de usted coexistiendo en esta realidad.

Las pupilas de Andrey se dilataron. Sintió que, de alguna forma, algo en él se había dañado. Bajó la cabeza para frotarse la cara con la mano diestra y preguntó:

―¿Qué harán con él?

―Hablaremos con él para contarle esto mismo ―dijo el doctor.

―¡¿Qué?! ¿Lo dejarán con vida?

―Aunque “técnicamente” usted es “el original”, lo cierto es que ambos son Andrey Vasilev y tienen los mismos derechos. No podemos “deshacernos” de ninguno ―acotó Larisa―. Es un ser humano igual que usted. De hecho ES USTED un par de minutos más joven.

―¡¿Y me puede decir a cuál de los dos debe recibir mi esposa en casa, doctora?! ―Los ojos de Andrey brillaban de desesperación―. ¿Sabe usted que tengo una mujer y un hijo qué esperan por mí? ¿Y qué les diré a mis padres? ¿Qué desde ahora tendrán dos hijos?

Larisa volvió a acomodarse las gafas y contestó usando un tono de voz empático y comprensivo.

―Entendemos su situación, Andrey, pero trabajaremos juntos para encontrar la forma de lidiar con esto.

―¿Juntos? ¿Qué quiere decir con “juntos”?

Minutos más tarde, después que Nikolaev y Larisa hablarón con el segundo Andrey, decidieron que era hora de que ambos se conocieran.

―Andrey, pase por favor ―dijo Nikolaev invitándolo con nerviosismo― … Le presento a su “otro yo”.

En cuanto los dos “Andrey” se vieron, sus pupilas se dilataron; era una experiencia cuando menos escalofriante.

―No se qué decir ―dijo “Andrey 1”.

―Ni yo ―respondió “Andrey 2”.

―Esto es… demasiado bizarro.

―Horrible, diría yo.

En ese momento sonó el intercomunicador del doctor Nikolaev.

―Doctor ―dijo la voz en el aparato―, Liza Petroff, la esposa de Andrey Vasilev viene con su pequeño hijo. Pregunta si puede entrar al centro de lanzamiento para ver a su marido.

―¡¡No!! ―gritaron los dos Andrey casi al mismo tiempo.

―Andrey ―intervino Larisa―. Tarde o temprano deberá hablar con ella. Estoy segura que comprenderá…

―¿Y volverla loca? ―dijo “Andrey 2”― ¿Por qué darle la carga de tener dos esposos? ¿Por qué confundir a Georgiy con dos padres? Es sólo un niño ¡No es justo para ellos!

―¡Yo no compartiré mi familia con nadie! ―agregó “Andrey 1”.

―Escuche ―insistió la doctora―. Sé que parece difícil, pero es una situación que se puede trabajar…

―¡Ya la quisiera ver en mis zapatos, doctora!

―Lo entiendo, Andrey. Pero confíe en nosotros, déjenos ayudarlo…

De pronto se activaron las alarmas del centro de lanzamiento. Una voz artificial anunciaba: «ALERTA DE SEGURIDAD – ALERTA DE SEGURIDAD – PERSONAL SOSPECHOSO HA INVADIDO EL EDIFICIO – PERSONAL SOSPECHOSO HA INVADIDO EL EDIFICIO».

―¡¿Qué está ocurriendo?! ―preguntó Larisa mirando en todas direcciones.

La puerta se abrió y a la habitación entró un duplicado de la doctora Larisa Ivanov. Lanzó un chillido de asombro y quedó pálida al verse a si misma.

El doctor Nikolaev salió de la habitación rumbo a la sala de comando con una atemorizante sospecha. Las alarmas no paraban de sonar y la base de lanzamiento parecía un verdadero hormiguero con personal corriendo de un lado para otro. Nikolaev estaba seguro de que se encontraría con su duplicado en cualquier momento, lo intuía. Y no se equivocaba, porque para cada miembro del personal fue apareciendo un doble. Lo mismo ocurrió luego con las localidades cercanas y la región completa. Lenta, pero inexorablemente todo ser vivo del planeta tendría un doble. Era una onda expansiva de la alteración cuántica que se provocó el día que el “Kuznechik” no pasó la prueba.

HAROLD LIMA

En el monte de las brujas.

Los pies le pesaban y las sandalias le parecieron solo delgadas hojas de papel de . El camino hacia la montaña calva le pareció más largo y empinado al ver a otras muchas candidatas resbalar de las empinadas paredes y caer al vacío que comunicaba con los bio digestores «de ahí no hay regreso» pensó para si, mientras se ajustaba la gastada túnica blanca. «Todos en mi pueblo esperan que apruebe y les de honor» se dijo murmurando. Otra muchacha con algo más de experiencia y una pierna más pequeña que la otra la tomo de la mano.

—Quédate quieta, que las otras suban. Tu solo espera. —Le dijo— y en su sonrisa amistosa se podía ver que le faltaban algunos dientes.

Se dice solo lo mejor de cada pueblo va a hacer la prueba de bruja, las más listas, bellas y fuertes. Ella no parecía nada de eso. Pero, al ojo educado era claramente una bruja, entre sus arapos se dejaba ver los tatuajes que la señalaban como educada en las ciencias y el culto a los dioses.

María se decidió a escuchar a esta mujer insignificante y dejar que las oleadas de muchachas le adelantarán en escalar. Esos tatuajes eran los que su madre llevaba, pequeñas figuras geométricas que dibujaban flores en el cuello de una iniciada.

La jovencita se guardo las preguntas, mientras esperaba observo el basto mundo a sus pies. El cilindro enorme y los soles en su medio suspendidos por las columnas de mármol. Ya lo había visto en los libros de su madre y en la biblioteca de sala de mando. Mas, las dimensiones le parecieron enormes e inconfesables. A lo lejos vio su aldea muy cerca a los propulsores, las verdes llanuras y los lagos le transmitieron la frescura del ciclo de verano; pensó en regresar e inventar una historia donde fallo el examen y vivía tranquila casándose con algún criador de hongos pobre o con el panadero del pueblo; seguramente sus conocimientos de farmacéutica herbal le permitian pagar su propia dote y unirse como igual a alguna familia o gremio de comerciantes. Sin embargo, se negó a pensar en eso y miró con molestia a la mujer que la detuvo.

—¿Que se supone que haga? —Pregunto, sin esperar respuesta—

—Si eres lista como ella, solo espera. —Dijo la mujer menuda, arrastrando su pierna. —Yo conocí a tu mamá, eres igualita a ella. Ella me dijo que esperara también y ya vez no le hice caso. Al menos solo me rompí una y pude seguir con la siguiente prueba. Tu tendrás la suerte de pasar caminando a dar el examen final.

El silencio se sembró entre ambas a la vez que las jóvenes caían y se despedazaban en el suelo o contra el abismo que las tragaba entre sus engranajes.

—Es tiempo. —Dijo la invalida—

Un estruendo sacudió el mundo y las pequeñas rocas empezaron a flotar, luego Maria sintió el cuerpo ligero, como si estuviera en un estanque. Era momento de volar y alcanzar la cima. La mujer se dio impulso con su pierna buena y llevó a María flotando.

Algunas otras candidatas que caían se salvaron y dieron gracias a los dioses. Pocas se pudieron impulsar a la cima que ahora parecía estar abajo, arriba y en todos lados gracias al paro total de los mecanismos de rotación centrifuga de la enorme nave arca.

La mujer, se despojo de las ropas raidas y obligó la otra a hacerlo también. La prueba final requería que los dioses las examinarán y aprobaran para llevar a sus niños dentro.

Se vio rodeada de enormes arañas con túnicas que levantaban aguijones hacia ella, sintió un piquete en el vientre y callo dormida.

La mañana siguiente dormía desnuda en lo salto de la cima, las piedras ya no flotaban y se sintió extraña a la par que algo se movía y abría pasó entre sus entrañas.

Alguna grito de horror cuando pequeñas larvas se abrían paso en la piel. Las diminutas alas se secaron casi al instante y alzaron vuelo hacia el largo sol en medio del mundo.

María sabía que las brujas existen para reparar lo que se descompone del mundo, ellas aprenden en el día del examen lo que tomaría años de leer libros. Todas son bendecidas con la sabiduría de los dioses, unas marcas en el vientre que curan rápido luego de la salida de los hijos de los dioses son poco pago. Mamá decía que: » los dioses un día llegaron al mundo de nuestras abuelas y nos salvaron de morir, desde eso vivimos en este mundo que ellos crearon para nosotros. Los exámenes se hacen para que solo las más listas y bellas puedan dar hijos listos y bellos a los dioses»

—Mamá hoy pase la prueba, soy una bruja y me tatuaran flores en el cuello.

Algo se mueve y abre paso dolorosamente en el vientre de Maria. Las larvas de hatuuajjjas, una especie espacial parásita desgarrara a su hospedería temporal, un homo sapiens de la ya desaparecida tierra.

LUISA MARGARITA

«LA CAVERNA OJEROSA»

Y dicen que lo que yo digo no puede ser ; pero lo juro, fue así y la primera sorprendida fui yo, es más , el miedo se subió encima de mi y no se separó por nada de este mundo

Por más que me lo sacudí y es que un chivorico es un ser muy raro, es feo y travieso y cuando se cuela en algún pueblo lo vira al revés y su olor no nos deja vivir en paz.

Aquel día yo tenía que ir a la Caverna Ojerosa y no podía ni chistar, no iría sola, claro está, conmigo iban el buen Toribio y el especialista en chivoricos. Él debía pasar la prueba de encontrar al susodicho y comprobar, si en verdad, se había robado la producción de pan de la única panadería con vergüenza del pueblo. Lo que era una crueldad mayúscula porque es sabido que los chivoricos sólo se alimentan de los ojos de los pescados, así, pues, el robo era una burla a todos y algo que había que reparar de inmediato.

Ese día había sido una pesadilla para la gente al tener que renunciar a sus costumbres de los panes calentitos en el desayuno.

Al rayar el mediodía salimos para la Caverna Ojerosa, seguros de que lo atraparíamos asando maíz, es decir, con el cuerpo del delito en sus manos de siete dedos porque durante los mediodias

los chivoricos huian del sol como de una maldición.

Avanzamos despacio y sigilosos para no despertar sospechas sobre nuestros planes. La cuesta era empinada y el calor nos ensopaba sin remedio. Llegamos al filo de las dos de la tarde a las inmediaciones y el especialista en chivoricos nos comunicó qué sentía el poderoso olor característico de alguien que se atiborra mañana tarde y noche de ojos de pescados que si están putrefactos son, mucho más apetitosos.

Yo me arrastré como pude hacía la boca de la Caverna siguiendo al buen Toribio y éste al especialista que dirigía la comitiva.

Poco a poco y silenciosos nos adentramos en el lugar y con una linterna potente lo iluminamos.

En efecto allí estaba el chivorico durmiendo ,como un bendito, sobre una cómoda cama hecha con el delicioso pan de los indignados pobladores!

JOSÉ LUIS USÓN

EL SALVAJE

Joaquín arrastraba los pies que hacían emerger de la tierra seca, pequeñas volutas de polvo que se desvanecían al momento. La estación de las lluvias apenas era un tibio recuerdo, y los días de hiriente calor se sucedían en esa zona esteparia del noreste del país. Tampoco la primavera había sido muy lluviosa. Cada año llovía menos. Todos podían escuchar en boca de los más ancianos, que, en su juventud, los días de lluvia se repetían y las cosechas eran abundantes, llenando los graneros y los bolsillos de los pequeños campesinos que, con tenacidad, se agarraban a esa tierra infértil, ingrata. Desde hace años, las agostadas, vaciaban los pueblos y llenaban los cementerios. Las casas, huérfanas de morador, se abandonaban al salobre, la herrumbre y el voraz abrazo de la zarza.

Así pues, ascendía Joaquín por el serpenteante camino que transcurría a uno de los lados de la val de cenicero, paralelo a esta. Su suave pendiente hacía fácil y agradable la ascensión. Escuálidos penachos de romero o tomillo, emergían quejumbrosos y se disputaban con las ontinas el espacio a ambos lados del camino, dando al ambiente un aroma áspero, picante, propio de la estepa monegrina. De vez en cuando, se dejaban ver alguna sabina o algún pino mediterráneo en la ladera del monte, siempre allí donde la sombra pasaba más tiempo y la orografía permitía que la poca agua que caía, se acumulara. Algún buitre en busca de su pútrido alimento, rompía a veces con su vuelo circular abandonado a las corrientes, la soledad del viaje. El sol, que hacía ya un rato había empezado su tránsito por un cielo de un azul tan limpio, que parecía irreal, recalentaba con fuerza el fondo de la val. Esta se encontraba a resguardo del cierzo, —el viento del noroeste, que tan difíciles hacía los días de invierno— por lo que no se podía beneficiar del frescor que este procuraba. Bien es cierto, que en esos meses de estío era poco frecuente su presencia.

Le esperaba un largo trayecto, tan largo, que realmente no sabía hasta dónde había de llevarle, ni cuánto tiempo tardaría en recorrerlo. Podían ser días, semanas o meses, daba igual, porque lo que Joaquín había iniciado no era un viaje, era una huida.

*

Desde su infancia había cargado con el sobrenombre de el salvaje, pues salvaje era su abuelo y también su padre. En los pueblos de aquella zona, no se conocía a las personas por su nombre o su apellido, si no por el mote, que se asigna por algún rasgo del carácter o cualidad de la persona. Pero ese mote, que se arrastra de generación en generación, no tiene por qué definir certeramente a cada uno de sus portadores. El caso es que, a Joaquín, jamás lo había descrito, más bien resultaba un antónimo a su carácter. Ya de niño era una persona de gran sosiego, un dechado de paz y armonía, y poco había cambiado en aquel tiempo. Fue un niño enclenque, sarmentoso, en el que no abundaba la salud. En modo alguno pudo adaptarse nunca a las formas de diversión del resto de los compañeros de colegio, pues decir amigos sería un ejercicio de funambulismo, ya que, en los pequeños pueblos la amistad no se elige, es el azar quien te pone en el camino a las personas con las que habrás de compartir tu niñez y tu juventud. Estos, embrutecidos por pura influencia paterna, disfrutaban de la caza con carabina, la pesca, y por alguna extraña razón que Joaquín no acababa de entender, todo lo que tuviese que ver con infringir sufrimiento a algún ser viviente, ya fuesen lagartijas, ranas o cualquier otro, que para su desgracia se cruzase en su camino. Así pues, la infancia de Joaquín fue un duro periodo de inadaptación.

Su padre, al que el sobrenombre le encajaba como un guante, habría preferido que el muerto en el parto hubiese sido Joaquín en vez de Elisa, la madre. Así al menos hubiese tenido la oportunidad de engendrar otro varón, que le hubiese servido como herramienta para el campo, pues esa era su concepción de lo que debería ser un hijo. Se lo decía a cualquiera que quisiera oírlo, es más, tampoco le importaba que Joaquín estuviese presente. De que servía un hijo, si no era capaz de levantar un saco de grano, o de aguantar una jornada de siega bajo un sol de acero. Este desprecio, causaba en Joaquín, una absoluta sensación de desamparo, una desolación que hacía que poco a poco, ahondara más en su soledad. Sentía sobre sus hombros el aplastante peso de saber que había defraudado a su padre, de no haber superado la prueba como hijo.

Su inclinación a las artes y la literatura, no venía a mejorar la opinión que su padre tenía sobre él. De la mano —amparado por un absoluto secretismo, pues ambos se jugaban mucho— de Don Damián el párroco, que vio en él una inclinación y una cualidad irrefutable para la literatura, había conocido la poesía de Federico García Lorca o Miguel Hernández, demostrando una gran sensibilidad a la hora de recitar los poemas que había aprendido de memoria. Por alguna razón que Joaquín no podía comprender desde su todavía, inmaduro entendimiento, protegía Don Damián estos libros con un enorme celo, escondidos bajo una de las baldosas del salón, la cual había liberado de la argamasa que la sujetaba al piso, excavando posteriormente un hueco capaz de albergar tres o cuatro libros y colocando encima una pesada cómoda, como quien protege el tesoro más preciado.

¡Con eso no se come!, le decía su padre, siempre que Joaquín hacía algún intento de que este le subvencionase la formación en lengua y literatura, en la ciudad. Qué quieres, ser un titiritero, un chafateclas, un muerto de hambre. Aprende a manejar la azada que es lo que te espera. Y con esa extemporánea expresión, u otras similares, zanjaba siempre la discusión.

Escaso en palabras, pero hirientes todas ellas, el salvaje padre, era áspero, ejercía con brutalidad una autoridad paterna mal entendida, torcida probablemente por una herencia connatural, arrastrada de generaciones. Sus ojos, muy juntos y algo rasgados, su nariz ancha y su mentón cuadrado, colocado todo sobre una enorme cabeza soportada por un cuello ancho y muy corto, sumado a su corta estatura y sus músculos primitivos, le daban un aire brutal.

*

Abismado en sus pensamientos, Joaquín recorría un camino que conocía de memoria. Le faltaba todavía un buen trecho para llegar a Laguna del Marqués, una pequeña aldea con un nombre contradictorio, pues nadie sabía con certeza si algún día hubo allí una laguna, lo que sí es seguro, es que jamás un marqués había habitado entre sus muros. La aldea, que era una de las más pequeñas de la comarca y sin duda, la más seca……………..

MARÍA JOSÉ AMOR

Y NO PASÓ LA PRUEBA

En un pueblo de no sé qué lugar, había, tiempo ha, cuando no existía ni televisión y menos aún ordenadores o móviles, había dos personajes que pasaban el día haciendo apuestas sobre quién de ellos era “el mejor en”.

Y ese “en” podía ser desde quién de los dos era capaz de cortar más leña en una hora como de cuál era capaz de beber más vino sin caer borracho.

Y así pasaron años, de tal manera que el pueblo se unió a las apuestas, por lo cual esas actuaciones se trasladaron al sábado después de cenar.

Y un día, que uno había perdido por no cortar de un solo tajo la pata de una vaca, el rival no tuvo otra feliz idea que proponerle:

-A que no eres capaz de cortarme el cuello con un hacha de un solo golpe.

A lo que el rival aceptó sin dudar un momento.

Se reunieron, por supuesto en el bar del pueblo.

Aquel día el local estaba a rebosar de manera que, aunque era pleno invierno y fuera bastante caía agua nieve, en la estancia hacía tal calor que los espectadores hubieron de sacarse ropa hasta quedarse en mangas de camisa bien remangdadas.

Aquella noche las apuestas estaban por las nubes como puede imaginarse.

Y llegó el momento.

El ejecutor cogió el hacha más grande que encontró, comprobó que el filo estaba a punto mientras el contrario, apoyaba le cabeza en la mesa, que era, cómo no, de aquellas de mármol redondas y con el pie de hierro,

El árbitro, que en esta ocasión se avino a hacerlo ni más ni menos que el alcalde, dio la señal.

El ejecutor del acto levantó el hacha y

pero cuando iba dejarala caer sobre la cabeza del contrario, un enorme grito de ¡¡¡PAREN!!! seguido del Cabo de la Guardia Civil queien, avisado previamente por la presunta víctima, entró segidamente pitando con un silbato a la vez que seguía gritando:

-¡Paren!

Ante esta actuación y, cual si de una fotografía se tratase. todos quedaron quietos, como congelados.

El policía, seguido de un “número”, se acercaron al que tenía aún el hacha en alto y, bajándole los brazos, el cabo se la sacó, mientras su compañero le ponía las esposas.

Entonces él sin casi sin crrer lo que staba sucediendo preguntó:

-Pero ¿qué pasa?

-Que se le acusa de intención de asesinato con premeditación.

-¿Yo? ¡Pero si es una apuesta!

Mientras, el otro, levantando la cabeza de la mesa le decía:

-¡¡¡Has perdo!!!

IVONNE CORONADO LARDE

La última prueba

Los médicos del mundo entero trataban de ser los primeros en hacer funcionar un trasplante de corazón, de un animal a un humano o de un humano a otro humano.

El Dr. Alfred Heart, un hombre que nunca conoció la pobreza, inteligente, vanidoso, y con un atractivo tremendo para hombres y mujeres, formaba parte de ese grupo que se disputaría el Premio Nobel.

El Doctor Heart, tenía una buena reputación como cirujano y cardiólogo, y además suficiente fortuna para tener su propio laboratorio. Nadie podía entrar para ser testigo de lo que hacía en él, a la excepción de su asistente, Mark, que le profesaba una admiración y lealtad sin límites, un joven soltero, un poco desgarbado, cuya profesión había sido enfermero y lo había conocido en la sala de operaciones del hospital donde Alfred trabajara.

La esposa de Heart se hacia invisible a veces, para dejar trabajar a su esposo, a quien admiraba y amaba incondicionalmente. Para lograr sus avances en la ciencia, habían incluso optado por no tener hijos aún.

Heart contaba con donativos de ciertos pacientes millonarios que lo apoyaban en su búsqueda para desarrollar una manera eficaz de trasplantar con éxito un corazón en un ser humano.

Jacob Hope, joven y destacado actor, habiendo tenido noticias de la fama de Heart, se decidió a ponerse completamente en sus manos. Le habían pronosticado una muerte segura después de su segundo infarto. En la consulta Alfred le ofreció hacerle un trasplante, asegurándole que ya tenía un posible donador. Le explicó que necesitaba su discreción, pues no quería atraer la publicidad sobre él, por los inconvenientes que eso le causaría. Jacob le prometió ser discreto. Además, sabía que era su única esperanza. Su vida estaba amenazada de muerte en el lapso de un año.

Heart necesitaba pasar desapercibido. Sus experimentos involucraban cerdos, que luego morían en aras de la ciencia, como las pobres ratas de laboratorio. A Jacobo le había dicho que tenia un posible donador. En realidad, contaba con trasplantarle el corazón de un chimpancé.

El pobre animal había sido comprado por Heart en África, haciéndose pasar por un comprador de un zoológico. Con dinero en la mano se hace magia negra algunas veces.

Enjaulado desde su compra, el pobre animal quizás presentía su destino, y se mostraba melancólico y huraño.

El día del trasplante, Heart estaba convencido que todo saldría bien. El pobre Jacob, se encomendaba a todos los santos, sudaba frio, pero tenia muchos deseos de sobrevivir y se prometió ser valiente.

El día llegó. Después de abrirle el tórax a Jacob e introducirle el corazón del chimpancé, todas las precauciones para evitar la infección y el rechazo del órgano fueron puestas en marcha.

El xenotrasplante se había practicado ya con éxito entre especies genéticamente diferentes desde los años sesenta, incluyendo el de un corazón de chimpancé. El paciente había muerto en pocas horas.

Jacobo en su inconsciente, tenía un poco de lástima por la persona que muriendo le diera su vida, no sabía que era un animal, el que, forzado, le permitiría seguir vivo.

“Esta será la última prueba por pasar” -se decía dándose ánimos.

No se podía negar que el Doctor Heart era un cirujano excelente, pero había tomado un gran riesgo y sin verdaderamente poner al tanto a su paciente.

Mientras Jacobo comenzaba a despertar de la anestesia, su cuerpo entubado, conectado a un monitor, en África, el Dr. Christiaan Barnard ponía en un humano el corazón de otro humano, precisamente el 3 de diciembre de 1967. Su paciente murió de una neumonía a los pocos días de su operación, pero estaba plenamente consciente de los peligros que lo acechaban si todo fallaba. Louis Washkansky murió, a los dieciocho días de haber sido operado, de una neumonía. El Doctor Barnard, fue nominado para el Premio Nobel, pero no lo obtuvo.

El Doctor Heart tampoco. Jacobo murió más rápido que el paciente del Doctor Barnard.

Alfred Heart no quiso dar a conocer su fracaso. Como cosa curiosa, el trabajo intensivo y la presión de este, lo llevaron a morir de un infarto masivo en un frío día del mes de enero del año siguiente.

Lo que cabe señalar en ambos casos, es que se necesita paciencia, abnegación y coraje para hacer toda prueba que conduzca a la salvación de una vida, pero los verdaderos héroes son los que se someten a las experiencias, algunos de su propio albedrío, y otros a la fuerza.

Autora: Ivonne Coronado Lardé

Nota: Tuve un ataque cardiaco hace precisamente diez años, cumplidos el 29 de mayo de este año. No sé si tendría valor para sufrir una operación de este tipo. Perdí solo el 10% de capacidad. Tuve suerte.

ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ

Una odisea por amor

Cerró el ojo izquierdo para afinar puntería mientras la pupila derecha se expandía solemnemente. Alzó el codo, alineándolo paralelo al mentón. Inspiró profundamente y concentrado llenó el pecho, tensando la cuerda al máximo. Con firmeza, sujetaba la saeta entre el dedo índice y el corazón. Apretaba con fuerza la empuñadura, como había hecho en tantas ocasiones, aunque esta vez el objetivo era distinto. No se trataba de ningún troyano ni cualquier otro enemigo. Doce anillas perfectamente alineadas le separaban de su objetivo. Solo un único elemento escapaba a su control y podía hacer que aquella ejecución no fuese perfecta. Aquellos harapos eran necesarios para pasar desapercibido y no ser reconocido.

Templó el pulso y exhaló con decisión todo el aire, vaciando sus pulmones cual fuelle que busca avivar la lumbre. Liberó aquella flecha con la certeza de que la punta afilada se incrustaría en el olivo después de atravesar rauda los doce ojales. El agudo sonido que produjo aquella rama silbando mientras apuñalaba el viento le recordó la noche en que se infiltró en la ciudad gloriosa escondido en un vigoroso potro de madera; a su tripulación olvidando sus hogares tras alimentarse de los frutos del loto. La flecha continuaba indómita atravesando anillas, igual que lo hizo para ensartarse en el ojo de aquel cíclope que lo mantuvo cautivo en la cueva; en el engaño en que cayeron sus hombres, siendo convertidos en cerdos y por los cuales tuvo que permanecer un año junto a la hechicera Circe bajo la condición de ser liberados de aquella maldición; de cómo tuvo que viajar hasta el Hades y preguntar cómo regresar a Ítaca al profeta Tiresias. Con la saeta casi terminando su recorrido, miraba sus magulladas muñecas, de tanto apretar las sogas que lo ataban al mástil mientras surcaba un mar plagado de sirenas que persistentes cantaban almibaradas igual que aquella flecha, queriéndolo embrujar y hacerlo sucumbir; de los hombres perdidos huyendo de aquellas abominables bestias marinas, Escila y Caribdis; también perdió años, siete concretamente junto a Calipso, y cómo gracias a los dioses fue liberado de aquella maldición y pudo retomar su camino.

Penélope, ojiplática, descubría a su gran amor, Ulises, que revelaba su envejecido rostro acompañado del crujido que producía el vértice triangular de la flecha hincándose en la recia madera del olivo.

—¡Es padre!—gritó Telémaco. Un murmullo continuo se apoderó del salón. El resto de pretendientes empezó a abandonar la sala, incrédulos ante lo ocurrido. Ulises se arrodilló ante Penélope, envolviendo las manos de ella en las suyas y apoyó el rostro compungido sobre ellas.

—Sabía que solo tú serías capaz de conseguirlo—dijo Penélope con sus ojos llenos de lágrimas.

Ulises alzó el rostro en llanto. —Dime, mujer mía, ¿qué prueba es esta comparada con toda una odisea?

NILA J BOHORQUEZ

«Como el triste payaso»…

¡Reina la soledad en las calles

de grandes ciudades…

confundiéndose el verdor

entre árboles de concreto y asfalto;

muñecos de trapos ambulantes,

cual triste payaso sintiendo

la soledad por dentro, aunque

sonriendo por fuera …pero al final,

pasando la prueba del dolor

e indiferencia de la humanidad,

para continuar danzando en el

escenario de los grandes espectáculos entre luces y aplausos!

NALLELI CANDIANI

Me siento en un éxodo continuo, como en un exilio imperecedero, porque la danza que se arrastra dentro de mí, representa no sólo el movimiento, sino también, el significado interno de este universo abandonado, doloroso, incómodo e incomprensible.

El cuerpo causa locura, adicción, muerte, vida, amor y miseria. Es una anunciación. Eros y Tánatos. Deseo y distancia. Dolor y placer. Lujuria, envidia y odio incomprensibles: pasiones completamente desproporcionadas.

Me gustaba, como prueba personal que le hacía a mi psicoanalista, ver si me convenía como mi mentor, contarle sobre el niño mexicano Joaquín Velázquez, quien en 1938 movía objetos con el poder de sus pensamientos, en lugar de contarle acerca de la vida. De mi vida.

Este niño apagó y prendió bombillas, hizo volar piedras y movió muebles con abandono, con tan sólo pensarse.Sus palmas estaban pintadas de negro para que no pudiese hacer trampa moviendo mesas y sillas a voluntad con el poder de su mente. No había manchas negras en los objetos que delataran alguna mañosería, se comprobó científicamente muchas veces esto.

Le hablé al psicoanalista también de este chico que conocí recientemente y que dominaba la tormenta con su cuerpo. Se paraba frente a la tormenta, y hacía movimientos extremos, grandilocuentes, bellos y llenos de la fuerza masculina. Movía los brazos con tanta destreza y equilibrio, y su torso jóven embestía la tragedia con valor, inclinado todo hacia adelante.

Sus piernas y pies, bien afianzados en la tierra, mientras los torrentes de agua caían sobre de él. Me envió varios videos de todo esto. Él no dudaba que era él quien causaba los relámpagos y la lluvia torrencial, y se quedó allí y lo soportó todo encima: el frío, el agua helada, los vientos brutales y la burla de los demás.

Pero entonces, si tuviéramos un enemigo, ¿de dónde aparecería para destruirnos? ¿No preferiría ser nuestro mayor aliado?

Como no necesita nuestras almas, quiere pretender ser nosotros. Luego vendría y se haría pasar por nuestro amigo. Por eso debemos poner a prueba a nuestros médicos, psicoanalistas, mecánicos, técnicos de aparatos, y a cualquier persona que se acerque a nuestro ser interior o a nuestras cosas.

Y como he dejado de creer en este futuro en el que soy original, y me distanciaré, me alejaré de mí misma, y quiero que ese psicoanalista sentado ahí me mire. Yo de mientras voy a verlos a ambos, a mí, observando mi espalda, y a él, observándome ¿O quién se hace pasar por mí?

Porque pensé en hablar de necesidades, o de cómo puedo sentarme y tomar café durante horas, o de cuántas veces he planeado subirme a un avión para huir de aquí, pero simplemente no puedo hacerlo.

Yo no tengo futuro desde que moriste después de una tortuosa demente e interminable agonía. Me dijiste que a todas las preguntas que te hice sólo había una respuesta testaruda: cansancio extremo por todo lo sucedido.

Quería preguntarte sobre tus hijos, sobre tu regreso cósmico a la fuente de todo. Te dije: “Perdóname, no podía levantarte, tu cuerpo pesaba demasiado”.

Y me dijiste en un sueño: “Todo está perdonado”.

No te creí, vi el odio y la ira en el rabillo de tus ojos, sentí un poco de alegría por algo que aún no puedo definir. El terror nocturno se apoderó de mí otra vez.

AXY LINDA

“Maleta, maletín, valija, veliz, equipaje, mochila, cofre, baúl…” Ríe ante lo que sus locuras le hacen pensar al referirse al recipiente o contenedor donde pondrá lo que llevará. Mira a su alrededor, entre emoción y nostalgia, dejando todo atrás.

“Es para siempre”, se dice.

Trata de no dejarse llevar por la añoranza de todo lo que abandona. Todo quedará lejos de sus posibilidades. Dice: “Es como ir a otro planeta, ¿será en verdad otro planeta?”

Recuerda a un amigo que muchas veces le dijo: “Viaja ligero”, y a su madre que le decía: “No tengas apegos”.

Ve nuevamente la valija vacía. ¿Qué puede llevar? ¿Ropa, libros, fotografías? ¿Para qué? Si lo que quiere llevar es imposible. Su vida se queda ahí, solo puede ir con lo vivido, con lo disfrutado, con lo llorado, con lo logrado… (o como el dicho popular), con lo bailado. ¿Eso quién se lo quita? Jajajaja”.

No hay regreso, ya no hay tristeza. Ese día tenía que llegar.

Sin equipaje, con la valija vacía, sonriendo… solo deberá irse, si no “PASA LA PRUEBA”.

OMAR ALBOR

Mi consuelo fue sonreír

Nadie limpio las mesas sucias de la noche anterior

los vasos estaban todavía sobre la mesa en el ambiente se olía un sabor dulce

De una noche larga como el brillo, del vidrio de la mesa

que se reflejaba en la ventana

En un rincón encontré un cartón de color, no sabía que era lo olí pero no sabía a nada le mostré mi lengua y lo tragué

De pronto subí al escenario tome el micrófono, encendí un equipo de guitarra y todo cambio

Mis ojos ardían en el fuego en el lugar no había nadie era ella y yo

Sono el primer acorde y mi palabra fue

Temblar en tú ausencia

Nadie vibra por mí, seré tú propio latir

Dónde quieras, yo estaré

Me perdí por sentir más y más

Y lloré, lloré mucho

Estremecí baje del escenario

Tome mis cosas y hui de ese lugar para nunca más volver

Sabría mucho tiempo después que ella nunca se había marchado

Ella fue la testigo de mi primer concierto.

Mi consuelo fue sonreír.

MAITE BILBAO

QUIRINO

El fuego devora la noche. Las llamas, lenguas ávidas de destrucción, danzan sobre el pajar de Raimundo, que reflejan sombras en las paredes de adobe. El pueblo duerme ajeno al espectáculo, sumido en una profunda modorra estival.

Yo, Quirino, observo la escena desde la colina, con una sonrisa burlona dibujada en el rostro. Finalmente, voy a lograr la fama que tanto anhelo. He superado la prueba para salir del anonimato, seré recordado como el pirómano que puso patas arriba la tranquila vida de San Juan de las Navas.

Mi vida en el pueblo es una tediosa sinfonía de gallinas cacareando, campanas que repican y cotilleos interminables. Soy el primogénito, el heredero del nombre que se repite de generación en generación, condenado a la monotonía.Desde que nací, mi madre me ha mirado con ojos diferentes. No he sido un bebé como los demás. Mi leve deficiencia me ha hecho distinto y ella siempre ha tratado de protegerme y cuidarme de una manera especial. Esto ha marcado mi vida. Ella siempre dice que soy su ángel, que siempre estaré a su lado. Mis hermanas, mujeres inteligentes, han sabido escapar de esta jaula, y han huido a la ciudad en busca de horizontes más amplios, dejando atrás el peso de las tradiciones y la asfixiante rutina.

Con el ansia de saber, al día siguiente me apresuro a comprar la pequeña gaceta de la comarca. Y me voy al bar, a tomar un café. Me tiemblan las manos mientras despliego la página principal. Allí está escrito en negrita: «Pajar incendiado en San Juan de las Navas, se sospecha de un pirómano». Un escalofrío me recorre la espalda al leer la descripción del incidente que coincide con todos los detalles de mi plan. Sé que algunos me mirarán con recelo, pero también sé que esta es mi oportunidad de ser alguien, y de ser escuchado. Sonrío con prudencia mientras escucho las conversaciones que giran a mi alrededor: «Dicen que ha sido un loco», «El señor Raimundo lo ha perdido todo», «A ver si pillan al culpable». Me encojo de hombros e intento aparentar tranquilidad, pero mi corazón late de orgullo, por fin doy que hablar. Alguien que ha roto la monotonía del pueblo. Termino el café de un sorbo y me levanto de la mesa.

Durante los días siguientes, las investigaciones continúan. La guardia civil está interrogando a todos, no somos muchos. Los más jóvenes se han marchado a buscar fortuna y aventura en la ciudad. El lugar se parece a un museo viviente, y yo, desapareceré con él, si no sigo adelante con el plan. Se escuchan rumores de que las primeras sospechas recaen sobre Lucas, el herrero, un tipo huraño y rencoroso con Raimundo por una vieja disputa. Descartado, la atención se centra ahora en Pedro, el pastor, conocido por sus inclinaciones piromaníacas. También sale libre. Nadie cree que yo, Quirino, el hombre invisible, el hijo obediente, sea el que ha prendido fuego. No me costó elegir su pajar. Todos saben que es un hombre avaricioso y explotador. Sus trabajadores, hombres curtidos por el sol y la tierra, que vienen de fuera, cobran sueldos miserables y viven en barracones en condiciones precarias. Lo merece. Sin embargo, un nudo de culpa carcome mi estómago. No he previsto el alcance del fuego, ni del miedo que se ha apoderado del pueblo. La imagen de las llamas devorando el lugar se repite en mi mente.

Soy el último al que interrogan. Me citan en el cuartel de la Guardia Civil, un edificio pequeño y austero. Entro con paso firme, decidido. La sala de interrogatorios es fría e impersonal, con una única lámpara que proyecta una luz blanca sobre la mesa. Dos agentes me miran mientras me siento frente a ellos.

—Hombre, aquí tenemos al hijo del difunto Quirino. ¿Qué tal está su madre?

—Mi madre, bien, gracias a Dios. He venido…

Me sonríen, nos conocemos todos en el pueblo. Ni imaginan lo que voy a contarles.

—Tranquilo, hombre. Este interrogatorio es por protocolo, en tu caso. Para rellenar el expediente, ¿me entiendes?

Piensan que no sé nada. Menuda sorpresa que se van a llevar cuando lo escuchen. Van a rellenar muchas hojas de esas. El otro compañero, que lleva un rato mirándome, me pregunta:

—A ver, Quirino, así te llamas, ¿verdad?, ¿qué nos puedes decir sobre el incendio?

Me ha llamado por mi nombre. Me hace sentir importante y valiente. Se lo cuento todo.

—Fui yo, agente. Yo incendié el pajar.

Las palabras resuenan en la sala. Los agentes se miran, incrédulos. No pueden imaginar que el hijo y nieto perfecto, el heredero, el hombre invisible del pueblo, sea el responsable del incendio. No hay ningún motivo aparente para hacerlo. Para convencerlos, les cuento con todo detalle: cómo he comprado el bidón de gasolina, dónde lo he escondido y cómo he prendido fuego. Añado fechas, lugares y nombres. Pero nada parece convencerlos.

—Mira, no tienes que decir eso. Estás nervioso. Todo esto lo sabes por lo que se está contando en el pueblo, y han publicado en la gaceta. En este lugar somos pocos. ¿Qué motivos tienes para hacerlo? Anda, vete a casa, que estará tu madre preocupada.

Salgo de allí derrumbado. Ni siquiera declararme culpable y contar la verdad sirve para conseguir que sea protagonista. Dicen que no hay motivos para detenerme. Vuelvo a casa frustrado. La investigación sigue su curso y se queda abierta, sin encontrar a los culpables. Deja un sabor amargo a injusticia en el pueblo.

Yo, Quirino, el pirómano famoso, o no, regreso a mi vida de siempre. No he pasado la prueba, soy invisible. ¿Ha valido la pena el precio de la culpa y la desconfianza? ¿Es la fama lo que anhelo o solo busco escapar de las cadenas de mi vida? Las llamas del pajar se han apagado, pero las que tengo en mi interior aún siguen ardiendo. Algo tengo que hacer, sin que se entere mi madre, claro.

YOLILLANA RELATOS

CROMOTERAPIA.-

Almudena llevaba años intentando perder peso utilizando todo tipo de dietas: hipocalórica, cetogénica, ayuno intermitente, paleo, vegetariana, por puntos…

No sólo no perdía peso sino que con el paso de los años las múltiples recaídas y efectos rebote, la estaban llevando a ganar más y más kilos.

Su médico fue tajante en la última visita rutinaria, necesitaba bajar cerca de treinta kilos, su salud había empezado a peligrar seriamente.

La verdad es que a ella no le importaba su salud, lo que quería era verse linda. Empezar a utilizar toda esa ropa que hacía años no utilizaba y que iba sufriendo cada cambio de armario, temporada tras temporada, sin siquiera haber intentado ponérsela.

Así que cuando le hablaron de la Dra. Ormada y de sus novedosas técnicas de control del apetito, pensó que igual había llegado el momento de probar cosas nuevas.

Y allí estaba ella. En una habitación completamente morada.

Desde el umbral de la puerta no divisaba nada que fuera de otro color.

La Dra. Ormada, perfectamente vestida con un traje de chaqueta entallado y de un intenso color morado, se levantó para saludarla cuando la vió entrar.

Después de estrechar su mano y observar Almudena el anillo de amatistas moradas que la Dra. Ormada llevaba puesto, volvió a sentarse detrás de su escritorio, morado, y abrió su portátil, que también era morado

-Almudena Rodríguez, ¿verdad? – dijo mientras tecleaba su nombre en el ordenador

-Sí doctora

-Cuéntame Almudena, ¿qué te trae a mi consulta? – cerró el portátil y cruzó las manos sobre la mesa esperando atenta lo que su paciente le tuviera que contar

En los pocos segundos que la doctora estuvo tecleando, Almudena recorrió toda la sala con la mirada y no daba crédito a lo que veía. No había nada, absolutamente nada, que no fuera de color morado.

Varias tonalidades del mismo, eso era cierto, pero todo morado.

Una enorme lámpara de pie con una pantalla morada junto a un chaise longe morado, alfombra morada, librería morada. Incluso los libros estaban forrados en papel morado. Se preguntó cómo sabría la doctora qué libro era cada uno.

En la pared debía haber un enorme ventanal, o eso intuía por el tamaño de la cortina, que al ser de un tupido color morado no permitía pasar la luz, ni tan siquiera el relieve de lo que hubiera al otro lado.

Se inquietó. Esa sala no era normal, ¿dónde se estaba metiendo?

-Almudena, ¿estás bien? – la voz de la Dra. Ormada la sacó de su ensimismamiento

-Disculpe doctora, no había visto nunca una habitación así

-Es parte de la terapia, ¿conoces la cromoterapia?

-No mucho, algo he escuchado pero no sé muy bien cómo funciona. Pero, ¿qué quiere decir con que forma parte de la terapia?

-Supongo que estás aquí porque quieres perder peso, ¿cierto? – mientras dijo estas palabras miró a Almudena de arriba abajo, recorriendo su cuerpo hasta el punto de intimidarla

-Eh… sí, pero no sé muy bien cuál es su especialidad y en qué consiste la terapia

-Es muy sencillo. El color morado lleva utilizándose siglos para el control del apetito, también es un relajante muscular, calmante y conciliador del sueño, entre otras cosas. Parte de la terapia es, simplemente, incluir en tu vida el color morado. ¿Ves esta sala? – mientras hablaba se puso en pie y empezó a caminar abriendo los brazos y señalando todo lo que veía a su alrededor

-Sí, la veo, y me resulta inquietante la verdad – Almudena estaba nerviosa, cuando saliera de allí iba a llamar a su amiga Maite para preguntarle de dónde había sacado el teléfono de aquella loca

-Y, ¿me ves a mí? – la doctora se paró en seco frente a Almudena y esta pudo observar que estaba realmente delgada, hasta ese momento no se había dado cuenta, tan absorta estaba en todo lo que había a su alrededor

El silencio invadió la estancia.

-Almudena no te voy a recetar nada, no te voy a dar pastillas ni pócimas milagrosas que te hagan perder quince kilos en un mes. Tan sólo te voy a pedir que te quedes conmigo hasta que pierdas peso

-¿Que me quede dónde? ¿Aquí? – la voz de Almudena casi se convirtió en un grito

-Sí, aquí

Y mientras decía estas últimas palabras, pulsó lo que debía ser un botón que había debajo del escritorio, y las cortinas moradas empezaron a descorrerse.

¡No podía creer lo que estaba viendo! Al otro lado había un enorme ventanal a través del cuál podía ver a un grupo de unas treinta personas, todas vestidas con túnicas moradas, caminando sin rumbo por otra estancia igual de morada que en la que se encontraba ella.

Era como la habitación de un orfanato, o peor, de un psiquiátrico.

Camas con sábanas y mantas moradas, almohadas moradas, mesitas con lámparas de noche que emitían una suave luz morada.

No había puertas ni ventanas, salvo aquella por la que estaba mirando en ese momento.

-¿Qué es esto doctora?¿Qué hace esa gente ahí? – Almudena estaba horrorizada, sentía que estaba dentro de una película de terror y empezó a sentir pánico

-Perder peso querida, lo mismo que vas a hacer tu

Y mientras escuchaba estas palabras, sintió un ligero pinchazo en el cuello y se desplomó.

No sabía cuánto tiempo había pasado cuando se despertó, sólo reconoció la sala que antes veía desde el enorme ventanal de la consulta de la doctora, pero ahora ella estaba ahí, en una de esas camas moradas que tanto la inquietaron.

Se levantó apresurada, nerviosa, mientras toda aquella gente con túnicas moradas la miraba. Y se dió cuenta de que ella también tenía puesta una de aquellas túnicas.

Empezó a mirar para todos lados, a correr hacia las paredes de la sala, a recorrerlas con las manos buscando una puerta, una salida. Pero no halló nada.

Solo se cruzó con los ojos de la Dra. Ormada, que la observaba desde su consulta, al otro lado del ventanal.

Una enfermera vestida de morado se aproximó a ella, dos de las personas que estaban en la sala y que hasta ese momento no se habían acercado a ella, la sujetaron y la volvieron a acostar mientras Almudena gritaba y luchaba con todas sus fuerzas para liberarse.

Vio acercarse hacia ella una jeringuilla con un líquido morado y sintió terror.

Empezó a escuchar la voz de la doctora

-¡Bienvenida Almudena! Déjate llevar por el morado. Siente su paz, siente como bajan tus pulsaciones. ¿Ves? Ya no sientes hambre. Sólo tienes que perder treinta kilos y podrás volver a tu casa con el tratamiento finalizado.

Las cortinas empezaron a correrse y la Dra. Ormada se perdió tras ellas.

Almudena sintió un pinchazo y perdió el conocimiento.

GUZMÁN FABIANA

Hubiese querido amar más, llorar menos, sentir poco.

Pasó de prisa la primavera y apenas pude despedirme.

Me envolvió esa sensación devastadora, mezcla de melancolía y desazón, y en un arrebato… huí.

Nunca quise pensar en aquella esquina, ni en los lugares que recorrí soñando, fue mi única prueba.

Dejé atrás mil mariposas, varios sueños y mi cuaderno.

Pasó todo, el día el viento, la lluvia, el pájaro aquel…

Pasó todo tan rápido que ni tiempo a guardarlo en mis recuerdos dio.

Solo atisbos en mi frágil memoria, de que un día estábamos allí, bajo esa luna, sintiendo los corazones galopar como relámpagos.

Qué me parta un rayo si debo negarte!!

Que me rompa en trozos si debo dejarte morir!!

Solo pido una primavera más…

CARMEN ÚBEDA FERRER

Pruebas de fuego

———————-

Lo había pensado tantas veces. Infinitas desde que lo recuerda su memoria. La decisión ya la tenía tomada. No hay nada más fuerte que mantener una firme decisión, después de que haya pasado la prueba de fuego.

Desde que cumplió los diez años, ya habían transcurrido veinte más, desde entonces, conviviendo con su familia en la casa paterna, fue un largo periodo de tiempo que le resultó harto difícil de soportar. Nadie, absolutamente nadie de su familia, ni su padre ni sus hermanas querían admitir su desgracia. Les resultaba más sencillo mirar hacia otro lado. Lo que más le dolió durante todos esos años fue la negación de su madre, su actitud de desprecio. Jamás le concedió un átomo de ternura ni de comprensión. Siempre se había quedado con el anhelo de una caricia, un beso, una palabra de maternal amor que nunca ocurrió y en su infantil corazón fueron calando como gotas de amargura que se transformaron en voces locas que pedían justicia. En aquellos tiempos de su niñez, adolescencia y juventud, era impensable que entendiesen por lo que estaba pasando… Algún día les haría pagar sus humillaciones.

La mirada que le dedicó su madre fue glacial cuando le rogó y hasta le suplicó que le acompañase al hospital, en el cual tenía hora de visita. Esta se resistió pero al fin accedió no sin mostrarle su desgana. Su madre también debía de pasar por la prueba de fuego. La más vergonzante para ella. Esa sería su revancha. Lo que sucediese luego ya no le importaría. Tenía donde ir y dejar para siempre lo que nunca fuera su hogar.

Pasaron cerca de un cuarto de hora en la sala de espera en la que no hubo ni una palabra ni una mirada.

——————————

Una enfermera abrió la puerta de la consulta y les indicó que pasaran.

-¡Vamos mamá!- La levantó del asiento con mano férrea. La mujer parecía incapaz de atravesar aquella puerta pero tuvo que ceder.

El médico les invitó a sentarse. -Usted dirá…- Le entregó el volante.

-¿Es firme su decisión? ¿Ya sabe que durante bastante tiempo tendrá que pasar por pruebas muy duras?-

-Sí, lo sé, pero no serán peor que los veinte años que he pasado junto a mi familia.

Sí, estoy completamente decidida y preparada… (se detuvo unos instantes y miró el rostro de su madre que había adquirido una lividez repentina) Y repitió recalcando las palabras, con un brillo de venganza en los ojos y una sonrisa amarga en los labios.

Estoy completamente decidida y preparada… y añadió, para cambiar mi sexo.

ANA DEL ÁLAMO

Marina sabe que está a punto de vivir una experiencia única. Se acaricia el vientre, ahora terso y abultado. Su ombligo ha pasado a formar parte de él perdiendo su redondez original, y unas pequeñas vetas violeta dan color a su blanca piel. Presiente que hay una vida a punto de ver la luz. Se pregunta cómo será su carita, a quién se parecerá. Duda de si será capaz de superar una prueba tan difícil y excitante como la de ser madre. Si la envolverá su cabello cobrizo o la tez morena de su abuela. Intenta adivinar cómo sonará su voz la primera vez que diga mamá. Ella tiene sus preferencias, aunque sabe que eso no es importante; la va a querer de todos modos. La imagina pegada a su regazo succionando sus pechos, ahora duros como dos rocas. Es un disfrute mutuo. Una sensación gratificante y casi orgásmica, creando un vínculo madre-hijo difícil de describir. Puede sentirlo en sus entrañas llamando a las puertas de la vida.

De vuelta a casa y con el bebé en brazos recuerda como la yaya le contó los deditos recién nacida, asegurándose que estaba completa. Cosas de abuelos caldosos. Pensó ella. Pero sólo de verlos como la miraban valía la pena el gesto.

Ahora sabe que ha superado la prueba. El camino es largo y emocionante pero ya no duda; sólo tiene que mirarle a los ojos. Ellos lo dicen todo.

ADRIANA MÉNDEZ LUNA

Seguir adelante.

Recorro las calles de mi pueblo,

mientras mi corazón está vagando

en alguna parte de Río de Janeiro

y mi mente sigue juzgandome

sonre el futuro

que no existirá en Buenos Aires.

Que los problemas en el paraíso

están conectados al infierno en la tierra

y yo no quiero dejar esta cueva

donde el amor de mi hogar me protege,

me esconde y me consuela.

Que en algún momento debo salir

y estar cara a cara con el mundo.

Pero ahora, justo ahora

mis rosas están marchitas,

solo hay espinas

enredadas en mis recuerdos,

clavándose en lo que debí hacer,

doliendo en lo que quise que fuera

y pudriendo el mañana,

que no sé qué espera.

Si por mi fuera,

me encerrara en un templo budista

para callar mi mente para siempre

o encontrar las respuestas que no llegan.

O descubriría la manera de viajar atrás,

tan atrás como sea posible

para arreglar todo este mundo

que se rompió.

Pero puedo mentirme todo lo que quiera,

tanto como quiera.

La verdad es que quiero hacer todo esto, solo para verte una vez más.

P.D. Hola a todos! Esta es mi primera vez publicando acá y decidí dejar un poema.

ABBY MARSIE ROGOM

EL HÁBITO DEL MONJE.

Virginia caminaba hacia la iglesia en lo más caliente del día y mediando la tarde.

El aire caliente en contra le pegaba las flores del vestido a los muslos. Levantaba el polvo del suelo con sus andares, una mezcla de vaivén provocativo suspendido en sus caderas, y una especie de marcha rápida en huída del calor.

Frus frus, levantando una nubecilla de polvo cada dos pasos.

No faltaba a sus deberes de fé ya hiciera calor o lloviera, levantara polvo o pisara barro en su camino.

Entró la prostituta al fresco de la iglesia sombría y perfumada con los olores de las velas, el incienso y la cera recién aplicada a los bancos.

Ella misma lo hizo el día anterior. Una vez por semana, como servicio, penitencia, pago, descargo de culpas, obligación y necesidad.

Hoy iba como feligresa. Le tocaba confesión.

El cura Trinidad le imponía las penitencias y le lanzaba reproches a la oveja descarriada, bañándola con más culpas de las que traía, como en una especie de bautismo triste y acusatorio.

Le hablaba del pecado, de los vicios, de las tentaciones, y se prendían a ella las palabras en el ánimo con alfileres punzantes.

_ El Señor nos pone pruebas_ repetía siempre.

No sabía ella si eso era como debía ser, porque no conocía más cura que al padre Trinidad ni más iglesia que la de Santa María del valle.

Salió Virginia_ vaya nombre la adornaba dedicándose a esos menesteres impíos_ más triste y apesadumbrada que antes de hablar con el párroco.

Un hijo tenía y dos padres alcohólicos.

No sabía ella si pasó la prueba, fuera lo que fuera eso, pero mientras caminaba de vuelta con los primeros soplos de aire fresco de la tarde, Virginia, que no se dejó caer en la bebida a pesar de haber mamado vino, y a pesar de la violación sangrienta que le trajo su primer hijo a sus quince años, y a pesar de los pesares, se detuvo en casa de doña Justina, a airearle un poco la casa y prepararle un cafecito, porque empezaron a pesarle los años.

Ochenta tenía, y hasta los setenta y nueve se habia manejado sola, pero cuando diciembre le trajo los ochenta, y la llegada de un nuevo año a la vuelta, pareció que no pudo pasar esa frontera y empezó a decaer porque de pronto le pareció muy pesado el tiempo.

Justina decía refranes, y Virginia salía cada lunes por la tarde de la casa de la abuela con un consejo en forma de refrán que casi siempre conocía, pero se le revelaba con la anciana, y no sabía cómo, le daba respuestas.

_ Señora Justina, no viene el padre a atenderla de algún modo, ahora que no puede ir a misa?

_ Hija mía, no hace el hábito al monje.

Antes cuando yo estaba bien, el padre Germán, que estuvo con nosotros diez años hasta que se fugó con la Lupe, venía a verme una vez a la semana a ver qué me hacía falta, y nada necesitaba yo.

Ahora que casi no me valgo, el padre Trinidad no ha venido ni un día de los diez meses que lleva caminando éste año conmigo y yo con él, cuesta abajo.

La señora Justina puso su taza sobre el plato, regando la mesa con café debido al bailoteo de su mano.

Y observaba el reguero de líquido sobre la mesa. No hacía mucho sus manos no temblaban.

Pero ella se levantó al día siguiente de su cumpleaños con la determinación de que le cayeran encima de una vez todos los achaques, uno nuevo cada día.

_Entonces si te digo que el hábito no hace al monje, vale para los dos curas.

Y te digo que lo que hizo el antiguo fue ser honesto consigo mismo y con Dios. No con Dios, con las imposiciones de su servicio y su religión; y te digo también que el de ahora se ahorra con tu culpa, que es lo que no le cuesta pagar la limpieza semanal de la iglesia, el dinero que se gasta en » la casa de la gata» ahí en el pueblo vecino, que digo yo que por vergüenza no te paga a tí su alivio en tu trabajo, ahí en » la linterna» donde tú te ganas el pan de tu hijo.

Honesto tampoco es, que los donativos para la virgen se los gasta en vino.

Ésto lo sé no por cotilla, ya sabes tú que me gustan más mis macetas que las personas, y mi gato tuerto, ¿verdad tigre? Pero sólo me visitan dos vecinos. Tú y el negro, que me trae el queso y la leche.

Y el negro es de esas personas que tienen interés en todas las vidas que no son la suya, y me cuenta de las cosas de la gente allá donde le llevan sus ovejas, y lleva y trae historias.

Virginia salió ese día con otro refrán que le explicaba cosas, y caminando como junco mecido por la brisa, se preguntaba si el padre Trinidad habría pasado la prueba.

Ella y después de hablar con la vieja Justina, se sentía mejor que después de hablar con el cura, y se fue a su casa pensando en eso de que el hábito no hace al monje.

GRISELDA SIERRA

ASUSTADOR, ASUSTADO

-¡Te vas a ir al infierno! -me gritó en la cara esa mujer. Eran las dos de la mañana y mi intención al entrar en su habitación era aterrarla, o por lo menos asustarla, sacarla de sus casillas, provocarle insomnio. Jamás pensé que ella fuera tan fuerte, tan decidida, tan sin escrúpulos, tan mala para hacerme daño; no imaginé que tuviera esa sangre fría con la que tomó el crucifijo de su buró y me lo puso en plena nariz, al tiempo que me gritaba que volviera al lugar de donde había salido. Y salí de esa recámara dando tumbos, corrí, corrí y corrí hasta llegar al río Estigia para rogarle a Caronte que me transportara al Hades. Pero he aquí que en mi loca y desesperada carrera perdí mi bolsa de óbolos y no tenía ni un cinco para pagarle. El barquero me vio tan asustado que después de mucho insistir accedió a traerme de regreso, a cambio de que le contara lo que me había sucedido, como buen chismoso que es, y de un pequeño favor que aún no me dice cuál es, cosa que me preocupa, aunque, si he de ser sincero, no me asusta tanto como la reacción que tendrá Hades cuando le diga que no pasé la prueba como su emisario del mal, no obstante haberle rogado tanto para que me diera una oportunidad en el mundo de los vivos.

ALMUT KREUSCH

Pasar la prueba

Cuando pasé el examen, lloré lágrimas amargas de rabia e impotencia.

Noruega. En aquella noche vieja de 1980 nació el amor. Él era español

y estaba planeando su regreso a España.

Nos casamos el verano siguiente y poco después llenamos maletas y contenedores. Cambiamos el país de los fiordos por una ciudad costera del norte de España. ¡Un cambio drástico!

Los comienzos de la vida en un nuevo país requieren paciencia y humildad.

Lo que en Noruega era un breve trámite burocrático, en España era una pesadilla: convalidar mi título de enfermera.

Pedí cita con el director médico de la escuela de enfermería. Yo era la primera solicitante extranjera y él desconocía los trámites legales necesarios.

—No te preocupes —me tranquilizó—, vuelve la semana que viene. Averiguaré cuál es la normativa

Tuve un mal presentimiento que se confirmó cuando volví unos días después.

—Para que el título alemán sea reconocido, estamos obligados a hacerte una prueba que demuestre tus conocimientos teóricos de la profesión—, me dijo al saludarme.

—¿Un examen?

—Sí, un examen oral. Las preguntas se refieren a los temas del plan de estudios. La prueba tendrá lugar en septiembre.

Te avisamos de la fecha.

Con estas palabras me despidió.

No tenía elección: aprobar el examen o despedirme de mi trabajo.

Con perseverancia, disciplina y mucha fuerza de voluntad, me enfrenté quizá al reto más significativo de mis años en España.

Y en aquel momento, ¡el idioma era uno de los mayores obstáculos!

Durante los cuatro meses siguientes, viví como un ermitaño en mi escritorio, rodeado de libros, diccionarios, papeles y notas.

Traducía, memorizaba y seleccionaba, elaboraba listas de vocabulario nuevo, descansaba sólo lo necesario, no tenía vida social y a menudo me indignaba tener que pasar por este calvario…

El verano pasó desapercibido. Pero por fin creí que estaba preparada, aunque los momentos de eufórica confianza se alternaran con otros de profunda desesperación.

Pero en esos cuatro meses aprendí el idioma que nunca habría aprendido en tan poco tiempo en una academia de idiomas.

Llegó el gran día. Con los nervios a flor de piel, las manos frías y el corazón acelerado, entré en el salón de actos del colegio de enfermería. Un nutrido comité formado por médicos especialistas y la jefa de enfermería me esperaban. ¡Me sonreían!

—¿Como te llamas?

Tenia la boca tan estropajosa que a penas pude articular mi nombre.

Seguía el interrogatorio:

—¿Cuanto tiempo llevas en España?

—¿Te gusta Cantabria?

—¡Hablas muy bien el castellano!

—¿En que ciudad alemana has estudiado?

—¿Tu marido es cántabro?

—¡Menudas playas tenemos aqui!, ¿verdad?

¡No podía ser verdad lo que estaba pasando¡ Era surrealista.

La charla duró apenas 20 minutos.

—Ya hemos terminado. Superaste la prueba. Enhorabuena.

—Gracias—, era la única palabra que salió de mi boca.

Me tambaleé saliendo de la sala.

Fuera, me senté en un banco, incrédula. Lágrimas de rabia corrían incontrolables por mis mejillas. No me habían dado la más mínima oportunidad de mostrar los frutos de mis esfuerzos, del sufrimiento, de todos los sacrificios. Pero sobre todo: ¿Porque no me avisaron? ¿Quizá decidieron ponérmelo fácil en el último momento?

Poco a poco la rabia se convirtió en alegría, en una indescriptible sensación de alivio, y me fui a casa ligera como una pluma.

Queda confirmado: ¡Spain is different!

NUMIRALDA DEL VALLE

PASAR LA PRUEBA

La mujer lo vio y un cúmulo de recuerdos llegó a su memoria. El mal que le causaba, la imposibilidad de pasar un día sin él. Lo necesitaba a cada instante, aunque la dañara. Hasta que decidió dejarlo. Fue muy fuerte desprenderse, las manos le temblaban, sudaba, la ansiedad la embargaba. Tardó su tiempo, pero lo logró, pasó la prueba. Hoy observa fijamente al objeto de sus remembranzas diciéndole: Dejarte ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. Por supuesto el cigarrillo que sostenía entre sus dedos, no le respondió.

SHELO SHELO

LA ÚLTIMA PRUEBA

Era la clase de arte en una universidad pública. Ed era un estudiante promedio,pero que le metía muchas ganas a lo que hacía. Soñaba ser escultor imaginero cuando saliera de la facultad. Al pasar el tiempo se obsesionó con imágenes sacra a tal punto de tener fantasías indebidas con ellas,eso lo perturbaba más que cualquier cosas por qué eran imágenes del altísimo… Al ir terminando su carrera se le dio la oportunidad de trabajar con el mejor escultor de la ciudad de Sevilla , al poco tiempo se hicieron amigos lo que le llevo a contarle su amargo secreto a lo que el con una sonrisa amable le menciono que podía cambiar de objeto…le presento las revistas para adultos , a lo que Ed vio una opción, con lo cual siguió teniendo esos deseos de vez en cuando, sin tener culpa.

Pasaron los meses hasta que se convirtió en el mejor escultor de la ciudad, solo dos meses siguientes, faltaban para poder graduarse y culminar para así una última prueba.

Pasaron tres años y se convirtio en un escultor imaginero haciendo trabajos para diversas iglesias y comunidades.

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13 comentarios en «Pasar la prueba – miniconcurso de relatos»

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