Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «solo un beso». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de septiembre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Solo un beso consentido o no puede ser motivo de debate promovido por los medios de manipulación (digo de información) disculpe lector mi incongruencia.
Solsticio inminente,
omnipresente resiliente ,
languidece en la nada,
obviedad silenciosa;
unánime respuesta ,
nimiedad olvidada,
bobalicona fémina ,
enviuda en el tiempo ,
sombrío recuerdo,
ostentoso objetivo.
¡Feliz aniversario! Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas.
Ocho años cumpliendo sueños y haciendo realidad los sueños de muchos autores y autoras. ¡Por muchos más!
-¿Un pico?- preguntó Luis con ojos golosos.
-Pues vale- contestó Jennifer sin vacilar.
A veces solo un beso puede conseguir más que muchos años de corrupción (ante la corruptela no se hace nada porque ya es considerado lo normal).
-¡Que no voy a dimitir!- vociferó Luis hasta cinco veces en la asamblea recibiendo los aplausos de su séquito ( claro era su jefe, días después tras inhabilitar al bueno de Luis empezaron a sacar comunicados diciendo que su comportamiento era impropio dado su cargo. ¡Y el tuyo también palmera, pelota, lame botas!)
Y ahora gracias a la acción de «solo un beso llego a esta conclusión tras este asunto sin parangón: «no tenemos que lamer la bota del que nos da la patada, tenemos que unirnos para quitarle la bota».
Dicen que dicen que todos tenemos una maldición en un hombro y un amor en el otro. Si el amor está en el lado izquierdo, puede ser una maldición, pero si la maldición está en el derecho, nunca te librarás de ella, hasta la muerte.
Pasa el amor a través de la hierba, a través del sonido del río o a través de las franjas de las nubes; atraviesa las palabras, los atardeceres y las promesas vacías, atraviesa todo y luego atraviésate a ti mismo, y cuando te hayas medido con todas las flores cubiertas de rocío y todos los escalofríos oscuros, date la vuelta y mira lo que aún brilla en tu ser.
Por eso viajo por la eternidad en espirales.
Quise entender por qué somos sonido, pero no somos música, el día comienza al atardecer y las hojas de los árboles saben silbar más lejos de la primavera. No brillamos con limosnas pero en sentido de las estrellas y las historias son de noble linaje, todas traídas por los astros y difundidas por los luciferes, corremos tras ellos hasta que los corceles pierden los cascos y enverdecen. Así volvemos a empezar, con un grano de oro, una gota plateada o un suspiro de seda que no salió del escarpado cesto de hueso del pecho.
Soy una y no supe nada, como el molino no sabrá moler antes de que los revuelos de las aguas lo desborden.
Flor de lis, flor de premura, flor de flor.
Cual hija de la moira llamada Láquesis o Lákhesis, nombrada apropiadamente y entrelazada por tres, siempre dispuesta a dar sus ojos para la bienandanza de las almas, pero al final también por Zeus y Temis. Amarga herencia que su madre tenga los ojos atados ante la justicia o tal vez Zeus fue quién olvidó la capacidad de perdonar doncellas: los días testificarán y los hechos los clavarán en verdades.
No vine al mundo sino del milagro de un pesar rebelde. Mi progenitora se precipitó a hacer jiras del lino que la envolvía cual escudo; cometió el error de medir mil veces los pasos ajenos y solo una vez el hilo de su propio destino; desterrada se vio, convertida en simple oveja negra y nací entre pajas y barro.
Nadie escudriñó mi insignificancia mortal y en la vergüenza aprendí la humildad. Cuando no ves tus raíces, el viento te lleva de un lugar a otro y tus pasos se arrastran según sea necesario. Me rompí las palmas cavando el destino y regando los tallos de la desgracia con el agua viva de los ojos incomprendidos.
Llegó aquello como si fuera mío, hasta que Lucero, mi custodio, me dijo lo que decía encima de mí y lo que tenía que hacer por esta tierra.
Flor de lis, flor de remordimiento, flor de flor.
Así gira la vanagloriosa rueda del mundo, y los que caen deben levantarse para volver a caer. ¿Cómo puedo hacerte comprender un misterio del que solamente tengo un extremo del hilo y está atado con siete nudos? Tomé la tormenta de la mano y comencé a segar árboles con dolor.
No había querido ese propósito, ni había pedido tener un nombre bastardo, ¿por qué las campanillas pagan los pecados del invierno? Sueño que devora otro sueño; la impiedad entorpecía mi paso cuando todas corrían augustas a mi alrededor.
No hay peor tribuna que una llena de falsa castidad, acrecentados lustres perdidos y proclividad del juicio fácil.
Flor de lis, flor de olvido, flor que aflora.
Sin derecho a potestad, miro las alabanzas de otros caminos, y he recogido todas mis desfortunas. Escuché cada estrella por separado y todas se ahogaron en el mismo lago: sacudiré mis hombros hasta que queden limpios y ofrendaré una vez más mi salvación.
Si cada ego quedara satisfecho, desataré las acerbas cadenas de maldiciones y me liberaré del Olimpo y los prejuicios; por ello dime ahora que lo sabes todo, dime que todavía quieres este beso mío, tal vez dejen de llover los copos de piedra en el jardín de mi mundo, en este momento y esta dimensión.
La subida al altillo de la casa familiar siempre había estado prohibido para los pequeños de la casa. Año tras año, durante los últimos cinco, Gabriel le había pedido insistentemente a su abuelo que le dejase subir a echar un vistazo. Su imaginación había hecho el trabajo, pero quería que sus sentidos pudieran disfrutar de los misteriosos y desconocidos objetos que allí guardaba el dueño de la casa. Por detrás con cinco años venía Jaime, y como nueva generación, sumados a sus diez años recién cumplidos, pensaba que ya era mayor y se sentía con el derecho de poder subir.
—Abuelo. ¿Cuando me vas a dejar subir alli? Me prometiste el año pasado que cuando cumpliera diez, me dejarias—al tiempo que señalaba la puerta cerrada.
—¿Ya tienes diez años?
—Si, recién cumplidos. El martes de la semana pasada.
—Vaya, que mayor. No me acordaba. La última vez que estuve allí arriba fue con tu difunto padre cuando tenía tu misma edad. De eso, hace mucho, hijo—mientras le acariciaba la mejilla y le daba un beso en la cabeza.
—Me lo prometiste. ¿Podemos subir ahora?, Anda, venga, vamos—insistió mientras le tiraba de la manga para que se moviese.
—Está bien, está bien. Déjame buscar la llave. Pero no se lo digas a nadie, ¿Vale?, y menos a tu madre. Sabes que no le gusta nada ese lugar. Dice que le da escalofríos. Siempre ha sido un poco exagerada, je,je,je.
—Vale—contestó el nieto devolviéndole las risas complices mientras el abuelo se ponía el dedo indice en la comisura de los labios y lo miraba fijamente con sus dos grandes ojos color miel.
Un minuto más tarde, las oxidadas bisagras de la puerta del trastero dejaron paso a una colección de polvo en suspensión y una desagradable sensación de humedad en el ambiente.
—¡Que mal huele!—exclamó Gabriel mientras se tapaba a nariz imitando una pinza con los dedos.
—¡Ba! No exageres—. contestó éste para endurecer el carácter de su nieto.
Trascurridos unos minutos, el nieto fue acostumbrado su vista y su olfato mientras no quitaba ojo de todos los extraños objetos que ocupaban, afinados, cada hueco de aquel, hasta hacía escasos minutos, prohibido lugar.
El abuelo, preocupado en parte por ser descubiertos, se quedó cerca de la puerta entornada mirando de vez en cuando y agudizando el oido por si venía alguien escaleras arriba. Ya no oía como antes y los achaques eran frecuentes. Desde hacía diez años, se habían vuelto recurrentes y sabía que su fin estaba próximo.
Mientras, Gabriel seguía observado y tocando cada uno de las cosas que estaban a su alcance. De repente, por el rabillo del ojo, algo atrajo su atención al fondo del trastero. Era algo brillante, rectangular como una caja que destacaba del resto de las sombrías figuras y formas de aquel sitio.
—Abuelo, ¿Qué es eso que brilla?—preguntó dirigiendo sus pasos hacía él.
El abuelo, antes de contestar, volvió a mirar hacia la puerta y tras asegurarse de que no venía nadie, la cerró y se dirigió hacia donde estaba su nieto.
—¡Ah! ¿Eso? Nada, no es nada. No es más que una vieja atracción de feria. ¿La quieres ver?
El ofrecimiento era irrechazable y la contestación afirmativa moviendo impulsivamente la cabeza arriba y abajo de Gabriel, no dejaba la menor duda de sus deseos.
Tras tirar de ella arrastrándola entre los dos, la situaron en el centro del trastero. El abuelo apretó un botón y aquella extraña caja metálica dejó salir una especie de humo de su interior mientras sus dos tapas se abrían como las dos hojas de una ventana. Cuando el humo se disipó, el contenido de la caja quedó al descubierto.
—¿Qué es abuelo?, ¿Para qué valía?
—Te lo explicaré. Mira. Antes en las ferias ambulantes, el cliente se ponía aquí de pie y el feriante apretaba este botón mientras se daban la mano. Entonces, la máquina sacaba un papel por este otro lado y le decía al cliente si era bueno o malo de corazón. Le decía si era puro y buena persona, o si por el contrario era malo.
—Yo quiero probar, quiero probar—imploró Gabriel dando pequeños saltitos mientras juntaba las manos en señal de rezo.
—Está bien, pero deja de saltar que nos van a oír. Bien, yo haré de feriante y tú de cliente, ¿De acuerdo?—mientras se posicionaban correctamente.
—Si, si.
—¿Listo?
—Listo.
—Pues allá vamos. Dame la mano y no la sueltes, ¿Entendido?
En el preciso instante en que el abuelo apretaba el botón, miró instintivamente hacia la puerta ante la atenta mirada de su nieto que notaba que aquella máquina comenzaba a temblar y emitir una intensa luz que los rodeaba por completo. Cuando se dió la vuelta sus ojos color miel se habían vuelto rojos sangre, y la cara del abuelo se había desfigurado. Gabriel aterrorizado, intentó soltarse pero el abuelo no se lo permitió. Transformándose en algo horrendo, abrió la boca convertida en fauces de una bestia y le proyectó un haz de luz contra la cara de Gabriel.
Unos segundos después, la luz cegadora cesó y ambos cayeron desmayados al suelo.
No habían transcurrido ni dos minutos cuando Gabril se despertó. Se acercó al cuerpo de su abuelo y se rio diabólicamente al comprobar que la transmutación de mentes había funcionado. Asegurado de que el cuerpo del abuelo ya no volvería a despertar, se levantó y lo miró desde arriba.
—Bien. Tengo que salir de aquí.
Tras reponerse, el ser de otra dimensión se acercó a la puerta y la abrió. Respiró hondo dentro del cuerpo de Gabriel y gritó pidiendo auxilio para su pobre «abuelo». Los paso ya se oían, cuando volvió a su lado, y agachándose, le dió sólo un beso.
”Me has servido bien todos estos años, pero ya estabas obseloto y cada vez dabas más fallos. No podía permitirme que la misión fracasase por culpa de ello. Espero que este nuevo cuerpo de diez años terrícolas sirva bien a los propositos de la misión durante muchos tiempo. Lo cuidaré bien, no te preocupes» pensó en el preciso instante en que su madre y su tío entraban en el trastero y él disimulaba llorando por su abuelo como haría cualquier niño de diez años.
El cielo negro amenazaba tormenta en su corazón. Solo pensaba en la dueña de la noche de estrellas y en sus labios, solamente quería un beso, con eso le bastaba. Lo había intentado casi todo, pero sus acercamientos se habían topado con la frialdad por respuesta, sus insinuaciones con el silencio y sus versos con la indiferencia. Ahora se le presentaba otra oportunidad de expresarlo de nuevo, pero las expectativas, a tenor de los antecedentes, no eran muy halagüeñas. Se había convocado el I certamen de Canción Romántica “In Memorian de Coronado”, un cantautor maldito que se había distinguido por sus excelsas baladas llenas de romanticismo y sensualidad y él sabía que “noche de estrellas” estaría entre el público, así que se inscribió en el dicho concurso, ahora solo faltaba componer la canción adecuada para tocar la fibra de esas estrellas que cubrían su cuerpo.
Llegó por fin el tan ansiado día del concierto y allí en primera fila estaba ella, resplandeciente como siempre, brillando con luz propia sobre el resto de los presentes, al menos para él.
Uno tras otro fueron desgranándose sobre el escenario los temas de los diversos cantautores y cantautoras hasta que llego su turno, el destino lo había premiado con actuar en último lugar, lo cual era una ventaja, pues es sabido que lo último que se escucha borra lo anterior.
Sonó un cálido aplauso al salir al escenario, incluso ella aplaudía, lo que hizo que todavía él se viniese más arriba y sacase “ese duende” que los grandes genios tienen cuando interpretan algo que los desgarra. Se hizo el silencio cuando sonaron los primeros arpegios de guitarra en mi menor (el tono de la derrota y de la desesperación) y él mirándola a los ojos empezó a entonar:
Separaremos
lo puro de lo bello,
lo bonito de lo barato
y lo eclesiástico del cielo.
Confundiremos
las churras con merinas,
el pecado con la pasión
y la moral con la moralina.
Y ahora seremos libres
en nuestro paraíso,
comiendo la manzana
que nos mandó al abismo.
Navegaremos
los mares y océanos
en el barquino de papel
que la vida nos ha dejado.
Pereceremos
perdidos en el deseo,
por tus labios encendido,
deseando solo un beso.
Y ahora seremos libres
en nuestro paraíso,
comiendo la manzana
que nos mandó al abismo.
La ovación fue atronadora aunque él no pudo disfrutarla del todo al ver como ella abandonaba su asiento sin ni tan siquiera mirarlo. Abatido y derrotado, cuando acabó el protocolo, se fue al camerino a llorar su enésimo fracaso, al abrir la puerta vio un papel en el suelo, se agachó intrigado y lo recogió con parsimonia, estaba en blanco pero había una flecha indicando que le diera la vuelta.
“No tendrás solo un beso mío, tendrás el lote al completo, seré las estrellas de tu noche y tu serás mi cielo de estrellas”.
Y colorín colorado, este cuento ha acabado bien y fueron felices y comieron… comida variada.
Mirando al mar, con la brisa entre tus labios y el olor a sal, me robaste un beso. Un sólo beso. Azúcar y miel. Universo y vida. El primer beso que me dabas. Me lanzaste a un vacío lleno de emociones, me arrojaste a un precipicio de tentaciones, a la corriente de un amor entre olas y espumas. A una vida larga y completa de sensaciones, abrazos e ilusiones.
Nos miramos durante un largo espacio de tiempo, deseándonos con inocencia, la mirada en silencio sin comprender bien; si era un saludo o tal vez, la amarga despedida de una realidad prohibida. Conocernos y entendernos.
¡Que tire la primera piedra quién no haya robado al alba un beso, alguna vez! frente al mar. Frente a unos ojos serenos que te miran, desconcertados, que te buscan, te necesitan. Aquella fue la primera vez. Aún recuerdo como acariciaste mi alma, me transportaste a otro mundo diferente. Al mundo del amor dónde todo se entrega por nada. Me acariciaste el corazón con tus labios. La fragilidad, las emociones y la ilusión, dar y recibir sensaciones, todas amontonadas sobre las ganas más fuertes y suspicaces, los sentimientos. La vida y las emociones trajeron de la mano con aquel beso robado y tantas cosas más.
Mirando al mar. Hoy, cincuenta años después, con la vida pasada y la vista cansada, el amor en el corazón, y los ojos llenos de lágrimas, recordando y suplicando la vuelta de aquellos viejos tiempos. Esperando que de nuevo me robes un beso impactante, enamorado hasta el alma. Nada es igual, la decepción de la vida me ganó. Deseando retener todos los momentos escapados, guardarlos en mi recuerdo, pero se han escapado. Nos miramos y comprendimos que era el último de los momentos pues la vida ya se acababa el camino en poco tiempo. Estamos viviendo el final que nos ha tocado.
Mirando al mar, algún tiempo después esperaba que apareciera la luna hermosa y llena; pero tú, ya no estabas. Entre el olor del agua, el sabor agridulce del aire, el resplandor de la noche sólo tenía sombras, faltaba tu brillo.
En aquel poyete tan clásico del paseo marítimo, sólo quedaba la soledad del recuerdo de un beso, un sólo beso robado grabado y un inmenso mar jugando con el cielo, como si nada de esto hubiera pasado.
El beso. No hay disciplina artística más besucona que la literaria. En casi todas las historias hay besos para aburrir y son de todos los tamaños, intención y colores. Para grande por su dimensión, sin ir más lejos, el de Rodin, que inmortalizó en piedra el ósculo prohibido de Paolo Malatesta y Francesca da Rimini, asesinados entre 1283 y 1286 por Gian Ciotto Malatesta, hermano de él y esposo de ella, cuando descubrió que eran amantes. Hay apellidos que parecen predestinados a la tragedia.
Existen besos turbadores, que da un poco de grima verlos, para que me entiendas, como el fraternal morreo que se pegaron en 1979 Leonid Brezhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA), durante la conmemoración del 30 aniversario de la extinta República Democrática Alemana, una fotografía inquietante que dio la vuelta al mundo y que hoy, inmortalizado en un lienzo de lo que fue el muro de Berlín, sigue llamando la atención de los turistas que visitan la capital germana. Proliferan los besos de colores: rosas, amarillos, azules, verdes, violetas, negros…, aunque estos últimos tienen mala prensa y mejor los ponemos en cuarentena.
Arquetipo del beso traidor es el de Judas. Qué malamente lo ha tratado la historia, pobre. El discípulo más querido de Cristo, el más leal y ferviente seguidor del galileo. El mismo Jesús puso en sus manos la gestión financiera del grupo apostólico, una clara muestra de confianza, viniendo de un judío y del linaje de David, nada menos. En lo tocante al dinero, el pueblo de Israel no se anda con tonterías y tiene mucho cuidado con quién se juega los cuartos. Judas bebía los vientos por el Maestro, tanto que lo entregó a los romanos, convencido de que, siendo el Mesías, los correría a capones, sacando de una puñetera vez al pueblo elegido de la opresión imperialista. Se ve que los tiros no iban por ahí, alguien tenía que cargar con el muerto del fiasco y, qué mala es la gente, le tocó a él.
Besarse en la boca es una manera habitual de escenificar el amor. A la que podemos ya estamos dándonos el boquerón. Pero no seríamos tan besucones, si supiéramos que con un solo beso de diez segundos podemos compartir con nuestra pareja hasta 80 millones de bacterias. Unos científicos holandeses se han tomado la molestia de investigar el fenómeno, llegando a esa conclusión. Aunque no especifican si el experimento se hizo con lengua o a morro prieto. Shakespeare pone en boca de Romeo la siguiente frase; «Mis labios son un peregrino que quiere explorar tus labios, un santuario sagrado»; toda esa lírica se ha venido abajo por culpa de la ciencia.
Antes de que Capuletos y Montescos anduvieran a cintarazos por Verona, en Teruel —que sí, también existe—, ya festejaban Juan de Marcilla e Isabel de Segura, pero como él andaba corto de liquidez, el padre de ella concertó el matrimonio de la chiquilla con un rico pretendiente. Juan le pide a Isabel un beso: «Bésame, que me muero», y ella responde: «Quiera Dios que yo falte a mi marido; por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí». Él, inasequible al desaliento, suplicó de nuevo: «Bésame, que me muero». Repuso ella: «No quiero». Entonces Juan cayó muerto. Tieso como un ajo el de Marcilla y arrepentida ella, en el velorio del muchacho, delante de todo el mundo, lo besa con pasión y cae igualmente fulminada. Siglos llevaban los amantes de Teruel emocionando al mundo con su historia, hasta hoy, que gracias a la ciencia holandesa, conocemos los efectos perniciosos del beso y sus bacterias asesinas. Mira tú si no podían haberse entretenido criando tulipanes, los jodidos.
En fin, que el beso es peliculero, a veces ingrato y puede que lleve bichos, pero, qué quieres, da gustico, oye, y para tres días que se vive…
Es falso que todos los pueblos sean iguales. Benimengil de la Cueva mismamente no tiene parecidos porque le cruza un río de aguas ahítas de misterio. Antes fue un regato pero un deshielo y las crecidas posteriores le convirtieron en río caudaloso. No existían puentes o esta historia en particular no los menciona, y los habitantes de las dos orillas tampoco disponían entonces de teléfono y otros adelantos y solo se hablaban a voces y por señas. Se sabía que los de la margen izquierda cuando llegaban a la orilla, se miraban en el agua y retornaban a sus casas contentos y gloriosos. El río les había devuelto su imagen mejorada. No sucedía lo mismo con los que habitaban en la margen derecha, que volvían enfadados y melancólicos, el río les negaba su retrato. Desconocían los de esta orilla que cuando descargaba una tormenta las aguas se enturbiaban.
Había noticias de que en la margen derecha habitaba un poeta encargado de cantar en versos las glorias y venturas del pueblo, el cual tuvo un día la ocurrencia de contar en la mitad de una estrofa que él había visto en sueños a seres humanos morando en el río, que hablaban y podían besar. Lo recitó en las fiestas patronales y por una mica no le arrojaron al fondo con una piedra atada a los pies.
Novedad tan principal llegó a los habitantes de la otra orilla y se caían de risa, porque Angélica, una dama llegada de más allá de las fronteras, se bañaba al amanecer en aguas que a horas tan tempranas bajaban cristalinas. Y ella misma anunció al alcalde que el agua no solo servía para beber, sino que era bueno meterse en el río y nadar. Y como no lo creían, reunió una mañana a los más escépticos y se lanzó al río. Menudo revuelo se produjo cuando en presencia de todos chapoteaba en el agua. Hubo primero temores y ¡ayayai! y vivas luego y parabienes cuando volvió sana a la orilla.
Cesaron los aplausos, y dijo Angélica que sería justo comunicar esta ventaja a las gentes del otro margen, porque el río no tenía dueños. Lo rebatieron los presentes respondiendo que en el río había un secreto que había que guardar, que solo un poeta lo conocía y allí no había poetas.
El poeta vivía en la otra orilla y se llamaba Darío, y tenía dos encargos, fabricar versos y vigilar la altura del caudal, pues de subir el agua en demasía anegaría el huerto que su padre cultivaba.
En la tarde de un tórrido verano descendió el poeta hasta los límites del río que excepcionalmente bajaba cristalino. Empezó a tomar medidas, pero sus ojos se ofuscaron y le hicieron chiribitas. Angélica se zambullía en medio de la corriente. Y él la confundió con la sirena de sus versos. Se atrevió entonces a mirarse en la corriente. Y como era la primera vez no logró adivinar si era suya la imagen o la de la sirena. Para comprobarlo, decidió aproximarse más y como caminaba embelesado, resbaló y acabó de cabeza en el río. La sirena que vio cómo se hundía, acudió a socorrerle, y braceando le llevó a la orilla. Era joven, hermoso y tan atractivo que le plantó un beso en los labios, solo uno. Despertó Darío del atontamiento y al tiempo que el agua emergía de su boca brotaron cientos de versos. Con la abundancia de ambos tanto aumentó el caudal del río que inundó el huerto. Y bien contento que se puso el padre después de un verano de sequía.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
DÍA DE ARROZ Y ROSAS
Hay momentos en la vida en los que resulta imposible que los astros se alineen, ni a empujones. Aquel domingo, sin duda, era uno de ellos. En enlace de Pascual y Angelita, más que una boda, parecía una especie de experimento del Señor, un desafío a las leyes de Murphy, esas que dicen que todo lo que puede salir mal, sin duda, acabará saliendo mal.
Y pensar que todo había comenzado con un beso. Un simple pico, torpe e inocente, pero cargado de amor. Una carga de alta concentración glucosa que con el tiempo se volvería tan explosiva como imprevisible, especialmente cuando es el diablo quien carga estos asuntos.
La mañana ya pintaba mal. Lo que debería haber sido un domingo espléndido y soleado se había convertido en un mar de prisas y de paraguas a las puertas de la santísima parroquia de Nuestra Señora del Señor, a la espera de la cruel batalla que los dos tortolitos estaban a punto de librar con el destino.
Primer asalto: el encuentro
De toda la vida ha sido la novia la que se ha hecho de rogar, como mandan los cánones de cualquier enlace matrimonial que se considera. Pero allí estaba Angelita, hecha un pasmarote, esperando al anormal de su novio como quien aguarda impaciente el autobús que no llega. Media hora llevaba ya la novia dando vueltas en círculo, a punto de destrozar el ramo de los nervios mientras maldecía entre dientes la misma frase: “Definitivamente, este tío es tonto. Ni siquiera esto lo podía hacer bien”.
Por fin, a lo lejos, se vislumbró el coche del ansiado contrayente. La llegada fue de película, casi derrapando por la urgencia y el novio descendiendo a toda prisa mientras su madre le vociferaba y le lanzaba miradas asesinas, tratando, entre sonrisas forzadas, de no llamar demasiado la atención del gentío expectante.
— Jooo, si es que estaba terminando la vuelta de clasificación. Fernando Alonso sale segundo. Pichurri, tú es que no te puedes imaginar el día glorioso que es hoy para la Fórmula Uno —fue la justificación de la criatura.
— ¿Glorioso? Para glorioso y monumental el cabreo que yo tengo, que me vas a quitar la vida, imbécil. Ya no sabía dónde meterme ni qué decirle a toda esta gente. Anda, tira pa la iglesiaaaa que me tienes contenta —Le increpó la novia, blanca por fuera, pero negra como una cucaracha por dentro, intentando sobrellevar el trance, a punto de echar las entrañas por la boca de los nervios y poniendo una sonrisa más falsa que un Judas de plástico. Allí había más dientes que en la consulta de un odontólogo.
— Lo que mal empieza, mal acaba, Hortensia… te lo digo yo —murmuró entre la multitud la tía Gertrudis, que era una mujer curtida por la vida y de estas ya había visto muchas.
Segundo asalto: los anillos
Tras el paseíllo de rigor, entre un río de murmullos que emanaban del respetable público, y una vez avanzada la ceremonia, llegó el momento de los anillos. El novio procedió a la extracción, introduciendo la mano en su bolsillo derecho. Pero la sacó prematuramente, dando un respingo y comenzando a experimentar los sudores de la muerte. En lugar de los previsibles anillos, tan solo halló el vacío, la nada, la inexistencia de los dos redondeles de metal precioso que estaba seguro de haber cogido antes de salir.
Una mirada asesina inyectada en sangre surgió instantáneamente de los globos oculares de Angelita, la novia. “Es tonto, lo que yo digo… ¡este tío es tonto! ¿Pero qué habré visto yo en este pedazo de carne con ojos, Dios mío?”
— A ver, Pascual, cariño… los anillos. Que vale que cuando te me declaraste me pusieras en el dedo la anilla de una lata de cerveza, porque es lo primero que tenías a mano. Tiene un pase. Pero, cariño… que esto es una boda, una de verdad, la nuestra, aunque ya empiece a dudarlo.
— Los anillos, Hortensia, los anillos. Que no aparecen, jajaja. Míralo como suda el pollo… —exclamó desde su asiento la tía Gertrudis, disfrutando de un espectáculo sin igual para el que solo le faltaban las palomitas y el refresco tamaño XL.
La madre del novio, que hasta ese momento andaba un poco despistada, más pendiente de la tía Gertrudis que de otra cosa, finalmente estuvo rápida y salió rauda y veloz con el capote:
— Toma, hijo mío. Como te conozco y sé lo distraído que eres, he preferido traer yo los anillos. Aquí están.
El pobre novio resopló y cambió el color de la cara, mientras intentaba secarse el abundante sudor que ya le goteaba por la barbilla, ante la atónita mirada de la novia y el párroco. Este último, por su parte, aterrado ya por el curso que estaban tomando los acontecimientos, respiró con alivio al ver los anillos y prosiguió con el ritual a paso acelerado, deseando llegar al final e implorando al cielo que no tuviera lugar ninguna otra novedad:
— El Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro que habéis manifestado ante la Iglesia y os otorgue su copiosa bendición. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Por el poder que me concede la Santa Madre Iglesia, yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.
El beso. Ese era el momento que estaba esperando con ansia el simple de Pascual. Apresuradamente levantó el velo de su amada como quien destapa un regalo, propinándole sin aviso previo un exagerado morreo de rosca, bien aderezado de lengua, que a punto estuvo de comérsela viva y de superar el minuto de duración, mientras el murmullo se volvía de nuevo ensordecedor.
— ¡Será sinvergüenza! —replicó la tía Gertrudis a Hortensia—. ¡Que le va a llegar la lengua a la campanilla! Ahí más que amor, veo yo mucha lujuria. Se ve que la Angelita lo habrá tenido a pan y agua y se conoce que el muchacho, viéndose a las puertas de la libertad, no se ha sabido contener. Claro, que ella tampoco pone muchos impedimentos. Raro será que no se le vaya la mano, y delante del cura, por Dios. Este sobrino mío siempre ha sido un descerebrado. ¡Cuidado con la vergüenza que nos está haciendo pasar a la familia!
Tercer asalto: el arroz.
Luego de varios enganches con el velo, de firmar el novio los papeles en el lugar equivocado, de que, al fotógrafo, que era su cuñado para ahorrarse unos eurillos, se le acabaran las pilas del flash y salieran la mitad de las fotos negras y algunas otras anécdotas que mejor no relatar aquí, llegó el momento de salir de la iglesia.
El lanzamiento de arroz, pétalos de rosa y otros objetos contundentes sobre los recién casados se produjo sin la más mínima piedad. Pareciera que toda la producción de la albufera valenciana se hubiera concentrado aquella mañana a las puertas de la iglesia. Cinco minutos contados de reloj estuvo lloviendo arroz. Incluso hubo quien aseguró haber visto algún langostino volar. Y claro, era tal la cantidad de arroz y pétalos sobre el suelo mojado de la lluvia que acabaron provocando un cierto efecto de aquaplanning que hizo que los zapatos de los novios perdieran la adherencia con el piso, dándose tal espaldarazo contra el suelo que a los quince minutos dos ambulancias del SAMUR los tenían que retirar con politraumatismos y rotura de huesos que no sabían ni que tenían.
Y es que, como se suele decir, aquella boda “no estaba de Dios”. Desconcertada, la concurrencia en ese momento ya no sabía si dirigirse al salón o volverse directamente a sus casas, mientras aguardaban bajo los paraguas que alguien se pronunciase y diera las instrucciones a seguir. Mientras tanto, entre todo el gentío, cada cual hacía sus cábalas y predicciones:
— Estos no duran nada, te lo digo yo, Hortensia —Remato, muy convencida, la tía Gertrudis.
— Diga usted que sí, Gertrudis. Diga usted que sí —apostilló Hortensia.
IRENE ADLER
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos».
Historia de dos Ciudades
Charles Dickens
EL ÚLTIMO BESO EN PARÍS
—No mires al verdugo ni a la chusma, no les mires. Sólo mírame a mí. No dejes de mirarme.
Ha venido todo el trayecto apoyada contra su cuerpo, soportando el traqueteo indeciso de la carreta y las injurias de la gente que los jalean al pasar, gritándoles obscenidades cuando no lanzándoles cosas. Mujeres en su mayoría, armadas con sus aperos de calcetar y abriéndose paso a empellones para ocupar un buen lugar en la plaza.
Los sitios más codiciados eran siempre los más cercanos al patíbulo. Aquellos en los que el reverbero del sol sobre la hoja de la guillotina te obligaba a entornar los ojos. Era costumbre que fueran ellas las que hicieran el recuento, enumerando las cabezas en voz alta. Y sus voces eran como graznidos que se mezclaban con el chasquido constante y malévolo de aquel instrumento diabólico. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!
El gorjeo incesante de las agujas de calcetar era como el preludio insolente de una opereta macabra. Y Sidney Carton sólo quería que la niña dejara de escuchar: las voces, los insultos, las agujas, el siseo de la guillotina al descender.
Y pensó que un beso en los labios sería mejor que una venda en los ojos.
Todo en ella tiembla: la boca, los ojos, las manos, el miedo. Cuando lo besa parece aterida de frío y su contacto es el de alguien que lleva largo tiempo a la intemperie y de pronto encuentra un fuego en mitad de la espesura.
Es el inquieto aleteo de un colibrí bajo el último rayo de sol de la tarde. Es la espuma de una ola en el rompiente más escarpado de la orilla. Es el aroma familiar de las hogueras otoñales y tiene el sabor salado de una lágrima. La textura inexplicable de los pétalos de rosa. El perfume desvaído de un amor que se aleja por una calle empedrada, mientras se ahoga su sombra en el relumbre de luz de los charcos de aceite.
Es el último beso, el único de todos que ya jamás tendrá medida. Un beso tan grande y extraño como grande y extraña resulta a los hombres la palabra compasión.
Es sólo un beso. Pero basta para acallar el chirrido de cigarras de las calceteras; sus voces insolentes y su cadencia monótona de contar cabezas. Pareciera que la algarabía propiciada por la sangre perdiera intensidad, convicción, alegría. El aplomo de una niña que no tiembla ni solloza; que no agacha ni esconde la cabeza por la que tanta avidez ese público demuestra, los ha enmudecido y avergonzado. El silencio dura menos que su beso. Dura lo que tarda la cuchilla en rehacerse y luego las voces vuelven y con ellas, el tricotar indecente y enloquecido.
«La vida cabe en un beso.
Pero la mía, no la de otro. Nunca he sido más yo que en esta carreta».
LOLI BELBEL
SUEÑO TRANSPORTADO
Y me dejo arrastrar
en oleadas tibias
de placer
por el recto deslizar
de unas ruedas,
pasos de una estela
de mi vida
reflejando esos momentos
eternamente ociosos…
Y me dejo arrastrar
por suaves algodones de nostalgia,
unas notas en un compás abierto…
Un árbol plagado de rocío
se cruza en mi frondosa selva
de aventuras
y rompe el silencio
de mi mente absorta.
Tal vez una mirada ajena
o una mano
queriendo
acariciar la mía
puedan despertarme
del sueño escurridizo.
Solo un beso escalonado
en intervalos de pasiones
pueda hacerme
digerir ese sueño
transportado
por kilómetros
de tiempo
hacia esa puerta
de libertad buscada.
Y esa mirada ajena,
esa mano cariñosa
y ese beso apasionado
son la llave
que hace escala
en esa puerta.
GAIA ORBE
después de la cena caminaron
al costado de la noche del río
bajo el caldero derramado de estrellas
sonaba la melodía tenaz del universo
se acurrucaron con la brisa fresca
en el santuario de las pieles suaves
el beso fue invocado un solo beso
entonces las piedras enmudecieron
los pájaros se soltaron de los árboles
y el mundo tembló sin atreverse
RUFINA SEVILLA CALLEJA
Un beso.
Quién pudiera
Entre tus brazos estar
Acurrucarme en tu pecho
Y lentamente tú boca besar
Sentir la lluvia caer
Acariciar despacio
Tus finos labios
Y de postre algo más
Quién pudiera
Entre tus brazos estar
Poner un pie en el paraíso
Y dejar de sufrir está soledad
Quién pudiera
En este día de lluvia
Entre tus brazos estar.
MARÍA CID
Habían quedado aquél dia
un dia cómo otro dentro de lo ordinario
pero un dia especial para los dos
iban a conocerse en persona
sin ninguna expectativa ni promesa
solo conocer a aquella persona
que solo por hablar por wassap parecía interesante
los dos pensaban igual,iban a la aventura
él ocultando intenciones,ella por mera curiosidad.
Habían quedado cerca de la playa, en un pueblecito costero Andalúz, un pueblo con encanto vestido de blanco
Al llegar ella lo llamó por teléfono,pensando que quizás él no habría ido a la cita, pero si, ya estaba allí,cerca de la iglesia,frente a un mar en calma y una cala dónde bailaban las barquitas esperando a sus dueños para ir a pescar.
Iba caminando buscando el lugar y vió a lo lejos una silueta parada,cómo esperando a alguién, se fué acercando y llegó hasta él, se miraron de frente cómplices de aquél mágico momento,un saludo y un ¡hola,soy yo! ¡aquí estoy!
Se besaron en la mejilla acariciándose la cara y haciendo aquél momento mágico mientras se miraban a los ojos,
ella le decía: ¡qué guapo eres!
Él contestaba: ¡tu también!
la foto que me enseñaste no te hace justicia,eres más guapo en persona,decía ella!
tu crees? decía él
si!
entre carantoñas, conversaciones superficiales y paseo, él la invitó a desayunar, tomaron café y siguieron la marcha conversando.
Él le dijo…¿quieres que te enseñe mi lugar preferido cuándo quiero estár solo? ella accedió diciendo…¡vale!
LLegaron a lo alto de una loma dónde había una especie de torreón semi en ruinas, la vigilia de otros tiempos, frente a la torre un acantilado y el mar en todo lo que alcanzaba la vista,realmente era un lugar privilegiado para perderse sin que nadie les molestara.
Se abrazaron! admirando la belleza de todo el horizonte que se abría ante ellos cómo un maravilloso edén, ella cerró los ojos, él la agarraba fuertemente la cintura desde atrás, cogiéndose de las manos, las levantaron hacia el cielo, cerrando los ojos y escuchando la música de las olas del mar,las gabiotas y el recuerdo de la película Titanic, cuándo Leonardo Di Caprio simulaba volar junto a su amada Kate Winslet en la proa del barco.
Así estuvieron por un momento perdidos en un tiempo mágico, simulando volar de cara al viento,los ojos cerrados, disfrutando de un momento único en sus vidas, de pronto él se dió la vuelta atrapándola con su cuerpo, frente a frente la besó, con un beso interminable,dulce y amoroso cómo si no hubiera un mañana.
Fué solo un beso, largo, íntimo,cómplice,deseado por los dos, un beso de película en aquél lugar maravilloso que quedó guardado para siempre en su corazón,porque aunque no había amor,si había un deseo de amar y ser amados en el alma de cada uno.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Solo un beso.
Celia caminaba por la calle con su vestido y zapatos recién estrenados. Eran las fiestas, ya oía la verbena.
Le esperaba una gran noche.
Noches de verano y verbena.
Celia llegó a donde estaban sus amigas, todas con sus trajes de estreno.
Fue una noche de bailes, de risas y algún ligue.
A la hora de recogerse a Celia la acompaño Ramon, con el qué estuvo toda la noche bailando. En la puerta de la casa de Celia, él le dio un beso, solo uno.
Con la mala fortuna qué los vio Isabelita, el pueblo era pequeño, por la mañana el beso era un algo más, por la tarde Celia estaba poco menos que embarazada.
Eran años en los qué la reputación de una mujer era sagrada. Celia pasó a ser una cualquiera.
Los hombres le hacían proposiciones deshonesta por la calle, casados incluso. Se tuvo que ir del pueblo.
Todo por un solo beso.
ALMUT KREUSCH
Smian
Los bebés nunca me han despertado deseo de tenerlos en brazos para achucharlos. Porque cuando los meneas, los pequeños se inquietan y empiezan a llorar. Ese es el momento en que se los devuelves a sus madres, que los calman con su olor, entre otras cosas. Estoy convencida de ello. Se calman con el olor de sus madres. Y lo que a mí me pierde es el olor de los recién nacidos.
Cuando mis amigas que acababan de ser madres me acercaban a sus bebés para que los cogiera, les decía: «Sólo quiero besar a tu bebé en la cabeza, en su pelo de algodón y olerlo».
Entonces mi boca rozaba el pelo mientras mi nariz absorbía este aroma único al que soy completamente adicta. El olor a la acidez del liquido amniótico, a leche con miel, a vainilla y pan dulce, a galletas de mantequilla y a Nenuco. Pero sobre todo huela a amor y paraíso.
Dicen que los bebés huelen como el país en el que han nacido. Los noruegos a limpiador de pino, los africanos a jabón desinfectante Cresol, los ingleses a polvos de talco Johnson’s, los americanos a ambientador de vainilla dulce y los franceses, como los españoles, a Nenuco.
Hace algún tiempo, una pareja india vino a trabajar al laboratorio del hospital donde yo trabajaba como enfermera, ambos biólogos que habían recibido una beca para un proyecto de investigación. Como estaba vinculada a un proyecto de ayuda humanitaria en la India, no dudé en conocerlos. Era una pareja joven, simpática y entre amigos y colegas les ayudamos a sentirse cómodos en un país tan diferente del suyo.
Poco después se quedó embarazada y al cabo de 9 meses nació Smian. Cuando madre e hijo volvieron a casa, los orgullosos padres nos invitaron a una merienda para conocer a su hijo. Cargados de regalos les visitamos. El niño era guapísimo, morenito y con grandes ojos negros. Minal, la madre, nos animó a coger a su hijo en brazos y yo me moría de ganas de darle solo un beso en la cabeza para disfrutar sobre todo de su olor a recién nacido, que tanto me gustaba.
Lo cogí con cuidado, acerqué mi boca a su cabecita y abrí con grandes expectativas todos mis sentidos olfativos pero Dios mío, espero que nadie se diera cuenta de mi profunda decepción, porque Smian olía a garam masala, curry, flor de nuez moscada , guindilla y todo mezclado y con un ligero toque de Nenuco.
RAÚL LEIVA
Juramentos
—¿Qué querés que le haga? ¡Vamos a tener que ir!
No pude escuchar más que eso, pero fue suficiente para imaginar que no íbamos a ver tele mientras cenábamos, ni íbamos a jugar a escondernos en la casa para que mi papá nos buscara.
Sin decirnos mucho, mi mamá nos hizo terminar la tarea a mi hermana y a mí para luego bañarnos y ponernos la ropa de salir. Mi papá se afeitó en el patio y se lavó un poco mientras mamá acomodó la casa como para llegar tarde y acostarnos. Nos vestimos y salimos por la calle para caminar unas cuantas cuadras casi en silencio, solo saludando vecinos.
Llegamos a una casa y nos recibieron cortésmente. Mi papá nos dijo que nos quedemos en el patio con los otros chicos, pero que no hagamos mucho lío. No entendí por qué nos decía eso, mi hermana y yo casi no hablábamos, estábamos acostumbrados a jugar solos o con muñecos o algo así. Pero bueno, no nos dieron tiempo a preguntar nada y tampoco teníamos qué preguntar, así que fuimos al patio sin más explicaciones. Algunos chicos de nuestra edad estaban jugando con bolitas, otros perseguían con una ramita de ceibo a los bichos que revoloteaban en el farol, unos pocos habían improvisado una pelota de futbol con una lata de conserva vacía que habían envuelto en un trapo para que no hiciera ruido al rebotar en el piso. De tanto en tanto esa suerte de partido de futbol se encendía y algún adulto salía para hacerlos callar.
Mi hermana sacó una libreta de su bolsito y empezó a dibujar, yo me puse a mirar una hilera de hormigas en la pared. Vi que cada vez que mataba una con un palito, las otras se arremolinaban a su alrededor como una suerte de funeral o ritual de reconocimiento de una compañera muerta, luego retornaban a su camino habitual hacia las hojas de la parra.
Pasó un buen rato y nos dieron unos sandwichitos con naranjada, ahí pudimos hablar con los otros chicos que nos invitaron a jugar a las figuritas y a cazar las pocas luciérnagas.
Estábamos en eso cuando vino mi papá y nos agarró de la mano a mi hermana y a mí.
—¿Qué pasa papá?
—Nos vamos negro. Vamos a despedirnos.
—¿Y mamá?
—Mamá está saludando a su hermana, la tía Rosa.
Fuimos para adentro de la casa que era un laberinto. Cada pasillo estaba poblado de sillas y gente hablando o tomando café y fumando. Llegamos al living y mi papá me dijo:
—Bueno negro, dale un beso al tío que nos vamos.
—…
—Dale negro que es tarde y mañana trabajo temprano y vos vas a la escuela.
—Pero papá…
—¡Es solo un beso! ¡Apurate che!
—Pero papá… ¿Cómo hago?
Y mi papá me subió a un banco y me sostuvo para que no me apoye mucho en el féretro mientras le daba un beso en la frente a mi tío. Saludamos a mi tía Rosa y caminamos de regreso a casa.
Mientras lo hacíamos, teniendo todavía la rara sensación de la fría piel de mi tío contrastando con el calor de esa noche de verano, me hice el firme juramento que, si algún día tenía un hijo, nunca lo iba a obligar a besar un muerto, jamás.
OMAR R LA ROSA
¿Qué hay más inocente que eso?
Un beso que te da fuerzas para elevarme, que me permite elevarme.
No dejes de besarme amor, hazlo con fuerza, con toda la pasión de tu vida, antes que las brujas despierten y pidan tu cabeza.
Antes de que la envidia levante su mano acusadora, antes que deba bajarme de tus brazos para formar parte de la manada.
Solo un beso mi amor.
Y tú recuerdo entre mis lágrimas, mientras veo como amor huye despavorido del fuego de Plutón.
NURIA HERNANDO
El verano estaba llegando a su fin. Las hojas comenzaban a secarse y caerse. Una lluvia intensa mojaba el asfalto donde se mezclaban aromas dulces a hojas seca y a ozono. Era grato ver llover tras el cristal pero Lucia había quedado con él . Como era una loquita y todavía hacía calor, decidió salir sin el paraguas y dejar que la lluvia empapase su cuerpo. Le recordaba a cuándo era niña y hacía lo mismo, corría rápido mirando hacia arriba dejando que las gotas le empapasen la cara y la sonrisa . Se sentía libre mientras avanzaba y canturreaba una canción, que intensificaba ese momento.
Habían quedado en un café . Allí estaba él junto a una taza, saboreando su intensidad. Cada sorbo era un beso delicado a la taza . Lucia llego agitada, algo mojada y con una amplia sonrisa que iluminó el lugar a su entrada. El respondió con lo mismo al verla .
Y cuando ya estuvo cerca de la mesa y junto a él, le depositó solo un beso intenso cerrando los ojos por unos instantes . Ambos los cerraron a la vez para conseguir sentirse y viajar por dentro del otro . Cuando se separaron , los ojos de ellos desprendían ese brillo especial que trae el amor profundo.
Lucía hubiese preferido otro beso más pero prefirió pedir un café al camarero y dosificar el deseo …
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“Con solo un beso podré recorrer todo tu universo, pero reconozco que me sabrá a muy poco “.
GUILLERMO ARQUILLOS
ARRASTRARSE
Ella pasaba por delante de mi habitación, en la planta quinta. Yo estaba tumbado en la cama. Día y noche gritaban algunos compañeros a los que sólo serenaba la morfina. Los podía oír llorar, podía oler cómo se estaba descomponiendo alguna de sus extremidades y los médicos terminaban por amputárselas.
Ella venía casi a diario, hermosísima, arrastrando sus pies desde el descansillo. Solía mirarme desde la puerta y me sonreía, pero callaba porque iba a recoger a algún otro cuyo cuerpo no podía resistir más. Para muchos, supongo, su llegada era un consuelo.
Los enfrentamientos eran continuos y todos los días venían del frente varias ambulancias. Muchos heridos quedaban entre las alambradas y había que sacar sus cuerpos como se podía o, en el peor de los casos, dejar que las alimañas se dieran un festín con sus restos.
Un día, por fin, me preguntó; al fin y al cabo, mi habitación era la primera del pasillo:
—¿Conoces a Richard Snoll?
—Pero, ¡si Snoll es mi amigo!
Sonrió:
—Solo será un beso. ¿Sabes? Su nombre está escrito en mi libro.
Poco después vi cómo sacaban el cadáver de Richard. Lo habían tapado con una sábana demasiado pequeña para un cuerpo tan grande como el suyo.
A los dos días me preguntó por un tal Samuel, Samuel no sé qué.
—Tercera habitación a la izquierda.
Me dijo que iba a darle solo un beso. Un momento después lo sacaron.
Al día siguiente besó a Bernard Tiziel. A partir de entonces empezó a recoger a mis compañeros hasta de tres en tres, aquello era un exterminio. Ella siempre me daba la misma razón; es decir, ninguna. Desde la puerta, sin pasar, me preguntaba por un compañero:
—Tengo que darle solo un beso porque su nombre está escrito en mi libro.
Había tardes, esas tardes de verano calurosas y pesadas en las que uno está harto de oír a la gente quejarse, en las que deseaba que me diera a mí aquel único beso. ¿Cómo iba a desear que mi mujer, Rosemary, me viera así? ¿Cómo iba a volver a quererme mi hija Evelyn? Y mis vecinos, los de las otras granjas, ¿volvería a verlos algún día? Yo no quería que nadie sintiera lástima por mí, me repugnaba pensar que se iban a compadecer de mí.
Una tarde, ella ya no me sonrió:
—Debes marcharte.
—¿Estoy en tu libro? Dame un beso, por favor.
—No entiendes. Debes marcharte.
—No es tan fácil que yo me marche, ya ves.
—No importa, vete. Hoy en mi libro hay veinte nombres. El tuyo no está, por eso debes marcharte ahora mismo.
Se fue y yo me quedé pensando en sus palabras. De repente, me di cuenta.
Llamé a la enfermera:
—Hay que abandonar la planta. Algo muy grave va a ocurrir.
Ella me miró, abrió mucho los ojos y arrugó la frente.
—Por favor, hágame caso —le dije.
—Mire, soldado, en su estado, las alucinaciones son normales. Cálmese, voy a hablar con el doctor Reynols y él sabrá lo que hay que hacer. Tranquilo, será solo un momento.
«No me cree. Pero me lo ha dicho bien claro: “Ahora mismo, veinte nombres”. Tiene que referirse a una desgracia —me dije—. Van a morir veinte personas».
Me puse a temblar, se me secó la boca. No tenía fuerzas para marcharme, pero ella me lo había ordenado. Empujé con los brazos y caí de cara desde la cama. El dolor en la nariz me atravesó el cráneo. Como pude, tiré de la sábana y la hice tiras. Una sábana tan vieja se rompe con facilidad.
Unos trozos me sirvieron de vendaje y me guardé otros en el bolsillo de aquel pijama de hospital. Ese infame pijama estaba abierto por detrás, así que se me veía el culo y los muñones de las piernas.
—¡Qué vergüenza! —me dije—. Si Rosemary me viera así, se moriría de la risa.
Lo mejor era salir pitando de allí. Bueno, pitando, pitando… no es la expresión más adecuada para un tullido con las piernas amputadas. Digamos que debía salir arrastrándome de allí, como si fuera un bebé o un animal, con el culo al aire y la nariz rota.
Me arrastré haciendo un esfuerzo enorme y dejando un reguero de sangre. Se oían los quejidos de las otras habitaciones. Poco a poco, fui recorriendo el pasillo y la puerta de la planta, crucé el descansillo y me acerqué a la escalera.
—Soldado, ¿qué está haciendo? —dijo alguien a mi espalda.
Debía de ser el doctor Reynols.
—Ayúdeme a salir de aquí. Va a ocurrir algo.
—¿Ocurrir?, ¿qué es lo que dice, soldado?
—No hay tiempo que perder, ¡que todo el mundo salga! Hay que salir.
¿Ustedes creerían lo que les dice un tullido, sangrando, en un hospital donde casi todos acababan medio locos, con el culo al aire y una especie de mascarilla? Reynols no, desde luego que no. Supongo que entró a buscar a algún celador para trasladar mi cuerpo incompleto.
Entonces, ella subió por la escalera y me sonrió:
—Has hecho bien. Pero las cosas se han precipitado. Márchate inmediatamente.
Me empujé con fuerza y me dejé caer rodando por la escalera. Dentro oía al Doctor Reynols hablando con alguien.
En aquel momento, todo explotó. No sé cuántos proyectiles enemigos nos cayeron, pero la artillería de aquellos hijos de perra nos alcanzó. Los suelos y los techos se vinieron abajo, quejándose, crujiendo y rugiendo mil veces sobre los enfermos. Yo perdí el conocimiento.
A todos los heridos, nos habían colocado en tiendas provisionales, cerca del hospital.
—Enfermera —dije con una sonrisa—. ¿Cómo va la cosa hoy?
—Un poco mejor que ayer.
Intentó fingir una especie de sonrisa.
—Hoy solo llevamos tres muertos —dijo—. Ayer, con la explosión murieron más: dieciocho soldados.
—¿Solo dieciocho? —No me cuadraban las cuentas.
—Sí, dieciocho, un celador y el doctor Reynols.
Comprendí.
La enfermera salió, levantando la tela que servía de puerta. Al fondo, sin llegar a pasar, pude ver a mi hermosa amiga. Me sonrió y me dijo:
—Recuerdos de Rosemary. La visité ayer, en tu granja. Le di solo un beso, porque su nombre estaba escrito en mi libro.
Y yo me eché a llorar.
BEGO RIVERA
Sinfonía
La vida tranquila de un pequeño pueblo cerca de Maine, se vio alterada por la presencia de un asesino.
Esa noche Sinfonía veía las noticias en la televisión mientras su madre tocaba el piano. Las tristes melodías inundaban la habitación como queriendo espantar cualquier mal que las acechara.
Y aunque nadie salía ya de su casa cuando el sol se escondía, el innombrable se las apañaba para conseguir una nueva víctima, incluso llegando a entrar en las casas.
Todos los cuerpos tenían algo en común; en la frente, con pintalabios color rojo-sangre, dejaba marcada la huella de unos labios, como si les diera un beso.
La policía no rechazaba la hipótesis de que el asesino fuera una mujer.
Sinfonía solo se sentía segura cuando su padre estaba en casa, con ellas, y esa noche estaba trabajando.
El padre de Sinfonía era policía y desde que comenzó la oleada de crímenes se habían triplicado los efectivos policiales y además debían hacer horas extras, por tanto, tenía que trabajar de noche muchos días.
A pesar de su edad la niña era consciente del peligro, notaba a su padre nervioso y asustado. Había reforzado todas las puertas y ventanas de la casa para que su familia estuviera segura, pero Sinfonía pensaba que la preocupación de su padre era por ella, ya que Raquel, su madre, no estaba muy bien hace tiempo, parecía estar en otro mundo, casi siempre en su piano, dejando volar su mente — no sabía dónde — con la música.
Once víctimas, decían en el informativo. Las cámaras mostraban el solitario pueblo, a excepción de decenas de policías y periodistas.
A las tres de la mañana nadie en el pueblo podía dormir, esperando que esa noche no hubiese un nuevo crimen.
Raquel seguía tocando sin prestar atención ni a la hora ni a su hija.
La niña se quedó dormida en el sofá mecida por la música que sonaba sin parar.
Sobre las siete y media de la mañana su padre llegó de trabajar. La cogió y la subió a su habitación en brazos para que siguiera durmiendo, medio dormida reconoció el olor característico de su padre.
El silencio era total.
A las diez unos gritos y llantos la despertaron .Se levantó y fue a buscar a su padre, vio que no estaba en su habitación, su madre tampoco estaba en la cama durmiendo, era extraño: ella dormía todo el día y se levantaba al anochecer, a tocar su piano. Bajó.
La televisión estaba encendida, daban las noticias, decían que había aparecido otra víctima ¡ Una mujer ! El revuelo era total, las imágenes se sucedían de entrevista en entrevista con todo el mundo queriendo saber qué pasó.
Los vecinos se arremolinaban alrededor de las cámaras ávidos de información. Reconoció el fondo de las imágenes…¡era su casa!.
Entonces se dió cuenta del alboroto. Fue hacía donde venían las voces, a la cocina.
Había varias personas, entre ellos policías y su padre llorando. La puerta de la calle estaba abierta, varias personas murmuraban entre ellos.
Vio a los periodistas que ella acababa de ver en el informativo.
De pronto, entró en la casa su tía Celia, la hermana de su madre. La abrazó, sintió en su cara sus lágrimas, lloraba desconsolada.
— ¡ Mamá! ¡ Mamá!— chillaba Sinfonía al darse cuenta que no veía a su madre y al percatarse de lo que le rodeaba.
Todo el mundo se quedó en silencio mirándola con pena. Su padre se acercó y la abrazó fuerte.
Lloraban juntos.
Ya no volverían a escuchar las hermosas melodías de Raquel.
Raquel fue la última víctima del asesino en serie, por lo menos de momento, pasaron varias semanas sin que aparecieran nuevas víctimas.
Sinfonía estaba en casa con Kate, la chica que la cuidaba mientras su padre trabajaba.
Kate estaba planchando, Sinfonía se fijó en el montón de ropa, en un bolsillo de una de las chaquetas de uniforme de su padre se notaba un bulto. La niña la cogió y lo abrió. Lo que sacó la dejó sin respiración, era un pintalabios rojo-sangre.
MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO
«No me digas eso mirándome así… Los dos sabemos que no podemos, o mejor dicho que no deberíamos para que nuestra conciencia esté tranquila y duerma en paz…Aunque yo no la tengo, ni la paz de las noches ni la conciencia tranquila. ¿Sabes que pasa? que cada noche es tan fácil imaginar y fantasear con mis manos y mis labios recorriendo tú cuerpo y mi alma rozando la tuya cuándo no me pertenece ni lo uno, ni lo otro ¿verdad?
Asi que por favor, te lo suplico no me digas eso mirándome así cuándo llevo tanto tiempo en silencio… manteniéndome lo más lejos que mi instinto me deja y diciéndome mil veces no. Cómo mucho si quieres, te propongo un pacto: puedes ser mi estrella fugaz esta noche y me quedo con ese recuerdo para siempre atesorandolo para que ya no sea nunca más una bendita fantasía.
No sé si podré conformarme, pero solo un beso me basta, quizá no…No lo sé. Después de ese beso puedes seguir con tú vida cómo si nada hubiera pasado. Pero si sigues mirando mis labios de esa manera y diciéndome lo que me estas diciendo no aguantaré más y ese beso se convertirá en algo imparable que no podremos detener y entonces tendré la certeza de que ni tú podrás seguir con tú vida cómo si nada, ni yo conformarme con que hayas sido mi estrella fugaz»
ABBY MARSIE ROGOM
Relato 29. EL ASESINATO DEL HOMBRE LOBO
Autora: Amparo Martínez Gómez.
Ella sólo quería darle un beso, pero le sacó un ojo.
……………..
La asesina, sentada en la cama, se centró un momento en sus pensamientos poligonales, encriptados e infinitamente fractales; pensamientos abismales de los que, antes de caer, salió.
Si se ensimismaba, el día se centraría en un punto. Correría el riesgo de estar todo el día dándole vueltas a una sola idea, un solo pensamiento y le costaría desenmarañarse.
Pestañeó y se puso en pie. Miró por la ventana. En sus ojos verdes, toda la luz del bosque…
Se concentró en el ramaje del árbol con sus hojas a contraluz. Y acabó viéndolo a la contra, como un negativo, invirtiendo las luces y sombras.
Se abstraía con suma facilidad, parándose en el tiempo. Siempre lo había hecho, primero por predisposición a esos estados de conciencia, después quizá para esconderse. Le gustaban esos lugares en su mente, esas realidades. Estaba cómoda en esos espacios estáticos que la llevaban a otros dominios. Lo hacía desde niña. ¿Había sido niña alguna vez, o quizá no había dejado de serlo nunca?. Su mirada era profunda y extraña.
Hoy tenía uno de esos días… tendría que salir.
Tarareando una estúpida canción que se le había quedado pegada en el cerebro, se puso felizmente las botas, y salió caminando por el sendero de su casita de campo hacia el mundo. Pero el mundo era muy grande, y las personas eran muchas y extrañas y quizás resultaba que ella era la extraña para todos.
Y de regreso a casa se sentó en una enorme piedra a pensar en nada. Tenía la sensación de que su mente iba muy deprisa; sin embargo, estaba incapacitada para desenvolverse y comprender el tiempo lineal conocido por todos. Por eso le gustaba perderse en esa especie de contemplación relajante y vacía de todo propósito. En la mano, el destornillador que usaba como mondadientes; le gustaba cuidar su dentadura.
Tarareando la canción del día, empezó a comer.
A lo lejos venía alguien. Muy elegante, sombrero, pipa y monóculo. Como un antiguo lord inglés. Y un bastón con empuñadura dorada.
¿De dónde había salido?, qué desconcertante. Mmm… sus zapatos brillaban mucho, pensó —mirando sus botas camperas llenas de caca de gallina y barro.
La aparición llegó a su altura y se sentó en la gran piedra, a su lado, mirándola de reojo.
— ¿Cómo te llamas?, —le preguntó ella, con la boca llena para molestarlo, pensando que podrían desagradarle las mismas cosas que a ella.
— Sir Cannis Lupus, —respondió él mentalmente— manejando el bastón como una majorette y haciéndolo girar grácilmente como la mejor de las animadoras. Mientras comía provocaba un ruido infernal de chasquidos y crujidos que a ella le crispaba los nervios. La gente haciendo ruido al beber o comer la ponía nerviosa. Que sorbieran la sopa o eructaran ruidosamente la desesperaba.
— Endalecio era un hombre lobo, disfrazado de persona.
Inteligente y elegante, le preguntó mirándola, solo con sus ojos, sin palabras:
— ¿Y tú?
Ella alzó su mano y le clavó su destornillador en el ojo libre. Por no hablar con su boca, por hablarle con aquellos ojos verdes como los suyos, y porque se quería llevar el ojo que le quedaba, tenía un color muy bonito. La asesina se acercó mientras él caía, y le susurró desde arriba:
– «Angó, be quiervo kus grazapos»
Él regresó del mundo de los muertos y la miró con su ojo bueno, esperando una traducción del apuntador o algo. ¿Sería su idioma materno?
Antes de que ella sospechara que seguía vivo, el lobo hombre cerró el ojo y los pensamientos, aunque se quedó con ganas de sacudirse las migas de pan de la cara, y le dijo sin abrir la boca: espérame en la próxima luna llena.
Angó, be quiervo kus grazapos. Lo que ella dijo fue: «adiós, me llevo tus zapatos», pero tenía la boca llena.
Ató con una cuerda las botas, se las echó a la espalda canturreando mientras rodeaba la piedra, algo totalmente necesario en su mundo obsesivo.
Y caminó por el sendero en dirección a su casa, calzada con unos enormes zapatos negros y brillantes que ya no recordaba de dónde habían salido.
EFRAÍN DÍAZ
Lorena miró el móvil, leyó el mensaje y apuró el cigarrillo. Miró a su alrededor que nadie la siguiera, se levantó del banquillo y caminó hacia el hotel.
Al llegar a la habitación, tocó la puerta. Javier abrió. Vestía un pantalón de hilo y una camisa de manga larga semi abotonada. Lorena entró y se fundieron en un abrazo. Javier acercó sus labios a los de ella y suavemente la besó. Lorena se dejó.
-De cuanto tiempo dispones? Preguntó Javier.
-Toda la tarde, pero debo estar en casa a las 6:00.
Javier la tomó de la mano y volvió a besarla.
Fueron hasta la ventana y se quedaron en silencio, absortos, mirando el mar.
-Javier, tengo marido y…
-Calla. Aquí solo estamos tu y yo y esta habitación. Además no haremos nada que no quieras. Eres libre de marcharte cuando desees.
-Ese es el problema. No quiero irme, pero no puedo dejar de pensar en Jorge. No es justo para él.
-La vida no es justa. Cruzó nuestros caminos a destiempo y no voy a perder la oportunidad de estar con la mujer que amo. No me importan las circunstancias ni las consecuecias.
Javier se paró detrás de Lorena y la abrazó por la espalda. Posó sus manos en sus senos, y los acarició con delicadeza. Lorena deslizó su mano por el pantalón de Javier hasta llegar a la entrepierna. Agarró el miembro de Javier que estaba erecto y duro. Javier la volteó y comenzó a desvestirla con delicadeza. Desabotonó su blusa y la tendió en el espaldar de la silla. Liberó los senos del sostén y lo puso en la mesa. Le desabotonó la falda y suavemente la deslizó por sus piernas. Cuando la tenía en bragas, comenzó a besarle el cuello. Sintió como a Lorena se le ponia la piel de gallina. Sintió como se le endurecieron los pezones y al deslizar su mano, sintió como se humedecían sus partes íntimas.
Lorena le desabotonó la camisa y le quitó el pantalón.
Primero fueron a la silla y Javier la penetró suavemente. Cuando llegaron a la cama, Lorena estaba totalmente exitada y Javier la manejaba con maestría, algo que a Lorena la encendía. Hicieron el amor salvajemente hasta que ambos se corrieron. Terminaron exhaustos, una sobre el otro.
De pronto tocaron a la puerta. No eran golpes delicados. Eran golpes fuertes y desesperados.
Cuando Javier se asomó por el ojillo, vio a Jorge, el esposo de Lorena.
Javier estaba decidido a abrir la puerta. Por Lorena estaba dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia. Lorena se hizo una madeja de miedo y llanto.
Javier abrió y se hizo a un lado. Jorge entró como un torbellino, lunático, encolerizado, con los ojos turbados.
Las únicas palabras de Lorena, que se cubrió con una sábana mientras lloraba, fueron “no es lo que piensas. Fue solo un beso”.
GRACIELA PELLAZA
Invisible.
Cuando repaso, deduzco que así entendía mi adolescencia; sin estridentes platillos para anunciarme, sin coreografías sensuales, sin copiar los ademanes de mis pares.
Musgo entre margaritas.
Y estaba bien.
En las multitudes sobresalía mi curiosidad; estudiaba los movimientos de los demás, que vestido usaban, como se peinaban, que decían.
¿Quien sabe de que estaba hecha mi cabeza?
No titubeaba; era un asterisco en un mundo lleno de palabras. Coincidir conmigo supongo era un trabajo más esmerado, poner más atención, detenerse en medio de una autopista y no ser atropellada.
Yo estaba ahí, en medio de todo, no buscaba nada, quería que alguien saltará al vacío con el mismo paracaídas. No padecía la espera, la degustaba.
La conversación aburrida y parecida de los compañeros sobre los intentos fallidos, los fracasos y los éxitos de llegar al sexo, la magia de algunos días y lo indiferente como postre después de cada comida; eso tan sin nada… solo fortalecía lo que pensaba, de aquello que vendría.
Era alto, tal vez por eso me encontró en el rincón, era nuevo entre los amigos, caminaba columpiando los brazos, y vino así convencido de la ruta y el destino.
Y sin decir palabra, me dió un beso.
Un beso con gusto a temblor, sin escala de Richter.
El del susto.
El que ni siquiera supone antesala de pasiones, ese que parece flojo y mal cosido, el de los pocos años que salta atrevido, al abismo de las no respuestas. El que cree que puede ser y quizás no pueda nada.
Dura tan poco.
Y eterniza como una quemadura doliente, que arde, sin encontrar donde calmarla.
Aplaudo su boca valiente, que sorprendió mí boca cobarde. Tibio y húmedo como agua de río,
se cruzó la sala entera sin vanagloriarse, sin preludio, con la firmeza que sostiene el deseo y las ganas, decidido a romper con lo que no se sabe.
Y cerré los ojos para usar los otros cuatro sentidos, para elevarlo y que quede clavado en la historia.
En mi historia invisible, esa que no se cuenta nunca, pero que vive conmigo.
RAMÓN CORREA ÁLVAREZ
El beso de tu boca
================Deliciosa tentación.
Autor:JOSÉ RAMÓN CORREA ÁLVAREZ
Cuán seductor se adhiere a tus labios el carmín encendido de mi boca
Suplicándote un besito cariñoso
de ésa,tu boca.
La besaría como besaría a la ambrosía de la rosa,
Pués cuán bribones los míos se confunden con la suavidad de su piel,
Buscando en su excrecencia ése beso lujurioso,
Ése beso que los provoquen con su misteriosa miel.
Cuán apresurados se acercan mis labios a los tuyos buscando de tu boca todo su embeleso,
Se quedan entreabiertos,como semidormidos,
Deseando de los tuyos ése beso esquivo.
Cuán desmesurada es de mi boca la pasión que busca incesantemente en tus labios,jugosos y sacrílegos,
Ése beso , la más deliciosa tentación.
Cómo quisiera que tus blandos labios besaran los míos ,todos ajados,
Que lentamente recorrieran su pasado y que devolvieran las frescura a su carmesí ya saciado.
Cómo quisiera catar el zumo de tu boca en ese beso y que él mismo embriagada mis sentidos,
Que tu boca lerda me besara seductora
Para sentir ése beso en todo mi ser repetido.
JUANA CASTILLA
Fue su último beso. Apurado y húmedo. Era más fácil subir a la luna que volver a verse. Sentí por última vez sus ojos oscuros, su adiós denso en mi cuello, después de tantos años lastimándonos y queriéndonos, en prolijas rondas. Colecciono aún su beso hasta hoy, hasta ayer o quizás mañana, en que su calor se transformó solo en esa foto azul, dónde todavía sonríe.
BLANCA NIETO
La dama y el héroe
Estaba casi todo preparado. Iluminacion, atrezzo, vestuario, actores…la escena estaba apunto de comenzar, pero Tobas la recreaba día y noche, soñando con el gran momento. Su momento, y aunque él no era la protagonista, sino una más del elenco, iba a ser la dama oráculo de la montaña, Mirianne, aquella que lucía como una reina. El gran foco va a iluminar su vestido, contemplarán sus cabellos de plata y su rostro de afinado por el maquillaje.
El héroe que busca respuestas, Ariel, la encontrará a ella después de un largo camino de luchas incesantes como el que encuentra un bálsamo para sus heridas, si es capaz de conseguir el beso del oráculo encontrará su destino.
Tobas se preguntaba porque en los ensayos no ocurría, porque simulaban el final. Tal vez porque se trataba de un hombre o por temor, cualquiera sabe, pero la consumación era certera, estaba en su lugar, y el iba a dar todo en su trono de reina.
– Si Carlo, mi valeroso Ariel supiera la de noches en vela que he pasado besando mi almohada, ¿ Y si le mancho de purpurina azul su cara?-Se preguntaba-Se lo doy apasionado o con recato, pero ¡debe de sentirlo por Dios ¡tiene que sentirlo!- suplicaba mirando al cielo.
Sus pesadillas anteriores a la actuación se repetían incesantes siempre con el mismo fin. Su querido héroe terminaba arrojando toda su bilis en su vestido de reina. Percatándose de que jamás será una mujer..
– Llegó el tercer acto. Ariel con su pelo dorada y envuelto por su armadura Herrada .Se aproxima a ella muy despacio como si estuviera a millas de distancia, conectando sus pasos lentos con el suelo del escenario mientras Mirianne sólo alcanzaba a escuchar el tambor de su corazón. Se arrodilla delante de ella implorando la salvación de sus labios y ella divaga imaginando que pide su mano como en los cuentos de antaño. Acerca sigiloso su cuerpo extendiendo su aliento suave entre sus labios, dándole un beso tan tierno que ninguno de sus sueños pudo representar
SÁNCHEZ KATA MAR
En un instante dado en la penumbra de la montaña. Sus labios se rozaron ,pero en fugaz contacto, el tiempo se detuvo. En ese beso se coló el deseo de años, las palabras nunca dichas, y los secretos compartidos en miradas furtivas. Fue un beso que selló un pacto silencioso, un compromiso infinito Nadie más lo sabía, pero sus corazones latían al la par como danzando al unisono del mismo ritmo.
A partir de entonces, sus vidas se entrelazaron aún más, una historia de amor clandestina que solo ellos conocían. El beso que lo cambió todo, un secreto que solo sus almas compartían.
BEATRIZ ROBESPIERRE
A mi Angel
Cuando tus labios rosan mis mejillas
siento con ese beso tocar el cielo,
porque eres lo que más amo en esta vida
porque siento que sin ti yo muero
Mil besos no son suficientes para amarte
tus pasos ya gigantes alimentan mi querencia
tus picardías graciosas me hacen adorarte
y tu risa bullanguera alimentan mis vivencias
Tu mirada me enamora cada dia
tu voz es música a mis oídos
tu inteligencia es algo que yo admiro
y tu bondad, una cualidad que nació contigo
De ti aprendo cada día lo que es amar,
Tus besitos ingenuos me saben a miel
tus tiernas manitas que aprenden a acariciar
los llevo prendidas en el alma mi amado Agnel
MARÍA JOSÉ AMOR
No sé si habréis leído el famoso libro “Los Primitos” de Louise M Alcott. Para los que lo hayáis hecho, puedo deciros que yo encajaría perfectamente con Rosa: muchos tíos, muchos primos y ella hija única, aunque en mi caso, no huérfana.
Con tíos, primos de todas las edades y abuelos, los saludos eran, claro está, el beso habitual, sin hacer distinciones de sexos
Y un día, una niña de la clase llamada Maite, con por su parte un mogollón de hermanos, invitó a lagunas de la clase a merendar ya que había sido su Santo: Eulalia, alias, Laly.
Allí fuimos unas cuantas incorporándose al grupo los hermanos de más o menos edad parecida.
Lo pasamos genial jugando a juegos que podían ser unisex, tales como: los disparates, escenificar chistes, montar en el suelo un parchís enorme o…lo que se nos viniese a la cabeza, todo ello egado por a undante alimonada casera y Coca Colas.
Y llegaron las 9 de la noche, hora en que una tras otra, comenzaron a desfilar madres, tías, abuelas, o lo que tocase para recogernos y conducirnos a casa.
Y llegó mi turno, así que me despedí de los padres, dándoles correctamente la mano, y del grupo, con un beso a cada uno como era mi costumbre.
Y llegó el día siguiente. Entré diciendo “buenos días Señorita” y fui a instalarme en mi mesa, cuando vi que una de ellas comentaba algo por lo bajo lo que provocaba que el grupo que la circundaba fuese abriendo al boca a la vez que me miraban con cara horrorizada.
La clase comenzó pero las miradas de escándalo continuaban hasta ser toda la clase, excepto Laly, quien prestaba más atención a mi persona que a la las preposiciones que tocaban en aquel momento.
Bastante “mosca” la profesora[U1] quiso indagar qué pasaba ya que a este paso no superábamos el “ante” (recordemos que se recitaban diciendo “a, ante, cabe, contra, de, desde… ). Por tanto, paró la clase y dijo:
– No sé qué os pasa, pero no prestáis atención a la clase, así que por favor explicádmelo a mí también.
Nadie se atrevía al principio. Todo eran miradas entre sí con alguna aclaración por parte de Beth, la inspiradora del suceso, que, colorada como un tomate, seguía sentada sin aclarar nada.
Por fin, Pili, más atrevida dijo:
-Es que se ve que Marta ayer ¡besó a un chico!
Un enorme rugido de escándalo invadió la clase.
-A ver- dijo la profesora- explicadme bien esto.
Entonces Beth se levantó acusadora diciendo:
-Estábamos merendando en casa de Laly que era su Santo. Y estaban sus hermanos también. El que más estuvo fue Ignacio que son gemelos, o sea ¡de nuestra edad! Y- tragó saliva para continuar-y cuando la llamaron porque la veían a buscar, ¡qué horror! besó a Ignacio.
La reacción de la profesora fue aclarar que eso no era malo, claro está, pero fue el punto en que, se podrían confirmar las teorías “roussonianas” de que el niño en si nace inocente y es “el mundo” quien lo malea.
CARLOS RODRÍGUEZ
AQUEL BESO.
Aquella tarde sería distinta, se quedaría grabada en su memoria como un tatuaje se fija bajo la piel, y es que aunque hacía unos meses que ya no eran pareja seguían quedando para tomarse un café juntos un par de veces por semana.
Aquella tarde, como muchas otras tardes antes, ella saldría de su trabajo por unos minutos, unos breves quince minutos que él disfrutaba como si fuesen horas, pues aún seguía siendo ella quien evolucionaba sus hormonas y aceleraba el ritmo de su corazón.
Hablaron de lo acontecido en los últimos días, de como les iba en el trabajo, de los niños de una y del otro, y se rieron un rato con todo ello. Por un instante parecía que hubiesen viajado en el tiempo y siguiesen siendo la feliz pareja que había despertado envidias poco tiempo atrás.
Pero el infame reloj no había detenido su curso, había seguido dejando correr los segundos hasta consumir aquellos cortos minutos que ella tenía de descanso durante su turno de trabajo, forzando con ello una nueva despedida, aunque la de aquella tarde no sería una despedida cualquiera.
Él se levantó y pagó la cuenta mientras ella guardaba en su bolsito el tabaco y su teléfono móvil para regresar a la rutina.
Se despidieron en la puerta del local, como antes lo habían hecho otras tardes, pero esa tarde sería distinta. En el momento de despedirse con el habitual par de besos en la mejilla como lo habían estado haciendo desde su separación, esa tarde el inconsciente de ella la traicionó haciéndola rozar ligeramente los labios de él y sustituir el nos vemos pronto por un te quiero.
Él, la miró a los ojos y sin dudarlo un segundo respondió a sus palabras con un yo también que salió de lo más profundo de su corazón, pero que provocaría que ella se hiciese consciente de lo que había dicho y sin mirar atrás corriese hacia su trabajo.
Aquel fue su último beso, su último café juntos y podría decirse que las últimas palabras que entre ambos se cruzaron, pero ese beso, ese sutil roce de sus labios no se borraron nunca de la memoria de él, pues confirmaron que aquel amor seguía vivo, aunque fuese tras los barrotes de algún miedo.
MARTA SUÁREZ
Con su taza de té entre las manos, sentada en el sofá frente a la ventana, mirando caer la lluvia, Celina sentía que el invierno había llegado a su corazón. En soledad con un enorme vacío en su alma, se comenzó a preguntar – ¿Qué será de ti, por dónde andarás? ¿Qué habrá sucedido en tu vida? ¿Te sentirás tan solo como yo o habrás caminado de la mano de alguien por el parque los días de otoño?. Recordaba con tristeza el día en que se había cruzado con él en la puerta del colegio secundario, ese era el último día que se verían, él sé iría a vivir a otro país. Celina esperaba a sus padres y él se dirigía a despedirse de sus profesores y compañeros, cuando se cruzó con ella -Hola, -dijo él. Celina contestó con una tímida sonrisa. -¿Sabes que mañana parto hacia Europa? ¿y que no sé si algún día volveré?- preguntó él mientras miraba los enormes ojos café que estaban a punto de las lágrimas. –En todos estos años que hemos sido compañeros, jamás me he atrevido a insinuar siquiera lo que siento por ti, hasta hoy, ¿sabes?. No quiero partir sin que sepas lo mucho que me gustas y quisiera tener una excusa para volver cada vez que tenga la oportunidad. Se escuchaba tristeza en el tono de su voz. Celina no salía de su asombro, el chico que le había arrancado suspiros todos estos años, le estaba diciendo que también sentía algo por ella. Él siguió con su declaración –Quiero despedirme de ti, te pido solo un beso que me haga sentir que este es mi lugar y que debo volver aquí donde tu estas. Celina con sus mejillas sonrojadas, bajó corriendo las escaleras de la institución, por miedo a que sus padres la vieran con el chico que estos años de estudio había hecho latir su corazón adolescente. Esa fue la última vez que lo vió. Una lágrima rodó por su mejilla y se preguntó –¿Habrías vuelto si te hubiera dado ese beso? Fui tan tonta, lo que sentía por tí, no era un amor de chiquillos, lo que sentía por tí era el más verdadero y puro amor.
Al día siguiente Celina fue como siempre a la oficina, el presidente de la empresa llamó a todos a una reunión. –Les presento a nuestro nuevo director recién llegado de Europa, les pido le den la bienvenida. Celina con sus enormes ojos café, miraba con sorpresa al hombre recién llegado ¡Era él!. ¿La vida le estaba regalando una segunda oportunidad de encontrar a su gran amor?. Y esta vez no lo dejaría escapar.
EDUARDO VALENZUELA JARA
Bélgica, 20 de febrero de 1945
Querida Susan
¿Cómo te va en tus últimos meses de secundaria? Espero que muy bien, siempre fuiste una excelente alumna. Ya verás lo bien que te irá cuando puedas entrar a la Universidad.
En verdad espero que tú y tu familia se encuentren bien. Los extraño a todos. Dales mis saludos, de corazón, a tus padres y diles que tomaron la mejor decisión al no permitir que tu hermano Jimmy se enlistara (hay cosas aquí en el frente que nadie debiera ver jamás). A Jimmy dile que por acá todos confiamos en que jóvenes como él cuiden de nuestros hogares y aguardamos impacientes la hora de volver.
Ahora me encuentro en un pueblito en alguna parte de Bélgica. Aquí hace un frío que parte los labios y te paraliza; la nieve cae sin cesar, pero no es igual que como en casa. Aca la nieve parece más triste y fría. Hubiera deseado pasar la navidad por allá. Anhelo degustar una de esas exquisitas galletas que hornea tu madre, aunque aún no olvido aquella que me preparaste tú en la navidad antes de mi partida.
A veces marchamos días enteros por campos lodosos y húmedos, si hasta pareciera que el frío se te mete en los huesos y se queda allí y no hay calor de fogata que lo saque. En esas ocasiones yo pienso en los días de verano en casa; en las tardes bajo el gran manzano, perfumadas con el aroma del heno secándose al sol; en los paseos a caballo que tú y yo solíamos dar por el campo; y en tu vestido blanco, que bailaba con la brisa que soplaba el valle a mediodía.
Susan discúlpame, pero debo decirte que no he sido del todo honesto contigo. Seguramente te preguntarás por qué no te he escrito durante tanto tiempo, y es no quise preocuparte. Ahora te cuento toda la verdad.
Fue en la región que llaman “de las Ardenas”. Caí herido por metralla y casi muero. No fue tanto por las esquirlas que se incrustaron en el costado derecho de mi torso, sino por la infección de las heridas. Según me explicaron, estuve inconsciente y al borde de la muerte por casi una semana.
Recuerdo que cuando desperté creí estar en el infierno. Todo estaba oscuro, yo no tenía fuerzas siquiera para mover una mano ni para girar la cabeza, pero oía lamentos de agonía, llantos que venían de todos lados y un penetrante hedor de muerte que difícilmente olvidaré. Más tarde supe que me encontraba en un hospital de Rethel, en Francia. Allí permanecí en recuperación cerca de un mes, hasta que la infección cedió del todo. Durante ese tiempo vi morir a más soldados que en todo el resto de la guerra. Vi más horrores y mutilaciones de las que te puedas imaginar. Vi camillas que la muerte visitó varias veces en una misma jornada.
Contemplando a aquellos pobres infelices, que partieron de este mundo sin poder despedirse de sus seres queridos, me sentí afortunado, Susan. Afortunado de continuar respirando, ¡afortunado de estar estar vivo! y, por sobre todas las cosas, afortunado de tener una razón para continuar, sin importar lo difícil y horrible que sea estar por aca. Porque es gracias a ti, Susan, que yo sigo con vida. Porque es la esperanza de volverte a ver lo que me da fuerzas para no desfallecer. Porque no olvido la promesa que nos hicimos al despedirnos. La promesa de que nos casaríamos cuando vuelva. Y es tanta la felicidad de imaginar una vida contigo, de vernos construir juntos un hogar, de rodearnos de hijos y más tarde de nietos, y envejecer tomados de la mano, que no puedo morir por aca, Susan, no puedo.
Hace una semana que me dieron de alta y ya estoy otra vez, con mis veinte años recién cumplidos, en el frente de batalla. De mis heridas sólo quedaron unas cuántas cicatrices. Y aunque todos estamos muy cansados de esta guerra, las últimas victorias en Alemania nos tienen con la moral en alto. Pareciera sentirse en el aire que el final ya se aproxima.
Cómo deseo que esto termine pronto para volver junto a ti, Susan, porque no hay día en que, cerrando los ojos, no saboree en mis labios el recuerdo de aquel beso, ¡tan sólo un beso! Aquel que me diste en el granero para sellar nuestra promesa. ¡No sabes de cuánta alegría e ilusiones me ha llenado el corazón!
Aguarda un poco más, Susan, ya verás que pronto volveré para hacerte mi esposa.
Cuídate mucho, amada mía, con todo mi cariño
EVA AVIA TORIBIO
Un solo beso
Viendo la portada de estas letras, que van asomando poco a poco, podrás pensar que voy a hablar del uno de los Festivales mas famosos del mundo de la cinematografía.
En parte tienes razón. Este año en concreto, a parte del espectacular cartel, donde actores y directores de la categoría de nuestro Pedro Almodóvar dan divertidos saltos, para así mostrar lo vital que es para este mundo las artes, el 23 de mayo, fue un día muy especial.
Ese día se celebraría, como cada año, durante este festival, una gala especial en beneficio de la Fundación AMFAR, imagino que no hace falta que te diga a que se dedica esta fundación.
De esta gala la conductora fue, para mí, una de las mujeres más sexys del panorama cinematográfico, Sharon Stone que es acompañada, entre otros, de la cantante y actriz, de Kylie Minogue, y que fueron testigos, como todos los ahí presentes, del beso más caro del mundo.
Ahora os cuento mi versión de lo sucedido.
—¡Guapa! -dicen algunos de todos los guapos y guapas de la sala.
—Lo sé, lo sé, ¡ja, ja, ja! -dice Sharon.
—¡Came on, came on, the loco-motion! -entrando en escena la espectacular Kylie-. —Creo que me voy a poner celosa.
El público, que está super motivado, por la conductora de la gala, comienzan a tararear la canción.
—¡Pero, Matt! ¿Dónde vas? -le grita picarona a Matt Damon, que interrumpe en el escenario y se agarra a ellas.
—No he podido evitar mi instinto de estar rodeado de estas dos bellezas -dándoles un beso en las manos a las bellas damas.
—¡Gracias, Matt! -sonrojándose, Kylie.
—Yo si que no puedo evitar mi instinto, ya sabes luego donde encontrarme -le susurra, Sharon al oído a Matt, que no la suelta ni un instante-. —Amados compañeros …
—¡Guapa! -grita un espontaneo.
—¡Came on, came on…!
—Vale, vale, estoy tremenda, pero todos estamos esperando este momento. Amado público, es la hora de rascarse los bolsillos. Así que preparad vuestros cheques, porque por ahí sube…
—¡Uyy! ¡Really, George! -dice, Matt.
—¡Guapooooo! -gritan todas las mujeres y parte de los hombres.
—Ahora soy yo, el que se va a poner celoso, ¡ja, ja, ja! Pensaba que iban a ser mis labios los subastados.
—Tranquilo, Matt, que esos labios los beso yo -suelta Sharon.
—¡Came on, came on…!
—¡20.000$! -se escucha a la lejanía.
—¡Really, …, si tú ganas eso solo con respirar! -suelta, Kylie.
—Creo que me voy a tomar un café -dice, George.
—¡Nooo, doy 100.000$! -grita una espontanea que se ha colado en la gala.
—¿He escuchado bien? -dice, Sharon-. —George, enseña la patita, ¡ja, ja, ja! Que a este paso va a ser la peor recaudación de la historia -dándole una palmadita en el trasero.
—¡Quien fuera café! -grita, Almodóvar.
—A ti no, ¡ja, ja, ja! -le contesta, George.
—¡Tú te lo pierdes! -le replica.
La sala echa a reír sin parar, hasta que Kylie comienza a cantar.
—¡175.000$!
—¡Un dos por uno! -grita, Angelina.
—¡Brad, a ver si te voy a tener que enseñar! Angelina, llámame -les dice, Matt.
—¡Eyyy, tranquilito con lo que le dices a mi mujer! -levantándose del asiento.
—¡Came on, came on…! Tengamos la fiesta en paz -cambiando, Kylie, el estribillo.
—George, saca algo de carne, jodio -dice, Sharon.
—No sé de dónde, las mujeres me tienen consumido ¡ja, ja, ja!
—La verdad, amigo, es que te estás quedando en los huesos. Imagino que de lo demás, irás cargado ¡ja, ja, ja! -riéndose, Matt.
—¡225.000$! -me estoy poniendo como una moto, piensa la espontanea, mientras grita todo ese montón de billetes.
—¡Si subes a 350.000$, el beso es tuyo! -le dice, George.
—¡Hecho! Un momento que hablo con el del banco para que me haga un préstamo.
Bueno, bromas aparte, hasta la fecha el beso más caro de la historia fue el dado por George por un valor de 350.000$. Para mi gusto, por un solo beso, demasiado dinero, pero imagino que, para la élite, eso es calderilla.
CELIA OLGA ROMAR
Hizo falta un solo beso para q todo se vaya al Diablo, un solo roze en la mejilla, ni un suspiro ,sin perfume ,,,para q todo se vaya al Diablo,, nadie se dió cuenta ,fue tan rápido, movimiento furtivo como de una serpiente. Era de esperar el resultado, todo iba a fracasar, tanto esfuerzo,angustias,esperanzas,pero solo vasto un beso para q todo se vaya al Diablo. Aquella boca q decía te amo, te respeto, te admiro, logro en un segundo lo q en millones de años sería una constante lucha, un solo beso y todo se fue al Diablo. Allí está crucificado,……..Lo llamaban Jesús……por solo un beso.
LUISA TURATTI
Y, besitos para todos
¿Dónde van los besos que no se dan?
Alicia espera ansiosa la llegada de Mario, aunque ya sabe, hace tiempo, que los ojos de él no brillan cuando la ve, pero Alicia aún tiene la esperanza, la ilusión, que lo que se convirtió en rutina, vuelva a nacer de las ganas y del amor.
Mario llega y, cómo es de costumbre, la saluda con un beso, sólo un beso en los labios sin más. Un beso lleno de rutina, de costumbre, como un acto reflejo más que como un acto de amor. Y así hasta que Mario se va y se despide con otro de sus besos automatizados.
Sin embargo, a Alicia, aún le brillan los ojos cuando ve a Mario, le nacen todavía esas ganas de lanzarse a sus brazos después de una jornada de trabajo, de una tarde con las amigas, o simplemente por el hecho de mirarlo y ver ante ella al hombre que ama.
Aunque día tras día, puede ir contando los besos que recibe de Mario, dándose cuenta, que entre ellos ya perdió el de buenas noches y el de buenos días y otros, que no hace tanto, se daban incluso hasta con la mirada.
Se queda dormida pensando que pasó con esos besos, ¿Donde quedaron, por qué se fueron?
Algunos besos se pierden, quedan en el olvido, pero otros, permanecen dentro del que quisiera darlos, van a la inseguridad de contenerlos, en la duda de si al darlos serán bien recibidos, quedan en el dolor, en las ganas, en la indiferencia. Porque un beso, sólo un beso, empezó marcando la diferencia de un antes y un después, que tuvo que aprender a guardar sus besos, a aguantarse la ganas de darlos y a mirar simplemente hacia otro lado.
Besos desperdiciados, que tienen que ser guardados, ni prestados ni regalados a nadie más.
Ahí, ahí van los besos
SILVIA GALLARDO
Busco el respiro
en tus labios callados
oxígeno vital.
Estoy muriendo
por la dulce caricia
qué me alimenta.
Solo tus labios
calmarían está sed
qué me atormenta.
Ósculo santo
en tu lecho de muerte
adiós eterno.
MANUELA CÁMARA
La ciudad me envuelve con su bullicio y su vértigo. El impermeable de tus ojos me defiende de sus luces y sus penumbras. El calambre de tu piel me separa de su ritmo y su lógica, de la conjura de sus nombres y los carriles de sus leyes, con sus sueños y sus pesadillas.
Pero yo no soy de la ciudad, yo soy del sueño. Del sueño que me lleva más allá de esta realidad. Del sueño que abre puertas para que corra con viento ambarino a otros mundos. Del sueño que libera rutinas saltando sobre el horario que abres y cierras cada día, como si me inventaras y consumieras, cada vez que juegas con tu paraguas de colores.
Cada momento del día lo conjugo en tu presente.
Escapo de la ciudad y soy del sueño en el que me creas, en el que antepones delante del mundo mi valor, cuando haces sentir mi cuerpo, arbol vivo de tus raíces, del que prenden ramas de paisajes, mares y esperanzas como granadas constelaciones, que forman el mundo aliterado, donde dos lugares geométricos, irradian cara a cara la intimidad de su calor.
Una sola cosa separa la ciudad del sueño, la fuente real del lugar donde liban los imaginarios.
Una sola cosa separa el lugar donde nos empezamos lejos de los otros.
Solo una cosa separa el cuerpo humano, de una historia divina.
Solo un detalle distingue la humanidad, de una leyenda.
Solo un elemento diferencia lo mortal de lo sublime.
Solo un factor divide lo carnal de lo celestial.
Solo un beso, y nada más. Solo un beso, y todo lo demás.
ANA DEL ÁLAMO
Besos de primavera engalanados con jazmín y caléndula
expuestos con descaro ante la mirada del voyeur indiscreto
Besos dormidos que despiertan tu mirada insomne
Besos de abrazo que envuelven el cuerpo y el alma desnudos
Besos crucificados dispuestos a variar el destino, con olor a muerte, a presa, a camorra.
El primero de los besos tan distinto al otro…
Besos de juguete, de golosina, empapados en almíbar
«El robado», atrapado en el tiempo sin vía de escape, sin reloj, sin latido
Besos de amante bajo el lecho furtivo de la dama
Déjame embriagarme de tu ósculo de borrachera
Que tu último suspiro embarque mi último beso.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
La mala intención puede ir con tan solo un beso inocente, que aparenta cariño. Le decía Joaquín a su única hija María Esther. Te digo algo, hija mía:
—Cuídate de los muchachos, de los compañeros de clases, que con tan solo un beso pueden llegar después a otras cosas que tú desconoces.
—¿Qué otras cosas, padre mío?, preguntaba con asombro María Esther.
Una niña de la provincia que debía partir a estudiar el bachillerato en la capital.
María Esther era una niña hecha mujercita, de cabellos de oro y dientes de marfil, así le cantaba la canción de cuna su madre para dormirla.
Para ambos padres era muy difícil desprenderse de una hija a quien sobreprotegían con un infinito amor.
Fueron largas las conversaciones y otras veces discusiones entre Joaquín y su mujer sobre si sería lo mejor enviar a su niña adorada a la capital a estudiar.
Joaquín decía que la capital estaba colmada de malas intenciones, humillaciones, vivezas, seducciones peligrosas, robos y quién sabe que otra maldad creada por los hombres impuros. Joaquín era muy creyente del cristianismo, ávido lector de la Biblia. Su deseo era haber sido pastor en una iglesia evangélica. Pero como él decía, la oportunidad no llegó. A pesar de ello, decidió vivir lo más parecido a la forma de vida de un pastor. Exclamaba para el mismo y para todo aquel que lo conociera: el ser humano debe seguirse por los preceptos religiosos que están escritos en la Santa Biblia, Amar a Dios sobre todas las cosas y temer por las acciones que puedas realizar en esta tierra. Si no cumples con sus mandamientos, irás al infierno.
El diálogo entre padre e hija se le tornaba difícil para Joaquín, pues las explicaciones no salían de su mente, ni encontraba las palabras adecuadas, por ello prefirió enviar a María Esther a su madre.
La niña más confundida que nunca, se acercó a la cocina donde estaba su madre atareada preparando el aliño para el almuerzo.
—Mamá, papá me ha dado uno de sus acostumbrados sermones, yo no le entendí y me dijo que tú podrías explicarme.
Explicarte, ¿qué cosa, hija mía?
—Todo lo que me ha dicho esta vez me ha dado miedo. Papa dice, que detrás de un beso existen muchas cosas que yo desconozco.
Al oír las palabras de María Esther, su madre pensaba:
Joaquín, qué has hecho ahora con esta niña.
En un instante la mente de Ana María se fue al pasado cuando conoció a Joaquín. Un hombre fuerte, seguro, valiente y sin prejuicios, libre de pensamiento. Ese Joaquín era su gran amor, no el que ahora teme, y emite juicios impropios o se aferra a dogmas religiosos extremos.
Cuántas noches sin dormir Ana María pensando en cómo había cambiado Joaquín. Ella evadía enfrentarse a esta situación. Pero ante lo sucedido aquella mañana, su corazón no podía callar más.
Sin darse cuenta, Joaquín y Ana María estaban creando una personalidad insegura y temerosa en María Esther que podría truncar los sueños y la libertad por vivir fuera de las alas de ambos.
En el fondo del corazón y la razón de Ana María sabía que como madre, también había contribuido en menor escala que Joaquín a proteger a su única hija. Sin darse cuenta el tiempo marcaba sus pasos y ya María Esther empezaba a ser una mujer, era una etapa muy importante, donde se podrían consolidar las bases de una personalidad.
Por lo que le dijo a María Esther:
—Esta tarde vamos a dar un paseo cerca del lago, ¿te parece?, así conversamos como un par de amigas.
Si mama, vamos en bici.
Ana María se sintió algo aliviada, tenía tiempo para pensar que era lo mejor para su hija.
Sirvió el almuerzo en el comedor, que como era la costumbre se veía algún detalle, como flores o frutas que Ana María con gusto y cariño colocaba al centro de la mesa. Ese mediodía, Joaquín como todas las veces antes de comer, agradeció a Dios y los tres degustaron la buena comida. Mientras comían, se sentía un silencio no acostumbrado, pues cada quien dialogaba con su interior.
Joaquín preocupado y obsesionado por la ida de su hija a la capital.
Ana María buscando las palabras y los razonamientos más adecuados para forjar una mujer fuerte, decidida y estable emocionalmente. Aunque sabía muy bien que una sola conversación no bastaría para lograrlo.
María Esther se seguía preguntando: ¿qué cosas desconozco detrás de un beso?
El reloj marcaba las cinco de la tarde, Ana María llamó a María Esther diciéndole:
Hija mía, saca las bicicletas que están en la cochera, ya te alcanzo.
Joaquín escucha la exclamación de Ana María, pero prefirió no opinar. Con una sonrisa la ve pasar rumbo a la cochera.
Ana María lo ve y le dice:
—Espéranos a cenar, que vamos a pasear un rato, tú sabes cosas de mujeres.
María Esther, al escuchar a su madre, se sintió importante.
La tarde estaba hermosa, el cielo sin nubes y a lo lejos el sol se despedía sin desperdiciar su calidez. El lago a lo lejos las invitaba con su calma a permanecer sentadas al frente en aquellos bancos gastados por la lluvia y el sol diario. Las flores danzan junto a las diversas tonalidades de los verdes esmeralda que vestían los árboles junto al lago.
Madre e hija respiraban el aire puro de un atardecer reflexivo y aleccionador para ambas.
Ana María sin más rodeos, le dice a su hija:
—María Esther, dentro tres meses, cuando terminen las vacaciones de verano, cumplirás doce años, fíjate cómo has crecido, ya te he explicado los posibles y maravillosos cambios que sentirás.
A lo que respondía, muy tranquila María Esther, si mama, me gusta ser grande.
De verdad hija, ¿Por qué te gusta?
—Porque me gusta ser importante, las niñas a veces no somos tomadas en cuenta. Papá dice que tenemos que callar cuando hablan los mayores, aún más cuando si son hombres. Cuando le pregunto: ¿por qué? Me dice que así está escrito.
—Mira hija, papá te quiere mucho como yo, ambos te adoramos, pero entendemos que el tiempo pasa y tú te volverás una mujer. Queremos lo mejor para ti.
Quiero que sepas que tu papá, no es la persona que yo conocí cuando me enamoré de él. Él era más confiado, seguro y no tan prudente y temeroso de Dios. Eso es muy respetable, debes quererlo. Él merece que lo amemos. Pero creo que debemos reflexionar en estos últimos meses antes de irte a la capital.
Estoy muy orgullosa de ti, pues has aprendido varios quehaceres de la casa que te van a hacer falta por allá, aunque llegas a la pensión de tu tía. Debes ayudarla en lo que puedas. Pero poniendo límites si es necesario, límites con amor, ¿me entiendes hijita?
—Sería como decirles, no puedo algunas veces, ya que lo más importante son mis estudios.
—Exacto, hija, piensa siempre en ti y como te sientas. Nunca comprometida, sí agradecida, recuerda que tú tienes tu hogar con nosotros. Trata de poner todo el empeño posible para estar bien contigo misma primero y estarás bien con los que te rodean. Si no te adaptas no importa. Me tienes a mí para expresar lo que quieras y como quieras.
Quiero que sepas algo muy importante, nosotros confiamos mucho en ti. En especial yo, sé que eres muy inteligente y capaz de muchas cosas, tan solo empieza a escuchar esa vocecita interior que te irá guiando. ¿Recuerdas el cuento de las hadas de bosque? Esa hada muchas veces está en tu corazón.
He pensado que durante estos días ayudes al señor Pedro a repartir los periódicos en la comarca. Se lo propuse y aceptó. Te va a pagar algo, así ahorras.
—Mamá, papá dice que el dinero es malo.
Si hija lo he oído decir eso. Tu padre en este momento está confundido.
Aquella tarde ambas lograron fundirse en un amor y entendimiento filial que alegró ambas almas.
La noche comenzaba a levantarse expandiendo la oscuridad, cuando ambas amigas regresaban a la casa.
Ana María llegó a preparar la cena y no podía dejar de pensar en la solución para volver a encontrar al Joaquín de quien ella se enamoró, pues de lo contrario ya no existirán más oportunidades para ambos.
Pasaban los días y Ana María trataba de convencer a Joaquín que su forma de ver las cosas que no era lo más adecuada para sus dos grandes amores. Pero las reacciones de Joaquín la alejaban más de él. Ya ni siquiera los besos se daban en aquel hogar. Las conversaciones se tornan en discusiones.
Hasta que un día María Esther le dijo a su padre:
—Basta ya, gracias a tu Dios me voy de esta casa. No quiero escucharlos, discutir más.
Con esa frase se había roto por completo el amor entre tres almas.
Pero hija mía, cómo dices eso, le dijo Ana María consternada.
—Si mamá porque tú queriendo cambiar a papá, también discutes y tu papá no queriendo colaborar y entender, terminas gritando.
Creo que hablaré con la tía para irme antes de lo previsto.
Los padres se vieron a los ojos ante lo dicho por su hija. El mundo de los dos, se estaba derrumbando a pedazos. María Esther había logrado en una expresión transformar a dos seres confundidos, heridos por la sordera mutua de la razón individual.
María Esther les decía: ya los besos en esta casa se fueron de paseo y no los volvimos a ver, ustedes no dejaron que volvieran a entrar a esta casa. Esos besos, los quiero de regreso, los extraño, mi corazón está triste, decía entre lágrimas una niña de tan solo doce años. Ahora ya conozco lo que hay detrás de tan solo un beso.
YOLILLANA
Me muero por un beso tuyo.
Sin conocernos, sin haberte tocado, ni olido, siempre estás en mi mente cuando tengo sexo.
Es tu cuerpo el que recorro con mi lengua y tu pene el que me penetra con fuerza.
Son tus manos las que me agarran por las caderas, aprietan mis pechos y me tiran del pelo.
Y sí, estoy acojonada por quedar contigo, y porque un simple beso despierte toda esa pasión retenida durante meses y rompa mi mundo.
Porque no me sirve una cerveza, ni un paseo y una charla…
Quiero un beso que me despierte a la realidad de tu existencia.
CONCE JARA
La traición de alguien a quien creías amigo.
Sansón iniciaba la comitiva, abriendo paso entre los viandantes. Detrás, en el centro caminaba su líder, altivo, aunque de semblante amable, seguro de sí, tanto que cuando se dirigía a alguien o arremetía contra un hecho, podía ser una experiencia que dejara pasmado a cualquiera que no hubiera entendido bien con quien trataba.
Dos pasos por detrás, Judas, alias el Sicario, su contable, con su inseparable maletín de Hermes atado con una esposa a su mano izquierda, y en paralelo a este último, cubriendo el flanco opuesto de la calzada, el segundo guardaespaldas. Por detrás, otros dos esbirros cerraban el séquito.
El Sicariollevaba años fiscalizando con eficacia las finanzas de su líder, pero últimamente se había convertido en alguien en quien no se podía confiar. Se pervirtió lentamente, cediendo una y otra vez ante la decepción, el rencor, el resentimiento, su opinión negativa de los que, en teoría, más le apreciaban, lo que le llevo a la desconfianza, y a malinterpretar constantemente intenciones.
Judas ganaba como malgastaba. Empezó con el adulterio, el consumo de drogas, el proxenetismo, descubrió su homosexualidad, la pedofilia, pero a lo que realmente sucumbía era al juego. Arriesgaba con la esperanza de ganar algo de mayor valor, algo que, quizás, no fuera el dinero, sino recuperar la confianza que en su día le hizo seguir a su líder… Entonces sentía el impulso de seguir jugando.
En un principio, cubría sus deudas con el producto de pequeñas malversaciones del patrimonio que dirigía, pero las deudas cada vez necesitaban más, lo que le llevó a perder, agotar sus ahorros y endeudarse. Ya no podía ocultarse, aunque recurriera al fraude… necesitaba seguir alimentando su adicción.
Con semejantes apuros acudió a aquella cita, donde le propusieron que marcara a su jefe, ya que era bien conocido como su factótum, y el primero de sus hombres que, cuando las cosas se ponían feas, volvía a verle el rostro tras una nueva sesión de cirugía facial, que quizás, le hubiera llevado a permanecer durante varios meses bajo el más estricto anonimato.
—¿Cuánto me darán si se lo entrego?
Tras ofrecerle cinco millones de dólares, el Sicario aceptó.
Quedaron en seguir a Judas y que el hombre al que éste diera un solo un beso en la boca, era aquel al que debían prender.
Desde ese momento, el Sicario, desesperado, buscaba una oportunidad para efectuar su compromiso en público. El líder parecía conocer sus intenciones, por lo que no dejaba de llamarle amigo, dándole varias oportunidades de quedarse solos, para que Judas rectificara confesándole su grave deslealtad.
LA CENA
Un jueves de primavera el líder organizó una cena. A la hora del brindis levantó su copa y advirtió que conocía que pronto sería traicionado por uno de los allí presentes, lo que causó consternación, dolor y desconfianza en su gente.
Tras el brindis, el jefe se dirigió a Judas y le dijo:
—Lo que vayas a hacer, hazlo cuanto antes.
Días después, una mañana, los seguidores del líder tomaron las calles para escuchar su manifiesto en el que instigó a parte de los allí presentes a marchar hasta el Capitolio y al resto hacia el Congreso.
Una vez en los exteriores de los edificios, los manifestantes traspasaron la seguridad, ahuyentando a los allí presentes, para dejar aquello a merced de las llamas.
Los soldados cargaron contra aquella marabunta de gente, ante lo que el líder ordenó a los suyos que volvieran a sus casas.
Pasados unos días, tras los disturbios, Judas y la comitiva de protección esperaban a su jefe en la puerta de su morada. El Sicario se situó el primero y al saludarle, se abalanzó sobre él dándole solo un beso en los labios, que por su rapidez, al otro no le permitió hacerle la cobra, aunque ni el besado, ni los guardaespaldas le dieron a aquello mayor importancia.
Entonces, la protección del dirigente no pudo hacer nada contra los agentes de los SEAL que aparecieron por sorpresa, con la orden de detener al ahora plenamente identificado líder, por supuestamente impartir doctrinas falsas, días atrás, que incitaron al odio de las masas, con el resultado de los disturbios registrados contra el Congreso y el Capitolio
El líder sonreía. Aquello no le pillaba por sorpresa y dijo:
—¡Judas! ¿Con un beso me traicionas? Yo no te he dado permiso para que me dieras ese pico… pero que lo sepas, me ha gustado.
Tras esto, llevaron al líder para que ser juzgado ante la Corte Suprema, quien decidió su inmediato ingreso en prisión. Después de un dilatado juicio, el dirigente fue condenado a la pena de muerte. Moriría electrocutado, con una primera descarga de 1.000 voltios durante 20 segundos, con un intervalo de un minuto. Le dieron decenas de descargas hasta que, por fin, a los 3.000 voltios murió calcinado.
Judas se vio condenado a la culpa, se lamentaba de su deslealtad ante la prensa, pero nadie le creía. Cansado de ser portada en las noticias, de los memes, de los Twitter y del acoso a su familia, se personó ante los medios ofreciendo devolver los cinco millones de dólares, diciendo:
—Aquí todos vosotros también estáis pecando, aunque yo os haya entregado su sangre inocente.
Las masas no hicieron caso a sus disculpas, no aceptaron el dinero y Judas, desesperado se ahorcó.
Los ahora líderes no sabían qué hacer con aquel capital. No quisieron entregárselo a sus herederos, porque era precio de sangre, y después de consultar, compraron un enorme terreno alrededor de la Ciudad del fútbol de la Selección Internacional del País.
Ahora, hombres y mujeres desgastan sus botas a diario mientras entrenan para competir con otros países, sin distinguir entre sexos, con los mismos sueldos, y quizás algún día consigan ser, de nuevo, Campeones del Mundo, aunque ya nadie se acordará de aquel líder que murió por ellos, ni de Judas el Sicario, que gracias a su acción autolítica, procuró la existencia de aquel campo conocido popularmente como: “Campo de sangre”
ANA ROSALES
No sabes cuanta falta me hace un beso tuyo, solo con sentir el roce de tus labios me enciende todo mi cuerpo, con solo un beso es una sensacion de mil mariposas en el estomago, que me transporta a un mundo de sensaciones y entrega sin limites. Porque te amo y eres lo mas hermoso que me pasado. Sabes cuanto desearia qué estuvieras a mi lado. Para decirte al oido tantas cosas bonitas.
DAVID DURA MARÍN
Cuando mi madre me mandó a pasar el jamón nunca pensé que aquello cambiaría mi vida.
Mi familia era algo menos pobre y disponíamos de algunas patatas, tres gallinas y siempre un par de cerdos.
Mi abuelo era pasante, mi padre igual y ahí empezó mi herencia.
La primera vez casi me quemo al introducir el jamón en casa de la Rogelia, poco a poco y con el tiempo le fui cogiendo el rollo.
De casa en casa, no más de veinte segundos y hueso de jamón para otra olla.
Qué pobres eran.
Dándole un poco de sabor a sus caldos cayó mi primer beso.
Me gustó tanto que ponía de mis ahorros en casa y solo cobraba besos.
Si se hubiera enterado madre.
Un día murió padre y quedamos sin cerdos, sin hueso de jamón y sin besos.
Como era adicto me hice besucon en serie.
Con la pierna de padre, serrada del cementerio, tiré casi un mes.
Ahora sueño mis días dorados al sol, en mi silla de ruedas.
Cuando miro mis muñones cierro los labios.
Que me quiten lo besado..
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Guillermo Arquillos y felicidades a todas las participaciones.
Bien difícil la votación. ¡Cuánto arte hay en este grupo!
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