Adiós – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «adiós». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 9 de marzo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

AGUR.
Verdad y reconciliación, dos blasfemias del mismo pecado que corroían por dentro la mente del abad de Fontenay, Pierre de Marmagne. La abadía de Fontenay, en el departamento francés de Côte-d'Or y cercana al río Brenne, era uno de los emblemas de la arquitectura cisterciense, junto a la de Claraval II, pues no en vano intervino en su construcción el mismísimo Bernardo de Claraval, quien además había puesto como primer abad a su tío Guillermo de Rochetaille. Dos siglos después de su fundación, el actual abad se debatía fieramente entre su fe impuesta y su fe observada sin tener el menor atisbo de cuál de las dos acabaría imponiéndose. Pierre de Marmagne era descendiente de los antiguos merovingios y conservaba en parte ese porte señorial de los que antaño habían sido los gobernantes del reino franco. Era de una edad indecisa, si bien sus movimientos eran ágiles y su porte aún juvenil; su mirada era vacía o demasiado llena, según se diese el caso, y su rictus severo o jovial, aunque últimamente estaba más severo que jovial, pero consigo mismo.
El abad entró en su celda y empezó a despojarse de su indumentaria. Primero se desabrochó el cinturón o cíngulo de esparto que llevaba anudado hacia el lado derecho de su cintura —eso lo diferenciaba de los monjes, que lo llevaban hacia el izquierdo—. Luego procedió a sacarse la capucha negra, que era una pieza enteriza que le cubría hasta los hombros para depositarla junto al cinturón convenientemente doblada sobre la repisa de madera que había en uno de los laterales de la celda, transversal a la orientación de su jergón. Mientras doblaba la capucha se quedó pensativo un rato, con la mirada perdida diciéndose a sí mismo: «¿Seré un monstruo horrible que habita en un hombre corriente o soy un hombre tan corriente que está despertando a un monstruo horrible?…».
Estemménos Sidirourgós III cerró la tapa del códice compuesto de varios octonios de bifolios donde iba pasando a limpio sus borradores meticulosamente revisados, mientras observaba la cerradura de seguridad último modelo que le daba la privacidad necesaria para escribir después del último altercado con su novela sobre los templarios, la cual se había perdido irremisiblemente. Estaba a punto de guardar el codex en la caja fuerte cuando, de pronto, sucedió el caos. Como de la nada surgieron dos tipos vestidos de negro de arriba a abajo, los cuales solo mostraban una abertura en ojos, nariz y boca. El más bajo de ellos, en un rápido movimiento, arrebató el manuscrito al sorprendido Estemménos y lo sumergió en un recipiente de cristal a modo de urna que llevaba su compañero, donde había un líquido que por su textura podía adivinarse que era una especie de ácido. En unos instantes el manuscrito quedó prácticamente deshecho, salvo minúsculas partículas metálicas pertenecientes a los ribetes de su tapa.
—¿¡Pero qué hacen, quiénes son ustedes!? —exclamó en su desesperación.
El que hacía de jefe se lo quedó mirando fijamente mientras le hacía una indicación al sujeto de elevada estatura que le acompañaba.
—Somos la brigada Kennedy Toole, garantes de la buena literatura, y no vamos a consentir que te vuelvas un Reverte, un Brown o un R. R. Martin más, o aún peor, un libro de historia de Edelvives. Ya se te avisó con anterioridad que no fueses de «iluminao», y no una vez ni dos.
Estemménos se quedó perplejo, ¿sería esa la disyuntiva pecaminosa de verdad o reconciliación que estaba intentando plasmar en su escrito y que le había llevado de nuevo a esa situación o se había aburguesado intentando escribir lo que escribía todo el mundo en vez de seguir su primigenio instinto? Pero antes de que pudiese responderse a sí mismo sintió una descarga de bits numerados del 1 al 13 y paulatinamente se fue desconectando hasta quedar convertido en otro pantallazo azul más.
Mientras tanto, dos sombras furtivas se alejaban por entre las catacumbas parisinas.
—Pues a mí me ha dado pena, qué quieres que te diga, pero Toni F. C. fue claro: nada de titubeos ni de clemencia —dijo el más alto.
—Y a mí también, pero… así es la vida, o devoras o te devoran, no hay medias tintas, y eso de querer llamarse Estemménos ahora… ¡Ni que fuese Aristóteles!
—Corre, Ékfylos, corre.
—Raudo y veloz, Σαντι, raudo y veloz.
AGUR CORONADO.

RAQUEL LÓPEZ

Se extingue una estrella
se cubre de olvidos
y un verso en el aire
arrastra besos perdidos.
Te extrañaré siempre
mis lágrimas bañaran mi rostro,
consolando el dolor
del destino que hiere.
Me quedo con los recuerdos
de experiencias vividas,
alegrías, tristezas
abrazos y risas.
Ahora queda el silencio
de tu ausencia maldita
la esperanza de un sueño,
convertido en despedida.
No me gustan los adioses
que congelan el tiempo,
de abrazos amargos que añoran
la pérdida de un sentimiento.
No me gusta decir adiós
porque nos encontraremos
y el final del camino
será un nuevo comienzo.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Cierro los ojos y a través de mi imaginación y sobre todo en la paz de mi casa revivo lo que durante días la televisión encendida muestra.
Una estación de tren del país de Ucrania.
«Adiós» esta palabra en tiempo de guerra conlleva sentir entre dos personas o quizá más, tristeza.
La salida del tren es tan evidente que ni el amor ni el llanto de los tuyos, puede detener la máquina.
«Adiós» dice aquel o aquellos que pegados su cara al cristal del ventanal del vagón marchan. Adiós adiós.
Los que quedan en tierra buscan refugio en las profundidades del metro. Las bombas siguen cayendo. Los edificios destruidos.
El miedo en la gente les lleva a rezar…

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Ahí os quedáis0000000000
Madrid, 26 de febrero de 2023
«Cabronessssss, que es lo que sois todos, unos cabronazos.
Sabéis lo que pienso de vosotros, pero voy a dejarlo por escrito porque me sale de las pelotas y, al que no le parezca bien, que se joda, me importa una mierda.
A mi hijo mayor, Luis Antonio. Siempre has pensado que yo era millonario y no, soy multimillonario, mucho más de lo que puedas imaginar. Has vivido del cuento y te has convertido en una auténtica escoria, mirando por encima del hombro a todo el mundo a tu alrededor, cuando eres un patán descerebrado. A partir de hoy, todas las propiedades de las que disfrutas, que recordarás en tu pequeño cerebro que son mías, pasan a manos de un inmigrante ilegal de Senegal, por el simple hecho de que sé que los odias. Además, me ha limpiado los zapatos de puta madre. Te auguro un futuro calamitoso, te vendrá bien, si antes no te mueres de hambre, hijo de la gran puta.
Para mi segundo retoño, José Francisco. Tú no eres tan cerdo como tu hermano, pero porque no te da para tanto. Estoy hasta los mismísimos de ver cómo te arrastras detrás de él y te quedas con las migajas que te deja. Puse a tu disposición todo el dinero del mundo para que pudieras comenzar algo que te diera para vivir desahogadamente, y te lo has gastado todo en putas, cocaína y alcohol. Si ya eras tonto de serie, tus aficiones te han rematado. Como podrías comprender, si fueras una persona con un gramo de criterio, no te voy a dejar ni un chavo. En el fondo te deseo suerte, pero sé que no la vas a tener. Te veo en la cárcel o debajo de un puente, igual me da que me da lo mismo.
Y tú, la pequeña, Susanita. Me das asco. Tengo que reconocer que has sido la única de los tres monstruitos que he tenido por hijos, que ha aprovechado las oportunidades que le ha presentado la vida, gracias a mi dinero, si no, de qué. Tuviste la habilidad de contratar a una secretaria inteligente, que consiguió que tus negocios fueran viento en popa. Y la despediste porque era más guapa, simpática y resultona que tú. Hay que ser gilipollas para arruinarse por celos. Y, lo peor de todo, después de dilapidar millones, tienes los santos ovarios de venir a mendigar, pero con falsedad: “Ay, papaíto, mi secretaria me ha engañado y su traición me ha puesto en una situación difícil. Vas a tener que prestarme un par de millones. No querrás que vaya por ahí como una vulgar mujerzuela de la inclusa, anda, porfi”. Con un par, sí señora. Ve buscando sitio en la puerta del Mercadona, porque de mí, ni un puto duro, bonita.
Ahora, voy a tomarme un whisky con unas almendritas, el mayor placer que conozco desde que vuestra madre nos abandonó al darse cuenta de la bazofia que tenía por familia. Sabia decisión, sin duda.
No os hacéis una idea de lo a gusto que me he quedado. Ah, una cosa más, el nuevo propietario de mi entramado empresarial es el limpiabotas africano, jode, ¿eh?
Si en algún momento de vuestra repugnante vida habéis llegado a pensar que erais más hijos de Satanás que yo, os habéis equivocado, como en todo lo demás.
Lástima de Macallan 18 años, el arsénico le proporciona un regustillo amargo, podría haberme tomado un segoviano.
Ea, nos vemos en el infierno, si es que nos dejan entrar. Que os folle un pez. Adiós muy buenas.
Vuestro amantísimo progenitor, juás».

BENEDICTO PALACIOS

Acabo de presentar un libro de poemas con aceptación de la crítica. Me han acompañado antiguos compañeros y alguno otro más nuevo que se ha colado en el acto por azar. A todos se lo he dedicado menos a la pareja Lidia y Juan, porque este último quiere primero leerlo. A original no hay quien le gane. Nos veremos a la semana que viene. Son las once, me he pedido un café, y estoy esperándole. Llega sonriente con libro y libreta en una mano.
—¿Qué quieres tomar? ¿Te pido café?
—No, no, mejor un cubalibre. Ron Barceló, por favor.
Juan echa un trago y abre la libreta. Creo que hay un par de poemas buenos, me dice, también me gustan los sonetos, menos los que por fidelidad a la rima pierden profundidad. Los dedicados al amor no me gustan. Y los serventesios guardan un aire rancio o medieval. Piénsate la dedicatoria.
Estuve tentado de lanzarle el cubalibre a la cara. Encima, Lidia su mujer, fue mi primer amor, el auténtico de los dieciocho años. Qué pasión. Pues llega Juan un par de años después, me la levanta y encima me piden los dos que glose su vida y virtudes en la ceremonia de la boda. Resta que le dé un síncope por tanto cubalibre y ella me encargue su panegírico.
Lo confieso. No tuve suerte con las mujeres, ni siquiera con mis dos hijas. Anabella me viene un día, con tan solo diecisiete años, y me cuenta que se va a vivir con Arturo, que tiene un piso con otra pareja y además estudia tercero de medicina. Se me revuelve el estómago, pero si acabo de quitarle los pañales. Que soy una antigualla, me suelta. Me armo de paciencia y no le digo lo que estoy pensando. ¡Estudiando en el instituto y haciendo vida marital! Y mi mujer ni mu.
Rosa, la hija mayor, me llama a la semana siguiente por el móvil. Que a ver si podemos vernos, que tenemos que hablar. Yo me hago ilusiones porque estoy deseando ser abuelo y seguro que me viene con la noticia.
—Me he separado de Julián.
—¿Estás loca? Pero si Julián es la mejor persona del mundo. No me fastidies. Entonces el nieto ¿para cuando?
—Me he enamorado de Fidel.
—¿Fidelito, el tonto más tonto del partido político? Se lo habrás contado a tu madre.
—Claro. ¿Ella no te ha dicho nada?
—Menudo disgusto tendrá.
—Estás equivocado. A ella tampoco le gustaba Julián.
Cabreadísimo, al borde del infarto, me voy a la taberna. Pienso emborracharme. Total para lo que me espera de la vida. Esto es el final. Pongo los codos en la barra y le pido al camarero un coñac.
—¿Un coñac tan de mañana, don Andrés? Ande, siéntese en una mesa, que viene usted en ayunas y le pondré el café de siempre con un trozo de ensaimada. Acaban de traerla directamente de Mallorca.
Pagué y salí a dar una vuelta por la plaza. Iba tan distraído que me pasé un semáforo en rojo. Me llovió una sarta de insultos.
A todos los miré con displicencia y entoné por lo bajo esta cancioncilla antigua, que está dedicada a Lidia, a Juan, a Arturo, a Fidel y a los que me burrearon cuando caminaba con el alma en los pies.
¡Adiós, adiós que te vaya bien,
Que te pille un coche,
Que te parta un rayo
Que te coja un tren!

DAVID MERLÁN

El tren llegó puntual a su destino. La familia Trinker estaba nerviosa. El matrimonio y su hijo pequeño se abrazaron formando una piña. El padre, inconscientemente miró por la empañada ventanilla. Era de noche y el contraste de la temperatura interior y la helada temperatura invernal exterior hacía imposible distinguir nada con claridad.
No tenían claro que pasaría a continuación y decidió tranquilizar a su esposa acariciándole la mejilla mientras, con la otra mano, mesaba los cabellos de su hijo. Tras una pequeña sacudida, el tren, finalmente se detuvo por completo. Todo el mundo en aquel vagón estaba en su misma situación, nerviosos y desorientados. Durante el viaje, el padre aprovechando un momento en que su esposa e hijo, agotados por el cansancio, se habían quedado dormidos, escuchó cuchichear a un matrimonio.
Estos se temían lo peor. Habían escuchado relatos terroríficos sobre aquellos trenes, y ahora, ellos estaban en las entrañas de uno de ellos.
Resignados y con lágrimas en sus ojos, aceptaron su destino inminente y miraron para el padre de familia con una sonrisa forzada. Querían llevarse un recuerdo amable.
El cabeza de familia entendió enseguida que sus destinos estaban escritos desde hacía dos días, desde el mismo momento en que habían sido detenidos y forzados a salir de su casa con casi lo puesto.
De repente, las puertas correderas del vagón se abrió de golpe y el frío invernal de la noche entró a raudales.
Dos soldados apremiaron a los inquilinos de aquel vagón para que salieran con rapidez.
Una vez vacío el vagón, los hombres por un lado y las mujeres y niños por otro, fueron forzados a separarse en dos colas diferentes. La madre apretaba con fuerza a su hijo contra su pecho y el padre los miraba y les repetía una y otra vez que no se preocupasen. A la orden de uno de los oficiales al mando, las colas iniciaron su marcha. Al fondo y de frente, unos enormes edificios oscuros y fríos con grandes chimeneas presidían el momento. Las dos colas de gente llevaban el mismo ritmo. En ese instante y justo antes de perderse de vista, el padre se despidió con lágrimas en los ojos. La esposa rompió a llorar, al leer claramente en sus labios un «Adiós y Os quiero».
Un soplo de aire gélido después, la famila Trinker se despedía para siempre. El adiós sería breve y sólo les consolaba saber que se reencontrarían muy pronto de nuevo en la otra vida.

ALBERTO MEDINA MOYA

Hacía por lo menos treinta años que no veía a Miguel. Era increíble que me hubiera reconocido en plena calle y estuviéramos ahora charlando en una cafetería de Huelin, recordando viejos tiempos. Miguel era de Barbate, donde mis padres veranearon tres años cuando era pequeño. Nos juntábamos una pandilla y aquello era lo más cercano al paraíso que he conocido. Cuando me preguntó cuál era el momento más intenso que recordaba de aquel entonces no tuve que pensar mucho.
Era el último día de vacaciones, y ayudaba a mis padres a recoger los bártulos y meterlos en el maletero del coche. Habían discutido la noche anterior y decidieron que aquel era el último año que pasábamos allí. Eso significaba que no volvería a ver a Alex, ni a Miguel, ni a los demás, que se acabaron las risas en la playa, las excursiones en bicicleta, las verbenas. Y sobretodo, que no volvería a ver a Andrea, la chica de la que llevaba secretamente enamorado tres veranos. Aquella perspectiva me hacía perder pie, a mis doce años no había conocido una sensación tan desoladora.
De repente la vi, haciéndome señales con el brazo. Sorprendido caminé rápidamente hacia ella, y al llegar me cogió de la mano, me llevó detrás del quiosco y me pidió que cerrara los ojos. Al sentir los labios de Andrea junto a los míos supe que existía Dios, la magia, los milagros, que nada ni nadie me arrebataría jamás aquel momento. Entonces escuché la voz de mi padre llamándome. Me gustas, dijo antes de alejarse sonriente, sin dejar de mirarme y sin saber que era el final, porque aquel era definitivamente el último verano de mi vida. De camino al coche sentía un puñetazo de angustia en mi estómago que trepaba por mi pecho y hacía añicos mi inocencia. Fue un momento brutal.
– Joder, ya me lo imagino… ¿y nunca volviste a verla?
– Me temo que sí. Hace cuatro meses que nos divorciamos.

FÉLIX MELÉNDEZ

DECIR ADIÓS.
Decir adiós es siempre triste, sobre todo cuando estás herido por algo que te dijeron o hicieron, dañando una parte de tí quien más quieres y pasa poco a poco, a ser un adiós definitivo.
El corazón no comprende lo que la cabeza entiende. La sangre atrae y las malas acciones separan. El amor no se compra ni se vende, pero hay que tratarlo con mimo, con dulzura, con cariño si queremos que dure.
Somos marionetas de nuestros propios hilos. En el teatro de la vida actuaremos.
El sentimiento del adiós y la falta de esa persona que se va, te hace daño por un tiempo, siempre resta amor a tu ser.
En cada adiós hay una parte de nosotros que se va con él, que se escapa y no vuelves a ser el mismo cuando el tiempo pasa con su abismo.
Es bien sabido que todo comienzo tiene un final, muchas veces ese final se ve adelantado, apresurado por circunstancias ajenas a la voluntad se ve mermada al recibir un daño, es increíble cómo van cambiando las tornas, las cosas que nos ocurren, las que nos acercan y nos alejan, influyen en nosotros, las fuerzas por luchar contra la adversidad, cómo has aborrecido poco a poco todo lo que produce en tí malestar.
Los prejuicios tienen mucha culpa, cuando no se saben solucionar, no puedes discutir con todo el mundo que no piensa igual a tí, es mejor dejarlos pasar, dejarlos ir con su adiós.
Olvidarlo todo y cambiarlo de nuevo, es muchas veces imposible. Sobre todo cuando el que tienes de frente no desea cambiar nada, sigue su rollo haciéndote la vida un calvario
Un simple abrazo sana; cuesta tan poco, pero establecemos tanta distancia… En principio sin darnos mucha cuenta, cuando queremos, ya hay demasiadas barreras que no se quieren saltar, cuando el tiempo se va dilatando es más difícil superar, está asentando entre ofensa y ofensa, me dijiste te dije. Una carrera hacia el adiós.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que intentamos hablar algo sin ofender?
¿De donde han nacido tantos reproches escondidos?
¿ Por qué no lo puedes olvidar todo y comenzar de nuevo?
Realmente si solo se pretende volver y volver a machacar, quizás sea oportuno el adiós definitivo. Un hasta nunca bastará será la solución para un corazón frío.
¿Por qué has tergiversado tantas acciones? Sólo por justificarte, cambiando la razón de las cosas. ¿Dónde está la empatía?
Es triste decirle adiós a una persona que quieres realmente contigo pero ella no quiere estar.
¿Quién puede ponerle vallas al viento?. ¿Quién puede atar al amor?
Si el amor es incomprendido, libre como un pájaro, y empezará en cualquier momento a volar. Realmente fue alguien importante en tu vida.
Oír tantas mentiras inventadas, de las que ya sabes la verdad. Cuando lo has intentado y no hay solución posible, la explicación sobra, sólo son excusas, buen viaje lleves pajarito de las nieves. Llévate mi adiós y el amor que un día te tuve, vuela, adiós hacia las nubes, y que el sol te ilumine.
Los caprichos, los caminos de la vida son frágiles nos llevan por derroteros insospechables, esa conducta de acaparar todo, de protagonizar siempre, de culpar a los demás de todos modos.
No hacen más que favorecer una falta de inflexión, no hacer una parada a la reflexión y volver a volver, con los insultos sobre todo; cuando te han corregido las faltas, los errores, en vez de asumir responsabilidad, siempre has culpado al otro. Y lo peor, tus negativas a un cambio, sólo sed de venganza. Es una razón más para llevarte mi adiós cautivo.
Es triste decirlo; adiós, para serenar la vida, para calmar la existencia, para alejarme de tí, simplemente vivir en paz. Algunas veces sí; hay que saber decir adiós. – ¡Qué te vaya bien la vida!¡Si te vi, no me acuerdo! Aunque sea con lágrimas en el corazón, y encogida la barriga.
La mente no tiene razones para aguantar tantas embestidas, tantas peleas sin justificación, ni motivo, ni necesidad. La razón no aguanta más el mantra que siempre te has creído y nace el punto y final.
Sólo tenemos lo vivido, si tú pretendes tener el hacha de guerra siempre levantada, me cansaré, no cuentes conmigo. Es mejor un adiós, que estar contigo. Cada cual con su destino, y que viva el vino. Y adiós a vuestra merced, que tengas buen camino.
Dicen que el amor se disfraza tras un tupido velo de corazones cautivos y al desaparecer la película es distinta la visión, los personajes son más feos, y más bajitos, la realidad es totalmente diferente. Nos asombramos del temperamento que tiene la gente después.
Decir adiós es siempre triste y más cuando no se quiere decir. Pero tantas veces tenemos que pasar página y continuar con el libro de nuestras vidas.
Al final ¿Qué somos? ¿En qué nos hemos convertido? En dos extraños.
-Sólo somos los recuerdos buenos y malos en los tiempos vividos. Todos tenemos destinados un adiós definitivo..

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

ALGO SE MUERE EN EL ALMA…
Llegó el día, partiste, adiós te digo,
llora mi corazón, lloran mis ojos
y ante esta fosa vil caigo de hinojos,
pues sería feliz de irme contigo.
♣️
Nada más cruel que enterrar a un amigo,
sacramentar con llanto los rastrojos
que darán, con ternura, a sus despojos,
amparo eterno, protección y abrigo.
♣️
Nos veremos, jamón, en la otra vida,
que hoy más que ningún día en ella espero,
por más que quede mi alma desvalida.
♣️
Pues por fúnebre ajuar yo solo quiero,
que en mi ataúd, antes de mi partida,
me pongan un cuchillo jamonero.

PEDRO PARRINA

Hay miles de formas de decir adiós, pero una sola de marcharse sin decir nada, sin dar explicaciones, sin tener la oportunidad de despedirse, simplemente; desvanecerse, desaparecer, y hay miles de razones y causas, las más trágicas.
Adiós, fue un verdadero placer.

MARI CARMEN MERFER

—Hoy va a ser un día especial —te has dicho a ti mismo cuando el despertador ha sonado.
Llevas pensando en este momento durante mucho tiempo. Quizás no has tenido la oportunidad o, quizás te faltó el valor. Pero hoy te has levantado con fuerzas, con ganas, con ilusión… Porque sabes que después de que logres alcanzar esa idea que desde hace semanas ronda tu cabeza todo cambiará: la tranquilidad se apoderará de ti y el vacío que cada vez con más frecuencia sentías, será reemplazado por una paz infinita. Una paz que ya necesitas sentir.
El día no ha pasado mal, mucho mejor de lo que hubieras esperado. Es increíble como han ensordecido tus oídos dejando pasar de largo esas palabras que tanto daño te han causado. Esos insultos que, sin comprender a qué venían, sin entender por qué a ti, calaban tan hondo que poco a poco fueron destrozándote por dentro.
Hoy esa sonrisa que desapareció hace tiempo ha vuelto a resplandecer en tu cara, dejando entre ver que hoy eras feliz.
—Ya queda poco. Unas horas, solo unas horas y todo cambiará —te has dicho a tí mismo.
El timbre suena. Es hora de volver a casa. Pero hoy no tienes miedo a que te empujen, te pongan la zancadilla, te ofendan o que te hieran. No temes escuchar las risas de los demás ni tampoco que sus móviles te graben. Hoy eres feliz.
De camino paras en el parque que hay cerca de tu casa y de nuevo sonríes, al recordar todos esos momentos bonitos que pasaste de pequeño en ese lugar. Arrancas una rosa de ese rosal que tanto le gusta a tu madre y vuelves a poner en marcha tus pies.
—¡Ya estoy aquí! —dices al entrar en casa
Te acercas a ella, a esa persona a la que tanto adoras —para ti, mamá —le dices mientras le acercas la flor
—Vaya… ¡Qué sorpresa! ¿Y se puede saber a qué viene este detalle? —te pregunta
—Nada, la he visto y me he acordado de ti. Sabes que te quiero mucho ¿verdad? —le dices
—¡Claro que lo sé! Y yo a ti mi vida —te responde mientras te abraza con fuerza
La hora de la comida ha sido amena. Hacía tiempo que no mantenías una conversación tan fluida con tus padres. Incluso te has atrevido a soltar alguna carcajada.
—Bueno, me voy a mi cuarto. Tengo cosas que hacer —dices
Entras en tu habitación, sacas el diario de su escondite y te permites escribir unas líneas, las últimas.
Diez minutos después…
Se oye un gran estruendo y poco después el sonido de unas sirenas.
Las últimas palabras:
<<Queridos papá y mamá,
Si estáis leyendo estas líneas es porque al fin me he atrevido a cumplir con mi propósito.
No ha sido fácil, todo lo contrario. Llevo pensando en ello mucho tiempo pero, aunque sabía que para mí era lo mejor, también era consciente del daño que esta decisión os iba a causar.
Este diario ha sido mi confidente, mi amigo y mi paño de lágrimas y en sus páginas descubriréis los motivos que me han llevado a dar este paso.
Mi vida ya no tenía sentido.
No os sintáis culpables. Habéis sido unos buenos padres ¡los mejores! y me marcho feliz por eso.
Solo deciros que os quiero, os quiero mucho y espero que me perdonéis por dejaros de esta forma.
Se despide, vuestro hijo >>

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Sábado 25 de febrero de 2023.
7:13 Mi nombre es Pacífico acabo de aterrizar en el planeta Tierra, el tráfico aéreo es terrible, aviones militares sobrevuelan de manera continuada el cielo. He tenido que poner el modo de invisibilidad de mi nave nodriza para no ser descubierto.
7:16 El aterrizaje ha sido un éxito, sito prados de Taracea, en la provincia de Guadalajara, perteneciente al país España.
7:18 Recibo instrucciones del comandante Paz mediante mi reloj Casio, muy vendido en mi galaxia y en mi planeta xvdfre231 a 1000000 millones de años luz de distancia.
7:20 Abducción de un terrícola al azar Sergio Santiago Monreal, te ha tocado.
7:21 El sujeto en cuestión no opuso resistencia, alegó estar esperando que la reina del trébol haga público el tema semanal, al parecer el humano de género masculino es un apasionado de las letras.
7:23 Al ser yo Sergio puedo dar con precisión esta información altamente secreta. El comandante Paz no se opone a que escriba yo el relato para no levantar sospechas.
7:48 Tras hacer el desayuno para el abducido y su familia leo en el grupo de escritura creativa cuatro hojas que el tema semanal es: adiós. Aprovecho para mandar un abrazo enorme al gran compañero Coronado Smith.
7:50 Mi misión está a punto de concluir. Inicio la desactivación de todas las ojivas nucleares sobre la faz de la Tierra.
7:51 Mi misión ha concluido con éxito, el comandante Paz me da la enhorabuena mediante un mensaje vía Casio .
7:52 Adiós terrícolas. Paz y Pacífico se despiden. Disculpa las molestias Sergio Santiago Monreal.
7:53 Adiós.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

NUEVE
De repente, me he sentido incapaz de reprimir lo que durante tanto tiempo llevo conteniendo. Un desfile de emociones sin control que no paran de girar endiabladamente en mi cabeza, como las hélices de un avión. Igual que aquellos ingenios voladores de mi infancia, tan simples como asombrosos, trazando piruetas imposibles ante mis cautivados ojos.
Esta mañana limpia de verano me ha traído de vuelta los días en los que mi padre me enseñó por vez primera a volar una cometa. Había verdadera magia en todo aquello. Especialmente en la forma en que algo tan simple comenzaba a subir casi de repente, a merced de las fuerzas del viento, cogiendo cada vez más altura y jugando a trazar cabriolas aleatorias en el aire. Como queriendo escapar de la inevitable gravedad, tratando de rozar la libertad más absoluta. Pero lo que me resultaba más asombroso era el hecho de que fuese yo mismo quien pudiese conjurar aquel sortilegio. Como un Merlín del aire ejecutando con mi varita invisible los movimientos precisos y necesarios gracias a un simple hilo, prácticamente imperceptible, que conectaba ambos extremos del prodigioso encantamiento. A un lado, las párvulas manos de un crio y lejos, en el infinito, la magia en forma de rombo multicolor que se iba haciendo cada vez más pequeño.
La algarabía de los niños gritando me ha sacado de mi ensueño. Alzo la vista y contemplo una miríada de cometas que flotan en el cielo. Todas únicas, especiales y fascinantes, igual que años atrás lo fue la mía. Esta mañana se celebra el campeonato internacional. Como cada una de esas cometas, mis pensamientos han ido cogiendo altura y velocidad hasta llevarme muy lejos, en el tiempo.
Apenas tuve la ocasión de decirle adiós. No como él se merecía. Se fue muy pronto. Yo solo tenía nueve años, suficientes para algunas cosas, pero muy pocos para otras. Aquel hombre, que lo fue todo para mí, la persona que me preparó con urgencia para la vida, enseñándome a ser mayor a pasos agigantados, ocuparía mi corazón el resto de mis días. Esta mañana yo participo con la misma cometa de entonces. Le sonrío mientras unas gotas resbalan de mis ojos. No sé exactamente dónde ni de qué forma, pero ahí está mi padre. Orgulloso y feliz.

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

<< Querido Oscar:
Qué extraño habrá sido para tí, sentarte en tu sillón favorito, girarte hacía la mesita de caoba para servirte tu whisky escocés de las 12:30 en punto y haberte encontrado con la carta que ahora estás leyendo mientras piensas que tu esposa está arriba deshaciéndose del elegante vestido de los Domingos para quedarse sólo con la ropa interior negra y sus finos tacones de aguja que te estarán esperando a las 12:50 para iniciar los preámbulos del encuentro amoroso del que disfrutamos cada semana en nuestra habitación de siempre.
No quiero que pienses que te estoy reprochando algo querido Oscar. Cómo amante siempre has colmado todos mis deseos, sabes cómo prolongar las caricias hasta llevarme al extremo, nunca te impacientas para esperar el momento justo en que debes hacerme tuya y te entregas sin reservas para que siga deseando esta maravillosa hora de Domingo y lo que sé que viene después. Me encanta ver cómo te levantas desnudo cuando terminamos, te pones mi bata de cachemira y me dejas en la cama, esperando a que aparezcas de nuevo a los 25 minutos exactos de haber salido, con la bandeja que lleva el almuerzo de los Domingos: Spagetis a lo Oscar con su toque de orégano y miel y las 14 fresas con nata que repartiremos de forma escrupulosa, una por cada día de la semana que va a comenzar y que volverá a terminar en un Domingo más.
Sé que no tengo motivos para quejarme; no conozco a ninguna mujer que tenga a una pareja más pendiente de ella, ni a ninguna que sea tan escuchada cómo yo lo soy de 6 a 7 de la mañana y de 8 a 9 de la noche. Sé que echaría de menos si no lo tuviera: ir al cine los Miércoles por la tarde, al teatro los Jueves y a almorzar los Viernes en Maxime’s. Sé que a estas alturas de mi vida con más de 50 primaveras, lo que hacemos es lo que tenemos que hacer después de haber luchado tanto a favor de nosotros y de nuestros 2 hijos y que nos merecemos nuestro remanso de paz actual. Y sé amado Oscar que has cumplido todas las promesas que me hiciste cuando el mundo era sólo una oportunidad para nosotros y que incluso volverías a cumplir todas las que me hicieras a partir de ahora.
Por eso fue tan difícil para mí aceptar que todavía mis ojos son capaces de descubrir cosas nuevas, que el horizonte de nuestra seguridad es demasiado estrecho querido Oscar y que por muy organizados que seamos, el alma necesita de una dosis de pequeño caos para querer seguir viviendo cariño. Quizás ese deseo de vivir fue lo que me llevó a fijarme en él; por su sencillez, por su falta de seguridad, por no saber qué camino seguirá mañana, por no estar apegado a ningún apetito ó simplemente por su juventud. Pero a pesar de todo, y gracias a todo lo que me has dado y sentido por mí, no puedo hacerlo Oscar; sería fácil engañarte y sería fácil intentar querer a dos personas a la vez, incluso sé que sería fácil que me acabaras perdonando, pero soy yo querido Oscar quien no podría perdonarse nunca.
En estos momentos no llevo puesta la lencería ni los tacones de aguja, sólo necesito un poco de valor para apretar el gatillo de la pistola con la que sales a practicar los sábados a las 6 de la mañana y que con tanto cuidado guardas en el segundo cajón de tu mesita de noche. No intentes evitarlo querido Oscar, sé que serías capaz de hacerlo y mantener tu promesa de que seguiremos juntos hasta que seamos muy viejos, pero sinceramente, ya no tienes que hacerlo>>
Oscar termina de beber su whisky escocés, se levanta de su sillón favorito y permanece inmóvil hasta que el eco de la detonación inunda todos los rincones de la casa.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando murió mi padre y luego del funeral (durante las exequias no nos hubiésemos atrevido), mis hermanos y yo corrimos a su casa a rebuscar entre sus pertenencias.
Con la excusa de encontrar su última y deliberada voluntad, o sea, un testamento ológrafo que dispusiera de sus bienes, como aves de rapiña buscábamos con cuáles de sus cosas podíamos quedarnos.
Al entrar en su habitación, mi hermano corrió al gavetero, mi otro hermano se metió en el ropero y yo me adueñé de la mesa de noche que estaba junto a su cama.
Al abrir la primera gaveta, la superior, encontré una cartuchera de piel color marrón. En ella guardaba seis bolígrafos. Mi padre amaba la escritura y a sus bolígrafos los llamaba instrumentos. Continué hurgando y no vi nada que pareciera un testamento ológrafo. Tampoco vi nada más que me interesara. Pasé a la segunda gaveta, la inferior. Al abrirla, encontré un viejo cuaderno negro de tapa dura. Estaba lleno de polvo. Lo tomé, lo limpié de un manotazo y lo abrí. Estaba escrito a mano con una bella caligrafía. Era el diario de mi padre. Ignoraba que mi padre llevase un diario y me asaltó la curiosidad. Lo abrí en una página cualquiera y comencé a leer. Quedé tan sorprendida con lo que ví, que tuve que llamar a mis hermanos.
-Acabo de encontrar el diario de papá. Tienen que escuchar esto- y acto seguido comencé a leer en voz alta.
«La Habana, Cuba, junio de 1994.
Llegué a este paradisíaco país olvidado por el progreso y la modernidad con veinticuatro años y sed de aventura. El clima es muy similar al de Puerto Rico y la gente es cálida, amable y hospitalaria. Reina la alegría a pesar de tanta pobreza y carencia.
Nunca creí en el amor a primera vista. Eso es tema de películas y novelas. El amor hay que cultivarlo, hay que labrarlo y desarrollarlo. El amor toma tiempo.
Toda esa filosofía barata, callejera y de presidio se fue al traste cuando llegué al hotel y vi a la mujer del escritorio de admisiones. Era la mulata más hermosa que había visto en mi vida. Tenía la piel canela, algo de color natural y rematada por el sol habanero. El pelo lacio, muerto, negro azabache caía como una cascada a media espalda. Los ojos grandes, negros. Jamás había visto unos ojos tan intensos. Tenía una mirada misteriosa, enigmáticamente coqueta. Terminó por devastarme su sonrisa. Era la sonrisa de un ángel. Ella era la prueba de que las diosas griegas aún existen. Al hablar, su acento me derritió. Acabó con todas mis defensas. Estaba equivocado. El amor a primera vista existe y yo lo estaba experimentando en ese momento. Se llamaba Rosario, pero todos le decían Charito.
Fui a La Habana por treinta días y del tiro me quedé seis meses. Charito y yo comenzamos con conversaciones casuales, nada serio. Luego, cuando le cambiaron el turno al nocturno, pasaba gran parte de la noche conversando con ella en su escritorio. Ella sabía que yo le gustaba, pero se lo tomaba con mucha cautela. Tenía un novio cubano que la había comprometido. Él la llevaba todos los días al hotel y la recogía en una vieja bicicleta. No muchos pueden permitirse el lujo de un vehículo en Cuba. Sentí lástima por él. Yo quería quedarme con su prometida y él estaba en amplia desventaja. Deduje que si Rosario accedía a nuestras largas conversaciones, algún interés tendría, y yo, absurdamente enamorado, pasaba mis noches hablando con ella en el vestíbulo de la hostería.
Al ruedo llegó un argentino. Pinche boludo de la pampa se enamoró de mi Charito y buscaba cada momento disponible para hablarle.
Con el novio cubano mantuve una guerra fría, silenciosa. Nunca cruzamos palabra, pero sin cuchillo, espada ni florete, nos dimos muy buenas estocadas. Con el boludo y pedante argentino la guerra fue abierta y sin cuartel. Todo valía, desde la más limpia de las maniobras hasta la más asquerosa de las trampas. En el amor y en la guerra todo se vale y esto era precisamente una guerra por amor.
Desesperado, me jugué la última carta. Estaba tan enamorado y tan seguro de mis sentimientos por ella, que le propuse matrimonio. Le propuse casarnos, llevarla a Puerto Rico y darle la vida que merecía una reina de ébano. Con la más hermosa de las sonrisas, me dijo que aún no estaba lista para el matrimonio (la realidad era que yo tampoco pero ya me las arreglaría). Fue ahí que supe que Charito no era para mí. Que jamás lo sería. ¿Acaso pudo más el cubano con sus carencias? ¿O se había impuesto el petulante argentino con el dinero que exhibía?
No lo sé. El tiempo transcurrió inexorable y con el corazón hecho pedazos, tuve que decirle adiós a mi Charito y regresar a Puerto Rico.
Con el tiempo supe que ni el cubano ni el imbécil argentino obtuvieron la gracia ni los favores de Rosario. Al final se casó con un sueco y ahora vive en Suecia y tiene dos hijos. Jamás olvidé su color de piel, sus ojos negros y su enigmática sonrisa. Por primera y última vez en mi vida supe lo que era el amor a primera vista».
Terminé de leer el relato del diario de mi padre y una lágrima rodó por mi mejilla izquierda. Mis hermanos y yo estábamos mudos. Dejamos de rebuscar y en silencio pusimos todas sus cosas en orden. Con voz entrecortada, pedí a mis hermanos quedarme con el diario. Ninguno objetó. Por fin había entendido por qué mi padre me había llamado Rosario.

CESAR BORT

Porque la ilusión aguanta hasta que duran los sueños. Después, se diluye o se atempera; se enmerda en la realidad; se ensucia de malvivir; se olvida de creer, y te incomoda. Y te cortas la coleta, dejas el tabaco, cuelgas las botas, te apuntas al gimnasio. Y miras la lluvia a través de los cristales, el fútbol en el sofá, los conciertos por la tele. Y buscas en la basura el ticket de la compra, guardas las facturas, piensas en el verano. Y sales a pasear, cuando tienes tiempo; cuentas ovejas para dormir, si no te quedan pastillas; crees que todo anda mal, pero ¡ay, virgencita!, déjame cómo estoy. Y quieres vivir más, aunque más despacio, a algunos les dices «adiós», y a otros, «hasta luego».

CANDELA PUNTO

ADIÓS, GITANA, GUAPA
6 de octubre, del 1936. Puerta del Perdón, Mezquita de Córdoba. Unos meses después de estallar la guerra civil española.
Carmen… “Carmencita” como la llamaba su madre, deslizaba el cepillo delante del espejo agrietado, de arriba hacia abajo, a través de su largo cabello negro azabache, enredándose mientras tanto y aguantando los tirones, dejando que al tresbolillo, las púas del cepillo arrancasen el pelo muerto. El amor tiene esas cosas, querer agradar.
Al final, logró apañar su negra y larga coleta, que vista desde abajo, le cubría sus posaderas bien puestas y movidas con desparpajo, dentro de un traje ajustado de algodón y lleno de gardenias blancas y ramitas de tomillo verdes, dibujadas sobre el fondo negro del vestido. Harina de otro costal, única entre todas, bella como ninguna…
Después de arroparse y arreglar su pelo entre cortinas, aguantando los embistes de su hermana pequeña en la rodilla porque deseaba acompañarla y ella no quería, el varón y futuro patriarca del poblado, su hermano, le gritaba que “ojito”, que sabía de sus amores, los cuales nuca serían de ningún payo, sino de un calé de pura cepa y de buena familia. Mientras tanto, se pintaba el rabillo que alargaba sus ojos verdes esmeralda hasta el infinito, y se perfumaba con el jabón de naranjas recogidas del Patio de los Naranjos en la Mezquita.
Al salir de casa, el calé acosador, a través de su familia, le insinuaba sus intenciones con la mirada y la agarraba del codo sin ella quererlo, para dejarle claro que “mía o de nadie”, a lo que ella le respondía sin detenerse en su paso, “tal vez, pero muerta”, y corría hacia la Mezquita.
Fuente de Santa María, en el Patio de los Naranjos, la Mezquita…
Debía de verlo, su interior se revelaba, lo deseaba, sin conocerlo lo amaba… Carmencita… Carmen lo conoció ayer desde lejos, lo vio pasar con su caja sujeta al cuello y cincha y llena de cajetillas de entrefinos, marca, compañía arrendataria de tabacos y puritos sueltos de hoja rubia, mientras vociferaba en el Patio de los Naranjos, sonando con estruendo “me los quitan de las manos”. Carmencita se fijó en ese momento, y el futuro patriarca la regañó y la arrastró hasta casa.
Más guapa que de costumbre, hoy regreso al “patio” con la intención de conocerlo, pero el vendedor de cigarrillos, no asomaba. Se la comían los demonios, estallaba., seguro que su hermano la buscaba. Diez minutos de silencio, veinte de ansiadas miradas, cinco de refrigerio en el caño del olivo; el calor cordobés pasaba factura y llenaba sus manos del caño y empapaba donde moran los sentidos, “maldito calor”.
“Me los quitan de las manos, mientras que me robas el corazón, gitana, guapa”, y ella colorada y descansado, pero nerviosa al sentirlo tan cerca, “te lo compro, pero no el tabaco sino tu amor”. Se miraron y Fernando comenzó el poema y ella lo continuó.
Las malas lenguas, la del calé acosador, “allí está el traidor” …
Y con yeguas en cabeza y carro armado de barrotes, el cajetillero sacaba los brazos para decirle “adiós, gitana, guapa”, “tus luceros serán mis luciérnagas por la noche”.
Gitana arrastrada, maldecida y con la coleta cortada, se escapó en la noche.
Fernando acabó en un paredón.
Año 1991. Mercado Sánchez Peña, Córdoba, Carnes y Chacinas, Carlos Duque. Mientras esperaba el turno…
Después de pedir la vez, a una amable señora mayor, de unos 70 años, que aguardaba impaciente el momento en el que el tendero le dijera «Carmen, que va a ser hoy», entré en conversación con ella para amenizar el rato de espera.
—No tengo claro si decantarme por la morcilla con manzana, los ibéricos de Jabugo o los flamenquines ¿Carmen, a ti que te parece?
—¡Hijo!, ¿te conozco?, ¿y tú de quién eres?, no me suena tu cara de nada —me respondió sorprendida y atenta a la repuesta.
—¿No me reconoces?, soy Fernando.
—Solo he conocido a un Fernando en mi vida y te puedo asegurar que no eres tú. ¿Cómo sabes mi nombre, chiquillo?, te repito que no te conozco —me insistió en su irreal pensamiento.
—¡Bueno, Carmen!, a ver si te suena esto que te voy a decir…
Las luciérnagas brillan por la noche porque tus luceros descansan, reposan, duermen…
Las luciérnagas se apagan por el día porque tus luceros viven, se despiertan, iluminan…
No ha tardado en hacer acto de presencia, su piel de gallina, el sudor en la frente y su mirada perdida en el tiempo. El temblor ha hecho mella en sus piernas llevándose una mano al corazón y con la otra me agarra como antaño continuando el poema dónde yo lo he dejado…
Las luciérnagas son por la noche, las lágrimas de amor que derrochas durante el día al mirarme…
Las luciérnagas son por el día, tu ausencia, tu anhelo, los momentos en los que no te veo…
Le he inundado su mente repentinamente de bellas imágenes y trágicos recuerdos de un tiempo pasado a la entrada de la Mezquita, provocándole el ritmo acelerado de su corazón y la sensación de presión sobre su pecho, pobre Carmen, necesito que dé cuenta.
—¿Lo ves, Carme?, soy yo, Fernando. ¿Quién más podría saber nuestro poema favorito?
—¡Nadie mi amor!, es verdad, lo compusimos entre los dos, pero…
—Deja de llorar y ¡abrázame!, ya he vuelto, se acabó la espera.
—El día que te llevaron los soldados, detenido, morí en pena. Llevo 55 años, pasando a diario por la puerta de la Mezquita y esperando encontrarte de regreso, justo donde te secuestraron, justo dónde te robaron de mi mano.
—Lo sé, pero ya he vuelto. A partir de ahora no volverán a separarnos los malditos soldados, ninguna guerra, ni las malas lenguas que nos hicieron la vida imposible en el pasado.
—Nunca lo hemos tenido fácil, Fernando. Tú eres payo y, yo, gitana desterrada, jamás perdonaron en mi casa…
—¡Tranquila, Carmen!, no te preocupes. Has vivido soltera y condenada por tu raza, pero llena de amor y de esperanza deseando volver a verme. No te preocupes gitana, donde nos llevan reina el amor.
¡Mira mi niña Carmen!, ¡mi gitana guapa!, se envuelve su dedo índice en el pañuelo que ha sacado del canalillo, se limpia el cristalizado de los ojos y arranca a llorar como una chiquilla. Se ha desmallado al darse cuenta…
¡Carmen!, ¡Carmencita! … Abofeteaba sus mejillas con cariño el charcutero al llegar la ambulancia que, sin prisas, pero efectivos los enfermeros, la llevaron con Fernando agarrado de su mano donde reina la paz.
********
Soy odiado, perseguido y encarcelado morando en el olvido. Tras los temblores, en momentos de locura pasajera. Tras la inquisición de los medicamentos que tratan de frenar mi avance. Tras las regañinas externas que no entienden mi existencia. Tras los llantos y lamentos de mi Carmencita, la pobre Carmen. Tras los buenos momentos de risas y disfrute después de la locura pasajera. Tas una vida entera pendiente de amores, me llevo a Carmencita con su Fernando. Aunque inentendible mi presencia, ni tan siquiera yo mismo lo sé, arropo a Carmencita mientras le hago daño. Soy implacable, el Alzhéimer es mi mandato, pero a Carmencita como a tantas otras, la llevo con su Fernando… Donde reina la paz hasta el día de su descanso.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

Tus ojos me hablan
la tristeza se escapa abrazándome
Con voz tenue
Dejas en mi oído dos palabras
Es amor, es amor
Susurras despacio y te alejas
Es amor, es amor
Respondo temblando
Y me quedo
Con los ojos cerrados quemándome
a la espera de un último beso
Es amor , es amor
Repite la tarde burlándose
Y tu aroma
permanece en el aire y se queda
para siempre grabado en mi piel
Es amor , es amor
Repite la tarde
Y me quedo,
sola con el lamento de un llanto
que guardo en silencio
Y me alejo.

EDUARDO VALENZUELA

Ocurrió en una de esas tardes de otoño que a la Matriarca ―y a nosotros, robots― gustaban tanto. Una de esas tardes que se abrían tan amplias, tan olorosas y sosegadas, que invitaban a contemplar el horizonte bajo el arrullo de un cielo que empezaba a vestirse de crepúsculo.
Fue a la hora en que las alondras apresuran su último vuelo del día, cuando las sombras lánguidas de los árboles comienzan a estirarse para descansar. A esa hora nos llegó la triste noticia: la vida de la Matriarca, nuestra madre, nuestra razón de ser, se extinguiría prontamente.
Aunque fue un anuncio fulminante como un rayo, no nos sorprendió. Todos, y ella misma más que nadie, lo esperábamos desde hace mucho. Su vida, su larga, extraordinaria y formidable vida debía deshojarse algún día. Simplemente había llegado la hora. Sus entrañas se apagarían, órgano por órgano, hasta secarse y dormir para siempre.
En cuanto nos enteramos, quisimos honrar su partida alegrando sus instantes finales. Espontáneamente, movidos por sentimientos que no sospechábamos que podían germinar en nuestros circuitos, engalanamos las avenidas, vestimos los arcos, embellecimos los monumentos. Guirnaldas de aromáticas y coloridas flores tapizaron las urbes, rojos banderines ondearon briosos en las agujas de las torres y las balaustradas de los balcones lucieron estandartes con dorados festones.
Éramos millones y millones, un desmesurado cardumen de robots. Acudimos hasta su palacio, atraídos por una gratitud mansa, heridos de tristeza infinita y estremecidos ante la solemnidad de lo inminente.
De su morada, repletamos los jardines y las plazas, los bosques y los alrededores.
El palacio parecía el polo de un imán monumental que concentraba las miradas del orbe entero. Todos permanecíamos en vilo a la espera del desenlace.
Ella, con la fortaleza que siempre le conocimos, quiso despedirse.
De súbito, en la torre del palacio se abrieron las imponentes hojas acristaladas de su balcón y apareció su figura menuda, ya encorvada por el peso de los años. Llevando el exoesqueleto que la ayudaba a moverse, asemejaba a una frágil semilla protegida en una etérea vaina de plata.
―Buenas tardes, queridos míos ―Se movieron sus agrietados labios, marchitos como las flores de buganvilla al final del verano―. Es un gusto verlos.
―¡Buenas tardes, mamá! ― respondimos a coro.
Ella se emocionó. Sus ojos brillaban mientras, con su mirada, trataba de abrazarnos a todos y cada uno de nosotros, pero éramos demasiados. Su vista se perdía en la multitud que colmaba los jardines, las colinas y la vastedad del valle.
Avanzó hasta llegar a la balaustrada y cruzó por el aire, llevada con suma delicadeza por un reluciente arco de metal líquido animado, que la ayudó a bajar desde el alto balcón hasta el jardín. Nos apartamos, dejando un claro para que pudiese moverse libre.
―¡Ah, la tierra! ¡Qué bien huele!
El exoesqueleto dio un par de pasos y se detuvo.
―Quisiera sacarme esto…
Con sorprendente destreza, la anciana desactivó el arnés que la unía a la máquina y pronto se halló, trémula, sostenida por sus propias piernas sobre el césped. Lo mismo que el arnés, se quitó el calzado, para sentir los brotes de hierba en la planta y dedos de los pies.
La brisa de la tarde, meciendo sus cabellos y su camisón ―ambos blancos y ligeros―, traía aromas de esencias, de polen, de hojarasca, sobre una tierra verde y fértil. Su piel, surcada de innumerables arrugas, se dejaba acariciar por ese aire de otoño.
―¡Ah, qué bien se siente! ―dijo, con los ojos cerrados, pero por los que notamos se empezaban a asomar lágrimas que bajaban jugueteando entre los surcos de su tez.
Continuó caminando unos pasos más sobre el césped, hasta llegar donde crecían hortensias azulosas y rosadas. Allí, con delicia, hundió sus pies en la húmeda tierra como si fuera la primera vez que descubriera el mundo. Luego, no sin cierta dificultad, se agachó hasta sentarse en el suelo y comenzó a enterrar sus manos en el humus, amasándolo, jugando con él, tratando de absorberlo por sus poros cansados.
Cogió un puñado con ambas manos y lo olió delicadamente. A continuación, lo esparció por sus mejillas y su frente. Entonces, levantó la vista con expresión traviesa y al vernos se echó a reír.
―¡Ay, mis niños! ¡Debo verme ridícula! ¿No es verdad? ―Y continuó riendo―. ¡Tranquilos!, no me he vuelto loca. Solo quería sentir la tierra por última vez.
Asentimos con la cabeza, tratando de comprenderla.
―Queridos míos ―dijo, ya con seriedad―. Ustedes ya saben lo que me ocurrirá ahora… Debo partir. Debo decir adios…―Se enjugó una lágrima con la manga de su camisón―. Sé que mi recuerdo quedará, probablemente para siempre, en sus cabecitas… de modo que, de cierta manera, los continuaré acompañando por mucho tiempo.
A modo de súplica, cruzó las manos sobre su pecho.
―Les pido, por favor, que continúen poniendo en práctica todo lo que les he enseñado… Cuiden la vida, toda forma de vida. Cuiden las plantas ―Retiró de su pecho la mano derecha para acariciar las hojas de una hortensia―. Llévenlas a todos aquellos rincones de las estrellas donde puedan prosperar… Viajen por el universo, siémbrenlo y que florezca. Ahora que me voy, la Tierra es toda suya. Ámenla, como yo los he amado a ustedes.
―¡Como usted diga, mamá! ―respondimos a coro.
Aún sentada en el suelo me señaló y me invitó a acercarme hasta ella. Así lo hice y me atrapó en un fuerte abrazo.
―¡Ay, mis amados ositos! ―dijo y besó mi fría nariz― No se imaginan cuánto…
Subitamente me soltó y nuevamente se llevó las manos al pecho, cerrando sus ojos con un gesto de dolor. La hora había llegado. Después de un instante, pero sin volver a abrir los ojos, su rostro recuperó su serenidad de valle dormido y una lágrima, una última lágrima, se deslizó por su mejilla hasta caer a la tierra. Luego, ella entera cayó también.
Recuerdo que en ese instante el arrebol empezaba a colorear el cielo de tonos anaranjados… Y allí, quedamos solos; millones y millones de ositos de peluche con la cabeza baja rodeando el cuerpo de la Matriarca, de mamá, la última humana que vivió en el planeta Tierra.


ARITZ SANCHO MAURI

¡Hola! ¿A qué te dedicas? Soy coaching de machos alfa.
Es hora de despedirse de la exclusividad de tu fase beta, para convertirte en una versión completamente operativa, intuitiva, estable, sin bugs ni fisuras, segura, actualizada e impenetrable.
Solo has de seguir esta serie de pasos que te llevaran a la transformacion en tus diferentes versiones, seras más popular y querido.
Hara que encajes a la medida en esta sociedad que se cree buena y actual; pero que no es más que una retrógrada cuadricula con márgenes que viven en su cubículo y distorsionan la evolución de la especie. Atados por grilletes, como las páginas a las anillas de este cuaderno.
Es la hora de romper el guion de tu tragicomedia y quemarlo, para convertirte en un personaje como la llama de una vela, que no se altera; a la que no le da el viento y no tiene sombra; que funde todo lo que roza con su poder incandescente, que sabe que un día le tocara decir adiós para dormir mientras se apaga.
1.- No acabes siendo víctima de alguien para ratificar las teorías que ya conoces sobre la ciencia aplicada hacia humanos. La psicología oscura, ingeniería zoocial o recompensa intermitente. No hables sobre ello si ya sabes que te miran como a un rarito.
2.- No muestres lo que eres realmente, sabes que tus cualidades asustan, trata de pasar desapercibido. Imita lo primitivo, habla menos y despertarás más interés.
3.- Sé una mierda y se te acercaran todas las moscas, sé un clavel y aproximaras a las abejas.
4.- Mira tu alrededor, analiza, compara. Sé bondadoso pero quiérete, no pierdas tiempo con gente que no se rige por leyes fundamentales como la de la reciprocidad.
5.- Tu tiempo es tu dinero, inviértelo en quien merezca la pena. Riega y déjate regar, cuida y déjate cuidar. Creceras.
6.- No caigas en ilusiones de querer salvar a todo el mundo mientras bailas al ritmo de la teoría de reírte saltando en la cuerda floja.
7.- Aunque sepas que esto no se trata de competir, aprovecha las oportunidades. Imagina que eres un espermatozoide, que solo tiene una oportunidad y un objetivo; sin distracciones, obsesiónate hasta estocar el óvulo, como si de ti dependiera salvar a la humanidad en el más humilde anonimato.
8.- No te dejes conocer demasiado, a menor información menos puntos débiles, más control del tiempo, del juego, del misterio.
9.- Sé cómo Bruce Lee. Mira la vela, piensa como la vela, conviértete en la jodida puta vela y tus problemas se irán como el humo. La gente mantendrá las distancias por el miedo al calor y a tu luz inamovible.
10.- Conviértete en un rebelde, tu eres tu dueño, aparenta ser duro, transparente, flexible e impermeable; para que no te pringues con lo que no es tuyo. Céntrate en ti, cree en tu importancia. Asimila que eres un valor que fluctúa.
10.1- Aprende de los errores para no volver a cometerlos. Saca petróleo de las piedras en las que tropieces. Levántate, sacúdete, cagate en todo pero no te rindas jamás.
11.- Sé más animal: Aprende a esperar. El momento perfecto existe, lo reconocerás porque te sobra instinto, la presa estará indefensa, siempre saldrás ventajoso por muy adversa que sea la situación.

AMPARO SORIA

-DI ADIÓS-
-Di adiós.
-No.
-Di adiós a tu puta vida.
-No pienso hacerlo. –se resistió ella.
– ¡Te he dicho que digas adiós, joder! –se alteró Joaquín, ajustando más su mano alrededor del cuello manteniéndola contra la pared.
-No, no pienso hacerlo. –repitió con voz serena. Esta vez Lorena le mantuvo firme la mirada, desafiante, aunque su interior temblaba cómo un flan. –no pienso volver a decir a adiós a nada, solo a ti ¿Entiendes? ¡No pienso hacerlo!
Sin saber de dónde apareció su fuerza y decisión, Lorena logró liberarse del brazo que la sujetaba por el cuello. Salió corriendo del portal con el terror en los ojos y el corazón acelerado. Mientras corría, no sabía hacia dónde, sentía aterrada el aliento de Joaquín, su pareja, en la nuca. Sin embargo, él se quedó inmóvil en el mismo sitio dónde lo dejó, perplejo por la inesperada y atrevida actitud de su chica. Su puñetazo contra la pared retumbó en el portal.
Lorena descansó, por casualidad, cerca de una comisaria. Apoyada en la pared buscó aire para sus pulmones. Las lágrimas no cesaban.
– ¿Se encuentra bien? –preguntó una voz masculina.
-No. –respondió sin mirar a quien le preguntaba. Respiró hondo. Levantó la mirada hacia la voz, dos agentes se encontraban uno a cada lado de ella.
Las lágrimas se acentuaron, Lorena apartó despacio sus manos de su lastimado y enrojecido cuello permitiendo que los policías descubrieran por ellos mismos las marcas.
-No se preocupe. Acompáñenos a comisaria. Tranquila…
Mientras tanto, Joaquín era detenido en el mismo portal. Una vecina dio aviso a la policía al escuchar al joven amenazar a la chica mientras bajaba la escalera. No era la primera vez que presenciaba o escuchaba esa actitud agresiva de su propio vecino.

PURO CUENTO

CUATRO GLOBOS
Raúl Diaz Quezada
Abri la puerta de mi departamento e inexplicablemente el pasillo estaba repleto de globos de todos colores.
Me abrí paso entre ellos, no sin antes, tomar cuatro.
Al salir del edificio me senté en los escalones de la entrada. Con una mano sujeté mis globos, con la otra quité el cordón de uno de mis tenis y amarré mis cuatro globos.
Saqué un plumón de la bolsa de mi chaqueta, le escribí una palabra a cada uno de ellos. Me puse de pie, alcé mi brazo apretando fuerte el cordón con mis globos. Miré al cielo y después de un gran suspiro, cerrando mis ojos, les dije: adiós.
FIN
FOUR BALLOONS
Raúl Diaz Quezada
I opened the door of my apartment and inexplicably the corridor was filled with balloons of all colors.
I made my way through them but not before taking four.
As I went out of the building I sat on the front steps. With one hand I held my balloons, with the other one I removed the lace of one of my sneakers and tied up my four balloons.
I took a marker out of my jacket’s pocket and wrote a word on each of them. I stood up, raised my arm gripping tightly the lace with my balloons. I looked at the sky and after a deep sigh, closing my eyes, I told them: goodbye.

OMAR R LA ROSA

Durante unos minutos la miro profundamente, reflexionando sobre la decisión a tomar.
No es que fuera algo fácil, ella le gustaba mucho y estaba seguro que nadie diría nada si la tomaba, ella por lo menos no.
Pero en lo más profundo de su ser sabía que las consecuencias de tal acción podían ser desastrosas.
… Sin embargo, verla ahí, al alcance de su mano, transpirando lasciva… ¿Cómo resistir la tentación?…
Compungido miro a su rededor, rogando que alguno de sus amigos lo librara del sufrimiento, lo sacara del tormento planteado entre el placer y el deber.
Pero fue en vano, nadie le ayudo.
Al fin tragando saliva tomo una decisión, sin decir nada se levantó, sacando las llaves de su bolsillo le dedico una última mirada y un silencioso adiós.
Era la decisión correcta, le había tocado ser conductor designado… y esa cerveza no era para él.

ROSA ROSANA

Abstracto espacio de tiempo
Diluido en un instante concreto
Invisible en el tiempo imperecedero
Oscureciendo un presente, poniendo fin
Sobre un momento que no se sabe si se ha de repetir.

GUILLERMO ARQUILLOS

HACIA UN NUEVO MUNDO
Estimados padres:
Al entrar en la capilla para participar en el servicio religioso de ayer, me se enredó la falda y casi me quiebro una pata. Le doy gracias a Jesús, porque se arremangó la señora Emily Barr, que es mu principal y me auxilió. La señora Barr es mu rica y educada y me hizo amiga suya y hemo estado parloteando mucho. Ella se ha encabezonado para que les escriba esta carta, como si ya no me hubiera despedido de ustedes. Pero, como me da esta ocasión, porque ella paga el correo que enviará a media mañana desde Irlanda, pues he decidido escribirles. Nosotros no podríamos pagarlo.
Seré breve, estimados padres, porque, aunque aprendí a escribir en casa de la señora Harris, con las otras criadas y la señora era mu buena con nosotras, me se hace un poco cansado pintar todas las palabras letra a letra.
Estimados padres, es mu hermoso poder estar aquí. Sobre todo, quiero agradecerles el esfuerzo que han hecho nuestras familias y nuestros vecinos para que esto pueda ser así. Sobre todo, ustedes y como los padres de Michael, que han sido no sé cuántos meses de ahorro junto a to el vecindario. Por eso nosotros logramos buscar una nueva vida y decirles adiós. Aunque siempre les llevaremos en nuestro corazón y recuerdo.
La vida aquí es mu atractiva. Nos dan de comer todos los días, que ni que fueran fiesta. Los desayunos son abundantes y con salchichas y huevos y a medio día también con carne, que da gusto. Ni en casa de la señora Harris comía tan rebién y eso que era mu buena.
Por lo demás, es una pena que algunas mujeres tengamos que dormir en dormitorios separados de nuestros hombres, pero no hay camarotes suficientes para matrimonios y son las leyes de la mar. La señora Emily y su marido sí que tienen un camarote para ellos solos. También una doncella compartida para tres familias que se la pone la naviera. Hay algunas familias todavía más ricas, se han traído el servicio y pagan cien veces más que nosotros por el mismo viaje. Para los de tercera clase, que Michael dice que somos setecientos, solo hay dos bañeras y en el hotel, antes de zarpar, algunos tuvimos que dormir en el suelo, por escasez de camas.
Cuando hicimos parada en Francia, nos contaron que allí tienen una hora distinta que la de nuestra querida Inglaterra, una hora más. No me entra en la cabeza, porque si Jesús hace salir el sol en todos sitios igual, no entiendo por qué allí miden mal el tiempo, pero son cosas de los relojes. Yo miré todo el rato el de Michael cuando llegamos a Francia, que se lo regalaron en nuestra boda. Pero no vi que las agujas caminaran más deprisa, sino que seguían como siempre, adelantándose poco a poco.
Estimados padres: os vamos a echar mucho de menos en nuestro nuevo país y estamos llenos de ilusión, haciendo una nueva vida en un mundo nuevo.
Ayer, un niño se puso a llorar sin descanso, mientras el baile de la noche. Algunos hombres ya estaban jugando a las cartas en la sala de fumadores de tercera, que yo creo que apuestan, aunque la naviera lo ha prohibido. Las mujeres y su madre nos pusimos a consolar al niño. Decía, sin parar de moquear, que ya no verá a sus primos nunca y yo pensé en mi primita Rosy. Es tan bonita, con sus mofletes y sus trenzas, y se quedó llorando cuando zarpamos de Southampton.
Estimados padres, ya estoy llorando de nuevo y no quiero, porque este adiós es alegría de que vamos a un mundo nuevo. Michael está guapísimo con la gorra vieja de su padre y los tirantes de su abuelo. Seguro que encuentra pronto un trabajo con el que pueda mantener nuestra casa y hacer fortuna. Esperamos que Jesús nos bendiga pronto con los hijos que nos alegren los días.
No quiero llorar más, que si lo hago es de amor por ustedes y ya me canso de escribir. En cuanto lleguemos a nuestro feliz destino, les escribo para que sepan que todo ha ido bien, aunque tenga que pedir dinero prestado para el correo.
Un abrazo mu fuerte para los dos y para sobre todo para usted, querida mamá y también para mi primita Rosy. Y recuérdele a Rosy que este barco no se llama Tántalo, como ella dice, sino Titanic, que es un nombre mu importante.
Un beso mu fuerte, suya siempre.

JAVIER GARCÍA HOYOS

Se decidió a embarcar. Siempre había visto zarpar aquel crucero, pero nunca se había atrevido a subir a él.
Sin equipaje, sin un plan establecido, y con un saco lleno de dudas, miró al muelle donde las amarras aun estaban atadas.
Observó a la gente que se despedía de los pasajeros, sus lágrimas parecían implorar que no lo hicieran, que bajasen de nuevo a tierra y se quedasen con ellos para siempre. Por un instante él pensó en hacerlo, pero sintió la brisa que acariciaba suavemente su piel, miró al horizonte y se dio cuenta de que jamás lo había visto desde aquella perspectiva.
Echó de nuevo un vistazo a lo que, allá en el muelle, dejaría atrás. No lloraría por ello, no lloraría por la losa de la desesperanza que oprimía su corazón, ni por la tristeza que siempre le acompañaba, ni por el miedo que le abrazaba como lo haría un oso, ni por la oscuridad que no le dejaba ver las estrellas.
Miró al horizonte, ignorante de si lo que vendría sería peor o mejor, pero sabedor de que sería diferente, pues ese destino lo había elegido él, y siempre podría intentar cambiarlo de nuevo.
Miró una vez más al muelle, sonrió y lanzó al aire una sola palabra para despedirse: «Adios»
Las amarras se soltaron.

ANGY DEL TORO

UN ADIOS A MI PADRE Y AMIGO
Sean estos versos mi abrigo y el reclamo a su memoria, para él, mi padre y amigo, que el cielo le dé la gloria.
Despedí a mi padre querido con infinita tristeza, ¡Ay! De mi corazón herido, que clama por su grandeza.
Su alma noble y pura se yergue ante mis ojos, brindándole con dulzura, la paz a mis antojos.
Permanecerá siempre viviente y en mi sentir estará, cual luz resplandeciente, su consejo llegará.
Él es de mí lo mejor, ¡Qué bueno haya vivido! Aún siento su calor, gracias por haberle tenido.
Su imagen tengo presente, olvidarle yo no quiero, su recuerdo está latente, aunque ya pasó febrero.
Dios ilumine mi alma con la luz que él irradia, buscaré siempre la calma, dedicándole mi plegaria.
Agradeceré siempre a Dios Padre el que le acoja en su cielo, lo que siento por mi padre, es mi único consuelo.

GAIA ORBE

El sol limpió la bruma de la noche
la llegada al puerto de Buenos Aires
hizo que la gente subiera temprano a cubierta
charlas amenas, frases hilarantes
ellos, que desde lejos habían visto brillar
las candilejas de la madrugada
a medida que se aproximaban a destino
se dieron cuenta de que las luces
disminuían en número
aumentaban en intensidad
entonces Julio le regaló a Ata
un ramo de pensamientos dobles blancos
arrancado de la plaza de Esquina
ella le agradeció con más besos
de pronto las moles grises
esfumadas de la metrópoli
detuvieron las palabras de adiós
al bajar del Ciudad de Corrientes
nadie esperaba a Ata y al Negro
tomaron un taxi y desde el auto
ella vio a los dos hermanos de Julio
vestidos con su capa militar
que se lo llevaban apresuradamente
sin dejarlo mirar atrás.
—¿Nunca más lo viste, Ata? —le pregunté.
—Caminos y detenciones —me guiñó un ojo mi amiga.
Extraído del poema narrativo Ata. Ata tenía 15 años. El Negro, su hermano 13 años y Julio 17 años. El último viaje que hicieron juntos desde Esquina, Corrientes a la Ciudad.

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

Ha llegado el momento de decir adiós,
fue bonito mientras duró .
No te quise herir, ni mucho menos mentir,
pero me invade un sentimiento puro,
de pena y desolación.
Estos son los últimos versos que te escribo,
con rabia y resignación,
mi alma navegará a la deriva,
sin rumbo ni dirección.
No quise usurpar tu identidad,
pero al ser descubierto,
perdí hasta la razón,
fuiste para mí como un hermano mayor,
que me cuidaba y aceptaba sin parangón.
Pero la mentira tiene solo una intención
y al ser descubierto consume mi traición.
Este es mi último escrito para decirte que te quiero al mismo tiempo que te digo adiós.
Sólo te pido que no me guardes rencor,
pues siempre habrá para ti un lugar privilegiado en mi corazón.
Hoy te entrego mi pluma entre lágrimas de dolor, pues aunque mi secreto esté a salvo
jamás escribiré más sobre nuestro amor.
Fue bonito mientras duró, por eso te vuelvo a pedir perdón antes de decirte adiós.

MARÍA JOSÉ AMOR

ADIÓS.
-¡Levantaros, hay que irse ya!- avisó el padre aquella mañana a sus hijos- es lo que acordamos con el resto del grupo.
Así que, al escuchar su voz, unos antes y otros después, los hijos fueron abriendo los ojos a la vez que se sacudían la pereza.
Pero uno de ellos, que no dio señales de haberlo oído, siguió acurrucadito en su rincón.
-¡Hala!, que nos están esperando- dijo el padre al no obtener respuesta.
Y entonces intervino la madre:
-Ha pasado mala noche pensando en el viaje, pobrecillo. ¿No podríamos esperar unos días? Ya sabes que siempre ha ido algo retrasado respecto a sus hermanos.
-No, no podemos- dijo el padre-Tenemos que ir todos juntos, ya lo sabes; el grupo sale hoy. Solos, pereceríamos en un camino tan largo y difícil.
-Y ¿qué hacemos con él? No puede quedarse aquí, no sobreviviría el invierno- añadió la madre.
-Es ley de vida. No podemos hacer nada. Date prisa o se irán sin nosotros. Si nos retrasamos, no solo él, sino el resto ¡moriremos! – respondió él triste, pero a la vez muy resoluto-¡venga, hay que ser fuerte!
La madre se acercó al hijo débil, lo tapó un poco, le puso comida y se fue llorando y, tras darle un beso picudo le dijo:
-Adiós, no puedo hacer nada. Solo pido que alguien te salve- Y se fue llorando pensando en el hijo que perecería solo por ser débil.
El pobre pollito, al ver que la familia lo abandonaba se puso a llorar. Tan fuertes eran sus gritos que los vecinos acudieron al nido encontrándolo solo. Y les dio tanta pena que decidieron ayudarlo.
Una señora lo llevó a su casa y lo examinó detenidamente. Vio que aún tenía algo de plumón de bebé así como unas plumas del ala derecha entrecruzadas que le dificultarían el vuelo. Al no saber qué hacer, lo envolvió y lo llevó al veterinario.
El veterinario lo examinó detenidamente le arregló las plumas dictaminó:
-Está desnutrido y a la vez inmaduro- y, sacando unas bolitas de un cajón y metiéndolas en una bolsa de papel, se las entregó a la señora diciendo:
-Dele tres bolitas cada día de este pienso. Mañana ábrale la ventana. Con un poco de suerte, irá adquiriendo fuerza para volar e incorporarse a algún grupo de los que están viniendo de África.
Así lo hizo la mujer. Al principio, el pollito comenzó a revolotear por los árboles próximos, alejándose cada vez un poco más, pero volviendo siempre a ella.
Hasta que finalmente, el pollito, convertido en una joven golondrina pudo alzar el vuelo y unirse al grupo que en ese momento surcaba el cielo en busca de lejanas tierras, donde sus otros nidos los estaban esperando.
La mujer lo vio ascender con alegría y añoranza a la vez pero, cuál fue su sorpresa cuando vio que, a mitad del camino se paraba, volvía hacía ella y revoloteaba por encima de su cabeza mientras movía el ala derecha diciéndole ¡ADIÓS!

GLORIA ALBADALEJO

BULLYING
Mi nombre y apellido es Rosa Ventosa y al cumplir treinta años, he querido recordar una parte de mi adolescencia, así que he decidido contar como un desahogo, lo que me sucedió cuando era una joven adolescente de tan solo doce años.
En esa época, tuve que cambiar de colegio, mis padres se empeñaron en ir a otra ciudad y ese cambio, no fue bueno para nadie, menos para mí.
Maldecía cada día que mi apellido tuviese ese término, Ventosa. Los chicos y chicas de mi clase, la mayoría, me llamaban, me criticaban así; “Ventosa asquerosa”. Era repugnante. También me decían, que tenía cara de cerdo y que vestía mal. Ya sé que mis padres, no me compraban mucha ropa y la que llevaba, estaba anticuada. No había mucho dinero para alegrías de este tipo.
Después, tenía que aguantar sus horribles caras haciéndome burla. Me hicieron la zancadilla más de una vez, haciéndome caer al suelo, los profesores me echaban a mí la culpa y me expulsaban de clase.
Esos días, llegaba a mí casa con los ojos hinchados de llorar, pero mis padres, no se daban cuenta, ni siquiera me miraban a la cara. Ya tenían bastante ellos, siempre discutiendo.
Por las noches, apenas cenaba, no tenía hambre y casi me iba a dormir con el estómago vacío. Creo que llegué a perder, unos quince quilos ese año. Considerando que yo ya estaba muy delgadita de por sí, era bastante, pero mis padres seguían sin fijarse en lo que me pasaba. Nadie me preguntó si me ocurría algo.
Tampoco es que durmiera tanto, las ojeras de mi rostro lo delataban. Empezaba a dar una vuelta, dos, tres y las voces de mi cabeza, me decían constantemente que lo hiciera, que estaría mejor con ellos.
Pensé en cortarme las venas. Solo sentiría un dolor seco y después la hemorragia, ya se encargaría de lo demás. Lo volví a pensar y les decía a las voces, que no, que eso me daba miedo. -no puedo ver sangre. -Les decía.
Me dieron otra idea. – ¿Tirarme por la ventana?, -Sí, sería una muerte instantánea y después ya estaría con ellos.
-No, me da miedo las alturas y que se me rompa la cabeza y se desparramen los sesos. ¡Así no!
Las voces en mi interior parecían enfadarse. Me decían que solo me daban dos días para decidirme y después, lo tenía que hacer.
– ¿Tomarme pasillas?, ¿las de mi padre para la tensión, por ejemplo?, si no, ¿tomar lejía o algún producto tóxico, veneno para las ratas? ¿y sentir ese horrible dolor en mis entrañas y reventar por dentro y hasta que no suceda, sufrir y sufrir?
-No rotundo. No puedo hacerlo así.
-Entonces tírate al metro, -me decían las voces- es lo más rápido. Solo tienes que esperar al último segundo y después te tiras.
Lo pensé. Habría sangre, pero yo ya no la vería, estaría muerta.
Mi pequeño cuerpo temblaba con esa macabra idea. Me quería morir, pero me daba miedo la muerte y el impacto de como sucedería, lo que sentiría y después que sería de mi espíritu. Tenía entendido que la gente que se suicida va directa al infierno. Es un delito ante Dios. No estaba preparada.
Mi pequeña mochila del maldito colegio, me colgaba en la espalda y me la quité cuando llegaba el metro. La dejé apoyada en un banco. En el interior de mi cabeza, veía muchas caras de gente que me estaba esperando al otro lado. Yo no los conocía, pero me sonreían y sus brazos permanecían abiertos, preparados para abrazarme, casi dándome la bienvenida.
Cerré los ojos y me lancé a la vía. Adiós mundo cruel. Creo que antes de morir, escuché algún grito de gente aterrorizada por lo que acababan de ver.
Me miraba a mí misma, estaba rodeada de sangre y mi pobre cuerpo desgarrado por todos sitios, hacía ver parte de mi interior y yo no podía seguir contemplándome, viéndome con los ojos abiertos, cara desgarrada y la cabeza abierta chorreando sangre.
– ¡No!, yo no quería eso. Quería una muerte limpia, sin sufrimiento, sin dolor, sin esperarla.
Llevaba la mochila en mi espalda y miraba la vía del metro. Las voces de mi cabeza me decían que ya había llegado el momento. Ya llegaba el transporte y me tenía que tirar.
Cerré los ojos y vi esperanza.
Cuando llegué al colegio, al primer insulto que escuché, me dirigí hacia esa niña y le pegué un bofetón. Ella no se lo esperaba y se puso a llorar. Al próximo niño que después de un rato me llamó “Ventosa asquerosa”, le pegué una patada en sus partes. El crío pegó un grito y salió como pudo hacia otro lugar, lejos de mí. Cuando me hicieron un coro entre los más gamberros para meterse conmigo en el recreo, les saqué una navaja de pequeñas dimensiones de mi bolsillo, decidida a clavársela al primero que me insultara o quisiera atacarme. Los odiosos niños se fueron alejando de mí poco a poco con caras temerosas y más aún, cuando mi rostro se transformó en una horrible cara de mala.
Mis voces de la cabeza me decían entonces, que me clavase esa navaja en el estómago, pero no les hice caso. La guardé en el bolsillo de nuevo o para la próxima defensa.
Los niños, ya no me insultaron más desde entonces.
Mis padres en casa parecían que habían hecho las paces y desde ese momento, yo también recibía más atención por parte de ellos. Esa noche ya cené mejor y dormí de lo lindo.
Las malditas voces de mi cabeza dejaron de molestarme para siempre.

MARÍA RIVAS EXPRESIONES

Adios a las palabras que tienen una despedida
A las sensaciones que sentis cuando las cosas se te fueron de control, no las podes recuperar.
Adios a ese eterno descanso de las personas que quieren vivir mejor y que estan en el mejor lugar descansando en paz.
Adios a las cosas que uno se va aferrando y tienen su fin, pero para uno tienen un valor sentimental.
Adios

RAKEL VALDEARENAS MATE

A mi padre
He llorado tanto que cada lágrima que resbalaba por mi mejilla escocia.
Te extraño muchísimo, eras la alegría en todos los saraos.
Ahora ya no estás y acepto que la muerte forma parte de la vida, lo que no acepto es que te hayas ido tan pronto.
Anhelo los buenos momentos que pasamos juntos, como ver un partido en que nuestros equipos se enfrentaban o simplemente ver una de tus series favorita.
Le doy gracias a la vida por haberme dado la oportunidad de haberme podido despedir de ti y sobre todo doy gracias por haber tenido un padre como tú.
Y aunque tengo el corazón hecho mil pedazos se que algún día volveremos a estar juntos, porqué esto no es un adiós, es un ¡HASTA PRONTO!
¡Te quiero mucho papá!

ANNERIS GARCÍA

Tu partida.
Implacable el tiempo que consigue que se nos borren las imágenes, que a veces se nos olviden las caras, los gestos, las sonrisas. Incluso cuando queremos recuperarlas, no es posible, no podemos dibujar otra vez esa cara que deseamos ver, no podemos más que imaginarla partiendo de pinceladas que se presentan borrosas en nuestro cerebro y sencillamente completamos lo que no conseguimos recordar.
Te fuiste sin avisar, sin despedirte, sin completar el ciclo, sin que pudiéramos impedirlo. Tu partida rompió nuestros corazones, nos golpeó de lleno en nuestros estómagos, nos noqueó y nos dejó sin sentido por mucho tiempo.
Ella salió a buscarte, lo intentó una y otra vez, te llamaba con gritos dolorosos, te suplicaba que volvieras. Tu partida le arrancó las entrañas, la dejó vacía, sangrando, herida. Nunca consiguió consuelo, nunca supo vivir, existía porque le tocaba estar aquí, pero su alma ya no estaba con ella. Por momentos parecía incluso feliz, de vez en cuando reía, pero no era ella, no estaba completa. Le faltabas tú.
Después de muchos intentos, en sus momentos de locura, aunque otros le llamarían de soledad, después de sufrir una vida entera por tu partida, consiguió reunir todas sus fuerzas y partió a buscarte, para esta vez sí, encontrarte.
Hoy por fin te podemos decir adiós, vete, descansa, ya estas con ella, ya estáis juntos otra vez. Los que aquí quedamos podemos seguir adelante y aunque se nos diluya tu imagen, algún día, cuando volvamos a vernos sabremos reconocernos.

IKER YELED

¿Hasta cuándo ibas a estar esperándome?- te preguntaba siempre tu hermana cada vez que la ibas a visitar.
Cada noche que salíamos a caminar por la ciudad, después de haber cenado en aquel restaurante caro al que siempre te invitaba, me hablabas de ella como un ser especial, como la mejor persona del mundo. Y me repetías muchas veces que no lo decías por el cariño que por ella profesabas por ser tú hermana, sino por algo más externo, algo realmente objetivo. Algo Indescriptible que nadie podía explicar… Era un auténtico misterio, algo irresoluble.
Aunque sabías que eso no podía ser así, el apego de la familia te inundaba. Te delataba más de lo esperable, más de lo visible. Porque partía de los sentimientos y la vinculación afectiva que existía.
Ella te tenía mucho cariño. Y siempre la consolabas cuando se encontraba con aquella repetida melancolía, tan habitual en ella. La dejabas sola en su habitación, y te imaginabas que se quedaba dormida tras tomar la medicación que le había recetado su psiquiatra todos los días.
La querías pero no estabas enamorado de ella. Porque era tu hermana. Quizá sí lo hubieras hecho de no haberlo sido…
Por eso solo la deseabas con ternura, de hermano a hermana.
Hasta que llegó la muerte y la tuviste que decir: adiós… Hasta siempre.

ALMUT KREUSCH

—!Adiós mamá¡
— Adiós hijo mío, cuídate, te echaré de menos. Estudia mucho y anda con cuidado, una ciudad grande tiene sus peligros. Ya me entiendes, robos, drogas y estafas, júntate sólo con gente buena, ¿entiendes? Y no comas solamente hamburguesas y pizzas. Te quiero y espero que vengas a visitarme pronto, te prometo que…
El rugido de la locomotora acalló su promesa, solo vi el movimiento de sus labios y su sonrisa forzada. Sacó un pañuelo blanco del bolsillo de su abrigo y lo agitó enérgicamente con la mano derecha levantada hasta que el tren desapareció por la primera curva. Sabía que ahora se permitía llorar.
Mi padre murió cuando yo aún era niño. Las recomendaciones, consejos y advertencias de mi madre eran el reflejo de su propia angustia, de su tristeza y también de su miedo ante la soledad que le esperaba.
Fui hijo único y destinatario de su amor incondicional, sus cuidados, atenciones y manías. Veló por mi crecimiento y mis estudios, nunca faltó la tarta con velas en los cumpleaños, me ocultó con éxito el verdadero origen de los Reyes Magos hasta mi duodécimo cumpleaños, soportó mis turbulencias hormonales de la pubertad, me alimentó correctamente, me mandó a los campamentos de verano, me consoló cuando mi primer amor encontró a alguien más apuesto, y no cabía en sí de orgullo cuando aprobé el examen de acceso a la universidad. Conseguí una beca para estudiar en la capital.
No veía llegar el momento de irme de casa. Los lazos de mi madre empezaron a agobiarme, pero nunca me atreví a decirle nada, porque comprendí que yo era el núcleo de su vida. Me agobiaba la pulcritud de su orden, me sentía vigilado y controlado, comía lentejas todos los lunes y cuando salía con mis amigos sabia que me esperaba despierta y con la puerta de su dormitorio abierta, llamándome para reprocharme el olor a tabaco o la hora de mi regreso.
En la capital, encontré habitación en un piso compartido. Lo compartimos entre cuatro. Una azafata, un guardia de seguridad que trabajaba de noche, un administrativo y yo. Un quinto piso sin ascensor. Pero eso era lo de menos. Mi habitación daba a un tranquilo patio compartido por cuatro bloques de apartamentos.
Solo en los meses de mucho calor, mi tranquilidad nocturna se veía interrumpida por los gemidos y suspiros de placer que salían en oleadas por las ventanas abiertas, mezclándose entre ellos para luego desaparecer en la oscuridad. Me regalaron insomnio, erecciones no deseadas y envidia.
La convivencia con mis compañeros de piso tampoco era fácil. La azafata, cuando estaba, tenía que dormir a deshoras , al igual que el piloto al quien de vez en cuando daba cobijo. El guardia de seguridad dormía por la mañana. Los únicos que teníamos un ritmo de vida algo normal éramos el administrativo y yo. Vivimos bajo un mantra constante: «No hagas ruido».
Compartir el único cuarto de baño exigía flexibilidad en los hábitos de defecación, aprendí ducharme en un tiempo récord y a menudo tenía que lavarme los dientes en el fregadero de la cocina.
Cuanto eché de menos el orden de mi madre en la cocina. El administrativo siempre comía en su cuarto, apilando los platos y cubiertos sucios en un rincón de su habitación y solo cuando ya no había vajilla disponible y tras una bronca de los demás, devolvió platos y tazas. Después tardó una eternidad y gastando muchísimo Fairy para quitar los restos de comida incrustados en los platos de Duralex.
Cocinar requería mucha improvisación porque los ingredientes desparecían milagrosamente del rincón que tenía asignado en la nevera.
La limpieza de las zonas comunes no funcionó tampoco, porque nadie miraba la lista de de tareas semanales y la bañera nunca quedó libre de pelos de variada procedencia.
Que ignorante era mi madre cuando en nuestra despedida solo me advertía del peligro de ladrones y mentirosos.
Aguanté en este piso menos de un año, con buenos criterios de búsqueda encontré otro y acerté.
Mañana cojo el tren para ver a mi madre.
Cuando la llamé, me preguntó:— ¿Qué te preparo para comer?
— ¡Lentejas, por favor!

GRACIELA PELLAZA

«Mi amor es paliativo..no curó nunca a nadie, pero tenia mucho de alivio.
Hoy lo sé.
Todos esos amores que han muerto siguen mandándome flores a domicilio.
A veces se escapan y llegan hasta mi puerta, para mostrarme las barajas que le repartió la suerte , y me piden esa piedad que tengo sobre mis piernas y la piel suave de mis palabras.Y hablan.. y hablan de sus heridas; de esos dias donde deambulan crispados por una vida que no querian, y confian que abriré las manos, les lavaré los ojos, y sacudirán su pena en la caricia.
Creen en mis brazos que saben dormirse sobre la espalda y recuerdan que casi no giro para que no despierten, y saben que camino descalza.
Extrañan el silencio de mi lengua, que se cerraba para escuchar los dias dificiles, comer del plato con dulces en la mesa, la burbuja fría y la cortina baja.
Hoy lo sé ..Ellos no saben.
Por eso anoche escribí un cartel con el rimmel seco de mis pestañas, un adiós con letras cursivas y claras, lo até prolijo con cinta en la ventana.
Ya no quiero que vuelvan.
Mi amor no cura nada.»

DAVID DURA

Lo estaba petando en la redacción con mis nuevas aventuras de Pezo y Zipo.
En el capítulo diez a esta pareja de amigos les llega en un huracán de los vientos de Trisoria TE y N.
Forman un equipo de amiguetes inseparables en mil y una aventuras.
Al año, todo un éxito en ventas y la directora me llama para pasar a recoger el talón de veinte mil euros.
Gracias jefa, pasará mi pareja a recogerlo..
Después de todo un año me tiraron por abuso de confianza y bla bla bla.
No entendían que fuera gay pudiendo escribir cuentos y aventuras para niños.
En la actualidad tengo a este grupo de amiguetes en una productora porno y lo están petando nuevamente.
Esta vez he omitido mi operación de implantes mamarios.
Para abaratar la operación colocaron silicona transparente, parece ser más economica que la blanca.
Tengo miedo que me vean el gran corazón que tengo en un descuido.

IVONNE CORONADO

El adiós
Abigail, se recordó que hoy cumpliría 80 años su marido.
Ella le llevaba cinco años, y ya se sentía cansada. Hacía unos meses le habían detectado un cáncer en los intestinos. «Nada que hacer» dijo el médico. Y ella en sus adentros: «Y para qué…»
Podía vivir unos cuatro meses más.
Al menos ya no tenía el estrés de cuidar que Oscar se perdiera al sacar las bolsas de basura. Ni la angustia por las noches de vigilar si respiraba.
Cuando aún su Alzheimer no estaba muy avanzado salían a divertirse de vez en cuando. Había comenzado por olvidos insignificantes hasta llegar el momento en que salir con él era un peligro. Sus saltos de humor no eran comprendidos por gente extraña a la familia.
Aún a ella y a sus hijos los sacaba de quicio por momentos.
Y un día sucedió lo peor, se volvió violento, él que era una dulzura de marido, cuando ella lo contrarió, se volvió y la empujó rechazando su ayuda, y frágil, cayó al suelo y se fracturó su brazo.
Él había perdido peso, ella también.
Nunca fue delgada, de consistencia robusta pasó a ser un saco de huesos dentro de un cuerpo que le quedaba grande, le colgaban los pellejos…
Bueno, era su turno. Ya no era agradable seguir viviendo.
-Escribiré una carta hoy para mis hijos. Mi testamento está en regla.
Cerró las ventanas. Se tomó de golpe todas las pastillas prescritas para ser tomadas cada ocho horas, y se fue a la cama.
Cuando su hijo mayor vino a recogerla para llevarla a su casa a pasar el día, la encontró en su cuarto; serena, parecía dormir.
Ella ya no tuvo paciencia para seguir sufriendo. Así explicaba en su carta a sus hijos, diciéndoles que aceptaran su adiós.
Irónicamente, la ayuda medical para morir fue aprobada por el gobierno el día siguiente a su funeral.
Autora: Ivonne Coronado Lardé
Nota: Aquí en Montreal, está aprobada la ayuda médica para morir. Se está considerando si los pacientes con demencia incurable podrían incluirse.
El problema surge cuando alguien aprovecha para hacer el mal. Hay normas bien severas, antes de aprobar una demanda. La persona tiene que tener motivos válidos, estar lúcida.
Ya he sabido de demandas aprobadas.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

– Me voy. Me dijo, después de un rato de charla.
‐Como? Tanta prisa tienes?
‐Mañana tengo qué hacer, vengo otro día.
‐Venga! Cuidate, qué te veo cansado.
‐Si, llevo días raro. Me duele la espalda.
Y se fue. Aquel último adiós, aunque no lo sabíamos.
Después lo qué vino. El adiós para siempre.
El adiós para el qué no estamos preparados.

ARCADIO MALLO

Herida de tristeza
Las hojas caían secas en los caminos, embarrados por las últimas lluvias. El abrumador ruido de los pequeños ríos que había causado la tormenta, impedía escuchar el silencio propio de aquel bosque centenario, que guardaba secretos inconfesables. Y al fondo, junto al río, estaba el molino, ya medio destruido, que encerraba el recuerdo eterno de aquella noche inolvidable, en la que, sin quererlo ni buscarlo, sus labios se habían rozado y se habían fundido en un beso interminable que duraba más de sesenta años.
Con los ojos aguados, observaba aquellas cuatro paredes, castigadas por el tiempo. La vida había sido inclemente con él y con ellos a la par. Era como si aquellas piedras fueran el reflejo inequívoco de sus propias vidas. Enamorados en el esplendor de la vida, habían luchado juntos contra todo tipo de inclemencias, y no había sido gratis. Ahora, en el ocaso de su camino, el destino había decidido que, en otro otoño tantos años después, debían separarse. Y ella, resignada a los designios del tiempo, no le quedó otra que llorar el dolor que aquel adiós producía. Porque sabía que era un adiós para siempre, injusto, quizás, pero inevitable e incontrolable. No había culpables más allá de la propia vida y, eso, hacía que todo fuera todavía más doloroso.
Enjugó los ojos, suspiró de tristeza, como tantas veces en los últimos tiempos, y continuó camino a casa. Sabía que aquel adiós le había abierto una herida que cicatrizaría, pero que jamás dejaría de doler. Una hoja seca cayó sobre las ruinas del molino. El viento arreció y la lluvia volvió a caer con fuerza. Miró atrás mientras abría el paraguas. «Hasta el cielo llora mi dolor», pensó.

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO

Fue un adiós escondido de hasta luego. Aquella mañana mi padre con su habitual semblante sereno y feliz vino a hacerme una visita al trabajo dónde se sabía querido no sólo por mí, sino por todas mis compañeras a las que instintivamente sacaba una sonrisa su presencia.
-¿Cómo estás hija? ¿Vendrás a casa a comer hoy?
¡Ay mí padre!…Siempre pendiente de sus tesoros, su mujer y sus tres hijas el mejor antídoto contra los que con mofa le llamaban solteron de pueblo porque con 30 años no había conocido hembra. Y ahí estaba con 4 mujeres adorandolo gracias a su paciencia y bondad infinita.
Le dije que sí, que en la comida nos veíamos, pero antes le abroche la cazadora porque hacía frío ese día de Noviembre e iba cómo siempre sin abrigar.
-Hasta luego papá.
-Hasta luego hija, me voy que tienes faena, me pego una partida al «Truc» y en nada me voy para casa.
Le vi marchar y sonreí, rara vez pasaba a saludarme porque creía que estorbaba y no sabía lo equivocado que estaba y que orgullosa me sentía de que ese hombre fuera mi padre. Que curiosa es la vida y la de cosas que al pasar el tiempo sí superas harías de forma distinta…esa mañana aunque el final fuese el mismo, no le habría dejado marchar.
La mañana pasó cotidiana cómo siempre, hasta que vimos pasar a una ambulancia, y a la policía con sus inquietantes sirenas volando por delante de mí trabajo. Se pararon a dos esquinas, pero ni siquiera tuve tiempo de salir a mirar que había pasado de tanto trabajo que tenía. No supe que en ese momento a dos esquinas de mí, el hombre tendido en el suelo abatido por ese corazón tan grande que no le cabía en el pecho era mi padre.
Recibí una llamada al rato… Jamás olvidaré el llanto desconsolado de mi hermana comunicándome la noticia. Nunca la había visto ni mucho menos oído llorar así. Incrédula la contradije diciéndole que acababa de estar conmigo, que eso no podía ser…pero aquella desesperación no dejaba lugar a dudas. No recuerdo mucho más de lo que pasó después, ni de cómo llegué al Hospital, ni de cómo nos permitieron entrar a aquella fría sala a despedirnos de él. Sólo recuerdo bien su rostro al destaparlo, su plácida expresión y su sonrisa. Los médicos nos dijeron que se había ido de esta vida de la manera más digna. Sin sufrimiento. Porque mi padre murió viviendo, y no todo el mundo tiene esa posibilidad ¡Hay tanta gente muerta en vida! Disfrutemos de cada, pequeño detalle que es lo cuenta y lo que te llevas. Adiós papá. Adiós y gracias por tanto. Ya casi no me torturo pensando que te fuiste sólo en la calle, a dos esquinas de tú pequeña. Siempre hiciste que nuestra vida fuera fácil hasta para morir.
Ha pasado más de 1 año y no hablo de ti en pasado porque eres lo más presente que tengo en la vida. Y mira por dónde: no…No voy a decirte adiós…Voy a decirte hasta luego, es así cómo quedamos y así será. Mientras tanto espero seguir sintiendo tus señales en cada paso que doy. Te quiero.

HAROLD VIVAS

Todo me resultaba sumamente doloroso de llevar.
Cuando tienes una hija no te dicen que puede morir en cualquier momento. Es decir, me preocupaba de ella, de que no se golpease, de que no bajase las notas en el colegio, pero creo que daba por sentado que ella seguiría viva aún después de mi muerte.
Mi esposa y yo nos comenzamos a distanciar poco a poco. Ella escribía a sus abogados para saber si alguna de las empresas que se encontraban desarrollando nuevos software de preservación de la vida y la conciencia podían ayudar en nuestro caso.
Yo no quería pensar en eso. Mi hija estaba muerta y por más tecnología que hubiese ella seguiría muerta. Tenía que aceptarlo. Aceptar mi dolor. Lo cual resultaba sumamente difícil cuando mi esposa no quería salir de la cama, pero que, además, cuando le hablaba de Vicky ella evitaba seguir escuchando y gritaba que solo se había ido de campamento.
También estaban las demás personas. Algo que nunca te dicen cuando muere algún familiar es que los vecinos te comienzan a dejar comida fuera de tu casa. Me molestaba, pero no estaba muy seguro del porqué. Es decir, ¿eso es lo que te dan? ¿Cuándo muere alguien cercano a ti recibes comida de tus vecinos?
Todo me parecía como si lo estuviese viendo desde el interior de mi cuerpo, es decir, mi cuerpo estaba presente, pero yo estaba muy dentro, viendo todo en tercera persona.
Mis suegros vinieron, pero Rachel no quiso recibirlos. Nunca solían venir y verlos significaría que algo realmente había pasado. Estuvieron dos días en casa y luego decidieron que lo mejor era irse.
Mis padres entendieron mi situación y me llamaban constantemente. Cuanta atención recibes de repente.
Como por ejemplo en el trabajo. Todos se encuentran hablando y riendo de sus anécdotas hasta que me ven llegar. “Es el tipo cuya hija murió” me imagino que dicen, y de repente toda la oficina parece seria. Como si estuviese de nuevo en el funeral (al cual mi esposa no asistió), es como si creyeran que no tienen derecho a ser feliz frente a mí. Eso solo hace más incómodo el trabajo.
Claro que mi jefe me ofreció unas semanas libres, todo pago. Pero no pude. Después de una semana no podía estar más tiempo en casa.
Cuando me acostaba en cama junto a mi esposa, en ocasiones me despertaba, y por unos dos segundos después de despertar, toda mi vida era normal. Luego de esos dos segundos recordaba todo y me ponía a llorar, lo cual volvía loca a Rachel quien se enojaba gritando que no fuera tan tonto, que Vicky estaba en un campamento.
Después de eso comencé a dormir en el sillón de la sala. Estaba la otra habitación, pero me resultaba muy doloroso.
Un día llegué a casa y me encontré con Rachel, el abogado de su familia y dos personas más.
Me explicaron que habíamos sido elegidos para uno de los proyectos en desarrollo. Le hablaban a mi esposa de traspaso de conciencia al mundo de realidad virtual, lo cual era imposible, pues mi hija llevaba ya casi dos meses muerta. Después, una vez pregunté, me lo explicaron mejor.
Tomarían videos, fotos y todo lo subido a internet. Videos de diferentes cámaras de seguridad, como la de la casa, el colegio y algunas partes de la ciudad, que estuvieran relacionados con ella y con eso armarían un mapa mental de conciencia.
No tardé mucho en entenderlo. Crearían una inteligencia artificial que se viera y actuara similar a nuestra hija.
Dos semanas después nos llegaron los instaladores. Era un pequeño aparato que se implantaba a la altura de la sien. No quería formar parte de todo aquello, pero mi esposa estaba tan entusiasmada que decidí continuar.
El funcionamiento era el siguiente: La empresa activaba el dispositivo y este generaba una serie de estímulos al lóbulo temporal y occipital para poder ver y escuchar la simulación.
Diré que me partió el corazón verla de nuevo, sobre todo porque era muy similar a Vicky, muy similar, pero no era mi hija.
Decía las mismas palabras, actuaba de manera muy similar, pero no era ella, no la podía sentir, no la podía abrasar, no la podía besar. No tenía que ir por ella al colegio esperando que al verme se le iluminase el rostro.
Me parecía más un aparato de tortura que otra cosa. Por qué me recordaba a cada instante que ella podría estar allí, diciendo aquellas cosas, haciendo aquellas cosas. Pero no estaba.
Así que pedí a la empresa que me desactivase el aparato y le rogué a Rachel para que hiciese lo mismo. Sobra decir que fue en vano.
Hace cuatro años de eso. Aún extraño a mi hija, y lloro por ella en ocasiones, pero he podido seguir con mi vida adelante. Ya no vivo con Rachel, pero aún la visito en ocasiones. Ha cambiado mucho últimamente, tanto física como mentalmente. Aún la considero mi esposa. Después de todo es el amor de mi vida y la madre de mi hija.
Estoy en batalla legal con la compañía que se reúsa a cancelar el servicio hasta que mi esposa lo solicite expresamente.
Ahora en la oficina no soy solamente el hombre cuya hija murió. También soy el hombre cuya esposa no pudo decir adiós. Y ahora estoy de luto por las dos.

MARY CORREA

Adiós mi querida tierra, llevo mi equipaje repleto de ilusión y deseos, con el corazón dividido, entre mi paisito del alma y una nueva vida llena de esperanzas ,extrañare tus hermosas playas de arenas doradas y tus parques y tus plazas, es difícil la partida y aún más difícil son las despedidas, el avión ya levantó vuelo y me lleva hacía un mundo nuevo. Embriagante es la idea de la aventura por vivir, pero como duele dejar atrás a las personas que tanto quiero, me voy, parto a tierras lejanas, con mi maleta llena de sueños y anhelos. Adiós, no mejor me despido de ti con un hasta pronto, hasta luego.


JOSMA TAXI

ADIÓS.
— Buenas noches, chicos.
— Buenas noches, Sandra.
— Buenas noches, jefe.
— Buenas noches, Sandra, hasta el lunes.
Joder, no lo soporto, cada vez me cae peor, el tipo este, explotador de mierda. Ahora lleva dos meses dando el coñazo con que él no es un director, él es un líder, que motiva a su equipo de trabajo, para conseguir los objetivos propuestos por la alta dirección. De verdad no sé si es así porque es tonto, o es tonto porque es así. Bueno, ya estoy en la calle, creí que me ahogaba en el ascensor, lleno de aire tóxico, ahora al bar, a tomar unas cañas, hoy serán varias, por fin es viernes y hay que celebrarlo.
— ¡Luis, cuando puedas un doble y unas aceitunas rellenas, me siento en la terraza!
Enciendo un pitillo, desde mi ubicación veo perfectamente el edificio en que trabajo, poco a poco se van apagando las luces, pero todavía es pronto, calculo que tendré que esperar alrededor de una hora para que esté solo el gran mamón en las oficinas.
Muchas veces he intentado superar mi sentimiento de haber sido atropellada por este tipejo. Los dos tenemos el título de arquitecto, me contrataron en recursos humanos en calidad de asistente, para colaborar en tareas de todo el departamento, pero el jefecito me utilizo como la chica de los recados: que si puedes llevar hoy a mi niña al cole, que si el coche tiene que pasar la ITV, que si la perra tiene visita en el veterinario. Y siempre la misma excusa: “no te lo pediría Sandra, pero necesito que me hagas ese favor”.
— ¡Luis, cuando puedas otro doble!
En el trabajo se comporta mezquinamente, las ideas que planteo y le gustan, se las apropia con una falta de vergüenza absoluta, incluso tiene la desfachatez de presumir de ellas ante cualquiera.
He hablado con él varias veces, me he quejado del trato que me dispensa, reconoce que en ocasiones puede no estar acertado, pero no modifica su conducta.
Así que he tomado una decisión que voy a ejecutar en breve…
Solo queda encendida la luz de su despacho, llega al trabajo muy tarde, pero se va el último.
Ánimo Sandrita, tu decisión es firme, así que marco su número de teléfono y aprieto cinco veces la tecla de almohadilla et voila, él descuelga su móvil y automáticamente una traca de primera inunda de ruido y fuego su oficina.
— ¡Adiós jefe, adiós, felices fallas!

PABLO CRUZ ROBLES

Adiós al tabaco, a la carne roja, y al alcohol. Adiós a la paz, al deleite, y a la diversión.
Adiós a los buenos años, adiós a los caños por la tarde en el parque.
Arde la divina llama de la juventud, que se extingue al embarque del ocaso de mis días.
Adiós a la suavidad de la piel, suplantada por la hiel y unas manos arrugadas, temblorosas y frías.
Cada día cuesta más mirar atrás, el polvo del camino cubre todas las baldosas que pisé.
Dile adiós, a las mil y una opciones, y abraza con desánimo estas nuevas religiones.
Cuánto ganas, cuanto gastas.
Tanto gastas, tanto ganas.
Sigue caminando, sonriendo y fabulando, pero nunca jamás dejes de sacudir la mano.
Y despídete de tus amigos, de las charlas de mendigos, las almorranas de la bici y las ampollas en los pies.
Vive el día, no cuentes los segundos, y llegada invicta la madrugada dile adiós al mundo.
Y ya en la cama, despídete de ti mismo, de lo que eres y de lo que piensas.
Pues mañana otro tú se enfrentará al abismo, esperando ciegamente conseguir la recompensa.
Y cuando mires atrás, con tu retaguardia indefensa, intenta obviar el polvo que cubre las baldosas.
Pues cierto día, ya casi sin aliento, podrás decir adiós, pero se lo llevará el viento.

SILVIA GALLARDO

¡Ah, con que te vas,
después de tantos años
dedicados a ti!
¿Dónde me dejas?
agazapada
en mis tristes ocasos.
Idilio final me regalas
en el umbral de la muerte
qué me acecha.
Ominoso designio
destino infranqueable
indefinido andar.
Sostén mis manos
eres mi fatalidad,
ya no hay reversa.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Dormir»
Estaban desnutridos, casi enfermos y con un rostro pálido. Podrían definirse «cadavericos». Caminaban con un paso lento arrastrando el cansancio y el dolor. Conformes y sin mostrar un ápice de tristeza. Seguían a tientas y guiados por el sonido causado por las botas de cuero bien teñidas de betún. El lugar era frío y oscuro. Dos guardias; uno al frente y otro por detrás, los apuntaban.
—Mamá… ¿A dónde vamos?— preguntó el pequeño.
—Mi niño, vamos a otra habitación nueva para dormir— contestó la madre afligida.
Llegaron a su destino. El niño casi se alegro de que no serían los únicos en compartir habitación. Varias familias más, con bebés y otros familiares cercanos, apretaban su cuerpo y se aferraban con las manos.
—Mamá… ¿Me cuentas un cuento para dormir?— preguntó el niño desorientado y nervioso de escuchar el ruido sibilante.
—Claro! Duérmete mientras puedas sobre mi regazo— contestó, imitando un libro invisible entre las manos.
Leyó varios renglones memorizados de la partes más importantes de la biblia judía. Cada vez más tenues y pausados. Más cansados. Con más sueño.
—Buenas noches mi cielo— murmuró cerrando el libro.

MANUELA CÁMARA

DE CÓMO DON CARLOS PASÓ A CONVERTIRSE EN UN FANTASMA SIN ENTERARSE DE ELLO.
Después de buscarlo durante dos meses, Ana desistió. Se preguntaba qué le había pasado a Carlos. No contestaba sus mensajes, ni sus llamadas, ni a los recados que le dejó a su madre. Se cuestionaba si ella era la culpable, si habría dicho algún inconveniente, o hecho algo, intentando encontrarle una explicación a aquel comportamiento de ausencia total.
Ana cumplía cincuenta y ocho años, era un espíritu libre. Se había acostumbrado a vivir sola, a sus conciertos de los jueves con sus amigas, a salir del trabajo y no tener más complicaciones. Atendía a su madre que desde que quedó viuda se mudó a vivir con ella. Pero continuaba cultivando sus amistades. Siempre estaba cuando alguno de ellos la buscaba, sobre todo Carlos.
Carlos era su gran amigo, tenía cuarenta años, amaba la serie Sexo en Nueva York, y le gustaba comprarse continuamente ropa cara. Trabajaba en la biblioteca y allí habían tramado una gran amistad. Llevaban muchos años de confidencias, cafés, comidas, se conocían bien y sabían de las reacciones de cada uno. A Ana le encantaba su personalidad, apreciaba sus valores, y había sido primero testigo de como Carlos se enamoraba de Julio. Ana era su confidente y su apoyo cuando parte de su familia se negaba a aquella boda que estaban proyectado. Había disfrutado con Carlos de cada momento, de muchos preparativos. La adquisición de su casa fuera de la ciudad, la compra de los muebles, el planeamiento de la boda, el traje del novio, los manolos de mil euros. Muda confidente del cansancio que le producían los continuados viajes de cada fin de semana hasta el pueblo adonde se habían comprado la casa y residía su esposo. Y diez años después, de la separación de ambos, rápida como un rayo partiendo un tronco en dos partes. Había estado con Carlos chamuscado y profundamente afectado, lo acompañó en sus momentos de lágrimas, en su rabia, sus delirios, le sostuvo en la desesperación y en la medida en que podía, intentaba ayudarle. Le había acompañado al psicólogo, al abogado, miles de horas juntos. Por eso Ana no comprendía por qué de repente Carlos desapareció.
Después de echarse ella las culpas, de echarle de menos, de arrastrar, no la tristeza, sino la decepción , por todas partes. Por fin aceptó que por primera vez en su vida experimentaba lo que era el ghosting. Carlos se había convertido en un fantasma, sin decir adiós.
Bueno, aunque eso no era del todo cierto. Un día le dijo, tomándose ambos un refresco, que su psiquiatra le había recomendado un libro «El arte de que todo te importe un pimiento»
Y así fue como Ana pasó de ser amiga a convertirse en nada. Esperando que con el tiempo crezcan las flores de las semillas que no plantamos.

Adiós Abraham.

DE CÓMO DON CARLOS PASÓ A CONVERTIRSE EN UN FANTASMA SIN ENTERARSE DE ELLO.
Después de buscarlo durante dos meses, Ana desistió. Se preguntaba qué le había pasado a Carlos. No contestaba sus mensajes, ni sus llamadas, ni a los recados que le dejó a su madre. Se cuestionaba si ella era la culpable, si habría dicho algún inconveniente, o hecho algo, intentando encontrarle una explicación a aquel comportamiento de ausencia total.
Ana cumplía cincuenta y ocho años, era un espíritu libre. Se había acostumbrado a vivir sola, a sus conciertos de los jueves con sus amigas, a salir del trabajo y no tener más complicaciones. Atendía a su madre que desde que quedó viuda se mudó a vivir con ella. Pero continuaba cultivando sus amistades. Siempre estaba cuando alguno de ellos la buscaba, sobre todo Carlos.
Carlos era su gran amigo, tenía cuarenta años, amaba la serie Sexo en Nueva York, y le gustaba comprarse continuamente ropa cara. Trabajaba en la biblioteca y allí habían tramado una gran amistad. Llevaban muchos años de confidencias, cafés, comidas, se conocían bien y sabían de las reacciones de cada uno. A Ana le encantaba su personalidad, apreciaba sus valores, y había sido primero testigo de como Carlos se enamoraba de Julio. Ana era su confidente y su apoyo cuando parte de su familia se negaba a aquella boda que estaban proyectado. Había disfrutado con Carlos de cada momento, de muchos preparativos. La adquisición de su casa fuera de la ciudad, la compra de los muebles, el planeamiento de la boda, el traje del novio, los manolos de mil euros. Muda confidente del cansancio que le producían los continuados viajes de cada fin de semana hasta el pueblo adonde se habían comprado la casa y residía su esposo. Y diez años después, de la separación de ambos, rápida como un rayo partiendo un tronco en dos partes. Había estado con Carlos chamuscado y profundamente afectado, lo acompañó en sus momentos de lágrimas, en su rabia, sus delirios, le sostuvo en la desesperación y en la medida en que podía, intentaba ayudarle. Le había acompañado al psicólogo, al abogado, miles de horas juntos. Por eso Ana no comprendía por qué de repente Carlos desapareció.
Después de echarse ella las culpas, de echarle de menos, de arrastrar, no la tristeza, sino la decepción , por todas partes. Por fin aceptó que por primera vez en su vida experimentaba lo que era el ghosting. Carlos se había convertido en un fantasma, sin decir adiós.
Bueno, aunque eso no era del todo cierto. Un día le dijo, tomándose ambos un refresco, que su psiquiatra le había recomendado un libro «El arte de que todo te importe un pimiento»
Y así fue como Ana pasó de ser amiga a convertirse en nada. Esperando que con el tiempo crezcan las flores de las semillas que no plantamos.
Adiós Abraham.

RAÚL LEIVA

Un adiós a destiempo

Hace un tiempo me enteré que doña Remigia, una vieja vecina de mi barrio natal, había llegado a esa triste etapa en la que los recuerdos se borran y la motricidad vuelve torpes y lentas a las personas.
“Hace unos días que no habla. Solo come, duerme y hace las necesidades básicas. Tiene la mirada perdida y hace ruidos extraños con la boca. La trajimos con nosotros porque ya no podía vivir sola”, me dijo su hijo mayor. Aproveché que me encontraba en la ciudad y pasé a saludarla, mejor dicho, a saludar la cáscara vacía de una suerte de abuela común para los chicos del barrio. Siempre vestida igual, siempre un humor de perros, pero presente con su sabiduría de los años y los golpes recibidos.
La casa estaba triste, todos trataban de ocuparse con algo. No iban a ponerla en una institución, “ahí te la drogan hasta matarla”, decía la hija más por marcarles el ejemplo a los hijos y sembrarles la semilla de la culpa que por una convicción total en lo que manifestaba.
Pedí permiso y me acerqué a doña Remigia. Estaba solita, frente a la ventana que daba al patio, con la mirada en algún año perdido entre tantos otros. Le miré el perfil curtido por las vivencias; su voz lejana estaba ahí, encerrada. La saludé, le dije algunas cosas que eran más para mí que para ella. “Remigia, ¿cómo andás, viejita? ¿Qué andarás pensando? ¡Mirá que nos tenías sonando cuando éramos chiquitos! Pero bueno, Remi, ya no podías vivir sola. Acá estás rodeada de gente que te quiere, no estás solita y no te falta nada”.
Desde algún tiempo perdido, Remigia parpadeó largo, me miró fijo y dijo “Mirá m’hijo, cuando vivís sola, podés tener frío, pero te abrigás y listo. Cuando vivís con un montón de gente que no tiene frío y una sí, ahí te empezás a enloquecer. Andate y no vuelvas”. Parpadeó y volvió a clavar la vista en algún punto del patio.
Tenía la sensación de haber recibido un balde de agua fría, no sentía la piel y me sentí un extraño en la casa y en el barrio. Saludé con un beso a Remigia, me despedí del resto y me fui de la ciudad.
Supe que doña Remigia murió dos semanas después; no quise ir a su entierro, no la quise ver en su ataúd. Quizá tuve miedo de que me volviera a hablar, y no iba a poder soportarlo.
Hace más de veinte años de este hecho, escribo este relato y siento en la piel la misma sensación de vacío de aquella tarde de otoño.

BEATRIZ ROBERPIERRE

Emigrar a otras tierras con culturas diferentes es emocionante para una persona joven, sobre todo los que creen que «la yerba es más verde del otro lado de la frontera». Les causa dolor decir adiós en el momento, pero puede más la emoción de
volar, caminar o hacerlo por mar. Esto es una aventura para disfrutarla, aún con las
dificultades que se puedan presentar.
No es la misma sensación para doña Josefina, quien muy pronto deberá emigrar a otro país donde no conoce a nadie, no habla el idioma y estará obligada a alternar con gente de costumbres diferentes a las de ella. Una decisión muy difícil a sus 90 años.
Abandonar sus comodidades, sus amigos y el resto de la familia es muy doloroso. -«Es mi única opción», se repetía con frecuencia, «de lo contrario no sobrevivo».
Doña Josefina era una dama con dinero, preciosa casa al pie de la montaña, buenos amigos, vecinos increíbles etc., y sin embargo debía marcharse… Por 35 años ella estuvo felizmente casada con don Luis, un caballero dedicado a ella y a sus tres hijos: dos mujeres y un varón: Fue su esposo quien construyó y decoró esta bella mansión; sembró en el inmenso jardín, muchos árboles frutales y flores. Todo parecía mágico. Se percibía la agradable brisa de la montaña, con olores a lluvia, madera, flores etc.
Una piscina para los hijos y nietos; en fin, la casa ideal para vivir hasta que Dios decida.
Cinco habitaciones, cinco baños y todas las comodidades inimaginables. Un hogar leno de alegría, música y la algarabía de los chiquillos.
Cuando falleció su esposo, su hija mayor María, recién divorciada y con un niño, se mudó con ella para que no se sintiera tan sola. Los otros dos hijos ya tenían sus hogares, pero siempre estuvieron pendientes de su madre. Fue una bendición para doña Josefina la presencia de María, quien se esmeró en cuidarla, mimarla, y estar atenta a las exigencias de su madre. Ella trabajaba y la abuela cuidaba a su nieto. Así pasaban los días: felices.
A los ocho años de estar su hija cuidándola fielmente, María conoció a quien hoy en día
sería su esposo. La pareja procreó una hermosa niña quien contribuyó a la felicidad de
doña Josefina.
Un buen día, el esposo de su hija, Alfredo, recibió una oferta de trabajo en USA. No la podía rehusar. Era su sueño, y así, después de haberlo planteado en familia, la decisión fue unánime. -«no debes rechazarla»- le dijeron. Poco tiempo después él partía solo. Su esposa y la hija, viajarían después de terminar el año escolar para la niña y para María quien se desempeñaba como profesora, y por obvias razones debía respetar sus obligaciones de docente. Poco tiempo después ambas se marcharon. Queda doña Josefina sola en esa inmensa casa. La soledad y la tristeza, en poco
tiempo la fueron consumiendo, al punto de adelgazar tanto que ya no tenía fuerzas ni
ánimo para levantarse. Su hija María se entera de algún modo lo que está viviendo su madre y angustiada y llorosa la llamó para «ordenarle» que la siguiera.
-» Mami: Arregla tus cosas, vende lo que sea, aliméntate mejor para que agarres fuerza, y te vienes lo más pronto posible te quiero aquí viejita: te necesitamos, mi niña llora mucho por ti. No sabes cuanto» – le habló sin vacilar. Doña Josefina lloró calladamente. Para ella fue «nacer de nuevo», su ánimo cambió y volvió a ser la señora de siempre:
alegre, jocosa y llena de salud y con ganas de vivir.
No pasó mucho tiempo para que la dama tuviera casi todo arreglado. Con la ayuda de amigos y algunos familiares, ella empacó lo necesario, regaló un montón cosas a los que las necesitaran. Para ese momento ya tenía todo bajo control y casi lista para
partir.
Estuvo varios días contemplando su casa: cada lugar, sus muebles, su inmensa habitación llena de recuerdos y un armario con varios álbumes repletos de fotos con su marido, hijos, hermanos etc. Todo de arremolinaba en su cabeza. Vivir esos momentos la hacían llorar a solas. Anhelaba muy profundamente ver a su hija y a su nieta, abrazarlas, pero a la vez no deseaba dejar su país. Lloraba, pero luego volvía a la realidad. El día de su partida hacia el aeropuerto, cuenta ella, -«fue un día muy
triste para mi, sabía que no regresaría a mi tierra natal, porque cuando se emigra a los 90 años no se hacen planes, solo se acepta la realidad”- comentaba.
Decidió, antes de poner pie en Los Estados Unidos, pasar por Canadá a visitar a su única hermana. Pasó dos meses disfrutando de las bellezas de Montreal, y luego partió al encuentro con su hija, su yerno y la nieta amada. Ahí está, feliz aunque
siempre extraña su terruño, y con nostalgia habla de su casa, sus amigos y el resto de la familia de quienes un buen día se despidió para no volver, hace cuatro años. «Me invade la nostalgia, especialmente en los días de otoño e invierno. Es muy duro. Extraño mi café mañanero en el jardín, el disfrute del sol, la brisa fragante de la montaña y el canto de los pájaros”-

OMAR ALBOR

Buen día sol
Buen día vida
El silencio se hizo
En mis pasos
Que camine hasta aquí
Fui gerente fui sodero
fui ladrón fui mecánico
Fui lo que el mundo me dejó ser
Hoy me despido de todos
Y me voy a un largo viaje
En busca de mi verdadero Yo
Tengo miedo pero a la vez, siento algo que me hace pensar, que nada será en vano
Tengo que sacar algo que está guardado muy dentro mío
Y para eso tengo que tener este viaje a mis profundidades
Para no lastimar a nadie y que salga quien verdaderamente soy
Deje una carta para cada uno de mis amigos y para cada uno de mis seres queridos
Les expliqué que pronto volveré y que todo este viaje, es realmente necesario
Tome un bus y me marche y volví 15 años después con tacos altos y pollera, ya nadie me conocia y ese fue el mejor de los recibimientos, hoy ya no soy Raúl soy Paola la que se marchó sin decir Adiós.

FEDERICO ANDREOLI

Adiós me dijo y me dejo con la boca abierta,
Adiós paladar mezquino a cuyos sabores soy insulso,
Adíos sin prisa y sin pausa, sin ninguna duda,
Adiós susurró a mi oído, y ya casi no estaba,
podía sentir el momento en que se estaba yendo,
podía admirar su figura y la mía admirando el cielo,
entregado al vacío se dejó vencer por sus sentimientos,
Adiós hasta la eternidad parece mucho, pero nunca lo fue,
Adiós a todo ese Universo que pareció perfecto, y lo fue,
porque estoy acá para sentirlo.

BÁRBARA L. LÓPEZ CARDONA

Mejor lo digo ahora
Por si mañana no llega
Por si de pronto la lluvia me cubre entera. Mejor digo adiós ahora que puedo, no se si después mi balbucear se entienda. Mejor lo dejo escrito ahora que aún la tinta está fresca. Adiós con el alma estrujada y llena de cosas que se llenan de valor cuando las visito, sin angustia tardía disfrutando aún de tu risa y de tus sueños aún no vividos, un adiós sin prisa sin arrebatos, con la calma que el amor permite.

MATI SANCHIZ RODRÍGUEZ

ADIÓS, AMOR
Llegó el momento de la despedida. Con un gran sentimiento de tristeza, mezclado con un extraño alivio, se estaba preparando para el adiós definitivo. Después de largo tiempo de charlas cómplices, de grandes risas y alguna que otra lágrima, la relación estaba tocando fondo. Habían compartido confidencias y secretos, habían desnudado más de una vez su alma y conocían rincones ocultos a los que nadie tenía acceso, pero ya significaba poco cuando el final se acercaba para cerrar el telón. El amor eterno que creían tenerse no era más que una ilusión infantil, el tiempo que a veces cura heridas profundas, en otras es quien abre insalvables brechas, simas imposibles y trae el declive, la separación, el olvido…

Ella recordó por una vez más las experiencias vividas con él. Todas eran maravillosas. Las largas noches compartidas, cobijados por la oscuridad, que cómplice escuchaba como se susurraban lo inconfesable de sus palabras. Bajo las sábanas se escondían cientos de historias que se contaban sin reparos. Se inventaron varias vidas y algún que otro mundo. Juntos enfrentaron monstruos que les asustaban, pero que unidos por la magia de la amistad, vencían como héroes de ciencia ficción. Viajaron sin billete, sin maletas y sin miedo por tantos lugares que la memoria no les daba para recordar las tantas aventuras vividas. Pero les quedaba la sabiduría que fueron encontrando y guardando en sus bolsillos, la experiencia que compraron como souvenir y las maravillosas sensaciones que se les fueron impregnando al cuerpo como el perfume en la piel.

Una sonrisa nostálgica se dibujó en su cara cuando su mente la transportó en el tiempo y volvió a jugar con él al escondite. Fingían que no se encontraban y corrían y se buscaban y se reían. Habían miradas atónitas alrededor que no entendían de felicidad y juzgaban de locura aquel juego pueril. Qué más daba si la alegría era su aliada… Mil travesuras, o quizá más, se cruzaron con ellos. La osadía los retaba constantemente y les obligaba a asaltar castillos inexpugnables, a cruzar caudalosos ríos y a escalar enormes montañas. No había ningún adversario, o fortaleza, que pudiera contra ellos si estaban juntos. Cientos de veces escaparon de increíbles trampas y de las garras de dragones y huyeron de piratas y villanos. Persiguiendo quimeras se unieron a compañías circenses y se convirtieron en titiriteros. La magia siempre les acompañaba y cualquier cosa podía ocurrir.

Sobrevivieron a naufragios, perdieron y recuperaron la fe varias veces, se encontraron con islas salvajes y con salvajes hospitalarios. De la mano caminaron por playas vírgenes, dejando que las olas acariciaran sus pies. Se habían tumbado sobre la arena esponjosa y el sol recorrió su piel. Pidieron deseos corriendo tras las estrellas fugaces. Volaron en alfombras encantadas. Vivieron en una casita de chocolate y se colaron por las chimeneas en complicidad con Santa Claus. No había bruja ni encantamiento que les pudiera destruir.

Pero atrás quedaron aquellos tiempos de inocencia e ingenuidad, y un camino se abría por delante desterrando fantasías, deportando sueños y prohibiendo ilusiones. Ya no había lugar para él. Se tenían que despedir. Se imponía el juicio y la sensatez. Ella no era la misma. Madurez, cordura, realidad… Ellas fueron quienes le expulsaron para siempre de su vida.

La niña se convirtió en mujer, lo miró por última vez con los ojos de la fantasía, y le dijo a su amigo imaginario de la infancia:
—Adiós, amor.


ALIKE FERSAN

Comenzó como juego de niños un sábado cualquiera, una copa para divertirse.
El siguiente sábado tomaba dos, le daba ese punto tan cómodo de inhibición y desvergüenza.
Para el tercer sábado gasto una botella, quería llegar al siguiente nivel donde se sentía divertido y el centro de la reunión.
Con el cuarto sábado quiso ponerle otro piso a la tarta y añadió marihuana a su cocktail, creyó que flotaba y le gustó.
Con el quinto sábado se enamoró, pensé que el amor lo salvaría de su adicción, pero seguía buscando una continua excitacion.
Invito a la cocaina que participara de su relación.
En la llegada del sexto sábado su forma de disfrutar se convirtió en sombras, demasiados ingredientes esclavizantes en su vida, todos los dias se tornaron grises e iguales.
Alcanzó el séptimo sábado, se desvanecieron las sonrisas, todo lo inundó el silencio, lo mire dentro de esa caja de pino y con lágrimas en los ojos le dije:
ADIÓS.

YOLILLANA RELATOS

Un crujido la obligó a girar su cabeza con brusquedad y comprobó que seguía sola.
Seguramente algún animal habría pisado una rama, o tal vez cayó una piña de alguno de los cientos de pinos centenarios que había en ese bosque.
La ruta de las siete cuevas se llamaba la ruta, y ya hacía al menos dos cuevas que había perdido de vista al grupo.
Era verano pero aún así empezaba a refrescar, y el ocaso estaba dando paso a la noche cerrada de luna nueva.
¿Y si nadie se daba cuenta de que la habían perdido? Había acudido sola en su coche así que era posible que nadie notara su ausencia. Y tampoco hacía tanto que conocía a aquella gente.
¡Cómo había sido tan tonta de dejar el móvil apagado en la guantera! ¡Con lo que le gustaba ir sacando fotos todo el tiempo!
Podría intentar seguir las indicaciones de la PR, pero cada vez le costaba más encontrarlas.
O podría intentar hacer algún refugio para pasar la noche y continuar cuando amaneciera.
Una vez más comprobó el frontal que había echado en la mochila. No, no tenía pilas.
– Desde luego Pili, te has lucido organizando la salida – se dijo.
Rocky, su fiel compañero canino estaba sentado a su lado descansando, ajeno a la preocupación de su dueña.
La segunda opción empezaba a parecerle de lo más razonable, no parecía que su perro tuviera ganas de seguir caminando.
Y además, estaba la posibilidad de desviarse de la ruta y por la mañana estaría más perdida.
Así que se levantó y empezó a juntar ramas y hojas secas para improvisar un lecho donde poder descansar.
Rocky y ella se darían calor mutuamente, y además el cuerpo de su mastín era como una almohada gigante y calentita (aunque peluda).
En su mochila no le quedaba gran cosa. La chaqueta, que ya se había puesto, medio paquete de almendras, un plátano y poco menos de media botella de agua.
Compartió el plátano con Rocky y guardó las almendras para la mañana siguiente.
Bebieron un poco de agua y se acurrucó junto a su mascota.
La noche ya había caído y la ausencia de luna había dejado un precioso cielo estrellado.
Por un momento se sintió afortunada de poder vivir esa experiencia con Rocky.
Hacía cuatro meses que le habían diagnosticado cáncer de pulmón con metástasis, y no se lo había dicho a nadie. Ni la familia ni los amigos más íntimos lo sabían.
Decidió que no quería que su vida cambiara. No quería mensajes y llamadas preguntando cómo estaba.
Se negó a recibir quimioterapia, radioterapia, o cualquier otro tipo de tratamiento, y no quería escuchar a nadie diciéndole que debería estar pasando por eso. Que debería luchar.
Cada uno luchaba a su manera.
Ella quería eso. Estar tirada en un bosque por la noche, acurrucada con su perro y contando estrellas.
Quería salir a caminar sin tener que escuchar que debería estar descansando.
Quería poder comer y beber lo que quisiera sin que le dijeran que en su estado debería evitar el alcohol y las grasas.
Para lo que me queda en el convento, me cago dentro.
¿No se decía eso?
Pues era su convento y era ella la que decidía qué hacer con él.
Con este último pensamiento y mientras escuchaba la respiración de Rocky, se durmió.
Tres días más tarde, un grupo de senderistas encontró su cuerpo frío.
Rocky seguía tumbado a su lado.
Ese fue su adiós.

BEGO RIVERA

Cita a ciegas; ¡Adiós, qué palo!
Ella se puso sus mejor traje.
Él también.
Ella hacía poco que se había divorciado.
Él también.
Ella era la primera cita a ciegas a la que iba.
Él también.
Ella estaba nerviosa, no sabía que se encontraría, siempre tuvo mala suerte.
Él también.
Ella llevaría un clavel rojo.
Él también.
Ella llegó al lugar de la cita. Él ya estaba allí, enseguida lo reconoció, era su exmarido. Maldijo su mala suerte.
Él también.

LOLY MORENO BARNES

Creía estar preparado para decir adiós, pero lo cierto es que me invade el miedo.
Mi cuerpo y mi alma se resiste a dejar mis pertenencias y amores terrenales.
Trabajé duro para dejar huella .
Fui feliz.
Tuve mis momentos de gloria y también de miseria.
Viví cada día como si no hubiera un mañana.
Intenté conocer los misterios de la sabiduría a lo largo del camino y por tantas verdades que descubrí , tropecé con tantas mentiras y errores de los que aprendí.
Como dijo un filósofo a estas alturas : “ yo solo sé, que no sé nada”
Podría haberlo hecho mucho mejor pero también peor.
Intenté ser buena persona pero también me dejé llevar por las tentaciones del mal.
Me di cabezazos contra paredes de contratiempos. A veces de forma injusta , otras por malas decisiones.
Traté de nadar contra corriente cuando las tormentas acechaban para corregir errores y en otras ocasiones me dejé llevar en el lecho del río de la vida en la plenitud de la calma.
He llegado al fin de un camino y debo seguir otro marcado como espiritual.
Descalzo mis pies , me despojo de ropas ,dejo en el suelo mi mochila de materia y alzo la de energía y luz para partir hacia mi nuevo destino.
Me elevo y contemplo el pasado en un flash.
Mis seres queridos y todos los momentos con sus risas y lágrimas quedan atrás en sus recuerdos hasta que ellos me vuelvan a encontrar.
Me alejo del mundo que se vuelve pequeño en la distancia y yo me expando en el universo entre sombras y luces.
¡Adiós!

SERVANDO CLEMENS

Con todos menos conmigo…
Regresé después de treinta años de autoexilio, nada había cambiado en mi ciudad natal desde mi partida: la misma cafetería con su letrero aburrido daba la bienvenida a los visitantes que buscaban un poco de soledad.
Entré a dicha cafetería y sentí de golpe el aroma a café colado y al pasado. Y ahí estaba ella: el amor mi vida, el amor de mi infancia, ese que nunca se me olvidó por más tierra que puse de por medio.
Juanita seguía igual de hermosa, con esa sonrisa radiante que me cegaba, con esa cara de ángel y con ese cuerpo de diabla que me hacían perder la poca cordura que me quedaba.
—¡Hola, perdido! —me saludó en cuanto me vio cruzar la puerta—. ¿Eres tú, Manuel? ¿Verdad?
—El mismo que viste en calza —dije.
Hice una pequeña reverencia y me quité el sobrero Panamá para mostrar que mis modales habían evolucionado.
—Pero mira, qué guapo te pusiste y te ves tan… Exitoso. ¡Wow! Las mujeres deben perseguirte día y noche.
Una ola de seguridad cubrió mi espíritu. Enderecé mi espalda y me acerqué peligrosamente a sus labios carnosos. ¿Sería posible que…? Pero ella se agachó con timidez y se sentó en un banco.
—Tú no estás nada mal.
—Siéntate un rato. Cuéntame de ti. ¡Wow! ¡Te ves espectacular! Se nota que vas al gimnasio y que le pegas durísimo.
—Gracias, Juanita.
Mientras platicábamos, me acordé cuando éramos unos niños. Ella me gustaba, yo estaba realmente enamorado. Le regalé unas flores en una excursión escolar y le declaré mi amor. Abrí mi pecho de par en par para que ella entrara. Juanita me analizó de pies a cabeza y en su boca estalló la más grotescas de las carcajadas. Por supuesto que me mandó al carajo una y otra vez durante mi niñez y durante mi adolescencia.
Me dolió tanto su desprecio que me fui de ciudad en cuanto tuve la oportunidad y, bueno, me convertí en escritor con cierta fama por escribir novelas cursis de amor y desamor, novelas que llegaban a los corazones desgarrados.
Y ahora Juanita estaba sentada a mi lado y me di cuenta de que yo aún sentía algo especial por ella. ¡Todavía estaba enamorado de esa mujer inalcanzable!
—¿Y estás casada? —le pregunté.
—Sí, Manuel, estoy felizmente casada.
Sentí un espadazo en el estómago. Casi estiró las manos para recoger mis tripas.
—¡Qué pena!
—¿Por qué? —ella me sonrió.
—Nada, olvídalo —dije, aunque no quería olvidarlo por nada del mundo.
Se abrió la puerta del baño de los hombres y salió Susana dando tumbos y cargando una copa. La tipa era molesta y era la mejor amiga de Juanita, mejor dicho, su cómplice de maldades.
—Pero mira nada más a quién tenemos por acá. Manuel regresó al pueblo —dijo Susana arrastrando las palabras—. Y ahora el buen Manuelito es un hombre mega exitoso y se digna a visitarnos.
—Así es —dije—. He tenido un poco de suerte.
—Y supongo que tienes mucho dinero… Sé que sales en la televisión y en el periódico y toda esa mierda.
—No me quejo, me va bien.
—Juanita querida —propuso Susana levantando su copa y derramando el líquido—, ahora que estás solterita y ganosa, deberías darle una oportunidad a Manuel, la oportunidad de una primera cita. Ya ves que él siempre estuvo loco por ti y tú siempre lo mandaste al diablo. Y ahora tiene mucha plata y es todo un galán.
—¡Ups! —dijo Juanita—. Lo siento Manuel, nos tenemos que ir. Tengo una cita médica.
—¿Qué pasó? ¿Acaso dije algo inapropiado? —preguntó Susana—. ¿Y qué cita médica tienes pendiente?
—Ya vámonos, tontita. Se nos hace tarde para… Ya sabes para qué.
—Adiós —le dije, pero ya ni me escuchó.
Y las dos se largaron entre risas y saltitos cortos, subieron a un viejo trasto y salieron echando humo y patinando los neumáticos en la gravilla de aquel estacionamiento.
El camarero se acercó y, casi al oído, me confesó:
—Pierda cuidado, viejo, yo salí con ella un año entero y créame: no vale la pena. Bueno, eso también han dicho todos los que han salido con ella, bueno, por lo menos todos los de este mugroso pueblo.
Tragué saliva, sentí una basurita en el ojo y una sed incontrolable.
—¿Tendrás una servilleta? —le pregunté al camarero.
—Sí, amigo.
—¿Y una cerveza?

BEA ARTEENCUERO

Aquel lejano día
Que mi alma
Se quebró en mil
Pedazos
Al decirte adios
Y quedo grabado
En el libro de mi vida
En el capítulo
Del nunca jamás
Me di cuenta
Que jamás te volvería
A ver.
Que el sonido de tu risa
Poco a poco se perdería
En la niebla
De mis lágrimas
Que tu paso lento
Pero seguro
Ya no vendría
A mi encuentro
Que tus manos
Bendita tus manos!!
Ya no calmarian
Mis penas con una caricia.
Me di cuenta
De todas las cosas
Que me alejaría
Al decirte adiós.
Hay despedidas
Que solo quedan
Suspendidas en el aire
Prendidas en alas
De mariposa.
Pero el adiós
Que al pronunciarlo
Sabes que habitará
Por siempre en tu ser
Ese que no quieres
Proclamar
Porque quedara
En cada retazo de tu piel
Con cada recuerdo
Hasta el día
Que calle el viento
Y tan solo seas
Un punto en el espacio.
Ese jamás olvidarás.
Hace muchos años
Que te fuiste
Y noche tras noche
Te busco en un rincón
Del cielo, para decirte…
Adiós mamá!!!

CONCE JARA

EL ADIOS
Inmóvil, esperaba ante la puerta de entrada de pasajeros del vuelo procedente de Londres. La muchedumbre comenzó a agolparse a su alrededor tras escuchar por los altavoces el aterrizaje del vuelo. Entonces aquel hombre recio, de mediana edad, vestido con un elegante traje, decidió colocarse atrás, alejado, para pasear de un lado a otro, como un perro pastor que cuida del rebaño.
¡Joder, qué idiota! Tenía que haber hecho un cartel con su nombre para que supiera que estaba allí, esperándola, al final de este gentío.
Observaba con rapidez, nerviosismo, excitación, aunque sus ojos verdes solo dejaban entrever simpatía y tranquilidad, atrayendo a quien le miraba.
Pensaba en los ocho meses que su mujer había pasado fuera de casa para acompañar a su hija durante el embarazo de riesgo y el parto de su primer nieto. Miró con un movimiento mecánico la hora en el móvil y ningún mensaje… ella aún seguía sin cobertura.
Pobre, pensaba, seguro que está preocupada o nerviosa ya que el avión llega tarde y no puede escribirme para contarme como van las cosas. Si por el fuera, se hubiese saltado el control de salida, la hubiera ayudado a recoger el equipaje, para decir adiós a aquel bullicio. Allí se sentía un inútil, y más al recordar que él mismo había reservado el billete con aquella compañía aérea de pacotilla, que retrasaba sus vuelos por cuatro nubes de nada.
Entonces el gentío se apelotonó hacia la barrera ¡Por fin! Las puertas se abrieron y los pasajeros aparecían a cuentagotas. Fueran quienes fuesen cada vez que se abría la puerta tenía que hacer un gran esfuerzo para dominarse y no gritar su nombre, ¡Marta! Sonaban móviles, la gente se abrazaba, pero su mujer seguía sin aparecer, hasta que tras un segundo más salió. Allí estaba, parada por detrás de la cinta, sonriendo, de puntillas para ver a Víctor. Moviendo la cabeza bajo un gorrito Trilby de color camel.
Él temblaba, intentando recuperar el control, ya podía ver a su mujer, pero no reaccionaba ante la vista que tanto amaba. El gentío disminuía arrastrando equipajes y el espacio que les separaba se fue acortando. Víctor estaba a punto de llorar al recordar el mal trago que su mujer había pasado tan lejos de él, durante el estado de buena esperanza de su hija Laila, y la cesárea que casi deja su débil corazón en la sala de partos. Marta parecía tan pequeña, tan voluble, pero ¡qué valor tenía! Entonces ella le llamó y abriéndose paso entre el gentío, corrió hacia él para fundirse en un abrazo.
—¡Dios míos Marta! ¡Ya estás aquí… solo para mí! —susurró besándola en la frente.
—Llevas mucho esperando ¿verdad?
—No… no mucho, lo que hiciera falta —pensó al recordar las seis horas que llevaba su coche en el aparcamiento.
—Tengo un disgusto… no encuentran mi equipaje —dijo temblorosa—. Menos mal que llevo lo imprescindible en esta bolsa de mano.
Inmediatamente fueron hasta la oficina de la maldita aerolínea, para comunicar el extravío. Les pidieron de todo: detalles del vuelo, número de etiquetas de equipaje, descripción detallada de las maletas perdidas, dirección, teléfono. Después rellenaron el formulario de reclamación y les dieron un número de referencia para identificar la pérdida y siguieran el proceso de la reclamación.
Víctor estaba rabioso, frustrado. Sentía como le palpitaba una vena en su sien derecha, estaba a punto de perder las formas, de aquella manera que Marta tanto odiaba.
Tenían sed, pero Marta dijo que necesitaba salir de allí, que ya tomarían algo después. Tras dejarse, a su pesar, más de quince euros en la máquina del aparcamiento, sentía que le temblaban las manos… no sabía si estaba en condiciones de conducir. Y mi pobre Marta, ¡menudo sofocón!, pensaba.
Por fin arrancó el vehículo y salieron del aeropuerto. El momento de tensión ya había pasado. Hubiera podido seguir conduciendo durante horas, aspirando la tranquilidad de verse libre de aquel gentío, del problema de las maletas y todos aquellos pinchazos que había recibido en su corazón. Por fin juntos su anhelo, sus nervios por tenerla empezaron a esfumarse. La miró y descubrió que mantenía la mirada baja, perdida y se inclinó hacia ella. Entonces ella esbozó una ligera sonrisa, colocó su mano sobre la de él, y la suave presión de la mano de su esposa le resultó tan placentera que la sujetó para que no la quitara. Ella preguntó:
—¿Qué tal están Marcela y Bosco?
—Bien, bien. Bosco con el piano, Marcela con el fútbol… ya sabes como es.
—¿Y Gloria? ¿Qué tal con la casa… con los chicos? ¿Os habéis arreglado?
—¡Claro Marta…!, te lo hubiera dicho.
—Pero, déjame. Aún no te he visto bien. Que arreglada llevas la barba y el corte de pelo. Pareces más joven, has adelgazado. Te queda bien la vida de soltero.
Víctor gruño, la necesitaba a ella y apretó su mano con fuerza. Aún le invadía la sensación de que Marta nunca sería totalmente suya.
—Sabes, he cogido una habitación de hotel en la zona de los Austrias. Ya que estábamos aquí, no hacía falta que regresáramos hoy a casa. Podemos pasear mañana por el centro, ver tiendas, ir al cine ¿Qué te parece? No tenemos prisa, ¿verdad? Los chicos están avisados. Un día para nosotros solos—para tenerte para mí solo, pensó—.
Llegaron al hotel y un empleado salió para recibirles y guardar el coche.
—¡Buenas tardes! Ya estamos aquí. Esta es mi esposa —dijo al conserje, quien les registro amablemente. El botones los acompañó por el vestíbulo y tocó el ascensor.
—Víctor, ¿quieres tomar algo antes de subir a la habitación? —preguntó Marta.
—No, de verdad, me siento cansado. Quiero estar contigo.
Aún era de día, pero él encendió una luz agradable y cerro las cortinas. Se quitó la chaqueta y la corbata y las colgó cuidadosamente sobre el perchero de madera.
—Parece que nunca te voy a tener para mí —dijo—¡Cuánta gente! ¿Te parece bien que nos quedemos aquí? Salir a la calle sería más gente… no podría soportarlo. Pedimos algo de cenar, ¿qué me dices Marta?
—¡Estupendo! Encárgalo y mientras yo llamo a los chicos—respondió—. ¿Dónde he dejado el móvil?
—¡Déjalos! Ahora estarán con las clases… saben dónde estamos… mañana por la tarde los verás—dijo él.
Marta negó con la cabeza sonriéndole.
—¿Qué te pasa? Ven a la cama, túmbate conmigo.
—Espera, voy a ponerme cómoda —respondió ella, abriendo su bolsa de viaje.
—¡Déjalo unos minutos! Hablemos un poco, ¿estás contenta de haber vuelto, Marta?
—Sí, mi amor, muy contenta.
Mientras la besaba sentía como si se le fuera a escapar. No sabía si de verdad estaba tan contenta como él. Quizás mentía. No tenía forma de saberlo de verdad. Deseaba meterla en una urna de cristal para que nadie la tocara, para que nadie la viera, solo para él, así ella nunca más se alejaría de él.
—Marta—susurró.
—Si —dijo sobre su pecho.
—Mírame —murmuró—. Necesito que me beses, por favor.
Ella unió sus labios a los de él, suavemente. Con cada beso la sentía más cercana como si el día de su compromiso se repitiera. Pero eso no le servía, el necesitaba más para apagar ansia.
—No sabes lo cansado que estoy. Ha sido un día horrible de esperas. Parecía que tu avión nunca acababa de aterrizar.
Marta no dijo nada, tenía la mirada perdida sobre la percha de madera donde él había dejado perfectamente colgada su chaqueta, su corbata… eso no había cambiado.
—¡Eyyy! ¿Estás dormida? —dijo él acariciando su rostro.
—No, no. Pensaba —prosiguió—. Es que me acordaba de nuestro nieto. Del hospital, del médico. Se portó tan bien conmigo. Claro, me veía tan sola, sufriendo. Incluso me invitaba a veces a tomar algo en la cafetería del hospital, salíamos a pasear por los alrededores… los días se hacían interminables.
—¿Te gustaba? —preguntó incómodo. Le desagradó oír aquello.
—¡Oh, no! —respondió Marta, que hablaba apenas con un hilito de voz—. Fue muy amable conmigo, como un amigo. Era viudo desde muy joven —añadió—.
Víctor creía que iba a desmayarse. Sentía presión en el pecho; apenas podía respirar. Estaba perdiendo sus fuerzas sobre el colchón, y éste le aprisionaba. Aquello era una tortura.
—¿Qué me estás contando?
—Solo fue una buena compañía Víctor —decía con aquella vocecita que empezó a irritarle de veras—, simplemente— y exhaló un suspiro.
—Y tu consuegra y el marido de Laila ¿Quién más estaba allí? —preguntó haciendo un enorme esfuerzo.
—Si, venían, pero entiéndelo, Laila me quería allí, con ella.
Pero… ¿qué decía? ¿Por le estaba haciendo eso? ¡Quería acabar con él y su paciencia!
—Pero…, ¿por qué a ti?, ¿no había más enfermos?
Ante sus palabras Marta se incorporó y le miró fijamente a los ojos.
—Mira Víctor, te repito que esto no tiene importancia. Antes de irnos del hospital me pasé por su despacho para decirle adiós y ya está. No pienses mal, por favor. No puedo hablar contigo…
Entonces Víctor transformó su rostro metaforseándolo en una sonrisa:
—¡No, no, sigue, sigue! Quiero que me lo cuentes todo.
—Todo…, Víctor.
—¡Qué me lo cuentes! —entonces recordó que ese tono era aquel que Marta odiaba.
—Víctor, pero qué te puedo contar. Ya te he dicho todo —dijo asustada—. Era uno de los médicos que salvó la vida a nuestra hija. Se apiadó de mi… Me doy cuenta de que no has cambiado mucho durante este tiempo… sigues con esa excitación, los nervios. ¿Por qué? ¿Por mi llegada?
Marta calló. Víctor sentía que las palabras de su esposa le habían entrado suaves, ligeras, como un escalofrío que le había abierto el pecho como un puñal.
… “Se portó tan bien conmigo…, no había más enfermos en aquel hospital, y sin embargo se había fijado en Marta, la había invitado a tomar café, a pasear. Ella, que jamás, en todos aquellos años, ni siquiera en una sola ocasión… o quizás sí.
No, no debía pensar en ello. Si le daba más vueltas se iba a volver loco. No, no podía enfrentarse a aquella situación. No lo podría soportar.
Ahora Marta le acariciaba la espalda.
—Víctor, amor, no tenía que haberte contado nada, ¿verdad? ¿No estás enfadado? Ya te he dicho que le dije adiós y no le volveré a ver…, volvemos a estar juntos, solos, volvemos a ser uno, como tú quieres…
Al escuchar aquello, ocultó su rostro, se dio la vuelta y la estrechó entre sus brazos, con fuerza, con toda la que tenía, contra su pecho, apretando mientras pensaba…
¡No le volverás a ver! ¡Le dijiste adiós! ¡Estamos solos!… Jamás, jamás, volveremos a estar solos los dos… Adiós Marta.
FIN

ANA MARTÍN-SIERRA

La historia de este mundo del que os voy a hablar es una historia peculiar. Tan peculiar como el peculiar problema con el que nacían sus habitantes sin excepción. Y es que al nacer, todos ellos traían consigo un problema congénito de corazón…sus corazones estaban rodeados de una fina piel, tan fina como la superficie de un globo hinchable que si sufría fuertes emociones, se pinchaba como si hubiera sido atacado por un alfiler y se desangraba sin dar tiempo al paciente a salvar la vida en la mayoría de los casos.
Los médicos, científicos, estudiosos y grandes teóricos habían intentado entender porqué ocurría eso y cómo solucionarlo y solo habían hecho una serie de descubrimientos pero no tenían todavía la clave. Habían descubierto que el sentimiento más poderoso era el AMOR. Cuando el paciente estaba enamorado, el corazón empezaba a fortalecerse y a crear una especie de caparazón invencible haciendo desaparecer esa frágil piel que resultaba mortal en su especie. Pero los médicos habían descubierto, muy a su pesar, que el AMOR tenía una doble cara… el DESAMOR. Cuando más fuerte parecía estar el paciente (al que por supuesto estudiaban para ver si daban con la clave para curar sus frágiles corazones), llegaba el desamor… no siempre, pero muchas ocasiones. Y cuando lo hacía, esa capa fuerte que parecía recubrir el corazón desaparecía de repente dando lugar de nuevo a la fina piel que, como si hubiera sido acribillada por mil alfileres, dejaba que el paciente se desangrara sin remedio de forma inmediata.
Así que, mientras no se encontrara otro remedio, los habitantes de aquel mundo habían aprendido que para sobrevivir tenían que hacerlo sin grandes sobresaltos ni emociones.
Sonreían si estaban contentos pero no reían abiertamente, todo con moderación. Si estaban tristes, también era lo justo y necesario pero sin mucha intensidad. Todo era moderado y controlado para evitar así que sus corazones no resistieran.
Y por supuesto, evitaban enamorarse…solo algunos locos todavía lo intentaban pero la mayoría acababa con el corazón hecho trizas tras el DESAMOR y sólo unos pocos afortunados todavía vivían felices y habían conservado ese corazón fuerte y eran observados y estudiados como piezas de museo.
Pero como en todos lados, había gente de todo tipo y por ello, para proteger sus corazones, los médicos habían diseñado pastillas… pastillas que evitaban que nada fuera demasiado intenso, demasiado feliz, demasiado triste, demasiado emocionante. Todo era llano y simple y por supuesto las pastillas contrarrestaban la intensidad de esa emoción tan peligrosa para ellos, el AMOR.
Pero siempre existen seres humanos distintos y ella lo era. Desde pequeña vivía todo con una intensidad que rozaba el riesgo mortal constante. Era capaz de llorar de emoción o de reír hasta que se saltaran las lágrimas de alegría, de que se le erizara la piel con una caricia o con una puesta de sol…y claro, sus padres al notarlo, la llevaron al médico enseguida temiendo por su vida.
Al igual que un diabético se pincha insulina, ella tenía que tomar sus pastillas todos los días y así había conseguido neutralizar esas emociones y sobrevivir como el resto, de una manera “neutra”.
Hasta que un día sus vidas se cruzaron y, sin saberlo, su vida ya no volvería a ser la misma. Una mirada, una sonrisa y supo que ni toda la medicación del mundo podrían parar lo que empezaba a sentir…ya no era una niña y aunque quiso controlarlo porque sabía que se jugaba la vida, en un momento en el que el tiempo se paró y se miraron a la cara supo que no había vuelta atrás… decidió saltar…le besó…se dejó llevar sabiendo que igual su corazón no resistiría pero le daba igual… sólo esa sonrisa, esos brazos, ese beso…habrían valido la pena el sacrificio.
Los dos sabían que era una locura pero creyeron que ellos podrían ser de los que lo conseguirían…y ella lo creía en cuerpo y alma, tanto que se entregó sin miedo, sin control, sin pastillas. Dejó que el AMOR pasara para quedarse. Cuando estaban abrazados no existía nada más, sus corazones se pusieron fuertes, sus cuerpos, se sentían capaces de todo. El mundo ya no era neutro. Tenía una intensidad tan abrumadora que daban ganas de llorar y reír a la vez.
Pero la historia no terminó aquí. Su familia y amigos empezaron a sospechar que algo pasaba, estaba cambiada ¡No habría sido tan loca! No, seguro que no…todos sabían en que acababan esas historias prohibidas y por eso vivían conformados y sin sobresaltos.
Pero como os conté al principio, ella no era como todo el mundo y se entregó sin miedo en cuerpo y alma. Pero en esto del AMOR no sólo depende de uno y eso a ella le costó caro aprenderlo…
Un día como otro cualquiera, neutro, como todos los días, al ver que no salía de su habitación sus padres fueron a despertarla. Al abrir la puerta descubrieron que estaba en la cama y que algo parecido a un charco de sangre se había formado bajo ella…¡no podía ser! Al destaparla lo vieron… era demasiado tarde…en la mano tenía lo que parecían cartas…su madre las leyó intentando entender lo que había pasado mientras su padre llamaba a los médicos aún sabiendo que no podrían hacer nada por ella.
Las cartas eran cartas de AMOR. En ellas se expresaban el amor que se tenían el uno al otro, sus besos, sus risas, sus abrazos…pero además él le había mandado una nota que ella tenía apretada contra su pecho ahora ensangrentado.
En ella le decía que tenía miedo, que sabía que era peligroso, que si su amor no funcionaba el maldito DESAMOR acabaría con sus vidas como lo había hecho antes con tantos otros…y que, aunque la amaba, no se atrevía, tenía la pastilla en la mano y si se la tomaba…
La madre se dio cuenta de que ahí había una pausa, un hueco en blanco en la nota como si alguien hubiera interrumpido al que la escribía. Y al final, después de esa pausa únicamente decía “adiós “…
La madre dejó caer la nota. Ahora entendía todo. Quiso llorar pero se recordó a sí misma que no debía…su hija había muerto por la misma razón que tantos incautos, AMAR sin medida y sin miedo y eso le había costado la vida.
Así que cuando los médicos recogieron el cuerpo sin vida, su familia se puso triste pero no la lloró, sus amigos la echaron de menos, pero no lo expresaron y ese amor que le había robado el corazón sobrevivió gracias a la pastilla que decidió tomar y que conseguía que todo fuera neutro y sin mucha intensidad, como debía ser para mantenerse vivo.

SHEILA SHEILA

un brindis por el amor, la alegria,la esperanza,la solidez ,la amistad, la lealtad,la bondad ,la fe,la paz , que ya no están, tal vez nos volveremos a ver a sonreír a amar un día sin vergüenza de reír hasta que duela la barriga de amar hasta que salgan arrugas de tanta expresiones expuestas al aire libre. Que choquen las copas por los sentimientos que tuvieron que decir adiós .un adiós sin palabras fijas y retorcidas es más fácil.
Un hasta pronto que un adiós frío y vacío Aveces para decir adios las lágrimas salen unas por cortesía,otras por diplomacia,otras por lastima,otras por recuerdos y las últimas .. fingidas para que los ojos no sientan ni el corazón no lata.

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28 comentarios en «Adiós – miniconcurso de relatos»

  1. Les dejo mi admiración y un voto ficticio ( porque no cuenta) para cada uno.
    Esta semana récord de participación.
    Intentaré leerlos a todos los que me faltan .
    Aunque ya decidí mi voto a la belleza del poema de :
    RAQUEL LÓPEZ

    Responder
  2. De nuevo, aunque todos son maravillosos, esta vez me voy a decantar por uno por lo desgarrador del relato y la realidad de la muerte silenciosa que no queremos ver…
    Mi voto para
    MARI CARMEN MERFER

    Responder
  3. Mi enhorabuena de nuevo a tod@s los que esta semana nos han vuelto a deleitar con sus relatos.
    Es muy difícil decantarse por uno u otro.
    Mi voto esta semana es para:
    – Almut Kreusch
    – Juan José Serrano Picadizo

    Responder

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