Florecer – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «florecer». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de abril!

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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Florecer a uno mismo sería empezar una nueva vida .
Quiero cerrar los ojos y entrar en ese camino nuevo por donde voy con espíritu renovador aunque solo sea en el tiempo de florecer. Ahora me veo distinta, he renacido a la primavera. Este nacer ha hecho de mi otro ser sí, ando corro y saludo a otros iguales a mí, que digo, hablo con todo lo que veo. Por ejemplo la naturaleza, el sol el aire los pájaros incluso
Las piedras. Piedras que me acompañan en mi nuevo florecer.
Acompañarme también vosotros mis compañeros de escritura pues necesito me quieran…un hombre o una mujer sin amor a donde va… Buenos días.

RAQUEL LÓPEZ

Tierra húmeda
que acaricia el rocío
y el sol besa
con sus rayos tímidos.
Florecen las flores
con elegantes vestidos,
mostrando sensuales
sus pétalos sumisos.
Amores que deambulan
presos de su destino,
no dejéis que convierta
el amor yerto y marchito.
Vuelvo a soñarte en primavera,
renaces en mi corazón
contagiando de poemas
el jardín de mi ilusión.
Así eres tú, flor de fragancia
que enloquece mis sentidos,
la esencia que perdura
desatando mis delirios.
¡ Es tanto lo que te quiero!
cómo si volviera a nacer,
en el jardín lleno de versos
que hacen mi amor florecer.

MARÍA RUBIO OCHOA

Sueño y deseo que florezcan las buenas acciones, los sentimientos dormidos, las emociones positivas.
Que La Paz vuelva en el mundo a florecer, que la magia de la luz, el sol de primavera, la lluvia, el viento nos deje una floración de tranquilidad.
La risa de los niños, los corazones generosos, la mirada tierna de los mayores, el pensar para el colectivo, todo lo necesario para un mundo mejor. Que florezca un sentir que atesore lo bueno que haga cenizas lo malo.…….

BENEDICTO PALACIOS

Felisa tuvo tres hijos, tres prendas, tres soles: Petra, Antonia y Luis, el más pequeño. Los tres se criaron como flores en primavera, todos sanos y más lindos que un cielo cuando se desvelan las estrellas. Más lindas las chicas, pero Luis no las iba a la zaga. Cómo lo celebraba la madre. Todo eran sonrisas, todo en la casa discurría a ritmo lento, que es como de veras se disfruta. Si un día le hubieran preguntado a la madre por el paraíso, ella hubiera respondido que habitaba en la antesala. Pero si fuera cierto que le cruzaban dos ríos, también lo sería que ambos empezaron a secarse cuando Luisito cumplió catorce años, un momento crucial, porque se enamoró.
—Pero sí es un niño —decían madre y hermanas.
El amor de su noches y sus días se llamaba Ángela. Y como no podían comprender aquella conversión, encargó la madre a las hermanas que la siguieran hasta en sueños no fuera a ser una lagarta y atrajera a su niño a la lagartería. De sonsacarle a ver si era o no un sarampión pasajero se encargó Antoñita, que era con la que más rozaba y con la que menos discutía. Que estaba más enamorado que el toro de la luna era hecho indiscutible, y tampoco era caso discutir porque el amor era como la floración en primavera, que de un día para otro comienza a perder las hojas para que asome el fruto. Y se trataba de eso, de que el amor no madurara.
—No, no, por Dios, si carece de malicia, si tiene un corazón infantil —aducía la madre.
—¿La quieres mucho, Luisito? —Preguntaba Petra.
—Muchísimo. Sueño con ella. La adoro lo mismo que a una musa.
Indagó Antoñita si la declaración de amor era simple fantasía y si aquel amor residía solo en las nubes. Y le pidió que enumerase las excelencias de Ángela. Si solo fueran dos, serían los dos ojos.
—Muchas, pero me quedo con una.
—¿Con cual? —Antoñita se echó a temblar.
—Con los corchetes dorados del sujetador.
Casi se dobla de risa. Lo contó a la madre y esta hizo lo propio con el padre. Y menudo jolgorio.
—Es natural, los muchachos a esa edad ni florecen ni reverdecen —dijo el padre.
—He ahí la cuestión, que si los chicos no, sí las chicas —sentenció la madre.
Hizo el padre sus comparativas y claro que las niñas eran diferentes.
—¿Reverdecen, dices?—Preguntó a la mujer.
—No, querido, florecen.
Luisito no llegó a ver la floración con Ángela porque le encontró demasiado tierno. Y menudo sofocón. Le dio por el rimado y un día en que estaban empañados los cristales escribió
Mal haya la primavera si algo no florece
Y las sombras que disimulan lo que en el cuerpo crece.

ALBERTO MEDINA MOYA

Se sentaba al final de la clase, y era gordo, desgarbado y solitario. Diana fácil para unos cuantos con ganas de reafirmar nuestros egos adolescentes. Le apodamos “el basura”, porque eso era para nosotros, basura. Animados por el silencio de la mayoría, nos encargamos, sobretodo yo, de hacerle la vida imposible durante todo el curso a aquel chaval callado y cabizbajo.
Fue toda una sorpresa oír su nombre tantos años después, pero lo que me dejó totalmente asombrado, desde que lo vi subir al micrófono, fue ver a un hombretón alto, musculoso, con porte desafiante y un aplomo en la mirada que ya hubiese querido yo para mí. Hablaba con seguridad, con carisma; modulaba su discurso, sonreía, hacía las pausas necesarias. Un orador nato. Quién me iba a decir que aquel desgraciado se iba a convertir un día en mi jefe.
A la mañana siguiente, su primer día en el despacho, su secretaria me llamó. El nuevo jefe quería verme. Recordé la sonrisa que me dirigió durante su discurso del día anterior. Sabía perfectamente quién era yo y cuál iba a ser mi próximo destino: la puta calle.
Me recibió con un apretón de manos, nos sentamos y me habló cordialmente: “te acordarás de mí, pero yo ya no soy aquel chico del instituto. No te preocupes, no te guardo rencor. Todos cometemos errores. Para mí eres uno más. Si tienes algún problema, aquí estoy para ayudarte”.
Al salir me fui directo al baño tratando de digerir aquellas palabras. En cuanto cerré la puerta rompí a llorar.

DAVID MERLÁN CASTRO

—Ahora que ha llegado la primavera, recuerda esto: Al igual que una planta necesita los nutrientes adecuados para florecer, nosotros también necesitamos alimentar nuestro cuerpo y mente para crecer y prosperar. Por ello, cuando te encuentres delante de una persona y sepas que debes de actuar positivamente, alimenta esa relación, aprender juntos nuevas habilidades, y mantener vuestra salud física y mental entrelazadas para que podáis ayudaros mutuamente. De este modo, alcanzareis el verdadero potencial y florecereis en todo vuestro esplendor —. Sentenció el maestro ante la atenta mirada del aprendiz.


FÉLIX MELÉNDEZ

LA FLORACIÓN.
Abuelo.- ¿Por qué le salen tantas flores al almendro?
-Porque le gusta vestirse de blanco. Para poder dar almendras, Andrés.
¿De dónde crees tú que salen las almendras? Hijo.
– No tengo ni idea, abuelo, pero están muy buenas, sobre todo; esas salaitas que pones tú al sol en un plato en la pared. Y yo me las como de allí.
¡Ya!, ya he visto que desaparecen. Por arte de magia. No abuelo no desaparecen, me las como yo.
¿Te has fijado cómo se llenan los árboles de colores. Andrés ?
¿Por qué hoy está toda la parcela llena de flores ? Si hace tres días estaban los árboles pelaos del todo. No tenían ni hojas siquiera. Abuelo. Además, eran todos iguales, ahora cada uno tiene un color. ¡Qué chulo!…
Andrés, es el mejor de los espectáculos, cuando viene la primavera se carga todo el campo de alegría, de luz y flores. Un día cualquiera, cómo el día que naciste tú, que sólo la naturaleza escoge y conoce su momento exacto.
Empiezan las yemas del almendro a engordar a despertar del largo invierno a reventar de colores. Surge como un mandato universal. Un buen día normalmente en marzo, todo el campo se llena, además llevan un orden, como los niños de la escuela al entrar, así van vistiéndose los árboles de flores. Primero florecen los almendros blanco como la nieve, después melocotoneros rosas claros, ciruelos blanca la flor y chica de cinco pétalos, cerezos, perales y manzanos Y por último, nísperos, limoneros y membrillos. Sabes el orden ya Andrés.
Abuelo.- ¿ El campo te gusta mucho cómo a mí ?
El calor del sol, el canto de los pájaros, la primavera, influye en nosotros, la sangre se vuelve más roja y activa. Nos entran ganas de vivir. El campo si me gusta mucho.
Abuelo.- ¿Tú eres poeta?
Porque hablas mu raro y con demasiadas palabras y algunas mu chulas y largas.
Andrés hijo,
Las cosas más bonitas suelen ser tan sencillas y a la vez complicadas. Después de los pétalos vienen casi siempre los frutos, como tú. Eres el fruto de tu padre y tú madre, la esperanza de tu abuelo, la esencia, la razón verdadera de la floración, lo intrínseco de la semilla, la expansión de la nueva vida por todo nuestro planeta.
¡Anda ya!, voy a ser yo una fruta. Desde luego Abu, se te ha ido la pinza, dices cada cosa, y tan raras abuelo. ¿Qué son los pétalos esos?
Son el nombre de las hojas de las flores. Andrés.
Otra cosa -abuelito ¿Estás un poco pirao? ¿Cómo van a cantar las flores? Si las flores no saben cantar. Desde luego.
Será que mi cabeza está vieja ya, y las escucha como te oigo a tí, las puedo interpretar, saber leer algo de ellas que tu no entiendes todavía porque no te paraste a mirarlas. Míralas despacio y observalas algún día entenderás, escapa a nuestro conocimiento, sólo es cuestión de fijarse mucho, cuando están las hojas cómo caídas, no están derechas es porque tienen sed.
¡Cómo me transporta a otro estado, me deja absorto, dubitativo, ensimismado en el olvido! Me traen tantos recuerdos las plantas.
¿A qué te refieres Abu? Vas a cambiar de forma. ¿Vas a desaparecer? ¿Te vas a ir a algún sitio?
Sólo con su olor me voy, me transporta. Al cerrar los ojos, noto una sensación indescriptible, efímera y casi persuasiva, como llegando a un lugar, un estado de felicidad.
Verás Andrés, cierra los ojos y espera respira despacio, despacito un momento. Después me cuentas. Suelta el aire suavemente. Y huele a primavera.
A mí me tranquilizan ciertos olores, son una fuente de inspiración, otro mundo cruza por mi mente. Se vierte entre la eterna sensación el karma. Me puede con su calidad de aire y me convierte en parte de la misma tierra.
Pertenezco a la vida. Vienen a mí diferentes reflexiones; aromas inesperados que reviven mis recuerdos. Andrés, me gustaría que recuerdes este almendro blanco que miramos juntos hoy, siempre estará florecido en tu mente.
Cuando yo descubrí por primera vez su milagro de blanco reluciente. Andrés, quedé maravillado frente a él, siendo un niño como tú, tendría apenas cinco años. Cómo tú, ahora.
Abuelo yo ya pronto haré seis.
Sabes Andrés. Cada flor tiene un olor, cada olor su primavera. Cada primavera un recuerdo me asalta, a veces se saltan mis lágrimas ante los olores que quiero y anhelo. Ante las primaveras pasadas y sus recuerdos. Es cierto que florecen en nuestras mentes los olores más secretos de algunas personas cuando olemos sus ropas, perfectamente identificados y vienen inesperadamente a nosotros junto con recuerdos y recuerdos, como si nosotros fuéramos el almendro.
Es totalmente cierto Andrés, cierto que los olores atraen recuerdos.
Abuelo te acuerdas de abuela. A mí el olor del arroz de mi madre me recuerda a ella.
Eso es Andrés eso mismo quería decirte.
Siempre me roban una sonrisa las flores. Me salta un automático predispuesto y se relaja mi cuerpo ante la sencillez tan hermosa, tan brutal. La felicidad de mi estado de ánimo se expande de una forma involuntaria las emociones alivian el dolor y se olvidan por un momento los problemas.
El aire puro no tiene penas, me transporta y respiro hacía un lugar mágico indeterminado de mis sentimientos, igual que el atardecer neutraliza el estrés, y mejora mi salud emocional.
Pués a mí, Abu sólo son un cacho flor y ya está.
La floración de los rosales es otra cosa, me sitúa de forma mágica y casi hipnotizado entre pasajes escogidos y misteriosos. Las rosas me relajan, me vuelven místico. Me trasladan al pensamiento más profundo. Me recuerdan la casa de mi abuela, el patio aquel, con su enredadera de rosas rosas de pitimilin, que se deshojaban al cogerlas. Su aroma no es de este mundo y está bien guardado en la cabeza..
Andrés tú sabes que el olor a rosas es idéntico al olor de la Virgen María según cuenta la leyenda.
Es diferente a todos los olores, muy distinto a los demás. Algo tiene el olor de rosas que cuando huelo una rosa, me transforma completamente. Me lleva hacia una espiritualidad indefinible. Una eterna admiración, las rosas tocan el corazón de la gente dan fortaleza, y regeneran la pasión.
Si, abuelo a mi madre le gustan mucho los ramos de rosas.

SOLEDAD ROSA

La temperatura vuelve a ser cálida. El brillo del sol deslumbra las margaritas que inundan mi primavera desde pequeña. Pasear a su alrededor, olerlas, hacer un ramito con ellas y jugar junto a otras niñas a ese “me quiere o no me quiere” era nuestro pequeño ritual que practicábamos entre risas.
Ahora prefiero hacerlo en soledad. Visto con papel aquello que quiero ver florecer y lo coloco bajo las semillas de la siempreviva, esa flor inmortal que, aunque se seque, permanece eternamente. Supongo que fue su fuerza la que me conquistó.
Descubrí que no hay caminos de rosas sin espinas. Perdí la cuenta de las veces que las espinas me pincharon. Sentí todo lo que pueden llegar a provocar. Aprendí a mirar al miedo de frente. Vi brotar nuevas oportunidades ante mis ojos y rescaté esas pequeñas cosas que me hacen ser, que me hacen vibrar y que me hacen vivir.
Cada primavera sigo recogiendo margaritas. Sin embargo, la letra del ritual ahora luce distinta y, entre pétalo y pétalo le pregunto:
“Me quiero o no me quiero”.
Y vuelvo a sentirme viva.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Nunca es tarde
―Clara, tenemos que afrontar la situación, por muy duro que nos resulte decírselo a papá.
―Joder, Carlos, que hemos enterrado ayer a mamá, dale un respiro, hombre.
―He estado hablando con Pepe y está de acuerdo en que el traslado a la residencia, cuanto antes, mejor. Si lo piensas, hermanita, le va a venir bien, allí le van a cuidar, va a conocer gente y no estará todo el santo día lamentándose. Ya sabes cómo es, que se lo toma todo a la tremenda.
―Y, ya que habéis estado confabulando a mis espaldas, cuéntame, supongo que también habréis tomado decisiones sobre la casa.
―La vamos a poner a la venta. Sabes que está en un lugar privilegiado y tiene un montón de novias. Nuestros padres podrían haber sacado una fortuna, pero nunca quisieron ni oír hablar de ello y, mira, al final, nos va a venir bien. Una parte ya es nuestra por el fallecimiento de mamá y, el resto, en cuanto se haga efectiva la inhabilitación de papá, que está al caer.
―Cada vez me arrepiento más de haber firmado la petición, no es justo, papá está en sus cabales y no se merece que sus tres hijos le traicionen.
―No te pongas melodramática, que si firmaste fue por algo. A ti tampoco te viene mal la pasta, que el tratamiento de tu hijo es carísimo. Tienes tanta responsabilidad como Pepe y como yo.
―Pero, podríamos pensar en otra solución que no fuese tan traumática para él, me da muchísima pena, siempre ha dicho que antes muerto que ir a un asilo.
―Vamos a ver, Clara, ¿tú estarías dispuesta a llevártelo a tu casa mientras viva?
―Eso es imposible, joder, lo sabes tan bien como yo, Carlos.
―Pues, Pepe y yo tampoco estamos por la labor, así que, no hay más que hablar. En cuanto se venda la casa y recibas tu parte, te dejarás de tonterías.
* * * * * * * * *
―Ahora que ya estamos todos, rectificadme si os digo que no habéis venido para hacerme compañía, no os veía juntos desde las pasadas navidades.
―Padre, tenemos que hablar ―Carlos, el mayor, se encargó de romper el hielo, con un visible nerviosismo.
―Uyuyuy, padre dice, solo me has llamado así siempre que ibas a pedirme dinero. La respuesta es no. La única que lo necesita es Clara y, ella, lo tendrá.
―No es eso, papá ―continuó Clara ―, no sé ni por dónde empezar…
―Sin paños calientes ―Pepe, el menor de los hermanos, tomó la iniciativa ―, hemos pensado que lo mejor para ti es vivir en una residencia para mayores, ahora que mamá ya no está. Tú no te valdrías por ti mismo, siempre lo has tenido todo hecho.
―No puedo creer lo que estoy oyendo, con vuestra madre todavía caliente y ya os queréis librar de mí. Algo hicimos mal en vuestra educación, no sé de dónde habéis sacado esa maldad, sois como cuervos al acecho. Clara, de ti no me lo esperaba, acabas de darme el único golpe que me faltaba por recibir en la vida. Fuera de aquí los tres, no quiero volver a veros.
―Como quieras, pero te estás equivocando ―le advirtió Carlos.
― ¡¡¡Largo!!!
* * * * * * * * *
―Alfredo Morales Medina, ochenta y nueve años, recién enviudado, la acompaño en el sentimiento, Clara…, uhumm…, sí, creo que ya está todo el papeleo. Veo que acaban de inhabilitarle. Si me permite una pregunta, ¿cuál ha sido el motivo?
―El habitual, demencia senil. Ya estaba mal hacía tiempo, pero al fallecer mi madre, todo se ha acelerado, no es consciente de sus actos.
―Ya, ya, ya. Me olvidaba, el último requisito, las garantías de pago por la estancia de su señor padre en nuestras instalaciones…
―He incluido la domiciliación de su pensión, con eso es más que suficiente.
―Efectivamente, aquí lo tengo. Su padre debió de ocupar un buen cargo, tiene la pensión máxima.
―Sí, no le fue mal en la vida. Si me disculpa, he de irme, tengo asuntos urgentes que atender.
―Cómo no, no le robo más tiempo. Si le va a resultar traumático, le aconsejo que no se despida de él, hay veces que no se toman bien que los traigan a una residencia y se ponen desagradables. Ya nos ocupamos nosotros, vaya tranquila.
―Se lo agradezco, no habría sido un trago de buen gusto.
* * * * * * * * *
―Ay, Adelita, no puedo ver a este hombre así, se me pone mal cuerpo, tan tristón, tan solo, ni mu ha dicho desde que llegó hace dos meses.
―Con la carita de bueno que tiene, y es guapo el condenado, de joven tuvo que ser un rompecorazones de cuidado. Sonso, ¿y si intentamos animarle? Tú eres única para eso aunque, todo hay que decirlo, un poco pesada ya te pones.
―Eso lo deberían hacer los otros hombres, que luego irán diciendo que somos unas frescas, que si a la vejez viruelas, que si blablablá, que si blibliblí. Pero, figúrate, con lo egoístas que son, lo mismo creen que es un competidor sexual, un macho alfa, un Víctor Mature a la española, un Fred Astaire sin Ginger Rodgers, un Rodolfo Valentino, un…
―Tú estás muy tonta, Sonso, si bastante tienen esos con encontrársela para orinar, juás, como para pensar, no les da, hija mía.
― ¡Alfredo, hombre, reacciona, que esos dos bellezones no te quitan ojo, te están rifando, y no me extraña, porque eres todo un galán!
―Éramos pocos y parió la abuela, con lo contenta que estaba yo sin ver a la furcia de la Vane. A ésta la han contratado porque tenía las tetas más gordas de todas las aspirantes, no tiene otra explicación, Adelita, que me quede muerta si no.
― ¿Te has fijado con qué poco respeto le habla, como si fuera un niño chico? Aunque, total, quién sabe, como no suelta ripio…
― ¡Vosotras dos, ya está bien de cuchichear y no me soliviantéis a Alfredo, leche! Para uno que no incordia…, hala, a jugar a la brisca.
―Mírala cómo se contonea, con la minifalda, el movimiento de pompis, los tiene a todos revolucionados y, como piensan con el pito, lo tiene chupao. Me pone enferma, Sonso, de verdad te lo digo.
― ¡Puta, más que puta! ―dos meses después de llegar a la residencia, Alfredo se animó a pronunciar palabra.
― ¡Albricias, Alfredo, si no eres mudo! ―lo celebró Adelita.
―No puedo soportar que se dirija de ese modo tan chusco a dos señoras tan distinguidas, me saca de mis casillas.
―Pues, yo me alegro muchísimo, por lo menos te ha hecho hablar, querido. Soy Adela, y mi amiga, Sonsoles.
―Encantado. Perdonad mi falta de educación, pero me retiro a mi habitación, no estoy de humor. Adiós.
Poco a poco, y con mucho tesón por parte de Sonso y Adelita, Alfredo se fue abriendo a sus nuevas amigas, a las que, enseguida, empezó a considerar como las hermanas que siempre había querido tener. Su compañía le hacía mucho bien y llegó a adquirir con ellas una confianza poco común, hasta el punto de confesarles asuntos íntimos que nunca le había confiado a nadie. Adelita y Sonso hacían lo mismo, pero sin ningún esfuerzo, les salía de modo natural, como eran ellas.
Nadie podría haber afirmado que Alfredo era plenamente feliz de nuevo, pero lo que sí resultaba más que evidente era que, por un motivo o por otro, había recuperado las ganas de vivir. No hablaba con nadie más que con sus nuevas hermanas, no lo necesitaba, había encontrado el clavo al que agarrarse, dos personas buenas, alegres, inteligentes, cultas, divertidas y guapas que, por si fuera poco, le apreciaban de verdad, sin ningún tipo de interés.
* * * * * * * * *
―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
―Vengo a ver a mi padre.
―Su nombre, por favor.
―Clara Morales.
―No, señora, el de su padre, por favor.
―Alfredo Morales.
―Aquí lo tengo. Claro, no me sonaba de nada, ingresó hace seis meses y todavía no había recibido visitas. ¿Sabe él que viene?
―No he avisado, es por un asunto que ha surgido de repente ―Clara no era así de seca, pero estaba muy nerviosa.
―Espere un momento en la salita, que llamo a la directora, no sé si su padre se ha levantado todavía.
―No será necesario, Mati, ya estoy aquí. Buenos días, señora Morales, ¿podemos hablar un momento en mi despacho?
―No entiendo, solo he venido a ver a mi padre, ¿pasa algo que no me hayan contado?
―Se lo resumo en un minuto. Su padre tardó dos meses en decir una palabra. Desde entonces, ha ido mejorando paulatinamente y cada día está más tranquilo. Me preocupa que, ahora, después de medio año, se presente aquí sin un motivo importante y lo desestabilice por algún capricho. Disculpe mi rudeza, pero es mi obligación velar por el bienestar de mis residentes.
―No voy a darle explicaciones, faltaría más. Solo dígame dónde le encuentro y apártese de mi camino, no se meta donde no la han llamado.
―Está bien, es su derecho. Siéntese que, en cuanto terminen de asearle, lo acompaño hasta aquí personalmente.
«A ver qué le digo. Después de lo que pasó, buff…, ♪Na, na, na♪…, ¿me creerá?…, ya tarda, ni que le estuvieran preparando para una recepción de la Preysler, qué barbaridad…, tú tranquila, que vienes de buena fe…»
― ¿Se puede saber qué haces aquí? Creí dejar meridianamente claro que no quería volver a veros a ninguno de los tres, y eso que no sabía todavía que me habíais traicionado de la manera más ruin. No tenemos nada más que hablar. Vuelve por donde has venido, aquí no eres bien recibida.
―He venido a que me perdones. Te puedo explicar cómo sucedió todo y las presiones a las que estaba sometida. Me equivoqué gravemente, pero estoy arrepentida y puedo ayudarte a recuperar lo que es tuyo por derecho.
―Eso es que tenéis problemas para vender la casa. ¿No os ponéis de acuerdo en el precio o el reparto? Suele suceder entre buitres.
―No seas injusto, por más que te asista la razón. Vengo a disculparme de corazón y a intentar enmendar el daño hecho, créeme.
― ¿Cómo está mi nieto?
―Murió el mes pasado, los médicos no pudieron hacer más por él. Siento no habértelo contado antes, pero no tenía fuerzas, mi vida es una mierda.
―Y, tus hermanos, ¿están bien?
―Si quitas la frustración por los problemas legales que les han impedido vender la casa desde entonces, bien, sin novedad, ya sabes cómo son.
―No, no lo sé y no me importa. Puedes marcharte tranquila, tu gesto te honra y te perdono, pero preferiría que no volvieras, mi vida está aquí y aquí se va a quedar, no quiero saber nada del pasado, excepto el recuerdo de tu madre, que nunca se borrará, gracias a Dios. Voy a desayunar, que te vaya bien.
―Adiós, papá y… gracias por todo.
Aquel día, Alfredo pidió desayunar en la habitación y ya no salió en todo el día. Escuchó cierto revuelo, pero no le dio mayor importancia. Sus hermanas lo entenderían.
* * * * * * * * *
―Buenos días, ¿no han traído todavía al comedor a Sonso y Adelita? Es tarde ya.
―No sabría decirle, soy nueva y todavía no conozco a los residentes. Puedo preguntarle a la directora, pero ha ido a hablar con un tal don Alfredo.
―Si le quitas el don, Alfredo está ante tus ojos, soy yo al que busca. ¿No sabrás para qué? Es muy raro.
―Mejor, se lo dice ella, ¿sí?
―Alfredo, menos mal que te encuentro. Tengo que contarte algo.
―Tú dirás, mujer, pero siéntate, que te va a dar un jamacuco.
―Sin rodeos, a Adela le dio un infarto anteanoche y no pudo superarlo, falleció en el acto.
―Y…, y, Sonso, ¿cómo está Sonso? ¿Estaba presente?
―Sí, estaban las dos en la habitación, pero no te puedo decir más, Sonsoles está en shock, ha sido incapaz de decir nada y los médicos la han llevado al hospital.
―Quiero ir, tengo que ir, ahora me necesita, no tiene a nadie más. Qué horror, yo por lo menos, tengo una hija que me quiere. Ella, sin Adelita, está sola.
―Eso es imposible, Alfredo, hay que esperar a ver qué nos dicen.
―De eso nada, yo me voy en un taxi, que para algo tienen que valer los teléfonos estos. Ayúdame, coña, que no sé ni abrirlo…
* * * * * * * * *
―Doña Sonsoles, tiene visita, un hombre muy apuesto, qué escondidito se lo tenía, picarona.
―Calla, niña, qué apuesto ni qué apuesto, debe de ser un error, ¿quién va a venir a verme a estas alturas? Vamos que, vaya cosas tienes, guapa.
―Me ofendes, Sonso, si hasta he aprendido a usar el móvil del demonio para llamar a un taxi.
― ¡Alfredo! ¿Qué haces tú aquí?
― ¿Tú qué crees? Vengo a sacarte de aquí, que no pintas nada. Tenemos que darle nuestro último adiós a Adelita, que se va a enfadar muchísimo si no estamos allí. Además, ella también tiene algo que ver, bueno, siempre que tú…
―Alfredo, céntrate, que estás desvariando. Pero, ¿qué haces, loco?
―Uy, doña Sonsoles, se lo puede imaginar, un hombre no se pone de rodillas ante una mujer así como así. No se preocupe, señor, que luego le ayudo a levantarse. ¡Qué ilusión!
― ¿Me aceptas como marido, Sonsoles de mi corazón?
Alfredo y Sonsoles no estaban enamorados, pero se querían y tomaron la última decisión importante de sus vidas. Él hizo la proposición para salvarla a ella y ella aceptó para salvarle a él. Ambos, sin llegar a decírselo al otro, sabían que Adelita les bendecía. Se casaron, continuaron viviendo en la residencia y fueron razonablemente felices. Clara iba a verles todas las semanas, para comprobar que no dejaran de florecer hasta el fin de sus días. Y, ¿por qué no? También la habían salvado a ella.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Sábado 25 de marzo de 2023, Guadalajara, España.
Jacinto: Buenos días Eulalia, cariño mío. ¿Qué tal has dormido esta noche?
Eulalia: ¡Déjame en paz viejo chocho, no me toques!
Me agobias desde primera hora de la mañana. Qué pesado eres, yo no sé cómo te he podido aguantar tantos años.
Jacinto: ¡Cómo me pone que te cabrees conmigo, mi amor, te toco porque te deseo cómo la primera vez. Me has aguantado tantos años porque sabes que me quieres.
Eulalia: Claro que te quiero gilipollas. Pero lejos de mí. Cuanto más lejos mejor. Voy a regar las plantas, que luego es muy bonito y grato verlas florecer.
Jacinto: Qué manía con las plantitas de las narices. ¡Si no hablan!En vez de regarlas a ellas, podrías regar nuestro amor para que no se marchite.
Eulalia: Por eso me gustan tanto las plantas, porque no hablan, no cómo tú. Tú no te callas ni debajo del agua, ni aunque tengas una amigdalitis severa que no puedes ni tragar al comer o beber, pero sigues hablando y buscándome las cosquillas.
Jacinto: ¿Las tienes aquí? ¿O aquí?
Eulalia: Ja, ja,ja. Para, para. No sigas que me meo. No sé cómo lo haces pero al final siempre acabas haciéndome reír. Eres un crápula, vicioso…
Ambos nonagenarios se fundieron en abrazos, caricias y besos floreciendo nuevamente su amor indisoluble.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LA BELLEZA
El joven soldado continuaba avanzando a paso ligero, como un autómata, cerrando la retaguardia del escuadrón. El número nueve. Mientras lo hacía, no dejaba de observar a su alrededor, desconfiando de todo, con la mirada perdida. Una larga noche sin dormir, una más de tantas, y el curso de una guerra cuya duración estaba siendo mayor de lo esperado, habían convertido a su cerebro en una masa gelatinosa e inútil, incapaz ya de pensar ni sentir.
Al principio, cuando empezó todo, jamás hubiera creído que llegaría a acostumbrarse a cualquier cosa. Pero hay momentos en los que la realidad te pasa por encima y puede acabar siendo demoledora. La infinidad de cadáveres desfilando ante sus ojos en todos esos meses le habían otorgado un grado de inmunidad que nunca hubiera deseado. El miedo y la total ausencia de sensibilidad eran los dos elementos esenciales que aún le mantenía vivo.
A esas alturas, ya poco importaba que aquel día fuese el comienzo de la primavera. No había motivo alguno para dar la bienvenida a la nueva estación. Al contrario. Eran miles las razones para decir adiós de una maldita vez a aquella macabra rutina en la que se había convertido su vida y la de quienes le rodeaban. Lejos quedaba ya el amor y todas sus consecuencias, aquellas que solían producirle alteraciones en la sangre.
De repente, en mitad del inquietante silencio que reinaba esa mañana, algo llamó poderosamente su atención, obligándole a dirigir su mirada hacia el jardín de aquella casa en ruinas. Se encontraba en un pequeño rincón, era casi inapreciable, pero allí estaba.
Ignorando a la tropa, que seguía avanzando, se detuvo un instante para hincar su rodilla sobre la tierra. La acarició con suavidad, llegando a notar en sus manos descarnadas la humedad del rocío que la cubría. Sin remedio, brotaron dos lágrimas y la memoria del joven soldado comenzó a anegarse de recuerdos. Imágenes del lugar de donde venía, de cómo había sido su vida hasta entonces y de las personas que quedaron atrás. Pero por encima de todo, en su cabeza flotaban los rostros de tres seres especiales: su madre, su esposa y el pequeño Aleksander, un ángel rubio que apenas comenzaba a caminar y cuyo paradero se había difuminado en algún enclave desconocido de este mundo, a consecuencia de la maldita guerra.
Y allí, contemplando en silencio la rosa que sostenía en sus manos, recordó que la belleza siempre acaba floreciendo, abriéndose camino entre la barbarie. Y que posee una fuerza tan poderosa e imparable que no hay alambrada ni cadena que le impida continuar hasta encontrar su sitio. Mientras, por desgracia, la vida seguía su curso, ajena a todo aquello.

TESS LORENTE

Hace ya una vida entera que floreció nuestro amor.
Fue como una chispa,
Un precioso resplandor.
Pasaron los días, los meses y al sol
nuestro amor se fue nutriendo hasta conseguir su fulgor.
Cada vez era más fuerte y nuestro corazón
sin querer se volvió adicto a esa dulce sensación.
Besos, abrazos, cartas ….amor
Hacían que nos fundiéramos tiernos
para saborear su dulzor.
¡Qué locura, qué emoción!
cuando mi cuerpo temblaba lleno de pasión.
¡Qué delicia, qué ilusión!
ver pasar la vida juntos con cariño y devoción.
Pasaron estaciones, años, décadas al fin
Y aquel amor que manteníamos
Parecía no tener fin.
Vinieron tormentas, tempestades, ardor
Pero todo acontecía reforzando nuestro amor.
Dando gracias al destino
Nos encontrábamos los dos
Por haber sembrado juntos
Las semillas del AMOR.
Fuerza, Cariño, tesón
Paciencia, Alegría y pasión
Todo lo necesario para sentir su fervor.
Y así esperamos juntos a que llegará nuestro ocaso
Sintiéndonos dichosos de todos nuestros pasos.
No quisimos separarnos
No pudimos alejarnos
No imaginábamos un día
En el que no poder encontrarnos.
Firmamos un acuerdo
Con el que finalizar el camino
Y con un beso de belladona
Sellamos nuestro destino.
Fundiéndonos para siempre
En un abrazo vespertino.
Tess.

ROSA ROSANA

Si pudiera expresar la ternura
a través de la palabra escrita.
Cuando la pluma se acerca al papel,
y una gota menuda de tinta,
flota ligera en el aire, hacia él.
Si pudiera plasmar ese momento.
Ralentizarlo en el tiempo.
Inmortalizarlo entre versos.
Para que pudieras leerlo,
y ver como llora sobre él.
Si pudiera hacerte ver, mientras lees.
Las ansias de ella en forma de gota.
Las ganas que tiene él, de poseerla.
Queriéndola contener en su trama abierta,
y la gota de tinta, a punto de caer.
Él la recoge casi en el aire
volviéndola parte de su ser,
y ella se esparce sin quererlo.
Incapaces ambos de poderse contener.
Cuando la pluma está quieta, sobre él.
Algo la atrae, algo la llama.
No sé si es la trama o las ganas de contenerla,
y surge una mancha de tinta negra.
Que se va extendiendo sobre el blanco papel,
y él la recoge, y ella, ella se deja recoger.
Pareciera que muriera transformándose en palabra.
Pareciera que llorara su corta existencia, al caer,
antes de perecer plasmada sobre el papel.
Mas nada de eso sucede, la tinta no fallece.
Tan solo se transforma en lágrima cayendo.
Una lágrima de oro negro.
¡Cómo si fuera su propio entierro!
Y es su nuevo nacimiento.
En palabra
En verso.
Él la mece tranquilo y dispuesto.
Haciéndola florecer de nuevo.
La palabra en su trama va naciendo.
Surge la escritura, el sentimiento.
El que estás leyendo, si pudiera, llorar negro.

OMAR R LA ROSA

Jazmín
Ese día fue exactamente igual a todos los últimos 10 días, casi, casi desde el comienzo de la primavera.
La noche anterior no había dormido muy bien, las consecuencias de su relación con ella hacían estragos en su cuerpo y poco o nada mitigaba el dolor el recuerdo de su dulce y penetrante perfume.
Como se había hecho costumbre en la última semana, tomo una pastilla, en la espera del alivio que el medicamento le proporcionaría, y trato de dormir, con poco éxito.
Él sabía que, si esto no se solucionaba pronto, tendría que tomar una decisión drástica, tenía que sobreponerse, ser más fuerte, unos instantes de voluptuoso placer sensual, sus caricias, su belleza, su embriagante perfume, lo estaban matando, pero, … es tan linda. Y él, que se consideraba un hombre duro, debía admitir que ella lo podía.
A la mañana, mal dormido, desayuno unos mates y se fue a trabajar. Todo el día, estuvo ocupado en diversas tareas, por lo que para nada se acordó de ella y un cierto alivio lo reconforto. Cuando notaba que podía estar todo el día sin ella crecía su determinación de cortarla, no la necesitaba, el mundo no se acababa cuando ella no estaba y su cuerpo retomaba la fuerza y vitalidad que tan bien lo hacían sentir….sí, si, si, sin lugar a dudas tenía que cortarla.
Con esa idea en la cabeza emprendió el regreso a casa. Mientras manejaba iba repasando los pasos que daría, como se le acercaría, y como la cortaría, sin decirle nada, sin intercambiar palabra, solo la cortaría y arrojaría los restos a la basura. Si, se tenía que terminar así, por su propia decisión, no cavia esperar a que todo sucediera naturalmente, su cuerpo no soportaría la lenta agonía de esperar que todo se diluyera con el tiempo, porque de eso también estaba seguro, más tarde o más temprano todo acabaría, ella cambiaria, su belleza ya no sería igual y su embriagador perfume, inevitablemente, se desvanecería y desparecía. Pero estaba seguro que no lo aguantaría, debía tomar la decisión y hacerlo.
Porque, ¿para qué prolongar esto? ¿Cuánto más podía durar? Seguramente que no mucho…y entonces, ¿Por qué no aguantar? ¿Por qué privarse así de su belleza, del placer de verla cada mañana al irse y cada tarde al regresar? Odiaba la duda, el sentirse así, inseguro, por una cosa tan tonta. Eso lo enojaba más. No, no, tenía que cortarla y debía hacerlo ya.
Llego a la casa con la decisión firmemente tomada. Sin bajarse del auto, abrió el portón automático, se estaciono en el jardín y….al abrir la portezuela para bajarse…. La realidad le golpeo con la fuerza de un huracán.
Solo abrir la puerta fue suficiente para que su perfume lo invadiera todo, para que su cerebro, embriagado por el aroma, le ordenara quedarse quieto, disfrutando las imágenes de la belleza y placer que ella le brindaba.
Entonces una lagrima comenzó a correrle por la mejilla, no pudo evitar notar su debilidad en este acto, luego se le hizo como un nudo en la garganta, y le nació el incontenible deseo e estornudar…no una sino dos, tres, cuatro veces.
No no había duda, era fuertemente alérgico a las flores, o podaba la planta o se moría.

GRACIELA PELLAZA

Se habían ido.
Todos.
Los que habían nacido ahí, los que pidieron asilo, hasta los amigos pasajeros. Saludaron con nobleza y en la despedida me llenaron de honores.
En la casa quedamos..yo; y dos perros sabandijas que le ladran a la noche cuando no se estrella.
Se fue la ropa, dos sillas, y todos los cariños que nos prodigamos. Era previsible, los hijos eran míos, pero los descolgué, para que flameen libres en la parcela de su historia.
La puerta fue el límite geográfico, de lo que había sido y de lo que ya no sería, nunca más.
Caminé segura los primeros meses, sabia donde estaba el cajón de los remedios, la térmica y las llaves de los candados; en la cena comencé a sentir la soledad del plato; y ahi me asustó la sequedad del terreno que pisaba, de tanto silencio perdí el sonido de mi voz y tuve terror de perder la palabra.
Estoicamente guardé el secreto; pasó el otoño, y el invierno crudisimo. Le lloré a las fundas de las almohadas, me leí unos libros viejos, le escribí a los fantasmas.
Y una noche de lluvia tupida; esas que son firmes, que tienen el jabón que limpia..me podé la cabeza, ante los ojos piadosos de mis perros. Como un ritual..
el ritual del ascenso de la savia mejorada después del duelo.
Así de inquieta me zambullí en el abono que era esencia, en ese donde se descompone lo dulce y lo amargo; fuí semilla, perpetué la especie, dejé rodar los frutos, alimento y nutriente.. estaba desafiando a la solitaria vida.
Debía esperar, entender la pausa.
Debía moldear el intervalo, abrir las ventanas, invitar a los pájaros y florecerme.
Hoy crujen los brotes cuando camino.. les cuento; se llenará de flores mi pecho para septiembre.

MARY CORREA

El jardín de Andreina-.
Por fin ha llegado la primavera, Doña Andreina tiene uno de los jardines más bellos del pueblo, cada mañana si el clima es cálido, se prepara su taza de té y se sienta bajo las glicinas que acaban de florecer, su aroma es tan dulce y fresco, desde allí se ve la calle, las personas pasan y la saludan – buen día Doña Andreina ¿como esta?- ella contesta- bien m’hijito ¿cómo está tu madre?. -Bien, le manda saludos- dice el muchacho. – dale un beso de mi parte, y decile que venga una tarde de estás a tomar el té conmigo. Le digo- contestó el muchacho mientras corría hacia la parada de bus – la dejo que si no voy a llegar tarde . Doña Andreina siguió con su té , mientras sentía el aroma de las flores de su jardín, unas abejas estaban de visita en las glicinas y alguna que otra mariposa, a lo lejos ve a su viejo amigo acercándose al trotecito, la saluda muy cordial – hola Andreina, ¿cómo estás?. Bien, aquí disfrutando de mi té y de mi jardín y vos qué tenés para contar, viejo bandido, ya vas para la panadería de Rosa, mira que sos pícaro, hace años que te conozco y no has cambiado nada, pobre mi amiga Gladys que dios la tenga en la gloria, mira que te soportó. – Ni tanto, yo siempre me porte bien, y Gladys lo sabía, mi único problemilla es que siempre he sido muy simpático, además de buen mozo. Pero mira vos, viejito engreído resultaste ser, ya que vas a la panadería, dale mis saludos a Rosa y dile que la espero esta tarde. – Si le digo, si me acuerdo porque cada vez que la veo me olvidó hasta de mi nombre- contestó Don Casimiro, mientras le sonreía a su vieja amiga. -Mira, qué sinvergüenza- replicó, Doña Andreina- anda nomás o te vas ha quedar sin el pan. -Bueno, nos vemos luego- contestó, Don Casimiro, y siguió su camino. – Pero qué cosa, se me ha enfriado el té, por culpa de este viejo bandido- rezongo doña Andreina, se levantó de la silla se puso su capelina y comenzó a sacarle los yuyos a su hermoso jardín que ha comenzado a florecer.

EFRAÍN DÍAZ

La pequeña aldea samurai Ogimachi despertaba del crudo invierno. Debido a la copiosa nieve y al intenso frío, todas las actividades cesaron hasta el comienzo de la primavera.
Ogimachi era el último bastión samurai en Japón. El resto había cedido a la modernización impuesta por Prusia y propiciada por avaros comerciantes en complicidad con el débil emperador, que solo obedecía mientras los que estaban a su alrededor se enriquecían.
En Ogimachi se refugiaron los últimos renegados de una casta guerrera que, orgullosos de su cultura, costumbres y tradiciones, resistieron el cambio.
Ya entrada la primavera, los miembros de la aldea retomaron las labores de agricultura. También retomaron el entrenamiento físico, marcial y militar, imprescindible no solo para lograr la perfección en su cotidianidad, sino para sobrevivir.
– Abuelo, ¿cuándo me vas a enseñar las artes guerreras y los antiguos secretos de los samurais? preguntó el pequeño Toyotomi.
– Todo a su debido tiempo Toyotomi. Aún eres muy pequeño. Solo tienes siete años. Antes de aprender las artes guerreras de los samurai, debes aprender los principios del Bushido y antes de aprender los principios del Bushido, debes… ¿Ves este árbol?
– Si.
– Es un cerezo. Mira que hermoso ha florecido. Para los samurai, los cerezos simbolizan la vida y la muerte. La belleza y la violencia. La perfección. Históricamente ha significado la corta pero colorida e intensa vida del guerrero samurai. El cerezo sólo vive unas tres semanas. Toda una vida preparándose para florecer solo por tres semanas y morir. Efímero, como la vida de los samurai.
Toyotomi no comprendió las profundas palabras de su abuelo. Se fue a jugar con los demás niños de la aldea simulando combates samurai. Mientras, su abuelo sabía que el final estaba cerca. Que la modernización era inminente y que los samurai desaparecerían de la sociedad japonesa y de su cultura. Solo deseaba un poco más de tiempo. Resistir más, para ver a su nieto florecer con la fortaleza y la belleza de un cerezo. Verlo convertido en todo un samurai.

CANDELA PUNTO

ALICE Y POL

Despacio y sin hacer ruido al pisar el lecho de hierbas y flores salvajes que florecían en el pequeño vergel delante de su casa, Pol se acercó a ella por detrás y le pasó su mano derecha entre su brazo, deslizándola hasta llegar a la altura de su ombligo.
La izquierda la subió rodeando su otro brazo hasta agarrar su parte delantera del cuello. Alice se dejó llevar e inclinó su cabeza hacia la izquierda, dejando la parte derecha del cuello receptiva para los húmedos labios de Pol. Que suave y delicado en el acto, comenzó a darle pequeños bocados que terminaban en un dulce beso húmedo, mientras dibujaba pequeños círculos con las puntas de sus dedos alrededor del ombligo.
Alice cerró los ojos. La temperatura de su cuerpo, subió arropada por el pecho y el pene de Pol que le presionaban su espalda y su culo. De pie los dos en el vergel, se dejaron llevar. Ella se mordía los labios muy despacio mientras que su boca, dejaba salir la dulce humedad del deseo. Todo era magia bajo las palmeras.
Pol, dejó caer su mano sobre el pubis, rozándolo suavemente hasta llegar a la ingle, donde siguió bajando por el músculo recto interno… Volvió a subir su mano, pero apretando con más fuerza con la yema de los dedos mientras continuó besándola y mordisqueándola en su jugoso cuello.
La dulce Alice, encantada por la sorpresa y sumida en un éxtasis de placer que provocaba el movimiento de sus glúteos lentamente contra el pene de Pol. De forma inconsciente, imagino la lengua de su marido entre sus nalgas, llevándola hasta el orgasmo. El vaivén de sus cuerpos era pausado y rítmico mientras sus corazones, latían desbocadamente, pidiendo a voces la penetración.
Pol, le dio el último bocado a su cuello y empezó a subir su lengua hasta la oreja, donde se detuvo para echar su aliento y que sintiese el fuego que salía de su interior.
Siguió subiendo muy despacio hasta juntar su lengua con la de Alice, mientras aún la tenía agarrada por el cuello y su otra mano recorría su estómago hasta llegar a su vagina. Alice se arqueó hacia atrás para recibir la mano de él, mientras apoyaba la parte superior de su espalda, sobre el pecho de Pol.
El amante febril comenzó a deslizar sus dedos lentamente por la vagina de su amada para sentir el fuego y la humedad que manaba de ella… Alice pasó su mano izquierda entre los dos cuerpos llenos de amor y acarició su pene para destaparlo y dejarlo salir de la opresión que estaba sufriendo.
Cogió las manos de él y las llevó hasta su cintura mientras caminaba para apoyarse de frente contra la palmera que había a su lado. Se inclinó dejando ver sus redondeados y tersos glúteos y pasó sus manos por detrás de su amado. Justo por la cintura hasta llegar a su fuerte culo y poder apretarlo y empujarlo contra ella.
Pol acercó su pene hasta las nalgas, lo condujo entre sus glúteos y lo bajo muy despacio acariciando su ano y siguió bajando hasta encontrar su clítoris, donde comenzó a rozarlo con la punta del pene. Ella se estremeció y los vellos de su cuerpo se erizaron hasta ponerse de punta.
Empujó con más fuerza los glúteos de Pol contra los suyos para que su amante siguiera adorando ese dulce momento lleno de amor. Pene y clítoris, abrazados sin llegar a la penetración, simplemente, disfrutando del contacto que mantenían los dos; Alice cambió su posición y apoyó su espalda contra la palmera para poder besarlo deseosamente, mientras que lo agarraba del cuello con una mano, y con la otra acercaba la cintura de Pol, hacia su pubis.
El amante pegó su pecho contra los senos de Alice y frotó su cuerpo contra ella hasta que la penetró salvajemente. Los gemidos de los dos se entrelazaban en sus bocas juntas y ardientes mientras gozaban del amor que sentían el uno por el otro.
En ese momento, tuvo lugar el florecer de una nueva vida que encaminó su alma hacia este mundo…

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«La flor de Jaén»
Hace años, la ciudad de Jaén era conocida por sus jardines y flores exóticas, que florecían en primavera y llenaban de colores las calles. Pero después de la llegada de un extraño visitante, las flores de Jaén nunca volvieron a ser las mismas.
Todo comenzó cuando un botánico misterioso llegó a la ciudad con una semilla desconocida, que prometía ser la flor más hermosa que se haya visto. La semilla creció rápidamente, y pronto se convirtió en una planta enorme y exuberante que tomó el jardín de la casa del botánico. Pero la belleza de la flor era engañosa. Por la noche, la flor comenzaba a emitir un extraño resplandor, y cualquiera que se acercara demasiado se sentía abrumado por un olor nauseabundo y sofocante. La gente de Jaén comenzó a notar cambios extraños en su comportamiento después de pasar cerca de la flor, y algunos incluso comenzaron a tener pesadillas aterradoras.
Un día, el botánico desapareció misteriosamente, y la flor comenzó a crecer sin control. Las hojas se extendieron por toda la ciudad, arrasando con los jardines y jardines de flores que alguna vez fueron el orgullo de Jaén. Pero lo peor estaba por venir. La flor comenzó a florecer, y cuando lo hizo, liberó un gas venenoso que enfermó a muchos y mató a algunos. Y aquellos que sobrevivieron no eran los mismos, sus mentes se habían vuelto locas con visiones horribles y monstruosas.
La flor de Jaén había florecido, pero lo que había crecido no era una belleza inofensiva, sino un terror que había corrompido todo lo que tocaba. La ciudad fue abandonada por aquellos que aún estaban en su sano juicio, y pronto se convirtió en un lugar olvidado, una sombra de lo que alguna vez fue. Desde entonces, algunos dicen que la flor aún crece allí, en algún lugar de Jaén, floreciendo y liberando su gas venenoso, esperando que alguien se acerque lo suficiente para ser consumido por su terrorífica belleza.

ANTONICUS EFE

Los ríos a veces son caprichosos y envejecen al ritmo que marcan sus cauces, para morir contemplando el mar los que tienen la suerte de llegar. Éste que nos ocupa, era caprichoso de veras, pues solo permitía que tamariscos, sauces y madreselvas nacieran en sus orillas. Le gustaba el contraste de colores que se formaba en cada estación. Le gustaban los colibríes, abejas, libélulas y demás animalillos que atraían las plantas, por otra parte odiaba a casi todas las plantas acuáticas, salvo a los nenúfares, aunque nunca había conocido a ninguno. Nuestro río bajaba majestuoso, desafiante e iracundo después de la estación lluviosa arrasando con todo lo que consideraba impuro. Año tras año una punta de flecha intentaba florecer en su orilla sin conseguirlo, cada vez que echaba a su retoño, venía el iracundo río y lo arrastraba sin darle tiempo a florecer. Había pedido ayuda a las madreselvas, sauces y tamariscos para que intercedieran por ella y a pesar de haberlo hecho, el río se había negado.
-¿Por qué no dejas florecer a la punta de flecha? -le preguntó una madreselva.
-Por que si lo hiciese, también tendría que dejarle echar bulbos y entonces atraería a las ratas almizcleras y demás alimañas, así que mientras yo pueda, en mis orillas no florecerá.
Y año tras año, la punta de flecha lo intentaba y el río se llevaba el retoño dejándola llena de dolor.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL JARDÍN DE CARLA
Marcos se asomó a la ventana del enorme dormitorio. Era primavera. El jardín, el jardín de Carla, estaba lleno de flores. Rosas, margaritas, claveles, jacintos… Todos los colores y aromas se mezclaban en un torbellino. Ella salía a pasear por allí todas las mañanas para llenar su mente con la naturaleza, para sentir la brisa en su rostro.
—¿Sabes? —le había contado muchas veces a Marcos. —Las flores me hablan.
—¡No seas tonta! —bromeaba él con una sonrisa.
—Es cierto, cariño, me hablan de sus secretos y sus sueños, me acarician con su música, me dan paz…
Y Carla sonreía de felicidad mientras brillaban sus ojos. Los ojos de una mujer enamorada.
Un día, en una curva de la carretera que subía hasta la casa, todo cambió. Un desconocido provocó un accidente y se llevó su vida. Carla ni siquiera pudo despedirse: cuando llegó la ambulancia ya había muerto.
El jardín se quedó huérfano de la presencia de su dueña, de su sonrisa y de su voz, como si hubiera perdido su alma. Marcos dejó que las flores se marchitaran. Los colores se apagaron, las fragancias se perdieron y el silencio se paseó por lo que había sido un paraíso.
Él no podía soportarlo. Un día, otro día, cada vez que entraba en el jardín, sentía que le faltaba el aire, que estaba incompleto. Pasaban las horas, los días y los meses y él sentía cada vez más vacío. En su mente se extendía un desierto inmenso y solitario.
Echaba de menos a Carla, su Carla, la compañera a la que seguía amando. No podía aceptar que se hubiera ido para siempre y se refugiaba en los recuerdos, en las fotos, en los videos donde la veía feliz, una y otra vez. Nada lo consolaba, pasaba largas horas con la mirada fija en puntos inexistentes, muy atento a su propia melancolía.
Por fin, una mañana, decidió hacer algo. Buscó una pala y empezó a cavar un hoyo bien profundo en el centro del jardín. Allí enterró una caja con las cosas que más se la recordaban: su anillo de compromiso, un frasco de perfume favorito, su libro preferido, los pendientes que le regaló en su aniversario…
Mientras cubría con suavidad la caja, le temblaban las manos. Se aseguró de que la tierra la ocultaba por completo y plantó una semilla de girasol.
Día tras día, Marcos esperó, cargado de paciencia, a verla germinar, crecer y, por fin, verla florecer.
Cuando pasaron unas semanas, el girasol abrió sus pétalos amarillos y miró al cielo. Era grande, bello, radiante. Él se acercó a la flor y, como si le estuviera hablando al oído a Carla, le susurró:
—Te quiero.
En ese instante, Marcos sintió que Carla se despedía de él y que le respondía:
—Yo también, cariño.

LOLI BELBEL

SILENCIO Y FRÍO
Esta vereda que solo ilumina el crepúsculo
se tiñe de rojo con los latidos de mi corazón,
también ilumina mis pensamientos
que siguen rodeados de hojas secas
y pinos…
La noche parece que va a ser larga…
Dos flores caen despacio
y cojo los pétalos donde siempre estoy en ellos…
Ni el cielo ni la tierra dicen lo que pienso…
Cruzo el camino y no oigo sonar las campanas de la iglesia.
El silencio se cuela por la hendidura de las rocas…
El frío duerme mis pies
y las lágrimas de los sauces.
Bajo el techo de la luna
volverá a florecer la melancolía.

MARÍA RIVAS EXPRESIONES

Alguna vez algunas personas sienten que necesitas un empujon para ser las personas que son, que necesitan una armadura para llegar a ser las personas fuertes que tienen que ser. Que si se marchitan y se caen se vuelven a levantar, que por mas que tengan miedos, no tienen que dejar que otros los terminan pisando o lastimando, a las flores les pasa lo mismo. Sino la regas se marchitan y se mueren, se quedan sin petalos. No esperes a que te pase. Que salga de vos que la flor crezca y que vos luches por la vida que tenes que armar en vos. Que tus petalos de vida la construyas con cada dedicación.


MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

EL ÁRBOL DEL PARAÍSO
Me llaman así porque una leyenda asegura que soy descendiente del manzano del cual sacó Eva la manzana para tentar a Adán.
Si es cierto o no, no lo sé, pero sí que debo ser un ejemplar único ya que vienen de todos los rincones del mundo para verme, hacerme fotos tanto en primavera cuando estoy florido como luego ya rebosante de frutos.
Según los botánicos que me visitan soy resultado de múltiples injertos y cruces de diversas especies, ya que cada una de mis ramas, produce flores diferentes en forma y color respecto a sus hermanas y a su vez, las flores superan en tamaño a cualquier otro árbol de mi especie además de poseer intensos y variados olores.
Evidentemente, cada rama los produce diferentes frutos tanto en tamaño, como color y sabor. Así, una rama da manzanas rojas muy dulces, otra manzanas amarillas ácidas, otra manzanas azules amargas y otras, ¡vete a saber! Ya que varían de un año a otro.
Hasta aquí, excepto los el hecho de tener que aguantar una colección mirones observándome y estudiándome nada nuevo.
Pero hace tras años sucedió algo totalmente excepcional: cuando llegó la época de la floración una de las flores de una de mis ramas salió totalmente distinta al resto. Su tamaño superior al de una flor de girasol además de cambios de color en función de la incidencia de los rayos solares.
Pero ese año sucedió algo tremendo a nivel mundial: la Pandemia, por lo cual si bien es cierto que cesaron las visitas y solo fui mostrado al mundo a través de fotos y vídeos. Me veía yo tranquilo por un tiempo cuando comenzó lo más inesperado e insólito: la pelea floral.
Y es que a esa flor, sabiendo la admiración levantada se le subieron los humos. De manera que, si una flor vecina le pedía que se moviese un poco pues con lo grande que era no le tocaba bien el sol y tenía frío, ella le soltaba:
-No me des órdenes. Como tú hay muchas, y yo, SOY ÚNICA.
Yo, como buen padre, estaba preocupado, pues para mí todas eran iguales y no me gustan las discusiones, pero ella, cada día más vanidosa, provocaba al resto, principalmente las más cercanas, a las que les hacía la vida imposible.
Y un día la más pequeñaja, se le plantó:
-¡Qué te has creído! a ti dentro de unos días se te caerán los pétalos, como al resto, te convertirás en fruto y te comerán. Y ¿Sabe qué? Pues te irás al estómago de alguien, allí te echarán unas sustancias para deshacerte, pasarás al intestino y saldrás por el culo del que te coma, en medio de una mierda apestosa ja, ja, ja…SÍ, serás mierda que irá por las alcantarillas a una depuradora y…”
En momentos así, yo temblaba pues la preciada flor, triste, cerraba los pétalos llorando. Y yo temía que no se recuperase, aunque, ¡qué demonios! Que le dieran un “toque” para bajarle los humos, tampoco estaba de más. Pero ¿y si se marchitaba y caía al suelo sin dar fruto?
Angustiado ante tal perspectiva mandaba a las raíces que chuparan más agua con urgencia. A los vasos leñosos les “metía caña” para que la llevasen a las hojas y se transformase en savia elaborada dándole un extra de comida a la flor y para que dejase de llorar.
Pero entonces venía otra sublevación;
a) Las raíces hartas de buscar agua y en especial protestaban de los pelos absorbentes que a veces tenían que hacer ímprobos esfuerzos para coger agua, la de los vasos leñosos, que los llevaba al borde del estrés.
b) Las hojas, que a veces, por el calor, pues la primavera avanzaba y tenían que cerrar sus estomas (por donde se hace el intercambio de gases, que cuando hace mucho calor los cierran para evitar la evaporación del agua) y por tanto no habían captado bastante CO2 para hacer la fotosíntesis.
c) Los vasos liberianos, que tenían que llevarle la savia con la comida extra a la flor. Total, un día se sus hermanas se plantaron muy decididas declarándose en huelga indefinida hasta que la tal flor no bajase los humos.
Y entonces me vi metido en un real atolladero y estaba desesperado pue llegó un momento que la flor comenzó a convertirse en “gourmed”. No se contentaba con la comida del resto, quería “delicatessen” y en los alrededores de la zona no había más material para hacerle otra comida.
Por suerte, el dueño un día nos echó abono y durante un tiempo, muy corto, por cierto, la flor se deleitó con los nuevos manjares. Pero ¡HORROR! Montó en cólera cuando la pequeñaja de la que hablaba antes le soltó:
-Chincha, rabia, yo como igual que tú- mientras el resto se sumaban a ella.
Y claro, la otra, orgullosa, comenzaba con insultos. Yo intentaba poner paz. Bueno, no quiero recordarlo. Fueron días agotadores.
Pero un día, amaneció negro, negrísimo. Nubarrones súper espesos presagiaban lluvia como mínimo.
Y así fue: una tormenta de agua, electricidad, viento y de todo lo habido y por haber cayó sobre nosotros. Y como es obvio, al acabar la tormenta ninguna de las flores tenía pétalos.
Por suerte, como había habido muchos insectos merodeando por la zona, la polinización ya había tenido lugar y al cabo de unos días, comenzaron a aparecer diminutos frutos.
Y la flor grande también fue polinizada, claro.
Y los frutos fueron creciendo, de diferentísimos tamaños y colores.
El de la “flor” dio lugar, ya casi maduro, a una manzana descomunal de diferentes colores, semejantes a las rayas de una pelota de niños. Y aquí se añadió otro elemento más a protestar: el tallo que la aguantaba porque le cogían calambres y tortícolis. Nuevos problemas.
Pero con el confinamiento, los niños de mi dueño, al no haber cole jugaban constantemente en el jardín.
Y un día debido al exceso de uso, la pelota que tenían se pinchó y deshinchó
Compungidos empezaron a buscar una solución enganchándole parches de ruedas de bicicleta que saltaban enseguida debido a la rugosidad de la superficie de la pelota, así como enganchar el agujero con pegamento siendo siempre el resultado totalmente nulo y comprar una nueva era imposible con las tiendas cerradas.
En esas estaban cuando salió apareció el hermano pequeño medio gateando Y escucharon que decía señalando el enorme fruto:
-“Lolota, lolota”.
Los mayores no le hicieron ni caso, pero el crío prosiguió:
-“Lolota, lolota ¡quero lolotaaaa! – gemía mientras intentaba agarrar la mano de unos de sus hermanos.
Éste para que callara, lo levantó y agarrándole la mano en niño lo llevó debajo de mis ramas señalando la flor ahora fruto:
“¡Lolota, lolota, lolota!”
Al hermano mayor le faltó tiempo para llamar al resto.
-Es cierto, ¡puede servirnos de pelota!
Y tiempo faltó para trepar a la rama y cogerla claro.
Así que la maravillosa flor, acabó siendo chutada por unos mocosos, que, aunque tenía la piel bastante dura, no tardó en quedar totalmente destrozada por los puntapiés de los niños.
Y, con gran horror, vi carcajeándose a todos mis otros frutos, a la vez que raíces, vasos leñosos y liberianos, hojas y tallos respiraron muy muy hondo.

MANUELA CÁMARA

En mitad del día, una inmensa bandada de cuervos cruzó el cielo, agitando sus enormes alas, dejando caer sobre la tierra los restos grávidos de su plumaje y tiñendo el suelo entero de negro. Las plumas más leves siguieron flotando en los remolinos que levantaban y subieron tanto que quedaron encima de las nubes opacando también el cielo. Así me encontré sin saber cómo había aparecido todo y con los pies enterrados en cenizas. Bajo una lluvia de plumas negras que no dejaban de caer sobre mí queriendo perforar hasta el alma.
Había cambiado de repente el escenario, ninguna idea, persona, situación o experiencia me servían en este nuevo paisaje. No sabía si era de día o de noche. El peso de las plumas de los cuervos había corroído la superficie y el suelo lucía enteramente quemado, igual los árboles convertidos en enormes esqueletos negros ajenos a las estaciones. Empecé a buscar algo a lo que agarrarme, fuera o dentro, todo era igual. Los temores se adueñaron de mi vida como los fantasmas de un castillo abandonado. El miedo a la soledad en el camino me hacía sentirme deshabitada. Empecé a temer que la noche fuera eterna. Cada día veía como se calcinaban los mensajes positivos, los ideales inalcanzables, todo era un yo ausente y una frustración dolorosa. Me sentía totalmente vulnerable y débil ante el mundo, tenía miedo a descubrir que no había sido amada, que no era amada por nadie. Cada paso que intentaba chocaba contra uno de los árboles calcinados, era todo un temor. Miedo a los conflictos, a encontrarme para siempre en el país del desencanto, a descubrir si pudiera haber algo malo en mi interior que me llevara a odiarme a mí misma.
Tanto tiempo tan sola, tanto golpe en la oscuridad, me hicieron ver a través de ella. Así aprendí hasta donde era capaz de moverse mi sabia antes de quebrarse como las ramas. Descubrí mis pensamientos, que daban vueltas y más vueltas alrededor de los nidos negros abandonados para siempre. Aullé a una luna que no salía. Confíe hasta la extenuación en el poder de las lágrimas. No había caminos ni al ayer ni al mañana. Con mis propias uñas arañé y levanté el suelo del tamaño de una baldosa, donde poder tocar tierra con la planta de los pies. Me quedé muy quieta. Me senté sobre mis talones y abracé mis rodillas, me hacía tanta falta un abrazo que me sostuviera un momento, pero en esta tierra no había padres, amigos, nadie.
En la inmovilidad, pensé en plantarme como uno más de los árboles, solo que yo sentía un calor dentro de mí, ajeno totalmente al lugar donde estaba. Aprendí a escuchar ese calor y dejarlo que fluyera.
Me sumergí en la meditación, buscando un refugio adonde pudiera sobrevivir sin dolor. El calor me envolvía, convirtiéndose en una pequeña luz que me iluminaba desde adentro. Con cada inhalación, esa luz se movía, a veces, se extendía por todo mi cuerpo, calentando mis pies y manos, y abriendo un espacio de serenidad en mi mente. Permití que esa luz fluyera libremente, y poco a poco sentí cómo me relajaba, hasta que me puso de pie, rompiendo mi entumecimiento. En mis manos sentía la cálida energía sanadora de esa luz que restauraba mis sentidos. El sabor amargo se fue diluyendo.
Un día, después de muchas tormentas y obstáculos, abrí los ojos y vi que las nubes se estaban disipando. La hierba crecía de nuevo, como si un camino se estuviera trazando ante mí. Los árboles oscuros cubrieron sus troncos de líquenes y nuevas yemas querían crecer de sus ramas. A mi lado fluía un río cristalino, y una niña con mis mismos ojos recogía margaritas en sus manos. «Cuídame», me dijo, «quiéreme tú. Cuida de las dos».
Me sentí agradecida, rebosante de amor, viva, imperfecta y serena. Miré con una compasión infinita las zonas más oscuras. Descubrí que la vida es una escuela y todo momento engendra una enseñanza. Aprendí a saborear cada instante de la vida con una fuerza y un gozo que no sabía de dónde salían. El cielo se volvía más claro, mi campo interior se llenaba de vida. Antes había huido de los demás y ahora los necesitaba, comprendí lo que era de nuevo el equilibrio. Me despedí de las tierras de Dante y Virgilio, y empecé a caminar torpemente en busca de una palabra que me guiara.
Pero nunca dejé de meditar, de abrazar a la niña que llevo dentro. Y hoy, la vida florece en todas partes, porque cada minuto es el tesoro más valioso, porque la vida está hecha de pasión. Siento gratitud, amor, alegría, paz, esperanza y fuerza, todo a la vez, como un ramillete de flores que me acompaña en mi camino.

DIEGO CISNEROS

Perdido en el agitado mar de su propia mente, busca con desesperación la forma de dar vida a sus obras. Durante años, luchó contra la oscuridad y la luz que lo rodeaba y contra el bien y el mal que dentro de él habitaba, buscando con locura una guía que le permitiera abrirse paso más allá de lo evidente.
Un día, mientras se buceaba en sus más profundos pensamientos, algo en él cambió. La chispa de la creatividad se encendió en su interior y comenzó a escribir con una pasión que nunca antes había experimentado. ¡Lo había comprendido! No debía luchar ni resistirse, debía abrazar y aceptar la luz y oscuridad por igual. Entonces sus palabras fluyeron raudas, como certeras pinceladas de un artista consumado, creando imagenes vívidas y hermosas en la mente de sus lectores.
Cada frase era como un poema, cada párrafo una sinfonía. Las metáforas y los similes eran una paleta de colores de las que podía servirse sin reserva, y los personajes en su mente eran su lienzo en blanco. Con cadan palabra que escribía, la historia cobraba vida ante sus ojos
El autor no tardó en sumergirse por completo en su trabajo, dejándose llevar por las emociones que fluían a través de él. Las palabras brotaban de su pluma como un río salvaje, fluían sin cesar, y crecían en una cascada de belleza y emoción.
La historia se abría como una flor en la mañana, sus pétalos se desplegaban uno a uno para mostrar la belleza oculta dentro de ella, como si cada página revelara un nuevo matiz del espectro de colores. Los personajes cobraron vida, saltando de las páginas para habitar en la imaginación de los lectores. Las descripciones eran tan vívidas y realistas que parecía que podian ser tocadas.
Con cada palabra, cada frase, cada párrafo, la historia se sentía más viva, y el autor más vivo que nunca. Las horas se desvanecieron, pero él no se dio cuenta, estaba absorto en la creación de algo que lo trascendía a sí mismo.
Finalmente, cuando el sol se había puesto y la luna había tomado su lugar en el cielo, el escritor se detuvo y leyó lo que había escrito. Sus ojos se llenaron de lágrimas al darse cuenta de que había creado algo hermoso, algo que jamás había imaginado crear.
Así que se levantó de su silla, abrió las ventanas para dejar entrar el aire fresco de la noche, y dejó que la emoción se apoderara de él mientras miraba hacia las estrellas, sintiendo que había logrado algo grande, algo que había estado germinando por mucho tiempo en su mente, y que ahora, finalmente conseguía florecer.

EDUARDO VALENZUELA JARA

Adrián San Roque estaba advertido. «¡Eres hombre muerto, carajo!». Así es que no fue sorpresa cuando los del cartel de Pachuco lo agarraron en una emboscada. Lo llevaron al medio de la selva, bajo una lluvia torrencial.
Se encontraba de rodillas junto a una fosa cavada en el fango, con las manos atadas a la espalda, y rodeado por diez mocetones con sendos machetes, listos para decapitarlo en cuanto don CasimiroJuárez lo ordenara.
Adrián apenas y podía mantener los ojos abiertos, los tenía hinchados de tantos golpes, y la sangre le escurría de pómulos y hocico, junto con la lluvia, manchando de marrón la mugrienta camiseta gris que tenía hecha jirones.
―¡Quítenle la ropa y átenlo al catre! ― indicó don Casimiro.
Lo desnudaron con violencia y usaron gruesas amarras para inmovilizarlo contra un gran marco de fierro.
―¡Doctor! Haga lo suyo―dijo el don.
―No puedo trabajar así, bajo la lluvia, don Casimiro ―dijo, con una voz aguda, un tipo flacuchento con un ridículo bigotito, que se adelantó sosteniendo un pesado maletin.
―¡A ver muchachos!, póngale unos paraguas aquí al doctorcito y dense prisa que ya estamos todos empapados.
Bajo una improvisada carpa que apenas contenía el aguacero, el hombre del bigotito limpió y desinfectó el torso de Adrián. Tras una breve intervención quirúrjica, el torturado prisionero quedó con un catéter incrustado en el pecho y una máscara de respiración cubriéndole toda la cara.
Un par de los mozancones sujetó en posición vertical el marco de fierro donde Adrián San Roque permanecía patiabierto e inmovilizado, respirando a través de la máscara de acrílico transparente, como si fuera un escarabajo en un insectario. Don Casimiro, con su cuerpecito rechoncho, coronado por un sombrero tejano del que escurría el agua del chaparrón, se plantó frente a él.
―¡Te voy a matar, pendejo! ―Adrián apenas y lo podía ver por las rendijas de sus ojos hinchados― ¡Estabas advertido!
»Pero no creas que te la voy a hacer fácil, hijoputa. Quiero que sufras hasta tu último aliento. Quiero que suplíques por la muerte.
»¡Te voy a enterrar vivo, pendejo! Te voy a tener vivo bajo tierra, alimentado con suero ―le golpeó el catéter y sonrió con crueldad―. ¿Eh? ¿Entiendes? Te voy a tener pudriéndote, inmóvil, sintiendo como los gusanos te comen las entrañas.
Adrián lo oía, pero no le interesaba el discurso, lo aburría. Cerró los ojos, prefería dormir. Sabía que así era esta vida. A veces se gana y a veces se pierde. ¿Cuántas veces fue el mismo quien estuvo en el rol de torturador? ¿Cuántas veces él rebanó la garganta de un hombre con su machete y le extrajo por allí la lengua como si fuera una corbata? ¿Cuántas veces él despellejó vivo a un rival para luego enterrarlo en sal? ¿A cuántos les arrancó los ojos y les cosió los labios antes de pegarles un tiro en la cabeza?
Un fuerte rodillazo en los testículos lo hizo abrir los ojos.
―¡Ponme atención cuando te hablo, carajo! ―le gritó don Casimiro― ¡Ya! ¡Me tienes harto! ¡Metan el catre en el hoyo con este hijoputa!
Los hombres voltearon el marco en posición horizontal y lo bajaron al foso. Luego, conectarón un tubo a la máscara y una manguera al catéter.
Allí quedó Adrián, boca arriba, sintiendo las gotas de lluvia junto con las paladas de barro que le iban tapando el cuerpo. Pronto, la tierra le cubrió la máscara y ya no pudo ver nada, solo oía el choque de las palas y las voces de sus sepultureros.
―¡Protéjanle el pecho, pendejos! ―sonaba la voz de don Casimiro― Tiene que seguir respirando por lo menos un mes. Quiero que vengan dos veces al día a cambiarle la bolsa y revisen el tubo del aire.
Las voces se fueron atenuando más y más. Pasaron las horas y ya no oyo nada, había quedado solo, sepultado en vida.
A veces sentía frío, a veces calor. Ya no sabía si era noche o de día. Aprendió a reconocer la humedad de las lluvias y a veces oía a los lejos las voces de los hombres de don Casimiro, que regularmente reponían el suero que lo alimentaba de allá afuera hasta la vena torácica.
Con el tiempo, un ardor fue creciendo lentamente en su pecho. Eran las suturas del catéter, habían empezado a infectarse. Entonces, llegó la fiebre y su mente se perdió para siempre en una pesadilla ardiente y delirante.
«¡Yo no parí un hijo para que fuera un malandro!» Adrián recordaba la voz de su madre. Se veía de diez años disparando sus primeras Glock 17. A los doce años cometió su primer asesinato. A los trece ya era un líder. A los quince dejó de llevar la cuenta de cuántos había torturado y matado. Su vida estaba repleta de muerte y desenfreno.
Veía en sus pesadillas a los hombres que desolló, que lo jalaban con sus brazos sanguinolientos y le acercaban sus rostros sin piel. Veía también a las mujeres que violó y asesinó, con sus bebés en brazos, lloraban lágrimas negras que brotaban de sus cuencas vacías. Veía a su madre con la boca cosida y la garganta rebanada, y oía como lo llamaba por aquel tajo sangrante: «Hijo, ¿porqué me hiciste esto? Hijo, vuelve a casa». Amargas lágrimas de arrepentimiento, que nunca nadie pudo ver, corrian sin parar por sus mejillas.
Finalmente, llegó el día en que sintió algo nuevo. Un cosquilleo en su abdomen le indicó que algo estaba ocurriendo con lo que quedaba de su cuerpo. Sabía que era un hombre malo, un hombre egoísta, que solo había sembrado muerte y sufrimiento, ¡pero no, no soportó ser comido en vida por los gusanos! Y así, aquel día, Adrián San Roque, murió.
Hoy, el verdor de la naturaleza recuperó ese rincón de la selva y de San Roque apenas quedan sus huesos enterrados, mas su carne nunca fue comida por los gusanos, pues la verdad es que su cuerpo fue el abono que hizo florecer las más bellas orquideas.

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO

El Otoño la durmió, cómo quién duerme a un bebé plácidamente. Ni siquiera sé dio cuenta del trasiego que en su casa había en aquellos meses en los que duró su letargo.
Llegó el Invierno impetuoso y lleno de frío y aunque la mantenían siempre en el mismo lugar, se dio cuenta aún en medio de aquella ensoñación hermosa en la que se había instalado, que nadie reparaba en su presencia quizá esperado tiempos mejores en los que ella misma sabía que volvería a ser la protagonista de la casa.
De repente, sin apenas esperarlo fue evidente el cambio de luz que se intuía a través de la ventana y sintió dentro de ella que el momento estaba llegando… El impulso naciendo entre los más profundo de sus entrañas desperezandose cuál niño después de una siesta de verano, dio paso a la primera flor de aquella primavera.
La dueña de la casa reparó en aquella pequeña y diminuta flor haciéndose paso entre los tallos dormidos desde un Otoño y un Invierno anterior y la sonrió, le dio la bienvenida a la primera de sus bellas hijas. Tanto la una cómo la otra se sentían dichosas por el presagio que indicaba una nueva etapa más, otra estación preferida para ambas juntas de nuevo. Aquel geranio siempre le había traído suerte desde que su abuela se lo regaló y verlo florecer significaba que los días de oscuridad un año más, daban paso a la luz de una prometedora Primavera.

ASAPH FERNÁNDEZ

Hasta las malas hierbas florecen
…aquella tarde traiba el corazón destrozado– dijo don Artemio.
–lo sé– dije con desgano al ver sus caras de dolor fingido. «¿Quién lo conocía mejor que yo?» pensé con cierta molestia al recordar que para todos en el barrio solo era una mala hierba.
–Hasta las malas hierbas se secan– dijo mi madre creyendo que me había leído el pensamiento. Sin embargo, permanecí abstraído, mirando cómo los sepultureros iban llenando de tierra el hoyo donde se depositaron los restos del que un día fuera mi amigo; envuelto en un triste petate y el cuerpo cubierto tan solo con las últimas garras que llevara por ropa.
Esa tarde, la que dio origen al principio del fin, fue a buscar a Laura –la niña bonita– como le gustaba llamarla, llevaban tiempo conociéndosepor my space. A ella le gustaba el rock urbano pero no tanto como a él, ambos compartían muchas cosas en común y esto poco a poco los fue acercando. La distancia no presentó un problema, al menos no para él, en ambos comenzó a florecer un cierto cariño del uno para el otro, lo cuál lo llevó a cambiar el rumbo que llevaba en su vida. La primera vez que se vieron fue a través de una cámara web, la poca iluminación del ciber café parecía favorecer que los rasgos étnicos de él no le delataran en un instante. Su piel bronceada, la nariz aguileña, los ojos color obsidiana (negros y profundos), el cabello lacio y oscuro como la noche, parecía que carecían de importancia ante la mirada dulce de ella. Y aunque ella era todo lo contrario, parecía más que fascinada con su personalidad y sobretodo al escuchar aquellas historias del viejo San Juan, dónde con mucha gracia le confesó que cuando niño se raspó las rodillas al querer escalar las ramas de un joven y escuálido tepozan para poder mirar hacia el interior de la casa de doña Urrutia, «¡solo quería ver a la niña bonita mamá!» le confesó a doña Eulalia entre sollozos y sorbiendo los mocos que le escurrían por debajo de las mejillas, sin embargo, no conforme con el dolor que el duro golpe le había infringido, su madre le bajó los pantalones frente a la casa de la misma vecina que se creía de la alta por ser capitalina, para propinarle tremendas nalgadas que le dejaron el trasero rojo rojo como nalgas de mandril en época de apareamiento, «¡qué niña bonita ni que nada! Metase pá su casa». Aquella escena había sido el hazmerreir de más de uno en el barrio. A Laura le encantaba escuchar este tipo de historias y a él le encantaba hacerla sonreír. También le contó acerca de la vez que se emborrachó cuando solo tenía cuatro años. «me dijo mi madre que tenía la cara chapeada, y la vista desorientada… pérdida, sí, muy pérdida y roja, cada paso que daba era un esfuerzo sobrehumano para no caer; era como si aquellos años en que apenas aprendí a caminar hubiesen regresado de nuevo, y todo porqué te preguntarás, ah pues porque confundí la leche con el pulque del abuelo» dijo riéndose de sus propias desgracias.
Lo recuerdo porque fui yo quién le abrí aquella cuenta y quién lo puso en contacto con ella. A él no le interesaba la tecnología ni el internet, pero cuando se trataba de hablar con Laura hacía hasta lo imposible por mantenerse en el mejor estado posible de sobriedad y cordura, hasta aprendió a usar las máquinas en el ciber café para que ya no leyera lo que se escribían. Ella fue… ¿Cómo podría describirla? Cómo una luz en su camino. Poco a poco se fue alejando de la bebida, las drogas y las pandillas, todo para platicar con ella. Debo admitir que su adicción cambió de nombre, ahora se llamaba Laura. Las malas hierbas en su corazón fueron desapareciendo y un jardín de buenos hábitos comenzó a echar raíces y empezó a florecer. No había día en qué no pasará por el local y me preguntará si había llegado algún correo de su amada la niña bonita. Algunas ocasiones la encontró conectada, otras veces no, sin embargo, para sustituir las dosis de oxitocina y dopamina que le producía el hablar con ella siempre aguardaban a la espera las píldoras de la felicidad para llegar hasta ella. Recuerdo que dijo que Laura vendría a San Juan durante el fin de semana a visitar a unos familiares, y quería que por fin, después de casi dos años conversando por el ciberespacio, se conocieran en persona. Aquel finde habría una tocada muy cerca del pueblo, la invitó y ella aceptó gustosa sin saber qué es lo que en verdad les depararía la suerte. La mata larga extendida al sol caía sobre sus hombros, el cinturón de estoperoles y el pantalón de mezclilla combinando con la chaqueta de piel negra holgada de una o dos tallas más grande como lo estipulaba la moda del momento. Encendió el motor de la avispa negra, una chopper con el tanque pintado en color negro, los escapes y el manubrio cromados, asemejando el cuerpo delgado de una avispa volando sobre el asfalto. Era una reliquia que había pertenecido a mi padre por más de diecinueve años y la cual heredé después de que él muriera. Fue directo a la casa de Laura, su amor de internet, no tardó mucho tiempo y regresó con la cabeza gacha y el alcohol recorriendo sus venas. Intenté averiguar porque venía de aquella manera pero evadió cada una de mis preguntas. Traía el corazón destrozado y el alma arrastrando bajo las ruedas. Nos fuimos al tokin cómo ya habíamos acordado, de alguna manera sabía que ella lo había rechazado. Quizá no era lo que esperaba, o quizá él se había hecho castillos en el aire, me da vergüenza pero debo confesar que nunca lo supe. Sus puños iban cargados de odio y en sus ojos se miraba el coraje y la tristeza mezclados uno con otro, al llegar fue directo hacia el slam y comenzó a patear y lanzar puñetazos a quien se le pusiera enfrente. El mar de gente lo fue arrastrando hacía el centro de la pista, mientras él intentaba defenderse de las aguas turbulentas entre codazos y patadas de ahogado hasta que por fin lo perdí de vista. Las enormes bocinas esculpían toneladas y toneladas de música que bramaba a todo volumen cual olas en el mar, apagando los gritos de dolor que soltó cuando los tanques de un sinfín de jóvenes alebrestados pasaba por encima de su cuerpo. Cómo pude lo saque y lo lleve a un hospital cercano. Su recuperación fue lenta y dolorosa pero la decisión de terminar con su vida ya estaba tomada. Aquello solo había sido un intento de suicidio que yo había logrado frustrar. Una vez fuera del hospital volvió a las viejas andadas, y poco a poco las malas hierbas comenzaron a florecer. Su percepción se fue perdiendo al igual que sus recuerdos, lo vi convertirse en un diente de león; el tallo flaco, la melena alborotada y zarrapastrosa, plantado en la acera empuñando la estopa muy cerca de la nariz roja y aguileña. Estos fueron los días en que estaba en esa etapa de cierta fortaleza, poco tiempo después los recuerdos se le fueron desprendiendo, y la realidad se volvió volátil. Ya no comía, no bebía, se había olvidado de todo, incluso ya no sabía quién era yo. Se fue consumiendo poco a poco. Al igual que esa pequeña flor con la que lo comparo, sus semillas fueron esparcidas con el viento, algunos de sus recuerdos quedaron impregnados en mi mente. Hasta las malas hierbas se secan dice mi madre, yo digo que hasta las malas hierbas florecen y cuando se secan dejan un espacio vacío en más de una acera.

LOLY MORENO BARNES

Flores sin mácula alguna,
asemejas a copos de nieve
con aroma a fresca savia
del Cerezo iniciando
una nueva primavera
despertando a la vida
en la savia vigorosa
que recorre por doquier
su tronco y ramas
explotando en un mar
de espumas cual ansiosos pétalos
de abrir su corazón.
Así te diviso
tras los cristales de mi ventana:
Majestuosamente gigante,
eclosionando color
de los frescos verdes
de tus hojas nuevas
y las miles de níveas yemas,
en románticos ramilletes
con texturas de seda,
buscando los suaves
rayos de sol, engendrando
nueva y esperada primavera.
Pero aún he de esperar
el cénit de tu mayor esplendor,
porque lo que hoy muestras,
es solo el incipiente prólogo
de una carta de amor escrita
con florescencia de tus deliciosas
blancas y verdes tintas,
anunciando que pronto
llenarás de hojas tu esbelto cuerpo.
Que en su regazo se apresta
a engendrar los nuevos
exquisitos frutos,
continuando con la ley de Dios
y de la Vida Nueva,
jugará con la joven estación,
de cada vez más brisas cálidas,
meciendo cada mañana
su cuna de follajes frescos.
Rojos atardeceres y madurando en lunas,
el placer hasta culminar
en pasión de esplendoroso.
Con dos trajes de fiesta:
En marzo, blanco puro toca.
En mayo, con su rojo carmín
de dulces frutos maduros,
impetuosos enamorados
para culminando el éxtasis,
al fin… tu boca besar !!!!

LUISA VALERO

LA ROSA DE LA HUACA
Me llamo Rosa y vivo en un reino muy, muy lejano. Al menos eso dice el abejorro, porque yo estoy aquí plantada y no sé lo que es lejos o cerca; pero yo creo que mi amigo es medio flojo, y le pesa mucho el culo, por lo que no quiere volar a otro barrio.
Estoy en «La huaca Culebras» en Lima-Perú, un lugar muy cuidado y solitario en el que sólo recibimos la visita del vigilante y el jardinero. Hay una reja que me separa de una calle por la que sí pasa algo de gente, y de vez en cuando me admiran e incluso me hacen alguna foto.
Ahora siento tranquilidad y confianza en mí, pero antes yo era muy insegura, a pesar de que el colibrí me decía, y me sigue repitiendo, mientras me coquetea y absorbe mi delicioso néctar: «Mi amor, si tú eres la reina de las flores». Pero no le creo una pluma, ya que es un «picaflor» y…, ¡todas le gustan!
Te voy a contar lo que me pasó hace dos semanas ( para mí es una eternidad, mientras que para ti, que eres humano, es muy poco tiempo).
Resulta que al costado de mi rosal hay plantados tres girasoles. Un día, vinieron las hormigas haciendo su perfecta fila en busca de las semillas de mis vecinos, y cuando pasaron a mi lado, una de ellas, la más insolente, me dijo: » No te creas tan bonita, que nos gustan más los girasoles. Además tú siempre estás a la defensiva con tus espinas que ni podemos subir por tu tallo…». Yo me quedé muerta y no supe qué contestarle. Y por no defenderme, dicha hormiga me hacía bullying cada vez que me veía.
A los días del singular suceso llovió y se formó un pequeño charco donde me podía ver reflejada.
—Yo no te veo linda y sabes…, quisiera ser una Margarita para que los enamorados dudosos puedan jugar con mis hojitas al » me quiere, no me quiere, me quiere…» ¡¡Buaaa…!! —le lloré a mi reflejo como una niña consentida.
—¿Pero qué carajos dices niña, digo flor? —Se escuchó una voz grave de un hombre.
—¿Quién me está hablando? —pregunté porque no veía a nadie, y acto seguido me empecé a asustar mucho. De repente comenzó a dibujarse, ante mí, una silueta de un chico, de unos 25 años, con una vestimenta muy rara, un casco dorado y que tenía un machete.
—Si quieres adelantar tu muerte, ya que estás tan deprimida…, te puedo cortar y estarás muy bonita, allí abajo, junto a las demás ofrendas de la huaca.
—¡Mierda, que susto el fantasma del inca! —dijeron al unísono los trillizos y erguidos girasoles.
—Nooo…, ¡yo no quiero morir todavía, perdóname la vida por favor! —le imploré al guerrero inca.
—Pues desahuévate y valórate más y no quieras ser lo que no eres. ¿O acaso las mariposas quieren ser palomas?
—Ja,ja … ¿Y quién quiere ser paloma? ¡Que son tan sucias y tienen piojos! —le refuté.
—¡¡Eres una flor malcriada, cállate o te mato!! —gritó, con voz de tenor, el malhumorado joven—. Rosa tonta…, ¡pues la paloma es mi animal favorito! Te doy un consejo: no puedes depender de lo que te digan o cómo actúen los demás para sentirte especial y florecer. ¡He dicho! Me tengo que ir ya, por si acaso viene algún español a saquear los tesoros. Y que sepas que te estaré vigilando…
—Si, si, tienes toda la razón. ¡Ya aprendí la lección! Muchas gracias. —le dije avergonzada.
Luego, el fantasma inca se esfumó entre los escalones de adobe del lugar sagrado .
Y desde entonces, y hasta que me seque y muera, yo floreceré cada día, porque no me comparo con nadie y sólo dependo del amor que me tengo a mí misma. Y le gritaré, cada mañana, a los cuatro vientos, y de paso para que también lo escuchen las envidiosas hormigas y los creidos Girasoles: ¡Estoy recontra enamorada de mí!

IVONNE CORONADO

Delicias de mi infancia
Desde febrero florecen los mangos en El Salvador, y sus frutas aparecen de mayo a julio en los canastos.
Sus flores menuditas y blancas forman alfombras cuando el viento las arranca. Aun así, el mango abunda. Lo comen hasta los perros, teníamos que correr cuando caían antes que ellos los atraparan y salieran huyendo. Quién cree que los perros sólo comen croquetas? También comen aguacates, y por eso les llamamos aguacateros a los perros sin «pedigree». Cuando visité Marruecos, las naranjas estaban al alcance de todos, había naranjos plantados por todos lados, y yo pensé en los mangos porque abundaron en mi infancia.
En la finca donde pasé mi niñez con mi hermana, a veces no hubo otra cosa que esa fruta carnosa, bella por fuera y por dentro. El matasano (Casimiroa edulis) también nos ayudó a no pasar hambre. Había un solo árbol pegado a la pared donde estaba la salida de nuestra casa. Me acuerdo era un árbol robusto, suficiente para soportar en sus ramas nuestro columpio primitivo, un cable grueso, de los usados en los barcos, con un gran nudo.
En octubre, época de vientos, las hojas del matasano cubrían la entrada. Mamá «chiquita» (nuestra abuelita materna), se levantaba temprano a barrer y recoger sus hojas.
Después del matasanos, seguía el arrayán. Sus flores, blancas, pequeñas, de pétalos gruesos, nos servían de «monedas» cuando jugábamos al mercadito.
Había en la finca aceitunas dulces de color negro, papaturros, paternas, pepetos, caimitos, nísperos, piñas, arrayanes, limones, naranjas, papayas, limas, guindas, nances, marañones, carao, guayabas, guineos, aguacates, zapotes además de mangos; pero no sé por qué, cuando pienso en ese pedazo de tierra tan pequeño, que me parecía tan grande, los mangos y el cafetal aparecen primero en mis recuerdos.
Pienso que es porque era lo que más había plantado, y el cafetal, necesitando sombra, estaba protegido por árboles frutales. Los cafetos abarcaban un gran espacio. Comenzaban justo cerca de las ventanas de los dormitorios, en la parte trasera de la casa.
En un país donde todo el año hay frutas, y las estaciones más marcadas son el verano y el invierno, nunca me pregunté: «Cuando florecen los árboles frutales?»
Huyendo de la guerra emigré a Montreal. Ahora contemplo las cuatro estaciones instalarse, pareciéndome que el invierno atrapa la primavera para alargarse. Las frutas tropicales tardaron en llegar a mi mesa sabrosas. Los mangos y aguacates importados parecían bien, más al pelarlos o abrirlos eran una decepción. Ahora ya saben empaquetarlos, transportarlos y llegan sanos aunque verdes.
Antes, en el patio trasero de mi casita rural (en medio urbano), los mangos los veíamos caer maduros, o los cortábamos sazones, los guardábamos en un cartón esperando se maduraran. También verdes con limón y sal, los llevábamos a la escuela como refrigerio. Había más de una clase de mango en la finca. Mangos redondos como manzanas, mangos alargados como plátanos (la pepita pacha), mango indio, y otros que no recuerdo.
En las calles salvadoreñas, a más de una casa tiene un mango en su patio, o uno levantando la acera con sus raíces.
El tres de mayo, al celebrar el Día de la Cruz, cada hogar luce una adornada con guirnaldas de papel, hechas a mano, las más de las veces por los niños, y luego, al pie de la misma, las frutas lucen sus trajes de fiesta, la gente pasa a «adorarla», dice una plegaria ligero, y toma una o dos frutas.
La primavera en Montreal anuncia las flores, pero no mucha fruta, a menos que sea importada.
Todo el año algo florece o está a punto de florecer en el «pulgarcito de América».
Todo el año en mi mente florecen los recuerdos, y añoro esos momentos de mi infancia, cuando a pesar de saber que no estábamos nadando en la abundancia, un mango en nuestras manos, verde o maduro, hacía nuestras delicias.

GAIA ORBE

luz clara del sol
el florecer de un día
al oeste se inclina
*
alegre está el desierto
el tiempo no regresa
*
ver con los ojos
las almas de las flores
siguen al viento

ALMUT KREUSH

Baccara o Las rosas de Gertrudis
La gran pasión de Gertrudis eran las rosas. Una pasión que había heredado de su padre. Aún recuerda la imagen de él paseando lentamente entre los rosales al atardecer. Quizá sería más exacto decir que entraba en una sala de música, pues los rosales, era un apasionado de la música, llevaban nombres de compositores. Era como si se moviera al compas de las notas de Richard Strauss, Chaikovski, Ravel, Mozart, Pergolesi o Sibelius.
Sin embargo la más bella de todas era Baccara y que no tenía ningún vinculo musical. Pero la belleza de sus flores rojas y aterciopeladas era tan extraordinaria que superaba a todas las demás.
De niña, Gertrudis acompañaba a menudo a su querido padre cuando éste cortaba las flores marchitas y retiraba hojas muertas. Llevaba una pequeña cesta de mimbre que pronto se llenaba con los mustios restos de un esplendor temporal.
Cuando tuvo familia y casa propia, Gertrudis siguió los pasos de su padre. En su jardín destacaron los hermosos parterres de rosas, pero que a diferencia de los de su padre, llevaban nombres de cantantes. Barbara Streisand, Maria Callas, Mario Lanza, Placido Domingo, Julio Iglesias… Escuchando sus voces, a veces tarareaba con ellos.
E igual que en el jardín de su padre, la reina entre todas era Baccara. Inigualable y hermosa. Además, siempre era la primera en florecer y la última en quedarse sin pétalos.
Gertrudis tampoco se liberó de algunos pinchazos ocasionales de las afiladas espinas que hicieron brotar brillantes gotas de sangre de la pequeña herida, pero también sentía orgullosa de cómo sus protegidas sabían defenderse. Y cuando las podaba al final de la temporada, les hablaba como para excusar la cruel amputación.
Como todo el mundo, Gertrudis tuvo altibajos en su vida, pero siempre encontró consuelo en el cuidado y mimo de sus rosales. Todos los días, preferiblemente por la mañana, cuando el rocío había dejado sus huellas brillantes y translúcidas, paseaba entre los coloridos arbustos y se dejaba embriagar por su fragancia.
Gozaba de buena salud y sólo sufrió el desgaste físico normal de su edad. Al hacerse mayor, un bastón le daba seguridad en sus paseos diarios y para la poda necesitaba ayuda.
Cuando su cuerpo reclamó mas y mas descanso, pasó la mayor parte del dia sentada cómodamente en su sillón favorito, frente a la gran puerta de cristal que daba al jardín y con un libro en la mano o escuchando música. De vez en cuando levantaba la vista y le parecía que las hermosas rosas rojas, amarillas, blancas y naranjas la saludaban. Entonces Gertrudis sonreía, levantaba la mano y devolvió el gesto.
Llegaron los últimos días de su vida.
Otra vez era primavera.
Pero mientras una vida se apagaba, otra estaba a punto de nacer. La primera flor de Baccara, la primera de todas, estaba ansiosa por salir de su denso capullo y mostrar su secreto interior.
Aquella noche Gertrudis se encontró más cansada que de costumbre. El día siguiente la encontraron sin vida y con una sonrisa en sus labios pálidos, como si la muerte la hubiera alcanzado en medio de un hermoso sueño.
Esa misma mañana nació la flor de Baccara, un extraordinario y hermoso remolino de pétalos aterciopelados de color rojo sangre.

SANCHEZ MAR KATA

Canilla era la típica mujer a la cuál las personas le hacían bolitas el corazón se lo rompían muy a menudo, eso la volvió en convivencia muy apartada de la humanidad, empezó a hablar con plantas, en sus conversaciones con la luna y las estrellas les expresaba que sentía que las plantas le hablaban al odio le decían cosas como: el universo pone y quita cosas para el bien de la humanidad, sana tu alma etc.
Eso se convertirá casi como mantras en su cabeza a diario comenzaba a echarles agua, a limpiar la casa y a limpiarse a si misma.
Un buen día llegó un pequeño ser, al primer vistazo el hizo pizzz al oído, muy suave como Canilla estaba acostumbrada a los ruidos suaves no se le hizo extraño, más bien le prestó atención, y descubrió que se trataba de un duende elemental era tan tierno y pequeño, decidió cuidarlo darle de comer todas las mañanas y dejarle una hoja cada noche. Pasaron 7 meses en los cuáles ellos se hicieron entrañables compañeros de vida jugaban juntos, compartían juntos, hasta que un día el duende le dice que se tiene que ir a las profundidades de la naturaleza, no va a regresar más con ella, Canilla se niega a abandonarlo, una noche, este duende para que ella no se sintiera triste le hizo un recordatorio: abrió suavemente su corazón cuidadosamente introdujo un pequeñito diamante que alumbraba en las noches. A la mañana siguiente al despertar canilla sintió un alivio de n si corazón y en su alma la cual le permitió florecer de nuevo para una vida mejor.

RAÚL LEIVA

Círculos concéntricos

Florecía el tiempo de las calmas inventadas.
Florecieron sus miradas al cruzarse una tarde de otoño.
Floreció un pensamiento que cinceló la rutina de años y encierros.
Floreció el rubor adolescente en las mejillas de la joven.
Floreció una rima en el vocabulario del muchacho enamorado.
Florecieron las manos al tomarse bajo la luna dibujada entre las ramas sin hojas.
Florecieron las respiraciones entrecortadas de los amantes furtivos.
Floreció la sábana enredada entre los cuerpos transpirados.
Floreció una mentira piadosa disfrazada de un “te quiero”.
Floreció la culpa de los que parchan un vidrio quebrado con miel.
Florecieron las promesas vacías de quienes se mienten un “te extraño”.
Floreció una nueva rutina barnizada sin olvidos ni sorpresas.
Floreció la distancia entre los que ya no tienen más secretos.
Dos otoños después nada quedaba de ese tormentoso romance.
Solo resistían al paso del tiempo los florecidos cuernos del marido ingenuo.

KAREN ROSADO

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MAR ALEJANDRA

De noche.
Un alma rota solo puede florecer en la noche, donde su dolor se vuelve arte. La luz del día es una tortura constante, los ruidos se vuelven agonía incesante. De dia solo logra sobrevivir, la vida empieza en la oscuridad, esa oscuridad que siempre fue refugio, esa calma que abraza el alma y da alivio. Solo lograba florecer en las penumbras de la larga noche.
La noche era el único momento placentero de los días y de a poco se volvió una adicción, se instalo el vivir de noche como refugio, como ansiolitico para el alma donde la oscuridad abraza, el silencio arrulla, la calma contiene.
La noche era el único recurso para poder florecer y no perder la poca cordura que aún quedaba.

CESAR BORT

Ha llegado el amanecer dorado de la estulticia rampante; de la necedad onanista. Florece la idiotez entre los espinos, pavoneando sus flores y colores, sus aromas y tinturas, haciendo de la escasez virtud.
Nos hemos quedado sin vergüenza, los mediocres. Tenemos la razón y poco o nada que decir. Creemos tocar en Sinfónicas sin saber rasgar un violín. Pero, ¡qué importa! Todos somos genios, ¡qué carajo!
Se nos ha abierto el Cielo, a los paganos; tenemos bula Papal, los herejes. Satanás no puede tentarnos más que este opio del Pueblo, más que este jodío interné. Andamos sin trasquilarnos ni mojarnos bajo la lluvia ni decir «digo» ni «Diego».
Perfumamos las palabras con sabiduría ajena, con imaginación prestada, con pulcritud malsana, incluso, con vehemencia. Taladramos el teclado como si fueran las musas quienes guiaran los dedos y pensamos que pensamos, y soñamos que inventamos, y creemos que creamos.

ROSA ÍNDIGO

Durante el trayecto de vuelta desde el trabajo a casa, había visualizado la ducha relajante que le
esperaba, el pijama limpio y calentito, música suave, un rooibos y buena lectura. Resetear, después de un día duro en el trabajo.
Sonó el movil en el momento justo que abrió la puerta de casa. Era su madre, – Mami, disculpa,
olvidé que había quedado hoy para ir a cenar a casa, ha sido un día muy largo.
Escucho sollozos. – Cariño… papá..ha sufrido un
accidente, estamos en el hospital.
Estaba en la UCI, había que esperar su evolución,
todavía no estaba fuera de peligro.
En la sala de espera los familiares pasábamos las
noches cómo podíamos. Era agotador física y mentalmente. Las noches eran muy tensas, todos
sabíamos que mejor que no te llamen en ese horario. Yo rezaba ‘ que no llamen por favor’.
Por fin, llegó el día que salió de la UCI. Quedaba la dura rehabilitación, pero las secuelas no eran graves.
Dábamos paseos aprovechando el sol, hablábamos
de todo, su sentido del humor seguía en forma. Un
día sonriendo me dijo, – florecer en un hermoso jardín, bajo los cuidados de un jardinero es hermoso, pero no siempre las circunstancias son las mismas, aún así hay que florecer, y tú mi niña
bajo esa fragilidad mantienes siempre tus raíces,
y así debes seguir, sin miedo a la vida.
Tenía una hermosa sonrisa dibujada en la cara cuándo su madre la despertó – nos han llamado.
Perpleja quedó al ver que seguían en la sala de espera, » no podía haber sido un sueño». A su lado,
una joven estaba dibujando una hermosa flor en medio de un desierto.
Miró el reloj, eran las 4:00 de la madrugada, notó una lágrima salada en su boca.

ALMA NUBE

En mi alma me gustaria florecer convertir mis tristezas en alegrias,sanar mis heridas, al llegar la primavera abrir los petalos dando amor y cariño pero tambien necesito que ese cielo celeste aterciopelado me abrace y me haga sentir que no estoy sola y que pronto la tierra cultivada me de frutos por tan larga espera de mucho esfuerzo y sufrimiento y sentir como florecen las flores en mi alma con tierra nueva cultivada y renovada.

BEGO RIVERA

Mala hierba
Rafa no floreció, Rafa brotó; brotó como lo hace la mala hierba en un campo floreciente. Solo que en este caso, la mala hierba nació rodeada de mala hierba.
Rafa nunca había salido de la granja de sus padres, solo conocía ese mundo pensando que era el único, hasta que fue creciendo y oyendo a su padre despotricar del otro mundo, desde dónde llegó para no volver más.
Siempre pensó que las palizas de su padre a su madre y a él eran normales, que la risa histriónica de su padre burlándose de ellos era lo habitual, que irse él solo a matar y descuartizar animales era su deber, además de un placer. Por eso, la noche en que su padre arrastraba el cuerpo de su madre sin vida hasta la porqueriza, no le extrañó, miraba desde la ventana de su habitación, a oscuras, veía la escena iluminada por la luz de la luna y la luz del porche.
Preguntó de todos modos a su padre a la mañana siguiente por su madre. Su padre— a esas horas en que todavía no había amanecido— que ya estaba borracho a base de vino peleón, le cruzó la cara.
Le contestó que se había ido con su madre, abuela de Rafa y le prohibió volver a preguntar.
Aunque Rafa se había asomado a la porqueriza cuando su padre se fue a trabajar al campo, y vio trozos del camisón de su madre, además de ver disfrutar a los cerdos de lo que restaba de un gran festín, prefirió pensar que su madre estaba en la ciudad, porque él quería ir allí, conocer ese otro mundo.
Sabía que necesitaría dinero, cosa que no tuvo nunca, así que, durante mucho tiempo, fue quitándole a su padre dinero mientras dormía la borrachera.
Cuando se » fue» su madre Rafa tenía trece años, con diecisiete decidió marcharse a la ciudad.
Una madrugada salió a escondidas y se dirigió hacia la parada de autobús, a un kilómetro más o menos.
Esperó varias horas hasta que pasó el primero. Al subir vio varias personas, nunca había estado con tanta gente, aunque solo eran seis y el conductor. La gente medio dormida, empezó a mirarlo.
Sintió como se reían de él, recordó como se reía su padre. El conductor le dijo que si iba a una fiesta de disfraces, oyó carcajadas que le enfadaba, como con su padre.
Lo que más le irritó es que se rieran de su vestimenta, que le hizo su madre antes de morir, con retales de unas cortinas. Llevaba casi cuatro años con la misma ropa, raída, sucia, estrecha, pero que él entendía como normal.
Sacó su machete, sin pensarlo fue uno por uno clavando sin piedad hasta el último, un chico joven, antes le hizo desnudarse, acabó con él y se puso su ropa tirando la suya ensangrentada.
Bajó del autobús y empezó a a andar, hacía la ciudad.
Buscaría a su madre y a su abuela.

BEA ARTEENCUERO

Perdida en los laberintos
Internos
Busco las ilusiones
Para seguir mi camino
Descubro que solo
Viven en la mente
Del ser.
Me di cuenta Que son
Como los sueños
Efímeras
Pero necesarias
Para alimentar los senderos
Del corazón.
Cada persona es un
Misterio
Si miras en su interior
Descubrirás que es..
Interminable.
Estoy atada a las emociones
Sin poder avanzar
Porque me uní
A la soledad
Esperando concretar
Mis esperanzas.
El amor es una flor
En libertad.
Aquí en el universo
De mis entrañas
Sentir la libertad
Surgiendo de los rincones del alma
Y en un mundo nuevo
Volver a florecer
De la mano del amor..

SILVIA GALLARDO

Florecer
Hablaré de mi: Mi nombre es Esperanza, he recorrido los senderos de la vida durante seis décadas, no sé si con prisa o pausada, pero me absorbió el tiempo, entre obligaciones adquiridas, como parte de la misión que a mi designio corresponde. Lloré y reí, de acuerdo a las circunstancias que aparecieran en el andar de mi existencia. Nunca me fijé en mí, sabía que la prestancia era parte de mi genética, sin embargo estaba alejada de la vanidad. No era mi estilo pasar horas frente al espejo, cuando mis días reclamaban más de veinticuatro horas para cumplir con mis jornadas en casa y en el trabajo.
Trabajé de sol a sol, entre obligaciones laborales, domésticas, de madre y esposa, siendo siempre en otros sin pensar en mi, sin límites en el amor. Me dejé absorber en función de otros, desvaneciéndose mi propia esencia. Dijo Séneca: «Mientras se espera vivir, la vida pasa». No sé en qué momento pasó mi infancia, que incluso está borrada en el archivo de mi memoria, mi adolescencia transcurrió sin pena ni gloria y he bebido el resto de mi vida, entre penas y amarguras que dejaron secuelas en mi salud. El cuerpo es tan maravilloso que da señales cuando algo anda mal y hacemos caso omiso a sus voces. Entonces, las consecuencias, las funciones empiezan a fallar y cuando menos lo esperaba, me encontraba en una cama de hospital. Me miré al espejo y me pregunté –¿y Esperanza, dónde quedó?– El espejo reflejaba a una mujer decadente, vieja, con la melancolía recorriendo los surcos de la cara. La cirugía estaba a la puerta, antecedida de estudios molestos y desgastantes. La anestesióloga me visitó, me miró con desdén. Cuando la ví, me inspiró confianza y seguridad. Era joven y bella. No debió haber dicho lo que dijo porque ante mis ojos, se convirtió en un mounstro. Su dulce y a la vez cruel voz, vomitó bazofia. -No la operaremos, atenderemos primero a una paciente joven, ya que si muere puede dejar huérfanos a sus hijos.
Mi cirugía era urgente, estaba en riesgo mi vida. Esas palabras las interpreté cómo «usted puede morirse, ya está vieja». Saben? Me sentí desechable.
Por fortuna me trasladaron a otro hospital, a exigencia de mi familia. Llegué grave para una cirugía de urgencia. Mi maravilloso cuerpo soportó los embates de la enfermedad y a pesar de que mi corazón dejó de latir por instantes, volví a la vida después de un coma inducido.
Florecer después de esa aventura en brazos de la muerte, fue intenso.
Esperanza floreció en el viento, en la lluvia, en los días y en las noches, con los rayos del sol y el titilar de las estrellas, en la calidez de la gente.
Florecer en la vida cuando se está cerca del ocaso, para beber de la copa, la vid rebosante de amor y savia, los instantes dulces, ser dueña de mis alas con la libertad a cuestas, florecer en las letras para dejar la huella indeleble, de los últimos pasos.

CONCE JARA

Cuando yo escuchaba la palabra cáncer, para mi aquello fue sinónimo de muerte durante muchos años. El desarrollo de esta civilización ha producido nuevos cánceres, también una prevención vertiginosa e incluso la cura. Así es el florecer de la industria del líquido rojo, llenando el mundo de tropas de pelados, que están ahí para dar fe de lo que cuento.
A los sesenta y dos años, sentía yo mi vientre abultado, pensando que sería cosa de la edad y los gases cuando me diagnosticaron uno. ¡Menudo trauma!
Tras hablar con el oncólogo éste me lo dejó cristalino. Algo como: Un paciente que quiera vivir sin tratamiento no se cura… tampoco cura un tratamiento sin un paciente que quiera vivir.
Decidí insistir por la vida y probé a ver qué pasaba.
Cuando llegué al final de la quimioterapia, tuvieron que operarme para sacar un nuevo tumor que había florecido en el endometrio. Nunca lloro, pero confieso que sobre la camilla, al despedirme de mis hijos, en dirección al quirófano, lo hice, y si lo hice fue por miedo a la muerte, a dejar así este mundo. Sentía como si estuviera esperando la inyección letal.
Cuando desperté no me faltaba nada y me dieron unas ganas tremendas de levantarme para celebrarlo. Por eso, en cuanto pude ponerme de pie, me puse la bata y yo solita salí a caminar por la planta, a pesar de las miradas de pacientes y alguna enfermera, que atónitos parecían ver un fantasma con bata blanca, la cabeza pelada y los labios pintados.
Vencer al cáncer me hizo florecer. Había pasado lo más fuerte que sufrí en mi vida. Después cambié de forma de pensar, mi alimentación, mis horarios, mi mundo, y es que el tratamiento me pareció peor que la enfermedad, pero hoy se que la enfermedad sin tratamiento es la muerte, ¿sobre la muerte?, no se dónde andará, cuándo vendrá, y a qué se parece… El caso es que un día me dieron el alta.
Mi hermana me contó que una vez tuvo un sueño: estaba en el carnaval de nuestro pueblo y entre aquel gentío vio a mis padres, ya muertos, subidos en una carroza, llamándola para que subiera con ellos. A mí me llamó la vida, y yo fui.

GRISELDA SIERRA

Apenas nacimos el hombre que nos procreó nos encerró en la oscuridad y nos abandonó. Con los años vimos que hacía lo mismo con nuestras hermanas, muchas de las cuáles murieron sin ver la luz del sol. Nosotras, un poco más fuertes y atrevidas, fuimos creciendo en el encierro, revueltas, desnudas y alborotadas por presentarnos ante el mundo tal como somos: elegantes y soberbias. Pero él, nuestro progenitor, aún prefiere mantenernos ocultas y disminuídas cómo si fuéramos una vergüenza y no un orgullo. Molestas por su proceder, el invierno pasado nos pusimos todas de acuerdo y armamos la revolución. Ahora ese hombre no duerme, nuestros gritos y protestas lo mantienen despierto hasta la madrugada, y parece que comienza a recapacitar. No cejaremos; nosotras, sus ideas, lo obligaremos a florecer como el gran artista que él es.


 

 

 

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23 comentarios en «Florecer – miniconcurso de relatos»

  1. Me ha resultado muy difícil votar; todos los textos son maravillosos.
    Bueno, repartiré mis votos entre 4:

    ALFONSO FERNANDEZ PACHECO
    PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
    MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO
    CONCE JARA

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