Salsa – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «salsa». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de octubre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El gran trovador no encontraba a su musa por ningún lado, estaba desesperado; y ni siquiera la lluvia de estrellas con un buen desayuno alrededor le despertaba en su interior la inspiración. -Brillará(se repetía una y otra vez Coronado recordando las palabras de su homólogo Sergio).
Tras preparar concienzudamente su café con la delicadeza de porcelana italiana y sacar el mejor café portugués para tal momento y tal menester, Antonio se dispuso a rematar la faena con las tostadas con jamón.
Pero cuando fue a buscar la salsa de tomate en la nevera se percató que esta se había terminado el día anterior y ahora brillaba como las estrellas de su mantel por su ausencia.
Coronado no pudo más con la presión (era despropósito tras despropósito), y comenzó a emanar lágrimas de sus ojos como si fuese un impúber con el alma rota.
Tras un momento de silencio tras el lamento cogió un clínex y sacó todos los mocos de su nariz raudo y veloz. De pronto, sonó el timbre (-será Santi y Licenciado- pensó). En un santiamén fue a la puerta y miró por la mirilla. -No puede ser, apostilló Coronado.
Menudo colofón para esta historia.
Eran Sergio y Dimitri portando en sus manos salsa de tomate y unos pastelitos de hojaldre aderezados con miel de la Alcarria.
Tras abrir la puerta y recibir con entusiasmo a sus invitados Coronado volvió a llorar, pero esta vez de alegría. Y tras despedirse de los invitados recogió los bártulos y fregó los cacharros, pero una voz celestial llamada «Melancolía infinita» le iluminó para que brillará su corazón y volviese su musa(la cual nunca se fue). Sólo estaba descansando. Coronado sacó su pluma y se hizo magia nuevamente…

CORONADO IN MEMORIAM

Las sensaciones llegan como juramentos no cumplidos, a la vez que la esencia de la derrota ataca con fuerza los añicos de mi vanidad. No me puedo abstraer, son como puñales que aparecen de la nada buscando herir lo poco que queda de mi ilusión marchita. Con voz insegura me hago preguntas sobre un espejo previamente tapado con una toalla, por si acaso me responde lo que no quiero oír. No son preguntas muy difíciles, pero tampoco es que me haga ilusión contestarlas, son más bien incómodas y lo que me produce incomodidad no me gusta, a pesar de que algún iluminado dice que la incomodidad fomenta el crecimiento. Me cuesta mucho fingir; nunca se me dio bien, si estoy contento se me nota un montón y si estoy triste o se apodera de mí cualquier otro sentimiento relacionado con la ira, también se me nota bastante, pero contento-triste de guion con sonrisa profident, hummm, me cuesta casi más que escuchar la llamada actualmente música urbana. Ahora mismo lo que me apetece realmente es desaparecer conmigo mismo en mi propio refugio de introspección, aunque por circunstancias de autor no pueda, desde ahora hasta después es mí época buena para procrear historias, que gusten más o gusten menos no es mi problema, no pienso sentirme culpable por ello, pero acaba también rozándome y eso me disgusta por mucho que intente disimular. Bueno, pues todo eso es ahora insignificante en comparación de esta moda de contar historias a través de lenguaje digital, epub le llaman, epufo repelente le deberían de haber puesto, ¡vaya castaña de invento!, pone los márgenes que le da la gana, los párrafos seguidos o juntos sin saber muy bien por qué, repite algunas veces el último párrafo al pasar de página y veinte mil cosas más que ponen de los nervios si hace falta hasta al más tranquilo de los yoguis.
¡Todo por la fama, ya lo se, pero coño, que ya va teniendo uno una edad! Y lo más gracioso, es que estoy seguro que el inventor o inventores del dichoso invento se muestran ufanos por lo inventado. A copiar El Quijote con boli Corvina rojo los ponía yo, aunque seguro que ni saben lo que es un bolígrafo, hay gente para todo. No se si el tiempo de las hojas muertas logrará insuflarme empatía, pero de momento, no quiero saber nada que no me interese, las pinceladas de inspiración se me están secando sin renovar los trazos, no se si se habrán dado cuenta, pero no tengo ni pizca de ganas de seguir escribiendo. Cuando estoy a punto de dejarlo y se presentan esas nubes de algodoncillo impregnadas en melaza rosa que me acusan de ser subversivo.
-¡Subversivo, que eres un subversivo, escribes sobre las delicias turcas, te vamos a denunciar! – gritan con voz suave.
– Mi único dulzor sois vosotras, palabra – intento tranquilizarlas.
-¡No me lo creo, no me lo creo! – contesta la más impetuosa
– Que sí, de verdad, que lo de las delicias turcas fue por probar las telenovelas – contesto en un último intento de obtener su perdón.
– Ahhh, por fin reconoces que te gusta más el personaje que la actriz, pues que sepas que la actriz está celosa – responden dándose por satisfechas.
Sigo limpiando el barro de mis fregados, cuando de repente, se presenta el presente preguntando si he visto al pasado.
-Pues lo vi ayer, pero hoy no se donde está – le respondo
-Vale pues si lo ves, le dices que lo espero mañana donde siempre – dice al tiempo que se marcha.
En fin que voy a dejar de escribir un rato que si no me lío entre verdanas y comic sans, yo siempre he sido de tahoma, pero no es muy popular en nuestros días, los milenials la arrinconaron y yo no me he atrevido a defenderla por miedo a las represalias, total si van a votar otra vez a la creída de la Times New Roman que se repite más que Pérez Reverte.
-Nos necesita Lisensiado, nos necesita – dice Santi apareciendo de improvisto.
– Como el comer, Santi, como el comer – apostilla Lisensiado.
-Como tengo que estar para que aparezcan estos dos de nuevo, necesito un descanso, pero ya- pienso yo en voz alta – ¿Por cierto, cuál es el tema de esta semana? Ah sí, por aquí les dejos los ingredientes, ya los “menearan” ustedes.
Como diría Tali Rosu (la madre de la criatura) “Guajalote que se sale del corral, termina en mole”

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Hay tanta salsa por el mundo como estrellas en el cielo.
Condimentar salsa es crear una solución suave, picante, dulzona,y amarga, todo ello siempre es deleite para el ser humano.
Ahí en las personas mi escrito de hoy se quiere centrar.
Conocí a un ser que su salsa era la soledad. Ella se había buscado aquel encierro más el tiempo vacío de palabras la llevó a darse cuenta que la vida sin salsa para compartirla no tenía sabor ninguno.
Encontré en un viaje reciente a una compañerá que su gracia natural tenía una salsa atrayente. Todo aquel que se cruzaba en su camino su persona se llenaba de felicidad.
Por último tengo que decir que una mañana pegajosa me impedía dejar la almohada, pero yo valiente al día me dispuse a ingerir mi desayuno. Coloque en un vaso de triturar zumo de limón, un cucharada de aceite de oliva virgen, un poco de genjibre una guindilla tres clabos de holor un poco de pimienta y, un chorro de miel .bati con fuerza la salsa y la tomé… Estuve todo el día corriendo…

DAVID MERLÁN

En un pueblo, italiano, al pié de las montañas…, no, no, tranquilos, no es lo que parece, no van a aparecer Marco, ni el mono Amedio, ni su madre, Anna Rossi, si, esa que se fue…, cruzando el mar… a otro pais.
Esta es la historia de sus vecinos, Andrés y Clara, con los que se quedaron Marco y su hermano Lucas cuando su madre se fue a hacer las americas a Argentina.
Pues bien, como les decía, Andrés y Clara eran dos de los miembros que formaban parte de una familia cuyo legado culinario era conocido en toda la región. Como buenos italianos, eran expertos en salsas para aderezar todo tipo de pastas y pizzas.
De todas ellas, la mejor sin duda era un antiguo secreto que se transmitía de abuelos a nietos a lo largo de generaciones. Su singularidad residía en su fórmula guardada bajo llave en una vieja cajita de madera en la cocina del pequeño restaurante, convirtiéndose en un tesoro familiar, más preciado que cualquier joya. Cada generación que la heredaba se comprometía solemnemente a mantener el secreto y a mejorarla con sus propias innovaciones.
María era la madre de Clara, la abuela familiar y ahora ostentaba la guardia y custodia actual de la receta. Pasó años perfeccionando la salsa, añadiendo cuidadosamente ingredientes que solo ella conocía. Su centenaria cocina era un lugar mágico, donde los aromas se mezclaban con historias de tiempos pasados, con el sonido de cucharas revolviendo las cacerolas y ollas como un himno familiar que compartían con sus pocos clientes.
El domingo del cumpleaños de María se acercaba y la familia se reuniría en torno a la gran mesa de madera del hurto bajo la parra de tiernas y jugosas uvas verdes y rojas. Todos sabían que ese día era especial, el día en que la receta secreta cobraba vida y se convertía en un banquete delicioso, pero la vida es cambiante, y María se dio cuenta de que el tiempo avanzaba implacablemente. Sabía que debía asegurarse de que la receta sobreviviera incluso cuando ella ya no estuviera y decidió que en este cumpleaños, revelaría el secreto a la próxima generación, enseñándole a Clara cómo preparar la famosa salsa.
Pero trágicamente, un día, mientras intentaba alcanzar una vieja receta en un estante alto de su cocina, sufrió un accidente al caerse desde una escalera. La noticia de su partida dejó a la familia en estado de shock y el restaurante cerró temporalmente.
Recuperados del trauma casi un año después, pensaron que, el mejor homenaje que podían hacerle a la abuela María, era reabrir el negocio familiar y preparar aquella salsa con pappardelle, sus preferidos, pero enseguida se dieron cuenta que no iba a ser una tarea fácil.
Sabían que debían encontrar una manera de recuperar la receta, pero la cajita estaba cerrada con llave en la cocina y nadie sabía cómo abrirla. De igual modo, ninguno quería utilizar la fuerza bruta por respeto a ella y descartaron inmediatamente, forzar o romper aquel delicado objeto de madera. Si algún día aparecía la llave, se abriría, pero hasta entonces, respetarían su integridad dejándola a buen recaudo.
Los días pasaron y la fecha del cumpleaños de María se echaba encima. Medio desesperados, decidieron buscar entre los objetos personales de María en busca de alguna pista que pudiera llevarlos a la fórmula secreta. Encontraron viejas cartas y fotografías que narraban la historia de la receta, pero no había pistas claras sobre los ingredientes y sus cantidades exactas.
Sin obtener un resultado satisfactorio y con el claro convencimiento de homenajearla, se dieron cuenta de que la única manera de recuperar la receta perdida era unir sus conocimientos culinarios y sobre todo sus más escondidos recuerdos compartidos. Juntos, comenzaron a experimentar en la cocina, recordando los aromas, sabores y texturas que María había creado durante tantos años, y con cada probatura que le daban a la cuchara de madera, se fueron acercando un poco más.
Aunque María ya no estaba físicamente presente, su espíritu vivía en cada uno de sus seres queridos mientras trabajaban juntos para preservar su legado.
No lograron dar con el sabor y la textura a tiempo para su aniversario, pero dos meses después de experimentación y esfuerzo conjunto, la familia finalmente logró recrear la receta secreta con una precisión asombrosa. El sabor, la textura y el aroma eran una auténtica obra de arte, un tributo a la abuela María y a todas las generaciones que habían mantenido viva la tradición.
Con la obtención de la receta, tomaron una decisión salomónica. En homenaje y para que todo el mundo pudiera disfrutar de aquel sabor, la familia decidió compartir la receta con los vecinos, permitiendo que más personas disfrutaran del sabor único que había sido su tesoro durante tanto tiempo. La salsa secreta se convirtió en la firma de su pequeño restaurante familiar, atrayendo a comensales de todas partes. Estaban seguros que, allá donde se encontrará María, estaría orgullosa de ello.
Después de aquello, y a medida que los años pasaron, la receta se transmitió y se convirtió en una leyenda local, pasando de generación en generación y convirtiéndose en una parte esencial de la identidad de la familia y de la comunidad.
Cada vez que alguien ahora prueba la deliciosa salsa, siente una conexión con el pasado y una comprensión de la importancia de mantener vivas las tradiciones.
Y así, la receta de la salsa secreta de la abuela María ha pasado a ser un tesoro compartido, un recordatorio de que algunas cosas valiosas en la vida trascienden el tiempo y el espacio, y que el amor por la comida y la familia puede unir a las personas de manera extraordinaria.
FIN

RAQUEL LÓPEZ

Era mi primera semana de clases de baile. Desde siempre me ha gustado el ritmo de la salsa, la rueda cubana…se me iban los pies al escucharla.
Lo primero que me impresionó cuando empecé fue la decoración de sus paredes, estaban vestidas de las grandes estrellas de la salsa mundial: Celia Cruz, Marc Anthony, Ismael Rivera….
Hoy llegué más temprano de lo previsto y pronto se empezarían a llenar las salas donde todos venían a demostrar sus habilidades, solteros, solteras, con pareja, sin pareja…había sitio para todos los amantes del baile.
De pronto empezó a sonar la música y mis pies empezaban a marcar el ritmo. Me parecía un baile de lo más seductor, cuerpos pegados el uno con el otro, brazos en movimiento extensibles y acariciando el cuello y la cabeza. Pues ágiles como plumas, cadera con su vaivén y su flexibilidad…
Casi sin darme cuenta ensimismada en la música, alguien me tomo la mano empezando a girar a ritmo salsero. Era mi profesor, podía palpar su escultural cuerpo y la mirada penetrante hasta llegar a intimidarme.
De repente en un balanceo me vi desdoblada hacia atrás y mi pelo podía sentir rozar el suelo. Se podría pensar que es un baile indecente y machista pues el control lo lleva el hombre, si no fuera por la elegancia con la que se hacía.
Me puse tensa pensando que perdería el control y me dejaría caer, pero, lentamente me incorporo tranquilizándome y diciéndome:
» Disfruta, goza y sé tú misma»..
Porque la música es un placer del que no podemos prescindir…

BENEDICTO PALACIOS

Hoy lunes desperté temprano, las siete. La temperatura rondaba los 20 grados, buen tiempo para caminar. A la vuelta de casa se afanaba Gildo con su mercancía, porque tiene una tienda variada de la que me surto mayormente de fruta y verduras. Allí me detuve.
—Aguanta unos minutos mientras retiro el coche. Ahí tienes un taburete, siéntate y sírvete de lo que gustes.
Arrimé el taburete junto al estante donde se alineaban pimientos y tomates. Ambos debatían entretenida y amigablemente.
—Eras más delicado al tacto —le decía el pimiento— pero solo eres comestible colorao. Mírame bien, yo puedo mostrarme verde, rojo y amarillo. Y me pueden comer de todos los colores.
—Cierto, pero vengamos a lo mejor. Tú te pasas el día echado de un lado, eres el modelo acabado del vago, no eres capaz de ponerte en pie. Yo aguanto en distintas posiciones. Fíjate en mi cara.
—¿Y la variedad, qué? Anda, explícate.
—Me ganas, lo confieso, pero ¿qué guardas por dentro? Unas pepitas despreciables. Yo en cambio soy plenamente comestible.
—Ya, pero si te fríen chillas, te sublevas y saltas de la sartén.
—Bueno, pero hago una salsa de lo mejor. Añadida a dos huevos fritos con puntilla dicen que es ambrosía, placer de dioses.
—También lo admito, pero ¿qué pasa contigo si te secas? Te envían a la basura ¿o no?
—Lo mismo que a ti.
—Te equivocas, cuando me quedo seco, produzco el pimentón. Y menudas las salsas. Dicen que sobre el pulpo la gente lagrimea.
—¿De pena?
—Prueba, prueba y verás lo que es bueno. Viva el pimentón.
—Pes viva.
—Y si es de la Vera el mejor.

FÉLIX MELÉNDEZ

La vida es una salsa indeterminada, siempre variando constantemente en la sartén de las gentes condicionadas.
En todas las vidas se cuecen salsas distintas y diferentes, el trabajo diario, a veces, tantas veces mal cocinado, mal llevado, entre esfuerzos y siempre perdiendo la mayor parte del aderezo, de nosotros mismos, entre las aguas evaporadas del sudor calentito, surge de nuestro cuerpo, como carne calentada, en una olla; aparece el guiso de los aciertos, y falsos reproches, mezclados con los imprevistos inexplicables que se presentan de forma incomprensible en cada momento.
La salsa de la vida, vuelta y revuelta, tiempo y esfuerzo siempre en carne viva.
Todo acontece durante nuestras largas tardes de salsa agridulce, dolor y espinas clavadas en la carne de los sentimientos, congelando y descongelando el alma, que se sienta a escuchar el vapor de los pensamientos e ilusiones.
Otros días de sol, brasa, candela y felicidad, disfrutando de la fiesta a la parrilla, esos días no necesitas demasiadas cosas, para ser completo, un fin de semana cualquiera, entre cuatro amigos y un campo eterno donde comer, hablar y porfiar. Vale su tiempo en oro.
La salsa de la vida no viene preparada en un bote hermético, has de cocinarla tú, viviendo, agregando sonrisas o azúcar y otras desalando con agua de lágrimas las penas que tantos llantos nos ocupan.
La savia de la vida se vuelve espesa ante una muerte sorprendida, y se renova ante la mirada de una nueva vida.
La salsa que nos mantiene, nos ciega o ilumina, es la sombra y es la luz, por donde todos caminan, a veces sonriendo, a veces con una pesada cruz.
Al final toda salsa no es igual, todas son caminos diferentes si lleva sal o pimienta, agua o tal vez vino. Si estás alegre o triste todo depende del ambiente en el cual vivimos.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

UTENSILIOS DE COCINA
Una mesa impoluta, perfectamente montada y repleta de exquisitos manjares presidía el salón comedor. Valeria la contempló por un instante, haciendo una pausa y exhalando un suspiró de deseo. Poco a poco, los invitados comenzaron a llegar.
Tras los largos y duros años de pandemia, Valeria había decidido aportar una nota de alegría y amor entre los suyos, y pensó que aquel año sería perfecto para celebrar la nochebuena en la casa que acababan de estrenar. Una responsabilidad enorme, pero también una satisfacción de iguales dimensiones.
Decir simplemente que estaba nerviosa es algo que se quedaba muy corto. Valeria estaba visiblemente alterada y fuera de sí. Midiendo los tiempos, controlando cada detalle y vigilando que nada se fuera de las manos. Quería que aquella noche todo estuviera perfecto y a la entera satisfacción de todos. Algo evidentemente imposible, pero, aun así, ella no cejaba en su empeño.
Padres, hermanos, abuelos, sobrinos y el resto de especímenes humanos que componían aquella familia, tan extensa como variopinta, finalmente se reunían a lo largo de la enorme mesa, mientras que varias de las mujeres iban y venían, gestionando un trasiego de platos digno de un restaurante con un abultado número de estrellas. Selecto y delicatessen eran dos términos que podrían describir perfectamente el ambiente culinario que se vivía aquella noche.
Todo había comenzado desde bien temprano, con una trepidante mañana de compras, prisas, cálculos mentales, cientos de notas de papel y varios viajes con el maletero hasta arriba. Apenas picó algo al medio día. La tensión le habían quitado el hambre. Luego, por la tarde, comenzó el despliegue de recetas, a cuál más creativa y original. Valeria siempre había tenido buena mano para la cocina. No obstante, ante tamaña empresa, precisó de ayuda. El futurista robot de cocina alemán que le habían regalado por su boda fue amortizado con creces aquella tarde.
Rozando las diez de la noche, todos los asistentes estaban ya presentes, sentados y muy animados. Fue entonces cuando comenzó la fiesta. Los cuñados, como corresponde a su mítico y legendario papel, no paraban de amenizar la velada con una sucesión de chistes, anécdotas y chascarrillos varios, uno detrás de otro, acompañados por sonoras y estridentes carcajadas que contagiaban al resto. Los abuelos, acostumbrados a usar uno de cada tipo para todo, observaban la infinidad de cuchillos, tenedores, chucharas, paletas, vasos, copas y otros utensilios que no habían visto en su vida y cuyo nombre y utilidad desconocían por completo.
Y los chiquillos… iban y venían como ciclones, recorriendo toda la casa agrupados en forma de jolgorio ambulante, desgañitándose entre gritos y risas y seguidos muy de cerca por el perro, como uno más de ellos. Sin embargo, hacía ya un buen rato que no se les escuchaba, algo de lo que nadie se había percatado y que no dejaba de resultar inquietante.
De pronto, Carlitos, flanqueado por el resto de infantes, asomó por la puerta, portando en su mano derecha un artefacto de diseño moderno y llamativo, dimensiones considerables y cuya utilidad era más que evidente. Dejaba poco lugar a la imaginación. Para despejar dudas, por si las hubiera, Carlitos había dado con el interruptor y lo había puesto en movimiento.
—Mamá, no sé cómo has hecho la salsa. Pero te habías dejado la batidora en tu mesita de noche. Suerte que la he encontrado. ¿La dejo en el cajón de la cocina?
La madre, petrificada y sin saber dónde meterse, clavó los ojos sobre su pequeño y ocurrente retoño y esbozó una sonrisa estúpida. Un color le subía y otro le bajaba mientras su atención iba alternándose entre Carlitos y el resto de familiares, sin conseguir encontrar un punto fijo donde mirar. Tras un tenso e incómodo silencio, acompañado del correspondiente intercambio visual entre los comensales, que ya comenzaban a murmurar por lo bajo, finalmente, todos rompieron a reír. Un mar de carcajadas y ocurrentes comentarios que sirvió para aliviar el rojo intenso de la madre, que por poco casi de desploma.

IRENE ADLER

MOUTARDE
En la intimidad Félix la llamaba siempre Moutarde: porque era picante al paladar y suave al tacto, como la salsa de mostaza de Dijon.
De rodillas sobre un carísimo kilim del Cáucaso, desnuda y fría en el salón azul del Palacio del Elíseo destinado a las visitas de dignatarios extranjeros, Margherite Steinheil suplicaba sin atención ni éxito, que alguien la liberase de la garra en que se había convertido la mano izquierda de Félix en su último espasmo cadavérico.
En un esfuerzo sobrehumano por aferrarse a la vida, el finado presidente de la República se había agarrotado en torno a un suave mechón de pelo de su amante. Lo que tenía más cerca en el momento de sufrir la embolia era la cabeza de ella trajinando con fervor profesional en su entrepierna. La incesante procesión de mayordomos, policías, gentes del ministerio y médicos que entraban y salían del salón azul con una pavorosa naturalidad, ningún rubor y mucha guasa, coincidían en que Félix Faure había muerto, cuando no feliz, sí satisfecho.
Margherite empezaba a acusar la fatiga de la postración y la mano de su amante, que en vida le había proporcionado más placer al deslizarse entre los pliegues de la billetera que bajo su enagua, ahora resultaba insoportablemente pesada, gruesa, incómoda. Una losa o una lápida que limitaba su visión periférica a los entresijos de la alfombra y las docenas de pies que deambulaban sobre ella, calibrando la magnitud del escándalo, el estado huérfano de la nación y la manera de sacarla a ella de allí antes de que se enterase la prensa.
Vino alguien con una tijera y con cuidado de no herir la rígida mano del muerto, cortó un largo mechón de pelo y Margherite pudo al fin incorporarse en toda su espléndida desnudez ante una turba de hombres cuyas miradas oscuras destilaban rencor, hastío, vergüenza, ira. De todo excepto lujuria: la emoción que ella mejor manejaba. Así que de pronto se sintió torpe y pudorosa, algo avergonzada y esperó, sin esperanzas, a que alguno de los criados o de los presentes le trajera una bata. Algo con lo que cubrirse. Una mísera palabra de consuelo.
Tenía la boca seca y como recubierta de una pátina de corcho. Al ver su imagen en uno de los espejos del salón azul se reconoció ajada y algo patética, rígidos los músculos del tórax y los pezones endurecidos por el frío. Una cresta de cabello hirsuto le adornaba la coronilla como una tiara fea, dándole un aire de proscrita o de reclusa. Levantó un poco la barbilla, se pellizcó con coquetería las mejillas algo pálidas, y con la misma sonrisa cautivadora que desplegaba en su salón, acostumbrada como estaba a los hombres y sus mezquinas pasiones o a la ausencia de ellas, la Moutarde del presidente de Francia atravesó la habitación abarrotada hasta el pequeño gabinete contiguo donde estaba su ropa.
Y en ese breve paseo sí la miraron.
Los policías, los mayordomos, las gentes del ministerio y el batallón de médicos. Hasta el último de ellos. La miraron como solían mirarla los hombres: con codicia. Preguntándose si sería cierto que aquella bellísima cortesana tenía un sabor picante y una textura suave a mostaza de Dijon. Si se reconocería el sabor del agraz en su lengua y en su sexo. Si su boca y su pericia podían de verdad llevar a un hombre al borde del temblor definitivo.
Alguien sentenciaría después, con malicia y no sin acierto: «Pobre Félix. Él quería ser César y acabó como Pompeyo».

NURIA HERNANDO

El sol entraba tímido por la ventana. No tenía ninguna gana de levantarme. Así que eleve la sábana hasta taparme completamente y hacer una tienda de campaña, como la que hacía contigo para besarnos escondidos y empezar nuestro juego. Solo que ahora había un vacío, solo era yo y el roce de la tela blanca…
La ganas por de un buen café, humeante y cuyo aroma se esparciera por toda la casa, hizo que brincara por fin de la cama y me agachara a buscar mis zapatillas de andar por casa . Y encontré un tarjeta de arreglos de ropa y en su anverso una frase que decía : “No te olvides de la salsa”.
Empecé a pensar cómo había llegado esa tarjeta ahí . Y deduje que solo podía ser tuya.
Necesitaba el café así que me lance a la cocina a hacerlo . El borbojeo negro intenso y humeante ya estaba listo , junto a la leche espumosa para ser deleitado .
Recordé que siempre te gustaba acompañar todo con la salsa de alíoli, de receta familiar y que habíamos quedado para entregarte las últimas cosas olvidadas. Por lo que me dispuse a coger los ingredientes y hacerme mano a mano con la receta de la abuela. Tan querida y de origen valenciano. Cada vez que iba a su casa los veranos, me llamaba a la cocina para ayudarla y cómo era pequeña me entretenía pelándole ajos en la mesa. Mis manos después desprendían un aroma intenso y picante que costaba deshacerse de él. Eso me permitió hacerme con el secreto familiar de la salsa, que discúlpenme ustedes si no les puedo revelar , pero solo puede ser transmitido vía familiar . Por eso me tocaba hacerle la salsa.
Era jueves y recibí una llamada de él mientras conducía . Así que deje que el teléfono sonara hasta saltar el buzón de voz . Cuando escuche su mensaje , me habló de la tarjeta que se le había estraviado y de que “por favor acudiera a la dirección , que aparecía ahí , el jueves en la noche a las 9:30. “ Pensé que cosa tan rara . Una tienda de arreglos de ropa abierta a esas horas y encima cargando con la dichosa salsa .
Cuando llegó el viernes por la noche me dirigí obediente a la dirección señalada y cuando llegué a la tienda, no sabía dónde esperar . La chica del mostrador me preguntó si me llamaba Ariadna y le contesté que si . -Me han dejado este paquete para ti, para que te lo pongas -. Todo me parecía sin ningún sentido y encima este gracioso sin dar la cara. Me puse la falda negra y el corpiño y salí del probador. La chica me condujo por un pasillo oscuro que terminó convirtiéndose en una sala amplia y estruendosa . Y allí estaba él abriéndome sus brazos , intentando coger mis manos ocupadas por la salsa y mi otra ropa … y se echó a reír . Solo quiero que dejes eso en una silla y bailes conmigo esta última salsa . No pude resistirme , pensé que pese a que siempre la odie un poco …era la última, por lo que me deje llevar por el ritmo que me imponía su cuerpo y la música…

EFRAÍN DÍAZ

Era Navidad, y en esa noche sagrada, el espíritu de la reconciliación y el perdón planeaba sobre la vida de Rosaura y su familia. Viejas rencillas habían causado distanciamiento entre sus hermanos y sobrinos, y esta ocasión especial marcaba el momento de dejar atrás las diferencias y abrazar la paz y la armonía.
La cena transcurría en un ambiente inicialmente festivo, con sonrisas cautelosas y una incómoda tensión palpable en el ambiente. Los comensales sentían algo de aprehensión por la historia de desavenencias que los había alejado durante tanto tiempo. Rosaura, la anfitriona, los recibió con calidez y naturalidad, extendiendo una rama de olivo. Anhelando una velada que restaurara la unidad familiar perdida.
Pero la tragedia acechaba en el salón comedor. Reptaba como una sombra oscura que amenazaba con cubrir la celebración. A mitad de la cena, uno a uno, los invitados comenzaron a sentir un escalofrío recorrer sus espaldas, y sus miradas se nublaron. La atmósfera se tornó aún más pesada cuando tres de ellos, agarrándose la garganta en un gesto de desesperación, lucharon por cada bocanada de aire, mientras la vida se les escapaba.
La aterradora revelación llegó cuando el hermano de Rosaura, con los ojos llenos de horror, posó su mirada en el plato de su propia hermana. En ese instante, comprendió la cruel realidad: ella era la única que no había probado la salsa de arándanos.
Entonces, un desgarrador alarido rompió el opresivo silencio gritando “es la salsa”.
El rostro de Rosaura se deformó en una cínica y siniestra risa mientras sus seres queridos luchaban desesperadamente por sobrevivir. Sus hermanos y sobrinos cayeron asfixiados sobre la mesa, víctimas de la traición de alguien en quien confiaban. En ese momento, Rosaura se convirtió en la única heredera de la fortuna de sus padres, dejando una escena de horror y traición en medio de la noche de Navidad.

ANDY PARIONA ROJAS

¡Salsa!
Solo la mujer de limpieza me vio bajar. Ella al verme sonrió y se marchó cargando su balde. Descendí varios pisos hasta que me detuve en uno donde había demasiado ruido, me acerqué a la habitación de dónde provenía el sonido e ingresé, pero el ruido ya se había detenido. Traté de hallar el interruptor y descubrir lo que había en la habitación, pero alguien dijo: ¡No lo hagas, te daré el doble de lo que te pagan aquí, no lo hagas, por favor…!
Asustado por tal petición retrocedí en mi misión, sin embargo, ya tenía a mis espaldas un hombre corpulento que cubría toda la puerta. Este encendió la luz y grito: ¡Salsa!, y una prensa descendió hacia un contenedor circular de dónde provenía la voz que ya había escuchado. El ruido fue atroz, pero duró solo segundos, luego los despojos de carne rebalsaban el contenedor al elevarse la prensa. El hombre tras de mí me alzó y arrojó al depósito, traté de escapar pero lo único que hallé fue la palabra: ¡Salsa!

BEGO RIVERA

El péndulo de Poe
Qué se esconde en las profundidades del subconsciente desconocido del ser humano?
¿ Qué ente ignoto me desafía en mis sueños… en tenebrosos espacios desconocidos?
Lector empedernido desde mi niñez vivía cada historia como real, metiéndome en ella cual personaje principal.
Desde que leí el último libro de Poe, «El pozo y el péndulo», algo perturbó mi anodina vida: el miedo, la desesperación, el dolor, se apoderaron de mi persona. Todo ocurría de noche, en mis sueños, revivía una y otra vez tremenda pesadilla que, en ese momento se me antoja a real; era el protagonista del libro, sentía su agonía y terror y me encontraba en su misma situación: tumbado, atado por todas mis extremidades excepto por el brazo derecho. Las ratas me rodeaban, salían del pozo oscuro y sin fondo en busca de su salsa sabrosa…mi sangre. Sabedor que me conducía a un destino insoportable y eterno. Un gran péndulo, con su gran hoja metálica en forma de cuchilla se mecía lentamente sobre mí, rozando mi cuerpo, esperando la muerte por fin. ¡ Pero nunca ocurría!
Cuando chillaba suplicando que terminara la eterna tortura me despertaba: sudando, gritando, llorando, sin fuerzas ni para pensar.
Después de meses soportando está situación decidí no dormir, el miedo me superaba.
Escribo estas líneas por si llegado el momento… perezco. El sopor vencerá y tengo el convencimiento que ni mi cuerpo ni mi alma aguantará.
Quizás quién lea esto no me creerá , bueno, estoy seguro que afirmarán: que se me fue la cordura.
Estoy cansado, muy cansado. Tengo sueño, mucho sueño..
Creo que…

GRACIELA PELLAZA

«Levantó los platos de la mesa, menos el mío.
¿Cuándo es la edad que uno entiende?
Sentía que siempre iba a pasar, que toda mi vida me quedaría sentada en la mesa, cuando todos acomodaran la silla. No volaba un sonido sobre mi cabeza, a mi hermana le crecia piedad en los ojos, y mi padre en silencio programaba la siesta.
La salsa cubría toda la pasta, las cintas de cebolla, el rojo vivo de unos ajíes y la pulpa de los tomates. Dos veces por semana subía y bajaba un reflujo que arrancaba en la escuela.
Los lunes y los jueves me tocaba.
– Hasta que el plato brille no te levantas! Y mientras mi madre hablaba, se acercaba endurecida con gestos que escupian mi cara.
Al principio trataba de que el volumen de mi voz le abrazara compasiva, un idioma que estaba lleno de arcadas, que no importaba si esos dias no comía, que estaba bien, solo agua.
Al principio lo intentaba, luego comprendí que ella trataba de torcer mi voluntad, que debía demostrar que el éxito era que yo engullera la salsa, y nadie pero nadie tenía permitido malograr ese mandamiento.
Una cuchara. Y yo obedeciendo.
Dos tragos sin masticar y yo obedeciendo.
El reloj y su manecilla, mi tiempo en el infierno.
A mis seis años mi crisis de fe.
El ruido cortado del motor de la heladera, la puerta cerrada y el picaporte quieto y yo…no pudiendo.
Cuando llegaba el vomito, a veces ensuciaba las medias y un poco el dobladillo del uniforme. Y me decía, tuve suerte, son cuatro bocanadas menos.
-¡Otra vez! ¡Otra vez ! ¡Ve al baño a enjuagarte la boca! ¡ Y vuelves! ¡Crees que vas hacer lo que quieres! ¡Pareces tuberculosa! ¡Una enferma!
Cuando las torturas empiezan son difíciles, como que perforan partes blandas, el miedo te quita el habla, y no hay una sola vía expiatoria.
Ni lloras ni pataleas, levantas los ojos como el inútil recurso de la clemencia. Giras apenas la cabeza para invocar al espíritu santo; por todas esas veces que me ponían a rezar en voz alta los rosarios.
Estas ahí; enfrente de unas pastas desbordadas de salsa, con un verdugo que no perdona.
Con el tiempo aprendes, la lengua empuja el bolo, casi rozando el paladar, y tragas.
Y tragas y tragas.
Tras eso, vas al baño, te metes dos dedos, y la engañas.»

SÁNCHEZ MAR KATA

Salsa rima con masa, masa con que la abuela hacia panecillos
Sencillos, divinos como bolas de nieve tan blancos que le aumenta el level.
Tanto relieve que tienen que remueve sentimientos cada vez que alguien los huele
Salsa con milanesa era la mezcla favorita del abuelo quien sabia como era servir a la mesa.
La salsa era algo espesa gruesa francesa, pero fue una promesa para la dueña de la tienda
La señora Teresa es una teza en los postres de fresa le reza a sus santos para hacer unas cuantas piezas. Ella siempre almuerza con demasiada belleza bosteza y se ve tan bella que parece una gran estrella.
Acontece que el comensal se merece que esto empiece obedece y nada ofrece y carece de billete.
Siempre promete que al bufete un cohete que acepte para no deber otros diecisiete plateles
Anda con su casete para escuchar al chupete un comentarista de rechupete, coherente competente y excelente.

CHRISTIAN VIDAL ROMÁN

<El creador y sus mañas>
En una noches lluviosa en París en un bar muy frecuentado en el 1921 todas las personas vestia de etiqueta las damas elegantes y caballeros refinados esta noche en esa barra se haría historia, en esta moche fría y húmeda el bartender tenía barra llena y servía tragos elegantes y dedicados el cual estaba vestido elegante para la ocasión con camisa mangas largas y su sujetador para pantalón muy ah la moda de a que tiempo.
El chico gozaba hacer sus tragos y entre todas las personas precisamente se acaba de sentar un señor en la barra empapado por la fuerte lluvia, al instante le pide al joven.
-un blodie mary – el señor se quita el sombrero E notaba ah leguas que no era su mejor día.
El joven le platica pues eso era lo que le gustaba ah todo buen bartender platicar del día del cliente para que al momento de irse se valla desahogado y un poco más feliz – bladie mary saliendo señor un trago preparado hace un mes por fernand petiot en esta misma barra será un honor servir celo que conlleva- el joven una agilidad increíble mueve la coctelera lanzando el hielo ah aire y recogiendo con dicha coctelera al final lo balancea y queda una cantidad de hielo perfecta aun que solo fue para marcar un poco de show puesto que este trago se prepara ah vaso el joven sonríe y el señor ni se inmuta, el joven sigue sonriendo y rellena su baso de hielo y dice – 2 Oz d3 vodka- el va agregando todo ah detalle mientras dice la cantidad y nombre de producto – un toque de sal y pimienta con 1/2 Oz de zumo de limón- el joven remueve un poco el trago y dic3 so riendo – tato curioso este trago es muy bueno como aperitivo- sin dejar en ningún momento de sonreír el chico prosigue – un golpe de salsa inglesa y picante rellenamos con jugo d3 tomate fresco y decoramos con una rama de apio y una media luna de limón y parfait (perfecto) – el joven le hacercava el trago ligeramente y le dice – Profitez-en( que lo disfrute )
El señor toma el baso y se da un trago largo y dice – otro – el señor acaba su blodie mary en segundos pero joven astuto y ágil tenia su siguiente trago listo repitiéndose-Profitez-en ( que lo disfrute ) – el señor pasa al siguiente trago y así sucesivamente asta que se hacercaba la Hora del cierre y el joven al ver que ya tomo.mucho le dice – señor se encuentra bien ya son muchos tragos quiere la cuenta – el señor lo mira y suspira y dice – cuando vas hacer algo asco bien si no no lo hagas – el señor saca una pistola de repente le vuela la cabeza al joven y suspira los demás clientes gritan y se levantaban para irse el señor se levanta y le dispara ah todos los que puede quedando el adentro del bar junto ah una docena de cuerpos el señor camina sin más entrando ah la barra y enpiesa ah preparar un blodie mary con más agilidad y destreza que el joven bartender que ya se muerto justo en sus pies – pimienta negra sal y limón 3 toques de picante y media cucharada de salsa inglesa 1/3 de vodka y asta el tope de jugo de tomate le ponemos una rama de apio y parfait (perfecto) – el señor se da la vuelta y sonríe al ver su trago dice – le falto salsa ah todos tus blodie mary joven – el toma la pistola y ce dispara en la cabeza muriendo instantáneamente horas después sacaban los cuerpos cuando sacaban el del señor se caí su billetera abierta en el charco de agua de lluvia se ve su identificación de !fernand petiot¡
*aremos persona que por lo más mínimos no desanimados perdemos control no somos tolerante nos duele nos lastima somos débiles y ah la ves fuerte llegas al punto de matar por una simple salsa *

ANA DEL ÁLAMO

La mujer se levanta de la cama cautelosa, procurando no perturbar el sueño de él.
!No vaya a enfadarse como otras veces!,
pero es que hay que despertar a los niños ya.
Hoy es un día especial.
Juana se coloca las zapatillas de no hacer ruido, se maquilla lo que ya no cubre el maquillaje. En silencio se mira al espejo que no le sostiene la sonrisa. Pone cara de ser feliz, y feliz se encamina al cuarto de sus vástagos. Lo mejor que tiene.
Por eso se pone divina y les ofrece la sonrisa que el espejo no le ha devuelto. Piensa que es un ingrato. Si hoy ella está bien, !no sé qué cara querrá que ponga!.
Los niños le abrazan y ella pone su dedo índice sobre sus labios. Ellos se ríen sigilosos y la imitan. En silencio se visten, se asean y ella hace lo mismo, imitándolos en su juego inicial.
En silencio desayunan, cogen sus carteras y en silencio se marchan.
A punto de cerrar la puerta, Juana retrocede y saca de la nevera la «salsa» que con tanto cariño y en silencio le preparó la noche anterior a su marido, y le escribe una nota:
Por si me retraso, tienes en el frigo tu comida preparada. No olvides añadirle la mayonesa que tanto te gusta. La hice exclusivamente para ti: Juana.
Los niños la esperan en el rellano en silencio.
Era la última vez que en esa casa se hacía todo en silencio.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL ANILLO DE CARLOS
La primera vez que vi a Carlos, me cautivó. Fue a buscarme a la sala de fiestas y me dijo que me presentara al día siguiente en su casa, que quería aprender a bailar salsa.
Carlos era alto, elegante, con una mirada que me atravesaba el alma. Pocas veces me he reído tanto como cuando terminábamos la clase por los suelos. Como era un desastre bailando, me pisaba, tropezaba conmigo y acabábamos rodando por el parqué, dentro de un revoltijo de piernas y plumas de mi vestido. El tiempo se nos escapaba entre risas como si fuera un suspiro.
En un hueco del muro del enorme jardín, me dejaban la llave del salón en el que dábamos clase. Yo me cambiaba al llegar y lo esperaba, pero nunca vi a nadie que se ocupara de las plantas ni a ningún empleado.
Un viernes le pregunté:
—¿Por qué tienes tanto interés en bailar?
—Por Andrea, mi mujer. Ella soñaba con que aprendiéramos salsa, pero nunca pudimos porque yo siempre estaba demasiado ocupado —me dijo.
Nos quedamos en silencio. Supongo que notó en mi mirada que envidiaba a su mujer, me daba igual que estuviera muerta. Él empezó a jugar con un elegante anillo que llevaba en lugar de la alianza. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Este fue el primer regalo que me hizo. Ya ves, no vale casi nada, pero significa todo —me confesó.
Le temblaba la voz. Yo, que no sabía qué decir, me acerqué a él y lo abracé. Él puso su frente sobre mi hombro y sollozó un rato; casi no tenía aliento. Entonces acaricié su cabello con ternura.
Cuando alzó la cabeza, sus ojos seguían cerrados. Yo acerqué mis labios a los suyos y apenas pude rozarlos, fue solo un instante y mi corazón estuvo a punto de estallar.
Él abrió los ojos con sorpresa, retrocedió un par de pasos y torció la boca:
—Lo mejor será que acabemos la clase, ¿no te parece? —me dijo.
Me sentí la persona más desgraciada del mundo. No sabía qué decir.
—Sí, será mejor que te marches. Deja la llave donde siempre.
Sin decir nada más, dio media vuelta y se fue.
Apenas pude pegar ojo en todo el fin de semana.
Las noches siguientes actué en la sala de fiestas porque no tenía más remedio que ganarme el pan, pero los bailarines me decían que parecía triste y que si no transmitía más alegría durante el show, acabaríamos todos en la calle.
El lunes volví a casa de Carlos. Entré en el jardín, que estaba abierto como siempre, y fui a buscar la llave, pero en el hueco solo había una pequeña caja y una nota. Me tembló todo el cuerpo cuando abrí la caja y vi un anillo como el de Carlos. Respiré hondo y leí la nota con ansiedad:
Es mejor que dejemos las clases. Esta copia del anillo es para ti, espero que encuentres la persona adecuada para regalárselo. Te deseo toda la felicidad del mundo. Carlos.
Lloré como nunca he llorado, sentí que me desvanecía y me tuve que apoyar donde pude porque todo empezó a darme vueltas.
.
Tres meses después, abrí mi exclusiva academia de baile; la única especializada en salsa que hay en la ciudad. Desde aquella tarde, siempre llevo el anillo que me regaló Carlos, de quien nunca he vuelto a saber nada.
Su anillo en mi dedo me recuerda continuamente lo difíciles que nos resultan las cosas del corazón a las drags queens.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Todo estaba preparado, la mesa puesta, no faltaba de nada.
Ensalada, carne, pescado, salsa.
Fueron llegando los invitados.
Solo faltaba uno.
La alegría de la fiesta, él.
Era la salsa de las fiestas,con el reías, hacías cosas divertidas y diferentes.
Pero…
No llego, nunca llegó.

EVA AVIA TORIBIO

Salsa
“¡Oye! Mi cuerpo pide salsa
Y con este ritmo, no puedo parar…”
Como siempre, la sra. Antonia, es una fuente inagotable de energía. La vive tanto, que las vecinas de su edad se escandalizan cada vez que pone la emisora de radio.
—¡Abuuu! Otra vez esa música —grita, Katherine, desde su habitación.
—¡A ver si sales de la cueva, que pareces un ermitaño! ¡Hasta los prehistóricos tenían mas vida social que tú! —le replica, la abuela.
Katherine, sale sigilosa de su habitación y en un intento de sorprender a su abuela, recibe un cucharazo en la cabeza.
—¡Auh! pica abuuu —frotándose la cabeza.
—¡Eso es poco para lo que te mereces! La próxima vez, intentas asustar a tu … ¿No te da vergüenza intentar asustar a esta pobre anciana? ¡Que cruz! —negando con la cabeza.
—Que rico huele. ¿Qué estás haciendo? —metiendo el dedo en la salsa.
—¡Quieta parada! —dándole un golpecito en la mano—. ¿Cuántas veces te he dicho que hay que lavarse las manos antes de tocar la comida? Y mas tú, que ha saber donde meterás las manos. Todo el día encerrada en la cueva esa, en algo, a parte de la pantallita, tendrás que matar el tiempo. Mejor ni lo pienso, que me dan arcadas —su mirada de inquisidora y su cuerpo sacudiéndose como si tuviera escalofríos, lo dice todo.
—¡Jooo, abuuu! Eres muy mala conmigo.
—Y aún así no espabilas. Imagínate si fuera como tu madre. ¡Que cruz…! Anda, toma unas pesetas y ves a por la pasta con la que quieras que acompañemos la salsa —sacándose la cartera del bolsillo del delantal—. Pero antes vístete, que eres capaz de salir con estas pintas y por Dios, péinate, que debes tener hasta garrapatas en esas marañas —dándole, con la mano abierta, un golpe en la cabeza.
—Euros, abuuu, euros. ¡Que cruz…! —frotándose, de nuevo, la cabeza.
Golpean la puerta.
“Todo aquel que piense que en la vida es igual,
Tiene que saber que no es así,
Que la vida es una hermosura…”
Antonia a ritmo de Celia Cruz abre la puerta y por micrófono, la cuchara.
Una vecina la empuja y entra sin permiso a la casa.
—Antonia, tienes la música muy alta. No respetas la tranquilidad de tus vecinos. Los tienes a todos en el rellano protestando y como no, me ha tocado a mí, pedirte muy amablemente que quites ese horror de música.
El rostro de Antonia va cambiando por colores. Ella que parece un misto. Solo le falta que le toquen, lo que hace años no le hace reír, para que, por nada, suelte la mano.
—¡Eyy, quieta parada, cotilla! —grita, Katherine, apartando a la vecina que se ha colado en casa—. ¡Un respeto a mi abuela!
—¡Bueno, bueno! ¡Habrá se visto la niñata esta como está hablando! —refunfuñando la vecina.
—¡Oye, tú! —apareciendo en el mejor momento Silvia—. Te marchas cagando leches de esta casa si no quieres que te de una …—soltando en el suelo las bolsas que llevaba.
—¡Cucha, esto, menudas tres! Mejor me voy —saliendo escopeteada, la vecina cotilla.
—Hijas mías, pensaba que jamás vería esto. Si tenéis sangre. Que orgullosa estoy de vosotras. Me vais a hacer llorar —abrazando Antonia a su hija y a su nieta.
—Yo también te quiero —dicen las dos.
—¡Ayy, la salsa, que se quema! Corre, ves a por la pasta. Tráela al huevo, que estoy que lo tiro por la ventana —dice, Antonia, sofocada.
—Madre, se te va la cabeza, me la has pedido a mí esta mañana. Dame, ya sigo yo, descansa, que una mujer, anciana como tú, ya no está para estos trotes.
—¡Cucha, pero que me ha dicho esta niñata! —sacudiéndola con la cuchara.
Antonia descubrió hace mucho tiempo que la vida es demasiado corta para tomársela tan enserio y que vivirla con un poco de vidilla y salseo, te la alarga.
Y así, al ritmo de salsa, las tres comienzan a bailar y reír, sin importarle lo que los demás opinen de ellas.
Besos, La Incondicional.

EDUARDO VALENZUELA

El error fue mío. Yo malinterpreté las señales. Pensé que la mujer que acababa de llegar al vecindario era una bruja.
Para empezar, había restaurado y se había instalado en la casa abandonada de los Pappenheimer, esa conocida familia de brujos que vivió aca hace treinta años. ¿No les parece sospechoso?
El día que llegó fui a darle la bienvenida. Le llevé un trozo de carne de jabalí bañado en mi salsa especial. Cuando toqué el timbre abrió la puerta esta mujercita rubia y pálida como la muerte. Un gran gato negro enroscaba su cola y se paseaba entre sus piernas huesudas.
―Buenos días ―me dijo, fijando sus ojos en la cacerola del jabalí y llevándose su mano cadavérica a la garganta ― ¿En qué la puedo ayudar?
―¡Hola, linda! ―dije yo― ¡Soy tu vecina de allá al frente y quería darte la bienvenida al vecindario! Te traje un trozo de carne con una esquisita salsa secreta que preparo yo.
―¡Oh! ¡Muchas gracias, no tenías que haberte molestado…
―Minnie, llámame Minnie.
―Oh, disculpa Minnie, no me he presentado. MI nombre es Amanda…
―¿Amanda cuánto?
―Amanda Pappenheimer.
―Bienvenida, Amanda.
―Muchas gracias Minnie. Disfrutaré enormemente esta carne. A mi también me encanta cocinar y tengo mis propias recetas especiales ―rió, pícara―. Tengo una salsa secreta que ¡uuuuh! ¡te mueres! ―volvió a reir.
―¡Qué fabuloso! Pues entonces has llegado al lugar indicado por que yo y las chicas de aquí somos fanáticas de las recetas.
―¿Y qué te parece si las invito a cenar mañana? Así nos conocemos todas, les muestro la casa y les doy a probar mi salsa secreta.
―¡Me parece genial, Amanda! Traeré a Marie, Laura-Louise y Melinda. ¡Te van a encantar! ¿Te parece bien a las ocho y treinta?
―Me parece perfecto. A esa hora tendré listo mi caldero ―dijo riendo y haciendo la pantomima de revolver a dos manos y con una gran pala, un caldero al fuego.
Al día siguiente ―a las ocho y treinta― Marie, Laura-Louise, Melinda y yo llegamos hasta la casa de Amanda.
Cuando abrió la puerta se veía aún más palida y ojerosa que el día anterior.
―¡Minnie! ¡Qué gusto verte!
―¡Hola Amanda! Como te prometí, ¡traje a las chicas! Ella es Laura-Louise, aquella es Melinda y aca esta Marie. Chicas, esta es nuestra nueva amiga, Amanda Pappenheimer.
―¡¡¡Hola Amanda, bienvenida!!!
―¡Oh! ¡Gracias, gracias! Pero por favor ¡pasen, pasen!
La casa estaba bastante oscura y por todos lados olía a esa aberración que estaba cocinando. Laura-Louis me miró con preocupación.
Nos sirvió unos coctelitos bastante aceptables. Aunque uno de ellos fue volcado por el gato negro. La copa se hizo trizas y el licor corrió como sangre por el suelo.
―¡Este gato! ―se quejó Amanda, mientras limpiaba― ¡No sé de dónde salió!
―¿Cómo, querida? ¿Acaso no es tuyo? ―preguntó Melinda, mirándome feo.
―¡No, linda! ¡Yo jamás he tenido gatos! Pensé que éste era de algún vecino y por eso se pasea por acá. He tratado de que se vaya, pero vuelve. ¡Detesto el pelo de gato!
―¡Vaya! ―dijo Melinda y volvió a mirarme con recrimináción.
―Y está casa ¿es herencia de tu familia? ―preguntó Laura-Louis.
―¿De mi familia? ¡No! La compré a través de un corredor de propiedades.
―¡Qué curioso! ―insistió Laura-Louis― Es que como tienes el mismo apellido…
―¿Qué apellido?
―Pues, ¡Pappenheimer!
―Pero el mío es Papeneinder. ¿Quién tiene apellido Pappenheimer?
―¡Oh! Suena tan similar. Los antiguos dueños de esta propiedad eran Pappenheimer, querida.
―¡Ja, ja, ja! ¡Qué coincidencias! ―rió Amanda―. ¡Muchachas! Creo que la cena ya está lista. La traeré de inmediato.
Quedamos solas por unos instantes y las chicas se me echaron encima.
―¡Minnie! ¡Dijiste que era una bruja Pappenheimer! Que tenía gato negro y todo. ¡Qué bochorno!
Un olor nauseabundo inundó toda la sala. Detrás de esa peste venía Amanda con una fuente humeante.
―¡A comer! ―dijo la dueña de casa.
Miré a las chicas y todas disimulaban las náuseas.
―¿Qué poción es esta, Amanda?
―Es pavo al jugo con finas hierbas y mi salsa secreta. Por favor, ¡pruébenla!
Marie fue la primera. Todas nos quedamos pendientes de su reacción.
―¡Es dulce! ―exclamó, Marie.
―¡Sí! ―sonrió Amanda, orgullosa.
Todas nos entusiasmamos y probamos su salsa secreta. Era increíble. Dulce y ligeramente agria, pero sin amargor.
―¡Amanda! ―le dije con firmeza― ¿Comiste mi jabalí con salsa? ¿Qué te pareció?
Puso cara de preocupación, hizo una mueca con los labios y me dijo:
―Ay amiga, qué pena me da decirte esto… Creo que no refrigeré bien tu obsequio y cuando lo comí estaba descompuesto. ¡Tuve que tirarlo! He estado vomitando desde ayer ¡Perdona!
―!¿Descompuesto?! ¿Descompuesta mi salsa?… ¡Un momento, Amanda! ¡Un momento! ¡Exijo que nos indique cuáles son todos los ingredientes de tu salsa!
―¿Pero qué ocurre Minnie? ¿Qué hice?
―¡Los ingredientes!
―Es sólo una salsa dulce, Minnie. Lleva tomates, azúcar, vinagre de vino blanco, una pizca de sal… ¡Sólo eso!
―¿Cómo? ― dijo Melinda― ¿Y las patas de sapo? ¿Y la madrágora?
―¿Y la tierra de cementerio? ―agregué yo― ¿Y un ojo de ahorcado?… ¡Mi salsa llevaba dos ojos de ahorcado y una lengua de serpiente!
Amanda se horrorizó, se puso aún más pálida. Tapó su boca con la mano, pero el vómito se le escurrió entre los dedos.
―¡¿Pero qué clase de bruja eres tú?! ―le gritó Marie ― ¿Crees que eres especial? ¡¿Crees que eres mejor que nosotras?! ¿Cómo adoras a Satán con salsas dulces?
Tuvimos que asesinar a Amanda allí mismo.
El error fue mío. Yo malinterpreté las señales. Pensé que Amanda era una bruja como nosotras.

IKER YELED

La salsa de tomate natural, para mí, es un placer de la gastronomía inigualable e incluso, diría, que va bien como acompañamiento en cualquier plato local o internacional.
Es una salsa sumamente deliciosa cuando la como con pasta, sobre todo con macarrones o con espaguetis. También puede ser una maravilla de la gastronomía mezclada con arroz, que es uno de mis platos favoritos o en postres. Es una salsa muy versátil, porque se puede utilizar en todo tipo de plato que se precie en la cocina.
Además, creo que se puede combinar con cualquier guarnición, a saber; si te gustan las patatas fritas acompañadas de carne o cualquier tipo de pescado, te gustará la salsa de tomate. Pero debe ser siempre tomate natural, local, es decir, ecológico. Sino no tendrá el sabor especial que tiene cuando es natural y de calidad.

RAKEL VALDEARENAS

Él cayó al caldero, ella se relamió los labios. Metió el cucharón en la salsa y se lo llevo a la boca, ignoro los gritos de su amante y probó la salsa, su sabor era explícitamente exquisito.
Ahora sabe que ese era el ingrediente secreto que le faltaba a sus platos.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

He de confesar, ya de entrada que nadie me gana en patosa y masla psicomotricidad.
Y, animada por una amida, no se me ocurrió otra cosa que me inscribirme en un cursillo de danza contemporánea a fin de “mover el esqueleto”, como me decía y repetía ella sin descanso.
-Pero soy una patosa, solo lograré hacer el ridículo -le respondía siempre.
– ¿Qué te crees? ¿Que todas las que vamos allí somos la Paulova?
– No, claro, pero algo de ritmo tendréis, que te he visto cómo bailas y lo haces genial. Yo, ya sabes, no voy a una “disco” ni que me maten.
Y esta conversación se repetía tanto en persona como en mail o whatsapp, los que a veces ni respondía.
Por otro lado, como mi esqueleto y musculatura estaban bastante disminuidos, por decirlo de alguna manera y, habiendo ido a clases de prueba de gimnasia, yoga, Pilates, Taichi y una serie de técnicas de lo más diverso y quedar espantada de mi actuación, decidí probar en danza contemporánea, que su nombre ya indicaba que las posturas, pasos y ritmo a seguir, podían ser algo surrealistas. Así que, cuando recibí su whastsapp número diez elevado a veinte y, por supuesto, con tendencia a infinito, respondí afirmativamente.
Y comencé las clases.
Vestida con unos “leggins”, camiseta y calcetines me meti en el grupo siendo presentada por mi amiga.
Me dieron la bienvenida y, como siempre en estos casos, expliqué la motivación de asistir aclarando y dando énfasis a mi patosería.
La profesora, una chica ya no muy joven pero que se la veía muy ágil me respondió que, como se trataba de moverse de una manera no prescrita, es decir, la improvisación era lo fundamental, cada una podría seguir el ritmo de la música a su gusto y moverse de la manera que, interiorizando esa música fuese ella la que nos moviese y nos indicara lo que hacer con nuestro cuerpo.
Y empezamos la clase.
Sobre un suelo de madera y con luz no muy intensa, puso, en honor a mí según dijo, una música clásica bastante lenta y comenzamos la sesión.
-No fijarse en las compañeras- me advirtió en particular- Mejor hoy cierra los ojos y muévete tal y como te sientes escuchando la grabación.
Así lo hice, pero la verdad, la música, sí, era bonita pero no invitaba al movimiento, así que me quedé parada como una estatua.
¿Por qué estás quieta? – me preguntó la profesora acercándose sigilosamente.
-Es que no sé qué hacer- respondí.
– Sencillo, siguer el ritmo de la música.
-Pero la música es tan monótona que solo da ganas de dormir -respondí.
Tras mirarme con una cara entre extrañada y sorpres añadió:
-Pues ya verás, pongo ahora una movida y verás como la sigues. Sobre todo, tienes que ponerle salsa, mucha salsa, que tú la tienes pero la has de hacer salir.
Y de pronto, un rock se aquellos para volverse loco lo inundó todo.
El reto comenzó con unas danzas locas mezcla de danzas africanas con indias convocando espíritus y desde luego, niños haciendo acrobacias en el patio del cole.
Yo, anonadada, para no ser menos, intenté moverme pero por las caras que veía a mis compañeros imagino que era…lo que era, un pato mareado.
Al salir, la profe me animó asegurando que el primer día a nadie le sale bien y que seguro que en unos meses me ponía al nivel o por encima del resto.
Y volví el siguiente día. Y todo seguía de igual manera. Y la profe insistía que en la salsa que tenía que hacer salir.
Incluso la palabra, la tal palabra la generalizó en las clases diciendo:
-Salsa chicas, salsa o el guiso quedará “esaborío” como dicen los andaluces.
Siguieron las clases y la salsa que me salía era mayonesa cortada. No daba ni una. Pero seguía y seguía a ver si la tal “mayonesa” se arreglaba de alguna manera.
Habían pasado ya cinco meses y mi desespero llegó al límite.
Así que al final, sí que puse salsa, y de la buena.
En el supermercado junto a casa, pedí la salsa de color vistoso y más barata que existiera.
Me dieron una de marca más que desconocida pero cuyo color, rojo amarronado resaltaba bastante.
Fui a la clase. Me hice la rezagada en el vestuario y cuando me vi sola, comencé mi experimento.
Encima de una toalla viejísima que mi madre tenía entre uno de los tantos trapos que las madres acumulan a lo largo de su vida, me rocié toda yo, cara y manos inclusive, con la tal salsa y, con la botella en la mano salí a escena, es decir, fui a clase.
Todas me miraron estupefactas sin saber qué hacer o decir. Y, la que llevó la voz cantante por una vez en esos meses, fui yo diciendo:
-Al fin he logrado sacar mi salsa. Quien quiera un poco, tengo para dar y tomar – y enseñé la botella.
Las caras palidecieron pensando que me había vuelto loca cuando repentinamente solté la gran carcajada a la que se unió el resto y que duró gran rato.
No hubo clase, claro y los comentarios se superpusieron,hasta el comentario final de la profe:
-Realmente, tienes mucha salsa, pero encriptada en la zona cómica e imaginativa de tu cerebro. Así que te invito que cambies de intento. Inscríbete en un taller de teatro y te aseguro que no me perderé ni una de tus actuaciones.

GAIA ORBE

La luz se apagó cuando sonaron los cueros. Su mano recorrió el camino de mi espalda en la oscuridad. Mi torso se meció a un lado y al otro. Tres golpes de vientos y el cuarto de espera, dibujaban la letra en los cuerpos. Abrazados en ese son de versos sin rima girábamos en la pista. Suspiros. Balanceos a tiempo inquietaron mis caderas. Eres fuego lento, susurré. Sus labios rozaron mi hombro. Por favor, no pares. Volteé mi mirada. La suya decía: ¡Goza, mujer, de esta salsa caleña! Jadeamos y me bebí de un trago la pasión prohibida.


RAÚL LEIVA

Precuelas de una salsa

Ella no buscaba a nadie, simplemente estaba allí. La historia y la concatenación de algunos hechos la habían llevado a estar frente a frente con aquel misterioso muchacho. Fue amor a primera vista, no había dudas.
Sin mediar palabras, él la llevó a su casa en auto, prefirió ocultarla a la vista de los demás. Algo en el aire olía mal, pero el muchacho era muy bello, no pudo resistirse.
Bajaron y le dio una breve recorrida por la casa, pasaron por la sala, el comedor y terminaron en la cocina, el dormitorio permanecería en el misterio por ahora. Sin dudas era un romántico con una buena dosis de misterio que lo volvían irresistible.
La observó con sus profundos ojos sumido en una ensoñación que detuvo el instante más de lo que podía esperar, sin dudas ella era especial.
De los silencios pasaron a la acción. La posó sobre la mesada suavemente, la acarició y recorrió cada curva, cada zona, llenó su aire con el aroma de su piel. La miró fijo mientras buscaba un vino, lo eligió cuidadosamente. Lo destapó y el añejo aroma a maderas invadió el ambiente embriagándolos. Llenó una copa y lo saboreó gustoso ante la mirada de ella. Estaba definitivamente perdida por aquel muchacho. Sabía cómo tratarla.
Se escondió tras una columna. Sabía crear un clima de sorpresa. Comenzó a sonar una sugestiva música que solo estaba contaminada con el abrir de unos cajones.
De la nada salió con un cuchillo, su mirada había cambiado. Se había arremangado los puños de su camisa de seda púrpura y el cabello estaba desarreglado. Olía a alcohol. trató de atraparla. Ella logró escapar de sus manos y en la alocada carrera cayó al piso. La tomó firme con una mano mientras levantaba el cuchillo. No había salida posible, el final estaba cerca. Introdujo reiteradas veces el cuchillo ante el silencio de su víctima. A pesar de las lágrimas que brotaron de sus ojos, el muchacho siguió arremetiendo una y otra vez hasta dejar el pequeño cuerpo despedazado en una docena de partes.
Mientras todo se ponía oscuro, ella sabía que nadie la iba a extrañar lejos de su tierra natal.
Es complicada e impredecible la vida de las cebollas.

SILVANA GALLARDO

Una cazuela poética.
Es una persona muy cursi, la que guarda esta piel, este corazón, esta alma. Siempre se topa con la sensibilidad de los que atesoran palabras. Convierte una cazuela de barro en un lugar bohemio que honra la poesía. Adereza con melancolía las emociones que vibran con intensidad sus corazones e invitan a disfrutar una dulce salsa de sentimientos que son perennes en el corazón.
Qué gran receta para una ensalada extravagante:
-«Percibo lo secreto, lo oculto,
¡Oh, vosotros, señores!
así somos,
somos inmortales…» Decía Netzahualcóyotl.
-«A la mejor cocinera se le va un tomate entero»
-«Romero bendito, de Dios consagrado que fuiste nacido y nunca sembrado. Por la virtud que te ha dado, haz que entre lo bueno y salga lo malo», bendito conjuro.
-«Antenoche fui a tu casa, tres golpes le di al candado. Tú no sirves para amores, tienes el sueño pesado». Sabrosa copla tradicional.
Voz del pueblo que da colorido y folclore, es condimento a la vida, pero hay más ingredientes para alimentar el alma, ¡ay, poetas! saben lo que sentimos y escriben lo que callamos:
-«Amar con pena y resabio, es el mayor sacrificio. Vale más tonto y no sabio que amante pero sin juicio, para no sentir agravio, ni agradecer beneficio».
-«Y temes que otro amor mi amor destruya? ¡Qué mal conoces lo que pasa en mi! No tengo más que una alma que es ya tuya y un solo corazón que ya te di…»
-«…Y di culto a este mundo estrafalario, y en mi gastada juventud inquieta, vestido de arlequín subí al calvario, y empapé con mi llanto la cartel. Más penitente ya, sufro callando y consumido de letal tristeza, por la vía dolorosa voy cargando la ridícula cruz de mi pobreza…»
-«El presente tiene memoria, la cual si no se vuelve pasado, es porque nosotros hemos muerto».
-«…No hay soledad, no hay muerte. Aunque yo olvide y aunque yo me acabe».
Esta es una salsa agridulce marinada con poesía, que acompaña nuestra horas, en la mesa de la vida, instantes en silencio y dulce melancolía.
Se acabó, pero persiste en el fondo de esa cazuela, que quedó impregnada de deliciosas palabras inmortales.
¡Qué paradoja! porque no acaba, la palabra es universo, traspasa todo, incluso lo infinito.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Marta Piñeros era una periodista audaz capaces de llegar hasta el último rincón del mundo tras su reportaje para el periódico El Tabloide. Un día el jefe de redacción la llamó con un grito que sonaba a despotismo claro y simple.
—Marta, qué estás esperando ven aquí, es urgente que hablemos.
Marta, con una mueca de disgusto ante el llamado brusco de su jefe, se asoma a la puerta de la oficina de Robert, repleta de papeles, con olor a cigarrillo y café.
—Mi estimado jefe de redacción, Robert Mur, será que puedes esperar un momento, tengo una persona en mi oficina y tus gritos se oyeron en todo la redacción.
Cigarrillo en mano, le hace una señal de aprobación y disculpa a la vez, agregando:
—Te aguardo, pero no me dejes plantado.
Marta, muy sonriente regresa a su oficina, para proseguir con su trabajo, pues estaba sola. Había recurrido a una pequeña mentira para poner en su sitio a su jefe Robert, quien tenía muy alto su ego y se le olvidaba que estaba rodeado de seres humanos iguales que él.
Pasadas unas horas, Marta regresó a la oficina de Robert.
—Hola mi estimado Robert, por acá estoy, dime para qué soy buena.
—¿A dónde me vas a mandar esta vez?
—Verás Marta, necesito un buen reportaje que haga vibrar a nuestros lectores en sus emociones, también que toque los lados ocultos de una subcultura enquistada en un país. Donde la sociedad calla y acepta por estar separada de ese ambiente.
—Me fascina tu propuesta, me interesa, la acepto. Mientras le sonreía a Robert pensaba:<<estos reportajes son mi vida, será por eso que le soporto sus maneras>>
—Bien, dame unos días y te lo pondré en tu escritorio.
La curiosa e incansable reportera se fue muy pensativa a su oficina. Estuvo un rato leyendo las últimas noticias por la Internet y dejando que el subconsciente actuara pues era de las que decía: <<la musa no es para mí, la disciplina sí, la capacidad con una mezcla muy grande y profunda de conocimiento harán la salsa perfecta para mi reportaje, con un toque de audacia y valor >>
Ya era de noche cuando partía hacia su pequeño departamento, donde vivía con su gato, Peluchin. Un bello Angora que solía darle sus acostumbradas expresiones de cariño al restregarse suavemente en las piernas de Marta.
—Peluchin ¿cómo has pasado tu día?, —¿te comiste las sardinas que te deje con tu salsa gatuna?
El imponente gato, se estiraba como un acordeón, emitiendo sus ronroneos.
Luego de comer, Marta se sienta a leer para buscar el sueño y el descanso de la mente. Cuando de pronto las ideas fluyen en forma imparable sobre el reportaje solicitado por Robert.
Cerrando drásticamente el libro entre sus manos, se levanta y mira hacia la ventana del salón iluminado por la vieja y confortable lámpara especial para leer que le había obsequiado su abuela, la Anamama, que le contó una vez que existía unos suburbios en la ciudad, llamados barrios donde imperaba unas ceremonias funerarias fuera de lo común.
Con la decisión que la caracteriza, esperó que sol saliera para emprender la búsqueda de aquel barrio descrito por su abuela.
Conduciendo más de hora hacia el oeste de la ciudad, divisó unas laderas de montañas cubiertas de pequeñas casas amontonadas, construidas con todo tipo de materiales como latas, ladrillos sin frisar. Para su asombro, cada casita tenía una envidiable antena de conexión para cable de televisión de un muy reconocido proveedor.
Con prudencia dejó el auto aparcado en un estacionamiento privado y comenzó a caminar hacia el barrio. Observando todo el entorno, en especial a sus habitantes, encontraba todo tipo de vendedores ambulantes, perros famélicos buscando el sustento entre la basura, acompañados por niños con bolsas muy grandes y medianamente pesadas cargadas de latas de aluminio. A medida que se adentraba en la barriada encontraba infinidad de escalinatas de cemento que la conducían a laberintos rodeados por casitas comunes separadas con paredes y puertas, más bien apertura que podrían estar cubiertas por telas de colores pintorescos.
Cámara digital en mano tomaba fotos de la infinidad de mezclas de una arquitectura única y original realizada con las manos artesanales de sus habitantes.
Su figura y acciones obligaba a ser discretamente perseguida por los dueños y delincuentes que dominaban el territorio. Pronto Marta se convirtió en presa para los mala conducta llamados: ¨malandros¨
—Mira, chama, párate allí o te quemo, dame el celular y todo lo que tienes.
Sin entender muy bien, lo que le decía el delincuente, pues su tono de voz y articular de palabras le sonaba a chillidos con una salsa agridulce. Se detuvo y lo miró directo a los pequeños ojos negros y detallándolo le dijo:
—Tranquilo, vengo a colaborar con tu comunidad, soy amiga de Pedro, el líder social nos encontraríamos en la cancha de deporte.
—Chama, me da igual a lo que vengas, dame lo que tienes, si no te quemo.
Con un gesto brusco y decidido sacó una cuarenta y cinco que ocultaba bajo una franela de estilo subliminal, con un paisaje caribeño de fondo y letras de colores, formando la frase:
¨ esta noche necesito salsa ¨
La periodista, con su astucia a la máxima potencia, le respondió:
—Mira chamo, te puedo hacer famoso en las redes sociales, tengo muchos contactos y si quieres me das una entrevista y tu fama llegará a la televisión.
El delincuente dudó, y retiró el dedo del gatillo, conservando el arma fuera del cinto donde siempre estaba.
Marta poco a poco le fue hablando y describiendo la escena que lo llevaría a la fama. Fueron minutos que se le hacían eternos a la periodista, pero confiada en que la estrategia funcionaría.
—Tú debes ser una paca quien sabe si hasta sapa.
Con su jerga muy característica de la mala conducta, le expresaba que no confiaba en lo que le decía.
Marta ya empezaba a sudar, cuando de pronto apareció Pedro, el líder comunitario que conocía cómo se bailaba la salsa de las comunicaciones entre la diversidad de estereotipos de la barriada.
—Menol tranqui, esta tipa tiene pulso y es mía. Recuerda que yo soy pana del convive.
Marta sorprendida y sin entender una palabra, vio marcharse al malandro.
—Muchas gracias, me imagino que eres Pedro.
—Si licencia, en que la puedo ayudar. No quiero que se lleve un mal recuerdo de este barrio. No escondemos lo malo, pero también existen cosas muy buenas, la solidaridad y el compañerismo reina con sabor a salsa caribeña.
—Sí, he oído salsa casino, cubana, pachanga. Pareciera que cada quien disfruta la vida al son que le toquen.
—Exactamente, cada estereotipo tiene una distinta vibración y aprendemos a conectarnos con las diversas vibraciones para poder convivir en esta comunidad.
—Ahora, cuénteme, ¿qué trae a una reportera por acá?
—Quiero hacer un reportaje sobre: las ceremonias fúnebres de los mala conducta, por eso le decía al muchacho que podía ser famoso.
—Si esas ceremonias, como las llama usted, están tomando fama, es una forma completamente diferente de acompañar al difunto a su última morada. —Le propongo que se venga en dos días, pues ayer mataron a un miembro de la banda del barrio y esperan que el forense entregue el cuerpo.
—Le recomiendo que para ese día, no entré sola al barrio, espérame acá en la avenida principal.
—Estrechándole la mano y con una sonrisa de agradecimiento, Marta se retiró.
Según lo acordado, llegó el día del encuentro.
—Hola Pedro, ¿me puedes adelantar algo de lo que vamos a presenciar? Le preguntaba Marta con la impaciencia acostumbrada.
—El difunto es acompañado por numerosos motorizados en un ambiente que mezcla el dolor de los allegados con descargas de balas. Algunos de los presentes exhiben sus armas y realizan, en medio de la muchedumbre, una especie de rutina en la cual uno por uno dispara repetidas veces. Por eso te aconsejo, ten cuidado y no te separes de mí.
>>Toma en cuenta que los malandros se balancean entre los arquetipos del héroe y del villano y pueden llegar a convertirse, gracias al poder que le dan las armas y la violencia, en las figuras más respetadas de su comunidad.
Al llegar al sitio, el olor entre mariguana y licor era fuertemente percibido.
Marta se encontraba frente a un grupo de malandros, que son sinónimo de triunfo para algunos y de corrupción para otros. De la misma manera en que viven al margen de los valores de la sociedad.
Sus funerales parecen ser un rito de pasaje con códigos compartidos.
La periodista tomaba fotos y anotaba con detalle la ceremonia que se desarrollaba con el muerto homenajeado por sus pares al ritmo de una salsa entre llantos, licores y tiros al aire.
Así fue como la comunicadora social escribió su reportaje titulado:
¨ Como salpica la salsa caribeña y el son en las barriadas populares de mi ciudad ¨
Pasaron los meses y Marta fue ascendida a jefe de redacción de periódico el Tabloide.

ALMUT KREUSCH

La solución
¡Mon dieux!—, exclamó Madame Delapierre, arrugando la nariz con desaprobación. Enfadada, hizo sonar la campanita de plata que tenía a mano, como siempre, sobre el almidonado mantel de lino blanco. En seguida apareció Théodore, el viejo mayordomo. Con expresión impasible preguntó respetuosamente: «¿Qué desea madame?
— ¡Que se presente inmediatamente la cocinera!
— Ahora mismo, madame—, contestó Theódore retirándose silenciosamente de espaldas y solo se dio la vuelta en el momento de abandonar la estancia.
Unos minutos más tarde apareció Antje, la joven cocinera holandesa, con las mejillas encendidas y visiblemente nerviosa mientras alisaba sin parar su inmaculado delantal blanco.
Sin preámbulos madame Delapierre le espetó: — ¿Qué diablos te ha pasado hoy con la salsa Isigny? ¡ Como si no fuera bastante difícil encontrar espárragos decentes en estos tiempos de guerra y para colmo me los sirvan con una papilla asquerosa que no sabe más que a harina!
—Le pido mis más sinceros disculpas, Señora—, sollozó Antje con los ojos clavados en el suelo —, pero desde hace semanas es prácticamente imposible conseguir mantequilla. Ni en el mercado negro.
— No me vengas con esas, niña, los franceses necesitamos la mantequilla como el aire que respiramos y sólo porque un perezosa y desganada cocinera holandesa no encuentra donde comprarla me tengo que conformar con un vil sucedáneo.
Y en voz baja, amenazadora y siseando como una víbora—: Si es necesario, búscala debajo de las piedras. Porque si no, puedes preparar tu hatillo y volver a tu país donde no hacen más que comer queso Gouda y poffertjes, tan repugnantes como la papilla que te atreviste a servirme.
Antje se retiró del comedor del mismo modo que el mayordomo.
Ella no quería perder el trabajo que tanto le había costado conseguir, no quería volver a su país, a la incomodidad de su casa, al duro trabajo en el campo y en la pequeña explotación ganadera de sus padres y aunque Holanda permaneció neutral en esta Primera Guerra Mundial, la vida no fue fácil para su familia.
Mantequilla… Recordaba cómo su madre amasaba la mantequilla a partir de la espesa nata de las vacas frisonas, cómo olía, cómo brillaba y, sobre todo, cómo sabía. La metía en pequeños moldes rectangulares que se guardaban en la fresquera para poder desmoldarlos con facilidad. Despues envolvió los pequeños bloques en papel de pergamino para su venta en el mercado semanal.
Y sí…
Corrió a la oficina de correos más cercana y envió un telegrama a su padre: «Papá, Francia se está quedando sin mantequilla, si no la consigo, me despedirán. Por favor, ayúdame…»
Este fue el comienzo de un floreciente negocio de mantequilla entre Holanda y Francia que salvó de la decadencia croissants, puré de patata, beurre noisette, tartas y quiche, carne, prácticamente toda la cocina francesa. Y, sobre todo, la salsa Isigny, que desde entonces se ha hecho famosa con el nombre de Sauce Holandaise.

 

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9 comentarios en «Salsa – miniconcurso de relatos»

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