Vértigo – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «vértigo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 15 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Sí, lo reconozco, ¡tengo vértigo, al final me puede el miedo y hago caso a la vorágine que no me deja avanzar!

Pero de aliada tengo a mi tozudez y terquedad, luchan incansablemente contra la necedad de un sistema que te quiere ver fracasar, que no quiere que de sus cadenas te puedas escapar.

Sí, tengo vértigo, pero el mayor miedo que tengo es a mí mismo, me da miedo hacer caso a mi entorno y rendirme, abandonar un sueño y no seguir el camino, tengo miedo de que se apoderen de mi destino, del que me tienen apresado y cautivo. Estoy hasta los bemoles de que no me dejen ni soñar y todo consentido por esta burda sociedad, que repiten como loros las consignas de otros sin pensar que al que piensa por sí mismo no tienen que juzgar, yo ya concluyo, no los culpo, pero no pienso cargar con su mediocridad, no soy yo el culpable de que esa sociedad que nos lastima no quiera reflexionar.

Seguiré luchando y soñando para evadirme de la cruda realidad, no merece esto la humanidad.

Yo sólo no puedo, pero he llegado más lejos de lo que hubiera imaginado, seguiría escribiendo pero otra vez empiezo a ponerme pesado, ese es mi único pecado.

Ya no pienso llamar a la puerta porque antes me la abrías y ahora me la cierras, entro directamente y vuestro obsequio es desdeñable demostrándome vuestra erudición, ¡que sí, que lo sé, que yo no soy nadie pero cuento con avidez para aprender, el verdadero problema es que usted que seguro empezó como yo en vez de tenderme la mano y enseñarme, da dos pasos para atrás cuando se entera que un libro ya he publicado, sí usted que quiere ser admirado…

Una vez más soy díscolo conmigo mismo e infrinjo mis propias normas, decía que ya paraba de escribir, ¡y una mierda, dejaré de hablar y de escribir cuando esté muerto!

A veces me pregunto si no estoy ya muerto cuando derrumbo con un susurro mis miedos, mis temores, cuando mis demonios huyen de mí algo estaré haciendo bien.

¡Es lo que tiene estar muerto en vida, pero mi alma es eterna!

CORONADO SMITH

Antonicus se encontraba en la inmensidad recogiendo nubes para su hada, cuando de pronto, se vio arrastrado al centro de la tormenta. No era una tormenta más ni una tormenta cualquiera, era la tormenta de los recuerdos. Intentó mantenerse firme y sereno, el vértigo le había jugado malas pasadas otras veces y prefería no arriesgar. Una vez que se hubo serenado, observó que el corazón de la tormenta estaba sangrando. Intentó taponar la herida con la gasa de sus pensamientos, pero no era suficiente, no paraba de sangrar, aunque lo hacía en menor cantidad.

-¿Por qué sangras tormenta?- preguntó intentando discernir el problema.

-Por que todo ha sido una quimera- respondió ella.

-Es lo que tienen las utopías- dijo el intentando tranquilizarla.

-Ya, pero a mi me ha atrapado mi propia tempestad- dijo entre sollozos la tormenta.

-Puede que la culpa la tenga la Aurora- reflexionó él.

-Puede, aunque no es ningún consuelo- contestó ella resignada.

A la Aurora le gustaba derretir los restos de humanidad de Antonicus y eso hacía que un torbellino de emociones se desatase en el centro de la tormenta.

Antonicus sentía una vez más que estaba perdiendo una oportunidad en el juego de la vida y empezó a sentirse mareado. Esa oportunidad que nunca se presenta pero que es la que se vuelve a escapar.

La noche empezaba a oscurecerse en su bella y tierna soledad al abrigo de lamentos y él no tenía nada a lo que abrazarse.

-¿Ves por que me sangra el corazón?-dijo la tormenta sacándolo de su ensimismamiento.

-¡Quieto parao!- dijo Santi apareciendo repentinamente -¿No irás a terminar la historia, verdad? -¿La historia no la acabarás, no?-apoyó Lisensiado. -¿Pero que hacen aquí ustedes, no ven que es un relato serio y de nivel?-bramó Coronado. -Por eso mismo Cory querido, por eso mismo. Llevas sin ganar desde la primavera de 2022, regalando letras sublimes, dinamizando y dejando momentos memorables ¿y para qué?, ¡despiértate! -¡Espabila Cory, espabila!-remachó Lisensiado. -Ahora que lo dicen...-dijo Coronado pensativo. -¡Pues claro!, no acabes la historia, es más yo dejaría este hueco sin narrar y pondría solo el final-añadió Santi con una sonrisa de oreja a oreja. -Eso, solo el final y además puedes meter el resto de la historia en otras semanas en frases sueltas-dijo casi felicitándose Lisensiado. -¿Saben que les digo?, que les compro el discurso- asintió Coronado a la propuesta escuchada. -Corre Lisensiado, corre a por el champán- -Raudo y veloz Santi, raudo y veloz- Ploffff, chisssp, chisssp, chisssp. -¡Por nosotros!- -¡Por nosotros!- -¡Por nosotros!-

x+yª(89~$) = 25%h+fx ; 1/2x + y/#= 0? ; 32@/x+y = 22& + bh…

El corazón de la tormenta había parado de sangrar cuando Antonicus salió de su quimera y se dio cuenta de que no había recogido ninguna nube, todo para nada o quizás no, pues siempre hay lecciones de las que se aprende.

MARI CRUZ ESTEVAN

Sentí vértigo al filo de aquel torreón milenario que mira al río Tajo.

Un arrebato de locura de amor se cernía en mi mente al saber de tus ideas y venidas fuera de nuestra alcoba.

Mi aturdimiento me mostraba las faldas en las que te pierdes, así pues salí de casa con prisa y caminé hacia la sierra del Monfra en donde en los días de la caza del ciervo nos adentramos en la espesura del monte para perdernos en ese amor de juventud.

Ahora con el paso de los días todo ha cambiado.

Mi hacienda te pertenece ya que te cedi mi Reino.

Me llaman loca si, loca de amor por ti…, Ya que mi locura me ha traído hasta este torreón que me da vértigo y desde el cual contempló el galopar de tu caballo contigo encima buscando amoríos…

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

¡A QUIÉN SE LE OCURRE!

¡Hay que joderse! Me hago viejo y a todo tengo que sacarle reparo —la vida empieza a no quedarme bien, me viene ancha o tira de la sisa, según coja el día—, me he convertido en un maníaco-depresivo de manual, antesala del avance inexorable de la senilidad, lo sé, soy consciente, pero…, ¿vértigo?

Con lo del tango, por un decir, había materia, emociones, sensualidad, cuernos; metías la cuchara y te salía el cocido hecho; igual que vender el alma, un clásico, se viste solo, anda que no dio juego, y dela invisibilidad ni hablemos; un filón creativo de narices, hasta se han hecho películas, no digo más; incluso cuando se propuso máscara como desafío, las plumas tuvieron a su disposición un goloso arsenal de travestismo carnavalero. Pero ¡¿vértigo?!

Leo en alguna parte que se define como una sensación subjetiva de movimiento, de giro del entorno o de uno mismo o de precipitación al vacío sin que exista realmente. Pues vale. Así visto, viene a ser como una reunión familiar con cuñados de por medio —me digo—, pero con un leve toque surrealista de abstracción. Y me agarro al concepto como un percebe a su roca.

El cuñado —mayormente, porque la cuñada suele ser más lúcida y empática—, tiene superpoderes, es una enciclopedia doméstica peligrosa, pontifica sobre cualquier asunto, con aplomo y autoridad vaticana, goza de un prestigio familiar de tal calibre, que dificulta argumentar sus opiniones en contrario y a poco que te descuidas, te envuelve en un peligroso vórtice de sabiduría callejera, precipitándote al vacío del absurdo existencial. Si encuentras otra definición de vértigo te la compro.

Por un cuñado, tu esposa hace que sigas la dieta del ajo en ayunas, «que es lo mejor para prevenir los males del corazón, me lo ha dicho Mariano, uno que hizo la mili conmigo en Melilla y es enfermero en el clínico» —cuñado dixit—.Sí, tu mujer, la madre de tus hijos, esa santa que cuando vuelves por la tarde del trabajo y pretendes darle un beso, te hace la cobra porque: «¡Ay, hijo, menuda peste!, pero oye, más vale prevenir, que en tu familia son muy de infartos».

El mismo que la convence de pasar las vacaciones en la casa que tienen tus suegros en Cercedilla, arrancando hierbajos del jardín, para más tarde encañar los tomates en el huerto y rematar el día con unas manos de minio a la verja por aquello de combatir el óxido; todo ello en lugar de esos quince días de vino y rosas por la Toscana, que tenías apalabrados con la agencia de viajes de El Corte Inglés. Una segunda luna de miel para celebrar las bodas de plata, pero según él, «donde esté lo de aquí, que se quite todo, María, te lo digo yo, que he viajado mucho —a la vendimia en Francia, cuando era joven y dos veces a Andorra, más recientemente, para comprar Viagra— y sé lo que me digo».

Y te contaría más —«Manolo, hazle caso a mi hermano y lleva el coche al chapista ese, amigo suyo, que nos hará precio». Las puertas no cierran; se cuela el agua por el parabrisas cuando llueve y me hace un ruido, como de grillo, que no consigo saber de dónde sale—, sin embargo, no quiero aburrirte con esa sensación subjetiva de movimiento, de giro del entorno, de precipitación al vacío, que me envuelve cada vez que veo a mi jodido cuñado.

Pero volviendo al tema que nos ocupa. Vértigo… ¡¿Qué carajo se puede escribir sobre un asunto así?! Por más que me esfuerzo no se me ocurre nada; encefalograma plano; afasia intelectual.

Lo siento, yo paso.

PAQUITA ESCOBERO

10, 9…

Mientras la cuenta atrás marcaba en cada segundo la inevitable destrucción que se iba a producir, Javier pensaba en ella, en su piel, suave y cálida, tan blanca que a veces no le parecía real. Su pelo, rizado y tiznado de tonos grises que ahora, en el avance de la vida, habían ido enmarcando su cara.

¡Su cara!, reposando en la almohada frente a él con esa sonrisa que no desaparecía ni durmiendo, ese óvalo tan reconocido y añorado a la vez que dibujaba sus rasgos desde la frente a la barbilla, remarcando sus mejillas y sus labios sonrosados que siempre pedían en silencio «bésame».

8,7…

No va a parar, piensa, la humanidad ha perdido el juicio y este maldito trabajo que acepté me condena a tenernos que perder como todos se perderán, en un instante, en un suspiro, un latido. Pero tú y yo en este instante deberíamos estar juntos y hemos sido separados por la estupidez de necios ignorantes y engreídos que manejaron el planeta a su antojo y ahora delegan su falta de razón en mi dedo corazón.

La razón es el olvido de la historia, los te quiero, las manos, la vida, los latidos, cada amanecer. Y sentado en esa silla que le recibió el día que aceptó formar parte del poder, lamenta los segundos que ahora resuenan en su cabeza, todos los perdidos y que no volverán a ser.

¿Cómo se volvió todo del revés? intenta rememorar el día que hablaron de la oportunidad que suponía el nuevo trabajo, el futuro, lo que podrían hacer: una casa con jardín, un coche mejor, tranquilidad para envejecer.

Y durante un tiempo así fue. Pero el precio había sido muy alto. La distancia, días separados, videollamadas donde no existía la piel, los ¡ahora voy que ya terminó! cuando en mitad de un turno se resistían a perderse y marcaban la tecla del WhatsApp que les permitía verse.

6,5…

¿Quién tomó la decisión? ¿Por qué dejaron en sus manos el destino? ¡Dame una razón mejor! recuerda repetir a su jefe de la Agencia de inteligencia de su país. Apretar antes de que otro lo haga se me antoja insuficiente. ¿Y si no lo hacen? Si los informes mienten, si es un ardid para que demos el primer paso y justifiquemos así sus delirantes razones amarradas a dioses que se avergüenzan hoy de la creación del planeta.

Es tu trabajo, aceptaste está responsabilidad, recibió como respuesta, recuerda.

4,3…

Aunque le dijeron que nadie debía saber nada, que era mejor si la sociedad se despertaba en su horrible realidad esa mañana y en el transcurso de su día, esta se difuminaba en un fundido en negro tan rapido que no diera tiempo a pensar. No se lo creía, simplemente no podía ser, el tiempo que tardaran en el otro lado del planeta en darse cuenta del lanzamiento, sería suficiente para dar la alerta y que el grito ahogado de un planeta resonará en el universo.

Coge el teléfono sin pensar y pulsa en la cara de Raquel, videollamada en curso. Demasiado tiempo le parecen esos microsegundos para contestar. No llega a un toque y ahí está su cara.

2…

Te quiero, lo siento.

1…

Dicen que se llama turbación del juicio, repentina y pasajera o simplemente vértigo. El que sintió justo al verla sonreír y escuchar como le decía tranquilo mi amor no pasa nada, el microsegundo en el que no cumplió su palabra. No seré yo, pensó.

0…

Se levantó de la silla y salió del cuarto de seguridad. Subió las escaleras que ascendían a la oficina, estaba vacía. Llevaba horas encerrado en esa sala, las de negociaciones y donde recibió la noticia de poner fin a la existencia de medio planeta. Se fueron y le dejaron la responsabilidad de destruir la vida mientras todos corrían a sus casas o a los bunker los afortunados que tomaban de decisiones.

No seré yo, se repetía mientras corría para intentar obtener un beso con el que redimirse de lo que pasará después.

BENEDICTO PALACIOS

Acababa de cumplir 19 años, era alta, de pelo castaño y ojos claros, glaucos, diría el novelista. Guardaba costumbres aprendidas de su abuelo, la de sujetarse la barbilla con la mano, la que más. Su hermano mayor la llama Augusta, por el parecido con el pensador de M. Augusto Rodin.

Reía la comparación, pero era cierto que pensaba mucho y no se conformaba con cualquier explicación. La ciencia había desvelado el secreto de los hechos que vemos y con los que estamos familiarizados. Pero ¿qué había más allá de los que acontecen a diario en el mundo? ¿Qué es el mundo?

Le habían contado que al principio hubo un gran explosión, un globo que se infla y termina explotando —¿ fácil, eh?— y que ahora nos encontramos en la fase opuesta: el globo se contrae.

—Tengo curiosidad por saber lo que ocurriera en el principio, pero no me preocupa, sí lo que pueda suceder ahora, porque estamos dentro del globo que se encoge. Cuando un patata se contrae, entonces se arruga ¿nos arrugaremos todos? Entonces yo dejaré de medir casi 1,80.

—Entonces yo menos. ¿No te entra miedo de pensarlo? —Le preguntaba el hermano.

—A todos debería entrarnos y hacer como el erizo o como tú mismo si de pronto sintieras los espasmos de un terremoto, que buscarías un refugio y te ovillarías, te reducirías a la mínima expresión.

El hermano ponía cara de perplejidad. Augusta le contó un sueño: había un gran chorro de luz que procedente de un objeto luminoso recorría un mundo plano. De seguir una línea curva, no se cansaría de dar vueltas y si recta continuaría hasta el infinito.

—Para, para. Imagina que yo interpongo una pantalla, entonces la luz choca y se detiene ¿o no?

—Es lo que hace el creyente y que a muchos satisface. Hay un punto final. Se acabó. No hay más preguntas.

—¿A ti no te convence que haya lo que sea en el final y cesen los interrogantes?

—No.

—A mí me da vértigo preguntarlo.

—Lo sé, pero debemos preguntarlo aunque nos dé.

DAVID MERLÁN CASTRO

<<Mañana es el día. Tengo que decidirme y no se qué hacer. ¿Qué elijo en la solicitud de admisión, Ciencias o letras?, ¡Dios! ¿Qué es lo correcto?>>

En esos pensamientos me encontraba inmerso cuando llegué a un oscuro callejón de la ciudad, y me encontre, sin darme cuenta, atrapado entre dos caminos, en una encrucijada de calles que ambos llevaban a destinos desconocidos. Mi conocida reputación a la incapacidad de tomar decisiones se convirtió en un vértigo que me paralizó por momentos. Sólo el sonido de unos pasos rápidos que se acercaba cada vez más, hizo que sin más opción ni tiempo, optara por el camino de la izquierda, adentrándome en una penumbrosa y cada vez más y más angustiosa callejuela.

Al avanzar, descubrí una puerta entreabierta. Al entrar, me encontré en una habitación iluminada por una tenue luz. En el rincón, una figura encapuchada reveló su presencia. «La elección correcta», susurró.

Sin entender completamente lo que estaba pasando, noté cómo la puerta que había dejado atrás, se cerraba violentamente de un portazo.

Horrorizado, me dio cuenta de que había evitado un encuentro con quienes me perseguían, aún sin saber a qué debía de tener miedo. Ahora me encontraba en un punto sin retorno. La figura en la habitación resultó ser mi salvación, pero cuando agradecido por mi instinto, comprendí que, a veces, la elección menos mala puede ser la correcta en situaciones de vida o muerte, la enigmática figura se me abalanzó encima y…

—¡¡¡AAAAAH!!— grité mientras me despertaba empapado en sudor.

<<¡¡Que angustia por Dios!!>> Pensé en la oscura soledad de mi habitación mientras aún me intentaba reponer de aquella pesadilla mirando a izquierda y derecha, de arriba a abajo intentando situarme.

Un minuto después, tomé una decisión mientras encendí la luz, me levanté y me dirigí al escritorio junto a la ventana

<<Al menos ya tengo claro lo que debo de elegir>>

y cogiendo el bolígrafo marqué la opción que creía más adecuada para mí futuro.

RAQUEL LÓPEZ

La muerte disfrazada de mujer…

La niebla cubría la carretera y los efectos del alcohol me hicieron perder el control del coche quedando al borde de un precipicio. Salí despacio para no balancearlo demasiado y que se pudiera precipitar al vacío. Tuve suerte.

A pocos metros pude ver un bar de carretera.

Era un antro pequeño donde el humo de los cigarros impregnaba el ambiente, un ambiente denso y lúgubre que anulaba toda esperanza de oxígeno.

Me acerqué a la barra y pedí la ultima copa sin pensar en lo sucedido, ya tendría tiempo de solucionarlo, ahora solo necesitaba beber.

En unos instantes la puerta de entrada se abrió soltando un chirrido ensordecedor y una mujer se dejó entrever bajo la penumbra.

Caminó con paso firme balanceando sus caderas, su piel era nívea, su pelo ondulado y sus labios carnosos… Me llamó la atención aquellos tacones de vértigo a juego con su vestido, rojos y que resonaban en aquel suelo de madera vieja.

Se sentó a mi lado y pidió una copa mientras acercaba el cigarro que llevaba entre sus dedos hacia mí pidiéndome fuego. Las manos me temblaban y a la tercera vez conseguí encenderlo.

Ella apenas daba unas caladas y mantenía su mirada fija en mí.

Sonrió, se atusó el pelo y me abrazó con sus fríos brazos, desde ese instante creí morir y sentí un vértigo estremecedor, como si mi cuerpo dejara escapar mi alma.

Mire a través de la ventana y vi que el coche se precipitaba al vacío.

Entonces me di cuenta que esa sería la última noche de mi existencia, pues la muerte me atrapó entre sus brazos……

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

UN SUCESO DE CIERTA GRAVEDAD

Nadie se explica cómo ocurrió, pero lo cierto es que, de buena mañana, las leyes de la física me habían abandonado impunemente. Si Newton hubiera presenciado tal acontecimiento, habría reformulado su principio denominándolo Ley de Levitación Universal.

Comencé sintiendo una extraña levedad en mi ser, como diría Kundera, seguida de la repentina separación del suelo. Al principio fueron centímetros y la cosa duró solo unos segundos. Eso me tranquilizó momentáneamente. Pero entonces subí un metro, luego otro, y cada vez más rápido… En cuestión de minutos me encontraba arriba, flotando como un globo errante, movida por el viento y sin nada a lo que agarrarme, dudando entre quedarme quieta o intentar avanzar. Pero, ¿cómo se avanza en el aire? ¿nadando? ¿expulsando gases, por la boca o cualquiera de mis otros orificios, como un avión a reacción? Admito que la escena debía resultar de los más patética, conmigo en mitad de la invisible atmósfera, haciendo todo tipo de aspavientos.

En semejantes situaciones, supongo que lo primero que se siente es vértigo, un vértigo terrible en forma de nudo en el estómago que se va apretando cada vez más a medida que asciendes velozmente sin que notes cosa alguna bajo tus pies, tan solo la vacuidad más absoluta a tu alrededor. Sin nada a lo que aferrarse, sin nada en qué apoyarse, y con la incertidumbre de no saber si vas a caer al vacío, ni en qué momento sucederá tal fatalidad.

Mientras mi cabeza reflexionaba sobre estas cuestiones existenciales, abajo se organizaba un improvisado plan de rescate. Trataron de colocar una lona, la más grande que encontraron, justo debajo de mí, que por entonces había quedado reducida a un punto en el aire que no paraba de moverme erráticamente. La levitación es materia caprichosa y seguirme resultaba casi un imposible. Todos los que formaban el pelotón de rescate se desplazaban de un lado para otro, de manera bastante aleatoria, como pollo sin cabeza, tratando de seguir los caprichos de las leyes de la física, o mejor dicho, la falta de ellas.

Entonces volvió la gravedad, como vuelve la luz después de un inesperado apagón. Supongo que alguien, por ahí arriba, habría accionado de nuevo una especie de interruptor o algo así. No sé, los temas divinos se me escapan. Fueron más de diez metros en caída libre. Pero lo que pensaba que iba a ser un vértigo atroz de pronto se convirtió en un cosquilleo, en una indescriptible sensación, que supongo que es la misma que deben sentir los pájaros. Todos se asombraban al verme reír cuando lo que esperaban, probablemente, era mi cara desencajada.

Esa de la foto soy yo, en el momento de la llegada, como siempre, haciendo la payasa. Ya lo decía mi madre, no tengo remedio.

MARÍA CID

VÉRTIGO!

Solo sentí esa extraña sensación de estar colgada de la nada, una vez!

Una sola vez que fué cuándo perdí a mi madre…

No hay nada que de más miedo que sentirte colgada de la nada, porque el cordón umbilical que te unía a ese ser desaparece bajo tus pies y sientes que si te caes nada ni nadie podrá agarrarte fuerte para darte esa seguridad que ahora pierdes.

Sientes que no das pie! que has perdido el apoyo de seguridad que te mantenía firme y segura de ti misma,porque estaba ella,porque siempre estaba para ti! porque ayudarla era tu mayor satisfacción,porque amarla era cómo amar a tu alma,porque fué padre y madre a la vez, porque ella siempre fué la luz que guiaba mis pasos,cuándo se fué no había consuelo para mi!

El vértigo y el dolor que sentía eran igual de fuertes y amargos!

Ahora sé que yo soy esa luz,esa cuerda,ese cordón umbilical en la vida de mis hijos y mi deseo es que pase mucho tiempo antes de que sientan que quedan colgando de la nada.

RAFAEL MENCÍA ESTEBAN

-El estreno

La poca luz que entraba por la ventana no dejaba percibir si se trataba de un bonito día de lluvia o del tortuoso y cansino sol de Andalucía, que llegados estos días de otoño, se estaba convirtiendo en un castigo divino. Tampoco era posible saber qué hora de la mañana o de la tarde podía ser, pues tanto los días como las noches, en temporada de estreno, se le antojaban difusos en su percepción ordinal, concomitando en un estado de jet lag permanente.

Sabía, que nada más incorporarse, volvería la náusea que desde el ensayo general lo acompañaba mientras se mantuviera consciente y sereno. Miró la botella de brandy, sobre la mesilla, a la que aún le quedaban un par de tragos, y sin levantar la cabeza de la almohada intentó ingerir un poco de aquel bálsamo, derramando la mayor parte sobre la cama, que a juzgar por las manchas, no era la primera vez que recibía parte del contenido de aquella botella.

De pie, frente al espejo, intentaba averiguar quién era aquel tipo que sin ser él, lo parecía, a pesar de ese aspecto irreconocible y seco que irradiaba lástima y repugnancia en iguales proporciones. Sus manos aún no se habían querido despertar y hormigueaban al contacto, en el intento de ocultar ese cuerpo, con alguna prenda que si no mejoraba, al menos disimulaba la aberración que le devolvía el espejo. Entonces recordó que era el día del estreno y un hilo de sudor bajó por su espalda, sintiendo como la humedad se acumulaba en el elástico de su slip; y también recordó que estaba intentando vestirse sin, siquiera, haberse dado una ducha. El agua, muy caliente, conseguía apaciguar la angustia que presionaba su pecho y la serenidad volvía, a ratos, a su alma.

Amanda le esperaba en la recepción del hotel. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ensayó su mejor sonrisa mientras saludaba a las personas que le habían reconocido y deseaban saludarle y desearle éxito en el teatro. Pero su cuerpo se negaba a obedecer e incluso le costaba coordinar el movimiento de sus piernas que en cualquier instante parecía que se detendrían sin previo aviso.

Ella no necesitaba intuir su estado de ánimo, y si de forma natural, tenía que vérselas con su comportamiento excéntrico, hoy venía dispuesta a soportar su peculiar manera de enfrentarse a este nuevo reto. En el bolso siempre llevaba calmantes, que de nada servirían si los engullía con una desproporcionada carga de alcohol que sus pequeñas y enrojecidas venas faciales delataban estar ya metabolizando en su hígado. Lo mejor sería esperar a la comida para determinar en qué fase del preestreno se encontraba.

Hoy no era día para llamadas, el teléfono seguía apagado desde que salió del teatro la tarde anterior. Ella se lo cogió del bolsillo interior de la chaqueta y lo encendió para comprobar quién le había llamado y poder responder si algo era verdaderamente urgente: dos llamadas del productor, una de su ex-mujer y dos mensajes del inspector Santana que leyó en silencio y se prometió no comentar hasta después de la representación. Ahora tenía que evitar sobresaltos y ante todo, evitar a la prensa hasta que todo terminara.

A medida que el taxi se iba acercando al Lope de Vega, las gotas de sudor en su frente y la entrada insustancial de aire en sus pulmones se iba acrecentando. El corazón era capaz de latir y dejar de hacerlo sin previo aviso, o al menos era la sensación que tenía. <<Oh Amanda, no recuerdo ni una sola frase >> Balbuceaba entre verdaderas lágrimas de dolor corporal. Pero era mejor dejar que él mismo recompusiera su estado de ánimo; de ella, sólo necesitaba su presencia, no estar solo; alguien que lo condujera como a un reo, y se ocupara de que no perdiera la compostura en ningún momento, o jamás se lo perdonaría.

Lo peor estaba por llegar. Estaba en la última fase que empezaba siempre de la misma manera: << Sos la hija de puta más grande con la que me he topado en mi vida. Sabés que me quedaré paralizado y no podré articular palabra. Siempre has disfrutado con mi angustia pero será la última vez, te lo juro. No se te ocurra sonreír zorra boluda o te prometo que cambiaré de agente para la próxima temporada>> Y así, los últimos veinte años. Para luego pedirle perdón y llevarla a cenar al mejor restaurante de la ciudad. Cubriendo los pocos metros que había desde el taxi hasta la entrada casi estaba ganada la batalla. Una vez rebasada la puerta de actores no volvería a despegar los labios hasta su primera frase en el escenario.

Como un zombi se había dejado vestir y maquillar, siempre con los ojos cerrados, sin mirarse al espejo por miedo de no verse reflejado. Amanda fue a buscar al apuntador, éste, puso su mano en el hombro de Ricardo y con sincera empatía le susurró al oído: <<Señor Darín, yo le doy la entrada, todo controlado>> Entonces, y sólo entonces, sintió como el aire se abría camino hasta sus pulmones y el color de su piel volvía a brillar. Estaba a un paso de vencer a su cuerpo mal educado y caprichoso que se negaba a obedecer en momentos tan trascendentales.

Delante del telón aumentaba el rumor del público, acomodándose en sus butacas. La platea ya estaba llena y poco a poco se fueron completando los palcos y los pisos superiores. Una locución recordó a los asistentes la necesidad de desconectar sus teléfonos y la prohibición de grabar durante la representación.

Recorrió los pocos metros que le separaban del camerino a la entrada al escenario con los ojos cerrados, con su mano izquierda apoyada en el hombro de Amanda que cual lazarillo lo guiaba obligando a callar, con gestos, a todos los actores que esperaban en sus puestos entre bambalinas.

<<Vuelve a leerme la carta de Buey Apis.>>…

…<<Cráneo privilegiado>>

Cayó el telón y la ovación fue unánime, fueron saliendo los actores de menor a mayor rango hasta que le tocó a él, que como si fuera la primera representación de su vida, olvidó todas las miserias de ese día… Hasta que vio al inspector Santana, entonces volvió esa náusea, el sudor, la parálisis, …y las ganas de asesinar a Amanda.

EFRAÍN DÍAZ

La década del 80 fue una turbulenta. La cocaína era la droga de moda y se pagaba por su pureza. Ese polvo blanco que movió muchos millones de dólares, también movió muchas vidas.

Cuando a Carlos le dijeron que había perdido un cargamento de cocaína, su corazón dio un vuelco. Por no tender un cebo a la policía, le habían incautado ochenta kilos destinados a Miami.

Francisco se lo había dicho. Tender cebos y sacrificar cinco kilos era la medida más segura para entretener a la policía mientras se entraba el grueso del cargamento por otro lugar.

Ahora Carlos enfrentaría las consecuencias de su tozudez. Tendría que darle la cara a Fabio, el patrón. Ochenta kilos significaban unos cinco millones de dólares que Carlos no tenía. Este tipo de errores se pagan con dinero o con la vida. Plata o plomo decían los paisas.

Pero Fabio tenía otros planes. No todo se resuelve con plata, ni con plomo. Siempre hay otras formas de pago.

Carlos manejaba con su esposa Blanca hacia la casa de Fabio, un palacete en los suburbios de Medellín. En su mente, Blanca se preguntaba qué papel jugaría en este entuerto. Su marido había perdido el cargamento y ella ignoraba su participación. Al llegar a la mansión de Fabio, Carlos, hecho una madeja de nervios, le confesó a su esposa que ella era la única que podía salvarlos. Le explicó que a cambio de su vida, Fabio quería su cuerpo. Quería degustarla, disfrutarla y explotarla por una noche. Ese era el pago, en especie. Blanca sintió vértigo. Todo a su alrededor comenzó a moverse sin control. Su mundo empezó a resquebrajarse. Caían como un rompecabezas cuyas piezas no encajan. Luego del vértigo, sintió coraje. Una furia que ebullía en sus entrañas y subía quemándole el esófago. Para salvarse el culo, su marido la había vendido como a una puta, como a un cerdo. Pensó en no ir. Pensó en desafiar a su marido y desairar a Fabio. Pero luego pensó en sus dos pequeños. Por los cuentos de Carlos, sabía de lo que Fabio era capaz. Entonces le dio una bofetada a su marido y se bajó del auto. Caminaba con un sentimiento de ira y frustración. Con rabia. Se sintió como Estatira, que se entregó a Alejandro el Macedonio por conveniencia y no por gusto. Porque el sentido de supervivencia lo dictaba. Porque la historia se repite a sí misma para demostrarnos que no hemos aprendido nada.

Al entrar a la residencia, la esposa de Fabio, encabronada, le dijo que la esperaban arriba. Blanca subió y vio a Fabio al final del pasillo junto a la puerta de la habitación.

Cuando Blanca entró, Fabio le dijo que dejara la puerta abierta.

-No quiero tu cuerpo, Blanca. Tengo una familia y la valoro. Solo quería probar si tu marido tenía suficientes huevos para defender a su familia. Para darme cara y ofrecer otras formas de pago. Para defender lo que es suyo. Pero no. Te envió a la boca del lobo para salvar su trasero. Si no tienes los huevos para defender a su familia, que huevos va a tener para defender lo mio?

Blanca se quedó desconcertada.

-En cambio tú, sí tienes ovarios. Fuiste capaz de venir dispuesta a entregarte por tu familia, por tus hijos. Y eso lo admiro. Tu marido es un cobarde y no me sirve. Sin embargo, contigo puedo hacer negocios.

Fabio y Blanca dialogaron por varias horas, tiempo que a Carlos se le hizo eterno. Intentó ocupar su mente en otra cosa pero siempre le venían las mismas imágenes. Fabio follándose a su esposa en cuanta posición existía y ella disfrutándolo.

Pasaron cuatro horas y Blanca apareció a la distancia. Caminaba con cierta lentitud y mucha seguridad. Abrió la puerta del auto y se subió.

-Contéstame algo, Blanca. Te gustó? Preguntó Carlos algo iracundo.

-Carlos, quiero el divorcio.

Entonces fue Carlos quien sintió vértigo.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

CARRERA VERTIGINOSA (Para el tema de la semana).

Habiendo tenido un día muy atareado no había salido de casa, por lo que a la tarde, aprovechando que mi perra Noite tenía que dar su habitual paseo, salí con ella a un parque cercano.

Pero al pasar delante de un hotel junto a casa, topé con la típica imagen del bus y un mogollón de japoneses a punto de subir en él, cargando maletas, sillitas de niños y demás útiles para el viaje.

Pero me fijé en dos madres desesperadas intentando cambiar a todo gas a sus nenes que, como es habitual, se hicieron caca en el momento menos oportuno.

Me trasladé a épocas pasadas y al verlas en ese trance, me brindé a ayudarlas. Até un momento a Noite en un árbol y me hice cargo de un paquete de Dodotis y artilugios para limpiar el culo sucio de su dueño.

El bus tocó la bocina y, al ver que ellas no subían salió un hombre uniformado , instándolas a subir y acabar arriba.

Yo estaba cambiando al niño de turno encima de un banco y le pregunté al hombre qué hacer señalando al cagón y aclarándole en inglés, que no era mío que yo solo ayudaba a la madre que en ese momento subía con la bolsa cargada de los instrumentos y objetos necesarios para el viaje. Él me habló supongo que en japonés pues si era inglés sonaba a chino, haciéndome señales de subir indicando, al menos eso entendí, que podía dejar arriba el niño y bajar a continuación. Así que subí, pero nada más poner el pie arriba, se cerró la puerta y arrancó el bus.

Grité que por favor parase, mientas veía a Noite atada ladrándome desesperada. Nadie hizo caso, al contrario, me miraron y se miraron comentando algo en japonés de lo que no me enteré.

Piqué las puertas chillando, nadie hacía caso. Todos con los cascos puestos unos conectados al móvil y otros dispuestos a mirar la película que iban a poner en la TV.

Fui al conductor que resultó ser una señora y le hablé: ni me miró. Le chillé, ni caso, intenté tocar el cambio de marchas a ver si reaccionaba y no sé de dónde sacó un pequeño látigo y me dio en la mano pecadora. Con la misma ferocidad, la abofeteé, pero erra no reaccionó.

Con horror vi que enfilábamos la Ronda con salida a la autopista donde una vez dentro no había posibilidad de bajar hasta bastantes kilómetros y por tanto la imposibilidad de vuelta por mí misma a pie. Pensé en Noite atada, en la familia, busqué el móvil y me di cuenta que el bolso me lo había dejado en el banco donde cambiaba al niño. Solo quedaba un remedio ya: romper una ventana y saltar. Di un golpe al vidrio con la mano pero no le pasó nada. Me saqué un zapato y le di, y tampoco. Desesperada busqué algo metálico y no encontré nada tampoco. La autopista se acercaba a velocidad de vértigo.

Entonces vi que un viajero me hacía señales. Fui a su lado y vi que sacaba un instrumente muy curioso: era metálico y alargado, Lo acercó al vidrio y lo perforó abriendo un pequeño agujero para a continuación y dándole vueltas al mando, iba rebanándolo agrandando progresivamente el agujero hasta llegar a un diámetro de unos 50cm.

Ningún pasajero parecía haberlo notado embebidos en sus escuchas o absortos ante la pantalla. Me señaló la abertura preguntándome si la quería mayor y le dije que un poco más para salir con mayor facilidad y sin producirme rascadas. Y el hombre reanudó su tarea hasta tener un diámetro que consideré ya apto para atravesarlo. Presa de miedo me introduje por el agujero presta a jugarme la vida saltando cuando noté algo rasposo que me daba golpes en el brazo mientras algo viscoso se paseaba por la mejilla que no tenía apoyada en la almohada: eran respectivamente una pata y la lengua de Noite despertándome para su paseo matutino.

AMPARO SORIA

-¿Amiga?-

El grupo de participantes nos colocamos en fila india al comienzo del puente. Detrás de mí, Cecilia y Hugo. La aventura consiste en cruzar un puente colgante, a más de veinte metros de altura y quince de largo, sobre un barranco bajo el cual fluye un caudaloso rio bordeado por grandes rocas. Llega mi turno, respiro hondo y comienzo indecisa. Agarrada a la cuerda de ambos lados del puente, mis nudillos emblanquecen, el corazón va acelerando su ritmo. Seis pasos sobre la pasarela de madera, me cuesta enfocar la vista con claridad, un ligero mareo me detiene unos segundos…

– ¡Vamos! ¡Marina, puedes hacerlo! –me alienta Cecilia a mi espalda.

Intento continuar, escucho las voces del grupo lejanas, los zumbidos en los oídos me aturden. Aun así, doy un paso más, y otro. Por un momento, pierdo el equilibrio y uno de mis pies se cuela de forma peligrosa entre los estrechos listones de madera. Todo me da vueltas.

– ¡Marina! ¡Vamos, continua! –me parece escuchar a Cecilia muy bajito con voz distorsionada.

– ¡No puedo…! -susurro aterrada. – ¡Ayudadme…! Me dejo caer sobre los listones agarrada a la cuerda. No me vale la pena sufrir este mal trago por ningún chico, aunque sea Hugo.

Unos brazos fuertes me acompañan hasta tierra firme. Me recupero poco a poco de del vértigo. Miro a su Cecilia, esta sonríe satisfecha ¿Por qué? De repente, todo encaja en mi confusa mente. Mi amiga sabe que sufro vértigo, por eso me ha traído a esta aventura sorpresa. Yo quedo mal ante Hugo, y este se decanta por Cecilia.

– ¿Te encuentras bien? –pregunta Hugo preocupado. –Tu amiga, si se puede llamar así, me ha contado en tono triunfal lo de tu vértigo. Había apostado que no lo harías y que podíamos salir ella y yo. Lo siento, ahora tengo que dejarte, me espera Óscar. ¡Tu amiga se va quedar a cuadros cuando me vea irme con mi novio! –comenta malicioso guiñándome un ojo. Hugo y yo sonreímos confidentes, somos amigos a partir de este mismo momento.

GRISELDA SIERRA

DESPAREJADO

Sentía vértigo de sólo pensar que se aproximaba el 14 de febrero y yo no tenía pareja. La había perdido sin saber cómo. Un día simplemente ocurrió y me dejó sin explicación y sin decir adiós. Para alguien como yo tener pareja es fundamental, es parte de nuestra sobrevivencia y de nuestro bienestar, pues cuando estamos solos perdemos nuestro atractivo y ni siquiera podemos salir de casa. Desolado me puse a pensar en cómo y dónde podía buscar a esa linda pareja que se había marchado sin dejar rastro, no sabía a donde había ido y a la dueña de la casa parecía no importarle que él hubiera desaparecido. Que yo supiera no lo andaba buscando ni nada de eso; es más, creo que ni cuenta se había dado de que él me había dejado solo y desasosegado. Por eso, en un intento desesperado por llamar su atención, en cuanto ella abrió el cajón del armario salté veloz al piso. Hasta entonces escuché que ella preguntaba: ¿qué hace este calcetín sin su par? Buscaré en la lavadora.

ASAPH FERNÁNDEZ

Amelia

Ayer tomé una flor, su nombre era Amelia. La cuidé, la regué, la adorné con piedras preciosas.

Lavé sus pétalos en agua pura y cristalina hasta que crecieron y le dieron una silueta hermosa y una belleza extraordinaria.

El cuidado que le tenía me hizo amarla más que a cualquier flor que tenía en mi jardín y no hubo más flores para mí, nada más que ella.

Le tendí mis sueños. Mis ilusiones fueron la alfombra donde secaba sus pies, no quería que la tierra ensuciara sus vestidos, ni que el suelo tocará la planta de tus pies morenos.

Te puse un altar, y construí un templo para adorarte. Sirvientes venían cada día y te traían extravagantes presentes.

Aves, bestias, y flores exóticas adornaban tu cabello, piedras que ni siquiera conocían en este reino.

De musa ascendiste a Diosa, y te llamé Venus… mi Venus de bronce.

Pero la altura desde donde mirabas nubló tu vista y tus pensamientos.

El pedestal en el que dormías te envenenó con el vértigo que trae el envanecimiento.

Ya nada era suficiente de lo que un simple mortal podría darte y buscaste la adoración y un trono en otro reino.

El fruto prohibido mordió tu boca y del pecado degustaron tus labios; la fornicación y el sabor de los amores prohibidos se hicieron tu pan y tu merienda de cada día.

Te metiste en casa de demonios y con dioses ajenos te vi descender en la locura y el desenfreno.

¿Cómo caíste? ¡Oh lucero de la mañana! Tu que eras mi sol, la luz que me alumbraba en los confines más siniestros.

Dejaste que el calor que anidaba en tus piernas derritiera tus alas de cera.

Ícaro, mi Ícaro hecho mujer, te creíste inmortal y desplegaste las alas hacia nuevos cielos.

Te entregaste con pasión y desdeño, dejando atrás las ropas celestes por trapos de pordiosero.

Los vestidos confeccionados en seda de orugas, miles de orugas que dieron su vida para que vistieras como una princesa.

Galas de mariposa y sueños que, como a insectos, pisoteaste, ruedan por mis mejillas.

Ahora la vergüenza cubre tu rostro, y piltrafas cubren tus carnes. Descendiste a lo profundo, y dejaste atrás la corona y el centro reales.

Tomaste la capa del libido, del placer y las caricias pasajeras. De Diosa te volviste ninfa, y de princesa a ramera.

Ahora te miro pasar, tambaleante, quizás ebria. El vértigo te hace caer al igual que la vez primera.

Cuando tus pasos de yegua recién parida, te encaminaron con timidez y pulcritud de sacerdotisa al paraíso que te tenía destinado.

EDUARDO VALENZUELA JARA

De niño, de siempre, Manolo quería ser astronauta, sin embargo la vida ―que está llena de sorpresas― le dio empleo como aparcacoches callejero.

Nadie sabía bien cómo sobrevivía, ni menos dónde, apenas se conocía que su nombre era Manolo y no “Neil Amstrong” ―como a él le gustaba que lo llamaran.

Cuando un coche buscaba aparcar junto al supermercado, aparecía él con su vistoso chaleco plateado y una sonrisa donde faltaban varios dientes sobre una cara rojiza, cuarteada por toda una vida al sol.

―¡Comandante Neil Amstrong, para servirle! ―solía decir al presentarse―. Proceda al alunizaje en aquella bahía del puerto espacial.

Nadie sabía si su delirio provenía de la locura o de alucinaciones menos santas, pero en verdad no les importaba.

Por las noches Manolo gustaba de mirar la luna. Se tendía de espaldas en cualquier prado soñando con volver allá arriba. Se ensimismaba observando la galaxia con todas las estrellas girando sobre su cabeza y sentía que el cuerpo ―como si fuera una brizna de hierba― se le escapaba succionado por ese torbellino estelar. Entonces, despertaba a la dura realidad, observaba sus manos temblorosas, repasaba toda su vida y recordaba que él simplemente era Manolo y aceptaba que nunca podría ser astronauta con semejante vértigo.

FIN

CARLOS GRAS MARTÍNEZ

Ya nunca veía a la luna llena, solo podía llenarla la cerveza, sentía vértigo por seguir viviendo sin ti, la vida se me queda grande, ahora que te has ido no soy capaz de levantarme y las únicas palabras que mi boca puede sollozar son «camarero ponme otra» , mis noches se han vuelto días y ni la medicación puede devolverme el sueño, ya van 10 noches llorando por ti que aún me debes, necesito que vuelvas para calmar mi vértigo, necesito que vuelvas para ver contigo

YOMALCKRY OSORIO

Sentia un vahio cada vez que sabia que tenia que ir a ese lugar,le causaba un imperceptible mareo,al mismo tiempo que un nudo en el estômago.

El solo pensar que debia atravesar ese puente ,le causaba un pânico terrible, pero no habia otra opcion.

Bajaba del bus ,se entretenia un rato como para tomar aire y valor ,charlaba un rato con el vendedor ambulante que ahi se encontraba ,luego que mentalmente calculaba el tiempo ,se disponia a subir primeramente observaba quienes iban bajando para que el camino vaya quedando despejado ,y asi con aquella gallardia obligada se disponia a subir la pasarela

Se orillaba junto al pasamanos ,y mientras eso sucedia sus piernas estaban todas temblorosas un leve escalofrio le recorria por todo el cuerpo y casi semiparalizada asi debia continuar.

Tenia sumo cuidado en no tropezarse con alguien eso la ponia aun más nerviosa ,se limitaba a sonreir ,de no ver hacia los lados ,mucho menos hacia abajo solo de frente esperando solo bajar y que concluyera aquel semicalvario ,era capaz de medir la distancia entre el comienzo y el final ,le.parecia interminable por la lentitud de sus pasos era una total agonia ,solo pensaba «falta poco para bajar».

Al cabo de transcurrir un determinado tiempo ya estaria a punto de bajar ,la felicidad se apoderaba de su rostro ,la adrenalina comenzaba a desaparecer ,pero las piernas seguian temblando ,no le importaba tropezarse ya estaba al final ,apresuraba los pasos para los ultimos escalones que visualizaba desde que subia,la respiracion era cada vez mas rápido,volteaba para ver el camino recorrido y sentia un profundo alivio.

Decia ¡Gracias a Dios !..

De lo más calmada y ya relajad entraba a ese mitico lugar ,lleno de mil flores de todas las variedades y colores .»Un Mega Meecado de Las Flores «

Pensaba «Ya estoy aqui ,todo está bien «.

GRACIELA PELLAZA

No hay cosa que se le parezca.

Recuerdo que en la escuela la maestra te enseñaba los sinónimos, palabras que tienen mismo significado y se escriben diferente. Y aunque revuelva los pocos años que fui a la escuela y los muchos de la miseria, no podría describir lo que se siente.

Se murió mi hermano, el más chico, el de los dientes como perlas que se pusieron marrones de tanta porqueria. El de la voluntad quebrada, el de los maravillosos efectos de placer que duran pocas horas, el de las caídas abruptas a los sótanos.

El que se escapaba, días y días, y luego

lo veias venir por la calle del barro, tan sucio como sus zapatillas.

Hubo todas esas cosas que se hacen cuando uno se muere, la familia, los amigos, las flores y el cementerio.

Cuando llegué a casa esa tarde, me hice unos mates y me senté a llorarlo como Dios manda.

Fuí cayendo por el hueco de la tristeza extrema, esa que se hinca de rodillas. Sin suplicar un céntimo de paz porque nunca le pido nada a la vida. Entré en el vértigo confuso del abandono, del síndrome del huérfano.

Quedé quieta, clavada en medio de la pieza, porque ese era mi muerto. El más querido. Y giraban los trastes que no lave, las ropas que no tendí, los muebles que no limpié.

Estaba en el limbo de la pena, restaurando a la hermana. En el borde del infierno, vomitando lava.

Difícil salir… muy difícil.

Hay lugares de donde no se sale nunca.

¿No es cierto hermano?

MARTU MONFORTE

Un puente, una isla…

Habían pasado más de veinte años de dolores y silencios herrumbrados; la palabra estaba clausurada. Así, la noche, cada vez se fue cerrando más y más sobre nuestro cielo.

Y el tiempo volaba, el dolor se agazapaba y se agigantaba , las escasas risas se sepultaban sobre el colchón de resentimientos apelmazados…

Amanecí, con el sueño de intentarlo. Cruzar el puente del orgullo, llegar a la isla del perdón.

Entonces de nuevo el vértigo que sacudió y, a pesar del temblor incipiente pero que crecia y crecía, también paralizaba. Entonces decía mañana, más adelante, algún recuerdo oscuro me sacudía y mis entrañas gritaban ¡No! No lo merece, no lo merecés vos. Volvía el aliento, la calma llegaba de a poco. El sudor cedía. Más adelante me repetía y comenzaba a despejar.

Hoy fue distinto. Algo dulce flotó en el aire, me rozó y entendí que sí, quizás hoy sí. Alejé las águilas del miedo; sacudí malos presagios y emprendí el camino.

Llegué al parque abundante de verdor y treboles, y espinas y escarchas. Sacudí las dudas; ya estaba frente al puente. Estiré manos y piernas, respiré y al exhalar lo sentí. Un torbellino comenzó leve, pero no se detuvo. Lo reconocí pero no hice caso. Apoyé un pie con firmeza y dí un paso. Su rostro pegó de lleno en mis sombras y el infierno temido se desató. El sudor helado, el escalofrío, la visión velada, la boca seca. Mi cabeza fue un tornado. Y de nuevo ahí, me detuve aferrada al pasado, atormentada. La isla, a lo lejos, ese día parecía aún más abandonada. La miré hasta que desapareció, la tragó el sacudón que volvía a tomarme. Un paso más y caí de rodillas. Lágrimas, sudor, baba, sal. Mi cuerpo blando se desarmó.

Aquella mañana, había soñado con ella, tenía su brazos abiertos. Me envolvió una tibieza conocida pero olvidada.

Me vestí como pude, corrí.En media hora estaba lista. Iba a cruzar el puente. Miré hacia la isla, seguía a oscuras en pleno mediodía. Eso me perturbó. ¿Había sido sólo un sueño sus brazos tendidos?

De pie, sentí que iba a vencer el vértigo si estaba dispuesta a dar ese paso. Poco importaba lo que hallara, mi perdón flotaba en mí. En ella, cómo saberlo y acaso no importaba.

De nuevo di el primer paso, otro más. Y de a poco, todo volvió a llegar. Se sucedían como siempre; temblor, frío, remolino, cabeza desorientada, pies en el aire, garganta de arena.

Respiré y di otro paso. Ellos seguían sucediendo, seguí caminando. Cruzaríamos juntos el puente. Un paso, un escozor. Otro paso y la agitación, y otro y otro más casi a tientas. Caerme sería morirme, las aguas podridas del lago no era de ensueño. Detenerme sería volver a fracasar. Seguir, aún con todo el dolor a cuestas, sería poder dejarlo atrás.No pensé más, lo haría por mí, seguí sonámbula, mareada.

Ya casi al final , me sentí liviana, vi mis manos humedas pero más serenas, mi agitación mermaba.

Estaba a unos metros, la isla brillaba. Miré hacia atrás, vi girones del miedo, hilachas del vértigo en las aguas del lago que se mecían transparentes. Hacia adelante sentí mi propio perdón…

MANOLI DÍAZ TORRALBA

Cada mañana salgo a pasear a mi perrita Hera por el parque de la vida que irónicamente esta junto al cementerio, es un lugar con muchos arbolitos y setos donde anidan muchos pajaritos, hay hurracas, merlas, palomas, tórtolas y gorriones que con sus cantos y revoloteos alegran el amanecer. Hoy bajo de una Jacaranda había un nido caído que me hizo recordar un verano de mi infancia, por ese entonces vivía con mi familia en un chalet que tenia jardín y piscina, esa primavera en uno de los limoneros descubrí un pequeño nido que causó una pequeña riña con mi padre pues quería deshacerse de él para que los pajaritos no estropearan los limones; todas las mañanas antes de ir al cole y todas las tardes cuando volvía, me subía al árbol vecino para observar a los pájaros, era una gozada ver como ramita a ramita se iba haciendo mas grande, justo el primer día del puente de fallas vi que habían 3 huevos en el nido, a los pocos días salieron de los huevos tres polluelos que me parecieron que eran muy feos ya que no tenían plumas y se movían de una forma muy rara, lo único que hacían era abrir la boca y chillar para que sus papás les dieran bichitos y miguitas, no se cuanto tiempo pasó hasta que les salieron las plumitas, al verlos ya mas bonitos decidí ponerles nombre, a los dos más pequeños los llamé pixi y dixi y al que parecía mas gordito lo llamé candy, por fin llegaron las vacaciones de verano lo que me permitía más tiempo para vigilar que hacían, entonces me di cuenta de que pixi y dixi habían empezado a salir solitos y revoloteaban con sus padres, pero candy solo se asomaba, agachaba la cabecita, volvía al centro del nido donde le dejaban cada vez menos comida; se lo conté a mi madre y se empezó a reír diciéndome “fíjate es como tú, debe tener vértigo y le da miedo volar” la miré extrañada – pero mamá si yo no sé volar ¿cómo va a ser como yo?

– Cariño no recuerdas como te asustaba subirte al tobogán, al columpio y a los árboles, a eso se le llama vértigo, no te preocupes verás como un día tendrá el valor suficiente y volará muy alto olvidando su miedo, como hiciste tú, que ahora te subes a todo y eres una experta trepadora de árboles.

Al final del verano mis vecinos adoptaron un lindo gatito muy curioso que enseguida se percató de la existencia del nido, al principio conseguí proteger el nido espantando al minino, pero un día estaba distraída y no llegué al limonero antes de que se subiera con la mirada fija en candy, por mucho que le gritara no hacia ni puñetero caso, cuando ya pensaba que se lo zamparía, mi candy hinchó sus plumas y salió volando dejando al felino con las ganas, esa tarde bailé feliz mientras cantaba mi cancioncilla inventada “ oh candy a la fuerza aprendiste a volarrr, porque un gatito malo te quería zampar, que susto me has dado, pero por fin has volado, lararalala

LOLI BELBEL

CIGARRILLO QUE NO SÉ CONSUMIR

Y vuelvo al escape de mi vida…

fumando un cigarrillo

que no sé consumir.

Otra vez…,

hoy

es primavera

-la misma quizá-.

Un rumor de armas múltiples

remueve los cipreses…

Pronto el verano

empezará otra siega.

¿Será imposible despertar?

Respiro y no me quema.

Un día es una gota de lluvia

en un océano…

Una lágrima en un mar salado…

Una calada de millones

de cigarrillos consumiéndose

y sin consumir.

Una mirada entre

millones de miradas

negras

azules

verdes…

– El vértigo de ese cielo

que nunca acaba,

el vértigo del mundo

en las espaldas de la vida

vida que pesa cien kilos

de infancia

cien kilos de madurez

cien kilos de presente-.

Vida

Mundo

Cielo…,

llenos de crepúsculos

y azares infinitos.

ALBERTINA GALIANO

Cerró la noche y entendió que comenzaba el principio del final.

Lo había pensado muchas veces, y preparado la escena: la bolsa con lo necesario para la estancia, avisado el trabajo y los allegados, asuntos abrochados… la casa en buen estado. Pero ese era sin duda el inicio de un camino sin vuelta atrás.

Él, desde otra perspectiva, se acostó con pretendida normalidad.Para ella era imposible pensar siquiera en quitarse la ropa, como si el camisón la hubiera sumido en una indefensión que temía como a un nublado.

Noche eterna, en el salón, agarrada al mando de la tele como si fuese un talismán, última huida hacia su vida previa.

En las primeras luces del día le despertó impaciente, ella ya arreglada, y en el desconcierto de él se dirigieron al hospital, como dos extraterrestres. Se sentían niños en un mundo de adultos.

Salas de espera, preguntas robóticas de protocolos médicos, enfermeras, máquinas, cables y agujas. Luz intensa y palabras frías acompañando la manipulación de su cuerpo. Y un dolor intenso.

Entre todo ese maremágnum él estaba allí, en un rincón, mirándola aturdido.

Luego la oscuridad y el silencio.

Despertó de madrugada en una gran estancia, a media luz, con un trajín silencioso a su alrededor y sintiéndose un despojo.

En cuestión de dos o tres horas se reencuentran en una habitación los dos, y entre medias una cuna.

-Ahí está vuestro niño, debes limpiarte bien los pezones antes y después de darle de mamar. Dale cada tres horas, y estad pendientes del meconio. No le pongas boca abajo, porque se podría ahogar.

Los ojos de ambos se cruzan angustiados, y al unísono formulan la misma pregunta…

Pero… lo van a dejar aquí ya ???????

GAIA ORBE

Manejaba a velocidad constante en la soledad de aquella rotunda llanura. Hacía cuatro horas que había pasado el último pueblo y mi vista no lograba adivinar los límites del espacio. En el espejo retrovisor se balanceaba el cordón de tres trenzas que mi abuela me había dado al salir. La decisión de huir de una vida monótona había sido mía. Sabía que podría tratarse de una cita con la nada pero las ganas de enfrentarme al abismo lleno de cosas nuevas me habían empujado a hacerlo. Y ahí estaba siguiendo al dilatado horizonte plano, inalcanzable y circular que señalaba la frontera entre la vida y la muerte. De pronto en el resplandor del aire tembloroso una sombra con vida propia se dirigió hacia mí. Lo que vieron mis ojos fue en simultáneo. Era la luz, lo blanco, lo negro y el azul del cielo. En esa ruta líquida, un oasis al acecho se acercaba arrastrando moles de rocas. El peso del latir del vértigo se apoderó de mis piernas. Luego se endurecieron mis brazos. Con el vacío dando giros en la cabeza quedé tiesa sin poder desprender los pies del acelerador ni a mis manos del volante. En ese instante plateado temí que se rompieran los cristales, empujé todo mi cuerpo a fondo sobre el freno y me detuve. Con el impacto el colgante del espejo dio de lleno en el centro de mi frente. Esbocé una tenue sonrisa. El mundo había recuperado la condición de milagro. Parecía agua pero era solo asfalto brillante y sin vida. Las cumbres pétreas labradas por la erosión al costado del camino me mostraban que faltaba poco para mi destino. Volví a andar, los cordones de tres trenzas no se rompen fácilmente.

BEGO RIVERA

Este relato está basado en hechos reales. Abstenerse de leer personas muy sensibles. Gracias!!

Billy

Cuando vio el peluche Sue decidió comprarlo. Era de color rojo muy bonito, pensó que a Billy le encantaría.

Billy era el chimpancé de su vecina y amiga Alicia, lo conocía desde siempre , cuando lo compró y adoptó de bebé por cincuenta mil dólares.

La única hija de Alicia murió hacia unos años en un accidente de tráfico y desde entonces Billy era más que un hijo para ella y su marido John el cual murió también cinco años después que su hija Sara. Ahora Billy tenía catorce años y pesaba noventa kilos.

Aquella mañana su vecina le había llamado preocupada, Billy estaba muy nervioso, le comentó que le había dado unos ansiolíticos para calmarlo pero había cogido las llaves del coche y había salido corriendo, le pidió ayuda y Sue se dirigió hacia allí.

Alicia confiaba en ella ya que conocía al chimpancé se hizo famoso en la ciudad ya que Alicia lo llevaba a todas partes.

Cuando llegó a la casa de su vecina vio a Billy enfrente de la casa balanceándose nervioso con las llaves en la mano .

Sue se acercó a él a la par que Alicia, sacó el peluche para intercambiarlo por las llaves, de pronto el chimpancé se le abalanzó arrancándole una mano mientras ella caía de espaldas, en medio de un vértigo incontrolable vio su mano ensangrentada a varios metros, miró a Billy justo cuando su gran dentadura se le clavaba en la cabeza, no podía gritar ,solo tenía la sensación de estar mareada sintiendo que daba vueltas y vueltas sin parar en un túnel sin fondo.

Oía a su vecina gritar, estaba pidiendo ayuda desesperada.

Después de un tiempo que se le antojó eterno notó que la cogían.

No podía hablar, tampoco podía ver y el dolor sustituyó al vértigo.

Más tarde cuando volvió en sí, se dió cuenta que seguía sin poder hablar ni ver, empezó a retorcerse hasta que le explicaron lo ocurrido , el chimpancé le había arrancado la cara, los ojos ,la boca , la nariz, varios huesos de la cara… tampoco tenía manos…

Volvió el vértigo pero esta vez por miedo e impotencia.

A Billy lo mató la policía aquel aciago día.

Demandó a su vecina, según le dijeron Alicia afirmaba que cuando Billy la atacó su cara cambió, decía que no era Billy , evidentemente nadie la creyó y poco después Alicia murió.

Sue no quería pensar pues le traía dolor, pero si no pensaba volvía el vértigo.

ALMUT KREUSCH

Vertigo

Aunque al principio nadie quería admitirlo, su muerte era inevitable. Y durante toda esta tortura ella se había convertido en la sombra del hombre que siempre había amado. Año tras año, mes tras mes, día tras día, luchó junto al ejército de batas blancas contra este enemigo destructor y mortal.

El día de su muerte misericordiosa, cuando el sufrimiento se convirtió en paz, cuando él la acarició por última vez con sus hermosos ojos antes de cerrarlos para siempre, ella lo abrazó durante mucho tiempo, besó los labios fríos sin sangre y lo dejó en compañía de quienes habían venido a llorarlo.

Con el alma del amado agarrado a su corazón cruzó campos verdes, riachuelos, atravesó bosques; llenó su cuerpo con los aromas de hierbas salvajes, con el aire limpio y con energía que daba alas. Con cada paso soltó lastre y volvió a sentir su cuerpo que a lo largo de los años se había convertido en un envoltura insustancial; soltó el sufrimiento del cautiverio, de las falsas esperanzas, de la desesperación y de la tristeza.

Llegó a la cima de una montaña donde el aire cristalino la mareó, sintió el vértigo de una felicidad desconocida y de su boca salió un grito salvaje y liberador. Abrió su corazón y las lágrimas de alivio y gratitud, una sonrisa y el profundo afecto acompañaron al amor de su vida, que en ese momento inició su verdadero viaje hacia el universo.

ANA DEL ÁLAMO

Desconozco en qué orilla amarraré mi barca. Las auroras están por venir.

A días, mi escapulario me rinde cuentas y sin escrúpulos lo vuelco para acallarlo.

Creo saber de donde vengo; la estoy viendo sentada en su mecedora negra. Me dejó sus caracoles esculpidos en el cabello y la alegría bajo la puerta.

Hace un tiempo alguien permitió que se colara un gen extraño entre nosotros al que fue dando forma una generación tras otra, hasta convertirlo en sello de la casa. Eso me turba la visión causándome un vértigo difícil de controlar.

Me pregunto hacia donde voy con mis tribulaciones. El espejo me devuelve una mirada desafiante y lacónica, mientras veo como se suma un pliegue más a mis contornos, fruto de la ansiedad y el devenir.

Hace muchos años estallaron en mi sangre pedacitos de mis otros, que pulieron el esmalte de mis dientes, la palidez de mi tez y el grosor de mis labios.

Ahora, me dejaría tatuar el alma por conocer el final, pero mi ángel no me permite pactar con el diablo y me expulsa al destierro de lo ignoto. Allí siento frío y pido volver presa de pánico.

Aún así yo no dejaré de preguntármelo cada día cuando la noche se rinda. Lo desconocido me produce vértigo acercándome al abismo más profundo, pero más miedo me produce «no saber».

EVA AVIA TORIBIO

Ella

Tras diecisiete años, mis tacones rojos continúan caminando por las calles de la Gran Manzana. Mis largas piernas, ya cansadas, siempre fueron la envidia y el deseo a partes iguales de todo aquel que estuviera conmigo.

Atrás quedó aquella joven mujer que se marchó de su pueblo huyendo de la miseria que la rodeaba. De unos padres y unas tradiciones, que marcaban a una familia cuando alguna de sus hijas nacía con una belleza singular.

Sin apenas saber leer y con la única arma que poseía, mi belleza, me adentré en algo tan peligroso como, así lo sigue siendo, la profesión mas antigua de la historia.

Y ahora pensarás, que toda aquella persona que se adentra en ese mundo es porque quiere, y puede que tengas razón, o pensarás que pobres de las que lo hacen engañadas o coaccionadas por su situación, y tendrás también razón. Solo decirte que yo soy esa mujer que las circunstancias de su nacimiento fueron el motor para sobrevivir a costa de lo que fuera, pero que siempre fui consciente y acepté las consecuencias de mis actos.

Aproveché el poco tiempo que me quedaba entre cliente y cliente, para acudir a clases gratuitas para emigrantes. Quería entender los misterios protegidos entre ambas tapas de esos grandes libros que veía en las estanterías de las grandes bibliotecas. Ponerme en otra piel, viajar a otros lugares, muchos de ellos irreales y otros tan lejanos a los que solo podía acceder a través de la primera pantalla en blanco y negro que me pude comprar. Llorar, reír, enojarme e incluso amar, sentimientos tan naturales y a la vez tan complicados de experimentar para una persona como yo. Amar, que palabra más bonita. Esa en la que los personajes de las grandes novelas sienten, en muchas ocasiones, vértigo.

Cuando cierro la tapa de cada una de esas historias, aterrizo en la mía, ¡que sí!, la que yo elegí, pero no por ello no menos triste. Esa de la que ya no sé cómo escapar, sino es con un triste final.

En la escuela me enseñaron a leer y escribir, pero no a sobrevivir en el mundo real, para ello está la cruda realidad.

Esa historia en la que, al caer la noche y que cada vez que monto en un coche, o subo las escaleras de una vieja pensión o ahí mismo, al girar la esquina de la calle mas oscura, cierro los ojos y me dejo hacer con lo único deseo de que en la próxima vida ya no sienta, este vértigo.

CARMEN ÚBEDA FERRER

El labriego glotón

____________________

El gordinflón hombrecillo,

no era malo ni era bueno,

era un labriego muy pillo

que solo quería comer

y dormirse sobre el heno.

Ante tan supina vagancia,

a nuestro amigo gordinflón,

le creció tanto la panza,

que mucha tela le faltaba

a su pobre pantalón.

Siempre se escamoteaba

de realizar trabajo alguno,

según él, mejor ninguno que uno.

A comer se dedicaba

fuera dulce o fuera haba.

Después se iba al granero

a reposar la panzada.

El labriego, la noche aquella,

se pasó por el gaznate

de buen tinto dos botellas.

-Me maten o no me maten

yo acabaré con ellas,

que he de regar el queso,

el buen pan y, el cordero

que comeré de remate.-

No sabía lo que hacía

¡Pobre glotón!

Que a las pocas horas

al galeno requería.

-Este pobre infeliz,

se a dado tal atracón,

que difícil me va a ser

curarle la indigestión.

La purga que le daré

no ha ser la de Benito.

Muchos días ha de purgar lo comido,

según el atracón que se ha dado,

que se nos va de hito en hito.-

El labriego gordinflón,

no puede mirar al techo,

ni hacia la izquierda,

ni a la derecha

que el vértigo que tiene

es como un carrusel

que da vueltas y más vueltas,

en torno a su dolorida cabeza.

Para colmo de sus males,

llena la barriga tiene

de musical flatulencia,

que a duras penas contiene,

porque hay gente en su presencia.

Y tan achacoso se encuentra

que recapacita así:

-Que si salgo yo de esta ,

trabajaré la tierra

con ahínco y frenesí,

comeré penitente…

aunque me pase un poquito

los domingos y las fiestas de guardar,

que eso no hace mal alguno,

y lo hace mucha gente.-

Y con estas reflexiones

hace acto de contrición.

-Que sea par o sea nones,

ni que el diablo me tiente,

en jamás de los jamases,

me pasaré con el vino,

ni me pasaré con los dientes.-

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

ALPINISTA INDUSTRIAL.

Mi profesión: Alpinista industrial; bueno, por acá lo llamamos obrero vertical o silletero, pero a mí me parece más romántico llamarlo «alpinista industrial».

¿Ustedes también lo creen así?

Yo pienso que sí, es que ese término nos lleva a sentir el aire frío en la cara, mientras las ráfagas de viento nos mueven de un lado a otro y el vértigo nos invita a soñar con la mu…

No pronuncio ese término, porque mi terapeuta me lo tiene prohibido: «no pronuncies esa palabra, si lo piensas, acuérdate de los tuyos y lo hermosa que es la vida».

Volviendo al tema, esa es mi labor: limpiar los cristales de edificios altos o no tan altos, dejándolos relucientes para el beneplácito de sus dueños y transeúntes.

Dispongo de todo lo necesario para mi labor: raspadores de cristal, productos de limpieza, escaleras, arneses, cuerdas y sillas colgantes. Además, tengo un título que me acredita como: «profesional en limpieza de ventanas y dominio de protocolos de seguridad».

Cabe aclarar que para poder obtener mi título y acceder a mi trabajo, debí obviar en la hoja de vida mi «problema», llamado por mi psiquiatra: «depresión psicótica».

Sí compañeros, escogí el peor trabajo para mí, pero ese fue por siempre mi anhelo, me encanta estar en la cuerda floja.

Aquel trágico lunes, no tome la pastilla de Nospramin, igual, tampoco los dos días anteriores; dedicados al licor y sexo con Eva, la nueva celadora del edificio.

Los protocolos se cumplieron, la plataforma elevadora me subió hasta el sexto piso, se utilizó el sistema de doble línea, para poder estar asegurado a dos hilos separados. Justo cuando aterricé en el sexto, mi mente se llenó de los fantasmas y voces que en forma recurrente, me habían atormentado, me decían que no merecía vivir, me insultaban y criticaban.

La desesperanza me invadió y una voz muy clara, me ordeno mandarme al vacío. Muy lento, pero con determinación me desprendí de las argollas que aseguraban el arnés a las cuerdas y quede libre para hacer mi zambullida al vacío.

Fueron cuatro segundos de caída libre, pero pasó algo curioso y surreal. Esos cuatro segundos se convirtieron en una eternidad; descendí uno a uno los cinco pisos restantes, contemplando las rutinas de sus vecinos: una pareja de ancianos sentados a la mesa, cenaban con alegría, a pesar de sus miradas perdidas en el vacío; una pareja hacía el amor como potros desbocados, tres niños jugaban con sus canicas, un piso estaba solo y oscuro, un hombre escribía con pasión en su pequeño escritorio de madera.

Una escena de cuatro segundos, me hizo cambiar el modo de ver mi existencia, aquella vida que pretendía abandonar por la salida fácil, fue bloqueada por «algo» que aún no puedo comprender.

Mi vida pasó por esos cinco pisos, me vi viejo y feliz junto a Eva; me vi niño, jugando con mis amigos: Lucho y Mauro; me vi haciendo el amor con Eva; me vi escribiendo este monólogo y vi un piso vacío y triste, que quizá era la representación mía cayendo al vacío.

Alegorías del pasado, presente y futuro que me abrieron la mente y ayudaran, junto con las terapias de choque a mitigar esta condición y esas voces interiores que por siempre me acompañaran.

Ahora ustedes pensarán: ¿pero a esto le falta algo?, ¿qué pasó con el alpinista industrial?, ¿acaso no murió?…

————————————————-

Soy Eva, Tato me pide el favor de dar mi versión sobre los hechos, para el grupo de Facebook:

–Viernes, sábado y domingo: 8 am-12 pm. : 5 botellas de vodka Absolut x 750 CC. , 4 cajas de condones x 3 unidades Today, 10 botellas de agua mineral x 500CC., 3 pizzas pepperoni grandes.

–Lunes, 6 am. Tato tiene resaca, igual yo.

8 am. Tato me comenta que va a limpiar el sexto, anuncia su intención de mandarse al vacío, es su ilusión y la de sus amigos.

8,05 am. Extiendo justo debajo del sexto los cinco colchones que se van a desechar, habitaciones 02,03,07,08 y 12.

8,15 am. Cae Tato, se fractura pelvis.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Cada vez que íbamos al ferial nos montamos en la noria, yo lo pasaba cada vez peor, hasta el día qué dije nunca más.

El vértigo fue a peor, no podía subir a una escalera a limpiar una lampara, no mires las lámparas en mi casa.

Mi amiga me dijo qué necesitaba una experiencia de choque.

Estoy en todos los telediarios.

«Una mujer rescatada de la torre de la Sagrada Familia», subí y no podía bajar.

LETICIA R MENA

Vértigo

Me finjo valiente, asomada a los abismos que se pierden en las eternidades bajo mis pies.

Me disfrazo de aguerrida guerrera, empuñando daga y espada,

cuando solo hiero papel con tinta.

Siento vértigo, vertiginoso vértigo.

Camino, colocando un pie delante del otro, en un intento de avanzar sobre un suelo que parece moverse,

retroceder,

abrirse en grietas que suben por mi cuerpo.

Intentan invadir el interior,

alma,

corazón,

mente.

Y vuelvo a sentir vértigo, vertiginoso vértigo.

Me encuentro entonces entre la espada que intenta matarme y la pared que se derrumba sobre mí.

Me veo caminando sobre el filo.

Y el vértigo, vertiginoso vértigo,

me obliga a cerrar los ojos y no mirar hacia abajo.

Seguir caminando, un pie delante de otro pie, ya no sobre un suelo que se desvanece en mil grietas,

si no sobre un delgado filo que me partirá en dos mitades si resbalo.

Y vuelve el vértigo, vertiginoso vértigo,

que no me deja otra salida que saltar

a pesar del miedo a las alturas.

NILA J BOHORQUEZ

En las vacaciones laborales del año 1980, decidimos realizar un tours por varias ciudades de Estados Unidos de América, entre ellas, Nueva York.

En nuestro programa vacacional dejamos como punto final del paseo a la ciudad de Nueva York. Allí, a pesar del intenso verano, disfrutamos de áreas emblemáticas y de nuestro interés como la visita a la Catedral de San Patricio, espectacular por sus titánicas puertas de bronce, su bello altar mayor y su rica arquitectura neogótica; el parque de la Estatua de la Libertad; famosos museos y para cerrar con broche de oro la ronda cultural, visitamos el «World Trade Center» (Manhattan), donde estaban construídas las prestigiosas torres gemelas de 110 pisos cada una (hoy en ese lugar se pueden observar dos gigantescas fuentes que forman el monumento del «9/11 Memorial», representando el gran vacío que dejó su colapso tras el impacto de los aviones que tomaron terroristas de Al Qaeda).

Una vez recorrido el W.T.C., decidimos subir en el ascensor que hacía «escalas» en determinados pisos a una velocidad increíble, hasta llegar al piso 107 y continuar subiendo por las escaleras rústicas normales para llegar a la terraza mirador más célebre de la ciudad…¡y cómo disfruté al contemplar y admirar desde esas alturas a la ciudad neoyorquina!…tanto, que deseaba en esos momentos tener alas mágicas como en los cuentos de hadas para sobrevolar el sitio aunque chocara con ráfagas de vientos…y en un brusco gesto de demostración, oteando hacia abajo, entró en mí una sensación giratoria que pensé estaba volando en el espacio…y no fue así…¡desperté en la sala de emergencia con el diagnóstico médico «vértigo ocasionado por la altura»!

En 2014 regresé a Nueva York y visité el sitio en referencia que hoy llaman «Ground Zero» (Zona Cero)…

Me dio muchísima tristeza…dibujándose en mi memoria las maravillosas torres gemelas, recordando el horrible vértigo que me llevó al hospital más cercano.

¡Mis ojos se humedecieron al leer alrededor de la gran fuente las placas conmemorativas de miles de personas fallecidas aquel fatídico 11 de septiembre de 2001!

NUMIRALDA DEL VALLE

ENTRE VÉRTIGOS

Al enterarse inesperadamente de ese secreto sintió que su mundo se derrumbaba. No lo podía creer, cómo pudieron sus padres, a quien tanto amaba, hacerle eso. Ella tenía 12 años, edad suficiente para comprender, pero nunca le contaron. Claro, siempre la consideraban como una niña tonta. La sobreprotegían creyendola incapaz de muchas cosas.

Seguramente por eso no le dijeron la verdad, ni pensaban hacerlo. Los escuchó decirlo sin que ellos se percataran esta mañana cuando llegó del colegio, una hora antes de lo acostumbrado. Después, salió sin hacer ruido, lágrimas de dolor corrían por sus mejillas.

Helena estudiaba el último año de educación primaria, es una chica un poco pequeña para su edad. De contextura delgada, piel clara, ojos castaños como su lacio cabello. Aunque era buena estudiante no igualaba a sus dos hermanos gemelos de 10 años quienes siempre obtenian excelentes calificaciones, siendo los mejores de su clase y en todo lo que hacían.

Esto pensaba mientras caminaba apresurada cuesta arriba. El sol se reflejaba en la superficie cristalina del lago. Tomó un respiro profundo, tratando de calmar la náusea que amenazaba con subir por su garganta. Sus manos sudorosas se aferraron a un árbol con fuerza. Luego continuó el ascenso, paso a paso, con la mirada fija en el camino.

Un escalofrío la recorría de pies a cabeza no por frío sino por la sensación del vértigo, que como siempre la dominaba cuando intentaba llegar a lo alto del mirador como lo hacían todos sus amigos. Cada movimiento era un pequeño triunfo, una batalla contra el temor que emenazaba con detenerla.

Era la primera vez que iniciaba una escalada en solitario. Impulsada por el impacto recibido, sus pasos la llevaron inconscientemente hasta allí. Necesitaba gratificarse de alguna forma. Cerró los ojos respirando hondo, luchando contra el terror. Apenas sin darse cuenta iba ganando altura.

Finalmente lo logró, le parecía imposible. Con el corazón palpitando en su pecho, se asomó al borde del acantilado. Desde la cúspide una caída libre terminaba en las aguas frías y profundas. La vista desde lo alto era impresionante. Por un instante se imaginó cayendo, precipitándose hacia el suelo como una hoja en la tormenta. Pero, la belleza del panorama, la tranquilidad y la brisa fresca acariciando su rostro fueron calmando poco a poco la ansiedad.

Haber conquistado la cima del acantilado superando el miedo, la hizo sentir feliz, era algo que siempre había deseado. Estaba orgullosa de sí misma. Respiró profundo, un sentimiento de paz la embargo. El otro vértigo, el que había experimentado su alma horas antes, tambien se había disipado. Con una sonrisa, Helena se despidió del lugar y emprendió la bajada de regreso a casa, al lado de sus padres a quienes adoraba. Sabía que ellos la amaban igual a ella. Qué importa ser una niña adoptada.

IVONNE CORONADO LARDÉ

El Primer Vuelo

Probaría sus alas. Estaba decidido.

Para que tener alas si no se atrevía a volar?

Ya casi a punto de despegar, sintió el vértigo, arriba el cielo azul inmenso, abajo el precipicio.

Cierto, si podía desplegar sus alas podría bajar y subir como un cometa al viento, pero temblaba, indeciso.

El primer impulso es decisivo.

No tener miedo, tener confianza en sí mismo.

Ahora sí, se dijo, y se lanzó sin pensarlo más.

Vuelo! Toco las nubes, desciendo hasta el río, qué euforia!

Subió de nuevo hasta el nido entre las rocas, orgulloso de haber aceptado el desafío.

Ivonne Coronado Lardé – 7/ feb/ 2024.

Viajando con Dal, Éliam, Mathéo, y mi esposo Paul a Puerto Vallarta. Sí hay algo incorrecto, decírmelo. Gracias.

JOSÉ LUIS USÓN

UNA SENSACIÓN DE ALTOS VUELOS

Allí arriba, un sol rabioso y retador enfrentó su mirada, que imperturbable , aguantó el duelo protegida por sus lunas espejadas. Soldados a sus flancos, a 4500 pies de altura, los capitanes Duarte y Marín esperaban su señal para iniciar la maniobra. A continuación, lo harían los compañeros que se encontraban inmediatamente detrás. A su voz, los tres empezaron, lo que iba a ser la última pirueta de la exhibición. Con total sincronía, tiró hacia sí del timón, y el morro de su Aviojet C-101 se elevó hacia la estratosfera y en un segundo enseño la panza al cielo para después caer en picado y volver a ganar la horizontalidad. Fugazmente, vio más abajo las pistas —alrededor de las cuales se agolpaban cientos de personas que se habían congregado para ver el espectáculo— y los edificios que componían la base aérea. El looping había terminado. Un par de minutos después, estaba aterrizando junto a sus compañeros en la pista 3.

Una vez hubo abandonado el calor de los focos, los aplausos, los vivas a la patrulla, la patria y la madre que los parió, abandonó la pista y se fue directo al vestuario. Al mirar la pantalla del teléfono, vio tres llamadas perdidas, todas de Clara. Aceleradamente marcó su número. Atendió la llamada Marcos, su suegro.

— Se la han llevado hace dos minutos, ven rápido o no llegas.

Atribulado se quitó el mono, las botas y todo el equipo, se vistió de calle y salió disparado al aparcamiento, donde tenía su vehículo.

De camino solo podía pensar en Clara y en lo que tenía por delante. Rebasó todos los límites de velocidad y treinta minutos más tarde, se encontraba en la entrada del hospital. Allí se encontró a Marcos, que demudado, le indicó unas puertas batientes pintadas en un color verde flúor. Sin pensarlo, las empujó a toda prisa y siguió hacia delante hasta que una enfermera de una edad ya avanzada le dio el alto.

— ¿Dónde cree que va, muchacho?

— Han ingresado a mi mujer hace unos minutos, Clara Cubel.

— A ver…. — sin ninguna prisa, dándose golpecitos con el bolígrafo en sus labios apretados, miraba un listado que llevaba entre las manos— sí, aquí está, en el seis. Venga conmigo.

Lo hizo pasar a una aséptica sala, donde le dotó de calzas, pijama quirúrgico y gorro, para acto seguido acompañarlo al paritorio número seis.

Al entrar, un enérgico llanto inundo sus oídos. Un equipo médico compuesto por al menos cuatro personas, trajinaban alrededor de una camilla, desde la que una Clara, exhausta pero radiante, lo miraba sonriente. Acogía entre sus brazos un pequeño arrullo en el cual el pequeño Javier se removía nervioso.

Y fue justo en ese momento, cuando un caleidoscopio de sensaciones se apoderó de él. La indescriptible alegría que lo asaltó, se vio de pronto perturbada por una sensación de ahogo, sus piernas bien robustas normalmente, se reblandecieron como el fuel ante una fuente de calor. Su sangre, hasta ahora bien canalizada en sus venas, empezó una huida masiva. Eran todas éstas, sensaciones que jamás había sentido, y de golpe, un vaho cálido y espumoso nubló su vista y su consciencia se abandonó, haciéndolo caer a plomo.

Cuando notó unos golpes en la mejilla, el llanto había cesado y alguien le puso en los brazos a quien, a partir de ahora, iba a ser el potente motor de su vida.

MAITE BILBAO

CADENAS DE VERTIGO

Mi nombre es John “Scottie” Ferguson, y mi mayor enemigo soy yo mismo. La acrofobia me persigue como una sombra, un recordatorio constante de mi fragilidad, desde aquel fatídico día en el que vi precipitarse al vacío a un compañero al intentar salvarme.

Sin embargo, la curiosidad me lleva a aceptar un caso que me enfrenta a mi peor miedo. Gavin Elster, un amigo preocupado por su esposa Madeleine, me contrata para seguirla. Él cree que está poseída.

La observo durante un tiempo desde las sombras, cautivado por su belleza y aura de misterio. Parece atrapada en un tormento, repitiendo los pasos de una vida que no es suya. Su mirada melancólica me persigue incluso en mis sueños.

Descubro que tiene una misteriosa fascinación por un antepasado, una tal Carlota Valdés. Tras ello, comienzo a sentir una conexión inexplicable con ella, una mezcla de atracción y compasión. Me convierto en su protector, un confidente y en algo más. Sin embargo, la duda me corroe: ¿Es ella realmente quien dice ser?

Con el fin de ayudarla, le propongo ir hasta la Misión San Juan Bautista, un regreso al lugar donde vivió su antepasada. Como poseída, al entrar a la capilla se dirige corriendo hacia la torre del campanario. Intento seguirla por las estrechas escaleras, observando cómo sube con una gracia espectral que me hiela la sangre. En un instante, miro hacia abajo y me paralizo. Es imposible seguir. Observo cómo se encuentra parada en el borde, con la mirada perdida en el vacío. El terror me invade.La imagino cayendo, y estimulado por la adrenalina, saco fuerzas luchando contra mi propio vértigo, implorando que no se lance. Mientras subo, pienso en que juntos, descenderíamos, no solo del precipicio físico, sino también del abismo emocional que nos atormenta. Le ayudaría a romper las cadenas dejando paso a una nueva realidad, donde el amor y la comprensión pueden florecer incluso en las cumbres más vertiginosas.

Ahora el vértigo ya no es mi enemigo, sino un recordatorio de la fuerza que se puede encontrar en el amor y superar la complejidad de la vida.

Todo eso iba a decirle, todo. Mientras veo cómo su cuerpo se precipita al vacío.

CARLOS RODRÍGUEZ

Vamos con la quinta entrega de JUEGO DE DAMAS.

Hacía tiempo que habían decidido no hablar de sus vidas sentimentales era, sin lugar a duda, la mejor manera de no hacerse daño. Ninguno recordaba ya quién había hecho la propuesta, pero ambos estaban seguros de que no se había dicho nunca el motivo para evitar ese tema en sus conversaciones, aunque eran perfectamente conscientes de cuál era con respecto a si mismos.

Mientras todos estos recuerdos pasaban a modo de fugaz película por la cabeza de Vallejo, la de Amalia tampoco estaba menos ocupada en su personal viaje por las diapositivas de todos aquellos años.

Aquella pregunta que de forma recurrente la asaltaba machaconamente volvía ahora dibujándose a modo de subtítulo sobre cada una de aquellas imágenes del pasado que bombardeaban sus recuerdos… -¿por qué? ¿Por qué nunca le he contado el motivo real de nuestra ruptura? ¿Por qué no busqué quedarme a su lado aquel verano? –

Recordaba perfectamente aquel último día de su cuarto curso de medicina, Vallejo terminaba sus estudios de derecho y ella le había empujado a irse y estudiar criminalística. Sabia que él no se iría si eran pareja, llevaban ya algo más de dos años de relación y parecía que pudiese durar por toda la eternidad, pero Amalia no quería ser la razón por la que él hubiese dejado atrás un sueño y en un futuro fuese ese un reproche que terminase por separarles de mala manera.

No había sido fácil tomar aquella decisión, pero lo hizo con la esperanza de que el destino les uniese de nuevo y aquel amor les atase todavía más.

Pero la vida da muchas vueltas, y aquel verano coincidió con Fernando, un amigo de su infancia con el que tenía ya la confianza forjada en los juegos de infancia. Sus familias se conocían de mucho antes de nacer ellos y eran muchas las ocasiones en las que organizaban fiestas a las que asistían ambas familias. No tanto ellos, que procuraban escaquearse con cualquier tipo de pretexto.

El más asiduo en la farándula de todas aquellas familias acomodadas era Fernando, él sí era de los que procuraban no relacionarse demasiado con aquellos que no habían tenido tanta suerte en la vida.

En aquella reunión veraniega, a la que Amalia había asistido por no quedarse en casa dando vueltas en su cabeza a como había provocado la separación de Vallejo, fue Fernando quien se acercó a ella buscando conversación y con la escusa de que estaba buscando un piso donde alojarse en Santiago, pues había decidido dejar la Universidad Complutense y estar más cerca de casa.

– Parece una misión imposible encontrar algo en Santiago, y más aún cerca del campus. El caso es que no me apetece compartir piso con desconocidos. Me han dicho tus padres que tú tenías una habitación libre en el piso que habías alquilado cuando te fuiste para allí ¿te importaría compartir alojamiento conmigo? Al fin y al cabo nos conocemos de toda la vida…

– Déjame que lo piense, yo es que soy un poco maniática con algunas cosas y no sé…

– Bueno, tranquila, piénsatelo y si eso me dices algo.

No tuvo muchas opciones, nada más llegar a casa su madre comenzó la persecución con una técnica muy depurada de acoso y derribo para, sin decirlo abiertamente, obligarla aceptar la propuesta de Fernando, quien por su parte también aprovechaba la mínima oportunidad para insistir en el tema.

Los padres de Amalia siempre habían visto con muy buenos ojos a Fernando, hijo de un refutado cirujano plástico que se pasaba media vida viajando por clínicas de todo el mundo rejuveneciendo los rostros y esculpiendo los cuerpos de afamadas y adineradas mujeres, y lo hacían al punto de decir públicamente la buena pareja que ambos harían y lo guapos que serían sus hijos si se animasen a formalizar una relación.

Con aquel panorama Amalia no pudo más que ceder al chantaje, a fin de cuentas era su padre quien corría con los gastos del piso y quien podía disponer de a su antojo del mismo, de modo que para no seguir escuchando a diario aquella cantinela optó por rendirse y aceptar.

Los “fortuitos» encuentros entre Amalia y Fernando se hicieron inevitables, ambas familias se encargaban de organizar cenas o comidas en las que únicamente estaban los respectivos componentes de ambas, y en las que sus progenitores buscaban mil formas de hacerles bailar juntos o dejarles a solas para que pudiesen charlar de “sus cosas».

De todo aquello Amalia se dio cuenta pasados los años y perdida aquella inocencia infantil que parecía habérsele pegado sobre los ojos para no dejarla ver las argucias con las que la fueron llevando a una relación que ella no había buscado.

El quinto curso de medicina de Amalia y Fernando paso rápidamente, sin apenas darse cuenta de cómo corría el calendario, y pronto volvió el verano.

Un verano extraño, donde un encuentro inesperado haría revivir un fuego que parecía haber sido reducido a unas meras brasas que apenas latían de forma esporádica y de tarde en tarde cuando Fernando, sin saberlo, hacía o decía algo que llevaba el recuerdo de Vallejo a la mente de Amalia.

Fue durante una visita organizada por un grupo local al yacimiento romano Aquis Querqennis donde el destino quiso jugar otra vez su baza. Ambos habían adquirido sus billetes para aquel viaje en autobús con la única finalidad de pasar un día entretenidos lejos de sus familias y su Vigo natal.

La cara de Amalia debió de ser todo un poema en aquel momento…

– Disculpe caballero, está usted ocupando mi asiento, he adquirido expresamente ventanilla para no marearme durante el viaje.

– ¡Pero…! Amalia ¿qué haces tú aquí? – Dijo Vallejo mientras se giraba hacia ella y quitaba de su cabeza la capucha con la que se había cubierto con intención de dormir durante el trayecto en autobús.

– ¡Tú! ¿De verdad eres tú?

Vallejo asintió mientras se levantaba para dejar el asiento libre a Amalia y trataba de frenar el galopante ritmo de su corazón.

– Menuda sorpresa y que gran alegría- dijo ella mientras acercaba sus labios a la mejilla del sorprendido Vallejo.

Ni que decir tiene que durante el trayecto ni Vallejo durmió ni Amalia contempló el paisaje, se pasaron el tiempo hablando de estudios y tonterías varias, pero sin hacer la más mínima insinuación a su pasado juntos.

Además de la visita guiada al yacimiento, el viaje incluía la comida en un restaurante de la cercana localidad de Bande, donde también se sentaron juntos, y aunque departieron con los demás fueron muchos los momentos en que sus cabezas se acercaban y sus voces pasaban a ser susurros inaudible para el resto de comensales.

Antes del regreso tenían un par de horas libres para conocer el entorno por su cuenta o simplemente relajarse tras la comida, y ambos aprovecharon para separarse del grupo y pasear solos por entre sus calles, donde se mezclan construcciones de piedra con mil historias escondidas entre su poros y moderno ladrillo y aluminio.

Se sentaron en la terraza de un café próximo al ayuntamiento para tomarse un refresco, y fue allí donde escucharon a un grupo de cuarentones alabando el entorno donde habían pasado unos días. Hablaban de un alojamiento de turismo rural y de las termas, un lugar que no estaba incluido en la visita que habían realizado a pesar de estar muy cerca y de haber sido mencionado por los guías.

Vallejo se armó de valor y lanzó una propuesta que pilló por sorpresa a Amalia y a la que de forma impulsiva y sin pensar en lo que aquello podría conllevar ella accedió rápidamente y con un especial brillo en los ojos.

Se acercaron al punto donde debían tomar el autobús de regreso y comunicaron a los responsables de la excursión su intención de no regresar a Vigo aquella tarde y quedarse para visitar las termas. No hubo inconvenientes por parte de los responsables de la empresa, pero les advirtieron que tendrían que regresar por su cuenta.

Lo primero que Vallejo quiso dejar organizado fue donde pasar la noche, y después de las alabanzas escuchadas el primer lugar al que dirigirse era aquella casa rural.

Ya el exterior superaba las expectativas, por no hablar del interior. Tan solo había un pequeño problema, únicamente disponían de una habitación libre para aquellos días, y era doble con cama de matrimonio. Vallejo la miró esperando el rechazo y tener buscar en otro establecimiento, pero no fue así, Amalia accedió con un simple -no será la primera vez que compartamos cama ¿no?-

Cerraron la reserva de la habitación y la cena de esa noche en el acogedor restaurante de la propia casa rural y salieron en busca de una tienda donde hacerse con sendos bañadores para poder disfrutar de las termas.

La conversación de la cena fue de lo más trivial y se retiraron pronto a la habitación, el paseo hasta las termas y el relajante baño, tanto en las termas como en el río, les había dejado sin muchas fuerzas.

Ya en el cuarto asignado se dispusieron a dormir, Vallejo se comportó como un caballero y espero en el pasillo hasta que ella le avisó que estaba lista, imaginando que cuando entrase la encontraría ya acostada y tapada, pero no fue así. La noche era calurosa y ella se había tumbado de costado sobre la cama de espaldas a la puerta y únicamente llevaba puesta la ropa interior.

Vallejo se quedó sorprendido, y aunque conocía bien el cuerpo de Amalia sintió como el vértigo le invadía y los calores le recorrían el cuerpo. A duras penas mantuvo la compostura y, para evitar tentaciones durante la noche, situó una almohada entre ambos antes de acostarse dando la espalda a aquel cuerpo que deseaba tener entre sus brazos.

Ambos se durmieron enseguida, pero no por mucho tiempo, aquella almohada apenas pudo mantenerse unas horas entre ambos y sin darse cuenta se encontraron abrazados como lo habían estado cada noche antes de su separación.

Amalia tomó las manos de Vallejo y las situó estratégicamente, una sobre su pecho y la otra en el bajo vientre mientras acercaba su espalda al pecho de él y buscaba encajar sus nalgas en la curva formada por el abdomen y las piernas, ligeramente flexionadas, de él.

Vallejo no pudo resistirse y beso su cuello mientras la atraía hacia él cerrando aquel sensual abrazo. La reacción de ella no se hizo esperar, volteando su cuerpo y buscando con sus labios los de él en un arranque de pasión que ninguno había previsto.

Los apasionados besos pronto dejarían paso a una desbocada pasión a la que cedieron y que les mantuvo en vela hasta el amanecer.

Ya entraban por la ventana los primeros rayos de sol, que les descubrieron fundidos como si de un único cuerpo se tratara.

– Ha sido maravilloso volver a estar como antes – Dijo Vallejo.

– Sí, pero no puede ser, no podemos volver a aquello, ambos tenemos vidas a kilómetros de distancia y además… yo tengo novio – Respondió ella mientras salía de la cama.

Aquella confesión había dejado a Vallejo sin palabras, incapaz de reaccionar y mirándola mientras se alejaba camino de la ducha.

LUISA VALERO

Querido papi,

por aquí estoy de nuevo.

Quizás es una tontería porque en el lugar donde estás seguro me puedes ver y sabes cómo estoy… ¿O ya encarnaste en otra vida…?

Se acercan ya los dos años de esta pandemia de Coronavirus. Estoy muy hastiada porque en Perú seguimos encerrados y tus nietas no van al colegio presencialmente.

Hace poco, me pasó que una mañana, sin previo aviso, comencé a tener Vértigo; todo me daba vueltas, a pesar de estar completamente quieta. Me sentía como si estuviera en el programa de centrifugado de la lavadora… ¡Oh, qué extra seca que iba a quedar!

Al principio pensé que era consecuencia del comienzo de una crisis de Migraña; ya que tenía falta de equilibrio y me empezaba a doler mucho la cabeza. Luego, además de estas molestias, también sentí debilidad en la pierna izquierda. Esto empezó a oler muy muy raro… ¿Y si era un brote de mi «Esclerosis múltiple»?

Me “dopé” con la medicación para la migraña y no noté ningún alivio; no podía levantarme de la cama y solo quería estar con los ojos cerrados.

Lo peor fue cuando además de estar inmóvil y con los ojos clausurados, sentí como si me zarandeasen el cuerpo… ¡¿Estaba poseída por un demonio!? Hasta di un grito, y no uno de los buenos… ¡Ya hubiera querido yo, en esos momentos, otro tipo de sacudidas y gemidos! Ja, ja.

Papi, la verdad que tuve muchísimo miedo porque nunca me había pasado, ni por asomo, nada parecido. Seguro que tú alguna vez sí lo padeciste; sin embargo, esta enfermedad tiene mil caras y los síntomas no siempre son iguales.

Cuando se calmó el movimiento, que lo sentía internamente (no sé si quien convulsiona lo vive así…), googleé y… ¡Eureka! Sí que había crisis de «Esclerosis múltiple» con sintomatología de Vértigo.

A los días, y para rematar (qué palabra más fea o «refea» como dicen en Latinoamérica), mi visión se afectó; empecé a verlo todo con niebla y doble. Encontré la conexión: había una lesión desmielinizante en mi cerebro en la parte neurológica que estaba afectando mi oído y vista izquierda, de ahí el origen del Vértigo.

Me informé con mi amiga Ana Chereque, que es la presidenta de la «Asociación Esclerosis Múltiple Perú» y le conté mi caso. Me dijo que tenía que verme un neurólogo urgentemente en un hospital o clínica, para que me pusieran intravenosos de corticoides.

Aunque hubiera tenido «la plata»( como dicen acá) para costear todo el tratamiento, había una disyuntiva entre la elección de atender el brote con corticoides intravenosos y pillar el Omnicrom en el hospital, o quedarme tranquilita en casa y esperar que se pasara la crisis sin ninguna secuela.

Lalo me dijo muy serio y mirándome fijamente a los ojos:

—Luisa, de un brote de tu enfermedad no te mueres pero del Covid y con tus defensas por los suelos por los corticoides pues si te puedes morir. ¡Piensa en tus hijas…!

Así que ni modo, tenía que quedarme en casa y no me iba a endeudar. Y me dije: «querido Omnicrom me acordaré de ti toda la vida para bueno o para no tan bueno…»

Y el otro dicho » En casa de herrero cuchara de palo» no quería que se cumpliera para mi caso; yo siendo terapeuta holística tenía el reto, por esta vez, de solo hacer uso de las técnicas que había leído en cientos de libros durante casi veinte años.

Me acuerdo que me reía mucho porque no caminaba recto sino en diagonal; al salir a botar la basura los vecinos podían pensar que estaba borracha, ja,ja.

Y cuando veía tele era como ver una exposición cubista de Picasso y con la musa de Pedro Almodóvar (Rossi de Palma).

¡Qué loco ver deformado todo!

Como dice el cuento “Esto también pasará…”, después de dos meses pasó mi brote y en el proceso abracé la experiencia de la manera más amable que pude.

Papi, me despido ya.

Te quiero un montón y quisiera abrazarte aunque sea una única y última vez…

Voy a echar la carta en el buzón del cielo. (Lo imaginaré mentalmente)

*****

Nube mil veinte, 3 de Mayo 2022.

Querida chatita, mi ojito derecho, ¡cuánto te echo de menos!

Siento mucho lo que te ha pasado y el que hayas heredado mi enfermedad.

Es difícil aceptar los acontecimientos que duelen ya sea por enfermedad, desapegos, crisis, pero forman parte de la vida para fortalecerte y que seas mejor persona.

Te recuerdo lo que decía Buda (que tú lo has posteado en tu instagram): «El dolor es necesario pero el sufrimiento es opcional».

Solo depende de ti que no estés en el bucle del sufrimiento…

Nena, si te enfocas en lo malo y no agradeces atraerás más cosas malas. Te aconsejo que siempre intentes reír, cantar, bailar, amar…

Espero que te acuerdes, porque eras muy pequeñita, de mis chistes y que yo cantaba a todas horas…

A veces uno solo no puede salir del pozo, por lo que lo mejor es buscar ayuda profesional. También rodéate de gente que te sumen y te quieran.

Siempre estaré aunque no me veas… Sólo imagíname y escríbeme cartas si te sirve para desahogarte.

TE QUIERO CON LOCURA, MI NIÑA BONITA.

Y te tarareo la canción de Serrat: “Cada loco con su tema…” para que te rías y no te afecte la mala onda de las personas…

MANUELA CÁMARA

LA INTEMPERIE

La vi de lejos y se me llenó el corazón de alegría. Apresuré el paso para alcanzarla y en ese momento tuve una de mis visiones. Primero empecé a sentir que el tiempo se ralentizaba, los movimientos de la gente a mi alrededor parecían estar sometidos a una cámara lenta. Después empecé a verla envuelta en una bruma oscura, una mancha gris plomo dentro de la cual se movía su silueta. En ese espacio atemporal me acerqué y sentí lo que estaba pasando: El cielo cayó sobre ella el día que él se marchó. Las calles de la ciudad quedaron desiertas, transformándose en un inmenso vacío. El mundo parecía un hueco sin sentido, donde las personas eran meros contenedores frívolos de esperanza y alegría, cosas que ahora carecían de significado. Incluso el sol, que la perseguía cada día brillante, se volvió frió como el desierto más desolador. Aquella noche, el cielo del amor se oscureció por una manada de cuervos que marcaron el rumbo de un destino impensable. Contenida en un estado doloroso, sofocante y abrumador la encontré empujando el carrito de Carlos entre los estantes de un supermercado.

Victoria, mi antigua compañera de cuarto en la residencia de estudiantes, había cambiado por completo. La mujer llena de energía y vitalidad, que solía levantarse temprano para dar clases de matemáticas en un pequeño cuarto alquilado junto a la catedral, para luego continuar la jornada ocupándose del sexto curso en el colegio y mantenía su vida llena de metas claras, había desaparecido. En su lugar, solo quedaba un ser abandonado y desorientado.

La llevé a la cafetería, tratando de devolverle un poco de la seguridad que yo había sentido que le faltaba en mi visión. Pedimos café y me sorprendió ver cómo la persona que antes irradiaba fuerza y determinación se había convertido en un pozo de dolor. No podía creer lo rápido que alguien podía transformarse de esa manera. Fue entonces cuando pronunció unas palabras que activaron todas mis alarmas internas:

—¿Es este el mundo que me espera, Bea? ¿Cuándo despertaré de esta pesadilla? Siento que, al cerrar los ojos, caigo y no podré volver a abrirlos más.

La dejé en la mesa terminando de darle el pote de frutas a Carlos, mientras pagaba nuestras consumiciones. En ese momento, recordé cómo Victoria siempre protegía a los demás, ofreciendo clases gratuitas a aquellos que no podían pagarlas, compartiendo sus mantas en la residencia, prestando dinero y dando apuntes personales. Cuando le pregunté por qué lo hacía, ella simplemente respondía que cuando pedimos ayuda al cielo en momentos de necesidad, esa ayuda siempre nos llega a través de otro ser humano.

Decidí llamar a Carmen, otra amiga de la residencia que la conocía bien, en cuanto le dije con quién estaba no hubo problema. Quedamos en su consulta y dejé a Victoria allí, mientras me iba con Carlos. Sentía curiosidad por saber qué había llevado a Victoria a ese estado de desesperación y dolor.

Transcurrida más de una hora y de nuevo en la sala de espera, observé cómo Victoria salía de la consulta con los ojos hinchados por el llanto, seguida de Carmen. Me entregó unas cajas de pastillas con las dosis anotadas y una cita con su médico de cabecera. Me pidió que me quedara con Victoria durante unos días y acepté sin dudarlo. Carmen me aseguró que Victoria descansaría esta noche, después de varios días sin dormir por el miedo a no despertar, y que no me daría ningún problema.

Aprendí a plegar el carrito para guardarlo en el maletero y luego introduje la dirección de Victoria en el GPS. Al llegar a su calle, noté que había una hamburguesería abierta y decidí que sería nuestra cena. Le dije a Victoria que me dejara a Carlos mientras esperábamos la comida para que ella pudiera descansar. Sin embargo, ella se negó. En ese momento, sentí algo extraño, como si algo quedara sin explicación en mi mente. Avancé hasta la barra, pedí dos menús completos, piezas extras de tarta de manzana, tarta de chocolate y helado de vainilla, todo un arsenal antidepresivo.

Mientras esperábamos, me di la vuelta y a través del gran escaparate de la hamburguesería, la vi en la parte trasera del coche, como si fuera el trailer de una película de terror. La última luz del día se difuminaba en el cielo mientras ella intentaba jugar con Carlos, pasándose la otra mano por la cabeza en un gesto de desesperación. Fue entonces que volví a experimentar una nueva visión. En un espacio atemporal, tranquilo y amigable, me acerqué a ella recorriendo una distancia que no sentía, y estableciendo una conexión profunda con su interior. De repente, estaba allí con Carlos en mi regazo, sintiendo el aroma de su colonia infantil y sus manitas suaves sobre las mías. Mis ojos, sienes y nuca eran los de Victoria, estaban hinchados de llorar. Sentía una angustia, una ansiedad y una incredulidad que no me permitían descansar. Me quemaba un dolor insoportable, acorralándome en la oscuridad de la noche y dejándome a la intemperie, atrapada en una tormenta furiosa que amenazaba con borrarme en su negrura. Mis pies parecían clavados al suelo, sin un lugar al que ir.

Comprendí por qué Victoria se negaba a separarse de su hijo. Era mucho más que una protección maternal; el niño era su única conexión con el mundo, su única ancla para seguir adelante. Sentí su debilidad, su miedo abrumador, y un escalofrío recorrió mi cuerpo devolviéndome. Tomé una pelota de destellos multicolor que encontré en una cesta a mi lado, pagué con tarjeta y regresé al coche. Intenté asimilar el conocimiento de ese lugar indeseable en el que no quería quedarme ni un segundo más haciéndome consciente de que era un estado permanente en ella. Y empecé a preocuparme también por la intensidad de mis visiones, cosa que de ahora en adelante cambiaría el rumbo de mi vida. Pero eso es otra historia.

No me sorprendió el lujo que rodeaba a Victoria cuando llegamos a su casa. Desde el suelo de mármol cristalizado, que reflejaba los focos de luz fría incrustados en el techo, hasta el sofisticado sistema de domótica que controlaba todos los elementos. Dejé las bolsas en la cocina y metí el helado en el congelador del frigorífico americano. Me alegré de haber comprado la cena, ya que el electrodoméstico parecía haber sido arrasado por un huracán. Solo encontré tarritos de comida para bebés y una pieza de mantequilla. No era sorprendente que Carmen concertara una cita con el médico de cabecera de Victoria al enterarse de que había perdido cinco kilos en la última semana.

Era hora de bañar a Carlos antes de la cena, así que vi cómo Victoria preparaba la ropa y la bañera portátil.

—Creo que tú necesitas un baño más que Carlos. ¿Cuánto tiempo llevas sin lavarte el pelo? —le pregunté.

—He perdido la noción de los días. No puedo quedarme sola en el baño, mucho menos cerrar los ojos bajo la ducha. Entonces experimento un vértigo, una oscuridad y un lugar que no puedo apenas describir. Es un lugar de una soledad insostenible.

—Pero no vas a estar sola, estaré aquí contigo —le aseguré.

—¿Cómo, te quedarás aquí mientras me ducho?

—No te preocupes. Me quedaré contigo. Mientras yo baño a Carlos, tú te duchas y charlamos. Estaré a tu lado, conversando, y cuando termines, sacaremos al pequeño de la bañera. ¿Te parece bien?

Era la primera vez que bañaba y vestía a un niño, mientras Victoria se secaba el pelo al otro extremo de la habitación. Estaba segura de que Carlos disfrutaba de mi torpeza, moviéndose y jugando deliberadamente. Yo, que le había dejado claro a Antonio desde el principio que no quería hijos, ahora me encontraba luchando con los hijos de otros. Debo confesar que estaba cansada, pero encantada con mi nuevo amigo, siempre atento y receptivo a todo lo que decía. Después de cenar, se durmió en mi regazo, recuperando la seguridad que su madre no sentía, celebrando la atención plena que le dedicaba.

No le pregunté si se sentía mejor, ya sabía cómo se sentía y hasta dónde llegaba aquel lugar impenetrable. Puse nuestras hamburguesas sobre la mesa y con un gesto imperativo le dije: «¡Venga, a comer!» Ella quitó el pan de arriba e hizo el intento de masticar un trozo de pepinillo. Mientras observaba su desgana y su gesto de asco, supe lo que tenía que hacer. Con la boca medio llena, dije:

—¿Recuerdas cuando vivíamos en la residencia?

—Fue una época muy intensa. Me parece muy lejana ahora —respondió Victoria.

—Bueno, pues tú y Carmen me debéis vuestro éxito únicamente a mí —le contesté provocativa.

—¿A ti? —preguntó Victoria sorprendida.

—Sí, a mí. Únicamente a mí. ¿De quién fue la idea de la habitación del silencio? —le pregunté mientras la veía cortar la hamburguesa con cuchillo y tenedor, elegantuna como ella sola.

—Eso es cierto, la idea fue tuya, pero mantenerla fue misión de las cuatro.

—Todavía recuerdo la cara de Ana Luisa cuando le dije que tendría que dormir en la habitación de Carmen porque la suya la íbamos a usar de sala de estudio.

—Sí, las cuatro mosqueteras, como nos apodó Carmen —respondió Victoria— ¡Qué cara más dura tenía! Le dijo a Ana Luisa que lo habíamos decidido las tres por mayoría absoluta. Recuerdo que estábamos en el comedor y se quedó muda la pobre.

—Y esa tarde tomamos las mesas de los dormitorios de cada una y las llevamos a la suya. —A pesar del agobio del trabajo y los exámenes, fue la mejor etapa de mi vida —dijo Victoria— sobre todo teniendo en cuenta mi vida ahora.

—Una habitación de absoluto silencio para estudiar —respondí intentando que no se desviara de los bellos recuerdos para que continuará comiendo— Y Ana fue la que mejores notas sacó de las tres.

—Pasamos noches enteras encerradas estudiando y cuando nos levantábamos con la taza para coger agua caliente de los servicios con el bote de Nescafé en las manos, las cuatro pegábamos el salto deseándo charlar un rato.

Cuando Victoria se dio cuenta, se había terminado la hamburguesa. Saqué las pastillas de mi bolso y sabiendo lo que ya sabía, intuí claramente lo que tenía que decirle.

—Esta noche no tienes que preocuparte de nada, yo me encargo de todo.

—¿De mi vida también? —preguntó con la voz y los ojos apagados y me partió el alma.

—Del niño, de ti, de las circunstancias y del mundo. Solo descansa, yo me ocuparé de cualquier cosa.

A medianoche, el llanto me despertó. Me acerqué a su habitación iluminada por una pequeña lámpara. Carlos dormía sereno, mientras Victoria lloraba dormida, lamentándose y retorciéndose mientras dormía. Su almohada estaba empapada, y aprovechando un giro de su cabeza, cubrí aquella humedad sagrada con la primera toalla limpia que encontré. Su mundo había sido devastado y solo quedaba un chasis insostenible. Tendría que asumir primero el desastre, la destrucción. Tendría que reconstruir cada baldosa antes de alcanzar un suelo sólido, paredes significativas, un techo que le brindara cobijo, un cielo al que mirar sin perder el rumbo. Tenía que confiar en que las mosqueteras no se rinden cuando el mundo termina y cuando el vértigo lo arrasa todo, nosotras somos una buena red donde caer.

Esa noche, mientras Victoria dormía, me senté a su lado, sosteniendo su mano y velando su sueño. Media hora después, la tranquilidad que se reflejaba en su rostro me dio esperanzas de que, poco a poco, encontraría la fortaleza para reconstruir su vida. Ni Carmen ni yo la dejaríamos nunca. Volvimos a reunirnos por una desgracia, y eso cambió el destino de las tres para siempre.

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19 comentarios en «Vértigo – miniconcurso de relatos»

  1. Difícil da vértigo.
    Reparto entre 4
    Paquita Rivera por esa cuenta atrás.
    Sergio Santiago por su prosa poética.
    Coronado por su genial mezcla entre canción y relato.
    Luisa Valero por dejarnos un gran mensaje.

    Gracias a todos.

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