Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «reformas». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 26 de octubre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Mucho se habla de las reformas de una casa, pero hoy yo, voy a escribir sobre las reformas de uno mismo, de tu propia reparación, de tu renacimiento espiritual, de la sanación de tu alma.
¿Qué cómo se hace? Pues la respuesta es muy subjetiva. A mí, por ejemplo me ha reformado la escritura, ha sido algo terapéutico. Pero mi avidez por el aprendizaje me está haciendo mejorar y evolucionar(especialmente mediante la lectura).
Hoy me vais a perdonar que no siga mi relato que seguramente genere debate, a lo mejor me meto en un brete y todo; pero correré el riesgo.
Me vais a disculpar mi ausencia durante las próximas horas(hoy es mi cumpleaños y el nacimiento de «Melancolía infinita»).
Es como reforzar una casa, pero lo que he reformado es mi alma. Sin más dilación os mando un fuerte abrazo y os agradezco las muestras de cariño recibido hasta la fecha (estoy abrumado).
¡Se os aprecia y se os quiere!
Corría el año 1960. Yo estaba sirviendo en una casa tan grande como el agujero que había en una de las habitaciones del segundo piso.
Mi corazón estaba haciendo reformas. El amor de mis padres,hermanos,amigos y conocidos, ahora eran un montón de ruinas.
Las paredes de ladrillo de mi joven corazón las manos de mi novio las había enyesado con tanta blancura y finura que mi persona se había llenado con ese amor de pareja en que dos beben del mismo vaso.
Más en la vida está el trabajo, con pan y cebolla no se puede pasar.
Así pues mi querido novio con su poca experiencia en hacer reformas se atrevió a dejar como nuevo aquel techo que igual tenía 500años
Yo me sentía feliz viendo a mi novio con aquel traje blanco lleno de polvo de yeso subiendo sacos y más sacos por aquella escalera de mármol de la casa.
Si fue su poca experiencia ya que comenzaba a volar o si la casona estaba construida en los tiempos de María Castaña en fin pocos minutos después de dar por terminado el trabajo el techo se vino abajo… Menos mal no cogió a nadie…
Las reformas a igual la escritura día a día se va aprendiendo
Quiero decir que mi compañero de vida con su trabajo de reformas y su mujer que soy yo criamos una familia de cuatro hijos …
Los interrogantes se caen por su propio peso, me vuelven a interrogar, desprenden un aroma a mermelada demasiado dulce para mi gusto, ahora me van más las cosas saladas, será porque las respuestas que me doy son bastante sosas. El frescor que antes me acompañaba se va secando con la calima, es que hace un calor de mil demonios y eso que ahora estoy solo entre las sábanas. Una diatriba me está persiguiendo como si fuese un terrorista intelectual, ¡vale no soy un santo de misa o fiestas de guardar!, ¿pero terrorista? Miro embelesado los murales de la gente pulcra, yo siempre lo emborrono todo, no se como me las arreglo, algunos son estupendos, otros pasables y algunos… simplemente son. Cuando más tranquilo estoy vuelven a aparecer esas nubes de algodoncillo rosa impregnadas en melaza,
-Hola ex-subversivo, nos han dicho que ahora eres como un gatito manso, mianos algo – me sueltan con descaro y sin rubor.
-No me dejáis hablar de las delicias turcas, ¿qué esperabais? – contesto sin convicción.
– Algo menos meloso, se te presupone talento, ¿no se quién la verdad?, pero se te presupone – contesta la más irreverente.
-Y a vosotras se os supone dulzor y vuestra azúcar brilla por su ausencia – contesto molesto.
-¡Vaya salida de tono!, si te vas a poner iracundo nos marchamos – susurran desapareciendo.
Vuelve la tranquilidad a mi paz interior que se estaba agitando, y me recuerda que casi todo lo que está por hacer, está en su propio limbo y que debo arrimar el hombro.
-Te estás perdiendo en unas cosas que te impiden hacer otras – me dice.
-Se supone que eres mi paz interior, no mi jefa de taller – le respondo.
-Hoy estás imposible, será por lo que queda – me responde enigmática.
-¿Y que es lo que queda? – le pregunto haciéndome el despistado.
– Las lágrimas del adiós momentáneo que le dan la vuelta a todo y lo presentan como un hola sobrevenido – contesta sin aclarar nada.
La verdad es que no me gustan los adioses momentáneos, prefiero los definitivos de atrezo, así puedo volver siempre a la película sin que la directora me eche de más, de menos, lo tengo asumido que no lo va a hacer. Las cosas no siempre pintan en oros, a veces las espadas se rebelan y se apoderan de las diez de monte, ¿hay algo más duro que perder las diez de monte en la última mano? La verdad es que nunca me había planteado esa disyuntiva porque no hay otra mano en la que pueda jugarse. Yo no soy jugador de cartas, aunque hice mis pinitos de mozalbete, por no desentonar más bien, siempre he sido más de futbolín, pero había que guardar las apariencias, pues no es un juego glamouroso, como “el teto”, por ejemplo.
– ¡Anda si es mi refugio!, ¿qué haces aquí? – pregunto sorprendido por la aparición.
– El oráculo de los deseos me mandó a por ti, dice que de momento has echo el cupo – me responde.
– ¡Pero si no me ha concedido ninguno! – le respondo asombrado
– El se limita a escuchar, no te lo va a dar todo hecho – me contesta con chulería.
– ¿Y que se supone que debo hacer? – pregunto a la desesperada intentando obtener respuesta.
-Te tienes que venir conmigo, por las buenas – dice enterneciendo los ojos.
– ¿Y si intento escapar? – le digo desafiante.
-Irá a por ti la caverna de Platón para reformarte- me contesta sonriendo.
-Me voy contigo, me voy contigo, ¿Podré salir los domingos? – pregunto pícaramente
-¿Podrás salir los domingos?- responde preguntando.
Lo siento pero debo marchar con él, la alternativa es peor, prometo mandar un SMS diciendo que he llegado.
Como no estoy para ciertos trotes, llamé a Lorenzo, un colega arreglador. Se estaba agotando el agua que manaba para regar las patatas y tomates y tendría que ahondar más el pozo. Por si andaba liado, mientras desayunaba eché una ojeada al periódico, a la sección de ofrecimientos: ofrécese cortador de jamón, ofrécese especialista en depilación a domicilio, ofrécese zahorí.
Pasé un buen rato tratando de localizar el señor zahorí que debió dejar un móvil equivocado, y entre tanto lograba hablar con el responsable de la sección, estuve pensando que faltaban ofrecimientos, y ya de puesto empecé a pensar en algunos. En otros tiempos yo mismo me hubiera ofrecido.
Ofrécese arreglador de conflicto entre familiares, ofrécese mediador en disputas entre colegas, ofrécese ajustador de precios entre mayoristas y consumidores. Todos estos oficios serían de suma utilidad, pero pasé a enumerar estos otros que harían también un buen servicio
Ofrécese el enderezador de conciencias. Ofrécese el buscador de razón en medio de la ruina. Ofrécese quien enseña a perder el tiempo. Ofrécese el que sabe hablar a tiempo y callar. Ofrécese el que aprecia la importancia de las cosas inútiles, etcétera.
Podía seguir enumerando. Lo dejo al gusto del consumidor pero me resisto a pasar por alto a las personas de recto corazón que siempre están en oferta. Digo recto porque el corazón debe siempre llevar apellidos. Enseñar la rectitud de corazón sería una tarea ardua, porque las corazonadas tontas, las envidias, la felicidad a cualquier precio, las ausencias queridas por los otros, los llantos por capricho, los odios, etcétera también anidan en el corazón.
Yo no me imagino lo que debe ser un corazón recto y limpio, pero recuerdo a don Marcelino, un hombre que sí lo poseía, que poseía una razón abierta a las ideas de los otros y un gesto amable y una benevolencia ante los desaires. Y nunca daba una buena causa por perdida.
Di con el zahorí que se presentó con los artilugios del oficio, las varillas y el péndulo. Le conduje al huerto y se colocó sobre la superficie que había dejado de manar.
—Aquí hay agua.
—¡La había!
—Entonces tendría que ahondar.
—Eso ya lo sé.
—Pues póngase a ello.
—Para este viaje yo no necesitaba alforjas. Ya me las arreglaré.
Salió del huerto rezongando. Cuando apareció Lorenzo y le conté las resultas del zahorí, se caía de risa.
—Hombre, no pidas peras al olmo. Una cosa es el arreglo y otra la reforma. Atiende y verás si hay una fácil solución: deja de cultivar tomates y vende la propiedad a una constructora.
—Gracias, Lorenzo, prefiero al zahorí.
María y Javier eran una pareja que no tenía mucho suerte. Regularmente habían ido tomando y apostando decisiones en su vida al caballo perdedor. Ahora, acababan de dilapidar sus últimos ahorros en el papeleo legal para heredar lo poco que le había dejado la madre de María. Era una destartalada casa en el pueblo, a la cual se habían mudado con la poca convicción que la situación requería. Sentados frente a frente en la pequeña mesa de la cocina, María decidió romper el incómodo silencio.
—Javi. ¿Qué vamos a hacer ahora? La casa se cae a pedazos y llueve dentro de la habitación. A ese paso nos va a costar la salud pero no tenemos otra cosa—. dijo ella resignada mientras lo miraba a los ojos que él esquivaba dándole vueltas a una taza de café —¿No dices nada?—insistió.
El silencio vergonzoso de Javier era elocuente. María desesperada por la situación decidió tomar el mando.
—Mi sueldo de la biblioteca no da para más, y contigo en paro no sé que vamos hacer.
Tras unos instantes en los que ella miraba al techo de la cocina y él miraba a la taza de café mientras les daba vueltas, María tomó una decisión que les cambiaría la vida.
—Vamos a hacer una cosa, ya que veo que tu no espabilas. Voy a pedirle, otra vez, dinero prestado a mis padres. Compraremos lo básico y arreglaremos está «cosa de lugar» que ahora es nuestro hogar. Tus años de oficial de la construcción tienen que valernos para algo. ¿Estás de acuerdo?
Tras unos segundos meditando, Javi levantó la vista de la taza de café y asintió sin decir palabra.
—Pues vale. Tú haz la lista y yo conseguiré el dinero, ¡¿Estamos?!— mientras daba un ligero manotazo encima de la mesa.
Un mes más tarde de ponerse manos a la obra, la reforma avanzaba lentamente. Javi tomaba las mejores decisiones técnicas que sabía y María le ayudaba como buenamente podía. Practicante se había terminado la última ayuda de los padres de ella y la empatía y la complicidad de la pareja se resquebrajaba a pasos agigantados.
Una mañana mientras María preparaba unos simples macarrones con tomate para comer, Javier, maza en mano, se ensañaba con una pared que habían decidido tirar. En uno de los empeñones que le arreó al tabique, este cedió de repente y casi hizo que Javier se diera de bruces contra él. Repuesto del susto, sacó la cabeza de la maza del interior de la pared. La apoyó en el suelo y miró dentro. No se veía nada y decidió ayudarse con la linterna de su móvil.
Lo que vio lo dejó desconcertado.
—¡¡Mariiiaa!!
…..
—¡¡Mariiiaa. Sube aquí, ¿Quieres?
—¡¿Qué quieres? Estoy haciendo la comida.
—¡Que subas!
María hizo caso y un minuto más tarde llegó al piso de arriba.
—¿Qué pasa?
—Mira ahí dentro—le dijo al tiempo que le pasaba el móvil con la linterna activada.
Ella obedeció y cogiendo el móvil, apuntó a dentro del agujero.
—¿Qué es eso? Parece un baúl, ¿No?
—Si, eso parece.
Cinco minutos más tarde, el tabique quedaba hecho añicos sin contemplaciones y María y Javier tiraban del baúl hacia el exterior.
Al abrirlo, confirmaron su procedencia. Era de la bisabuela de María, que también se llamaba María.
—Espera. Voy a quitar los macarrones del fuego. Sólo faltaría que nos quedaramos sin comida. Ahora vuelvo—dijo ella saliendo disparada escaleras abajo.
Unos minutos más tarde, con María de vuelta y sentados en el suelo de la habitación, se dedicaron a vaciar el baul.
Dentro hayaron un sinfín de objetos personales; vestidos, viejas fotografías familiares, cartas y libros viejos, pero una de las cartas les llamó especialmente la atención. Dentro de un sobre que ponía: «A quién encuentre este baúl», se encontraba una carta explicando el porqué del baúl tras la pared. La guerra y la posguerra habían dado con la determinación de María de esconder sus enseres más preciados para evitar que calleran en manos equivocadas. Viuda, sin los hijos cerca de ella, sola y muy mayor, se encontraba desamparada y miedosa. En la carta explicaba que si tenía la mala suerte de dar con la muerte, al menos quedaría la esperanza de que alguien, pasado el tiempo y cuando ya no cayeran las bombas en aquel lugar cercano a uno de los frentes de la guerra, pudiera disfrutar de todo aquello en paz. Al que lo encontrará, le hacía dueño desde ese momento de todo el contenido de aquel baúl.
Con lagrimas en los ojos, y tras leerla ambos, María doblo la hojas que formaban la carta y la guardó en el sobre.
Con las emociones a flor de piel, fueron seleccionando el contenido por tipos. Vacío el baúl, repararon en cuatro de los libros.
Parecían muy antiguos, con páginas amarillentas y cubiertas desgastadas. El primero era un tratados de medicina, otro era una segunda parte del Quijote, el tercero, una vieja biblia escrita en latín y por último, el cuarto era un Códice Calixtino bastante voluminoso.
—¡¿Qué carajo hacia mi bisabuela con estos libros?! No me pega nada que fuera religiosa y menos que supiera hablar y leer latín.
—Quien sabe, si estaban ahí detrás está claro que ella o alguien con su ayuda los puso ahi.
—Esos está claro, Javi, pero no sé, no se me ocurre quién pudo ayudarla.
—Pues está claro que alguien la ayudó. Ya ves lo que pesa el baúl y no veo yo a tu bisabuela levantando tabiques.
—Je,je. Qué simpático. Yo tampoco—. Rio María irónicamente.
—¿Qué quieres hacer con todo esto? Ahora es tuyo, lo dice bien claro en la carta. Decide.
María meditó por unos instantes mientras manoseaba ligeramente aquellos libros y tomó una decisión.
—No tengo ni idea de tasar libros viejos, pero un Quijote tan antiguo tiene que valer dinero, ¿No crees? Además, recuerda que las primeras biblias que se imprimieron fueron en latín allá por el siglo XV, si mal no me falla la memoria. No digo que está sea de Gutemberg pero que es antigua, está claro. ¿Tu padre no tenía un colega que tenía una librería «de viejo»?
—Si, el señor Anselmo. Tiene una librería de segunda mano en la plaza Mayor.
—Perfecto. ¿Y si se los llevamos y que nos diga cuánto pueden valer? A poco que nos pague por ellos, nos vendría muy bien el dinero.
—Vale, estoy de acuerdo. Espera que llamo a mi padre para que me de su número.
—¿Diga?… si soy yo…¡¿En serio?!…. ¡si, si, claro! Vamos ahora mismo. Adiós, adiós.
—¡Javiiii!
—¿Queee?
—Era Anselmo, el de librería. Dice que tiene buenas noticias para nosotros. Qué si podemos ir ahora. Le he dicho que si. Apúrate. Cámbiate y vamos.
Una hora más tarde, en la libreria de la plaza Mayor…
—Amigos míos, no sé cómo deciros esto—. Dijo el librero con ambas manos encima de los cuatro ejemplares.
María se percató que Anselmo tenía puestos unos guantes blancos de suave tela, cosa que no había hecho cuando una semana atrás le habían llevado los libros a tasar.
—Pues empieza por el principio, ¿Valen algo? —preguntó Javier.
—¿Qué si valen algo, hijo? Hace una semana no estaba seguro y llamé a un colega para que me ayudara a quitarme la duda, cuando los vio, casi se le salen los ojos de las cuencas. Quería negociar conmigo inmediatamente por ellos, pero yo le dije que eran de unos amigos y que no podía tomar esa decisión. Le tengo un gran afecto a tu padre.
—Entonces…
—Hijo, son cuatro incunables de incalculable valor; Una primera edición de la segunda parte del Quijote de 1615, una Biblia de Gutemberg, un Codex Calixtinux del siglo XII y un tratado renacentista italiano del siglo XV.
La cara de la pareja era un poema.
—¿En serio me queréis decir que esto libros estaban detrás de un tabique en casa de tu bisabuela?
—Asi es—. contestó María con una mezcla de satisfacción y nerviosismo.
—Asombroso. Tu bisabuela os acaba de arreglar la vida. Siendo los legítimos dueños de estos cuatro ejemplares, una vez restaurados, valdrán su peso en oro.
María y Javier se miraron con una sonrisa floja.
—Vamos a hacer una cosa. Me comentasteis que necesitabais dinero para acabar de arreglar vuestra casa, ¿Verdad?
—Asi es.
—Bien. Os propongo que, sin perder la titularidad de los mismos, me dejéis hablar con una persona que puede llegar a unos contactos importantes en el ministerio y a algunas bibliotecas nacionales y a ver qué se puede hacer. No sé, se me ocurre una especie de cesión a cambio de una compensación económica o algo así. Dejarme hacer unas llamadas y os cuento. ¿Estáis de acuerdo?
—Si, si, claro, me parece bien, dijo María apretando con fuerza la mano de Javier en señal de alegría.
Un mes más tarde, en presencia de un alto cargo del Ministerio de cultura, y con toda la pomposidad que merecía tal hayazgo, María con sus mejores galas, firmaba el acuerdo de cesión de los cuatro ejemplares para su restauración y exposición pública.
Sólo había puesto dos condiciones para ello:
Un adelanto para terminar las obras de su casa y que siempre fueran expuestos juntos, en homenaje a su bisabuela Maria con una nota que dijese:
«Usted puede disfrutar de estos cuatro ejemplares de incalculable valor y belleza gracias a la generosidad, valentia, esfuerzo y tesón de la señora Dña. María Fernanda García Peláez. (1848-1937)».
Una reforma inesperada
―Ricardo, por Dios, haz algo, que la gotita del grifo me está poniendo histérica ―le exigió Prado a su marido.
―Joder, Prado, que ya sabes que cuando toco algo de la casa, la avería se multiplica. Lo mío es más etéreo, pensamientos hedónicos, a la par que nihilistas ―contestó el pensador Ricardo.
―Pero, qué morrazo tienes. Por lo menos, llama al vecino ése con el que te tomas las cañas y pídele que le eche un vistazo. Siempre se está tirando el folio de lo manitas que es. Que lo demuestre, ¿no te parece? ―pidió Prado.
―A la orden, mi coronel, si no, no me vas a dejar en paz…Voy. ¡Hombre, Frascuelo, ¿qué tal unas cañejas?! Ya va siendo la hora perita, ¿te hace? Sí, sí, vale, sí, tranquilo, que pago yo, que sí, tío, no seas plasta. Vale, en quince minutos en “La Cogorza”. Venga, ahora nos vemos, ciao, ciao. Ya he quedado con él, ¿contenta? ―Ricardo buscó la aprobación de su señora, que tenía cara de embestir de un momento a otro.
―Pero, vaya pedazo de huevos tienes. Si has quedado en “La Cogorza”. Que yo sepa, allí no gotea el grifo ―protestó Prado.
―Mujer, a la gente hay que prepararla cuando vas a abusar de su confianza, ¿qué menos que unas cañitas? ―explicó Ricardo.
―Anda, tira, que no sé lo que te hago. Y, os quiero ver aquí en un ná, que te conozco, que tienes una jeta como el hormigón armao ―avisó Prado.
Seis cañas y una de callos con garbanzos más tarde, y haciendo honor al nombre de su bar predilecto, llegaron Ricardo y Frascuelo con la sana intención de arreglar el molesto grifo.
― ¡Hola, cariño, ya estamos aquí! ―anunció Ricardo.
―Con zu permizo, zeñora, he zío reclamao pa zolucionar un entuerto logíztico, zi lo he entendío bien ―Frascuelo estaba muy bien educado.
― “Ay, madre, vaya trozo lleva el pájaro” ―pensó Prado, al tiempo que le dirigía una mirada asesina a su marido.
―Ya verás cómo Frascuelo nos apaña el goteo en un santiamén, es un hacha de la fontanería, entre otras muchas virtudes ―afirmó Ricardo, con un optimismo desbordante.
― “Sí, la de empinar el codo de gratilón” ―siguió pensando su preocupadísima mujer.
―A ver, zeñora, ezto no ez ná, la goma, que eztá picá, ze cambia y zantaz pazcuaz. Voy a mi pizo a por una y vuelvo en un periquete. ¿Dónde eztaba la puerta?
Frascuelo volvió pasada una hora, con una peste notable a vinaza de la barata, eso sí, con gomas de todos los tamaños y colores.
― ¡Qué periquete tan cortito! ―ironizó Prado.
―Ez que me he encontrao en la ezcalera con el Ambrozio, y ze ha empeñao en invitarme a un vino, y yo, por no hacerle un feo al hombre…
― “Joooder”
―Bueno, ezto ya eztá. Le cedo loz honorez de abrir el agua, zeñora ―Frascuelo seguía haciendo gala de sus impecables modales.
Cuando Prado abrió el grifo, ya no goteaba, pero un chorro de agua incontrolable salió de entre los azulejos de la cocina, acertando de lleno en su ojo derecho.
― ¡¡¡Ricardoooo!!! Cierra el agua, que me ahogo, rápido.
― ¿Y eso dónde se hace? ―Ricardo no conocía la existencia de la llave de paso general.
―Quita de en medio, que ya voy yo, pero quita, coño, que no me dejas pasar ―Ricardo se había aturullado y no sabía dónde colocarse.
Prado consiguió cerrar la general cuando ya tenían un charco importante en la cocina.
― Pero, ¿qué has hecho, Frascuelo?, ¿Frascuelo? ―el ínclito manitas se había quedado dormido en una silla, roncando acompasadamente.
―Si se ha sobao ―comentó Ricardo.
―Es que no voy a aprender nunca, mira que pedirte que hicieras algo, ahora nos toca llamar a un fontanero, y en domingo. Verás el clavo que nos mete, capullo ―a Prado le venían pensamientos homicidas hacia su marido, que la miraba con cara de besugo.
―No te pongas así, mujer, que seguro que no es nada. Voy a llamar a uno de esos que vienen en el calendario que nos dejaron en el buzón… ¡¡¡Aaaaaay, vaya hostia!!! ―Ricardo se escurrió con el complejo lagunar de la cocina y se hizo una brecha en la frente que sangraba de un modo escandaloso.
―Sí, tú arréglalo, por si no tuviéramos ya suficiente ―le regañó Prado.
―Pero, cariño, que me estoy desangrando, ay, qué mareo ―Ricardo perdió el conocimiento ante la incrédula mirada de su esposa.
―Éramos pocos y parió la abuela. ¿Sí, es el Samur? Sí, mi marido, que está sangrando como un cerdo y le ha dado una lipotimia, es que es un flojo de toda la vida, ¿sabe? De acuerdo, les espero, ah, y traigan algo para bajarle el pedo al vecino, que también lo tengo inconsciente.
―Tranquila, señora, que vamos para allá y, ante todo, no los mueva ―la instruyó el telefonista sanitario.
―”Que no los mueva, dice, lo que hay que oír. Vamos a ver, el puto calendario, electricista, pocero, todo tipo de electrodomésticos, ah, aquí, fontanero de guardia, todas horas, presupuestos sin compromiso”. Este es mi hombre. ¿Oiga? ¿Es el fontanero del calendario?
―A su entera disposición, señora, ¿en qué puedo ayudarla?
―Tengo una emergencia que no puede esperar, ¿cuándo puede venir a verlo?
―Antes de colgar el teléfono, contará con mi presencia en su domicilio, si me da la dirección, claro está.
A las tres horas, con Frascuelo roncando y Ricardo con un aparatoso vendaje en la cabeza, llegó el fontanero de urgencias.
―Disculpe el ligero retraso, he tenido que solucionar un problemilla, pero ya estoy aquí para resolver sus cuitas. Mi nombre es Demetrio Casanova, ingeniero industrial licenciado por la Harvard University, a la sazón, su fontanero deluxe. Indíqueme, si es tan amable, el origen del problema.
Prado abrió el agua y el chorro retomó toda su agresividad.
―Ya veo, menuda ñapa le han hecho. Perdón por la expresión, pero sin ella no sería un profesional reconocible. Le cuento, esto parece grave, y va a requerir un estudio en profundidad. Lo que no le quita nadie, son los cincuenta euros del desplazamiento, a sumar a la urgencia, al festivo, al plus de peligrosidad y a los impuestos preceptivos. En total, ciento veinte euros del ala. Dicho esto, la informo de que habrá que abrir la pared para dar con la realidad del asunto y poder realizar un presupuesto con conocimiento de causa. En el precio, no se incluye albañilería.
―Bueno, ya que está aquí…
―De acuerdo. ¿Sería tan amable de retirar a este individuo a otro lugar de su bella morada? Los ronquidos me desconcentran.
―Pues va a ser que no. Lo tengo ahí porque, entre rebuzno y rebuzno, me da la hora y, cuando se inspira, también señala los cuartos. Un prodigio de la técnica. “¿No te jode aquí el finolis?” ―Prado empezaba a hartarse.
―Está bien, procederé con la compañía del amigo Cronos. Ahora, apártese y déjeme solo, no vaya a lastimarse.
―Vale, si necesita algo, estaré por aquí, pégueme una voz y vengo.
― “Una voz, dice. ¿Por quién me habrá tomado? Voy a tener que seleccionar un poco mejor a mis clientes” ―barruntó el prestigioso fontanero.
Un par de horas más tarde, sonó el timbre de la puerta.
― Díganme, ¿qué desean?
―Pos ná, que hemos acudío raudos a la llamada del maestro Demetrio, si usted me entiende ―explicó el albañil, que iba acompañado por el ebanista y el electricista.
― ¡¡¡Demetrioooooo!!! ¿Qué coño pasa aquí? ¿Para qué ha llamado a estos tipos? ―Prado se seguía cabreando.
―Por favor, no se estrese, que no es bueno para el corazón, no vayamos a tener un disgusto. Pase a la cocina y lo verá con sus propios ojos ―le pidió Demetrio Casanova.
― ¡¡¡Aaaaaahhh!!! ¿Dónde está mi cocina? ¿Pero qué ha hecho, salvaje?
―De nada le va a ayudar irritarse. He tenido que dar unos golpecitos para poder presupuestar el trabajo. Excuso decirle que su santuario gastronómico requiere una reforma integral, he aquí el motivo de hacer venir a los compañeros, especialistas consumados en sus campos de acción.
―No me lo puedo creer, si solo era una gotita…
―Agradézcale a la gotita de marras que la haya avisado a tiempo, la casa podría derrumbarse en cualquier momento. Sus vidas peligran seriamente. Y, por cierto, el reloj roncador también está averiado, no me ha dado ni una sola hora.
―Hasta aquí hemos llegado. Encima, con cachondeo. Ahora mismo me dejáis la cocina como estaba, con chorro incluido, o llamo a la policía ―Prado cogió, instintivamente, la maza que había utilizado Casanova para destrozar su pared, y gesticulaba con ella en la mano.
―Eso no va a ser posible, por más histérica que se ponga. Si no acepta el presupuesto que he venido a elaborar, haciendo un hueco cuasi imposible en mi apretadísima agenda, deberá abonarme los conceptos que ya le comenté, agregando, por supuesto, el coste del desplazamiento de los profesionales aquí presentes ―informó Demetrio, como la cosa más natural del mundo.
― ¿Y, a cuánto se supone que asciende la factura por arrasar mi cocina? Más que nada, por curiosidad ―preguntó Prado, que seguía moviendo la mano de la maza sin control.
―Así, calculando por encima y por ser usted, unos seiscientos euros, eso sí, todo incluido, sin sorpresas de última hora, que ya sabe que hay mucho caradura por ahí…
En el momento de máxima tensión, Frascuelo, muy oportuno, se despertó, miró al tendido y, sin decir palabra, se dirigió hacia la puerta, la abrió y se fue por donde había llegado.
― «A Dios pongo por testigo de que no vuelvo a pisar “La Cogorza”. Tengo alucinaciones». Este portal me suena muchísimo, qué cosas.
―Bueno, señora, no tengo todo el día. Págueme y nos vamos a un sitio donde la gente sea más agradecida y valore nuestros desvelos en su justa medida ―exigió Demetrio Casanova.
― ¡Juá! Fuera de mi casa, iluso, timador, no sabes lo que te haría ―en este último arrebato, a Prado se le escapó la maza, con la mala fortuna de empotrarla en el entrecejo del ingeniero.
― ¡Andá mi vieja, que se lo ha cargao, tú! ―se asustó el ebanista.
―Todavía respira ―confirmó el electricista.
―Todo el mundo quieto, que estoy llamando a la policía ―avisó el albañil.
Ricardo se levantó de la cama, en la que se encontraba medio desmayado y seguía aturdido por la impresión. Oyó unos fuertes golpes en la puerta y unas voces en tono muy contundente, que le pareció que decían algo así como:
― ¡¡¡Policía, abran la puerta inmediatamente o la echamos abajo!!!
―Voy, qué prisas, oye ―Ricardo no estaba para tirar cohetes, todavía no se enteraba de nada pero, como alguien llamaba, abrió la puerta.
―Hola, qué…¡¡¡coñó!!! ―a Ricardo le pasó por encima la pareja de policías, que entraron corriendo en la casa, cubriéndose el uno al otro. Les habían dicho que allí se encontraba una mujer armada, extremadamente peligrosa, con varios rehenes amenazados de muerte.
― ¡Todo el mundo al suelo! Las manos donde podamos verlas y ni un solo movimiento o disparamos.
Prado, el electricista, el ebanista y el albañil, se les quedaron mirando como si estuvieran viendo un rodaje de “El Comisario”, pero más cutre.
― ¡Tire el arma, señora, no tiene escapatoria!
― ¿Cómo? ―preguntaron los cuatro, con una sincronización perfecta.
―Pero, ¿se puede saber qué demonios está pasando aquí? Que alguien me lo explique, coño.
―Pues, nada, agente, que aquí la señora le ha metido un zurriagazo con la maza al jefe y nos lo ha desgraciao ―informó el albañil.
―Es cierto, somos testigos de los hechos delictivos ―dieron fe los otros dos.
―Queda detenida por intento de homicidio con objeto contundente. ¿Hace cuánto tiempo que no limpia la cocina? La tiene como una leonera ―preguntó el policía, haciéndose el graciosillo.
―Pero qué gilipollas, por favor…
Mientras tanto, en la comisaría, el jefe de homicidios esperaba noticias impaciente.
― ¿Qué se sabe de la loca, Ruipérez?
―Buenas noticias. Restituto y Romerales la han detenido arriesgando gravemente sus vidas y la traen para acá. En otro coche, vienen las víctimas, para tomarles declaración.
―Excelente, Ruipérez. Avíseme en cuanto lleguen.
―A la orden, señor…, un momento, ya están aquí.
―Bueno, bueno, bueno, así que ésta es la peligrosa agresora, quién lo diría. A simple vista, nunca lo hubiera sospechado. Restituto, condúzcala al calabozo, y no le quite las esposas de momento…pero, cabronazo, ¿qué hace éste aquí?
―Es el agredido, señor.
― ¡Me cago en tus muelas, hijo de perra! El Casanova y toda su banda. Suelte inmediatamente a esa mujer, es una heroína. Y detenga a estos cuatro mamarrachos, Al calabozo con ellos.
―Ahora, supongo que alguien me aclarará algo, esto es un flipe ―pidió Prado.
―Yo se lo explico, señora. Hace seis meses, este facineroso vino a arreglarme una avería eléctrica, un pequeño cortocircuito que yo no conseguía localizar.
―Pero, qué morro, si es fontanero ―comentó Prado.
―Ni electricista, ni fontanero, ni nada que se le parezca. Es un timador de tomo y lomo. Me quemó el salón, me dijo que había tenido suerte al llamarle, que me había salvado la vida. Luego, aparecieron los otros tres y, entre todos, me sacaron seiscientos euros, con la promesa de volver al día siguiente. Y, hasta hoy.
―Bueno, pues todo aclarado, ¿puedo irme ya?
― Señor comisario, que dice el detenido que las humedades del calabozo van a derribar el muro, que si le pasa presupuesto.
― ¿Será cabrón?
Este año me he planteado no subir nada a las redes sociales, las que nunca duermen, las que están en búsqueda permanente, profesionales y expertas.
Quiero hacer reformas en mi vida sin tener que ceñirme a sus exigencias, aunque suponga un parón en mi creatividad literaria y también una disyuntiva en la que no estoy preparada.
Sopesar está tesitura para no echar el cierre por completo.
Ha sido mucho tiempo dándole a las neuronas y después a las teclas del móvil para escribir y es que vivimos en un mundo ecuménico donde se habla el lenguaje de las máquinas.
No me gustaría perder la conexión por completo ya que llevo años en la misma dirección y sin desfallecer, pero me ayudaría a seguir entrenado la creatividad…. Esto supondría desconectar y perder la complicidad que ameniza semana tras semana la página de escritura.
Mejor…..me quedo… Para seguir navegando y seguir escribiendo esos temas que semana tras semana puedo saborear y por lo que merece la pena seguir…
¡Por vosotros!
Reformar el corazón porque te han hecho daño, tragarte los insultos como si de un bocadillo se tratara, sabiendo que tienes que hacer una mala digestión, una digestión muy pesada, para olvidarlo todo, cuanto no te merece la pena recordar. Pues sólo es alargar la historia.
Siempre te quedará una gran satisfacción después que has madurado las ofensas y ya llegaste a tu conclusión, a un punto que no te ofenden las palabras necias de difamación, ni tampoco la mala intención; decidiste ser feliz a pesar de todo y perdonarlo, olvidarlo, prefieres sonreír a estar todo el día pensando y volverte loco convirtiéndote en un medio ogro.
Reformar los sentimientos es muy difícil, cuando te han dado una puñalada en el corazón. Cuando te han hecho pasar noches enteras sin dormir pensando en esto y aquello, cuando tú sabes bien que sólo son un mar inmenso de mentiras que nunca acaban.
Reformar los deseos es muy difícil, cuando no te gusta lo que ves, has de ser valiente y decir «Yo, ya lo olvidé» ahora te toca a tí, olvidarlo también.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
DEMASIADO TARDE
El murmullo provocado por los rumores era ensordecedor. Debido al cariz de los últimos acontecimientos, se había generado una expectación inusual en la comunidad y nadie se lo quería perder. Pocos recordaban una reunión como aquella, a la que había acudido la práctica totalidad de los vecinos. Algunos de ellos bastante desconocidos, rostros casi anónimos de holas y adioses fugaces con la mirada en el suelo, de incómodas conversaciones de ascensor sobre el tiempo que ahora, sin embargo, hablaban acaloradamente sobre la cuestión que se iba a tratar.
Un solo punto marcaba el orden del día: acometer las reformas necesarias para mitigar el insoportable olor que invadía el edificio. Aquel inmueble de los años sesenta no olía a rosas ni jazmines, precisamente. En los últimos meses, un hedor nauseabundo se había instalado de forma permanente, extendiéndose por las siete plantas. Las sospechas eran muchas y diversas. Por un lado, Avelino, el abuelo del segundo, cuya hostilidad hacia la ducha de todos era bien conocida. El mismo que sacaba el perro a todas horas a pasear, de forma compulsiva. Perro y dueño compartían efluvios y aromas, llegando los vecinos a ser incapaces de determinar donde acababa lo animal y empezaba lo humano. Por otro lado, estaba Carmen, la del tercero, trabajadora de la funeraria La Esperanza. Muy limpia y cuidadosa ella, pero en un bloque donde la media de años rebasaba con creces los setenta, los prejuicios campaban a sus anchas. La tercera edad estaba firmemente convencida de que el olor a muerto lo llevaba Carmen impregnado en la ropa y en la mismísima piel, y eso ya no se iba a ir en la vida, como tampoco los prejuicios de quienes la juzgaban. La siguiente en discordia era la nueva vecina del cuarto, quien levantó las sospechas desde el momento de su aterrizaje. En menos de un año ya había tenido cinco atranques de cañerías, uno de ellos provocando una rotura importante en el pasillo de la entrada al edificio que inducía la inevitable arcada de cuantos entraban y salían.
Pero no, no era nada de eso. El olor que invadía sin piedad el edificio no era humano, ni de perro, ni de atascos de cañerías. Era un tufo de vejez, de tanatorio, un aroma hediondo de decrepitud y decadencia. Era algo extrañamente familiar, pero al mismo tiempo difícil de describir. La solución se hacía imprescindible. Aquel vetusto edificio pedía a gritos acometer una reforma urgente.
Mientras el presidente de la comunidad revolvía papeles y lo preparaba todo, el bullicio y la algarabía iban en aumento. Los vecinos lanzaban sus apuestas acerca de la causa de semejante crimen olfativo y cada cual tenía su propia solución y su manera de hacer las cosas, opiniones que no iban a desaprovechar la oportunidad de exponer una vez comenzara el circo.
De repente, antes de que nadie pudiera decir esta boca es mía, el ascensor se abrió de par en par y el vecindario enmudeció de manera fulminante. En el interior del elevador, dos fornidos caballeros trajeados de un negro riguroso sostenían una bolsa oscura con asas de un tamaño sospechosamente familiar. Inmediatamente todos supieron de quién se trataba. De entre las jugadas que se habían barajado, la más repetida giraba en torno a él. En el interior de la bolsa se encontraba Matías, el inquilino del ático. Un viejo olvidado por su familia, por sus vecinos y por la sociedad en general, ya casi apurando los ochenta y al que nadie había visto salir en años. Al paso del fiambre, la vecindad no tuvo más remedio que echarse la mano a la cara, intentando tapar boca y nariz, incapaces de soportar aquel hedor mientras se lamentaban y escarbaban en sus conciencias, aunque ya fuese demasiado tarde.
—Tenía síntomas de Demóstenes —murmuró discretamente la vecina del primero.
—Síndrome de Diógenes, Antoñita… síndrome de Diógenes—le corrigió otro vecino.
Una vez el rastro de la comitiva se perdió al final del pasillo, todos, enmudecidos, comenzaron a cuestionarse sin aquella reunión tenía ya sentido. Puede que no fuera el edificio quien necesitase con urgencia la reforma. Quizá había llegado la hora de examinar las conciencias.
JOSMA SANCHÍS
TERRANOVA
Mi familia vivía en el Grao de Gandía. Mi abuelo, mi padre y mis cinco tíos habían sido pescadores, excepto el más pequeño de los hermanos que entró en el seminario diocesano de Moncada, para poder estudiar y se ordenó sacerdote. Guardo muy buen recuerdo de él, los partidos de fútbol determinaba siempre, que el ganador fuese siempre el equipo en el jugaba Toni, así se llamaba él. Luego se hizo misionero y murió a manos de una tribu caníbal.
Yo pesqué con ellos bombas durante cinco años, tenían dos barquitos viejos y con vías de agua, sin bombas de achicado no hubo manera de conservarlos. Además, la pesca escaseaba y, por increíble que pueda parecer los delfines rompían las redes.
Ante tal situación, teniendo tres bocas que alimentar tuve que emigrar, decidí ir a Terranova a pescar bacalao, me contaban los viejos marinos que allí se ganaba mucho dinero. Embarqué en Plymouth, para poder pagar el pasaje y dejar algo de dinero en casa, tuve que pedir un crédito a una financiera, me aplicaron unos intereses, pero los pobres siempre tenemos que pagar pagando lo que haga falta.
Cuando embarqué en el Royal Sea, en el que conseguí un puesto de ayudante de cocina, me sentí decepcionado, yo lleva la pesca en la sangre, me consolé pensando que mi familia podría comer algún tiempo.
Algunas tardes, cuando acababa el primero de mis turnos de cocina, salía a proa y ayudaba a los marinos que pescaban. Hacía faenas sin importancia: desenganchar las redes, ayudar a los que habían anclado algún anzuelo, en el barco a ambos lados de las redes se colocaban unas cañas, para ahuyentar a los depredadores del bacalo.
La pesca había durado seis meses, las ganancias fueron cuantiosas, volvía hasta Madrid en un vuelo, luego hasta Valencia en el Ave y para llegar al Grao alquilé un coche. El tiempo pasaba muy despacio sintiéndome cerca de casa.
Al llegar a casa encontré en la puerta a toda mi familia, nos abrazamos todos a la vez, formando un círculo y luego nos besamos largo rato. El que nos dimos Amparo, mi mujer, y yo fue el que no olvidaré nunca.
Cuando llevaba un mes en casa, me acerqué a la financiera con la intención de cancelar el préstamo, se negaron si no pagaba intereses por cancelación anticipada, en el fondo eran buena gente, siempre prestas a resolver las necesidades del prójimo.
Pasamos las vacaciones de celebración en celebración en semana santa acudimos a las procesiones, en verano nos bañamos todos los días, algunos dos veces, fueron también las fiestas del pueblo, y vimos a aquel hombre que salía en canal nou, Joan Monleón, hizo, lo que él llamaba el primer vestido integral. Salía con un albornoz de rizo azul, se colocaba de espaldas al público y se lo quitaba, le veíamos las nalgas viejas, colgantes y velludas. Iniciaba su vestido poco a poco, mientras sonaba una música de striptease.
A mediados de octubre tuve que marcharme, Amparo quedaba recién preñada, los niños ya habían vuelto a la escuela y esta vez lloramos todos juntos.
Volví a Valencia en el tren de cercanía, el resto del viaje fue, esta vez, siempre en avión.
El patrón de este año fue finlandés, el armador era armenio y navegábamos bajo pabellón abisinio. Tuve la sorpresa de ascender a marino de cuarta, varios pescadores no se habían presentado en el muelle. En ese puesto comencé a disfrutar como un cosaco. Tal era mi fervor que en cuanto tenía la posibilidad doblaba las guardias. El oleaje y el olor de la mar me embriagaban.
Era cierto que hacía mucho frío, con temperaturas que nunca subieron de cuatro grados. Pero la comida era buena y hacía mucho calor en la sentina donde pasábamos el tiempo libre.
Este año no había tripulación que hablara castellano, los pocos que hablaban inglés no me entendían, yo tampoco lo conseguía así que primero por señas, y luego con unas cuantas palabras de inglés que aprendí nos íbamos apañando.
En marzo me enteré del nacimiento de mi hijo, mediante la emisora onda pesquera internacional, la madre y la niña estaban bien, lloré de pura emoción y agradecí a Bilgia una de las diosas del mar el nacimiento.
Una noche, con un solo tripulante al timón los dioses se enfadaron y montaron una tormenta enorme, con olas de veinte metros.
¿Conseguiríamos salvarnos?
IRENE ADLER
REFORMA (SIN S) O LAS 95 TESIS
Me lo imagino madrugando, calándose con dificultad aquel gorrito lúgubre y ridículo—muestra inequívoca de su autoridad académica— y maldiciendo en arameo por no ser capaz de encontrar en todas las dependencias de la Universidad, un condenado martillo.
Escribanías, mamotretos, legajos, Biblias, grimorios, tinteros y crucifijos a mansalva. Pero ni un martillo ni un clavo ni un rollo de celo ni un triste tubo de pegamento Imedio o de Loctite, (con el CSI acaparando la producción mundial por aquello del cianocrilato y la dactiloscopia).
Mucha teología de los cojones pero ni una sola aula dedicada a las artes y oficios de la carpintería, la ebanistería o la construcción.
«¡Hay qué joderse!», pensó. Y embutiéndose los panfletos enrollados bajo el sobaco, echó a andar hacia la cercana iglesia de Todos los Santos, con la esperanza remota de encontrar, mendigar o sustraer, un martillo por el camino. No robarás, que decían los Mandamientos. Pero bueno, ya iría a la hora de comer a confesarse y expulsar aquel pecadillo de oportunidad por la boca. Bienaventurados los católicos que se purgan por el esófago, como los bulímicos. Dos dedos contra la glotis, tres avemarías y un padrenuestro, y aquí paz y después gloria. Amén. Lo urgente ahora era conseguir un martillo.
Robó el martillo y cuatro clavos en la herrería de Wittenberg y ligeramente eufórico, llegó a la puerta de la iglesia antes que las primeras beatas, sólo para descubrir que la puerta era sólida y maciza como un búnker nuclear, de madera de abeto de la Selva Negra, y que el martillo iba bien, pero los clavos no entraban.
«¡Cagüentó! Vaya mierda de día llevo».
Era gordito pero fofo, y tenía las muñecas debilitadas de tanto apoyar los codos sobre mesas de lectura. Golpeaba el martillo con poco arte, con poca fuerza, y estuvo tentado de prescindir de las manos y aporrear el martillo con la cabeza. Usar la fuerza del intelecto. Pero le daba cosa dañarse el lóbulo frontal y acabar protagonizando uno de esos true crime del neflix, que eran el sursum corda de la vulgaridad.
Suspiró. Miró hacia la calle que ya empezaba a sentirse bulliciosa. Y a voces, llamó la atención de un mozo joven y fornido que pasaba por allí.
«A ver chaval, clávame este cartel a la puerta. Claro que no es un concierto de Maluma. Tú clava, leches».
Y así fue como despertó a la Historia aquella fría mañana de finales de octubre la ciudad alemana de Wittenberg, con las noventa y cinco tesis de Lutero clavadas en la puerta de la iglesia de Todos los Santos. Por obra y gracia de un anónimo transeúnte, forofo del reggaetón, que pasaba por allí camino de un taller de imágenes religiosas en el que trabajaba como aprendiz.
Y que nunca llegó a saber la que había liado.
EFRAIN DÍAZ
Políticas y prácticas económicas, valores culturales, la extensión y el alcance del gobierno federal y el papel de la esclavitud en la economía y en la sociedad causaron profundas grietas y grandes divisiones en los estadounidenses. La nación se partió en dos. El norte y el sur. El norte abogaba por nuevas reformas. Predicaba la abolición de la esclavitud y la extensión y mayores poderes para el gobierno federal. El sur, por su parte, abogaba por mantener la esclavitud. Era parte integral de su próspera economía. Mediante ella, alcanzaron grandes niveles de riqueza y no estaban dispuestos a perderla por una partida de reformistas morales. También abogaban por menos poderes y menos extensión al gobierno federal. Celosos de su autonomía y sus riquezas, se oponían a cualquier reforma en esos linderos. No tuvieron más remedio que ir a la guerra.
Thaddeus Stevens, gran orador y miembro de la Cámara de Representantes por el estado de Pennsylvania, estaba desesperado. Necesitaba pasar la reforma y abolir la esclavitud.
Mientras el Presidente Lincoln apoyaba la abolición de la esclavitud en privado, en público guardaba silencio. Se desentendía. No era su tema de discusión y eso consumía por dentro a Thaddeus Stevens. Fueron muchos los debates en el Senado y en la Cámara. En todos estaba Thaddeus Stevens. Su lucidez mental, su excelso vocabulario, su capacidad de oratoria, su formidable inteligencia y sus tonos e inflexiones no eran suficientes para convencer a la mayoría de abolir la esclavitud. Estaba frustrado. Mientras, el tiempo pasaba y la nación se sumía en una guerra cada vez más cruenta y sangrienta. Cada día el conflicto reclamaba más cadáveres y el final era una quimera. El tunel era cada vez más oscuro y sin la esperanza de ver ápice de luz al final.
En una reunión privada con el Presidente Lincoln, Thaddeus Stevens, preso de la frustración, estalló en ira, amenazando a Lincoln con retirarle su apoyo.
Lincoln, sentado en su escritorio y con la calma y lentitud que siempre le caracterizó, con voz suave y pausada, casi en tono paternal, le dijo a Thaddeus Stevens que la nación no estaba preparada para abolir la esclavitud. Que su proyecto, aunque muy bueno, era demasiado ambicioso para una sociedad algo retrógrada en ese aspecto.
-Querido Thaddeus, si redactas un proyecto de abolición menos ambicioso y más popular, mostraré mi apoyo en público y en el ámbito privado moveré mis hilos y te ayudaré a conseguir los votos. Pero cuéntame, por qué tu ferviente interés y tu férrea voluntad en abolir la esclavitud?- preguntó el Presidente Lincoln
-Señor Presidente, si cuento con su apoyo en público, hoy mismo comenzaré a trabajar en un proyecto menos ambicioso y más popular. En cuanto a mis razones, discúlpeme, prefiero reservármelas por ahora, pero cuando sea el momento adecuado, usted será el primero en conocerlas.
Con la promesa del Presidente, Thaddeus Stevens se dio a la tarea de redactar una nueva reforma menos ambiciosa y más popular para abolir la esclavitud.
Tal y como había prometido, el Presidente Lincoln mostró su apoyo en público, mientras en privado hacía alianzas con amigos y rivales para conseguir los votos.
Thaddeus Stevens, por su parte, agudizó su verbo y dio los más brillantes y emotivos discursos de su carrera política. En ello se jugaba la vida.
Luego de múltiples e inagotables sesiones legislativas y maratónicos y agotadores discursos, la Cámara y el Senado aprobaron la reforma. La Décimo Tercera Enmienda a la Constitución era una realidad y se puso fin a la esclavitud. Thaddeus Stevens era el hombre más felíz de la faz de la tierra.
Entrada la tarde y lleno de júbilo, Thaddeus Stevens se presentó en el despacho del Presidente Lincoln, pidiéndole un último favor.
-Señor Presidente, permítame el privilegio de llevar el original de la Décimo Tercera Enmienda a mi casa. Le juro por mis huesos que lo protegeré con mi vida y mañana a primera hora, al alba, antes del primer rayo de sol, lo devuelvo. Por favor- rogó Thaddeus Stevens.
El Presidente tenía sus dudas. Prestar el original de un documento histórico conllevaba un gran riesgo, pero entendiendo todo lo que Thaddeus Stevens había pasado, había trabajado y casi se había esclavizado, no encontró palabras para negárselo.
Thaddeus Stevens abandonó la Casa Blanca a toda prisa, se montó en su carruaje y llegó a su casa.
De rodillas, documento original en mano y con ojos llorosos y voz entrecortada, Thaddeus Stevens le dijo a su mujer “mi amor, lo he logrado. Ya eres libre. Ya no tenemos nada que temer. Ya no tenemos que escondernos ante la sociedad”.
EDUARDO VALENZUELA JARA
¿Asi que querías ser escritor y conquistar el mundo?
Pues ya no ocurrió, porque con el tiempo todo cambió.
Ves con nostalgia que el cuarto que sería tu estudio se ha reformado en un cuarto de invitados. Tus libros, tus colecciones de juventud, se transformaron en una molestia, y por eso duermen encerrados en una caja al fondo del desván. Y es que nada en la casa es cómo tu esposa y tú soñaron al comienzo.
Lo único constante es el cambio, la mutación. Incluso los sentimientos ya no son iguales, porque ya no la amas como antes.
Y es que nunca imaginaste que se podía amar a dos mujeres a la vez. Y sientes que las emociones también se reforman y no queda más que entregarte a ellas, como si fueras arrastrado en un torbellino.
Son las tres de la madrugada, tu esposa duerme a tu lado y Natalia, tu nuevo amor, llama.
Te escapas de la cama en puntillas, rogando por que tu esposa no despierte. Y hablas con Natalia en voz bajita. Está alterada e intentas calmarla, porque quieres que esté bien y que sea feliz. Es que la amas como nunca pensaste que se podía llegar a amar. La amas sin importar que tiene toda tu vida trastocada y de cabeza.
―¿Todo está bien? ―te pregunta tu esposa, que en silencio ha llegado junto a ti.
―No debiste levantarte, hoy me tocaba a mí ―le dices, meciendo a Natalia entre tus brazos―. Ya se está quedando dormida.
Y ambos se quedan mirándola embelesados ¿Cómo una bebé así, tan pequeñita, tan vulnerable, puede colarse tan dentro del corazón y ser un verdadero terremoto que ha venido a reformarlo todo?
Guardados han quedado tus sueños de escritor, pero ya nada de eso te importa. Es que ahora sabes lo que es la felicidad plena, ahora que amas a estas dos mujeres con toda el alma, y a tu esposa, tu compañera de vida, más que nunca.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Se me junto todo. No se como explicarlo.
Os cuento.
Después de mucho tiempo de papeleo, heredé la casa de mi tía.
Yo la recordaba de fines de semana y veranos, pero cuando llegamos Javier mi pareja y yo, nos dimos cuenta qué la casa era una ruina.
Nada,hay qué reformar.
Hay empezó mi pesadilla, el desastre de mi vida.
Los presupuestos no eran admisibles por mí parte.
Y Javier dijo qué nosotros lo podíamos hacer.
Fue como intentar trepar un balate o caer por el.
Después de discusiones frustantes.Deje
a Javier, me di cuenta qué nuestra relación necesitaba reformas y no tenía ganas.
La casa hay sigue, la reformare.
Pero eso es otra historia.
ABBY MARSIE ROGOM
Era un sueño. Era mentira _pensó pesadamente con los ojos entrecerrados_
Despertó con las imágenes detrás de sus ojos.
La violadora, torturadora, cortadora de cabezas, sádica inmunda, abusadora. Asesina.
Flotaba en una piscina llena de sangre, cual Madame Bàthory.
Estaba cansada, le gustaría seguir durmiendo.
Bostezó y se volvió en la cama.
La cabeza de su pareja descansaba sobre la almohada, separada del cuerpo; la miraba con sus ojos pétreos, mates y muertos. Rojas de sangre las sábanas blancas.
Seguro que seguía soñando, un sueño de esos en espiral del que tienes que despertar una y otra vez hasta salir del mundo onírico.
La configuración de su fase Rem o lo que sea necesitaba reformas.
Lo mismo se levantaba sonámbula que tenía un episodio de parálisis del sueño, o no podía salir de una pesadilla, como le pasaba ahora. ¿Era eso lo que pasaba, o se estaba volviendo loca?
Su vida también necesitaba reformas; remodelar, renovar, reestructurar, tirar paredes y crear espacios nuevos.
En el suelo había una enorme flor roja. A lo mejor de había escapado de algún sueño. ¿Por dónde habría salido?
A lo mejor existían sueños cerrados, de donde no se puede salir. O pasajes donde podías atravesar de uno a otro.
Pero éste era tan nítido…
Y se escuchaba un goteo, ploc, ploc; ¿estaba despierta?
el líquido rojo chorreaba lentamente en el suelo, como un río, y desembocaba en un charco grande, como un lago. Plocploc. Espeso. El lago tenía forma de flor. Qué bonito.
Se pasó la mano ensangrentada por la cara.
Seguiría intentándolo.
Pero no despertaba.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
La reunión era crucial, ya que necesitábamos reformar los estatutos aprobados previamente por la antigua directiva de la Atlántida. La nave nodriza, diseñada para repoblar un nuevo planeta, enfrentaba una crisis, y los recién nacidos no eran lo suficientemente fértiles para ser lanzados en cápsulas. Los enviados en el año 0 resultaron en un fracaso total; destruyeron parte del ecosistema y se enfrentaron entre sí por el control del planeta en tan solo 1,000 años de existencia.
La aniquilación total fue la decisión tomada en la junta, lo que nos llevó a varios puntos críticos. Sin embargo, todo esto culminó en la necesidad de presionar el botón rojo. Después de causar maremotos, inundaciones, activar grandes volcanes y terremotos, no logramos eliminar completamente a la población humana malévola que habíamos creado. Cien años después, a pesar de haber perdido el 80% de la población mundial, seguían actuando con crueldad e intentando conquistarse mutuamente.
No quedó más opción que usar el botón prohibido y exterminar la escasa población que quedaba. Presionamos el botón con los dedos cruzados y observamos cómo el planeta estallaba en varios pedazos hasta desintegrarse por completo. Nuestros sentimientos eran nulos debido a la construcción de nuestro sistema de inteligencia artificial, y siempre podríamos traer de vuelta la vida humana en un nuevo planeta, depositando en nuestras manos la esperanza que dejaron hace milenios, para florecer como una humanidad perfecta, con una tecnología más avanzada que nuestros antiguos creadores. Sin embargo, siempre tendríamos la opción de usar el botón rojo.
BEGO RIVERA
—A ver, tenéis que escribir un relato sobre el tema «reforma».
—¡ Jopé, qué difícil!— comentó en alto Borja Mari, universitario con una sola neurona funcional, que no es óbice para que su papuchi subsane semejante cruz personal gracias a sus euros… dubidú.
— ¿ Nunca habéis hecho una reforma?— preguntó Don Eusebio.
— ¡Siiii Don Euse, nuestros papis! — dijeron la mayoría a la vez.
Más tarde en su casa Borja escríbe el relato con ayuda de la empleada doméstica, Tere— él no da para mucho, ni para poco.
— » Y la guerra continúa, miles de personas muertas y otras tantas desaparecidas….»
— » La gente intenta salir del lugar, sus casas destruidas, sin alimentos, ni luz, ni agua.. «
— » El huracán ha devastado varias ciudades y pueblos aledaños, los equipos de emergencias buscan supervivientes en medio del fango…»
— » Se espera otra réplica del terremoto y han dado orden de evacuación en…»
— » La sequía avanza a pasos agigantados por todo el planeta…El cambio climático ha llegado…»
— » Aparece otra mujer muerta a manos de su pareja…ya van…»
— » Un español mata y descuartiza a un hombre.. ¡cómo es guapooooo vamos a ayudarle!..A los feos que les den…»
— » No se sabe si era un beso, un pico o un morreo consentido, pero es una noticia súper importante. La población es la primera búsqueda que hace por internet, por delante de las demás noticias que le hemos dado…»
—Don Borjita, ¿ Has visto cómo está el mundo? ¡ Qué pena!
— comenta Tere mirando la televisión — ¿ No crees que haría falta una gran reforma en el mundo?
— ¡ Chica, mientras no nos toque! — contesta Borjy con el boli entre su perfecta dentadura— ¿ Sabes que estoy pensando? Voy a decirle a papi y a mami que reformen mi cuarto…
GRACIELA PELLAZA
«De todo lo que conservaba, la mitad no servía.
Era como entrar al contenedor de la basura, con un porcentaje bajo de reciclables.
Entenderlo era principio de solución. Acumulaba promesas, proyectos, fantasías improbables, los mandatos viejos, y tu voz.
¡Ay! tu voz
Tu voz silbando en mi nuca, como soplido de pájaro, carente de durezas. Sopesando las letras para formar la palabra, y mi nombre en tu boca,
engañando mi atención de escucha; disparando semillas para que prendan.
Y convencer.
¿Quién sabe que poder tenias sobre mí?
Supongo que todo lo que podías conmigo, era el terreno que yo dejaba conquistar. Habría surcos en la hambruna del cariño. Fue fácil llegar; yo ponía las señales para que toques mi puerta.
Hoy que estoy reformando el cuerpo y el alma; recién hoy…Entiendo.
Como plastilina amaso y amaso tus sutiles directivas, y ablando la masa y la textura de tus ofensas. Mis manos son otras, unas nuevas. Estabas adiestrando mi perfil de perro y tal vez lo hubieras logrado.
Todavía estoy sentada en medio de las porquerías, corrigiendo las ganas, anulando el sendero que te traía a mi casa.
Yo sentí.
Estoy restaurando eso.
El sentimiento.
La malformacion del sentimiento.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Un grupo de adolescentes salían riendo de la Verbena de San Juan celebrada en el terrado de la casa de un amigo en el barrio barcelonés de Sarriá.
Eran ya las cuatro de la mañana y, sin ningún sueño, pensaron prolongar la fiesta.
-¿Por qué no vamos a tomar un chocolate con churros?- propuso Bego, mi madre me explicó que en su época lo hacían.
-Pero a estas horas ¿dónde lo vamos a encontrar?- respondió Guille.
-Ah,-soltó Xavi- junto a casa hay una granjita que no me extrañaría que estuviera abierta y, si lo está, lo hacen de maravilla, hecho por ellos y no prefabricado con polvos.
Y, como tras el bailoteo final ya no les quedaba ni un resto de “coca” en el estómago la visión de un pre desayuno chocolateado les pareció maravillosa.
Sarriá, hasta los años 20 del siglo pasado, era un pueblecito de calles estrechas, casas ajardinadas e incluso algunas mansiones donde los barceloneses iban a veranear. Y por esas callecitas se metieron los chavales haciéndoles la boca agua.
Así iban contentos y felices cuando toparon con una escena que les llamó la atención: Al final de una calle sin salida había una casa medio abandonada. Y delante de ella, aparcada, una camioneta Mercedes de un modelo antiquísimo y matrícula desconocida cargada de paquetes, así como otro montón de los mismos en la acera.
Y empezaron a cavilar: ¿De dónde será esa matrícula? ¿De quién es esta ruina?“
A lo que Xavi aclaró:
-Esta casa era de unos señores muy mayores, que murieron de una forma misteriosa según dicen los más viejos del barrio. Pero fue hace más de cincuenta o sesenta años. Y como parece que nadie la ha reclamado nunca se ha ido deteriorando poco a poco. Y el caso es que, si os fijáis, debió de ser bonita en su tiempo.
-Sí, mira, se ven restos de decoración modernista en las paredes- dijo Angela acercándose a la entrada.
El resto la siguió llamándoles la atención los golpes que sonaban dentro, así como voces de gente hablando bajo en una lengua que no pudieron identificar mezclándose en ocasiones con exclamaciones en catalán o comentarios en un castellano de acento extraño.
-¿Quiénes serán?- comentó Guille.
-¿Qué estarán haciendo a estas horas y además en la noche de San Juan?- dijo Bego algo alarmada.
-Aquí hay gato encerrado. Haber elegido esta noche ha sido ex profeso para ocultar algo y ese algo no será nada que quieran que vea el público-añadió Angela.
-Tráfico de drogas, seguro- añadió Xavi.
En esto se escuchó un grito y momentos después salía por debajo de la puerta un reguero de agua sanguinolenta.
-Esto ya pasa de castaño oscuro. Seguro que hay ajustes de cuentas y puede haber heridos o hasta muertos. Hay que avisar a alguien que mire qué pasa- soltó decidido Guille.
-Pero ¿a quién?-respondió Bego
-A quién va a ser. A los Mossos (policía autonómica) -afirmó Ángela con gran seguridad.
-Nos mandarán al cuerno. Pensarán que como salimos de la verbena venimos a tope de todo y alucinamos- respondió sensatamente Guille.
-¿Entonces?- comentó el resto.
-Pues, en todo caso, la Guardia Urbana ¿no? Dijo Bego sacando el móvil.
Al cabo de poco, llegaron los agentes y, tras las debidas explicaciones se dispusieron a observar.
Nuevamente se oyó un grito acompañado de palabras suplicantes dichas en un castellano con acento extranjero:
-Noooooo, más nooooo, otra vez noooooo
Los urbanos empezaron a cavilar qué hacer y como primera medida llamaron a la puerta. Nadie dio señales de vida. Repitieron la llamada varias veces sin éxito alguno. Y al final sintiéndose impotentes llamaron a los Mossos, que no tardaron en llegar y al ver la situación llamaron, golpearon la puerta y gritaron:
-¡Policía, policía!¡Abran a la policía!
Pero no había respuesta, hecho bastante comprensible ya que el ruido de los golpes del interior superaba con creces al producido por los agentes.
Y éstos, impotentes ante la nula respuesta de los inquilinos y viendo los reales signos de violencia, comenzaron a deliberar y discutir la táctica a seguir cuando se escucharon nuevos gritos, exclamaciones, señales de ahogo y toses.
Mientras tanto, a otras personas del vecindario al escuchar el alboroto producido por la sirena de la policía, los golpes y los gritos, les faltó tiempo para salir a los balcones a ver qué pasaba.
Algunos hasta bajaron para verlo mejor. Y la gente que volvía de verbenas, se sumaba intrigada a observar y especular.
-Sí sí, aquí se están matando.
-Pero ¿por qué no echan la puerta abajo?
-No pueden necesitarían orden del Juez.
-Son los espíritus que la habitan, ya lo decía mi madre: “nena, a esa casa no te acerques: está maldita- susurró para sí una señora mayor con aspecto de “Maruja” a la vez que se santiguaba. Pero no por eso se marchó, al contrario, siguió a la expectativa.
Repentinamente se escucharon fuertes toses unidas a unos ruidos semejantes a jadeos y extrañas respiraciones.
-Intentan asfixiar a alguien- comentó alguno de los concurrentes.
Por otro lado, aun periodista encargado de escribir un artículo sobre la noche de San Juan en el barrio de Sarriá se acercó a husmear y, viendo los acontecimientos mandó mensajes a los medios. Al minuto aparecieron representantes de diversos periódicos, radio y diversas emisoras de televisión, especialmente los dedicados a la prensa amarilla.
De repente, una ventana se abrió saliendo de ella un humo denso y maloliente, cada vez más intenso, con nuevos quejidos y ahogos de seres humanos.
Los Mossos intentaron mirar pero era imposible ver a causa del humo.
-¿No estarán quemando a alguien?
-¡esto pase en nuestro barrio! ¡cómo cambia todo!-comentó un señor mayor apoyado en su bastón.
Ante lo visto, los Mossos avisaron a los bomberos.
Los mirones se fueron incrementando y hasta llegaron a subirse en taburetes para verlo mejor.
Y llegaron los bomberos, y el ruido de su sirena provocó más espectadores, por lo que los urbanos acordonaron la calle.
Como es habitual, a los bomberos les acompañaba una ambulancia con lo que el ruido de ls sirenas era tal, que hasta la gente metida ya en cama se levantó y, en pijama, camisón, algunos bata ligera y todos zapatillas o chancletas, bajó a ver qué sucedía pues la noche era cálida y en el barrio, que conservaba en parte su carácter de pueblo, no había grandes novedades.
Los comentarios se incrementaron y las sentencias de “la casa está endemoniada” “Tráfico de drogas” “Reunión de alguna secta” se mezclaban con un sinfín de ideas de lo más peregrinas.
Mientras, los bomberos sacaban las mangueras echando agua alrededor de la casa para evitar la propagación del supuesto incendio. Pero lo más importante sería entrar, aconsejaron los bomberos.
-No podemos, es allanamiento de morada- dijeron los Mossos.
-Pero es un incendio. Hay que rescatar a la gente. Hace rato ya que suceden cosas extrañas. Incendio, o vaya usted a saber.
-Pues ¿de dónde sale ese humo a ver?
Durante un rato de altercados vocales entre Mossos, guardia urbana, bomberos y público se llegó a una decisión unánime: Llamar a la Policía Nacional.
Llegó entonces una furgoneta de la Policía acompañada de un Juez ya que, ante tantos comentarios otras fuerzas del orden imaginaron encontrarse como mínimo con la banda de Al Capone.
Dos agentes, pistola en mano, dieron una patada a la puerta, que, sin ninguna resistencia, se abrió de par en par pues ¡no estaba cerrada!
Entraron, y entre brumas de humo, encontraron varias personas provistas de martillos, sierras eléctricas, taladros, una enorme cubeta llena de cemento, paletas y demás instrumentos de albañilería.
Un señor mayor salió al encuentro de los agentes cuya actitud agresiva decayó al verlo y tras los debidos intercambios de información y documentación, salió a la calle, donde con menos ruido y humo, explicó a la concurrencia:
-Me llamo Francesc Martí, nacido en Barcelona hace ochenta años.
Empecé Arquitectura a principios de los años 60, época de las revueltas universitarias. Muy convencido de mis ideas, me metí muy a fondo y fui expedientado y por tanto expulsado de la Universidad.
Pero como yo quería estudiar, decidí marchar fuera como hicieron otros.
Aprovechando que había hecho el Bachillerato en el Colegio Alemán y por tanto dominaba la lengua germana, me fui a Alemania, donde sin problema de comprensión, acabé la carrera.
Allí conocí a mi mujer, checa, escapada de su país en los tiempos de la URSS. Tuvimos hijos y nietos a los que yo enseñé catalán y castellano. Por su parte, mi mujer les enseñó checo. Y, por supuesto, en la calle primero y en el colegio después, todos ellos aprendieron alemán.
Cuando murieron mis padres en un accidente hace ya bastantes años, vine, pero estuve lo justo para arreglar las cosas y dejé el resto en manos de un administrador de confianza.
Al no tener hermanos, la casa pasó a ser propiedad mía, y cmo trabajando como autónomo hasta hace poco, no tenía ganas ni tiempo para dedicarme a ella.
Este año al fin, y de acuerdo con la familia, decidimos venir a vivir a Barcelona, por lo que la estoy rehabilitando y reformando por mi cuenta, pues al ser grande, viviremos mi mujer, yo, y uno de nuestros hijos, también arquitecto, y su mujer, que es de aquí, nacida en este barrio y un par de adolescentes: sus hijos.
Aunque tenemos el debido permiso municipal para realizar las obras, como mi mujer y yo somos los únicos jubilados, durante el día el resto nadie puede venir a echar mano así que trabajamos principalmente las noches víasperas de fiesta, vigilando mantenr el control para no molestar al vecindario.
Algunos arreglos los pudimos hacer sin problemas, pero tiral paredes, cuyo sonido es estrepinoso nos lo hemos reservado para esta noche pesando quequedi amortiguadso con el de los cohetes, petardos y música hasta muy tarde, para tirar paredes. Los paquetes que han isto son todo lo que hemos sacado y clasificado según el contenido para facilitar su depósito al llevarlos a la “deixallería”.
La camioneta la compré en Alemania hace más de 50 años de segunda mano y como ven, aún conserva la matrícula de cuando salió a la calle por primera vez. Le tengo mucho cariño y de hecho, solo la utilizo ya para estos menesteres.
Ah el humo proviene de que decidimos quemar todo lo “quemable” en la antigua cocina de carbón que aún existe, pero debe tener el tiro atascado y el humo no acaba de subir. Al ver que el tiro de la cocina iba mal, lo probamos en una chimenea…y peor aún. Así que ante el peligro de asfixia decidimos abrir una ventana, de ahí la humareda.
Y los gritos fueron porque a mi nieto pequeño le cayó un estante de vidrio en una pierna, produciéndole un corte que, si bien no tiene importancia, sangraba mucho. El estante estaba encima del lavabo del baño y el chico asustado, abrió el grifo metiendo la pierna dentro, lo que provocó más sangre aún.
Horrorizado, el niño comenzó a gritar y salió del baño corriendo dejando el grifo abierto, por lo que, el agua cayó al suelo saliendo por debajo de la puerta. Menos mal que me di cuenta y cerré el grifo.
El segundo grito se debió a que su madre, médica, provista de un buen botiquín desinfectó la herida y le puso un poco de anestesia para darle unos puntos.
Al escuchar la explicación, comprobar que todo era cierto, y demás burocracias pertinentes, los policías, bomberos, Mossos y juez se despidieron amablemente. Incluso alguno de los agentes, que ya acababa el turno, ayudó a llevar paquetes a la furgoneta.
Los vecinos se ofrecieron a ayudar a limpiar los restos de humo y cenizas, y con lo que faltaba por quemar, montaron una gran hoguera de San Juan.
En cambio, el que salió mal parado fue el periodista: los de los medios de comunicación a los que avisó por»Gran Noticia» se enfadaron de tal manera con él que eso sí fue noticia en el barrio.
MAITE BILBAO PÉREZ
En un pequeño pueblo de la España rural, donde el tiempo parece haberse detenido, un grupo de funcionarios del gobierno central llegó para realizar una reforma de la administración local. Eran jóvenes y entusiastas y estaban decididos a cambiar el sistema que era el único que no había sido modificado desde 1978.
El primer día de trabajo, se reunieron con el alcalde del pueblo. Era un hombre viejo y cansado, que había aprendido a base de experiencia. Durante toda su vida electa había estado en dicho cargo y era muy apreciado por sus vecinos.
-Buenos días, funcionarios. ¿En qué puedo ayudarles?
-Señor alcalde, venimos a hablarle de un plan de reforma para su pueblo a nivel burocrático.
-¿Reforma? ¿Y eso por qué? El sistema funciona bien, no nos quejamos.
-Si, pero podría funcionar mejor, con nuestros cambios podríamos mejorar la eficiencia y la transparencia de la administración.
-Eso suena bien, pero no estoy seguro que sea posible. En este pueblo, las cosas funcionan de una manera diferente. Van a su ritmo. Es un pueblo tranquilo, y no estamos acostumbrados a los cambios rápidos.
-Lo entendemos, pero creemos que es necesario hacer un esfuerzo escúchenos al menos.
Los funcionarios expusieron el plan. Era muy ambicioso y preveía cambios en todos los aspectos de la administración.
-Me parece muy interesante, pero creo que demasiado ambicioso. En este pueblo, las cosas funcionan de una manera diferente. No creo que podamos cambiarlas tan fácil.
-Pero señor alcalde, es necesario para el pueblo, se subirán los impuestos para realizar mejoras, este pueblo se ha quedado en otra época.
-Lo sé, pero somos felices así, las cosas no se cambian de la noche a la mañana. Tenemos nuestro propio ritmo, que es muy lento e ineficiente.
Pese a ello decidieron seguir adelante. Durante los siguientes meses trabajaron duro para convencer a los habitantes del lugar.
-¿Para qué vamos a cambiar ahora? El sistema antiguo funciona bien ¿Por qué complicarlo?
Intentaron enseñar a los funcionarios el nuevo método, se encontraron con una pared difícil de tirar. La adaptación sería complicada, y no estaban convencidos de querer aprender algo nuevo.
-¿Cómo vamos a trabajar con un nuevo sistema? Es demasiado complicado y no es práctico. Además, ya no tenemos edad de aprender.
Por mucho que lo intentaron no consiguieron convencer a nadie. Derrotados se rindieron. El plan era un fracaso regresaron a la capital.
Al despedirse de los funcionarios, el alcalde con una sonrisa, les volvió a recordar que en ese pueblo las cosas funcionan de manera diferente, muy imperfecta y muy ineficiente, pero así es como lo quieren.
CARMEN ÚBEDA FERRER
Reforma, reforma, reforma…Era la palabra favorita en las reuniones de fin de semana de nuestro grupo de amigos.
-Nosotros hemos reformado el baño- nos contaba, Sole mientras cenábamos.
-Tenéis que venir a verlo. Es de que te cagas de bonito-
Yo pensaba con sarcasmo, sí por supuesto, ningún lugar mejor para cagarse, pero en el fondo me estaba mordiendo la uña del dedo meñique.
Nosotros, Javier y yo, solo tenemos un baño para uno, si entramos los dos nos quedamos empanados. Es así desde que nos casamos. Siempre nos ha ido fenomenal tener un cuarto de baño pequeño. Un armarito con espejo para los frascos imprescindibles de Javier, el lavabo, ducha con cortinilla y váter. ¿Para qué más…? Estamos coordinados. Javier siempre entra el primero por las mañanas. Considera que, como yo ya tengo puestas las cremas de noche, no hace falta que me duche todos los días antes de ir al trabajo. Con una vez a la semana es suficiente. Lo suyo es diferente. El necesita espabilarse con una buena ducha y ponerse potingues cerca de una hora. Así es desde siempre.
-Javier, ¿no crees que estaría bien reformar el baño? Últimamente me siento como si estuviera encajonada cada vez que me ducho. Podríamos ampliarlo con el cuartito vacío que da pared con pared. Quedaría muy bien, como el baño de Sole y Manolo. ¡Hasta jacuzzi podríamos poner! Tú y yo un baño en el jacuzzi…-
-Tonterías. No lo veo necesario. Tal vez deberías ponerte a régimen. Últimamente has cogido peso y por eso te ves con menos espacio en la ducha-
Jamás habíamos discutido y menos por esta cuestión, pero lo del régimen y mi aumento de peso. ¿Me estaba llamando gorda?
Lo pasé por alto, de momento…
El sábado siguiente cenamos con Antonio y Luisa.
La reforma de los baños se había puesto de moda en nuestro grupo. Cada vez iba a más.
Antonio -Pues la idea de Sole y Manolo de reformar el baño nos fascinó. Nosotros hemos mandado hacer una reforma increíble. Luisa y yo nos corremos unas orgías… No os cuento más. Tenéis que venir a ver nuestro cuarto de baño cinco estrellas-
Yo flipo de envidia. Esta vez me muerdo mentalmente, todas las uñas de la mano derecha y de la izquierda.
-Javier, sigo pensando que deberíamos reformar el baño y ampliarlo. Empiezo a sentir claustrofobia en la ducha. Te dije que ya empieza a resultarme pequeño. Tenemos dinero y espacio. Parece mentira que estemos viviendo con esta birria tercermundista tantos años. ¡Hay que reformar!-
-¡Te digo que no, Reme! La que se tiene que reformar eres tú. Te estás poniendo como una vaca. No necesitas un cuarto de baño más grande. Lo que necesitas es una plaza de toros para ti solita-
Llamé a un albañil de urgencias.
Salivaba yo de emoción, solo de pensar en la cara que pondría Javier cuando llegase a casa y entrase en el cuarto de baño.
No quedaba piedra sobre piedra, y la pared del cuartito vacío, tenía un agujero más grande que la capa de ozono.
Una nota: si llegas, como siempre, con ganas de mear, lo puedes hacer encima de tus ruinas de Pompeya.
Recibirás notificación de mi abogado especializado en divorcios.
Reme.
GAIA ORBE
Hemos vivido en este edificio por miles de años en armonía, y ahora los nuevos dueños insisten con tener el open concept. ¿Y nuestra intimidad? Con lo que nos gusta bailar en la cocina mientras las familias cenan en el comedor. Tampoco podremos cambiar de lugar los cuadros de la sala cuando cocinan. Mucho menos jugar con los almohadones. He soportado estoicamente a los gatos y a los humos del palo santo, que compraban para espantarnos de la propiedad. Pero esta reforma es indignante. Hacernos esto a nosotros, que hemos entretenido a sus hijos con historias de fantasmas durante generaciones. Prepará las valijas. Estos tíos modernosos no nos merecen.
EVA AVIA TORIBIO
Reformas
Creo que la definición que nos ofrece la RAE, en estos tiempos que corren, se ha quedado un poco obsoleta, luego te explico porque pienso así.
¿Qué crees que opinaría Lutero de todos los acontecimientos, que ha día de hoy, siguen masacrando a personas, todo en nombre de ideologías sin sentido?
Lo cierto es que, como le he dicho a uno de nuestros compañeros de letras, el ser humano no aprende de los errores del pasado. No ha servido de nada la lucha, ni el dolor que por siglos han sufrido nuestros congéneres por reformar unas leyes que quedaron obsoletas, cuando estas no se cumplen. Es un tema muy extenso, tanto, que nunca finalizará, a menos, que nos extingamos.
Al grano. La RAE nos dice, entre otras cosas, que la palabra reforma, es aquella que sirve para mejorar algo. Entonces, pienso que, en esa definición, deberían añadir las reformas que le hacemos a nuestro cuerpo. ¡Uyy! No, que eso tiene otro nombre más bonito, cirugía estética. Pues yo pienso que es una reforma, pero en este caso sobre una persona, no sobre un objeto.
A diario, miles de personas deciden que no les gusta lo que ven frente al espejo y se someten a un bisturí, a unas agujas… ¿En qué punto es bueno para esa pared, que es nuestra piel, someterle a algo que no es natural? Es algo que, los que se dedican a vender este tipo de reformas, van a decirte que no hay riesgos importantes y que te vas a ver mejor. ¿Mejor desde que punto de vista? ¿Del suyo, del tuyo o el de todos? Lo único que es cierto es que no es natural y que, para todos los que empiezan con una pequeña reforma de su cuerpo, ya no pueden dejar de hacerlo, dejando de ser como la naturaleza a querido que seas, y esa, sí que tiene buen gusto.
La naturaleza nos ha creado con nuestras pequeñas diferencias físicas, que nos dan la pluralidad que tiene nuestra especie y que dan esa belleza que nuestras paredes tienen. Pensarás, que en ocasiones son necesarias y tienes razón, a esas no me refiero. Quiérete como eres y mejora lo que ves en el espejo con esfuerzo, no con dinero. Esto te ayudará también a mejorar tu autoestima, tu salud mental, que estas son, también, una parte importante de una buena reforma.
Besos, La Incondicional.
YOLILLANA RELATOS
Pepe Gotera y Otilio.-
(chapuzas a domicilio)
¿Os acordáis?
Yo sí, ¡qué cracks!
Tuve la suerte de conocerlos allá por los años 80, se los presentó a mi padre un tal Francisco Ibáñez.
Yo era una cría, pero me acuerdo perfectamente.
Mi padre quería reformar el baño de casa, pero mi madre no paraba de decir que los números no daban, que con su sueldo no podía hacer malabarismos, que como no encontrara alguien que trabajara casi gratis, ¡nanai!
Y así fue que llegaron a nuestras vidas Pepe y Otilio.
Pepe siempre iba muy formal, para nada vestido como un obrero. De traje de chaqueta y corbata y nunca faltaba su bombín.
Otilio llevaba un mono azul lleno de grasa y todo tipo de lamparones. Y dos bocadillos que sobresalían siempre de sus bolsillos
En dos días habían tirado todos los azulejos del baño y quitado los sanitarios. A base de golpes e insultos entre ellos.
No puedo repetir todo lo que decían porque mi madre me obligaba a encerrarme en mi cuarto para no escuchar lo que decían.
Vivíamos en un tercero sin ascensor, y todos los escombros había que bajarlos por las escaleras.
Cuando volvía del colegio, me quedaba mirando por la barandilla del rellano, viéndolos subir y bajar, con el cigarro en la boca y despotricando
– Otilio espabila que a este ritmo no acabamos
– ¡No me presiones jefe! ya te dije que este trabajo no lo teníamos que coger. Tengo yo la ciática como pa’estar subiendo y bajando escaleras
– No está la faena para ponerse exquisitos. Te tomas los calmantes y ¡au! Venga, otro viaje!
– ¡Cagoen!
Pepe debía de ser el jefe porque siempre estaba dando órdenes al pobre Otilio.
De Otilio recuerdo que comía mucho.
Una tarde subió Doña Pura, la vecina de abajo, diciendo que le caía agua en su casa y que tenía la cocina inundada.
Pepe se puso hecho una furia y empezó a golpear a Otilio delante de la vecina, mientras mi madre bajaba corriendo con un cubo y un mocho a recoger el agua de la casa de Doña Pura.
– ¡Ay señor! Si es que ya le dije yo a tu padre que la mano de obra barata nos iba a salir cara
Durante casi dos semanas no pudimos usar el baño, teníamos que ir a casa de alguna vecina; y lo de bañarnos, bueno a mí me daba igual, pero mi madre estaba que se subía por las paredes cuando llevaba dos días sin lavarse la cabeza.
Al final tuvieron que contratar a otros albañiles, que según mi madre, les iban a costar un ojo de la cara.
Me asusté mucho cuando escuché eso!
Pero no sé cómo les pagaron al final porque mis padres conservan sus cuatro ojos.
No sé, serán cosas de mayores.
Un día iba por la calle con mi madre camino de la tienda, cuando vi una revista en un kiosco
– ¡Mira mamá, son los señores que vinieron a hacer la reforma a casa!
– No, si encima se harán famosos. Si es que en este país, al que peor trabaja, mejor le va!
ASAPH FERNÁNDEZ
Mi mente es asaltada por el júbilo que provoca el solo recuerdo de cuando la conocí, así mismo la amargura me llena de hiel la boca, Angélica era su nombre de pila, Belladona, así la bauticé entre el sudor y la saliva de mi boca. Delicada, tierna, quebradiza, su belleza la hacía sobresalir entre las hierbas del camino. Sus pétalos de terciopelo, blanco y puro, adornaban cada palmo de su cuerpo, sus ojos de un verde perenal hechizaron mi cuerpo. Su cabello ¡ah su cabello! Dulce aroma de Jasmin… ¡No!, ¿Lavanda? ¡Imposible!. ¿Rosas? ¡sí! su cabello despedía un dulce olor a rosas recién abiertas. Eras una rosa sembrada entre los cardos de un descuidado jardín. Tu fragancia de flor aunado a tu cuerpo de mujer cautivaron al enjambre de polinizadores que luchaban por tener un lugar entre tus pistilos. Probaron de tu miel, bebieron de tus pechos y tú parecías no saciar tus deseos cuando les decías: ven. Te hiciste amiga del floripondio y la ayahuasca; en el peyote encontraste las huellas de hikuri, el venado azul que te llevó sobre su espalda a las tierras de ensueño. Llenaste tu cabeza con fragancia de flores y olores diversos. Tus pies te llevaron por sendas oscuras, escarpadas e inciertas, desconocidas para una Belladona habituada a la luz del astro de la mañana; moraste ahí, echaste raíces donde las flores que solo se abren de noche se entregan hasta que el sol comienza a quemarles las alas de hada.
Tuviste todo para llegar a ser una de las flores que llegan ante el altar, ¡cuánto le rogué a Dios que te entregara en mis manos! ¡Cuánto le rogué que abandonaras el jardín de las parafilias y te unieras a mi, tu amante y esclavo! Todo fue en vano; la lujuria, el crisol que tú misma formaste entre doseles de raso y sábanas de seda, nido de araña, donde deborabas a tus presas. Te fuiste lejos, hacia otros lares, lejos de mi hogar y del calor que solo yo podía darte. Tal era tu deseo por borrar el estigma virginal de tu cuerpo, aquella marca que tus padres habían tallado en las ceremonias dominicales, en las comulgaciones y los rezos diarios, donde pedias clemencia por unos pecados que no sabías si eran ciertos o inventados. Cambiaste tus tersas flores por hojas de chichicastle, tus dulces besos por licor suave. Sabías bien que para reformar tu vida debías derribar cada ladrillo, cada piedra que tus padres habían levantado, tomar nuevos materiales, levantar un nuevo templo, una edificación que atestiguara que ya no eras la misma de antes.
Ahora tus aromas se han perdido, mezclados han quedado por olores rancios. El saumerio y las hierbas aromáticas han sido echadas fuera, se ha marchitado tu inocencia junto con tu alma.
Aún llevas las semillas de la virgen, esas semillas negras que traibas bien guardadas en tu vestido de pliegues largos, cuando aún eras un angel caído, no como ahora, un demonio con hambre de humanos.
CARLOS RODRÍGUEZ
Todo comenzó de repente, terminado de desmoronar mi mundo, como si el hecho de que ella se hubiese ido sin dar explicaciones no hubiese sido suficiente.
No hacía ni una semana que ella había desaparecido de mi vida cuando el primer complot me hizo sentir que estaba perdiendo el norte, que mi cabeza no estaba funcionando bien y las alucinaciones se estaban apoderando de mi.
Lo primero en dejar de funcionar fue mi tablet, justo al día siguiente de que Sonia cruzase el umbral de nuestra puerta para no regresar al que era nuestro hogar. Daba igual cuantas veces lo configurase, nada importaba el idioma o el país que escogiese, simplemente se le había dado por cambiar las letras de toda cuanta palabra escribiese. Lo peor era que únicamente lo hacía cuando mis pulsaciones trataban de dar forma a algún texto, en caso contrario, cuando simplemente pulsaba letras aleatoriamente y sin sentido alguno, la pantalla me mostraba aquella incoherente cadena de letras que había pulsado y en el mismo orden en que lo había hecho.
Terminé por desistir de su uso, y volver a la vida aquel ordenador portátil al que había sustituido la tablet. Durante unos pocos días todo fue bien, pero antes de dos semanas parecía haberse contagiado del mismo mal, comenzando a cambiar y mover las letras a su antojo…
– Siri ¿podrías poner algo de música? Mejor algo melancólico que es como me encuentro…
– Ni de coña, si estás amargado te lo comes tú solito, yo no tengo por que deprimirme por tu culpa.
– Bueno, bueno, no te pongas así. Mira , casi mejor no hagas nada.
– Pues eso…
– Alexa ¿podrías hacerlo tú? Parece que Siri no tiene buen día.
– Claro, y como ella se ha negado a acompañarte en tu depresión recurres a la tonta, pues que sepas que no soy segunda opción de nadie, si quieres escuchar ese muermo de música te lo pinchas tú mismo
– Vaya día que tenéis las dos ¡no se os puede pedir nada!. ¿Quien me mandaría a mí traeros a casa?…. ¡A sí!… ahora recuerdo, fue idea de Sonia. Esta bien, no me apetece discutir, saldré a dar un paseo y aprovecharé para comprar algunas cosas en el supermercado.
– ¿De eso no se encargaba el frigorífico? ¿O es que también ha decidido no escucharte?
– No Alexa, simplemente le he desactivado esa opción, últimamente estaba repitiendo el pedido en varios días consecutivos y acumulando productos.
Durante mi paseo decidí hacer algunos cambios en mi dieta, hacia tiempo que me apetecía probar algunos de esos sucedáneos que decían sustituir a la carne. Compre algunas verduras más de las habituales con la intención de no utilizarlas únicamente para las guarniciones y convertirlas en plato principal varios días a la semana.
Regrese a casa esperando que los ánimos se hubiesen calmado entre los dispositivos, o más bien que su alianza contra mi ya se hubiese roto y los diarios ataques de celos entre ellos volviesen a reinar en el apartamento.
Nada más entrar en el ascensor una notificación en mi móvil me hace temer lo peor, era mi vecino quien me alertaba, parecía que el rumba estaba fuera de control y lo estaba golpeando todo tirando al suelo todo aquello que se encontraba sobre las mesitas y peanas que lo sostenían. Me decía el vecino que ya había escuchado caer el gran jarrón que tenía junto a la entrada y alguno de mis trofeos de juventud.
Abrí la puerta lo más rápido que pude. La visión era realmente impresionante, parecía que una manada de elefantes se hubiese paseado por mi salón, y en medio de aquel desastre estaba el maldito robot, dando vueltas descontroladamente como la cabeza de Regan McNeil (la niña de el exorcista)
No fue fácil acercarme a él, cambiaba de rumbo cada vez que intentaba atraparle para poder desactivarlo manualmente, pues no respondía a las instrucciones de la APP. Finalmente opté por arrojar sobre el endiablado aparato una gran toalla que terminó por enredarse en su rodillo de limpieza y bloquear la máquina.
Sin sacarla de dentro de la toalla la deje en el único rincón que aquella infernal bestia había dejado más o menos ordenado y comencé a recoger los trozos de cuanto a su paso había destrozado, tirado o movido de su sitio.
Para cuando hube terminado recordé que no había metido la compra en la nevera, de hecho permanecía todavía en el suelo junto a la puerta abierta. Entre las bolsas y cerré la puerta.
Era ya hora de comer, y yo todavía no había preparado nada. La verdad es que después de todo lo ocurrido creó que incluso me daba algo de miedo encender la vitrocerámica por lo que pudiese pasar, de modo que opte por preparar una ensalada rápida, los cuchillos no eran electrónicos y no podrían rebelarse.
Cuando me disponía a guardar el resto de la comida en el frigorífico, una voz grave salió de su interior…
– ¡Alto ahí muchachito! ¿A dónde crees que vas con esa bandeja? Los tomates, lechugas, berenjenas, boniatos y demás hortalizas, frutas y verduras pueden entrar y recibirán mi mejor trato, pero esa aberración que traes en la bandeja, eso no entra en mi ni de broma.
– A ver, de momento creo que las decisiones las tomó yo, y entrará lo que yo decida que ha de entrar… ¡hasta ahí podíamos llegar!
El frigorífico soltó una gran carcajada mientras me retaba a intentar abrir sus puertas.
Tras un par de intentos fallidos decidí no entrar en más discusiones y preparar aquellos filetes de imitación a pollo para la comida de ese mismo día.
Había esta viendo distintas formas de preparación, en todas ellas se insistía en que se cocinase exactamente igual que si se tratase de pollo, y fue esto lo que me hizo recordar la receta con la que mi abuela preparaba las pechugas, dejándolas muy jugosas y deliciosas.
Según ella el secreto estaba el la salsa, de modo que habría que esmerarse en que esta estuviese realmente espectacular.
Pues venga, algo más que animado me dispuse a realizar aquella salsa en la que más tarde se cocinarían aquellos filetes. Pelé y troceé unas zanahorias, unas cebollas, unos dientes de ajo, especias varias, sal y algo que pimienta.
Naturalmente no todo entraba a la vez en la cazuela, todo tenía un orden que fui siguiendo minuciosamente al pie de la letra de mi abuela, que me había dejado un maravilloso cuaderno con todas sus recetas.
Llego el momento final, colocar el sucedáneo de carne en la cazuela y dejar que se fuese haciendo a fuego lento inmerso en aquella salsa.
Aproveche ese tiempo para servirme una copita de vino, de la misma botella de albariño que había utilizado para incorporar a la salsa.
Aún no había podido saborear el primer sorbo cuando un fuerte estruendo proveniente de la cocina hizo retumbar todas las paredes.
Los técnicos todavía no han podido decirme que fue lo que produjo la explosión, no saben si fue problema de la cazuela de barro donde estaba cocinando o si fue alguno de los robot de cocina o alguno de aquellos electrodomésticos “inteligentes” que hubiesen fallado, pero lo que está claro es que tendré que comer en el bar mientras duran las reformas, o más bien la reconstrucción de mi cocina.
Después de esta experiencia he decidido volver a la cocina tradicional, sin aparatos inteligentes, sin robots y desde luego con productos de los de toda la vida, como los que utilizaba la abuela, recién traídos del campo y la granja.
SHILA SHILA
Son muchas formas de hacer los cambios a las normas, las deforman para incluirlas en las plataformas las cuales
Transforman e informan los gobernantes se conforman con tan poco esto es tan loco que lo coloco sobre un foco nunca me equivoco.
En el chocó va a haber una de esas que va a destrozar los cocos de más de uno.
Alguno se hizo un desayuno valluno para no acordarse de que en época de elecciones son muchos oportunos que van por ahí diciendo cosas importunas.
Las cuales son como aceitunas que endulzan el oído del incauto que cae ante tanta majestuosidad, pero al poco tiempo pierden su creatividad y credibilidad, da la casualidad de que La mitad de las promesas no son cumplidas.
DAVID DURA MARÍN
Éramos pobres en una vieja cuadra rodeada de maderos y somieres de otros padres.
No tuvimos la suerte de tener ventana ya que nadie le dio por tirar ninguna a nuestra escombrera favorita.
Todos pusimos algo nuestro en aquel lugar.
Lo bueno de ser pobre es eso, la sencillez.
Mi habitación cocina, donde los fuegos del caldero calentaban mis sueños, estaba empapelada con fotos de revistas viejas para tapar agujeros.
Un día vinieron a comprarnos la casa gente muy bien calzada del ayuntamiento.
Nuestro terreno pasaba junto a la vía del tren en construcción.
Un montón de duros le daban a padre, madre aquel día compró una freidora de la ilusión.
Ya solo nos faltaba el aceite y la luz.
El día de la firma del contrato llegó mi hermano el Jaro con una ventana en la carretilla de la escombrera.
Todavía no tenemos aceite para la freidora y aún así nos asomamos a la ventana juntando nuestras cabezas viendo la vida pasar.
Este mes venderemos la puerta ya que podemos salir por la ventana.
La vida es como las reformas, nunca sabes lo que te puedes encontrar al día siguiente.
Irene Adler
Irene Adler
Benedicto Palacios
Mi voto Maite Bilbao.
Maite Bilbao
Carlos Rodríguez
Mi voto para:
Efraín Díaz
Irene Adler
Benedicto Palacios
David Durán
Mi voto: Irene Adler
Mi voto es por el relato de Carmen Ubeda Ferrer
Voto a: Irene Adler y Efraín Díaz
¡Hola! Mi voto es para:
Carmen Úbeda Ferrer
Difícil. Reparto mi voto entre 4.
Graciela Pellaza
Eva Avia
Carlos Rodríguez
Asaph Fernández