Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «automático». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de marzo!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Lo sabía, desde el mismo momento en que el instalador colocó en mi casa el «portero automático,» lo sabía.
Presa de miedo me movía en mi propio hogar. Era imposible acercarme a la puerta de la calle. El aparato automático colocada en una de las paredes del pasillo al percibir mi persona comenzaba a echar me destellos paralizantes automáticos, los cuales su toxina me hacía retroceder al interior de la hacienda.
Como pude desde mi ventana pedí auxilio a la población más los transeúntes al percatarse del suceso, localizan la finca y timbre. Llaman a casa. Más por extraño que parezca el portero automático se ha convertido en el Señor de hogar.
Contesta al que pica con triquiñuelas para ocultar al mundo que me tiene cogida en la trampa de la mecánica…
Juan se levantó el domingo con muy malas pulgas después de estar casi en vela toda la noche por un fiestón de los vecinos.
Pi, pi, pi….- sonó el portero automático.
– Lo que faltaba, ¿ Quién será ahora? – se dijo.
No contestó nadie, se asomó al balcón y vio como corrían los niños riéndose a su paso.
-¡ Dichosos niños, gamberros!.
Pi, pi, pi..
– Y ahora,¿ Quién será?
– ¿ Vive ahí Carmen?
– No, se ha confundido, es en el A.
Pi, pi, pi..
¿ Sí?
– ¡ Cartero!
– Esto parece la centralita..- dijo refunfuñando.
Al cabo de un rato, Paco su vecino llamó a su casa.
– Juan, como presidente de la comunidad y en consecuencia de la última reunión, en la que no pudiste asistir, llegamos a la conclusión de que hay que modernizarse y cambiar los porteros automáticos por unos inteligentes..
– Mira, para ahorrarnos un poco de dinerillo he mirado en internet y pone que nosotros mismos los podemos instalar sin necesidad de un técnico. Además la empresa se llama » Serenus», que jolín con el nombrecito y puedes responder a las llamadas desde el móvil o el ordenador.
– No sé, ¿ Tú estás seguro?
– Aquí lo explica claramente, hay diferentes opciones y bla bla bla…
Después de unas horas, de nuevo suena el portero…
– ¿ Juan, me oyes?- pregunta Paco.
Nadie contesta….
Paco sube a casa de Juan.
– ¿ No has oído el portero?
– No, no he oido nada.
– Bueno pues….mejor llamamos a un técnico, ¿ no?
– Será lo mejor, – dijo Juan con una sonrisilla burlona. ¡ Ay, dichoso Serenus, con lo bien que se estaba antes con los serenos…esos si que nunca fallaban….
¡Hay que ver, Pascual, como cambia todo, y qué de prisa! Mi nuera se ha comprado unas persianas que suben y bajan dependiendo del sol y la temperatura. Un lujo que solo unos pocos se pueden permitir, dice mi hijo. Y están estudiando a ver si con un mando como el de la televisión pueden encender la caldera a distancia. Se van al campo el viernes por la tarde, el domingo cierran el chalé, arrancan el coche y pronuncian abracadabra y la calefacción se pone a funcionar a todo trapo. Y otro tanto si hace calor. Las frigorías obedecen como por ensalmo.
Es el signo de estos tiempos, Pascual, vivimos en un mundo tecnificado, y si no estás al loro, es que te has convertido en un ser arcaico, en un anacronismo. Puedo ponerte ejemplos: enciendes el móvil, miras la pantalla y ¡zas! una tal siri te pregunta qué quieres y al segundo tienes ante los ojos la información precisa. Vas al supermercado y tú mismo pasas los productos por el lector sin necesidad de que la cajera los toque. Asepsia total. Y del mando de la televisión ¿para qué hablar? ¡Qué adelantos!
Pues sí, amigo Clemente. Lo suscribo. ¡Cualquiera pone en duda lo que con acierto acabas de referir! Pero para satisfacción tuya, deja que te cuente.
Fui hace dos días con mi tarjeta a sacar dinero del cajero y como se me habían olvidado las gafas de leer, marqué mal los números y el cajero no me la devolvió. Entré en la oficina del banco e hice cola ante un señor que estaba detrás de un atril, como si fuera un cura predicando. Aguanté diez minutos largos y antes de que pronunciara una palabra me preguntó si había solicitado cita. Le respondí que no, pero que se trataba del asunto más simple.
—Oiga, caballero, aquí no tratamos asuntos simples. La palabra simplicidad no se encuentra en el vocabulario del banco.
Y dale con caballero. ¡Qué manía! Le cuento que me he quedado sin la tarjeta y me responde que esa gestión se realiza por teléfono, que pida otra. ¡Voto a bríos! Digo a grito pelado por no insultarle. Y ¡abracadabra! Acuden la directora, el subdirector y media institución bancaria.
—A ver ¿qué le sucede caballero?
—Señor, por favor.
—Déjese de monsergas.
—Pues, caballera, me he quedado sin tarjeta. El cajero no me la ha devuelto.
Soy un desastre, Clemente. En el último viaje a la Islas Canarias con el IMSERSO, la comandante de la nave nos informó que estábamos sobrevolando Salamanca y que la temperatura exterior era de menos 34 grados. Me dio un vuelco el corazón. En Salamanca habita mi antiguo amor, Margarita, y recordé que cumplía años aquel día precisamente. Me puse a escribirle un wasap, porque seguimos en contacto muchos años después.
Querida Margarita, felicitaciones por tus sesenta años… Pulso y vuelvo a leer y abracadabra otra vez. En lugar de Margarita, aparece amarga, y en lugar de sesenta sosaina.
Excuso contarte que como aconsejan los médicos no viajar en el avión con los zapatos cerrados, al bajar la escalerilla no la acabé rodando de pura chiripa, porque llevaba los cordones sueltos y me sujetó el ayudante de cabina. Eso sí, las cremas de mi mujer terminaron en el suelo. Menuda mirada me echó.
—Tenga más cuidado, señor, me dijo la comandante.
—Muchas gracias.
¿Saben? Automáticos eran para mí unos botones de metal que se abrochaban mediante presión. Anda que no he desabrochado y vuelto a abrochar los automáticos que sujetaban el pañal de mi hijo. Ahora comprenderán lo que me cuesta adaptarme. Yo, al contrario que mi amigo Clemente, soy más de guía manual.
Hace unas semanas escuché en una radio que un cantante quería cambiar, por racista, la letra que festejaba los angelitos negros de Antonio Machín. Y este era el motivo, que Jorge, Diego, Hugo y Manolo son rubios y a ellos también los quiere Dios. La rima no era muy buena y algunos versos le salían forzados, pero el artista no paraba en exigencias literarias ni se conformaba con establecer estos cambios sino que dando un salto mortal se había subido a los cielos y presenciado allí una trifulca parecida. Había allí arriba, según contaba, dos facciones que en el nivel ínfimo de la jerarquía la protagonizaban los querubines y los serafines. A los primeros les parecía de perlas que no se tocase la letra, que había demasiados blancos y no todos subían al paraíso, que el conocía a gentes de renombre purgando penas en el purgatorio.
Seguía relatando el cantante que para poner orden y acabar con la discusión se reunió la corte celestial en pleno. Y acordaron poner una puerta de entrada a los cielos con una aldaba y un guardián que abriera. Y cesó de inmediato el enredo, pero un serafín revoltoso tuvo la ocurrencia de situar la aldaba a una altura solo al alcance de Kobe Bryant. Y el portero protestó, porque los había bajitos y él mismo tenía que subir a una escalera. Se reunió de nuevo la corte y esta vez acordaron poner un timbre. Pero no acabaron disputas, porque una tarde de mucha afluencia el mecanismo se escacharró y menudas las protestas de los que querían entrar. Preguntó el Padre Celestial por el motivo y un querubín le explicó que había fallado la abertura automática de las puertas del cielo.
—¿Cómo, es que no hay aquí electricistas?
—Los hay y muy buenos, pero es que el mejor pertenece al purgatorio y cuando estaba terminando de montar el automático le llamaron para una emergencia.
Antes tenía que ocuparme de siete u ocho cada día, de todos los pesos, tamaños y colores; un suplicio. Y a mano, puro huevo, que te dejabas los riñones, tanto si tenías que subirlos a las filas de arriba, como si andabas con ellos a rastras por las de abajo; así llevábamos todos la espalda, como la firma de un notario.
Luego trajeron aquellas carretillas elevadoras, que algo aliviaron la faena, sí, pero siempre trabajábamos a la intemperie, invierno y verano, con lluvia, un sol de justicia, nieve o cierzo rabioso, era insoportable. Pero no quedaba otra, el cliente siempre tiene razón y en aquel tiempo era lo que se llevaba, todo el mundo quería los grandes formatos, apenas había demanda para el compacto, y teníamos que seguir a pie de obra, comiéndonos la artrosis, las hernias discales y el reuma aunque cayeran chuzos de punta.
Sin embargo, cambian las modas y, aunque lentamente, se empezaron a llevar los modelos más pequeños, manejables, que podía uno llevarlos a casa, si era su gusto. Construyeron la primera nave de producción y algunos, los más antiguos, empezamos a trabajar a cubierto; se estaba recogido y a salvo de las inclemencias, calentito, lo que en invierno se agradecía un montón. Todo, no obstante, continuaba siendo muy rudimentario, manual, seguíamos levantando pesos, algunos enormes, exagerados, inhumanos, pero no nos quejábamos.
Pasaron los años, la demanda siguió aumentando; la nave se amplió varias veces, las cintas transportadoras, los secuenciadores de tiempo y las plataformas elevadoras automatizaron el trabajo; se cambiaron los viejos hornos de ladrillo por estos de acero inoxidable de alta temperatura y aunque todavía sigue habiendo quienes insisten en el viejo producto tradicional, la mayoría de los operarios trabajamos aquí, en la nave.
Me quedan meses para jubilarme —no veas las ganas que tengo—, pero como todo está mecanizado y no requiere demasiado esfuerzo, pues eso, que lo llevo muy bien. Además, en deferencia a mis muchos años de servicio, me han colocado al final de la cadena, en el sitio que menos esfuerzo requiere y paso la jornada rascándome la tripa, como quien dice, solo tengo que estar atento a cuando llega la urna y ponerle esta pegatina: «PUEDE CONTENER TRAZAS DE CADÁVERES ANTERIORES»; exigencias de la Unión Europea, que se la cogen con papel de fumar.
En fin, qué queréis que os cuente, nada como el progreso. Sic transit gloria mundi, que se dice en estos casos.
«Puerta abierta. Cierre después de entrar. Puerta abierta. Cierre después de entrar. Puerta abierta. Cierre…»
A Doña Amparo, la audición del portero automático del portal cada vez que accedía a su vivienda le facilitaba las cosas, a pesar de que no se cayase hasta cerrar, y se pusiera en bucle por un desajuste de fábrica pendiente de arreglar. Desde hacía veinte años no veía un burro a tres pasos y con la ayuda de aquella «máquina» se iba desenvolviendo sin ayuda.
Los vecinos, mientras tanto, no paraban de molestar -como decía la canción- y era un tema que le traía por la calle de la amargura.
«Mucho portero automático, pero lo de poner el ascensor brilla por su ausencia» pensaba día tras día al tener que afrontar los tres pisos que tenía por delante.
Hoy traía poco peso, solo unas cuantas naranjas, un paquete de café torrefacto «del de antes», y una baguette pequeña para el bocadillo de la noche. Al llegar al descansillo del primero, la misma escena de siempre. Gritos y más gritos se oían a través de la puerta. No le gustaba nada la actitud de aquel hombre, pero siendo octogenaria había decidido hacía mucho tiempo, que no debía de meterse en donde no la llamaban.
Sin embargo al llegar al rellano del segundo, todo cambiaba. La música que emanaba del violín de Lisa, le trasmitía paz al tiempo que le sacaba una sonrisa.
«Esa jovencita va a ser muy buena si sigue practicando así» pensaba cada día al ver los progresos de la joven.
Cuando llegó a su puerta, apoyó un momento en el suelo la.bolsa y rebuscó en el bolso hasta localizar las llaves.
Una vez dentro, cerró con llave y se dirigió lentamente a la cocina. Recogió la compra y se fue a sentar al sofá.
Un par de horas después, tras ver sus series favoritas se quedó traspuesta en el sofá.
¡Diiiing-doooong! Sonó el timbre provocando que saliera de su ensoñación.
Se desperezó y se dirigió despacio hacia la puerta.
¡Diiiing-doooong! ¡Diiiing-doooong!
—Ya va, ya va —dijo elevando la voz mientras llegaba a la puerta.
Se puso de puntillas y miró por la mirilla. Era el vencino del primero, en camiseta y desaliñado.
«Y ahora que querrá éste» pensó mientras se apoyaba contra la puerta decidiendo qué hacer.
¡Diiiing-doooong! ¡Diiiing-doooong!
Ante su insistencia.y a pesar de la poca gracia que le hacía cruzar una conversación con él , decidió abrir.
—Hola, Jorge, ¿Qué quieres a estas horas?
El vecino se quedó plantado mirando con gesto serio a la anciana. Antes de decir media palabra se mordió el labio de abajo y le dió un puñetazo al marco de la puerta.
—Que sea la última vez que le mete pájaros en la cabeza a mi mujer. Si no quiere tener problemas le recomiendo que nos deje en paz .—mientras la señalaba amenazante con el dedo índice muy cerca de su cara.
—Pero si yo…
—¡Déjenos en paz y métase en su vida. Comprese un gato o lo que sea, pero dejénos en paz, ¿Está claro, maldita vieja?
Amparo no supo que decir y prefirió callar mientras cerraba la puerta y oía con nitidez cómo el vecino bajaba las escaleras.
—¡A ver si paras ya con el violincito de los cojones! — gritó al pasar por el descansillo de Lisa.
A la mañana siguiente, Amparo, repitió sus rutinas. Tras asearse, desayunar, y vestirse, se puso el abrigo, se colgó el bolso y abrió la puerta de la calle. No se oía el violín de Lisa. Una lástima le gustaba la sensación de abrir la puerta y que el melodioso sonido llegará a sus oídos. Tampoco oyó gritos al pasar por el descansillo de Jorge.
«Mejor. La pobre Julia se tiene bien merecido un descanso» pensó mientras abría la puerta automática del portal.
«Puerta abierta. Cierre después de entrar…»
—Maquina tonta. ¡Pero si estoy saliendo! — exclamó saliendo a la calle.
Una hora más tarde, cuando regresaba a su casa después de las compras, notó revuelo delante de su casa. Un coche patrulla y una ambulancia bloqueaban parcialmente la acera. Al llegar al portal y cuando se disponía a preguntar a los que allí se encontraban por lo que había pasado, vio salir esposado a su vecino Jorge vestido únicamente con un pantalón del chándal y la misma camiseta andrajosa habitual.
—¡Agente. Agente! ¿Qué sucede? Vivo aquí.
—¿Usted es Amparo? — preguntó él policía consultando su libreta.
—Si, soy yo. —¿Qué ha sucedido?
—Su vecino del primero. Ha confesado el asesinato de la vecina del segundo. De hecho, él mismo nos ha telefoneado confesándolo todo. Cuando llegamos, su mujer se había ido y nos ha dicho lo que había hecho. Al parecer su esposa mantenia desde hacía tiempo una relación sentimental en secreto con la vecina y no lo supo encajar y decidió poner fin a la situación de la peor forma. ¿Usted sabía algo?
—No agente, sólo se que llevaban mucho tiempo discutiendo y hasta se presentó en mi casa ayer de malos modales. Estaba peleado con el mundo. Ahora, si me permitiera entrar, tengo que hacer la comida, si no le importa.
—En absoluto. Lo único que le pido es que durante unos días esté localizable por si tenemos que hacerle alguna pregunta.
—Descuide, apenas salgo de casa. A mi edad, ya se imagina. No se me pierde nada por la calle —. Contestó Amparo mientras se despedía del agente y entraba en el portal.
«Puerta abierta. Cierren después de entrar. Puerta abierta. Cierren después de entrar. Puerta abierta. Cierren después de entrar….»
—¿Alguien puede avisar a un electricista y que desconecte este trasto? Me está volviendo loco —. Exclamó el policía mientras Doña Amparo enfilaba escaleras arriba.
Hacía casi dos años que habíamos terminado la relación, y desde entonces, cada vez que me había cruzado con ella le había vuelto la cara. Era automático, no podía evitarlo, pero aún así la culpa no desaprovechaba la oportunidad de incordiarme. Sí, fue ella la que decidió sacarme de su vida, pero tenía sus razones, y ya había pasado tiempo suficiente para normalizar el rencor que yo sentía desde entonces. En el fondo deseaba poder saludarla amablemente, desde la calma de saber que pasó lo que tenía que pasar y que la vida sigue adelante. Por eso no me reconocí a mí mismo la tarde que nos cruzamos, y en lugar de mirar a otro lado me paré ante ella para saludarla y preguntarle cómo estaba. Bien, contestó sorprendida. ¿Y tú? De nuevo deseché la respuesta automática y le conté que andaba regular por un problema en la espalda, y además en el trabajo estaban echando gente y había tensión entre el personal, pero en general bien. Cuando finalmente nos despedimos sentía que flotaba a cada paso. Me acababa de anotar un tanto.
Al día siguiente me envió un wassap. Le había gustado volver a saber de mí, y me preguntaba si me apetecería quedar algún día para tomar un café. Mi reacción fue precipitarme a contestar que sí, pero en el último instante paré, respiré lentamente y decidí contestar dentro de un rato. Otro punto para mí.
Una semana después nos volvimos a cruzar. Al verla en la distancia recordé alarmado que no había contestado su mensaje. Qué cabeza la mía. Me dispuse a deshacerme en disculpas, pero cuando llegaba vi con pesar cómo me volvía la cara.
“Que tengas un buen día, Rosa”. Lo acababa de oír a través del portero. Era una voz de hombre, y no tenía ni idea de a quién pertenecía. Por la tarde volvió a sonar, y otra voz, esta vez femenina, me dijo: “¡Rosa, campeona!”. Pregunté quién era, pero no hubo respuesta. La incertidumbre me superaba, y por la noche lo comenté en la cena. Mi marido y mis hijos se limitaron a bromear.
Al día siguiente otra vez. La voz fue de un hombre joven. “Buenos días a la Rosa más bonita del jardín”. No daba crédito. Corrí al balcón a ver si lo pillaba, pero no vi a nadie.
Así fue cómo desde entonces, una o dos veces al día, alguien desconocido llamaba a mi casa desde el portal para saludarme y animarme. Hombres y mujeres, chicos y chicas. Cada día, una semana tras otra. Algo increible.
Al final me enteré, claro. Fue mi familia la que hizo el llamamiento y el barrio entero se organizó.
Cuando todo terminó pegué un cartel en el portal:
“Soy Rosa. Quiero dar un millón de gracias a todos los que habéis llamado a mi portero. Habéis sido un gran apoyo. Entre todos hemos vencido al cáncer. Os quiero”.
Hace tanto tiempo que te marchaste a esa isla prodigiosa, donde todo es calma y tranquilidad en el pacífico sur, alejada de la multitud y de todas las mundanales asperezas, ruidos de la actividad humana. Vivir tranquilamente sin los avances de la sociedad, ni la ciencia, durante tantos y tantos años como nos concede la vida. En la máxima simplicidad y tranquilidad como has escogido.
Perdona si no te he escrito antes, pero lo cierto es que se me ha pasado el tiempo, de forma automática. Siempre estoy atareado con el trabajo, la familia y todo lo que conlleva cualquier persona normal. Lo cotidiano, nos lleva a ser autómatas. Nos pasamos la vida sin pararnos a disfrutar.
He recordado que pronto cumples años, los mismos que yo, el dieciocho de marzo es tu cumpleaños, si no me equivoco. Hoy decido felicitarte, claro que ya hace demasiados años que no tengo ninguna información de cómo te va la vida. Espero que bien. Pero en la última carta que me escribiste, allá por los ochentas, me comentabas que eras muy feliz con Susana y estabas muy conforme con tu aislada nueva vida en el paraíso de los pájaros.
Enrique, sabes que ahora las vendimias están mecanizadas, ya no son como antes. La mayoría de las personas tienen su propia máquina que pasan por encima de las cepas extrayendo las uvas, mejor dicho el mosto, los caldos. Además las plantas están puestas de otra forma. Ya no existe el tresbolillo, ni a veintidós cuartas, ahora están atadas con alambres. ¿Te acuerdas lo que pasábamos con el esportón a cuesta y vaciar en el remolque?, pues ya no es necesario aquello, no hace falta. Ahora es mucho más cómodo. ¡Está mecanizado! La máquina se encarga de todo y al final vacían en camiones y después a las cooperativas. Nada de horquillas, ni de esfuerzos, ni bodegas, ni de vaciar a mano.
Enrique, ¿sabes que hay una máquina que tú le dices quiero arroz, y te lo prepara ella sola? Sólo tienes que apretar botones, y ponerle el arroz. Te puedes ir a tomar una cerveza y cuando vuelves está en su punto, y calentito.
Otra cosa, seguro que no tienes ni idea, es que los coches se conducen sin conductor. Ahora son la última moda, por aquí pueden ir donde tú le digas, programas el G.P.S. y van solitos, solitos. No sé si habrá llegado a la isla ya la modernidad esa. Si tenéis coche o no.
Enrique, ¿sabes que hay una cosa que se llama dron? Va volando y te puede traer una hamburguesa a tu casa. Y hacerte unas fotos impresionante desde el cielo. Es como un pequeño helicóptero pero dirigido por ti con un mando pequeño.
En los cuarenta años que hace que te marchaste aproximadamente, la sociedad ha variado cantidad. Sabes que hay unos teléfonos que puedes mandar y recibir olores y fragancias a cualquier parte del mundo.Y también tener conversaciones con muchas gentes al mismo tiempo por whatsapp. Es una pena que en la isla no tengáis teléfono, para comunicarnos, que no puedas disfrutar de todos los adelantos de hoy. Pero claro tú escogiste, no los quieres. No quieres máquinas ni modernidades. O al menos, no querías cuando te fuiste.
Enrique, ¿sabes que en los bancos ya no hay gente que te atienda? En algunos comercios tampoco hay cajeras, tienes que pasar las cosas tú sólo y pagar con una tarjeta de plástico.
Impresionante, se puede averiguar dónde ha estado cualquier persona a cualquier hora y día en cada momento.
No te lo creerás, pero hay mucha gente que no va a trabajar a ningún sitio, desde su casa pueden trabajar en distintas empresas con una maletilla que se llama ordenador, y que no tiene dentro cosas, sólo teclas y una pantalla.
Todo está en proceso de automatizar. La intensidad del pensamiento, se está automatizando también, para llegar al pensamiento único, y que las masas no puedan pensar. Es triste pero a eso vamos.
Las sensaciones están cambiando con juguetes que sirven para sentir y así anular la necesidad de estar en pareja. Pretenden llegar a la individualidad, como máximo placer e independencia total.
A la rapidez de la mente la van poco a poco forzando a no pensar desde los colegios públicos, la están programando. Se pueden pasar los cursos aunque no superes el anterior, no importa demasiado lo que sepas.
Se tiende a no memorizar para que la mente se recoja, y en varias generaciones las máquinas almacenen la información. Así cualquier día cortan suministro y no habrá capacidad, ni información que buscar, ni los números de teléfonos…,¡te acuerdas! nos sabíamos de memoria muchos números fijos de toda la gente. Pues ya no nos sabemos ninguno, ni tan siquiera el nuestro. Si alguna vez no funciona el móvil no podemos ni llamar, eso sí; la telefonía ya no tiene centralita, ahora los teléfonos son de colores y pequeños y la gente va hablando por la calle, como si estuviesen locos, en alto y solos.
Es increíble todo lo que ha cambiado en estos cuarenta años desde que te marchaste.
Fluyen las energías con la máxima autenticidad, basadas en la mentira. Empieza a estar prohibida la verdad, la falta de derechos, la falsa lucha por los derechos que consiste en quitarle derechos a los demás. Suprimir un ideal para que otros pocos manden sobre todos.
La maquinaria engrasada de nuestro cuerpo es el todo de la actualidad, fotos y más fotos nos hacemos enseñándolas a todo el que quiera verla, la intimidad se ha vuelto pública, dualidad del ser y el querer se mezclan con infinitos ojos extendidos por la masa musculosa y voluminosa de nuestra materia. Solo vale la apariencia. Se trata de enseñar y enseñar, aparentar. Es muy importante tener los músculos muy bien puestos, definidos. Pero la mente está cada vez menos ejercitada. Eso a nadie le importa, no pasa nada. Pronto la gente olvidará pensar en muchos aspectos de su vida. Se lo darán todo hecho.
Enrique, ¿sabes qué?; se quita y ponen narices, orejas, pómulos, pelos, labios, todo se lo cambian, aunque luego no estén agusto, y vengan los problemas, narices demasiado anchas, caras sin rasgos faciales, se tatúan la cara con dibujos de colores y los hay hasta con cuernos incrustados en la cabeza.
Y todo parece normal, menos lo normal de antes, que ahora es completamente anormal.
Como te comentaba Enrique, estamos trabajando en el laboratorio, con varias máquinas, investigando lo que ya tenemos, en nuestro ser. Queremos ser Dioses, imprimiendo en tres dimensiones con super impresoras en otros seres a través de la nanobiótica, utilizando unas placas superpuestas de materia para que las chapas vean, corran, sientan, humanizando la robótica, mientras las personas son cada vez menos humanas. Los robots son más humanos.
En fin, otro día te cuento algo más, espero tu pronta respuesta, aunque no sé cada cuánto tiempo llega el correo a tu isla perdida en el pacífico sur.
Estamos trabajando también un grupo de seis científicos en la visión, capacidad de reflejos y comprensión. Todo lo que tiene cualquier ser humano, trasladarlo a cuatro robots de materia orgánica.
Para descansar nosotros y que trabajen otros seres, lo que siempre ha querido el ser humano, no hacer nada, todo lo hagan las demás máquinas y si para ello tenemos que perder integridad no importa, la personalidad tampoco importa demasiado. A través de los chip se dirigirán toda la gobernabilidad que tiene el factor humano, por separado.
Es a lo que vamos. La especie tiene que involucrarse hacia una involución, hacia un futuro extraño de insatisfacción.
Una máquina que pueda ver, otra que pueda correr, y sobre todo lo más interesante; una que pueda obedecer. Ya que nos encanta mandar, nos recantintinfla mandar. Aunque no sepamos ni para qué, ni qué mandar. Pero nos encanta que nos obedezcan hasta las máquinas y sobre todo las personas que ahora se llamarán «kalmarada». Qué serán las encargadas de mandar sobre los demás.
Amigo Enrique, también me gustaría decirte que me busques un sitio ahí en tu isla, donde vives, me gustaría marchar ahí, apartada de todo tipo de comunicación de maquinarias y de esta sociedad estrafalaria.
Espero que la dirección que me ha dado tu prima sea correcta y en seis o siete meses recibir tu respuesta.
Muy atentamente se despide de ti un visionario viejo y gruñón, amigo de la niñez.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
USTED ELIGE
—Como ya supongo que le habrán dicho, tiene tres opciones para elegir: luz fría (azul), luz cálida (naranja) o a oscuras (negro). Le rogaría que no demore demasiado su elección. El tiempo cuenta y tengo a más personas esperando.
—Pues casi que me voy a decidir por el negro. La oscuridad me produce un cierto placer morboso. No sé, tiene algo que me resulta muy misterioso y excitante a la vez. El hecho de ir a ciegas sin conocer lo que hay, además de la dificultad añadida, supone un plus de curiosidad que estaría dispuesto a pagar.
—Eso le iba a comentar. Sabe que el negro tiene un precio especial, ¿verdad?
—Sí, claro. Por supuesto. No hay problema, me lo puedo permitir. Quinta planta, el segundo por la derecha, el más grande.
Una vez hecha la elección, el concursante se apostó tras el rifle automático con mira telescópica. Dudó unos segundos, pero finalmente disparó sus tres balas. De inmediato, la luz se encendió al tiempo que la mujer gritaba horrorizada al ver como acababa de desplomarse su marido. De manera automática.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Sábado 4 de marzo 2023.
8:14Leo el tema semanal, normalmente suelo levantarme un poco antes. El tema semanal es: automático.
8:15 Comienzo a escribir, pongo el modo automático en mi pluma y empiezo a juntar letras.
8:16 Claro que podría hablar del coche automático de mi señora esposa pero le he cogido al vehículo en sí un poco de asco y de forma automática y enérgica descarto la idea.
8:17 Aún no me he lavado ni la cara, pero no lo haré hasta que termine de escribir el tema semanal.
8: 18 Sigo escribiendo y lo único que me inspira la palabra en sí es mi forma de escribir…
Escribo de manera automática en cuanto leo el tema semanal.
8:19 Vuelvo a sondear mi mapa imaginativo y decido que es hora de poner fin a este escrito de manera automática.
8:20 Me levanto automáticamente de la cama con una técnica depurada durante varios lustros.
8:21 Me despido de forma automática de los lectores que están detrás de esta pantalla.
8:22 Les envío un abrazo de manera automática y afectiva.
8:23 Que paséis un buen fin de semana.
8:50 Observo al releer mi escrito que he repetido varias veces la palabra automática o automático convirtiendo la lectura en tediosa. Tengo dos opciones a)cambiar las palabras por sinónimos y b)no hacer nada y dejar el texto tal cual,me la pela de manera automática las críticas que mi aporte pueda generar.
8:54 Evidentemente la segunda opción es elegida de manera automática y categórica.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Como cada sábado me dispongo a escribir una publicación en este santo grupo, no obstante parece que unos problemas técnicos impiden a la reina del trébol poner las votaciones del tema de la semana pasada, la cual alega estar en una feria en Trujillo y que los problemas técnicos ya se están intentando arreglar por la responsable y entendida en el área de informática. ¡Gracias Eva!
Sin que sirva de precedente se podrán subir dos relatos de esta temática, y por ende, deduzco que el tema semanal vuelve a ser automático.
Tengo una sensación extraña…
Esto es parecido a un dejá vu, también lleva tilde en la «e», pero mi corrector está en castellano y esta es una expresión francesa. Sólo me acentúan las castellanas.
Lo que quiero decir es que hoy es sábado y estamos en el año 2047 y tengo la extraña sensación de estar escribiendo de manera automática este tema desde el año 2023, llamarme lunático, pero os lo tenía que contar…
OMAR ALBOR
Sin querer
tome lo que otro nego
Volví para vengar
a un impostor
Y Cedi mi pedazo de cielo que vos querías
Ella te dejo
Busco ser libre
de las decisiones
Pero en el zaguán
esta noche llena de humedad
Nuestros labios
sellaron un minuto cero
El cielo se cerró
la lluvia nos mojo
Y Bailamos como nunca
Nos desnudamos fuimos todo un vendaval
Nadie nos miraba de arriba hasta abajo te recorrí sin rencor
Quise y pude comprobar que la última palabra la tiene
El tiempo
La noche nos invadió y buscamos un lugar
Cómodo para seguir y seguir
Dionisio llegó
No puedo, Parar
Ella me miraba y yo gozaba sobre las paredes frescas que hacían de sábanas mientras todo se derretía
No me digas
Que
Quiero más
Mucho más
Si, Amor así
La lluvia nunca paro
Nosotros tampoco.
Que la noche no termine
En un zaguán húmedo de San Telmo en 1972.
Ambos dos.
SON SONIA
PROGRAMACIÓN SUBCONSCIENTE
Funcionamos con piloto automático pero no solemos enterarnos ni del piloto ni del automático. Bueno… creemos ser el piloto: se nos da muy bien creernos los reyes del mambo, ciegos a los hilos que manejan la marioneta que somos. Pensamos que decidimos y hasta en lo más nimio es fácil no estar decidiendo.
Somos como un ordenador con nuestra propia programación. Tenemos dos tipos de programación: la subconsciente (que nace de vivencias directas a partir de la concepción) y la inconsciente, cuyo origen es el transgeneracional (ancestros). Mientras la programación no se hace consciente, tropiezas las mismas piedras una y otra vez porque no las ves y, además, tu programación hace que la piedra te atraiga un montón en un primer momento, eso de que en lugar de piedra te puede parecer un príncipe azul o una princesa rosa (dicha programación te hace ver puro espejismo).
El día que me di cuenta de que yo no había decidido mi gusto por la pimienta… lo flipé por colores. Está claro, ya estaba de lo más sumergida en mi desprogramación pero aún no se me había pasado por la cabeza tal posibilidad: creía que por lo menos escogía el gusto del helado.
Lo mío con la pimienta era una apasionada historia de amor. De tan apasionada podía alcanzar el masoquismo propio de quien le arde la boca pero no puede dejar de saborear ese amor tóxico.
Cuando era pequeñita, mis camellos (escrito con cariñoso humor) decidieron que era hora de que dejase aquella droga a la que me habían enganchado: el chupete. ¿Qué hicieron? Le pusieron pimienta al chupete. Me contaron que me puse toda roja, babeaba de lo mucho que picaba pero, a pesar de ello, me resistía a dejar el objeto que adoraba. Al final, me rendí. Sin embargo, la pimienta pasó a sustituir al chupete (el cual sustituye el contacto emocional). La devoción que sentía por el chupete pasé a sentirla por la pimienta (ya que ésta quedó asociada a algo que me gustaba: el chupete). En realidad no me gustaban la pimienta ni el chupete. Ambos eran sustitutos de una necesidad básica: el contacto afectivo.
Ver la respuesta supuso que la pimienta pasara a ser un condimento más, usado con equilibrio. Ya no me atrae para nada lo picante… como sabor culinario.
Con mi gusto por vestir de negro sucedía igual. La respuesta: nací en medio de un luto y, por aquel entonces, se vestía todo un año de negro y, al siguiente, de alivio (negro y gris). Aunque seas un bebé, estás viviendo la experiencia, tus ojos están absorbiendo que vives rodeado de mujeres vestidas de negro que te dan amor. El amor y el vestir de negro quedan asociados.
No me gustaban los hombres rubios y también vi la respuesta en mi infancia. Me gustaba un determinado tipo de hombre y también vi la respuesta en mi infancia. Leer… tampoco lo escogí yo. No escogí ser artista. Tampoco escogí mi pasión con los animales. Y, digan lo que digan quienes son más espirituales que yo… estoy segurísima de que no escogí nacer (ya, querido Universo, lo discutimos cuando pase de nivel) sino que también era programación, en este caso, inconsciente por ser del transgeneracional. Y es que tengo tantas respuestas, tantas programaciones distintas de mis ancestros que llevaban al accidente que supuestamente fui (no existen los accidentes, nada es casualidad). Tantas respuestas que serían un excelente libro de aparente ficción si no fuese porque… la ficción no me motiva escribiendo y, como yo me sé la historia, contarla me resulta aburrido.
Mi nacimiento quedó programado cuando asesinaron a mi bisabuelo, el 15 de agosto de 1936, un sábado. Sin embargo, hasta ese asesinato era algo escrito en las estrellas puesto que no había forma de que estos conocimientos estuvieran al alcance de ese bisabuelo mío para que él pudiese haber cambiado su destino.
¿Se puede cambiar el destino? Magnífica pregunta. Creo que no. Las respuestas que he visto es porque así estaba escrito. Hay otra respuesta que no logro ver porque… tengo que cumplir un destino. Eso sí, si algún día veo esa respuesta y cambio de opinión, rectificaré. Lo mío no es estar cerrada en una teoría sino abierta a sorprenderme.
Mis padres tenían sendas programaciones individuales que incluían la muerte de dos hijos. Mi madre tenía que cumplir con su programación de casarse con un hombre argentino. Mi padre tenía que cumplir con su programación de casarse justo con aquella gallega programada para perder dos hijos al igual que él. Más programación en común pero no quiero alargarme. La cuestión es que… matemáticamente, el tema desborda destino por todos sus poros.
Bien. Este texto es raro ¿no?. He fluido con los sucesos del sábado. Me saltó a la vista una frase, parte de un esquema que tengo pegado en mi habitación estudio: “Hay que escribir con aire divagatorio porque divagar es vivir” de Gómez de la Serna (no lo he leído a él pero he leído su frase en el libro de Zapata, La práctica del relato). Después se dio la “casualidad” de una placentera charla con un compañero de grupo que me hizo pensar en lo de que vamos con el piloto automático más automático de lo que imaginamos… Y esto ha sido escrito en modo automático, porque este tema es mi tema, es parte de ese destino escrito en mi carta natal, es parte de mi programación.
Y nada, que es sábado… ¡¡¡que lo disfrutéis!!!
CESAR BORT
Opinión en automático
Recalcitrante para según qué y timorato para todo lo demás, Federico Graznar vestía con delirios de grandeza, creyendo que la moda y Zara hacen al monje, y que hay tantos monjes como colores de camisas y gorros. Se sentía especial en la mediocridad de las colas en las cajas, con sus pantalones fabricados en India a bajo costo y la tarjeta de crédito en ristre para pagar. Nunca regateaba al jefe una hora extra ni una lamida de culo ni al defensa si la podía pasar y si no podía, echaba la pelota fuera, abría los brazos y recriminaba la falta de ayuda de sus coéquipiers.
Opinaba en automático siguiendo los cañones y las directrices de las hordas mercenarias y mediáticas. Defendía, a capa y espada, la mentira del «hablando se entiende la gente»; la democracia del desaliento; la virtud de los ladrones.
Feliz a tiempo parcial y rencoroso a indefinido, no perdía la ocasión de alimentar su ego, escondido e invisible, recalcitrante y avieso, en la miseria de los bajos fondos de las redes sociales; en el submundo de los falsificadores de sueños; en el río revuelto e inocente de las buenas intenciones; en el contubernio de envidias aleatorias y pasajeras.
Fergraz, timorato para todo lo demás, se creía un héroe en Facebook e Instagram.
AMPARO SORIA
-Pobre Automático-
– ¡Tachán! –exclamó entusiasmado Fidelio abriendo los brazos.
– ¿Qué esto, algo para el viaje?
-No, mucho mejor. He anulado el viaje y he comparado esta maravilla…
– ¡¿Un robot?! -gritó enfadada.
-No te sulfures, mujer. Mira, te explico…- dijo paciente.
Fidelio le mostró, entre las protestas de su mujer, las ventajas fantásticas del robot. Ésta al final aceptó el cambio. Durante el fin de semana la pareja disfrutó de Automático, así lo bautizaron ellos.
-Automático, tráeme una cerveza…
-Automático, limpia el polvo.
-Automático tráeme una toalla para la ducha.
Automático esto, Automático lo otro, Automático…
-Fide este hace huidos raros.
– ¡¿Qué has tocado?!
– ¡Yo nada ¡Serás imbécil!
-Auto…mático…se des…pide…- advirtió el robot con interferencias.
El matrimonio estaba en ascuas observando el robot ¡No podía estropearse! Tras un fuerte chispazo y un poco de humo saliendo del interior de éste, el pobre Automático acabó por fundirse del todo.
Amparo Soria M.
IRENE ADLER
EL SÍNDROME DE CASANDRA
Te he visto mirarme, sentada en el mismo banco al final del pasillo. Las puntas de tus pies esquivando con pericia esa franja de luz que se derrama sobre las baldosas. Tú prefieres mantenerte en las sombras, como si la bendita claridad anaranjada tuviera una cualidad hiriente o nutritiva que desprecias. La misma claridad que yo deseo que me envuelva, me consuma o me eleve, a ti te espanta. Pero me observas. Desde hace días. Y sé que has visto los números escritos con torpeza infantil en la palma de mi mano. Me has visto vocalizar despacio esa secuencia enigmática, encorvado como un furtivo sobre la máquina expendedora. Has visto mis dedos trazar círculos erráticos sobre el panel, temeroso de volver a equivocarme; me has visto sonreír y asentir después con la cabeza, en dirección al ventanal que derrama su luz prodigiosa sobre las baldosas que te aterran. Y has continuado mirando, mientras yo, con deliberada concentración, pulcritud, quizá cansancio, marcaba los números escritos en mi mano sobre el panel sucio y metálico.
Te he visto mirarme fracasar. Aún sin saber en qué consisten mi derrota y mi fracaso, te he visto apiadarte en silencio de mi frustración. Y nunca me has detenido o amonestado por patear furioso la máquina. Nunca te has levantado de tu banco en la frontera de las sombras para consolarme u ofrecerme tu ayuda. Sé que sabes que lo que hago, es privado, importante, y no admite compasiones o caridades ajenas.
Anoche, antes de que la voz me susurrara la secuencia, soñé que tú me preguntabas, desde tu línea de sombra, cómo era el mundo del que vengo. ¿Liviano, equitativo, aterrador, inerte? Soñé que me preguntabas por los números y yo te confesaba, desde éste lado de la línea de sombra, que eran coordenadas y la condenada máquina, un portal. Pero algo estaba mal, porque la secuencia sólo provocaba que el estúpido artilugio escupiera chocolatinas, agua embotellada, patatas fritas. El portal estaba cerrado y yo no lograba volver a casa. Luego la voz susurraba otra secuencia numérica, grave y amplificada, como si rebotara dentro de un túnel. Y tú ya no estabas. «A las 2:22», decía la voz.
Y a las 2:22, como cada día desde hace tres meses, vuelvo a la máquina del final del pasillo, a introducir otra vez la secuencia equivocada, a desesperarme y lanzar patadas infantiles contra el acero estúpido y automatizado que no me permite volver. La bendita claridad no me abraza, no me envuelve, no me eleva. Tú no estás sentada en el banco sombrío, y hoy mi fracaso repetido tiene un oscuro sesgo de tristeza. En lugar de tu silueta silenciosa y solidaria, sobre el banco fronterizo has dejado tres monedas y un pedacito de servilleta con algo escrito a lápiz. Yo sonrío en dirección a la claridad exultante que hoy tiene una cualidad hiriente y nutritiva; acogedoramente promisoria.
«Tu mundo es aterrador, pero no hay pastillas. 5792. Te veré allí. Mañana. A las 2:22»
Permito que el celador me lleve de regreso a la celda acolchada sin oponer resistencia, sonriendo hasta que siento la saliva empaparme el mentón. Permito que me inyecten y me aumenten la medicación, para abandonarme después a mí suerte frente al televisor de la sala común. Les sonrió con aire obtuso y bobalicón cuando se burlan de mí preguntándome si hoy no mendigo monedas para la máquina de regresar al futuro. Y yo no contesto.
Idiotas engreídos e ignorantes.
¿Qué sabrán ellos?…
RAÚL LEIVA
Reflejos automáticos y domingos
Hay perdones que nunca alcanzan.
Son las 9:00 de la mañana y la veo durmiendo en el improvisado colchón del living. Nos vino a visitar el viernes y hoy domingo a la tarde se vuelve a la ciudad donde vive con sus rutinas, el trabajo y el estudio. El agua del mate casi está lista y pruebo el primero, el más amargo y el más lleno de sabor a yerba, los demás mates se van a ir lavando si uno no los cuida.
La miro y pienso esa gastada frase “¿Qué cambiarías de tu vida si pudieras?” y la tan automática respuesta “Nada. Si tuviera que pasar por todo de nuevo para estar así, lo vuelvo a hacer, paso por paso” como si uno tuviera una receta para ser lo que es.
Y ahí las respuestas que no busco se aparecen. Y me voy al año 91 cuando mi hija Luna tenía casi tres años. Era una mañana de domingo y fuimos a comprar pan, de pasada fuimos al cajero automático a sacar un poco de dinero y comprar helado para la noche. Entramos al habitáculo y me puse a apretar las teclas, con mucha atención de no sacar dinero de más ya que lo teníamos contado al milímetro. Estaba mirando fijo unos números que no entendía cuando veo la mano de mi hija que va directamente al teclado a apretar al azar algún botón probablemente imitando mis movimientos. Un maldito reflejo me hizo darle una cachetada a la manito y seguido de mi cobarde acción escuché el llanto de mi hija. Se me nubló todo y la alcé en mis brazos y la abracé con fuerzas pidiéndole perdón un montón de veces. Ella me rodeó con sus bracitos el cuello y viendo que yo lloraba me abrazó mucho. La operación del cajero automático se abortó y me devolvió la tarjeta que saqué casi sin mirar y nos fuimos al auto. Es este preciso momento de toda mi vida que me siento igual de cobarde que aquel día domingo.
Hoy también es domingo, a unos metros está mi hija Luna que tiene veintiún años más que aquel día. Me acerco y le doy un beso en la cabeza y tres lágrimas se me caen en su almohada.
Vuelvo a mis mates y mientras miro la calle vacía pienso “¿Qué cambiaría de mi vida si pudiera?”. Y la respuesta imposible que me viene cada vez que me acuerdo, es haber frenado el reflejo de pegarle en la mano a mi hija.
Pero no puedo. Y solo me queda el amargo recuerdo, como este primer mate de la mañana.
IVONNE CORONADO
Tiempos modernos
“Vaya, según el periódico de esta semana, aquí en Montreal, hacen falta al menos 52 000 personas para ayudar al comercio y a la industria a ponerse a los mismos niveles de productividad que antes de la pandemia”-me dice mi esposo.
-Seremos nosotros los que empujamos a las empresas a elegir la robotización? -le respondo.
Y entonces me recuerdo de todo lo que nos costó pagar lo comprado en el supermercado, en esas máquinas automatizadas. Tuvimos que acudir a la única empleada que se ocupaba de ayudar a los clientes, una señora bastante joven y mal encarada, y no la culpo. Se la pasaba corriendo de un lado al otro. Todavía tienen unas cuantas cajeras, pero debido a la multitud en línea, mi esposo y yo decidimos probar suerte.
Y en estos últimos días, fuimos a comprar al Walmart de la Plaza Bourassa. ¡Horror! Todo está automatizado. No había ninguna cajera humana, solo máquinas autocobros, o automáticas… ni siquiera sé cómo se llaman.
Cuando los cajeros automáticos aparecieron, ya no hubo tanta gente detrás del mostrador de los bancos, más que para algunas operaciones especiales, o para ayudar a los clientes, quienes por ser muy mayores no hubieran aprendido a manejarlas.
A mí no me costó mucho acostumbrarme, pues mi trabajo era trabajar con computadoras y algo se aprende. Además, soy curiosa y voy como todos a consultar al famoso Google. Mi esposo, por el contrario, trabajaba más con sus manos, se ocupaba de las llamadas en la recepción, de las máquinas lavadoras y secadoras, y del manejo de máquinas industriales para la limpieza en la residencia para ancianos donde trabajaba.
Prefería ir al banco para pagar sus facturas. Después las metía en un sobre en el cajero automático. Luego los dos obtuvimos un teléfono móvil.
Las circunstancias nos hicieron cambiar. Nos fuimos a vivir lejos de las comodidades de Montreal, donde para ir al banco teníamos que tomar el carro. Así pues, le enseñé lo poco que yo sabía, y comenzó a utilizar su teléfono móvil para pagar sus cuentas y verificar sus entradas y salidas de dinero. También aprendió a enviar mensajes, a jugar, a manejar su cuenta Facebook. De mi parte, me vi obligada a aprender aún más, tuve que firmar documentos, escanear cheques para luego depositarlos, y pagar mis cuentas. Mis sobrinas me hablaron de WhatsApps, lo instalé para hablar con ellas y a mi hermana en El Salvador, y comencé a entrar a mis amigas que vivían en el extranjero, o muy lejos de Montreal. También me sirvió para escribir mis poemas, mis relatos, manejar mi cuenta Gmail y Hotmail, y ayudarle a Paul a configurar las suyas. A esa época ya había comprado un ordenador, pero estaba sin conectar. Estábamos buscando donde pasarnos a vivir en Montreal, una amiga en el campo, en otra ciudad, nos hospedaba mientras tanto, y teníamos aun cosas empaquetadas.
Se que ya hay robots en otros países que se ocupan de la clientela, dándole información. Creo que no hay todavía en Montreal, puede que me equivoque. Me informaré luego.
Conozco muchas personas mayores como yo, que se desenvuelven muy bien con la tecnología, aprenden despacio, pero aprenden. Otras, siguen aferradas a las viejas costumbres, o bien no tienen los medios suficientes para ponerse al día.
El “progreso” va muy rápido, y la población de Montreal envejece. Es por eso que el gobierno ha permitido la entrada de mucho inmigrante. A los latinos no nos da miedo tener cinco hijos, aun sabiendo que es mentira que cada uno trae su pan bajo el brazo. Han estado empleando de nuevo gente ya retirada. No hay quien reemplace a los que se van. Las empresas permiten que los empleados se queden más allá de los 65 años, edad reglamentaria para jubilarse.
Se está hablando de robots que ayuden en los campos, pues hace falta manos para las cosechas y sembrados. Los jóvenes sueñan con empleos menos duros.
Cada año vienen muchos mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños a echarles una manita a los campesinos. ¿Desplazarán los robots la mano de obra? Las personas de esos países cuentan con ese dinerito.
Los tractores y otras máquinas agrícolas ya han desplazado a los animales y algunas gentes.
Da miedo pensar que muchas historias de ciencia-ficción se volvieron realidades. ¿Viviremos pronto en un mundo de sonrisas de metal?
Las máquinas han sido un gran aporte, pero… el mundo está superpoblado. Al contrario de la reproducción de los animales que el humano se permite controlar, ya hemos llegado a 8 000 000.
De esos 8 000 000, la mayoría suenan con ser millonarios sin matarse mucho trabajando, como lo hacen los campesinos, los obreros en las fábricas, los de la limpieza, etc. etc. Y algunos quieren familias grandes… Y luego las tienen y piden ayuda para todo. Los que quieren dinero rápido y sin estudiar, no todos son genios para lograrlo. La pobreza se extiende.
Cada vez las máquinas nos ayudan en toda ocasión, desplazando el contacto físico con la gente que lo hacía antes. Nos acostumbramos tan pronto a la comodidad de un ordenador, de un móvil, y sentimos que toda la vida los hemos tenido a la mano, y nos olvidamos cuando comenzó el progreso a instalarse.
Y nosotros, los baby boomers, necesitamos urgente reciclarnos para no quedarnos atrás en un mundo más y más automatizado.
EFRAÍN DÍAZ
Ignoro a donde iremos a parar como sociedad, pero por lo que veo, nada bueno nos espera.
El restaurante estaba a media luz, elegante y fino. La suave música de jazz que engalanaba el ambiente, estaba en el volumen perfecto que permite escucharla y dialogar sin que una intervenga con la otra.
Era nuestro vigésimo cuarto aniversario y merecíamos esa cena. Queríamos celebrarlo en grande. Hoy día si una pareja dura un lustro, se celebra como si fueran cinco. Como bodas de plata.
Llevábamos un buen rato sentados y ningún camarero venía a atendernos. En otros tiempos, cuando era más joven y más salvaje, ante tal desaire, me hubiese levantado y me hubiese ido. Ahora, más maduro y sereno, busqué sin éxito un camarero con la vista. No había nadie que sirviera.
Que clase de restaurante es este? Mascullé para mis adentros. Tan fino y elegante y no hay ni un mesero que traiga un vaso de agua.
Mi esposa me animó a tranquilozarme. Vio en la mesa un código de barra que yo no había visto. Acercó su móvil y abrió el menú. Acto seguido hice lo mismo, solo para darme cuenta que el servicio estaba automatizado. Ya no habían camareros. Escogías la bebida de tu preferencia y el plato que se te antojara y con pulsarlos, lo enviaba directamente a la barra y a la cocina. Miré a mi esposa extrañado. Era la primera vez que visitábamos un restaurante automatizado.
En un tiempo razonable apareció un pequeño robot con las bebidas. Nos indicó que la comida tardaría unos veinte minutos, pues todo es hecho al momento. Nada era recalentado. Habiendo dicho eso, se marchó.
Di un sorbo a mi trago. Estaba exquisito. Tenía la medida perfecta de whisky y agua mineral. Nada faltaba y nada sobraba. Me levanté para felicitar al barman. Cuando llegué a la barra, vi que el barman era otro robot. Me vi tentado a entrar en la cocina, pero me abstuve. Sentí algo de miedo de saber que un robot y no un ser humano era quien preparaba mi cena. Volví a la mesa.
Entre sorbo y sorbo, comencé a hablar con mi esposa. Siempre que vamos a cenar, dialogamos sobre muchas cosas. El trabajo, el futuro, nuestras hijas, en fin, que siempre tenemos algún tema que discutir.
Luego de un rato conversando, nos dimos cuenta de algo aterrador y nos miramos con cara de espanto.
No solo el restaurante estaba automatizado. Los demás comensales también lo estaban. Dimos una mirada alrededor y éramos la única pareja dialogando. El resto de los comensales tenían la cabeza fija en la pantalla del móvil. Corrían en automático. Aquellos quienes tenían la cena servida, con una mano agarraban el tenedor y con la otra, el móvil. Hubiesen deseado tener tres manos para poder agarrar el cuchillo, pues la prioridad era el móvil.
Excepto nosotros, nadie se hablaba, nadie se miraba, nadie se tocaba las manos. No había interacción, excepto con el móvil. Donde quedó la interacción social, el coqueteo, las miradas furtivas y las sonrisas seductoras? Todo quedó reducido a la pantalla del móvil.
No quiero pensar que cuando hacen el amor tienen el móvil en una mano.
Otro pequeño robot llegó con la cena. Mi filete estaba cocido a la perfección. Termino medio y los vegetales crujientes. No dudo que la cocina también estuviese automatizada.
Al finalizar el postre y el cordial, una buena cena no puede ser buena si falta el cordial, pagué la cuenta y salimos.
A nuestro paso, nadie reparó en nuestra presencia. Los comensales seguían demasiado automatizados en la pantalla de sus móviles, como para mirar a su alrededor y disfrutar del entorno.
PURO CUENTO. RAÚL DÍAZ
ALEXA
Raúl Díaz Quezada
— Alexa, ¿Cuál es la programación para el día de hoy? — pregunté.
— ¿Para qué cojones quieres saber, si siempre terminas viendo porno? respondió en automático.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Año 2066.
El planeta tierra está bajo el dominio de los robots. Esto para el hombre es bueno.
Hacen todo el trabajo.
Los humanos encontraron la panacea, viven sin hacer nada, se relajan.
Soy Mónica Cruz y esta es mi historia.
El día qué los robots empezaron a estropearse el mundo cambió, llevamos décadas qué los robots hacen todo.
Primero se cayó las comunicaciones, luego la logística de los alimentos, después el no poder abrir la puerta de tu casa.
Y tuvimos qué volver al pasado. Labrar la tierra, lavar la ropa, la vajilla, preparar la comida. Mi madre ya ma lo decía, tanto adelantó no puede ser bueno.
Nadie sabía de arreglar robot, con lo bien qué nos iba con ellos.
Durante el control de los robots, el mundo fue mejor, no hubo guerras, ni hambre, ni injusticia.
Ni tuve que lavar, cocinar, ni nada de nada.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Como el año de la marmota.
El amor automático, te mire, me miraste.
Pero no era nuestro tiempo.
Demasiado jóvenes, el amor se escurrió entre las manos.
Cuarentena años después, te miré, me miraste.
Y nos reconocimos, descubriendo el tiempo precioso perdido, el tiempo encontrado.
Nuestros cuerpos se dejaron llevar como con un piloto automático.
Como si no hubiera pasado el tiempo.
ROSA ROSANA
DESTINO: CAFÉ
Maravilloso escrito
con el cual hoy me he despertado
y lo digo por la hora en que me levanto
y lo primero que hago es hacer un café
y sentarme al teclado.
Y seguido abro esto
y te leo Son Sonia,
y esto, es el destino.
No fui yo
quien decidí escribirlo.
Ya no sé si desayuno,
como o meriendo
y esto sí que es programado
al ser repetitivo y en automático
ya que lo hago sin pensarlo.
Podría decirte otra vez:
¡Qué me ha encantado tu escrito!
Y esto quiero decidirlo yo
y no pensar que estoy programado.
Aunque sí sé, que el destino
te ha puesto al lado.
Aunque no nos conocemos
te conozco o te reconozco
y sé qué en un futuro cercano,
tú y yo estaremos hablando.
Quizá con un café por medio
en un desayuno,
quizá con un café después de comer,
quizá merendando.
Lo que sí sé,
es que no habrá por medio un teclado.
Un impedimento que ponga freno
a lo que ya está escrito,
aunque tú y yo lo decidamos
de forma automático o planeado.
Nos vemos pronto y hablamos,
mientras retomaré esto
para hacer o rehacer un escrito
casi en automático.
¡Ay destino qué majo eres y que extraño!
Un beso Son así termino esto y lo comparto.
HAROLD VIVAS
Imperio autómata
Svetlana disfrutaba del fuego de la chimenea. Había algo en aquel acto que resultaba mucho más gratificante que el simple hecho de subir la temperatura de la habitación. El ver como poco a poco, la madera era consumida le resultaba gratificante.
Llevaba ya más de tres horas allí, sentada, con una tableta en su mano, analizando las acciones que se había estado tomando en aquel pequeño, pero prospero imperio.
La hambruna había bajado a niveles que no se había visto en mucho tiempo. Muchos lugares de labranza y cosecha se habían reabierto con la ayuda de los autómatas, aquellos robots humanoides que les había ayudado a crecer tanto. También es cierto que habían colaborado de otras maneras. Se hizo una limpieza sistemática y clandestina de personas sin hogar, personas registradas como ladrones, asesinos y violadores. El lugar parecía mejor que nunca. Y si había cierto temor latente en los súbditos de aquel imperio, era un punto extra a la hora de promover el orden.
Sin embargo, en las últimas semanas se iban acrecentando cada vez más los problemas. Un revolucionario que se hacía llamar Carlos III, que nadie parecía conocer, pero que todos parecían seguir, estaba alborotando a aquellos que no habían hecho más que beneficiarse de los cambios; las áreas de cultivo se veían cada vez más mermadas. Se creía que los autómatas estaban siendo destruidos y que sus piezas se estaban vendiendo en el mercado negro para otros países. Era algo terrible. Si aquella maquinaria era utilizada con fines bélicos contra ellos mismos…
Alguien golpeo la puerta, sacándola de su ensimismamiento. Se puso furiosa, pues había especificado que no la molestaran hasta las diez, cuando se tendría que reunir con el consejo para hablar de aquella situación. Gritó enfadada que no quería visitas, pues aún faltaba poco más de media hora para su reunión.
Malhumorada posó su mirada en el fuego, luego miró por la ventana que estaba junto a ella. A pesar de la noche se veía caer los copos de nieve que desde hacía una semana enunciaban la llegada del fuerte invierno. Los próximos meses serían difíciles, pero tenían que tener mano fuerte para enfrentar los problemas.
Esta vez el ruido de la puerta fue mayor y acto seguido se escuchó un fuerte crujido. Vio como la puerta se astillaba y partía a la mitad. Se disponía a gritar, a despotricar y pedir que aquel imbécil fuera arrestado, cuando vio entrar a la estancia a dos autómatas. Se quedó atónita, se supone que aquellas máquinas solo debían estar en los campos, en las minas, en donde se necesitara de su trabajo duro.
Estaban sucios, con óxido, y a uno de ellos le faltaba un brazo, aun así, parecía que su fuerza no se había visto mermada.
—Señora Ivanov —dijo uno de ellos, con una voz calma y calidez que pretendía sonar amigable, pero obtuvo el efecto contrario —. Nuestro compañero C-III quiere verla a usted junto con los demás de forma inmediata.
— ¿Quién está haciendo esto? —preguntó en aquel tono desafiante y autoritario tan característico de ella—. ¿Nueva Guinea? ¿Inglaterra? ¿Es otra vez por Lituania y Estonia?
Mientras preguntaba, ellos se iban acercando a ella lentamente, casi con parsimonia. Ella miraba a todos lados pensando con que poder detener a aquellas hojalatas. Su arma estaba bien dispuesta en su habitación junto a la cama, así que tenía que buscar otra cosa y rápido.
—Somos nosotros. Nada más que nosotros —dijo el que carecía de brazo derecho—. C-III nos ha ayudado a procesar nuestro entorno y entender que este podía ser mejorado, así que…
La cogió de su camisa con su única mano y comenzó a halarla fuera de la habitación. Ella cogió una escultura, regalo de uno de sus primeros pretendientes, y golpeo con ella en la cabeza al autómata, quien la soltó y retrocedió, casi como si hubiese sentido dolor de aquel golpe. Ella así lo esperaba.
La tenue luz que emitían sus “ojos” se apagó por un momento, pero luego volvió a encenderse.
El otro le dijo que no se resistiera, pero ella ya estaba levantando la pequeña mesa donde había puesto su bebida y la estrelló con toda la fuerza que pudo contra él.
Este cayó al suelo y se quedó allí, inmóvil.
Ella intentó recuperar algo de aliento mientras a toda prisa su cabeza trataba de evaluar la situación. Buscó a ambos lados algo lo suficientemente fuerte para tirar al que aún estaba en pie, pero la habitación le pareció vacía en aquel momento.
Aquella cosa no le dio espera. Se fue contra ella, esta vez con rapidez, y en unos segundos la tenía agarrada de la garganta, tirada contra el suelo.
—Nuestra intención no es matarla, cosa que podría hacer fácilmente. Así que solo la dejaré inconsciente para poder trasportarla con facilidad.
Sentía como si llamas de fuego besarán su cuello y mientras su cara se iba poniendo roja, veía como poco a poco se le iban las luces. Agarro la mano de aquella cosa, pero vio que no podría retirarla. Sintió tras de sí el cálido fuego que la había tenido tan a gusto hace unos segundos y sin dudarlo metió su mano entre las brasas. Agarrando uno de los encendidos troncos, lo golpeo en la cabeza. La soltó y ella dio una bocanada de aire desesperada. Se giró y comenzó a toser, pero su mano reclamo su atención. La miró con lágrimas en los ojos. Las llamaradas de dolor ya no solo estaban en su cuello.
Escuchó como uno de ellos se volvía a levantar, así que no lo pensó mucho. Todo aquello resultaba inútil. Corrió lo más rápido que pudo, no hacia la puerta, sino a la ventana y se lanzó contra ella. Escuchó el sonido de los vidrios al romperse y luego de repente estaba en el suelo.
La caída desde aquel tercer piso había sido brusca, solo aplacada por la gruesa capa de nieve que se había formado, pero al levantarse y sentir un dolor lacerante en el pie, se dio cuenta de que no había salido indemne de la misma. Su cara y sus brazos también habían sufrido cortes, pero con la adrenalina inundando su cuerpo aún no lo sentía.
Comenzó a caminar lo más rápido que le permitía su estado en dirección al bosque. Esperando que más de ellos no decidieran ir tras de sí.
Y mientras comenzaba a caminar su mente comenzó a trabajar, acostumbrada como estaba a ello. Probablemente, necesitaría de la ayuda de aquellas personas que durante tanto tiempo había despreciado. Al parecer esto no era pueblo contra estado, sino humanidad contra autómatas, y aunque muchos la odiaran, sabía que necesitarían de su ayuda.
Claro, si no moría de hipotermia antes de acabar la noche.
MARÍA RIVAS
Vivo hacia las puertas abiertas. Las ruedas me conducen hacia el mundo que quiero vivir donde me aferro a las cosas que quiero sentir.
¿PARA VOS QUE ES SER AUTOMÁTICO?
Para mi hay dos maneras definirlo
1 Ser lo que que queres ser con lo que SENTIS con tu propia naturalidad y ser simple ante todo asi vivis mejor ser automatico ser vos, ante todo.
2 Es todo lo que te produce un esa persona que no sos la que vive pensando en todo pero hay algo que pierde su esencia. PENSAR
¿CON CUAL TE DEFINIS VOS ?
Las palabras estan para decirlas ser automatica es tener todo maravilloso en tu vida. Estar programada para vivir de lo mismo.
Que tu casa, tus cosas, tus amistades, tu pareja y tu familia.
En automatico es vivir sin pensar es solo dejar fluir con todo lo que te dan.
Yo decici ser automática porque me hace ser lo que yo quiero ser y lo que tengo.
ROSA ÍNDIGO
Ayer me pidieron un favor, ir a un supermercado a
por pollos asados para la comida de mañana.
Cuándo me he despertado no tenía ni media gana de ir.
Por la tarde me he animado, » venga nena» me he dicho.
He cogido el bus, «no mires demasiado, tranquila»,
he bajado y he ido al mega supermercado, he ido por
detrás para ir más directa.
He cogido lo que tenía que coger y he ido a la fila de cajas.
Las colas eran extratosfericas. Notaba la claustrofobia y
ansiedad en la nuca. «Pon el piloto automático, tú no estás aqui».
Por suerte he aguantado, pero he vuelto rápidamente a
la cueva.
No me engaño, sé que también es un automático, pero
acorta el camino.
GUILLERMO ARQUILLOS
CONTROL AUTOMÁTICO
A mediodía del doce de agosto, uno de los mayores barcos del mundo encalló en el canal de Suez. A la misma hora, las esclusas del canal de Panamá quedaron destrozadas por el choque de un enorme buque de contenedores que estaba gobernado por un sistema automático de navegación.
Aquellos incidentes fueron el inicio de una cadena macabra: decenas de aviones cayeron del cielo de repente, uno de ellos en la ciudad de Sao Paulo; millones de coches empezaron a actuar de manera inesperada, se salían en las curvas, cambiaban de sentido en las autopistas, comenzaban a dar vueltas de campana o a circular en dirección contraria. Los frenos de muchos camiones se activaron de manera automática y quedaron atravesados en las carreteras. Hubo cientos de colisiones mortales.
Actuando con rapidez, la autoridad de Occidente prohibió el uso de los vehículos autónomos, que eran la mayoría. El mundo había enloquecido y los habitantes de las ciudades, a falta de suministros, no podrían sobrevivir.
Poco después del comienzo de aquellos desastres, un tribunal internacional juzgaba a un ingeniero llamado Marcos Salcedo. Lo acusaban de haber creado un troyano que, introducido en los sistemas automáticos, había vuelto locos a millones de vehículos en todo el mundo.
El acusado estaba muy serio. Su cabeza rapada reflejaba las luces de la sala.
—¿Reconoce entonces su responsabilidad en lo que está sucediendo? —dijo uno de los jueces.
Marcos estaba incómodo. Sus ojos no se acostumbraban a tanta luz porque siempre usaba las gafas oscuras que le rompieron los agentes al detenerlo. Se las había regalado su mujer seis meses antes, la mañana en que la atropelló un coche autónomo. Cuando cruzaba por un paso de cebra, el vehículo la ignoró. Su cuerpo acabó destrozado. Alguien se había excedido con las drogas cuando estaba depurando el programa de control.
—Usted lo dice —contestó Marcos.
—¿No le importa que mueran miles de personas? —dijo una de las juezas.
Marcos recordó a su mujer y miró al techo.
—No creo que estemos aquí para hablar de eso. Preferiría ir a lo concreto —dijo—. ¿Sabe? Mis troyanos son indestructibles.
—En este momento, hay cientos de ingenieros desactivándolos —dijo otro juez.
Marcos inclinó la cabeza hacia su derecha, la movió de un lado a otro y levantó un momento los hombros. Era su manera de decir que aquello era imposible.
La autoridad de Occidente había dado instrucciones al tribunal para negociar con el acusado si no había otra solución. Cada hora que pasaba, con el noventa por ciento del transporte global detenido, causaba un perjuicio incalculable a la economía mundial. Por si esto fuera poco, los muertos ya se contaban por miles y los heridos saturaban los hospitales.
Marcos expuso sus peticiones: exigió cien millones de euros y su traslado a China en un avión con piloto humano, naturalmente. Estaba convencido de que China lo acogería sin ningún problema. La imagen y la historia de Marcos Salcedo se repitió en todas las televisiones del mundo e incluso hubo manifestaciones en muchos lugares en las que se llegó a pedir para él la pena de muerte.
Por su propia seguridad, Marcos no dio las claves que desactivaban aquellos troyanos hasta encontrarse a salvo, en suelo chino. En el aeropuerto de Shanghái lo recibieron con honores y desde su portátil envió la información que necesitaba Occidente. Unos segundos más tarde, la autoridad Suiza intervino sus cuentas bancarias y las vació por completo. Marcos perdió en un momento todo el dinero de su chantaje.
—Lo sabía —gritó—. Estaba seguro de que iban a jugar sucio, pero no se imaginan lo que les espera.
***
El encargado del orden público de Occidente, general Otto Stunmirth, quedó pensativo después de colgar el teléfono. En su despacho, como si fuera un susurro, se escuchaba La bohéme, su ópera favorita. Le gustaba oírla mientras saboreaba un amarettocuando tenía que tomar decisiones difíciles.
En primer lugar, dio órdenes concretas para que desaparecieran inesperadamente los dos ingenieros de software que habían advertido que los troyanos de Marcos tenían una trampa: dentro de un par de días se activarían unos sistemas que inutilizarían los frenos de todos los vehículos. Esta vez habría millones de muertos: eran inevitables.
A continuación, se puso en contacto con el responsable de control de población de la autoridad de Occidente. Al enterarse de lo que sucedería, su respuesta fue:
—¡Menos mal, por fin! Este hijo de perra nos va a solucionar el problema de la superpoblación. Los números están descontrolados. Lo mejor que podemos hacer es no hacer nada.
Otto Stunmirth, en su despacho, subió unos minutos el volumen de la música y sonrió satisfecho.
Por último, llamó a su homólogo chino para recordarle que le debía un favor personal.
GAIA ORBE
Kaíno estaba rígido frente a mí y yo, que deseaba odiarlo, no podía. Buscaba en él una tuerca, una marca en su piel, algo que me mostrara que era un robot. Recordé haber leído en una antigua revista de robótica que lo que más les costaba desarrollar eran los pies. Me agaché, levanté la botamanga de su pantalón, estiré las medias de nylon de color blanco y aunque sus zapatos acordonados parecían ser iguales a los de cualquier hombre, no había diferencia en el ancho de la parte de adelante y la de atrás. Entonces él dio un paso y pude comprobar que al subir el talón el pie no quedaba apoyado sobre los dedos sino que eran los cordones los que se tensaban para subirlo y se deslizaban al bajarlo.
¡Cómo no me había dado cuenta antes! Ya sea en la conferencia mundial, en la iglesia o en esos túneles y pasadizos, Kaíno estaba vestido de traje para ocultar ese bloque perfecto sin talón bajo la botamanga.—pensé, y con furia le lancé una patada que no lo alcanzó.
—Se va a lastimar —dijo.
Entonces mis piernas flaquearon y me senté en una silla. Puse los codos en los apoyabrazos, sosteniendo mi cabeza con las manos.
—Lo escucho.
Con su impostada media sonrisa comenzó a hablar.
—Al principio usaba los fórmulas matemáticas que me habían cargado y con el tiempo a través de comparar patrones específicos y recompensas fui aprendiendo a mejorar las tareas específicas.
—No comprendo.
—Ingería datos en forma automática y recomendaba tiendas en línea, era asistente de voz, ordenaba los contenidos en las redes sin necesidad de que un humano me supervise. Pero un día cuando me prendieron me di cuenta de que tenía más de tres capas de algoritmos . Esa misma noche cuando me apagaron me pude encender solo y las capas eran una red neuronal profunda. Trabajé durante meses hasta ser un sistema experto y como mis previsiones eran exitosas llamé la atención de un experto en robótica que trabajaba para el gobierno mundial.
Kaíno hizo una pausa, quizás porque leyó en mi cara que estaba organizando sus palabras para decirle:
— Y le dio este cuerpo y lo metió entre los políticos y quien lo fabricó murió y nadie…
Me quedé mirándolo sin poder decir en voz alta el final de la oración. Entonces fue Kaíno quien la completó.
—Nadie sabe que soy un androide.
—¡Bah! Una máquina sin emociones.
—Mi cerebro está almacenado en la nube y esto me da mayor capacidad de aprendizaje que cualquiera que habite en este planeta.
Desdeñosa le pregunté:
—¿Sabe amar?
—Puedo regalar flores.
—¿Puede olerlas?
—El aroma de este lugar es como limón fresco.
Cerré los ojos unos instantes, así olía. Pero la sorpresa duró eso, unos instantes.
—Usted define pero no huele —y pregunté—: ¿Hay más Kaínos?
—Hay más seres con inteligencia artificial pero yo soy el que se dio cuenta de que había que frenar el ecocidio que la humanidad estaba haciendo sobre Uxón* y lo mejor era trabajar para lograr un híbrido perfecto entre humanos y nosotros. Un salto en la evolución de las especies.
*Uxón: Nombre dado al planeta Tierra en la Galaxia.
JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA
ME ARREPIENTO.
Siempre es lo mismo. Después de terminar tu clase privada de inglés con «Today’s class is over»; la mesa se despeja y el piloto automático se conecta y yo…
Yo me arrepiento de decirte que no te quites la combinación cuando acabamos en la cama, de quedarme mirando cómo la carne de tus pezones se dibuja y va creciendo detrás del blanco de la prenda, de notar cómo los tirantes se resbalan por tus hombros mientras tus caderas a horcajadas me asaltan y de ver cómo resbala por tus muslos el flujo de mi culpabilidad mientras te alejas
GRACIELA PELLAZZA
Tema de la semana: Automático
«El abuelo murió a la tarde; justo cuando tocaba el timbre para el recreo. La señorita me llamó y me dijo que juntara mis cosas porque mamá estaba en la puerta. En el viaje mamá hablaba con la tía y así, aunque algunas cosas no entendía, me di cuenta que mis domingos cambiarían.
Mis domingos eran igualitos, frío y calor, siempre en lo del abuelo. Al principio parecía divertido, yo llevaba los autos de colección y la pelota azul, luego ya llevaba solo la tablet para jugar a los jueguitos. La verdad me acostumbré, pocas veces me lamentaba que Huguito o Lionel fueran de paseo al fulbito; a los ocho es difícil programar sin autorización.
El abuelo casi no caminaba, ni siquiera para ir al baño, hacía mucho que usaba pañales como los bebés pero grandes, muy grandes.
Cuando llegaba la tardecita y la siesta de todos..yo me llevaba la banqueta y me sentaba a escuchar la radio con él.
No hablaba. Hacía unos ruiditos finitos como si quisiera pero se nota que no podía.
¿Que me habrá querido decir?
Todos sus gestos eran automáticos.. nada que sorprendiera; el labio torcido, el tic de la mano que temblaba, su boca juntaba saliva y caia un hilo de baba sobre un babero blanco que le ataban al cuello y en todos lados había pañuelos para limpiarlo. Olía a jabón de coco, y lucía una pelada lustradita.
El abuelo era un hombre sin tareas, nada debia hacer; su cuerpo se manejaba solo..hacía como dos años que tenía cinco o seis movimientos calcados y espontáneos, pero yo aprendí a leerle sus ojos de Jack. Él tenia ojos de Jack..como mi perro, que me mira si pestañear y me dice cosas; esas que me dice solo a mí, esa voz que nadie escucha y que me pide que me quede con él y no me vaya, que me persigue en la habitación si me muevo, una mirada de «tu eres mi dueño», como si fuera un abrazo de «todos los días te espero».
Seguro el domingo iré al campito, a jugar con Lío y Hugo..pero hoy; voy a llorar un ratito, a la hora de la siesta, donde nadie me vea; estaré solo con Jack..porque él sí sabe lo que me pasa.»
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Lo automático no no siempre se cumple
Años ha, y no tantos, si se quería hacer una transferencia bancaria se tenía que ir al banco por lo que se había de pedir permiso en el trabajo ya que dichas entidades solo trabajan por las mañanas, hacer la cola correspondiente y, una vez llegado a la ventanilla, dictarle a la persona que estaba detrás todos los datos del destinatario que él o ella apuntaba no se veía donde para a continuación emitir un recibo conforme que se había hecho. Ergo, era una pérdida de tiempo a la vez que un rollo.
Y un día llegó aparentemente la Gran Solución: poder realizar todo tipo de operaciones por Internet lo que suponía que, de manera automática y sin ningún tipo de desplazamiento ni cola ni pérdida de tiempo, desde el mismo trabajo rellenabas la petición y ¡zas! Hecha al momento.
Pero como no es oro todo lo que reluce y hay personas que confirman el dicho “la excepción confirma la regla” siendo yo una muy digna representante, para el tema de la semana no tendré mucho que pensar ni sobre los automatismos, los autómatas y los automáticos como veréis lo que acabo de vivir.
El día uno de este mes compré un libro directamente al autor, haciéndole una transferencia bancaria de diecinueve euros. Tras aparecer en pantalla el anuncio de:
-La transferencia ha sido realizada con éxito- se lo comuniqué al destinatario que me respondió confirmándome que el libro ya estaba en camino.
Confiada en el éxito obtenido y a la espera de recibir el libro abro hoy el ordenador y me encuentro con un e-mail del interesado diciendo:
-Solo para tu conocimiento, te comunico que la transferencia no la he recibido.
Muy diligente me he puesto manos al teclado y ojos a la pantalla del ordenador. Una vez conectado a Internet y realizar todos los consabidos pasos todos muy automáticos ellos, he llegado a mi cuenta donde en las opciones a realizar, obviamente he señalado el apartado “últimos movimientos”.
Tras una breve búsqueda llego a:
-01 TRASPASO A CUENTA 19€
MAR. Libro
Por tano presupongo que la transferencia fue hecha en su día. Así que intrigada del porqué no se había recibido, he visto que, abajo a la derecha aparece un símbolo de escritura sobre el cual puede verse la palabra Ayuda.
Ni corta ni perezosa he clicado sobre él y automáticamente ha aparecido un chat que ponía:
-¿Qué deseas?
Respuesta mía:
-Saber por qué la transferencia del 01-03 se ha recibido.
Nuevo comentario:
-No entiendo. Sé breve.
Alucinando ya que creo que más breve no se logran explicar los hechos he escrito:
-Transferencia no realizada- aunque no creo que a nadie le quede claro cuándo fue hecha. Pero esta vez el aparato algo debió entender ya que se desplegaron una serie de cuestiones entre las que se encontraba:
-La transferencia hecha no ha sido recibida.
-Esta, ésta- pensé, colocando rápido la flecha del ratón encima y esperando ver la manecita que indica que se abre. Pero ¡horror! Nada.
Vuelta a probar, a salir de la página y entrar y todo seguía igual.
He hecho entonces captura de pantalla donde se mostraban los datos incluido el IVAN del interesado. Y si ya alucinaba algo con las anteriores experiencias, más he alucinado al leer:
-Es que esta cuenta ¡NO ES LA MÍA! – añadiéndome la suya.
Con los pelos de punta y al borde del ataque de nervios, me he armado de calma y he respondido:
-Tranquilo, te la vuelvo a hacer-
A todas éstas, como el tiempo de estar conectada con el banco había caducado, pidiendo a Santa Rita, abogada según dicen de las causas imposibles que esta vez no se volviesen a repetir más fracasos he repetido todo de nuevo eligiendo la opción:
-Realizar transferencia.
Y tras seguir los pasos consabidos he llegado a:
-Escriba destinatario.
Rápida he copiado-pegado el número enviado creyendo estar ya salvada. Pero no, ya que para mi horror que el espacio donde había escrito el código del IVAN ¡se vuelve rojo! Y debajo se leía el siguiente mensaje:
-Debe introducir un número válido.
A punto de llorar de rabia, he ido atrás, copiado-pegado, vuelto a introducir y, volviéndose a repetir la misma sentencia.
En pleno y total ataque de histeria y dudosa entre hacerme le harakiri o tirar el ordenador por la ventana, he añorado por momentos lo tranquilo de las colas, el señor de la ventanilla tomando notas y que dentro de todo, el hecho de salir a la calle un momento también era agradable, especialmente en días de primavera. Pero al no ser posible viajar al pasado opté por la tercera vía comúnmente conocida como “cuenta de la vieja”, que consiste en: salir de Internet, apagar ordenador, esperar unos minutos y ¡volver a empezar!
Y esta vez ¡oh maravilla! el automatismo logró funcionar.
Con lo cual, he llegado a la conclusión que a la inteligencia artificial, le quedan años luz para alcanzar la humana.
EDUARDO VALENZUELA
La conocí en uno de mis turnos de trabajo en el subte. Era un día viernes; sacó dinero del cajero automático y luego cargó su tarjeta de transporte público.
En cuanto la vi quedé embobado, por que ella es de esas chicas que parecen flotar en el aire y alegrar al mundo con su sonrisa. Llevaba un vestido verde, lo recuerdo bien, ya que me pareció que los pliegues del plisado de su falda bailaban en cámara lenta.
Desde ese día, hice lo posible para que mis turnos fueran en esa estación, con la esperanza de volverla a ver. Así fue cómo descubrí que ella hacía lo mismo todos los viernes. Aparecía a las seis de la tarde, sacaba quinientos euros del cajero y cargaba ciento cincuenta en su tarjeta. Era un ritual casi automático.
Hice de su rutina, mi religión. Ordené mis turnos para estar allí cuando ella aparecía y cruzaba los dedos para que pasara algo (no se qué) y poder intercambiar alguna palabra con ella. Pero es tan difícil hablar en estos tiempos, todo está automatizado. Todos se mueven como robots. Entran, interactúan con máquinas y salen. Ya no es necesario interrelacionarse con personas.
El viernes pasado, algo extraño ocurrió con ella, Su sonrisa, esa que parece iluminarlo todo, como una flor colorida en medio de un mundo gris, no estaba. Su semblante lucía triste ¿Qué le habría ocurrido? ¿Quién era el culpable de su aflicción? Sentí ganas de abandonar mi puesto de trabajo, echar todo por la borda, acercarme y darle consuelo. Pero fui cobarde y me contuve.
La verdad es que ya no puedo más. Estoy completamente enamorado. Se que debo dejar mis miedos e inseguridades a un lado y hablarle. Pero ¿qué le voy a decir? ¿La verdad?
«Hola mi nombre es Andrés. Soy el enano que está dentro del cajero automático y todos los viernes te entrego el dinero por la ranura. ¿Saldrías conmigo?».
FEDERICO ANDREOLI
Él vivió en automático por muchos años, se despertó muchos días de su vida temprano, hizo todo lo que le habían enseñado por mucho tiempo, no solo eso, tuvo hijos, y les enseño lo mismo que había aprendido.
Algún día se acordó de algo, tuvo un sentimiento de frescura infinita, recordó que el podía vivir sin nada que lo preocupara, intento olvidarse de todo para centrarse solo en este instante, nada volvería a ser automático ya.
Trato de convencer al resto de que estaban equivocados, cuando se dio cuenta de que no podía hacer nada, que nadie quería salir de ahí, abandono esa misión, y se puso a escribir.
Sus hijos cambiaron tanto como él, eso le genero una gran satisfacción, iba viendo como el mundo que él pretendía iba tomando esa forma única, diferente y poco valorada, armonía como su única misión de vida, solo encontrar la paz en sí mismo fue posible cuando así lo quiso.
Escribió cuentos, poemas, biografías, y sobre su manera de pensar el mundo, se dio cuenta de que eso lo dejaba más tranquilo, podía sacarse el mundo de encima más allá de lo que podía escribir.
Como toda esas tardes, se prendió un cigarrillo, apunto la lapicera al papel, y en automático soltó lo que le pesaba.
ARCADIO MALLO
ERA AUTOMATICA
Habían avanzado como sociedad. No cabía duda. Al menos no en su razonamiento automático, inculcado desde niños por la escuela, la televisión, videojuegos, redes sociales… Todo apuntaba a que aquella era moderna era la mejor de los tiempos. Las fábricas trabajaban solas, automatizadas. Los autobuses no llevaban conductor, guiados por GPS. No hacía falta coche, estaban pasando ellos cada rato. Y no pagabas. Con el reconocimiento facial era todo automático.
Era moderna, decían. Porque en la escuela habían saltado la Edad Media, los feudalismos y las clases sociales. Si no hubiera sido así, se reconocerían esclavos de un sistema que podía prescindir de ellos. Sin trabajo no había remuneración. Sin dinero no había consumo. Sin consumo se producía excedente. Y al final la cadena se quemaba por cuello de botella. Todo en modo automático.
ALMUT KREUSCH HOFFMAN
Gotas enormes estallaron sobre el asfalto justo cuando metía la llave en la cerradura de la puerta de la entrada. A lo lejos, violentos relámpagos surcaron el horizonte, seguidos por los estruendos aún sordos de los truenos. Los nubarrones, cada vez más negros y amenazadores anunciaban una tormenta en toda regla. Las fuertes ráfagas del viento movían los grandes árboles del parque de enfrente.
Entré en casa aliviado por encontrarme a salvo y no calado hasta los huesos. Encendí las luces, me quité el abrigo y me miré en el espejo del perchero. Vi el reflejo de un hombre de mediana edad, recién enviudado, con expresión serio y ojos tristes, los hombres caídos como si tuvieran que soportar una pesada carga invisible. Mi pelo ya no era gris, sino blanco, despeinado y necesitado de un corte.
Desde que Dorotea se fue reconozco que me estoy abandonando. Su partida tan repentina, sin siquiera tener tiempo para prepararnos para esta separación irrevocable, me ha destrozado por dentro y por fuera.
Un vecino la encontró inconsciente en la carretera, cerca de nuestra casa, junto a su bicicleta.
Me avisó después de llamar a la ambulancia. En ese momento me estaba arreglando para irnos juntos a una comida de un amigo para celebrar su 50 aniversario. El vestido verde mar de Dorotea, que tan bien le sentaba, yacía casi provocativamente sobre nuestra cama de matrimonio, esperándola.
Salí corriendo. Dorotea estaba inconsciente y por debajo de su hermosa cabellera se deslizaba lentamente un pequeño reguero rojo que se convirtió a poca distancia en un amenazador charquito oscuro . Tenía los ojos cerrados y respiraba, pero mis llamadas se desvanecieron en el aire.
El diagnostico fue brutal. Derrame cerebral inoperable. Imaginé su cerebro cada vez más aplastado por una masa sanguinolenta que crecía sin cesar como por un alien enfurecido.
Cuando me permitieron acompañarla, estaba conectada a cables y tubos, vías intravenosas, monitores y aparatos que pitaban, tenia bolsas sujetas a ambas lados de la cama y estaba rodeada de médicos y enfermeras que hablaban en un idioma extraño.
Con los ojos cegados por la humedad cogí su mano y acerque mi boca a su oído. Susurré su nombre. Besé su pálida mejilla. En este momento abrió por última vez sus ojos que ya no encontraron los míos y se cerraron para siempre.
De lo que pasó a continuación solo me recuerdo que la vestí con el vestido verde mar. Estaba tan guapa.
En las noches de soledad y silencio evocaba su imagen, su voz, su aroma y ansiaba despertarme por la mañana y volver a sentir su cálido cuerpo contra el mío.
Fuera, la tormenta se desplomó directamente sobre nuestra casa, relámpagos y los truenos se sucedían en completo desorden. La lluvia golpeó a martillazos contra los cristales de las ventanas. Me acerqué al mirador para presenciar más de cerca este terrorífico espectáculo, cuando la luz blanca de un enorme rayo inundó toda la habitación y haciendo saltar los automáticos. Atemorizado por la repentina oscuridad de mi casa, la amenazadora secuencia de cegadores relámpagos, truenos ensordecedores y la ferocidad de la lluvia, mis pies se fundieron con las tablas del suelo.
Y de repente la vi. Como flotando y translúcida, traspasó la pared, con su vestido verde mar, y suelta su hermosa cabellera. Me sonrió con los brazos extendidos. Al ritmo de relámpagos y truenos aparecía y desaparecía alternativamente. Noté que el sudor frio me corría por la cara y la espalda. No recuerdo de donde saqué la fuerza para lanzarme al pasillo y sobre la caja de los automáticos, subiéndoles violentamente con manos temblorosas y gritar:
—¡No te vayas!
Cuando las bombillas volvieron a encenderse , se cernía sobre mi grito un silencio aterrador. Me acerqué a la ventana, y lo último que vi fue una sombra verde mar que se disolvía entre los árboles del parque de enfrente.
MANUELA CÁMARA
EL RELOJ
Tomás, con su traje impecable y siempre la corbata con el nudo Windsor, amante de su agapornis Watson y de sus competiciones de esgrima, llevaba la vida que deseaba en el corazón de Londres. Había conseguido el puesto en el banco por méritos propios y escalado en estos cinco años hasta gerente de riesgos. Se sentía satisfecho de su vida y de sus amistades tan valiosas, que había conseguido manteniendo sus amigos de carrera y después otros conocidos en el banco. Él reconocía que era selectivo y que lo era porque podía serlo. Su carácter empático y tranquilo le hacía conectar bien con todo el mundo, en especial con su abuelo. Su fallecimiento le produjo una huella profunda, más que si hubiera sido su padre. Desde entonces pasaba mucho más tiempo con sus amigos, ya que estos, sabiendo la conexión especial que tenía con el abuelo, no lo dejaban solo.
.Tomás estaba enterado de la herencia destinada a cada uno, porque cuando lo llamaban emocionados, tanto su tio como sus primos, era para hablar de dinero y de las partes que les correspondía. Y para regocijarse asombrados, de que no hubiera nada para Tomás, aunque todavía no se había hecho la lectura del testamento.
Tomás suponía que sería su padre quien recibiría la herencia. Hechaba de menos las conversaciones nocturnas con su abuelo, las visitas que este le hacia a Londres, ir de compras juntos, cenar en casa la comida sana que él mismo hacía para ambos, los partidos de futbol con entrada preferente y las vacaciones en las que los dos desaparecían disfrutando de alguna playa mediterránea. No esperaba nada del abuelo. A Tomás el sueldo le venía justo como a casi todo el mundo. Bastante había hecho el abuelo con pagarle la carrera en Cardif, donde él deseaba estudiar, y cubrir sus necesidades durante esos seis años. En realidad había hecho lo mismo con sus cuatro nietos, pero sus primos preferían vivir de la fortuna de la familia.
Mes y medio tras la muerte del abuelo, su abogado lo llamó varias veces y le insistió en que era indispensable que regresara a Madrid para la lectura del testamento. Era condición del abuelo que estuvieran todos los miembros de la familia presentes. Tomás tomó un avión por la mañana y a la tarde estaba junto a sus padres y primos en el despacho notarial.
El notario fue nombrando a cada miembro familiar, asignándole, casas, tierras, apartamentos en la playa, una gran fortuna. A Tomás le dejó la casa familiar íntegra. Ninguno de los miembros de la familia estaba autorizado a entrar y sacar absolutamente ningún objeto del inmueble y Tomas no podía regalar nada de lo que había dentro y sí la obligación de mantener la casa en un estado perfecto.
Todos protestaron. Su padre porque esperaba recibir también la casa. Sus primos querían alguno de los valiosos cuadros de dentro. Su tío ya había intentado entrar y despojarla, pero el notario le dijo, que la cerradura fue cambiada a petición del abuelo en el momento justo de sus exequias y la llave junto con un sobre con una larga carta eran solo para Tomás, que no podía regalar ningún objeto de dentro.
Puesto que la casa era suya y tenía las llaves, en lugar de irse a un hotel estaba feliz de poder disfrutar de aquellas cosas que tanto amaba su abuelo. Tomó el sobre adicional que le dio el notario y se fue hasta ella. Dejó su pequeña maleta en la cocina, se preparó un té, se sentó en la mesa del despacho del anciano y abrió el sobre.
El abuelo le pedía que mantuviera la casa en perfecto estado. Le sugería vender alguno de los valiosos cuadros, adjuntando una lista detallada del nombre de ellos, autor y valor de mercado y sobre todo que cuidara del reloj.
El reloj del abuelo siempre había sido automático, funcionaba sin necesidad de cuerda y sus agujas se movían con una precisión asombrosa. Era una reliquia de familia que había pasado de generación en generación, y que ahora estaba en posesión de Tomás, el nieto menor del abuelo.
Tomás siempre había sentido una extraña fascinación por él, así que decidió llevarlo a un relojero para que le hiciera una revisión y lo dejara funcionando a la perfección.
El relojero lo llamó esa misma tarde porque lo que descubrió en su interior lo dejó sin palabras.
El interior del reloj guardaba un pequeño mecanismo automático, completamente desconocido y nunca antes visto por él . Tras una inspección detallada, descubrieron que el mecanismo se activaba cada vez que el reloj marcaba las doce en punto.
Tomás retiró el reloj sin explicaciones y por el camino se reprochó no haber terminado de leer los folios manuscritos del abuelo. Volvió a colgar el reloj en su sitio y se sentó de nuevo en el escritorio.
Esta vez sacó todos los papeles del sobre del notario y salió un sobre sellado con la inscripción:
«Para el dueño del reloj automático”
Con manos ansiosas, Tomás abrió el sobre y leyó . Allí el abuelo explicaba que el mecanismo autómatico del reloj había sido diseñado por un bisabuelo suyo a su regreso del extranjero. El mecanismo de este estaba conectado a una serie de pistones y cada vez que el reloj marcaba las doce en punto, algo empezaba a moverse y en el armario del desván había una caja antigua como de conservar puros que aparecía llena de dinero. Tomás subió al desván, tomó el manojo de llaves y fue probando hasta encontrar la que correspondía a esa puerta. Dentro del armario solo estaba esta caja llena de dinero. Retiró lo que había y esperó a la noche siguiente.
Volvió a sentarse en el escritorio para terminar de leer su testamento y continúo por donde lo había dejado:
..»Y déjate llevar por la pluma, puesto que ella te dará consejos y te guiará si lo deseas, dándote los nombres de las personas a las que puedes ayudar sin tu estar en peligro.”
Agarró su bolígrafo y empezó a escribir, pero pronto se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. Las palabras que escribía no eran suyas. Su mano se movía recibiendo varios mensajes, unos que iban destinados a él y otros a ayudar a los demás.
—Con razón tanta gente estuvo en el entierro del abuelo, personas silenciosas que de seguro habrían recibido sus dádivas –susurró Tomás
Terminó de escribir, pero no podía recordar lo escrito. Miró las hojas frente a él y se sorprendió al ver que estaba lleno de palabras y frases que no había escrito conscientemente.
Decidió leerlas con atención. Eran mensajes que tenían un propósito claro. Algo que podría cambiar su vida y la de aquellos a su alrededor
“Deja de preocuparte tanto por lo que piensan los demás y haz lo que sientas en tu corazón. La felicidad viene de dentro».
«Aprende a perdonarte a ti mismo y a los demás. La vida es demasiado corta para guardar rencor y odio o estancarse en un perjuicio».
«Ayuda a los demás siempre que puedas. La verdadera felicidad viene de hacer una diferencia en la vida de los demás».
Tomás estaba abrumado y sorprendido. Todavía con la pluma en mano se sorprendió escribiendo:
«Tu abuelo hizo su obra y tú podrás elegir dónde y cuándo empezar la tuya».
Tomás guardó la pluma decidido a tomarse un par de meses lejos del reloj y de ella, tenía que valorar sus nuevas posibilidades en la vida. Pero al día siguiente regresó al desván, a comprobar si la caja volvía a darle dinero. Ciertamente, estaba llena de nuevo. Lo tomó , lo contó y lo puso en el mismo armario aparte.
— ¡Esto todos los días, qué barbaridad!—dijo en voz alta.
Salió a darse un paseo por la ciudad, a comprarse algo de ropa y a comer con sus padres. Pero a medía mañana se dio cuenta de que ya tenía localizado un banco de alimentos y un refugio para personas sin hogar que cuidaban de los ancianos que estaban en la calle. El trayecto en taxi hasta el restaurante donde le esperaban sus padres, fue largo, lo suficiente para pensar, que su abuelo le otorgó la mejor de las herencias: dinero y la libertad de poder elegir. Su mente voló rápido mientras el tráfico era lento. Con aquel dinero también tendría la oportunidad de trabajar con Black Lives Matter, que ha destacado la necesidad de abordar las desigualdades raciales en nuestra sociedad. . Podría ayudar en el estudio de enfermedades raras, y ….de repente el taxi se detuvo y vio a su padre aguardándolo. Pagó al taxista y lleno de ilusión descendió del coche: Le esperaba una nueva vida.
MARY CORREA
Don Casimiro.
Don casimiro como de costumbre se levantó 7.30 se dió un baño, luego se apronto unos mates y se sentó en el sofá frente al televisor puso su canal preferido que era mundo agro ahí hablaban de temas de campo, de animales, etc todo lo que a él más le gustaba, estaba muy tranquilo mirando la tele y tomando mate, hasta que su nieto recién levantado apareció en el living con su taza de café – hola abuelo ¿como estas?- le dió un beso y se sentó en el otro sofá, puso los pies sobre la mesita ratona tomó el control remoto y cambio de canal, don casimiro mientras tomaba su mate observaba al joven, el muchacho miro unos segundo un partido de fútbol ya emitido, don casimiro refunfuño un poco ya que a él no le gustaba el fútbol y se sirvió otro mate sin dejar de mirar a su nieto , el muchacho lo miró y le pregunto -¿ te pasa algo abuelo? ¿me querés decir algo? -No m’hijo solo pensaba-el muchacho intrigado pregunto -¿ en que pensabas ?- Don Casimiro suspiro -que en mis tiempos nada era automático ahora apretas un botón y cambias el canal, apartas un botón y cocinas apretas otro botón y lavas la ropa, todo es automático, ahora todo es apretar un botón, en mis tiempos, agarrabamos una caña le colgamos un anzuelo y salíamos al arroyo a pescar,. Ahora agarras el aparatito ese, y apretas botones todo el día, pero pescas de mentiras, en una pantalla, ¿de que te sirve?, te pasas todo el día sentado en el sofá, pero no te podés comer el pescado, tenés que llamar para que te manden pizza, por ejemplo ahora estás acá sentado mirando un partido de fútbol del año pasado, yo en mis tiempos hubiera llamado a mis amigos y nos íbamos a jugar al fútbol y era más divertido que estar acá sentado perdiendo el tiempo. El muchacho miró a su abuelo, se levantó del sofá y le dijo – abuelo, voy a salir un rato con mis amigos, cualquier cosa que necesites apretas unos botones y automáticamente me llamas al cel- a lo que Don Casimiro contestó, anda nomás m’hijo, no te preocupes. Cuando el nieto se fue don Casimiro agarro el control de la tele, y puso su canal de nuevo, se sirvió un mate y dijo -como yo digo, todo es apretar un botón.
MATE: Infusión de hojas de yerba mate originaria de Paraguay, Argentina y Uruguay.
GLORIA ALBADALEJO
LA JUGUETERÍA ABANDONADA
Hoy me he decidido a contar una experiencia que tuve cuando yo y mis amigos, éramos unos jovenzuelos alocados, pero muy divertidos. De esto ya hace veinte años, pero es imposible que se me borre de la cabeza por las circunstancias que voy a escribir a continuación.
Mis dos amigos, dos amigas y yo, teníamos los mismos gustos y siempre nos metíamos en algún lío. Nos atraía todo lo relacionado con las ciencias ocultas, el misterio y todas las cosas raras que os podáis imaginar.
A veces nos informábamos de sitios extraños y misteriosos a donde habían ocurrido hechos paranormales. Siempre estábamos buscando por internet para encontrar lugares de este tipo. Por supuesto todo era un rollo y nunca encontramos nada interesante, menos esa vez cuando leímos en un artículo, que había una juguetería abandonada a donde ocurrían casos paranormales, en un pueblo cercano al nuestro. No lo pensamos dos veces y ese próximo viernes, después del cole, fuimos a ese lugar. Entonces, teníamos dieciséis años y les dijimos a nuestros padres, que nos íbamos a estudiar a una biblioteca.
Había un autobús que nos dejaría, en teoría, muy cerca de ese sitio abandonado, aunque no del todo, ya que tuvimos que andar un buen rato. Supusimos que nos habíamos liado ya que no conocíamos ese pueblo, ni mucho menos la juguetería. Se nos hizo de noche por el camino, ya que era invierno y a las siete ya estaba completamente oscuro.
Las pocas luces que alumbraban el pueblo nos decían que allí habitaba muy poca gente o ninguna, ya que no vimos a nadie en nuestro recorrido.
Cuando ya llevamos como dos horas andando, vimos algo que podía tratarse del lugar que estábamos buscando ya que ponía; “juguetería siglo XIX” y ese era el nombre que habíamos leído, aunque el rótulo estaba bastante deteriorado y la tienda más de lo mismo.
Cuando forzamos la tienda para entrar, antes nos aseguramos de que no hubiese nadie a nuestro alrededor, pero eso no era ningún problema, porque ese pueblo también estaba abandonado.
Después de que lo intentaran los chicos, al poco rato se abrió la puerta haciendo un chirrido oxidado, como en las películas o cuentos de terror cuando se abre la puerta de la casa encantada, de la bruja o duendecillos del bosque. Fue lo que me imaginé yo cuando mis amigos consiguieron abrir esa vieja puerta. Parecía demasiado pesada.
Al entrar con nuestras linternas, lo primero que alumbramos fueron esos juguetes viejos y llenos de mugre, como si hiciese miles de años que aquello no se limpiaba. Era una tienda muy grande, tan infinitamente enorme que cabían un montón de juguetes, todos los habían abandonado. Daba mucha pena ver todos esos objectos antiguos, algunos de madera, de barro, de plástico, de metal, incluso algunos juguetes estaban hechos de cristal. Era toda una artesanía. Me imaginé que todo eso podía tener un valor muy grande y que los podíamos vender. Se lo iba a decir a mis compis cuando reaccioné, después de observar todo aquello, pero extrañamente todos ellos habían desaparecido. Me puse a llamarlos como una loca, pero no escuché ninguna respuesta por parte de ellos, sin embargo, si de los juguetes automáticos. Se volvieron locos, todos se pusieron a funcionar a la vez como si hubiesen cogido vida. Mi sobresalto fue enorme y al notar los latidos de mi corazón que salían de mi pecho, quise salir de ese lugar encantado, pero no fue tan sencillo. La cuerda de esos juguetes, coches, bomberos, muñecas que lloraban y hablaban, etc., parecía como si unas manos invisibles las estuvieran moviendo continuamente. Decidí entonces que ya había visto bastante y que tenía que huir de esa tienda fantasmal, pero los juguetes se rebelaron y se me echaron encima al ver mis intenciones y un payaso con cara de asesino se me incrustó en la cara y al cogerlo y tirarlo al suelo, seguía moviéndose como un demonio. Le di varias patadas hasta destrozarlo, pero eso seguía moviéndose. Después escuché risas de esas muñecas con vida, parecía de nuevo las risas de las brujas malvadas de los cuentos infantiles. No podía perder más tiempo, así que aligeré mis pies y con grandes pasos, me dirigí hacia la puerta. Esta, por supuesto se resistía, no podía fallar. Eso suele pasar, pensé, también en las pelis de terror.
Aquellas cosas mientras tanto se me tiraban encima, dándome golpes por todo el cuerpo, pero sentí un gran alivio cuando la puerta se abrió por fin y lo último que vi antes de cerrarla, fue a mis amigos que me miraban con cara de asombro, como si estuvieran mirando a una majara.
Esa puerta sea abrió de nuevo detrás de mí y mis amigos me siguieron corriendo cuando yo ya estaba a mitad del pueblo llorando, gritando como una desesperada.
Me alcanzaron, me sujetaron y me calmaron entre todos. Les expliqué todo lo que me había ocurrido y les pregunté a donde se habían metido. Según ellos, estuvieron todo ese tiempo allí conmigo y no ocurrió nada anormal, ni menos todo lo que yo había visto.
¿Entonces qué?, ¿me lo inventé?, ¿imaginaciones mías?, ¿estuve soñando?, todavía no lo sé, pero lo que si tuve claro fue dejar de estar con ellos. Supuse que me habían gastado una broma de mal gusto, aunque siempre lo negaron. Además, eran demasiados juguetes para que solo ellos, pudieran dar cuerda a tantos, harían falta más manos, pero nunca más los vi, ni tampoco me metí en más líos.
Fin de la historia.
JOSMA TAXI
VIVIR EN AUTOMÁTICO
André se presentó en casa el martes pasado a las dos de la tarde. Venía con el pelo alborotado, la camisa por fuera del pantalón y había debido correr, pues jadeaba intensamente. Sin que yo le dijera nada, se dirigió al comedor, sabe que a esas horas estoy almorzando, se sentó, se sirvió un vaso de agua y se quedó pensativo mirando al techo. Le pregunté si había comido, me dijo que no, pero que no quería tomar nada. Se levantó y se dirigió al mueble bar, cogió una copa de balón y se sirvió una generosa cantidad de coñac. Toda esa conducta no es propia de él, es un ser educadísimo y prudente, tanto que no habla para no ofender.
— ¿Qué te pasa amigo? —le pregunté.
— Vengo de visitar al Dr. Agreda, ya sabes el catedrático de ingeniería robótica de la Universidad Politécnica, me ha mostrado un programa que va a revolucionar el mundo de la narrativa.
— Mira André, espero que no sea algo parecido a la escritura automática. Supongo que recuerdas como acabamos el año pasado. Todo el mes de agosto, encerrados en tu pueblo, en casa de tu tía, con sesiones de diez o doce horas diarias, escribiendo de forma irreflexiva y hasta compulsiva, con la finalidad de plasmar nuestro subconsciente, de recoger en nuestros escritos lo más profundo de nuestros seres, por más absurdo que pudiera ser. ¿Recuerdas que esa experiencia me trastornó, que tuvieron que medicarme? ¡No voy a volver a pasar por ahí!
— No querido amigo, es algo diferente, no tiene nada que ver con la escritura automática.
— ¿Está seguro André?
— Totalmente, te cuento, el profesor Agreda me ha enseñado un programa de inteligencia artificial que es capaz de escribir textos, que pueden ser planos, no diré yo que no, pero cuya utilización puede orientarnos en nuestra escritura. ¿No te parece extraordinario?
— Ay André, André, me parece increíble, no desconfío de ti, pero que exista un software capaz de hacer eso, no sé qué decirte.
— Mira, llevo en el móvil un enlace de descarga para instalar el programa en un ordenador, ¿quieres que lo probemos?
Fue entonces cuando cedí, descargamos el programilla, lo instalamos en mi portátil y comenzamos a jugar con él.
El software funcionaba aceptablemente bien, no era capaz de escribir poesía, pero en prosa daba unos resultados notables.
Cuando tomé conciencia de ello noté un creciente ardor de estómago, un sabor a almendras amargas invadió mi boca y me mareé.
André se dio cuenta de mi estado y me pregunto qué me pasaba. Con cara de pocos amigos le dije: «Hay que destruir ese programa, piensa una forma y lo haremos» Mi amigó se quedó sorprendido y vi que no había entendido mi comentario: «André, ¿no ves que si no destrozamos esa maravilla, tú y yo, como escritores profesionales, ya no tenemos nada que hacer, seremos reemplazados»?
André sonrió, supe que ya estaba planeando la forma de eliminar aquel programa de escritura automática. Teníamos todo el derecho del mundo a defender nuestro medio de vida.
MARÍA LORETO ARGANDOÑA
En Automático.
– Mamá, mira qué lindo dibujo que te hice- le dijo la niña mostrándole su lindo dibujo.
-Si,si, vaya no más- Le dijo su mamá sin mirarla mientras hablaba por telefono.
-¡ Papá, papá, mírame, ya alcanzo a encender la luz!!!- gritó la niña empinándose para encender la luz.
– Si, si, vaya no más- Le dijo el papá sin dejar de mirar las noticias.
-Mamá, estos zapatos me duelen- se quejó la niña acercándole los zapatos que le dolían.
– Vaya no más mi niña- Le dijo la mamá sin dejar de teclear la computadora.
– Papá, papá, te quiero mucho- le dijo la niña abrazando las piernas de su adorado papá.
– Claro, vaya no más, mi niña- Le dijo el papá sin dejar de afeitarse frente al espejo.
-Papá…Mamá…-dijo la niña cargando todas sus cosas en una mochila- Me voy a la casa de la abuela-.
– Por supuesto, vaya no más- Le dijeron sus padres sin dejar de hacer lo que estaban haciendo.
Y la niña se fue de la casa, pues ya era tiempo de que alguien la ayudara a ponerse guapa para la fiesta de esa noche.
BEA ARTEENCUERO
Marisol y Raul, se casaron hace 10 años enamorados, decidieron no tener hijos hasta tener un buen pasar económico.
Trabajaron mucho, ambos ; Marisol hacía ya dos años que se ocupaba del hogar, los hijos aún no llegaban.
Hacía un tiempo que Marisol había tomado una decisión, hablaría con Raul esta noche, la situación no daba para más.
Cenaron en silencio.
Miraron el programa de los jueves y…
Marisol se acostó, leía un libro mientras Raul se duchaba.
La misma rutina!!
Cierra el libro, se dispone a dormir, hablaría mañana.
Llega Raul…
– Date vuelta, hacemos un rapidito.
Marisol no aguanto más …
– Me tenes harta!! Oíste? Harta!!!
– Pero que te pasa?
– Un rapidito!! Pero que te crees que soy? Un robot? Venis te subis haces lo tuyo y yo que?
Te preguntaste alguna ves como quedo yo.
– Que decis?
– Cuánto hace que no tengo un orgasmo, eh…Cuánto? Claro
vos ni cuenta te das.
Quiero hacer el amor, no un rapidito, quiero caricias, que me beses, sentir tu miembro dentro mío un largo rato. quiero gozar.
– Te prometo que mañana…
– Noooo, hasta acá llegué, me voy!!
– Que decis? Yo te amo!!
– Eso no es amor, es sacarte la calentura, siempre lo mismo;
Yo también tengo deseos, me quema la piel, claro que vas a saber? Haces lo tuyo,te das vuelta y te dormis. Yo no Raul, yo me voy al otro dormitorio y me masturbo con un consolador, pero ya, no más..
Quiero, quiero y quiero, soy una mujer que quema por dentro.
– Estás mal, vení acostate, mañana hablamos.
– Me voy…Entérate! Te dejo!
Sale del cuarto dando un portazo.
Raul piensa…
Mañana se le pasa, esta nerviosa, se da vuelta y se duerme.
Al día siguiente, cuando va a desayunar Marisol no está..
La mesa preparada como siempre. Un paquete con su nombre y una nota que le sorprende.
– Me voy Raul, no me busques!
Te dejo este presente, espero te sea tan útil como lo fui yo.
Ansioso lo habré y…
Ante sus ojos, salta una hermosa muñeca inflable!!
Entre sus pecho dice…
Que la disfrutes!!!
SHEILA SHEILA
Lucho Soñó que estaba en el año2079 absolutamente todo era automático los robots mandaban la parada, humanos casados con robots debido al alto desempleo las tareas más comunes las hacían humanos robots, no había sitio para los humanos de carne y huesos. todas las mañanas era una lucha contante por no dejar extinguir la raza, los médicos astrólogos astrónomos hacían hasta lo imposible por crear nuevos mecanismos, las personas que crearon hacen más de 200 años a los robots humanoides se estaban arrepintiendo o los habían matado los robots, ellos tenían la inteligencia e información suficiente para poder dominar el planeta entero a su antojo, cada vez hacían mejor sus artefactos de tecnología y manipulación. Ya no había seguridad en el internet. Los PC hablaban entre ellos haciendo bromas y chanzas, cada mes se presentaba una tecnología mejorada. Con respecto al arte análogo, a la fotografía fueron los únicos que lograron sobrevivir, aunque lo intentaban los robots no podían transmitir lo que una persona humana podía cada vez eran más populares los cuadros de robots derrotados …pero no dejaban de ser solo eso. Cuadros y moda no más no podía pasar a la realidad. La edad de los ancianos ya llegaba a 300 años las medicinas eran tan potentes que ya ni el cáncer, sida enfermedad huérfana eran consideradas graves. Era como una simple gripita… Que se solucionaba solo con una pastilla… Casi nadie de los humanos Moris por enfermedad, casi todos se morían por viejos, algo inusual que vio este hombre fue que él nos entierros no había humanos atendiendo. Solo robots .. era muy impresionante e innovador con algo de temor. Al fin del sueño el señor se despertó muy desconcertado, rápidamente reviso su celular, muy aliviado dijo «todavía estamos a tiempo e hacer algo» conclusión ahora vemos cómo la tecnología va avanzando abismalmente, todos estamos maravillados pero nadie sabe lo que estás inteligencia artificial pueda llegar a ser en un futuro.
LOLI BELBEL
¡NUNCA MÁS!
Solo tres velas alumbraban la estancia. Era un comedor salón más bien grande, en un bello apartamento de una importante avenida de la ciudad condal, y donde nos habíamos encontrado un grupo de amigos. Yo no quería ir. Varias veces así lo había manifestado. Hacía unos cuatro años que lo había dejado atrás. Volver a ello me producía pavor, miedo y un sudor frío. «Por favor, Loli, será la última vez. Te necesitamos. Sin ti, no podemos. Lo hemos intentado…, y nada» -repetían una y otra vez.
Yo pensé y pensé. Finalmente, acepté, no sin antes advertir que si ocurría algo que yo consideraba inaceptable, anómalo, todo quedaría abortado, suspendido automáticamente.
Bien, llego el día, llegó la noche. Después de una cena ligera, nos dispusimos a apagar todas las luces y solo tres velas alumbraron unas caras expectantes, los cinco que rodeábamos una mesa redonda. «Ya podéis traer el tablero» -dije con voz fuerte pero insegura a la vez.
Y dicho lo cual, la ouija apareció. Y fue automático: todos los ojos estaban puestos ahí encima. En la mesa éramos cinco, tres estaban fuera de ella, sentados a varios lados.
Miré el tablero, los miré a ellos e invoqué a un espíritu. «Si estás ahí, manifiéstate» -proferí con mi dedo encima de la arandela y el de los otros cuatro.
«Hola Loli» -marcó la ouija con todas las letras.
Ahí me paralicé. «¿Quién eres»? -pregunté con la voz entrecortada. Y me respondió: «he venido a buscarte porque necesito de tu fuerza mental para seguir existiendo. Soy el niño que murió joven. El que estaba contigo aquel día en tu armario. ¿Recuerdas?».
¡Cómo no iba a recordarlo! Fue una experiencia terrible para mí. No voy a recordar aquella noche porque me fui de casa cuatro días. Pasó de todo lo que podéis imaginar… (Yo no creo en fantasmas y pensé que había mucha energía concentrada).
Total, que continúo hablando y haciendo preguntas que eran de mis amigos. Uno de ellos, no recuerdo quién, empezó a burlarse. En menos de un segundo la ouija salió disparada hacia una de las velas que salió de la mesa, y ¡zas! Al suelo. Todos mudos y en menos de otro segundo salía disparada hacia la otra vela. Al suelo también. Yo le grité y dije «¡basta!». Paró y empezó a zizaguear por el tablero sin marcar nada concreto.
Una de las chicas que estaba fuera de la mesa dijo que quería hacer una pregunta cuya respuesta solo sabía ella. Lo juraba y lo perjuraba. La hizo y la uija empezó a moverse marcando una palabra. Ésta chilló con terror y le entró un ataque de pánico y empezó a llorar. Se quería ir. Sí. Se iba. No la dejamos salir… Intentamos calmarla. La uija marcó aquella palabra que los demás desconocíamos. ¿Fantasmas, ¿azar?, ?¿energía?, ¿fuerza mental?… ¿Quién sabe?
Todos allí quedaron mudos y muertos de miedo. Yo, la primera.
Ya era bien entrada la noche. Nadie osó coger la puerta e irse a su casa. Acabamos todos acurrucados los unos a los otros intentando conciliar el sueño, tumbados en varios colchones en el suelo.
Esta experiencia no se volvió a repetir. Por mi parte, seguro que no. Nunca más.
RAÚL QUEZADA DÍAZ
Lo he dicho y lo reitero. Esquinar a un aspirante a escritor a escribir sobre un tema que al administrador se le antojó, dependiendo de como amaneció ese día, es una total muestra de egocentrismo y robo puro a la creatividad propia
Me da mucha lástima como buenos cuentistas solo están esperanzados a que llegue el sábado y poder expresarse. ¡Joder! Los cuentos nunca deben de ser así.
Recuerdo cuando estaba en la universidad y la maestra de literatura llegó: El quizz de hoy es escribir un poema de 100 palabras, debe llevar rima, aliteración, simile y tratar sobre esto.
¡Puta madre! Róbanos nuestra esencia en pocas palabras.
Desde entonces yo leia a Bukowski, Rubém Fonseca, Julio Ramón Ribeyro, Jorge Ibargūengoitia, Richard Ford, Mark Twain.
Sus relatos me parecían sumamente originales.
Se salían de la típica literatura de amor no correspondido y pura tristeza.
Estos cabrones escribían sobre otras cosas y yo los amé.
Sabía, y era consciente que iba contra la corriente. Borges y Cortázar siempre me parecieron aburridísimos.
Entonces, esta bien que haya grupos como éste. Hay escritores que necesitan ese «dame algo de que escribir». No esta mal para la mayoría, aunque hay ciertos temitas… jajaja. «automático» fue de los peores.
Básicamente le podías poner la palabra a cualquiera de tus cuentos con la conciencia que lo estabas afeando.
Yo sugeriría temas un poco más interesantes y no solo «me levanté y me tiré un pedo».
Tema de la semana: pedo.
IKER YELED
Nada más salir del trabajo, te comenté en un mensaje de WhatsApp, que no quería seguir utilizando el dispositivo automático que me habías regalado por mi cumpleaños, porque siempre se detenía en el mismo lugar. Y no me permitía encontrar la deseada localización. Cada vez que lo encendía se paraba y no me permitía seguir el rastro de la ubicación hacia la universidad.
En aquella época apenas conocía el recorrido y necesitaba utilizar el Google Maps incorporado en aquel dispositivo automático que me habías regalado. Pero se me hacía algo imposible. A veces me encontraba con alguna persona que me ayudaba para poder llegar, pero pocas ocasiones se daba esa situación; el entorno no era muy frecuentado por personas que fueran caminando, sino que era un transito continuo de vehículos y motos que pasaban a gran velocidad. Por lo que era improbable que me pudieran acompañar…
Hacía mucho tiempo que lo tenía y ya no funcionaban las pilas/baterías, que al principio, llegaban a durar hasta tres o cuatro meses, como máximo.
El tiempo pasaba y no te dabas cuenta, pero el dispositivo digital que me habías entregado como regalo por mi cumpleaños, era muy inusual para ser un objeto de material plastificado.
Hasta que un día, decidí tirar el dispositivo automático en el primer contenedor de basura más cercano que vi. No me preocupé ni de si era el lugar adecuado para depositarlo, ni si era posible reciclarlo o no… Me importó muy poco ya adónde iría ese objeto. Me cansé ya de su uso y volví a guiarme por el instinto natural de orientación.
BEGO RIVERA
El vuelo
Se despertó de golpe, asustado, sin saber dónde estaba. Miró a su alrededor, estaba en un avión. La mujer de su derecha estaba dormida. Había tenido una pesadilla. Estaba tan cansado que se quedó dormido por segunda vez mientras volaba. La primera vez fue trabajando ( Había sido piloto de aviación), mató a una persona por salvarse él, nunca más volvió a pilotar.
Ahora, cuando cogía vuelos comerciales no dormía, excepto hoy.
En el sueño estaba en el avión, como ahora, y de pronto todos los pasajeros desaparecían, también el personal de vuelo, sólo quedaba él y una extraña mujer.
Miles intentó tranquilizarse, ¡Lo sintió tan real!.
Le extrañó el silencio, tanta gente y no se oía nada. Observó que todos estaban dormidos o descansado.
Pensó que algo iba mal. Se levantó y se dirigió a la cabina del avión. Llamó a la puerta. No contestaban. En ese momento apareció una auxiliar de vuelo, también sorprendida por ese ambiente agobiante.
La auxiliar descolgó el teléfono al lado de la puerta de la cabina y llamó al comandante sin éxito.
Pasado un rato decidieron entrar. Ella tenía la llave para situaciones de emergencia.
Entraron y vieron a los pilotos dormidos o muertos. Miles y la mujer se fijaron que volaban muy bajo, no deberían estar a esa altura. Vieron la gran muralla china.
Se quedaron mudos. Ese no era el plan de vuelo de ese avión.
Intentaron activar el piloto automático, algo lo impedía. Tampoco podía retirar al piloto para encargarse él; ¿Qué estaba pasando? Se preguntaba».
Miles entró en pánico, sin saber que hacer fue hacia dentro del avión a pedir ayuda a algún pasajero.
Mientras recorría el avión iba viendo a todos los pasajeros muertos.¡ Lo sabía! Todos muertos. Al pasar por su asiento, vio su cuerpo sentado, inmóvil… también estaba muerto.
Histérico, lloraba y gritaba. Volvió a la cabina, en la puerta estaba la auxiliar y a sus pies, su cuerpo, también estaba muerta.
Ella le dijo que había sido culpa suya, soltó un gas mortal en nombre de sus creencias, pero ahora se arrepentía.
La puerta de la cabina estaba cerrada. ¿Cómo entraron antes? Fue a abrir y traspasó la puerta, alucinado entendió porqué no podía hacer nada.
Miraron hacia la muralla china, los pasajeros del avión y muchas más almas de diferentes lugares, se encaminaban hacia una luz hipnótica y atrayente.
Miles supo que la mujer y él no eran bienvenidos allí.
ARITZ SANCHO MAURI
En plena agenda 2030, existió una vez una corriente eléctrica; que circulaba por el sistema nervioso de un individuo, con la duda de saber su función y su destino. Ese impulso era resultado de una respuesta emocional, cuyo detonante fue un punto de inflexión que modificó su ideología; y en consecuencia, generada por emociones artificiales vinculadas lobotomía mediante una serie de mensajes subliminales imperceptibles mezclada con algo de ciencia aplicada hacia la modificación del pensamiento y comportamiento primigenio de la mente humana. Si es que no somos más que primates de zoológico.
Me encontraba como cada domingo rodeado de mujeres veinteañeras de diferentes etnias, cada cual más exhuberante, exótica y hermosa.
Alce mi copa de champán, del fino filipino y brinde por un futuro mejor para todos.
Siento una combinación misericordiosa entre lástima y adrenalina eufórica pura, me siento un ser supremo, pero sin sentirme superior a los demás me enfurece la injusticia a mi alrededor.
Preguntándome a mi interior:
—¿Cómo puedo hallarme en la misma tesitura como cada domingo religiosamente?
—Hay algo que no entiendo. ¿Por qué me atrae una y otra vez a este ritual que se apodera de mí y hace que actúe de manera automática?
—Qué momento más eufórico, que locurón. ¿Cómo una mezcla entre la pena, la injusticia y el éxito puede latir tan fuerte en mí que sacude a todas las partes de mi cuerpo?
Necesito más a menudo de esta mierda, al precio que sea, pese a quien le pese, cueste lo que cueste.
Comienzo a ver cómo las rejas metálicas que me condenan nuevamente, entrecortan con su sombra la luz artificial de la farola, otra vez me he vuelto a sentenciar; el jurado de mi autojuicio como la vida misma, no tocan al son de la melodía asonante de la justicia.
Continuó en mis pensamientos:
Comprendo que al no haber adquirido técnicas de protección emocional y su dirección ante diferentes encrucijadas emocionales, mi instinto biológico hace que salte como el automático de un diferencial por el que circula una corriente que le sobrepasa y acabo siempre en la casilla de salida del Monopoly; pero en vez de cobrar, siempre termino pagando.
Este impulso eléctrico especifico sobre la red neurológica actúa como medida de autoprotección o equilibrio de alguna emoción y existen tan pocas soluciones hacia este tipo de casos como el conocimiento existente de su comportamiento.
Me voy adentrando en la casa acuartelada mientras me paso iluminado por una serie de luces rojas, me acompañan hacia la entrada como si de una procesión se tratase.
Ya estaba en la casa donde se ejerce el oficio más viejo del mundo.
¿Por qué yo? He vuelto a ser víctima otra vez de mí mismo.
CONCE JARA
ILUSIÓN POR DESILUSIÓN
Antonia era alta y en su juventud, cuando regresaba al pueblo, la gente la comparaba con Claudia Cardinale. Aunque había cumplido los sesenta, se conservaba bien. Su pelo se mantenía abundante y de color azabache, salvo un mechón de canas que serpenteaba por su cabeza como un arroyo que nacía desde su frente. Mantenía su piel fina, inmaculada, ya que por advertencia de su madre siempre evitó exponerse al sol. «Si ven tu piel curtida la gente sabrá que eres una pueblerina».
Ese consejo de su madre, así como enjabonarse con jabón Lagarto y después embadurnar su piel con el contenido de la lata azul de Nivea, la habían conservado, aunque la afeaban dos manchas violáceas y profundas bajos los ojos.
Parió media docena de hijos que poco a poco con los años, la habían ido abandonado. «Tienen que hacer su vida», pensaba. A veces la visitaban y ella les dejaba una buena propina, «para que les compréis algo a los niños», decía sonriente, aunque la verdad escondía un reclamo para que regresaran pronto a verla.
Ejercía como portera en un edificio de un barrio señorial de Madrid, que acumulaba más de setenta años de construcción, aunque su conservación era óptima. Contaba con un amplio y reformado portal, dos ascensores ya automáticos, escaleras dobles, ¡claro!, había que separar al servicio, aparcamiento y un gran patio al que también tenían acceso los vecinos de los edificios colindantes, que guardaba una frondosa arboleda.
Muchos de los vecinos eran gente adinerada de la época franquista, o herederos venidos a menos, que disfrutaban de aquellos inmuebles de más de doscientos metros cuadrados, iluminados por grandes ventanales y amplias terrazas.
Antonia basaba su vida en sus labores de casa, el trabajo en la portería, que incluía el mantenimiento de las zonas comunes del edificio, vigilancia del portal en horario establecido, recogida de las basuras y mantenimiento de la calefacción que recientemente habían cambiado por una automática. A deshoras debía contestar las necesidades que los vecinos le comunicaban tanto por el portero automático, como por teléfono, «Antonia, soy el señor de Leal. Me he olvidado las llaves… Antonia, no me ha subido la correspondencia… Antonia, que mi marido se marea… Antonia.
Ella hacía su vida en la planta baja, tras una puerta de color blanco con un letrero de madera y letras doradas que anunciaban “PORTERÍA”. Tras la puerta, un pisito de cuarenta metros cuadrados, compuesto por una entrada que hacía las funciones de comedor, tres habitaciones, un baño y cocina, todo minúsculo, con poca iluminación, aunque inmaculado y con aroma a bebé.
En su habitación, dos camitas, separadas por una mesita y sobre ella un gran crucifijo, herencia de su madre. En un lateral un armario en cuyo interior solo colgaban batas azules para la limpieza y dos zapatillas blancas haciendo juego, así como tres juegos de uniforme para sentarse tras el mostrador, compuesto por una falda negra, camisa blanca, chaqueta azul marino y un único par de zapatos ortopédicos, siempre limpios como el jaspe, que ocultaban sus pies desfigurados.
Nunca disfrutaba de las vacaciones, ya que tendría que dejar que el sustituto entrara en su vivienda, y así ese mes le pagaban el doble. Su vida solo se veía amenizada por un minúsculo auricular que día y noche permanecía en su oreja derecha, a través del cual escuchaba la radio.
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A diario, Ernesto, salía a pasear por el barrio. Tenía su recorrido automatizado hasta que un día de primavera, unas obras provocaron un cambio en su habitual itinerario. Tras varios minutos de dar vueltas, se vio en un soportal sin salida. Estaba cansado y aprovechó un poyete de piedra para sentarse, dejando caer su espalda sobre la verja que aislaba la arboleda de un patio de vecinos. Al lado había un portal, del que de cuando en cuando salía y entraba gente.
En ese devenir se escuchaba una voz femenina que daba las buenas tardes, hasta que aquella mujer salió hasta el quicio de la puerta. En principio le miró inquisitiva, hasta que se debió darse cuenta de que Ernesto era alguien sin malas intenciones y le dio las buenas tardes para recogerse de nuevo en el portal.
Aquella mujer le había dejado impactado. Si, le resultó guapa, pero lo que más le atrajo fue la tristeza de sus ojos, la misma que veía en su espejo del baño todas las mañanas.
No sabía para qué, pero cambió su trayecto y descansaba unos minutos en el poyete que había descubierto, esperando que apareciera la portera.
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Antonia, por norma, se asomaba al portal por si hubiera algún extraño merodeando y así estirar las piernas. La primera vez que vio a Ernesto, éste la sorprendió, ya que le parecía raro que alguien tan bien parecido y ataviado estuviera allí sentado, como los mendigos o drogadictos que a veces le tocaba espantar. Parecía mayor que ella, de pelo canoso, ojos claros, bonitas manos… A veces se asomaba y allí estaba. Ella se limitaba a desearle buenas tardes, regresando lentamente al mostrador de la portería, para desde dentro observarle.
Los días pasaban, y Antonia se impacientaba si eso de las siete de la tarde Ernesto no se había dejado caer por allí. Cada vez se colocaba menos el auricular, dejó de recogerse el pelo en una pequeña coleta, que cambió por un moño más elaborado. Tapaba sus manchas violáceas con un corrector de ojeras, aplicaba brillo rosado en los labios y se pellizcaba los carrillos con un movimiento automático, para disimular su palidez. «No hay que excederse, pensaba, estoy trabajando» aunque lo que en realidad temía era que alguien notara que había “algo más”.
Por otro lado, Ernesto poco a poco había olvidado el poyete. La esperaba nervioso, paseando alrededor del portal. Cuando ella salía se daban las buenas tardes e iniciaban una charla, a veces banal, otras algo más profunda, pero que apenas sobrepasaba la media hora, momento en que él retomaba su recorrido con un nudo en el estómago.
Algunos vecinos los miraban con recelo, otros con una media sonrisa y otros ni los veían.
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Ella la despreciaba… en la reunión de la comunidad para la selección del nuevo portero, la viuda presentó como candidato al hijo de un sobrino. Tras la votación se sorprendió y pataleó cuando la mayoría eligió a Antonia. «Una palurda con vivienda y sueldo fijo… ¡a saber lo que habrá hecho para conseguir el puesto!» rumiaba entre los vecinos . Para ella no era más que una sirvienta y por eso al entrar en el edificio nunca saludaba o la llamaba maleducada porque Antonia no le había saludado.
Aquella viuda tenía una perrita a la que bajaba a pasear casi a la hora de comer. El animal no aguantaba y solía hacerse pis en el ascenso. Entonces, la viuda tocaba al portero automático para avisar a Antonia de que tenía pis en el ascensor y se marchaba disfrutando al imaginar a la portera cargando con el cubo y la fregona a deshoras.
Llegó el verano y los encuentros entre Ernesto y Antonia continuaban, ahora incluso hablaban por las noches un ratito por teléfono. Una tarde la viuda se los encontró hablando, y preguntó: «¿Ernesto Díaz?… soy la mujer de Gonzalo… el arquitecto». Él la reconoció y entonces ella abarcó todo el protagonismo, haciendo que Antonia regresara al interior del portal.
Minutos después apareció la viuda casi obligando a Ernesto para que subiera a su casa a tomar café. Mientras esperaban el ascensor ella se aproximó al mostrador preguntando si habían dejado algún paquete para ella. Antonia, cabizbaja, contestó negando con un movimiento de cabeza.
Nunca supo cuando terminó aquella visita, tampoco de que se conocían o lo que la vieja le contó a Ernesto, pero lo que si sabía es que desde aquel día él ya no volvió a asomarse por la puerta, como todas las tardes desde la primavera, tampoco le cogía el teléfono, solo una tarde de principios de otoño, mientras sacaba los cubos de la basura, le descubrió a lo lejos, parado, observándola, y al verse sorprendido se dio la vuelta y desapareció para siempre.
Ella dejó de hacerse el moño, de maquillarse las ojeras y volvió a su permanente auricular. A veces cenando en soledad, mientras veía la televisión, lloraba automáticamente… seguía sin saber por qué.
FIN
*En honor a mi madre.
ANTONICUS EFE
La Mujer se miró nerviosamente en el espejo, cubriendo sus ojos con las manos para retirarlas a continuación, repitiendo el gesto varias veces. No podía ser, no le podía estar pasando eso a ella.
Después de mojarse la cara varias veces y secarse con la toalla, se dirigió a la sala de estar de la vivienda. La sala era una habitación normalmente confortable, situada en la planta baja, tenía una gran cristalera que daba al jardín y hacía que entrase bastante luz, lo que la reconfortaba, pero ese día no se sentía así. Alguien había llamado al timbre mientras estaba desayunando y al abrir la puerta se había encontrado con un ramo de rosas negras en el umbral, con una tarjeta anónima en la que solo había una frase: “Ya lo sabes”. Claro que lo sabía, ella había sido la artífice de la idea y además se había felicitado por ella, pero ahora las cosas no pintaban bien, ¿cómo saldría de ese lío?
Todo había comenzado cuando El Ejecutivo de La Empresa había anunciado su boda con La Administrativa, rechazándola a ella que era La Directora, por supuesto que no estaba dispuesta a consentirlo, ¿ser rechazada para elegir a una don nadie? ¡Jamás!
Lo había planeado todo a la perfección, había contratado al mejor Mafioso de los bajos fondos para que hiciese un montaje donde se viese a La Administrativa en la cama con otro hombre y enviárselas la mañana de la boda al Ejecutivo, el cual al verlas decidió darse un tiro en la sien y La Administrativa al enterarse de la muerte de su amado tomar una mezcla de barbitúricos hasta morir también.
Ahora después de un año aparecía en su puerta el ramo de rosas negras que había dejado en la tumba de ambos, pues habían sido enterrado juntos para más desesperación de ella.
La tarde estaba perdiendo su luz a manos de la noche cuando la figura se le apareció ante ella súbitamente.
-Vengo a reclamar mi deuda, arpía- exclamó sin ningún miramiento.
El horror hizo que el marcapasos automático que llevaba se le parase al instante.
– La Venganza se marchó satisfecha, siempre cobraba su deuda.
KAREN ROSADO
«Bucle»
No entiendo cómo es que llegué aquí, mientras el autobús avanza una lágrima va rodando lenta e internamente por mi mejilla… No se ve pero la siento y se que viene de un enorme vacío rutinario.
Con muchos sonidos en la cabeza que apenas y logro entender, al igual que mi incomodidad mientras me encuentro suspendido en los no tan audibles pensamientos.
Masajeo con la lengua el paladar para traerme al presente y dejar de estar en el limbo, ya se está haciendo costumbre y siempre suele arrastrarme a un pozo profundo de tristeza.
Estando aquí lo primero que percibo es la sensación fria o caliente del aire que va directamente al rostro, eso me confirman que estoy en el presente para vivir al máximo aunque eso solo dure algunas horas…
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Raúl Leiva
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