Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la soledad». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 8 de diciembre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
La tristeza del ser sensible
disfrazada de falsa arrogancia,
aullando en ese grito silencioso,
pidiendo que su palabra sea escuchada.
Qué su palabra sea escuchada, pidiendo
que ese aullido sea silenciado
por la arrogancia sin disfraz,
y de la tristeza arrebatado.
Pena vertida a raudales
con trazos de queja rebelada,
que oculta una profunda herida
para asÍ poder levantarse cada mañana.
Y cada mañana poder así levantarse
sin que sea profunda la herida,
rebelarse él contra la queja
y recoger la pena vertida.
Amargos los sentimientos
que oscurecen en su lontananza,
infectando estos versos mostrados
para ver cómo se mueren las esperanzas.
Ver cómo se van muriendo las esperanzas
a los versos acaba también matando,
lontananza está ya muy lejos
y la vida viene amargando.
Me dejó tirado el coche en una carretera secundaria de piso bacheado, sin arcenes ni cunetas, un camino vecinal. No me encontraba allí empantanado y detenido como producto del azar o de la suerte, yo era consciente de haber emprendido la escapada por un camino mal asfaltado, lo anunciaba un letrero cuando abandoné la carreta general, porque necesitaba escuchar el silencio, sentir las vibraciones que exhala la naturaleza, el piar de algún pájaro, el rebuzno de un burro, el trote de un potrillo. Ver algo, escucharlo todo.
Aquella mañana estaba harto de convivir con Edwige y de otras cien situaciones adversas, de cumplir con un horario, de tomar un cerveza en la barra del bar, de mantener conversaciones insustanciales, vacías y absurdas, sobre las que informaban a diario los periódicos, siempre acentuando el lado obsceno, la visión más pesimista, enseñando lo peor del genero humano. También yo había sentido el deseo de venganza, ¿quién no ha deseado que el jefe se estrelle, que se rompa los cuernos un marido cafre, que se hunda la parte del mundo que linda con el tuyo, porque tú no eres de esa mala gente ni tienes esa mala pipa?
Probé arrancar el coche por cuarta o quinta vez. Quería, me pareció que cobraba bríos cada vez que yo giraba la llave de la puesta en marcha. Apreciaciones falsas. Tendría que llamar a Edwige, era lo único cierto, lo más seguro. Me tildará de borrico, pero al fin me echaría una mano, enviaría la grúa, hasta me pondría una nota con el precio de un rato perdido por mi culpa, por mi obstinación. Tenía razón, es lo primero que pensaba decirle cuando estuviera de nuevo en casa. Hasta le pediría perdón y al día siguiente, a la salida del trabajo me pasaría por una joyería y le compraría un colgante de plata, de esos que ella suele colgar del cuello y que terminan donde los pechos empiezan cobrando realidad. Porque Edwige cuando se deja querer los muestra en todo su esplendor, hermosos, tiernos, duros, con pezones del color de las rosas.
Tú deliras. No estará el horno para bollos. ¿Quién te asegura que no te habrá puesto la maleta por fuera de la puerta? Menuda es, es muy suya, tiene su genio y su carácter, igualito que el de la suegra, con la que tuve una buena agarrada por meterse con mis libros. Que con tanto leer yo vendía humo, me dijo la muy cabrona. Cambiaré de registro, me centraré en lo que de verdad me importa. A ver cómo le entro a Edwige, a ver cómo le vendo que salí de casa porque la atmosfera era irrespirable, que me molestaba el olor de la velas encendidas en el cuarto de baño, que había cambiado la contraseña del ordenador y no había podido entrar, que la tarde anterior había aguantado una bronca monumental en el trabajo, pero que la quería, que era buena la soledad para descubrir lo que nos falta y que perdonara si le pegué unos gritos y le dije que era el vivo retrato de su madre.
Seguía sentado hasta el momento al borde de la carretera. Hasta entonces me había sentido bien, tranquilo, pero el corazón o la mente o los sentidos en general empezaban a pedirme cuenta, querían entrar en mi vida de rondón. Tenía sed por ejemplo. Con lo bien que me vendría una cerveza. Ambrosio la tiraba de primera. Volví la vista al coche. Había dejado una americana en el asiento de atrás. Abrí la puerta y busqué el móvil. No era posible. Lo había abandonado en el despacho con las prisas. Esperar que pasara un coche era como sujetar con la mano los cuernos de la luna. Miré el reloj. Pasaban las tres. Hacía calor. Dos hojas cayeron a mis pies. Solas las hojas y yo. Ni un pájaro ni un perro. Nada de nada, la soledad más absoluta.
Probé de nuevo con la llave de la puesta en marcha y por milagro el coche comenzó a arrancar. Di la vuelta y metí velocidad a toda pastilla. Me detuve en la primera gasolinera que encontré. Desde un teléfono público marqué el móvil de Edwige. Traté de explicar, de justificarme.
—¿Sola? No creas. Llegó mi madre con media docena de pasteles y nos los hemos comido tan ricamente.
Nosotros, los escritores, no tenemos ni puta idea de lo que es la soledad; siempre estamos en compañía de personajes, sueños y/o fantasmas que no nos dejan en paz. Y es así, de este modo, que escribimos libros intentando aliviar la de los demás; la de los lectores, que no tienen ni puta idea de lo que es la soledad.
La Soledad, comenzó hacer mella en mí a raíz del náufrago que mi mente sufrió en aquél mar de confusión que inundó mi casa y al bajar el nivel del agua dejó el terrazo de mis recuerdos tan limpio de la vivido que mi existencia ahora es como la de un ermitaño…
No tengo miedo a la soledad mientras mis estanterías estén repletas de historias y personajes que agazapados esperan embriagar mi alma y remendar mi corazón con cada renglón de los viejos volúmenes empolvados en los estantes de la adusta librería de papá.
Amanecer en Batavia en la antigua Indonesia y dejarse atrapar por la belleza del trópico o leer en voz alta las aventuras del hidalgo Don Quixote de la Mancha entre cuerdos y dementes personajes .
José Arcadio Buendía en su Macondo natal y su larga estirpe en el Caribe colombiano .
La familia March en Mujercitas afronta con dignidad la crianza de sus cuatro hijas en plena guerra de Secesión americana así como la popular saga Gone with the wind o …
_¡ Quién dijo soledad con la infinidad de palabras que en «dequeo»me susurran al oído los personajes de mis libros .
Me apenan los que acompañados se sienten solos o los que pudiendo aprender renuncian al conocimiento .
Me apenan los que edulcoran sus días con redes sociales y sirven pleitesía a los influenciadores que les ordenan al dictado cómo y qué deben pensar.
_¡ Quién dijo soledad escondido en la buhardilla del señor Krater con los otros¡
Gracias por acompañarme, por ser mi sombra y mi reflejo. Gracias por no abandonarme en este camino que conduce mi vida. Aparentemente lo recorro sola, cabizbaja y pensativa. Voy sin rumbo y sin dirección, pero sé que no voy en solitario.
Me has brindado tu mano desde mi niñez y me has llenado de lecciones que sin ti hubiera sido incapaz. Como que mi corazón no necesita a nadie para bailar o que reírme de mí misma es mi mejor medicina. Solo así pararían algunas lágrimas que se empeñan en humedecer algunas historias en las que no merecemos ser protagonistas. Y es ahí, donde yo ni estoy presente, cuando adoptas ese papel secundario en el que te quedas conmigo, a mi lado, cogiéndome de la mano y demostrándome el significado de la palabra fidelidad.
Hay ocasiones en las que te miro y creo escuchar tu voz. Es suave y está llena de entusiasmo, aunque a veces es firme y directa. Pero te lo agradezco, porque así he aprendido que hay palabras que disparan y si no las detenemos, consiguen autodestruirnos. Qué mal nos tratamos y qué poco nos valoramos.
Con lo sencillo que es sonreírnos a nosotros mismos. Con lo cálido que es abrazarnos. Porque siempre lo he dicho, que no hay nada más osado que amarse a sí mismo por encima de todas las cosas. Y eso es algo que aprendí cada vez que veía en mi reflejo tu sombra, caminado conmigo, cogida de mi mano y envuelta en mí misma. Recordándome que no necesito más compañía que mi propia soledad.
La misma mañana decidió que aquella nochevieja iba a ganarle la batalla a la soledad. Compró jamón del bueno, gambas, quesos, vino y todo lo necesario para hacer pavo relleno al horno. Adornó todo el salón con bolas de purpurina, luces, coronas de campanitas, arbolitos y fantasías navideñas varias. Puso villancicos y pasó prácticamente toda la tarde preparando la cena. Por último sacó del fondo del armario el único traje que tenía; aunque se había quedado algo pequeño, se vistió con él y se guiñó un ojo delante del espejo.
El pavo salió razonablemente bueno y se sintió recompensado tras el afán que había puesto en su preparación. Ahora tocaba esperar las campanadas en el sofá mirando algún programa de entrenimiento en la tele. No tardaron en aparecer en su cabeza imágenes de su niñez, de la pandilla, de juegos y risas, de viajes y navidades con su mujer y sus hijos, antes del fatídico accidente. Aquella felicidad tan lejana era ahora un pozo en el que se hundía poco a poco a medida que los pensamientos le susurraban que era patético, que había sido una idea ridícula todo ese aspaviento del traje y los adornos y la cena para tratar de engañar a la realidad: a sus cincuenta y ocho años estaba solo, y nada tenía sentido sin nadie al lado con quien compartirlo.
Cuando empezaron las campanadas se lanzó a engullir las uvas con tal ímpetu que sintió que algo se bloqueaba en su garganta. Le faltaba el aire, cada vez más, el terror se adueñó de él y cayó al suelo en medio de la desesperación, hasta que llegó la quietud.
Tres semanas después descubrieron el cadáver.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
La soledad,
fiel reflejo:
de la oscuridad.
Aparecen tu miedos
y peleas contra tus egos.
Sólo contigo mismo,
con tus conversaciones internas,
constructivas o destructivas,
con tus problemas
y sus posibles soluciones.
Eterna noche,
esperando que llegue el día,
y cuando el alba comienza,
te derrumbas sin fuerza,
sin ganas, sin energía.
En todo lo que habías pensado,
pensamientos que se diluyen,
cuando la realidad te atrapa,
sientes un vacío enorme,
la soledad te atrapa en la sociedad.
El día pasa sin pena ni gloria,
pero el ocaso se acerca,
te toca elegir:
descansar o pensar,
tú decides qué hacer con tu soledad.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
LA SOLEDAD DE UN DÍA DE VERANO
Me fui allí por necesidad. Una necesidad acuciante que me obligó a refugiarme y a mantenerme alejado de todo. Las circunstancias habían cambiado. Estar solo y alejado de todo acabó convirtiéndose en una necesidad vital. Cuando el peligro te acecha, el instinto de supervivencia pasa a ser la principal motivación que dirige tu vida.
De entre los miles de destinos que podría haber elegido, acabé regresando junto al mar, cerca de aquel océano que fue durante tanto tiempo fiel compañero y testigo de mi infancia. Quizá porque me daba la seguridad que necesitaba en aquellos momentos, quizá porque pensé que podría ser el mejor de los lugares para acabar mis días, en el caso de que los presagios más oscuros se hiciesen realidad. Una buena forma de cerrar el ciclo de mi vida: acabar donde empecé.
La playa es muy diferente a como la recordaba de niño. Es verano, sí. O al menos eso creo que indica el calendario. Con los años estoy perdiendo la cuenta y la memoria. Tras pensarlo mucho, he decidido pasar unas horas sobre la arena. Esta pequeña cala nunca ha sido muy frecuentada. Pero hoy se encuentra abandonada, completamente desierta. El desierto… No lo queríamos creer, pero avanzó mucho más rápido de lo que esperábamos. Ya no sé sobre qué estoy sentado; arena de playa o arena de desierto. ¿Qué más da? arena, al fin y al cabo. Como aconsejan las autoridades, estoy a cubierto y con la debida protección. Hoy en día las condiciones se han vuelto extremas y no se recomienda correr riesgos.
Con el agua, sin embargo, no me he atrevido. Sería una locura meterse ahí dentro. Nadie en su sano juicio osaría adentrarse en esas aguas tan gélidas, además de sucias. En los últimos días, la resaca ha arrastrado todo tipo de impurezas y otros elementos que para nada invitan al baño.
No hay nada a mi alrededor. Solo un inquietante silencio roto por el bucle de la resaca de este oscuro océano que viene y va, azotado por los vientos que han estado soplando durante todo el verano. El cielo está gris y amenaza lluvia. Tras esas nubes que nos cubren permanentemente hay algo agazapado y peligroso, una presencia invisible que calienta y mata a la vez, y lo seguirá haciendo durante muchos años. De hecho, no paro de pensar que salir hoy ha sido una temeridad. Los niveles están muy por encima de lo habitual. Creo que va siendo hora de volver.
Me levanto mientras observo el medidor de mi traje. Debería regresar con urgencia al refugio.
Mientras camino acelerado, pienso en qué habrá sido de los demás. Hace años que no veo a un ser humano. Desde que la catástrofe asoló el planeta, un escalofriante silencio nuclear se ha instalado de manera permanente entre nosotros. Vivimos un verano radiactivo, igual que lo serán los próximos. Aunque tengo la extraña sensación de que ya no los veré.
BEGO RIVERA
Tristeza
La veo todas las noches desde mi balcón.
No falta ni un día, llueva o el calor sea insoportable.
Lleva viniendo meses.
Viene, se sienta en el mismo columpio y se balancea, mientras con su cabeza gacha, pareciese que está en otro mundo; ajena a todo a su alrededor.
Yo la miro todas las noches. Ya he llegado a sentir su dolor. Su lenguaje no verbal transmite rendición, apatía, tristeza, impotencia.
¿Que pasará por su cabeza?
¿Que pensamientos la han invadido?
Pensé que debía hacer algo, ayudarla… pero intuía que quería estar sola
Ella era una mujer como tú, como yo.
Hasta que hace unos meses su pequeño hijito murió tras una larga enfermedad.
Al pequeño le encantaba ese columpio, y hasta última hora su mamá lo llevaba y lo columpiaba.
El niño solo sacaba alguna sonrisa ahí.
Mientras el viento le acompañaba y se mecía con él.
Ella no lo ha superado. Sigue viniendo al columpio, en la oscuridad, dónde cerrando los ojos… consigue escuchar las risas de su hijo.
CARLOS RODRÍGUEZ
TU AUSENCIA, SU PRESENCIA
Se que nunca te has ido,
que a mí vera has caminado,
que el momento has esperado
de verme de nuevo afligido.
Tu fría sombra he notado,
en la triste noche acechando,
tus brazos mi sueño abrazando,
mientras mis ojos estaban llorando.
Alargada sombra que abandonarme no quiere,
aliada de la amargura que mi corazón hiere,
eterna compañera que despedir quisiere,
amante que cada noche a mi cama viene.
Triste sensación me transmites,
mis ganas de vida consumir quieres,
aunque por más que lo intentes
doblegarme no puedes.
Soledad que sin reparos me acosas,
que cada uno de mis momentos ocupas ,
que cada minuto y cada segundo llenas
que toda mi vida acompañas.
No temo tu presencia,
no me importa tu ausencia,
porque tu presencia es su ausencia
y toda mi vida es su dulce presencia.
AMPARO SORIA
-Arhesis-
Contempla la iluminada y lejana ciudad a través de su mirada oscura cómo la noche. Siente envidia por todas esas personas que no valoran la suerte de poder compartir sus vidas con otros seres.
Ella, sin embargo, vive condenada a vivir en soledad, alejada de todo, escondida en la oscuridad de la noche. Arhesis es una criatura invisible al mundo. Fina silueta femenina de movimientos suaves y pausados, cabello azabache que acaricia la totalidad de su erguida y pálida espalda. No conoce la sonrisa, sus finos labios rosados dibujan siempre una firme línea recta, tampoco la alegría es un sentimiento conocido por ella. Tan solo la melancolía y la rabia forman parte de su esencia. Cuando la rabia se apodera de ella, grita al viento. La ciudad tan solo escucha truenos. Cuando llora, la lluvia aparece en la ciudad. Ignoran por completo el sufrimiento de una desdichada criatura en la lejanía.
-No… no puedo más… -se lamenta Arhesis contemplando la luminosa ciudad desde su columpio anclado en la rama de un enorme árbol que nadie ve. Aparta con sus manos trémulas las lágrimas que empañan su triste mirada.
Esa noche… Una repentina y tremenda tormenta se desencadena sobre la plácida ciudad. Los incesantes y potentes truenos suenan cómo cañones cercanos, las continuas ráfagas blancas ramificadas cómo un árbol sin hojas, rasgan el negro cielo. El fuerte viento se encarga de hacer volar todo lo que hay a su alcance. Arhesis sufre una crisis de rabia, desconsuelo, soledad y autodestrucción cómo jamás ha sentido. Llora, grita desesperada pidiendo auxilio. Aun así, nadie la escucha, es imposible. Su columpio se balancea de atrás hacia adelante con desmedida furia. La invisible criatura ejerce con ímpetu sobre el peligroso vaivén.
Es en uno de esos balanceos hacia adelante cuando Arhesis se suelta de las cadenas del columpio. Su diminuto cuerpo sale despedido a la inmensidad del cielo. En ese preciso instante sonríe por primera vez, su invisible y solitaria existencia llega a su punto final.
NOTA: Si recuerdas a Arhesis durante la lluvia, dedícale una sonrisa, ella te lo agradecerá desde su mundo infinito.
SON SONIA
Quizá nacer es igual a ser expulsado del paraíso. Quizá nacer es la entrada al infierno.
Pienso en la soledad de la infancia. Es una soledad extraña. Es una soledad vulnerable, la más vulnerable de todas.
***
Era sábado pero Loreta se sentía triste. Sus padres esa noche saldrían y ella quedaría al cuidado de sus hermanos. Tenía ocho años y cuatro hermanos de siete, seis, cuatro y un año.
Su madre intentaba tranquilizarla en su miedo pero Loreta no tenía la confianza necesaria para explicar aquello que más temía.
«¿Y si tienen un accidente y se mueren? ¿Cómo voy a conseguir mantenernos juntos, que no nos separen? Nadie va a querer adoptar cinco niños.»
Loreta no podía imaginar algo peor que verse separada de sus hermanos y no poder estar ahí si ellos la necesitaban. Se le rompía el corazón ante la idea de que uno de sus hermanos llorase y no lo pudiera consolar. Y, aunque ellos no llegasen a necesitarla a ella… ella no podría vivir sin ellos. Más que miedo, lo suyo era auténtico pánico.
Sí, Loreta estaba acompañada en la noche por esos hermanos que tanto amaba pero se sentía totalmente sola en su enorme responsabilidad.
Nunca se le ocurrió pensar que podrían ser ellos cinco quienes murieran porque sus padres no estaban ahí.
***
Salieron felices del cine y se fueron a tomar algo antes de regresar a casa y volver a poner los pies en la tierra que habían creado.
Dos kilómetros antes de llegar, fueron detenidos por un control policial.
—¿Qué sucede? —preguntó el padre al guardia civil.
—No se puede pasar. La zona ha sido evacuada hace un par de horas por riesgo de explosión en la planta química debido a un incendio que todavía no está controlado.
En el pecho de la madre, el corazón dio un vuelco.
—Nuestros hijos están ahí. Vivimos muy cerca de la planta química —dijo el padre con urgencia— tengo que pasar.
—Habrán sido evacuados como el resto de la gente.
***
Loreta nunca conseguía dormirse cuando sus padres salían. Tenía que vigilar que no les pasara nada malo a sus hermanos. Los miraba caer rendidos ante el sueño uno tras otro menos ella. Sin embargo, ese día… ese día el sueño la venció.
***
Un año atrás
Loreta iba a una pequeña escuela rural en la que, por pocos niños, había más de un curso en el misma aula.
Estaban en plena clase cuando, de repente, una potente sirena comenzó a sonar. El profesor salió, dejándolos solos, y al poco regresó corriendo:
—Tenéis que prestarme mucha atención y no asustaros. Tenemos que evacuar. Es muy importante que obedezcáis y os mantengáis todos a mi lado. ¿Entendido?
Los niños se miraron unos a otros. Loreta miró a su hermana. Sus otros hermanos aún no habían comenzado en la escuela.
Cogidas de la mano siguieron las indicaciones del profesor e intentaban mantenerse lo más cerca posible de él. Dos niñas de siete y seis años. Loreta ya sabía lo que era ser la hermana mayor.
Tuvieron que correr a través del monte para alejarse lo máximo posible del peligro. Mientras corrían, Loreta rezaba, le pedía a Dios que la ayudara a proteger a su hermana.
***
Todo el mundo enmudeció cuando una enorme explosión tuvo lugar. El suelo tembló bajo sus pies a pesar de la distancia y fue como si algo invisible los empujara hacia atrás. Así se sintió a esos dos kilómetros de distancia.
Loreta, de ocho años, y sus cuatro hermanos, de siete, seis, cuatro y un año, no se enteraron de nada mientras volaban juntos al más allá.
NEUS SINTES
Todo adulto posee al niño o niña que llevamos dentro. Esta dedicatoria va para nuestro niño interior.
A la niña interior que entre libros siempre veía, sumergida entre ellos; devorando cada línea y cada párrafo, cuya contenido contenía una historia distinta. En muchas ocasiones imaginaba ser la protagonista de la historia que tenía entre manos. Su imaginación desbordante la hacía mantener una doble vida. La real y otra paralela a la dura realidad; la vida. Muchas veces se adentraba en esa vida paralela siendo protagonista de cada historia que leía. Su inmensa imaginación le ayudó en el duro y difícil caminar. Que mejor que la literatura para ayudarla por el camino.
Se la veía siempre caminar con un libro debajo el brazo. Cuando la niña empezó a crecer ya no solo leía sino que empezó a sentir pasión por escribir sus propias historias, partiendo de una hoja en blanco. Llevaba consigo siempre una libreta y cuando le surgía un pensamiento lo iba escribiendo.
De carácter optimista, siempre te ofrecía una sonrisa, aunque en ocasiones solo fuera una máscara para evitar mostrar al mundo la soledad y la tristeza, que en su alma albergaba. La felicidad no la encontraba en el mundo real, por eso se sumergía en su mundo paralelo, en el que allí sí encontraba un mundo en que la fantasía y la ficción formaban parte en el.
Sabía diferenciar el mundo real del mundo paralelo que se había creado. Siempre fue soñadora y creativa. «En el soñador, vida y sueño coinciden». Una cita que aún conserva en la memoria, una de tantas que le llegó al alma.
Podía pasarse horas leyendo y escribiendo cerca del mar. La inspiración junto con la brisa del oleaje hacían milagros en su libreta que siempre llevaba consigo.
A nuestra niña interior, que con amor la recordamos y que sigue con nosotros en un hueco de nuestro corazón. La niña en mujer se convirtió pero no olvidemos que aunque en adultos nos convirtamos por ley de vida, no dejamos de lado a nuestro niño interior.
¿Quién en alguna ocasión no ha escuchado una vocecita que le habla? – se trata de nuestro niño interior que nos habla y aconseja desde el fondo de nuestro corazón. Si retrocedemos en el tiempo, recordaremos al niño interior que llevamos dentro.
ANGY DEL TORO
SU ULTIMA VOLUNTAD
Siempre habrá alguien dispuesto a provocarnos daño, jamás lo olvides.
—¿De qué hablas mujer? tanto misterio no me está gustando, te conozco y sé que algo te preocupa.
—La vida te lleva por atajos y de momento —¡plaf! — como si nada, te enfrentas a ellos.
—¡Acaba de hablar!, me tienes impaciente. —respondió el marido.
—Mamá, disculpa que les interrumpa. Es cierto lo que dice mi padre, desde que el tío pidió hablar contigo a solas, te veo preocupada y triste.
—Por favor, hijo —interrumpió Alejandro mientras mordía su labio inferior— déjanos solos.
—No, no te vayas. Ya eres un hombre y de lo que tengo que hablar tú eres el que más se afectará y, por mal que me sienta, he de afrontar las consecuencias. Antes de conocer a tu padre fui novia de Luis Manuel, tu tío. Ya lo conoces, él jamás ha sido “ave que cuide su nido”, tuvimos una relación corta, pero intensa. Llegaste a nuestras vidas y Luis Manuel se empeñó en pensar que eras su hijo. Ahora que está solo, viejo y enfermo se impone y dice que te dejará toda su fortuna, pero con la condición de que seas reconocido como su hijo legítimo y además, quiere que cambies tu nombre ya que los apellidos serían los mismos.
Elevó sus manos a la cabeza diciendo.
—¿Qué hay de cierto en esta historia? y ¿de quién soy hijo?
—¡¡Mujer acaba de una vez!! —interrumpió el esposo.
—No se alteren, juro que eres hijo de Alejandro. En estos momentos no sé si tu tío está en su sano juicio. ¿Creen que debiéramos informarlo a los médicos que lo atienden?, ¿no sé qué hacer? Por favor, ayúdenme a pensar. Luis Manuel no tiene a nadie más que a nosotros. ¿Hemos de permitir que se pierda todo su dinero? En su testamento deja escrito que, de no hacer su voluntad, su fortuna será donada íntegramente a una institución, benéfica o no, le da igual. Me ha dicho que por mi culpa siempre ha estado solo.
—¡¡Que familia más loca tengo!! —exclamó el hijo y continuó. Da pena, pero creo necesario decirles que dudo al tío le quede mucho tiempo. ¿Qué nombre quiere para mí?
La madre apenada y en tono muy bajo respondió. —Wendy.
—¡¡¿El qué?!! —mi hijo no se va a poner un nombre de mujer. ¿Mi hermano se ha vuelto loco o qué?
—Padres, no se preocupen. Iremos al hospital y le haré feliz diciéndole: «Tío, seré Wendy para ti».
ASAPH FERNÁNDEZ
Al nopal sólo lo visitan cuando tiene tunas
¿Alguna vez has sentido la soledad? Esa sensación de no poder apoyarte en alguien aunque se esté rodeado de gente. La misma sensación de no tener con quién hablar o con quien pasar un rato agradable porque en realidad a nadie le importas.
Conocí a un hombre que vivió este terrible mal, un hombre al que llamo el hombre nopal. Rodeado de personas, a los que llamó y consideró sus amigos y a pesar de eso vivió tristemente solo.
Los nopales son muy similares a los hombres. No es necesario que los plantes, donde los dejas ahí mismo crecerán y darán fruto. Cuando están tiernos son muy codiciados, pero cuando ya están viejos solo son cortados.
Durante toda su vida llegó a dar tantos frutos y muchos se vieron beneficiados. En la vejez cambió sus retoños por tunas, pero sin dejar que el cansancio lo venciera.
Sirven como alimento para el hombre, a los animales y en ocasiones se les deja secar para alimentar el fuego de algún anafre, que por un momento caliente el hogar.
No es necesario darle muchos cuidados, si lo dejas sobre la tierra de inmediato echa raíces. Es muy dócil a pesar de tener espinas, y agradece el riego que le da la lluvia.
Hablo del nopal y del hombre como uno mismo porque conocí a una pareja que anduvieron por el mundo. Ambos siempre de la mano.
Una vida fructífera tuvieron, muchos retoños y también tunas ofrecieron. Pero llegó el día en que en un solo lugar se establecieron. Al lado del camino donde crecer y fructificar los vieron, y donde los dejaron morir uno junto al otro.
La lluvia les proveía de su riego pero los forasteros arrebataron sus sueños. Ese sueño de formar una familia ha sido su propia destrucción. Los hijos cuando ya los ven viejos solo piensan en obtener el fruto que no trabajaron.
El anciano es un nopal que se ha establecido sobre la tierra que sus manos le han dado. No molesta; no pide ayuda ni la recibe de nadie.
Cuando fue joven, era codiciado por su belleza y más aún por su fortaleza. Trabajando duro y llevando junto a su mujer los retoños a cuestas.
¿Por qué el hombre olvida a la tierra que le da de comer?
Cuántos hombres convertidos en nopal he visto caer al olvido, nadie los mira, nadie los atiende pero si esperan que les nazcan las tunas para llevarlas al vientre. Pasan junto a ellos como aquel que está sembrado junto al camino.
–Ya solo roban espacio- dice el insensato. –Debemos cortarlos y echarlos a que aviven el fuego de una hoguera que nos caliente por un rato-.
Así despojan al hombre de sus bienes y su fortuna.
–Ya no sirven para nada- dice el hijo mal agradecido, –lo encerraremos en un asilo, cortaremos sus raíces, que no les dé el sol, y que olviden su pasado; con drogas y medicamentos que los hagan dormir para siempre.
Así pues el hombre nopal saca las espinas y aquel que lo quiere despojar se lastima.
«Ha sido tu culpa» reprocha al anciano. Pero ¿quién ha sido el que lo ha querido despojar de sus bienes?
El anciano se compadece de sus hijos y obtienen lo que quieren. Las tan preciadas tunas que devoran en un instante.
Al anciano y al nopal sólo lo visitan cuando tiene tunas, es dicho muy conocido en mi país.
Así pues vi, a aquel hombre del que sus hijos se olvidaron, ¡mal agradecidos que sus escasas tunas devoraron!.
El nopal es hombre, es padre, es abuelo, es hermano, es símbolo mexicano.
El nopal es vida, es alimento y sostén de su familia.
Es cierto que tiene espinas, pero si lo sabes tratar no lastima.
Hijo de Copil y descendiente de Huitzilopochtli, te admiro porque sobre tus hombros has llevado a los tuyos.
Veo tus canas cual espinas blancas que coronan tu cabeza.
Has trabajado y sufrido inclemencias.
Tanto te encorvas que pareces caer pero mayor es tu voluntad que no te deja ceder.
Te he visto pasar con la cabeza gacha, colgando de tu brazo un humilde canasto.
Llevas alegrías también palanquetas, pisas las plazas y también las banquetas.
Eres orgulloso y fiero guerrero, sales al frío a ganarte unos fierros.
A veces te cuelgan en un ventanal para cuidar de los renuevos que un día te han de olvidar.
EFRAIN DÍAZ
Cuando su padre murió, Arantxa no sintió pena ni tristeza. Tampoco aflicción ni dolor. Sintió una paz interior que nunca antes había experimentado. Sintió alivio.
Arantxa era única hija. Sus padres se lo achacaban al destino. Solo tenía a sus dos primas, a quienes no podía ver.
Su padre, Andrés, un exitoso empresario que logró retirarse antes de los cincuenta, abrazó la religión cuando Arantza era una niña e hizo cumplir la palabra divina al pie de la letra.
Tan pronto el fanatismo religioso entró en el hogar, eliminaron el televisor. Esa maldita caja de perdición sería la responsable de llevar sus almas al infierno.
Cuando en el colegio comenzaron a utilizar el internet como método de investigación y estudio, Andrés se opuso. Ese era otro invento del diablo para ganar adeptos. Fue una guerra que, aunque dio la batalla, no pudo ganar. Sin embargo, en su casa, en sus dominios, él regulaba la contraseña, la cual cambiaba a diario y mientras Arantxa hacía sus asignaciones, él la supervisaba.
Arantxa no pudo salir más a casa de sus amigas. Los padres de éstas eran demasiado liberales para los estándares que Andrés había impuesto.
Solo ciertos amigos de ciertas familias que iban a la misma iglesia podían visitarla siempre y cuando Andrés estuviera en la casa y sirviera de chaperón.
Arantxa no tuvo una niñez felíz. Que su padre la separara de sus primas, lo único que tenía, jamás se lo perdonaría. Andrés la había sumido en la más extrema soledad. La
Al llegar a la universidad, no pudo ir donde siempre quiso ni estudiar música. Andrés le impuso estudiar medicina en la universidad de su pueblo, que aunque era una universidad de tercera, quedaba en su comunidad y Andrés podía ejercer su influencia. Arantzxa tenía que ser doctora en medicina para demostrar que era mejor que sus primas. Una competencia que ella nunca interesó pero complacía y le daba aires de superioridad a su padre Andrés.
Comenzó el semestre sin el más mínimo interés hasta que llegó a la clase de química. Todo en el planeta está basado en química. Entonces comenzó a preparar café en el laboratorio. También comenzó a preparar espíritus destilados y cerveza. Mejoró las formulas. Preparaba todo a la perfección. Cuando vio el potencial de la química, una sonrisa se le dibujó en sus labios. Por primera vez en muchos años se sintió felíz. Al fin había encontrado la llave de la libertad.
Al cabo de los años Arantxa terminó su carrera y se convirtió en patóloga forense.
Trabajaba para el estado y se encargaba de realizar autopsias para determinar la causa de muerte de los cadáveres que llegaban.
Ya Arantxa estaba lista para vivir su sieños. Para abrazar la libertad. Esa libertad que de niña le fuera arrebatada y negada. Ya estaba decidida y nada la detendría.
Para ello, se valió de arsénico. Un potente veneno que cuando se mezcla con comida o bebida, es inodoro, incoloro e insípido, y los síntomas de una sola dosis se parecen a los de una intoxicación alimentaria letal.
Cuando llegó a su casa, se ofreció a preparar la cena y la comida de su padre lo mezcló con arsénico. La dosis adecuada para que le provocara un infarto al miocardio y no pasara por una muerte por envenenamiento.
Tan pronto terminaron la cena, Andrés se fue a escuchar la santa misa y de repente comenzó a sentir un fuerte malestar. Su esposa se preocupó y llamó a Arantxa. Arantxa vio a su padre agarrándose el pecho y fingió preocupación. Montó a su padre en su vehículo y acudió al hospital. Sabía que era inútil pero debía disimular.
Al llegar, ya Andrés había muerto. No tenía signos vitales. Su pulso y su respiración habían desaparecido.
Fue la propia Arantxa quien hizo la autopsia para asegurarse que el reporte informara infarto al miocardio, eliminando cualquier rastro del arsénico.
Consumada su venganza se sintió libre y desatada. Se sintió emancipada.
Al ver a su padre en la camilla, inerte y sin vida, Arantxa no sintió pena ni tristeza. Tampoco aflicción ni dolor. Sintió una paz interior que nunca antes había experimentado. Sintió alivio. Al fin podría vivir.
CANDELA PUNTO
SOLO Y MALTRECHO
Maltrecho, herido y a ciegas, recorro el camino de la vida…
Nunca supe, nunca sé y nunca sabré, donde está el camino de la oveja blanca. Ni familia, ni amigos, ni amantes. Tal vez, alguna oveja descarriada te encuentra…
Maltrecho, herido y a ciegas recorro el camino de la vida…
¿Quién eres?… ¿Dónde andas?… ¿Dónde vas?… Nunca un vaso de agua… Nunca un granero donde dormir… ¡Hombre fulanito!, ¡hombre menganito!, las sabias palabras de las ovejas blancas.
Maltrecho, herido y a ciegas, recorro el camino de la vida…
Reunión de ovejas negras. Alegría y fiesta. Sinceridad y agua para todos.
En cada novia hay un puerto, desde el que partes buscando nuevos caminos. ¡¿Pero eres oveja negra?!, hacia delante se llega a Madrid.
Maltrecho, herido y a ciegas, recorro el camino de la vida…
¡Con la que está cayendo!, ¿cómo te atreves?, haz provecho de tu persona y. por allí, se va a Madrid… Yo sé quién eres, sé lo que quieres y podría ayudarte, pero el problema eres tú.
Maltrecho, herido y a ciegas, recorro el camino de la vida en dirección a Madrid. Todo es bueno, es la solución, es la gran meta, pero está lleno de ovejas blancas y yo soy negra.
Solo y maltrecho.
ROSA ROSANA
Sonó el teléfono, una señal de aviso, un mensaje despertándome. Entreabrí los ojos que pesaban por ellos mismos o por el sueño.
Alcancé a cogerlo, tanteando más que viendo y con un ligero movimiento de un dedo, se hizo la luz. Era azulada, intensa como un reflejo. Mis ojos aún no estaban preparados para tanta claridad y con ellos medio abiertos alcancé a leer unas letras sin abrirlo para ver todo su contenido, aún no estaba dispuesto mi cerebro para tal cometido.
En esa pantalla emergente de luz azulada que más que vida te da muerte, pues tus pupilas reciben ese destello que las hieren por estar aún relajadas, porque cuando uno duerme, pues duerme; y entre despierta y dormida unas letras mi mente pudo asimilar:
«Hola hermosa, buenos días…»
Retiré el dedo de la pantalla apagándose la misma a la vez que se encendía una sonrisa. Cerrando los ojos sabía quién escribía sin ver el remitente. Creo que mi cerebro aún con falta de chispa y deslumbrado por la luz existente se concentró más en el mensaje que en quien lo escribía. Como si fuera una ojeada selectiva, aunque pude comprobar después que su nombre estaba en letras más grandes escritas. Mi mirada quizá aún era pequeñita o mi cerebro quería saber que se emitía más que quién lo hacía.
Así desperté con una sonrisa, y me acurruqué entre el calor de las sábanas, en esta mañana de frio invierno, diciéndome a mí misma:
«Un poquito más, aún no quiero despertar»
La sonrisa fue la chispa, y con esa fuerza me incorporé sin más. Me dirigí a la cocina. En mi mente sentía el deseo del aroma a café .
Al poco hizo su efecto e iba despertando. El teléfono se había apagado, lo enchufe para darle vida, a la vez que bebía un sorbo entibiando la mía.
Al abrir la ventana de esa pantalla que me separa de otra vida pude leer para mi alegría el Tema Semanal y otra sonrisa brotó espontanea al leer SOLEDAD.
Hoy el día prometía. Me lie un cigarro saboreando la mañana y baraje las cartas que barajo cada día. Extraje una y salió PAZ. Llegado a este punto ya podría terminarse este día pues en pocos minutos resultó COMPLETO. ¡Cuánto se recibe en tan poco tiempo! Seguido mi mano alcanzó un bolígrafo y un folio en blanco.
Esto merece un brindis. Un chapó querido UNIVERSO. Un GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS., y tan llena me siento que esto requiere de una pausa para poder saborearlo al completo. Así que me liaré otro cigarro y me prepararé otro café, leeré ese mensaje aún no abierto y luego con la PAZ que siento y la alegría que contengo seguiré escribiendo sobre el tema semanal SOLEDAD, aunque yo lo titularía BENDITA SOLEDAD.
Es bueno pararse en la vida para darse cuenta de que la estás viviendo.
Ya he vuelto y sólo por hoy transcribo el mensaje completo porque me da pie a seguir escribiendo:
—Hola hermosa, buenos días…
Por decir algo tengo la cabeza que parece va a estallar.
Y tú como estás?
—Buenos días guapisimo.
Yo maravillosa mente bien.
Despertando y disfrutando ya de la vida
—Que bien…
Yo seguiré peleando…
—Feliz día. Voy a seguir escribiendo.
Luego hablamos.
—
Y se creó el silencio. Retomando el tema semanal de la SOLEDAD me llevó atrás en el tiempo, cuando era niña, y en eso vuelve a sonar el teléfono iluminándose con otro mensaje que contestaré más tarde, pues ahí si necesito tener más despierto mi cerebro. Reconozco al mensajero sin abrirlo y como siempre nos damos tiempo decido poner el teléfono en modo avión para poder concentrarme en esto que ahora voy escribiendo. No por ello es menos importante ese mensaje, sino que requiere de un buen tiempo, de ese de calidad, de detenimiento, de dedicarle el 100% a lo que estás haciendo. Sólo lo aparto un momento guardándolo para darle luego la atención que requiere.
Decía que me llevó a cuando era niña, creo que cuando tuve uso de razón, por ahí sería más o menos.
A pesar de ser la pequeña de cuatro hermanos quizá hiciera pensar que nunca tendría la soledad a mano. ¡Cuánto la busqué! ¡Cuánto la he amado! ¡Cuánto la deseo siempre! ¡Cuánto siempre la he disfrutado!
Escribí hace mucho unas letras para ella como si fuese un amante con el que siempre quisiera encontrarme, y dice así:
Soledad querida
Mi más fiel amiga
Tú me has visto crecer
Tú me has visto reír
llorar y sufrir
Sólo tú sabes lo que siento
Sólo tú sabes lo que pienso
Tranquila, plácida y muda
que me sigue donde quiera que yo vaya
alimentando mis dudas.
Rosa Rodríguez.
¡Qué más quieres que te diga si la soledad es mía! Me trae a la memoria a Manuel Machado cuando escribía » A MI SOMBRA» y en su primera estrofa decía:
«Sombra, triste compañera
Inútil, dócil y muda,
Que me persigue dondequiera
Pertinaz como la duda»
Me daba vida Manuel Machado, ¡Quién hubiera nacido él! y poder escribir sintiendo sus letras, embebiéndote en ellas, haciéndolas tuyas para sentirlo naciendo en la piel y muriendo con ellas. Nombrarlo me pone el alma tibia y me acaricia. Le escribía Manuel a su hermano Antonio: «Tú poesía no tiene edad. La mía si la tiene» y Antonio le respondía. «La poesía no tiene edad cuando es verdaderamente poesía»
¡Quién hubiera sido su hermana pequeña! Después de otros hermanos que tuvieron la suerte de serlo. ¡Quién hubiera escuchado sus versos! ¡Quién hubiera sido un niño en esos tiempos! Firmaría una vida nueva por serlo, aunque esta ya sea la última que tengo. Aun naciendo mudo y tan sólo oyendolos. ¡Quién hubiera…!
ÉL habla de la tristeza de su sombra con maestría y yo pobre de mí, de la alegría de mi soledad, y tanta dicha que me dá, te dejo a un lado Manuel Machado y me sumerjo en estas líneas. Volveremos a vernos en otra vida que aún no está escrita.
LA SOLEDAD ES MI VIDA, tan amada y querida, tan buscada y solícita que me atiende y sirve cada día de mi pequeña vida.
LA SOLEDAD ES MI AMANTE, al que le doy todo cada día, al que siempre respondo, al que siempre busco y atesoro, al que nunca dejo ni abandono. Al que tiene su propio reino en el cual yo soy su siervo. A su entero servicio me entrego porque sin ella me falta el aliento, sin ella sentir no puedo. LA SOLEDAD es el aire que respiro, que contengo y si algún día no pudiera respirarlo, yo, morirme quiero, porque no entendería mi vida sin ella, porque sin ella no quiero ni puedo, porque soy la más celosa de las fieras si tocar MI SOLEDAD quisieras. Porque no es ella o soy yo, somos uno sólo viviendo del otro. Es mi agua, es mi luz, mi todo y si algún día contigo compitiera mi fiel compañera ya tendrías que ser muy digno de ella para compartir mi soledad contigo, pues mi compañía se la doy a cualquiera, pero MI SOLEDAD, esa, esa es mi esencia, y no cualquiera entenderla pueda, y si, algunos la comprenden y saben que no pueden hacer celos con ella, ni competencias porque si no la quieres a mí me pierdes. Si tengo que elegir, si en algún momento pasará eso por tu mente es que nunca debiste conocerme. Si no la entiendes no me entiendes. Podré amarte desde las entrañas más fervientes, desde mil vidas que viviera siempre, podrían nacer de mi vientre mil infantes, y en cada una de esas vidas antes que tú ella, ella siempre estaría presente. Ella nace, vive y muere en mí cuando yo nazca, viva y muera. Sin ella no soy yo, sin mí no es ella.
Soledad querida, que poco entendida, ojalá el mundo te entendiera, ojalá el mundo más te quisiera. Yo te doy mi vida y esta ofrenda y tan pequeñas me parecen mis letras que te pido perdón e indulgencia por no saber expresar con ellas todo el amor que mi vida te profesa. Siendo tan pequeña como soy y TÚ TAN GRANDE Y TAN INMENSA. MI SOLEDAD ME LLENA.
JOSTIN ABAC
Escena primera:
El solitario, entre suspiros y tristezas, algo ebrio entra en su habitación y tiene un soliloquio en voz alta, en medio del silencio, con una voz quebrada murmura:
– Éramos tú y yo, Liss. Una complicidad envidiable era lo que teníamos.
Tus ojos reflejaban el amor de mis ojos al mirarte,
tus labios transmitían el intenso amor que por mi sentias. Tus «te quiero»
después de una noche de pasión eran más que sinceros (así los sentía).
Conocí hasta la más nauseabunda maña tuya, te vi llorar, encantado disfrutaba tus carcajadas, consolé tus sollozos acariciando las olas de tu cabello, entonces, ¿Por qué?… ¡¿Por qué dejarme en Soledad?!…
[El solitario se inca frente a su cama mientras enfurecido ve algunas fotos]
!ay, amor mío!… Te he perdido… !ay, amor mío!… Te has perdido… de mi amor.
[El solitario rompe en llanto]
— ¿Y ahora qué? ¿Cómo olvidar a alguien con quién olvidaba a todo?. No estoy preparado para vivir sin ti, Liss. Tú estuviste ahí, cuando fui infeliz, tú me salvaste de mi soledad, en primer lugar y ahora me deuelves a ella.
¡Cruel y déspota mujer! Me enseñaste a ser feliz contigo, no sin ti ¡Oh, que cruel fue tu plan! Darme los mejores momentos de tu vida para que cuando desaparecieras fuera más grande mi desesperación, te asegúraste que tú huella doliera.
[El solitario se levanta y ve por la ventana hacia las estrellas mientras seca sus lágrimas con resignación]
— Noches cómo estás dormías encima de mi pecho, Liss y en esta noche lo único que hay en mi pecho es dolor y al parecer el inicio de una eterna soledad.
¡Ay, Liss! Sí me vieras sentirías tanta tristeza, jamás te gustó verme triste, regresa a hacerme feliz, no quiero estar solo.
[El solitario pasa toda la madrugada resignandose a su soledad y a la pérdida de su preciada, Liss]
Liss… Liss… ¡Liss!…
GLORIA ALBADALEJO
LA VISITA
Cuando Lidia, mi mujer, murió hace seis meses, a las dos semanas, murió mi canario, creo que lo abandoné sin querer. Al mes siguiente del pájaro, murió mi perro. Creo que también me olvidé de él, lo sentí mucho, pero solo puedo pensar en mi mujer. Ahora en mi casa no hay sonidos de ningún ser vivo. Lo único que me acompaña, es el televisor y la radio, cuando la enciendo, después, todo permanece en silencio de nuevo. Es triste la soledad y a mis setenta y pico de años, aún se hace más duro. No tengo más familia, por lo que todavía se acentúa más. Ya no sirvo para nada, no puedo trabajar, incluso me canso al hacer la compra y todo mi hogar está patas arriba, la suciedad acumulándose y algún insecto, empieza a visitarme. Pienso que se han dado cuenta que estoy solo y me quieren acompañar. Las telarañas, empiezan a estar por algunos rincones. Las hormigas, se encargan de llevarse las sobras del suelo, pero creo que las cucarachas les ganan el terreno y son ellas las que barren. Por las noches empiezo a escuchar el ruidito de algo que araña en algún lugar de la casa, es un sonido sordo que al final desvanece. Creo que ayer vi algo peludo del color de la arena, debe ser un ratoncillo, pero no sé a dónde se habrá metido.
Hoy he recibido una visita, no la he tenido desde el fallecimiento de mi mujer. Es la vecina del tercero, la que hay debajo de mí. Me pregunta que es lo que pasa por las noches que se oyen tantos ruidos.
-Yo no hago ruidos, señora, vivo solo, nada más veo la tele un poco y antes de las diez me acuesto- pero ella insiste en que de noche se escuchan cosas, golpes, pasos, arrastre de muebles y no sé qué más.
No quiero hacerle más caso y le cierro la puerta en las narices. – ¡Esta tía está loca!, solo me faltaba a mí esto – pienso en voz alta.
Por la noche me vuelvo a tomar la pastilla para dormir, si no, no pego ojo. Vuelvo a soñar con Lidia que llega a casa, me da las buenas noches, me arropa y me da un beso en la mejilla y después, creo, que escucho algo más, pero el medicamento me hace tanto efecto, que no puedo despertar y de esta manera, sigo soñando en la soledad.
Final de la historia.
EDUARDO VALENZUELA
La soledad es un platillo que pocos paladares saben apreciar; demasiado amargo o ácido dirán algunos, una tortura en vida para otros. Para mí, es un privilegio que pocos podemos disfrutar de verdad.
Huí a la montaña escapando del antropocentrismo de la humanidad, asqueado de sus mentiras y vilezas. Ya se, que no todo es ruin, que también existen almas bellas y bondadosas, pero no nos engañemos, que la bondad de los hombres es semejante a sacar con un dedal el mar de maldad que entra al barco a raudales.
Acá, solo en la naturaleza, la tierra canta una canción más bella que cuanto haya escuchado entre los hombres; la brisa acaricia mi piel con más suavidad que cualquier seda; el agua es más sagrada que la inocencia entera del mundo, y la verdad del sol es más cierta, fuerte e inmortal que todas las promesas de amor. La única vileza que he hallado es la que yo traigo en mi corazón.
Estando solo me siento vivo de verdad, porque la muerte no miente y sé que me espera detrás de cada respiro, de cada pisada en la tierra gredosa y al final de cada dormir.
Se los digo con franqueza, la soledad es bella, pura, limpia y, hasta ahora, solo le encontrado un defecto y es, que aun siendo tan virtuosa, no se puede compartir con nadie.
GAIA ORBE
Estaba echada yo en la tierra, enfrente,
la infinita granja del parque Cornwall,
que cubre las laderas de un cono formado
por los fragmentos de la escoria volcánica,
en la siempre bullente ciudad de Auckland.
*
Al frente pastoreaban unas vacas marrones
con manchas blancas alrededor de los ojos
sopló una brisa helada, mi cuerpo estremeció
era época de partos y ellas, robustas,
le hacían frente al extremo frío de julio.
*
Bajo las magnolias divisé a las ovejas reunidas
pensé en acercarme, pero los perros ladraron
protegían al ganado detrás de la cerca
manteniéndonos fuera de los bordes del prado
yo era una visitante, una extraña en su tierra.
*
Y estaba sola, sin amparo buscando mi destino
los rayos de sol colados entre las ramas eran pocos
me arropé con la capucha de la campera de corderito
que había comprado en el woolworths esa mañana
¿quedarme o volver a mi patria?
*
Otra vez me acostaba sobre la hierba tibia
un kererū bajaba del árbol para comer la fruta caída,
que estaba a mi alrededor, hasta la drupa,
era un ave de cabeza pequeña, plumas apretadas
de color verde morado brillante y pico rojo.
*
La quietud del aire se rompía con el ruidoso aleteo
entonces yo, que susurraba sin voz mi pregunta,
observé su lento ascenso en empinadas parabólicas
hasta que, desde lo más alto, el kererū cantó en maorí:
“Es tiempo de volver a casa”.
OMAR ALBOR
En lo profundo
descansa un pensamiento que Narosky escribió. Aquella tarde junto a la higuera dos palomas se besaban mis ojos se humedecieron y la gota que caía, prendía en flor bajo de mi un corazón roto, sentía soledad, quería ser otro pero nada cambiaba ese momento estaba flotando como nunca antes, quería gritar quería saltar, miraba el verde resplandor entre las hojas y el sol me hacía compañía, las palomas me miraban y un corazón roto sangraba soledad, esperaba no volver nunca más al pasado ese único momento se volvió eterno y cuando volví a pestañar mi vida era otra y nada volvió a ser como fue.
El silencio es un solo instante donde los pensamientos acompañan esa idea que el corazón migra al cerebro y explota más allá del momento.
Soledad.
EMILIANO HEREDIA
Usted que me está leyendo.
SOLEDAD ACOMPAÑADA.
Hoy, estimado usted que me está leyendo, aprovechando la coyuntura, que me ofrece el tema de ésta semana, quisiera hablarle de la soledad.
No de la soledad sin más. Aséptica, fría y a resignada.
Hoy voy a hablar de LA SOLEDAD ACOMPAÑADA.
Éste tipo de soledad, es la menos publicitada, observada y comprendida.
Pero, si más dilación, expongo los siguientes casos.
En un centro educativo, independiente del grado del curso, alguien sufre burlas, vejaciones.
Aislamiento.
Es una isla enmedio de un bullicioso océano heterogéneo de estudiantes generalizados, estereotipados, con un patrón universal de sistema educativo.
Por alguna tara física, pertenencia a otro país, otra cultura, credo, por un elevado nivel de estudios o por sentirse en un cuerpo que no es el suyo.
Ésa soledad es dura, y cruel.
En un centro de trabajo cualquiera.
Ése mando superior, que veja al empleado que no se puede resistir por miedo al despido.
Y sus compañeros miran a otro lado intentando esquivar la bala.
La entrada al puesto de trabajo es una condena por un delito que no se ha cometido. Y pasan los días, meses y años, y el cuerpo muta en un autómata que no siente, ni vive. Sólo trabaja, trabaja.
Esa amistad de siempre que está siempre a tu lado y te mueres por decir que deseas todo su ser; pero ésa amistad ya tiene unido su destino, o es igual que tú y te mueres por el miedo al rechazo.
Ríes con esa amistad y en lejanía la lloras.
Hay quien, estando en unión con Dios, se consuela en soledad con sus rezos para intentar evadir el pecado del deseo carnal por alguien que le ha abierto una puerta que debería haber estado cerrada.
Esas últimas estaciones, donde paran el tren de la vida de las personas en la recta final. Cajas unas junto a otras, pero vacías de familia, amigos que las llenen.
Quien está contigo creyendo que te quiere. Y te insulta, te agrede, y un temor infinito estrangula el amor que creías sentir. Pasa el tiempo y ese odio te ha erosionado tanto el corazón que ya no late.
En fin, usted que me está leyendo, la soledad, en todo su amplio espectro, es el cáncer del siglo XXI,y las tecnologías, lad redes sociales, lo agravan.
Ojalá usted que me está leyendo, lo esté haciendo en buena compañía.
DOMINGO MACHADO BARCO
Soledad siempre fue de mis amantes la más fiel y paciente, comprendía gustosa cuando me enamoraba de otra y la abandonaba sin remordimiento alguno, ella sabía que tarde o temprano volvería abatido a sus brazos. Me esperaba, siempre me esperaba de sonrisa y tul.
Recuerdo que cuando me casé ella me condujo hasta el altar mientras me susurraba al oído el Ave María para entregarme a esa maravillosa mujer con la que durante tanto tiempo la olvidé.
Recuerdo también cuando me divorcié. Soledad, impredecible e irreverente cómo solía ser, me esperaba desnuda y jadeante en el nuevo lecho donde por algún otro tiempo reanudamos nuestros secretos amores.
Yo, incorregible infiel volví abandonarla por otra con la que también me casé. Ésta vez, como no fue ante ningún altar, no me cantó el Ave María, pero igual me condujo hasta mi nueva esposa y yo solo escuché a lo lejos su tenue sollozar, entonces supe que ya no la volvería a ver sino cuando viniera a llevarme con ella el día de mi muerte.
GABRIELA INÉS COLACCINI
Solo
¿Acaso existe
soledad más extrema
que aquella que siente
el carozo de la ciruela?
JULIO SQUIRE
La luz que entraba por la ventana adquirió una nueva tonalidad, un nuevo brillo, o eso le pareció. Tardó en darse cuenta de que el cambio se había producido en ella, en su percepción, como había pasado tantas otras veces. También le dio la impresión de que la agradable calidez en su mano había comenzado de repente. Sin embargo, sabía que la mano de su hija llevaba mucho tiempo sobre la suya, suave, como de terciopelo.
—Buenos días, Fina. ¿Llevas mucho rato aquí? —preguntó, con una sonrisa en la que apenas quedaban dientes.
La joven correspondió al gesto. Prefirió no recordar a la anciana que su hija Fina llevaba años sin visitarla.
—Buenos días mamá. Nada, sólo unos minutos. ¿Cómo te encuentras hoy?
Tardó un rato en contestar, disfrutando de los rayos de sol sobre su rostro.
—Pues como siempre. Esperando que se me lleven.
La chica no supo si debía reír. Siempre le había resultado chocante el humor negro de la anciana.
—Es una broma, hija. Pues no me encuentro mal, lo que imagino que ya es algo, ¿no?
—Pues imagino, mamá.
Sonrieron las dos.
—¿Quieres que avise a la enfermera para que te ponga en la silla y damos un paseo por el jardín?
—Mejor no, hija. Hoy hace frío. Mira cómo tengo la mano.
Puso la mano libre sobre la de su hija. A la chica le pareció un fino guante de piel relleno de carámbanos.
—Está helada, mamá. Voy a subir la calefacción.
La mujer asintió con un gesto. No volvió a hablar hasta al cabo de unos minutos.
—¿Y llevas mucho rato aquí, Fina?
La joven enfermera no pudo reprimir un suspiro. Siempre funcionaba del mismo modo: primero repetía algo que había dicho un rato antes, como si fuera algo nuevo. Luego no tardaba en volver en sumirse en la oscuridad.
—Un ratito nada más, mamá. He venido a verte antes de trabajar.
—Qué alegría, hija. ¿Puedes subir un poco la calefacción? Hoy hace frío. Creo que mejor dejamos lo del paseo para mañana.
—Claro, mamá. Como prefieras.
Cuando la enfermera volvió a sentarse, la expresión de la anciana había cambiado de nuevo. Ya no sonreía, ya no brillaban sus ojos. Ya no miraba nada aunque los tuviera abiertos. Incluso el rayo de sol había dejado de entrar por la ventana, abandonando la habitación. Ella había vuelto a la soledad de dentro de su cabeza. Cada vez pasaba más tiempo allí.
—Hasta mañana, mamá —dijo la enfermera, con una sonrisa triste, antes de arroparla bien y volver a su guardia.
JOSE LUIS GARCÍA RODRÍGUEZ
Soledad
He intentado, de ti, huir,
escapar, de tus fauces salir,
pero nada será como sentir,
que te acercas para engullir,
tengo miedo de tu aburrir,
de tus noches frias erguir,
de necesitar tener que dormir,
para olvidar que me vas agredir,
romper mis rutinas y abatir,
así que me atrevo a decir,
¡vete! en un balbucir,
más te niegas, siento el crugir,
de mi alma que se deja cohibir,
y el tiempo, me hará curtir,
para aprender como acudir,
a tu encuentro, sin yo fuir,
al conocerte tendré que avenir,
que todo el miedo se va diluir,
pues la calma me hará confluir,
que no era tan malo el porvenir,
la paciencia del silencio hace sentir,
que todo lo dominas sin resistir,
te hace mas sabio en el devenir,
y sientes amar el sin vivir,
de estar sin nadie para aburrir,
y creo que te puedo advertir,
que la soledad te va a bendecir,
pues, amor hacia ti, vas adquirir,
y no vas a volver admitir,
que te saquen de tu convenir,
de que en tu soledad, puedes existir.
J.L.G.R.
VICTOR EDUARDO HUARACHI
He perdido el ser, el humano y la vida.
Negra y viscosa emana de mí, la resiliencia clara, agotada en las tinieblas malignas del alma.
Gira en torno a mi, la soledad oscura, aquella que no es para para reconocerme, aquella que consume y cala poco a poco y lentamente.
Ya he caído en este pozo, cada vez más hondo y cada vez más me cuesta abrir los ojos.
El frío ya no es frío, y el calor ya no es calor,
El sentido adormecido me soslaya y las olas de recuerdos me atormentan.
Ya he visto aquella luz de superficie, cada vez más brillante y tengo miedo que me aguarde la ceguera.
Ya he vivido aquí, ajeno de todo por el puro gusto de estar ajeno, el mundo brilla mucho y no puedo esquivarlo mucho tiempo, ya volveré al amanecer.
ROSITA MISKY
Soledad Milagros es el nombre de mi amiga, fue luz y milagro en medio de la soledad.
Desde eso,
he conocido muchas soledades,
la no deseada,
la obligada,
la decidida,
la inquieta,
la agonizante,
la oscura,
la loca y festiva.
Por dios, por dios, hay soledades que se sienten aunque estés acompañada y soledades que aunque estés sola estas llena.
ANNERIS GARCÍA
Eran las once y media de la noche de aquél miércoles de octubre, cuando Sandra consiguió sentarse en su sofá, después de una larga jornada, ¡una más!. Las horas del día no le daban para todas las tareas acumuladas, su cuerpo le repetía un día tras otro que tenía que parar, pero, ¿Cómo hacerlo? ¿acaso tenía que dejar de alimentar a sus hijas, hacer las tediosas tareas de casa, trabajar para poder pagar las facturas?
Sandra tenía una familia de la que estaba orgullosa, tenía dos hijas ejemplares, siempre dispuestas a hacer sus tareas, estudiar, ayudar con las tareas en casa, pasar tiempo con su familia. Tenían sus agendas casi tan ocupadas como las de sus padres, siempre había una actividad a la que acudir, teatro, música, danza… ninguna de las dos paraban quietas.
Raúl era el marido perfecto, trabajador, cariñoso, detallista y nada machista, las tareas de casa las compartían al cien por cien, incluso a él, por su trabajo le sobraba más tiempo que a Sandra y siempre cubría alguna de sus obligaciones sin ningún reproche ni malas caras.
Aun así, siempre terminaba exhausta y agotada. Al final del día tenía apenas diez minutos para dedicarse a sí misma y en esos tristes diez minutos se acurrucaba en su cerebro y lloraba, lloraba amargamente porque, aunque tenía una vida completa, en el fondo se sentía sola.
Esa mañana había visto un anuncio en las redes sociales que frecuentaba, era un anuncio como otro cualquiera, pero algo llamó su atención, decidió hacer clic y durante una hora no pudo dejar de leer, cada palabra de las que estaban en aquella página le hacían sentirse identificada, parecía que quien las hubiera escrito, había visitado furtivamente su mente y hubiera extraído una a una cada frase ahí expuesta. En algún momento levantó la cabeza del ordenador y se dio cuenta que tenía que volver al trabajo, su hora de comida había terminado.
Desde entonces no paraba de darle vueltas. Era real, alguien anónimo compartía sus más íntimas inquietudes. Raúl ya estaba durmiendo, sus hijas también, así, que era el momento de retomar su lectura. Abrió su portátil y siguió donde lo había dejado, estuvo más de dos horas leyendo, hasta que llegó al cuestionario. Dudó por un momento si debía o no continuar, pero por primera vez en mucho tiempo sentía que le corría sangre por las venas, que por fin haría realidad sus sueños. El cuestionario solo le pedía su email y su nombre, no requería ninguna información que en principio pareciera sospechosa de fraude.
Apretó el “intro” de su ordenador y al momento, su teléfono vibró. Había recibido un misterioso mensaje, “te esperamos el viernes a las 22:00 en la casa perdida (haz clic aquí para obtener la ubicación) Debes llevar botas negras altas, gabardina y antifaz negro, debajo lo que quieras”
EL FARO
Piedra libre! Y era noviembre.
Hace más de un año y días que no tachamos almanaques y el tiempo es un tul suave que se mueve con soles y lunas.
Aquí estamos..
A veces prendemos la lámpara del dormitorio y nos echamos sobre la colcha limpia con las zapatillas sucias a llorar un rato; y otras noches nos tomamos una cerveza cerca del techo celestial, ese inmensamente lejos y negro donde nacen las estrellas.
Ella..tiene días buenos y algunos muy malos, y cuando eso pasa, yo hago panqueques caramelizados o la envuelvo con la mantita polar para que duerma un rato.
No sé ni por donde entró; me la encontré una noche cuando puse mi plato en la mesa, y se cruzó de la cocina al living.
Como no la vi, cuando hervía los zapallos?
La casa tenía esos silencios extremos, debería haber escuchado.. Hoy sé que su cuerpo se muta, puede ser ligera o voluminosa, agradable o inoportuna. Casi no camina, anda sobre mis hombros y huele a fruta de estación.
Me ha costado, vaya Dios que me ha costado.
La he querido echar a empujones, encerrarla en el cuartito del fondo, empujarla por las escaleras, regalarla. Sin embargo ella que no habla, me ha enseñado de nuevo el lenguaje, apagó la tele de mi cuarto, me lee cuentos y subió el volumen de mi musiquero.
Me ha henchido..de mí.
Soledad.. ¡Ay soledad!
Cuando te escondes te busco.. es un juego de niños; ya me conoces..
No hay humanos perfectos.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL HOMBRE MÁS SOLITARIO DEL MUNDO
—¿Por qué leches habrán permitido que Patricia me diga que Jonny ha estado vomitando? —grita Michael.
Por lo menos, cuando chilla oye su propia voz.
El silencio lo aplasta, la responsabilidad lo oprime; necesita hacer algo para vencer su miedo. Lleva semanas sin apenas pegar ojo.
Está muy cansado: cansado de estar preocupado, cansado de no escuchar a nadie durante veinte minutos por cada hora que pasa. Está sudando.
—Intenta dormir, Michael —le ha dicho su ingeniero, antes de regresar a la zona de sombra—. Tienes que estar descansado por si tuvieras que hacer la maniobra tú mismo. Un pequeño fallo…
—Un pequeño fallo sería inadmisible. ¡Ya lo sé! —lo ha interrumpido.
«Inadmisible, sí. Pero ¿para quién?», ha pensado Michael. «Para la nación, supongo… O quizá para la Historia con mayúsculas. Lo que es seguro es que, si todo saliera mal, tendría que regresar sin mis dos compañeros. Terminarían muriendo de sed ahí abajo o dando vueltas y más vueltas eternamente».
Se acuerda de nuevo en su hijo y le tiembla un poco el brazo derecho: la última vez que el chiquillo vomitó, tuvieron que llevarlo a urgencias. Siente frío.
—¡Maldita sea! —grita Michael con todas sus fuerzas, aunque nadie lo oye—. ¡Estoy solo, solo…! Maldita sea mi suerte…
De pronto, las luces del control de velocidad se ven borrosas. Luego, todo el panel de mando se desdibuja: Michael está llorando. Sí, todo un teniente coronel, un ingeniero superespecializado, un tipo duro que ya ha salido antes al espacio, está llorando como si fuera un crío con treinta y ocho años. La responsabilidad se hace más y más grande cada vez que orbita la Luna sobre su cara oculta. Allí no puede comunicarse con nadie: ni con sus compañeros que están dando saltitos para pasar a la Historia, ni con su ingeniero de Houston, ni con los controladores que lo apoyan por toda la Tierra para enlazar su señal.
—Formamos un buen equipo, joder—se repite cuando recobra el aliento—. El presidente estará orgulloso si logro recoger a los dos colegas cuando suban en su juguetito desde la superficie de la Luna, porque la misión será todo un éxito. ¡Somos grandes!
Casi nadie recordará al astronauta que tiene más responsabilidad en aquel momento de la misión: Michael Collins. Durante treinta y seis horas eternas, es el hombre más solitario del mundo—así lo llamarán los titulares—.
—Ya verás, Mike —se tranquiliza en voz alta—. Lo del pequeño John no será nada.
El módulo de mando sale de la zona de sombra lunar y se restablecen las comunicaciones con Houston. Está a trescientos mil kilómetros de la Tierra y le quedan todavía más de veinte órbitas a la Luna. En los telescopios, miles de ojos intentan ver el reflejo minúsculo del Sol en su nave.
Michael se siente solo.
MAR SHA
No existe mientras aprendes a disfrutar de tu compañía, contar contigo, pero de verdad sin mentira ni falsedades.
Quisiera contar contigo hasta el día en los mis cabellos se vuelvan blancos como la suave y tierna nieve hasta que las arrugas cubran por completo la piel fría y cansada, llena de inolvidables experiencias.
Querida soledad comprendo que me entiendes como yo ten entiendo a ti que estas hay para acompañarme a beber un buen vino tinto a la luz de la luna.
La soledad es una amiga fie más que el hombre mismo, ella nunca te deja, acompaña hasta el último aliento de vida, hasta el sepulcro.
Todos venimos a ocupar un espacio en este planeta, a cada persona se le dio el derecho de pertenecer a este plano terrenal.
No me quejo de la soledad, porque la mejor compañía es la mía sé que hay dentro de mí, gracias a la gran amiga me aprendí a encontrar y ahora puedo irme en paz con ella al infinito, a visitar a los que ya se han ido, a los que se adelantaron, a ver desde el otro lado a los que se quedan y pedirle al rey de reyes que les de sabiduría para seguir sus vidas, estaremos pasando de vez en cuando para saber cómo se comportan sin mi compañía.
MIGUEL TERCERO SAÚCO
La soledad de la señorita Dent
La señorita Dent lo vio salir del ascensor. Su mirada sintonizó con la de él y Blake la mantuvo solo unos instantes, pero fueron suficientes para que ella percibiera de que la había reconocido, a pesar de los meses acontecidos, porque la cara del hombre reflejó sorpresa, o mejor aún, esa expresión que ponemos cuando nos encontramos con algo que nos hubiera gustado evitar.
Lo siguió hasta las puertas giratorias del edificio monstruoso, que continuamente engullía y vomitaba a tantas personas, que no les daba tiempo a saludarse y mucho menos llegar a conocerse, siendo un gran almacén de desconocidos sin nombre, que pasaban por sus entrañas sin apenas rozarse. En el tiovivo de la puerta, sus miradas volvieron a conectarse como una señal de radio que vibra a la misma frecuencia, en dos dispositivos distantes y extraños entre sí, y entonces, ella sí recibió una expresión de desagrado y de descontento del hombre, muy fugaz, porque nada más salir Blake caminó apresuradamente por la avenida, volviendo disimuladamente la cabeza hacia atrás. Parecía que quería escapar.
Empezó la asechanza. La gabardina de él, de color amarillento desvaído, se mimetizaba entre las infinitas parecidas que caminaban juntas, como gotas de agua por un canal. Ella se fijó en su sombrero de tono marrón, igual que una mancha, que se movía como una boya en el suave oleaje del gentío de la tarde húmeda y gris. Estaban rodeados de gente, pero ellos, muy pronto, se sintieron muy solos, siendo conscientes cada uno de ellos de la existencia del otro, intentando identificar las pisadas en el pavimento húmedo.
Él se paró delante del cristal de un escaparate para despistar o para observar a través del reflejo. Me acerqué despacio y me situé por detrás, muy cerca, y mi perfume de gardenias seguro que le tanteó. Nuestras miradas se volvieron a cruzar en el rebote del vidrio y, entonces, si vi el miedo derramándose de su rostro. Dio un respingo, evitando mirarme de frente escapando con los bajos de su gabardina revoloteando, hacia el fondo de la avenida, en dirección a la estación de ferrocarril que se veía a lo lejos con su gran reloj iluminado en lo alto de su fachada.
Tuve que apretar el paso para poder seguirlo. Me puse el bolso en bandolera y preparé los codos para abrirme camino, si fuese necesario, en la muchedumbre desconocida que se interponía como una masa amorfa entre él y yo. De prisa y corriendo, se metió en un pubatrincherándose al fondo de la barra, con las espaldas guardadas por el último rincón del local. Preferí esperar bajo el techado del quiosco de prensa de la esquina, para resguardarme de la fina lluvia, que se infiltraba por cualquier resquicio de forma machacona e incansable. Al final de la calle, las manecillas del gran reloj de la estación seguían avanzando.
Por fin salió del bar y caminó, apresuradamente, hacia la estación mirando el reloj. El tren de las 6:48 estaba a punto de salir, aguantando sus resoplidos. Él se encaramó al estribo y se dirigió al primer departamento, justo cuando el vapor soltó su alarido. Miró a través de la ventanilla como la suciedad y el hollín húmedo de los andenes se desplazaban muy despacio hacia atrás, apareciendo la oscuridad pigmentada de luces que se movía delante de sus ojos.
Desvió la mirada hacia la tela desvaída de los asientos. Cerró los ojos y es probable que se dejara mecer por el suave traqueteo o que cayera en la cuenta, las aletas de su nariz se movieron un poco, del olor húmedo y marrón del espacio cerrado que había recogido a tantos individuos anónimos a lo largo del día.
—Buenas noches, señor Blake.
—Buenas noches, señorita Dent —me contestó, aterrorizado. Por su cabeza es posible que hubiera pasado el pensamiento de que me había despistado y conseguido librarse de mí.
Me senté delante de él y coloqué mi bolso entreabierto de forma que fuera bien visible el reluciente cañón de mi pistola apuntándole. Es posible que imaginara el destrozo que causaría en sus tripas un disparo a tan corta distancia, porque se puso a temblar y a gimotear.
—Tú me invitaste a tu apartamento — me dijo, desesperado.
—En la oficina intentaste seducirme y yo tenía la ilusión de que alguien fuera a mi casa. Nunca había ido nadie y me sentía muy sola. No fuiste un amante cariñoso y delicado. Me dejaste tirada y encima pediste al departamento de personal que me despidieran. Desde entonces estoy más vacía que nunca, sin trabajo y sin un alma caritativa que cruce unas palabras conmigo.
El señor Blake se arrodilló sollozando y pidiéndome perdón. Me levanté y me cambié de vagón y le dejé con sus temblores y sollozos, viajando hacia una casa que me imaginaba llena de humedades y de puertas chirriantes, lugar triste y gris, donde es posible que hubiera una mujer esperándolo, aunque no lo quisiera y él tampoco la quería a ella, pero vivirían para aguantarse por muchos años.
ELVIS RAMOS CRISTOBAL
ESA SEMANA
Pedro; muy joven; vivía solo en una ciudad pequeña y frígida; rodeada de glaciares y lagunas; capital de su Región, sierra, en Perú; donde comenzaba sus estudios universitarios.
Aún no tenía amigos. Y ya llevaba solo, en ese ruedo, alrededor de un año…
Esa semana un molar le había comenzado a doler. Incluso desde hacía un año, calmándole una y otra vez. Hasta que el jueves por la noche en su cuarto con piso de madera no durmió ni un solo instante del dolor.
Nada más levantarse, ese día, Pedro decidió ir al hospital de la Región, que se ubicaba justo al frente de su Universidad.
La operación dental era nueva para él. ¿Cómo habría de ser? Él tenía miedo al dolor. Todos los que pasaban por esas operaciones no brindaban buena historia de ello. Su tía, su vecina… en la provincia donde había vivido su infancia y adolescencia… Así que, en la hora libre de clase, le pareció una situación difícil de afrontar.
Entonces, buscó compañía. Pero no lo encontró.
Solo cayó en la cuenta de que en realidad estaba solo, de que no había forma de que esté acompañado. No tenía aún la confianza básica para decirles a las personas con las que tentaba amistad que le acompañaran al hospital, y aún nadie parecía preocuparse por él.
Así que, infundiéndose mucho ánimo, se levantó de su carpeta unipersonal y plomiza y se dirigió al hospital, donde enfrentaría su primera operación dental, solo.
MARÍA LORETO AGANDOÑA
Mariposa
Frágil hoja,
que se eleva inquieta,
sin tocar al pétalo que se bebe los colores de tus sueños.
No conseguirás contarle a la mañana
de tu diminuta vida.
Sólo las hormigas notarán tu ausencia,
y te devorarán sin dejar huellas.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
Mirada decembrina
-¡Uy, animasola!…, como es ese paso… ¡ese saltico! – La atávica y delgada mujer se mueve rítmicamente al ritmo de una música navideña, – Guillermo Buitrago y su piña madura para ser más exactos- mientras estruja a su sobrino más odiado, dándole sus primerizas clases de baile-
-La animasola, mi hermanita, me da gusto que estés aquí, y no en esa cueva encerrada, durmiendo al lado de la enemiga…- los ojos glaucos de los hermanos brillan mientras se corresponden la mirada, antes de que se pongan vidriosos y tristes, como los vitrales de una iglesia sin campanario. Esconden la tristeza compartida detrás de las risas sinceras de los más pequeños-
En el calor del hogar, los niños celebran por una navidad, como pocas, junto a su padre. Alistan los tamales, los cuales poco a poco alcanzan su misterioso grado de cocción mientras fuman en una gran olla, bajo el fuego.
Los acompaña la vecina Flora. modista. No lleva regalos a los niños, ya que, considera, es más que suficiente, ser despertada tipo 6 am durante todo el año: para remendar gratis los uniformes de los niños, coger ruedos a ultima hora y hacer disfraces el mismo día de Halloween.
Al lado de Flora, se encuentra la tía Norah, con su mirada indescifrable, de jade perdido, de día festivo, de tarde lluviosa, desapercibida para los chicos; pero no para los grandes. Por eso, su hermano, azuza su alegría; como prendiendo los carbones en una parrilla. Halaga su cantinflesco ritmo… ¡La piña madura, súbete a cogerla…! ¡Epaaaa…, animasola!
Y por eso, la vecina Flora sirve aguardientico a la tía Norah, que de vez en cuando, sobre todo en estas fechas, le gusta ahogar las penas. Los ojos se tornan más grandes, más verdes. Sedados están sus ojos al ritmo de boleros, porros y cumbias, porque está contenta. Cambimbeando con la vecina, compartiendo con su familia cada diciembre. Familia que le ha adoptado -más vale tarde que nunca, para que ejerza un forzado, penitente, pero reconfortante rol de madre trasnochado, así sea una tía bruja para los niños. Una tía inoportuna y entrometida.
Pasando de la soledad a la compañía, de la alegría a la tristeza, los chicos no perciben el iceberg que la tía tiene adentro, a pesar de su espíritu navideño…
El más pequeño mira el reloj, para que entreguen los regalos y la tía se devuelva a su pieza, a su habitación mohosa, llena de sabanas y joyas, a la cual entra por una puerta desvencijada, improvisada por su hijo mayor. Es la casa de su hijo, en la cual, su madre habita relegada. Sin derecho a llegar tarde, reír, o tener visita. Solo habita un cuarto oscuro y tenebroso. No volvió a entrar por la puerta principal desde la última vez que, casi se mata a cuchillo con su ex-nuera.
Ya está acostumbrada a que despotriquen de ella. Las pullas y las voces sarcásticas, las burlas inhumanas que vienen de la sala principal de la casa, se han despersonalizado de su verdugo, o verduga: -de la exnuera-; y le hacen compañía en las noches lluviosas. Les ha dado cuerpo y textura. Fuma con ellas y toma el té, y juega cartas de la baraja española, en espera de la llamada de sus hijas. Llamadas que nunca llegan, ya que las abandonó por ir detrás de un rufián, cuando eran unas niñas.
Tiene la esperanza de que, cuando esté muriendo de cáncer, en una cama, en otro cuarto solitario, ellas le perdonen y la acompañen. Por eso, aún no deja el cigarrillo y prende las colillas que se arrepiente de haber votado.
Con su hermano, con sus sobrinos malcriados, olvida el cuartucho, olvida lo mala madre que fue, y olvida a sus pobrecitas hijas rencorosas que la saludan de – señora Norah-.
Se levanta temprano a recorrer el mercado infestado de vendedores gritando promociones y arengas de buenas nuevas. Regatea las joyas y las sabanas. Hay que aprovechar que es navidad, debe llevar varios pedidos. Debe comprar a sus sobrinos el mismo par de mediecitas de todos los años y tomarse el tiempo para envolver los regalos con el amor que tiene, pendiente, para sus ausentes y ya adultas hijas.
Los niños reciben los regalos. Agradecen con hipocresía. El menor, aun no le perdona que cumpla años el mismo día que él. Que le quite protagonismo, y que le regale el mismo par de medias todos los años.
Luego está la pelea con el sobrino mayor. No quiere compartir cama con la tía Norah, que ríe y llora por intervalos, drogada por el exceso de aguardiente y por la alegría de ver al niño Dios y a la santísima virgen, en el pesebre, tan maternal.
Corriendo, comprando la mercancía, los regalos para los niños, ha olvidado comprarse algo para ella misma. Ella que es tan vanidosa, con sus joyas relucientes. Puro oro de 24 quilates. Una cadenita con esmeraldas puras, el pelo peinado de manera perfecta. El semblante y las piernas de una mujer de quince. Las arrugas de una mujer centenaria, con un porte entre pueblo y glamour. Ha olvidado consentirse una vez más.
Cuando llegue el veinticinco…, atrapada en su habitación, y suponiendo que llueve -por el sonido de las tejas, ya que no cuenta con ventanuco-, se dará cuenta, que se dio para sí misma, el mejor regalo…
Salir de ese cuarto, en donde ni la soledad se amaña. Qué importa que su hermano le llame toda la berraca noche: la animasola.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
En cortijo del Cuervo, vivía Emilio, sólo desde qué murió su madre.
El cortijo estaba entre lomas pobladas de olivares.
Una vez a la semana bajaba al pueblo a comprar y visitar a su hermana, esta siempre con que se mudara al pueblo a vivir. Emilio escucha y callaba.
El era feliz con su vida. En verano siempre subía algún familiar y siempre tenía algún jornalero qué le ayudaba.
En invierno leía, escribía. Via un poco la tele y a dormir.
Un día llegó el internet y cambió su vida.
Conoció las redes y se dejó enredar.
Se acostaba de madrugada, tenía un millón de amigos.
La cabeza a veces se le hacía una madeja.
Emilio se fue hasta un pantano cercano y lanzó el móvil.
Volvió a su vida de soledad.
JOSMA TAXI
Hace tres años que vivo solo y estoy muy bien, no echo en falta a nadie. Me divorcié siendo sesentón y decidí irme de casa, hice lo correcto. Nuestro hogar feliz se había convertido en una leonera, llena de alimañas violentas, el aire era irrespirable, mi ex y mis hijos me hacían la vida imposible, creo que disfrutaban con ello.
Reconozco que no soy una persona fácil, tengo mis gustos y hasta mis manías, pero tengo derecho a ser como soy. Si yo los soportaba, admito que alguna vez, o muchas da igual, levantaba la voz y volvíamos a discutir. Mis estudios de filosofía y lógica, han contribuido a que mis argumentaciones sean sólidas y estén bien construidas, pero hablar con gente de raciocinio disperso, mutable, hasta incoherente, me resulta muy cansino.
Ahora vivo mucho mejor, mi vida es sencilla, soy dueño y señor de mis actos, de mi territorio, de mi destino. Ahora ya no trabajo, estoy jubilado, así que dispongo de mucho tiempo libre, que administro inteligentemente.
Mi rutina diaria es muy sencilla, me levanto cuando me despierto, tomo un café y fumo unos cigarrillos. Luego arreglo la casa, cada vez se me da mejor, quiero tenerla limpia y ordenada, me da miedo que si no la atiendo bien acabe convirtiéndose en una pocilga. Entre limpiezas de polvo, lavados de suelos y aireación de los cuartos, no invierto mucho más de una hora. Aprovecho ese tiempo para poner una lavadora y, cuando acaba, tenderla.
Soy muy escrupuloso con la higiene personal, así que el afeitado y la ducha son diarios. Me encanta la sensación de bienestar que tengo cuando todo limpito, me visto con ropa lavada.
Me encanta leer, así que me bajo al bar de la esquina a desayunar: café con leche y algo de bollería. Cuando hace buen tiempo salgo a la terraza y pido un gin-tonic, es una bebida que cada vez me sienta mejor, recompone todo mi aparato digestivo. Comienzo a leer, especialmente textos filosóficos, tras el tercer cubata y medio paquete de cigarrillos, me levanto y camino hacia el bar de la esquina próxima, me gusta mucho su terraza, hace siempre bastante sol. Allí sigo el mismo procedimiento unos buenos tragos y más tabaco, con ellos mis lecturas fluyen mejor.
Hacia mediodía vuelvo al bar que visité primero y tomo algo más, generalmente me siento yo solo, tengo algunos conocidos, pero me canso de aguantarlos, son incultos, cotillas, zafios, en fin, yo no estoy para perder el tiempo. Muchas veces me quedo a comer allí, el menú del día y un par de copas de vino. Luego un café solo y algún chupito de orujo, si no tengo prisa aún podré consumir algo más de tónica con mezcla.
Antes de las cuatro de la tarde ya estoy en mi piso, enciendo la televisión y me siento en mi sillón favorito, en minutos me quedo dormido, es normal tanto paseo me cansa, pero eso refuerza mi organismo.
Cuando me despierto de mi siesta, me observó, si estoy de buen humor me quedo en casa, si me noto algo decaído salgo a la calle y repito los caminos mañaneros.
Ahora ando con una muleta, la otra tarde me caí, tuve que ir a urgencias, allí me vendaron el tobillo derecho, tenía un esguince. Estoy seguro que mi despiste fue a causa de la mala vista de la que disfruto, aunque el médico que me asistió—un tipo insoportable—me dijo que bebía demasiado, que acabaría teniendo problemas, si es que ya no los estaba padeciendo.
Es fácil hablar de la vida de los demás, sin conocerlos, sin saber los motivos de lo que hacen: si beben, si fuman, si juegan… sus motivos tendrán.
Por las noches ceno a las diez, poca cosa, comida ligera, me gusta cuidarme. No tomo postre, pero un descafeinado con sacarina alegra mis noches. Luego cojo la botella de wiski o la de ron y me pongo unas rondas. Sirven para anestesiar mi cerebro, me preparan para dormir, son un buen armamento contra la melancolía, aunque a veces, tienen un efecto contrario y me recuerdan que estoy solo, que ya no tengo ni familia, ni amigos, ni conocidos. Lo negativo es que, últimamente, he empezado a pensar que he sido yo el que los ha ido apartando de mi vida. Aunque, en el fondo, siga creyendo que no se merecían, ni se merecen, ni se me merecerán, disfrutar de mi compañía.
BEA ARTEENCUERO
Las penumbras
Que rodean mi corazón
Me llevan a la soledad
Del alma.
Todo lo pasado
Esta perdido
En mis pasiones abrumadoras.
Estas tan distante
De mi ser
Que al querer recordarte
Solo me rodea una niebla
Que se diluye
Al instante .
Escucho tu voz
Como si estuvieras
En otra dimensión.
Sin ti, el mundo
Me da la espalda.
¿Como es que…
Tu y yo
No somos estrellas?
Ellas nunca están solas
Ni tristes.
En nuestra historia
Hay un cielo
Cubierto de estrellas.
La vida es fugaz y efímera
Como un sueño
De primavera,
Nada tiene sentido.
Una lluvia suave y repentina
Que llega sin aviso
Me sumerje aún más
En los recuerdos
Y me refugio
En la soledad de mi alma.
Allí, allí…
Donde tu estás.
JAVIER GARCÍA HOYOS
Quería estar solo, estaba desesperado por no encontrarse con nadie.
Harto de compañías no solicitadas, ni necesitadas, marchó a la cima más alta de la montaña más lejana. Cuando llegó, rompió la cuerda que le ayudó a subir y que, ahora , no le serviría para bajar.
Pensó que de esa manera conseguiría su deseo, pero no fue así, pues se dió cuenta de que había alguien que siempre le haría compañía en aquel lugar, y de quien ya no podría librarse: La soledad.
ALMUT KRESUCH HOFFMAN
La última noche
Iba de camino al hospital . Tenía turno de noche y era viernes, en plena fiebre prenavideña. Los centros comerciales estaban llenos hasta la bandera. Igual que los carros de compra. Los aparcamientos al límite de sus capacidades. Coros infantiles estridentes. Ruido, gritos, bocinazos.
Estaba deseando llegar al hospital, que me recibió con calma, paz y silencio. Todo lo necesario para atender a los pacientes, para reconfortarlos, para darles una sonrisa, para encontrar palabras que alivien sus temores, acompañar a los moribundos que están solos.
En mi vida profesional he pasado por muchos servicios. De joven me atraían las urgencias, las salidas en ambulancia, accidentes de tráfico, infartos, fracturas, drogadictos, comas etílicos y mujeres asustadas.
Pero lo más satisfactorio para mí era estar al lado del paciente postrado en la cama. Aliviar su dolor y su pena, consolar, crear cercanía y confianza. Luchar con él. Pero también aceptar la muerte.
Esa noche, la planta estaba en silencio. Los pacientes, casi todos de edad avanzada, estaban ya en su primer sueño. Una luz cálida y tenue iluminaba tímidamente el largo pasillo. Olía a desinfectante, a orina y a café recién hecho. Mis colegas me dieron el parte.
En la habitación 208 decían, había ingresado un señor. Moribundo. Cáncer terminal. No creían que iba a sobrevivir la noche. Estaba tranquilo y acompañado por su mujer. Ya estaba puesta la medicación sedante. No tenía dolor.
–Su mujer es un poco rara, parece que se molesta cada vez que entramos y a penas nos habla,–dijeron un poco indignados.
Entré en la habitación 208 que olía bien, a recién ventilada, y que estaba tenuemente iluminada por un pequeño foco dirigido al techo. De la silla junto a la cama se levantó una mujer mayor, muy alta, delgada, de sencilla elegancia, el cabello canoso recogido en un moño. Sus grandes ojos oscuros reflejaban resignación y serenidad. Pero eran ojos que no buscaban la complicidad sino el distanciamiento.
El enfermo, con una respiración casi imperceptible y con pocos movimientos del pecho, tenía los ojos cerrados. Era alto , y debía de ser un hombre guapo, de mandíbula marcada, nariz ligeramente aguileña, las cejas tan pobladas y oscuras como su todavía abundante pelo. Saltaba a la vista su extrema delgadez.
—Buenas noches, como están?— saludé y me presenté, acercándome a la cama para coger la gélida mano del paciente.
Noté su gran e inútil esfuerzo por decirme algo, pero la morfina, además de calmar el dolor, ya le estaba arrebatando lentamente la consciencia.
Y dirigiéndome a su mujer —¿Usted necesita algo? Le puedo ofrecer un café recién hecho, o quizás necesite otra manta, esta noche bajaran las temperaturas. ¡Le puedo traer otro sillón para que esté más cómoda!
—No gracias,— me contestó amable pero con firmeza, —no necesito nada. No se preocupe, puede dejarnos solos.
Noté su impaciencia, su deseo a que saliera de la habitación. No quería nada para su propio confort. Volvió a sentarse en la silla al lado del lecho de su marido , cogiendo sus manos que parecían de cera, entre las suyas.
—No dejen de llamar al timbre si necesiten algo, cualquier cosa. Dentro de un rato volveré con la medicación.
Entré en la habitación varias veces. No querían a nadie. Solo querían tener a si mismos.
Se estaban despidiendo. Él ya no podía hablar. Imaginé que solo le quedaban fuerzas para un apretón de mano cada vez más débil . Pero percibí la fuerte unión entre ellos y me sentí como un estorbo cada vez que tuve que interrumpir su intimidad.
En la madrugada ella tocó el timbre. Su marido había muerto. Volví a sentir la emoción que nunca me abandonó cuando un paciente se fue.
Él tenía el rostro relajado y con una leve sonrisa dibujada en los labios sin vida. Había cruzado el umbral sin miedo.
Ella estaba de pie, serena, seria y tranquila. Me acerqué para darle un reconfortante abrazo, decirle que lo sentía mucho , que ya había pasado todo, que ya no sufría… Pero ella me rechazó. Tampoco quería tila doble o un Valium 5.
—No lo necesito, gracias, solo quiero estar con él un rato más a solas.
Estaba confundida. Casi irritada. Ella había renunciado a todo lo que le ofrecía. Ni siquiera aceptó un abrazo mudo.
Luego comprendí. Habían caminado juntos, seguramente más unidos que nunca, esta última etapa de su vida en común. Los pasos finales tuvo que dar él solo, pero estaba preparado, acompañado, confiado, fuerte y sin miedo. Una despedida llena de amor y que ella quiso prolongar un poco más antes de perderlo para siempre en el universo.
Salí al pasillo para esperar al médico.
Me sentí muy sola.
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