Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «infinito». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de septiembre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Era tanta la felicidad que en los días pasados de este agosto 2023 hemos pasado en Extremadura parte de la familia que a la noche soñé que no podía tener fin…
Más puesta a contar, diré a través de la voz de la pluma la cantidad de ratos vividos, en harmonía.
El símbolo infinito llegó a mi casa, en forma de lazo divino y humano.
Con sonrisas mañaneras utilizamos la energía de cada uno de nosotros en nube de amor con el deseo de que llegue al que tenemos a lado.
De esa manera volátil las horas del día son como perlas de aceite divino que nos embellece el alma y abre el corazón para abrazarnos en el convivir amándonos…
Cuenta la historia de que una vez existió un libro secreto muy especial. A medida que se leía se borraban las páginas. Si no eras capaz de retener lo que habías leído, el truco era cerrarlo y volver a abrirlo. Sólo había un «pequeño» inconveniente. El libro, que parecía tener vida propia, te obligaba a comenzar de nuevo y eso era un problema, pudiendo llegar a darse el caso de que el lector cejara en su intento y abandonara su empeño de acabarlo. Sin embargo, al lector avezado que conseguía leerlo sin interrupciones hasta el final, le permitía descubrir un montón de secretos.
Era sabido que uno de ellos era que el libro era capaz de influir en la psique del lector despertando en él la necesidad irrefrenable de continuar la historia que había leído, despertando a su vez una pasión incontrolable por explorar los límites de su imaginación.
A medida que cada escritor que había conseguido terminar el libro, se ponía a escribir la continuación, creaba un nuevo libro especial, y con ello podías encontrar en las nuevas historias, mundos sin fin, donde la imaginación fluía libremente y los límites solo los marcaba la ilusión y la mente de cada lector. Con el avance de cada historia, se manifestaba un nexo de unión. En sus relatos, el infinito se volvía tangible y alcanzable, pero solo en sus relatos. Tras sus publicaciones, los lectores que conseguían terminarlo, encontraban la inspiración y la esperanza de que no había límites para lo que la mente humana podía lograr. Cada capítulo parecía llevarlo a un lugar nuevo y emocionante cada vez, donde el tiempo se detenía y las posibilidades eran infinitas. Emocionados por ello, cada nuevo escritor comenzaba a escribir sus propias historias, creando personajes únicos que convertía en protagonista de cientos de aventuras que desafiaban las leyes de la realidad. A medida que sus plumas se movían sobre el papel, podían sentir la energía ilimitada e infinita de sus ideas manifestándose en esas palabras.
Con el tiempo, cada escritor caía en la cuenta de que el verdadero infinito no estaba solo en las páginas de un libro o en sus propias historias. El infinito estaba dentro de cada uno de nosotros, en nuestros sueños y aspiraciones, en nuestra capacidad de imaginar y crear.
Con cada continuación terminada, cada nuevo escritor entendia que la palabra «infinito» no solo era una descripción de algo sin límites, sino también una invitación a explorar, a trascender nuestras propias barreras y alcanzar nuevas alturas. El infinito era una promesa de que siempre habría más por descubrir, más por aprender y más por soñar.
De este modo, cuando un nuevo lector leía un nuevo libro, escrito por un nuevo escritor, la rueda se volvía a poner en marcha. La búsqueda del infinito retomaba su misión, llenando cada día con nuevas ideas, nuevas historias y nuevos sueños. Sus vidas se convirtian en un cuento interminable de aventuras, inspiración y amor. Una historia infinita que nunca llegará a ver su….
Tenía mi madre la costumbre de comprar unas madejas de lana en tiempo de otoño con las que luego en invierno se pasaba las horas tricotando. Menudo los jerséis que tejía al brasero en las largas noches de diciembre. Y como era muy ordenada y ritual en sus tareas, cada objeto debía ocupar el lugar correspondiente. Tan solo las madejas no lo tenían y había que devanarlas. Y una mañana encontró por fin la manera. Prendió del mismo gancho donde mi padre colgaba el sombrero una madeja para con santa paciencia devanarla hasta fabricar un ovillo. Y fue aquella ocurrencia ocasión de las primeras trifulcas a cara descubierta entre los dos.
—A ver cómo hago el ovillo si no hay en casa otro gancho. No la voy a colgar del palo donde colocamos la matanza.
Así un día y otro. Si ella aportaba sus razones, mi padre no cedía de su privilegio, pese a ser el primero en estrenar por Reyes un jersey de cuello alto, delicioso, calentito y fabricado con el cariño que mi madre dispensaba en todo lo que hacía.
Lo pensé entonces y me presté a hacer de voluntario y clavo. Extendí los brazos y animé a mi madre a que colgara de ellos la madeja. Rio encantada. Con los brazos abiertos buscó el hilo del principio, hizo con un papel un gurruño y empezó a devanar. Eran cuatro las madejas nada menos.
Vivía de pupilo en casa de mi tía Luci, don Mario, maestro profesor de matemáticas, el cual se afanaba por explicar a muchachos de catorce años la noción de infinito. Se acordaba de lo contado por el cura de su pueblo que decía «contad, contad, cuando lleguéis a mil y a un millón podéis seguir contando y así hasta la eternidad, porque siempre quedarán números y más números. Eso es el infinito.» Pero aquella imagen para nada motivaba a los alumnos que estaban más pendientes del móvil, de las muchachas y del tiempo que hacía.
Mi madre y mi tía se contaban de todo. «No te lo imaginas. El maestro está desesperado. Los alumnos no le entienden.» «Natural, es que las matemáticas…» «Yo le animo. ¿Sabes? Ayer me preguntó qué era para mí el infinito.» «El pobre.» Y mientras hablaban, mi tía sostenía entre los brazos una madeja.
Sentados a la mesa a la hora de comer, contó mi madre la visita de mi tía y las desventuras de don Mario.
—Invítale a tomar chocolate y le das a probar unas torrijas, porque tu hermana solo le pondrá café. —Apuntó burlón mi padre.
Un viernes por la tarde se presentó en casa don Mario y mi madre atizó el brasero, pasó un paño húmedo por el hule de la mesa y colocó el servicio completo. Y en tanto se iba haciendo el chocolate, le animó a que extendiera los brazos porque le quedaba media madeja por devanar. Le gustó la tarea. Probó luego el chocolate y un par de torrijas que mi madre acababa de freír. Hablaba poco el maestro y no encontraba la palabra para agradecer el manjar con que mi madre le había obsequiado. Mi madre tenía para la cocina mano divina.
Oscilaban del gancho donde mi padre colgaba el sombrero media docena de madejas, y don Mario encontró el momento de agradecer las atenciones.
—¿Le ayudo a devanarlas?
—Muchas gracias. Extienda los brazos.
Hora y media llevaba mi madre devanado y al maestro se le iba acabando la paciencia. Cuando terminaron anochecía. Se rascó una oreja don Mario, se tocó la nariz, se levantó de la silla, volvió luego a sentarse y dijo: Felipa, acabo de averiguar qué cosa es el infinito.
—Pues usted dirá. No será lo bueno de las torrijas.
—La paciencia y maña con que fabrica usted el ovillo.
Mi madre se quedó sin habla.
—¿Usted cree en Dios? Pues el infinito viene a ser como el ovillo que Dios teje y teje y nunca deja de tejer.
—¿Y la madeja?
—La madeja somos nosotros, una madeja que ni Dios es capaz de desenredar.
―Antonia, cojones, siempre me despiertas, ten un poquito de cuidado, que luego no consigo dormirme otra vez, joder… ¡¡¡Jjjjrrrrññññ jjjjrrrrññññ…!!!
«Qué mal despertar tiene mi Jero, pero es tan bueno. En fin, nadie es perfecto. Al lío, que me espera un día completito, para variar. Una duchita rápida y a preparar los desayunos».
―♫♪Escándalo, es un escándalo, escándalooooooo…♪♫ «El mejor momento del día, sin que nadie me incordie».
― ¡¡¡Mamaaaa, sal del baño, que tengo apretón!!!
―Ya voy, hija, vaya horitas…
― ¡¡¡Que me cago!!!
―Pasa, Benita, pasa, que ya me seco en el pasillo, no te lo vayas a hacer encima.
―Esto me pasa por las mierdas de cenas que nos das, a ver si te enteras de una vez.
«Con catorce años, y ya le asoma el carácter paterno, ¿qué será cuando tenga dieciséis?».
― ¿Terminas ya, hija? Me he dejado la ropa dentro y voy a coger frío.
―Sí, y por tu culpa, he manchado las bragas. O sea que, ya mismo estás poniendo la lavadora, que si no se te olvida. No sé qué te pasa por la cabeza, será de estar todo el día tocándote el fifi.
―Anda, relájate y vuelve a la cama, que todavía te quedan dos horas.
―Pues, no hagas ruido, que pareces una orquesta. Que sepas, que a los hijos también hay que respetarlos, ya no es como en tus tiempos.
«Menuda hostia tiene la niña…»
―♫♪¿Qué sabe nadieeeeee…?♪♫ «A ver, el café bien cargado para Jero, sus tostadas con tomate recién rallado, con su sal y su aceite, el jamón en trocitos pequeños sin la grasa, el zumo de naranja casero y la copita de aguardiente. Descafeinado para Benita y Colacao templado para Benjamín. Salgo corriendo a por los churritos y los cruasanes, que si se despiertan y no estoy, se puede armar la marimorena».
―♫♪Yo soy aqueeeeel…♪♫ ―«Controlado, la tropa sigue durmiendo. Las siete y media, a despertar a todo el mundo» ―Benja, tesoro, arriba, que se te hace tarde.
― ¡¡¡No me grites, pesada, que ya voy. Cagoentó con la vieja!!!
―Venga, no remolonees, que luego te estresas con las prisas y te pones insoportable. Parece mentira que tengas doce años, no sé si es por la edad del pavo o te has vuelto un viejo prematuro, pedazo de cascarrabias.
― ¡¡¡Que no me des la brasa, que ya soy mayorcito, plasta, oyes!!!
«Ahora, la niña, miedo me da».
―Beeeeniiii, preciosa, ya es la horaaa.
― ¡¡¡Jodeeeeer!!!
― ¿Ya estás mejor de las tripas?
― ¿Tú qué crees? Aún me repite el ajo del gazpacho. Me estás envenenando lentamente. Hoy no quiero churros, hazme una tortilla francesa.
―En cuanto despierte a tu padre.
―No, si todavía me matas de hambre, hay que joderse.
―Jeroooo, las siete y mediaaaa, ¿qué tal has pasado la noche?
―Tú sabrás, no he pegado ni ojo con tanto movimiento, eres un coñazo.
―Pues, quédate un rato más, total, para irte a jugar al dominó con los amigotes… Ya podrías buscar un trabajo.
―Pero, ¿tú te crees que se puede empezar la jornada con semejante presión? Llámame a las diez, pero ni un minuto más tarde, ¿entendido?
―Cómo no, bwana, servicio de despertador a las diez en punto para el caballero.
―Pues eso, ¡¡¡Jjjjrrrrññññ jjjjrrrrññññ…!!!
* * * * * * * * *
―♫♪El camino que lleva a Belén, ropopompom…♪♫ «Qué bien, las once y sola en casa, sin que nadie me rebuzne. Solo he puesto la lavadora, tendido la ropa, recogido la cocina, arreglado las habitaciones y limpiado el baño. Voy a por el polvo, los suelos y las ventanas. ¿Qué hago de comer hoy? Son tan especiales…»
♫Riiing riiing♫
―Dígamelo todo.
―Señora Ruipérez, soy Maximino Panparacuatro, el director del colegio de Benjamín. ¿Está enfermo? Me ha extrañado no verle en toda la semana.
«Jodido niño, se va a cagar».
― ¡Ay, perdón perdón, qué cabeza la mía, les tenía que haber avisado! El pobre ha cogido las viruelas y lo tengo encamado con fiebre altísima. Creo que para el lunes estará mucho mejor, de vuelta en el cole.
―Me quedo mucho más tranquilo, gracias, señora Ruipérez, a sus pies.
«Mira que finolis, igualito que mi Jero, aaaaains. Hablando del rey de Roma, voy a llamarle al móvil, tiene que saber que el niño hace pellas».
― ¡¡¡Queeeeeé!!! Te tengo dicho que no me llames en mitad de la partida, que me desconcentras y me toca pagar una ronda de orujo. Tienes que empezar a mirar el dinero, que no lo regalan.
―Disculpe el señor que haya interrumpido su mus, ya no me acuerdo para qué llamaba al ministro.
―Dominó, los viernes toca dominó, no sé cómo te lo voy a tener que decir, me preocupan tus despistes, cada vez tienes más.
¡Clonc!
«Tanto cariño me va a extasiar. Me largo al mercado, a ver si se me pasa el disgusto».
―♫♪Digan lo que digaaaaaaan…♪♫
* * * * * * * * *
― ¿Qué, Antonia, lo de siempre de los viernes?
―Sí, hija, sí, me había propuesto ponerles una ensalada, pero me dan penita.
―Muy bien. Mollejitas bien frescas para tu marido, chuletillas de cordero lechal para la niña y solomillitos de pollo para el niño, ¿algo especial para ti?
―Quita quita, que yo me como las sobras, así no cocino tanto.
―Me da que tienes demasiado consentida a tu familia.
―Qué le vamos a hacer, una es así.
―Mal vamos, Antonia, mal vamos.
* * * * * * * * *
«Ya se me ha echado el tiempo encima y la comida sin hacer. Claro, si al señor no hubiera que plancharle los calzoncillos y los pañuelos, otro gallo cantaría. Y, como no tenga la comida calentita esperándole en la mesa, la tenemos. Qué cruz, por favor».
―♫♪Como yo te aaaamoooo…♪♫ «Bien, mollejitas preparadas, chuletillas listas, solomillos friendo, soy un crack, hoy no me rechista ni el Tato, juás».
― ¡¡¡Antoniaaaa, vengo a por la petaca, que el rácano del Andrés no se invita ni a una ronda!!! Ya he picado unos callos con morcilla. Me largo, que hemos dejado la partida en lo más interesante. Adiós.
«¿Será posible? Hoy me tocan mollejas, con lo poco que me gustan».
― ¡¡¡Mamaaaa, ya estamos en casa, ¿qué hay de comer?
― ¿Como que ya esta…mos? ¿Quién es esta especie piercing con patas?
―El Sespir, mi novio.
―Es que escribo que te cagas. Mi truño favorito es el “Jamles”, el del ser o no ser, ¿lo pillasssss?
―Hombreeeee, el “Jamles”, cómo no, aunque yo prefiero el “Otelito”, ¿cómo lo ves, mastuerzo?
―No te pases, mama, que el Sespir es muy sensible. Tú pon la comida y quédate en un discreto segundo plano.
― ¿A don William le gustan las mollejas guisadas por un casual?
―Puto asco, colega.
―Quizá la bella dama le ceda sus chuletillas churruscaditas al insigne dramaturgo.
―Y una leche. Dale el pollo de Benjamín y, cuando llegue, ya le apañas algo.
―Como guste la doncella. El pollo pal puto pollo.
―Guay, tronca, el pollo me mola mogollón.
― ¡¡¡Maaaamaaa, tengo hambre y me huele a pollo, me lo voy a devorar!!!
―Va a ser que no, hermanito, hoy comes mollejas.
―Una polla como una olla. Trae pacá mi pollo, cabronazo.
― ¡Benjamín, hijo, un poco de urbanidad!
― ¡Qué fuerte, le das mi pollo a este carterista y a mí que me den! Qué injusta es la vida del adolescente. Me largo y no sé si volveré. ¡¡¡Adiós!!!
― ¿Qué es eso de carterista? Me estoy empezando a mosquear.
―Sespir, nos vamos. No dejemos que la incomprensión de una vieja carca emponzoñe nuestras almas.
― ¿Y no habrá unos taperssss?
―Déjalo, te invito a una MacFriskies, con su pan se lo coma.
―Dabuten tía, tú sí que sabes.
―Hala pues, que no se os indigeste.
―Esto no va a quedar así, mama, que lo sepas ¡¡¡Agur!!!
«Vaaaale, probaré un poco de cada, qué chollo. A partir de ahora, que cocinen ellos y eso que me ahorro. Ya verás la que se va a liar, pero a mí, plim. Pero, ¿en qué estás pensando, Antonia, si no tienes nada para cenar? A ver qué improviso… ¿Qué estás diciendo? Ni cena ni leches en vinagre, me escapo con el primero que venga y éstos, que arreen. Hale, a esperar a mi nuevo maromo».
―♫♪Digan lo que diiigan…♪♫
¡¡¡Meeeeeeec!!!
«El telefonillo, ¿quién será?»
―Cartero comerciaaal, abra.
―Espera ahí abajo, no te vayas.
«Me largo. Espero que esté soltero…»
― ¿Qué pasa, señora?
―Qué feo eres, jodío. Va a huir contigo tu abuela la del pueblo. ¿No tienes compañeros un poco más agraciados?
―No entiendo nada.
―Ni falta que te hace. Hala, a cascarla.
«Qué mala suerrrrrrte».
―♫♪Estar enamorado es…♪♫
♪Glin glon♪
―El recibo del seguro de muertos, ¿le viene bien ahora?
«Oishhhh, qué guapo y qué fino y no apesta a vinaza, bendito seguro».
―Vente padentro, majete, que te voy a probar y, si me gusta la cata, me marcho contigo.
―Pero, señora, ¿qué…?
―Calla y ponme fina, que ya está bien. ¿No serás otro caprichitos?
―Yo…
―Pues, al asunto ♫♪A mi maneeeeeeeeeeeraaaa…♪♫ Oyoyoyoyoyoy, qué ímpetu, dónde va a parar…
Desde que nos sentamos en este lugar, las nubes comenzaron a desvanecerse, luego el aire se convirtió en pétalos de lila.
Quizás sea el mes de mayo, mucho después de la introducción de los días epagómenos. Quizás puse cinco sueños demiúrgicos en lugar de miel en este té de jazmín y por eso rejuvenecí entre dos aleteos de pestañas. No me reconozco en el arcoíris que sube en su taza de porcelana y termina junto a mi mano que olvidó que quería formular un gesto.
Olvidé incluso el hecho de que nos conocimos una vez, ¿cuándo o por qué importaría? Para mantener la compostura me concentro en la enorme sombrilla del cielo que nos cubre con un color cada vez más vivo, en el polvo dorado que perfila mis recuerdos y las metamorfosea en esperanzas y luego en el movimiento hipnótico de la cucharilla con la que dibujabas jeroglíficos en la espuma de la bebida de higos y ahora es café.
No entiendo por qué la servilleta azul que nos separa el centro de la mesa me induce a suspirar, mientras se me escapa el misterio de los sonidos que articulas con delicadeza, pero me alegra descubrir que sabes mi nombre. Probablemente rompería a llorar si se detuviera este carrusel paradójico en el que perdí mi propia presentación. Mis palabras se sienten pobres de todos modos cerca de los lotos del lago.
Me pregunto si reflexionaremos así para siempre: yo mirando al cielo y tú usando mi imagen para transmitir lo que parece una conversación por el hecho de que ladeo la cabeza de vez en cuando. ¿El lago absorberá las flores lilas que siguen floreciendo danzas a nuestro alrededor y se convertirá en un jardín; hay un momento más perfecto en un mundo más hermoso?
Se dice que Osiris creó la imagen más adaptable de nosotros mismos, tal vez soy una ilusión que sigue extendiéndose y lograré tocarte cuando mi línea de vida llegue al horizonte, pero ¿dónde termina la idea y qué me da el derecho creer que la lluvia violeta que ahoga los lotos comenzará de nuevo a medida que el tiempo se acumule en la servilleta azul de esta mesa?
Su epicentro me recuerda al nombre de Men, el primer faraón del antiguo Egipto, que recibió el trono de manos del propio Horus. Siempre me pareció curiosa la falta de evidencia sobre la existencia de alguien tan imponente y me costó entender que en realidad «El que perdura», Menes, fue tan amado que se le dio la eternidad de su propia palabra, que uno nunca podrá modificar ni sujetar a interpretación.
Por eso este momento, estos lotos que mueren bajo el abrazo posesivo de las lilas, y producen este silencio mío, son tan importantes, porque en todo me encontrarás, pero nunca sabrás más que mi nombre mientras me lleno por la eternidad el alma con esta hermosa desgracia de ser una conclusión sin fin.
—Central. Habla el detective John Forrest. Placa 19283. Necesito refuerzos en el centro de acogida para menores de Mandeville. Agentes en peligro. Me dirijo hacia allí en estos momentos.
—Recibido, John. Soy el sargento Medina. Tengo dos unidades cerca, las envío de inmediato.
—Menos mal que te pillo de guardia. Trata de localizar a McEnroe y Georgia. No responden a la emisora y temo que estén en peligro.
—De acuerdo, trataré de localizarlos mientras te diriges a la ubicación. Corto.
Dos coches policiales emprendieron como llevados por el demonio el camino hacia el centro de menores tras la orden del sargento. John pisó el acelerador y puso rumbo hacia Mandeville.
*********
03-05-1965, 12:30. Centro de acogida para menores Stuffed Pumpkin, Mandeville, Luisiana.
McEnroe y Georgia eran recibidos en la puerta del centro por su administradora, la señora Daisy Apple. Los gritos de John a través de la emisora quedaron mudos y perdidos en el interior coche patrulla, el infinito pareció absorberlos como tragados por un agujero negro.
Apple los invitó a pasar.
—Entren. Entren, por favor —les dijo—. Les prepararé un té helado. ¿A qué debo el honor de su visita?
Allí estaba el chico, sentado en la mesa de cocina, meciendo sus pies al aire, rellenaba el espacio aéreo con su metro noventa, el pelo rizado y la piel oscura. Gustav era monstruoso en apariencia, de todo menos listo, pues su coeficiente era de un niño de 8 años.
McEnroe y Georgia se entendieron con la mirada.
—Necesitamos hablar con Gustav en lo que se refiere a su amigo Agus. No se preocupe, es una mera comprobación de datos. Agus desapreció hace dos días y estamos buscando algún indico que nos ayude a encontrarlo. —McEnroe fue cauteloso en sus palabras.
—¡Qué triste noticia! ¡Hijo!, quiero que le respondas con sinceridad a los inspectores. ¡Entendido! El pobre es muy grande y generoso, demasiado bueno, pero a veces le cuesta.
Georgia entró en conversación.
—Eres Gustav, ¿verdad? Yo soy Georgia. Me gustaría que me enseñases tu habitación
Gustav asintió con la cabeza y McEnroe le sugirió a la señora Apple tomar el té en el invernadero mientras ellos conversaban. El invernáculo no tenía precio, estaba hecho de forja y forrado de cristal con los ventanales abiertos para que respirasen los papiros, las gardenias y las capuchas de monje que había en su interior. En el centro del mismo, existía una mesa de jardinería con todo tipo de herramientas como tijeras de podar, escarbadores y escalas de trasplante, además de varias regaderas y un rollo de plástico para eliminar malas hiervas. Para llegar hasta el, había que atravesar un pequeño camino empedrado que dividía en dos, un hermoso jardín cargado de rosas, margaritas y tulipanes blancos, al que se accedía, desde la puerta trasera de la cocina…
Cuando estuvo hecho el té, McEnroe y la señora Apple caminaron hasta el invernadero hablando del esfuerzo que suponía mantener las plantas en ese estado de belleza y armonía. En realidad, la intención del inspector era entretenerla mientras que Georgia interrogaba disimuladamente al chico.
—Hay algo que me llama la atención. ¿Y, el resto de los niños?, como su casa es un centro de acogida, esperaba tener correteando a unos cuantos entre mis piernas.
—El año pasado, rompí el acuerdo que tenía con el ayuntamiento y desde entonces, no me han vuelto a enviar ningún chico. Gustav sigue conmigo por voluntad propia y porque con quince años, es muy complicado encontrarle una familia decente que no lo quiera explotar trabajando en alguna granja. De todas formas, es lo único que me queda en la vida y ahora mismo me costaría deshacerme de él, se ha vuelto mi muleta de apoyo. El día que me muera, le pienso dejar el centro de acogida y cualquier bien que tenga….
A la vez, las risas llenaban la habitación donde dormía Gustav. Georgia y él, se lo estaban pasando en grande contando historias hasta que la psicóloga quiso profundizar, aprovechando el buen ambiente que habían creado entre los dos.
—¿Te parece si dibujamos un rato, Gustav?
—¡Vale, señorita! ¿Puedo dibujar lo que quiera?
—Si te parece bien, los dos haremos el mismo dibujo y quien lo haga mejor se queda con este guante de béisbol firmado por el mismísimo Bob Gibson. —Bob Gibson, estaba considerado uno de los mejores beisbolistas estadounidenses del momento entre 1959 y 1975, jugando para los St. Louis Cardinals.
—¡Trato, echo! —contestó felizmente con la seguridad del ganador. ¿Lo puedo hacer aparte?, me da vergüenza si me mira, señorita.
—¡No hay problema!, ponte cómodo y después lo comparamos. Tienes que dibujar una casa, un árbol y una persona. Te recomiendo que uses colores para que quede más bonito.
En el vocabulario técnico, se denomina “Test de HTP”, que consiste en dibujar una casa, un árbol y una persona. Después se hacen una serie de preguntas relacionadas con el dibujo para obtener una valoración sobre aspectos de la personalidad. Con ello se consigue que salgan a la luz, los pensamientos y las emociones verdaderas de la persona. Las que se llevan en lo más profundo de una forma natural. Justo lo contrario de un cuestionario de preguntas, donde se responde con objetividad.
El dibujo de Georgia era equilibrado en los tamaños y coloridos. Sus trazos eran firmes y los detalles inundaban el papel. Muchas ramas en un árbol totalmente florecido y con un buen suelo donde asentarse.
La persona del dibujo correspondía a ella misma con unas extremidades bien formadas y unos bonitos ojos, entre otras cosas. La casa estaba dibujada con todo tipo de definiciones, una buena fachada, ventanas y puertas equilibradas, un tejado seguro y una chimenea que expulsaba humo, hasta se permitió dibujar un sol inmenso al fondo de la casa y un bello camino, disfrutando en el proceso mientras lo hacía.
Cuando terminaron, Georgia le dijo que era el momento de compararlos, el guante estaba en juego…
—A la de tres, nos enseñamos los dibujos, ¿vale? —matizó Georgia.
—Osado, eufórico y con los colores en la mano, Gustav le dijo, que él contaba.
—Georgia bastante sonriente… ¡Venga, empieza!
—¡Uno!… ¡Uno y medio!… ¡Dos!… ¡Dos y medio!… ¡Tres! ¡Sorpresa! —gritó al terminar simulando ilusión y entusiasmo.
El horror hizo acto de presencia en la mirada de Georgia que, sin poder contener los dos inmensos lagrimones que se deslizaban por su cara, encogió los hombros, entristecida. Nunca había visto nada igual. El nerviosismo se apoderó de ella junto con un deseo inevitable de salir corriendo de la habitación. Los bosquejos eran de color negro.
La casa, que normalmente representa las asociaciones con el hogar y las relaciones interpersonales, no había por dónde cogerla. El techo, que simboliza la vida espiritual y fantasiosa, estaba derruido. La chimenea que se asocia con la vida afectiva y sexual casi no se veía en el tejado. Las puertas y ventanas, que implicaban las relaciones con el entorno y la integración, eran agujeros alocados por todas las paredes. El suelo, que indica el contacto con realidad, no existía.
El árbol, que normalmente representa los aspectos más profundos e inconscientes de la persona, lo que suele guardar para uno mismo, no tenía copa ni tronco. Tampoco suelo y mucho menos raíces; tan solo era una minúscula rama que se asocia a los contactos sociales, aspiraciones, satisfacción y frustración. Cualquier animal del planeta lo hubiese hecho mejor. La persona, que representa el concepto de uno mismo y como se relaciona con el mundo interno y con la vida social, tampoco existía. Solo había una enorme mancha negra con ojos blancos que salpicaba sangre mientras que le arrancaba la cabellera a una persona.
Por supuesto, aterrada por lo que estaba viendo, evitó la segunda parte del test, las preguntas en donde se le pide al evaluado que explique su bosquejo.
—Guardando el dibujo en su carpeta y cogiendo el guante con sus manos temblorosas… ¡Bueno, Gustav! ¡Por hoy lo dejamos aquí!
—Con una perversa sonrisa endiablada dibujada en el rostro… ¡¿Ya está, señorita?!, con lo bien que lo he pasado. ¿Cuándo volveré a verla?
—Encaminándose hacia la puerta, loca por salir de la habitación y con la voz atragantada y la boca seca como el esparto… ¡Muy pronto! ¡Bueno, me voy!
—¿No se olvida de algo, señorita? He ganado el juego —le recordó con una voz tenebrosa haciendo botar tres veces, la pelota roja que había sacado de su bolsillo.
—¡Claro, perdona! —le contestó, girándose para entregarle el guante de béisbol y encontrándose de frente, con un puñado de crayones clavados en su oído derecho.
Gustav no fue lo suficientemente certero para matarla en el acto, de modo que Georgia empezó a gritar mientras se tocaba con las dos manos los lapiceros clavados en su oído.
McEnroe quiso salir corriendo en busca de su compañera al escuchar los chillidos, derramándose el té encima y tropezando por el camino, para caer de frente contra el pico de la mesa. Mientras se tocaba su nariz partida en el suelo, Daisy Apple terminó el trabajo.
Cogió la escala para trasplantar y se la clavó treinta y dos veces en el corazón. Dejó de apuñalarlo al romperse el mango de madera y gritó en voz alta, «mi niño es el mejor del mundo». Acto seguido, el cuerpo de Georgia caía por la ventana de la habitación y se partía el cuello al impactar de lleno con la cabeza.
La atardecida, trae en el pelo prendido aroma de fogaril con leña de carrasca; un arrendajo llama a retirada y el sol, de escarlata y oro, se esconde tras el cerro, perfilando de carmines el ocaso. Descansa el caballero la rodela al arrimo de una peña y contempla la llanura, ondulante de trigos, mientras el asno y el rocino herbajean en fraternal compañía.
—Echa de ver, Sancho, hermano, la grandeza de la creación en la infinitud del horizonte; siempre lejano, esquivo, inalcanzable.
—¡Pues no ha de ser así, mi señor don Quijote! Me cuitara yo de darle al diablo credencial de mal cristiano, no reconociendo en aquesta suerte la mano de Dios, que en el infinito tiene su hospedaje. Ese era el pensamiento de san Agustín y la mesma traza sigue la teología sistemática que nos dejó el de Aquino.
—Verdad dices, que por no tener límites es principio y final de todo lo que vemos. Mucho es el entendimiento que has alcanzado, desque andas amamantándote a los pechos de la noble orden de la caballería andante, pero atiende al razonamiento contrario.
»Cata la distancia a aquella aldea. No le echo más de un par de leguas y otras tantas horas de camino. Menguada es la jornada para gente pobre y de naturaleza andariega. Sin embargo, un sabio griego, Zenón de Elea, dijo que si recorres la mitad de esa distancia, luego la mitad de esa mitad y así de continuo; como toda medida es divisible hasta el infinito y, por tanto, contiene el infinito, nunca podrás llegar a ella.
—Nigromancias de magos, mi señor, como ese Festón que tantos quebrantos os depara. De ser cierto el argumento, andaría Dios haciendo cuartos la creación y hoy sería el día en que ni mares, ni ríos, ni montañas nos darían cobijo.
—Sabio te has vuelto, Sancho, y es mucho lo que de ello me plazco, pero cabila lo que acabas de decirme. Si el infinito es nigromancia y, como tal, herejía condenada por la santa madre iglesia, Dios, que habita en él, obligado está al desahucio y por ser ilimitada la sustancia divina, esto es, infinita, igualmente habrá de ser negada su existencia.
—Paradoja habemus, mi señor don Quijote, que son juguete del diablo y quiebran el normal entendimiento. No dividiré yo este queso infinitas veces hasta morir de hambre —dijo el escudero ofreciéndole a su señor una lasca de manchego—, pero tengo para mi caletre que vuestra propuesta dará que pensar en los tiempos que vienen.
—Huesos y tierra seremos, amigo, si tan largo haces el cálculo, pero teniéndolo por infinito yo lo bautizo cálculo infinitesimal.
—Sea, pues, y cristianémoslo para evitarle el purgatorio, si no prospera: in nomine patris et filii et spiritus sancti…
—Amén.
DAVID DURA MARÍN
El diablo poseía la técnica de escribir al trasluz.
Aquella virtud de colocar papel y lápiz junto a la ventana daba a sus escritos una proyección al infinito.
Rascaba lo más profundo de cada historia, matices más allá de la realidad donde solo el podía ver.
Y como se esto?.
Yo fui uno de sus personajes de su última novela, nadie podía saber mi afición a comer gatos al vapor.
Los pelirrojos mi debilidad, que ricos.
Por una serie de investigaciones di con la editorial del libro.
Ubicada en España, Cáceres.
Llevo tres días siguiendo a una mujer, atractiva, así debe ser el diablo, capaz de seducir a cualquiera.
Con la cabeza envuelta en papel de plata la sigo a distancia, no quiero que sepa mis pensamientos y paso de salir en otra de sus novelas.
La idea es colocarle un collar a base de huesecillos de gato con el nombre de Ipólito, es el único sortilegio según me dijo la pitonisa del barrio.
Estoy cerca……
He muerto…… Nadie me dijo que Ipolito va con h.
NURIA HERNANDO
Te miro y estás recostado .
Descansando de un sueño infinito.
Eres un laberinto indescifrable.
Me gustaría tener tus códigos para habitar en ti.
Y poder perderme en un amor infinito …,y sin límite .
JOSMA TAXI
El matrimonio de Damián y Latina vivía en un pequeño pueblo, ella de latines no sabía nada, pero dominaba el sánscrito, que nunca había estudiado. La pareja deseaba tener hijos, así que pusieron de su parte todo lo que sabían, pero Latina no quedaba embarazada. Al fin, tras trece años de espera, vino al mundo Damián Jr.
El bebé se criaba sano, fuerte y risueño. Sin embargo, a los seis meses, pegó un estirón extraordinario y mudó su rostro y su cuerpo hasta convertirse en un señor de cincuenta y tres años, idéntico a su padre.
Tan extraordinario suceso consiguió enloquecer a Latina, por encima de la media de la población, la mujer se ponía muy violenta y hubo de ser ingresada en una casa de dementes.
Los Damianes quedaron solos, como acostumbran seguían manteniéndose de una granja de conejos, que una vez alcanzaban los dos kilos, vendían a Mario Santini, su único comprador, que cada vez les rebajaba más los precios.
Para ocupar su tiempo libre y diversificar sus ingresos se dedicaron a la invención de útiles aparatos, habían recordado aquello de “Nunca pondrás todos los huevos en la misma cesta.”
Su primera creación fue una procesadora de cerveza artesanal. El aparato era capaz de– previo depósito de agua, lúpulo, malta y levadura, – dar a luz una cerveza de altísima calidad a la que llamaron “Los Damianes”. Tuvo tal éxito de ventas, que acudían de toda la comarca compradores de su bebida. Pronto los cuatro bares del pueblo reclamaron al alcalde: su clientela prefería la cerveza de los Damianes, estaban perdiendo mucho público. El alcalde los reunió a todos en el ayuntamiento y negocio con ellos. Los fabricantes darían un 33% a los baristas y otro tanto al consistorio municipal, que éste destinaría al pago de comisiones no excesivamente legales. Los inventores aceptaron la propuesta, al fin y al cabo, eran hijos del pueblo y con su parte vivirían holgadamente.
Entonces se les ocurrió mejorar las trilladoras existentes. Su modelo tenía las cuchillas extensibles, separaba la paja del grano, dos droides de última generación enviaban la paja al pajar y el grano al granero. Viendo que el invento era útil, decidieron, esta vez, vender la patente al mejor postor. Sabían que la voracidad del alcalde era infinita, no estaban dispuestos a seguir compartiendo sus ganancias.
Mario Santini les compró la patente por un precio razonable. Luego el muy ladrón vendió el invento a unos primos sicilianos que se enriquecieron hasta el infinito.
Latina seguía siendo incapaz de distinguir al padre del hijo, voluntariamente se volvió hipocondríaca y murió de uno de sus muchos males imaginarios.
No teniendo ya ataduras en la región, Damián padre dijo: Estamos perdiendo el tiempo, no seremos nunca profetas en nuestra tierra. Damián hijo contestó: Es cierto, hemos estado echando margaritas a los cerdos.
Con ese convencimiento comenzaron un viaje que los llevaría hasta el infinito y mucho más…
BEGO RIVERA
Yo
Empezaré desde el principio… desde mi principio .
Yo no nací; yo aparecí, de pronto, como aparece una tormenta en un tórrido día de verano, como nos sorprende una bella mariposa aleteando en un jardín.
Desperté de repente, sin saber quién era o qué era, rodeado de seres que luego vi eran semejantes a mí.
Pasaron meses o años, sinceramente no lo sé, hasta que conseguimos hacernos entender.
Aprendí a hablar y relacionarme con la gente.
Todo lo que me rodeaba me sorprendía, si estuve en ese mundo antes …no lo reconocí.
Me informaron que me llamaba Jesús, tenía unos treinta y tres años, era tekkón—carpintero— «como tú padre «me dijeron. Estábamos en Jerusalén, en el año 33 d. C.
Según mis vecinos estuve en coma mucho tiempo, hasta que desperté el día 3 de Abril a las tres de la tarde seguido de un eclipse parcial de luna roja.
De mí profesión tuve que volver a aprender, y fue pasando el tiempo.
Fue una época de eventos intempestivos: guerras, hambre, de soledad entre la multitud.
Aunque siempre encontré gente de buen corazón; miraba al cielo, al sol y a las estrellas y me inundaba una extraña sensación, quería gritar y dar gracias, quedándome con lo bueno y rechazando el mal.
Pasaron varios lustros, la gente empezó a hablar de mí, no se acercaban, ni me hablaban, no requerían de mis servicios de carpintero.
Un día un niño se me acercó y me preguntó: » ¿ porqué tú no envejeces?»
Antes de poder contestar y ante mi estupefacción, su madre lo retiró de mí, ante tal ambiente hostil tuve que partir.
Y aquí estoy, en el infinito, ahora en el año 2023 d. C. sigo igual, con el mismo aspecto, huyendo de un lado para otro, y vuelvo a los mismos lugares después que pasen tres o cuatro generaciones para no encontrarme con alguien del infinito pasado.
No puedo morir, necesito morir.
He escrito cientos de historias contando mis vidas, mí inmortalidad, con diferentes seudónimos, por supuesto, y aunque todo es real, mis libros de éxito están catalogados cómo ciencia ficción.
Permaneceré en el infinito , sin fin.
MANUELA CÁMARA
Infinito.
JC vivía fascinado con la idea de infinito. Desde niño, sentado en el escalón de su puerta con la merienda en la mano, masticaba el extenso mar ante sus ojos que, que en la lejanía se unía con el cielo que lo cubría. Por la noche, contemplaba el firmamento estrellado que también se perdía en la inmensidad del universo y con cierta dosis de angustia, su mente primaria divagaba sobre lo que realmente significaba aquella palabra: Infinito.
A media que sus huesos y músculos se estiraban y se convertía en un adolescente abstraído, desgarbado y enjuto, la fascinación se convirtió preocupación, aquel intentó de racionalizar el infinito devino en una obsesión por comprenderlo y experimentarlo. Pensaba que, si Tesla había conseguido alcanzar la energía infinita, el infinito era la clave de todo, la respuesta a miles de preguntas y la solución a los grandes problemas del ser humano.
Empezó a cursar filosofía, porque era la única ciencia que abarcaba todas las materias. Fue una época intensa de estudio e investigación donde también se introdujo en matemáticas, física, religión y filosofía. Aprendió sobre los números infinitos, las series infinitas, las dimensiones infinitas y las teorías de los universos infinitos. Profundizó en la diferencia entre el infinito potencial ( como una sucesión numérica que continúa indefinidamente sin jamás completarse) y el infinito actual (como algo que ya existe completo e infinito, ejemplo, el conjunto de los números naturales); avanzó por el estudio del infinito absoluto (aquel que no depende de nada y es eterno e inmutable) y el infinito relativo ( el que establece la relación entre lo posible y lo real), sobre el infinito continuo ( el de una línea continua sin interrupciones) y el infinito discreto (como un conjunto que tiene un principio pero no tiene fin).
En años posteriores debatió con sus instructores sobre las paradojas del infinito, la paradoja del hotel infinito de David Hilbert o la paradoja de la Trompeta de Gabriel, del evangelista Torricelli discípulo de Galileo Galilei. Y continuaba ahondando en su estudio, esta vez incurriendo en las contradicciones del infinito, para concluir sobre las limitaciones del infinito. El resultado fue, mucho conocimiento y muchas interrogantes, ¿cómo era posible que algo sea infinito en el mundo real? ¿todas las cosas infinitas son iguales? ¿pierden las operaciones su significante cuando el resultado es infinito? Estudió las leyes de Euler, Berkeley, Newton y Leibniz y lo descartó todo por impreciso e ilusorio.
Su cuerpo se fue encorvando hacia adelante como si llevara sobre sus hombros una pesada carga. Cuanto más aprendía, mayor era su frustración. Porque se daba cuenta que el infinito era inabarcable e inaprensible desde todas las ciencias con las que lo había intentado. Y el resultado siempre era una mayor conciencia de nuestra finitud, y la única conclusión evidente, que el hombre es, limitado, incompleto y mortal sin remedio.
JB se volvió amargado y solitario. Su pelo se volvió cano en poco tiempo, su piel cetrina y sus ojos glaucos perecían perderse por momentos en rincones dispersos. Abandonó su puesto de adjunto en la universidad. Se encerró en casa rodeado de libros, cálculos y posibilidades y se olvidó de amigos y familia.
Un día recibió una carta de un viejo catedrático de Metafísica. El profesor le enviaba una invitación para visitar un monasterio budista en Sierra Nevada. Allí el anacoreta más antiguo tenía algo importante que mostrarle.
JB compuso una pequeña mochila, ¿por qué no ir?, tal vez unos monjes dedicados a la meditación, pudieran darle la mejor explicación sobre el infinito. Tomó dos autobuses, y en Notaez, el último pueblo de la Sierra, le esperaba el maestro budista con una túnica marron sencilla, unas sandalias y un rostro sereno y feliz.
—¿Qué es lo que tiene que mostrarme? — preguntó JB anheloso al descender del autobús.
— Paciencia, amigo —respondió el monje– primero caminaremos hasta el monasterio, allí en lo alto de la montaña.
JB siguió al monje con resignación por escarpados senderos. Sortearon rocas, precipicios, cuajarones de nieve que aún no se había derretido. El maestro ascendía con calma y agilidad, mientras JB le seguía con dificultad y agotado.
Tras varias horas de camino alcanzaron el monasterio, una construcción sencilla y humilde. El maestro lo condujo hasta una habitación pequeña con una cama, una silla y una ventana al exterior. Le aconsejó que descansara un poco, y después de abrigarse, lo siguiera hasta el pórtico.
JB se tumbó unos momentos, agotado, pero su ansiedad por saber era mayor. Al rato, buscó al maestro en el pórtico, y lo encontró sentado en un banco de piedra.
—Estoy deseando conocer lo que vas a mostrarme —dijo JB impaciente.
—¿No lo ves? —preguntó el maestro señalando con su mano todo cuanto les rodeaba.
—¿Qué se supone que tengo que ver? — preguntó JB
—Tienes que mirar a tu alrededor — dijo el maestro – Observa los arbustos, encinas, robles. ¿Y dime qué ves?
— Plantas arbóreas. Veo árboles –respondió JC
—¿Algo más?
—Troncos y ramas
—¿Y Algo más?
— Árboles con troncos, ramas. Poco más. —agregó JB decepcionado.
—Pues yo veo —dijo el monje— la semilla que dio lugar al árbol. El sol que lo calienta, el agua que lo fortalece y la tierra que lo abriga. Veo los pájaros que viven en él. Los insectos que lo polinizan. Y veo el oxígeno, los frutos y las nuevas semillas que genera. Veo en un árbol el bosque completo y cómo, un único elemento, puede contener a todos.
— Pero eso no es el infinito —dijo JB
—No es el infinito, pero sí una parte de él. El infinito no es algo que se pueda tocar o medir como estas intentando hacer. Pero el infinito sí es algo que puedes intuir, imaginar y a veces hasta sentir.
—Si tengo que intuirlo o imaginarlo, ya no es infinito. Si tengo que sentirlo y esa sensación no es un continuo, ya no es infinito.
—El infinito puedes conocerlo en la suma de partes finitas. Es la unión de todas las cosas que son.
— De acuerdo, pero ¿cómo sentir o intuir, o imaginar el infinito? preguntó JB apremiando.
— Solo te puedes acercar al infinito de cuatro formas: Mirando más allá de lo que ves. Escuchando más allá de lo que oyes. Pensando más allá de lo que sabes. Y amando más allá de lo que quieres.
— ¿Y cómo se hace todo eso? —preguntó JB abrumado de nuevo, sintiendo que se hallaba frente a la más grande de las paradojas, que sería, una experimentación directa.
— Se hace con apertura, con conciencia, con compasión, con generosidad, se hace con fe y alegria, se hace con esperanza. Se hace utilizando todo lo que tienes a tu alrededor para vivir mejor, para ser feliz, para ser tú mismo.
—Yo, ya soy yo mismo.
— Pues entonces deberías saber que tú eres parte del infinito. Tú formas parte de la unión de todas las cosas que en el universo son, y al mismo tiempo, eres una manifestación de todo lo que puede llegar a ser.
JB se quedó en silencio. Un largo silencio. Viendo como la nieve se extendía sobre las montañas, y sus picos se unían al cielo cubierto de nubes detenidas. Sintiendo bajo sus pies la tierra que desprendía un olor a tomillos y romeros; bajo las palmas de las manos, la piedra viva del banco donde estaba sentado; y algo dentro de él había tocado una tranquilidad irreconocible, que se expandía, se iluminaba, que devenía una posibilidad a punto de descubrirse. Por primera vez desde niño el pensamiento de infinito no era angustiante. Sintió un presentimiento, una promesa, el bullir leve de una verdad eterna, fugaz y esquiva, que se agitaba, que se despertaba, que se transformaba. Se sintió integrado en el infinito.
Y con el viento helado contra sus ojos abiertos, penetrándole los oídos, perforando ropa y piel, comprendió que Todo es Uno. Mantuvo esa idea en su mente sin permitir que interfiriera ningún otro pensamiento. Disfrutó aquel momento exquisito, reteniendo, respirándolo, viviendo.
Y entonces, sonrió.
MARÍA JOSÉ DOMÍNGUEZ
SUICIDIOS
Gabriela siempre fue muy responsable, le gustaba hacer bien hasta el infinito cada trabajo que se le encomendaba. Siempre consideró que cumplir con el deber no sólo era un logro profesional, sino también moral. Así que, cuando por fin, y hasta el infinito, le permitieron hacer prácticas, tras un tiempo parada, deseaba hacerlo lo mejor posible. Ayudar a alguien en un momento difícil no es una tarea fácil y Gabriela pronto lo descubrió, pero, sin duda, los que más le costaban eran los suicidas…Primero intentó con todas sus fuerzas comprender aquel deseo tan horrible de quitarse de en medio cuando aún no es la hora de uno; luego trató de entender como era posible que, siendo el suicidio la primera causa de muerte no natural en España, a nadie le importara, y sí hicieran tanto hincapié en otros temas, donde las muertes, aun siendo crueles, no sucedían en un número tan elevado; se sintió todavía peor cuando descubrió que los suicidas también eran niños, y lo que finalmente la terminó de abrumar fue el hecho de que quizá solo fuera cuestión de un poquito de amor alrededor para detener aquellas muertes…¿Tanto costaba eso? ¿Qué clase de sociedad “avanzada” era ésta que le importaba tan poquito aquel sufrimiento? Gabriela estuvo dos, tres meses a lo más, tratando de emplearse a fondo para ayudar a aquellos desgraciados hasta que, un día, cansada quizá de tanto, decidió tratar de implorar a aquel amor que ella consideraba la solución, para que viniese a hacer algo. Así que cuando Roberto, cuchilla en mano, se cortó las venas, Gabriela se plantó con toda la energía de la que fue capaz, al final de ese túnel que une esto con aquello-lo del infinito quizá, para, en vez de agarrar fuerte la mano de Roberto-como era su tarea- y llevarlo con ella dándole paz, meterse en su mente y evocar el nombre de Marta, su mejor amiga, quizá un amor del que Roberto aún no era consciente. “No es tu hora, mi querido humano, no lo es, llama a Marta, ella te ama, te ayudará por hondo que sea el pozo” Roberto parecía no escuchar, sangraba, y Gabriela perdía cada vez más poder, hasta que finalmente, lo vio tirar la cuchilla, agarrar el teléfono y llamar…”¿Marta? Llama al 112 y ven por favor” Gabriela suspiró aliviada…había conseguido salvarlo, era cierto lo del amor…pero no podría ella con todos, la sociedad tendría que cambiar…pero aún así ella lucharía por salvar a más …Unos años después, Roberto, a pesar del tiempo transcurrido, no ha conseguido borrar las manchas de sangre pero sí la negrura de su alma…y le contó a Marta que fue una especie de ángel el que le dijo su nombre y que esa fuerza, que parecía llegar desde el infinito, le hizo tirar la cuchilla…”Dicen que alguien nos ayuda a pasar…quizá sea un juego del cerebro…” Lo cierto es que sonrió cuando leyó en el periódico que un niño se había arrepentido de tirarse por una ventana, quizá, pensó, quizá fue ella también, o la casualidad, no pueden existir, es absurdo…Allá en otra dimensión, Gabriela sonreía una vez más, gracias a la incredulidad de los humanos, ella podría seguir con aquella misión que ya jamás abandonaría hasta que los humanos descubriesen lo fácil que era ayudar a vivir a quien simplemente ha dejado de creer en la vida porque está solo…
ABBY MARSIE ROGOM
EL INFINITO EN LA PUNTA DE UN ALFILER,
LA ETERNIDAD EN UN SUSPIRO.
PUEDES QUEDAR ETERNAMENTE ATRAPADO EN EL ESPACIO VIRTUAL INFINITO?
INFINITO.
LA RED
Hacia tiempo que no recibía likes en sus fotos o comentarios, su blog, sus grupos, sus canales estaban inactivos, estaba muy parado todo; el era un chico que, para bien o para mal, era apasionado y claro en sus exposiciones o comentarios, activista en determinadas causas, y eso siempre creaba interés y polémica.
No se explicaba este silencio, cuando además el era activo en la red. ¿Dónde estaba la gente?
Le daba la sensacion de que se le olvidaba algo, y de que el paisaje habia cambiado; habia algo que se le escapaba, era como si los días se hubieran condensado en un espacio, como si el tiempo se hubiera contraído y expandido al mismo tiempo.
Un maremágnum de imágenes, palabras y sonido pasaban ante sus ojos en aquel universo en el que todo era fugaz y omnipresente al tiempo.
Una luz azul se expandía también hasta difuminarse en un horizonte inexistente.
Pero allí, a lo lejos, que era lo mismo que cerca, había una chica sentada en ese suelo que parecía de cristal, con las manos en la cabeza. Estaba triste, y se acercó a ella.
Ella era distinta, allí las personas eran como ristras de información, de imágenes y palabras, pero ella estaba allí, perdida… como él?
Se paró a sus pies, y ella levantó la cabeza, lo miró tristemente a los ojos, desde un abismo de confusión y soledad.
Lo señaló y le dijo… estás muerto, como yo. El entonces lo comprendió todo, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse y le regaló una sonrisa. Empezaron a caminar por aquel lugar que no estaba en ningun sitio y en todos, por el espacio virtual de la red, y se fueron a dar una vuelta por aquel mundo en el que los muertos eran aquellos, los de las ristras de imágenes.
Atrapados en un espacio infinito mostrando sus eternas sonrisas en todo momento y lugar. Exposición de las hipotéticas vidas, en venta para el Máster, gratuita para el resto de la fauna como ellos.
Vivos y muertos rebotando en el espacio creado por el dios del lugar, ramificándose su presencia en una continua presencia especular, registrable y registrada.
Allí despertaban los muertos en su nueva jaula.
Allí dormían los vivos su vida impostada.
BLANCA NIETO
Todos somos réplicas en un vacío infinito.
Fábricas en el universo de otras dimensiones, donde me encuentro formando cuerpos para otras vidas, se me acabó el tiempo, mi número es el setenta y cinco, por las vidas que había agotado y en las cuales no quería seguir viviendo.
Me imponían un aprendizaje en el que debía ejercer una defensa ardua gracias a un sistema de competencia.
He sido incapaz, no quería seguir luchando por algo que no soy. Así que prefiero esta opción, porque cada vida significa un hijo para entender lo que no podía en la tierra, mientras le daba a los botones con el fin de que los patrones se volvieran a formar, pensaba en lo feliz que sería mi alma si fuéramos todos niños inocentes y eternos.
En la fábrica, todos teníamos números al igual que las vidas que volvían a renacer.
En la hoja de registro de la parte de
arriba a la izquierda especificaba el número de vidas.
* vidas: 12
*Aprendizaje: socializar
*Género: mujer
*Características físicas: 1’50, pelo rubio.
*Estándar: ojos, gestos y la voz.
Lo de estándar se debe a las características del alma que se identifican siempre en esos tres aspectos, lo que cambia un poco era la voz según sexo y que la mirada se desgasta con el tiempo pero al empezar otra vida volvía a lo primigenio.
Me costó mucho estar aquí, se lo pedi al inanimado rey gigante que nos observaba como el que cuenta los dedos se su propia mano.
El me decía que era como todos y que no tenía derecho a ningún privilegio, pero.¿ De qué vale repetir lo mismo una y otra vez?. No pensaba cambiar.
Después de tantas infinitas y efímeras vidas que me tocó vivir me rendí en la setenta y cinco, e implore que trabajaría para el padre en lo que fuera para no volver a ser un alma perdida en la tierra que se tortura cada día por no encontrar su lugar.
EFRAÍN DÍAZ
“Algunos aseguran que tanto el amor como el odio pueden ser infinitos. Pero al final ambos sucumben ante la muerte”. Efraín Díaz
Todo comenzó en una lejana temporada de caza. Hace innumerables décadas, la un legendario feudo familiar comenzó a tejerse. Los apellidos Ruiz y Santana, como solemnes señores de esos territorios, ostentaban una titularidad que las páginas de viejos protocolos de notaría no podían verificar.
En un oscuro y confuso incidente, un miembro de la familia Santana, con su rifle apuntando a un ciervo, desató un disparo fatídico. Pero el destino, caprichoso, reveló que la víctima no era otro que uno de los Ruiz. Así, en ese instante, se escribió el prólogo de una de las sagas familiares más largas y célebres de la historia. El odio entre ambas familias, como el vino en su añejamiento, se incrementó con el tiempo hasta desbordar las copas de la razón.
Aproximadamente dos meses tras ese «incidente confuso» en la cacería, desapareció de la faz de la tierra una joven Santana, apenas quince primaveras adornaban su vida. Una frenética e intensa búsqueda, que involucró a la policía local, los lugareños y los fieles perros de caza, abarcó varios días. Con un lúgubre desenlace, el cuerpo de la joven emergió río arriba, desmembrado.
Ese sombrío acontecimiento avivó el odio entre ambas familias hasta alcanzar proporciones infinitas. Mientras ambos clamaban por títulos que no poseían en realidad, se acusaban mutuamente de los infortunios que los acosaban.
Así, la violencia se convirtió en una habitual constante de sus vidas, desde cosechas arruinadas hasta la desaparición de sus seres queridos, pasando por la matanza de animales y el hurto de herramientas y aperos de labranza. Ambas familias competían para ver quien se hacía más daño. Unas veces ocultos en la sombra de la noche o del sigilo y otras a la vista, ciencia y paciencia de todos.
En un festival anual que celebraba la ciudad, ambas familias se cruzaron, desatando un torbellino de violencia que culminó en una interminable batalla campal. Varios perdieron la vida, otros terminaron tras las rejas. En la cárcel, tuvieron que separarlos para prevenir que la lucha continuara.
El feudo persistió, resolviendo lo insoluble en los tribunales o en las calles, y lo que escapaba a la resolución en las calles, lo resolvían con duelos en el corazón de la montaña. Noventa años habían transcurrido desde aquel primer disparo en la temporada de caza, aquel fatídico tiro que cobró la vida de un Ruiz. La mayoría de los descendientes de ambas familias perecieron de forma violenta, mientras que los pocos supervivientes huyeron a otras tierras en busca de paz.
Al final, solo quedaron dos miembros, un representante de cada linaje. Ancianos y agotados por el peso de los años y el sufrimiento, acordaron una tregua, frágil pero necesaria hasta que ambos murieron.
El odio, como el amor, no es eterno, no es infinito. Ambos ceden ante el inexorable abrazo de la muerte.
LOLI BELBEL
EL INFINITO O LA NADA
En tu soledad me buscas
en mi soledad te encuentro…
Se rompen las nubes de dolor
y el mar reniega de sus olas…
La noche siente el
vértigo del mundo.
Tus metros cuadrados de espacio
pueden ser kilómetros de desierto
y de dudas…
Mis metros entre cuatro paredes hostiles
enterradas en desesperanzas
son millas de abismos
que oteo con angustia
sin quererlo…
Y no me conformo
con ese deterioro
entre la razón y
el sentimiento.
Quiero arrancarme de cuajo
ese hondo gemido
del alma…
Pero ten bien claro una cosa:
el estoicismo solo arruina
cualquier atisbo
de esperanza
y lo que es peor,
es huraño y punzante
con cualquier
sueño o deseo.
Cuando encuentras el amor
escoges entre
el infinito o la nada.
GRACIELA PELLAZA
¿Quiero verte?
¿Donde?
Nada de lo que soy aquí con mi cabeza pensante, tiene ese poder.
Ya no eres ni tangible ni real, apenas un rasgo, un arañazo en el espacio.
Aunque deambule escudriñando cielos, no tengo la magia de encontrar señales de movimiento, no eres palpable y estoy ciega tanteando un anhelo.
Amanezco quieta en la hectárea más desierta para sentir la palmada del viento y conecto una creencia fuerte desde la cabeza a mi planta; a ver si un acorde me atraviesa. Tu voz en un grito.
Soy solo una mota de polvo.
Lo sé.
Desde esta ingenua sabiduría mía creo que estas flotando en el infinito buscándome, y te pienso y te pienso para que un billón de espasmos tintineen y gires.
Eres tú el dueño del misterio; yo estoy acá señalando con lo poco que tengo un punto en el ínfimo planeta. Necesito que me veas.
¡Dime que vendrás a repetirte!
A flamear la vida que fue mezquina, que se hizo diminuta, que tenía equivocado el viaje. Esa vida que contabas a cuentagotas. Lleno de fe.
Era yo…No tú
Era yo, y no hay nada que pueda hacer para regresarte.
IRENE ADLER
OURÓBOROS
Al cruzar la verja de la propiedad, May, con los ojos glaucos fijos en algún punto indeterminado más allá del parabrisas, preguntó:
—¿Qué hay sobre la puerta? ¿Hay letras o sólo es un dibujo?
—¿Cómo sabes qué hay algo sobre la puerta?
—¿Lo hay o no?
Joe rió y asintió con la cabeza.
—Es un dibujo. Una especie de dragón enroscado. Quizá una serpiente imitando un ocho tumbado. ¿Cómo puedes saberlo?
—Todas las casas viejas deben de tener uno. Un símbolo que las distinga colocado sobre el hierro de la verja. Es lo normal.
Pero mentía.
Como si pudiera ver lo que dejaban atrás, May giró la cabeza y volvió a sentir por la espalda aquel gélido escalofrío. En su imaginación, la verja de hierro oxidado estaba ardiendo y un animal alado, quizá prehistórico, extendía las alas hacia el cielo, aullando.
La casa era grande, de piedra caliza, y en otro tiempo debió ser una granja. No había pastos alrededor, ni arboledas, sólo un promontorio de rocas desnudas que la mantenía resguardada del ímpetu con que galopaban allí los vendavales de marzo.
La compraron a un precio irrisorio y en la agencia les contaron que la construcción original había sido una iglesia, de ahí que en la suave hondonada de la fachada norte, en lugar de un jardín voluptuoso, hubiera una docena de lápidas grises, carcomidas por el tiempo y por el moho. «Los cuerpos fueron trasladados casi un siglo atrás», explicó, solícito y algo turbado, el joven de la agencia inmobiliaria. «Cuando la iglesia fue destruida por un terrible incendio durante una tormenta. Aquello ya no es un camposanto y son ustedes muy libres de retirar las lápidas si su presencia les resulta incómoda».
Joe era fotógrafo y aquel decorado le pareció encantador y ligeramente exótico. May era ciega. Ninguno de los dos era supersticioso ni creyente. Las lápidas, al fin y al cabo, sólo eran piedras.
Hasta que May, en sus largos paseos, empezó a descubrir un patrón sobre las gastadas superficies de las tumbas. Ella veía a través del tacto y sus dedos no encontraron nunca trazos o señales de nombre alguno. Pero bajo la carcoma y el estropicio que causaba la intemperie, advirtió que todas las lápidas habían tenido grabado el mismo dibujo. Un reptil enroscado con la cola dentro de la boca y el cuerpo formando una lemniscata. Un ocho tumbado. Un lazo infinito.
E incluso en las gélidas noches de invierno, la rugosa superficie del dibujo estaba tibia, como calentada desde dentro por un sol inexistente o un corazón que bombeara sangre y calor a la piedra.
Dos semanas después de haberse instalado, May empezó a tener extraños sueños. Se despertaba en mitad de la noche gritando que la casa estaba ardiendo y que había gente atrapada en las habitaciones. Suplicaban por sus vidas pero ella no podía abrir las puertas. En una ocasión, amaneció con la mano izquierda abrasada y cuando Joe quiso saber qué pasaba, May no pudo recordar cuándo ni dónde se había quemado. No sentía dolor. No sentía nada.
La señora Barnaby, que acudía a la casa tres veces por semana para ayudar a May en los quehaceres domésticos, dijo en el colmado del pueblo que era una mujer rara, porque los días de lluvia deambulaba descalza y en ropa de dormir entre las tumbas y luego regresaba a la casa empapada y hablando sola, como si fuera capaz de «ver» a la persona con la que hablaba.
Y fue ella, como autoridad en la materia, quién sentenció que no le sorprendía lo más mínimo que su marido la hubiera abandonado, cuando aquel mismo verano, vieron a Joe por última vez en la estación de ferrocarril, comprando un billete para ir a la ciudad en el tren de las cinco y diecisiete.
Y nunca regresó.
La desaparición de May causó algo más de revuelo, aunque tampoco demasiado. Ella también había decidido abandonar la casa, tal y como su marido la había abandonado a ella. La buscaron durante algún tiempo en las orillas del lago y en los barrancos del este, pero no encontraron nada. Cuando quisieron notificar su desaparición a Joe, las autoridades no lograron dar con su paradero. No había acudido a ninguna cita en la ciudad; ninguno de sus amigos lo había visto ni hablado con él desde mucho antes de aquel día en la estación del pueblo. Ningún empleado del ferrocarril lo recordaba.
Al preguntar a la señora Barnaby si había notado algo inusual en la casa, ella respondió que sí.
«Cuando llegué esa mañana había un espejo colgado en la pared del pasillo de arriba que antes no estaba. Parecía antiguo, con un marco circular y dorado, como de dragones enlazados, un dibujo parecido al que hay sobre la verja de entrada de la propiedad. Yo nunca lo había visto antes, y me acordaría, porque además de feo, estaba sucio. Y yo no consiento que haya nada sucio en un hogar a mí cargo, bueno, que cuando quise limpiarlo, el vaho no se quitó. Parecía niebla en vez de polvo. ¿Sabe cuándo echas el aliento sobre un cristal? Pues así era. Como si alguien estuviese respirando sobre el espejo, pero desde el otro lado».
El espejo apareció, pero no donde la señora Barnaby aseguraba haberlo visto, sino en el altillo sobre la cocina, abandonado entre docenas de muebles viejos y olvidados.
En el azogue sucio, una mano anónima había escrito:
«Estamos aquí».
ALMUT KREUSH
De niña, solía decir a su madre: «Te quiero hasta el infinito», extendiendo los brazos hacia ella. Amar hasta el infinito era para ella la máxima expresión de su amor.
Con el tiempo, la inocencia o ingenuidad infantil dio paso a dolores de cabeza a medida que su marco mental se vio desbordado por las definiciones filosóficas y matemáticas de lo que significaba el infinito que tan generosamente ofrecía a su madre cuando era niña.
Tampoco comprendió el concepto de universo infinito sin fronteras ni límites, y que todo, absolutamente todo lo que existe, ya está en este espacio.
Ni siquiera la religión pudo disipar sus dudas cuando se le explicó que la naturaleza infinita de Dios está más allá de los límites del espacio y el tiempo. Estas palabras le sonaban casi amenazadoras, pero también demasiado simples.
Nadie podía darle una explicación porque nadie la tenía. Un día, un científico amigo de su padre le dijo: — Definir el infinito demuestra los límites de la capacidad humana de reflexión.
Y esta conclusión le alivió un poco.
Creció, estudió una profesión, se casó, formó una familia y volvió a trabajar. La palabra «infinito» ya no existía en su vida ni en sus pensamientos; todo lo que hacía y todo lo que la rodeaba tenía su espacio y sus límites. Un día, su jefe le llamó a su despacho.
— Lleva mucho tiempo trabajando en esta empresa. La apreciamos mucho como profesional, por su seriedad, su eficacia, su sentido de la responsabilidad y como excelente compañera. Ayer se reunió el Consejo de Administración y decidimos por unanimidad ofrecerle un contrato indefinido. Espero que acepte la oferta.
Con esta última palabra le volvieron a la memoria como un relámpago los enigmas de su adolescencia.
—¿Me está ofreciendo un contrato infinito?— preguntó riéndose.
—Eso mismo. ¡Ya sabía que se iba a poner contenta! ¿Aceptará entonces?
Lo que no sabía era que la risa apenas nada tenía que ver con el contrato.
—Le estoy infinitamente agradecida. Usted ha salvado mi universo.
RAMÓN CORREA ÁLVAREZ
AL pensar por un momento en su intrincada apariencia,siento de Dios la omnisciencia
Para ilimitar en él ,el tiempo,
Y de su total grandeza,extraer el inconmensurable cielo.
Y de él mismo,engendrar a las estrellas;que van y vienen como corceles errantes para adornar su contorno,el firmamento.
Y crear en él a la bóveda celeste,con sus noches y sus días para darle vida a su explanada,
Y,así,de su místico silencio
Salió toda la belleza, todo su misterio.
Allá,a lo lejos,con la majestad de la tierra;versifica su espesa hondura para hallar en el de Dios su contextura.
Deslumbrado ante el séquito asombroso,
Grávido de recónditos misterios,
De su prismal riquísimo y grandioso,de sus abismos llenos de sonidos y silencios,levanto mis ojos y clamo al universo,que su inmensidad sinigual y seductora me una a Dios para comprender su esencia encantadora.
Porque cuando te empinas majestuoso en el espacio,ataviado de estrellas y luceros,son tus reflejos de eterno topacio el hogar de idílicos romances.
Y hoy,a mí, extasiado de tanto contemplarte,me enamoro de tí allá a lo lejos,
Viendo tus rayos misteriosos,
Con sus destellos temblorosos,
Blancos al alba y al morir bermejos.
CONCE JARA
Mi semana ha comenzado al revés. En vez de ir al trabajo dando cabezazos ante el infinito sopor que arrastro los lunes, de pronto el metro pega un frenazo que me despierta como si acabara de tomar un café bien cargado.
El convoy pierde velocidad hasta que se detiene en medio de un túnel cuando yo solo había dejado dejar atrás dos estaciones de mi trayecto. Después se fue la luz, se activaron las luces de emergencia y por megafonía el conductor de la máquina informa de una avería que se subsanaría en pocos minutos, lo que provoca, casi al unísono, una exclamación de desagrado.
Un pasajero inicia a gritos una verborrea en la que no dejaba de cagarse en la madre del alcalde de Madrid, seguido de la de otro que le echa la culpa al gobierno de la nación, lo que deriva en una infinita gresca política y social a la que se unieron un gran número de los allí presentes.
Ante tal jaleo, tres niños “acompañados” de su padre, éste último absorto ante la pantalla del móvil, inician un “pilla pilla” esquivando y metiendo buya entre los pasajeros.
Un viejo verde, de infinita edad, intenta entrar en conversación con una jovencita, que por lo ceñido de su escote, deja entrever su imponente delantera, hasta que finalmente la chica le manda a tomar por culo, recalcando que “NO es NO”.
Por otro lado, el pedigüeño de turno se arranca cantando, al acordeón y sin dejar de rogar limosna, con la antigua canción de “El trenecito”: «Uh-uh-uh-uh-uh, Chu-cu-chu-cu-chu, va para Laredo, no lo sabes tú…».
Una anciana se levanta de su sitio para insistir a una joven vestida de senderista que agarraba un par de bastones, en cederle el suyo, hasta que la joven asombrada y colorada como un tomate accede. Después la misma anciana la toma con un adolescente coronado con unos cascos, de esos que desactivan el ruido exterior, mientras movía los pulgares sobre la pantalla del móvil a la velocidad de un taquígrafo experimentado.
Durante la parada de cerca de una hora se produjeron infinitos acontecimientos que a mí me entretenían, incluso me provocaban la risa, similares a los que una espera encontrar tras varios días de mensajeo con un desconocido de la aplicación de contactos, Flinder. Un tío que pintaba bien, por ameno, simpático y amante del cine, quien en la primera cita, ayer domingo, me propuso ir a ver una peli, que, según él, me iba a encantar, hasta que me vi sentada en la sala con su cubo de palomitas, y apareció en la pantalla aquella muñeca de cuerpo perfecto, sin celulitis, ni pensamientos oscuros, que de pequeña yo tanto odiaba… y es que yo era de Nanci y Barriguitas.
A mi “latín lover” le gustó tanto el rodaje que se lio a disertar sobre el significado social y cultural del mismo, y entre tanto y tanto me propuso ir a cenar, tras hacerle un Bizum por mi entrada al cine.
El muy cutre me llevó al “Montaditos”, donde pidió cuatro tapitas y dos cañas como toda cena, mientras seguía con su infinito discurso sobre la fuerza social feminista anti patriarcal que dejaba entrever la dichosa peli, y que a mi casi me provoca “la muerte del loro”.
Tras la cena subimos a mi coche y mientras yo sorteaba vehículos a toda prisa, para dejar de oír aquella monserga, llegamos a su casa, momento en que se vino arriba y me propuso que subiera para echar un polvo. Le contesté que conmigo se aplicara el cuento de la “peli”, ya que en aquel mundo ideal Barbie-Kent que tanto le había “flipado”, ni ellas ni ellos tienen genitales, así que lo mejor que podía hacer es subir a casa y reflexionar sobre cómo demonios, sin genitales, se lo montaba la divina pareja.
FIN
SÁNCHEZ MAR KATA
Crónicas de un Alma en Busca del Infinito
Había una vez un alma inquieta llamada Elior, cuya sed de conocimiento y aventura era tan vasta como el mismo universo. Desde muy joven, Elior había sentido una conexión profunda con las estrellas, como si fueran faros que guiaban su camino a través de la vastedad del tiempo, espacio y vida Siempre miraba al cielo nocturno con ojos llenos de curiosidad y un corazón anheloso de ver lo que había más allá.
Elior vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques frondosos. Aunque su hogar era apacible, sentía que su verdadero destino estaba en algún lugar más allá de los horizontes familiares. Un día, mientras exploraba el desván polvoriento de su casa, descubrió un antiguo telescopio que pertenecía a su abuelo. Elior limpió el telescopio con cuidado y, al mirar a través de él, sintió que el universo le susurraba secretos que estaban esperando a ser descubiertos y desvelados.
Decidió que era hora de partir en un viaje para saciar su sed de infinito. Empacó algunas provisiones, su telescopio y un cuaderno para documentar sus observaciones. Con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de emoción, se despidió de su familia y amigos, prometiendo regresar algún día con historias que desafiarían la imaginación, la credibilidad de aquellos incrédulos.
Los primeros destinos de Elior fueron planetas en el propio sistema solar. Observó la majestuosidad de Júpiter y sus lunas galileanas, quedó maravillado por la misteriosa belleza de Saturno y sus anillos, y estudió la ferocidad de Marte en busca de señales de vida. Cada noche, con el telescopio apuntando a los cielos, Elio se sentía más cerca de los secretos del universo.
Pero Elior no se detuvo en los confines de su sistema solar. Siguió las estrellas como un auto cósmico, llegando a sistemas estelares distantes y exoplanetas que desenvolvían la imaginación. Descubrió mundos de hielo y fuego, océanos que brillaban bajo la luz de tres soles y paisajes que eran como obras de arte creadas por la mano de un dios.
A medida que los años pasaban, Elior no envejecía, al parecer en el infinito la edad no tenía recorrido, su espíritu era siendo inquieto y curioso. Sus observaciones se convirtieron en leyendas que se transmitían de generación en generación en cada rincón del universo. La historia de Elior, el viajero de las estrellas, inspiró a innumerables almas a mirar más allá de sus horizontes y a buscar infinito en cada rincón del cosmos.
Y así, mientras Elio continuaba su búsqueda incansable de conocimiento y aventura, el título de su historia creció y creció, hasta que se convirtió en un reflejo perfecto de su propia odisea: Crónicas de un Alma en Busca de Infinito y Más Allá».
Sus familiares y amigos volvieron a saber de el a través de sus crónicas diarias, las cuales salían en el diario cada mañana, emocionados se las leían a cada criatura del pequeño pueblo.
La frase que era icónica en el pueblo San Benito era “los planetas son infinitos igual que el alma misma.
GAIA ORBE
“Todo en el vasto universo, hecho de amor compasivo desde tiempos infinitos, nace en la contemplación”.
Flor de loto amanecida
al sol de un nuevo verano
huelo en la pulcra belleza
tus notas de agua sensual.
Mi reflejo en el pantano
entre las hojas se esparce
brilla tu luz infinita
de la mente, yo descanso.
Navego en la tierra pura
hay confusión en el caos
rosa del Nilo te ruego
cuides por siempre este viaje.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL BUCLE INFINITO
—Yo vivo justo en el barrio al que vamos —le dijo su nuevo compañero, un policía con mucha más experiencia que él.
Marcos lo miró con cara de asombro.
—¿De verdad eres de ahí? ¡Vaya un sitio para vivir! Estarás deseando largarte…
—Bueno, bueno… No te creas. Uno no puede irse a otro sitio y sanseacabó. Dicen que mi barrio es como un círculo infinito en el que estamos atrapados. Nos debemos muchos favores unos a otros y nadie se va a fiar del que se le ocurra marcharse de repente.
—Pero tú vas y te metes a madero. Desde luego… ¡Es que los tienes cuadrados! —dijo Marcos sonriendo.
Marcos había estado dos años de baja. Un día se echó a temblar porque pensó que se quedaba para siempre en una silla de ruedas: un malnacido del barrio le había zurrado con un palo por la espalda cuando iba a detener a un traficante. No se hartó de darle golpes hasta que pensó que lo había matado. Lo pillaron y le terminaron cayendo ocho años. El poli se dio cuenta demasiado tarde de que meterse solo por aquellas calles era un grave error y tuvieron que operarlo once veces.
Al entrar de nuevo en la barriada, Marcos se fijó en que alguien había tachado el enorme dibujo del símbolo de infinito que señalaba la puerta de aquel infierno. Debajo habían pintarrajeado: «Cero. Cero patatero y mierda palvarrio entero».
Iban juntos tres coches patrulla, uno detrás de otro, porque sería muy peligroso que solo un par de policías metiera las narices por allí —a no ser que fueran a comprar algo precisamente para metérselo por la nariz—. Un grupo de tipos con cara de cabreo salió de algún sitio, se puso en medio e impidió que los coches siguieran avanzando. Se oyeron dos disparos. Una de las balas impactó en el salpicadero del coche que conducía Marcos.
—Venga, vámonos de aquí cagando leches. Tranquilo y ve tirando por donde yo te diga —gritó el compañero.
Marcos empezó a sudar y sudar mientras pisaba el acelerador y las ruedas levantaban el polvo de las calles, que estaban sin asfaltar.
—¡A la derecha, a la derecha…! ¡Ahora a la izquierda, chico…! Sigue, sigue recto.
Aquel policía, ya mayor, elevaba la voz, pero estaba tranquilo; a Marcos, en cambio, se le nublaba la vista. Se acordaba de los golpes en la espalda, de las tardes en la cama del hospital, de las horas y horas de rehabilitación. Sentía que le iba a explotar la vejiga y notaba la boca seca. De vez en cuando miraba por el retrovisor, pero nadie los seguía. Su colega lo había dirigido con mucha prisa por las calles más sucias y meadas. Las que olían a vómitos.
—Aquí está bien, chico. Párate aquí mismo —le ordenó finalmente.
Se habían detenido en un descampado muy llano que se alargaba como si fuera una pista de aterrizaje. Al fondo había casas destartaladas y descoloridas. Por todos lados había basura, muebles destrozados y pequeños montones de ropa vieja a medio quemar. Marcos cerró los ojos y respiró profundamente.
De pronto se oyó un clic. Marcos abrió los ojos y vio que su compañero lo apuntaba con una pistola.
—Tío, te lo he dicho antes, nadie puede salir de este barrio; yo tampoco. Aquí vivimos en un bucle infinito y tengo que devolver un favor a mi colega, el que te partió la espalda. Todavía está en chirona.
El joven le clavó la mirada. Empezaron a temblarle los labios.
—Lo siento, pero tengo que pagar mis deudas o vendrán a por mí. —Le puso la pistola en la frente—. Esto no es personal, créeme.
Y Marcos cerró los ojos.
EVA AVIA TORIBIO
Infinito
Entre mis brazos te tuve,
después de una noche de pasión.
Largos años de abrazos,
viendo por ti crecer mi pasión.
Soledad con tu madurez,
es la recibida en mi vejez.
Es el amor de una madre,
valorado cuando ella ya no está.
Y es entonces, cuando te das cuenta,
que esos abrazos y esa pasión,
son los únicos,
que no tienen
Fin.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
El signo de infinito empieza dentro de nosotros mismos. Esa doble hélice de las hebras de nuestro ADN, una cadena continua de figuras de ochos.
Nunca pensaron los egipcios que su representación del Ouroboros, tendría tanta utilidad para el mundo. Un círculo representado por una serpiente que se come la cola. Esa serpiente que viene de la naturaleza, que en forma aproximada también tiene este signo de infinito, la llaman el Analema, la curva descrita por la posición del sol observada todos los días del año a la misma hora desde la misma posición.
La naturaleza refleja el infinito en los horizontes del mar, de los campos de olivares, de trigo, en el infinito del cielo estrellado que va más allá del Universo o las galaxias infinitas.
En lo espiritual, el signo infinito está asociado con la energía de la resurrección.
El alma, en su andar de cuerpo en cuerpo, quizás también se transforme en infinita para cumplir con su plan universal.
El amor infinito que se manifiesta entre dos seres, que se entrecruzan en un camino infinito de amor puro.
Las palabras pueden llegar a lo infinito del corazón humano dependiendo de la intención que guarden.
Un escritor generoso tiene infinitas emociones, sentimientos, reflexiones, experiencias, circunstancias, historias, aventuras y toda una imaginación infinita por plasmar en las hojas de un libro, es su pasión que lo llama a compartir su infinidad.
Infinito es el camino de la vida, si la vivimos con nuestro espíritu. La eternidad está allí esperándonos.
Les pregunto: ¿Cuál es el límite de lo infinito?
Georg Cantor matemático alemán, nos mostró cómo seguir contando cuando los números se agotan y para que este relato no se vuelva infinito, me despido con infinitas gracias por haber leído estas palabras.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Cuando miraba las estrellas con mi madre el cielo Infinito. De las historias qué me contaba, de las estrellas, los planetas, las galaxias.
Y fui astronauta.
La primera vez qué fui al espacio me emocioné, estaba en el cielo infinito.
Luego paso lo del asteroide, que destruyo la tierra. Yo lo vi, estaba en la estación espacial.
La muerte me ronda, en el espacio infinito, no hay ya por lo qué luchar.
O si?
Si el espacio es infinito?
MARÍA CID
Existe el infinito?
infinito de qué?
que yo sepa todo es finito en este mundo,todo acaba antes o después, quizás para volver a empezar,pero entonces no es infinito, sería infinito intermitente,que todo tiene un final después de una vida útil o inutil,eso depende de cada quién,de cada cosa,de cada circunstancias,porque la vida son circunstancias que van pasando cómo frecuencias en una película y todas las frecuencias terminan pasando, a otras semejantes o diferentes,pero nunca iguales.
El símbolo del infinito se ha hecho famoso ultimamente,y lo cierto es que el infinito debe de existir,más no para nosotros que somos finitos, todos tenemos fecha de caducidad y lo que haya o no haya después no es ciencía cierta,porque nadie ha vuelto para decir lo que hay o deja de haber.
Todo nace, crece, se reproduce y muere, todo! y si no muere cómo para desaparecer sin dejar rastro,muere para volver a nacer y transformarse en otro algo que será semejante o diferente,pero nunca igual, porque nada de lo que existe es igual a otro algo que pueda existir. Eso tiene una explicación y es que aunque se dieran las mismas circunstancias y el momento ideal para crear algo,el tiempo ya habría pasado y todo alrededor habría cambiado aunque ni siquiera se note a simple vista.
Las células de todo lo que existe están siempre en movimiento y aunque aparentemente hoy es igual al dia de ayer, es solo una ilusión que recrea la mente para que tengamos una referencia a la que seguir,pero nada es igual hoy que el dia de ayer y mucho menos en tiempos semejantes anteriores. Ejemplo:..Cada navidad festejamos la natividad de un niño que nació en Belén hace 2023 años,pero aunque siempre disfrutamos de ese tiempo,el tiempo cambia de un año para otro y nosotros también,y nuestras circunstancias, por eso la navidad es recrear una y otra vez lo que pasó en aquél tiempo y si no se ha olvidado es porque lo revivimos cada año cómo si fuera el primero, es solo una recreación de la mente de acuerdo a nuestros deseos.
Por eso pienso que el infinito existe y no existe a la vez,según la perspectiva de quién lo ve de una manera u otra.
Somos infinitos en nuestra forma de pensar,de sentir,de crear,de imaginar etc,pero nosotros cómo nos conocemos no somos infinitos.
Lo infinito no existe en nada conocido,todo cambia y se transforma para ser algo parecido o diferente,pero nunca igual, nada es igual a nada!
La nada también sería nada,si pensamos que la nada no existe,pero si no existiera la nada,de dónde saldría todo lo que existe? para mi todo lo que existe, existe porque antes era nada,no existía! hasta que a alguién se le ocurrió que podría existir y por eso existe,porque alguién lo creó de la nada.
RAÚL LEIVA
Ruta 8
Los caminos del destino son infinitos como los recorridos de los laberintos de una mente enferma.
Iba conduciendo por la ruta más solitaria que hubiera imaginado jamás aturdiéndose con una emisora de radio intentando no pensar en los caminos. Los vio de casualidad, estaba la familia a la vera del camino mirando el auto como esperando una respuesta que nunca llegaría.
Se le llenó la mente de dudas y temores. Nunca había levantado a nadie en el camino, siempre vendría alguien más que correría esos riesgos, pero esta vez no había ningún alguien más a kilómetros y los peligros eran tangibles como el áspero volante al que se aferraba como un náufrago. La culpa, un mandato de otra vida o quién sabe qué lo hizo girar en la desolada carretera para regresar por la familia. Se iba reprochando tal imprudencia y justificando la buena acción en partes iguales. Se estacionó a una distancia prudente e hizo señas de luces para dar a entender que estaba para ayudarlos. El padre de familia se acercó enceguecido por el destello y al llegar a la ventanilla del conductor, se encontró con un hombre armado con una capucha puesta en la cabeza. Antes que pudiera articular palabra, el hombre habló.
—Mirá flaco, te voy a ser franco. Paré porque me da cosa que les pase algo en esta ruta de mierda, hay mucha gente peligrosa. No me juzgues por la capucha y el arma, pero entendé que yo también tengo motivos para desconfiar de vos. Yo no sé si vos armaste esto para que alguno se detenga a socorrerte y lo terminás asaltando o algo peor, y la capucha es por si acaso sos un tipo confiable, pero por alguna cosa se te ocurre denunciarme porque te apunté con un revólver y me cagás la vida. ¿Entendés ahora mi posición? Yo podría haber seguido y me ahorraba todo esto, pero acá estoy, paré a darte una mano. Voy a bajar el arma porque parecés un tipo tranquilo y no quiero que se me escape un tiro y tu familia sufra por todo esto. ¿Estamos?
El hombre asintió en silencio mientras transpiraba a pesar del frío.
—Primero te pido disculpas por el modo en el que te recibí. Ahora vamos a hacer esto de la siguiente manera, decile a tu familia que vengan y llévense mi auto, Tiene combustible como para llegar al siguiente pueblo, ahí vas a encontrar una estación de servicio, la única del pueblo. Ellos conocen el auto, siempre paro y descanso allá. Dejale las llaves del auto a ellos y decile que te sirvan una comida para vos y tu familia que después voy yo y arreglo, todo esto es por el mal rato que te hice pasar. Ahí podés llamar una grúa para que te lleve tu auto hasta el pueblo y si necesitás un mecánico, los muchachos de la estación de servicio te van a orientar.
El sorprendido individuo se quedó esperando más instrucciones.
—¡Andá! Dale, que vas a preocupar a tu familia al pedo. Yo me quedo en tu auto, no se preocupen por mí, tengo un arma y voy a llamar a un amigo que me venga a buscar, A lo sumo en una hora me estaría yendo también. ¡Andá!
Sin más que agregar, le hizo señas a su familia y salieron del auto, les dio a entender que todo estaba bien y se acercaron despacio. El conductor encapuchado guardó su arma y se bajó del vehículo, sacó una maleta del baúl y se fue por lo oscuro hacia el automóvil descompuesto. Mientras la familia se subía al auto y desaparecían en la oscura ruta, el hombre se quitó la capucha para luego encender un cigarrillo y hacer llamados por teléfono.
Un tiempo después se supo de un tiroteo en la entrada de un pueblo. El automóvil de un conocido narco fue emboscado quedó hecho un colador. Nadie reclamó los cuatro cadáveres encontrados. La policía encontró un prófugo de la mafia gracias a un llamado anónimo acerca de un loco armado con una capucha en la Ruta 8. Lo abatieron fácilmente al intentar resistirse. De la valija con el dinero proveniente del narcotráfico que portaba el encapuchado, nunca se supo nada.
Los destinos son infinitos, tanto como la estupidez, el miedo y la impaciencia. La mente de una persona es un océano de posibilidades oscuras. La realidad en vano intenta a bofetadas despertarnos de este sopor inmundo que nos hunde más y más en nuestras miserias.
EDUARDO VALENZUELA JARA
Yo creo que toda la culpa fue de mi padre. Recuerdo que, siendo niño, encontré mi destino en una noche estrellada, cuando juntos admirabamos las constelaciones tendidos de espaldas en la colina. Conmovido por la inmensidad del espacio le pregunté cuántas estrellas existían en el universo; y él, desde su ignorancia de hombre simple, me dijo que no se podían contar porque eran infinitas.
―¿Infinitas? ¿Qué significa eso?
―Que no tienen fin… No importa cuántas imagines que hay… ¡Siempre hay más que eso!
Tendido en el suelo, insignificante, atrapado entre la Tierra y todo el universo, sentí por primera vez el vértigo del infinito. Allí mismo supe que deseaba seguir aprendiendo de esa idea aterradora del todo. Era como desafiar el peligro, como asomarse a un foso sin fondo en el que podías caer y caer por toda la eternidad.
Desde entonces me dediqué a estudiar y estudiar, buscando todo lo que la humanidad sabía del infinito. Al cabo de un tiempo me di cuenta que vivía rodeado de ignorantes, de gentes simples, con incapacidad o pereza intelectual, ineptos en cultivar sus mentes para comprender la belleza de un teorema o lo majestuoso de los infinitos. Sin ir más lejos, descubrí que mi padre era un ser inculto que me había ilusionado estúpidamente, pues la cantidad de estrellas en el universo no era infinita, como me había hecho creer… sino que era una magnitud enorme, abrumadora, colosal (unos trescientos mil trillones), pero no infinita.
Y cierto día descubrí mi infinito privado. Un infinito que está en todas partes pero que cabe en un bolsillo. Un misterio tan fascinante como sencillo. Desde la antigüedad los seres humanos se han preguntado qué proporción existe en algo tan simple como la longitud de una circunferencia y su ancho; y descubrieron que, sin importar el tamaño de la circunferencia, su longitud era un poco más grande que tres veces su ancho. Y hasta el día de hoy la humanidad ha estado buscando el valor exacto de esa cantidad que llamamos “Pi”. Sólo sabemos que empieza así: 3,1415… Pero la totalidad del número es desconocida… ¡porque es un número de longitud INFINITA!
Yo, como muchos, decidí dedicar mi vida a elaborar complicadísimos cálculos para ir revelando, uno a uno, los números que continúan, como si fueramos revelando lentamente su nombre, como si camináramos en la oscuridad iluminando con un farol, paso a paso, la continuación del camino.
Porque Pi es como un camino interminable que recorre todos los paisajes que se puedan imaginar y aún más. Es una secuencia inagotable de números que sigue y sigue. De seguro en alguna parte de él esta la secuencia con tu númeo telefónico y en otra tú DNI y también, en alguna parte, están los teléfonos y los DNI de todas las personas que han existido y de todas las que existirán en el mundo. ¡Más aún! Si enumeras todas las letras del alfabeto, comenzando con que la “A” es “1”, la “B” es “2”, la “C” es “3” y asi hasta la “Z”; en alguna parte de Pi está la secuencia completa del abecedario (12345…), pero también, en otra parte, está la secuencia de todas las letras de un poema y también la secuencia de todo “El Quijote De La Mancha”.
En alguna parte de Pi están las secuencias de las palabras de todas las obras que haya escrito o que escribirá alguna vez la humanidad. Allí también se encontrará toda la combinación que cuenta la historia de tu vida y las combinaciones de todas las vidas que pudiste vivir. Porque Pi es una secuencia infinita que contiene todas las ideas que se puedan llegar a imaginar y aún más.
Y aquí llevo décadas y décadas encerrado, calculando y calculando; trabajando casi sin dormir, casi sin comer; revelando lentamente el infinito a los mortales.
Y necesito mucho papel y muchos lápices, pero mi padre me los trae a esta estrecha habitación. Y aunque lo he escuchado decir que estoy loco, no lo se, yo sigo creyendo que la culpa de todo esto la tuvo él.
CARLOS RODRÍGUEZ
Una fina línea al infinito.
Llevaba caminando unas seis horas, siempre rodeado de árboles y acompañado por el suave murmullo que una ligera brisa provocaba al pasearse entre las ramas.
Iba pensando en mil cosas, mi mente no se detenía en ninguna de ellas por mucho rato, y es que lo que realmente quería era dejarla en blanco, no quería pensar en nada, simplemente me apetecía fundirme con la naturaleza que me rodeaba, volverme invisible a los ojos del resto de la humanidad, convertirme en cualquiera de los mitológicos seres que habitan los bosques.
Por momentos una risa tonta brotaba de mis labios, y es que me imaginaba a mi mismo con la apariencia de un duende, un elfo o un gnomo, incluso como uno de aquellos feos ogros con un moco colgado de mi nariz, y cada una de aquellas imágenes era más divertida.
Estaba en uno de esos momentos cuando el bosque se abrió repentinamente y ante mis ojos se presentó un nuevo paisaje. Los árboles dejaron paso a las rocas, y entre ellas una pequeña cala de finísima arena blanca bañada por el mar.
No pude resistirme a la tentación de despojarme de mis artificiales vestiduras y sumergirme en aquellas aguas cristalinas, de un azul turquesa que recordaban las postales del caribe, pero no, no estaba en el caribe, y la temperatura del agua me lo recordó al instante.
El frío del agua tonificó cada uno de mis cansados músculos tras la caminata.
Sentado en la arena contemple el horizonte, aquella lejana línea que unía el océano y el azul cielo, convirtiéndose en el punto de inicio de un infinito abismo salpicado de estrellas, planetas y meteóricos fragmentos provenientes de innumerables colisiones y explosiones cósmicas.
Y contemplando aquella efímera línea también mis pensamientos se fueron al infinito, dejando mi mente en un total silencio que apaciguó mi cuerpo y mi alma mientras el sol iba desapareciendo tras aquella línea, que por unos momentos adquirió todos u cada uno de los colores del arco iris.
Tras la puesta de sol el infinito firmamento se manifestó mostrándome un pequeño fragmento de aquello que alberga, sus sombras y sus muchas luces.
Y así, abrigado por el infinito manto celestial me dormí sobre el suave colchón de fina y blanca arena hasta que los primeros rayos de sol me despertaron con la delicadeza de un beso.
Me quedaría allí por un tiempo infinito, pero la vida sigue y debía volver a la diaria rutina.
MARÍA JOSÉ
Infinito es eternidad, ser y universo.
Cojamos distancia del reloj y alejémonos de él.
Tic, tac, es un sonido perpetuo. Sin embargo, vale la pena vivir como si no hubiera un mañana.
Agradece lo que tienes y cuídalo porque si bien todo es infinito, también todo se transforma, teniendo la magia de ser lo mismo y algo distinto a la vez.
Hace poco, alguien me dijo que somos como los árboles, que en nuestro interior, conservamos a nuestro ser de niño, de adolescente, de joven… y así hasta el presente… de modo que también habrá un nosotros anciano que nos contenga tal y como somos ahora, pero no dentro de mucho, sino en este mismo tiempo que continua hasta el infinito, hasta la eternidad.
Por lo tanto, el infinito, que nos parece algo lejano y sin fin siempre es ahora.
Te invito a viajar a la velocidad de la luz.
Cierra los ojos y conecta con tu otro yo.
Salúdale, mírale a los ojos, cógele de la mano.
Incluso, por qué no, ¡háblale!. Te asombrará lo que te puede decir y te hará sentir…
El infinito no tiene, ni puede tener fin, pero te aseguro que sí puedes tomar consciencia de él, siendo una experiencia de lo más sanadora.
Tenemos toda la eternidad.
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David Dura, y felicidades a todas las prticipaciones; gran semana.