La memoria me engaña

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la memoria me engaña». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

La memoria me engaña
y me atrapa en sus entrañas
arropa mis miedos
y me protege de mis temores.
Es una sensación extraña
atrapado en una tela de araña
el olvido gana terreno
en un universo paralelo.
Melancolía infinita
sueños cumplidos
decrépito de mi alma
atrapado en mi memoria.
La memoria me engaña
pero no olvido mis penas
una búsqueda permanente
incrustada en mi mente.
Memoria y olvido
olvido y memoria
olvidas rápido lo malo
y recuerdas lo bueno.
La memoria nos engaña
pero el tiempo dictamina
lo que unos han vivido
pero nada han aprendido.
La memoria se olvida
por eso te engaña
pues una sociedad
que no recuerda su pasado
está condenada a cometer
los mismos errores.
Que no te engañe la memoria
de lo contrario nada habrás aprendido
de los errores que has cometido
es la realidad aunque no tenga sentido.
¡Somos esclavos de nuestro destino!

CORONADO IN MEMORIAM

La memoria me engaña
en el olvido de una flor,
marchitada antes de tiempo;
con pétalos de dolor.
Los cañones se apagaron,
ahora todo es vanidad,
ya nacemos enseñados
y no queremos recordar.
Se han vendido los recuerdos
a la engañosa comodidad,
patrocinando el blanco y negro
como símbolo de grandiosidad.
No hay grandeza en la sangre
derramada por pensar,
distintos son ahora los collares,
pero resuena el mismo ladrar.
Los ladridos se entremezclan
con veneno de escorpión,
líbreme el cielo del futuro,
que del pasado no hay salvación.

DIL DARAH

Rosas del color de las cenizas

«Me parece muy bello lo que está haciendo… Me gustaría regalarle esta rosa.»

La respuesta la sorprende con la mano extendida. La rosa tiembla un rato, por igual sus párpados casi translúcidos. Le gustaría retroceder un paso o disculparse, pero al final vence las dudas y se queda tan quieta que el mundo se detiene entre las nubes.
—Por supuesto que no has considerado algo tan grave como una alergia—. La transeúnte interviene porque no quedan tal vez calles para transitar o tal vez el paraguas que la cubre se ha quedado sin lluvias. Igual no existen poemas para ella o, quién sabe, a lo mejor sus calcetines se abren en agujeros y le marcan a síncopes el paso. — No me extraña que el señor te haya abofeteado: tu falta de respeto es tan obnubilante que induce al replanteamiento de la educación misma.
Le gustaría entender por qué la rosa se torna tan pálida entre sus manos cada vez más confusas. Le gustaría considerar a la señora, pero su corazón late demasiado rápido, tan fuerte en el pecho que lo único que siente es una pena inmensa entre las costillas. Y duele mucho más que sus caóticos reproches.
«Se ha quedado sin tiempo, ¿verdad? Y tiene miedo, por ello habla incesantemente, para espantar la soledad, pero no surte sino en más agonía.»
—¡No te atrevas a hablarme de tiempo delante de mi Cookie! Tiene cancer de riñon, ¡qué poca sensibilidad la tuya! ¿También odias los pobres perros, no solamente los pobres abuelos sentados en bancos? Me parece terrible que engañes así a la gente, con tu supuesta mirada honesta, tu supuesta rosa bella y tu supuesta juventud ingenua.
Es cierto que la rosa a adquirido el color de las cenizas. Nota su memoria llenándose de nuevos recuerdos; muy pronto fallará el aire y se diluirá hasta licuarse. Los árboles perderán sus hojas, astillas se harán sus troncos y el banco del abuelo se convertirá en nuevas raíces. El perro y el único feliz en su ignorancia, va a renacer para ser una espléndida mariposa.
«No tema, tan sólo extiende la mano y dígame que lo siente. Digame que puede mirar las nubes sin temor y apreciar la efimeridad de una simple rosa. Por favor, dígame esto antes de que nazcan mis alas.»
No llegan lágrimas y el dolor del pecho aumenta. Muy pronto nadie recordará a nadie.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Recobré el sentido común adquirido desde mi nacimiento, después de haber tenido aquel leve desvanecimiento. Más al enfrentarme con la realidad me di cuenta ,que la memoria me engañaba.
Hace tres meses que Fabián y yo rompimos nuestro compromiso matrimonial. Mi dedo anular de la mano derecha falto de anillo me lo confirma. Pero mi memoria trae a mi cabeza imágenes de mi prometido que se proyectan ante mis ojos, diciéndome te quiero.
Abro el armario del cuarto y veo mi ropa de calle colgada, la del hombre ha desaparecido, por lo tanto no tengo compañía de varón… Más el espejo de la puerta del armario refleja la imagen de mi chico.
«No por Dios» Soy consciente de lo que vivo a diario. Entiendo también que tuve una incapacidad temporal de escaso un segundo.
(Que buscas con tu engaño memoria mía) Volverme loca…

DAVID MERLÁN CASTRO

ELOISA.
El viaje hasta la residencia de mayores: SEGUNDA JUVENTUD, había discurrido sin sobresaltos entre preguntas de Laura que Amparo fue contestando como buenamente podia y sabía. El tráfico, a pesar de tratarse de un sábado era fluido, y cuarenta minutos después de dejar atrás la influencia urbana de la gran ciudad, llegaron a la explanada habilitada como parking de la residencia. Antes de bajar Amparo para romper el silencio reinante desde hacía algunos minutos, comentó lo bonito que le parecía todo aquello. Después, pensó que en realidad había tenido suerte, ya que ella tenía la casa pagada y no debía nada al banco. Los años de esfuerzos y sacrificios en Suiza junto con su marido se habían transformado en las cuatro paredes que ahora le llamaba hogar. Lo único de lo que podía tener enviada de aquel lugar, por decir algo, era de la compañía.
—Pues ya hemos llegado—.dijo Laura sin aportar realmente nada nuevo que no supiera su acompañante.
Una vez en la recepción, esperaron a ser atendidas. Tuvieron que pasar varios minutos hasta que vieron aparecer a una jóven andando por el pasillo.
—Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarles?
—Buenas tardes. Soy Laura Rivera Marín, la hija de Eloísa Marín Fuentes y esta es mi amiga Amparo Castro. Queríamos pasar a hacerle una visita.
La auxiliar miró su reloj de pulsera momento en que Laura se adelantó a sus palabras.
—Solo serán unos minutos, es para saludarla y darle un beso.
La profesional, asintió y aceptó la petición. Tras indicarles que podían pasar, les advirtió que tendría que ser una visita corta, ya que en breve servirían la cena, pero accedió dado que los huéspedes aún se encontraban en la sala común de actividades. Prometido que sería una visita rápida por segunda vez, Laura y Amparo se dirigieron a la zona indicada.
—Alli está—.Dijo Laura señalando a una anciana que se encontraba sentada en un butacón beige al fondo de la estancia junto a un ventanal. Una vez junto a ella, se posicionó delante de su madre y Amparo adoptó un discreto segundo plano detrás de la hija de Eloísa.
—Hola mamá—. mientras se ponía en cuclillas y le cogía su mano derecha con ambas manos.
La anciana, descolocada, la miró con la vista perdida.
—Hola mamá, ¿Cómo estás? Soy Laura y esta es mi buena amiga Amparo—mientras hacía un pequeño escorzo con la mirada para señalarla.
Eloísa cambió la dirección de su ojos y miró hacia Amparo sin articular ningún músculo de su rostro.
—Buenas tardes, encantada de conocerla—. dijo educadamente Amparo mientras se acercaba a ella para que la viese mejor.
—¿Cómo estás?¿Necesitas algo?―añadió Laura.
Eloísa reaccionó a la voz de su hija mayor y volvió a mirarla esbozando una pequeña mueca al tiempo que parpadeaba un par de veces.
Amparo pensó que era una lástima llegar a verse así. Estaba claro que no la reconocía y darse cuenta de que tenía casi la misma edad que aquella señora, le provocó un pequeño desasosiego. Ella tenía la suerte de estar mentalmente bien, pero tanto de la madre de las hermanas Rivera, como de buena parte de los allí presentes, no se podía decir lo mismo.
—La verdad es que la encuentro peor que la última vez—. Reconoció Laura con pena al ver tan desconectada de la realidad mientras giraba la vista hacia arriba para que Amparo la escuchará.
—Hola madre. ¿Sabes si va a tardar en venir Ricardo? —mientras no dejaba de mirar al exterior atraves del ventanal—,han encontrado petróleo debajo de la higuera de casa. Me ha dicho el presidente que por lo menos hay cuatrocientos millones. Ya sabe que yo no me arreglo con los papeles y los números. De eso siempre se encarga padre. Está tardando mucho en volver del campo, ¿Verdad?—. dijo Eloísa volviendo a mirar fijamente a los ojos de su hija
Laura tragó saliva y se incorporó sin soltarle la mano. Miró a Amparo con gesto congestionado.
—Me confunde con mi abuela.
—Vaya, pobre—. añadió Amparo—, ¿Quién es Ricardo?
—Era mi padre, su marido.
―Pobre, vaya lío tiene. Lo siento de veras. No quiero entrometerme, pero creo que va a ser mejor que nos vayamos. Por favor, no me malinterpretes, pero creo que aquí no encontrarás las respuestas que has venido a buscar. Pienso que la visita la ha descolocado aún más si cabe—. mientras le colocaba levemente la mano en el hombro.
Laura la miró con lágrimas en los ojos.
—Es una pena. Con lo fuerte y luchadora que ha sido siempre.
—¡Y lo es! Eso no lo dudes. Ahí la tienes, peleando a pesar de todo.
—Ya, ya lo sé Amparo―. Al tiempo que le soltaba la mano y le acariciaba cariñosamente la mejilla.
Acto seguido se inclinó hacia ella y le dió un beso, al que Eloísa reaccionó cogiéndole fugazmente la cabeza para susurrarle al oído.
—Si ves a Ricardo dile que no tarde, que pronto va a ser hora de cenar.
—Si mamá, descuida, se lo diré—. mientras Laura, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no romper a llorar, se daba la vuelta evitando que la viese.
—Esta bien, está bien. Ya no debe de tardar en llegar— añadió Eloisa, girando la cabeza para mirar de nuevo por el gran ventanal absorta en su mundo interior.
―Vamos, Laura. Será mejor que nos marchemos—.mientras le apoyaba la mano en el hombro.
Laura pensó y aceptó de mal grado lo que acababa de suceder, reconociendo y dándose cuenta de la evidencia. Si quería respuestas, debía de buscarlas en otro lugar. Giró la vista hacia su madre y le soltó un beso al aire. Acto seguido, dirigió su mirada hacia su acompañante y asintiendo con la cabeza, enfiló la salida de aquel lugar.

RAQUEL LÓPEZ

La memoria es el tiempo, el pasado, presente y futuro. Nos moldea a su antojo, nos traiciona, nos engaña y algunas veces y con la edad nos abandona.
Almacena olores, melodías, imágenes… Capta los mejores y los peores momentos.
Por eso, cuando la memoria me engaña, cuando dejo de recordar quién soy, cuando ya no queda ninguna esencia de mi misma, la vida ya no tendrá sentido ocupándola un enorme vacío.

BENEDICTO PALACIOS

Salió de casa rabioso. Acababa de recibir esta notica que le había revuelto el suelo del estómago. «Vete a la cafetería de Lucio. Pregunta al dueño. Él te indicará.» Se rascó la cabeza y se pasó la misma mano por la frente. Entró en la cafetería y en vez de preguntar se pidió un vaso de vino peleón. Se miró en él antes de beberlo y no llegó a ver tan siquiera su imagen distorsionada. ¿Quién soy? Eso ¿quién era?
Alberto era un don nadie, un individuo del que se echaba mano, que vigilara, le decían, así de simple. ¿A quién, por qué? Apuró el vino y sin encomendarse a rey ni a Roque salió a la calle dispuesto a hacerse ojos. ¿Qué ver, a dónde tenía que mirar?
Palpó los prismáticos que guardaba en un bolsillo por si a simple vista no lograba divisar persona sospechosa u objeto distinto de lo habitual. Paseó por delante de una casa deshabitada y se apoyó en uno de los muros, encendió un cigarro y echó un primera visual sobre el contorno. Ni una mosca despistada. Volvió a pasarse la mano por la frente a ver si arrastraba entre los dedos alguna materia del pensar. Y la encontró, porque dirigió la lente a las ventanas abiertas de un edificio a unos metros de distancia. Por la ventana abierta descubrió dos personas sentadas a una mesa. Sobre ella había un copioso desayuno. Enfocó bien. Las dos personas ni hablaban ni comían. Uno que semejaba el mayordomo estaba pendiente, pero aquellos parecían distraídos, nostálgicos, ausentes. Le mordió la curiosidad. Se acercó a la casa donde vivían y preguntó a uno de los habitantes.
—Así donde los ves se han olvidado de sus nombres.
—¡Qué raro, no!
—Cualquier día puede sucederte a ti.
Dejó de vigilar y se coló de nuevo en la cafetería. Pidió un vino tinto y cuando lo acercaba a los labios, se detuvo y se puso a juguetear un rato con el vaso. Se acordó de que los adivinos solían leer los posos del café. También el vino era un producto natural. Lo miró y remiró y dejó sus huellas en el cristal, las contempló al trasluz de una ventana, pero el vino no le habló.
Seguía con el estómago revuelto, más aún cuando sin darse cuenta estaba copiando lo mismo que acababa de contemplar en la pareja que se había olvidado de sus nombres. El vino seguía intacto. ¿Y si un día cualquiera empezase a olvidarse de todo, a no comer, a mirar sin ver, a no beberse el vino? Al verle Lucio tan embobado le preguntó qué le pasaba. No respondió.
—¿Tú te acuerdas de todo? —Le preguntó después.
—De todo de todo… Algunas cosas se me olvidan y las tengo que apuntar, pero la memoria no me falla— le contestó Lucio.
—¿Y qué ocurre a los que se olvidan de todo, de comer por ejemplo? Parece que vivieran engañados.
—¿De dónde te sacas tú estos pensamientos?
—De aquí —y se señaló la frente.— Y me dan pena, porque a esas personas les engaña la memoria, se olvidan y hasta dejan de comer. ¿Qué pasará por sus cabezas?
—No lo sé. Nada.
—¿Cómo que nada?
—¡Fíjate si será poco que hasta les falta el hambre!

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

EL RETORNO
«Cuarenta años son buen abono para la nostalgia que enraíza en el alma cuando surgen las primeras canas; evocar es un verbo que adquiere sentido a partir de los cincuenta. Pero la memoria es engañosa, está hecha con retales de vida, hace crecer malas hierbas en el entorno de los recuerdos y los escenarios, que en otro tiempo se recorrieron con la familiaridad de lo conocido, hoy resultan extraños, ajenos y difícilmente transitables.
La casa permanece en pie: algo deteriorada por el abandono, con el jardincillo delantero asilvestrado y convertido en basurero, alguna ventana desencajada y un descolorido cartel anunciando su venta, que nadie en muchos años se ha preocupado de renovar. En el antiguo descampado, que en otros tiempos la separaba de la playa, ahora se yergue un centro comercial auspiciado por una famosa cadena de restaurantes de comida rápida; el camino polvoriento, tantas veces recorrido en bicicleta, es un espacioso paseo marítimo y el resto de las viejas edificaciones ha sucumbido a la especulación, para dejar paso a una colonia de pequeños chalecitos adosados, carentes de personalidad».
—No quiero engañarte, Sebastián, la casa está en mal estado, necesita una buena inversión para hacerla habitable. Ciertamente, el precio de venta es un reclamo muy atractivo, pero es que nadie ha mostrado el más mínimo interés en ella y tú sabes muy bien la razón.
«La casa réproba, manchada por el crimen y la muerte. No hay en el mundo quién sepa más de maldiciones que yo. Llevo el horror incorporado a mi cadena genética. He consumido más de media vida en oscuros pabellones siquiátricos, donde el tiempo pasa con prisa, mirando hacia otra parte, impaciente por dejar atrás el hedor de la miseria. Pero las horas del loco no se mueven, permanecen estáticas, siempre atrapadas en la misma curva del espacio relativo».
»No puedo entender por qué te empeñas en regresar al sitio donde tu vida saltó, echa pedazos, en una sola noche: tu madre, tu padre, tu hermana, solo tú lograste escapar a esa orgía sangrienta. Pobre chiquillo, escondido en la leñera hasta que te encontraron aquellos policías. ¿Qué perturbado pudo hacerlo? ¿En ningún momento viste su cara, oíste su voz? Pero qué digo. Perdona, Sebastián, mi falta de respeto y poca empatía; bastante has sufrido ya para que venga yo a remover el pasado.
«La puerta, combada por el olvido y la humedad, se resiste a dejarme entrar. Lo recordaba todo mucho más grande: el vestíbulo donde jugaba de crío; la escalera principal, que daba acceso a los dormitorios y la otra, más estrecha, del sótano, por donde se llegaba a la leñera. La remembranza infantil me está jugando una mala pasada con los volúmenes. Sigue crujiendo el cuarto peldaño y la barandilla ha cedido en el último tramo. Esta era la habitación de mis padres. Los estoy viendo, sí, como aquella noche: él, con los ojos cerrados, no le dio tiempo a reaccionar; ella con la sorpresa y el miedo reflejados en el último gesto. La puerta al fondo del pasillo era el dormitoriºo de Elena, pero murió en el corredor, hasta allí le permitió llegar la puñalada en la espalda, que le partió el corazón. A continuación, los recuerdos se tornan confusos, otra vez me engaña la memoria, un vórtice rojizo de carne rota, sangre y cuerpos eviscerados bulle en mi cerebro como una mala tormenta.
Vuelvo al zaguán. El sótano me llama. Todavía quedan unos pocos trozos de madera carcomida en la leñera. El ventanuco que se abre al jardín está cegado por hojarasca y malas hierbas, apenas deja pasar la luz. Cuento los pasos: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Golpeo la pared y me devuelve la consistencia del concreto. Tardo solo unos segundos en atender al juego pueril de los volúmenes: mis pasos de niño no eran como los de ahora. Vuelvo a contar; al segundo intento, encuentro la oquedad y me resulta increíblemente fácil mover los dos ladrillos. Tiembla levemente mi mano adentrándose en la oscuridad del pequeño zulo; tanteo con cuidado hasta sentir el frío metálico en mis dedos. Me llama, me posee, soy su esclavo. El puño de madera está podrido, tendré que reponerlo, por lo demás, el viejo cuchillo de cocina surge desafiante de su larga clausura. Después de haber probado el sabor de la muerte, cuarenta años de abstinencia es demasiado tiempo. Los dos sentimos la misma urgencia asesina. La caza debe comenzar».

TALI ROSU

Un mal día para Mario
El pasado se funde con el presente y de repente me encuentro inquieta manteniéndome en un lugar oscuro del que no encuentro salida. Se me engarrota la mano sobre el pecho herido y me hundo las uñas buscando arrancarme un corazón que ya no late. ¿O sí? He olvidado si estoy viva o estoy muerta, si la sangre todavía recorre este cuerpo entumecido y si la música que suena incesante en mis oídos es tan solo un espejismo, un recuerdo o una realidad que percibo un tanto incierta.
Una luz brillante me ciega por un momento y descubro una figura frente a mí. «¿Eres tú? ¿Quién si no?».
—Ratoncita —escucho un susurro. —Ratoncita, despierta.
Cierro los ojos y vuelvo a entrar en las sombras que se alimentan de mis pensamientos. Satisfago su hambre voraz y les cuento mis miedos. Estoy aterrorizada, tengo miedo de despertar y no poder surcar la línea del tiempo para ir hasta el día en el que perdí todo lo que me hacía feliz. La memoria me engaña y los recuerdos de los buenos momentos se mezclan con los de antaño, entonces se enturbian los más actuales porque la majestuosidad de lo que tuve hace tiempo se impone con fuerza ante lo que podría tener: un cachorro de felicidad que podría hacerse enorme si no lo estuvieran devorando.
«Pero ahora podrías ser feliz, ¿no lo ves? Podrías ser feliz».
Abro los ojos y Mario me abraza, me besa la frente y me da los buenos días con una rosa en los labios. Yo me aparto. «Menudo pastelazo, ¿tienes miel en la cabeza?». No me dejo querer.
Un día tras otro escapo de una dulce realidad para sumergirme en las tierras movedizas que me tragan hasta el fondo de un infierno tormentoso.
—Buenos días, Ratoncita —me recibe el día con un Mario amoroso que me trae el desayuno.
Lo abrazo mientras me enjugo la cara y esparzo por mis mejillas las lágrimas que no soy capaz de contener. Cojo la pistola que escondí bajo la almohada y permito que mis demonios me arranquen la vida que podría ser perfecta si no me hubiera apartado de mi esencia más preciada, de ese «yo» que abandoné hace tiempo, poco antes de refugiarme en los brazos de un hombre al que acabo de joderle la vida mientras le ensucio el pelo con sangre y sesos. Hoy es un mal día para él.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

HOTEL ESPERANZA
La cercanía y la accesibilidad no eran precisamente dos características que definieran a aquel hotel, situado allí donde Cristo perdió el lápiz. Esa noche caía el diluvio universal y Boris no veía el momento de llegar. Llevaba casi un kilómetro caminando entre callejones, a partir del punto en el que le había dejado el taxi. Resultaba imposible adentrarse con un coche en aquel laberinto de espacios entre edificios a los que denominar calles sonaba cuando menos pretencioso. Ni siquiera callejas ni callejones. Eran auténticas madrigueras urbanas, habitadas a aquellas horas por ratas de tan solo dos patas dedicadas a la prostitución y al tráfico de todo tipo de sustancias como elementos predominantes de su actividad económica.
Una vez localizado el edificio, Boris echó un rápido vistazo hacia arriba. La iluminación brillaba por su austeridad. De las letras rojas de neón ya solo quedaban encendidas una H y una L del tamaño de una catedral, mientras que la T no paraba de hacerle guiños. De la “Esperanza” y el resto de vocales, sin embargo, ya no quedaba el más mínimo rastro.
Atravesó la puerta giratoria, que le respondió con un quejido por la falta de lubricación, y después de más de mil vueltas encontró por fin la manera de acceder al hall. Cansado y hecho una sopa, arrastró sus pasos hasta la recepción y soltó la maleta, una de esas antiguas, tosca y con pocos detalles, de cuando se inventaron las primeras maletas. Pesaba una tonelada. Boris, un hombre muy previsor, había echado ropa como para tres vacaciones. Unas vacaciones que él, hombre de poco gasto y costumbres livianas, siervo fervoroso del ahorro, decidió disfrutar en pleno invierno, en un hotel recogido y arregladito de precio, como le indicó el señor de la agencia. Y solo un fin de semana. Eso le pareció más que suficiente.
—Buenas noches —Murmuró el recepcionista con una voz de ultratumba, como de cadáver recién levantado, acompañada de una mirada nada tranquilizante que por momentos le recordó a una antigua película sobre un motel de carretera.
—Hola, buenas noches. Tenía reservada una habitación. —acertó a balbucear, tembloroso, Boris.
—¿Me muestra usted su documento de identidad? —requirió el fúnebre personaje en el mismo tono en el que había iniciado la conversación, pertrechado al otro lado de la recepción. Mientras tanto, procedió a la apertura de un enorme libro de hojas amarillentas, lleno de fechas y firmas que se derramaban por los lados, cuyas dimensiones casi excedían las del mostrador. Garabateó algunas cosas y con gran esfuerzo lo giró para que el perplejo Boris procediera a estampar su firma en el lugar señalado.
—Habitación 309. Aquí tiene la llave —le indicó el de la recepción, extendiéndole una pieza de hierro macizo del tamaño de la palma de una mano mientras su rostro se iluminaba con un relámpago. A Boris todo aquello le seguía resultando sumamente extraño y no dejaba de recordarle algo, aunque no lograba saber qué.
El ascensor estaba roto, cosa que a esas alturas ya no le extrañó lo más mínimo. Resignado, subió el millón de escaleras que le separaban de la tercera planta, con la maleta a pulso y los brazos como los de un conocido marino, marcando dos enormes bolas de músculo. Una vez arriba, se secó la catarata de sudor que bajaba por su frente y pudo comprobar cómo la minúscula puerta de su habitación se hallaba en la lejanía, por el efecto óptico de la perspectiva. Frente a él se extendía un infinito y estrecho pasillo alicatado de una moqueta rancia y pulgosa que seguramente ya estaría ahí cuando comenzaron a construir el hotel.
Tras su larga travesía, ésta vez con la maleta a rastras, se encontró finalmente frente a la habitación 309. Introdujo la enorme llave, que igual podría haber abierto la habitación que un castillo del siglo XII, la giró varias veces y finalmente accedió al interior.
Lo que encontró allí dentro le sorprendió. Nada que ver con el resto del hotel. La habitación estaba totalmente vacía. Tan solo había un señor con una carpeta que le miraba y no paraba de hacer aspavientos y dar indicaciones que Boris no entendía. Enseguida, una joven lo cogió amablemente del brazo, le acompañó hasta una silla, ofreciéndole un bocadillo y una lata de cerveza.
De repente, al tercer bocado, lo entendió todo.
“Hotel Esperanza”, así se llamaba. Una película de terror de bajo presupuesto y un elenco de viejas glorias rescatadas del olvido. A sus años, Boris tenía que sobrevivir de cualquier manera, y aquello le ayudaba a generar unos ingresos. Además de que le gustaba recordar su antiguo oficio. Pero, a veces, se metía tanto en el papel que no distinguía. El Alzheimer cada vez más avanzado también contribuía a aquellos lapsus mentales. Y es que ser actor a los ochenta años tiene esas pequeñas cosas.

ABBY MARSIE ROGOM

LA MEMORIA ME ENGAÑA.
…………
Antes tenía memoria, tenía mente, cerebro. Recuerdos, expectativas; todo cohesionado como sea que lo estén. Ahora…
ENTRE VIDAS.
Escuchaba todo. No sentía nada en ningún lugar del cuerpo. Sólo mi cerebro estaba ahí, y sólo en parte, en una pequeñísima parte. No podía mover ni un dedo. No podía siquiera abrir los ojos. Pero escuchaba. Escuchaba todo.
Decían que estaba en coma. Que no me podía mover, y que no sentia absolutamente nada.
Amanda le preguntó al doctor que si yo podía al menos, oír. Si así fuera, podría llegar a él de alguna forma. Podría anclarlo a ella…
Eso pensaba Amanda.
Tenía que haber una forma de comunicación, para que no todo él quedara a la deriva. Perdido.
Y el doctor, como si hubiera hecho un recorrido turístico por mi cerebro y sus conexiones nerviosas, mientras comprobaba cual electricista aquello que funcionaba o estaba desconectado, le dijo a ella que no. Se lo dijo con aplomo y apagando la micra de esperanza que con sus uñitas se aferraba a aquellas pupilas marinas. Derramándose a través de sus ojos, la esperanza agonizante de Amanda miraba al doctor suplicándole una oportunidad, una remota posiblidad, una estadística superior a cero. Pero no halló nada a lo que agarrarse y cayó al suelo. Hueca y muerta. Como una calabaza seca.
Yo no podía hablar tampoco, así que grité mentalmente, pero ellos no me escuchaban.
Gritaba y lloraba por dentro a ratos, mientras salía y entraba de un extraño mundo onírico y astral, de otra realidad lúcida, desde otra dimensión a donde me arrastraban o de donde me expulsaban alternativamente.
Cuando volvía a mi cuerpo era un destrozado cerebro apagado con una sola función, conectada al oido.
Extrañamente cortocircuitado. Entre dos mundos. Todo lo que me conectaba a esta realidad era el funcionamiento de un oído que no consideraban, que ignoraban completamente, que negaban para mi desesperación.
Pero Amanda me hablaba.
Me hablaba mientras me componía el camisón de hospital, me acariciaba el pelo o me besaba; me leía o me ponía musica., mirándome desde la profundidad de sus ojos abisales.
Yo saltaba entre realidades mientras ella me tocaba una mano que no sentía… a veces miraba todo esto desde fuera, de pié al lado de ella.
Una noche mientras ella dormitaba, me absorbió una espiral interminable cuyo sonido de ventisca y oscuridad me asustaron.
Cuando me dejó caer me encontré en un mundo inerte, plano y vacío. Oscuro. No estaba ni vivo ni muerto, ni aquí ni allí. En realidad había muchos lugares en aquel mundo mental. Muchos » alli»…
Y parecía que alguien no sabía dónde ubicarme, quizá yo mismo.
Saben que se siente dentro de un cuerpo inmóvil?
Y fuera?
Todo fué aún más extraño cuando después de un ataque y dos meses en el hospital fluctuando entre mundos, mi electroencefalograma se mostró plano. Ahora estaba conectado a un soporte vital. Y la máquina me insuflaba aire. Era un muerto que respiraba. Eso fue lo que el médico electricista le dijo a Amanda. Yo estaba técnicamente muerto. O técnicamente vivo. En esta extraña situación era paradójicamente lo mismo. Era lo mismo. Y lo contrario a la vez. Y puede que ninguna de las dos cosas.
Pero maldita sea, yo seguía allí y a la vez no estaba.
La única puerta de salida era la muerte. La verdadera muerte. Irme.
Me reí cuando me di cuenta de que estaba pensando en suicidarme; Pero si ya estaba muerto… me reí aún más. Ah no! Que estaba técnicamente vivo y no podía mover ni una pestaña. Cómo iba a suicidarme? Me reía a carcajadas silenciosamente.
Ni dormía, ni estaba despierto. No soñaba, pero vivía en una especie de sueño psicodélico que se convertía en pesadilla o paraíso según el libre albedrío de esa extraña condición en la que me encontraba.
El infierno que atisbaba era un lugar oscuro y frío , desolado , unidimensional , donde una emoción , un sentir negativo se magnificaba y se hacía un único todo . Tristeza , miedo , culpa …
El paraíso que experimentaba era un mundo esférico de luz y sonido . Luces que emitían música y música cuyas notas se expresaban en colores .
En ninguno de los dos mundos existía el tiempo , pero se podía experimentar la eternidad en una décima de segundo . No existía el espacio , pero podías estar comprimido o expandido .
La noche en que la paz llegó fue aquella en la que, ante la mirada desbordada de Amanda una mano desconectó la máquina que me mantenía atrapado entre vidas.
Amparo MGSR .

EFRAÍN DÍAZ

Hay personas que nacen con talentos especiales, con dones los cuales desarrollan y se convierten en prodigios.
Otros, como yo, nacemos sin talentos especiales y tenemos que trabajar mucho mas duro que los talentosos para lograr algo en la vida.
Jason estaba en el primer grupo. Nació con una progiosa memoria la cual desarrolló exponencialmente. Jason era capaz de memorizar placas de vehículos, nombres, números, caras, fechos y páginas y páginas de cualquier libro con solo una mirada. Su cerebro era como un baúl sin fondo.
Ese talento lo llevó, sin quererlo, a formar parte de la Agencia Central de Inteligencia. La agencia no podía pasar por alto un talento como Jason.
Un día, mientras caminaba por la calle, una mujer pasó por el lado de Jason. A éste se le heló la sangre. Palideció. Sintió que el corazón se le paralizó y cayó en picada. Había sido acusado de matar a esa mujer hacía once años.
Acaso le estaba engañando la memoria? Acaso su memoria comenzaba a dar signos de debilidad? No pudo evitar seguirla.
Cuando la mujer se dio cuenta que Jason la seguía, apretó el paso. Jason hizo lo propio.
La mujer sacó el móvil de su bolso mientras corría de Jason. De la nada, aparecieron dos gorilas e intervinieron con Jason. Se identificaron como agentes de la agencia y escoltaron a Jason a la oficina de su jefe.
Al llegar, allí estaba la misteriosa mujer a quien Jason supuestamente había asesinado once años atrás.
Jason demandaba explicaciones.
“Tu memoria no te ha engañado, Jason. Tampoco te ha traicionado. Te engañamos nosotros”, le dijo su jefe.
Su jefe continuó “ella trabaja para la agencia y se supone que nunca te cruzaras con ella, pero hay cosas que no podemos controlar. Fuiste identificado desde la universidad como un talento excepcional por tu memoria. Al negarte a pertenecer a la agencia, nos vimos en la obligación de utilizarla como cebo, simular su asesinato, implicarte directamente y luego ofrecerte el no acusarte si aceptabas trabajar para nosotros. Lo siento, pero así funciona esto. No podíamos dejar pasar a alguien con tu talento y el tiempo nos ha dado la razón”.
Jason maldijo la hora en que conoció a esa mujer. Maldijo el momento que la invitó a un trago y maldijo el momento en que se marchó con ella a su apartamento. El polvo que de seguro nunca echó, le había cambiado todos sus planes y toda su vida.
Su talento le había jugado una mala pasada, no su prodigiosa memoria.

SON SONIA

LOS HOMBRES QUE REPITES
He tenido mucha suerte en esto de las relaciones de pareja: abundancia, ese extremo que tanto se persigue sin comprender que ningún extremo, por políticamente correcto que sea, es equilibrio. Sin embargo, mi abundancia en parejas, estables e inestables, me ha permitido investigar sobre el terreno, experimentar y aprender, para estar cada día más cerca de ese equilibrio interno que da por resultado el bienestar.
Nada enseña más que la experiencia directa. Por más que hubiese ido a una facultad para convertirme en experta en relaciones de pareja, esto es como nadar: o te tiras a la piscina o nunca sabrás realmente nadar por mucha teoría que hayas estudiado.
La pareja es el mayor espejo en el que uno va a proyectarse debido a la intimidad compartida. Mientras una no sabe qué es eso de la proyección, puede llegar a creer que todos los hombres son iguales y que su memoria la boicotea, cada vez que se enamora, para tropezar justito con el mismo tipo de cabrón (léaseme con humor porque a mí me ha dado la risa cariñosa al escribir “cabrón”).
Sí, la memoria me engaña porque nuestra memoria está condicionada por una determinada programación que nos dedicamos a cumplir a rajatabla mientras no nos hacemos conscientes de ella.
Enamorarse no es algo accidental. Enamorarse es un espejismo producto de programación subconsciente y/o inconsciente. Enamorarse supone un espejismo en el que vas a disfrazar la piedra de diamante. Si además eres optimista como lo era yo (el equilibrio es realista), enamorarte se te dará de fábula, vamos. Claro, ser optimista también es programación, en mi caso, por herencia.
Heredas programación y eso supone que también heredas historias de amor. Es un coñazo. Resulta que cuando comienzas a despertar, a sacarte la venda de los ojos, a admitir que la cabrona eras tú y no ellos (cabrona contigo misma por aguantarlos a ellos… y sí, me vuelvo a reír, con mucho cariño, de mí misma), descubres que no es que los hombres sean todos iguales, sino que tú lo haces siempre igual y pretendes resultados distintos. Pues eso, llega el momento en el que caes en el detalle y comienzas a estudiar, investigar sobre el terreno (el tuyo y el de ellos), hasta que llegas a una serie de conclusiones que te cambian para siempre.
Uno de los problemas/programas con la pareja, y con todo, es lo políticamente correcto. Lo políticamente correcto es algo programado colectivamente. Que algo sea considerado correcto por una mayoría, no significa que sea correcto. En tiempos pasados se consideraba correcto maltratar a la mujer. En esos tiempos pasados se veían correctas frasecitas del tipo “La letra con sangre entra” que justificaba que un profesor maltratase a un alumno o un padre a un hijo. Se consideraban correctos chistes del tipo: “¿Qué hace una mujer en el salón? Turismo”… y hasta algunas mujeres eran capaces de reírse de un chiste que era una absoluta falta de respeto hacia ellas.
Estás plagada de un montón de programación que te hace dar siempre con el mismo tipo de hombre porque todavía tienes que aprender a amarte. Una de las cosas que tienes que aprender es que es en tu interior donde está el caballero de brillante armadura, ese que proyectas cada vez que te enamoras.
No puedo resumir brevemente un aprendizaje producto de más de una década de estudios, análisis, investigación, experimentación. Pero mi memoria ya no me engaña. Puedo ver la piedra y también el diamante, todo en un mismo sujeto… y ese sujeto soy yo.
(Resumen de un proyecto de libro que seguramente nunca publicaré).

CARMINA CARMINA

Unas palabras muy poderosas al vivir lejos de la civilización,en lo más profundo del la selva dónde nadamás escuchaba el ruido del bosque
El sonido del los pinos con el aire ,dónde soñaba con agarrar un lápiz y saberlo manejar, engañaba mi mente y cortaba un pequeño palo similando,ese lápiz limpiaba la tierra y asia circulos escribiendo, imaginaba una muñeca, cortaba un elote para jugar sabiendo
Q me regañarian ,
Abrasaba a mis 9 hermanos y engañaba mi mente que los sacaría de ahí ,serrava mis ojos,
Y imaginaba aquel caldito de pollo que comeríamos los 9 aprendí a engañar mi mente
Miraba el cielo azul y serrava mis ojos y me preguntaba así será el mar, abría mis brazos y corría bajo las pineras escuchando su sonido,
Tenía miedo de desir y contar lo que yo tanto
Deseaba porque siempre me decían estás loca
Nadamás mi mente lo sabía soñé ,con estudiar una carrera,y si la a garrava pero a esconderme
En lo más profundo de la selva dónde no escuchará los gritos que me buscaban
Dónde estaba sola con mi mente
Sintiendo el aroma del bosque y el sonido de el ,dónde lloraba de miedo al ver las serpientes
Pasar a mi lado ,
La mente es y será lo más poderoso y peligro que tenemos, pero engañarla más aprendí de ella, tuve experiencia muy tristes y unas maravillosas ahora que veo, al que le Disen
Pie grande, que si es mito o realidad , que crees si existe te lo digo yo y te lo puede decir 3 de mis hermanos ,aunque lo contamos que cree nos dijeron tontos como no se los llevaron,,
Son experiencias de la vida y ay qué saberlo llevar día a día
recordar que la mente es lo más bello y poderoso y engañarla más
Pero tú memoria será tuya

SERVANDO CLEMENS

El ladrón de recuerdos
Un delincuente se metió a mi departamento para robar mis pertenencias. Nada se encontraba en su lugar habitual. La máquina de escribir ya no estaba encima del escritorio. «¿Pero de quién es ese librero? ¿Y quién demonios puso ese sombrero en el sillón?».
Era necesario encontrar un cuaderno o en su defecto una hoja y un lápiz, ya que de lo contrario olvidaría el relato que rondaba con insistencia por mi cabeza.
Salí a tomar aire fresco para aclarar las ideas que giraban en mi mente como un remolino. El cielo era rarísimo. Las nubes parecían ser unas volutas de humo negro. El sol ya no brillaba como ayer. Algunas naves insólitas surcaban los aires sin que la gente les pusiera ni la más mínima atención. Centenares de enormes edificios se levantaban ante mis ojos, los cuales hace unas horas no existían en la zona céntrica de mi ciudad.
«¿Qué ocurre con las personas? ¿Por qué visten de esa manera tan estrafalaria?».
No debí haberme metido en aquella estación de trenes. Bien dicen que la curiosidad mató al perro… ¿o era al gato? No sé, pero aquel vagón me trasladó a un mundo paralelo cuando el conductor tomó un túnel subterráneo que jamás había visto. Aunque era maravilloso, ya que poseía una nueva idea para un cuento fantástico.
Un hombre que portaba uniforme de policía tocó mi espalda, despertándome de mis abstracciones.
—Se encuentra bien, señor —me preguntó. Su arma parecía ser sacada de una novela de ciencia ficción.
—Por supuesto. Déjeme solo, necesito comprar una libreta y un bolígrafo cuanto antes.
—Venga conmigo, por favor. Lo llevaré a su casa. Un hombre de avanzada edad no debería caminar por esta zona de la ciudad. Aquí es peligroso.
—¿Qué dice? Yo apenas tengo treinta años y sé defenderme solo.
—Sí. Claro. —Sonrió, mirándome con lástima.
Lo entendía a la perfección. El oficial quizá pretendía arrestarme al notar que yo era un ser insólito en su planeta; sin embargo, yo no me dejaría capturar tan fácil. Posiblemente harían pruebas conmigo en alguno de sus laboratorios secretos y después me torturarían para sacarme información.
—Yo me encargaré de él —dijo una joven, acercándose a nosotros.
—¿Segura? —dijo el uniformado.
—Sí. El anciano es mi vecino —le murmuró al oído. No obstante, yo escuché claro el mensaje—. El señor es escritor y padece Alzheimer.
«Tratan de engañarme», me dije. «Debo salir corriendo, pero siento que las piernas no me responden».
—Acompáñeme, don Alejandro —dijo ella, tomándome de la mano como si fuera un niño—. Lo llevaré a su departamento. Seguramente su nieta lo está buscando.
—¿Quién es Alejandro? ¿Mi nieta? ¿Dónde estoy?

VICTORIA MOSCOSO

LA MEMORIA ME ENGAÑA
Era un día así cualquiera donde el Corazón ❤️ser sensible y sencillo rompió en llanto, la mente que sintió su vibración de angustia y desolación preguntó;¿oye que te pasa a ti bobo ?que me haces desconcentarme en mis pensamientos con tu lloradera!! ,este corazón acongojado ,dijo la memoria me ha engañado otra vez,como es posible¡eso !!eres bobo o te haces como caer de nuevo en eso llamado Amor;dime que fue esta vez, ¿chocolates salidas de la mano,unos te quieros, unos besitos o esos dibujos de tu y yo?? ,ya no me digas nada ya sabes cuantas veces te a engañado la memoria una 100 es poco ,tu no tienes remedio corazón❤️, mira tienes que hacerme caso (dijo la mente) a la memoria se le alimenta con pasas bobo ,es que la memoria es tan frágil y me encanta dijo el corazón.❤️
Mira bobo Corazón ,seca esas lágrimas de cocodrilo tu no tienes remedio siempre la memoria te engañara y volverás mil veces a creer en eso llamado Amor y de paso también me convences de que es mejor que la memoria nos engañe así los dos nos sentimos vivos y no muertos ❤️.

ARITZ SANCHO MAURI

Disperso
No sé qué me pasa. No soy capaz de controlar mi atención. A veces me distraigo con cualquier cosa y no termino nada de lo que empiezo. Otras veces me engancho a algo que me interesa y no puedo soltarlo.
Me olvido del tiempo, de las obligaciones, de las personas y me sumerjo en un mundo paralelo donde solo existe eso que me apasiona.
El problema es que eso me trae muchos quebraderos de cabeza, me olvido de cosas importantes y socialmente me siento marginado, incomprendido, juzgado, calumniado.
No es que no quiera hacer las cosas bien, simplemente no puedo. No puedo evitar distraerme cuando algo me aburre o me estresa. No puedo evitar obsesionarme cuando algo me gusta o me motiva. No puedo encontrar el equilibrio entre lo que debo hacer y lo que quiero hacer.
Estoy cansado de luchar contra mí mismo. De sentirme culpable, frustrado, decepcionado, de decepcionar a los demás, de hacerles daño, de perderlos, de no ser feliz, de no hacer feliz a nadie.
No puedo vivir asi, esto es una auténtica quimera; día tras día.
Pasaron los años…
Me despierto, veo a una mujer a mi lado, tiene el pelo blanco y las arrugas de la experiencia. Me mira con unos ojos oscuros que me transmiten ternura y amor. Me suelta una mega sonrisa y me dice:
-Buenos días, mi vida.
No sé quién es, no recuerdo su nombre, ni su historia, ni la mía. Sé que tiene algo que ver conmigo, que es importante para mí, que es buena; pero no sé por qué, tengo un vacío en la memoria, un agujero negro que se ha tragado todos mis recuerdos.
Ella sabe que sufro de Alzheimer, que cada día me olvido de ella, de todo lo que me ocurre, pero ella no se rinde, no me abandona y nunca me deja solo.
Cada día me vuelve a conquistar contandome cómo nos conocimos, cómo me enamoro, cómo nos casamos. Me muestra fotos, vídeos, cartas y regalos. Me hace reír, llorar, sentir.
Incansablemente me vuelve a enamorar, besándome, abrazandome, acariciándome, haciéndome cumplidos, diciéndome te amo. Es muy cariñosa, me besa, me hace el desayuno, me hace compañía.
Me vuelve a sorprender, me lleva a pasear, a visitar lugares, a conocer gente, me muestra cosas nuevas, cosas viejas, cosas nuestras. Me hace vivir, recordar, me hace feliz.
Todos los dias le vuelvo a preguntar:
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres de mí?
Cada día me vuelve a responder:
-Soy tu esposa. Estoy contigo. Mi único propósito es hacerte feliz.
Cada día le vuelvo a decir emocionado:
-Gracias por estar aquí. Gracias por no abandonarme Gracias por no rendirte. Gracias por quererme así, a mi lado.
Cada día la vuelvo a olvidar.

EDUARDO VALENZUELA JARA

Normalmente no suelo interesarme por la vida privada de los pacientes de este lugar, pero hay algo en este anciano que llama mi atención. Su nombre: Eladio Dominguez.
Todos aquí quieren a don Eladio. Es que nadie de su familia jamás lo ha visitado. Desde que llegó ―con sus setenta y tres años a cuestas― había quedado solo, tirado como un perro callejero.
Supe que el hombre pasaba las mañanas asoleándose en el rincón de uno de los patios donde había un destartalado banquillo de madera (banquillo que todos respetaban como de su propiedad). Allí, todos los días, sus viejas y nudosas manos manipulaban ―con la dificultad que trae la atrosis― un gastado radio a transistores. Don Eladio gustaba de las clásicas tonadas rancheras de México. Se las sabía todas y podía recitarlas de memoria. Me contaba, con ojitos chispeantes, que en su juventud participaba de cuanta fiesta se organizara. Siempre le gustó compartir con gente alegre que disfrutara la vida. Ahora, solo y sentado en aquel banquillo, se le veía con la vista perdida en el horizonte, moviendo de vez en cuando su huesuda mandíbula, como si estuviera rumiando esos recuerdos de días mejores. A veces, dependiendo de la canción que sonara en el radio, una que otra lágrima se asomaba por sus ojos viejos.
Averigüé que al comienzo le costó acostumbrarse al encierro de este lugar, pero que con el pasar del tiempo y sus amables maneras se fue haciendo su espacio, ganándose el cariño y el respeto de cuantos le llegaban a conocer. Les contaba que él, con su ya fallecida esposa, tuvo seis hijos (tres hombres y tres mujeres), pero que lo habían abandonado y ninguno de ellos se acordaba ya de él. No recibía ninguna visita, ni ningún llamado para saludarlo o siquiera para saber si seguía con vida.
Cierto día en que le correspondía su exámen de salud mensual, intrigado por su percepción de la situación en que se encontraba, le pregunté directamente:
―Don Eladio ¿Por qué cree usted que sus hijos lo olvidaron?
Se encogió de hombros y soltó un suspiro.
―Ellos tendrán sus cosas que hacer… Cosas importantes… ―dijo con su voz dulce y triste― Tendrán sus familias… No lo se. No habrá tiempo para un viejo acabado como yo.
―Pero entiendo que usted tuvo seis hijos.
―Sí. Tres varones y tres mujeres… ―hizo una pausa como para escrutar en sus recuerdos―. Tal vez si el segundo hijo siguiera con vida se preocuparía de mí. El pobrecillo falleció siendo niño; una pulmonía fulminante acabó con mi pequeñito… Me dejó un dolor imborrable en el alma.
―Es difícil entender que ninguno de sus hijos vivos tenga tiempo para visitarlo. ¿Quizá tienen algo contra usted?
Volvió a encogerse de hombros.
―No se qué puedan tener… Tal vez mi memoria me engaña, pero yo le aseguro que nunca les faltó el pan, la ropa ni el techo. Tuvieron muchas más cosas que las que yo tuve en mi niñez ―sus ojos brillaron al humedecerse―. Cuando eran pequeñitos así, los llevaba a todos a pasear con su mamá. Les compraba helados. Eran felices comiendo helados… Eramos una familia ejemplar.
»Yo no quiero decir que ellos son ingratos, sólo se que estoy viejo y solo. La vida es muy dura y cruel, y hay que aceptar que, llegando a la vejez, uno pasa a ser una carga, una molestia… Y así paso mis últimos días aquí, solito, esperando que llegue la muerte.
Bajó la cabeza, como derrotado, y llevó su mano temblorosa hasta sus ojos para secarlos con torpeza.
―¿Y su esposa, don Eladio? ¿Era feliz?
Se mantuvo en silencio unos segundos antes de contestar.
―Era una buena mujer, una buena madre. Le gustaba bailar, era muy alegre ―su rostro se iluminó con una sonrisa de un recuerdo remoto―. Hacíamos fiestas. La casa se llenaba de amigos, cantos y baile… Ahora, ella está muerta ―dijo, volviendo a ensombrecerse―. Ojalá El Señor la tenga en su gloria.
―Pero usted la asesinó, don Eladio. ¿Por qué lo hizo?
Me rehuyó la vista, incómodo. Quiso girar la cabeza, como si algo allá afuera llamara su atención. Finalmente contestó.
―Eso fue un accidente ¿me entiende? Un accidente. Y no quiero hablar más de esto.
Yo me había dado el trabajo de leer todo su expediente, conocía los hechos, pero aún me costaba entender cómo este hombre, que no tenía diagnóstico de ninguna enfermedad mental, lograba sesgar sus recuerdos, lograba engañar a su memoria para vivir en su propia versión de la realidad. Había asesinado a su esposa tras toda una vida de crueles y sádicos maltratos. Los testimonios abundaban. Sus hijos también habían sido víctimas de su brutalidad. Crecieron temiéndole y odiándolo. Uno de ellos falleció a los seis años ―de pulmonía― cuando él lo castigó dejándolo atado varios días a la intemperie bajo la lluvia. Una de sus hijas era sistemáticamente violada por los amigotes borrachos que él llevaba frecuentemente a beber en la casa. Las evidencias de fracturas y contusiones en su mujer e hijos llenaban varias carpetas de los centros de salud. Y no era ningún accidente la docena de puñaladas que le causaron la muerte a su esposa hace ya quince años. Ahora, con su radio a transistores, sus recuerdos y sus ochenta y ocho años a cuestas, don Eladio era el recluso más anciano de esta penitenciaría.

MARÍA CID

Solo puedo decir…
¡A mi la memoria no me engaña!
No me engaña cuándo recuerdo que yo era el patito feo de la escuela, la niña gordita que se escondía en su timidez para que los demás no se rieran y ahora se que ser tímida da lugar a que se rian los y las supuestas más inteligentes, aunque eso de inteligentes habría que definirlo,porque no veo inteligencía en niños-niñas o mayores que se rian de personas tímidas o introvertidas con un mundo extenso pero muy de ellos que saben muy bién dónde se esconde ese mal llamado abuso,maltrato o bulling,da igual cómo se llame,el significado es el mismo y de eso hemos sufrido la mayoría.
La memoria no me engaña cuándo miro al pasado y veo tanto daño en el alma por personas que decían que me amaban, y no dañaban por ser más o menos inteligente,sabía o responsable, ¡no! dañaban por la imagen que según ellos daba verguenza mostrar por ejemplo las rodillas un poquito más gorditas que la mayoría,o los senos o la ropa, o simplemente no estár a la altura de la talla 90-60-90.
La memoria no me engaña porque tengo clavados en el alma todo aquello que por tener unos kilos demás era motivo de burlas,risas o menosprecio y eso dió pie a que me propuse demostrar y lo demostré que la imagén es solo un reflejo de quién nos mira y no de quién pesa más o menos,de quién es rubia o morena,de quién es de otro pais o cualquier motivo para menospreciar a esa persona que cómo tu y yo siente y padece todo lo que le hacen por maldad.
No! a mi la memoria no me engaña y tampoco a las muchas personas que han sido víctimas de maltrato de cualquier tipo y por el motivo que sea.

GAIA ORBE

saltan los monos
de una rama a la otra
hacen deshacen
*
la memoria es un río
del pasado al futuro
*
falsos recuerdos
en el universo fugaz
crean mis monos

IVETH HERNÁNDEZ

DEL AMOR …
¡SE ME OLVIDO!
Ayer no dormí, no comí y no camine…
¿pensaba?
la verdad no sé…
¿ Algo faltaba?
¿ pero que era?
una niña me llamo loco
y otra me decía a gritos,
¡Abuelo,abuelo !
Abuelo, supongo que es mi nieta, es que me grita con mucha, confianza
No creo que sea la hija de un vecino
¿Me robaron los pantalones?
No lo recuerdo,
¿son azules?
¿son negros?
La niña se ríe, sonríe de manera bella,
!Creo que es otro día!
Dije algo y la niña está feliz
Estoy en un cuarto extraño,
todo es tan familiar ahora
La niña creció mucho, me llama papá
Sé que no me tome mis pastillas y ahora un perro se comen mi comida.
Que extraño que la niña no sonrió
todos ríen y hasta yo
Suena una corneta,alguien grita
lloré y ahora todos se van,
¿ y mi perro donde esta..?
Mejor me voy…
La memoria me engaña otra vez

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Salí del edificio de oficinas cuando el sol se ocultaba. Una chica joven me abordó, era guapa, me dijo no se qué de yo era su padre.
Me sorprendió, la escuché.
Después de escuchar su discurso, le dije tranquilo » Hasta dónde yo se, soy estéril «
Ella se quedó parada.
Si no me acuerdo no ocurrió.
Están los hechos biológicos. Era imposible.
Me habló de su madre, lamentablemente no me acordaba.
Me fui a casa, donde me esperaba mi esposa y nuestros hijos.

GRACIELA PELLAZA

«No vino nadie. ¿Cuántas tardes han pasado? No recuerdo si me he bañado.
Es agosto dijo el enfermero…creo que eso dijo, cuando le pregunté en que mes estamos.
-¿Qué pondrá en mis manos mi madre?
¿Un barrilete o una granada?
No quiero que venga y prenda las luces, me encontrará llorando y me lavara la cara.
Aquí no viene nunca, solo me visita en los rincones de la memoria, y aunque grita yo hago que no la escucho. En vez de una le pido dos pastillas al que revisa las piezas, y así la pierdo en la cabeza, con la mentira del sueño y duermo.
Dice mi hija que la cabeza me engaña, que mi madre es ceniza y que aunque quisiera hablar, no tiene lengua. Yo le cuento, que crujen las maderas cuando todas las puertas se cierran.
Y ella me abraza fuerte, pero nunca está, cuando yo tengo miedo.
Mi madre, esta atrás de mis ojos…sale cuando los cierro.
Se ríe de mí porque tiemblo.

HAROLD PADILLA

Noah ha desaparecido y su último contacto fue un mensaje de chat con Erik. El doctor Joseph B. interroga a Erik en un cuestionario voluntario:
[…]
— Vamos tres días atrás, al lunes, cuando conociste a Noah, ¿recuerdas qué hacían esa noche?
— No recuerdo mucho.
— Calma, te repito que esta entrevista es hecha bajo secreto profesional. No hay nada que temer. ¿Recuerdas qué hacías con Noah esa noche?
— Nos conocimos por Tinder, cenamos y pasamos la noche juntos; luego, se quedó dormido sobre mi pecho. Era tarde, más de medianoche, lo sé porque el televisor está programado para apagarse a las once con cincuenta…
— Descríbeme lo que había alrededor.
— Yo dormía. No vi nada extraño antes. Solo sentí un resplandor, pero no era del televisor porque para entonces ya estaba apagado. La luz venía de la ventana. Sí, de la ventana, que está muy cerca del televisor. Aunque no puedo afirmarlo, era como un sueño que no puedo recordar.
— ¿Es la primera vez que viste esa luz?
— No.
— ¿Cuándo fue la primera vez que pasó?
— Yo… Yo no lo recuerdo.
— ¿Estás seguro?
— Preferiría no haber estado ahí —empieza a inquietar las manos y agitarse—
— Calma, puedes decírmelo, aquí estás a salvo.
— Fui a acampar con unos amigos al parque Yosemite en California. Todos ellos iban acompañados, excepto yo. En la madrugada salí de mi tienda de campaña a orinar; no usé la linterna porque había luna llena. Hacía frío y mi aliento formaba nubes de vapor. Terminé, me subí la bragueta y vi algo brillar dentro de unas rocas. Me acerqué y lo tomé; era como un trozo de espejo. Al examinarlo me sentí observado y vi por primera vez ese resplandor.
— ¿Y qué hiciste?
— No lo sé. Desperté en la tienda de campaña, empecé a guardar mis cosas, partimos de vuelta y olvidé lo sucedido y al espejo hasta la noche en casa…
— ¿Llevaste el espejo?
— No recuerdo haberlo guardado en mis cosas y tampoco lo sucedido esa madrugada.
— ¿Y cómo lo encontraste?
— No estoy seguro de que mi recuerdo sea real o si la memoria me engaña. Esa noche me quedé dormido sobre mi escritorio y tuve un sueño extraño o fue una situación real, no puedo diferenciar. Yo me sacaba el trozo de espejo de la palma de la mano. Luego salí a caminar por la calle, miré en él y en su reflejo se veían luces azules en el cielo, pero al devolver la mirada al cielo éste estaba despejado y no había nada. Las luces estaban por todos lados, pero solo se veían en el espejo…
— ¿Esa noche conociste a Noah?
— No. Eso fue la noche siguiente. Yo volvía del trabajo revisando el móvil, hicimos match en Tinder. Después de nuestra cita se quedó a dormir, dormimos, y sentí el mismo resplandor, abrí los ojos y empecé a gritar hacia dentro, incapaz de moverme…
— ¿Qué pasó con Noah después?
— Él… él… él se fue.
— ¿Se fue a dónde?
— La luz se lo llevó. Yo no hice nada, no hice nada, no pude hacer nada.
— ¿A dónde se lo llevó?
— Con ellos.
— ¿Con quiénes?
— Con ellos. —Erik se exalta— Yo también fui llevado la noche del campamento.
— Cálmate, ¿me puedes indicar a dónde te llevaron?
Erik empieza a sangrar por la palma de la mano y un vidrio sale de ella.
— Erik, escúchame, despertarás y habrás olvidado todo lo que acabas de contarme a la cuenta de tres.
— Erik empieza a llorar desconsolado— Ya es tarde, están aquí…
El reporte policial del 24 de abril de 2027 detalla que el psiquiatra Jhosep B. fue hallado en su consultorio en un estado de catatonia y llevado bajo arresto tras encontrar restos de sangre pertenecientes a Erik J., de quien se desconoce la ubicación de su cuerpo. Joseph B. es acusado por el delito de homicidio calificado luego de someter a su paciente a una sesión de hipnosis. El análisis psiquiátrico del acusado indica que ha perdido contacto con la realidad y presenta alteraciones mentales. En la escena se encontró también el trozo de un material no identificado con restos de sangre de la presunta víctima.

IVONNE CORONADO

La memoria nos engaña
Se me confunde el orden de los acontecimientos en mi vida. Tengo que hacer un gran esfuerzo, tomar papel y lápiz, teniendo cuidado de escribir con letra de molde y de manera clara, y trato de llenar los espacios que me salto en el tempo, pues hay cosas que me recuerdo, pero mi memoria me engaña, e inútilmente me hago preguntas: Por que huimos de la casa de mi padre, mi hermana y yo? – Ella me lo preguntó, y entonces recordé que fue cierto, pero cuando fue, cómo fue, y porque? No sé. Sencillamente, no me acuerdo el motivo.
Mi madre se enfermó de fiebre tifoidea. Recuerdo estábamos todavía en la casa de la finca. Luego me recuerdo que yo estuve tan mal con esa enfermedad, pero me contagié en Guatemala. Tengo presente en mi cabeza esa casa, donde nos hospedábamos mi madre, mi hermana y yo. Era la casa de una de sus amigas de infancia, y era inmensa. Una casa antigua, pues el patio era un cuadrado en el medio, y ahí fue donde me caí, estando ya convaleciente, y me lastimé la rodilla. Al regreso a El Salvador, la tenia tan hinchada como una pelota de futbol, y tuve que ir al hospital, donde me enyesaron, pero antes me hicieron sufrir sacándome el líquido que se había salido, con una jeringa que me pareció enorme y me dio miedo. El medico le dijo a mi madre: Téngamela bien, que no se mueva! – ¡Y zas…me la ensartó! ¡Qué dolor!
¿Pero, quien se enfermó primero? ¿Mi madre o yo? Qué pasa con nuestra memoria que confunde fechas y acontecimientos. Estoy tratando de escribir mis memorias y me parece que es muy difícil, que todo lo que recuerdo, cuadre exactamente con la realidad. Si le pregunto a mi hermana, ella parece estar más confundida que yo. Claro, es la menor. Muchas cosas me pasaron cuando ella ni siquiera hablaba. Le llevo casi seis años.
Sigo el consejo de un amigo: Escribe todo lo que te recuerdes de tu vida, y luego lee lo escrito, y veras que podrás traer de regreso escenas que ni siquiera tenias idea que hubieran pasado.
¡Cuánta razón tenía mi amigo!
Cuando leo todo lo escrito, encuentro que debo hacer una tarea detectivesca. Si mi hermana tenía unos dos años, esto pasó entonces en tal año. Y así voy, paso a paso. Avanzando y reculando.
Hace poco recibí una foto de mi madre, tomada en 1953, enviada por mi media hermana, desde Guatemala, que mi padre, ahora fallecido, había guardado. Decía: “Para mi adorado esposo. Noy”.
De esa foto deduje que mi madre viajo a Guatemala, con la intención de salvar su matrimonio, pero no pudo, y solo logró traer al mundo a mi hermana menor. Mis padres se separaron cuando tenía dos años, si nací en 1947, entonces se separaron en 1949. Si mi hermana nació en 1953, y ellos se casaron en 1946, pasaron siete años separados, y se divorciaron tres años más tarde. Sin esa foto, no hubiera podido reconstituir esa parte. En esos años, me recuerdo que pase una temporada en casa de un medio hermano de mi padre, en Guatemala. ¿Cuánto tiempo fue? ¿Por qué me dejó mi madre con ellos? Me veo en la ventana enrejada, esperando ver las cabras. Mi tía compraba su leche y me daba un vaso espumoso.
Un día de estos, me acordé de Arnoldo. Mi primo se había borrado de mi memoria. Soñé con él, lo vi joven. Hacía mucho tiempo que para mí no existía, ni había existido. Era hijo del medio hermano de mi padre, y yo viví con toda su familia, mis tíos y sus tres hijos en Guatemala. Me acordaba de sus hijas, mis primas, que en ese entonces ya eran unas jovencitas, pero, por qué se me borró Arnoldo. Un misterio tan grande, como el de haberlo recordado, de repente, casi cincuenta años más tarde. Y entonces pregunté que había sido de él. Había fallecido, como piloto, en un accidente aéreo.
Hace mucho tiempo, conversando con una tía, hermana de mi madre, que vivía en los Estados Unidos, me comentaba ella, que la historia de los Lardé, había sido escrita por un primo hermano de ellos, pero que al leerla, no la había encontrado pegada a la realidad de lo que sabía de la familia de su padre, mi abuelo materno. Ahora comprendo que cada uno hilvana sus recuerdos de manera diferente.
Puede que sea por eso que hay discusiones entre los historiadores. El que guarda un diario sabrá contar en él lo que realmente pasó, o lo engalana con unas cuantas mentiras que le parecen verdades más tarde?
Lo cierto para mí, es que la memoria nos engaña.

LOLI BELBEL

ADN PERDIDO
Brota una neurona
de mi cerebro dormido
y mi memoria engañosa
golpeando mis sentidos,
desdibujando la huida
de un ADN perdido…
El ruido del motor lejano
de un barco que zarpó
surcando su espuma
alcanzará en el azul de su agua
-perfecto-
su puerto…
Y yo vigilaré aquel timón
dorado rodando su rumbo
hacia mi destino
dejando atrás
a Caronte
con sus óbolos hundido.

EVA AVIA TORIBIO

La memoria me engaña
Me siento en el borde de la cama, ahí donde el roce de mi mano todavía nota la forma de tu cuerpo cuando a mi lado estaba.
Elevo mis piernas y dejo caer mi cuerpo en el tuyo, la almohada, todavía huele a tu fragancia.
Tu fragancia recorre cada centímetro de mi piel, juguetona la memoria, recorre cada célula sin permiso alguno.
Memoria juguetona, sin permiso alguno, me engaña en sueños cuando, todavía siento que tu cuerpo cada noche duerme a mi lado.
¡Memoria, no juegues conmigo en sueños!
¡No utilices su fragancia cuando rozo mi piel entre sollozos!
No me engañes y deja de recordar su cuerpo en nuestra cama, porque su memoria, todavía duele.
Besos, La Incondicional.

RAÚL LEIVA

Fuegos, cenizas y ocasos

Hay fuegos que no conviene encender.
Isabel estaba desde que tiene memoria, o mejor dicho, desde que se le fue horadando la memoria en el Hogar Los Lirios. Necesitaba ayuda constante y no podían arriesgarse a dejarla sola otra vez desde el incidente con el gas. El Alzheimer había levantado una barrera infranqueable entre ella y su hija Celia. Todos los miércoles, viernes y domingos la visitaba a pesar del desprecio constante de Isabel. Duele tanto que quien alguna vez te cuidó hoy te desconozca y quien te juró amor eterno se fuera con lo puesto adonde nadie lo pudiera localizar jamás. Celia tenía 54 años y un cáncer de mama que estaba por cumplir la mayoría de edad. Su hija Viviana veía como su madre se iba carcomiendo en vida dejando su poca energía en cada visita a Isabel. Cada vez que volvía a la casa, Celia se encerraba a llorar hasta secarse, para luego lavarse la cara y darse fuertes cachetadas por ser tan débil en aquellas circunstancias. Nunca dejó que Viviana la acompañara al geriátrico a ayudarla con su madre. Los años pasaron y el tumor decidió emanciparse de Celia llevándose consigo su último vestigio de fuerza. Viviana no tenía a nadie en el mundo salvo un horrible recuerdo de la huida de su padre y a su abuela en un “hogar” como lo llaman irónicamente a ese purgatorio terrenal.
¿Quién le iba a decir a Isabel que su hija había muerto si ya la había erradicado de su vida para siempre junto con la mayor parte de los recuerdos?
Viviana tomó coraje y dos trenes para llegar a la puerta del Hogar Los Lirios. Encontró a su abuela mirando hacia alguna parte, detenida en algún tiempo. Se sentó cerca de ella y se desarmó, colapsando en silencio como un viejo edificio que dinamitado se cae hacia adentro. Un suspiro hondo se le escapó e Isabel la miró fijo. “¡Celia! ¿Qué hacés ahí? Me asustaste” dijo la vieja parándose y su cara se iluminó. “¡Pensé que no ibas a venir más!” siguió.
¿Cómo se le dice a alguien que su hija se murió si al día siguiente iba a repetirse la misma historia?
Ahí fue que Viviana empezó a recomponer el vínculo madre-hija que ambas enfermedades, la del cuerpo y la de la mente, se habían empeñado en deshacer. Se propuso recuperar el tiempo perdido con su abuela y dejar que la vieja haga las paces con su difunta hija. La mecha estaba encendida.
La mentira fue desarrollándose en actos como una novela macabra mal escrita. Las historias fluían y la vieja parecía haber recuperado el ánimo y las ganas. Ya era tarde para aclarar la verdad que escondía Viviana. Sólo le consolaba que si su madre la veía desde alguna otra instancia, se hubiera sentido orgullosa de ella, de ellas. Tenía a veces la sensación que la abuela se estaba dando cuenta del engaño por unas largas miradas que le dedicaba a su supuesta hija.
Un 31 de diciembre, Viviana se estaba retirando del hogar para celebrar otro fin de año sola en la vieja casa materna cuando Isabel le dijo “Celia. Vení por favor”. Viviana la miró en sus ojos grises hartos de historias y olvidos y adivinó que algo se iba a terminar esa noche, un anuncia iba a poner fin a la mentira, y pensaba soportarlo con la fuerza de su cuerpo. Isabel miró fijo a Viviana y la frase fue directa y sin preámbulos: “¿Cuándo le vas a decir la verdad a Vivianita? Tiene derecho a saberlo, ya es tiempo, más tarde se lo digas va a ser peor.”
Viviana quedó suspendida y con la fuerza de un portazo su cabeza se desconectó del presente. Salió de la pieza para no escuchar nada más, a nadie más. Y corrió, lo que dura un año en cambiar a otro, no pensaba, no podía dejar de pensar. Llegó a su casa, a alguna hora y revolvió todo, miró durante mucho tiempo todas las viejas fotos que encontró para descubrir que al rompecabezas de su vida le faltaban piezas, y que nadie a esta altura, le podría decir donde estaban.
Hay fuegos que conviene apagar.
Hay fuegos que no convienen ser encendidos.
Nunca.

GUILLERMO ARQUILLOS

LO QUE DAS
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“Lo más importante en cualquier relación
no es lo que obtienes, sino lo que das”.
Eleanor Roosevelt
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Sin que nadie lo pudiera esperar, llegó el primer síntoma. Era el dieciocho de febrero de sus cincuenta y siete años, una pena, fíjate qué joven, qué desgracia. Un alumno le hizo una pregunta y el no supo recordar la respuesta. Buscó y rebuscó entre sus neuronas, pero en su cabeza solo escuchaba una especie de silencio blanco.
El sábado siguiente fue todavía peor. Después de comprar los churros, se dio cuenta de que su dirección se le había borrado de la memoria. Un vecino acabó por acompañar a Genaro a su casa.
Luego vinieron las quejas de los padres del instituto por los repetidos olvidos del catedrático de Historia: «Señor director, don Genaro no está a la altura. Mi hijo tiene ya mismo la selectividad y no puede ir mal preparado…».
Aquel fue el último curso en que Genaro dio clase. Adela se dio cuenta de que algo pasaba: «No son simples despistes, cariño», y el diagnóstico terminó incluyendo la palabra maldita: alzhéimer.
Durante un tiempo, jubilado y en casa, él no acababa de encontrarse ni bien ni mal. Todo era sencillo: le molestaba la espalda, le dolía la cabeza y se quejaba: «me falla la memoria». Se quejaba demasiadas veces.
Adela, con la ayuda de Lucrecia, una muchacha contratada para acompañarlo, era capaz de sobrellevar la situación. Las hijas los visitaban cuando podían y echaban una mano, robándoles tiempo a sus propias familias. La madre, a pesar de la enfermedad del marido, intentó seguir con su vida, salir con sus amigas. No quería que su casa fuera su cárcel.
Un buen día, las niñas le dijeron a Adela que lo mejor que podía hacer era ingresarlo donde estuviera bien atendido.
—No quiero meterlo en una residencia —les dijo—. Como nos ayuda Lucrecia, podremos afrontar la situación según vayan viniendo las cosas. A veces, todo se estanca durante mucho tiempo y vuestro padre, tal y como está, no va mal del todo por ahora.
—Tú tienes que vivir tu vida, mamá, dentro de poco la enfermedad se puede convertir en algo asfixiante.
Ella miraba los ojos de su Genaro, ya casi siempre atentos a escrutar el vacío, y se daba cuenta de que no la reconocía. Le tomaba la mano, y se transportaba a aquel pantano de las afueras del pueblo donde, poco a poco, habían ido conociendo sus cuerpos y habían aprendido juntos a comerse a besos y a ser dichosos. O revivía la cara de miedo que tenía en el paritorio. «Yo entro contigo, Adela, porque en el pasillo nadie me conoce. ¿Qué voy a hacer yo aquí afuera?». La mujer sonreía recordando cómo aquel valiente se había desmayado las dos veces para “celebrar” los dos nacimientos. Era su modo particular “de darles la bienvenida a sus hijas”.
Sobre todo, se acordaba de su mirada cuando a ella, con cincuenta y pocos, le diagnosticaron el cáncer de pecho. Él fue el único que realmente le había dado la fuerza que necesitaba para seguir adelante. Ni su madre, ni sus hermanas, ni la mayor parte de sus amigas habían estado a la altura, porque solo le contagiaban miedo y la compadecían. Dolor, pena, tristeza: a todo el mundo le daba lástima; pero él supo transmitirle amor. La hizo sentirse tan especial aquellas noches de verano, que habían disfrutado, otra vez, del mirador del embalse, como dos jóvenes, bajo un millón de estrellas.
Ahora, Genaro ya no se acordaba de que la quería, pero ella estaba segura de que, debajo de ese rotundo olvido, la razón de existir de aquel hombre continuaba siendo ella. No importaba que se hubiera borrado de su mente para siempre. Ojalá la llegara a recordar, aunque solo fuera unos minutos. Quería darle un beso y despedirse de él.
***
El primer día fue un viernes. Desde aquel momento, aquello se fue convirtiendo en un hábito. Ella, bañada en lágrimas, aprendió como pudo a soportar la manera que tenía de gritar que no entendía qué le pasaba. Le estaba acariciando la cara cuando él, de repente, le cogió la muñeca con fuerza y la empujó lejos. Le hizo daño: «¡Déjame, ladrona, que solo quieres mi dinero!».
Adela sabía que un día podría llegar a insultarla, pero no se le había pasado por la cabeza que aquel momento se presentaría tan pronto.
Al principio, aquella manera de tratarla fue algo esporádico. Después se fue convirtiendo en una rutina. A Lucrecia, en cambio, la respetaba y, cuando era capaz, le sonreía con cariño. A sus hijas, las ignoraba. Solo hablaba con ellas para preguntarles que qué habían hecho con la chica guapa. Que dónde la habían metido. Que si la habían matado.
Lo peor eran las tardes. Al despertarse de la siesta y ver que Lucrecia no estaba, no dejaba que su mujer se le acercara. Si intentaba cambiarle el pañal, por ejemplo, le pegaba en la cara y le tiraba del pelo. La llamaba vieja y gorda y le gritaba que se marchase. De pronto, se imaginaba que lo quería matar. Bastaba con que la cucharada estuviera muy llena, o muy caliente, o demasiado dulce: lo estaba envenenando. «¡Asesina, mala! Te voy a denunciar porque no paras de robarme, bruja, fea». Luego, se volvía a callar un buen rato y, alguna vez, descansaba de tanto odio y le sonreía como un bebé. Un bebé de cincuenta y nueve años, porque solo habían pasado dos desde aquel sombrío dieciocho de febrero.
A veces, Adela necesitaba contárselo a alguien:
—No puedo remediarlo, hijas. Lo quiero. Ahora es como un niño y me insulta como si fuera un niño, pero yo lo quiero las veinticuatro horas. Lo quiero por lo que ha sido y ya no es. Lo quiero porque no concibo mi vida sin quererlo.
—Mamá, no puedes seguir así. Va a acabar contigo. Te va a terminar matando.
—¿Y qué manera mejor de morir hay en el mundo que morir porque lo quiero?
Un día le pegó también a Lucrecia y a la esposa le surgió la duda. Ahora ya nadie podía acercársele. Le empezaron a poner dosis altas de calmantes y comenzó a estar casi todo el día dormido. Aquel ya no era Genaro, sino un desconocido que se había apoderado de su vida. Era el olvido.
Varias amigas, e incluso la médica que la visitaba en casa después de la consulta, le volvieron a aconsejar que lo ingresara en una residencia. Aunque era muy cara, había una plaza y podían atenderlo con la ayuda económica de las hijas.
Fueron varias noches sin dormir. Había que decidirse o perderían la oportunidad. No se podía saber si se presentaría otra ocasión. «Ahora o nunca, mamá. Ahora o quién sabe cuándo».
Y Adela cedió. Con todo el dolor de su corazón, sintiendo que traicionaba a su compañero, diciéndose que era una ruin egoísta, cedió. No podía más. Había hecho todo lo que era capaz de hacer.
***
Aquel domingo empezó a recoger las cosas indispensables, las que sabía que su Genaro iba a necesitar en la residencia. Había que prepararlo todo porque la mañana siguiente venían a recogerlo. Como estaban seguras de que su madre lo iba a pasar tan mal, las hijas vinieron a la casa y se unieron a también a Lucrecia. Las cuatro fueron revisando estanterías y bajando maletas de los altillos.
La chica fue quien se dio cuenta de lo que estaba escrito en la funda de aquel DVD. Con letra picuda, la que un día había tenido Genaro, había un pequeño mensaje: «16 de marzo. Adela, quiero que veas este DVD cuando yo ya no me acuerde de quién eres ni sepa quién he sido yo mismo».
A la mujer le empezaron a sudar las manos. Le temblaba la voz y se echó a llorar. El hombre que ahora estaba siempre dormido había grabado aquel disco solo un mes después del primer síntoma: sabía lo que le iba a pasar incluso antes de que lo diagnosticaran.
Buscaron su portátil y dejaron sola a la madre para que su esposo le dijera adiós. Aquella era la despedida que le había grabado cuando todavía habitaba en su cuerpo y en su mente.
Pasaron diez minutos, o quizá diez siglos. Ni sus hijas ni Lucrecia podían estar seguras del tiempo que Adela había estado en el salón viendo aquellas imágenes.
La esposa salió transfigurada.
—¿Qué dice, mamá, qué dice?
—Dice que me quiere, que siempre me ha querido. Me dice que lo importante en nuestro matrimonio ha sido lo que nos hemos dado. Porque lo que cuenta no es lo que obtienes. Lo importante es lo que das. Y yo ya no puedo dar más.
***
Genaro murió en aquella residencia, una semana después de que fuera ingresado.
Adela, sus hijas y Lucrecia subieron al pantano y arrojaron allí sus cenizas. Y se hicieron grabar cuatro colgantes de oro con una pequeña inscripción: “Lo importante es lo que das”.

KAREN ROSADO

La memoria me engaña y con el tiempo me hace volver al lugar en el que fui muy feliz, me hace pensar que aún huele a café, pasto recién cortado y tierra mojada.
La memoria me engaña y disfraza los escombros con imágenes difusas de tu presencia, me hace sonreír de tristeza al darme cuenta que es solo un espejismo.
La memoria me engaña y de espaldas en el mar me hace pensar que todo lo que fue pasajero volverá…
Y me hace querer aventarme al vacío como si no existiera la gravedad.
La memoria me engaña y no sabe que al final soy yo quien la engaña a ella, no sospecha que ante tanta tristeza que me muestra yo me estoy a punto de suicidar…

ANGY DEL TORO

FALSOS RECUERDOS
Como dice mi psicólogo: La memoria te engaña, alteras los recuerdos. ¡Quizás, así sea! No lo sé, lo que sí aseguro es que esta es mi historia; real o falsa tampoco lo sé, pero de que ha distorsionado mi existencia, eso sí que es cierto.
«Han transcurrido setenta y dos horas y aun no tenemos noticia sobre el caso de la ausente al hogar. El investigador, con un puro entre sus dedos mascullaba: adolescente femenina, de buen comportamiento y sin relación sentimental.
Único indicio: Una prenda personal que aparece colgada en la palizada que apuntala las blancas y olorosas azucenas».
Vagos son mis recuerdos, escucho a mi madre que aun llora y rememora el suceso. ¡Encuentren a mi hija! Aquella tarde comenté que iría a trasplantar y remover la tierra.
«¿Ha dicho que su hija no tiene novio?, ¿Conoce si se veía con alguien? Su amiga declaró que salieron del colegio alrededor de las tres de la tarde y que al verla conversar con un chico en la avenida principal, se separaron. El susodicho conducía una motocicleta y vestía camiseta holografiada, de múltiples colores y jean rojo muy ajustado.
Para su tranquilidad, le diré que hemos circulado imágenes de su hija y que dado la distancia que podría recorrer el motociclista incluimos los pueblos de la periferia. Del joven, contamos con un retrato hablado según datos aportados por los testigos.
Escuche usted, dijo el investigador, acabo de recibir un mensaje por la radio base. Dos jóvenes, que aún están inconscientes fueron recibidos en un hospital situado a ochenta kilómetros de la capital. Sus características coinciden con las imágenes distribuidas. La joven sí que parece ser la estudiante que buscamos. Por favor, señora, es necesario que se apresure, requerimos de su presencia en el Hospital Municipal. La joven, no se ha podido identificar. Se encuentra en shock. Los padres del muchacho, sí que están con él y han declarado desconocer la identidad de la mujer que acompañaba a su hijo».
Aunque el tiempo ha pasado, siento como que todo ocurre en la actualidad. Cada noche voy más temprano a la cama y en mis horas de sueño sensaciones oníricas me desvelan.
En un inicio me movía con recelo, no obstante, ciertos goces me atrapaban e inducían a satisfacer deseos fantasmales. Curiosa por conocer el porqué de mis acciones de placer al ser poseída por alguien venido de ultratumba, me dejaba llevar por mis instintos. En ocasiones me sentía culpable y hasta ofendida conmigo misma.
No soy ninguna descerebrada y mucho menos descarada. Rechazo encontrar ayuda, algo en mi interior reclama que continúe viviendo éstas y otras alucinaciones.
Hoy salí a correr por la gran avenida y un desconocido me se me acercó diciendo:
— Señorita, la he visto con mi amigo Julián y he quedado perplejo, sin saber qué hacer o decir.
—¿De qué habla por Dios? ¿Quién es usted? —respondí.
— No dé más vueltas por favor, visite a un espiritista. Aseguro que Julián le acompaña y creo poder ayudarla.
Entre sorprendida y curiosa respondí que no sabía de lo que me hablaba, pero que era cierto, algo paranormal me sucedía. No obstante, prefería ir a un profesional y que no creía en esas cosas. Más bien estaban en mi cabeza, en mi mente.
— Apártese de la ciencia y confíe en mí. El universo da señales, acéptelas. —insistía el desconocido.
— Ignoro el por qué, dije y continué, pero presiento que nos conocemos. De un tiempo a esta parte disímiles sensaciones despiertan dentro de mí, algo así como un hormigueo que brota de mis entrañas, es… y, ¿por qué le estoy contando estas cosas?
— Le diré, mi nombre es Carlos, y al estar junto a usted he logrado compartir de nuevo con mi mejor amigo, mi pareja. Su pérdida duele, pero al conocerla me he dado cuenta de que no se ha ido, usted es la materia y Julián el espíritu. Permítame ser su amigo, repito, confíe en mí. Vaya a este lugar y pregunte por Emiliano, lo conoce mucha gente, se acordará de mí.
Demasiados conflictos, ni pensar en lo que este hombre desea. —pensé.
Desconcertada y abatida por el cansancio en una de esas tantas noches en que mi mente vagaba por aquel bajo mundo decidí que iría en busca del tal Emiliano. Alguna señal me estaba dando el universo y debía aceptarla.
Un hombre mayor, envuelto entre la bruma del humo de su tabaco me recibió, tomó un buche de ron y lo soltó de golpe, rociando sus asistencias espirituales.
— Aquí hay un joven que se manifiesta pidiendo justicia, dice que investiguen bien porque él … —pronunció algo difuso el señor Emiliano.
— Disculpe usted, he venido por recomendación de un desconocido. No tengo idea de qué habla.
— Su padre sí que sabe, dígale que acuda a la próxima consulta, este hombre pretende hablarle.
— Gracias, pero mi padre se ofenderá cuando sepa que he venido a este lugar y además sola. Agradezco su atención, me marcho.
Llegada la noche hablé a mi padre acerca de lo sucedido en casa del espiritista y, además, agregué: creo debe ser el hombre que aparece en las noches detrás de las puertas y dice que quiere hablarte. Tengo miedo Papá. Por favor, quédate en mi cuarto para que lo veas.
Mi padre se acercó a la figura oculta entre las sombras, una fuerte sacudida lo estremeció. Vi que la sangre corría por sobre el cuerpo del que vestía la brillante camiseta holográfica. Fue entonces cuando supe lo que sucedía. Un ajuste de cuentas. La venganza había tocado a las puertas de mi hogar.
La tenue voz de mi padre balbuceaba: “Tomé la justicia por mi mano”, eso es real y lo volvería a hacer. Jamás permitiré que mi hija pague por haber asesinado al malparido que la deshonró.

ROBERTO MASSI

Unas paladas más y termino, se alienta Gloria. El trajín de hacer el pozo, acarrear la bolsa, trasplantar plantas, la extenuaron. El olor a lluvia presente trae recuerdos de otros otoños.
Un relámpago abre la oscuridad, en lo alto de la casa vecina, divisa una figura en silla de ruedas. La invade un miedo atroz, corre, las primeras gotas empapan su rostro. Embarrada, se acurruca sobre la alfombra del living. La cabeza es un reproductor de imágenes indetenible, cada dos o tres diapositivas, aparece la esfinge. La vence el cansancio, tiene pesadillas, toman sus tobillos, la arrastran ramilletes de raíces.
Despierta, hace ademanes de soltar sus piernas, se despoja de la ropa. El agua caliente de la ducha la recibe. Procura que caiga sobre el cuello para relajarse.
Prepara café, juega con la cuchara removiendo la espuma, observa con recelo la ventana alta, tiene la cortina cerrada.
Conduce su automóvil, hasta una casucha desvencijada por el tiempo, levanta la tapa del sótano, saca dos maletines negros debajo de la escalera, los tira en el asiento de atrás.
Ha sido buen plan venir hasta aquí, necesita acomodar ideas.
Llega a la cabaña, esconde los maletines. Tiene hambre, le apetece una tortilla de papas con cebolla. Espía mientras cocina, ahora las cortinas están abiertas, no ve a nadie. Come despacio, saborea su creación. Extrañará a Leo, sus manos, sus besos, arruga el repasador con fuerza. ¡Idiota! ¿Por qué cambiar de idea? Habían pactado quedarse un mes, disfrutar del tiempo juntos, luego volar donde quisieran. Esa regla no podía ser quebrantada sin consecuencias.
El clima mejora, camina por senderos próximos a la alameda, riega los plantines, a sus espaldas, siente algo que la incomoda, gira, la mujer ocupa su sitial en la ventana.
Bruja de mierda, piensa, es lo único malo del lugar, ya se ocupará de ella más adelante.
La noche transcurre tranquila, un vaso de vino, queso, aceitunas, cama mullida.
El rayo de sol acurrucado en la almohada como gato, la despierta, justo antes de los tres golpes en la puerta. Una morocha vestida de blanco, con cofia, da los buenos días, extiende un sobre y un platito con dos muffins.
―De parte de doña Ethel.
Entra, tira el plato y su contenido al tacho de la basura, abre el sobre, devora cada letra:
“Sé lo que hiciste…
Soy de memoria floja, tengo otras dos cartas guardadas, por las dudas”
Rompe el papel en mil pedazos. Corre la cortina, se tira en el sillón.
Durante los días venideros nadie molesta, escribe, escucha música, dibuja, pasea por caminos ripiados salpicados de ovejas, cosecha hongos. Cada vez que se acerca a regar los plantines, siente la mirada.
Semana después, regresa la empleada con dos misivas.
Lee en voz baja: “En estos parajes solitarios es necesario cruzar algunas palabras con alguien. La invito a tomar el té a las cinco, mañana es el día franco de Doris”
En el segundo sobre, fotos. Leo bajando del auto al llegar. El beso antes de entrar. Gloria vestida de negro con la pala al pie de la alameda. ¡Vieja podrida! ¡Claro que irá a tomar el té!
Con puntualidad, hace sonar la campanita de bronce de la entrada.
― ¡Pasa! Está sin llave, casi olvido la invitación, mi cabeza marcha lenta.
Entra, la mujer prepara té, saluda con sonrisa fingida, pone un budín sobre la mesa, cuelga la cartera en la silla.
―A pesar de lo alejado, siempre está ocupada la cabaña. Viene gente extraña, por cierto.
―Hermosas las rosas de su jardín.
―Tienen buen abono, querida.
Gloría se encoge de hombros, toma un sorbo de té con desconfianza. Doña Ethel no prueba el budín.
― ¿Dígame, tiene más fotos guardadas?
―Algunas cuantas, soy fotógrafa compulsiva. Enfila la silla de ruedas hacia un aparador, abre el cajón, comienza a revolverlo.
El momento esperado, saca de la cartera la jeringa, tiene que parecer natural. Da dos pasos decididos hacia la anciana que, en ese instante, gira. El ardor en la frente la hace retroceder, trastabillar, caer sentada muerta contra la puerta.
La vieja mira el arma humeante. ¡La memoria me engaña, la puntería está intacta!
¡Estos jóvenes! Se creen originales.
¡Doris! ¡Plantaremos nuevos rosales!
Antes, ve a buscar esos maletines y tira el auto al despeñadero.

CHABI SÁNCHEZ MARTÍNEZ

“Ya suena el despertador?” Mierda.
Me levanto desnudo, voy a cepillarme los dientes. ¿Quien se habrá dejado este plato aquí? Lo cojo y voy para la cocina. Ya son menos veinte y a en punto me tengo que ir pitando. Dejo el plato en la cocina y recuerdo que no me he vestido: voy allá. Justo antes de la habitación, en una cómoda del pasillo encuentro las llaves de la moto. “Voy a dejarlas en su sitio no sea que luego no las encuentre” . De camino veo mi mochila, todavía vacía! Voy corriendo a coger la ropa de entrenar, zapatillas, ¿toalla? La toalla no está. Voy a buscarla al baño. Al llegar, me veo en el espejo, desnudo ¡y son menos diez! Me voy a la habitación y me pongo los calcetines, mientras me visto voy a ver si me lavo los dientes. De camino al baño, de nuevo veo la mochila “voy a meter todo ya, que no llego” meto lo que veo por allí y la cierro. Me doy cuenta de que son en punto y ¡todavía voy en bolas! (Bueno, los calcetines si los llevo) paso por la puerta del baño mientras decido qué es más importante: ¿irse en bolas o cepillarse los dientes? Decido que los dientes son para toda la vida, así que me los cepillo “¿este es mi cepillo?” “¿Pero no era naranja?” Cojo las llaves de la moto, el casco, desnudo , con los calcetines hasta las rodillas, al menos me pongo las chanclas, la mochila sin la toalla y a y diez salgo por la puerta pensando que otra vez me he dejado algo.

SANCHEZ KATA MAR

En una oscura noche los vio fríos como los polos sus caras tenían una expresión de eterna tristeza en su piel se veían múltiples morados , el tono era amarillo pálido al parecer llevaban varios días expuestos a las inclemencias del clima árido, el grupo con el que hablé le dijeron que nadie los pudo ayudar o tal vez nadie se atrevió a quedarse atrás porque eso significaba prácticamente la muerte, cuentan las malas lenguas que muchos se han perdido en el camino, que han muerto sedientos y hambrientos. él vivió de primera mano un abuso por no tener plata para pagar a los malandros, por primera vez sintió el acto violento que entraba por su parte trasera, fue tan violento que duro 3 meses sangrando por pena no decía nada, trataba de envolver su mente en el sueño de llegar a América para poder encontrarse con sus panas los cuales no sabían las aventuras de este. Pasados 7 días al parecer termino la tortura, cansado con los pies vueltos nada pelados, sangrando sin unas cuantas uñas se quedó en un paraje junto al grupo de 30 personas, les decían que no podían pasar, no le quedo de otra que quedarse en una esquina a esperar que lo deportaran de nuevo y quizás después de un buen tiempo volverlo a intentar a ver si esta vez tiene suerte. mientras tanta noche a noche luchaba con esos recuerdos horrendos del abuso, de la cara del desgraciado que gimiendo de maldad y de placer a la vez lo introducía con violencia a su vez que el estaba parado en un rincón temblando de dolor y de rabia. Aunque lo intente olvidar su memoria lo retiene.
LA MEMORIA ES UN CAJÓN DE RECUERDOS QUE GUARDA LOS GUARDA PARA SIEMPRE.

VIVIAN VARGAS

Me muero por volver
Y aunque yo decidí escapar de mi cálido hogar y buscar la aventura en la calle, satisfacer mi indomable curiosidad y correr como el viento en busca de quién sabe qué locos desvaríos, ahora aquí, en esta avenida llena de autos, en ésta fría calle, repleta de ruidos amenazantes y punzantes, lo único que quiero es volver a casa, pero la memoria me falla! Al fin sólo soy un pobre perrito chapi perdido en la gran ciudad y aunque busco mi casa con desesperación creciente, la memoria me falla!

VERÓNICA HERNÁNDEZ

EL SOBREVIVIENTE
Aquí sigo o aquí estoy, aunque en realidad no sé si continuo vivo o estoy muerto y llegué al temido infierno con el que tanto nos asustaban nuestros padres y los curas de antaño. Contrario a lo que muchos podrían pensar, ni estoy loco, ni he perdido la razón, porque de ser así, tal vez me sentiría en la gloria, pero no, estoy muy lejos de ella, tanto como de la mano de Dios. Para ser sincero y aunque peque de blasfemo, creo que Él ya se olvidó de mí.
Mis facultades cerebrales están perfectas y aunque a veces quisiera decir que la memoria me engaña, lo único cierto es que, a mi edad, tengo una que podría calificar de prodigiosa. Es una lástima que mi cuerpo no haya corrido con la misma suerte, se me ha convertido en un traje prácticamente inservible y anticuado. Es normal, así es la modernidad: lo viejo se va quedando atrás para darle paso a lo nuevo. Desgraciadamente, este traje mío no es de esos que se compran en glamorosas boutiques o en sencillas tiendas de ropa cuando quieres renovarlo o cuando ya no te gusta; no, este no he de poder quitármelo nunca, tal vez con algo de suerte, cuando muera, aunque tampoco tengo certeza de eso, incluso podría ser qué ambos lleguemos a nuestro fin de manera simultánea.
Nunca creí que los años pesaran tanto o que la vida pesara tanto y heme aquí, exhausto, cargando con toda mi maltrecha humanidad o con lo que resta de ella, atrapado en esta prisión de piel y huesos, plenamente consciente de mi cautiverio y presa de los miedos más ridículamente posibles, producto de esta capacidad cognitiva que parece ser un regalo, pero que se me ha convertido en una perfecta maldición.
Viví, al menos eso creo. Cumplí con todas las expectativas de la sociedad de mi época: trabajé todos los días hasta cansarme, con mis manos construí mi casa y sembré mi tierra, me casé, tuve hijos, pero nada quedó de todo eso. Mi trabajo apenas alcanzó para cumplir mis obligaciones conyugales, paternas y filiales. Nunca sobró dinero para más. Mi casa, tan vieja como yo, se está cayendo a pedazos. Mi matrimonio fue convirtiéndose en una pesada rutina hasta que ella murió, quizás sin tener conciencia de sí misma, como ya no la tenía de mí o de la vida que hicimos juntos.
Mis hijos… ¿Qué puedo decir de ellos? De cuando en cuando recuerdan que existo, aunque cada vez menos, tal vez más por obligación que por voluntad, no sé si en eso tengo algo de culpa, francamente estuve poco presente y es que… cuando se es proveedor es muy complicado empatar el rol de padre, lo cierto, sin que suene a pretexto, es que así me educaron y así mismo los eduqué yo ¿Qué me sorprende entonces? ¿Su indolencia, su apatía o su desapego? No quiero pecar de sensiblero, de apocado o de llorón, pero a veces he sentido miedo de que un día pierdan la poca compasión que aún parecen sentir por mí y simplemente me dejen a mi suerte en cualquier esquina, como el cacharro viejo que ahora soy, después de todo, eso se hace con las cosas inservibles: se tiran a la basura.
Para ellos sería una liberación total, aunque para mí sería un infierno más cruel todavía. Me aterra pensarlo, sin embargo, es una idea que no me da tregua, a cada instante aparece en mi cabeza, se apodera de mí y de esa cordura de la que tanto me jacto, taladra mi cerebro y me hace sentir una punzada en el pecho, creo que algunos le llaman tristeza, otros, simplemente desolación o vacío, esto es peor aún.
El tiempo que antes no alcanzaba, ahora sobra. Hoy tengo interminables horas de ocio, parece que es lo único de lo que soy legítimamente propietario y digo parece porque así es, únicamente se trata de apariencia. No puedo hacer nada con ese tiempo que se me desborda del vaso de la vida, solamente tirarlo, dejar que se siga escapando hasta que se agote por completo mientras me muero de sed. Suena a ironía, pero lastimosamente es la única realidad: anhelamos vivir por años, nos aferramos a la vida más como una reacción casi animal, qué racional, y de pronto nos encontramos cara a cara con ella sin saber qué hacer, o mejor dicho sin poder hacer algo, sin fuerzas, sin ganas, esperanzados y existiendo, lo que sea que eso signifique.
Aquí sigo, no sé por cuánto tiempo ni por qué motivo, solo sé que estoy, prisionero de mí, del tiempo, de la vida, del olvido o quizás del capricho de Dios, de ese Dios que no comprendo y al que le sigo hablando todos los días, aunque Él parece haber dejado de escucharme desde hace mucho.

HUMBERTO MOLINA

Inocente pecador
La sala del tribunal había sido abierta de nueva cuenta después de estar inactiva por unas semanas ante el receso del caso, pero la presión pública los había llevado hasta el día del juicio final. El público entraba y los limitados espacios se vaciaron en menos de un minuto por la multitud que esperaba desesperada por el veredicto. Fuera de la edificación, la policía separaba a los protestantes que gritaban por la ejecución o libertad del acusado, buscando evitar una guerra civil entre ambos bandos.
Dentro del tribunal, un adolescente se colaba debido a su pequeño tamaño que se camuflaba entre la multitud de grandes y altos adultos. Grabando todo el juicio desde su móvil, oculto consciente o inconscientemente por la multitud delante suyo. Siendo el único medio que capturaba el momento en que el acusado limpiaba sus lagrimas para dar su declaración.
— Nate Miller — lo nombraba el juez, reacción bruscamente por su nerviosismo que lo llevaba a ponerse de pie con inseguridad — promete decir la verdad y nada más que la verdad
— … lo prometo
….
Como psiquiatra, he atendido decenas de casos, pero debo admitir, que el caso del señor Miller es especial en todos los aspectos, y me resulta difícil considerarlo o no como culpable.
Creo que todo fue hace apenas unas semanas, su señoría. Mi esposa… y yo habíamos viajado a parís para celebrar nuestro décimo aniversario, la verdad creo que es el sueño de toda pareja, y el no tener hijos nos permitió ese lujo. Aunque fuera único para nosotros, no debían ser unas vacaciones diferentes a lo que las otras parejas habían hecho antes.
Desconocemos cuándo o cómo, pero sufrió una traumatismo cerebral que le hizo perder su conexión con la realidad. Desconoce que su décimo aniversario con su ex esposa fue hace 5 años
Llegamos al hotel, no recuerdo su nombre, pero sí que era muy hermoso, y creo que eso mismo fue lo que me distrajo lo suficiente para no fijarme en sus bellas flores que volvían todo muy rústico. Dejamos todas nuestras en nuestro cuarto, igual de bello. Caminamos por muchas calles, perdí la cuenta de cuantas o cuales. Pero no puedo olvidar que fuimos a comer a la torre Eiffel. Siempre fue nuestro sueño visitar su restaurante
Su traumatismo junto con su adicción al alcohol que se desarrolló los años posteriores a su separación, lo llevó a desarrollar una especie de realidad alterna en donde tuvieron las vacaciones perfectas. Buscamos sus nombres en el registro pero no parecen haber entrado al restaurante de la torre Eiffel ningún día, además las camareras aseguraban no reconocerlos. En su lugar, testigos de su hotel afirmaron escuchar fuertes gritos y discusiones desde su habitación todas las noches que se hospedaron.
Cuando regresamos a Nueva York, decidimos tomarnos unos días, pero solo temporal. Yo debía continuar con mi trabajo como psicólogo y ella quería iniciar su carrera como directora de cine. No fue fácil, pero seguimos hablando todas las noches por llamadas
Esos días, se transformaron en años, y no parece ser consciente de la realidad. Su última llamada fue hace 4 años, después pidió una orden de restricción que fue denegada al no querer revelar el porqué de esta. El acusado mucho menos recuerda lo que pasó para que estuviera aquí. No es consciente de lo que se le acusa.
Hasta hace unos días, Ema me llamó, se escuchaba triste y desesperada. Me dijo que necesitaba mi ayuda, había salido a beber a un bar cerca de mi consultorio con sus amigos, pero cuando siguieron tomando estos querían abusar de ella, tenía mucho miedo. Yo tome mis llaves y fue lo más rápido que pude.
No sabemos quién ni porqué, pero hace poco más de un mes recibió una llamada anónima a horas de la madrugada, que le informó que su ex esposa estaba en ese bar. Sin embargo, parece que su condición le hizo tergiversar los hechos; creer que estaba en problemas, cuando ella solo salió a divertirse con algunos conocidos. Desconocemos si el que realizo la llamada buscaba esto pero lo estamos investigando.
Yo… golpe a todos esos malditos, y tomé a mi esposa hasta mi carro y… maneje lejos, muy lejos de todos nuestros problemas, escuchando sus gritos de felicidad, porque por fin volvíamos a estar juntos
El señor Miller entró al bar y golpeó a sus amigos y casi mata a golpes al esposo de la señora Ema. Lo que afirma eran gritos de felicidad, eran llantos de auxilio. Había secuestrado a su ex esposa. Y ni siquiera lo sabe. Ni siquiera es capaz de recordar su nombre.
….
Cuando las palabras se terminaron dentro del tribunal, los murmullos por la sala igualmente callaban, pues toda opinión y declaración que rumoreaba no era comparable con lo que en verdad ocurría. Ninguno de los presentes era capaz de llamarlo un santo, sin embargo, su mente jugó en su contra para llevarlo a cometer un pecado imperdonable, del que nunca fue consciente. Algunas opiniones al respecto cambiaron, pero el público seguía estando dividido, al igual que la mente del juez que permanecía en silencio, ocultando el debate interno que tenía. Finalmente, este se levantaba listo para dar el veredicto, más su mirada parecía no ser capaz de centrarse en algo más que no fuera en conectarse con la del acusa
— Señor Miller… antes de dar mi veredicto…. debo preguntar esto por última vez…
¿Usted asesinó a su esposa?
La mirada del cuestionado se mantenía perdida, sus ojos perdían todo rastro de vida. Intentando procesar todo lo que su psiquiatra le había revelado de sí mismo que desconocía, y prefería nunca haber descubierto. Ahora sabia que se le acusaba de un asesinato que desconocía, pues a su percepción todo era diferente. Él la había salvado, y lo llaman secuestrador. Él era su salvador, y lo llamaban asesino. Intentaba convencerse de creer su propia historia, pero ahora en su cabeza una duda lo volvía imposible. ¿Acaso… su memoria lo engañaba?

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10 comentarios en «La memoria me engaña»

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