Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «reinventarse». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de marzo!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Corría el impío año de 1314 en su no menos impío 18 de marzo. La sombra se alzaba imponente, pese a que aún no estaba terminada del todo, y se cernía como un oscuro presagio sobre la tremenda multitud que habían ido a presenciar tan vil engendro inquisitorial a mayor gloria del pérfido y vano intento de auto-engrandecimiento ideado por el ruin monarca Felipe IV con la inestimable colaboración de su consejero Guillermo de Nogaret y con la complicidad del supuesto garante de la fe cristiana, el papa Clemente V -de nombre Beltrán de Goth-. Enfrente de la sombra premonitoria, en medio de la plaza, se alzaba una pira crematoria dónde sería quemado vivo el “último representante digno de la cruz”.
Años atrás y frente a otra gran multitud, se había leído la sentencia que condenaba a los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocidos como caballeros templarios, por la acusación de sacrílegos, herejes, sodomitas e idólatras. La más poderosa orden militar del momento, los monjes guerreros defensores de los Santos Lugares que en base a su emplazamiento en rutas estratégicas, en localidades de paso, y su habilidad financiera hizo de ellos unos formidables banqueros de la época, inventores de la letra de cambio y prestamistas de lujo de monarcas y poderosos. Eso al final, iba a suponer su condena, cuando Felipe IV decidió que no quería -o no podía- devolver lo prestado por ellos.
A la hora señalada, el reo entró en la plaza con porte majestuoso. Su mirada estaba limpia de todo pecado y era tan serena como el solsticio de verano, él que lo había visto y conocido casi todo, ahora se enfrentaba con un temple admirable a su cruel destino. A diferencia de otras quemas inquisitoriales que hacían que el condenado muriese rápidamente, esta pira estaba preparada a conciencia para que el reo sufriese una tortura ejemplarizante y tuviese la más lenta de las muertes posibles. Una vez arriba, el “santo inquisidor” procedió a prenderle fuego a la pira mientras los parroquianos observaban con preocupación el acontecimiento, había algo raro en el ambiente y eso que estaban acostumbrados a disfrutar de esos espectáculos horripilantes en nombre de la fe. En un momento dado del “hombre sereno” empezaron a salir unas palabras calmadas pero penetrantes que sumieron tanto a la plebe como a las autoridades en un intenso estado cataléptico. “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!… A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año…“
Estemménos Sidirourgós, otrora noble hispano ahora bajo el paraguas de los dominicos, enrolló cuidadosamente el pergamino y lo guardó en su estuche correspondiente mientras se aseguraba de que no lo observaba nadie, pues no quería que nadie descubriese su pasión por el temple, cosa que obviamente conllevaría como poco la excomunión.
Estemménos Sidirourgós III, descendiente del antiguo monje dominico del mismo nombre, empezó a vislumbrar una especie de humo que salía de lo alto de la torre Viollet-le-Duc seguido por unas llamaradas que casi querían ponerse en comunión con el altísimo y empezó a dar la voz de alarma pidiendo a gritos que alguien llamase a los bomberos, pues allí tenía guardado el manuscrito para su próxima novela, que giraba en torno al temple y Notre Dame.
Al mismo tiempo por la puerta de la virgen, ubicada en el lado norte de la catedral, dos figuras salían sigilosamente perdiéndose entre las sombras.
-¡La que nos va a caer como nos cojan! - añadió la figura más alta.
-¡Chisssttt, calla, sabes que era necesario! ¿Pues no se estaba reinventando el “desfasao este” - contestó la otra figura más baja.
-Corre Lisensiado, corre-
-Raudo y veloz Santi, raudo y veloz-.
Me inventé brillante; terso; suave; sabroso; inhiesto, apetitoso, como un calabacín; como una berenjena; como un nabo; como un melocotón, como una zanahoria…
Me reinventé como una flor, comestible y vistosa, como una alcachofa, llena de capas protectoras.
Pero en verdad tengo otro tipo de capas que son menos visibles; menos apetecibles, menos vistosas, aunque más jugosas, también agrias; también ásperas; también ácidas y que también son, en parte, escoria, que provocan asco, rechazo e incluso lágrimas, porque en realidad soy como una cebolla.
Casualmente (?) es lo mismo que me recomienda my psicóloga.
Y digo casualmente, con ese rintintín, (nótese el signo de interrogación entre paréntesis) porque resulta que mi terapeuta es el marido de mi psicóloga. Y a mi, me da la impresión que eso de las cláusulas de confidencialidad, el «secreto profesional», ellos dos se lo pasan por… Que hablan entre ellos, vamos.
Por eso el hecho de que ambos coincidan en que tengo que reinventarme me da cierta… ¿Cómo decirlo? Esos que se dedican a desenmarañar cerebros ajenos, pocas veces se dedican a desenmarañar los propios. En casa del herrero….
Ella, mi psicóloga, la mujer de mi terapeuta, tiene un amante.
«Es solo sexo», eso me dice en nuestras sesiones, espera que me escandalice, pero yo le digo que la entiendo. A nadie le sienta mal comer fuera de vez en cuando, incluso si en casa se come bien, como suele decir mi terapeuta, el marido de ella.
Me pregunto si de esto también hablarán entre ellos…
Él aún no ha salido del armario. Cree que es bisexual, dice que aún no ha experimentado lo suficiente como para auto-etiquetarse.
A ver, se supone que las terapias giran en torno a mis problemas, las dos, que nadie se confunda. Yo no falto a ninguna, llevamos ya dos años y pico y aunque ya se sabe eso de que el roce hace el cariño, hay que ser profesionales, caray.
Que no es por criticar, pero es que ninguno de los dos cobra las sesiones al amante que tienen.
Si, si, lo habéis oído bien, no solo se pasan por el forro el secreto profesional, si no que además su amante es un paciente.
Y yo por eso me rio con eso de que sea yo el que tenga que reinventarme, cuando las terapias me salen gratis.
La desesperación que sentía al estar encerrado en aquel sótano era indescriptible. El ataque incipiente de ansiedad hacía el resto y no podía entender el porqué. El no recordaba haber hecho nada malo, todo lo contrario, se había despertado empapado en sudor, en un frío y mugriento suelo. La tenue luz que se colaba por el respiradero cubierto de telarañas incrementaba la sensación de encarcelamiento. De repente, analizando el lugar con la única ayuda de la linterna de su móvil al 2% de batería, dió con una pintada en la pared de debajo de la reja.
«Relájese. Pronto acabará todo. Es un consejo»
<<Pero, ¡cómo…!>>
Y en ese momento la batería del movil se agotó, sumiéndolo aún más en la penumbra.
<<Qué querría decir eso>> pensó angustiado.
La angustia le duró poco. Tan poco, como lo que tardó en oír detrás de él los gruñidos desencajados de una bestia de la cual sólo le dió tiempo a fijarse en sus dos ojos rojos diabólicos mientras se le abalanzaba.
Un segundo después George abría los ojos. Todo lo que le rodeaba era de un blanco brillante, casi cegador y todo estaba impoluto. Se encontraba tumbado en una especie de cama gigante. Era dura, pero cómoda al mismo tiempo. El tacto de las sábanas era agradable. Parecían de seda. Se frotó los ojos y se incorporó un poco. Todo hacía pensar que se encontraba en una sala de algún tipo de hospital. Una única puerta de frente a él indicaba el acceso a aquél lugar.
«Donde estoy, estaba a punto de ser devorado por una bestia y ahora esto» pensó mientras se acababa de levantar del todo.
—No se levante todavía, haga el favor—le rogó una voz que parecía venir de todas partes—. Ahora le atenderemos y se podrá ir—. añadió para terminar.
George miró a su alrededor intentando adivinar su procedencia pero no pudo identificar el lugar exacto. Inconscientemente hizo caso y se quedó quieto, de pié en medio de aquella sala.
En ese instante, un ruido de despresurización se dejó oír alto y claro en toda la sala. Un par de pequeños chorros de vapor salieron de las juntas de lo que antes había identificado como la puerta. Tras disiparse el vapor creado, un hombre enpujando un carrito y una mujer ataviados con todo el equipamiento típico de un hospital; bata, guantes, mascarillas, etc, entraron y se dirigieron hacia él. Éste al verlos acercarse, amagó con dar un paso atrás.
—No se asuste, señor Clarke. El proceso ha sido un éxito —dijo la mujer.
—¿De qué me está hablando?— preguntó George sin entender nada de todo aquello.
—Es normal que esté desorientado, por favor siéntese aquí y se lo explicaremos todo —. Dijo con tono apacible.
George hizo caso, más por ignorancia, que por convicción. Necesitaba respuestas.
El otro hombre, se le acercó acabando de empujar el carrito con herramientas y equipos médicos.
—Recuéstese, por favor. Solo será un minuto. Haremos las últimas comprobaciones rutinarias y podrá irse y empezar su nueva vida.
George seguía sin entender nada y miró descolocado a la mujer. Esta a sabiendas de las dudas que se le pasaban por la cabeza al paciente, le fue contando lo que quería saber mientras le conectaba sensores por el pecho y la sienes.
—Señor Clarke. Está usted en REINVENTS INDUSTRIES, CORP una división del grupo empresarial REKALL INC. (1) . Ha sido sometido a un borrado selectivo de memoria siguiendo los estrictos deseos que nos ha contratado. Lo que acaba de experimentar es la destrucción de su alma más atormentada, que metafóricamente hablando, ha sido devorada por la bestia del olvido, así llamamos aquí a dicho proceso. A partir de este mismo momento, usted podrá reinventarse y empezar esa nueva vida que tanto soñaba, sin las preocupaciones pasadas. Al fin podrá salir y liberarse de ese oscuro y tenebroso pasado en en cual se encontraba recluido y de los incomodos recuerdos que le estaban atormentando. Desde este preciso instante, sus futuros proyectos están al alcance de su mano. Todo depende de usted. Si ahora me hace el favor de no moverse durante treinta segundos… acabaremos en un momento y podrá irse —mientras le dedicaba una generosa sonrisa.
Se comentaba en el fuerte y nadie acaba de creérselo, pero radio macuto informaba de la llegada de un coronel. Parecía imposible. Fue Inda, soldado de reemplazo, el más veterano y cebollo quien lo acababa de anunciar y por sí o por no en el fuerte empezó a cundir el nerviosismo. Petronilo, el jefe del pelotón, un muchacho desenvuelto y espigado, que cometió el crimen de llevar a su novia al cuartel y meterse con ella entre las mantas, era el primero en el escalafón. Al fuerte solo condenaban por demasiado listos o por extremadamente brutos. Argimiro, otro de los residentes, se encontraba en el término medio. Tras aquel anuncio, a él encargó Petro que limpiara la puerta de entrada al murallón porque el suelo lo llenaban colillas y en las paredes quedaban resto de las fotografías que Merencio pegaba mientras realizaba la guardia y se hacía un pajilla. Era este el tercero en rango, porque había llegado al fuerte cuando ya estaban en él Petro y Argimiro. A Merencio o Mere no se le esperaba. Venía atado en un carreta al cuidado de Floren, el cual en cuanto hizo la entrega del prisionero, y paseó por el fuerte y alrededores nunca regresó al cuartel, desertó y allí permanecía de incógnito.
Preguntaron por él y enviaron órdenes de busca y captura, pero del fuerte no salió ni un mu. Floren era poeta. Cuando retiraba las ligaduras y estaba entregando a Mere, le salieron unos versos rimados que hicieron la gracia de los otros dos residentes y al instante le asignaron empleo cuando manifestó el gusto y deseo de permanecer. Sabía de memoria cientos de poesías y otros ripios de su cosecha, poniendo mucho énfasis cuando declamaba las gestas de Bernardo de Carpio.
“De entonces suena en los valles
Y dicen los montañeses:
¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!”
Además de glosar las actividades de cada uno, Petro le asignó la vigilancia de los los alrededores del fuerte que antes había encargado a Argimiro, el cual había sido en su vida civil portero de una finca donde dos tíos se pegaron una cuchillada por una mujer. Se decía que tenía el olfato de un perdiguero y era verdad, porque habiendo presenciado la reyerta, logró esfumarse sin cargos del lugar de los hechos. Uno de los dos que salvó la vida dio de él unas señas confusas, pero él adujo que se encontraba cumpliendo un menester ineludible. Luego confesaría que en vez de avisar a la policía y a las ambulancias, agarró a la mujer objeto de disputa, la metió en casa y allí la ocultó. Y tan contentos los dos hasta la dejó preñada y eso ya no se pudo disimular.
Siempre habían sido cinco los soldados del pelotón, hasta que en noche de truenos, Sanda se largó y días después apareció ahogado en un riachuelo que discurría allí anexo. Esperaban el quinto y radio macuto, siempre bien informada, anunciaba la llegada de un coronel.
Estaban en pleno zafarrancho, un día que amaneció nublado, y Floren, que había abandonado el fuerte para recoger yerbas aromáticas con que hacer una infusión que atajara la cagalera de los otros tres, avistó a lo lejos una mula sobre la que cabalgaba un militar. Se esperaba un jip. Por si acaso no fuera una fantasía de las suyas, corrió la voz y con Petro al frente, en plan de orden de combate, esperaron la llegada de tan extraño jinete.
—A sus ordenes, soldado, se presenta el coronel Jimeno. ¿Manda usted algo? —Se expresó el compareciente.
Se hacían de cruces. Llevaban más de cinco minutos en formación y posición de firmes y ninguno osaba parpadear.
—Manda descanso —Dijo el segundo, Argimiro.
—¡Descansen! —Gritó Petro.
Fue asombroso porque a Petro se encendió de pronto la luz de reserva. Maldita era la gracia mandar sobre los iguales por méritos de antigüedad. Ahora era la suya. Mandó otra vez ¡firmes! Cogió entonces la gorra con estrellas de ocho puntas del coronel, se la caló, pasó revista y dijo que ya iba siendo hora de que hubiera más disciplina.
Julia llevaba toda su vida dedicada al ballet hasta que una enfermedad la obligó a pasar la mayor parte del tiempo encamada, soportando los dolores.
Tuvo que renunciar a su felicidad y resignarse. Al principio fue duro, pero en ese vaivén de la vida empezó a conocerse mejor a sí misma y enfrentarse a sus miedos y a sus prejuicios.
A pesar de convivir con su enfermedad, fue capaz de reinventarse de nuevo y seguir soñando.
Se levantaba de la cama con ayuda y se sentaba por las mañanas en un silloncito de la habitación observando a través de la puerta de cristal que daba al jardín de la casa, el paisaje que la rodeaba, los pájaros, el cielo azul.. algo que la hacia revivir de nuevo sin tener que refugiarse en el victimismo.
Y comenzó a pintar pequeños bocetos que más tarde iba puliendo con la práctica.
Y así descubrió que el mundo no se acaba mientras sigas manteniendo la ilusión de hacer cosas nuevas y reinventarse si las cosas no salen como pensábamos y eso, la hacia revivir cada día.
El conde Ostragonov colocó a contraluz de la vieja lámpara de pie su copa de finísimo cristal de Baccara, para calibrar el color y pureza del contenido; luego, inclinándola ligeramente, asomó la nariz al delicado borde tratando de captar los aromas que emanaban del valioso cáliz.
—¿Qué te parece, Leonor, querida? —consultó con la condesa esperando ansioso su dictamen.
Ella, sujetando el tallo de la copa entre el pulgar y el índice de su mano derecha, con el meñique ligeramente extendido, la llevó a sus labios, mojándolos apenas en la bebida.
—A mí, Ludovico, qué quieres, estos caldos franceses no me acaban de convencer, son excesivamente acervos, para mi gusto, me provocan acidez; prefiero los españoles, más jóvenes y frescos, tienen fruta, son amables al paladar, incluso algún italiano, de la Toscana, con ese toque a canela y cuero tan característico; me han hablado muy bien de los chilenos, querido, deberíamos probar.
—¿Y usted qué opina, Bermúdez? —preguntó el conde a un señor de Alcantarilla, bajito y metido en carnes; sin abandonar la observación al trasluz de las cualidades del néctar.
El murciano, visiblemente turbado, se encogió de hombros, mareó la copa, como había visto hacer a los condes, pero con un estilo más montaraz, embocó la nariz hasta despabilarse los mocos en su contenido y le metió un tiento al brebaje, que lo dejó tiritando.
—A ver, señor conde…
—Ludovico, querido, Ludovico; al fin y al cabo, puede decirse que es usted de la familia —lo interrumpió el noble anciano.
No pudo reprimir un gesto de incomodidad, Bermúdez, y un rubor escarlata se apoderó de sus mejillas.
—Como usted mande, don Ludovico. El caso es que, volviendo a lo del prive —retomó el ritmo de la conversación—, yo no estoy acostumbrado a estas exquisiteces, qué quiere que le cuente. Hasta hace cuatro días, como quién dice, un palmero de peleón con gaseosa me hacía feliz, era un hombre de costumbres sencillas: el carajillo mañanero, la charcutería, un par de cañas por la tarde, el abono del Rayo los domingos y pare usted de contar; normal y corriente, créame. Pero se cruzó en mi camino Cayetano, su hijo de ustedes, tan suyo, él, impulsivo, culo veo, culo quiero, pasó lo que pasó y me cambió la vida.
Un carraspeo incómodo se instaló en la garganta del conde, mientras doña Leonor se llevaba discretamente el pañuelo a los ojos.
—Venga, venga, amigo Bermúdez, no se queje —contemporizó el conde—, que le ha venido el diablo a ver, amigo mío. ¿Cuándo hubiera usted soñado entroncar con una familia de tan rancio abolengo como la nuestra? Le advierto, señor mío, que nuestras raíces se hunden en los albores del siglo XI, el mismísimo Cid Campeador pasaba los veranos con su familia en nuestro palacio de Alcudia, no le digo más; por aquel entonces el territorio pertenecía a la taifa de Denia, pero don Rodrigo hacía a pelo y a lana.
Este último comentario de su esposo, a la condesa le supo a rayos y con la mirada le lanzó un par de ellos, fulminantes, con malísima intención.
—No, si no me quejo, pero yo con mis morcones, mi morcilla extremeña y el jamón de bodega, pues mire, que me iba tan ricamente; entienda usted también que el cambio para mí ha sido enorme, necesito tiempo, qué sé yo, un periodo de adaptación, reinventarme, como quien dice.
Ludovico miró su reloj; se había hecho tarde, a lo tonto y charrando les habían dado las tantas, no tardaría mucho en amanecer. Se levantó del sillón e invitó a Bermúdez a hacer lo propio.
—Mi querido amigo, estábamos tan a gusto de tertulia, que no hemos caído en la cuenta de la hora que es; tendremos que reanudar esta conversación en otro momento, porque espero que seguirá usted honrándonos con su presencia.
Olegario Bermúdez, de Alcantarilla, Murcia, antiguo propietario de «Charcuterías Olegario», se levantó con torpeza de su asiento. Así, como sin querer, charra que te charrarás, se había empujado al coleto media docena de copichuelas y no estaba en plenitud de forma.
—¿Está usted en condiciones de volar, querido amigo? —se interesó el conde preocupado.
—Perfectamente, señoría, no se preocupe, en cuanto me dé un poco el aire…
—Cuide a la salida de la curva, nada más abandonar el castillo, que suelen estar los quirópteros civiles haciendo controles de hemoglobina; se ponen las botas, los fines de semana —le advirtió solícita la condesa.
Los viejos, callados y sonrientes, permanecieron un rato asomados a la ventana, siguiendo con la mirada el errático vuelo del murciélago que se alejaba zigzagueando.
—Ludovico, tienes que hablar de estas cosas con Cayetano —rompió el silencio doña Leonor—, estoy harta de tener que aguantar a tanto plebeyo en nuestra casa, por culpa de las calenturas del niño.
El conde entrecerró los ojos solicitando indulgencia y comprensión.
—Es un chiquillo, Leonor, apenas cuenta doscientos años, criatura, tiene las hormonas reventándole por las costuras; dale tiempo mujer, a lo que nos descuidemos, se nos ha convertido en un vampiro hecho y derecho.
»En cuanto al charcutero este, tómalo como lo que es, un desliz de Cayetano, un mordisco calentorro que se le escapó al muchacho. Que se reinvente Bermúdez, como él dice; cuando le coja el tranquillo a esto del vampirismo ya le buscaremos una ocupación acorde con su plebeya condición. Y vamos al sarcófago, querida, que ya empieza a despuntar el alba y no estamos para demasiados trotes.
—¡Ay, Astaroth, Belcebú y Leviatán! —invocó vehemente la condesa— ¡Dadme paciencia para soportar este castigo!
Y los dos, bostezando, apoyándose la una en el brazo del otro, despacio, con un fundido en negro, se adentraron en las profundidades del castillo, a descansar hasta la noche siguiente.
― ♫Esta sí, esta no, Chimo Bayo es el mejor…♫ ¡¡¡Juaaaaaaaaaaaaaaaaá!!!
―Wolfgang, amigo, no entiendo qué placer obtienes de este bombardeo acústico sin orden ni concierto. Me produce persistentes cefaleas.
―Eres un sieso, Johann Sebastian, búscate un clavicordio y no me chafes la fiesta, venga, venga, dale, dale, toma, toma, jiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, juás, juás, yeeeeh.
―Cada día que pasa estoy más arrepentido de haberme reencarnado en este siglo de locos. La mal llamada Ruta del bacalaoatenta contra el buen juicio de la humanidad. Además, otrora apreciado Wolfgang Amadeus, de todos es sabido que el mejor bacalao está en Portugal y no en Valencia.
― ¡Qué plastismo, por favor! Calla un poquito, que pierdo el ritmo, haz algo útil, y pide un par de vodkas con Red Bull, wakawaka, turuturu, heyhey ¡¡¡ Esas pastis!!! Juaaaaaaaás.
―Dios santo, ese brebaje es cosa del diablo, altera las capacidades mentales de modo irreversible y conduce a perder la lozanía del que osa consumirlo. Siempre seré fiel a las ambrosías teutonas, incluso a las austrohúngaras, que en este siglo no son debidamente apreciadas.
―Eso, eso, pídete una hidromiel y verás qué descojono, ueeeeeeh, catapúncatapúncatapún, wowowowowou, ¡ja!
―Está bien, le daré un voto de confianza al combinado pujante en estos tiempos de sinsentido, para mostrarte mi buena voluntad. Que me hayas definido como sieso, me ha dolido en el alma. No solo fui compositor de requiems, también dejé divertidísimos conciertos para clavicémbalo para la posteridad.
―Tú trae las bebidas, reinvéntate y coge el tono, que hay que entrarle a esas gachís…
Quinto vodka con Red Bull…
―Wolfy, coleguita, esto tiene su puntillo, hip.
―Ayayay, tampoco te me vengas muy arriba, que no tienes costumbre…
― ¡Buah! Vas a ver lo que vale un cardador de bisoñés. Voy a por esas dos diosas con minisayo, hiiiiiip.
―Pero, ¡quítate la peluca, alma de cántaro, que se van a partir la caja! «Jooooder, mírale, si parece recién salido de The Walking Dead, la va a liar parda…»
¡¡¡Fuás, fuás, fuaaaaaás!!!
―Ainsssss, vaya hostión…
Calabozos de la comisaría del barrio marchoso de Ruzafa
―Pero, Johann Sebastian, ¿qué les dijiste a esas pavas para que te zurraran?
―Nada, que les iba a enseñar de lo que soy capaz con una obertura, hip.
Cuando Javi ve los dieciocho mil euros en el extracto de su cuenta tiene dos cosas claras: una, va a hacer todo lo posible por no volver a trabajar de camarero, y dos, va a aprender a tocar la guitarra. Ahora tiene tiempo, gracias a ese premio de la ONCE. Esa misma tarde va a una tienda y compra una guitarra acústica con la que se queda hasta las tantas practicando sus primeros acordes.
Pasan los días y las semanas enganchado al instrumento. La consciencia del progreso le proporciona un placer que le hace descubrir algo crucial: quiere dedicarse a la música el resto de su vida.
Un día conoce conoce a Mario, que también toca la guitarra, y comienzan a practicar juntos. No tardan en animarse a componer algunas canciones que sus amigos escucharán con deleite. Encuentran un batería y un bajo, y se lanzan a ensayar en el local del padre de uno de ellos.
Llegan los primeros conciertos, en bares y pequeñas salas, y la respuesta entusiasta del público. Javi sabe que está viviendo un sueño: tiene su banda, sus seguidores, y un incesante deseo de aprender y dar lo mejor.
Llega el primer y aclamado disco, y el segundo. Llenan salas grandes, plazas de toro, polideportivos, y al final de la gira, la banda más exitosa de los últimos años decide parar unos meses para descansar y dar un último concierto en una sala pequeñita, en formato acústico. Allí se presentan, y de camino al escenario Javi tiene una sensación extraña que se torna pronto en sorpresa al verlo claro. Tiene veintidós años y barre aquel suelo, preocupado porque le han dicho que el jefe quiere meter a su sobrino. Como se quede en la calle lo único que le queda es comprar un maldito décimo y que ocurra un milagro.
Mis ojos recorren el fondo de una estantería. Durante el trayecto he podido ver a una niña que soñaba con ser veterinaria, que coleccionaba bolígrafos cuando fuera profesora, los mismos bolígrafos que regalaban en esas revistas de moda con las que se imaginaba desfilando como una modelo. Llego hasta esos folios timbrados cuyo título recoge «qué quería ser de mayor». Siguen guardados, custodiados, quizás porque, ahora que soy adulta, aún dudo sobre qué quiero ser.
Sin embargo, siempre que he tomado una decisión, he elegido a ella. En todos sus matices. Me embruja el sonido al rasgar con tinta el papel, su tacto suave y el olor que desprenden las hojas al pasar. También me atrapa la melodía de las teclas del teclado y la composición de letras que reflejan la pantalla.
Siempre he elegido a ella porque ha sido y es mi fiel acompañante. Tiene esa mano que me agarra cuando quiero salir huyendo de ese círculo confortable, que me dice que todo va bien, pero que a mí me ahoga y necesito salir a tomar ese soplo de aire fresco.
Porque prefiero vivir por ese instinto que acelera mi corazón y le declara la guerra a la razón, aun presintiendo mi propia derrota. Pero solo así he aprendido a parar y levantarme de cada tropiezo. Y en ese camino de pensamientos siempre me acompañaba ella. Recordándome que esa niña, ahora mujer, seguía siendo la misma.
La misma que pone palabras a las cosas, que le gusta narrar historias, que no se conforma con nada, que no se decide con nada. La misma que cuando «la espera” le anuncia que “ese” momento ha llegado piensa: ¿y ahora qué?
Entonces, esas letras que siempre escribo cobran vida y me susurran:
“Ahora, querida, sigue haciendo lo que has hecho siempre. Arriesga por ti, persigue tus sueños, confía en ti”.
Ojalá y nunca me suelte la mano, porque necesito seguir apoyándome en sus palabras.
Corrían los años noventa, España se preparaba poco a poco para entrar en el mundo distinto de la información, como medio de comunicación.
Nacían unos teléfonos portátiles, rígidos, negros, tipo zapato pequeño con muchas interferencias y poca cobertura, un menú bastante sencillo, muy baratos, toda la gente necesitaba uno. Las múltiples cadenas de televisión empezaban su lucha por la competencia, locura total por los números, por la máxima audiencia.
Algunos ordenadores fijos, torretas bien grandes, C.P.U., que adornaban las mesas de las oficinas en principio, y hasta se iban colando poco a poco en las casas particulares más privilegiadas, la información abría un canal, un camino nuevo dentro de una sociedad cambiante.
El tiempo destinado a estudiar se había agotado y un administrativo de segundo grado de Formación Profesional, buscaba el lugar donde empezar a trabajar, ocasionalmente lo llamaban en diferentes empresas, pero solo eran sustituciones, o determinadas bajas. Cubrir suplencias o actualizar trabajos atrasados. Poca cosa nada importante.
Por fin una entrevista de trabajo real, la primera, de verdad diferente. Cogí mi Ford Fiesta, con más kilómetros que la maleta del fugitivo y totalmente quemado por los años y rumbo a la población más cercana.
Estuve tres meses yendo y viniendo hasta que reventó el coche, actualicé el trabajo pendiente, principalmente archivos. Y terminó ese curro.
Mientras tanto al campo que es muy sano, trabajando de jornalero de nuevo reinventándose, lo dicho «En casa del pobre el que no trabaja no come»
El ser humano y sus múltiples facultades tenemos que reinventarnos cada día. Algunas veces los cambios más radicales y otras, sólo el diario ya supone un nuevo reto, otra invención.
Una nueva entrevista en otra empresa, otro sector, cada día amanece de una forma diferente y tenemos que adaptarnos reinventarnos, no queda otra.
También era del mismo lugar de Almendralejo, un pueblo algo más grande que el mío, un Almendralejo rural que nada tiene que ver con el actual, muy cercano, al parecer la chica de la oficina que había se marchaba a Barcelona, en una semana me dejó al cargo de todo.
Y donde había dos personas me dejaron a mí sólo. Para hacer todo el trabajo de atender público. Cargar y descargar camiones. Controlar los precios, pasarlos por el ordenador, todo el tema contabilidad y también el almacén. Y poco tiempo después, también me pasaron el tema de compras y ventas a los comerciales y autónomos que venían a nuestro almacén de toda la provincia.
Una mañana me llamaron para otro trabajo también de administración en otra empresa diferente, mucho mejor pagada y en mi pueblo. Pero ya tenía contrato firmado, tonto de mí, la novatada la pagué con creces; pero estaba cómodo y agusto.
Me compré un coche nuevo, haciendo también mi casa, para casarme con mi novia de toda la vida y realmente no era tiempo para experimentos, no me apetecía romper un contrato con el que estaba comprometido, aunque el horario era tremendo, echaba muchas horas y más de la mitad no me las pagaban.
Pero hasta cierto sentido estaba agusto, tenía siete jefes a mandar, ya que era una cooperativa y todo parecía marchar medio bien. Buenas expectativas. Salvo cuando ellos se enfrentaban unos contra otros.
Entre ellos y ellos había sus rencillas, pero conmigo se portaron todos bastante bien, ya que yo me portaba mejor con ellos, trabajaba de nueve de la mañana a diez de la tarde. Y descansaba de dos a cinco para comer.
Tantos a mandar y ninguno a obedecer empezaron por saltarse las normas y poco a poco los horarios, cargaban cuando ellos querían, sin que nadie estuviese presente y comenzaron los problemas. Bajaron el beneficio de la empresa y ellos se lo subieron, descapitalizando completamente la situación.
Lo cierto es que después de siete años trabajando dándolo todo como si fuera mío, dado de alta cinco años y dos más sin seguro. Me vi en la calle. Con una mano atrás y otra delante, absolutamente sin nada.
Un sábado por la mañana me dijeron que ya no necesitaban mis servicios, ni los míos ni ninguno más. Y me encontré sin saber qué hacer con deudas del coche y en la calle.
Me enteré de un traspaso, que una tía mía quería jubilarse, dejaba una tienda tipo veinte duros y decidí reinventarme y cogerla.
Arriesgarme y arrendarla junto con su local pertinente. Asumí la mercancía y volví a emprender un nuevo camino.
Al poco tiempo me hice mi propio local, debajo de mi piso y compré tres locales más al lado. Los primeros años fueron fenomenales.
Hoy veinticinco años después sigo con el negocio intentando reinventarme cada día de nuevo. Pagando impuestos como todo autónomo, en esta España compartida.
Ha pasado ya, casi una vida para mi, como para cualquier españolito de a pié que un día comenzó a vivir, el tiempo deja su huella y vuela, y vuela, los hijos se hacen mayores, cada vez necesitan menos a sus padres, ahora me quiero reinventar de nuevo y contar historias, no pienso hacerme famoso, pero tampoco lo necesito, sólo suponen un entrenamiento más, pasar el tiempo agusto, esperando pronto poder jubilarme y reinventarme de nuevo, me dedicaré a pintar cuando me cansé de escribir y tenga algo de más tiempo.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Querido Redy: no me lo puedo creer, no consigo escribir nada para el tema semanal, ya he escrito tres relatos y los he borrado. El tan temido bloqueo del escritor ha aparecido, no entiendo por qué.
Tengo que reinventarme y volver a escribir algo, pero, ¿por qué lo borro? Porque no me gusta. Se me ha olvidado escribir poesía. ¡Mierda!
La culpa es mía por escribir tanto teatro, me reinvente y ahora no sé volver a mis orígenes, ¿habrá muerto el poeta que llevaba dentro? Vamos a comprobarlo con un pequeño acróstico:
Renacen las letras
en mi pluma
intimidando mis sentimientos
navegando en un
velero de versos
estructurados con tres
navios cada uno
torturando mi mente
ante mi atónito
renacimiento de existencia
sensorial que yo
exploro con tiempo.
Gracias Redy contigo es más fácil reinventarse.
¡Qué no muera la poesía!
Fin.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
ARTEFACTOS CASTILLEJO (adaptación de un reto de Servando Clemens)
—Si los americanos han llegado, ¿por qué yo no voy a ser capaz? —razonó en el más absoluto de los silencios, mientras se rascaba la cabeza.
Esa fue la lógica aplastante que de repente cegó el entendimiento de Luis Alfredo Castillejo, de los Castillejo de toda la vida, hasta el punto de no ser capaz de pensar en otra cosa. Cabezonería lo llamarán algunos; constancia y tenacidad lo denomina el diccionario. Todo esto sucedía una noche veraniega mientras contemplaba, tumbado en la era, el parpadeo de las estrellas, como quien observa embobado las lucecitas juguetonas del árbol de Navidad, en esos momentos de atontamiento en los que uno no tiene nada más que pensar.
Dicho y hecho. A la mañana siguiente, bien temprano, Luis Alfredo se tomó su café con magdalenas y se puso manos a la obra. Su dilatada carrera de ingeniero pirotécnico (cargo que, en el pueblo, habían reducido a algo tan simple como “el tío de los cohetes”; ya se sabe, la envidia que es muy mala) le avalaba en tales lides. Era la máxima autoridad en materia de pólvoras por aquellos rústicos alrededores, alcanzando su culminación durante el cierre de las fiestas populares de su pueblo, bajo exclamaciones populares del tipo: “hay que ver qué cosa más bonita”, “mira esa palmera qué grande”, “menuda traca” o “echa para allá que nos quemamos”.
Con la vista puesta en la luna como primer objetivo, y porque era lo que le pillaba más cerca en términos astronómicos, Luis Alfredo rebautizó el negocio originario de los petardos como Ingeniería Aeroespacial Castillejo, S.M.L. (sociedad muy limitada). Eran sus cohetes los mejores de toda la comarca y con estos avales, nuestro ingeniero se dispuso a diseñar el más avanzado de sus artefactos, incluida la mecha.
Dos noches de afanoso trabajo fueron suficientes para que el CEO de aquella incipiente agencia espacial se encontrara de nuevo en mitad de la misma era que poco tiempo atrás alumbrara su idea, y quién sabe si el germen de la futura carrera espacial española. Con la vista puesta en el firmamento y un cohete gordo de los de fin de fiestas amarrado a su cuerpo a merced de una soga reusada de las que solía emplear para atar los mulos, Luis Alfredo prendió la cerilla. Tuvieron que ser tres porque esa noche corría aire, pero en cuanto el artefacto comenzó a soltar chispas, Luis Alfredo, reconvertido a astronauta, inició la cuenta atrás que procede en estos casos. Sin embargo, un error de cálculo en la longitud de la mecha hizo que antes de llegar al tres, el cohete levantara vuelo como alma que lleva el diablo, rumbo a algún punto indeterminado de la bóveda celeste y por extensión, del espacio sideral.
Una lástima que nadie lo viera. Tampoco nadie supo a dónde llegó realmente Luis Alfredo, si es que llegó a algún sitio. Lo cierto es que desde aquella noche no se le ha vuelto a ver por el pueblo. Todavía lo andan buscando. Hasta los americanos que, ya se sabe, siempre tienen que meter las narices en todo.
CESAR BORT
El 17 de germinal de 2047, tras la nueva hecatombe que supuso la quinta guerra Nuclear que, en esa ocasión como en las cuatro anteriores, enfrentó a los defensores del Bien ―llamados defensores del Mal por el enemigo―, contra los defensores del Bien ―también llamados defensores del Mal por los primeros―, la especie humana evolucionó, se reinventó de forma natural ―o no tanto, pues algunos señalan que la causa fue la radiación a la que los humanos estuvieron expuestos durante las guerras―. Fuera como fuere, el caso es que apareció un tercer género que acabaría imponiéndose, desbancando y sustituyendo a los de macho y hembra: el hermafrodita.
Los primeros hermafroditas fueron perseguidos, intentaron exterminarlos, los llamaban «monstruos» y «aberraciones», los sometieron a exploraciones vejatorias, salvajes, criminales. Quebró Disney y la empresa que fabricaba a las Nancys, en fin, un drama que no se quedó ahí y fue a más…
Nuestra principal característica ―más allá de los cambios físicos que, por sabidos, sería engorroso y gratuito enumerar―, es que carecemos del apetito sexual que definía, controlaba y dirigía los actos de los antiguos géneros humanos, así que, se hundieron los gimnasios, las discotecas, los fabricantes y tiendas de maquillaje, las empresas que confeccionaban tangas, los cirujanos plásticos y un largo etcétera.
No todo fue malo, pues se cerraron los prostíbulos, se acabaron las violaciones, la pederastia, la brecha salarial, las habitaciones rosas, los muñecos de guerreros y las muñecas que hacían pipí y lloraban, y otro largo etcétera.
Se acabó, ahora lo sabemos, con los ritos de apareamiento que provocaban que el macho tuviera que exhibirse y demostrar su fuerza, ya fuera teniendo poder, dinero o prevaleciendo, venciendo, subyugando y esclavizando a los demás.
Se terminó con las guerras y con la mierda de «a ver quién es el que la tiene más grande».
En fin, nos reinventamos.
IRENE ADLER
PROFESIONES DEL FUTURO (IMPERFECTO)
Lo tengo decidido, boy a reinbentarme.
Seré influencer/yutuber/escritor.
Crearé contenidos en poscas, poscos, vueno, como se yamen esos audios donde la jente lee sus cosas, y asín todas las letras estarán en igualdad de condiciones con la h: serán inbisibles, mudas, sordas, vueno…minusbalidas quiero decir. Y mis povres comas criminales podrán, por fin, salir en livertad bajo fianza. Y seguro que abrá alguien que podrá leer el acento que no se ve en las esbrujulas.
Pondre fin a la tiranía de la ornografía, ormagrafia, ornitología…la pesadez esa de escribir palabras correctamente. Crearé el Reino Independiente de la Foneticomanía y seré más popular y conocida que el Titanic, aquel varco pirata tan famoso.
Y no solo triunfare en el contador de me gustas de todas las RRSS también me conbertire en el gugu, gaga, gurugu, el guía espiritual coño, de millones de futuros y futuras escritores y escritoras. (Aquí iva a poner una @ pero no la encuentro en el teclado. Creo que me la han emasculado a propósito los chinos)
Lo tengo decidido: hoi empiezo a reinbentarme.
CANDELA RAMA
Desde el atril, incauto y vociferante, Juan Sindiós declamaba las verdades e injusticias de «a perro flaco todo son pulgas», ante la mirada atónita y asqueada del Congreso.
¿Quién era aquel señor de calva incipiente y traje mal fargado? ¿Cómo se atrevía a puntualizar las íes, a recriminar los oídos sordos, el cerrar los ojos y mirar para otro lado? ¿Desde qué supuesta superioridad moral juzgaba, sentenciaba y condenaba? ¿Por qué se lo decía a ellos que solo eran diputados sin la más mínima intención ni posibilidad ni ganas ni arrestos ni luces para reinventarse?
MARY CORREA
Cada casa es un mundo.
Todos en el pueblo, sabían y decían que eran la pareja ideal, a ella jamás la veían, a no ser en el súper haciendo las compras y siempre era muy amable ,y el era un hombre serio y trabajador el iba de su casa al trabajo y del mismo a su casa, todos le saludaban cada mañana al salir para la empresa, en la que tenía un cargo importante, pero como dice el refrán » cada casa es un mundo» y nadie sabe que sucede puertas adentro de cada hogar y los vecinos no sabían que él llegaba tarde la mayoría de los días, y que ella ya se preparaba para su arremetida de cada día. Los golpes en la puerta y la hora en la que había llegado le indicaban a ella que estaba ebrio, llena de temor abrió la puerta, -Eres estúpida- le gritó apenas entro -No escuchas que estoy llamando a la puerta-. Ella bajo la cabeza , -Tengo hambre dónde está la cena, le replico, mientras tiraba el abrigo y el maletín sobre el sofá y se dirijia al comedor donde la mesa estaba esperando por sus comensales, como cada día el se sentó en la cabecera y comenzó a servise sin esperar por ella, que se había quedado poniendo orden a sus cosas. Cuando ella entro, el comenzó a gritar tirandole el plato cerca de su cabeza, esto está frío y es asqueroso y ¿dónde está el vino?, te tengo dicho que siempre debe estar el vino en la mesa, anda prepara algo más para comer, que muero de hambre. Ella siempre en silencio tomo la fuente que estaba sobre la mesa y se la llevó a la cocina, no iba a tirar la comida que le había llevado tiempo preparale, así que tomo el pollo lo metió en el micro, saco de la nevera el vino, consiguió en la alacena un sobre de arroz con vegetales instantáneos y lo preparo en pocos minutos, puso todo en la fuente y procedió a llevarle la comida, mientras escuchaba como él desde la otra habitación le gritaba -apúrate mujer, tengo hambre no sirves para nada, ella llevaba la fuente en una mano y en la otra el vino – aquí tienes, espero que sea de tu agrado – dijo ella entre temerosa y fastidiada de soportar cada día esos abusos de parte del él – Oye, ¿que te pasa? ¿porque me habla así ?vengo de trabajar y me esperas con una comida fría , ¿ crees que merezco está porquería ? mientras tú te quedas en casa la holgazaneando y con todas las comodidades que tienes gracias a mi, él levanto su mano y de un golpe le tiró la fuente al piso, los trozos de pollo y el arroz quedaron regados por todos lados , -mira lo que has hecho- comenzó a gritarle – has tirado mi cena, ve a cocinarme algo rápido, muero de hambre- a lo que ella contesto furiosa -fuistes tú, cocinaste tú mismo, no te soporto, me tienes harta con tus borracheras y tus insultos- el se levantó muy rápido de la silla en la que estaba sentado callendose está al piso, se abalanzó sobre ella agarrándola por el cuello y apretándola contra la pared ¿que has dicho? , repitelo- ella entre lágrimas y miedo repitió cada palabra que le había dicho, además le agrego algunos improperios, a lo que el contesto- no me provoque, si no querés terminar mal -ella siguió gritándo – estoy cansada ,harta ,fastidiada no quiero cocinarte más,no quiero vivir en este lujo, ni comodidad que tú me das a costa de vivir cada día esto, prefiero vivir en paz .el empezó a gritarle – a así que me quieres dejar, seguramente tienes a otro, mientras yo me mato trabajando tú te andas por ahí, de zorra, ya me he enterado que estás a la risas con el carnicero, pero si me llegó a enterar que te acuestas con el los mato, – cállate gritó- ahogada en llanto, -yo no ando con nadie, solo quiero que me devuelvas mi vida, mi libertad. Ya no puedo seguir así-Ha maldita zorra, quieres libertad aqui tienes libertad y comenzó a darle golpes en su rostro en sus brazos hasta que le dió un golpe en el estómago que la derribó y allí en el piso del comedor quedó tirada inconsciente sobre los trozos de pollo y arroz. Al verla desmayada el gruño ahí tienes eso es lo que querías, bueno mira lo conseguiste, A la mañana siguiente el se levantó con un poco de resaca, se dió un baño, se vistió con su camisa blanca bien planchada, su traje impecable, anudó su corbata y bajo al comedor, viendo los destrozós que había provocado en la noche comenzó a recorrer toda la casa en busca de su mujer, gritando-¿donde estas? perdoname, tú me provocaste, ven, prometo que no lo volveré a hacer- en la mesa de la cocina, ella le había dejado junto a rico desayuno una nota, diciéndole ahí tienes el desayuno preparado solo debes calentarlo en el micro. Yo no sé qué harás tú pero yo he decidido que es hora de reinventarme, porque si tú no mereces la cena fria, yo no merezco que me trates así, he soportado tus insultos y tú desprecio, pero los golpes no te los voy a aguantar, así que voy a hacer de mi una mujer nueva, distinta, como ya dije, reinventarme, darme la oportunidad de ser feliz, gracias por las comodidades y el buen pasar que supuestamente me has dado, pero prefiero pasar un poco mal, pero con una vida llena de paz. El se quedó sentado en una de las sillas de la cocina, pensando por dónde empezar a buscarla, pues ella era de su pertenencia y no podía alejarse de él. Mientras que ella con la cartera colgada en su hombro, unas gafas obscuras lo bastante grandes como para que no se vieran las huellas de los golpes que el había dejado en su rostro, y un pequeño bolso con unas pocas ropas, esperaba en la estación de autobuses, al bus que la llevaría de regreso a sus sueños y anhelos dejando atrás todo el maltrato e insultos que había soportado por tanto tiempo.
SON SONIA
Estaba Dios, allá por los cielos, reflexionando.
Hacía nada (en el cielo el tiempo no existe) se había levantado de su sillón de nubes tras una sesión de palomitas y carcajadas viendo la semana anecdótica que una de sus mortales había tenido: Sonia, la prota de una serie celestial titulada: “Cómo ser demonia y no morir en el intento”.
Era para morirse de risa (aunque él fuese inmortal) el empeño de dicha mujer en reinventarse como la diabla más diabla de todas. La veía levantarse por las mañanas y decirse a sí misma: “Levántate de tal forma que el mismísimo diablo se ponga a temblar”.
No entendía tal empeño. Ese modelo de humana había sido creada con la última versión en angelitos toca pelotas al usuario, cierto, pero tampoco era para ponerse así. La misión de tal versión de conciencia pelotuda, era comprobar hasta qué punto había posibilidad de salvación para el ser humano o sería mejor eliminarlo de la Tierra de un plumazo. Y allí estaba ella, uno de los sujetos involucrados en su experimento, queriendo cargarse el mismo con mantras motivacionales tipo “Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”. ¿A dónde demonios quería ir esa mujer qué fuese mejor que el cielo?.
Claro, es que ella estaba empeñada en que él no existía y que quien existía era Don Universo. Y según ese Don Universo, el infierno no existe y solo es la parte de uno mismo que se ha de psicoanalizar e incorporar a la luz de la consciencia. De estos charlatanes de pacotilla, pseudoguías espirituales, Jesucristos en pañales, lo de ese Don Universo con el que esta mujer llevaba años dialogando, convencida hasta la médula de pertenecer a él.
Así que, sí, estaba reflexionando sobre el contenido de la nueva temporada de la mencionada serie. Tenía que pensar seriamente en qué hacer con las intenciones de la protagonista, ese reinventarse como reina de los infiernos. Ella no se rendía por más que resultara pura comedia de sus intentos. Ummmmm… quizá tendría que bajar a darse un paseíto por la Tierra.
ANGY DEL TORO
El AUGE DE LA NUEVA ERA
Hastiada por la indiferencia a que me veía sometida, entré en aquel edificio donde hombres y mujeres muy vestiditos de blanco deambulaban. No entendía la razón, pero les nombraban los “metomentodo”.
Preguntas y más preguntas me fueron aplicadas. El más viejo de los que vestían de blanco, mientras leía, se ajustaba una gafas negras y redondas. «Según diagnósticos previos, se describe a la paciente con trastornos de la personalidad».
Confieso que me destaqué y por primera vez en mi vida fui Narcisa, la mejor y la más bella. ¿Qué si tenía público? Pues claro que sí. Cada noche, cuando mis colegas de profesión intentaban formar su propio espectáculo, yo, relucía.
Montaba mi obra y pedía colaboración, algunos se convertían en guionistas, actores, camarógrafos, tramoyistas, en fin, que cuando el pabellón oscurecía; el telón se abría y la función comenzaba.
Los espectadores, en el más absoluto de los silencios, cual infantes disfrutaban. Quizás, desde algún lugar muy recóndito de sus memorias y al ver las imágenes en movimiento, les resurgiera, el sonido sincronizado.
Fue así como me reinventé y sin proponérmelo, hoy me nombran como una de las iniciadores del cine primitivo e independiente. La crítica especializada habla de nuestro movimiento cinematográfico, del Hollywood Clásico, de que en el Siglo XXI ha nacido una Nueva Era, el Cine Mudo.
EFRAIN DÍAZ
Una historia de la vida real. Javier, que no es su verdadero nombre, me autorizó a divulgarla sin revelar su identidad.
En el 2017 el huracán María nos subió el telón y nos reveló lo que era un secreto a voces. Que el “robusto” sistema eléctrico que teníamos en realidad era raquítico y famélico. Que nuestro sistema de comunicaciones era arcaico y obsoleto. Que el gobierno era corrupto y se volvería mas goloso y corrupto que nunca. Que la banca te presta una sombrilla cuando está soleado y cuando comienza a llover, te la quita.
El huracán María nos devolvió a la era de piedra sin la menor de las contemplaciones. Descubrimos que Puerto Rico era un país tercermundista con ínfulas de primer mundo.
Javier era abogado. El tribunal, como todas las instituciones había cerrado, pues sus estructuras sufrieron considerables daños y sin electricidad ni agua no podían operar. Sus clientes habían perdido sus trabajos y no podían pagarle los honorarios adeudados y mucho menos los prospectivos. En muchos meses nadie generaba ingresos y la isla era un caos. Bueno, más de lo que era.
Las deudas comenzaron a apilarse, pues la banca, banca al fin, no ofrecían remedios. El mejor remedio que pudieron brindar fue una moratoria de tres meses en préstamos hipotecarios y de autos. Dicha moratoria vencía a los tres meses. O sea, que a los tres meses tenías que pagar lo adeudado en su totalidad o te arriesgabas a una ejecución.
Javier tenía que reinventarse. Quedarse cruzado de brazos no era una opción. Casado y con hijos, se esperaba que proveyera para su familia.
Cuando un puertorriqueño se tiene que reinventar, lo primero que piensa es en un chinchorro. Para que me entiendan mis amigos de la Madre Patria, un chiringuito.
Con el huracán María se proliferaron los chinchorros. Había umo en cada esquina. Habían más chinchorros que lápidas en el cementerio.
Todos ofrecían en su menú esas delicias caribeñas que aumentan el colesterol y el azúcar a niveles estratosféricamente peligrosos. El menú hacía que McDonalds pareciera saludable y nutritivo.
Javier no fue la excepción. Cogió una vieja receta familiar que fue pasando de generación en generación y comenzó a preparar hamburguesas.
Los militares fueron activados para ayudar en los trabajos de recuperación y reconstrucción. Esos estaban cobrando como un reloj suizo. Se convirtieron en sus clientes y Javier comenzó a generar dinero.
El esfuerzo de recuperación duró poco más de un año. Javier trabajaba los siete días de la semana de sol a sol. Su esfuerzo rindió buenos dividendos. Era sacrificado pero con esfuerzo, logró un volumen de venta similar a la facturación de su oficina legal.
Entonces decidió abrir otro chinchorro de hamburguesas y poner a trabajar a su hermana.
Abrió un tercero y puso a trabajar a su primo. Los tres negocios le producían en medio año lo que facturaba como abogado el año completo. Ya no volvería a la práctica de la abogacía.
Cuando más estable estaba y su negocio de hamburguesas crecía como la espuma, llegó la pandemia y con ella, las restricciones y los cierres. Todo se le vino abajo. El chinchorro tuvo que cerrar ante el virus.
Javier, como todo buen puertorriqueño, tendría que reinventarse nuevamente.
IVONNE CORONADO
-Reinvertame…reinventarme, vaya, creen que es fácil?
Y Fernando dio un portazo al salir de las oficinas de Luciano, su gerente, que tuvo la osadía de hacerle ver que ya no se llenaban las salas con sus actuaciones, pues eran muy repetitivas.
Esa noche Fernando no podía dormir. Enmedio de su amargura se daba cuenta que hacía un
buen momento
no tenía puntadas muy buenas para hacer reír a la gente. Su última representación, apenas de un mes, había sido muy poco productiva.
-Cómo reinventarme? Se decía.
Se fue a visitar a su hermano, el más despistado de su familia, para cambiarse las ideas.
Lo encontró en pijama todavía.
-Hola Leoncio, cómo te va?
-Bien hermano, y ese milagro que vienes a verme?
-Ando buscando distraerme. Hemos tenido una temporada mala.
-Ah, comprendo.
Espérame, voy por mis anteojos.
-María, no has visto mis anteojos?
-Pero Leoncio, los llevas en tu cabeza, pedazo de alcornoque!
Fernando se reía, su hermano siempre había sido un distraído de primera.
-Eureka! -se dijo – ya está! Podré reinventarme usando las anécdotas de Leoncio para hacer reír de nuevo.
La sala no estaba muy llena, pero cuando Fernando salió con un zapato blanco y otro negro, y mimó entrar a una oficina, y sus supuestos compañeros se echaron a reír, diciéndole: «Nueva moda, Ferdi, ja,ja!»
Y él les dijo: De que se ríen»
-De tus zapatos!
-Ay, no quise despertar a mi esposa, me vestí en la oscuridad!
En eso entró el «jefe»- Ferdi, qué haces aquí, no estás en vacaciones?
-Oh, no, se me había olvidado!
El público se mataba de risa.
Todas sus escenas siguientes fueron cómicas, la esposa de Leoncio le dio muchos detalles de sus olvidos.
-Hubo una vez-le dijo- que se olvidó de su billetera. Estábamos en el restaurante. Tuvo que dejarles su reloj, con brazalete de oro, para que lo dejaran ir a traerla y pagar.
-Y en Costa Rica- continuó – fuimos a un restaurante bien lejos del hotel, y tuvimos que darnos la vuelta a recoger sus anteojos. Los dejó en la mesa.
-María, no te enojas con él?
-A veces, pero terminamos riéndonos.
Ahora María anotaba todos los percances de Leoncio, y cada viernes le pasaba los apuntes a Fernando, que sabía tenía que seguir reinventándose a cada cierto tiempo.
No es fácil hacer reír con chistes viejos.
Autora: Ivonne Coronado Lardé
18 de febrero, 2023
Nota: las cosas que pueden pasarle a cualquiera, son las que me hacen reír. Y bueno, me han pasado esas anécdotas, soy distraída.
RAÚL LEIVA
Fariseos
Hace muchos años un matrimonio ciegos adoptó a una niña. Su alegría fue tan grande, como el eventual hecho de recuperar la visión algún día. La voz de la nena les devolvió color a sus días y los años trajeron una reinvención de la vida de los esposos. Cada mañana los iluminaba con alguna canción aprendida tal vez en el hospicio y sus preguntas les hicieron rememorar los pasajes más bellos de sus historias.
Cuando fue creciendo, llevó a sus padres adoptivos a pasear por el barrio en breves caminatas ante la mirada sorprendida de los vecinos. El calor del sol les cargó las energías y su júbilo parecía no tener límites. Sin dudas, las ganas de vivir y la música habían regresado a la casa.
Una tarde cualquiera, pasó un reemplazo de la habitual asistente social a entrevistar a la familia. Le dijo a la niña que los deje solos con el matrimonio para evaluar la situación como era habitual. Cuando se fue el asistente, la actitud de los esposos había cambiado. Sus miradas que hasta entonces aunque vacías estaban en su esplendor, se habían congelado.
Dos días después encontraron al matrimonio asfixiado con el gas de la cocina. Luego de airear la casa y sacar los cadáveres, los bomberos encontraron a la joven estrangulada escondida entre la ropa de un viejo ropero en el sótano. La masacre se hizo pública y a pesar de ello nunca se encontró una explicación.
Tiempo después, el asistente social fue encontrado en un psiquiátrico. A pesar de lo fuerte de la medicación, lograba murmurar incoherencias durante todo el día.
—¡No sabía! ¡No sabía! ¡Creí que les habían dicho que la niña era…! ¡Que la niña era…! ¡No sabía!
Archivaron el caso.
Los vecinos aún recuerdan los breves paseos del matrimonio alemán ciego guiados por una niña de color.
BEGO RIVERA
Si quieres puedes
Un día desperté asqueada de mi patética vida actual.
Llevaba tres años en un túnel sin salida, sin la comprensión de nadie, nadie me entendía.
Toda mi vida trabajando en lo que me gustaba, disfrutaba, dando gracias. Con compañeros excelentes, éramos una familia .
Hasta que un aciago día me lesioné la espalda, médico tras médico el diagnostico era el mismo, tenía la espalda destrozada, seguramente años de malas posturas por mi profesión.
Ya no podía trabajar en mi trabajo, que me daba la vida.
Me ayudaban mis perritos, Niko y Nino, si no hubiera sido por ellos …, Pues pasó.., Debido a mí nueva situación económica que pasó a peor de lo que ya era, tuve que cambiar de piso, uno más barato. No admitían perros.
Mi Nino acabó en una protectora y mi Niko en otra. Lo que lloré no lo sabe nadie. Me enteré que mi Nino fue dado en adopción. Mi Niko seguía en la protectora, solito en en un campo sin sombra, ni techos, veinticuatro horas al día, excepto el rato que van los voluntarios a darles de comer y darles un paseo de cinco minutos.
No podía dejar de pensar en él. No podía escribir muchos días. El descubrimiento de escribir fue una válvula de escape para mí.
Tengo familia, sí, pero cada uno hace su vida, tienen su propia familia y sus problemas.
Así que ese día me lié la manta a la cabeza; o esperaba a morir lentamente lamentándome o hacía algo.
Ya estuve soñando y mirando dónde irme, desaparecer del caos de la civilización.
Hacía muchos años, estuve viviendo en otra ciudad. Cerca de ella se encontraba un pueblo con muy pocos habitantes, a los pies de una montaña. Ahora, muchos años después, el pueblo debido a las obras de nuevas carreteras quedó apartado, solo se puede acceder por un camino de tierra que solo conocen sus vecinos y gente del lugar.
Después de meses conseguí alquilar una casa allí—muy barato el alquiler — recogí lo mínimo imprescindible.
Por supuesto adopté a Niko, también a Kira, una perrita mayor que se había pasado casi toda su vida en el refugio.
Ya tenía a Milagritos, una perrita que me encontré perdida en la calle y que metí en el piso, me daba igual porque pensaba irme.
Partí hace cuatro meses. Cuando llegué al pueblo—después de perderme varias veces — no lo recordaba igual, pero es un paraíso.
Las casas alejadas unas de otras entre las montañas, el pueblo es muy pequeño, abajo y desde la carretera que acaba allí, solo unas cuantas casas y una pequeña tienda que vende un poco de todo. Para lo demás, hay que ir al pueblo más cercano.
Ahora intento que mi pequeño huerto de frutos. La casa antigua, pero reformada, es pequeña pero suficiente para mí y mis pequeños.
Damos largos paseos, son felices, soy feliz.
Por las noches reina el silencio total, a excepción de la fauna del lugar. Me asomo a la ventana y solo veo algunas luces lejanas de las demás casas.
La semana pasada, en uno de los largos paseos, Niko se alejó corriendo y ladrando hacia la espesura de los árboles. Nunca había llegado tan lejos. Hay que cruzar un pequeño y alucinante arroyo virgen.
Lo seguimos, sus ladridos me llevaron a meterme entre la vegetación y árboles, llegando a una casa que quedó escondida por el tiempo.
Costó abrir la puerta. Una vez dentro la casa ausente de vida, pero acogedora en su momento, la decoración y la televisión de tubo, calculé que se quedó sin vida en los ochenta.
Mi sorpresa fue cuando entré en el dormitorio, los perros no dejaban de ladrar.
En la cama dos cuerpos — esqueletos ya— uno abrazaba al otro. A los pies de la cama los huesos de lo que en su día fueron dos perros. Estaban unidos para siempre, en su hogar. No iba a ser yo quien avisara nadie. Qué mejor forma de partir. Me gustaría que cuando llegue mi momento ocurriese igual.
Así que salimos de allí, lo dejé como estaba e incluso la escondí mejor, si nadie los echó de menos…¿ Quién soy yo para perturbar su paz?
Esto es otro mundo, mi mundo.
Me reclaman mis perritos, es la hora de pasear.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL CHINCHÓN
—¿Qué haces tú aquí?
Al entrar en el piso se dio cuenta del bolso de Carla y preguntó en voz alta antes de haberla visto siquiera.
—No pareces borracho. ¿Hoy no te has emborrachado? —dijo Carla, desde el sofá, sin levantar la mirada del móvil.
Él arrugó el entrecejo y se quitó el chaquetón. Al entrar en el salón y ver a su hermana, ya iba enseñando la mancha de vómito que le bajaba por el pecho. Era marrón y estaba reseca. El olor era inconfundible. En lugar de intentar disimularla, se quitó el jersey con rabia y lo tiró al suelo.
—¿Ahí lo vas a dejar? —preguntó ella.
—¿Y a ti qué más te da? Estoy en mi casa.
—Eso no es exacto…
—¡Vete a tomar por culo! ¿Te he dicho alguna vez, en los últimos tres años, que lo que tienen que hacer todas las hermanas mayores del mundo es irse a tomar por el culo?
Carla, muy en su papel, levantó la mirada y se quedó mirándolo a los ojos, como hacía su madre hasta que murió. Al joven le dolía que su hermana le clavara los ojos. A veces la conciencia nos mira por medio de ojos ajenos y hasta nos da un puñetazo en el alma.
—¿Cómo has entrado, Carla?
—Tengo llave, todavía la tengo. Recuerda: este piso también es mío.
—Tendré que cambiar la cerradura.
—¡Una mierda vas a cambiar tú!—. Se puso en pie. En dos segundos, sobrevolaron el salón mil sentimientos y a Carla se le escaparon algunas lágrimas —¡Mierda, Pedro! ¿Es que no ves que tienes que cambiar? Por favor, esto no puede ser lo que hubieran querido papá y mamá. ¿Es que no ves que esto no puede ser, que no podemos seguir así?
Pedro se derrumbó. Se sentó derrotado en el sillón. Primero se escondió tras los puños, luego se inclinó hacia un lado, levantó los pies y se hizo un ovillo, metiendo la cara entre las rodillas.
—No tienes sentimientos, Carla, no tienes sentimientos. A ti todo te va bien, con tus amigas, tus viajes, tus amantes ocasionales… Pero a mí. ¿Qué mierda soy yo ahora? ¿El tonto al que buscan los colegas hasta que se me acabe el dinero?
—¿Por eso no respondes cuando te llamo?
Pedro se sorbió los mocos. Se pasó por la cara la manga de la camisa y esta se mojó de remordimientos. No sabía qué decir.
—Hoy hace tres años del accidente, Pedro.
—Sí…, tres años… —dijo. Sacó un pañuelo de papel y se sonó.
Luego añadió:
—A veces imagino que papá y mamá siguen vivos, que no tuvieron el accidente y que me los voy a encontrar cuando llegue a casa. Me imagino que, cuando entro borracho por la puerta, voy a tener una mirada de mamá, de las suyas, y un esportón de voces de papá. Y, en lugar de eso, me encuentro contigo. ¿No te parece decepcionante? No necesito sermones, maja. Necesito ayuda. ¿No crees?
Carla suspiró y se volvió a sentar. Lo hizo muy despacio, mirando a su hermano desde detrás de sus lágrimas. Le temblaron los labios.
—¿Quieres intentarlo? Si quieres, podemos empezar de nuevo…
—¿Empezar de nuevo?
—Sí, eso digo. Empezar de nuevo. Mandar esta puta ciudad a la puta mierda, vender este piso para que no nos traiga malos recuerdos y empezar en cualquier otra parte del mundo, juntos, tú y yo. Estoy harta de amantes ocasionales, como tú dices. Necesito un hermano.
Pedro sonrió.
—¿Un hermano rico, como yo?
Carla dejó de llorar. Cambió la luz de su cara.
—¿Y para qué necesita una tía que está forrada, como yo, a un muerto de hambre, como tú?
El día que la guardia civil les dijo que sus padres habían muerto en el accidente era sábado. Los dos hermanos se reunieron en el piso de los padres, esperando la llegada de los cadáveres y descubrieron el décimo: quince millones de euros, doce después de impuestos. Bonita herencia.
Empezaron a alejarse desde el día siguiente del entierro. Pedro dejó de estudiar y comenzó a beber con amigos y desconocidos. Poco a poco fue llenando su sangre de ron y de tequila. A Carla, tan atractiva como era, no le faltaron amores incondicionales y eternos que le duraban unos meses.
Habían intentado olvidar a sus padres, cada uno por separado; pero mientras huían, se olvidaron de vivir.
—Vámonos, Pedro, a cualquier sitio. A México o a Chinchón, donde prefieras. No le debemos nada a nadie. Y si vamos juntos —dijo Carla—, si vamos juntos podremos superar todo esto.
—¿Y dónde voy yo con una hermana que siempre está regañándome? —dijo el muchacho, con una sonrisa.
—Primero, a algún sitio donde te ayuden a desintoxicarte… —. A Carla le había cambiado la expresión de la cara.
—Joder, ¡no pierdes comba para meterte conmigo!
Pedro soltó una carcajada.
—Si hay que empezar de nuevo a gustito, prefiero el chinchón.
Carla tuvo que hacer esfuerzos para dejar de reír.
—Nos vamos a México, hermanito. Tenemos dinero y vida suficiente para empezar una nueva.
Y, entre dientes, se dijo: «¡El chinchón! ¿No te jode, el chaval?».
EL FARO
«Se le desinfló el ánimo.
Yo estaba ahí ese día cuando todo terminaba; lo mirábamos al pobre viejito nuestro, luchando para que no se note.
Teniamos que cargar los bártulos en el camión de la mudanza. Éramos muchos..siempre fuimos muchos hijos.
Mi viejo bueno tenía los suyos y los que iba juntando.
Y aunque parecía que eso ayudaba.. eramos chicos todavía; sólo sabíamos copiar al que remaba.
Nuestro capitán estaba devastado.
Mi madre había desaparecido con un jovencito, y los ahorros se los comió su adicción al juego.
Se olvidó algunas prendas y tres hijos.
Las cuentas se acumularon, y las penas eran como una brea que iba ensuciando lo poco que quedaba.
Éramos unos oscuros desorientados en una casa que habia perdido el equilibrio.
Sin embargo..Cada gota de sudor de mi padre nos lavó el corazón, cada gesto de cariño en medio de tanta cosa nos arropó el futuro, cada día que vivimos junto a él nos sirvió de herramienta. Parecía que el cielo ese día se iba a caer sobre la crisma de los inocentes pero no..
No habló en ningún momento, quizás hasta la palabra se le habia congelado en la garganta; entraba y salía llevando los trastes nuestros y empezamos a copiar.
Nos estaba alzando a upa en el escombro, ni sabíamos donde íbamos, pero ese hombre, era el portador de nuestra fe.
Armó otro hogar
Fue él que lavó guardapolvos, y él que escuchó las tablas, el que pagó el alquiler y llenó la heladera, él que revisó boletines y nos enseñó a coser botones. Nunca se olvidó de hacernos reír.
Bendito humano que nos tocó en suerte.. transformó un amor frágil en losa consistente.
Pasaron los años como bolitas de rosario, y ese rezo de bondades; hoy nos sirve de oración, cada vez que creemos que no vamos a poder.. podemos.
CANDELA PUNTO
JUVENTUD.
Sencillamente, no puedo.
No quiero, no me da la gana.
Que se reinvente el mundo, yo, estoy has los huevos.
Morir es la alternativa, por cojones lo prefiero.
Allá donde vaya después de muerto, que se reinvente el cielo o el infierno.
Por dar la tabarra no quiero.
MADUREZ.
Si es que me supera.
¿Yo?, por favor, no me obligues, soy así.
La corriente es para las ovejas, yo soy negra.
Antes muerta que sencilla/o/e
Belcebú y San Pedro son puntos inflexión, seguro que ando en medio, en el gris está lo correcto.
Por insistir… ¡¡Si es que me supera!!
ASAPH FERNÁNDEZ
Lucifer
Aquella criatura errante en una noche sin estrellas, arrastraba cadenas invisibles pero sonoras dentro de su cabeza. Tan pronto como el crepúsculo comenzó a matizar las nubes con un color naranja opaco, cada eslabón y cada grillete comenzaron a tensar su carne, arrastrandolo por el camino que sus pasos habían dejado; los rayos empezaron a dardear y atravesar su cuerpo semidesnudo.
«Es hora de volver» dijo una voz insonora pero perceptible para él.
Aquellas cadenas lo fueron arrastrando antes de que alguien pudiera verlo. Los perros ladraban… aullaban, compartiendo un sino casi idéntico al suyo, una libertad pasajera y condicionada eso era lo compartían y lo que los hacía hermanos. Nadie podía… nadie debía verlo vestido de esa manera.
—¡Eh Lucy!– escuchó que alguien llamaba mientras le daba alcance.
Al voltear, su interlocutor quedó sorprendido… estupefacto al ver aquel rostro deformado.
Una voz casi gutural respondió en forma un tanto molesta.
—Sí, diga…
—esque…– dudo por un momento que fuera la misma persona con la que había estado bailando casi toda la noche —dejaste tu bolso—.
Tomó la mariconera de las manos del hombre y siguió su camino cómo si nada ocurriera.
Al regresar al establecimiento el cantinero lo miró cabizbajo, sabía lo que ocurría y comenzó a reír.
—vaya hombre, no me digas que no te habías dado cuenta.
El otro volteo a verlo con una mirada enervada y triste a la vez, para nuevamente agachar la cabeza.
—Su mismo nombre lo dice: Lucy de noche y Fernando de día– y nuevamente río pero está vez con más fuerza.
El hombre, con los codos apoyados en la barra, achicopalado y pensativo soltó una risa casi tan forzada como un niño que se le lleva a la iglesia en día domingo. Tragó saliva y soltó una frase que pareció amenizar su propia desgracia:
—creí que el nombre le venía al pelo, una diablita bailando en las noches de juerga. Ahora que la mañana me esclarece el pensamiento, veo que casi, la lujuria y el desenfreno, me llevan a padecer lo que Sodoma… por andarle entrando a todo casi me dan fuego por la puerta trasera.
—¡¿Qué demonios haces Fernando?! ¿Por qué traes puesta mi ropa… ¡mi blusa! ¡Mis tacones y hasta mi falda!
—Nada, nada mujer, no ves que desde hace tiempo no había conseguido trabajo y pues ya ves… desde hace unos días tu ropa y mis clases de baile que tomé antes de que nos casáramos, nos han dado de comer y en abundancia, no como antes…
—Pero qué crees que…
—Ay mujer, actualízate… reinventate. Ya no estamos en los tiempos de antes, si lo hago es para traer el pan a la mesa. Ya no me molestes. Ahora déjame dormir que al rato tengo una cita con un empresaurio que paga bien por cada pieza.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
El espejo me da una imagen qué no reconozco. Ojeras, arrugas.
Salgo al salón y allí siguen discutiendo lo qué hacer conmigo.
Seguiré aquí en mi casa, les digo, no os preocupéis.
Me pillo en plena menopausia, recién jubilada del banco y mi marido se muere.
Mi vida patas arriba.
Me apunté a pintura, al gimnasio…
Todo abandonado en pocos meses.
Mi hijo me recordó mis libretas llenas de historias inconclusas.
Y empecé a escribir, encontré grupos de escritura en Facebook.
Y aquí estoy, cada vez qué escribo algo me reinvento.
Aunque tenga pocos .
GAIA ORBE
el mapa cambia
navego en el espiral
giro al poniente
aprendo en el camino
fondea el nuevo arte
PABLO CRUZ ROBLES
Todo empezó cuando se me jodió el coche. Llevaba tiempo aguantando con mi viejo híbrido, hasta que un día dijo que ya no andaba más.
Siempre pensé que las gasolineras añadían algún tipo de producto al combustible para que los motores se fuesen deteriorando más rápido. No tengo pruebas de ello, pero tampoco dudas.
El caso es que debido a mi actual situación económica — Que no es muy diferente a la del común de los humanos— no podía permitirme el lujo de comprarme uno de esos nuevos coches de gel de hidrógeno. Se me iba de las manos. Así que, muy a mi pesar, hice caso a uno de mis mejores amigos:« Con el siervo ya no tendrás que salir de casa, y es mucho más barato que mantener un vehículo»
Así que no lo pensé mucho, se me acababan las opciones y no podía permitirme ir al trabajo en transporte público, ya que perdería unas cuatro horas al día. Sin mentar lo de ir a recoger a los niños del cole.
No tardé en acudir a las oficinas de NEURAWORK para implantarme el chip en el hipotálamo y recoger uno de los siervos más baratos.
Tenía razón mi colega, ya no salgo de casa para nada. Con mi siervo puedo ir a currar y recoger a los niños del cole sin despeinarme. Todo desde el sofá.
Siempre fui un poco reticente con eso de convertirnos en cíborgs. Pero como se suele decir: Reinventarse o morir.
ROSA ROSANA
LO-CURA
¡Tantas frases hechas!
¡Tantas modas impuestas!
Qué sino las sigues,
no eres tendencia.
¡Tantos gurús!
¡Tantos profetas!
¡Tantos rompecabezas!
Ya nada es lo que era,
todo renombrado,
todo reinventado.
Parece todo nuevo e iluminado
y resulta que está ajado
ya por el paso de los años.
¡Qué paciencia hay que tener!
Para no mandarlo a la mierda.
Hay que continuar los senderos marcados
es lo que dicen por todos lados
algunos que parecen iluminados.
Elevando la palabra,
realzando, reinventando
dando una vuelta de tuerca,
forzando, apretando.
Enmarañando lo sencillo
nace lo complicado.
¡Qué les den!
A tantos predicando
que sus palabras son aciertos
y lo demás engaños.
Y tú: ¿Qué sientes?
¿Te has parado a preguntarte alguna vez?
No me hagas caso si me lees
Yo sólo estoy conmigo, hablando en alto.
Un Abogado del Diablo
¡Qué buena es la duda!
LO-CURA
EDUARDO VALENZUELA
Desde que Ascanio falleció, la casa pareció hacerse más grande, más espaciosa. Nesita, su viuda, sintió que una brisa nueva, más limpia, colmada de cantos de pájaros, se colaba al interior agitando los blancos visillos.
Era natural. En los últimos diez años, con la enfermedad de Ascanio, las habitaciones se habían llenado de mesitas, de recipientes plásticos, de frascos con pastillas, de apósitos y pañales… y ese olor… ese olor penetrante, una mezcla de piel vieja, orina y formol.
Sin Ascanio, los días de Nesita se hicieron interminables, vacíos, sin sentido. Se encontró preparando las mismas comidas que a él le gustaban, sentándose a la mesa a las mismas horas que él había establecido; matando el tiempo planchando las viejas camisas que él dejó.
Hasta que cierta mañana, Nesita descubrió una extraña en casa.
La encontró mientras limpiaba la vitrina espejada de la sala. La extraña, la miró desde el espejo del fondo. Sí, era su reflejo, pero notó que, en realidad, no se reconocía. ¿Qué podía decir de esa mujer? ¿Que era la viuda de Ascanio?… ¿Solo eso? ¿Quién era verdaderamente? ¿Qué pensaba de la vida? ¿Qué quería hacer con la suya?
Se buscó a sí misma en sus recuerdos, como quien revisa el contenido de un viejo baúl con la esperanza de encontrar entre fotografías, cajitas, libros y cuadernos con flores prensadas, aquello que creía perdido; pero descubrió, con enorme amargura, que ella no era nadie. Que, de ser niña, pasó a ser esposa. Que, hasta ese momento, solo había sido lo que Ascanio le había dicho que fuera. No tenía ideas propias, no tenía sueños propios, no sabía qué hacer de su vida.
Sintió que, a sus sesenta y tres años, volvía a ser aquella niña asustadiza de quince, que cambió sus muñecas por un marido.
Una sensación extraña se apoderó de ella. Era como estar segura en casa y asomarse al umbral que se abría al mundo que hay allá afuera. Un mundo desconocido, misterioso, incierto, pero atrayente a la vez. Desde aquel umbral, volteó hacia atrás y sus ojos recorrieron la casa: el sofá donde Ascanio solía sentarse, la mesita con la radio que él escuchaba, los cuadros que él colgó, las lámparas que el compró… Poco o nada había de ella allí.
Así fue como, la niña de quince años, juntó todo su coraje y se atrevió a salir. Salió para encontrarse, para reinventarse, para crecer.
Lo último que supe de Nesita es que se unió a un taller literario y ahora pasa las tardes en su remodelada casa, escribiendo sus vivencias, sus pensamientos, sus sueños; mientras siente la brisa, colmada de cantos de pájaros, agitando los blancos visillos.
Lo se muy bien, porque Nesita soy yo.
AMPARO SORIA
-ARACELI-
Araceli bajó la persiana con rabia, preocupación y lástima. Le costó muchísimo esfuerzo abrir su pequeña peluquería treinta años atrás en aquella céntrica plaza de la bulliciosa ciudad. Ahora, a pocos años de jubilarse debía bajar la persiana, para siempre.
Mientras caminaba hacia la estación del Metro las lágrimas asomaron a sus ojos sin poder evitarlas, su vida se derrumbaba. Toda su vida de peluquera. A sus cincuenta y cuatro años el mundo laboral se cerraba bastante. La lluvia comenzó a mojar las calles, la gente comenzó a correr, a apresurarse. Araceli transitaba sin prisa, no le importaba la lluvia, ella sufría su propia tormenta interior. Un empujón la dejó sentada en el suelo, nada, ni un solo “lo siento” o un “perdón”. Nadie le ofreció ayuda para levantarse, más preocupados por refugiarse de la lluvia. Pegado en su mano izquierda un papel verde. Apoyada en la pared bajo un amplio balcón protegida del chaparrón, Araceli leyó por encima y sin el menor interés aquel folleto. Cursos para gente mayor anunciaba. Arrugó el papel aburrida de tanta mentira, eso no iba con ella.
Con el pie en el último escalón de la estación subterránea, vio su Metro alejarse adentrándose en el túnel.
– ¡Mierda! -protestó para ella misma. Se sentó furiosa en uno de los bancos y sacó de su bolsillo el arrugado papel.
– ¿Y esto…? ¿Por qué me lo he guardado? –se dijo molesta en voz baja.
Echó una nueva ojeada sin interés… una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Consultó su reloj de pulsera, abandonó dicha estación dirigiéndose decidida a la de enfrente, en dirección contraria. Todavía tenía tiempo.
Reinventarse, eso había logrado en esa misma tarde sin esperarlo. La matrícula en ¡dos cursos! Uno de informática y otro de costura, siempre le gustó el mundo de las agujas, hilos, tijeras, telas…Aprendería Patchwork, cosería cosas “cuquis” y las vendería por su tienda online que ella misma pensaba abrir en internet ¡Reinventarse o morir!
GABRIELA INÉS COLACCINI
Lo que sigue
Después de la tormenta
queda lo que ves
de mí.
Parada en el silencio
huelo el desamparo
cierta paz enrarecida
en la escena.
A mi alrededor
nadie percibe la posguerra
la balacera sólo impactó en mí.
Mis cálculos
sobre el alcance y la letalidad
de las palabras enemigas
resultaron fallidos.
En la contienda perdí
mucho.
Mas,
conservo mis brazos
mi voz aún sube impetuosa desde
el centro mismo de mi ser
colma mi pecho
desborda mi boca.
Se avecinan nuevas batallas
lo sé.
Mi estrategia,
reinventarme
y continuar.
ARITZ SANCHO MAURI
ACTITUD Y REINVENTARSE
Apareciste entre las nubes
con pepitas de oro en tu pelo
tus labios cristalinos y dulces
Invitándome a surcar los cielos.
Tengo miedo de que no cures
un ala herida no te dé vuelo
dibujo tus ojos como dos luces
y tu figura de ilustres gemelos.
Rio a tu lado produciendo calor
escuchando tu voz que me calme
impregnado me quedé en tu olor
no existe en voluntad algo tarde.
Verdades para buen perceptor
espinas son bañadas con sangre
nudos son cadenas de color
te persiguen por cobarde.
Ahora que ya no
eres el mejor
revisas que no es solo carne
sitúate porque tienes un valor
elevado a la llama que arde.
MARÍA LORETO ARGANDOÑA
HISTORIA DE TRES AMIGOS
Hace tiempo tres amigos, Goma, Lápiz y Pincel, se fueron a recorrer, el mundo de una sola vez.
Caminaron muchos días por la inmensa biblioteca.
– ¡Qué calor!- dijo Pincel, La goma dijo -Sigamos- y Lápiz desanimado, respondió con una mueca.
Llegaron hasta un Librero de muchos años de edad, tenía libros de ahora y también de la antigüedad.
Pincel, buscó uno de arte, Lápiz, uno de cuentos, pero la Goma muy seria les dijo: -Por favor, no pierdan el tiempo -.
Dirigiéndose al librero preguntó:
-Buenos días Don Librero, ¿Tendría un atlas del mar? -.
-Por supuesto queridita, tengo aquel y dos mil más-.
Lápiz dijo algo molesto: -¿Para qué quieres el mar? si me mojo ya no escribo, ni sirvo para rayar.
-Y yo – dijo Pincel preocupado, – con el agua quedo tieso y no puedo moverme más.
-Calma, calma- habló la Goma, -no sean tan impacientes, que yo me los voy a llevar hasta otro continente-
-¿Es muy lejos donde iremos? ¿¡Dónde queda!? ¿¡Dónde es!? – Preguntó Lápiz, preguntó Pincel.
-Calma, calma- dijo Goma- que ahora se los diré.
No sé si ya enteraron, que debemos ir a ver, a unos niños y niñas que no tienen qué comer-
-Pero ¿Cómo? ¡No es posible!- El Lápiz quedó asombrado -¡Sí yo siempre y hasta hoy, lo contrario he redactado –
-Ehm eh….es que yo….- dijo el Pincel , -quizás no me haya fijado, pues todo lo que yo pinto es tan lindo y refinado …-
Goma contrariada, se dirigió al escritorio, donde estaba el atlas abierto, en la página treinta y ocho.
-Si no quieren, iré sola, ya no los puedo esperar, es urgente y necesario esa injusticia borrar-
-¡No te enojes!- dijo Lápiz.
-¡Espera!- dijo Pincel y cruzaron todos juntos por ese mar de papel.
Cuando llegaron a tierra, un niño los recibió, les dio un abrazo tan débil que a los tres emocionó.
Se acercó uno por uno y al oído les habló.
_Gentil Goma, te agradezco por querer colaborar-
-A tí Pincel, te lo pido, que pintes de corazón, y grafiques esta historia para llamar la atención.-
– A ti, Lápiz, te suplico, que escribas con la verdad, para que todos se enteren de esta otra realidad-
Regresaron conmovidos, relataron lo vivido y desde ese día el Librero, no les miento, es el que cuenta este cuento:
Me reinventaron por primera vez cuando tenía 16 años. Acababa de terminar la EGB y me matriculé en una academia para convertirme en modista. Era un sueño que nunca se iba a hacer realidad.
Mi padre trabajaba en una fábrica. Mi madre era ama de casa, diabética, adicta al chocolate, hipertensa y cardiópata. Era muy obesa, como todos los de mi familia.
Yo tenía tres hermanos mayores.
Tras el nacimiento del quinto, mi hermano pequeño, los médicos aconsejaron a mis padres que no tuvieran más hijos debido a la precaria salud de mi madre. Pero como en aquella época franquista los anticonceptivos estaban prohibidos y la educación sexual inexistente, mi madre a los 50 años se quedó embarazada de nuevo. El parto se complicó, mi hermana nació con deformidades y daño cerebral, condenada a una silla de ruedas, sin poder hablar y dependiente de por vida.
Mi madre no tenía fuerzas para ocuparse sola de las tareas domesticas y del cuidado de los hijos. Necesitaba ayuda y no había dinero para una empleada. Esta tarea me correspondió a mí. Mi deber como hija era anteponer las necesidades de la familia a todas las demás. Me sometí y ni se me ocurrió cuestionar esta injusta decisión. La academia podía esperar.
La salud de mi madre mejoró. Pero debido a la precaria situación económica y los muchos gastos adicionales ocasionados por la niña enferma, ya no había presupuesto para pagar la matrícula de la academia. Sin embargo, me ofrecieron empleo en una mercería. Acepté encantada. Por fin se me abría una puerta al mundo y además podía contribuir a mejorar el presupuesto familiar .
Pero por aquel entonces, a mi hermano pequeño le diagnosticaron una enfermedad muscular degenerativa que pronto le confinó también a una silla de ruedas.
Me reinventaron por segunda vez. Como antes, todos los ojos estaban puestos en mí. Tenía 18 años. Mis padres no podían prescindir de mi y volví a cumplir con mi deber de hija obediente. Ya llegaría mi oportunidad. Amaba a mi familia, especialmente a mi hermana Me saqué el carnet de conducir, necesario para el transporte sanitario familiar.
Mis hermanos mayores se casaron.
Mi padre se jubiló y el bar de enfrente se convirtió en su segundo hogar.
Con el paso del tiempo, se hacía insostenible vivir en un tercero sin ascensor. Subir y bajar a mi hermana en brazos y a mi hermano a trompicones se convirtió en una tortura. Pero nuestra economía no nos permitía alquiler un piso adaptado y más cómodo.
Se nos presentó la oportunidad de alquiler por un precio muy modesto una casita en un pequeño pueblo cercano, que necesitaba una pequeña reforma pero prometía comodidad y una mejor calidad de vida. Y así fue. Mi padre se alejó de los bares, construyó un gallinero, tuvo perros, cultivó una pequeño huerto y mi hermana pasó mucho tiempo observándole en su silla de ruedas desde el gran patio que había delante de la casa. Fue una época feliz.
Mis hermanos mayores nos visitaban a menudo con sus mujeres e hijos, y aún recuerdo la alegría en la mesa en Nochebuena o el día de Reyes.
Y nunca perdí la ilusión , mi oportunidad tenía que llegar.
Nuevamente, las desgracias rompieron las esperanzas. Un derrame cerebral causó a mi madre una hemiplejia y poco más tarde diagnosticaron a mi padre un cáncer inoperable. Cuidé de ellos hasta que la hospitalización fue inevitable. He llorado mucho su muerte pero reconozco también de haber sentido alivio.
Mi obesidad y mi escasa voluntad para seguir dietas me llevaron al quirófano donde me redujeron el estomago. Perdí mucho peso. Poco después me operaron a pecho abierto por una insuficiencia cardíaca valvular y desde entonces llevo un marcapasos.
A mis ilusiones les crecieron alas.
La tercera vez me reinventé yo sola.
Un día observé a mis hermanos, cada uno con su enfermedad y discapacidad, y sentí un amor tan hondo por ellos como nunca. Reconocí por fin que la puerta que había esperado que algún día se abriera permanecería cerrada para siempre, pues de lo contrario, mi libertad seria para siempre mi condena . El destino había tomado las riendas de mi vida y lo acepté sin resentimiento ni amargura.
Nunca he conocido un beso o el amor de un hombre, nunca he tenido amigas, nunca he asistido a fiestas excepto las familiares, nunca he viajado ni conocido otros países y moriré virgen. No tengo días libres, no voy al cine, ni al teatro y cada vez tengo menos tiempo para refugiarme en los libros. Mis hermanos mayores, ahora que nuestros padres ya no están, en las fiestas llaman por teléfono.
Ya no puedo ni quiero cambiar el rumbo de mi existencia. Mi recompensa es el amor, la alegría, la confianza y la gratitud que recibo a diario de mis hermanos. Ellos no tuvieron suerte y yo me siento privilegiada por poder cuidar de ellos, hacerles la vida lo más agradable posible y mantener unida nuestra pequeña familia.
!Y si hay un Dios, sólo le pido que me llame la última¡
JOSMA TAXI
Hace apenas dos años llegué al mundo de la escritura. Me habían jubilado por enfermedad y habían oficializado mi discapacidad total para el trabajo, así que iba a tener mucho tiempo libre. Al principio estaba contento, yo que había perdido hasta días de vacaciones por atender el servicio público, me encontraba ahora con una pensión, que cobraba puntualmente, sin pegar palo al agua. ¿Se podía aspirar a algo mejor?
Sin embargo, pronto empezaron los problemas, me sobraba tiempo, tenía mucho tiempo libre y me aburría, me aburría mucho.
Desorientado, decidí hablar con mis amiguetes del barrio, quería saber cómo pasaban su tiempo libre. Las respuestas fueron desalentadoras: unos se dedicaban a pasear y anotar los desperfectos del mobiliario urbano, con esa información llamaban a la radio y daban el coñazo; otros se iban al hogar del jubilado y jugaban partidas eternas de dominó o de parchís; la inmensa mayoría se sentaban en la terraza del bar y malgastaban allí su tiempo, haciendo nada. El panorama era desolador.
Una tarde, en torno a las seis y media, mientras releía El túnel, de Ernesto Sabato, la solución llegó a mi mente, si de joven mi pasión fue la lectura, ahora de mayor, ¿no podría intentar la escritura?
Y ahí me reinventé, pero lo hice poniéndole condiciones a mi obra, me apunté a dos talleres de escritura, para aprender y compartir mis relatos, me prometí que no iría tras el éxito fácil, que sería muy exigente conmigo mismo, lo más importante era la calidad de mis textos.
El resultado fue previsible, no me leía nadie, quedé apartado de los círculos literarios en los que me movía, me tacharon de obscuro, de complicado, de incomprensible, incluso de cultureta.
Desolado por esos resultados, aproveché la primera clase virtual que tuve con mi profesora del taller literario, le conté mi problema, ella me miró, sonrió y me dijo:
-Te voy a dar una opinión, tómala solamente como tal, yo no estoy en posesión de la verdad. Dices que no quieres escribir relatos simples y utilizas la técnica del caracol, te enrollas sobre ti mismo, te encierras en tu caparazón, y así no te entiende nadie, de manera que abandonan tu lectura. Los grandes textos literarios de la humanidad no son simples, son sencillos, lo son porque sus autores querían llegar a los lectores, pero su sencillez no les resta calidad, bien al contrario, si tienes un mensaje que publicar necesitas cultivar la humildad.
— Puede que tengas razón, profesora, pero me da miedo convertir mis textos en ramplones, en populacheros, yo quiero crear arte.
— Nosotros los escritores no creamos arte, hacemos propuestas, son los lectores los que las convierten en arte, si las leen, si nos siguen, si les gustan. ¿Para qué sirve un texto farragoso, cultista, apto solamente para cuatro, que no lea casi nadie y acabe amontonando polvo en el rincón de una librería?
Y en eso estoy pensando, qué camino seguir y temiéndome que voy a tener que reinventarme una vez más…
SILVIA GALLARDO
REINVENTARSE
Invocaba para sus adentros, las ideas de una mejor humanidad. Bajo un manto de estrellas, en una noche fría reflexionaba, inspirado por la inmensidad de ese cielo nocturno. Pareciera que el titilar de las estrellas eran voces que dialogaban con él y no apartaba la mirada de ese espectacular escenario.
-Hemos de morir, estamos destinados a ello. La muerte nos aguarda en no sé qué lugar, en qué momento, en qué circunstancias, un
verdadero callejón sin salida.- Hablaba en voz alta como si platicara con alguien.
-Mientras nos dé el zarpazo, sería bueno reconsiderar nuestra estancia en esta vida. Creo que estamos perdidos en medio del bullicio, la rutina y el desastre.-
Respira profundo lleva a su boca un cigarrillo que aspira para dejar salir el humo en una bocanada.
-Mientras tanto- continúa en su monólogo – creo que debemos reinventar nuestra vida que es solo una, que es única y sin darnos cuenta estamos sumergidos en el abismo de una individualidad absurda, compitiendo para ver quién es mejor, quien tiene más cosas materiales, más dinero, más todo, sin pensar que el tiempo es insensible y pasa frente a nuestras narices hasta que nos miramos a un espejo y no somos los mismos, nos ha carcomido la existencia vacía de valores.
Caminamos por la vida con grilletes, con el reloj que nos marca una esclavitud moderna, checadores parecidos a instrumentos de tortura. Estamos inmersos en la cotidianidad abrumadora, en el estrés constante, el enojo por falta de empatía entre la propia humanidad. Nos prendemos en ese bucle de idas y venidas, entre multitudes que solo piensan llegar a cumplir con sus jornadas, sin importar a quien derribes, a quien insultes, a quien lastimes. Así nos tienen nuestras sociedades, gobernadas por ineptos, a los que solo les importan las marcas, las etiquetas, el poder y el dominio.
¿Dónde han quedado las sonrisas? El paisaje se cubre de caras largas, marcadas por la ansiedad y la premura.
¿Y los saludos amables con nuestros semejantes que caminan por las calles?
¡Ah, si ellas hablarán! Si lo inanimado cobrara vida y voz, ¿Qué nos dirían, si son testigos mudos de la miseria humana, de las prisas, las necesidades, los enojos, los conflictos que van minando la existencia como si entre la propia humanidad se exterminaran.
Las consecuencias de esos ritmos anárquicos son la venida a nuestros cuerpos de las enfermedades que han aparecido como plaga en nuestros tiempos y nos roban calidad de vida: Diabetes, hipertensión, depresión, ansiedad y el resultado, falta de productividad, insatisfacción y choques contra el mundo que nos rodea, y acelera nuestro fin. Eso no es vida.-
Hizo una pausa, rodaron por su mejillas lágrimas de impotencia pero en un resquicio de buena voluntad apareció el optimismo
– ¡Vamos! Salgamos de casa con una sonrisa, con la cálida despedida de nuestros amores, con el espíritu renovado en busca de la lucha por la vida.
Seamos una sola voz que haga retumbar el universo y que la vibración que de éste emane brote la nueva humanidad. Debemos reinventarnos, todos, lograr la armonía, el equilibrio, la empatía y la tolerancia.
Somos hijos de la misma tierra, mamamos sus bondades, seamos la mejor especie que la habita y generemos un mejor planeta para nuestras futuras generaciones de seres que merecen vivir en condiciones de calidad, amparados bajo el mismo cielo claro que anuncie bienandanzas y noches seguras que nos permitan la libertad de respirar las estrellas y las melodías nocturnas de la naturaleza.
Levantarnos, que nos sorprenda el alba, que nos inyecte la energía para caminar con paz en el trayecto que nos conduce a lo que nos da estabilidad, techo, vestido, comida y recreación: nuestro bendito trabajo.
Al final, los regímenes que nos gobiernan, seguirán siendo la plaga que nos somete con sus corruptelas, querrán seguirnos arrastrando con sus tramposas estrategias para seguirnos controlando. Pero al reconstruirnos seremos la fuerza y la unidad de los pueblos en la búsqueda de la equidad. Reinventarnos cómo sociedad puede aligerar tanta ignominia, tanta pobreza, tantas y tantas cosas que nos apabullan y bombardean por dónde quiera que miremos.
Sonará utópico, pero cambiar nuestras actitudes, cada quien desde su trinchera, nos permitirá transitar por todos los senderos, con fortaleza por nuestros caminos aciagos.
Saludemos a la gente aunque no la conozcamos, regalemos una sonrisa a quien se cruce con nosotros, regalemos flores convertidas en palabras y mostrar respeto a las diferencias individuales. Pidamos perdón y perdonemos si es menester, pero sobre todo, seamos hermanos. –
El hombre concluyó y antes de despedirse de esa noche que lo abrigó en sus reflexiones, se tendió sobre el césped de su jardín y dió las gracias por haberse explayado. Sabía que aunque él se reinventara no podría contra el mundo podrido en que vivimos y la muerte nos alcanzará, sin haberlo logrado, al final de cuentas, somos seres destinados a morir.
Entonces, si nos reinventamos, hagámoslo para nosotros mismos porque nunca dimensionaremos la complejidad de la mente humana. Solo seremos resilientes.
SHEILA SHEILA
En aquella ocasión ella se abrió la piel lentamente con una navaja de muy bien filo. Se vio sus costillas manchadas por el humo del cigarro el cuál llevaba como vicio hace años lentamente se la fue quitando . Aguanto el intenso dolor que supone. Scro segundo vio latir muy despacio su corazón roto y descolorido por los distintos desplantes que la vida le había dejado,procedió a cocerlo con hilos de hiedra fina .los cuáles había sacado del pequeño jardín de flores. La aguja era muy delgada propia para la ocasión. Cuando hubo terminado lo limpio con un paño de seda fina para quitar las manchas hasta que quedó reluciente listo para vivir al máximo. Al rato miro hacía abajo y sorprendida saco sus riñones estaban ya gastados , decidió remplazar por unos artificiales,duraban más.siguio con los demás órganos visibles .pero los empezó a reemplazar por comida. Algo insólito pero le funcionó, estómago hecho de vegetales ovarios artificial… Cuando estubo lista se miró al espejo y dijo en voz alta y muy refinada por fin me he reinventado.
FELIX LONDOÑO
Sintió que ese lunes siete de enero había dejado de ser el Tiberio Fuentes que se acostó a dormir la noche anterior. Fue lo que pensó cuando abrió los ojos aquella mañana. Lo confirmó cuando se miró al espejo en el baño. Decidió no afeitarse, se dejaría la barba por unos días. Ya no tenía que ir a trabajar. La angustia de las tardes de domingo con cara de lunes había llegado a su final. Se preguntaba qué sentiría, a partir de ahora, las vísperas de lo que para él había sido el funesto primer día de trabajo de cada semana. También meditó sobre cómo transcurriría desde ese instante cada septeto de sus días. Lo que es el tiempo. El segundero en el reloj de la pared se deslizaba de manera inmutable. En su organismo otros eran sus ritmos. En su cabeza el discurrir de los minutos le parecía fantasmagórico.
Le reconfortó saber que había llegado la hora de despojarse de ese antifaz de funcionario de tercera que usó durante tantos años. Colgaba la corbata, pero esperaba demorarse un buen rato en hacerlo con los guayos. Vaya manera de hablar de la muerte. Cuántos no se habrán ahorcado con esa famosa prenda de burócratas, y no deben ser pocos a los que han sepultado bien calzados. Lo peor de todo es que no se sepa dónde quedan enterrados. Los burócratas con su corbata al cuello por lo menos adornan de manera visible alguna viga o la rama de un árbol. Otra vez caviló sobre el tiempo. Los relojes son su mejor careta, su rostro verdadero es la agonía con la que lo padecemos de hora en hora.
Sabía que su vestimenta era una falacia, igual que lo era el decurso de las horas. Siempre procuró usar prendas menos vistosas que las que utilizaban sus jefes, colores planos, opacos, grises y marrones. Trataba de mantenerse un poco al margen de sus congéneres, a los que a veces comparaba con cuervos en busca de señuelos: sonrisas, corbatas y escotes. Claro que hay quienes de entrada miran de la cintura para abajo, en especial aquellas mujeres para las que los zapatos son un fetiche. Con él perdían el tiempo, siempre usaba calzado genérico, a tono con su ropaje de amanuense. Añagazas para las pupilas, pensaba, a sabiendas de que en más de una ocasión él mismo se había sentido in fraganti cuando algún escote le daba la espalda. Tan difícil le resultaba controlar sus miradas como gobernar sus pensamientos.
Tiberio Fuentes, un escribano discreto, de bajo perfil. Empleado de pacotilla, dirían algunos a sus espaldas. Es lo que siempre le había reclamado su ex. Le decía que ella era el mejor atuendo que le cubría las espaldas. La verdad sea dicha, cuando iban juntos por la calle ella siempre se las ingeniaba para ir por delante. A su lado él no era más que una sombra desmerecida. Cuando lo dejó, llegó a la conclusión de que para ella él era poco más que un bodrio. No se amilanó, por el contrario, se sintió liberado. Esa si que fue la primera corbata de la que se desprendió. Ya comenzaba a sentir en su nuca el nudo corredizo de la horca.
Se preparó un café y mientras se lo bebía pensó que se merecía ser un pensionado de primera. Le entraron dudas por aquello de que el hábito hace al monje, y en su cerebro no pudo evitar que también le recordaran aquel refrán que habla de una tal mona que se viste de seda. Para él los dichos del vulgo no dejaban de ser una pesada carga a sus espaldas. Decidió que estaría bien ser un jubilado de tercera, pero ahora sí de buena presencia. Estaba dispuesto a ejercer su nueva dignidad con alborozo, tal como corresponde al sentido del término. Imaginó una vida de sibarita, en contravía del bajo perfil que siempre lo caracterizó. Quería creer que ya no le importaba cómo lo vieran los demás, lo que valía era la manera como se sintiera. Ya era hora de procurarse una buena dosis de gustos refinados, así fuera no más que de puertas para adentro.
Un dandy, eso es lo que se merecía ser. No es que quisiera devolver el tiempo, como si viviera en otro siglo. Pero sentía que le vendría bien un retoque de presencia, un poco de estilo. Lucir algo en la cabeza que atrajera las pupilas. Ya no tendrán más remedio que mirarlo a los ojos, así fuera a través de sus espejuelos. Quería dejar atrás esa invisibilidad que lo traspasaba cuando lo encaraban más allá de sus espaldas. Ignorado, esa es la palabra; así es como se sentía. Pensó en comprarse un bombín o una boina clásica que de paso le cubriera, en parte, la blancura del poco cabello que le quedaba.
Lo del ropaje ya lo iría ajustando. Lejos estaba de imitar a un pavo real, pero quería abandonar su vestimenta de alcaraván. Tonos alegres, es lo que le había recomendado una de las coperas del bar de las cercanías que había frecuentado en Navidad cuando se preparaba para su reinvención definitiva.
ANNERIS GARCÍA
Cada mañana despierto y te veo, eres la sombra de lo que fuiste, no tienes fuerzas, no has conseguido recargar tu energía con el descanso nocturno.
Te levantas y cual vampiro vas sediento a beber tu sabia. Sin esa pequeña recarga no aguantarías la mañana.
Te tomas tu tiempo para arrancar en tu rutina, te cuesta poner el engranaje en marcha, pero consigues, no sé cómo salir airoso.
Llegas a la oficina y con la última línea de vida, encuentras por fin el Walhalla, pero hoy tampoco te ha elegido tu Valquiria.
Así que te toca reinventarte un día más, intentar llegar hasta el final y ver como tu triste existencia se verá prolongada hasta que el informático consiga renovar los equipos y así poder abandonarte al oscuro silencio del almacén de los trastos viejos.
ROSA ÍNDIGO
Apagó la radio, hastiado de tanta publicidad. Optó por un podcast: «Tú eres el timón».
Las obras por ampliación de la autovía provocaban retenciones diarias, sobre todo en
horas punta. Fede no estaba pasando por una buena época, se sentía estancado en su
profesión, llevaba un año divorciado, veía poco a sus hijos. Sus padres, achacosos de salud
por la edad requerían mucha atención y él estaba desbordado, lo llevaba mal.
Empezó una lista mental de cosas que se proponía hacer para cambiar su vida,
romper cadenas, manejar el timón. Sus circunstancias siempre fueron favorables, desde que
nació, sin embargo, un resquicio de amargura en su interior y un egoísmo disfrazado saboteaban
su vida. Erróneamente pensaba que cambiando cosas «fuera», todo mejoraría. Como si fuese
posible que el motor averiado de un coche funcione cambiando sólo tapicería, chapa y color.
Aparcó su auto. Saliendo del parking, pensó eufórico en su nueva vida, era el capitán de su barco.
Le recibió el sol, radiante, deslumbrador.
Un año después , en el aula de un colegio, con mirada brillante y constante sonrisa, emanando
luz, comenzó : » Buenas tardes, mi nombre es Fede, y no he venido a dar una charla, mi
deseo es compartir experiencias, hablar de algo que tenemos todos: LA VIDA.» A su lado estaba el
ser que tanto le había acompañado en su «via crucis», su Lazarillo, sus ojos, su amigo.
Un año antes, el conductor del Tranvía no pudo evitar el atropello. Aquel hombre, sonriente y distraído, deslumbrado por el Sol, cruzó sin mirar.
Fede se despertó días después, lleno de cables, apenas veía, algunas sombras.
Pasó por muchas fases, muchas horas de dolorosa rehabilitación, de compadecerse , depresión,
calmantes, ira. Gracias a una Asociación poco a poco salió del pozo.
Fede no se reinventó, Fede se descubrió, abrió la puerta. El camino no era fácil, pero sortear
las piedras le hacia sentirse vivo, como nunca se sintió antes.
BEA ARTEENCUERO
Cada día que pasa
Dejo mi mundo
En un intento
De llegar al tuyo
Y regreso muchas veces
Nunca te pedí
Las palabras que
No quisiste pronunciar
Nunca te pedí
Las caricias que
No me quisiste dar
El mío es un amor
Que no espera nada.
Tú presencia
Junto a mí
Tú perfume inexplicable
Tú sonrisa despiadada
Eran suficiente para
Sentirme tocada
Por la magia de un amor
Que no podrás
Comprender
Hasta el día que
Silenciosamente
Mueran en el olvidó
Entonces será
Demasiado tarde,
Decidí no arrepentirme
De dejarte solo
Decidí amarte
Aún más.
Lo justo de lo injusto
Es que vivimos
Solo una vez
Depende de cada uno
Como la vivas.
Porque tendría que
Llorar por ti?
Si el pasado vuelve
Lo dejaré ir suavemente.
Cuándo la vida
Queda vacia
Después de la salida
De alguien,
Nos aferramos
A lo vivido
He buscado sin parar
Ese caminó recorrido
Que olvidé
Que estoy en el cielo.
Yo tan solo
Quiero un amor
Que viaje con el corazón
Así no estemos presentes.
IKER YELED
¿Cuántas veces intentaste reinventarte? Me decías que no querías volver a hacer lo mismo una y otra vez. Pero sinceramente nunca lo hacías… Entonces, lo intentabas una y otra vez pero nada. Y nada. Y nada… Así de pesada estabas conmigo y con tu madre. Siempre intentando reinventarte y volver a ser la misma de antes. Nadie te entendía. Eras muy extraña en tu manera de caminar y de comunicarte. Sobre todo conmigo. Ya no te comprendía. Todo lo que hacías se convertía en algo fuera de lugar; aparecías entre grandes árboles luminosos, entre tiernas plantas suculentas que parecían árboles, y entre piedras de río en tus brazos… Qué cosas más raras se te ocurrían de vez en cuando…
O también cuando aparecías entre las luces apagadas, como sombras, oscuras y reminiscencias de un pasado ya olvidado … Así salías. Y la tuya, la cosa esa, era reinventarse…
MANUELA CAMARA
DOS PUNTOS DE TIERRA
EL PUENTE estaba a todas horas concurrido, era la única vía de tránsito entre la parte norte y sur de la ciudad. Talo disfrutaba su primer día libre de vacaciones. A las tres abandonó el edificio de oficinas frente al puente Brinol y dejando atrás los anaqueles de archivos y las multas gubernamentales, respiraba profundamente en la calle. Ahora miraba de forma especial las cosas, desde la perspectiva y serenidad que da tener tiempo para uno mismo. Necesitaba más que descansar, encontrar en este tiempo de asueto, cosas que le dieran nuevo sentido al estancamiento en el que había caído su vida.
Luzmilla estaba parada allí en mitad del puente, junto a la barandilla de metal forrada de madera, llevaba tanto tiempo en el mismo lugar geométrico que ya no era percibida ni por los policías que hacían sus guardias constantes de veinticuatro horas. Lo mismo ocurría con los cocheros que pasaban por el lugar hasta catorce veces diarias o con los oficinistas que puntualmente cruzaban a las nueve y las dos, a las cuatro y las ocho. Todos hubieran jurado que Luzmilla era parte del puente y que ella se levantaba arriba sin ser apreciada, sin estorbar, sin ser advertida formando parte de aquella estructura cuyos pilares se perdían entre las piedras del río.
Solo Talo, con esa mirada especial que desarrollan aquellas personas que sienten la necesidad de crear constantemente el mundo, reparó en ella, en sus ropas desgastadas por el paso del tiempo, las ojeras y en la palidez de los sobrevivientes a un naufragio en lo alto de un puente.
─ ¿Se encuentra usted bien, señorita? ─la interrumpió Talo.
─ ¿Se dirige usted a mí? ─preguntó ella asombrada.
─ A usted, señorita.
─ Hace tantas estaciones que nadie me ve, tantos inviernos hablando sola ─alegó ella─, dígame, ¿Usted me ve? ¿Acaso no soy invisible? ¿Un atributo del silencio? ¿No me convertí todavía en una de las imágenes errantes que se incorporan o se desvanecen dentro de cualquier pensamiento?
─ Por supuesto que la veo, por eso le he preguntado si se encuentra bien, tiene un aspecto tan elegante y descuidado.
─ No sé, estoy perdida. ¡Hace tanto tiempo que no consigo escucharme a mí misma!
─ Pues le diré que está usted en el puente Brinol en lo más concurrido de la ciudad ¿Recuerda ahora? ─le insinuó Talo quitándose el sombrero al tiempo que se acercaba a ella.
─ Si, si eso lo sé ─aseguró la mujer─ Pero no recuerdo cuando llegué aquí, ni de dónde vine, ni porque decidí pasar por este puente y no por otro.
─ No se preocupe, de alguna forma yo la ayudaré a cruzar al otro lado. ¿Cuál es su nombre?
─ Llámeme Luzmilla.
─ ¿Y cuál es el problema por el que no puede llegar al otro lado? Si ha llegado hasta aquí es cuestión de continuar un poco más allá.
─ Sólo sé que no puedo moverme para salir de este lugar. Y si saliera todo sería una cuenta atrás, puro retroceso, caminar hacia la extinción ¿En este azar, tendría sentido moverse? ─respondió ella con sombras de lágrimas en los ojos─ Ya no sé dónde está el problema, se me olvidó lo que pasó, se me desgastó con el paso del tiempo, creo que cruzaba por aquí, bajo esta sombrilla azul de verano abierta, por el sol, ya sabe, cuando de repente sentí que no tenía sentido ir o venir a ninguna parte.
─ Déjeme ayudarla que aún tiene toda la vida para volver a encontrarse y ser feliz ─intentó animarla Talo.
─ La felicidad depende de cosas invisibles, de estados interiores que tienen que ver con la ilusión ─replicó Luzmilla─ ¿Tiene usted acaso tres granos de vida para sembrar una espiga?
─ Permítame que yo la conduzca ahora hasta el otro extremo del puente que es lo importante y después hablaremos de otras cosas.
─ ¡Ay, ay, ay! ─ exclamó de repente la mujer parándose en seco.
─ ¿Qué le sucede? ─preguntó Talo un poco asustado.
─ ¡El vértigo, el vértigo, es el vértigo!
─ No se preocupe, enseguida cruzamos. No mire hacia abajo.
─ No es por mirar hacia abajo, el vértigo surge en cualquier momento, al pensar en un acantilado junto al mar, en la terraza de un edificio alto, al sentir los años que he pasado sufriendo, al pensar en las horas que cada noche tengo que gastar intentando buscar un punto de tierra firme en medio de este desconsuelo solitario donde fluyo para dormir apenas quince segundos.
─ Pero esta vez, yo la ayudaré a cruzar. Si le parece bien me acercaré hasta usted y le….
─ No, no me toque. No puede tocarme, ni sacarme de mi tiempo, ni querer borrar las palabras que forman en este lugar y si se acerca tiene que tener cuidado de no pisar mi sombra, de no fundirse con mi sombra, porque ¿sabe? yo creo que debajo de mi sombra, no se cuantos mundos invisibles se esconden bajo mi sombra, podría usted quedar atrapado como yo.
─ Le diré lo que haremos, me acercaré a usted muy despacio. ¿Ve? Así. La tomaré con sumo cuidado y delicadeza, como se toman las cosas significativas que podemos guardar en un pañuelo. Le pondré el brazo alrededor de la cintura ¿Ve que no pasa nada? Ahora cierra usted los ojos, escucha mi voz y en un momento estaremos en otro lugar, al final del puente.
─ En realidad no imagino otro lugar que este que ha hecho el mundo para mí. Un lugar es una idea. Se puede cambiar de sitio pero allá donde vayamos somos nuestras ideas –dijo ella.
─ Por favor. El intento. El derecho a intentar un sueño ─enfatizó Talo─. Venga revélese un poco contra su conformismo, procure un primer paso pequeño, verá como después es fácil el segundo y más grande el tercero.
─ ¡Ay, ay! ─volvió a exclamar Luzmilla.
─ ¿Qué pasa? ─sostuvo Talo en suspense.
─ Yo quiero pero mi sombra no me deja, no se mueve.
Talo agarra con más fuerza la cintura de Luzmilla, esta situación que al principio le parecía extraña, ver a una mujer inmóvil en un puente sobre su historia, fue de repente como descubrir un deseo que ha estado siempre delante de nosotros y que hemos vivido ignorándolo, ahora le parecía tan normal el tener que ayudarla, que no creía poder abandonar el puente sin ella, de ahí la necesidad de moverse y de guiarla. Ayudar a otro para ayudarse a sí mismo. A su alrededor continuaba al mundo desplazándose, los oficinistas cruzan en bandadas a sus horas en punto, las madres con los niños salidos del colegio, las mujeres con sus sombrillas blancas abiertas, una pareja en un coche verde aminora la velocidad y cuando cruzan delante de la pareja, la señora saca la cabeza por la ventanilla les grita:
– ¡Pervertidos, vayan a abrazarse a un lugar privado!
─ No me sueltes ahora ─casi amenaza Luzmilla temerosa─ estoy empezando a percibir qué cosas nuevas pueden dar sentido al mundo.
─ No, no podría dejarte aquí ─auguró Talo mientras veía pasar sobre ellos las noches y los días en el intento.
─ ¿Comprendes el esfuerzo que supone avanzar? ¿Comprendes el esfuerzo que hay que hacer hasta llegar al redescubrimiento? Viviremos aquí, este será nuestro puente, nuestro paso, la cúspide de nuestro reloj, el parque eterno donde ,cuando todos miren, dejarán de ser estatuas inconscientes. Seremos como Homero que no ha muerto nunca y continúa escribiendo a lo largo del tiempo sus versos siempre vivos, o como las aves que vuelven a nacer en el jardín de Ayala, o en las ciudades invisibles de Cortázar ¿Conoces algo más eterno que convertirnos nosotros en pasajeros de cada puente, nuevos en cada puente?
─ Pero mi vida, los puentes hay que cruzarlos o a veces se derrumban, o se abandonan, o duermen cerrados eternamente esperando sobre una mesita de noche.
─ Talo tu crees que me sostienes porque me llevas de la cintura, pero en realidad me sostienen tus palabras, la fuerza vital de poder decir. Las palabras sostienen el deseo, a los hombres y los puentes.
─ ¿Te refieres a la vida, a los sueños, a las cosas probables? ¿A lo que se puede hacer cuando uno descubre que hay algo que ha querido toda la vida?
─ A la vida, a la inspiración, a los libros. Al descubrimiento.
─ ¿Así es como también se encuentran dos personas? ─ dijo ahora Talo insinuante.
─ De la misma forma en que nos encontramos con nosotros mismos ─respondió ella comprensiva.
El puente y ella se sostienen abrazados alrededor de la cintura de Talo que avanza hacia una nueva dirección, saboreando de nuevo el fluir en el zigzag de las horas que no se detienen.
─ Me gusta como tus ojos enriquecen el mundo. Todo lo que provoca el suspiro y el asombro. Vivir así de puente en puente ─afirmó Lumilla mirándole a los ojos.
─ Es maravilloso recuperar nuestros deseos. ¿Te das cuenta Talo que cada vez que pasamos sobre un puente lo creamos de nuevo y que cada vez también es diferente? Algo parecido a volver a intentar la vida. O a volver a leer un libro.
Luzmilla descansó su espalda y la noche que habitaba su cabeza contra el pecho de él. En este momento, lloraría, si no fuera porque es demasiada la pasión de haber encontrado por fin la tierra, ese punto que nos hace sólidos sobre el aire, sobre la intangible versatilidad de la existencia. Ambas miradas en una sola dirección, haciendo posible que un sol se levantara a media noche sobre el río, tocando las estrellas que dormían esparcidas sobre el brillo del agua, comprobando que la almohada es un deseo que nos sirve para seguir adelante, o una mano, o los restos de calor que guardamos dentro del cariño.
─ Mira hacia el frente ¿No ves mucho más de lo que el destino tenía previsto para nosotros? –dijo Talo
─ ¡Así siento que se diluyen los límites y de repente hay tantas cosas posibles! Talo ─dijo entonces Luzmilla─ estás romántico y revigorizado.
─ Saboreando de todo un poco querida. La escritura es un acto de amor.
─ ¡Escribe Talo! Escríbeme. No quiero desaparecer nunca ─le susurró Luzmilla─. Me gusta tu verdad. Tu viaje. La patria de tu vuelo ¿Lo intentamos?
─ Cuando se encuentra un deseo hay que pararse y ayudarlo a que se cumpla ─afirmó el hombre en rotundo.
─ Continúa escribiendo querido, siempre valiente transitando los puentes. Cada nuevo intento tuyo es la victoria de la esperanza sobre la muerte y el olvido. –susurró Luzmilla
─ Eres pura revolución, a veces sólo mujer, a veces sólo musa, en cada posibilidad que me ofreces me reinvento ─la alabó Talo─ Por fin, un sueño alcanza a un hombre.
OMAR ALBOR
Cómo hago?
seré mentira si te digo
que cada mañana quiero estar frente al mar y no delante de un jefe inoportuno.
La vida te regala galerías de personajes no deseados, pero que te llevan a un sueldo a final del mes.
Sin dudas
Cargaría a mi mujer y a mis hijos a mi auto y partiría al mar.
Clavaría mi sombrilla en la arena, deslizaría mi cuerpo sobre la silla de playa y miraría la inmensidad buscando el porque del inicio de cada ola.
Seré feliz viendo a mis hijos barrinar una y otra ola.
La felicidad con los pies mojados por el agua y la mirada perdida preguntándome porque tengo que volver.
Tan real, pero muy cierto
Para mí.
FLORENCIA BARRICHI
Con las alas rotas
Emprendi mi vuelo
Con el alma herida
Y la esperanza intacta
Decidida
Arrastrando miedos
Soportando el peso
De empezar de nuevo
Mil fantasmas al acecho
Temores infundados
Y otro tanto
Si no puedo, si no llego
Si no intento no me entero
Romper el hielo
Reinventarse
Animarse y apostar
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