Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «me rindo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 5 de enero!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
La Gran Madre Chisssttt, se desperezó lentamente, ahhhggg, alzando los brazos hacia el techo, mientras la sibila Mari Cruz intentaba descifrar el Oráculo de Trebalia, el más antiguo de los oráculos, más incluso que el de Delfos.
-¿Qué ha dicho el oráculo, ohhh, Gran Sibila, madre de todas las adivinas?
– Pues está algo raro esto ehhh, si he entendido bien dice:
<<No conozco al doble de ustedes
ni un tercio de lo que podría,
que es un octavo de lo que se merecen
con una Mahou al mediodía.
Anteayer fueron dos días
y con hoy suman tres,
con pasado mañana son cinco,
¡no me llaméis Isa, decidme Isabel!>>
Cuando la sibila acabó de lanzar la profecía se hizo un silencio gritón, de esos que las palabras quieren salir pero se agolpan y no dejan pasar las unas a las otras.
-Seguro que “el de siempre” ha “jakeado” el oráculo – dijo una voz al fondo de la habitación.
-No tenemos pruebas, Harad Lid- contestó La Gran Madre Chisssttt, – además eso sería imposible, nadie ha conseguido interferir nunca en el oráculo de Mari Cruz.
-Con ese sujeto cualquier cosa puede esperarse – sentenció Harad Lid.
-Lo vengo diciendo desde hace tiempo que había que haberse librado de él- añadió.
-Tú lo has intentado varias veces y no has podido, incluso contratando a Santi y Lisensiado –
-Viene otra profecía – exclamó de pronto la sibila.
-Veamos que dice – concluyó La Gran Madre Chisssttt.
Y Tontilé dejó el Teatro
y se hizo poeta,
porque con la poesía
le andaban más en la bragueta.
<<No es verdad, ángel de amor…>>>,
el recitaba
y Cervantes con el muñón,
en la cabeza le atizaba.
Aquí el Chespir
no pinta nada;
o recitas a Lope de Vega
o a Calderón de la Barca.
-Esta profecía es fácil- añadió Zepol Leuqar, la gran poetisa de Trebalia.
-¡Pues ilústranos! – bramaron La Gran Madre Chisssttt, Harad Lid y Mari Cruz a la vez (quien fue la primera que tocó madera no se sabe)
-Está claro que había mucho pique en el año del Romancero, unos eran de Góngora y otros de Quevedo – contestó la poetisa – esto estaba chupao.
-Lo que está chupao es que el individuo innombrable, escribidor egocéntrico, tocapelotas, creído, crápula…
-Ya está, tranquila Harad, que te pierdes – cortó Mari Cruz.
-¡Qué hay que librarse de él de una vez! –
De pronto a La Gran Madre Chisssttt, se le iluminó… la bombilla o lo que sea que se ilumine en el cerebro.
-Ya está, tengo la solución, haré un cambio de rumbo, montaré una academia de Reguetón, eso será infalible para librarnos de él.
Y así fue como cuatrohojas editorial paso a llamarse “hola mi amol” escuela de Reguetón.
El camino que decidas escoger, siempre será un camino para nosotros mismos por el cual podemos conseguir nuestros sueños.
Lo más importante es encontrarlo, saber elegir cuál es el sendero que debemos tomar.
Habrá obstáculos en el camino, nos sorprenderemos de todo lo que iremos encontrando e incluso habrá veces que perderemos el recorrido que nos propusimos. Pero siempre, aprendiendo…
» La tormenta de nuestro interior nos azota salpicando nuestro corazón de miedos e incertidumbre, hay que ser valientes y agarrar con fuerza el timón para ese cambio de rumbo que buscamos y si el viento acompaña, elevar las velas de los sueños anhelados hacia el nuevo cambio, que no nos acobarden los miedos ni la soledad, salir de nuestra zona de confort»….
Tu corazón será la brújula que te guiará en la dirección correcta y nunca te perderás….
Diego Bernaldo de Quirós viró el timón para dirigirse a las islas Azores. Algunos marineros, los que menos, querían remontar el continente africano por la costa, pero esas aguas, infestadas de navíos portugueses, lo desaconsejaban. Ese cambio de rumbo aumentaba la distancia, al hacer un amplio arco en la travesía marítima. Cierto era que se alejaban de la costa, pero una vez que subieran por el vasto océano llegaría un momento en el que las corrientes marinas les llevarían con presteza hacia Castilla, ayudado por los vientos favorables.
Diego tenía claro lo que había de hacer. Ahora era el navegante del barco y sabía muy bien cómo manejarse con los instrumentos de navegación. Quince grados a estribor, el velamen rectificado para aprovechar los vientos del sur y la estrella polar subiendo por el horizonte noche tras noche, anunciaban la calma tensa de quien sabe que el viaje tocaba a su fin.
Finalmente, en abril del año 1521, cuando su astrolabio señalaba los 37° de latitud norte, se cruzó con la ansiada corriente del atlántico, esa misma que les llevaría en volandas hacia el este. Los grumetes treparon por las jarcias, preparando las velas bajo las órdenes del capitán. Diego ajustó de nuevo el rumbo. Les quedaba por hacer un último esfuerzo. Solamente uno más y llegarían por fin a casa, después de una travesía de sinsabores. El viento empezó a soplar desde poniente. Las velas se hincharon como si el aire quisiera rabiosamente avanzar a través de ellas, navegando hacia su destino, sin saber muy bien el recibimiento que allí les esperaba.
Una semana después, en una fría mañana de mayo, inusual para la época del año, entre el rocío provocado por la intensa bruma de la costa y las formas fantasmagóricas de los barcos allí fondeados en el puerto, la nao San Antonio llegó por fin a Sanlúcar de Barrameda. Lo que ocurrió después…solo algunos lectores lo saben.
Necesitaba cambiar de aire. O quizá de vida. Por lo tanto mi deseo era tan fuerte que a la madrugada del primer día del año del 2023 mi persona ya no tenía cuerpo se había convertido en un pajarito chiquito ,chiquitito más sus alas poderosas, mágicas y de colores a igual el arco iris atravesaron el cristal del ventanal de mi cuarto para volar en el espacio donde todo es posible.
Me vi como mota de polvo llevada por los vientos del mundo. Sentí en mi corazón la dicha del bien.
Conseguí posar en aquel hilo de la luz sostenido por postes de madera.
Desde esa inmensidad de libertad os deseo al mundo entero Feliz 2023.
Había cobrado vida, pero estaba desorientado. El, que siempre había sido respetuoso con los designios de lo que nos depara el futuro, había caído en la tentación y también en la trampa. La rebeldía le había salido mal. Ahora se encontraba congelado en aquel lugar a merced de los elementos y sin posibilidad alguna de lograr salir de allí, al menos como a él le gustaría. Sólo y cabizbajo, meditó sobro su existencia y se dió cuenta que el cambio de rumbo tan deseado, no llegaría en esa ocasión. Aprendió tarde la lección: El destino siempre encontrará una maravillosa forma de manifestarse, pero no se le puede forzar.
Ayer, jueves, tras las últimas lluvias, bajaba el río crecido y furioso, y dijo mi padre, “Bento, tienes que meterte en el agua y poner a la rueda del molino un diente más porque gira sin control.” Estaba el agua más fría que la chepa de un glaciar, pero a ver no podía negarme, mi padre era el único molinero de comarca, amaba la profesión más que nada y hasta deseaba ese mismo futuro para mí. Yo nunca había osado contradecirle, pero no me imaginaba que una mujer me cepillara la ropa, como hacía mi madre con la polvareda que la harina levantaba.
Creía mi padre que ser molinero era un buen oficio, porque en los momentos de crisis, y él había vivido varios, nunca faltaría el pan. Me lo decía y repetía y yo callaba porque no veía futuro en el oficio y estaba convencido de que había de cambiar el rumbo.
Un día me decidí. Me lavé de arriba abajo, me afeité, me puse una corbata y me eché medio litro de colonia. Mi madre que notó el tufo que desprendía, me preguntó dónde iba tan rumboso.
-A comerme el mundo.
Eso le contesté sin saber muy bien lo que significaba. Pero de algo sí estaba seguro: yo no quería seguir los pasos de mi padre. Así que nada más abandonar la casa, busqué un banco y con los codos sobre las rodillas me dispuse a imaginar por dónde debía empezar a dar al mundo un buen mordisco.
Y determiné seguidamente el método. Tendría que decir a mi padre que se las apañará sin mí, a mi hermana que dejara de pedirme dinero, porque siempre tenía que regalar algo al novio, y diría por último a mi amiga Alicia que me olvidara, que yo no era ni terco ni machista. A más gente debería explicar que ya era bastante, pero principio quieren las cosas.
No hacía mucho calor aquella tarde pero me pasaba de tiempo en tiempo un pañuelo por la frente. Al lado del banco donde estaba sentado y reflexionaba, había un árbol. Los árboles lógicamente no hablan, este era la excepción porque me dijo “acógete a mi sombra.”
Esta frase y el ejemplo del árbol me afianzaron más en mi propósito de cambiar de rumbo. Porque el agua del molino movía la rueda y el árbol, aunque perdía las hojas, en cuanto llegara la primavera las recobraría. Yo en cambio no ofrecía otros réditos, me encontraba siempre igual de seco y solo. Pensé entonces que si había de cambiar de rumbo tendría que ser acogedor como el árbol y fuerte y decidido como el agua que empujaba la rueda del molino. Lo prometí. Nada importaba que no fuera todavía el momento, esperaría a la primavera como el árbol, o si no aguardaría el verano y si no lo dejaría para el año que viene.
«¡Dios, qué mal!», piensa, con los ojos todavía cerrados por miedo a encontrarse, si los abre, con una realidad aún más mugrienta de lo que sugieren los dos taladros percutores que le trepanan las sienes, el efecto cenicero de su boca pastosa y los espasmos de agónico reproche, de un hígado derrotado pidiendo confesión.
Poco a poco va recuperando el control de sus sentidos: se palpa el pecho, la cara, las…, sí, va en pelota picada. Manda su mano derecha en cautelosa exploración por el entorno; extraña la textura de las sábanas, la dureza del colchón; receloso entreabre los ojos, apenas una rendija por la que se cuela una instantánea fotográfica que no le es familiar, sin duda una habitación de hotel, el rechinar metálico de un carrito deslizándose por el pasillo lo reafirma en ello. No está solo en esa cama, siente la presencia de otra persona, escucha su acompasada respiración, al tiempo que la suya se agita expectante. De entre la bruma del pasado más reciente, le llega el recuerdo de su última conversación con Amparito, después de haber dejado a los niños con los abuelos de Chinchón —la primera vez en doce años de matrimonio—, mientras se acicalaban para el cotillón. Nochevieja de 2022, un hito histórico para la familia López Lozano, los Lolo’s, como les llaman, en el colmo de la originalidad, sus amigos de toda la vida.
—¿Qué pasa, que ya no me quieres, no te gusto, no soy capaz de ponerte a tono? —se quejaba Amparo, sin poner en ello demasiado énfasis, mientras seguía aplicándose capas de maquillaje frente al espejo del tocador—. He cogido algún kilo, sí, pero tú tampoco estás como para perder la cabeza, cariño.
Benito, sentado en el borde de la cama, sintiendo la incómoda presión del bóxer nuevo —«donde estén los gayumbos autóctonos, de toda la vida, que se quiten estas castradoras modernidades»—, luchaba con los calcetines ejecutivo.
—Si no es eso, mujer, yo te sigo queriendo como el primer día, te lo juro, y sí, estás más llenita, pero ni se te nota, amor. Pero entiéndelo, empezamos a festejar de críos, nos casamos hace doce años, entre pitos y flautas, llevamos casi quince de estar juntos: la rutina, los críos, la hipoteca, en fin, que se pierde la chispa, no me digas que no. Necesitamos un giro emocional, un cambio de rumbo, el potenciador que ponga a cero de nuevo el cuentakilómetros de nuestra relación.
—Y estás convencido de que follándote a otra, la hipoteca va a amortizarse sola, ¿no es eso? —se mofó ella, divertida, mientras se aplicaba dos paletadas de antiarrugas en la frente, el rabillo de los ojos y las comisuras de los labios.
»Está bien, está bien, está bien —se adelantó ante el bufido exasperado de su marido—, ¿quieres una relación abierta?, pues nada, por mí no ha de ser, que una también tiene su público, no vayas a creer otra cosa. Pero luego no me vengas con agobios, celos o extravagantes comidas de tarro, vida mía, que nos conocemos; esto no es como hacer una réplica de la catedral de Burgos por entregas (primer fascículo y piedra fundamental por 1,00 €), que a los dos días te aburres y lo aparcas in aeternum. La que avisa…
Ahora sí lo tenía claro, el recuerdo del ultimátum llegaba nítido, preciso, definitivo, como el último golpe de cincel que da el escultor a su obra cumbre. El paso estaba dado, Amparito había aceptado el reto y allí, junto a él resoplando plácidamente, descansaba la evidencia de su golpe de timón. Lástima que no recordase nada, pero nada, nada, de lo que había pasado aquella noche. Un repentino pinchazo anal le puso en alerta y con los ojos como sendos platos de cerámica talaverana.
—«¡Hostias, a ver si ha sido demasiado abierta la relación esta!, digo» —pensó angustiado, a la vez que giraba, con escrúpulo, la cabeza en dirección al bulto con forma humana, que palpitaba a su derecha. Era una señora, confirmó con alivio, a tenor de la sedosa melena rubia que se desparramaba por la almohada, «¡y con unas curvas extraordinarias!», maldijo para sí la nada mental que se extendía entre las doce campanadas y su patética mismidad actual. «¡Jodido gilipollas! Seguro que Amparito está entre las garras de algún cabronazo lúcido, que guardará para siempre el recuerdo de cada uno de sus pliegues y recovecos —se torturó sicológicamente—, mientras yo aquí, impotente, tullido, con un resacón del quince, que me impide mover un dedo sin que me retumben los sesos. ¡Patético borracho, cornudo, camastrón! Relación abierta, relación abierta. ¡Madura de una puta vez, tontolculo, la madre que te parió!
—¡Ay, por dios, Benito! ¿Quieres parar quieto de una puñetera vez? —protestó el bulto de sedosa melena rubia, dándole un golpe en la cadera con el culo—. Déjame dormir un poquito más, hombre, que en nada habrá que ir a Chinchón por los críos.
—¿Amparo, Amparito, eres tú, corazón mío?
—¡Coño, no, la reina de Inglaterra, no te jode!
—¿Y esto, la habitación, el hotel?
—Cortesía de la casa, para que dejases de hacer el gilipollas, bailando los pajaritos, piojo perdido, encima de una mesa, en calzoncillos y tirándole los tejos, pobre mujer, a una señora de Murcia, que había venido a pasar la Nochevieja con los nietos.
—¡Te quiero, Amparito, mi vida! ¡Eres el sol de mis días, la sal que condimenta mi espíritu, el sostén de mi equilibrio emocional! ¡Qué gusto volver a la normalidad!
—Sí, sí, Benito, rey; pero mañana, con calma, hablaremos de la hipoteca, la relación abierta y la sociedad de gananciales, que me tienes hasta el putiglán de la taba, ya, con tus gilipolleces. Y la custodia de los críos para ti toda, mi amor, que estoy generosa, ya ves. ¡Hala, esto sí que es quedarse a gusto, por dios!
Sentada en una mesa, aferrada al móvil, Julia miraba de vez en cuando la puerta esperando ver aparecer alguno de sus compañeros de clase. Los había invitado a todos y no había ido ninguno. Sin poder contener más las ganas de llorar corrió hacia su habitación y pasó allí el resto de la tarde.
Inconscientemente, aquel día decidió vengarse de aquella tarde de cumpleaños.
Empezó a fijarse en las cosas positivas de los demás y a obviar lo negativo.
Dejó de compararse. Lo que más envidiaba de otra persona podía ser algo que la otra persona odiara.
Perdió el interés por juzgar, porque era imposible: ¿Cómo juzgar a alguien que había nacido con otra genética, que había recibido otra educación y había tenido experiencias distintas?
Aprendió a dar agradeciendo la oportunidad que el otro le daba de ser generosa, y sin olvidar que dar por obligación era lo mismo que no dar.
Descubrió que una cosa era querer ayudar, otra saber ayudar, y otra poder ayudar, y que la mayoría de las veces ayudar tenía más que ver con estar ahí que con estar encima.
Aprendió a poner límites, porque paradójicamente eso la acercaba a los demás. Lo que la alejaba era el miedo a ponerlos. Lo que limitaba era no poner límites.
En un mundo donde el miedo y la mentira campaban a sus anchas, ella se abrió paso con la honestidad como brújula.
El día que Julia murió. el Universo entero sonrió. Finalmente había llevado a cabo su venganza.
No recuerdo el verano en el que comencé a mirar el mar desde el respeto. Poco quedaba de aquella niña que, ilusionada y con deseo, se descalzaba y corría a envolverse entre las olas. Sus ojos nunca veían el peligro. El miedo no lograba conquistar su cuerpo. El color que, cualquier día, tiñera la bandera era, simplemente, un color. La fuerza con la que las olas llegaban a la orilla incrementaba la diversión del juego.
Hasta que, un día, ese juego dejó de ser divertido. Comencé a ver la vida en el mar. Las olas eran empujadas y movidas por el viento, a su antojo. Como si el viento tuviera por nombre destino y quisiera cambiar nuestro rumbo a su conveniencia.
De aquella niña aún guardo su inocencia, pero añoro su valentía. Ahora mis pies ya no se descalzan con ansia. Saben que solamente caminaremos hasta la orilla, donde con el tiempo, se ha construido un muro invisible que no me atrevo saltar. Prefiero quedarme sentada, en su cima, contemplando el vaivén del mar. Soy incapaz de levantarme y zambullirme entre el oleaje.
Quiero navegar libremente, sin miedo, sumergiéndome entre las olas y con el viento a mi favor. Porque cuando este no sopla como deseamos, sacude con fuerza nuestra vida.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Querido Redy: he decidido llamarte así por tu color rojo. Sé que eres un diario, pero no uno cualquiera, eres mi diario.
Te he comprado para que juntos surquemos los mares de mi pensamiento y cambiemos de rumbo virando directos en dirección única hacia la felicidad.
Dentro de ti mi pluma derramará sobre tus hojas su tinta en simbiosis perfecta con la tinta de tus días, tus números, seguramente además de contarte mis secretos más íntimos e internos te regalaré versos. Mis poemas inundarán tus páginas.
Si quieres que te diga la verdad el verdadero cambio de rumbo sucedió hace casi tres años. ¿Sabes?, de algo malo saqué algo bueno, volví a escribir y a día de hoy sigo haciéndolo. Mejor o peor, es un asunto que dejó de preocuparte, pero seré sincero contigo, prefiero escribir bien y por ende me gusta mejorar.
¿Quién sabe?, a lo mejor este año se produce un cambio de rumbo en mi vida, la verdad es que la incertidumbre del futuro dejó de preocuparme y comencé a vivir el día a día. Para ti son sólo páginas pero para mí es tiempo. No te lo tomes a mal, no es una ofensa, en muchas ocasiones me cambiaría por ti, especialmente cuando voy a trabajar.
Bueno Redy te tengo que dejar por hoy, pero te prometo que te tendré informado de todo suceso que cambie mi vida y si se producen cambios que sean para bien.
Atentamente: el que escribe dentro de ti. ¡Juntos cambiaremos el rumbo!
IRENE ADLER
ROOMBA
La moqueta es de un verde azulado y sus rizos sintéticos, según la hora del día, bajo el sol perpendicular y tamizado, se agitan suavemente, como olas oceánicas o cachalotes blancos.
El maderamen de las sillas y las mesas tiene la tersura melada de un mastelero de gavia; los callados barnices promisorios de cualquier mascarón de proa.
A su alrededor, los niños gritan, alborotan y se enzarzan, son como esos vientos furiosos que azotan Hornos en las madrugadas, y que los marinos llaman Los Cincuenta Aulladores. La ropa suelta y extraviada le hace pensar en islotes sin nombre en las cartas náuticas; en la oscura sombra inmensa de los leones marinos que duermen al abrigo de las playas de Isla Desolación.
A veces toca fondo sin querer en su deriva, se detiene bruscamente poniendo su pequeño corazón al pairo, y emprende después una derrota nueva, hacia horizontes artificiales, con un ojo en el reloj y el otro en la corredera. Retumba en su interior el agitado anunciar de la grímpola, allá en lo alto, seguido del arrastrar inquieto del escandallo. Cambia la textura del mar bajo su quilla, el viento rola al este haciendo flamear la lona, corrige el timonel con suavidad el rumbo. Los cuartos de la Rosa de los Vientos se le adhieren a los párpados, un carámbano de hielo se forma al extremo de sus vergas, siente fríos el corazón y los dedos, descienden a la vez, la esperanza y el barómetro.
Y oculto en la oscuridad de un armario, sueña esa noche con Fuegos de San Telmo que tiñan de verde las cofas del barco; con bizcochos de mar y con salomas entonadas por gargantas ardientes de ron y escorbuto, bajo la Cruz del Sur, allí donde se abrazan los océanos.
Mientras a su alrededor la escoba, la fregona y la vieja aspiradora, se burlan de él y de sus fantasías de una libertad sobrecogedora: la auténtica libertad que solo empieza a catorce millas de la costa más cercana.
Pero si pueden los androides soñar con ovejas mecánicas. ¿Por qué no iba un robot aspirador a soñar con bergantines y goletas?
ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ
El bullicioso transitar de la gente no interrumpía el procesar de la cabeza de Sarah, ya que escuchaba música a través de los auriculares. Concretamente disfrutaba de algo de música pop en lengua francesa. No era su lengua materna, pero en su país de origen había aprendido a hablarla prácticamente a la perfección. Nació en el norte de Africa, por lo que su idioma era el árabe, aunque hacía varios días que no lo practicaba, solo mediante mensajes de texto con su madre.
—¿Qué tal el viaje hija? Espero que no sea muy cansado. Ya te echo en falta. Inchallah. Te va a ir bien. Cuídate.
—Bien mamá, esperando que salga el autobús. Te llamaré al llegar desde casa de tía Fátima. Bisous⸺.
Era una mañana soleada y de cielo despejado en Barcelona. Era temprano y la temperatura todavía no había alcanzado los grados suficientes para que Sarah se deshiciese de la castigada chaqueta vaquera que vestía. A pesar de que disfrutaba de la música, no apartaba la vista a través de la cristalera del bar de la estación.
Aquel chófer que dentro tomaba café, tenía pinta de ser el que la llevaría a su destino. Pues era el único que revisaba su reloj y vestía el uniforme de la compañía. Ella esperaba fuera, sentada en un banco aun húmedo por el rocío matutino. Del parabrisas de aquel enorme autobús, colgaba un cartel bien visible en letras azules, “PARIS”. Cuando aquel gordinflón de aspecto desaliñado levantó el enorme trasero de la silla y se dispuso a pagar el café, Sarah imitaba el gesto dando un resalto de aquel banco. Cogió su maleta, se acomodó la mochila y bajó el volumen de la música. Ambos se dirigieron al autobús desde distintas direcciones pero con mismo destino. Sarah opto por acabar de quitarse los auriculares y guardarlos. El conductor se acercó al bus, abrió la puerta delantera, entró, abrió el porta-maletas y encendió el aire acondicionado. Bajó de vuelta para recolectar los billetes. Ella ocupó su puesto en la cola, y llegado el momento, ofreció su billete al conductor, el cual lo agarró y lo selló con un garabato de bolígrafo.
—Va a ser un largo viaje, guapa—, escupió el conductor mientras miraba de arriba abajo a Sarah.
—Sí, me hago una idea— contesto ella irónicamente, sin ni siquiera dirigir la mirada al chófer. Dejó el equipaje y subió al autobús. Recorría el sinuoso pasillo hasta que encontró un sitio que le pareció confortable. Metió la mochila bajo su asiento, apostó el trasero y cuando se disponía a sacar de nuevo los auriculares, una voz la sorprendió.
—¡Hola bonita! ¿Te importa que me siente yo en la ventana?— preguntó una señora de aspecto aseado pero de mirada inquietante. Su permanente plateada delataba su avanzada edad, también los surcos que formaban sus arrugadas comisuras al sonreír.
—No, en absoluto— contesto ella escuetamente, ya que su castellano era reducido aunque suficiente para entender lo básico. Había aprendido algo de vocabulario gracias a las telenovelas pero no tenía gran interés en aprenderlo, ya que España solo sería un lugar de paso. Sarah dejó paso a la mujer a la vez que oteaba el resto de los asientos disponibles. Por desgracia, la gente ya ocupaba la mayoría, así que decidió quedarse en el lado del pasillo, junto a aquella señora.
—¿Vas hasta Paris?— preguntó la señora mientras clavaba sus ojos en los de Sarah
—Sí, hasta Paris— contestó de nuevo prácticamente repitiendo la pregunta.
—Yo me bajo en Toulouse—, prosiguió— mis hijos viven allí, mi hija y mi hijo. Mi marido era de allí pero el pobre falleció hace dos años. Mis hijos se fueron a ocuparse de
él cuándo enfermó. Encontraron trabajo y de momento están allí, heredaron la casa de Manuel, el pobre era muy bueno pero bebía mucho⸺. La anciana seguía en el empeño de contarle su vida a Sarah. Solo descansaba para secar sus húmedos lagrimales cuando se emocionaba en algún tramo de la historia. La pobre Sarah asentía y asentía como si entendiese cada palabra de la mujer. En el fondo pensaba que aquella historia le haría estar entretenida un tiempo y no darse cuenta de lo lentas que pasan las horas en un autobús. Cuando quiso darse cuenta, la mujer había apostado la cabeza contra la ventana y entre sollozo y sollozo había caído a los pies de Morfeo. Sarah aprovechó entonces para poder escuchar algo de música y a la vez resolver en su cabeza el hipotético futuro de su nueva vida. Pasadas unas horas, Sarah era despertada.
—¡Bonita, bonita!— despertaba la mujer a Sarah, que sin darse cuenta, también había caído rendida fruto del cansancio.
—Disculpe—, contestó mientras se incorporaba y dejaba paso a la mujer.
—Yo me bajo aquí, estamos ya en Toulouse. ¿No se ha hecho tan largo verdad? Espero que todo te vaya bien bonita —, decía mientras acariciaba maternalmente el rostro de Sarah. Una vez que el autobús retomó el trayecto, Sarah aprovecho para ocupar el puesto en la ventana que tanto anhelaba desde que se lo arrebatase la anciana. Fue entonces cuando acomodó su cuerpo y apostó la sien contra el cristal. Había perdido el sueño pero su cuerpo seguía acusando el cansancio. Tanto fue así, que su mirada divagaba por el horizonte, mientras éste pasaba fugaz delante de ella, paralelo a la velocidad del viaje. Se sumió en sus recuerdos de niñez, recordando su aldea, sus juegos de infancia y el olor a especias de su hogar, a comino y cúrcuma, a su madre llamándola para comer, y todos los consejos que ésta le daba acerca del futuro, como le repetía constantemente, que para salir adelante debía estudiar y abandonar aquel poblado, que aprovechase su inteligencia y su astucia, que incluso supiese sacar partido también de su belleza. Sus rasgos eran árabes y exóticos, se mezclaban con su bronceada piel canela, los ojos almendrados color miel, y su cabello era lacio y negro azabache, tan negro que reflejaba al brillo de sol, cual pelaje de pantera. Así pasó su niñez, creciendo y dándose cuenta de que aquella tierra estaba vacía de oportunidades para ella, que jamás conseguiría saciar su curiosidad ni sus ambiciones. Era pretendida por muchos padres para sus hijos, recibiendo su madre multitud de ofertas para casar a Sarah con alguno de los muchachos del poblado. También algún veterano viudo lo intentó con la voluntad de hacer de ella su nueva mujer, o una más para su harén, sin importar la diferencia de edad. Estos últimos ofrecían a la madre tentadoras ofertas, preciadas posesiones, ganado, incluso una paga para el resto de sus días, pues Sarah les parecía una mujer muy hermosa a la par que fértil. A pesar de ser viuda y costarle un estoico esfuerzo sacar a aquella familia adelante, Hadiya jamás pensó en prometer a su hija con nadie que no fuese elegido por ella. Por supuesto, ésta le hacía llegar las ofertas, pero Sarah no encontró nada que le interesara. Sabía el tipo de vida que lleva una mujer de su condición en aquellas tierras, que estaría sometida a su marido y todas y cada una de sus voluntades, que sería rebajada a la condición de cuidadora del hogar y de sus hijos, que poco importaría lo que ella tuviese que decir o pretender. Pronto entendió que aquello no tenía nada nuevo que ofrecerle, salvo lo conocido, trabajo, resignación y un esposo dominante. Decidió aceptar el consejo de su madre. Trabajó duro en el campo hasta reunir una buena suma de dinero, que al juntarlo con los ahorros de su madre, le permitiese emprender así un viaje en busca de una nueva vida.
OMAR LA ROSA
Bueno, ya esta, todo listo.
El destino elegido estaba ahí, al final del camino.
El rumbo fijado.
El camino cuidadosamente planificado, con lujo de detalles.
Las paradas previstas, los transportes contratados y los tiempos asignados…
Solo restaba partir.
Satisfecho apuró el último trago y se metió en la cama.
Al día siguiente, lo encontraron muerto en ella.
A última hora había habido un inesperado cambio de rumbo.
GAIA ORBE
Son las 11.37 del día 31 en la Argentina, pero como yo tengo muchas patrias abro la página en blanco cuando mi corazón lo demanda. Me siento en el escritorio improvisado con una máquina de coser antigua, de esas de pedal, y una silla de oficina tapizada en verde también añosa. Pongo la copa de cristal con champagne de fresas a la derecha, el cenicero a la izquierda. De pronto escucho las bombas que tiran los especímenes humanos que creen ser la especie dominante en la tierra. Veo a través del vidrio a los gorriones volando de árbol en árbol y abro la ventana. Se posan tres en el alfeizar. Los invito a entrar, pero ellos prefieren seguir con su grupo para guarecerse en el bosque más lejano. Los saludo con mis manos. Tomo un sorbo de esa bebida dulzona y ácida llena de burbujas, prendo un cigarrillo, acomodo la brújula frente a mí y me dispongo a comenzar el viaje.
El rumbo de aguja no es un rumbo real porque como bien sabemos los navegantes esa aguja, la que llaman náutica, está afectada por la declinación magnética y el desvío de aguja. Tampoco es verdadero el rumbo magnético, aunque la aguja no se desvíe del norte. Entonces como capitán experimentado marco el rumbo de proa, el verdadero, el que toma de referencia el meridiano geográfico en la carta náutica. Arranco los motores a máxima velocidad y salgo a mar abierto. Soplan los vientos del sur, miro la brújula y me doy cuenta de que no tuve en cuenta el efecto de abatimiento. Ahora estoy siguiendo el rumbo de superficie y veo muy lejos las luces en la costa. Pasan cinco minutos, diez minutos, no muchos más, y el rumbo sometido a la corriente cambia. Estoy a la deriva lejos de mi norte verdadero. Aflojo las cuerdas y los cabos. Las velas se vacían de aire y la velocidad se reduce. Pongo mi barca proa al viento. Me detengo. Aunque el frío del aire es delicioso mi cuerpo pide abrigo. Cierro la campera rompevientos hasta el cuello levantado mi cabeza y en la vastedad del cielo las estrellas dibujan con sus casi imperceptibles movimientos miles de ir, venir, errar, girar en redondo, doblar y volver a girar. Paso al otro lado de la embarcación, cambio de manos la caña del timón y los cables y ya estoy lista para cambiar la dirección. Esta vez elijo navegar de través con mis velas en ángulo de cuarenta y cinco grados con el casco. La dirección más fácil de seguir en el rumbo de proa es mecer el alma perpendicular a los vientos.
JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA
GIROS.
El hombre más poderoso del mundo era un farero. Sentía cómo la Naturaleza se estrellaba contra él sin derribarlo y dominaba a la luz que evitaba el desastre. ¡Sí! Podía decirse que el hombre más poderoso del mundo era un farero.
¿O no?
<<…siempre recordaré el tiempo que pasamos juntos, fue tan maravilloso que no puedo más que desearte lo mejor. Estoy segura de que conocerás a la persona que realmente te merezca…>>. No podía dejar de leer aquellas líneas y compararlas con las de otra carta recibida un par de años atrás. <<…Tengo tanta suerte de haberte encontrado que sólo se me ocurre una forma de darte las gracias; amarte hasta el final de mis días…>>. ¡Sí!, podía decirse que unas simples palabras podían vencer al hombre más poderoso del mundo.
¿O quizás no?
¡Las olas azotaban las rocas con crueldad cuando le desvelaron el secreto ! Ella, disfrutando de su nueva vida y olvidándolo, viajaba en aquel barco que intentaba rodear su Cabo. Cuando el piloto ansiaba la señal para continuar con la maniobra, la venganza hizo acto de presencia.
Unos minutos después, el buque giró libremente alejándose hacía aguas mucho más frías.
Y el farero quedó inmóvil contemplando la silueta que iban dibujando las luces del buque más famoso del mundo.
ROSA ROSANA
BANDERA BLANCA
No quiero quemar nada
Quemarlo sería deshacerlo
Arden demasiados recuerdos
Brasas que persisten en su empeño.
El tiempo. Sólo el tiempo
Las convertirá en carbón negro
Se me tizna el alma
La distancia y el silencio.
Con las velas a media asta
En señal de duelo
Sin muchas ganas
Me esfuerzo.
Cambio de rumbo
Nuevos roles
Nuevas direcciones
Soltando lastre.
Me abrazo al mástil
Sopla de barlovento
Sopla el viento en la cara
Trayéndome recuerdos.
Llegaran otros vientos
Soplaran aires nuevos
Sólo es cuestión de tiempo
Un poco de tiempo.
ADRIA MANTICORA
Disfraz
Todo el año me disfrazo, incluso en estas fechas, incluso en la cama, o cuando me estoy duchando. Siempre me pongo cadáver lleno de privilegios, fuera de la marginación, al cual todos aman, apoyan. Cada día siento que apesta más aquí adentro, duele intentar salir por que mi carne ya es la suya, lo que no tenía vida ha resucitado, brillante por fuera y putrefacto por dentro. Pienso que realmente lo que se carcome no es el disfraz si no yo. Ya no manejo mi garganta si no él y más que escucharse varonil dice cosas que no estoy de acuerdo. Quiero callarlo, pero igual mis brazos ya no los controlo si no el tejido maldito que asciende hasta mi hueso. Me traga, pero sigo siendo yo detrás de esta frente, los ojos que ven son los míos y mi enemigo me devora, me convierte en alguien que no soy. Sigo viendo cómo me traiciono a mi misme.
Los refuerzos se manifiestan de manera de una llamada, el escuchar a alguien más evocándome con mi verdadero me provoca una inflamación en la garganta que agrieta la piel y borbotea la vergüenza goteando en el piso. Descontrolade exploto la garganta del disfraz para meter los dedos entre su musculo y mi piel ya devorada, forcejeo contra el paracito destrozándolo, me maltrato en la batalla llegando a ver mi pulpa, mi estructura expuesta. Cuando por fin finaliza. El espejo escarlata frente a mí me muestra lo que había perdido, por fin me reconozco.
EFRAIN DÍAZ
Con sus luces y sus sombras el renacimiento fue un periodo revolucionario. La iglesia intentaba salir, sin mucho éxito de momento, de su periodo oscuro. Las artes dieron un giro de 180 grados de la mano de Lorenzo di Medicci. Por algo le llamaban Lorenzo el Magnífico. Y la navegación logró la mayor hazaña registrada de todos los tiempos. Darle la vuelta al planeta. Periplo que comenzó Magallanes y culminó Juan Sebastián Elcano.
Las especias jugaron un papel muy importante durante ese periodo. Era la fuente de riqueza de la época. Al no existir la medicina convencional como la conocemos hoy, los medicamentos del renacimiento eran elaborados con especias. De ahí que los navegantes intentaran descubrir nuevas rutas a las Indias. Intentaban descubrir una ruta más corta, pues un viaje más corto con un barco lleno de especias, especialmente nuevas y desconocidas, les permitiría menos gastos y mayores ingresos.
Cuando Cristóbal Colón salió de Puerto de Palos, lo hizo convenciendo a todo el mundo que descubriría una nueva ruta hacia las Indias. Que descubriría nuevas especias, pues durante su estancia en Portugal, había tenido acceso a ciertos mapas y a ciertos testimonios que así lo afirmaban.
Pero su plan era otro. Cristóbal Colón había cambiado de rumbo. Una secreta y muy pequeña expedición que dirigió en 1485, lo llevó al Caribe. Ahí encontró indios. No los indios con los que estaban acostumbrados a mercadear especies. Estos nuevos indios eran diferentes. Eran rudimentarios. Estaban muy atrasados. Pero además de nuevos indios, encontró oro. Tanto oro, que podía verse a simple vista.
Para que querría las especias, si estos territorios le proporcionaban la riqueza que tanto había ahnelado. Por la que tanto había arriesgado.
Se volvió a España. Con la información y el conocimiento que ya tenía, negoció las capitulaciones de Santa Fe.
Entre polvos y promesas, logró que la Reina lo nombrara Almirante de todos los mares. También logró que lo nombraran Virrey de cuanta tierra descubriera para la Corona. Por último, exigió un tercio de toda la riqueza extraída para la Corona. En este último acápite la Reina levantó sospechas. Que sabría Colón que ella ignoraba y que le proporcionaba tanta seguridad a la hora de negociar, pedir y exigir? La Reina, que tonta no era, transó por un quinto. Quinto que al enterarse de la realidad y sentirse burlada, le negó, contratando a los mejores abogados de la época para anular esa clausula del contrato.
Y con las Capitulaciones de Santa Fe debidamente otorgadas, firmadas, rubricadas y selladas, Cristófaro Colombo no solo cambió de rumbo hacia América, sino que cambió el rumbo de la historia.
IVONNE CORONADO
Cambiar de rumbo no es fácil. Amaba mi rutina. Levantarme a las cinco de la mañana, prepararme a salir, desayunar y regresar ya tarde. Me gustaba mi trabajo de secretaria ejecutiva, tenía buenos compañeros de trabajo.
Llegaba a casa cansada, en companía de mi hermana menor, a quien iba a encontrar a su trabajo a la salida del mío.
Era Navidad, la gente corría presurosa a sus casas y nosotras habíamos tenido buen aguinaldo ese año. El año nuevo los graffitis en las paredes se volvieron amenazas contra el gobierno, y comenzó el infierno de la guerra civil.
Al tercer año de revueltas, asesinatos, incendios, mi prometido y yo nos casamos y decidimos emigrar. Nuestras vidas cambiaron de rumbo ese día. Nuestra rutina se volvió incertidumbre, una lucha continúa por salir adelante, una nostalgia nueva por los que dejamos atrás.
Hoy, sentada frente al árbol navideño, el primer día de un año nuevo, pienso: «Cambiar de rumbo es navegar en otras aguas…»
EL FARO
“Pin uno pin dos pin tres.. así debió ser cuando mi madre “metrajoalmundo”, así de junto y apretado; y ese parto se hizo cuento sobre todas las mesas de cumpleaños.
¿Que define esa suerte que te clavarán en la nuca? Un trébol de cuatro hojas o la espada de Damocles?
He tenido unos sopladores de chispas para que el carbón no se apagará, no es tan solitaria la vida, y con mi obstinada sesera todavía fluye mi llama. Cortita..pa’que tanto!
Ya cuando el blazer me quedaba corto de mangas y el dobladillo del uniforme bajaba, en ese claustro donde los libros crecían bajo las piedras, yo creí en el destino de cisne para los patitos feos.
Ella me había puesto en ese convento antiguo donde caminaban monjas por todos lados.
Casi no se dió cuenta; cuando ella creía que no sabía; yo sabía.
Su indiferencia era tan intensa que muchas veces me pregunté si ella vivía en la misma casa.
No funcionó, nunca miró el lago donde yo desplegaba la elegancia, donde atrapaba brisas, donde estaba haciendo surcos en el agua. La expectativa se ahogó cuando a ella le daba lo mismo. Y entonces cambié el camino.
¿Era cruel? no sé.. pero los rumbos tienen mucho de salvataje cuando miras el faro.
La borré, para que no me borre.
Y esos cuentos que ella desplegaba en la mesa de mi cumpleaños los fui quemando ..hasta olvidarlos.
OMAR ALBOR
Deseo
Ser
Cada instante
Una nueva
Idea
Que te mueva
Intensamente
Entre nuestra
Lava ardiente
Que nos hace
Amantes
Frenéticos
Sin final
Con amor
Locura
Y si frenas
Yo te empujó
Y saltamos
Mucho
Más allá
Donde
Nadie
Nos pueda
Encontrar.
RAÚL LEIVA
Disiunctio
—Papá. Me voy a bañar. Estoy esperando una llamada, si llegan a llamar no atiendas, avísame y salgo de la ducha ¿sí?
—¿Cómo?
—Que si suena el teléfono no lo atiendas, si podés avisame y salgo del baño, pero vos no lo atiendas. ¿Eh?
—¿Teléfono?
—¡Dejá, papá! Me baño rapidito y salgo.
La mujer se metió al baño casi de inmediato y comenzó a preparar la ducha. La pérdida de su shampoo favorito demoró bastante el comienzo de la actividad. Cuando abrió la ducha, el teléfono comenzó a sonar. El anciano empezó a gritarle a su hija sin éxito alguno. Tenía claro que no debía atender, pero por otro lado sabía que ella esperaba ansiosa esa llamada y temió que se pierda de algo importante. El sonido de la ducha seguía su ruidoso curso y la mujer, definitivamente, no escuchaba nada fuera del baño. Mientras se debatía en esta duda, el teléfono seguía sonando. Como pudo, llevó su silla de ruedas hasta la mesita donde estaba el artefacto sonando y lo levantó. Llevó el tubo a su oído y una voz metálica le dijo lo siguiente: —Buenas tardes. Muchas gracias por comunicarse con la residencia Gladiolos y Camelias. Queremos confirmarle la disponibilidad de un lugar para su padre. Vamos a darle la atención que se merece y sobre todo usted va a poder descansar. Pase cuando quiera por nuestras oficinas y firmamos los papeles de rigor. La esperamos en los horarios de atención habituales. Que tenga buenas tardes.
El silencio que se produjo al finalizar la llamada, le siguió el final de la ducha. Desde el baño la voz de la mujer sonó:
—¡Papá! ¿Sonó el teléfono o me pareció?
El anciano se encontraba entre un estado de tristeza profunda y miedo de decirle a la mujer que había atendido el teléfono enterándose de los planes a futuro sobre su estadía. Con un hilo de voz en la garganta, alcanzó a decirle que no, justo cuando salía su hija del baño.
—Qué raro. —dijo la mujer y se fue a secar el cabello. Luego hizo una llamada desde la habitación y regresó para preparar la cena.
Con el correr de los días, el hombre comenzó a decaer, su salud se hizo más frágil, su apetito lo abandonó tanto como sus ganas de vivir. Unas semanas después quedó en cama y en unos días su cuerpo dejó de vivir.
La mujer no se explicaba qué había pasado. Sus vecinos notaban que el anciano había cambiado su actitud en los últimos tiempos, y su hija les dijo:
—Es raro lo que pasó. Estaba muy bien, lúcido y con ganas de vivir. Si hasta le habíamos planeado una fiesta sorpresa para su cumpleaños número noventa, y le encargué una torta hermosa, que si no llamo a la panadería a último momento, se olvidaban de hacerla. Así y todo, fue como que el brillo de sus ojos se apagó, se dejó ir. ¡Si estaba lo más bien! No entiendo qué pasó.
El día de la llamada y la ducha, un distraído empleado de la residencia para mayores Gladiolos y Camelias, envió una respuesta automática a unos clientes que habían solicitado un lugar para su anciano padre, a un número equivocado. Por suerte los clientes se acercaron al otro día a la institución y pudieron cerrar el trato evitando que el error del empleado pase a mayores, al menos eso pensó el joven quien todavía sigue al frente de la administración del lugar.
MARÍA JESÚS GARNICA
Todo se precipitó aquel día. Nada lo presagiaba cuando por la mañana salió de su lujoso apartamento, vestido con un traje de diseño. El chófer lo recogió a la entrada.
Al llegar a la oficina, el lo más alto del edificio más alto de la ciudad, ya había jaleo.
Para el medio día todo era caos.
El mercado había cambiado de rumbo, todo estaba perdiendo.
Por la noche, solo le quedaban los trajes carisimos y el apartamento hasta qué lo echaran por impago
IKER YELED
En el «País Maravilloso» había comenzado el nuevo año de buen humor. Todo el mundo estaba con emociones positivas y llenas de energía renovada.
La señora X, que vivía sola en aquella ciudad tan lejana, en aquel pequeño ático desde que se había quedado viuda, sonreía como nunca antes lo había hecho.
Era la energía que se respiraba en el ambiente renovado que se respiraba. En la calle se observaba una especie de sintonía, una gran armonía nunca vista.
Las personas que allí habitaban, al igual que la señora X, sentían que algo había cambiado desde que había comenzado el nuevo año.
Ese año alguna persona había creado algún cambio en el «País Maravilloso» para que hubiera esa energía tan agradable, que emanaba de cada rincón de la ciudad tan lejana.
De repente, unos minutos antes de terminar el año anterior, un ser diferente, de un color similar al azul, apareció en la carretera conduciendo un coche y, poco más tarde, desapareció sin dejar ningún rastro.
A partir de ese momento, el «País Maravilloso» descubrió una nueva luz que hizo que todas las personas se sintieran felices. Y descubrieron que eran inmortales y que permanecerían siempre en ese estado de manera perenne.
EDUARDO VALENZUELA
Una noche el viejo capitán murió. Su mano, agarrotada, quedó aferrada al timón con rumbo incierto y nunca más despertó, “se fue en el sueño”, como dicen.
Su mujer lo encontró en la mañana, yerto y completamente húmedo, empapado por el agua salada que trae el terral.
―¡Viejo!… ¡Viejo! ―lo zarandeó.
Pero no hubo respuesta. Entonces, comprendió que había quedado sola en este mundo y derrumbándose en la cubierta, se echó a llorar amargamente.
¿Qué seria ahora de ella? ¿Qué haría a su edad, sola y a la deriva?
Recordó su juventud, cuando el capitán y ella, desnudos, se prometían amor, como delfines en celo. Cuando creyó todas sus palabras y se fue con él, a navegar por el mundo.
―¿Iremos a playas de arenas blancas y suaves, donde el agua color turquesa sea templada?
―Iremos a donde tú quieras ―le decía él, abrazando su cintura que adornaba con estelas de mar.
Pero el tiempo pasaba y jamás llegaban a las costas prometidas… Que los vientos, que las corrientes…, las excusas no faltaban para mantener el rumbo incierto del capitán.
Recordó que hubo un tiempo… el tiempo de los hijos, en que las risas de los niños alegraron la cubierta, el alcázar, la toldilla y no importaba el barlovento ni a dónde el velamen los llevara. La crianza lo era todo…
Pero los hijos crecieron y se marcharon, embarcándose en sus propias naves. Para entonces ella ya casi había olvidado las promesas.
―Viejo ¿Cuándo llegaremos a las playas de arenas blancas y suaves?
―¿Eh? ¿Para qué quieres saber eso? ―respondía siempre el capitán, sin soltar el timón― La corriente que seguimos no es cálida, pero es estable. Déjame llevar el rumbo que yo sé de estas cosas.
Y ella siguió creyendo en él, aunque, con los años, los corazones y las aguas se enfriaron más y más.
Ahora, la nave vieja crujía, meciéndose en las olas como si estuviera abandonada, siguiendo el rumbo que la mano muerta del capitán aún le daba. Entonces, ella secó sus lágrimas, saladas como el mar, que aún se escondían en los surcos que en su cara habían tallado los años. Se puso en pie, apartó el cadáver rígido del capitán y cogió el timón con sus propias manos. Y aunque el mecanismo estaba tan tullido como el difunto, ella aceptó el desafío y enfiló un nuevo rumbo. Uno donde esperaba encontrar playas de arenas blancas y suaves, y donde el agua, color turquesa, fuera templada.
JOSMA TAXI
Hola, soy Josma. Mamá, Papa y yo, estamos de viaje disfrutando de unas bonitas vacaciones. Hemos tenido que dejar unos días a mi perro: Pastor, al que cuidarán las amigas de mamá; lo echo en falta, es mi mejor amigo.
Tengo muchos compañeros que me llaman cariñosamente gordito negro, a mí al principio eso me molestaba, pero mamá me dijo que soy más fuerte y más alto que ellos porque como muchas sopas, no hay alimento más bueno y nutritivo, me ha explicado, no como esos niños que se atiborran de carne y embutidos. Mi piel es más colorida, bonita y brillante porque tomo mucho el sol.
Llevamos ya más de dos semanas de viaje, en nuestra moto, que a Papa le cambiaron unos hombres del pueblo, por su coche último modelo, que ya no precisábamos. Que gente tan buena, antes de que pensáramos en la necesidad del cambio ellos convencieron a Papa para hacerlo. Una moto siempre es mejor que un coche.
Al principio creí que me iba a aburrir, pero estoy todo el día soñando con las maravillas que veré cuando lleguemos a nuestro destino: animales salvajes, ríos caudalosos, campos llenos de árboles y frutales… Seré más feliz que nunca, aunque aún no tenga Pastor.
No sé el nombre de la ciudad a la que vamos, esta mañana, cuando tuvimos que empujar la moto– se le había acabado el agua, tenía mucha sed y no funcionaba–, llegamos a un cruce de caminos, con nombres de pueblos: Norte, Sur, Este y Oeste. “Josma escoge nuestro camino” me dijo Papa. Siempre me deja a mí las decisiones más importantes, me puse nervioso, “no te preocupes Josma” me advirtió Mamá, “seguro que eliges bien, siempre tienes mucha suerte, si no fuera así siempre podremos cambiar de rumbo”.
Yo no lo tenía claro, pero me decidí, entre las risotadas de ellos y sus aplausos, por ese pueblo llamado Sur, y hacía allí nos dirigimos.
Tardamos unos días en llegar, Papa le daba mucha agua a nuestro caballo mecánico, que no funcionaba bien y tuvimos que empujarlo entre todos.
Una noche, en que Papa había hecho una fogata y mamá guisaba una extraordinaria sopa, con hierbas mágicas recogidas por el camino, nos fuimos pronto a dormir, esperando que a la mañana siguiente llegaríamos a Sur.
Así fue, a media mañana, con nuestros mejores vestidos, nuestra motocicleta y nuestra hermosa piel morena, llegamos a Sur. Al principio me extrañé, no había salido nadie a recibirnos, pero de pronto la calle se llenó de festejos: unos hombres lanzaban estruendos por unos cañones metálicos, las mujeres tocaban unas cacerolas con unas cucharas, los niños cantaban unas bonitas palabras de bienvenida: ¡Fuera, fuera, putos cerdos negros!
Yo no podía estar más contento, hasta se me saltaron las lágrimas de felicidad.
Toda la gente nos condujo hacia una casa muy rica, llena de ventanas con persianas y cortinas, y una puerta tan grande, como la que mamá vio una vez, en casa de sus señores, durante su infancia, aquello era un sueño.
Papá se acercó a la casa y de pronto salieron una mujer muy alta y muy guapa y un señor que la acompañaba, luego papá nos contó que se llamaban alcaldesa y concejal, unos nombres un poco raros, pero muy sonoros, seguro que no había personas más buenas en el mundo.
Estuvieron un buen rato hablando con Papa, dándonos la bienvenida, hacían gestos amorosos, extendiendo sus manos, con los puños cerrados, enseñando los dientes al sonreír y diciendo unas palabras de bienvenida.
Tras un buen rato, volvieron a sonar los truenos de la bienvenida, las cacerolas y los pitos que llevaban los chiquillos en las bocas.
Llegó papá, sonriente y con cara de satisfacción: “Mamá, Josma, estas personas tan amables y simpáticas, nos han reservado una casa especial” algo más alejada, para que no nos moleste nadie, llena de comida y de agua para nuestra moto, creo que dentro de unos días deberíamos volver para darles nuestro agradecimiento.
Ahora hay que seguir el camino, no es largo, pero me han advertido que tal vez haya un juego, otro cruce de caminos, en el que haya que escoger por cual seguir, a ti, Josma, eso te encanta, sonrió. Papá mientras me hacía un guiño con el ojo. “¡Ah! -añadió- me dicen que llevemos cuidado y cambiemos de rumbo, pues de lo contrario volveríamos aquí”. “Sí papá”, contesté.
Yo esperaba nervioso por llegar y que nos enviasen a Pastor, iba a ser mágico, las mejores vacaciones de mi vida, no las olvidaría nunca, estaba seguro.
GUILLERMO ARQUILLOS
CUANDO ESTABA PERDIDO
El mensaje era una nube de letras desordenadas, comas y espacios en blanco. El hombre pensó en un fallo de su reloj, quizá le hubiera entrado agua salada o lo hubiera golpeado contra el casco, cuando se quedó sin motor y el viento estaba maltratando su velero. Llegó a creer que iba a naufragar.
Miró al móvil, vio el mismo texto y empezó a ponerse más y más nervioso. ¿Cómo podía ser que estuviera allí? Desde antes de que empezase la tempestad, no había tenido conexión a Internet. ¿Cómo podía haberse subido al servidor del Calendar?
«Para eso —supuso el hombre— durante el rato que me he quedado dormido, el viento me ha tenido que acercar a la costa para que este trasto haya tenido cobertura de Internet. Así que no puedo estar muy lejos de una torre de telefonía».
Faltaban dos horas para amanecer. No sabía su posición, porque ni el GPS, ni los sistemas de navegación por satélite le funcionaban. El barco se había convertido en un trozo de madera muerta con una vela y se imaginó que se parecía a un ataúd.
El agua estaba oscura. El cielo, lleno de nubes. Apenas veía más allá de unos pocos metros que podía iluminar. Se sintió solo. Se dijo que, cuando amaneciera, podría orientarse al ver la costa. Al fin y al cabo, el teléfono se había conectado con tierra firme.
Su mente se puso a trabajar muy deprisa: «Eso es —se dijo—, mientras estaba en la tormenta, ha debido de encenderse en móvil. Si tenía el calendario abierto, se ha escrito esta incoherencia. Pero yo creía que no estaba tan cerca de tierra…».
Entonces se acordó de que aquellas costas eran peligrosas y estaban llenas de acantilados. Había muchos peñascos ocultos bajo el agua y cualquiera de ellos podía atravesar la madera y hundir el barco. Aquella amenaza era tan grave como la de la tormenta y sintió un escalofrío. Deseó no haber emprendido aquel viaje para demostrarse a sí mismo que todavía podía navegar solo.
Empezó a sudar. No quería hacerlo, pero iba a tener que lanzar una bengala para que, si alguien la veía, pudieran venir a por él. Quizá estaba apareciendo en los radares de salvamento marítimo y, en cuanto vieran que necesitaba ayuda, acudirían a rescatarlo. O quizá no. En alguna ocasión los barcos habían acabado contra las piedras. Las rocas, como cuchillas afiladas, estaban esperando a que lo estrellaran las corrientes.
Y entonces, cuando le temblaban más las manos y le vibraban muchos músculos sin control, se encendió una luz, en medio de la noche. ¡Sonrió: era un faro! Sí, tenía que ser el faro de San Juan. Rápidamente, puso rumbo hacia el Oeste. Era su única esperanza, aunque se adentrase más en el mar. El viento no ayudaba y tuvo que navegar un buen rato en su contra.
Después del amanecer, cuando el equipo de rescate lo encontró, les explicó lo que había sufrido aquella noche. Los tres hombres se quedaron extrañados de que no hubiera naufragado contra algún escollo. Le dijeron que aquella decisión lo había salvado de un desastre seguro.
—Vi la luz del faro de San Juan y cambié de rumbo, gracias a Dios. Fue solo un minuto o dos; después, dejé de ver la luz.
Los tres hombres se miraron entre sí, extrañados, en silencio. Uno de ellos se dio golpecitos con el dedo en la sien, con la boca entreabierta y levantando las cejas.
—Amigo… No pudo ver el faro de San Juan. Dejó de funcionar con el terremoto, hace dos meses.
—Pues ya le digo que yo lo vi desde muy lejos. Eso me hizo dirigirme hacia barlovento. Quizá el farero encontró un modo de encender alguna luz.
Ellos abrieron los ojos con un asombro todavía mayor. Uno de ellos le dijo:
—Están intentando arreglar el faro y no pueden porque tienen que venir no sé qué piezas. Pero nadie pudo ayudarlo, amigo: el farero murió la tarde del terremoto.
ALIKE FERSAN
Quieres creer que así continuará siempre, que la vida se ha estabilizado y solamente una enfermedad o la muerte cambiara tu rumbo ; no es asi.
Insignificantes momentos,palabras mal dichas, peor interpretadas hacen que todo cambie, granos de arena de gigantes consecuencias.
Lloras y sientes como se rompe aquello que protegias y como se te quiebra el alma y que recomponerlo será difícil o imposible,nunca volverás a estar en el punto donde todo cayó en un agujero.
Un fuerte golpe de timón y giras 180⁰ nuevos horizontes por descubrir, otras defensas que construir, otras metas que visualizar, diferentes objetivos para alcanzar, pero estas herida y no deseas otra alternativa que continuar donde todo acabó.
Porque cuando se trata de unión familiar pocos queremos que cambie el rumbo.
FEDERICO ANDREOLI
Sin embargo lo seguía intentando, trataba de hacer las cosas de un modo diferente, y volvía a chocar contra una pared.
Con el correr de los años me había acostumbrado a esto, era como un leñador usando su hacha desafilada, sabia que al árbol tarde o temprano caería, pero el esfuerzo era mucho.
Esa mañana de primavera algo cambio, al escuchar el despertador decidí apagarlo y seguir durmiendo.
Cuando el ruido de los pájaros entro en mis oídos, me di cuenta que hacia mucho tiempo no los escuchaba, abrí la ventana, el aroma a jazmines me penetro de tal forma que decidí bajar a olerlos de cerca.
Mi perro, acostumbrado a que salga directo a la calle, me miro sorprendido, me tumbe en el piso a jugar con el, lo hice como cuando era un niño, luego me acompaño donde los pájaros y las flores me habían llamado, volví a sentirme vivo, un pensamiento me inundo, ya no volvería a mi vieja rutina nunca mas.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
GENIO Y FIGURA
Entre las muchas características negativas mías, quizá la que se manifiesta más frecuentemente es la mala orientación.
¿Causa? según leí en uno de los múltiples libros de psicología infantil cuando tenía «nenes», la causa podría ser el no haberme dejado, mi madre, andar a gatas de pequeña, hecho real por ese temor infundado a los microbios. Aunque ¡vete asaber!
Y aunque mis desorientaciones todas son notables quizá una llama bastante la atención ya que camino un poco más y cruzo la frontera.
Como otras veces, habíamos ido a pasar unos días a La Cerdanya, comarca catalana repartida entre Francia y España.
Conocíamos de otras veces unos pequeños lagos, los Lagos de la Pera que hacen frontera con Andorra, pequeño principado pirenaico.
Se ha de ir en jeep, claro, ya que a partir de un determinado punto es imposible transitar con un coche normal. Así que a partir de ese punto, aparcamos el coche y anduvimos un rato hasta que la subida era bastante fuerte por lo que optamos por no seguir.
Pero yo, viendo allí mismo una pequeña loma, propuse acercarme a ella a ver si al menos conseguía ojearlo. Y allí me fui.
Comencé a subir, subir y subir pero ¡qué extraño! la loma había desaparecido de mi vista.
Seguí subiendo y, al ver que no lo conseguía giré sobre mis pasos rumbo al lugar donde me esperaba la familia.
Pero bahaba, bajaba y seguía bajando y ¡nada! no llegaba al lugar que no hacía tanto había dejado.
Aceleré el paso y de pronto me vi rodeada de altos picos al pie de los cuales ¡estaban los Lagos de la Pera!
Es decir, mi «excelente orientación » me hizo cambiar el rumbo y lo peor: ¡subir en vez de bajar!
PURO CUENTO
QUÍMICA
Raúl Díaz Quezada
Después de ponerle Jorge al niño, clásico, prendí un tabaco y me puse a hacer anillos ahí en la cama.
— Dame — dijo Vera.
Le pasé el cigarro. Le dió un buen jalón e hizo una seguidilla de anillos perfectos.
— Así se hace novato — dijo.
Volteé a verla.
— I hate you — le dije.
— I love you too my darling — respondió.
Nos echamos a reír. Luego puso el vicio al lado en un cenicero. Nos abrazamos, nos besamos, nos pusimos cachondos de nuevo. Le pusimos Jorge al niño otra vez a toda prisa porque se estaba haciendo tarde para ir a la uni. Nos duchamos juntos para ahorrar tiempo. Nos echamos otro rapidín en la ducha y nos vestimos apresuradamente. Ella se había llevado un cambio de ropa al depa para no repetir el del día anterior. Nos tomamos un café a madres y salimos hechos la mocha.
Ella condujo su nave, yo me fuí en mi moto.
En el camino la perdí de vista. Es un cafre al volante.
Al llegar a la uni, vi su coche ya estacionado. Ya se había bajado también.
Me quité el casco, me bajé de la máquina y me dirigí al laboratorio. Nos tocaba clase de química con la maestra Vera.
JARILLO MORILLO MACARENA
llega a su fin un ciclo
Renace otro
Una voz me dice
Todo está perdido
Otra
Todo está ganado si
Cambias el rumbo
Entonces
Cruzo la línea
Encuentro un puente
Sigue la voz
entre el pasado y el futuro
Está
el ahora es al mismo tiempo pasado y futuro
Sigo y no sé
Alguien me guía
Alguien nos guía
Continúa
No sé quién es
Tú sólo elige
Me susurra
El qué
me preguntó
…..
El Amor.
Mm.j
GASTÓN MOMEÑO
ROBERTO FUNES (Tema de la semana. Cambio de rumbo)
Enero de 2023, Buenos Aires, Argentina. Roberto Funes. Paralizado en la puerta de tribunales, con una mano en el barral de la puerta y con la otra sostiene su maletín. Como si el tiempo se hubiera detenido solo y sobre en él. Sus zapatos de cuero brillantes, su traje negro, su camisa Gucci blanca y su Rolex de plata en su muñeca izquierda; interrumpen el frenético tráfico de gente, entrando y saliendo, del Palacio Judicial.
Roberto Funes. Exitoso abogado penalista con más de 25 años de trayectoria, con un record personal de tres mil carpetas y ninguna perdida. Me corrijo, dos mil novecientas noventa y nueve ganadas, porque esta mañana, iba por la número tres mil. El número de casos ganados te convierte en una leyenda respetada, amada y temida por la elite de abogados y de no abogados.
Roberto Funes. ¿Qué mas les puedo contar?. ¿Autos? Si, varios. ¿Propiedades? Le conozco cuatro: una en el centro de la Ciudad, una en Miami, otra en la costa del Río de la Plata y una pequeña casa en los campos de Tandil. ¿Barcos? mmm… solo uno. Un yate mediano en el barrio de Puerto Madero. No se puede ser perfecto. Pero volvamos, Roberto Funes. ¿Por qué carajo no pone los pies dentro del recinto, hace lo que mejor sabe hacer y se va a descorchar champagne con sus colegas?
Como si se le hubiera reanudado el tiempo, Roberto Funes suelta la puerta y levanta un folleto de tirado en la entrada al edificio. El papel decía “Clases de guitarra para futuras estrellas de rock. Todas las edades”.
Roberto Funes. Media vuelta y caso cerrado.
SILVIA GALLARDO
Entre la bruma de una noche fría, solitaria, casi espectral, vagaba una alma, no en pena, era alguien que siempre cambiaba de rumbo, de escenarios, para darle sentido a su vida y no perderse en la monotonía cotidiana que absorbe los latidos, que sin darse cuenta, el tic tac del tiempo, va cortando la existencia.
Navega por los mares de la vida, hace parada en cada puerto, se entrega a la fascinación de los regalos visuales del universo y se extasía de su belleza, de las melodías de cada amanecer cuando empieza la vida; de los susurros que anuncian el ocaso y a lo lejos se besan la luz y la oscuridad
Cambios de rumbo que dan sentido a su efímera existencia, y viste con ropajes que la abrigan y la abrazan por la vera que va marcando el final de sus tiempos terrenales, dejando huellas inmarcesibles, sembrando sus pasos para abrir caminos a sus amores que la siguen en la ruta del goce por la vida a pesar de las adversidades que son la sal, el motor, para buscar mejores rutas y seguir con intenso afán de gastar los instantes con positivo andar en la breve estadía del paso que sugiere ser feliz.
La noche empieza a abrazar la luz de un nuevo amanecer. La caminata terminó, las nostalgias se apagaron, la soledad se desvaneció, los besos y los abrazos cambiaron de ruta para entregarse a la nueva vida, para no sentir las ausencias, en el andar sin rumbo definido.
SON SONIA
El cambio de Rumbo
Al principio, él parecía el hombre de mis sueños. El enamoramiento funciona así: el otro es un espejismo en el que estás viendo una parte de ti; una parte de ti de la que no eres consciente y por eso la proyectas.
No ves al otro; no lo veía a él. Veía la idealización, el cuento de princesas pensado para someter a la mujer, hacerla creer que su felicidad depende de un hombre que la salve.
Rumbo, así se llamaba. Parecía el cambio que yo buscaba, como si él fuese el mapa que me guiaría hacia una nueva vida. Seguía las flechas que chispeaban en su mirada, las flechas que sugerían su sonrisa, las flechas en forma de palabras que yo no escuchaba pero oía. Parecía que la ruta estaba clara.
¿Cambió él? Diría que cambié yo.
En algún momento comencé a ver más allá de mi proyección. Ya no era mi mirada la que brillaba en sus ojos. Ya no eran mis sonrisas las que se colaban en sus labios. Rumbo era un extraño que no me reflejaba. Rumbo era un mapa en el que solo había callejones sin salida. El hombre ideal que había creído entrever sí existía. Pero ese hombre ideal no era él… era yo. Ese hombre ideal no estaba en el exterior: estaba en mi interior.
Sin embargo, toda idealización seguía siendo un espejismo. También tenía que hacerme consciente de mis propios pies de barro para no caerme de ningún pedestal. Bajar a la tierra, hecha de Yin y Yang. Femenino y masculino, sin cuentos, sin espejismos, reconciliándose. Descubriendo que no eran enemigos sino que eran, cada uno, lo que el otro necesitaba para equilibrarse.
Siempre había estado ahí, en mí, el hombre que ellos no eran. El caballero de brillante armadura capaz de coronarme reina… también era yo.
FIN
MAR SHA
CAMBIO DE ….
En las sábanas denotaban lo agitada de la noche, entre lazos cuyos propósitos no eran los mismos, el de una eran «amor» y el del otro eran favores (bebidas, droga entre otras cosas) . Afrodita como se había llamar venia de una vida difícil… como todas, creyó encontrar en Saturno aquel ángel que la salvaría del infierno, pero al igual que ella el tampoco la pasaba bien, se refugiaba en el sexo para desahogar sus penas y temores.
Ambos Vivian vidas similares con gran asombro físicamente se parecían para los demás no eran familia, pero sorprendentemente lo eran… si eran hermanos solo que no lo sabían, puesto que crecieron en hogares separados.
Otra noche después de una acalorada faena de pasión ella decidido cambiar de rumbo y vida, irse lejos … por el lado de él se despertó un tanto desconcertado, no sabía ni que día era, leyó la carta que le dejaron encima de la mesa de noche.
“Todo lo bueno se acaba… los amores duran poco o mucho, en este caso duro solo unos cuantos meses, pero se terminó, ya no va más, necesito tomar un respiro… siento que mi vida esta desordenada desde que empecé la pubertad hasta ahora, no he logrado darle rumbo a mi vida … gracias por todo … adiós, no me busques por que no me vas a encontrar en ninguna parte.»
Al verse solo y desolado al poco tiempo le dio el síndrome de Estocolmo, ya su mente no estaba en un estado razonable.
De ella se dijo que se logro casar y tener familia, tiempo después se rumoraba mucho de muerte.
De Saturno, hasta su muerte fue un misterio.
BEGO RIVERA
Un hombre normal
Soy un hombre normal.
Aunque habría que dejar claro que es «normal», supongo que el que acata las normas.
De pequeño y adolescente fui muy problemático, signo de las cicatrices de la infancia, por vivir en lo que ahora llaman un hogar desestructurado.
Después de mucha miseria encontré mi camino.
Cambié de rumbo sin buscarlo.
Conocí a la que hoy es mi mujer y madre de mis hijos . Gracias a ella tuve un trabajo normal en la panadería de su padre.
Después de la muerte de mi suegro me hice cargo de la panadería.
Aparentemente era un hombre normal, con un trabajo normal y una familia normal.
Desde que tengo uso de razón tengo pensamientos e ideas que para los demás no eran normales, por tanto dejé de comentar mi intimidad y me la guardé para mí y aprendí a pasar desapercibido.
Solo imaginarme cometiendo un asesinato me daba placer.
No lo podía evitar. Pienso que es normal, lo que no es normal es que los demás no lo piensen.
Veía los informativos o las películas violentas excitado deseando ser yo el protagonista y experimentar el placer de quitar la vida a alguien.
Como he dicho, mi mujer me cambió sin querer de rumbo y fue pasando la vida.
Si no hubiera sido por ella seguro que ya habría matado a unos cuantos.
Llevaba un tiempo que no paraba de darle vueltas y vueltas… necesitaba hacerlo, sentirlo.
Las noticias no me ayudaban precisamente, creo que ese fue el detonante. Había un asesino en la ciudad. Aparecieron varias víctimas; hombres, mujeres. Actuaba de madrugada.
Le envidiaba, querría haber sido yo.
El pánico y la policía invadieron la ciudad.
Decidí aprovechar la tesitura para actuar yo. Le echarían la culpa al homicida.
Así que de madrugada camino al trabajo me decidí.
Tras varios seguimientos infructuosos topé con una joven que iba sola.
Las calles estaban vacías quitando algún vehículo o algún coche de policía que yo esquivaba.
Seguí a la chica. Era muy joven, rubia, delgada.
Sólo pensar lo que iba a hacer me dejaba sin respiración, al borde del desmayo.
¡ Por fin haría realidad lo que debí empezar hace años!
Aprovechando una calle oscura logré acercarme cada vez más a la chica, que volvía la cabeza hacía atrás siendo consciente de mi presencia.
Cuando la agarré ella se dio la vuelta y sonriendo mientras me clavaba una navaja varias veces me dijo: » once».
Diez eran las víctimas hasta ahora del asesino.
Yo era la once. Ella era el asesino que tenía aterrorizada a la ciudad.
Lo que más me fastidia de esto… no es que me esté muriendo…me enerva no haber podido llevar a cabo mi sueño ni una sola vez.
CANDELA PUNTO
CAMBIO DE RUMBO.
Voy a leer un rato. Mejor me cepillo los dientes. Acabo cogiendo el móvil.
Treinta segundos más tarde…
He dejado el móvil y enciendo la televisión. Miro el reloj. Me ato los cordones. Pongo en marcha el ordenador y entro en Facebook. Me canso y me acuesto un rato.
Treinta segundos más tarde…
Regreso a por el móvil… Intento llamar a mi amiga y cuelgo antes de que lo coja. Tengo que hacer la compra. No puedo, no sé qué hecho con la cartera.
Treinta segundos más tarde…
Lloro de frustración… Me seco las lágrimas y me digo que puedo, en un rato me habré calmado y terminaré con mis propósitos antes de empezar los nuevos.
Para algunas personadas, desgraciadamente, el cambio de rumbo es una constante imposible de esquivar. Él (TDAH), trastorno por déficit de atención e hiperactividad, arruina toda esperanza de llevar una vida normal, acaba con las relaciones de su entorno, la familia y la autoestima de la persona.
Es mi intención, con este escrito, decirles que no decaigan…
Es mi intención, con este escrito, que la sociedad conozca su realidad…
Es mi intención, con este escrito, que finalicen la llamada, que sus familiares y amigos los quieren y los apoyan igualmente.
Es mi intención, con este escrito, acusar de terrorista a quien se ríe de alguna enfermedad… Es mi intención, con este escrito, provocar un cambio de rumbo en la manera de actuar.
SHILA SHILA
CAMBIO DE ….
En las sábanas denotaban lo agitada de la noche, entre lazos cuyos propósitos no eran los mismos, el de una eran «amor» y el del otro eran favores (bebidas, droga entre otras cosas) . Afrodita como se había llamar venia de una vida difícil… como todas, creyó encontrar en Saturno aquel ángel que la salvaría del infierno, pero al igual que ella el tampoco la pasaba bien, se refugiaba en el sexo para desahogar sus penas y temores.
Ambos Vivian vidas similares con gran asombro físicamente se parecían para los demás no eran familia, pero sorprendentemente lo eran… si eran hermanos solo que no lo sabían, puesto que crecieron en hogares separados.
Otra noche después de una acalorada faena de pasión ella decidido cambiar de rumbo y vida, irse lejos … por el lado de él se despertó un tanto desconcertado, no sabía ni que día era, leyó la carta que le dejaron encima de la mesa de noche.
“Todo lo bueno se acaba… los amores duran poco o mucho, en este caso duro solo unos cuantos meses, pero se terminó, ya no va más, necesito tomar un respiro… siento que mi vida esta desordenada desde que empecé la pubertad hasta ahora, no he logrado darle rumbo a mi vida … gracias por todo … adiós, no me busques por que no me vas a encontrar en ninguna parte.»
Al verse solo y desolado al poco tiempo le dio el síndrome de Estocolmo, ya su mente no estaba en un estado razonable.
De ella se dijo que se logro casar y tener familia, tiempo después se rumoraba mucho de muerte.
De Saturno, hasta su muerte fue un misterio.
ARCADIO MALLO
DOSIS DE REALIDAD
Su vida necesitaba un cambio de rumbo inevitable. Se estaba haciendo mayor y veía las cosas cada vez más difíciles. Sin embargo, como nos pasa a todos antes o después, se resistía al tiempo y al destino y obviaba las señales, más que claras, que le hacían ver la fría realidad: el paso de tiempo imparable.
Resignado quizás, se sentó en silencio en la mesa de la cocina, con papel y lápiz, se dispuso a escribir la carta, quizás de despedida, seguro de confesión de sentimientos encontrados.
«Queridos Reyes Magos:
En esta etapa de mi vida sufro una crisis de fé. Supongo que no es nada nuevo para vosotros, pero la verdad, me siento bastante contrariado. A lo mejor me podéis ayudar contestándome esta carta, aunque ya sé que lo tenéis estrictamente descartado. Pero está en juego que siga creyendo en vosotros.
Está muy bien vuestra historia. Eso de que sois magos y que veis todo y todo lo sabéis. ¿Seguro que fuisteis vosotros los que adorasteis al Niño? Porque tal y como os están pintando parece que Dios sois vosotros.
Bueno, dejemos los temas teológicos y vamos al grano. Hace días que vengo escuchando en el cole que no sois reales, que solo sois un cuento que alimentan padres y familia para mantener la ilusión de los niños. «¿Y si tienen razón?» pensé. Pero por otro lado no acabo de ver el interés de los adultos en hacer esa tontería. ¡Gastarse tanto dinero solo para mantener vuestro cuento!
Pero los rumores se intensificaron. Y ya sabéis que la curiosidad mató al gato. Entenderéis que tenía que descartar esos rumores. Así que indagué por casa y, para mi disgusto, he encontrado en el armario de la habitación de invitados un montón de paquetes, que casualmente, coinciden con mi carta, en su mayoría.
Y aquí estoy. Escribiendo de urgencia anhelando que rompáis vuestras normas y me contestéis. Necesito una explicación creíble. Necesito un relato de los acontecimientos que justifiquen mi hallazgo. ¡Os lo ruego! No quiero dejar de creer. ¡No tan joven, joder! ¡Que solo tengo 13 años! ¡Y para el que viene tocaba pediros la motocicleta!
Esperando que vuestra magia siga alimentando mi ilusión, estaré atento a vuestras señales. Cualquier detalle. Cualquier acontecimiento fuera de lo normal será suficiente para mi. Incluso puedo olvidarme del armario. Pero dadme señales de vuestra existencia.
Un abrazo.
Siempre bueno, Teo.»
LILA VIVAS
Recién acababa de separarme del hombre perfecto.El que regalaba rosas, el que cantaba canciones de amor, el que era atento en cada cumpleaños.Acababa de dejarme de la manera más cruel.( Nadie debe permanecer al lado de nadie si no lo desea,pero debe marchar sin hacer daño).
-Sabés ya estas grande, (vieja es lo mismo para el caso) comenzó diciendo…Estas algo gorda.Y uno va cambiando.Estoy confundido … Conocí una piba divina ,jóven, tiene como quince años menos que vos.Queremos vivir juntos,tener hijos,etc,etc.
Mi cara compungida se volvió un torrente de lágrimas.Nada importaba.Había dado todo.Mi juventud, mi dedicación,respeto.
Sacó toda la ropa del placard y al hacerlo parecía disfrutar del momento.Cada prenda que guardaba en sus valijas representaba un pasaporte a su libertad.
Me tiré de rodillas ante sus pies,rogandole que no se fuera.-No hagas ridiculeces, ya sos grande.-(otra vez, el puñal clavado en mi pecho).Cerró la puerta y cerró veinticinco años de historia.
Al pasar al lado del espejo que colgaba en la habitación, me miré detenidamente.Miles de arrugas en mi rostro se proyectaban.Mi cuerpo parecía una bolsa inflada producto del sobrepeso.Esa era la respuesta: La única culpable de la separación era yo.
Asi pasaron mis días.
Una mañana ,el sol entró por mi ventana . Unos pájaros se posaron en el umbral de ella y trinaron sin cansancio.Sentí otra energía.Me levanté cantando una canción.
Ese mismo día fuí a la peluquería,arreglé y esmalté mis uñas.Pasé por cuanta tienda había probandome ,ropa y calzado.Invité una amiga a cenar donde brindaban una cena Show.
Al cabo de un rato pasé al toallet de la confitería y al pararme frente a uno de sus dorados espejos ví que los años no me sentaban mal.Al fin y al cabo no tenía tantas arrugas,como yo creía.Los colores habían regresado.Por eso el carmín de mis labios tenía tanta luz.El atuendo era apropiado.Remarcaba mis caderas.Los tacos me hacian caminar con soltura…Al pasar cerca de una mesa, dos caballeros giraron sus cabezas.Y el que parecía más jóven , se dirigió a mí.
-Permitame decirle algo con todo respeto : Estoy cautivado…¡Qué bella dama es Ud.! Mi vida estaba cambiando de rumbo.Pudo haber sido una mentira o no.Pero era lo mismo.Yo, había cambiado.
ARITZ SANCHO MAURI
He de reconocer que me gustaría encontrarte
para poder impregnarme de las partículas de magia que desprendes a cada paso que das, pero vamos en direcciones opuestas.
Después de perderme tantas veces y refugiarme en cuevas de sufrimiento, he decidido dejarme llevar por mi intuición, voy a hacer lo que mi instinto animal me diga.
Estoy hecho un lobo a la hora de oler el rastro de sangre de las señales que me advierten y me animan a que continúe por este sendero pantanoso de lo correcto, pero que cada día que pasa me alejan más de ti y del eco de tu sonrisa.
Tal vez tendría que dejar de defender esta teoría sobre ética y moral, repudiarla a un lado y saltarme el peaje con exceso de velocidad que me dirige hacia el iris transparente de tus ojos.
No era tan sabio como para conocer que para mí era imposible tocar tu llanto, derramándose como una cascada que nada podía hacer para detenerla, tampoco de que mi egoísmo solo pretendía hacerte reír como cuando eras una niña.
Enséñame a asimilar, que perseguir mis objetivos me alejan más de ti si no paro de soñarte en infinidad de universos.
Explícame porque me dejas mirar por el agujero de la cerradura si ya no tengo fuerzas para girar el pomo ni tirar la puerta abajo.
Señálame con tu brújula donde está el norte que cambie mi rumbo y vuelvan a brillar mis ojos con los destellos de tus labios.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
TRANSICIÓN
De repente, Alicia fue consciente de que había malgastado su vida. Toda una existencia tirada por el desagüe. Después de cincuenta eternos años grises y convencionales, aquel día, sin saber muy bien cómo, estaba llegando a esa triste y demoledora conclusión. Era consciente de que aquello no había ocurrido de golpe, como rompe una tormenta de verano, sin avisar. El decisivo momento que empezaba a experimentar era en realidad el punto final a una lenta y progresiva marea de cambios y acumulaciones. Muchas. Posiblemente demasiadas.
Desde primera hora de la mañana permanecía sentada al borde de la cama, con la cabeza entre sus brazos. El acogedor silencio del dormitorio, solo roto por el murmullo de los coches lejanos de la avenida, se había instalado por fin en su alma maltrecha, dando paso a una paz tanto tiempo anhelada y que ya creía imposible. Tenía la inquietante sensación de que un resorte había saltado dentro de su cabeza, de que algo en su interior había hecho clic, justo en el momento más inesperado. Aunque posiblemente fuera el más adecuado. Todo era simple cuestión de perspectiva.
Pensó que bastaría con una breve carta. Unos párrafos que delimitaran la línea roja destinada a separar el antes y el después. Sin embargo, le costó la misma vida encontrar las palabras adecuadas que reflejaran en tan poco espacio lo que sentía en ese momento. Sabía que el proceso posterior iba a ser duro y extraño, como la percepción que experimenta el paciente recién amputado. Pero esa transformación era muy necesaria. De repente, el resto de su vida se había vuelto algo urgente, una cuestión de máxima prioridad.
Reunió lo que consideró imprescindible, cerró la última cremallera de la mochila y cruzó el umbral de la puerta sin volver la vista atrás, encaminando sus pasos hacia un destino incierto para el que no había billete de vuelta.
Vietnam. Ese sería el comienzo. Un exótico paraíso situado a cinco husos horarios de allí. Durante el trayecto tendría tiempo de sobra para pensar, para intentar colocar en su sitio cada una de las piezas del puzzle en el que se había convertido su cabeza. Sin embargo, el agotamiento ganó la batalla a las pocas horas de partir, sumiéndola en un profundo sueño del que despertaría momentos después, totalmente renovada.
Veinticuatro horas más tarde y con los ritmos circadianos fuera de control, Alicia respiraba profundamente el oxígeno extremadamente puro de aquel remoto lugar, sumergida hasta la cintura y contemplando el amanecer más increíble de toda su vida.
Aquello le resultaba muy confuso. La sensación no era la que ella esperaba, pero la paz que inundaba su ser le proporcionaba la confianza de saber que estaba en el lugar y el momento correctos. Sin embargo, el vértigo comenzaba a abrirse ante sus ojos y la sensación de caída al vacío era permanente. No había un plan establecido, ni un rumbo marcado, ni un horizonte al que mirar. Tan solo un comienzo, y la indescriptible sensación de tener por delante la libertad más absoluta.
El cambio ocurrió un día cualquiera, el cuándo es lo de menos. Pero desde ese instante, el aleatorio discurrir de cuanto estaba por venir la iba a acompañar, cogido fuertemente de su mano, hacia un destino que alguien ya antes había diseñado para ella mucho tiempo atrás.
A esas alturas, sin embargo, lo ignoraba absolutamente todo.
Alicia jamás habría imaginado que eso que llaman más allá se parecería lo más mínimo a lo que tenía frente a sus ojos.
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