Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «florecer». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de abril!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Nunca es tarde para volver a tener lo que antes poseía, el cariño perdido y la compañía de mis hermanos.
Lamento y mucho los años de distanciamiento debido a interpretaciones equivocas o con poca ética. Siento los momentos pasados y perdidos junto a vosotros los cuales no se pueden recuperar .
Nunca es tarde para deciros que si en algo peque, pido indulgencia.
Ahora sí vivo en plenitud de paz ya que os tengo familia…
Eso dijo el águila a la liebre: tiempo al tiempo, un día caerás entre mis garras.
Lo hemos escuchado cientos de veces, porque el desafío al más débil habita siempre el corazón del depravado.
Abundan hoy en el mundo las dos especies. Hay más liebres que águilas, pero las segundas tienen de suyo más ventaja. Todos hemos conocido algún individuo que se les parece. Los de esta clase o ralea planean desde arriba y buscan coger desprevenida a la posible presa. Son gentes que pasan gran parte de su vida invadiendo el territorio que a otros pertenece. ¡Con lo difícil que resulta encontrar el propio espacio! Son incluso simpáticos, de eso se valen, pero son en realidad unos cínicos.
Nos obligan por tal motivo a permanecer siempre despiertos y a tener, como las liebres, las orejas tiesas. Si te descuidas irán a por ti, te pisotearán.
—Pero es que yo soy ave de presa —dijo el águila a la liebre para justificarse.
—Y yo competencia de los perros galgos. Así que escoge entre tigres, gatos, hienas y leones. Tienes bien donde elegir.
—¿Por qué no a ti?
—Porque carezco de garras para defenderme.
—Es que los de mi especie elegimos al que observando desde arriba está más descuidado.
—Pues muda de hábito y bájate al suelo. Para cambiar nunca es tarde.
―Janis, tienes una llamada, Kris Kristofferson. Creía que hacía tiempo que rompisteis.
―No te pongas celoso, Seth, que solo somos buenos amigos. ¿Kris? Qué bueno oír tu linda voz, compañero, ¿qué es de tu vida, guapetón?
―Bien, bien. Me han llegado rumores de que vas a grabar nuevo disco, ¿es cierto?
―Totalmente, estás bien informado. Se va a titular “Pearl”, como yo.
―El otro día te vi actuar en Los Angeles y estuviste maravillosa, nunca te había encontrado mejor. Es evidente que no me mentiste y has dejado la heroína. Solo te falta el alcohol, serías una mujer nueva.
―Tampoco hay que pasarse tío, que a la inspiración hay que echarle un cable de vez en cuando.
―Bueno, ya hablaremos tú y yo. Te he llamado porque tengo un regalo para ti, preciosa y, si no lo aceptas, me moriré de pena.
―Entonces, lo acepto. ¿Qué es?
―Una canción, para que la grabes y la incluyas en el LP, “Me and Bobby McGee”.
― ¿No será uno de tus temas country? Sabes que no voy por ahí.
―Te va a llegar una maqueta. Tú, escúchalo sin prejuicios y, después, tomas la decisión que te parezca. Solo te pido que te lo imagines acoplado a tu voz.
―Está bien, Kris, te llamaré…, y, muchas gracias, majo, te quiero.
* * * * * * * * *
―Janis, con esta versión de “Mercedes Benz”, hemos terminado en el estudio. Estoy encantado, va a ser tu mejor obra, un disco redondo.
―David, tú eres el productor y el que más sabe de esto, pero no me gusta cómo suena la banda, sobre todo, en “Mercedes Benz”, no es lo que busco. Se nota que no es un auténtico grupo currado en giras, apesta a músicos de estudio reunidos para la ocasión. Quiero añadir un tema que suene auténtico y lo tengo.
―Sabes que no me gustan las sorpresas de última hora. ¿De qué va la cosa?
―Calla y escucha.
♫♪Freedom is just another word for nothin’ left to lose
Nothin’, don’t mean nothin’ hon’ if it ain’t free, no-no
And feelin’ good was easy, Lord, when he sang the blues
You know feelin’ good was good enough for me
Good enough for me and my Bobby McGee♪♫
―Pero, esto es puro country…
―En mi voz, sonará a soul. Y, esos maravillosos músicos que me has buscado, no tendrán ni que ensayar, creo que lo haremos en una sola toma.
―Nunca te había visto tan ilusionada.
―Llevaba años entre penumbras, haciendo el amor con 25.000 personas en el escenario cada noche, y volvía a casa sola. Ahora, eso ha cambiado, mi vida ha vuelto a empezar, y me gusta. Nunca es tarde para ser feliz.
* * * * * * * * *
―Joder, Janis, no me puedo creer lo que hemos hecho, qué pasada de canción.
―La habéis tocado muy bien, no como el resto del disco, capullo, que ya os vale.
―Esto hay que celebrarlo, cariño. Vamos a ir todos a tomar unas copas y lo que se tercie, tú me entiendes…
―No me tientes, que siempre que termino de grabar, estoy muy tonta.
―Quién te ha visto y quién te ve. Vamos, que lo pasaremos bien.
* * * * * * * * *
― ¿Alguien ha visto a Janis? Necesito que escuche las primeras mezclas y nadie sabe dónde está.
―Si no lo sabes tú, David, que eres el productor…, yo solo soy el técnico de sonido. Solo sé que anoche se fue a tomar algo con los músicos. Pregunta por ahí.
* * * * * * * * *
Cuando la encontraron, Janis Joplin llevaba dieciocho horas muerta, por sobredosis de heroína. Era, después de toda una vida difícil, su mejor momento, tanto personal como profesional. Nadie entendió por qué se inyectó aquella noche excepto, quizá, quien le ofreció la droga.
Había logrado vencer, al fin, sus propias inseguridades, sus problemas de ansiedad, sus innumerables inquietudes, las turbulentas relaciones íntimas con los hombres y, sobre todo, con las mujeres. Estaba más preparada que nunca para afrontar nuevos retos. A sus estudios de Bellas Artes, se sumaba un talento natural portentoso y un carisma único, que la habrían llevado hasta donde hubiese querido. Pero, un lamentable descuido, acabó con su futuro.
“Pearl”, su disco póstumo, fue un gran éxito a nivel mundial, el mayor de su carrera. Entre sus canciones se incluyeron “Me and Bobby McGee” y “Mercedes Benz”. En esta última, se eliminó el acompañamiento instrumental, ya que a Janis no le había gustado, y se publicó a capella.
Fue enterrada en el océano Pacífico, según sus deseos y, en 2023, habría cumplido ochenta años.
D.E.P. Janis Joplin, la artista más querida por los amantes del blues y el rock and roll, que siguen renovándose día a día y así seguirá siendo, por mucho tiempo que pase. Canciones como “Piece of my heart”, “Ball & chain”, “Summertime” o “Cry, baby”, seguirán sonando para siempre en nuestros corazones.
Oh Lord, won’t you buy me a Mercedes-Benz?
My friends all drive Porsches
I must make amends
Worked hard all my lifetime
No help from my friends
So Lord, won’t you buy me a Mercedes-Benz?
Oh Lord, won’t you buy me a color TV?
Dialing for Dollars’ is trying to find me
I wait for delivery each day until three
So Lord, won’t you buy me a color TV?
Oh Lord, won’t you buy me a night on the town?
I’m counting on you, Lord
Please don’t let me down
Prove that you love me and buy the next round
Oh Lord, won’t you buy me a night on the town?
Everybody!
Oh Lord, won’t you buy me a Mercedes-Benz?
My friends all drive Porsches
I must make amends
Worked hard all my lifetime
No help from my friends
So Lord, won’t you buy me a Mercedes-Benz?
De repente, un hombre con traje negro y sombrero de copa sacó un pañuelo de color purpurina, y en un gesto lo convirtió en una barita mágica. Los asistentes se miraron entre ellos, extrañados. A continuación, el mago sacó una moneda, y tras una serie de movimientos la hizo desaparecer de sus manos. Más miradas de desconcierto. Llegó el momento de la risa. Aparecieron dos payasos tocando una bocina y tirando confeti, y comenzaron a hacer números cómicos, que si una tarta en la cara, que si un puntapié. Las risas, tímidas al principio, terminaron aflorando. Por último, la música. Sonó una flauta, después un violín, y un acordeón; hasta seis músicos comenzaron a tocar una música alegre, vital, al estilo celta. Algunas personas se animaron a bailar, y poco a poco la alegría acabó por estallar. El mago seguía con la magia, los payasos con la risa, los músicos, el baile. Aquello era una locura maravillosa. El cementerio había pasado de la oscuridad a la luz. Finalmente miró la lápida, la foto de ella, y con los ojos húmedos y una sonrisa radiante susurró: “mi amor, feliz cumpleaños”.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Nunca es tarde para darte un beso,
para abrazarte y decirte que te quiero,
para ahuyentar tus miedos y mandarlos lejos.
Nunca es tarde para pedir perdón,
siempre y cuando sea de corazón,
porque aunque pensaste tenías razón,
descubriste que me hiciste una herida aunque fuera sin ninguna intención.
Nunca es tarde para retomar tus sueños, para escribir los versos que yo siento y recitarlos en el universo.
Nunca es tarde cuando tu alma siente que tu esencia arde en el infierno,
mientras tu corazón está atormentado y lleno de lamentos.
Nunca es tarde para volver a ser poeta, que tu pluma deslice al viento con su tinta cada poema y los pregone en la memoria.
Fin.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
SEGUNDA OPORTUNIDAD
De repente sintió como la rabia recorría sus venas, consciente de que aquella irritable actitud suya era la única que había desencadenado todo cuanto estaba a punto de suceder. Sentía que su carácter impulsivo, el mismo que le había acompañado durante toda su vida, le acabaría generando un profundo rencor. Y mientras eso sucedía dentro de su cabeza notaba, angustiado, cómo la enorme bola de la culpa no paraba de dar vueltas y vueltas en el estómago.
Era su hermana. La persona con la que había compartido media vida. Su increíble compañera de risas y aventuras. Aquella a quien de pequeño había jurado permanecer para siempre fiel, pasara lo que pasara. Algo que nunca debía haber olvidado. Pero el transcurso de los años y la naturaleza humana hacen que a veces tomemos caminos indeseables. Ahora todo se había enfriado. La distancia les había ido alejando y los pequeños detalles habían crecido hasta convertirse en insalvables obstáculos. Una marea negra de ira y oscuridad se había ido adueñando de su ser hasta transformarse en el monstruo que ahora se tambaleaba, empapado de alcohol y de rabia.
Aquella noche no pudo contener más todo lo que ardía en su interior. Golpe a golpe, tecla a tecla, dejó salir su furia animal, descargándola sobre un interminable texto en forma de correo electrónico. Había abierto la puerta a todos sus fantasmas, y se había dejado llevar por sus miedos. Algo que a priori podría resultar terapéutico y liberador, pero que, sin embargo, se había convertido en una bomba de relojería a punto de estallar.
De repente, ejecutó el golpe maestro. Con un breve clic de ratón pulsó sobre el botón de envío y el artefacto explosivo fue lanzado, directo a su objetivo. Certero e implacable. Había soltado la mayor arma de destrucción masiva conocida: la palabra.
Un temblor se apoderó de él en ese momento. Las dudas comenzaron a asaltar su mente y la inseguridad le llevó a cuestionarse si había hecho lo correcto. Enseguida trató de medir las posibles consecuencias de su acto. Nada en esta vida es inocuo e inofensivo, y aquello lo sería mucho menos. ¿Estaría preparado para todo lo que estaba por venir?
Pasaron los minutos. Luego las horas. Su impaciencia se fue acrecentando. Se aseguró una y otra vez de que no hubiese ningún mensaje de error indicando una entrega fallida. Comprobó el acuse de recibo electrónico, asegurándose de que el correo había llegado a su destinataria. Algo muy distinto es que lo hubiera leído.
Todo estaba en orden… pero la incertidumbre no dejaba de corroerle por dentro. Una incertidumbre a la que siguió el arrepentimiento, cada vez más profundo. Volvió a leer una y otra vez el mensaje incendiario con que el que había pretendido arrasar a la persona que se encontraba al otro lado. Y se derrumbó. Deseó una y mil veces no haberlo escrito, no haberlo enviado. Volver atrás en el tiempo y que nada de aquello hubiera sucedido. Lloró con lágrimas amargas y desesperadas ante lo que ya no tenía solución.
Y de repente, algo sucedió.
El icono se iluminó y en la bandeja de entrada apareció como de la nada un nuevo correo, en respuesta al que él había enviado, horas antes. Su corazón comenzó a latir desaforado, temeroso de lo que podría encontrar al abrir el mensaje.
Sus ojos se abrieron como platos cuando comenzó a leer:
¡No mames, wey!
Hijo de la gran chingada…
Disque de pronto, no más, recibo un email de un pinche pendejo recitando una serie de mamonadas. Y me dije… ¡ya se armó el mitote, compadre! ¿Pero qué onda es esta?
Ya cholé, ¿no? No te me achicopales y aferra el celular bien bueno y platica con tu hermana, pendejo. No más que cierres el changarro, agarras el carro y manejas hasta su casa y en nada que abra, coges y le das un apapacho bien apretado, chamaco.
Y deja ya la botella y dale la vuelta a la hilacha, que la vida se escapa, compadre. Y no hay más que una, íjole. No me seas naco.
Solo espero que ahorita mismo, en cuanto arregles la vaina, me platiques de vuelta que ando impaciente por saber en qué queda todo este quilombo.
Ojalá me reportes que la cosa está padrísima.
No más espero tus noticias, cuate.
Tu compadrita,
Adela
Frotándose los ojos, y sin entender una sola palabra de aquella jerga mariachi, de repente reparó en la dirección del remitente: adela.cortez@supermail.com. Entonces respiró aliviado.
Como consecuencia de su ceguera, y también probablemente del alcohol, había escrito mal la dirección. Aquel mensaje nunca llegó a su hermana, Adela Cortés. Pero sí a una chamaquita de Chiapas, en México, de lengua suelta y cuyo correo electrónico coincidía exactamente con el de su hermana. Salvo por una letra.
De pronto, todos sus miedos se transformaron en una sonora carcajada. Finalmente, suspiró y dio gracias a que el destino le hubiese regalado una segunda oportunidad.
ROSA ROSANA
DIÁLOGO
—¡Nunca es tarde!
—¿De verdad…?
CANDELA PUNTO
MIKAELA
Nunca mi mente, podría haberse imaginado el experimentar los hechos que narraré a continuación. La pregunta para vosotros es: ¿Qué pasaría si las oscuras fuerzas de la maldad, ya extintas, antaño, reapareciesen en un mundo evolucionado, donde lo místico quedó en el olvido y lo científico y tangible, es lo que rige el universo?
En el sector 1, cuadrante 666 del planeta Mikaela, a 24 millones de años luz de la Tierra, me despertó sobre las 03:00 h el MVC, (Mapeo Visual Craneal), activándose en mi cabeza, una imagen con la inmensidad del mar como fondo, la Sinfonía n.º 5 en do menor de Beethoven, sonando, y un mensaje en el centro que decía: «llamada desconocida», «¿responder o rechazar?». Mi instinto a esas horas… Decidí aceptar, de forma automática, llevado por la responsabilidad que requiere mi puesto de trabajo como director del Instituto Conservacionista de la Cultura Terrestre, el cual se encuentra amparado por la Fuerza Intergaláctica Planetaria.
Me llamó la atención, al aceptar, que el MVC no mostrase la cara del interlocutor que osó molestarme tan temprano. El dichoso chip que llevo implantado, decidió mostrarme su lugar, la imagen de una gota de sangre ampliada en la que se podían ver con claridad, los glóbulos rojos y blancos moviéndose, agitadamente, dentro de ella, como si buscasen un lugar donde finalizar su recorrido. Teniendo en cuenta que era un prototipo casi obsoleto, no le di mayor importancia. Nunca quise cambiarlo por una versión más actualizada.
Escéptico de mí por toda una vida cargada de realismo y practicidad, la maldita visita que realicé aquel terrorífico día y que nunca, jamás de los jamases, hubiese hecho al Museo Planetario del Louvre, de conocer los acontecimientos que no tuve el placer de disfrutar; ni siquiera hubiese atendido la llamada que me invitó a participar en el análisis del verdadero y único cuadro existente de Vlad el Empalador.
—¡Sí!, ¿quién es? —pensé en vez de hablar, arropado por el calor del láser rojo, que atempera mi cuerpo mientras duermo—. Es una de las ventajas del chip implantado, se puede conversar, sin hacerlo.
—(…) —nadie al otro lado, tan solo un vacío terrorífico.
—¡Claro, no se preocupe! —seguro de lo que dije—. Está hablando con la persona indicada, mi trabajo es restaurar y conservar cualquier vestigio de nuestra antigua civilización. Como sabe, la Tierra fue casi destruida en la batalla por la colonización planetaria. Qué, 3000 años después, haya aparecido un cuadro de estas características, es asombroso por no decir, casi imposible.
—(…) —nadie al otro lado; susurros pavorosos sin sentido.
—¡Una hora! —calculé que tardaría en llegar—. No lo toque sin protección, la obra, así es como se llamó a ese tipo de arte, antaño, podría contener bacterias o virus contagiosos.
—(…) —nadie al otro lado; frío, mucho frío… Oscuridad.
—De acuerdo, llevaré el compuesto de plata, al contacto con la pintura del cuadro sabremos el tipo de isótopo del que está compuesta. El proceso nos dirá con exactitud la fecha en la que se dibujó y su composición.
» El analizador de espectro nos dirá si hay restos orgánicos, incluso la existencia de ADN en la obra, si la hubiese. Le repito que es de vital importancia que no la toque, salgo de inmediato.
Al llegar al museo, caí en la cuenta de que estuve hablando con nadie, por tanto, ¿cómo es que se activó el MVC?, ¿qué hacía allí?… No hubo comunicación directa. ¡Bueno!, algunos ruidos extraños, sí, pero nada de gemidos; ni una palabra. Algo me atrajo con fuerza hasta el museo. Solo, en el sector 12, a las puertas del Louvre, decidí entrar, sintiendo un gélido frío que nubló mis pensamientos, y un sudor repentino se apoderó de mi frente. La oscura y poderosa energía que empapaba cada rincón del museo se introdujo a través de mi piel. Comencé a temblar sin capacidad de reacción. Intenté agarrar el Blaster que ceñía en mi cintura con la intención de protegerme sin saber de qué, pero noté en todo momento su presencia. Me sentí amenazado.
La maldad que parecía morar en el museo, en cada piedra, en cada obra de arte, hasta en el aire que respiraba, me agarró con fuerza de la solapa de la solapa de mi chaqueta Trench y tiró de mí. Dejándome llevar mientras sentía su mano acariciando mi pelo y su aliento en mi cuello, la sangre bañó mi hombro después de notar un pinchazo profundo en la vena yugular.
Absorto en mis pensamientos y sin saber cómo, llegué al desván y abrí la puerta. El cuadro me miró fijamente, me llamó, sentí la vida y el horror que desprendía… Atraído por su llamada, lo descolgué y extraje una muestra de pintura. Pasé sobre ella el analizador de espectro indicándome en su pantalla, la existencia de 3 millones de restos de ADN humano distintos en su composición. Sin sentimientos e inerte como una piedra continué con las pruebas. Al mezclar la muestra con el compuesto de plata, reaccionó con violencia y cobró vida —sin duda era sangre—. Saltó sobre mí y se introdujo en mi interior a través de las uñas invadiendo el torrente sanguíneo y llegado hasta mi corazón. Me ardía.
Mi aparente letargo desapareció y entré en un estado de histeria, gritando y revolcándome en el suelo, a la vez que los dedos de las manos se alargaban, me crecían las uñas de una forma espantosa y perdía el pelo de la cabeza. Mis ojos se volvieron blancos y las cuencas negras. El mentón se estiró dejando manifestar una terrible mandíbula de colmillos largos y afilados. Nunca en mi vida sentí un dolor tan espantoso, al crujir mi columna y quedar encorvado. Mi piel adquirió una tonalidad amarillenta y las venas se marcaron en relieve, negras como el carbón, simulando el recorrido en mi cuerpo como si de un mapa hidrográfico, se tratase. La transmutación de mi persona en un ser diabólico al contacto con la muestra del cuadro, agudizó mis sentidos y mis capacidades físicas, una sed de sangre infinita se apoderó de mí, y me dio la capacidad de no envejecer.
Caí al suelo desmayado…
Dos días después, me desperté a las tres del mañana sobresaltado, salté por el ventanal del desván y caí al suelo de pie. Corrí hasta el sector 23, donde los Bem, se encuentran bajo el control de la Fuerza Intergaláctica Planetaria, y me alimenté de un monstruo con ojos de insecto
Cómo respuesta a la pregunta que os hice al principio, os diré que nunca es tarde para volver a lo antiguo. Que nunca es tarde para desgarraros el cuello a todos en un callejón oscuro del planeta Mikaela. Que nunca es tarde para que os deis un paseo por el Louvre y admiréis mi obra maestra. Que nunca es tarde para recuperar los sueños, aunque yo apareceré en ellos con la intención de atormentaros. Y sobre todo, que nunca es tarde para que améis ser mejores personas cada día.
Hoy, 750 años después, en el año 5800 de la era humana, comienzo mis memorias…
GRACIELA PELLAZA
Nunca..adverbio que modifica el verbo.
Nunca será, ni volveré, odiaré , amaré.
Tarde ..adverbio de tiempo. Casi al final, lo que es lejano, llegará con retraso.
¿Tarde será nunca?
Y así, ante el espejo, se miraba Sarita – mientras pensaba y se sacaba el maquillaje. Ese polvo que disfraza las arrugas por unas horas. Hace días, le tiemblan sus manos un poco más, como el motorcito de la licuadora.
Benditas manos las tuyas Sarita..si le habrán enseñado a los hombres, la cualidad de la caricia, con esa postura de virgen ante los ojos del que te mira y masajear los dedos cansados, con la piedad de la santísima. Enaltecer la palma del trabajo duro, colocar cremas sobre la piel seca y guardar el descargo de los días difíciles en la cofradia de tu ternura.
Así Sarita..sin tiempos, en la lentitud de tus relojes que esperan sobre la cómoda, que se caiga un sol sobre la cama fría.
Abrazando a deshoras, en el regazo; las penas masculinas que no se lloran, y en el secreto de la pieza escuchar sin contar, perfumando con tu vestido la piel de las mejillas duras.
Sara, eres corolario del amor pasajero, efímero, sin retorno. Ese que dura el tiempo en que se come una manzana, y luego saciada la hambruna, se viste y se va a su casa.
Las sábanas se lavan para que la tristeza que podaste se vaya con el agua..
Hasta que , tal vez, quien sabe..vendrá otro con pesados grilletes a golpear la puerta de tu casa.Y abrirás Sarita.. con el pecho de las bienvenidas.
Ha llegado tu invierno cruel, pero has colmado de verano por unos pocos pesos a los desvencijados, con la piedad de los ojos has restaurado.
¿Tarde es nunca?
Hoy necesitas tu parte.
Que un día alguien no tenga prisa, que quiera cocinarte en el caldero viejo una sopa de verduras, y se quedé toda una noche contando estrellas mientras tú te encremas las pantorrillas.
ANGY DEL TORO
RENACER
Hola ¿hay alguien por ahí? Pues claro que sí, que hay, porque sé que estás leyendo esta, mi carta de despedida. Comienzo recordando un refrán muy antiguo: “Dios escribe recto en renglones torcidos” y además, que nunca es tarde para renacer.
Es así y no tenemos escapatoria. Él lo ha decidido y así será. Pronto os diré adiós y sé que no será para siempre, la experiencia me dice que de ahora en adelante me tendrán más presente que nunca, y, que, si alguna vez me equivoqué en algo, ustedes me perdonarán, porque ya no les quedará de otra.
Como pueden apreciar, me iré de este mundo cual llegué, así de improviso, desnuda y quizás ni pueda llevarme las manos a los bolsillos. No es un chiste, es la puritita realidad.
Confieso que estoy dispuesta a partir, pero no a sufrir, por lo que si de alguna manera pueden ahorrarme el dolor de que me recuerden ausente, lo hagan. Prometo no halarle los pies, ni resbalarme por el suelo enjabonado, ya no estoy para esos trotes, aunque ganas no me faltan.
Nada que, como escucharon, el médico ha dicho que “finish the game”, se acabó, se acabó. Que regrese al mismísimo lugar de donde vine, el mensaje está clarísimo, solo que me gustaría ser útil aún después de fallecer. Sugiero que echen mis cenizas en la tierra para que, de alguna manera, mis restos sirvan de abono.
Por favor, recuérdenme con alegría, sonrían al hablar de mí. No quiero llanto. ¡Ah! y si es de su agrado, se reparten el botín y me depositan en la tierra en que cada cual se encuentre. Saben que eso de viajar me enamora, pertenezco al Planeta y mi signo es Géminis y, como buena geminiana, me encanta andar por los aires.
Nací cuando el Sol pernoctaba en casa XI, la de Acuario, la de los amigos, y si resulta de vuestro agrado, cuéntenles a sus amistades que mi Niña Interior fue muy feliz, que siempre estuvo presente en mi vida. Disfrutó como quiso y pudo, en cualquier momento y lugar.
No dejo pendiente alguno, traten de llevarse bien, entenderse y respetarse, eso sí, en mi nombre y para disfrute de todos.
Conste que me voy feliz, porque me casé con el hombre más maravilloso del mundo y, además, les tuve a ustedes, mis hijos.
Los amo hasta más allá del infinito. Bendiciones y Namasté. Mi alma, saluda a tu alma. Amen.
EFRAÍN DÍAZ
Al abrirse el portón, Jorge salió. Elevó la cabeza y con los ojos cerrados y una amplia sonrisa, se regocijó al sentir el calor del sol en la cara. Era la primera vez que veía y sentía el sol en más de veinte años.
Atrás había quedado el cautiverio. Al fin era un hombre libre.
Tal y como he contado, Jorge estuvo poco más de veinte años confinado. Tales eran la naturaleza de sus múltiples delitos, que estuvo encerrado en solitario. Veintitrés horas en una pequeña celda y una hora al aire libre, generalmente en la noche mientras la población penal dormía.
Nunca tuvo un trabajo formal. Nunca había cotizado para la seguridad social. Toda su economía estuvo basada en la economía de la delincuencia.
A sus cincuenta y dos años y sin un título universitario que respaldara su gestión, debía conseguir trabajo en clara desventaja.
Nunca es tarde para enmendarse y echar pa’ lante, le decían los mentores del presidio. Miren el ejemplo de Helene Darroze, Arianna Huffington, John Stith, Ray Kroc y Harland Sanders conocieron el éxito después de los cincuenta, por lo que nunca es tarde, escuchó en una charla de motivación.
En cierta medida los mentores tenían razón. Nunca es tarde si las circunstancias coinciden con la oportunidad. Pero las circunstancias de Jorge eran muy diferentes a las circunstancias de los personajes antes mencionados.
Tan pronto Jorge salió de la cárcel, llenó varias solicitudes de trabajos que no requerían título. Trabajos de poca monta.
Extrañados por la falta de experiencia de Jorge en trabajos formales, terminaba saliendo el tema del confinamiento y acto seguido, la negativa del patrono a contratar con un convicto. Hay deudas que aunque se paguen, nunca terminan de saldarse. La interdicción civil es una de ellas. Es una eterna hipoteca que perseguirá al convicto hasta la muerte.
Al cabo de múltiples gestiones, Jorge no pudo conseguir trabajo. Su condición de convicto se lo impidió.
Entendió que sus mentores carcelarios estaban equivocados. Que a veces sí es muy tarde. Que no se le puede dar marcha atrás ni al tiempo ni a lo hecho.
En cuestión de dos semanas y hastiado de una sociedad discriminatoria y con falta de oportunidades para los convictos, ahí estaba Jorge, dispuesto a ganarse la vida y a jugarse el pellejo por un puñado de dólares.
Se bajó el antifás, agarró la escopeta y con una sonrisa caminó hacia el Banco Central.
IVONNE CORONADO
Nunca es tarde.
Esa frase que le dijo su padre a Amelia el domingo pasado, cuando ella se quejó de haber interrumpido sus estudios para dedicarse a cuidar de su hijo y trabajar, quedó flotando en su cabeza.
Habían pasado varios años desde que, adolescente, había decidido no abortar ese ser que crecía en su vientre. No se arrepentía, pero el que la dejó embarazada no fue capaz de asumir la responsabilidad. Claro, tampoco tenía la edad correcta.
Manuel tenía trece años ya. El tiempo no se siente pasar.
Bueno, y por qué no hacer el intento? – Se dijo.
No había querido depender de sus padres, y busco emplearse. Bastante habían hecho con aceptar su error y ayudarla cuidando de vez en cuando a Manuel. Sus padres aún trabajaban cuando ella dio a luz.
No había podido terminar su segundo año de secundaria, no le fue fácil encontrar trabajo. Finalmente, fue aceptada como camarera en el restaurante de un hotel. Las propinas la ayudaban a mejorar su salario.
Manuel era un jovencito muy gentil y afectuoso. Sus abuelos lo adoraban.
Manuel, regreso a estudiar. Le dijo a su hijo.
Bravo mamá, te felicito.
Amelia fue a inscribirse en la escuela nocturna.
Cansada, después de su trabajo en el restaurante, se iba a sus clases.
Manuel ya podía valerse por sí solo, y también ayudaba a su madre en la casa, cuando sus tareas escolares se lo permitían.
La madre de Amelia cocinaba un poco más para llevarle algo a su hija.
Amelia se sorprendió al ver cuantas personas se encontraban en la misma situación que ella. No era la única adulta haciendo un esfuerzo para mejorar su vida.
«Nunca es tarde», se lo repetía incansablemente en su mente cuando sentía que su cuerpo se quejaba.
El día que finalmente terminó su bachillerato y fue admitida a la universidad, supo que nunca es tarde para alcanzar nuestros sueños, si no bajamos los brazos.
Fueron cuatro años de lucha continua contra la fatiga, pero con el apoyo de su familia salió adelante.
El orgullo que reflejaban los ojos de sus padres y su hijo, cuando la vieron pasar a recibir su diploma de enfermera, lleno su corazón de dicha. Y se repitió una vez más: ¡Nunca es tarde!
Ivonne Coronado Lardé –Montreal, 2 de abril, 2023
Ivonne Coronado Lardé
2/4/2023
Nota: Mi madre autodidacta entró tarde a estudiar y se recibió a los 55 años. Tenía ya mucho tiempo de estar trabajando como maestra. ¿Cómo fue? Había necesidad de maestros y reclutaron gente, haciéndolas pasar un examen, para que fueran en medios rurales a alfabetizar. Tuvo excelentes maestros, y ella, muy buena memoria.
CESAR BORT
En 1968 el grupo de rock The Suites publicó su primer y último álbum Twelve Upon a Time, que pretendía romper con toda la narrativa musical precedente y crear una nueva manera de contar historias.
Su sencillo It´s never to latte manchiato escaló con rapidez al primer puesto de las listas, donde se mantuvo tres meses. Los sonidos experimentales, como un chimpancé cascando nueces para la percusión; un jirafa tragando agua para la cuerda; un hipopótamo… para el viento, hicieron furor entre los que estaban hartos de guitarras y baterías. Las voces corales, polifónicas y desgarradoras de las cacatúas herían la sensibilidad de los más tradicionales, aunque fueron, al mismo tiempo, loadas por aquellos que, desde hacía tiempo, demandaban otra forma de expresar los sentimientos, la diversidad y, en último término, la realidad.
A pesar del éxito de Twelve Upon a Time, el grupo se disolvió igual que apareció: sin previo aviso y a la francesa. Pero su legado perdura y sin su influencia no pueden entenderse los derroteros de la música actual.
BEATRIZ ROBESPIERRE
Era muy inteligente, siempre lo fue. Aprendió a leer a los tres años y a los cinco, nuestra madre quiso que comenzara en la escuela e intentó inscribirla en preparatoria. Los maestros se negaron a aceptarla por la edad, al igual que el director de la escuela; sin embargo la recibieron como oyente. Su progreso fue asombroso. Ella se entregaba totalmente, pero un buen día se desmayó en el salón, y por instrucciones médicas no pudo terminar su año escolar. Sufrió mucho, pero fue lo mejor para ella porque logró recuperarse. Recuerdo que lloraba cuando veía los otros niños entrar y salir de la escuela, porque ésta quedaba muy cerca de nuestra casa.
Así era ella, María Antonieta, mi hermanita menor. Muy estudiosa y disciplinada para su edad. Yo era diez años mayor que ella, y fui yo quien la enseñó a leer. Siempre que me veía estudiando y haciendo mis deberes, quería que yo le enseñara lo que estaba leyendo o escribiendo en ese momento. Yo le daba tareas propias para su edad, así yo tendría tiempo para mis responsabilidades del liceo.
Comenzó su año escolar y su su progreso fue asombroso, su entusiasmo nunca mermó, y así siguió siempre; siendo una niña totalmente dedicada. Terminó su primaria y secundaria con óptimas notas. Fue una de las mejores alumnas del liceo. Todos los profesores y nosotros nos sentíamos orgullosos de ella.
Ingresó a la universidad, a la facultad de Ingeniería eléctrica, carrera que también terminó con honores. Para entonces ya estaba prometida para casarse y así fue. Junto con su graduación fue su boda. Enseguida comenzó a trabajar para la empresa telefónica, carrera que tuvo que truncar para criar a su primera bebé. Se hizo ama de casa, pero al mismo tiempo era colaboradora de la empresa de su esposo, y así seguiría ejerciendo funciones relacionadas con su profesión. Esto le permitiría encargarse de su segunda bebé. Incluso trabajaba desde su casa. Tenía una vida bastante ocupada pero feliz. Yo siempre la vi alegre y con una salud óptima.
En esta rutina llena de buenos momentos y trabajo duro, pasaron algunos años. Su hija mayor se hizo ingeniero agrónomo y la segunda posteriormente se graduó de contador público. Era la familia perfecta. Yo pasaba temporadas con ellos: cantábamos y reíamos hasta el cansancio.
Una vez que su hija menor casi termina su carrera, y comienza también a ser independiente, María Antonieta decidió estudiar contaduría y así tener un segundo título. Recuerdo cuando le informó a su esposo su interés por ingresar a la universidad porque le encantaba la contaduría. Su esposo le contestó un poco molesto -«Eso quiere decir que pasarás muchas horas fuera de la casa? No, no quiero que vuelvas a estudiar»- y ella le contestó tajante – «No te estoy pidiendo permiso, te estoy informando», y él abrió sus ojotes, pero viendo la determinación de ella, guardó silencio y le deseó buena suerte.
Se enamoró de esta nueva carrera. A veces iba a la universidad, y otras veces, lo hacía a distancia porque la universidad así se lo permitía.
Era un «loca» enamorada de los números. Le revalidaron algunas materias que ya había visto en ingeniería. Yo llegaba a verlos y me contaba sus logros. Me mostraba sus trabajos, me nombraba algunos compañeros, especialmente a una compañera de quien se hizo muy amiga y que a veces se reunían para estudiar. Yo me sentía muy orgullosa de ella.
Fue pasando el tiempo y ella se las arreglaba para compartir con su esposo y su hogar. El nunca se quejó, por el contrario, se sentía bien orgulloso de ella, ya que él hizo lo mismo: estudió dos carreras y en ambas se graduó. Terminó por comprender la satisfacción que mi hermanita sentía.
Ya para graduarse y trabajando en la tesis que debía defender y así obtener su título, su esposo le quiso regalar un viaje por su graduación. Emocionados ambos por esta nueva aventura, comenzaron los preparativos para el viaje tan soñado: Visas, pasaportes al día, listas de cosas por hacer en el viaje, visitas a museos etc., la emoción la tenía ocupada. -«Al egresar defiendo mi tesis y seré contador público como mi hija»- Me decía. Faltaban algunos exámenes médicos requeridos para salir del país. Fue así como se enteró que sus riñones no le estaban funcionando. Se desplomó con la noticia y para mi fue un trago muy amargo. Ya no se iría de viaje y estaba obligada a comenzar la diálisis. Recuerdo ese día cuando ella volvió en si, justamente en el consultorio del médico que la examinó. -«Mi vida se acabó hermana, ya no hay viaje, ni hay graduación»- NO, le dije enfática. Mientras estés en diálisis se busca un donante. Yo te doy mi riñón” le dije con énfasis. Verás como todo va a salir bien. Yo, con mucho dolor en el alma, tuve que esconder mi congoja. Mi hermanita?, no puede ser. Sentí rabia con Dios y con todos los seres celestiales. Tuve que disimular esa furia que sentía. No era posible, ella tan joven y pasar por ésto? Fue un dolor para todos, especialmente para mi que estuve presente cuando recibió la noticia.
Varias veces la acompañé a recibir su diálisis. Sentada con todos los cables conectados que le colocan, ella con una pequeña calculadora, revisaba que todo estuviera en perfecto orden para la defensa de su tesis. Al salir, había que ayudarla hasta llegar a casa y que se fuera a la cama porque siempre llegaba con muchísimo dolor de cabeza, mareada y ya no quería comer nada. Sufría muchísimo. Por suerte la diálisis era tres veces por semana.
En varios hospitales estaba inscrita para trasplante, en caso que hubiera alguien que apareciera con un riñón compatible. Incluso, estaba registrada en un hospital de Medellín (Colombia) por si acaso aparecía un donante. Ella volaría desde Caracas el mismo día. Salía muy caro mantener su nombre en la lista de espera, ya que mensualmente había que enviar cierta suma de dinero sustanciosa para manter su nombre y para cubrir exámenes de sangre requeridos que enviaba regularmente.
Pasó un tiempo más menos largo, hasta que la llamaron de Medellín a medianoche, para informarle que un joven se estrelló con su carro y falleció- Él era compatible. Un riñón era suficiente para salvarle la vida, y así, las 6 am voló a Colombia, y a las cinco de la tarde ingresaba al quirófano para su trasplante. Todo fue un éxito. Bendito sea Dios. Hablamos por teléfono y sentí en su voz un cambio total; se reía, decía chistes, hacía planes. Fue algo maravilloso para todos.
El regresar a Venezuela, siguió con el tratamiento postoperatorio y una vez que se fue sintiendo bien, se preparó para defender su tesis. Bravo!!! Todo fue un éxito. Felicitaciones, champagne y mucha alegría con amigos y familiares. » Valió la pena se repetía, y aseguraba que NUNCA ES TARDE para empezar una vida nueva hermana».
Pasaron los meses y ella haciendo planes para trabajar como contador público, pero desde la casa, ya que todavía se sentía débil y el tratamiento para evitar que rechazara el riñón, la debilitaba mucho. Nadie quería mutilar su entusiasmo. Once meses pasaron después del trasplante y yo notaba que iba perdiendo peso cada día más. Un metro 70 de estatura no es para pesar 50 kg. Dolía verla tan demacrada y pálida. Poco a poco fue perdiendo fuerzas hasta que el riñón trasplantado dejó de funcionar. Hubo que hospitalizarla de emergencía. Nunca me separé de ella. Un día me dijo -«Hermana, valió la pena verdad?. Nunca es tarde, lo logré ? Aproveché lo que pude»- Y me dijo adiós. Mi alma se derrumbó. No lo podía creer, llegué a odiar al mundo entero en ese momento. No me importa. Era mi hermanita, un ser que tanto amaba, a la que enseñé a leer, con la que cantaba siempre, la más chiquita de la familia. La llevo impregnada en mi corazón y duele, como duele…
GRISELDA SIERRA
Pedro y yo estábamos con él. Nos dijo que se iba, que nunca es tarde para cumplir nuestro destino; lo miré con ojos desamparados y le recordé que la cosecha de manzana estaba próxima y que íbamos a necesitar su ayuda. Le rogué que no se fuera y él hizo como si no me escuchara y continuó hablando de su viaje; dijo que después de todo iría a un lugar donde sería feliz, que no era que no lo fuera conmigo y con nuestros hijos, pero que necesitaba tomarse un descanso y que nosotros podríamos alcanzarlo después. Pedro le pidió que callara y a mi me entró rabia al oírlo hablar así, y salí corriendo para que no me viera llorar. Más de treinta años juntos para que todo terminara de esa manera. Pero ciertamente lo nuestro ya no era lo que había sido, ya no éramos felices. Hacía más de dos años que él había cambiado y de ser un hombre comunicativo, alegre y gentil se había tornado misterioso, callado y hosco; por más que nuestros hijos y yo insistíamos para que nos dijera qué era aquello que lo molestaba, él había caído en un mutismo exasperante y habíamos peleado más de una vez. Apenas unos días atrás nos había dicho la verdad y ahora estaba resignado y nos decía que nunca es tarde para irse, mientras nosotros nos sentíamos desesperados y con las manos atadas. Nada podíamos hacer para impedir que nos abandonara. Caminé hacia la huerta y corté una manzana; la mordí con coraje; cuando pude calmarme regresé a la casa. Pedro, nuestro hijo mayor, me detuvo en la puerta y me dijo que su papá estaba listo para marcharse. Me derrumbé en una silla y maldije al cáncer por llevarse a mi esposo.
ARITZ SANCHO MAURI
Déjame confirmar la teoría de Eduardo Punset de que el tiempo no existe si te vuelvo a ver. Da igual los días o lustros que pasen, ya que nada de lo que no vemos habrá cambiado.
Ya sé porque estoy dando vueltas a despejar la incógnita que me recorre por dentro. Entiendo porque giro todo en contra de las agujas del reloj, para ver si vuelvo a llevar los astros a mi favor, al momento idóneo; a cambiar piezas del puzzle, que eviten que al menos me duela tu ausencia.
Sí; porque nunca es tarde, si continúa el más mínimo resquicio de un hermoso sentimiento.
No; tú que no te dejas apaciguar por el miedo a lo que pase.
Tal vez; que vives con una emoción multiplicada al resto, que centellea, que no tiene explicación, siempre cabe una oportunidad entre millones.
Porque sabes que el existencialismo no se ve y no se transforma en materia, es algo invisible, introspectivo.
Que vives despierto en un sueño, al estar siendo víctima de un documental que protagonizas. Caminando por el precipicio de un atisbo de luces que son fruto del destellante espejismo del arcoíris de tu mirar.
ALBERTINA GALIANO
Nunca es tarde, y sin embargo a veces lo es.
Desde dentro de mi pecho, en áridos días de pasión, echo en falta aquello que no he sabido conservar.
Paso unos días en una localidad del sur, como tantas. Y sin embargo, se trata de una muy especial.
Hace muchos, muchos años alguien en la fina arena de esta playa me pidió amor, que yo en ese momento no correspondí.
Tanto tiempo después, volviendo a pisar aquella arena que aún ahora acaricia mis pies no dejo de preguntarme dónde andará, qué habrá sido de él…
Y qué de mí si aquel día hubiera dicho a sus pardos ojos de amor: entra dentro, aquí te espero.
La vida viene y va, como las olas del mar.
A una hora se quiere nadar en mar abierta.
Y poco después reposar serenamente sobre la arena, sin más.
Cuántas páginas en blanco, que no se han sabido redactar.
LOLI BELBEL
ENCONTRÓ POR FIN SU PARAÍSO
Desde la buhardilla donde dormía, en aquel paraíso olvidado de la civilización, sí, olvidado porque ella lo quería así, y a través de la ventana que cubría el tejado entre la cama y el techo oblicuo, veía correr lentamente las nubes blancas, deshacerse entre un azul inmenso y una madera que cortaba matemáticamente ese dintel de madera y de cristal…. Ahora se ha marchado una. Ya volverá otra. Y esas vigas de hierro pintadas de marrón, permitían que su espíritu volara con las nubes llevándoselo con ellas, en un cielo que no acaba, tendría que encontrar la calma un instante, borrar de la memoria momentos tan horribles, pesadillas otra vez. Luego un rayo de sol la devolvía a un mundo desconocido. Nunca estuvo sola, nunca. La acompañaron la inmensidad, la espuma blanca, la espuma roja del atardecer, el color sol anaranjado perdiéndose tranquilo entre los mares, en el zénit perfectamente alienado y curvilíneo de la tierra.
Julia era una mujer alegre, sincera, abierta, con un gran corazón, muy generosa, pero tremendamente caprichosa. Era decir ‘quiero eso’ , y bajo cualquier pretexto o excusa, hacía mover al mundo hasta conseguirlo.
Estaba pasando unos días con su hermano, su cuñada y cómo no, su mejor amiga en un pueblecito costero en Asturias.
Ese verano fue, sin duda, el más doloroso de su vida. Sí, el más triste, el peor de todos los veranos.
Y se zambullía la primera en el agua fresquita de la piscina. Los otros se lo iban pensando y para disimular miraban al cielo por si el sol les daba la espalda.
Ella siempre había sido muy buena nadadora y era muy valiente con cualquier tipo de agua. Ya fuera piscina, mar tranquilo o bravo, e incluso río, éste ya más peligroso y frío.
Acababan metiéndose y ella les iba jaleando «venga valientes»…No duraba mucho la hazaña e iban saliéndo del agua uno detrás del otro. Ella sonriente hacía sus brazadas mirándoles por el rabillo del ojo.
«Ya salgo». Y ahora las colas para la ducha… Su hermano siempre lo dejaba para la tarde.
Ahí era ella, su agua; su sol, su ducha y la frescura en medio de un calor soportable. El tiempo era fenomenal. Y eso que era principo de setiembre. Un setiembre fenomenal.
Iban pasando las horas, los días y llegaron al fin del mundo. Los lagos de Covadonga.
Ella rozó el cielo con la punta de los dedos. Confundía -tumbada en la hierba- el azul de ese cielo con el azul verdoso de esos lagos, espejos divinos de un árbol, de una nube, del perfil de las caras de los paseantes. «Yo quiero morir aquí» -se decía para sí misma. Esto es un paraíso. El edén sería parecido y ella era Eva y el reflejo de su cara en el lago de enfrente, su Narciso. La belleza había deshecho sus segmentos en todo aquel espacio y ella había recogido su lluvia de guirnaldas y purpurina. Se sentía iluminada de un absoluto, de una plenitud sin parangón, sin límites. Excelsa, sobrenatural. Se había fundido con esa maravilla de naturaleza. La podía palpar, y de sus ojos surgieron unas bellas lágrimas en consonancia con esa divinidad que dejó allí para la eternidad…
Ya nunca sería tarde para volver a sentir, a vivir. La pesadilla de su pasado tenía que haberse enterrado ahí para siempre.
ARCADIO MALLO
Premeditación y alevosía
Lo besó con indecisión. Sus labios se rozaron suavemente, con la delicadeza de quien alcanza el deseo irresistible del elixir de la vida. El beso duró solo unos segundos, que resultaron suficientes para que en sus cabezas chispeasen los momentos más importantes de su historia.
Todo había empezado sin querer y había terminado sin querer evitarlo. Desde el primer beso durante el guateque de octavo de EGB, justo cuando sonaron las canciones lentas, hasta el último «vete a la mierda» y su consecutivo portazo, habían pasado muchas cosas. Demasiadas buenas y algunas no tan agradables. Pero como siempre, en la balanza final, se había puesto solo lo negativo, olvidando el verdadero porque de su historia.
Y la boda de Javier, viejo amigo de ambos, los había reunido en el mismo ambiente por primera vez desde la última despedida. Y sonaron las lentas, por premeditación y alevosía de alguien, saliendo la voz del pinchadiscos justo en el momento que comezaba su canción para dedicársela a ambos, que ruborizados e incómodos ante los gritos de «¡que bailen, que bailen!», no les quedó más remedio que bailar.
Fue justo en el momento en que la canción terminó cuando se produjo un momento de silencio y oscuridad, que aunque les pareciera toda una eternidad, solo habían sido segundos que marcaba el cambio de ritmo. En ese preciso instante ella no pudo evitarlo y él no quiso, y con el mismo ímpetu con que había dado el último portazo, lanzó ese beso que nadie vio, lo que les hizo cómplices una vez más. «Nunca es tarde para enmendar los errores del pasado», pensó ella. «Quizás nunca es tarde para una segunda oportunidad», se dijo él.
Se hizo la luz. Sus miradas se suplicaban clemencia mutua. ¡Y comenzó la marcha!. Ambos se perdieron en la multitud. La noche era joven todavía.
EDUARDO VALENZUELA
Fui el hijo único de una madre soltera. De niño pasé muchas horas encerrado en la soledad de casa, mientras mamá salía a trabajar.
Vivíamos en un departamento más bien pequeño, sin muchas posibilidades de aventuras para un chico inquieto y curioso como yo. Sin embargo, recuerdo que cierto día ―a los seis años― descubrí un rincón singularmente mágico y atractivo. En el closet de mamá, y bajo varias capas de gruesas mantas, hallé un enorme baúl. Unas fuertes correas de cuero con grandes hebillas y dos cerrojos de bronce lo mantenían cerrado. Tardé tanto rato en averiguar como abrirlo que cuando, por fin, empecé a levantar la pesada tapa, llegó mamá.
―¡Jorge! ¿Me puedes explicar qué haces en mi closet?
―Nada mamá. Sólo estaba jugando…
―Pues te advierto, jovencito, que mi closet no es lugar para jugar. ¡Pero mira este desorden! ¡Mi ropa, las mantas, Dios mío!… ¡Espero que no hayas abierto ese baúl!
―¿Por qué mamá? ¿Qué hay allí?
―¡Nada! ―luego, hizo una pausa y rectificó― Escritos, solo escritos. Nada que debas ver.
Mamá se quedó mirándome con dramatismo. Luego, se agachó hasta quedar a mi altura y me habló con seriedad.
―Jorge, escucha… no quiero… ¡ponme atención!, no quiero saber que has abierto ese baúl, ni menos que has leído lo que hay allí. ¿Me has entendido?
―Pero, ma…
―¡¿Me has entendido?!
¡Ja, ja, ja! Cuando lo recuerdo no puedo dejar de celebrar la gran actuación que hizo mamá. ¡Me hizo caer en su ardid! Ella sabía que no hay motivación más grande que lo prohibido.
Desde aquel día, cada vez que quedaba solo, asaltaba ese baúl maravilloso. Era todo un ritual abrir el closet, sacar las mantas, deshebillar las correas, sentir ese aroma a cuero y libros que aparecía al abrir la tapa.
En el interior, encontré los piratas de Salgari, los viajes increíbles de Verne, las aventuras de London, los héroes de Burroughs y Dumas. Todos ellos me llevaron a volar, a caminar, a cabalgar, a navegar fuera de nuestro pequeño departamento. ¡Qué inolvidables viajes prohibidos!
El baúl parecía no tener fondo. Con los años, a medida que iba leyendo, más libros iba encontrando. Aparecieron Melville, Stevens, Dickens, los marcianos de Bradbury…
La treta de mi sabia madre me encaminó en el amor por la lectura. Creo que nunca podré agradecerle lo suficiente por esa adicción “prohibida” que alimentó e hizo crecer ―sano, fuerte y robusto― mi mundo interior.
Como una fiera cebada, continué mi vida hambriento por buena literatura. Cuántas satisfacciones poblaron mis horas de lectura, cuántas vidas vividas, cuántos sueños soñados. Admiro profundamente a los escritores y su capacidad para contarnos sus historias.
Y, hace unos años, esta idea me da vueltas y vueltas por la cabeza: ¿Seré yo capaz de escribir? ¿Podré contar historias que hagan volar la imaginación de algún niño solitario?
Pero ya estoy en el ocaso de mi vida y no lo se.
«Nunca es tarde», me han dicho. Sin embargo, tengo miedo. Temo no tener la inspiración. Temo que me fallen las palabras…
Quizás, deba comenzar así:
“Fui el hijo único de una madre soltera…”.
MARY CORREA
Griselda tenía 64 años, el paso del en su rostro y en sus cabellos color plata. De pequeña había vivido en el campo, lejos de todo, su madre había fallecido al nacer el último de sus hermanos, ella era la mayor de los cinco y con tan solo nueve años se hizo cargo de los pequeños y de la casa, mientras su padre trabajaba en el campo a sus quince años su padre la casó con un hombre un tanto mayor, quién la apartó de ellos, llevándola a vivir a la ciudad. No había llegado a la mayoría de edad, cuando ya tenía a dos de sus tres hijos a quienes amaba, pero ellos ya han crecido,ya tienen sus propias familias, dos de ellos están viviendo en el extranjero y el mayor vive en otra ciudad , hace dos años perdió a su esposo, quedándose sola. Hoy camina aferrada a su bolso, volviendo el tiempo atrás, hacía una infancia que no conoció y a la que todos tenemos derecho a vivir. Nerviosa entra al salón se sienta en uno de los bancos de adelante, se calza sus lentes, saca un cuaderno, lápiz y goma y espera allí mirando una gran pizarra que cuelga de la pared. Hasta que una joven maestra entra al aula , se acerca a ella, le da un beso y le dice -Hola, abue, eres la primera en llegar de mis alumnas del curso, nunca es tarde para comenzar, . Griselda miró a su nieta y en su rostro cansado se dibujó una gran sonrisa.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
RAQUEL (tema de la semana)
-Nunca es tarde si la dicha es buena- Le decían y repetían las amigas a Raquel el día de su boda.
Todo había comenzado hacía más de veinte años, cuando Raquel, de diecisiete se enamoró perdidamente de Paco al estar sentada a su lado en la mesa una noche, en una fiesta benéfica organizada en el club de tenis que ella frecuentaba. Paco era un cuarentón guaperas, bastante “Don Juan” que flirteó con ella sin darle nunca reales esperanzas. Pero que ella, cándida imaginaba fantasías cuando él le decía cuatro tontadas así que, procuraba hacerse la encontradiza en el club, aprovechando hacer acto de presencia en él cuando sabía que podía encontrarlo.
Pero un día el tal Paco desapareció dejándola a ella en tal estado de depresión y hundimiento que decidió consagrar la vida a la profesión que había elegido: la Arquitectura.
Estudió con ahínco, sacó excelentes notas y ya, finalizada la carrera, ganó varias becas en las mejores Escuelas de Arquitectura tanto europeas como americanas. Ya de regreso, abrió un despacho obteniendo un gran éxito por la originalidad de sus diseños.
Pasaron más de veinte años cuando una mañana, abriendo su correo electrónico vio un extraño mensaje que decía:
-Hola Raquel. Soy Francisco Mercader, ¿qué es de tu vida?
Sin caer en la cuenta de quién podía ser, respondió:
-¿Perdón? No caigo.
-¿No te acuerdas de mí? Soy Paco y tras hacer las debidas explicaciones acabó el relato diciendo:
-…tras mi divorcio vuelvo a ser libre y tú, claro, ya no eres aquella niña inocentona sino una sesuda arquitecta con la que me gustaría volverme a encontrar.
Y se encontraron, recordaron y ella volvió a re- encontrarse con su amor de adolescencia que, por otro lado, tenía muy buena presencia añadida a su elegante aspecto y conservando la misma sonrisa, mirada y chispa de entonces. Y tras varios encuentros, decidieron casarse.
Pero aunque se dice que “nunca es tarde si la dicha es buena” también lo es de “nunca segundas partes fueron buenas”, sentencia que se cumplió en este caso, como veremos.
Los primeros encuentros íntimos sorprendieron a Raquel. Si bien él procuraba ambientar el entorno con música, champán, bata elegante olor a colonia y más ceremonias de las cuales ella hubiera prescindido de la mitad, observó que jamás se dejaba ver sin ropa. Y, cuando comenzaba el juego amoroso, la luz bajaba al mínimo, dejando la estancia similar a un cine comenzada la película.
Y, como dice otro refrán, “la confianza da asco”, la vida en común se fue relajando y con ella, las relaciones iniciaron su deterioro.
El primer choque fue el del tiempo que ella estaba en su despacho: él, decía, se había casado con una mujer, no con una máquina de trabajar.
El segundo comenzó con la decoración de la casa. Como ella había ido a vivir a la suya y que había sido de sus padres, se encontró con un enorme piso oscuro y recargado, lo que significaba ver cosas inútiles por todas partes, comenzó a aligerar suprimiendo los enormes cortinajes dando así más abertura a las ventanas, adaptar el “office como comedor, sustituyendo el mantel y las servilletas por una mesa sencilla cubierta de material lavable.
El tercer choque fue la comida.
Raquel estaba acostumbraba a comer alimentos fáciles de cocinar, mientras él era un gourmet, no pudiendo faltar el vino de su preferencia que no se encontraba en el súper cercano había desplazarse lejos a adquirirlo´. En cuanto a lo que a la comida se refería, a Raquel no le quedó otro remedio que comprar un libro de cocina francesa que seguía al pie de la letra.
Pero como el tal libro no contemplaba los posibles problemas metabólicos de las personas, resultó que a Paco le comenzaron a subir los triglicéridos y la presión arterial llegando a sus límites el azúcar en sangre, por lo que el internista puso el grito en el cielo, haciéndole cambiar a Raquel sus artes culinarios.
Por otro lado, los proyectos a realizar en el despacho de Raquel sufrieron lo suyo con quejas por parte de los clientes y mal humor por parte de ambos lados. Al exponérselo a él, su respuesta fue:
-Deja el despacho. Tú no necesitas trabajar. Yo tengo dinero de sobra.
Y por si fuese poco, un nuevo problema hizo acto de presencia: la hipertrofia prostática de Paco, traducida en micción tan frecuente que a veces no llegaba a tiempo al váter por los que el pantalón aparecía mojado por su parte superior anterior a lo que se sumaba la noche: tenía que levantarse con tanta frecuencia que Raquel no podía dormir, por lo que sugirió marchar ella a otra habitación.
Paco, en vez de comprenderlo montó en cólera. A él se le añadieron los hijos, asegurando que ella no lo comprendía, que lo trataba mal, añadiendo:
-No te quejes, que bien que vives de su dinero.
Eso último ya representó la gota decisiva: a mañana siguiente tranquila tras haberlo consultado largamente con la almohada, hizo sobre un papel un esquema poniendo a un lado sus datos positivos y al otro los negativos de ambos por lo que para ella dando este resultado:
RAQUEL PACO Por tanto, ya que para ninguno había solución ese día ya no volvió a casa. A cambio, le envió comida para la comida y cena preparada con una carta que decía:
Paco, meditando mucho sobre nuestra vida en común llego a la conclusión de que por parte mía, no me casé contigo sino con un sueño de adolescente, Por tanto, dado que nuestra convivencia es imposible, prefiero ya no ir más por tu casa. Esta tarde recibirás la visita de un abogado amigo mío que tramitará todos los asuntos del divorcio.
A cambio, te puedo buscar una buena cocinera que te haga la comida que desees y te guste.
Ah, y no necesitarás ya del Viagra que no representa ningún bien para la salud evitando así que te suba la presión con los berrinches que coges cuando falla.
JOSMA TAXI
Es público y notorio que en mi barrio me consideran de izquierdas, moderado, pero de izquierdas. También se sabe que “la Loles” es algo radical, cuenta con su pizca de intolerancia, sus onzas de xenofobia y sus dosis de agresividad. En el fondo no es sino una mujer desnortada por los sucesos de su vida, que no ha conseguido reencauzar su existencia.
Siguiendo las indicaciones de mi terapeuta, estoy haciendo unos ejercicios de aprendizaje empático y aunque la estaba rehuyendo, ayer, a medio día, le tocó el turno a esta moza.
El inicio de la conversación resultó interesante, me contó que tenía muchas aficiones: la filatelia, la lectura, el cine; pero por encima de todas se encontraba el hacer macramé. Como yo también soy aficionado al cine y a la lectura, nos entretuvimos en compartir comentarios y anécdotas sobre esos temas.
Estábamos sentados en la terraza del bar Paco, así que me fue fácil distinguir, a punto de atravesar la calle Pintor Maestro, a mi cuasi amigo Mohamed. Sin ponerme nervioso, barrunté que íbamos a tener problemas.
Mohamed vendía ayer cinturones de piel. De piel de camello le comenté, iniciando un juego que nos encanta a los dos, en el que yo desprecio sus mercancías y él me las sube de precio.
Sin previo aviso, la Loles, con tono enfadado, le dijo al vendedor:
— ¡Vete a tu casa, aquí sobras! Que fácil es venirse aquí a cobrar ayudas y vivir del cuento. No tenéis vergüenza, robándoles el pan a nuestros hijos. Ahora me llamarán racista, pero me da igual.
Yo estuve todo el rato pidiéndole que no se alterase, la conozco y me dan miedo sus reacciones.
Mohamed estaba desconcertado, yo me levanté y me lo llevé al interior del bar, para convidarlo a una cerveza. En el camino la volvimos a oír:
— ¿Te vas con él? Eres tan culpable como todos ellos. Mucha progresía, pero eres un saboteador—me largó la mujer–.
— Yo le contesté: ¡Mira, estoy aquí haciendo prácticas de empatía Mi psicóloga me ha dicho que: “Nunca es tarde” Pero respecto a ti soy yo el que libremente decido aplicarte un “Contigo es tarde y me alegro. Y sí, eres racista y una persona tóxica”.
No me cabe la menor duda de que la Loles hablará de mí, mal entre sus amistades y sus seguidores. Me da igual, con sesenta y ocho años me he ganado el derecho a tener ideas propias y poder defenderlas.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
«Aullido de soledad»
Era una noche oscura y tormentosa en el humilde pueblo de Bailén, donde las sombras parecían moverse por sí solas y el viento aullaba como un lamento fantasmal. Pedro Antonio, un hombre solitario y taciturno, caminaba por las calles en busca de algo que nunca había tenido: amor y compañía. Pedro había pasado toda su vida en soledad, rechazado y apartado por la gente del pueblo debido a su extraña apariencia y su personalidad retraída. Pero ahora, en su vejez, había decidido que nunca era tarde para encontrar el amor, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo.
Fue entonces cuando conoció a María Soledad, una anciana solitaria y vulnerable que vivía en una casa decrépita en las afueras del pueblo. Pedro se acercó a ella con palabras dulces y cariñosas, prometiéndole amor y compañía en sus últimos años de vida. María, desesperada por cualquier tipo de afecto, aceptó los avances de Pedro, sin sospechar que detrás de su fachada amable se escondía un monstruo siniestro y retorcido. Con el tiempo, Pedro se volvió cada vez más posesivo y controlador, aislando a María del resto del mundo y sometiéndola a un constante abuso emocional y físico. Pero María, atrapada en su propia soledad y vulnerabilidad, no podía escapar de su captor.
Hasta que un rayo iluminó el indeciso color de la hora que precede al crepúsculo, cuando la tormenta rugía más fuerte que nunca, María logró escapar de su secuestrador y huir hacia un campo de olivos cercano. Pero Pedro la siguió, persiguiéndola en la oscuridad, emitiendo un aullido inhumano que parecía surgir de lo más profundo del infierno. Cuando la luz del alba asomó por el horizonte, los vecinos encontraron a María en un olivar, su cuerpo destrozado y ensangrentado, rodeado de huellas de pies extrañas que no pertenecían a ningún ser humano. Pedro Antonio nunca fue encontrado, pero se dice que su espíritu siniestro todavía merodea por las calles de Bailén, buscando a su próxima víctima solitaria y vulnerable.
La historia de Pedro Antonio se convirtió en una leyenda macabra que se cuenta en susurros de puerta en puerta por las noches en el pueblo de Bailén, recordándole a las personas más curiosas que nunca es tarde para encontrar el amor, pero que también puede ser demasiado tarde para escapar de sus consecuencias más siniestras.
ALMUT KREUSH HOFFMAN
Lucas
Estaba tan cambiado que no le reconocí, lo cual no sería sorprendente teniendo en cuenta que llevábamos décadas sin vernos. Pero lo que vi no me lo esperaba.
Lucas y yo nos conocimos en la fiesta de un amigo común. No conocía a nadie y me sentí un poco perdida. De repente apareció a mi lado.
— Hola,— dijo,—me llamo Lucas. ¿Qué hace una chica guapa como tú sola y con la única compañía de una copa?¿Cómo te llamas?
—Bueno, acabo de llegar y a penas no conozco a nadie. Me llamo Ana,—respondí.
Lucas se rió:— Bueno, yo tampoco conozco a muchos, ven conmigo y nos divertiremos juntos.
Y mirándome con más detenimiento añadió:—¡Dios mío, parece como si tus ojos han robado el azul del cielo!
Aparte de su atractivo físico, desprendió mucha alegría, su vitalidad y su forma de bromear le hacían muy simpático. Me reía con sus chistes y sus payasadas.
Cuando terminó la fiesta, insistió en llevarme a casa, que estaba a poca distancia.
—¡No hace falta que me acompañes,–dije, — vivo muy cerca.!
—Ay no, ante el riesgo de no volver a verte nunca más, por nada me quiero perder estos últimos minutos contigo,–contestó riendo.
Me dejó en la puerta de mi casa, me besó en la mejilla y prometió llamarme pronto.
Estaba convencida de que no me llamaría convencida de que no le resultaba lo bastante interesante.
Pero pasados unos días me llamó, nos vimos, volvimos a vernos, nos enamoramos y nos hicimos inseparables.
Estuvimos los dos acabando el bachiller, aunque en institutos diferentes. Él no se esforzó demasiado y pasó más tiempo en un taller de teatro o con su banda de jazz, donde tocaba la batería. Quería estudiar arte dramático.
Yo era empollona y quería estudiar medicina.
Sin abandonar mis libros, saqué tiempo para ir con él a fiestas, al teatro, a veces le acompañé al ensayo con su banda, paseamos en bici y contemplamos la puesta de sol en la playa. Nos hicimos inseparables.
Me divirtieron mucho sus monólogos de humor mordaz. Y recuerdo que una vez me agarró por la cintura en plena calle y bailamos unos pasos al ritmo de una canción que tarareaba, riéndonos de las caras de asombro de los transeúntes. Lucas era a veces un auténtico payaso.
Vivimos un joven amor, tierno y apasionado.
Los dos aprobamos los exámenes. Yo obtuve la nota que me abriría las puertas de la facultad de medicina pero a Lucas no admitieron en la escuela de arte dramático. No parecía preocupado en absoluto.
—Mira,— dijo,—el destino ha decidido que no es mi momento y hay un cambio de planes. Tu y yo nos tomaremos un año sabático, haremos las mochilas y veremos mundo. Para poder seguir viajando trabajaremos en lo que pillamos cuando estamos sin blanca. ¿No te parece una idea fantástica? ¡Tú y yo descubriendo mundo juntos! Nos lo pasaremos…
Se paró en seco al ver la expresión de mi cara.
—¿Pero qué te pasa cariño, por qué me miras así?
—Lucas, me parece una idea maravillosa, pero yo no voy a poder ir contigo.
—Pero quien te lo impide?¿Acaso tu madre?
Le expliqué que mi madre y a pesar de su frágil salud, trabajaba de limpiadora para complementar su pequeña pensión de viudedad y para que yo pudiera estudiar.
Este verano mi obligación era ganar dinero durante los meses de verano para pagarme la matricula de la universidad. Y esta vez ella no se opuso porque sabía que sus ingresos no serían suficientes.
¿Dejarla sola durante un año entero? Nunca me perdonaría este abandono.
Lucas se quedó callado.
Le dije: —Aprovecha esta oportunidad, no la dejes escapar. Ya viajaremos juntos más adelante y un año pasa rápidamente. Sé que disfrutaras conociendo otros países, sus gentes y sus culturas. Escribe un diario y después me lo lees como los cuentos de Las Mil y una Noches.
—No me imagino viajar sin ti, Ana. Tenía tanta ilusión tenerte a mi lado y compartir un año fantástico.
Finalmente le convencí, procurando que no notara mi tristeza.
Llegó el día de su partida.
— Disfruta y cuídate mucho Lucas. Acuérdate de mi vez en cuando. Llámame cuando puedas o escríbeme. Te quiero mucho, estaré aquí esperando tu vuelta. Buen viaje mi amor.
El último beso sabia salado.
Pasado el control de pasaportes y antes de desaparecer se volvió y sonriendo me lanzó un beso con la mano, una última imagen, borrosa por la cortina de mis lágrimas.
Pasaron los meses. Lucas me llamaba con frecuencia para decirme dónde estaba, qué estaba haciendo y de vez en cuando recibí fotos exóticas. Trabajaba en todo lo que se le ofreció, por días o semanas. Un día me llamó emocionado desde un país costero africano. Había conseguido trabajo como marinero en un carguero con destino a Bombay.
La India le fascinó por sus contrastes, su espiritualidad, los templos y los dioses. Y allí le contrataron durante un mes como ayudante de payaso en un circo ambulante.
Ansiaba su vuelta.
Faltaron pocas semanas para su regreso cuando me llamó desde un locutorio para contarme con voz agitada que le habían robado el móvil y que no tenía dinero para comprar uno nuevo. Fue la última vez que escuché su voz.
Postales arrugadas llegaron con mucho retraso. Un día recibí una carta de Nepal. No daba crédito de lo que estaba leyendo. Lucas, que había descubierto una nueva espiritualidad, fue admitido temporalmente en un monasterio budista en el norte de Nepal. Fue aceptado, pero con la condición de permanecer cinco años en la comunidad. Me fue difícil imaginar que este hombre inquieto, alegre, creativo y amante de sensaciones fuertes ahora meditara, guardara silencio y estudiara las enseñanzas de Buda, con la cabeza rapada y vistiendo una túnica roja.
Desde entonces pasaron veinticinco años sin recibir ninguna señal de vida suya. Tristeza, decepción, miedo, rabia y desesperación me persiguieron durante muchos años. Finalmente decidí sacarle de mi vida aunque nunca abandonó mi corazón.
Trabajé como médico de familia en un centro de salud no lejos de mi ciudad. Seguí viviendo con mi madre, procurándola todas las comodidades y ciudades que ahora necesitaba para disfrutar de los últimos años de su vida.
Otros hombres pasaron por mi vida, pero ninguno dejó huella. Me acostumbré a vivir sola y me volqué en mi trabajo.
Un día llegó un telegrama:
«Llegada aeropuerto 15 de julio, 17h30, desde Río de Janeiro. ¿Puedes venir a buscarme? Lucas.»
Pensé que me iba a desmayar. Mi corazón empezó a galopar y sudor frío empapaba mi espalda. Habían pasado veinticinco años. ¡Monté en cólera! ¡Trotamundos, aventurero, monje y luego a saber en qué más peripecias se había metido! ¿ Naufragado en su propia vida se había convertido en un lamentable fracasado? Y para colmo teniendo la poca vergüenza de pedirme que lo recogiera ¡¿Que tenía pensado? Como si los veinticinco años de silencio nunca hubieran existido. ¿Pretendía desempolvar nuestra relación del baúl de los recuerdos y que le recibiera con los brazos abiertos?
Pero ay, en el fondo estaba loca por verle.
Sólo faltaban tres días para su llegada. Apenas podía mantener los nervios bajo control, pero estaba decidida a dominar mis emociones. El día 15 tenía la boca seca y las manos frías mientras conducía al aeropuerto. Llegué cuando el avión ya había aterrizado.
Corrí hacia la puerta por donde salieron los pasajeros, tratando reconocer a Lucas. No había nadie que se le pareciera ni remotamente.
De repente, su voz inconfundible sonó a mis espaldas: —Temía que me dejaras plantado, Ana. Date la vuelta, quiero abrazarte.
Tragué saliva. Vacilante me di la vuelta. Lo que vi me dejó sin respiración para unos segundos más tarde estallar los dos en sonoras carcajadas.
Un payaso me extendió sus brazos. Mi payaso Lucas.
Nunca es tarde para el amor verdadero.
ROSA ÍNDIGO
Desde pequeño odio las frases hechas, mi madre me decía que si fuese azul sería
el pitufo gruñón.
Que si no pierdas el último tren, que no hay dos sin tres, que mas vale pájaro en mano,
que, que, que.
Mi novia me dejó hace poco con el » no eres tú soy yo». Y a los dos días la veo con un
tipo 4×4. Sobra decir que escuché cien veces la frase «hay más peces en el agua».
El último que me lo dijo fue mi amigo Fede, que vive con su novia, y que se cree que sólo
él le es infiel, se regodea de sus conquistas extra maritales, pero no se da cuenta que las
clases de yoga de su chica tienen un final más que feliz.
Soy un chico que se puede permitir un alquiler sin compartir, no soy la «alegría de la huerta»,
pero tengo mis momentos. Decidí probar suerte en las apps de encontrar pareja.
Tuve varias citas, unas malas, otras peores. Desistí, y me cayeron las frases. No valió lo de
«quien sea libre de pecado que tire la primera piedra».
Tenía unos días de vacaciones, y de un día para otro, (tuve que escuchar de mi madre: tú
siempre «pensado y hecho, pareces de Valencia hijo») decidí irme al rincón más perdido del
mundo.
La noche antes, con todo preparado, pedí una pizza a domicilio. Cuando abrí la puerta vi
lo más bonito del mundo, era chiquita, con el casco de la moto en la cabeza, unos ojos
tristes que luchaban por no serlo.
– Buenas noches, aquí tiene su pedido, la Diavola era no?
-Sí, contesté.
– Le entró hambre un poco tarde, me dijo con su increíble sonrisa.
A lo que le contesté – ya sabes nunca es tarde si..
No me dejó terminar la frase, la acabó ella, y me dijo : » me encantan las frases hechas, a
usted no?°
– Si, por supuesto, me encantan.
Fue la única mentira que le dije a mi mujer, aunque no fue mentira del todo, si es ella la
que dice las frases hechas me parecen maravillosas.
Rosa Indigo y el Pitufo Gruñon
MANUELA CÁMARA
TERCER ACTO
Soy Sandra León y me confieso culpable.
Me hubiera gustado detener la función y retomar la obra en cualquier otro punto, pero no es posible. Ha bajado el telón por segunda vez, queda la última parte. Tomo agua intentando tragarme los nervios que parecen haberse acomodado en la garganta, pero que, en realidad, pululan vehementes por el cuerpo. Aparto un poco el telón, oculta tras el escenario, veo como todos empiezan de nuevo a acomodarse. El teatro me parece más pequeño que al comienzo. Normal, al principio todo estaba por hacerse, la vida era una larga y desconocida obra llena de posibilidades, ahora comprendo que no todo ha dependido de mí y el resultado es otra cosa. Esta obra es así, la escribo mientras se desarrolla. Aunque todos se acercan para darme sugerencias, consejos, cursos, advertencias, amenazas, sólo son para mi, conjeturas, un mundo lleno de interferencias entre el hombre y el actor.
Cada uno trae en sus manos su escena. Ahí está expectante, una niña que se levantaba temprano y nada más abrir los ojos, escribía los sueños o la continuación de los cuentos, o como las tardes interminables de lluvia y viento le producían un hastío insoportable. Esa que fue borrada cuando alguien tiró sus cuadernos a la basura en una mudanza.
Filas con familia que soporta la obra pero que no les interesa en absoluto. Entre ellos veo acomodada a uno de los principales censores. Y oculta tras el telón, susurro “¿Señora censura, alguna vez te permitirás el lujo de dejar de saberlo todo y ser solo una madre?” Pero por el papel que han representado en el primer y segundo acto, ya sé que poco les importa el tercero, no prestarán atención, traen su película aprendida, con el final de un fracaso. Sin embargo, los miro llena de amor, pienso, “Sí, soy la única culpable de no responder a vuestras expectativas” y bendigo a todos los que aman de alguna forma en este mundo, espero que algún día puedan perdonarme por haber estado siempre tan cerca y tan lejos.
Filas llenas de personajes, compañeros memorables de escrituras cargados con escenas capaces de enterrarme, cosa que yo siempre he aprovechado para acercarme a mis ángeles. Vestidos de amores que vinieron, se quemaron y se fueron como el humo de una chimenea, pero me dieron la fortaleza de saber vivir en soledad. Despedidas difíciles de entonar y que no pienso pronunciar jamás. Destierros que cerraron puertas donde no había ventanas y me enseñaron que no existe la oscuridad, porque donde existe paz, detrás, siempre un sol blanco brilla. Cada uno proyecta el final de su lógica y así lo manifiestan.
El anfiteatro está lleno de seres entre los cuales no podían faltar mis poetas muertos. Y escritores, que han llenado mi tiempo de auténtica transformación. Sonríen, cómplices. Ellos están conmigo desde el “no tiempo”, los entiendo y me entienden, saben que hay semillas que se plantan y no sabes cuándo darán fruto. Entre filas, don Antonio Machado con sus versos que continúa diciendo “… así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete…todo el que espera sabe que la victoria es suya…y que el arte es largo y además no importa”
¿Preparada, Sandra? Me preguntan por la espalda.
Preparada – respondo.
Se levanta el telón, se ilumina todo con una transparencia y una claridad desconocida. Tomo una nueva perspectiva del mundo. De mi pecho se expanden unos hilos de energía llegando a todos, que solo pueden traducirse en un inmenso agradecimiento por estar conmigo en esta obra. En el centro del escenario fulge una esfera, en el suelo un martillo. El silencio es impresionante. Cada uno trae un final y esperan a que los llame para ser protagonistas. Por un momento dudo. No sé si aceptarlos o aceptarme. Dudo. Avanzo y vuelvo a dudar. Respiro profundamente. Me descubro sintiendo que cuando se está lleno de amor ya no hay necesidad de perdón(te amo mi censora empujona). Todos son perfectos y de lo único que me arrepiento es de lo que no he hecho.
Me detengo al borde del escenario y me dirijo al público con una gran sonrisa. «No se equivoquen», les digo, «esta obra no está terminada. Porque nunca es tarde para tres cosas.»
El público queda en silencio, sorprendido, expectante. Y continúo hablando siendo yo y más segura que nunca : «Nunca es tarde para amar. Amar profundamente y sin miedo, a uno mismo y a los demás. Amar sin restricciones ni juicios, y dejar que el amor te guíe en la vida».
El público aplaude emocionado, saben que el amor es la fuerza más poderosa del universo. Pero no me detengo ahí. «Nunca es tarde para aprender», digo. «Aprender algo nuevo cada día, expandir tus conocimientos y tu perspectiva del mundo. Aprender de los demás y de las experiencias, y usar ese conocimiento para crecer como persona».
El público se levanta aplaudiendo. Me detengo un momento. «Y por último”, digo, “nunca es tarde para vivir. Vivir plenamente, sin arrepentimientos, y disfrutar cada momento de la vida. Abrazar la aventura y el cambio, y vivir una vida sin límites».
Se levantan aplaudiendo emocionados y motivados por estas últimas palabras. Saben que nunca es tarde para amar, aprender y vivir, y que estos tres pilares serán la clave para vivir la vida plena y feliz que quiero.
Me inclino ante ellos, en reconocimiento por su apoyo. Mi obra aún no está terminada, pero me siento agradecida de continuar escribiéndola con estas tres cosas en mente.
Agarro el martillo, rompo la esfera, un pájaro sale volando, ya solo tengo ojos para seguirlo hacia un campo rebosante de frutos. No dejo de mirarlo.
Soy Sandra León y me confieso culpable de estar enamorada de la vida.
GAIA ORBE
El viento sur de la noche me regaló el alivio de un amanecer respirando aire puro y liviano en el balcón y aunque el sol sigue picando en la piel la rutina de la mañana fue mucho más amena y disfruté de la intensa clase de ballet que hoy comenzó con enrevesados plies y tendú en primera posición porque después de haber bailado casi todos los estilos contemporáneo jazz lirical y hip hop con nivel de alta competencia y bailes de salón ritmos latinos la rumba y el samba mis favoritos y de los americanos el swing y el lindy casi me olvido de mi recorrido por las danzas folklóricas y no recuerdo muy bien si la primera vez que me subí a bailar en el escenario fue con un minué o con el kalinka debe ser el minué y tendría unos cinco años porque de la casaca color bronce con cuello mao y los pantalones de cosaco me acuerdo los detalles así que sería más grande bailábamos en rueda y a mí me tocó el coro kalin kalin kalinkamoayá saduya malinka malinkamoayá no sé si se escribirá de esa forma pero así se impregnó en mi cuerpo aquel ritmo frenético de fiesta y como nunca es tarde a los casi sesenta disfruto de mirar el cielo con el relevé devant patear las estrellas al ritmo del battement tendú y hago círculos con el ronde de jambe a terre o a l´air me cuesta el dedans es que ya estoy cansada de ofrecer es mi tiempo de dehors y me deleito hundiéndome en el suelo en el fondu rompo la fuerza de la gravedad y logro el control para elevar mi alma al infinito siempre con attitude y también en passé y corro en jette salto tour en lair y aunque aún no lo domino nunca es tarde y a los casi ochenta volaré y giraré con el temp leve para terminar de frente al público sonriendo en spagat.
SÁNCHEZ MAR KATA
Anacleto vivía en la ciudad de Bucaramanga desde pequeño vivía fascinado por las tan anheladas guacas, tenía la firme esperanza de que con eso cambiaría su vida por completo llevaba
varios años intentando quitárselo al mismo demonio. eran 14 bultos de oro puro. Que siglos atrás indígenas habían enterrado, Todas las semanas santas Iba a al sitio de las tapias para tratar de desenterrar, pero aquel chivo maldito se lo impedía amenazando con sus grandes cuernos. A él no le quedaba de otra que irse con las manos vacías junto al crucifijo.
Que le obsequio su madre santa. El otro año será… Repetía mientras apurado se retiraba del sitio.
Al año siguiente su vida había dado un giro de 180 grados ya los años le estaban pasando a factura, los años llegaban sin contemplación y su negocio no vendía nada, ni un alma se le acercaba al el… Así que se dijo a sí mismo y al frente del retrato de su madre santa: este año la saco por qué la saco… Nunca es tarde para sacar una guaca, así que el día viernes santo se dirigió en horas de la noche al sitio antes conocido miro con furia al chivo que para su amargura ya se encontraba en el lugar era un chico con cuernos grandes y con ojos rojos encendidos sus pezuñas eran grandes, estaban listas para atacarlo, al ver esto Anacleto con su crucifijo y la ayuda de las animas benditas, la anima sola se dirigió a el:
Chivo maldito dejo que las animas benditas sean quienes te quiten el tesoro y me lo den a mí. Acto seguido el chivo empezó a retorcerse, a debilitarse .de repente salió una voz gruesa y maliciosa que le menciono: tal vez te quedes con el oro, pero te lo juro por los espíritus del mal que nunca te dejare en paz, no podrás disfrutar de los beneficios que trae el tener plata… desapareció dejando un gran humeral. Anacleto contento, cogió la bolsa con el oro rumbo a su hogar, cuando llegó enseguida se acostó por qué había gastado toda la noche en sacar la guaca. Pero a las pocas horas se despertó sudando, MUY asustado por qué el chivo se le aparecía, con cara de rabia, decidió pedirles más favores a aquellas animas para poder dormir, aquel día se le cumplió su deseo pudo dormir y estar tranquilo el resto del día, a él se le olido pagar los favores a dichas animas, a su vez estas al parecer secretamente se aliaron con el mismísimo diablo para que de cierta manera acabara con Anacleto. Al cabo de 4 meses cuentan en el pueblo cerca de Bucaramanga que lo vieron en la completa miseria, con cara de loco y nombrando a un tal chivo maldito.
Eso les pasa por querer abarcar mucho …
MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ
MI MALETA
La lluvia caía intensamente y el viento arreciaba con fuerza. Ningún paraguas impediría no terminar empapada.
Debía salir. Debía irme. Una tormenta no iba a hacerme desistir.
Cogí mi maleta. Aunque la lluvia no tenía pinta de amainar, yo estaba decidida.
Pero mi maleta pesaba demasiado. Debía vaciarla, dejar atrás las cosas pesadas y llenarla de cosas ligeras.
La abrí. Lo primero que encontré fue la envidia.
¿Qué culpa tengo de generar envidia?
¿Qué culpa tiene el envidiado?
Que soporten ese peso los envidiosos, no yo.
¡¡Fuera envidia!!
Metí un vestido precioso, me vería con él segura de mí misma. Creer en mí aliviaría la carga.
Seguí y encontré la deslealtad.
No se puede aliviar el peso de la deslealtad de mi amiga al contar públicamente mis secretos confiados.
Eso no se olvida. Pero sí podía romperla en pedacitos pequeños, para que así pasara desapercibida y mi maleta pesara menos.
Metí su antónimo, la lealtad. Mis risas cómplices con alguien que sabes que nunca te va a fallar. Eso pondría ruedas a mi maleta y la haría ligera.
Llegué hasta el odio, hasta el daño que hace sentirte odiada por tu propia familia.
¿Familia? Eso no es familia.
A cambio metí el abrazo de mi marido cuando llego a casa y la sonrisa de mis hijos viéndolos crecer felices.
¡¡Esa es mi familia!! Ellos no serían ruedas para mi maleta, ¡¡serían alas!!
En mi maleta también encontré el dolor de la ausencia.
Ese pesa mucho y costaría sacarlo.
Intenté cambiarlo por sus sonrisas desde el cielo, sus repetidos “vales mucho”, el tacto caliente de sus manos arrugadas y por ese estar siempre incondicionalmente para mí, para su niña.
La ausencia todavía cuesta canjearla por algo más liviano.
Nunca es tarde, tampoco ahora, pero aún es demasiado pronto.
Mi maleta pesa menos, pero mucho para salir afuera. Además, está lloviendo.
BEA ARTEENCUERO
VIDA…
Recuerdame que estoy de paso en la vida
Recuerdame que tengo que poner todo de mí, para que valga la pena vivirla.
Recuerdame dejar huellas que sean buenas que sirvan al otro de ejemplo.
Recuerdame tener siempre una sonrisa en mi rostro.
Recuerdame no fingir amor sino lo siento.
Recuerdame no lastimar a nadie ni con el pensamiento.
Recuerdame liberarme de las barreras que me impiden conocerme y amarme, para ser capaz de dar y recibir amor.
Recuerdame guardar el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora de tu vida.
Y sobre todas las cosas recuerdame que…
«Nunca es tarde para vivir mi propia vida»…
GUILLERMO ARQUILLOS
PARA SU HIJA
El padre buscó por toda la ciudad la muñeca que su hija le había pedido. Se coló en varias tiendas destruidas y saqueadas. En el ropero de una iglesia en el que entró después de matar a un enemigo que estaba escondido, tampoco vio nada.
Al avanzar por una calle, desde un garaje, una granada hirió a dos compañeros que iban detrás de él. Por suerte, él acababa de caer en un gran hoyo que había hecho un cohete enemigo, justo un poco más adelante. Por eso resultó ileso. Unos metros más allá, a la derecha, había una juguetería. O lo que quedaba de ella.
Muy cerca, se oían los gritos de los heridos. Las balas venían de no se sabía dónde e iban a cualquier parte. Querían encontrar el cuerpo de algún compañero o quizá el suyo…
Estaban respondiendo a una ofensiva que era mucho más fuerte de lo habitual; pero allí, a unos metros, estaba la juguetería, con los cristales rotos, medio destrozada.
«Pobre Laudka. Cree que me he ido a pasar unos días con los compañeros que se han salvado de ir al frente y que estamos festejando nuestra buena suerte. Pero yo estoy aquí, en esta maldita zanja, muerto de miedo, delante de estos cabrones».
Los sanitarios ya habían llegado para arrastrar los cuerpos de los amigos por toda la calle, hasta ponerlos en un lugar seguro. Podía oírlos a sus espaldas, pero él no escondía la cabeza del todo dentro del enorme socavón porque se había fijado en que en la juguetería había una preciosa muñeca de trapo, más bien grande. Seguro que le gustaría a Laudka.
Dispararon otra ráfaga desde la izquierda y tuvo que agacharse de nuevo a esperar a que pasasen aquellos momentos de peligro.
Entonces, lo oyó. Desde la parte de atrás de la calle llegó el sonido inconfundible de un tanque de su propio ejército. Se acercaba lentamente. Era urgente salir de allí porque las cosas se podían poner todavía más feas, con la reacción del enemigo.
Sin que supiera cómo, sin pensar en lo que estaba haciendo, se levantó hasta poner los pies en el asfalto y echó a correr. Sonaron más disparos, tropezó y sintió como un hierro hirviendo que atravesaba su muslo derecho. Siguió corriendo, zigzagueante, mientras el carro de combate, detrás de él, mandó un regalito hacia donde venían los disparos.
—Laudka, cariño, hija mía, he vuelto de la fiesta con mis compañeros —le dijo a la niña.
En sus manos le traía una gran muñeca de peluche. Era el regalo que había rescatado de la juguetería destrozada de aquella maldita ciudad. Venía apoyándose en una muleta de madera.
—Nunca es tarde para ver tus preciosos ojos, Laudka.
Le colocó la muñeca al lado del cuerpo, en la cajita blanca. El enemigo había llegado al pueblo antes que él.
El padre cerró los ojos de su pequeña, después el ataúd blanco y se echó a llorar.
ANA MARTÍN-SIERRA
Todos los días lo mismo. Suena el despertador, levántate, rápido, desayuna, lávate los dientes, píntate una sonrisa para que nadie sepa lo que llevas por dentro.
Corre, coge el coche, trafico, te pitan, ¡quítate del medio!, semáforos, llegas al trabajo, deprisa, das los buenos días, todo el mundo tiene el mismo color gris.
Acaba el día, de nuevo corre, coge el coche y vuelve a casa, come rápido, ¿descanso? No, no hay tiempo…clase, más trabajo porque no llegas a fin de mes, algo de deporte para intentar paliar el estrés, las prisas, corre, de nuevo, cena, ducha, ¿dormir 8 horas? No da tiempo…respira…
Su único momento de respiro, que no siempre se podía permitir, era un paseo por la tarde/noche por el río. Silencio, agua, oscuridad, paz…
Pero ese día había algo raro. Sentada a la orilla veía el puente que cruzaba para ir a casa que, desde su posición, parecía un gigante de piedra. Y desde allí la vio. Estaba sentada en el borde mirando hacia el rio y nadie parecía prestar atención. La gente iba como siempre, con prisa, con la capucha o los auriculares para aislarse del mundo, tik tok, youtube…cualquier droga para mantenerse lejos del aquí y ahora. Corre, quita que tengo prisa, muévete, no interrumpas…y en medio de todo eso, ella. Mirando hacia abajo si que nadie reparase en que más de la mitad de su cuerpo estaba más fuera que dentro del puente.
Desde abajo no podía hacer nada. No llegaría, no la escucharían….¿cómo era posible que nadie se diera cuenta? Vaya pregunta…a nadie le importaba nadie…igual esa misma mañana ni siquiera sus compañeros de trabajo o amigos o familiares se habían parado a observar si pasaba algo, porque nadie tenía tiempo…
Ella misma se había asomado muchas veces al puente y había pensado que pasaría si saltaba…¿se daría cuenta alguien? ¿Nadaría? ¿Sobreviviría?¿tardarían mucho en darse cuenta de que no estaba?…pero todo ello lo pensó en cuestión de segundos mientras angustiada marcaba el 112 y mientras le preguntaban por la emergencia, vio cómo el cuerpo caía al rio, sin escándalo, sin que nadie se enterase, en la mayor soledad. Y mientras explicaba llorando al 112 lo que había pasado, pensaba lo irónica que es la vida…”ya haré eso mañana”, ya cumpliré mi sueño en otro momento”, “ya se lo diré cuando pueda”, “ya lo haré cuando encuentre el momento”…
Vivimos pensando que el tiempo es nuestro, que siempre lo tendremos, que ya lo haremos más adelante, que los demás seguirán ahí, que la vida espera… hasta que un día ya es demasiado tarde y en lugar de haber vivido la vida, la vida nos ha pasado de largo igual que las personas que pasaron por el puente ajenas a lo que pasaba a su alrededor, pensando que “nunca es demasiado tarde” hasta que un día lo es…
Pd: parte es real… vi la escena del puente pero era un hombre y le convencieron para que no saltara… lo triste es q sólo necesitaba ser escuchado y la gente sólo interesada en que acabara cuanto antes porque no podían pasar y en hacer vídeos macabros… así q me hizo reflexionar
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