Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «uñas». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 21 de abril!
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Nunca imaginé lo que la vida me depararía, si me hubiesen dicho que mi vida se me escaparía en un instante me hubiese aferrado con uñas y dientes a ella y a la cruda realidad, dejando escapar los sueños para volar alto sin darme cuenta de que la caída iba a ser peor mientras me deslizaba por un vacío lleno de oscuridad.
Una mezcla de emociones se apoderaron de mí y caí rendida, me encontré en un lugar donde la soledad, el frío y el dolor eran constantes hasta poder alcanzar la paz.
La ambulancia y miles de personas estaban en el lugar donde un coche se salió de la carretera cayendo por un desfiladero. Yo me vi de cuerpo inerte desde allí arriba, pude ver a mis padres y familiares llorar. Mi insulsa realidad terminó ahí. Mis uñas estaban cubiertas de tierra, quizás la fuerza y las ansias por vivir hicieron que me aferrara a ella con intensidad. A lo lejos observé una luz cálida que me tranquilizó, mi tránsito había terminado, no estaba sola.
Ahora se abría un nuevo camino para mí y dejaría atrás aquella insulsa vida que me arrastró hacia la muerte.
Onicofagia. Ese es el nombre con el que se conoce a mi insano hábito de comerme las uñas. Si, yo, David Merlan lo sufro y lo llevo sufriendo décadas. Se podría decir aquello de: «Desde que tengo uso de razón», pero en mi caso podríamos ampliarlo diciendo aquello de «Desde que tengo dientes».
No es que mis dedos sean deformes ni mucho menos, pero mis uñas podían estar mejor, la verdad. ¿Orgulloso? ¡Para nada! No lo estoy, pero así es mi personalidad. Soy nervioso y la exteriorizó así, destrozándome los dedos. He probado de todo y mis padres también. Chantajes, productos químicos, de todo.
Recuerdo que mi padre, de pequeño en la época en la que aún se llevaba lo del vídeo me dijo:
«Si te dejas de comer las uñas un mes, te compro el vídeo» ¡Dicho y hecho!. Yo pensé que así mataba dos pájaros de un tiro. Por una parte por mi salud y por otra, el aliciente de tener el ansiado equipo reproductor de películas y videos musicales. Me duró dos meses. Si, dos meses. Mi padre el pobre me dijo años después que creía que si lo dejaba un mes, me cambiaría el chip y consiguiria dejarlo, pero no. ¿Qué pasó? Pues lo que pasó fue que una vez tuve el codiciado video en mis manos, los nervios hicieron el resto, ¡en serio! .
Es triste pero es así, y así sigo cuarenta años después dándole duro a las uñas. El caso es que tengo un desgaste de los dientes de tanto «triscar» con ellos que los tengo pulidos del todo (bruxismo) y claro, me ha dicho la dentista que en vez de tener dentadura de mi edad (51) parece que la tuviera de una persona de 75, y eso es un gran problema, ya que si vivo lo que suele durar mi familia, me veo comiendo purés con sesenta. . Es triste, pero es así.
Por otra parte, como os decía antes, también lo intentamos con la química y mi madre me había comprado una especie de esmalte transparente que se echaba en las uñas y sabía a rayos. MorderX se llamaba y… cómo os he adelantado antes, os podéis imaginar el resultado, ¿Verdad? Pues si, me podía más el ansia de comerlas, el vicio insano de meterlas en la boca, que el desagradable sabor del potingue aquel.
Después de no sé cuántos botes mi madre dió el caso perdido y dijo que hasta aquí había llegado. Que para que no pusiera de mi parte, entonces ella no hacía el esfuerzo ni tiraba más el dinero. Y así fue. Dejó de comprarmelo y yo, en mi más absoluta falta de responsabilidad volví a devorar las uñas como si no hubiese un mañana.
Tenéis que entenderme, además de tenerlas a mano, no es que supieran bien de repente, pero al menos no sabían a rayos. Llamarme inmaduro o yo qué sé, el caso es que cuando estoy nervioso, realmente nervioso, las machaco, pero cuando estoy tranquilo (de vacaciones por ejemplo), entonces les doy un respiro. Pero claro, el problema es que hay que trabajar y el estar sometidos a preocupaciones laborales hace aflorar mis nervios y eso dificulta estar tranquilo. Es complicado, os lo aseguro.
Para terminar, y a estas alturas pensaréis que además de todo lo anterior, comerse las uñas es una fuente de gérmenes y que podría agarrar cualquier cosa, y estáis en lo cierto, pero en mi caso, y lo digo por experiencia, pues no sé, algo debe de haberme pasado de tanto comerlas y a saber Dios qué más que vendría de regalo con ellas, porque debo de haberme inmunizado contra todo tipo de maleficio, ya que nunca he cogido nada serio. Quiero pensar al menos, que mi sistema inmunitario me ha agradecido todos estos años el comerme las uñas y los que queden por venir, aunque sinceramente preferiría no hacerlo.
En el primer cuarto del siglo pasado, no hubo en Estados Unidos un artista con más talento que Richard Upton Pickman, capaz de captar ese elemento esencial de la composición, que trasciende la propia vida y consigue despertar emociones en el espectador. Fuseli logra introducirnos en su mundo de pesadillas controladas por súcubos terribles; Simer es capaz de perturbar nuestros sueños con los universos alucinantes que recreó en sus lienzos; lo mismo ocurre con la obra de Gustavo Doré, su «Paraíso perdido» consigue que acompañemos a Lucifer en la caída a las profundidades del infierno, aunque sea por un instante. Pickman conocía la anatomía de lo dantesco y el origen del miedo: dominaba la técnica de líneas y proporciones que despiertan terrores atávicos y sabía dar a sus cuadros el sentido implícito de lo siniestro. Boston se rindió a la magia de sus pinceles y alrededor de su obra nació un fervor casi pagano de fieles, que fue el germen de lo que más tarde se denominaría el movimiento creepy.
Conocí a Pickman en el Art Club, en los inicios de su carrera, recién llegado de Salem, de donde era originario; su padre sigue viviendo en esa ciudad y hay quien dice que entre sus ancestros figura un tal Horace Norman Pickman, que murió en la horca en 1692, acusado de brujería en el marco de los procesos que se llevaron a cabo por aquellas fecha e hicieron a esa población tristemente famosa.
Siempre destacó por la expresividad que conseguía dar a las caras de sus monstruos, unos seres con facciones perrunas, dientes afilados como sables y uñas largas, auténticas garras, escamosas y cortantes como lascas de pedernal, hechas para descarnar los cadáveres que les servían de alimento.
—Son gules —informaba divertido a quienes se interesaban por la naturaleza de aquellas horrendas criaturas—, profanadores de tumbas, necrófagos medio humanos que hacen sus madrigueras en criptas abandonadas, pestilentes osarios y horadando túneles en el subsuelo de los cementerios.
La gente solía responder mostrando disgusto, pavor o repugnancia, cuando no absoluto rechazo por su obra pictórica. Yo trataba de disuadirle de aquella forma tan terriblemente descriptiva de referirse a sus creaciones, pero él gozaba viendo el efecto aterrador que provocaban sus palabras; era un perturbador nato.
—Sólo una mente corrompida y afiebrada como la tuya es capaz de imaginar engendros de esa clase —le solía oponer cuando discutíamos sobre ello. Pero él mantenía que nada de lo que reflejaban sus lienzos era producto de la imaginación y que siempre trabajaba con modelos reales.
Sea como fuere, su carácter fue cambiando con el paso del tiempo, se hizo más huraño, apenas salía de la casona gris y destartalada en que vivía, ubicada sobre una inhóspita colina, a cuyo pie discurría el Miskkatonic, a las afueras de Arkham, cerca de la carretera que une esa población con Newburyport. Dejó de exhibir su obra, a veces con gran alivio para las salas de exposiciones, pero no de pintar.
Lo visité por última vez en su lóbrego refugio, hallándolo acabado físicamente, demacrado, pálido; los ojos, febriles, hundidos en unas cuencas cadavéricas, refeljaban un horror desconocido, ancestral, cósmico, que parecía estar consumiéndolo. Me mostró la última creación salida de sus pinceles: «Demonio necrófago alimentándose». No pude resistir la visión terrible de aquel demonio de profunda mirada retadora, desgarrando con sus fauces la carroña putrefacta del cadáver que atenazaba entre sus quebradizas uñas de aspecto mineral. Le rogué que cubriera el lienzo, pero aún es el día de hoy que sigue agitando mis noches aquella escena de pesadilla. Salí de su casa con la sensación de haber traspasado un umbral satánico, del que mi mente jamás podría escapar. Nunca más volví a ver a Richard. Aquella noche desapareció del mundo de los vivos sin dejar rastro. La policía abrió una investigación que duró meses, pero no obtuvo resultado alguno, no apareció el cuerpo, ni había en la casa signos de alguna violencia, que pudieran dirigir las pesquisas de los agentes hacia la posibilidad de un crimen; sencillamente, Richard Upton Pickman se esfumó.
No había vuelto a pisar el asfalto de Arkham en casi dos décadas, hasta que recibí el encargo de Norman J. Sanders, patriarca de la familia más prestigiosa y acaudalada de la ciudad, de rehabilitar el mausoleo familiar, una de las joyas arquitectónicas del cementerio local, cuya obra escultórica gozaba de merecida notoriedad en el estado de Massachusetts.
Nunca olvidaré la tarde del 28 de marzo de 1939. La vieja cancela de hierro que daba acceso al panteón lloró cuando forcé sus goznes, como un funesto presagio de lo que luego iba a acontecer. Me recibió un pequeño salón circular de techo abovedado, en cuyas paredes de mármol se abrían media docena de hornacinas, que daban cobijo a otras tantas estatuas de bellísima factura, representando ángeles guardianes protectores de las almas que allí descansaban. Un arco flanqueado en sus laterales por sendas columnas de alabastro conducía al inicio de una escalera estrecha, que se adentraba en la oscura profundidad que sin duda conducía a la cripta. Ayudado por el foco de mi potente linterna, inicié un descenso que no fue fácil por culpa de la sustancia viscosa, fétida y resbaladiza, que como un sudor gélido impregnaba las paredes y la superficie de los escalones, haciéndolos terriblemente resbaladizos.
Calculo que la cueva estaría como unos diez o doce metros bajo tierra, horada en la pura roca, hacía un frío terrible y un hedor insoportable llenaba la estancia. Tres hileras de nichos, cada uno de ellos cerrado con una lápida identificativa, daban último cobijo a los muertos de la familia Sanders. Allí no había adornos de ninguna clase, tallas conmemorativas o algún tipo de monumento funerario que requiriese rehabilitación, por lo que me apresté a volver al salón superior, que era donde el magnate requería los servicios de mi arte. Ya me disponía a iniciar la ascensión, cuando un leve rumor llamó mi atención. Dirigí el foco de luz al punto donde se originaba el sonido y lo que vi me produjo tal impresión, que a punto estuve de sufrir un desvanecimiento. Un grupo de seis bestias con aspecto humanoide se disputaban los despojos de un cadáver. Era un cuerpo pequeño, con toda seguridad de un niño, y aquellos seres monstruosos hundían sus garras en el frágil cuerpecillo, arrancando jirones de carne putrefacta, que devoraban con ansiedad animal, en la que bullían colonias de blanquecinos gusanos de aspecto gomoso.
Sorprendidos por mi presencia, cesaron en el siniestro banquete y deslumbrados por el haz de luz de mi linterna, parecieron dudar unos segundos; luego, el que aparentaba liderar aquella espantosa jauría, se apoderó de los restos humanos y huyó hacia la oscuridad, seguido de cerca por el resto de la manada. Todos menos uno.
Las facciones angulosas de aquel ser repugnante tenían una superficial apariencia humana, sus ojos, enrojecidos y sórdidos, me observaban fijamente y aquella mirada, aunque parezca una locura, tenía en mí un efecto extraño, como un déjà vu siniestro que retornaba a mí desde algún oscuro sedimento de mi memoria. El engendro dio unos pasos en mi dirección, hasta quedar a una distancia tan próxima, que tuve una consciencia lacerante de su ominosa realidad; en ese instante lo reconocí. Era el despojo horripilante, la abominable representación demoníaca, los restos casi humanos sobrevivientes, de quien un día fuera el máximo exponente cultural de la sociedad bostoniana, el más grande artista nacido en la turbadora ciudad de Salem, el genio demente, que sucumbió en el vórtice delirante que le proporcionaba inspiración; el que cruzó la barrera de lo humano para integrarse en el mundo execrable de los gules: mi amigo Richard Upton Pickman.
Nunca supe cómo logré salir de aquella cripta, los guardas del cementerio me encontraron, durante su ronda nocturna, fuera del mausoleo, desvanecido y con síntomas de hipotermia. Pasé varias semanas internado en la unidad de siquiatría del Hospital General de Massachusetts. Me cuentan que en mi delirio no dejaba de prevenir a todo el mundo sobre la presencia de un demonio necrófago, que me acechaba desde el fondo de la habitación. Allí sigue, anidando en mis pesadillas hasta que me libere de esta tortura el dulce consuelo de la muerte.
NOTA.: Los personajes y escenarios descritos en este cuento pertenecen al imaginario del gran maestro de la literatura de terror, H. P. Lovecraft. Mi intención ha sido expresar de este modo, humilde, mi agradecimiento a quien llenó tantas y tantas horas de mis primeras lecturas juveniles. (Howard Phillips Lovecraft, Providence, 20 de agosto de 1890, 15 de marzo de 1937)
Alicia había heredado del clan familiar el Hostal Las Naranjas, un negocio que desde hacía un par de años iba de mal en peor, y a la que encargaron mantenerlo en cuanto fuera posible o si no cerrar. Y estuvo tentada de echarlo a perder, de no ser por este recuerdo que guardaba de niña. Había visitado después de una boda la cámara nupcial con sus cortinajes inmaculados y las toallas bordadas y le pareció un desatino no ser ella la protagonista de una noche tan particular. Conocía además el Hostal tan bien como una se conoce a sí misma. Había experimentado el miedo que producen los cuartos oscuros, la alegría de las balconadas, el esplendor de las galerías y lo suntuoso del salón de reuniones. Toda esta pléyade de excelencias no se podía echar a perder. Lo defendería con uñas y dientes.
Ella misma se encargó de todo. Adecentó la recepción, colocó un luminoso en la entrada, pintó la mitad de las habitaciones y modificó los precios, ofreciendo mejor servicio para espantar a los que hasta entonces eran sus clientes habituales, gentes de poco oficio y empleados de poca monta, seguratas de discoteca, animadores, paseadores de mascotas, inspectores coches y el señor Antonio, jubilado de vareador de colchones. Y para que ninguno se llevara a engaño, colocó un gran cartel en la recepción AQUÍ SE COBRA POR ANTICIPADO.
—¡Cómo se las gasta la dueña! —Fue un comentario general.
Pero aquellos siguieron a su bola y no se dieron por enterados. Allí se presentaban cada dos por tres, eso sí pagando y elogiando la belleza de Alicia. Porque seguía soltera y todos, menos el señor Antonio, abrigaban alguna esperanza. Un día lo echaron a suertes porque nadie se atrevía a ser el primero en proponerla para matrimonio. ¡Con lo fácil que era enamorarse de ella! Hasta se lo escribieron en verso. !Qué color de ojos, qué atractivo, qué cabellos que obnubilaban al sol! Se lo escribían, aun cuando por bajinis ponderaban otros atributos que no quedaría bien traducir.
Serían las siete de la mañana de un día de enero cuando Alicia encendió el luminoso y se asomó a la calle. Nevaba, de los canalones pendían chupiteles y hacía una ventisca endiablada. Se recogió el pelo que el viento había descompuesto y volvió a cerrar. Alguien golpeaba en los cristales
—Buenos días. ¿Queda libre un cuarto? Vengo de lejos y necesito dormir.
Alicia se quedó como la mañana helada. Se envolvió la manos en el delantal no fuera a fijarse en sus dedos deformes y diera media vuelta y entonces adiós, y tosió nerviosa e hizo algunos visajes, y tartamudeando le respondió que sí, que había un cuarto vacío, el mejor de todos.
—Entre ya, que ahí fuera se congela el aliento.
La siguió hasta el mostrador de la recepción, apoyó sobre él los codos y no la perdió vista mientras registraba en el tablero de llaves. Aquella mujer poseía un encanto especial.
—Vaya, vaya a dormir. Basta con que entregue el DNI, ya firmará más tarde la hoja de registro.
Y entregó el carné y a ella se le fue la vista porque en la vida había tenido tan cerca unas manos como aquellas, unos dedos tan largos y finos y unas uñas tan sonrosadas, uniformes, lujosas y enteras. Las comparó con las suyas deformes y rotas y sus dedos toscos y sus pulpejos bastos. Y a punto estuvo de echarse a llorar al acordarse de la habitación de bodas y las toallas bordadas.
—La llave carece de numeración —dijo él.
Alicia enmudeció. Y entonces le miró como si fuera un ser de otro mundo, —en nada semejante a sus clientes, al paseador de mascotas, autor del ultimo pareado
Alicia, mi diosa, contigo sueño, por ti respiro, no,no, suspiro,
Si me quisieras te haría, como Cleopatra, reina del Nilo—
porque le comparó con un aparecido o un ángel con pantalones, porque en eso sí se fijó.
—La 229 —dijo aturullada— ¿no le apetecería un café?
Se sentaron frente a frente, ella con las manos envueltas en el delantal como siempre y él observando. Hacía tiempo que no tenía tan cerca un rostro tan bello. Si se lo explicara, si se aventurara por fin a decirle que le gustaba y que el corazón le había dado un buen revolcón… Pero no, no se atrevió. Encareció únicamente la ocurrencia de invitarle al café.
—¿Sabe? Desconozco la mano que tiene, pero el café está para chuparse los dedos.
Cada mañana, los cinco esperábamos expectantes la llegada de Patricia, la jefa del departamento. En cuanto lo hacía, diez pupilas iban directas a las uñas postizas de sus manos.
Si eran de color rosa con un sol, significaban que la jefa estaba de buen humor y teníamos por delante una jornada agradable y tranquila.
Si las uñas eran de color verde con una franja roja por la mitad, ese día no venía animada, pero tampoco decaída. Ni fu ni fa.
Las de color azul con gotitas de lluvia de color blanco indicaban que estaba melancólica. Esos días era la última en irse.
Si traía puestas las de color negro, mal asunto. Estaba susceptible, exigente, negativa. Ese día no estaba el horno para bollos. Afortunadamente, no tenía muchos días de estos.
Las uñas de la jefa eran nuestro mapa, nuestro brújula, nuestra fórmula infalible para saber lo que nos deparaban las horas siguientes. Por eso nos desconcertó la mañana que la vimos llegar sin uñas. Con el rostro musitó un inaudible buenos días y se dirigió a su despacho. En cuanto cerró la puerta nos miramos todos en escamado silencio. Era la primera vez que nos enfrentábamos a esa situación.
Unos diez minutos más tarde salió con una bolsa y se dirigió hacia la puerta. Antes de abrirla se giró, y conteniendo las lágrimas, dijo: “No tardará en llegar vuestro nuevo jefe. Habéis sido un buen equipo. Os agradezco vuestra profesionalidad… espero que tengáis mejor suerte que yo. Adiós»
Abrió la puerta y se marchó ante nuestros atónitos ojos.
Un mes más tarde me dirigía con prisa a una cita, cuando la vi sentada en una terraza, hablando con una mujer. Me fijé en sus uñas. Llevaba las de color rosa con un sol.
Con uñas y dientes guardaban defendían los propietarios del baúl sus mercancías, entre llaves y cerrojos, junto con los sueños e ilusiones. Sus tesoros estaban ahí. No había más lugares donde guardar los sueños junto con las cosas realmente importantes para cada cual.
Unas manos finas entrelazadas nos enseñaban las uñas muy bien marcadas y pintadas a mano, dedos super largos estilizados símbolo de belleza y nobleza.
Todo bien grabado, marcado en la madera de roble a relieve en el círculo impreso, justo en el centro del baúl, bajo el candado.
Era un viejo baúl lleno de sueños e imaginaciones de tantas vidas y sus recorridos. Era el baúl de los sueños y las aspiraciones, donde guardaban cada uno lo más querido, todo cuanto necesitaban resguardar.
Emociones, recuerdos vividos, donde se adentraba los enseres más necesitados, la gente a defender lo suyo, la necesidad que cubre y lástima a los seres vivos. Guardaban los intereses de cada cual, lo más valioso de sus vidas, de cada propietario.
Dentro parecía forrado de un terciopelo rojo ajado. El esplendor de una época pasada se podía imaginar. Un destino de gran prosperidad. Solo al abrirlo se escapaba la música de la fantasía y los sueños que portaba cada cual día a día. Al abrirlo la imaginación volaba.
Tenía muchas marcas de haber conocido distintos mundos y muchos dueños también muchas miradas falsas.
El baúl representaba en cada uno de sus dueños, como las uñas protegen los finos dedos de golpes y daños a los huesos y terminaciones nerviosas, así protege el baúl de los miedos y golpes de la vida, guardando las cosas más valiosas tras las maderas. Cómo guardan las uñas las terminaciones nerviosas tras la carne, protegiendo los huesos de golpes y daños.
Dependiendo de la necesidad del almirante que lo tuvo décadas viajando entre sus múltiples barcos, a veces llevaba vino, a veces cartas, una brújula y muchos deseos, hasta uñas de gatos y demás dulces guardaba.
En una fuerte tormenta estuvo flotando a la deriva durante siete días por el mar, con un pequeño muchacho de polizón, en su interior, hasta acabar en una isla de la Polinesia, la costa más cercana. El chaval se escondió allí en el baúl para pasar el miedo, tras el temporal y se fue comiendo todas las provisiones que en él guardó para la tripulación el almirante del barco. Dejó sus marcas en el intento de escapar, sobrevivir.
Era grande, espacioso, debajo de la tapa había jirones de unas manos, marcas por ser arañado. Faltaba material y se podían entrever los trozos pequeños de uñas incrustadas, rotas y clavadas, en un intento desesperado. El terciopelo, el rojo se volvió rosa lacerado, desteñido, añil y gastado .Tenía verdaderos tirones arrancados a trozos como si de una cuestión de supervivencia se tratara, como si la vida le fuera en cada arañazo y la vida entre tirones quedó atrapada. El chaval muerto entre arañazos.
Conservaban tantos recuerdos las viejas maderas agrietadas. Dicen que marchó a América y volvió varias veces cargado de oro y joyas de una reina destronada que se comía las uñas cuando tardaba en verlo y cuando volvía su baúl del alma, lo acariciaba. Hasta que un día le crecieron uñas de los ojos y fue perdiendo la vista y la mirada poco a poco.
Sus maderas eran el presente de un pasado gastado, ya no brillaban los tiradores, ni parte del cerrojo. Ya todo estaba oxidado, ajado, pasado. Más las uñas de las manos grabadas mantienen su color cómo recién pintadas.
Se escaparon los sueños de muchas vidas. Un mal día, la madera se volvió oscura, mate y se agrieto, como una flor pasada ya de fecha, se secó, como la canción que oyó tantas veces cantar en el escenario.
El baúl fue muy prolífico, también estuvo un tiempo con los menesteres de una cantante.
Cuando era de una diva estaba de uñas cargado, esperaba ser abierto rápidamente para un cambio de traje, un cambio de uñas postizas o de zapatos. Viajó por todas partes del mundo, subió a los más grandes escenarios, donde guardaba en una pequeña caja sus uñas de porcelana perfectamente preparadas para ponerlas en cualquier actuación, cualquier instante que necesitará seguridad. Decía «Que con las uñas sentía pasión y fortaleza» Mantenía uñas de cerámica de todos los colores y tamaños, una gran colección de uñas pintadas a mano, con múltiples formas y medidas.
También guardaba un talismán con uñas de brujas cosidas a una cadena con pelos de gato.
Las maderas silenciosas de antaño ahora crujen cada vez que se abre, los sueños ya se pasaron, desaparecieron, se escaparon una tarde de invierno.
El baúl fue un litigio de muchos dueños, muchas miradas envidiosas, lo querían, tenía arañazos por todos lados y cicatrices de haberlo intentado abrir. Sin embargo, los cierres estaban sanos, las bisagras también. Todavía mantenía la fortaleza de lo hecho a mano a conciencia y todo quedaba en eso, sólo marcas y arañazos de tantos como quisieron romperlo, abrirlo en falso a porrazos.
La ambición venenosa, las cosas de los demás, nos atraen, queremos tenerlas para nosotros.
Dicen que hasta esclavos transportó en épocas de hambre, escondiendolos para su libertad. A veces los sueños se mezclan con la sangre, los deseos con las ilusiones. Las risas con las lágrimas. Dependiendo de la necesidad estuvo décadas viajando entre sus múltiples dueños.
El viejo baúl tenía la propiedad de atraer a la gente, que lo miraban con ojos de asombro e intriga. La eterna curiosidad que desborda la imaginación pensando ¿que tendría dentro? era mágica.
La pintura de esas uñas y largos dedos de la mano que mantenía grabadas ya se agrietaron, se rajaron, perdieron todo el brillo y color. La protección desapareció junto a la fortaleza.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Rosario.
Te han crecido tanto las uñas de los pies que pareces un ave rapaz, haz el favor de ir a por el cortauñas, ¿o también te las tengo que cortar yo?
Eulogio.
¡Ay, Rosarito! Déjame ya en paz. No me las pienso cortar, si tanto te molestan ve tú misma a por el cortauñas y me las cortas.
A mí me da mucha pereza.
Rosario.
¡Ay que ver lo vago que eres Eulo! Cuando te conocí no parecías tan inútil, yo creo que te aprovechas de mi buena fé.
Eulogio.
Cuando me conociste era joven y por cierto tú no eras tan pesada.
Rosario.
Pesada me llama encima el tío, que vayas de facto a por el cortauñas que por las noches me rozas con los pies y me arañas, leches.
Te deben de doler y todo de lo largas que las tienes.
De inmediato Eulogio fue en un santiamén a por el cortauñas viendo que el enfado de Rosario fue en aumento.
Eulogio.
¿Ves? Estoy ya tan viejo que no tengo flexibilidad para llegar…
Rosario.
¡Traé anda! No me puedo creer que con cuarenta años como tienes seas tan inoperante para todo.
¡Que gran favor le hice a tu madre!
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
FEMME FATALE
No sabría explicar lo que vi en esa mujer. Puede que la voluptuosidad de las formas que definían su cuerpo, quizá la lujuria que emanaba por cada uno de sus poros, o acaso la intensidad con la que el verde de sus ojos me fulminaba a cada momento. Eso no importa. El hecho innegable es que me cautivó de manera instantánea. Precisamente a mí, que me las daba de tipo duro.
Y es que París tiene esa magia que destilan las viejas películas en blanco y negro. Ese algo especial y bohemio que flota en sus calles y que te envuelve mientras paseas bajo la intensidad de la luna llena. Sé lo que pensarán, pero no. No es ninguna maldita tontería de enamorados. Yo he llegado a sentir realmente todo eso estando junto a ella. La electricidad recorriendo mi espalda, un súbito escalofrío erizar cada centímetro de mi piel y esa aceleración cardiaca que pocas mujeres son capaces de provocar. Eso fue, básicamente, lo que ocurrió aquel doce de noviembre en el que desafiamos con nuestros besos la fría humedad del Sena al atravesar la ciudad de la luz, entrelazados bajo la vieja torre de acero. La noche en que nos hicimos amantes.
Desde entonces he sido incapaz de desprenderme del magnetismo que me mantiene pegado a ella. Poco a poco me ha absorbido, ha devorado mi razón y me ha llevado de forma vertiginosa a la fatalidad. Era inevitable. Siempre he tenido una predisposición hipnótica y absoluta hacia el verde. El mismo tono de su vestido, el llamativo color clorofila con el que viste sus uñas. Pero, sobre todo, verde es el fascinante fulgor con el que brillan sus ojos.
Esta noche he conocido su mayor secreto. Desearía no haberlo hecho, pero ahora ya no cabe el arrepentimiento. He descubierto, para mi desgracia, que aquella dama de refinadas formas es en realidad un animal insaciable. No solo en la cama. Tras su mirada felina se esconde una bestia, un instinto que no conoce límites. Mientras me abraza, ha comenzado a clavar sus uñas verdes sobre mi espalda. No ha podido evitarlo. En un abrir y cerrar de ojos se ha dejado caer sobre mí, como un depredador se abalanza sobre su presa, devorándome en saliva, hundiendo ferozmente sus garras, como navajas, una y otra vez hasta dejarme exhausto, inmóvil, con los ojos en blanco y luciendo esta extraña y desfigurada sonrisa. Todo cuanto queda de mí ahora es un bonito cadáver desnudo sobre las sábanas de raso, iluminado por el parpadeo intermitente del neón de la calle. Mientras tanto, ella me observa, jadeando y relamiendo sus uñas que gotean de rojo. Vestida de verde, como una enorme mantis religiosa.
MANUELA CÁMARA
LEONA
Hace algunos años, mi vida era totalmente diferente.
Era una joven insegura, tímida y llena de miedos. Mi madre siempre había supervisado lo corto en las faldas, los jerséis largos que tapara el trasero, los zapatos planos para que nadie me viera provocativa. Cuando tenía quince años, mi novio comenzó a ejercer ese mismo control sobre mí. Al principio eran solo pequeñas cosas con las cuales mis padres estaban siempre de acuerdo, una ligera crítica a mi forma de vestir, o de hablar, pero pronto escaló a niveles más peligrosos, llegando a prohibirme que saliera con amigas o que estudiara sola en la biblioteca.
Un día, por una pelea absurda porque decía que el camarero me ponía ojitos, tras salir de la cafetería, él agarró mi brazo con tanta fuerza que sentí que iba a dejarme marcas o a darme una bofetada . Luego, me aferró la mano con la misma presión y me dijo que me iba a sacar las uñas una por una si alguna vez intentaba abandonarlo.
Desde ese instante, las uñas fueron mi talón de Aquiles, las corté al máximo, deje de pintármelas, empecé a esconder las manos en los bolsillos de pantalones y faldas y a nada que parecía llegar el invierno empezaba a usar guantes.
Dos años después, apoyada por mi abuela, tuve el coraje de romper con él y comenzar una nueva vida junto con la carrera en el otro extremo del país, pero continuaba escondiendo las manos y las uñas. Cuando me encontraba sola les prestaba la máxima atención. A veces me parecía que estaban más pálidas y ya sentía que tenía anemia en el cuerpo; otras veces las percibía azuladas y las atribuía a una falta de oxígeno que hasta me hacía sentir que me faltaba la respiración; si se me astillaba alguna, ya pensaba que tenía una disfunción en el tiroides.. No me advertía estigmatizada, pero sin saberlo estaba atrapada en mi pasado y una parte de mí era incapaz de avanzar.
Entonces conocí a alguien que cambiaría mi perspectiva del mundo. Una compañera de carrera, inteligente, ágil, increíblemente segura de sí misma, llevaba las uñas largas con unos dibujos desconcertantes. Yo no podía dejar de observarla. Ella me enseñó que las uñas es una forma de expresar la personalidad y las ideas, de mostrarle al mundo quién eres. Con paciencia me hizo ver que no tenía que esconderme de nadie y que podía ser quien yo quisiera, eso sí, aprendiendo de mi experiencia.
Comencé a dejarme las uñas un poquito largas, pero no me atrevía a usar esmaltes, por más que ella me regaló un par de pinturas. Un día pidió cita en el manicurista para las dos. La chica me las pinto de un bonito rosa añadiendo una generosa capa de gel. Me dibujó en ambas manos un ave volando. No sé describir la emoción que sentí, pero tras esa nueva visión de mí misma, estaba dejando atrás, por fin, a mi ex novio y mi antigua vida. Me sentía más segura y un poquito más poderosa.
Un día regresando de la universidad, en plena calle al anochecer, un extraño me agarró fuerte el brazo intentando robarme la bolsa que llevaba colgada. En ese momento recordé a mi ex y las palabras de mi amiga afloraron como un rayo del inconsciente «Saca las uñas, no dejes que te hagan daño». Así que, me defendí. Me tiré a la cara del ladrón con mis uñas largas y afiladas, arañándolo sin compasión, como si una leona luchara por defender su territorio o una osa estuviera trepando por un árbol. Este corrió asustado. Y yo me quedé paralizada, sorprendida por mi desconocida valentía.
Ese día me di cuenta, que mis uñas no eran solo una expresión de mi interior, una forma de encontrarme mejor conmigo misma o una herramienta defensiva. Mis uñas me habían proporcionado la fuerza de ir superando mis miedos y mi pasado y cuidarlas, ahora era una forma de quererme y valorarme. Y así continúo, las uñas siempre listas para afrontar cualquier desafío en el que tenga que superarme.
CESAR BORT
―No pasaré po alto tacaña alflenta.
Los miembros del castin se miraron con cara de circunstancias. Fue Aurora, la guionista buenina con gafas enormes de pasta, la que dijo:
―La dicción justea, pero el tío está buenorro.
―Además, viene recomendado ―apuntó, sin tapujos ni vergüenza, Julián.
Aurora se subió las gafas con un gesto habituado y pasó unas cuantas páginas del guion.
―No tiene mucho diálogo… ―aseguró―, pero los pectorales sí que los enseña bastante ―sonrió con lascivia.
―¿Qué ta lo hecho? ―preguntó el actor sin ponerse la camisa.
Aurora y Julián levantaron el pulgar. El autor de la novela, que iban a pasar a la gran pantalla, experimentaba sudores fríos, sentado en la última fila del auditorio.
―¿Podrías interpretar otra escena? ―preguntó Aurora.
―Po claro ―sonrió el actor pasándose una mano por el pelazo.
―Página 352 ―dijo Julián.
El actor leyó el texto, quiso sacarse la camisa, pero ya no la llevaba, respiró hondo para meterse en situación, puso la espada de atrezo en ristre, sacó pecho y declamó:
―¡No uñas, cobalde!
MARY CORREA
Doña Paquita
Doñá Paquita tenía unos cincuenta y tantos, viuda desde hacía años era madre y padre de su hijo al que adoraba. Cuando su marido murió, doña Paquita comenzó a lavar ropa para los vecinos , nadie le decía que no, siempre había algo para lavar. En las mañanas salía y recorría el pueblo casa por casa en su vieja bicicleta, todos la recibían con una sonrisa, -buen día doña Paquita como está?- a lo que ella contestaba -bien, gracias ¿tiene algo para lavar hoy?-. Doña Paquita ponía la ropa que le daban sus vecinos en un improvisado canasto hecho con una cesta de mimbre – hasta luego- se despedía y se iba tarareando alguna canción. Al llegar a la casa comenzaba el lavado no creas que era fácil, dirás es encender una máquina y ya está, no,no doña Paquita lavaba la ropa de sus vecinos a mano en una pileta, no había invierno por más frío que fuese que la detuviera , pero algo sucedió que doña Paquita ya no a vuelto a buscar ropa para lavar, hace algun tiempo , que su hijo quien gracias a su gran esfuerzo se había recibido de médico, le había traído de regalo un ramo de rosas y un bonito vestido y le dijo -deja esa pileta, no es necesario que sigas lavando para los vecinos, yo te cuidare como tú te lo mereces y ponte bonita que vamos a ir a cenar a lo de Don Pepe-. Doña Paquita miró sus manos cansada de lavar la ropa, se subió a la bicicleta y fue a la peluquería de Felicia -hola doña Paquita ha venido a buscar la ropa para lavar?- pregunto Felicia a lo que doña Paquita contesto – no, he venido para que me pongas bonita, porque saldré a cenar, con mi hijo el doctor. -Venga, venga y siéntese aquí. Después de un par de horas, como por arte de magia en el espejo de la peluquería el rostro cansado de Paquita había desaparecido tras maquillaje y un bonito peinado, Paquita se miró sus manos de uñas muy, pero muy cortas no se preocupe, eso tiene solución, cuando Felicia terminó con sus manos , doña Paquita estaba sorprendida tenía las uñas pintadas y tan largas como jamás la tuvo. Ya en su casa esperando a su hijo, no dejaba de verse en el espejo,pero mírame si hasta linda estoy, se decía a sí misma y no dejaba de ver sus uñas largas recién pintadas. Cuando llegaron al restaurante de don Pepe, se la vio a doña Paquita orgullosa entrar aferrada al brazo de su hijo, el doctor. Y sabes que desde ese día se extrañan las visitas de doña Paquita y las canciones que tarareaba mientras iba en su bicicleta con el canasto lleno de ropa para lavar por las calles del pueblo.
NEUS SINTES
Rita se limaba sus uñas largas y afiladas, mientras pensaba maliciosa, en aquello que tanto tiempo había estado planeando. Saboreaba cada pensamiento, cada estrategia como quien intenta derrotar a alguien, para ganar de esta forma la venganza tan ansiada. ¿conseguiría llevarla a cabo?.
Hacía unos años que se había ido a vivir en las cumbres de las altas montañas. Las que la conocieron no volvieron a saber de ella nunca más. Dejó de ser la Marga sonriente y complaciente que todos conocieron para convertirse en Rita, en una loba solitaria con pensamientos oscuros que pronto fue almacenando en su frío corazón.
En esta noche mágica, donde todo el mundo sale a las calles, para celebrar la Festividad de Halloween. La noche de los No muertos. La venganza estaba cerca. El que le había traicionado sería vengado. Se mezcló entre el gentío, donde se mezcló entre mujeres y niños, disfrazados de brujas, hechiceras y seres de la noche, como Condes Drácula, diablos y diablas. Una infinidad de personajes ficticios, que algunos les venía ni pintado.
Acostumbrada a vivir entre la oscuridad, sus ojos se adaptaron al gentío y aunque Rita pudiera pasar por una hechicera o una bruja por su vestimenta, le facilitaba las cosas. Descubrió rostros conocidos, niños jugando a truco o trato, que reconoció como los hijos de su vecina.. Ahora solo faltaba encontrar al mismísimo diablo en persona, con o sin su disfraz, para ella el era su objetivo. En sus manos un frasco verde llevaba como refresco, que hacía vender a todo aquel que se acercara como chuchería. Pero uno en especial iba dirigido al Diablo con el que se topó de bruces y que con una sonrisa maliciosa le ofreció de beber.
A los pocos minutos unos temblores dieron al hombre un ataque de corazón. Al principio la gente se creía que el hombre hacía el zombi o lo hacía para asustar e impresionar a los demás. Rita se acercó y en cuclillas le dijo al oído
__¿Me recuerdas ahora, cielo?.
El hombre intento decir algo pero solo pudo ver a la mujer que creía muerta
CANDELA PUNTO
SOTANA ROSA
Nací en 1926 para cumplir a la perfección, con los designios de mi familia, ser cura. El deseo ferviente de ellos, siempre se alejó bastante de los míos como persona. Sentía mi alma atrapada en un envoltorio que nunca me gustó. Hasta enloquecer, odié el cuerpo de hombre con el que el Señor me trajo al mundo, por el contrario… Desde niño, en secreto y a oscuras, me engalanaba a modo de princesa con los vestidos de mi madre y giraba los hombros delante del espejo para ver cómo me quedaban. Siempre soñé con zurcirlos aquí y allá para que me quedasen anchos de rodillas y estrechos de cintura.
El maquillaje no podía tocarlo, pero los domingos después de misa y encerrado en el granero, revestía mis uñas con pétalos de rosas y margaritas, recogidas del invernadero. En mi adolescencia solía imaginarme caminando por la calle y moviendo las caderas mientras de reojo, miraba a los guapos y apuestos jóvenes que me lanzaban palabras bonitas, por doquier. También formaron parte de mis fantasías, el tener unos bonitos senos redondeados y una vagina, en vez de aquella cosa colgante, que me acompañó siempre a cualquier parte.
La obra de Dios, se vio culminada, al ingresar, preso de mí, en el seminario, siguiendo los designios familiares. Años de provocación y flagelo ante los cuerpos desnudos de tantos hombres en las duchas, después del entrenamiento que no pude tocar…, la frustración y mal carácter llegó a mi vida. Siempre recordaré a Tomás, descalzando sus pies y corriendo hasta la ducha.
Al finalizar el seminario, debido a las influencias de mi familia, me asignaron la Antigua Catedral de San Patricio, llegando a mis oídos, a través de una feligresa indignada, un rumor que ocupó la primera página del New York Daily News, a finales de 1952. La noticia narraba la historia de George William Jorgensen Jr. Qué, a través de la primera operación de cambio de sexo que se realizó en Estados Unidos, se convirtió en Christine Jorgensen.
A punto de jubilarme, cierro la Catedral los domingos por la noche, tras la misa. Me encierro en la sacristía y delante del espejo, muevo mis caderas con una sotana rosa y con volantes, pensando que le digo a Christine…
Puedo y lo deseo…, vivo por ti. Sueño cada noche vistiendo tu camisón de seda mientras me pinto las uñas.
ANTONICUS EFE
La bruja del río se regodeaba de satisfacción. Otro incauto más que había caído en sus redes.
El sol se ocultaba por el oeste, pues era equinoccio y como es bien sabido, solamente en los equinoccios sale el sol por el este y se pone por el oeste, a pesar de lo que nos contaban de niños. Que el sol se ocultase por el oeste o no, en realidad, no tendría importancia, si no fuese porque era cuando únicamente la bruja del río era vulnerable. El incauto en cuestión había venido atraído por su belleza presumiendo de que sería inmune a sus encantos, pero como tantos otros había sucumbido y ahora era esclavo de sus deseos. Había dejado mujer e hija atrás deslumbrado por la promesa de que sería inmortal si lograba dominar a la bruja del río sin caer presa del deseo voraz. Para ella solo había sido otro juego más, otra mosca revoltosa atrapada en su eterna red de desamor.
Lo había seducido a las primeras de cambio, lo había usado y lo había echado de su lado como quien escupe un hueso de aceituna, y el pobre no se había ni enterado siquiera. Pero esta vez iba a ser diferente: la mujer del incauto conocía la canción, esa canción que se creía olvidada y que cantada en cualquiera de los equinoccios traería la perdición de la bruja.
Bajo tus ojos traicioneros
sucumben los hombres,
volviéndose piltrafas
de reproches lastimeros.
Ay, ay, ay, pero yo se
de quién te puede arrebatar
tu pérfido corazón
y tu alma vaciar.
Yo invoco al hombre hueco
a que cumpla su misión,
librándonos de tu mal
con esta su canción.
La bruja del río sintió un escalofrío como no había sentido nunca al empezar a paralizarsele el cuerpo. Era incapaz de discernir que le estaba pasando, hasta que lo vio ante sí. El hombre hueco avanzó lentamente hacía ella y la obligó a abrir la boca, introduciéndose en ella a continuación. Los gritos mezcla de dolor y de horror llegaban hasta la aldea, sin que nadie hiciese ademán de averiguar que sucedía. Con las primeras luces del día una comitiva salio en dirección a la cabaña de la bruja del río, sabían que de día no los podía hechizar, al llegar y abrir la puerta vieron toda la cabaña revuelta y un puñado de uñas apiladas en la cama..
-Ya no hará mal a nadie – dijo un hombre de mediana edad, que parecía hacer de jefe.
-¿Y como lo sabes? – preguntó un jovenzuelo que los acompañaba.
-Porque ha sido víctima del hombre hueco, primero se introduce dentro de ti y desde dentro te va devorando lentamente: primero el alma y luego todo el cuerpo. Lo único que queda sin comerse son las uñas.
EFRAÍN DÍAZ
La ciudad ardía en llamas. La población se había volcado en las calles en un intento de sacar al presidente de turno. La ola destructora arrasaba con todo lo que podía, automóviles, vitrinas, vidrieras, todo. Nada sobrevivía a la salvaje marea de destrucción de aquella horda de ciudadanos molestos.
Mientras, los servicios de inteligencia trabajaban a todo vapor. Necesitaban identificar a los cabecillas, a los responsables de las protestas para poder aplacar las mismas.
El Capitán trabajaba en su despacho cuando llegó un sargento con varios detenidos. El sargento le dio la lista al Capitán y éste comenzó a leerla con detenimiento. De repente, su dedo índice se posó en un nombre en particular.
-Víctor Matos, recuerdo a Victor Matos de mis años escolares. Llévalo al cuarto de interrogatorios y llénale la ficha. Quiero saber todo sobre él.
-A la orden mi Capitán.
Esposado de manos y piés, Víctor Matos fue conducido a empujones al cuarto de interrogatorios. Su ficha le fue llenada y fue esposado a los brazos de la silla.
El Capitán fue avisado que el detenido estaba listo para interrogatorio. Al leer la ficha, comprobó sus sospechas. El Víctor Matos que estaba detenido era el Víctor Matos de sus años escolares.
El Capitán entró al cuarto de interrogatorios, puso un bulto de herramientas sobre el escritorio y pausadamente se sentó.
-Buenas noches Víctor.
-¿Acaso nos conocemos?
-Hagamos memoria Víctor. En la escuela elemental e intermedia yo era el objeto de tus burlas y acoso. ¿Recuerdas cómo me quitabas la comida en el recreo? ¿Cómo rompías mis lápices? ¿Recuerdas cómo me ridiculizabas frente a los demás? Yo nunca pude olvidarlo, Víctor. Pero como ves, el mundo sigue girando, la vida da vueltas y hoy soy yo el que está en la bola de arriba, Víctor. La vida no se queda con nada de nadie, Víctor. No sabes cuánto esperé este momento.
-¿Francisco?
-Capitán Martínez para ti, Victor, a ver, respetemos los rangos, que llegar aquí no ha sido nada fácil.
-Cuánto has cambiado!
-Si, mucho. Ya no soy aquél niño escuálido y debilucho del que solías abusar, Victor. A ver, ¿qué hacías en las protestas?
-Nada, nada, te juro que no tengo nada que ver con las protestas- dijo Víctor muy asustado.
-Todos dicen lo mismo Víctor. Todos protestan hasta que llegan aquí, entonces nadie tuvo nada que ver. Los que protestan son fantasmas inventados por nosotros para joder, Víctor. Nadie hizo nada, Víctor. Pero no te preocupes, viejo amigo, la noche es joven y tenemos mucho de que hablar. Y te juro que vas a hablar.
El Capitán se volteó y abrió el bulto que estaba sobre su escritorio. Comenzó a hurgar en el mismo hasta que sacó unas viejas tenazas de hierro.
-A ver, mi querido Victor, a ver como están de duras tus uñas mientras te decides a hablar.
Víctor se orinó del miedo y comenzó a sollozar.
-Veo que ya no eres tan valiente, Víctor- le dijo el Capitán en forma burlona.
Víctor intentó sacar la mano del brazo de la silla, pero su intento fue en vano. Entonces comenzó a rogar por su vida.
-No voy a matarte Víctor, sería hacerte un favor. Hables o no hables, no importa. Voy a removerte uña por uña hasta sacarlas todas. Es mi pequeña venganza, Víctor.
Al minuto se escuchó un grito desgarrador en toda la dependencia. Los guardias rieron. El Capitán había comenzado a interrogar.
GRACIELA PELLAZA
Le faltaban dos uñas, las del índice y el anular, en su mano derecha ensangrentada. Tal vez con la diestra quiso defenderse.. Supongo..Yo.. Que sé poco y nada.
Así la encontré entre los matorrales altos. No la toqué siquiera; estaba embarrada y la cara de lado como mirando hacia el pueblo. Quizás esperaba el ruido de unos pasos, un grito, una corrida, una estrella que la iluminara. Con los ojos abiertos murió esperando.
La Laika la olfateó unos segundos, como caricia, la rodeó como esperando que se levantara. Tenía medio cuerpo desnudo, la ropa de un solo lado enganchada, un hilo de sangre en la nariz y una hematoma como collar, en su cuello.
Era de trapo..de trapo viejo, como si la hubieran arrojado al basural desarmada y sin huesos; húmeda de rocío, como las flores silvestres que la flanqueaban, con su pubis joven mirando el cielo.
Tenía todas las hojas doradas del lapacho, como cosidas en el pelo bien negro. Los labios mordidos y unas hormigas haciendo fila, sobre el hombro descubierto.
Grité, Grité fuerte..por ella y por mí.
Le tuve piedad..no miedo. No se merecía la mugre del lecho.
Las dos uñas que dormían sobre su pecho..escupirán el nombre del malparido.Toda ella será chillido.
Toda ella será manifiesto.
Y palabra.
Y condena..
Y habrá otro muerto.
IRENE ADLER
INVENTOS FALLIDOS DE LA HISTORIA: LA UÑA PARA ESNIFAR RAPÉ DE LORD MONTAGUT.
Para Archibald Jerome Montagut, el trabajo era cosa harto abyecta y deleznable, propia de gentes rudas, sin educación y sin modales, que por lo general, estropeaba los huesos, la piel y la seda de los trajes. Ningún baronet de su familia había incurrido en la deshonra de ejercer una profesión, hasta que el acoso sistemático de los acreedores y la indolencia de sus arrendatarios, empezaron a ser una verdadera amenaza para su título y sus propiedades. Éso lo llevó a tener que escoger entre ser el primer baronet de Montagut en trabajar, o el último baronet de Montagut a secas.
Escogió lo primero, aconsejado con pragmatismo por un primo lejano que se dedicaba a la compraventa de esclavos, y que durante una tormentosa velada en casa de Lady Glastonbury-Snow, sobrepasada hacía mucho la línea de sombra de media docena de botellas de Calvados, vino a sugerir que podría patentar su ingeniosa técnica para el esnifado del rapé, tan popular en las reuniones sociales. La propuesta, a medio camino entre la broma etílica y la burla grotesca, causó sensación entre los asistentes, que de inmediato se adhirieron a la estúpida sugerencia, haciendo encargos personalizados y proclamándose, a voces y con beodo entusiasmo, clientela de calidad, fidelísima, impaciente por hacerse con sus propias «uñas de esnifar».
El primo lejano se ofreció como consejero delegado en aquella primeriza andadura mercantil, y por la mañana, tenía Lord Montagut en sus aposentos a un barbero de Northumberland con aspecto de algarrobo, dispuesto a hacer el primer molde a la uña de su meñique izquierdo: engarfiada, fúngica, algo rugosa, del color enfermizo de la henna envejecida. Pero que el baronet había convertido en un instrumento de precisión quirúrgica para llevarse a la nariz la cantidad justa de polvo de tabaco. No justa, sino exacta. El pellizco perfecto en el gesto perfecto, con donaire, garbo y complejísima naturalidad.
Lo mismo en los salones que en la ópera o en los teatros, era envidiado aquel elegante deslizarse de la mano desde el borde de la cajita de rapé hasta las fosas nasales, la uña en su estudiada y fea longitud, poseía una sofisticada aerodinámica que acentuaba la gracia del gesto. La uña de Lord Montagut era la máxima expresión del dandismo británico. Y cuantos intentaron imitarlo fracasaron estrepitosamente, pues tan sólo la uña del meñique izquierdo del baronet, crecía con la curvatura y las dimensiones soñadas, como si estuviera diseñada por un renacentista inspirado. Un hongo poseído y dominado por dimensiones áureas convertido en oscuro objeto de deseo y que iba a salvar a su sorprendido propietario de la bancarrota y el ostracismo social.
Así nació la Casa Montagut & Hijo, (aunque no hubiera, a efectos prácticos, vástago alguno), la más prestigiosa fábrica de cajitas para rapé, que incorporaban «La uña de esnifar».
Las había sencillas y baratas, de madera de boj; de madreperla; de estaño pintadas con esmaltes; de plata finamente tallada; de oro con minúsculas incrustaciones de piedras preciosas. Las había grabadas con las iniciales del esnifador y alguna fecha señalada; las había con la cara de la reina Victoria y una edición limitada que conmemoraba la Exposición Universal de 1851. Las uñas se colocaban con una cincha regulable a la yema del dedo meñique, lo que permitía a cualquiera acceder al invento más famoso, inútil y estúpido del siglo XIX.
Lord Montagut murió en 1853, viejo, rico y sin haber conocido la deshonra de tener que trabajar. Tres años después, su empresa desapareció, al ser sustituido el rapé por otro invento estúpido que trajeron consigo los soldados de la guerra de Crimea: el tabaco enrollado en cilindros de papel, también conocidos como cigarrillos.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Yo vivía tan tranquilo, no me faltaba de nada, mis cuidadores( esclavos) me trataban muy bien.
Tenía la mejor comida, sofá enorme para las siestas y el balcón para tomar el sol.
Pero no se que pensaron mis cuidadores (esclavos), qué se presentaron un día con un ser, no se como explicar lo horrendo de la situación.
Era grande, con cara de bobo, con grandes orejas y siempre con la lengua fuera.
El bobo, como yo lo llamo, por qué no tiene otro nombre, me sigue a todas partes, no me deja tranquilo.
Le enseñe los dientes y nada, le saque las uñas, hay se asustó un poco.
Ahora me deja tranquilo.
Ya comprendió quien manda.
JAVIR GARCÍA HOYOS
De uñas y cuerdas
Aquella tarde se había cortado las uñas de la mano izquierda, las puntas de los dedos se alzaban con libertad sobre el borde de estas hasta el punto de sentir el frescor del aire al pasar. Una vez hecho este primer trámite, inhaló aire hasta llenar los pulmones para, después, exhalarlo y relajar el tórax.
Era el momento de comenzar el segundo paso. Sujetó con la mano derecha una lima de uñas y la empezó a pasar por las uñas de la mano derecha.
Cinco uñas, cinco dedos, y cinco formas con sutiles diferencias.
Se tomó su tiempo, pues este ritual necesitaba de gran perfección, cualquier error podría destrozar la belleza que debía extenderse por el aire.
Cuando hubo finalizado, asió la funda de si guitarra para dirigirse al salón de actos del conservatorio. Allí le esperaba la orquesta sinfónica para interpretar «El concierto de Aranjuez».
Afinó las cuerdas ante la atenta mirada del resto de los músicos y del público que iba ocupando sus asientos. Al concluir este paso, sus limadas uñas empezaron a acariciar las cuerdas, cuya vibración rebotaba dentro del sinuoso cuerpo del instrumento, haciendo salir el mágico sonido de las primeras notas del primer movimiento «Alegro con Spirito»
Su corazón se estremecía con aquellas notas, deseaba que cada una de ellas enlazase con la siguiente para formar la inmortal y hermosa obra.
EDUARDO VALENZUELA
Mi lema es: «Muéstrame tus uñas, y te diré quién eres». Así se lo digo a mis clientas cuando vienen a mi pequeñito (pero acogedor) salón de manicura.
Porque las uñas hablan mucho de una persona. Con sólo verlas puedes saber si alguien es limpio o sucio; si tiene autoestima o no; si tiene ambiciones, o incluso, puedes saber en qué trabaja. ¿Nunca lo han notado en el transporte público? Yo, sí. Yo miro atentamente las manos y sus uñas. Puedo reconocer, por ejemplo, a un mecánico. Sus dedos suelen ser gordos y achatados, con uñas minúsculas (a veces imagino que gastan los dedos al pasarlos por sus máquinas moladoras). Las secretarias, por el contrario, suelen tener manos suaves y blancas, con uñas muy cuidadas y a la moda. También puedo reconocer a las amas de casa.
Recuerdo una clienta que era ama de casa. Cuando llegó por primera vez al salón reconocí sus manos cansadas, sus uñas estriadas y quebradas de tanto fregar (el lavalozas es el enemigo número uno de las manos). Me dije: «¡Aquí hay un caso de baja autoestima!» y traté de convencerla de que se hiciera las uñas con un esmalte color vino que la hiciera lucir más femenina, más coqueta… , pero fue en vano, ella no quería nada de uñas largas ni pintadas, su timidez la superaba. Desde entonces la atendí una vez al mes, sólo para corte, limado y limpieza de cutícula
Tiempo después, cuando la estaba atendiendo, en el televisor que tengo en una esquina del salón pasaban una nota sobre “mujeres engañadas por sus maridos” y vi cómo su cara se fue desfigurando. Sus ojitos se comenzaron a llenar de lágrimas y finalmente estalló en llanto. Me contó que hacía poco se había enterado que su esposo tenía una amante, una chica joven, muy atractiva. Ella, en cambio, se sentía vieja y fea. Tuve que actuar como paño de lágrimas y ayudarla a valorarse. Entonces la convencí de que renovara el look de sus uñas, con unas aplicaciones acrílicas en rosa claro que tenían un diseño único que hice para ella. De paso, la mandé con mi amiga peluquera y maquilladora para que el cambio de look fuera completo.
Cuánto me alegré por ella. El cambio comenzó a hacer sus efectos, su personalidad fue creciendo. Desde entonces me pidió que le hiciera mantención a las uñas conservando ese diseño que la identificaba.
Una tarde llegó contentísima. Venía con una mirada distinta, de mujer completamente empoderada. Me contó que finalmente se había separado del idiota de su esposo, había dado vuelta la página y empezaría una vida nueva. Me dije: «¡Ya está hecho! Lo ha superado» y me puso muy feliz. Lo único que la tenía triste era que esa mañana se había roto dos uñas de la mano derecha. Le dije que no se preocupara que de eso me encargaba yo…
Nunca olvidaré su mirada, mientras le pegaba las nuevas uñas y en el televisor del salón anunciaban la noticia policial de un hombre y una mujer que fueron encontrados muertos en una habitación de motel. Les habían dado varios tiros en la cabeza. Las únicas pistas que tenía la policía eran: el arma homicida y unos trozos de uñas acrílicas rosadas de singular diseño.
LOLI BELBEL
JOAN FONTANELL
Era un viernes, 29 de abril de 1998. Habíamos alquilado una casa de campo, casa rural «Can Fontanell», en Ribes de Freser, un pueblecito de la provincia de Girona. Mi hermano Javier, su mujer Carmen, Dídac y yo. Era una casa antigua, con su chimenea y su escalera de madera que conducía al piso de arriba donde estaban los dos dormitorios y el cuarto de baño, enorme. Nos dispusimos a dejar las maletas para ir a dar un paseo por el pueblo. Y así lo hicimos hasta la hora de la cena. Como no teníamos provisiones nos quedamos a cenar en uno de los dos restaurantes del pueblo. Antes de la medianoche ya estábamos de vuelta en la casa. Javier y Carmen fueron los primeros en acostarse. Luego lo haríamos Dídac y yo. Enseguida nos dormimos y no había pasado media hora, cuando un ruido acompañado de una luz blanca me despertó. Será un relámpago -pensé- y me dormí otra vez. Pero ahora oía pasos por el pasillo. Me levanté y vi una silueta desfigurada de mujer, un halo blanco la cubría. Se acercó a mí y me dijo : «no tengas miedo, ayúdame». Miedo, no, tuve pánico y debí de proferir un grito porque desperté a Carmen que me preguntó qué me pasaba, y le respondí contándole paso a paso lo que había sucedido. Se quedó asombrada, pero no sé si me creyó del todo. Nos volvimos a la cama. Me costó mucho reconciliar el sueño porque el miedo no me lo quitaba de encima. A la mañana siguiente todo parecía normal, pero tuve una corazonada: vi una marca de uñas en la pared del baño al lado del espejo con el nombre de JOAN.
Crónica de sucesos de Gerona
Ribes de Freser, 29 de abril de 1942
«El señor Juan Fontanell halla el cadáver de su esposa, Rosa Pons, ahogada en el río Freser, en extrañas circunstancias.»
IVONNE CORONADO
Su día favorito
Su día favorito era viernes, por su olor a sábado y domingo.
Era el día que podía mirar después de cenar una pelicula con su familia compuesta por su madre, su abuela y su hermana.
Qué ricura saber que al día siguiente no tendría que levantarse a las cinco de la mañana, era sentirse libre.
El sábado, era otro día alegre sabiendo que aún quedaba el domingo. Los sábados desayunaban no tan tarde, lavaba su ropa por la mañana,salían por la tarde a comer cerca de la playa, o iban al cine.
Los domingos iba al mercado con su hermana menor a comprar fruta y vegetales frescos, y algo más para preparar un buen almuerzo para todos. Lisa-María era la cocinera del fin de semana.
Al llegar con las compras, su madre y su hermana las colocaban, mientras ella iba al jardín. Su abuelita, ya muy mayor, sacaba una silla y se sentaba a verla trabajar, y a aprovechar el sol, mientras ella podaba, regaba, abonaba, platicaba con sus plantas, su orgullo, y el placer de su familia. Un pedacito de tierra repleto de rosas, dalias, begonias, velo de novia, tréboles, claveles, jazmines, suculentas y hasta un limonero, que en flor, aromaba el vecindario. Los vecinos se paraban un rato a admirar sus plantas, y a veces surgían las conversaciones.
Cuando terminaba en el jardín iba a preparar el almuerzo y unos cócteles para todas. Esos momentos la llenaban de alegría.
Era feliz sembrando nuevas plantas, sintiendo en sus manos la tierra tibia, en pleno sol, con las mejillas rojas del esfuerzo,y sus uñas negras, pues trabajaba con sus manos desnudas.
La cena del domingo la preparaba su madre, frijolitos volteados, queso, plátanos, y café, una conversación agradable, un poco de televisión, y luego a soñar cada uno en su cama.
Cada domingo por la noche venía la tristeza de saber que comenzaba el lunes y la rutina, pero era una bendición tener trabajo. Además, todas las mañanas acompañaban a su madre al trabajo, yendose a pie, para ir platicando y estar más tiempo juntas.
La vida se deslizaba rutinaria, pero había la ilusión que cambiaba agradablemente cada fin de semana.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
«Garras negras»
Crecí rodeado de historias de misterio y leyendas sobre el pasado de Jaén. Me fascinaba escuchar a mi abuelo mientras salíamos a caminar por el campo repleto de olivos y una gran variedad de flora y fauna. Pero las historias que más me fascinaban eran las de terror. Mi abuelo solía contarme historias sobre el pueblo y lugares tenebrosos y malditos que había en él. Muchos de esos lugares con el tiempo acabaron en escombros, cerrados o como el que más llamó mi atención, un lugar peligroso y de difícil acceso para visitar.
La leyenda de «Garras negras». Desde que era un niño, todos los ancianos del pueblo contaban la misma historia: hace muchos años, una bruja fue expulsada y brutalmente asesinada por los habitantes del pueblo, quienes creían que ella estaba detrás de las desapariciones de varias personas. Con el tiempo, aparecían muertas en una de las orillas lejanas del río. Los vecinos del pueblo, atemorizados por las maldiciones de la bruja, echaron su cuerpo al río atado a grandes piedras para que nunca más volviera a aparecer.
Mi abuelo aseguraba que la bruja aún seguía con vida y que todas las personas que se acercaban al río o se adentraban para nadar en él, terminaban desaparecidas o aparecían en otro lugar del río con amnesia y alucinaciones extrañas. A pesar de la advertencia, siempre había sentido una atracción inexplicable hacia ese lugar del río. Me sentía atraído por la belleza oscura de sus aguas, por el misterio que envolvía su superficie. Era una fascinación que no podía explicar, pero que me arrastraba hacia ese lugar una y otra vez.
Un día, decidí desafiar el mito. Me acerqué al río y me sumergí en sus aguas oscuras. Al principio, todo parecía normal. Pero de repente, sentí una mano fría agarrándome del tobillo. Miré hacia abajo y vi unas manos cadavéricas con garras negras que me arrastraban hacia el fondo del río. Intenté luchar, pero era inútil. Sentí como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi cuerpo.
Cuando desperté, estaba en una de las orillas del río, temblando y empapado. Me di cuenta de que había sido un sueño, o al menos eso quería creer. Pero a partir de ese día, empecé a experimentar extrañas visiones y pesadillas. Veía sombras que me seguían por las calles, oía voces que susurraban mi nombre en la oscuridad.
Comencé a investigar más sobre la leyenda de «Garras negras» y descubrí que la bruja tenía un poderoso hechizo que le permitía seguir viviendo incluso después de su muerte. Se decía que su alma estaba atrapada en el río, esperando nuevas víctimas para llevarse consigo. Intenté alejarme del río, pero no podía. Cada noche, me sentía atraído por su llamado. Sabía que si volvía, podría correr la misma suerte que las víctimas anteriores. Pero algo en mí seguía llamándome.
Finalmente, una noche me decidí a enfrentar a la bruja. Me acerqué a la orilla con una vela encendida y recité una antigua oración que había encontrado en mis investigaciones. De repente, sentí una ráfaga de viento frío y un grito que resonó en mis oídos. La vela se apagó y todo quedó en silencio.
Desde ese día, no he vuelto a sentir la atracción por el río. Pero sé que la leyenda de «Garras negras» sigue viva en el pueblo y que su hechizo sigue atrayendo a los incautos. Si alguna vez te encuentras cerca de ese lugar, te aconsejo que sigas tu camino y no te acerques demasiado. La leyenda de «Uñas negras» puede ser solo una historia de terror, pero nunca se sabe lo que puede haber debajo de la superficie.
ARITZ SANCHO MAURI
Me desorientas, como si estuviera teniendo alucinaciones, caminando sediento por un desierto. El agua es la provocación de acariciar lo prohibido; tesitura en la que me siento sometido en oportunistas ocasiones. Tú! Que me escaneas y te acercas sin hacer ruido como felina. Me invitas a ilusionarme con que te hierva la sangre, se te cruce el cable, me bloquees el paso sacándome las uñas, me agarres con todas tus fuerzas de esa pasión por seducirme, me empujes contra la pared con la inercia del deseo, des un puñetazo en la mesa y me digas con voz convincente:
-¡Tú de aquí no te escapas!
Como te gusta exhibir tus encantos al viento como un papagayo.
Lo mejor de todo es que sé que sabes que lo sé; me tengo que hacer un Harold Lloyd; quedarme colgado, en blanco y negro, mudo y hacerme el pangolín. Reconozco que en rara ocasión me cuesta disimular como si conmigo no fuera el libro de la selva.
Gatita, estás ante un lince ibérico en peligro de extinción, que ve muchísimo más allá de lo que se deja ver. Lamentablemente, y aunque mi intuición no me falle, el juicio dictamina que es más valiosa mi libertad, tener pulcra mi conciencia, y mi sentencia filosofal de no hacer lo que no me agradaría que me hicieran. La tentación es latente y se respira en el ambiente. Ganas de un revolcón fortuito me sobran, porque no me calientan los floreros, soy más de flores que echan raíces, que no marchitan.
RAKEL VADEARENAS
Crédulo.
Había quedado a cenar con un hombre con el que contacte por internet, me llevaba a un restaurante de esos elegantes aunque no es de mi gusto prefiero la comida sencilla y casera.
Llevaba como media hora esperando cuando decidió aparecer, pensé en echarle un sermón, pero sacudí mi cabeza y olvidé esa idea, entramos al restaurante y nos pusieron en una mesa escondida en un rincón, volví a pensar que a este tio le debería echar un sermón, pero vuelvo a desechar esa idea, espero que esta noche sea inolvidable.
Estábamos cenando y la botella de vino ya estaba casi vacía así que él llamó al camarero y pidió otra creo que para intentar emborracharme, su sonrisa era hermosa y sus ojos azules muy bellos, pero su risa me ponía de los nervios y los comentarios que hacía no me gustaban nada.
Terminamos de cenar, pago la cuenta y nos marchamos a su casa, allí me sirvió otra copa de vino y continuó haciendo comentarios de mi físico ya harta por sus palabras la idea de echarle un sermón volvió a mi cabeza, esta vez si le hice caso. Se dio la vuelta para ir a la cocina a por algo para picar, agarre la botella de vino y le golpeé la cabeza con ella, cayó como un saco al suelo, me coloqué encima de él de manera que mi cara quedaba a pocos centímetros de la suya hice que me mirase a los ojos y coloqué mis manos alrededor de su cuello y comencé a apretar, primero suavemente para conseguir que intentara apartarme acerque mi boca a su oreja y le susurré:
-Nunca te metas con el físico de una mujer mayor que tú, pues jamás te imaginarás lo que puede llegar a hacer-
Posa su mano en mi muñeca y yo aprieto más fuerte su cuello, clava sus uñas en mi carne como si de un último aliento se tratase, tratando de escaparse.
-Eres un crédulo si crees que puedes escapar de mi venganza, todos los hombres como tú sois iguales, jamás cambiáis- digo rabiosa.
Aprieto más fuerte su cuello hasta que oigo un suave crujido y el último aliento de vida escapa de su cuerpo, limpio mis huellas de la copa y la botella y salgo de ese apartamento como si no hubiera pasado nada.
AMPARO SORIA
-Bajo las sábanas- (Esta historia la escribí hace unos años y ahora la he adaptado, solo un poquito, para este reto)
– ¡Gracias, cariño! ¡Me encantan los peluches!
-Lo sé. -sonríe Javier, orgulloso de conocer los gustos de su chica. -Debo irme ya o perderé el avión…
Sandra tiene la extraña sensación de ser observada mientras deambula por la habitación. Escucha un débil ronroneo.
– ¿Javier? ¡Qué tonto eres, vas a perder el vuelo!
Una llamada telefónica de Javier desde el aeropuerto le confirma que… ¿Entonces? Sandra enciende la radio. Una ducha y una siesta le sentará de maravilla. Durante su placentero descanso despierta sintiendo un ligero bufido en su cuello. Abre los ojos sin prisa, somnolienta… ¡¡Ah!! Su grito es aterrador.
El inofensivo, suave y blanco gatito de peluche la observa con los ojos inyectados en sangre, sus garras comienzan a arañar con rabia el rostro y el cuerpo de la joven, ronronea de una manera espeluznante. Sandra grita presa del pánico intentando inútilmente escapar de esa pesadilla. El siniestro peluche no cesa en su ataque mordiendo y clavando sus afiladas UÑAS resoplando con furia.
– ¡Hola, cielo! ¡¿Dónde estás?! ¡Han anulado el vuelo!
La encuentra dormida plácidamente. Bajo las sábanas color burdeos, el rastro del brutal y sangriento ataque. El inofensivo peluche, espera paciente recostado en la butaca a su próxima víctima…
MARTA SUÁREZ
Adela es una guerrera, una luchadora nata. Luego del nacimiento de su hijo, ha comenzado una batalla sin descanso contra esa bestia brutal que la consume por dentro. A pesar del dolor y de los interminables e invasivos tratamientos, ella se ha aferrado a la vida con uñas y dientes, fueron años difíciles pero Adela nunca se rindió. Hace unos días atras cuando su hijo puso en sus manos el título de arquitecto, ella sintió que el corazón se salía de su pecho,orgullosa de él, se alegró de haber llegado a ver a su pequeño príncipe convertido en un hombre y piensa que ha valido la pena tanta lucha. Hoy Adela no despertó, en su rostro se nota el cansancio de tal feroz pelea, se ha quedado dormida en un sueño eterno. La mujer que se aferró con uñas y dientes a la vida, hoy no despertó.
MARÍA ISABEL PADILLA SANTERAZ
Sentada en el tronco de un árbol, intentaba liberarme de la tristeza que me embargaba, cuando observé cómo la tierra, a mis pies, se removía. No le di mayor importancia. Tal vez algunos gusanos del bosque de coníferas propiciaban aquel movimiento. Nunca más lejos de la realidad. Poco a poco, pude comprobar, emergiendo del subsuelo, dos hojas negras, duras y afiladas. Aquello despertó mi asombro y un cierto temor, ya que aquellos dos elementos no terminaban de crecer. Abrí los ojos como platos, ante las orejas que al final salieron; desenterraban la cabeza a la que estaban adheridas que a su vez tiraba del pequeño cuerpo de una criatura oscura. Pensé en las historias fantásticas que mi madre me contaba, antes de dormir, sobre bosques encantados.
Así fue como conocí a Olaf una tarde de verano en que la brisa se estancaba entre las ramas de los árboles, hundiéndome en la inconsciencia del letargo. Así fue cómo descubrí que de los dedos del pequeño ser salían unas uñas encaracoladas que tocaban el suelo. Jamás había visto nada igual. Aquel pequeñajo y sus misteriosas uñas desataron toda mi repugnancia.
–De dónde sales? –le pregunté, sin poder apartar la mirada de sus manos.
–Escuché tus pensamientos desde el subsuelo donde vivo en conexión con la energía del bosque y subí a consolarte. ¿Por qué observas mis uñas? –preguntó con un brillo lascivo en sus ojos–. ¿Acaso ignoras que en ellas se ocultan los caminos entrecruzados de mi vida, la magia que domina el bosque? En estas uñas se encuentran las respuestas a todos tus pensamientos, a tus desencantos y a tus anhelos. –De pronto, saltó a una piedra oronda que descansaba a mi lado y contemplé cómo sus orejas puntiagudas se enderezaban, tal vez para escuchar mis reflexiones.
Quise dejar mi mente en blanco ante el temor de que se bebiera mis pensamientos. Extendí la vista hacia el paisaje boscoso cuando algo extraño sucedió. A poca distancia, emergió una cabaña que jamás había visto. El personaje, de un salto, se plantó en el suelo y alargando una de las uñas hasta la cabaña, me indicó que lo siguiera. Sobre la rama de un pino, escuché el ulular de un búho y me percaté de que la noche se desplomaría muy pronto. Quise retroceder, regresar a mi hogar, aceptar las cosas que no podía solucionar, cuando sentí alrededor de la cintura aquella uña diabólica envolviéndome.
A la mañana siguiente, desperté en el mismo tronco donde me había sentado. La cabaña había desaparecido, pero vi con horror el agujero por el que Olaf había surgido. Regresé a mi casa sintiendo un mal presagio. Tras desvestirme, temblé al notar los arañazos por todo el cuerpo.
He vuelto al lugar donde viví o soñé aquel suceso y no encuentro indicios que me revelen exactamente qué ocurrió. Sin embargo, mi estómago se ha hinchado y a veces siento en su interior pinchazos como aguijones de abeja que me desgarran.
Mi madre nunca me contó que entre los espíritus del bosque viven muchos retorcidos y diabólicos como ocurre en las vidas paralelas.
ALMUT KREUSCH
El regreso
Nada mas leer el remitente Marta desgarró el sobre con impaciencia. Le escribió su hermana Lorena que hace cinco años se fue a trabajar a Londres y apenas había sabido de ella desde entonces.
Las dos hermanas se sintieron siempre muy unidas a pesar de ser tan diferentes o quizás precisamente por eso.
Su padres eran ganaderos y a Marta desde pequeña le gustaba acompañar a sus padres en las tareas del ganado y del huerto y estaba feliz entre caballos, vacas y con los perros como compañeros de juegos.
De mayor, nunca le atraían los bares ni las discotecas. Prefería acompañar a su padre al monte para aprender los secretos del bosque y más tarde se convirtió en activista de una asociación de montañeros ecologistas.
Estudió ingeniería agrónoma y en la facultad conoció a Gerardo, su futuro marido. Compraron una finca abandonada, la restauraron y se ganaban la vida criando cerdos que crecían en libertad entre dehesas y encinares. Tuvieron tres hijos fuertes y eran una familia unida, armoniosa y muy feliz.
En cambio, Lorena nunca mostró el más mínimo interés por lo que le rodeaba en casa. En cambio le gustaba disfrazarse y bailar. Alumna de ballet desde los cinco años, el baile se convirtió en gran afición suya. Le apasionó la moda y sus uñas estaban siempre perfectamente cuidadas y pintadas.
Se matriculó en una escuela de danza, tenía talento y al cabo de un tiempo la contrataron para un espectáculo en un papel secundario.
Una noche, cierto señor se fijó en ella y le ofreció un trabajo en un exclusivo club en Londres. Se hizo pasar por agente de busca- talentos. Pero nada de eso era cierto, era un estafador en búsqueda de chicas inocentes para sus negocios poco transparentes. Lorena no se lo pensó dos veces, pues estaba convencida de que era la oportunidad de su vida. No escuchó las advertencias y se lanzó a la aventura sin reservas, cegada por las posibilidades que le prometía su primer agente.
Desde entonces, a su familia llegaron pocas y escuetas cartas diciendo invariablemente que estaba bien, que trabaja mucho y que mandaba muchos besos para todos.
Pero la realidad no era la soñada. La contrataron para un espectáculo de baja categoría, el sueldo llegó justo para el alquiler de una habitación en casa de una viuda amargada, y después de la tercera temporada su contrato no fue renovado. Desesperada por no encontrar trabajo aceptó un empleo mal pagado en un club de striptease. Era un local lúgubre igual que la clientela . Se ganó un sobresueldo paseándose después de su actuación por entre la clientela, embutida en un minúsculo biquini de tela brillante, teniendo que aguantar tocamientos y cachetes en el culo a cambio de unos billetes.
El alcohol le hizo el trabajo más llevadero, pero también aceleró el deterioro físico. Su cuerpo disminuyó en elasticidad y gracia. Cambiaba el trabajo constantemente y terminó acostándose con alguno de los clientes en hoteles baratos porque necesitaba el dinero para no morirse de hambre. Finalmente quedó atrapada en una espiral de la que no lograba salir
Anhelaba volver a España, abrazar a sus padres y a su hermana y alejarse de esta vida cada vez más insoportable. Pero reconocer ante ellos el fracaso le produjo pánico y no sintió capaz de afrontar la humillación.
Lorena regresó sin que nadie lo supiera. Su autoestima era tan baja que ni siquiera intentó encontrar empleo en lo suyo como bailarina. Aceptó a regañadientes un puesto como camarera y ganó lo justo para alquilar un pequeño apartamento. El trabajo era duro y a un ritmo y que ella no aguantó durante mucho tiempo. Volvió a ofrecer su cuerpo y se pasaba las tardes delante del ordenador buscando clientes. Se citaron en hoteles y a veces incluso en su casa.
Pero deseaba desesperadamente ver a su familia y sobre todo su hermana. Un día se armó de valor y le escribió. Le mintió diciéndole que acababa de regresar, que la vida en Londres era demasiado agotadora y que aquí le habían contratado para un espectáculo.
Quedaron en un café en el centro de la ciudad. Marta tenía un aspecto muy saludable gracias a su trabajo al aire libre e irradiaba vitalidad. Sólo sus manos delataban que estaba trabajando en el campo, porque por mucho que se las cepillara, no consiguió eliminar los restos de tierra que quedaban bajo sus uñas y en los pequeños surcos de sus dedos.
Lorena acudió a la cita espectacular. Llevaba un vestido blanco ajustado y tacones altos, el pelo rubio brillante perfectamente peinado y una gran sonrisa en los labios. Estaba impresionante. Se abrazaron largamente y tenían muchas cosas que contarse.
Lorena le contó todas las mentiras preparadas.
Marta la felicitó por su éxito en el extranjero y por su regreso. También le habló de su vida en el campo, de su felicidad con su familia y le dije que se sentía muy afortunada y agradecida por todo lo que la vida le daba. Se quedó embelesada por las manos de su hermana, blancas, bien cuidadas y con uñas largas e impecablemente pintadas.
Lorena le dijo que ya había hablado con los padres por teléfono y que los visitaría a todos en cuanto su agenda se lo permitiera.
De camino a casa, Marta se quedó pensativa. Algo no encajaba, y de repente supo lo que era. Era la tristeza que vio en los ojos de su hermana que ni el rímel ni las sombras podían ocultar.
Lorena fui a su casa compungida. Apenas pudo aguantar las lagrimas. Su apartamento le recibió el olor rancio del humo frio de los cigarrillos de ayer, a cerveza estancada en vasos a medio vaciar y el dormitorio apestó todavía al sudor de su último cliente.
Llorando, se dejó caer en el sofá barato de imitación de cuero y en un repentino ataque de furia arrancó sus uñas postizas, una tras otra, dejando al descubierto las suyas propias, feas y roídas.
Con violencia y rabia mordió y arrancó lo poco que quedaba de sus uñas y no pudo parar hasta convertir sus dedos en horribles garras ensangrentadas.
No abrió la puerta al cliente de las ocho
GAIA ORBE
uñas y dientes
antes de la acción sentir
exhalar fuerza
PABLO CRUZ ROBLES
—¿Qué haces cuando viene tu perro y te insinúa que les rasques las orejas?
— Se las rasco.
—¿Por qué?
— Porque tengo uñas.
— Me refiero a lo que te evoca a acatar sus órdenes.
— Me parece adorable.
—¿Solo?
— Y porque lo quiero.
— ¿Y por qué crees que lo quieres?
— Supongo que, pensándolo bien, porque sé que probablemente morirá antes que yo, y eso, sumado con su inocencia, es como un cóctel de amor.
— Ahí lo tienes.
— ¿Estás diciendo que nos ves como tus mascotas?
— Algo así, pero ahora imagina que el perro creó al ser humano ¿Qué concepto tendrías de ellos?
— Difícil pregunta… Supongo que la de un viejo Dios con demencia y moribundo.
— Exacto. Es por eso que los amo a todos, son adorables cuando hacen como que piensan…
MANOLI DÍAZ TORRALBA
Mi torpeza en los intentos de ponerme-hacerme las uñas es legendaria o eso dicen mi familia y amigas entre risas cada vez que nos reunimos (no creo que sea para tanto). Mi primer intento fue con catorce o quince años, por primera vez las chicas íbamos a ir al cine con chicos, como nuestro colegio era de monjas para nosotras era toda una novedad salir con chavales; mi amiga Bea se ofreció a ponerme uñas del todo a 100, me las pegó con Loctite y me las pintó de rosa oscuro, lucían monísimas, llegamos al cine ya en la taquilla Bea me tuvo que ayudar (disimuladamente) pues fui incapaz de coger el cambio y la entrada, no sé porque pero mis dedos se tropezaban entre ellos, ya en la sala por fin, nos sentamos cargados de pipas, palomitas y chuches, aún no había empezado la peli y ya me había arrancado tres uñas durante los tráiler y no porque me las mordiera que sí me las mordía sino por intentar pelar las pipas, en lugar de morder la pipa clavaba el diente en la uña, lo peor fue que el pobre Emilio uno de los muchachos que se sentó a mi lado casi se atraganta con una de las uñas que había caído en el bote de las palomitas ¡ay dios que vergüenza! No volví a salir con ese grupo de chicos ni volví a morderme las uñas con tal de no usar postizas lo que fuera…
Años después hice un segundo intento y recurrí a una manicura profesional ya que para casarme me hacia ilusión lucir unas manos bonitas, por ese entonces trabajaba limpiando casas y tenía las uñas feas y quebradizas, la víspera de la boda me pusieron unas de gel pintadas a la francesita, esa noche dormí con manoplas por si las moscas… amaneció el gran día y con mucho esfuerzo conseguí dominar mis dedos para vestirme, durante el banquete, el baile y hasta en la cena. Al día siguiente me levanté contenta y decidí hacer un buen desayuno antes de preparar las maletas para la luna de miel, encendí el fuego puse las tostadas al grill y cafetera en marcha, al sacar la margarina de la nevera ¡horror! Vi que se había quemado 2 uñas para colmo era domingo y esa tarde salíamos de viaje así que las limé como mas buenamente pude y me puse a hacer las maletas, luego salimos a comer, al cogerme de la mano mi maridito se la queda mirando y me pregunta: ¿Qué has estado haciendo cariño? Extrañada le digo ¿qué? Me señala las manos y cuando las miro estaban todos los dedos menos los meñiques con las uñas raspadas y con restos de adhesivo, se pasó la comida riéndose, volvimos a casa, yo me pinté las uñas intentando disimular el desastre mientras veíamos una serie haciendo tiempo hasta la hora de ir al aeropuerto, en mi cabeza no paraba de darle vueltas a saber cómo había perdido esas caras uñas que se suponía eran permanentes de fijación fuerte. Llegó la hora cogimos el avión con destino Mallorca, llegamos al hotel con vistas al mar, empecé a deshacer el equipaje para que no se arrugara tanto y conforme iba sacando ropa iban cayendo uñas al suelo, las recogí arranqué las de los meñiques y así acabaron en una papelera mallorquina.
Como se suele decir a la tercera va a la vencida así que hubo un tercer y ultimo intento, mis niños tomaban juntos su primera comunión y mis amigas me convencieron para que me hiciera las uñas en la esteticien a la que iban ellas que decían era excelente y las ponía muy bien, allá que voy después de dos horas poniendo productos, calor y limando me quedan unas uñas de anuncio, llego a casa y mi marido se ofrece a hacer la cena para evitar que las pueda quemar, mi hermana vino por la mañana para ayudarme a vestir a los comunioneros para evitar que deje las uñas en la ropa, todo parecía ir bien, tras la misa llegó el banquete, tras la comilona el metre me llama para que coloque los muñequitos en el pastel y como no la uña del índice derecho desapareció, mire por la tarta, por la mesa y por el suelo de alrededor y nada que no estaba entonces supuse que la habría perdido antes. Sacamos el pastel con sus bengalas y todo, lo partimos y al rato salta mi madre enseñando la uña cubierta de nata y chillando ¡mira! Me tocó la sorpresa como en el roscón de reyes, todos empezaron a reírse a carcajadas mientras yo me ponía mas roja que un tomate.
El delantal lleno de manchas, y las greñas desatadas, como su ira.
Siempre fue linda y pulcra, digna hija de su madre. Y sin embargo el tiempo le fue desgranando el alma. Ahora no quedaba mucho de aquel remanso de paz.
Cada mañana el pan caliente de su suculento horno, listo para ser lamido, se malograba ante las dentelladas desmedidas de tanta fiera voraz.
Algo pasajero, le dijeron, hasta que cambie el oleaje …
La mar bravía se llevó sus ansias de navegar, y ahora sólo esperaba paz. Cuando día tras día escuchas improperios y necedades la alegría se achica, y se encoge el alma.
Una mañana temprano no encendió el fuego. Simplemente salió de la taberna, o caverna según se mire, y entró en el primer tugurio de tinte oriental.
-Hago lo que sea.
-Aquí arreglamos uñas, pero hay que conocer la técnica.
-Aprendo rápido, y me dejo enseñar.
-Siéntate y mira. Mirando se aprende. Ya iremos viendo.
Y mirando, mirando, fue absorbiendo la delicadeza en el manejo del material, la perseverancia, la concentración extrema en el trabajo, la indiferencia hacia la necedad…
Y le gustó.
Mientras arreglaba manos ajenas recomponía su propio interior, y al cabo de un tiempo fue perdiendo el hábito de mordisquear las suyas. Y sus dedos fueron estirándose y embelleciendo.
Hasta que una tarde de primavera alguien se sentó ante ella y le cambió definitivamente la perspectiva.
Era una mujer pequeña, poco llamativa, discreta. Mientras ella se esmeraba en la tarea, la clienta fue contándole curiosidades del cuidado de las manos y del cuerpo a través de la historia y del arte… y le invitó a conocer más del tema…
Una uña puede morderse, puede clavarse, puede limarse y pintarse, puede exponerse en un dibujo o en una fotografía, y puede desde luego ser el lugar donde se inscriba la pasión por una afición, una dedicación, o una vida.
LUISA VALERO
CAPÍTULO 1: UÑAS DE COLORES
Rosalía se dirigió caminando a «La Tabernita». Estaba realmente cansada y podía haberse dado el día de descanso —porque era «autónoma»—, pero decidió ir a trabajar. Le hacía falta el dinero y su lema era: «La vida sigue…».
De camino al trabajo pensaba en el día anterior. Había sido una jornada muy triste por el sepelio del Antón, alias «el Tranqui»—archiconocido de todos en su pueblo (Cangas de Morrazo) por sus escándalos debidos al alcohol—. Su esposa Sabela ,buena amiga suya, estaba destrozada y no asimilaba la muerte repentina de su «gordito».
Cuando llegó al acogedor y concurrido lugar, se rindió y se dejó caer pesadamente en la silla de aquel apartado lugar —que lo tenía alquilado para hacer terapia—. Mientras, miraba a través de la ventana como caía la llovizna primaveral. Entonces recordó la conversación que tuvo con su amiga, el mísmo día de la muerte de su esposo:
—¿Qué puedo hacer? ¡Mi gordito me tiene haaarta con sus escándalos! Ahora, cuando está pedo, le ha dado por hacer streaptease y bailecitos sexys en público y claro todo el mundo se ríe mucho… Pero al venir a casa, y yo no querer intimar con él, se me pone bravo…, ¡y tú ya sabes lo demás!
—Amiga…, ¡le hace falta un ultimátum! Dile que si no deja la bebida, le abandonarás para siempre. —Rosalía se lo dijo con tono fuerte y serio. Mientras se limaba, con su tallada y bonita lima de plata, sus hermosas y cuidadas uñas de colores.
—¡Qué me perdone el Señor! —se santiguó rápidamente— pero mejor sería que se lo llevase junto a él.
—¡Noo, no pienses eso, aunque lo odies mucho! Cancelado, cancelado y cancelado —le dijo mientras le daba suaves toquecitos en la frente con los dedos índice y corazón unidos— «¡Mierda, que no se cumpla! Señor mío, te imploro que la magia no suceda», pensó muy angustiada.
—Estoy desesperada y por eso digo esas tonterías—dijo sollozando.
—Pues la solución es pensar positivo y en presente, que el Antón está muy sano y ya no bebe nunca más. ¡Siéntelo como concedido!…, ¿vale cariño? Ya sabes; es la «Ley de atracción».
Pero en realidad, los deseos de sus pacientes y amigos se manifestaban más por el embrujo de la lima (que le regaló —a los quince años— el «Hada del Bosque Encantado de Aldán») que por aquella famosa ley metafísica.
Cuando apareció Xavi, el hijo menor de Uxía—la dueña de la taberna—, dejó de lado los recuerdos cargados de culpa y tristeza por ese infortunio.
—¡Bo día! ¿Hoy no te limas las uñas? ¡No me gustan tus nuevas uñas negras, más bonitas son las de colores! Mi mami te tiene mucha envidia porque ella tiene unas manos y uñas horrorosas —dijo Xavi
—Noo, mi lima la dejé en casa.Y la moda ahora son las uñas negras. Además, estamos de luto por nuestro amigo Antón.
—Ah si, por el Tranqui… Mi mami dijo ayer que su mujer se ha quedado en la gloria… ¿Puedo tomarme mi Cola Cao contigo? Hoy no he ido al cole porque tengo tos —Acto seguido tosió fingiendo que le picaba la garganta.
—Puedes quedarte un ratico conmigo hasta que llegue Antía, que es la boticaria, para su terapia psicológica. Y cuéntame…, ¿cuántos años tienes ya?, ¿cómo te va en el colegio?
—Tengo casi 11 y no me va muy bien. En Mate sobretodo, estoy fatal. Si no paso los exámenes próximos, como también tengo otras cateadas, repetiré curso y mi mami me va a matar.
—Hagamos algo. Te ayudo con tus exámenes y tú me ayudas en tus vacaciones con mi huerto. Me gusta ayudar y hacer trueque —le guiñó el ojo—.
—¿Lo harías por mí? ¡Qué buena gente eres! Rosalía, por cierto…, ¿por qué no tienes novio o… novia, siendo tan buena? Mi mami dice que se te va a pasar el arroz…
—¡El moño de tu mami!…, flipa, que se me pasa el arroz…, ¡¡si sólo tengo 40!!
Bueno es verdad, antes con mi edad las mujeres tenían ya 10 hijos. ¡Pues entonces prepararé «Risotto de boletos»! —refunfuñó la psicóloga.
»Después respiró varias veces soplando despacio por la boca para calmarse:
—Sinto Moi, Xavi, es que tu mamá critica mucho. ¡Y eso no está nada bien!
—¡Perdonada! Ya sé como es mi mamá…, «un coñazo», ja,ja —le dijo, y su risa locuela se escuchó con eco por todo la taberna.
Te contesto a tu pregunta:
—Porque he tenido mala suerte y mis parejas eran hombres muy tóxicos. Para que me entiendas mejor… eran muy celosos y mandones.
—Ahh, ¡¡ahora lo entiendo!! … Es que el otro día, Lucía, que es la chica que me gusta, me dijo cuando le pregunté por qué se había ido con el André en la hora del recreo: «¡Yo me junto con quien quiero! Y por favor no seas tóxico…».
De repente, apareció Roi, el hermano mayor de Xabi:
—Enano vamos, que da tiempo a que entres a las últimas clases de hoy.
—Noo, ¡ya voy mañana al cole! Además voy a quedar con ella, —señaló a Rosalía— que me va a ayudar con mis exámenes, ya que tú sólo sabes de «motitos».
—Por cierto Rosa hermosa del lugar, bella sanadora de almas jodidas, ayúdame a mí también con algo… por favor —dijo el joven adolescente piropeando, y después juntó sus dos manos a la altura del pecho en posición de petición y la miró con ojitos de cordero degollado—.
»Por ahí cuentan que traes buena suerte y ayudas a cumplir hasta los deseos más difíciles… Mira la Carmela, que le tocó la lotería;; o la desahuciada Flavia, que se curó del Cáncer de mama sin operarse ni quimios; o el Santiago, que encontró a su perro perdido después 2 años… ¡Eres un genio de la lámpara maravillosa!, Ja,ja.
—Roi, estoy muy alegre por ellas, pero yo sólo les enseñé la «Ley de atracción» —dijo sonriendo— La gente se hace su suerte con lo que piensa, siente y hace.
—Es que le gusta «la buenorra» de su clase —dijo Xavi— ¡Y esa si que es difícil…!
—¡No tenías que adelantarlo, ya se lo iba a contar! —dijo Roi, mientras le daba una colleja a su hermano.
—No problem, venid mañana a mi casa a partir de las cuatro de la tarde si podéis… ¿Vale?
—Vale —dijeron los hermanos a la vez y se fueron al colegio del pueblo bromeando y hablando de chicas lindas.
Tuvo quince minutos para estar de nuevo sola, con sus temores, antes de que llegara su paciente Antía: «No hay un ciento por ciento de seguridad de que yo haya influido en la muerte de Antón. Él era un hombre gordo, con triglicéridos no controlados, —porque no le daba la gana de hacer dieta— alcohólico y con presión alta. Tenía el cuadro médico perfecto para que le diera un ataque al corazón. Esto se me está yendo de las manos; lo mejor es que vaya pensando en dejarlo …»
****
Estoy caminando y no puedo parar de reír. Todavía llueve un poquito y no me apetece abrir el paraguas. Quiero sentir la llovizna caer y que me moje levemente el rostro. ¡Qué bien huele la tierra húmeda, es mi olor favorito! Las flores y la hierba están hermosas vestidas de gotas de lluvia.
Mi paciente Antía está muy feliz y me lo ha contagiado. ¿Es que no tiene vergüenza de contarme sus intimidades? Su marido, también boticario, —el más soso y apático del mundo según ella—, le ha hecho el amor 3 veces anoche y ahora es «una fiera». También le dió besitos desde la punta de los pies hasta la cabeza —que siempre había sido su sueño más deseado…— Y porque la paré para que no me contara más detalles…, ¡ay qué gracioso!
Pero, ¿y mis deseos dónde quedarán…? Haber adoptado al gato callejero «Soul», no sustituye mi anhelos de tener un compañero de vida y de ser madre.
Y cuando se me apareció el hada, en el bosque… por el susto, no le pude preguntar si había alguna manera de usar el hechizo, a mi favor… Tampoco le pregunté si otra persona ,también, podía hacer magia de la misma manera. Sólo me dijo, que se debía tener las uñas de colores—el embrujo no sucedía si estaban pintadas de negro— y ser limadas con la lima encantada, mientras otra persona (a menos de un metro) deseaba algo…
Mientras tanto, a pocos kilómetros de allí, una furgoneta blanca estacionó en el borde de la carretera. De ella salió una pareja de novios que se dirigieron hacía el frondoso bosque. En sus manos llevaban cestas típicas de pícnic. De repente, se sintió un fuerte temblor, la tierra se abrió y los succionó rápidamente—junto a todas sus cosas— y luego se volvió a cerrar. Desaparecieron y los únicos testigos fueron los árboles y animales del lugar.
GRISELDA SIERRA
Cuando llegué al pueblo la gente estaba aterrada y nadie quería hablar con una desconocida como yo. Sólo una vieja, apostada en un zaguán, aconsejaba a varias jóvenes que se fueran temprano a su casa porque las arpías habían regresado y no tardarían en sacarle el corazón a todo aquel que se encontraran en su camino; decía que para eso utilizaban sus largas y detestables uñas y que en el pasado muchos viajeros habían perecido a manos de esos monstruos venidos del mismo infierno. Al escucharla recordé súbitamente lo que me había pasado la noche anterior cuando me dirigía en busca de mi primo Lauro Bracamontes, a quien no veía desde hacía muchos años. Al llegar a una bifurcación del camino no supe qué rumbo tomar; como no traía brújula, bajé del auto y caminé un trecho para orientarme. A esas horas de la tarde los pájaros armaban gran alboroto en los árboles, disputándose el mejor lugar para dormir, y a mí me parecía escuchar risas. Con seguridad algunas de esas aves alborotaban más de la cuenta, pensé. No era así. Me acercaba a una hondonada cuando vi a dos mujeres que me hicieron pegar un salto de asombro. Enseguida me di cuenta de que eran realmente hermosas, pero con unas uñas larguísimas, negras y retorcidas y la mirada confusa, como un animal desorientado. Con cautela me acerqué a ellas y les pregunté por el camino al pueblo. Me miraron con desconfianza, pero aún así dijeron que las siguiera, que me traerían hasta aquí. Como ya oscurecía, y no deseaba pasar la noche en el campo, comencé a seguirlas por una vereda agreste y silenciosa, y de pronto me encontré en una cueva, amarrada de pies y manos. Comprendí que aquellas mujeres me habían hechizado y les grité que me desataran, pero ellas reían y hablaban en una lengua extraña que me ponía los pelos de punta, y enseguida se exaltaron con una rabia inusitada y comenzaron a encajarme aquellas uñas por todo el cuerpo. Ahora me encuentro vagando por el pueblo y nadie quiere hablar conmigo. A punto de darme por vencida encontré a mi primo en la plaza, y al ir a darle un abrazo él huyó horrorizado. Miré mis uñas y eran negras y largas como navajas. Sólo entonces noté que flotaba y vi mi enorme sombra alada sobre el suelo.
BEA ARTEENCUERO
Roxina tenía un problema,
nunca logró tener las uñas largas, eran tan fragiles que se quebraban, vivía obsesionada, envidiaba a sus amigas, que lucían sus manos, en cambio ella, para tapar sus dedos sin uñas usaba guantes y sufría en silencio…
Se habia ganado el mote de «La mocha» o la sin uñas.
Solo tenía una amiga, pero la mayor parte del tiempo estaba sola, acomplejada no salía y si lo hacía escondia sus manos.
Un día su hermano trajo un compañero (Hernan) a su casa y ella ni bien lo vio se enamoró y se propuso conquistarlo, pero que hacía? no quería que le viera sus manos ni que usaba guantes todo el tiempo..
Lo penso mucho, al fín se decidió iría a ver a la curandera del pueblo, la acompaño su amiga Laura.
Doña Florencia no tenia buena fama, por varios sucesos ocurridos con gente que bebio sus brebajes.
Cuando Roxina la visito, le explicó su problema se saco los guantes, esta al ver las manos sin uñas, enseguida penso en sacarle provecho a la situación.
– No te preocupes, veremos que te preparo, veni en una semana, te aclaro que sale mucho dinero..
– Gracias…gracias yo pago lo que sea.
Salió feliz , mientras que doña Florencia hacía planes con el dinero que hiba a sacarle…
Cuando Roxina regreso a la semana, la curandera ya tenía preparado unas gotas para que bebiera en ayunas y una crema para que se aplicara en la punta de los dedos antes de ir a dormir.
– Te alcanza para una semana, toma lo justo y Aplícate como te lo indicó, ni más ni menos, y regresa para ver como vas.
Le cobró bastante y Roxina le dio una buena propina, estaba feliz, al fín voy hacer como las demás y dejar los guantes, podre conquistar a Hernán sin esconder mis manos.
Los dos primeros días cumplio con las indicaciones, al tercer día observó que sus uñas empezaban a crecer, y hasta la piel de sus manos habia cambiado, estaba feliz!!!
El cuarto día penso…Si me tomo todo el jarabe que queda y me pongo toda la crema, se acelerará el resultado; No se acordó de lo que le dijo la curandera.
A la mañana al lebantarse vio las uñas más crecidas así que no dudo y se bebio el resto del jarabe, No se puso los guantes es más se atrevió a pintarlas.
Nada paso en el transcurso del día, y tranquila se unto toda la crema que le quedaba, confiada que a la mañana sus uñas ya estarían crecidas totalmente, es más se aplico algo en las uñas de los pies..
Se durmió feliz con una sonriza, pensando en su nueva vida…
Al fín sería como las demás chicas…hasta tendría novio!!
– Roxina…Roxina, despierta, se hace tarde para el colegio.
Golpeó y golpeó, Roxina no respondía.
La puerta trabada de adentro, llamó a su hijo…a su esposo, nadie podía habrir la puerta.
– llámenos a la policia, dijo el padre.
Vino la policia, la puerta seguía trabada.
Vinieron los bomberos!!
Al no poder habrirla la rompieron a hachazos…
Pero…pero, no podían entrar.
– ¿Que paso? ¿Dónde esta mi hija?
Gritaba la madre.
Después de unas horas lograron entrar.
El espectáculo era horroroso..
Roxina, (lo poco que se podía reconocer) acostada en la cama envuelta en una maraña de uñas,
habían crecido tanto que ocupaban toda la habitacion y Roxina…
Roxina yacia inerte cubierta de uñas, sus manos eran dos garras alrededor de su cuello…
Sus guantes aún están arriba del teclado de la computadora.!!!
GUILLERMO ARQUILLOS
LA CAJITA DE MATHIUS
—Pasa, Mónica —dijo Mathius —, no hay tiempo que perder.
Mónica era imponente; alta, rubia y elegante. Tenía perfectos los ojos, la cara, los largos y delgados dedos…
La muchacha saludó a Mathius con una leve sonrisa y una inclinación de cabeza y pasaron a una sala grande. Sonaba un zumbido desagradable, como el de un tubo fluorescente medio estropeado, una antigualla. Había un aroma de guiso de alubias y las paredes rezumaban humedad. Al fondo, en una mesa pegada a la pared, había un ordenador de pantalla cochambrosa que olía ligeramente a cable quemado.
Se sentaron uno frente al otro, en las dos sillas de la mesa que estaba en el centro de la sala. Mónica extendió su brazo izquierdo y alargó la mano hacia Mathius.
—Sírvete tú mismo —dijo con una sonrisa. —Buena lectura.
El hombre se puso unas gafas de cristales gruesos, sacó una caja diminuta, una especie de pastillero, agarró con firmeza la mano de la chica y, con ayuda de unas pequeñas pinzas, fue tirando de sus uñas. Estas iban cediendo, una a una, separándose de las uñas naturales a las que estaban adheridas. Mathius las fue depositando con cuidado en la cajita.
Luego pegó con algo transparente un nuevo juego de uñas postizas en aquellos dedos. Nadie podría decir que no eran las que traía puestas cuando la chica entró.
—¿Cuántos me traes esta vez? —preguntó Mathius.
—Unos cincuenta mil.
—Estupendo. Con estos, ya tenemos casi dos millones de ejemplares libres de neolenguaje. Literatura original, sin la bazofia de las correcciones ideológicas.
Cuando le propusieron a Mónica que sirviera de enlace con Mathius llevándole los libros digitalizados en sus uñas, creyó que estaba soñando.
«Esta sí que es una causa por la que merece la pena jugarse la vida», pensó.
Se imaginaba que las generaciones futuras podrían leer las versiones auténticas de las historias de Agatha Christie (Diez negritos, Poirot en Egipto…), las obras originales de Shakespeare, podrían conocer al auténtico agente 007 de Ian Fleming, los dichos auténticos de Sancho Panza… millones de obras de arte que estaba destrozando la neoliteratura a la que le aplicaban el neolenguaje. Y Mónica quería contribuir a su permanencia.
Mathius tomó la cajita en la que estaban las uñas, se levantó y se dirigió hacia el ordenador. Algo se le debió caer porque, de repente, se agachó y estuvo en cuclillas un buen rato. Entonces dijo:
—Tengo mucho trabajo, ¿sabes? Esta reliquia de ordenador tarda siglos en descargarse el contenido de cada uña. ¿Ha colaborado mucha gente en este envío?
—No estoy segura, ya sabes lo discretos que tenemos que ser. Creo que son varias bibliotecas particulares, gente que teme que les destrocen sus libros y terminen acusados de cualquier barbaridad.
—Tú te juegas mucho, ¿sabes?
—Es imposible hacértelos llegar de otra manera y a ti te pueden cazar con más facilidad…
En ese momento, se oyó un estruendo en la puerta. Alguien la estaba destrozando.
Entraron entonces unos diez o doce agentes. Daban voces casi incomprensibles, porque hablaban en neolengua y esta era difícil de entender.
No los acusaron de nada, ni siquiera les dirigieron la palabra. Se limitaron a estamparles las porras metálicas en sus estómagos. Luego, cuando Mathius y Mónica ya estaban en el suelo, les dieron patadas en la cabeza. Una y otra vez, una y otra vez.
La sangre se fue extendiendo por las sucias baldosas del suelo.
Uno de los agentes, el que parecía estar al mando, ordenó:
—Mark, proceda.
Y el tal Mark, que tenía hombros musculosos como alas de buitre, empezó a golpear una y otra vez el ordenador, la mesa, la pantalla, el teclado…
Al día siguiente, los agentes llevaron los cuerpos de Mathius y Mónica, envueltos en su propia sangre y casi sin vida, ante el juez de la ideología. Era un viejo que, en su juventud, había leído cientos de novelas y quería que los acusados se librasen de su triste final. Pero la ley era inflexible.
En la sala húmeda que olía a guiso de alubias, el tubo fluorescente acabó por apagarse. Debajo de las baldosas en las que se había agachado Mathius, había cientos de cajitas con las uñas que habían traído una docena de chicas como Mónica. Eran la biblioteca no ideologizada de los siglos venideros.
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*Felicidades a todos los participantes. Hay textos muy buenos y de calidad, impecables.
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