Quítamelo – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «¡quítamelo!». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Superior a todos los reyes, poderoso y alto más que ningún otro, violento, magnífico, un toro salvaje…” Así rezaba en la primera tablilla que estaba leyendo en voz alta Hammurabi Pérez. Absorto en su escucha se encontraba Samhain Fernández, mientras le hacía cortecitos con su daga a una calabaza.
-¿Quieres dejar ya de jugar con la dichosa calabaza? – le espetó Pomona Sánchez, o sea, su madre.
– La culpa la tiene el primo Hammu, que me lee estás cosas y me emociono.
-Pues te podías emocionar ayudando a tu padre, vistiendo a los Santos de la iglesia para esta la fiesta de esta noche.
-¿Qué fiesta? – pregunto sorprendido Samhain.
-¡Pues la de todos los años! ¿Así andamos?, vienen tu tio Enkil y tu tía Inana, además de tus primos, que por cierto, haber si os comportáis y no dais sustos a la gente pidiendo golosinas.
Samhain y su primo Hammurabbi se miraron con un brillo de complicidad especial, ¡por supuesto que harían bromas!, sobretodo a la prima Nefertari.
Se acercaba la hora y Samhain estaba impaciente, se le había ocurrido la brillante idea de vaciar la calabaza y hacerle aberturas para los ojos, nariz y boca y así poder usarla como máscara para asustar a la prima Nefer.
A las 10:35:24, hora peninsular, llegó la comitiva con el tío Enkil al frente. Pomona les estaba esperando con su mejor traje de gala, una vez hechos los saludos de rigor, fueron invitados a entrar en la casa. Hammurabi intencionadamente abordó a Nefertari indicándole que había un regalo para ella detrás del viejo roble, rauda y veloz se dirigió a él y cuando estaba llegando, detrás de un seto salió Shamain con su disfraz de calabaza, el grito de terror fue tremendo, ¡aghhh!, desmayándose a continuación. Pomona que no se fiaba mucho estaba alerta y al oír el grito, corrió inmediatamente hacia el roble. ¡Pero que has hecho, demonio de niño!, e inmediatamente llamó a su marido.
– ¡Hallo ven, ven! –
– ¡Halloooo veen veen! – repitió más fuerte.
-¿Pero que pasa? , tanto griterío – dijo Hallo saliendo de casa.
-¡Tu hijo y tu sobrino, mira lo que han hecho!
Influenciado por el aguardiente de frambuesa, Hallo iba cantando, Hallo ven, Hallo ven y Hallo va y Hallo va.
Al llegar y ver el cuadro, estalló en una sonora carcajada y añadió todavía cantando.
– Hallo ven, Hallo ven, que broma más divertida que a partir de ahora vamos a hacer.
Y esto queridos, o no tan queridos, lectores es el verdadero origen de Halloween, digan lo que digan la Wikipedia e Irene Adler.

RAQUEL LÓPEZ

-¡ 365 días y tienes que elegir la noche de Halloween para festejar nuestro aniversario de bodas!. Con lo feliz que soy aquí en el pueblo echando con los amigos mi partidita de mus…
– ¡Anda Genaro! Que poco romántico eres – le respondió su mujer, Luisa.
-¿ Y dónde dices que está ese hotel?- le preguntó Genaro.
– Sí…¿Como se llamaba, tiene nombre de brujas..el director de cine Alex de la Iglesia hizo una película allí..¡ Ya lo tengo, Zugarramundi!
-¡ Válgame el señol! No habría otro pueblo que tenía que ser ese- dijo Genaro.
– Genaro,¿ Sabes bien el camino? Llevamos cinco horas y no se ha visto ninguna indicación..
– Calma, Luisa, preguntaremos en esa gasolinera y así de paso repongo combustible.
– Buenas noches- dijo Genaro.¡ Caramba, que susto me dio usted!- le dijo al dependiente. ¿ Le ocurre algo? Tiene usted la cara ensangrentada.
– Sí, tranquilo, es un disfraz de zombi, no se olvide que esta noche es Halloween.
– No, si no se me olvidará nunca..- dijo un poco cansado ya de ese día..¿Podría indicarme a cuánta distancia estamos de Zugarramundi?
«De pronto, un trueno resonó..»
– ¡Corcholis! – dijo Genaro asustado- Si que se las gastan bien por aquí las tormentas..
– El pueblo de las brujas, si, estará como a unos diez minutos de aquí.
«Y que manía con las brujas» pensó Genaro.
– Muchas gracias, jiven- le dijo Genaro al dependiente- Y que usted lo sangre bien.., digo, perdón, que usted lo pasé bien.
Llegados por fin al hotel, que más que hotel parecía una mansión de estas que investiga el programa de cuarto milenio, se adentraron y preguntaron al recepcionista que parecía sacado de la película de Frankenstein.
– Buenas noches – les dijo el recepcionista- les estábamos esperando.
Un escalofrío se apoderó del cuerpo de Genaro.
– ¡Mira Genaro- dijo Luisa- que habitación más….
-Sí, parece la guarida de conde Drácula, – la interrumpió..
– No sabes cuándo se lo cuente a mis amigas en el pueblo,- continuaba diciendo Luisa.
Al caer la noche, se empezó a escuchar una fuerte algarabía, eran los visitantes que estaban celebrando con una gran fiesta la noche de Halloween. Luisa se acercó a la fiesta y Genaro, siempre reacio al jolgorio decidió quedarse en la habitación.
Poco después, escucho a alguien abriendo la puerta y pensando que era Luisa que subía ya de la fiesta, se acercó y abriendo los ojos como platos, pudo ver a un fantasma que se aproximaba sobre él..
-¡ Quítamelo!¡Quítamelo de encima!-gritaba Genaro.
Luisa subió de ipso-facto al escuchar los gritos .
Genaro la cogió del brazo y se marcharon de allí como alma que lleva el diablo.
Luisa, buscando una explicación que Genaro no se la dió, permaneció callada, y llegaron al pueblo, Genaro la llevó al campo bajo la luz de las estrellas y con un par de bocadillos en mano celebraron su aniversario.
«Aquí estaremos a salvo»- pensó Genaro.
-¿ Lo veis? Dijo el recepcionista del hotel- no podéis seguir asustando así a la gente. Aver,¿Quién es la siguiente víctima..? Perdon, el siguiente cliente.
-Iker Jiménez, señor- le dijo el fantasma.
– Pues ahora sí que estamos perdidos¡Sálvese quien pueda!…..
Raquel L.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Quitamelo Papá de encima gritaba el pequeño en la noche de la fiesta de los muertos.
Evaristo junto a su hijo Evaristin fueron a la huerta a coger de la mata una calabaza, adecuada a la figura del chaval, ya que este solo tenía ocho años.
Una vez en casa con el producto, los Evaristos se ponen a adornar la calabaza.
Lo primero a hacer, dice el padre, le quitaremos en redondo a la calabaza la tapa de encima. Luego la vaciamos. A continuación le dibujamos la cara.
El niño, pide, papá que sea terrorífica, estamos en Holloween.
Bien seguimos, añade el padre.
Tenemos que hacer en la parte de arriba de la calabaza, tres orificios en triángulo, los cuales tienen que cuicidir con los tres que haremos a la tapadera.
Por otro lado tenemos tres cuerdas cortadas iguales de unos cincuenta centímetro.
Evaristin atento comenzamos.
Pasamos por uno de los agujeros de la calabaza una de las cuerdas. Ahora en la parte de dentro hacemos un nudo grande con el fin de que quede sujeta.
De nuevo cogemos la punta y la pasamos de abajo hacia arriba de la tapa.
Lo mismo vamos a hacer con los dos agujeros restantes. De seguido sostenemos las tres cuerdas juntas y les hacemos un nudo.
Por último pegamos una vela a una tapa pequeña de hierro. Todo ello, de adhiere al culo de la calabaza.
Aquella noche próxima a la de» Holloween» Evaristin se llevó a su habitación la calabaza y la colgó en un clavo de una de las paredes.
La llama de la vela prendió a media noche, mostrando su terrorífica cara.
La luz horrible de la llama se escapó por la boca e invadió el cuarto incesante en infundir terror, yacía a pie de cama.
El pequeño despertó lleno de pavor y en su hablo de miedo no dejaba de gritar. Quitamelo. Quitamelo. Papá quitamelo…

JOSE ARMANDO BARCELONA

CON LA MOSCA DETRÁS DE LA OREJA
Quítamelo, mi bien, de la cabeza,
no me importa implorar, como un mendigo,
pues no quiero sufrir este castigo,
mira, mujer, que te hablo con franqueza.
♥
Ya, por la calle, hay quien me llama alteza
y la corona, amor, no va conmigo.
Di, corazón, que solo es un amigo;
anda, ten compasión de mi flaqueza.
♥
Líbrame, Mari Puri, de este trago,
no me digas que son tiempos modernos,
que por esas milongas yo no pago.
♥
Son muchos ya, cariño, mis inviernos,
sufro arritmias, reflujos y lumbago,
ya solo falta que me salgan cuernos.

ALBERTO MEDINA MOYA

Al oír la puerta cerrarse, Marta se desmoronó. No podía soportar que su marido, disfrazado de zombi, se echara a la calle a festejar Halloween con los amigos. No si aquel día Marta cumplía cuarenta años y quería estar con él y se lo había pedido y rogado de rodillas. Sintió una mezcla de rabia y ansiedad que la llevó a mirar a su alrededor, buscando algo a lo que aferrarse para escapar de la emoción que amenazaba con desbordarla. Vio en su mano el anillo de matrimonio y supo con certeza que ya había aguantado demasiado aquella farsa y no quería aquello metido en su dedo. Intentó quitárselo, pero tras un forcejeo descubrió que no era fácil. La urgencia la llevó corriendo al lavabo para untarse jabón y facilitar la salida del puñetero arito.
Diez minutos más tarde le mostraba el anillo a su vecina casi gritando que se lo quitara. Su amiga trató de calmarla y la llevó al salón, donde su marido veía la tele. Sentada en el sofá le pidió que respirara profundamente. Marta obedeció, y ya más tranquila le pidió ayuda para quitarse el anillo, que ella no podía, que no lo quería porque se iba a divorciar. Probaron con una crema supersuave, metiendo la mano en agua fría, con aceite, pero el dichoso anillo se resistía y la ansiedad de Marta iba en aumento. ¡Quítamelo!, gritó al fin desesperada. Entonces apareció el marido de su amiga, que se había ido del salón hacía unos minutos. Llevaba puesta una túnica negra, una careta con el rostro de la muerte, y dijo con voz solemne: a grandes males, grandes remedios. En sus manos llevaba un hacha.

BENEDICTO PALACIOS

Lloviznaba y una rosa abría delicadamente sus cinco pétalos sedientos de tanto sol. Unas gotitas minúsculas que acaban de caer los iban humedeciendo y juntos resbalaban hasta el cáliz, corola, estambres y pistilos. Entonces la rosa mostraba sus vivos colores y se sentía plena, exuberante y bella. La vida renacía y triunfaba el colorido de las flores. También los insectos lo celebraban. Uno de color azufre se desprendió de la rama de un arbusto y se posó en uno de los pétalos de la rosa. Debía tener sed porque chupaba ávidamente con su trompa en las gotas de la flor.
—Que se lo lleve el viento, no quiero un bicho tan feo cerca de mí —chillaba la rosa.
Pero el viento, que no parecía atender sus ruegos, ni se movió un pizca y el sol se puso de nuevo a rebrillar. Al instante cientos de insectos que a resguardo habían soportado la lluvia empezaron a mover sus alas. Una mariposa de colores que las batía para sacudirse la humedad, volando, volando, se acercó a la rosa. Estaba preparada para aterrizar sobre su cáliz cuando vio que el insecto de colores raros ocupaba uno de los pétalos. Revoloteó y batió las alas a ver si le asustaba, pero parecía dormido.
Esperó un minuto y cuando regresó mostrando otra vez sus colores llamó la atención de una abeja, la cual se posó en uno de los estambres. Luego, las dos, abeja y mariposa, despertaron al dormilón que empezó a mover las alas de tal modo que secó al instante las gotas de agua que la rosa atesoraba.
—Quitármelo de aquí, quitármelo de aquí —gritaba.
Al rato se puso de nuevo a llover y la rosa cerró sus pétalos. La vida volvía a detenerse y ella encogida sobre sí misma se quedó sola. El cielo se encapotó. Adiós a la belleza. Nadie se fijaría. ¿De qué le iba a servir? Preguntó al viento entristecida.
De allí le llegó esta respuesta.
—De bien poco, porque la belleza son efímeras gotitas de felicidad.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Quítalo antes de que derrame una sola lágrima salada.
Quítalo o te hago un truco o trato.
Quítalo pero no me pidas que me lo vuelva a poner.
Quítamelo pues este disfraz no me favorece.
Quítamelo y juguemos al gato y al ratón.
Quítamelo pero devuélveme mi corazón.
Quítamelo pero no digas que no me pertenece.
Quítamelo pero no te permito que te quejes.
Quítamelo, quítame la ropa y desnuda mi alma.
Quítamelo y que nuestras ánimas bailen desnudas a la luz de la luna.
Quítamelo e invoca a los muertos para que sean testigos de nuestro amor eterno.
Quítamelo pero si me quitan tu amor seré un muerto en vida.
Quítamelo y que los zombis se mueran de envidia.
Quítamelo pero el que rompas unos huevos…
Te rompo la crisma.
Quítamelo si tienes huevos para hacer tortillas.
Quítamelo.

BEGO RIVERA

Desde la buhardilla
Por el ventanuco de la buhardilla, Cristal miraba la llegada de los nuevos vecinos.
Desde lo más alto de la casa tenía buena panorámica, aunque los candados impedían que pudiera abrir la ventana y asomarse para ver mejor.
El coche era un Cadillac aparentemente en buenas condiciones, de color rojo.
Bajó una pareja, el hombre de unos treinta años, atlético y atractivo. Había aparcado justo delante de la puerta.
Abrió la puerta de atrás y salieron un niño y una niña de unos siete u ocho años.
Cristal sintió un escalofrío al pensar que esa familia viviría al lado.
La casa no había sido habitada en diez años.
Cuando los agentes inmobiliarios la enseñaban a futuros compradores…tenían la obligación de informarles del suceso espeluznante que ocurrió allí y el por qué estaba tan barata.
La familia que entonces vivía allí fue asesinada. Nunca se encontró al culpable o culpables.
Los padres y dos de sus hijos, ambos varones fueron golpeados violéntamente y mutilados. La hija desapareció, no sabían si fue raptada o asesinada y llevada a otro lugar; nunca apareció.
La casa fue tildada de maldita por los vecinos. Nadie se atrevió a vivir ahí… hasta ahora.
Cristal era la niña desaparecida. Cuando la tragedia ocurrió, los primeros en presentarse en la casa fueron Marion y su marido Eduard, los vecinos; entonces Cristal tenía nueve años.
La encontraron allí, en medio de tan macabra escena, llena de sangre…la llevaron a su casa. Desde entonces la tenían encerrada en la buhardilla.
Jamás la dejaron salir, y nadie sabía de su existencia en la casa de al lado.
Cristal escuchó la puerta de la calle cerrarse. Vio como Marion y Eduard se dirigían a la casa de los nuevos vecinos.
Estuvieron presentándose y hablando un rato.
En la pequeña buhardilla: una cama, un armario, un pequeño cuarto de aseo, una televisión…por la que se enteró hace tiempo que ya no la buscaba nadie. Era lo único que la unía al mundo exterior, la televisión. Cuando quería huir de la realidad se sumergía en sus libros.
Releídos todos cientos de veces, pues Marion y Eduard solo le daban un libro por Navidad y otro en su cumpleaños.
Durante un tiempo todo parecía normal, los nuevos vecinos hacían su vida, aunque a Cristal le pareció que estaban cada vez más demacrados, cansados, ya no escuchaba las risas en la lejanía.
Recordó que a su familia le pasó lo mismo antes de la tragedia.
Ella recordaba las pesadillas nocturnas, tan reales que lo que sentía era superior a la realidad.
Las voces…aquellas voces…»¡ Quítamelas, quítámelas! » Sollozaba sin obtener respuesta nunca. Y las voces continuaron.
Una noche Cristal se despertó sobresaltada y asustada. Se oían unos gritos desgarradores. Estaba convencida de que provenían de la casa de los vecinos nuevos.
Escuchó la puerta de la casa abrirse.
Cristal se asomó al ventanuco; Marión en camisón y Eduard en pijama iban hacía la casa. » A lo mejor está vez …» Pensó.
Con el corazón en vilo y temblando Cristal esperó, no veía a nadie más en la calle.
¿Nadie escuchaba nada? ¿ Tenían miedo de salir? Se preguntó.
Al momento salieron de la casa vecina Marión y Eduard. Llevaban a la niña de la mano y se metieron en su casa.
A los veinte minutos más o menos se abrió la puerta de la buhardilla y Eduard empujó a la niña dentro y se fue cerrando la puerta.
Tras un silencio Cristal habló.
—¡ Hola, soy Cristal! ¿ Cómo te llamas?— murmuró agachándose a la altura de la niña.
—Carry—dijo llorando y moqueando.
—¿ Tú también escuchaste las voces?— preguntó Cristal suavemente — ¿ También has matado a tus padres y hermano cómo hice yo? Fueron esas voces…¿ Verdad?
—Si, me obligaron, no quería y a la vez debía hacerlo.—suspiró resignada— ¿ Y ahora qué? ¿Que haces aquí? ¿ Que hacemos aquí?
—Tenemos que escapar, yo nunca he podido.
Somos las elegidas. La casa de al lado es un portal donde debemos volver.
Nos lo impiden Marion y Eduard, son guardianes del bien; su misión es impedir que nos juntemos los elegidos con nuestro amo y señor.
Quizá entre las dos se nos ocurra como salir de aquí — Cristal sonrió a Carry y ésta le devolvió una sonrisa maléfica— Después de todo… tenemos todo el tiempo del mundo.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

NO ME GUSTA PASEAR SOLO
Aún recuerdo mi llegada. Aquella noche me levanté sobresaltado y confuso. Mientras trataba de comprender mi situación, no podía de dejar de mirar a mi alrededor, solo para constatar que me encontraba solo. Cuando por fin me decidí a abrir la puerta para echar un vistazo al exterior, no vi nada. Todo estaba vacío. Tembloroso, salí de la habitación y comencé a recorrer con pasos lentos el largo pasillo, una especie de túnel mal iluminado, jalonado de puertas a ambos lados, que parecía no tener fin.
Desde entonces, todas las noches hago el mismo recorrido. A estas horas reina el silencio. La mayoría de las habitaciones están cerradas. Muchas de ellas vacías. Las demás albergan inquilinos de todo tipo que reposan en una calma total y absoluta. Deseosos seguramente de abandonar su incómoda estancia mientras esperan ser trasladados a su destino definitivo. Sin embargo, muchos de ellos saben que ya nunca saldrán de aquí.
El hospital, ahora venido a menos, cuenta con una larga historia a sus espaldas. Se trata de una antigua construcción de siete plantas situada sobre una colina a las afueras. El acceso al mismo solo es posible por una estrecha carretera, tan antigua como el edificio, cuyas curvas no invitan en absoluto a circular por ella. A lo largo de su vida ha tenido varios usos. Pero ha sido su última finalidad la que le ha hecho merecedor de la denominación de “manicomio de los perdidos”, al quedar relegado a la categoría de centro psiquiátrico donde, al igual que yo, muchos hemos acabado aparcados como trastos inútiles, abocados a formar parte del paisaje y pasar aquí el resto de nuestra existencia.
Continúo caminando, casi a tientas, debido a la escasa visibilidad. Aunque después del tiempo que llevo aquí mis ojos ya deberían estar acostumbrados. Hace un rato que he comenzado a escuchar ruidos al final de la planta. Me he detenido en seco, intentando agudizar mis sentidos. Noto que, efectivamente, se trata de pasos. De varias personas. De repente, los haces de las linternas y los gritos de sus voces confirman finalmente mis sospechas:
— ¿Hay alguien ahí? Sabemos que estáis ahí. Si hay alguien, por favor, responde.
Todo esto me resulta muy extraño, aunque todo aquí lo es. Inicialmente he pensado en una maniobra de evacuación, una guerra, una epidemia. Incluso, puestos a imaginar, un apocalipsis zombi. Llevo tanto tiempo en mi estado actual que es posible que el mundo haya cambiado, a causa de algo sobrevenido, algún tipo de hecatombe mundial. Sin embargo, entre las paredes de este hospital que desde hace tiempo es mi mundo, todo está igual, tal y como lo he conocido desde que llegué.
Acaban de aparecer al final del pasillo. Son tres, jóvenes, cargados con mochilas y extraños aparatos. No parecen militares. Ni siquiera personal sanitario. Acelero mi paso y a medida que me acerco a ellos puedo comprobar como sus bocas exhalan una especie de humo. Hasta ahora no había reparado en el detalle de la temperatura, que ha descendido bruscamente.
Llegan hasta mí, pero no me ven. Supongo que por la falta de iluminación y por esas extrañas gafas oscuras que llevan. De repente, el chico que se encuentra justo frente a mi entra en una especie de trance. Temblando, con los ojos fuera de sus órbitas y la mandíbula totalmente desencajada, ha comenzado a gritar:
— ¡Lo veo! ¡Viene hacia aquí!
Miro tras de mí y yo también lo veo. Sin duda, va directo hacia él. Quiere entrar dentro, arrebatarle el alma y dejarlo vacío. De repente, el chico se desploma y comienza a retorcerse en el suelo, mientras los demás lo miran sin saber qué hacer.
— ¡Quítamelo, quítamelo! –son las únicas palabras que brotan de su boca, una y otra vez, mientras veo la desesperación reflejada en su rostro.
De pronto, su actividad febril cesa de manera fulminante. Permanece inmóvil unos segundos y se incorpora, mientras me mira fijamente con su rostro oscuro e inexpresivo. Ha perdido sus gafas. Y mucho más. En la profundidad de sus ojos vacíos, carentes de vida, puedo verme a mí mismo, mientras una bandada de demonios negros emerge de su interior y se desdibujan a medida que se pierden a lo lejos. Estamos solos. Los demás han huido atenazados por el pánico.
Desde esa noche, el edificio cuenta con un paciente más. Una de las habitaciones ha dejado de estar vacía. Todas las noches, siempre a la misma hora, salimos a pasear, sin hablar, sin mirarnos, en bucle. Como una película en sesión continua, proyectada una y otra vez. Se ha convertido en mi fiel compañero. Ha puesto fin a mi soledad nocturna, mientras espero el tránsito hacia el otro lado. Espero tener suerte. Muchos, sin embargo, han quedado atrapados aquí para siempre. Algo negro, en algún momento, también les arrebató el alma.

SON SONIA

Inspirado en hechos reales
EL ÚLTIMO SÁBADO
¡Hola! Soy Sofía, tengo nueve años y hoy es el aniversario de mi muerte.
Era sábado, mi último sábado; un sábado tan bonito… mi mamá diría que tan bonito como yo.
Estaba en mi habitación, haciendo los deberes. El profe de lengua nos había mandado hacer una redacción que tenía que titularse “¡Quítamelo!”. Que rara me sonaba esa palabra. Pero no era raro que las palabras me pareciesen raras, como si las hubiese inventado un extraterrestre; igual el extraterrestre era yo y es que no entendía el mundo en el que vivía, tan ilógico. Aunque, no era el mundo… eran los adultos quienes me parecían seres extraños y complicados.
Oí a mi madre llamarme desde la cocina y me fui a su lado… por última vez.
—¿Sabrías ir a casa de Tomasa? Necesito una docena de huevos y no me da tiempo de ir yo.
—Claro, mamá —le respondí contenta de tener un motivo para salir y dejar los deberes atrás.
No le di a mamá ese último beso… no sabía que ella lo echaría tanto de menos.
Tomasa se ganaba la vida vendiendo huevos caseros y otros productos de su huerta. Vivía a poca distancia y yo la conocía, igual que a su hijo Tomás, de verlos pasar de vez en cuando por delante del edificio en el que vivíamos, al lado de la carretera principal, a un kilómetro del pueblo. Ellos residían en una carretera secundaria, de poco tráfico y más bien solitaria.
No me llevó ni diez minutos llegar porque me gustaba correr. Mamá decía que yo iba por la vida como si fuese a perder algún tren y no imaginaba que el tren que perdería sería el de la vida misma.
Abrí el portal negro y subí las largas y empinadas escaleras para llamar a la puerta. Me abrió Tomás. Al verlo a él me sobresalté pues esperaba que la que abriese fuese su madre, esa mujer encantadora que siempre me saludaba con una sonrisa y alguna palabra bonita. Mi sonrisa se esfumó.
Tomás era algo retrasado, eso decían, y por eso le gustaba jugar con los niños; consideraban que él era otro niño más a pesar de sus veintiocho años. Afirmaban que era inofensivo, sin embargo, a mí Tomás siempre me había dado mucho miedo.
—¿Está tu madre? —le pregunté seria y deseando que su madre apareciese enseguida.
Él parecía sorprendido y contento de verme, y respondió:
—Sí, pasa que ahora la aviso.
Se apartó a un lado y me adentré en el interior de la acogedora cocina donde flotaba un delicioso olor. A mi espalda oí como Tomás cerraba la puerta.
—La verdad es que mi madre no está —me volví al oírle decir aquellas palabras— pero volverá enseguida. Podemos jugar mientras la esperas.
Vi en su mirada ese brillo que, de siempre, me había hecho pensar que había algo muy malo en él.
—No. Si no está prefiero irme y volver después, sino, mi madre se preocupará —él se interponía entre la puerta y yo y, a pesar del miedo, di un ligero paso al frente esperando que se apartara.
—No, no te vayas. Quiero jugar contigo…
Comencé a retroceder según él avanzaba hacia mí. No tuve ninguna posibilidad de escapar.
Prescindiré de contaros todo lo que él me hizo, solo decir que peleé como nunca antes lo había hecho… pero yo era pequeña y él tenía mucha más fuerza. Cuando quise darme cuenta no podía más que contemplar mi cuerpo, yaciendo sin vida, en el suelo de la cocina; aquella acogedora cocina donde flotaba un delicioso olor… antes de ser contaminada con el hedor del horror, del dolor… de la muerte.
Observé como me envolvía en una manta. Observé como se hacía con una pala. Observé su caminar conmigo al hombro, tal cual un saco de patatas. Observé como me enterraba en un bosque y, para ello, hacía gala de una inteligencia que no imaginaban los demás.
Observé la desesperación de mamá cuando yo no di aparecido. Observé cómo me buscaban durante días y días, semanas. Observé el abatimiento que cayó sobre la gente del lugar cuando se rindieron. Observé como mamá enloquecía por el dolor.
***
Habían pasado unos meses y yo seguía sin poder irme de la casa de Tomás. Algo me retenía allí y, cuando vi a Elena, entendí el qué. Elena era una compañera del cole. Muchas veces habíamos jugado juntas en el patio. Al verla sentí miedo, miedo de que Tomás hiciese con ella lo que había hecho conmigo.
—¡Elena! —la llamé.
Elena me miró, sorprendida y contenta, e intentó acercarse a mí pero yo me alejé.
—Elena, no entres en casa de Tomás. ¡¡Corre!! ¡¡Escapa!! —no pude mantener el contacto y, entonces, para ella desaparecí.
Elena corrió de vuelta a su casa para contar a todos que me había visto, que tenían que volver corriendo a buscarme. Y tal cosa hicieron pero sin resultados.
Después de Elena avisé a más niñas. Aquello se había convertido en mi misión, velar porque Tomás no pudiese hacer lo mismo a ninguna otra niña.
Poco a poco, niña a niña, mamá comenzó a sospechar. Fue a la policía y suplicó, llorando, que investigaran a Tomás. Eran demasiadas niñas transmitiendo un mismo mensaje.
Llevaron a Tomás a la comisaría. Lograron obtener su confesión e hicieron que los guiase hasta el lugar en el que había enterrado mi cuerpo.
Hoy es sábado y mamá vendrá al cementerio, como cada sábado desde aquel último sábado.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

CUANDO EL DOLOR APRIETA
Con solo meter la puntita sus gritos retumbaban alcanzando la fachada de edificios situados a tres manzanas…
—¡Ayúdame, por favor! ¡Empuja, empuja, empuja!
—¡Sí es qué no colaboras coño!
—Hago lo que puedo lo que pasa es que tú no te conformas con nada, siempre encuentras algún inconveniente para no sentirte satisfecha.
—Si tú en lugar de la fuerza te emplearas a fondo con maña y salero igual no tendría motivo de queja…
—Y si tú no fueras tan meliflua dejarías los lamentos para ocasión más merecida…
—¡Qué me saques el zapato ya de una puta vez! ¡Coño! Ni me gusta ni es mi talla. ¿Para qué me compras nada si sabes que no me va a gustar?
Gustavo tiró con fuerza del escarpín dejando a MariadelosDolores con el dedo gordo del pie hecho trizas. Antes de que la cosa fuera a mayores y la dolorida pudiera tomar venganza, él agarró la caja, introdujo los zapatos, tiró la gabardina sobre su hombro y a toda prisa, dando un portazo, salió a la carrera agarró la calle como si fuera a bombardearla.
Cuando por fin se dio de bruces con la zapatería un cartel en el escaparate del establecimiento convirtió sus ojos en un río al que la crecida ha desbordado.
Empezaba a lloviznar; la primorosa caja de cartón comenzó a humedecerse, sus laterales mojados caían enrollados contra el pavimento, mientras, Gustavo era incapaz de volver a casa. En lo que duró su paso por este mundo cruel jamás se atrevió a poner el pie en una zapatería cosa que pudiera haber sido solventada si Gustavo hubiera sabido que aquella zapatería fue fundada por el presidente del Club de los Divorciados.

ROSA ROSANA

¡QUÍTAMELO! LA GANAS DE TENERTE POR UN MOMENTO.

«QUITARTELO NO PUEDO
QUITARMELO NO PUEDES
MOMENTOS QUE QUEDAN SIEMPRE.»

DAVID MERLÁN CASTRO

LA TIENDA DE SEGUNDA MANO
Como cada viernes al terminar las clases vespertinas, la sirena indicaba el final de las obligaciones semanales y el comienzo del fin de semana. Luis Cifuentes Fernández se apresuró a recoger y guardar en la mochila escolar sus libros, libretas y el resto del material escolar. Quería salir cuanto antes del colegio. Era tarde de viernes y eso significaba ir a merendar y pasar el resto de la tarde a la tienda de segunda mano que sus abuelos maternos regentaban en el centro.
La tienda no estaba lejos. Sus abuelos habían elegido el colegio cerca del negocio familiar para que, llegado el momento, Luis pudiera hacer el trayecto sólo. Luis no habia llegado a conocer a sus padres y estaba a cargo de sus abuelos desde que era un bebé. Al principio, cuando era más pequeño, el abuelo se encargaba de ir a llevarlo y recogerlo, pero después de cumplir doce años, los padres de Luis cumplieron su promesa y desde ese curso, ya no lo iban a buscar a la salida del colegio.»Ya era mayor» como decía él, y las vergüenzas incipientes de la pre adolescencia hacían el resto.
—¿A dónde vas tan lanzado?
—A la tienda de mis abuelos —. dijo Luis acabándo de guardar sus cosas en la mochila, mientras Grigori, uno de sus mejores amigos, hacía lo propio a una velocidad infinitamente más lenta.
—Ah, es verdad, es viernes no me acordaba. Bueno, pues buen fin de semana. Nos vemos el lunes.
—Ok—. contestó Luis casi saliendo por la puerta del aula con una mano sujetándo la corréa de la mochila, mientras hacía un gesto de despedida con la otra.
Bajó las escaleras de dos en dos y enfiló el hall de entrada hacia la salida.
Una vez en el exterior del recinto escolar, giró hacia la izquierda en la acera y continuó pegado al cierre del colegio hasta el primer cruce. Esperó en el semáforo a que se pusiera en verde y sin casi darle tiempo a ello, al ver que los vehículos ya se detenian en rojo para ellos, se adelantó al resto de peatones y comenzó a acelerar el paso. Pocos metros mas adelante, repitió la escena en la siguiente calle. A partir de allí, ya estaba a salvo de atropellos, ya que la peatonalización del centro de la ciudad había ido ganando terreno al tráfico con el paso de los años.
A mitad de la calle que tenia de frente, giraría en el callejón a la derecha, y ya habría llegado.
Unos segundos mas tarde, Luis abría impetuosamente la puerta de la tienda.
—Hola Abuela.
—Hola hijo. ¿Qué tal ha ido el día? —preguntó la abuela Aurora mientras seguía con la vista a su nieto desde detrás del mostrador, camino a la trastienda.
— Bien, como siempre.
—¡No entres! Tu abuelo está ocupado. Tiene visita—. Le advirtió ella negando con el dedo índice.
—¿Porqué? Tengo que ir al aseo—. protestó Luis.
—Vale, pero ve despacio y no hagas ruido. No quiere que le molesten, ¿Está claro?
—Vale—. contestó levantando los ojos.
Retiró el cortinón que hacía de veces de puerta y entró en el exiguo pasillo. De frente se encontraban las estanterias con las cosas que ya no tenían salida comercial y que se podían catalogar de tercera, cuarta o incluso quinta mano. Objetos de infinidad de formas, tamaños y colores que de la mayoría no tenia ni idea de para qué servian y por las cuales ya nadie se interesaba. Todas eran mucho más antiguas que él mismo. A su iquierda, se encontraba cerrada la puerta del aseo. A su derecha, y entornada, la puerta de la trastienda dejaba ver una luz por debajo. Reconoció al instante la voz de su abuelo. Apoyó su mano en el picaporte de la puerta del aseo pero se detuvo en seco al escuchar lo que decía.
—¡Quítamelo si te atreves!. Conoces las consecuencias—. le oyó decir con nitidez.
El tono de su voz parecía firme y en absoluto asustado. No podia saber con quien estaba hablando pero notaba su presencia. Decidíó acercarse un poco más y pegó la oreja a la puerta.
—Sabes que no puedes venir aquí a reclamarlo hasta dentro de diez años. Ese fue el trato con tu jefe, y hasta entonces yo soy su dueño y protector.
Tras unos segundos de silencio…
—¡Eso es lo que tu te crees! —. exclamó el abuelo.
El abuelo volvió a dejar de hablar y unos segundos despues…
—¡No!. De ninguna de las maneras. Si no estás conforme ya sabes a quien tienes que irle a plantear tus quejas.
“¿Estaba manteniendo una conversación él solo?” Se preguntó Luis al darse cuenta que su abuelo mantenia una conversación pero de la cual solo podía oir a uno de los interlocutores.
—No es justo —. Añadió su abuelo, esta vez con tono de resignación entendiendo que se le terminaba la capacidad negociadora —. Él no sabe nada de todo esto. No lo va a entender.
Luis seguía escuchando al tiempo que empezaba a tener que juntar sus rodillas. Se estaba haciendo pis, pero tenía que aguantarse las ganas. En ese momento, la curiosidad ganaba a la necesidad.
—Tengo que hablarlo con Aurora. Se lo tengo que explicar, ¿No te parece? …. Bien, hasta entonces te rogaría que te marchases y nos dejases en paz. Ya sabes cómo salir.
Al escuchar esas palabras, Luis se apresuró a entrar en el aseo. Justo cuando ya cerraba su puerta con él dentro dejando una rendija abierta, vió salir a su abuelo de la trastienda con un pequeño objeto en la mano. Parecía de cristal pero no alcanzó a reconocer de que se trataba.
Las ganas de orinar crecian por momentos. Decidió aliviarse. Tras terminar salió del aseo como si nada hubiera pasado. Una vez en la tienda, vió como su abuela cerraba el pasador de la puerta y cerraba con llave. El abuelo se encontraba de pie, quieto, detrás del mostrador, con ambas manos apoyadas sobre él, con la cabeza agachada y mirando hacia abajo.
—¿Qué haces, abuela, porqué cierras si aún no es la hora? —preguntó extrañado ante la actitud de sus abuelos.
—Por desgracia si es la hora, hijo —. contestó ella mirando por la ventana para asegurarse de que no hubiera nadie observando.
—¿Y mi merienda?. Tengo hambre.
—Luis. Ven, acércate, hijo —. le pidió amablemente su abuela dirigiéndose hacia donde se encotraba su marido en el mostrador.
Luis obedeció y se acercó. No entendia nada. Ambos le miraban directamente a los ojos y el desvió la mirada al sentirse incómodo.
—¿Pero se puede saber qué os pasa?. ¿Porqué me mirais así?
—Ha llegado la hora. Tenemos que explicarte una cosa, hijo —. Dijo el abuelo Ángel
—¿De qué hablas, abuelo?
—Ha llegado la hora. Tenemos que dejarte marchar. Ya no podemos retenerte más—. añadió la abuela.
—Hemos recibido su visita y se nos ha ordenado que te dejemos libre. El mundo ya está preparado para tu regreso —. Dijo, su hasta hacía unos instantes, adorable y cariñosa abuela Aurora.
—¿Es una broma? ¿De qué habláis?, ¿De que regreso?
—Hablo de esto —. Dijo el abuelo mientras separaba las manos para que viese lo que ocultaba.
Era un pequeño vaso con forma de calavera de cristal, no mayor que la palma de una mano. En su interior, un líquido amarillento lo llenaba hasta el borde.
—¿Qué es eso? ¿No es un poco pronto para que os pongais a beber chupitos, abuelo?—. preguntó echándose un poco hacia atrás mientras sonreía.
—No es…
—No es ningún licor, Luis Cifuentes Fernández. Es tu alma —.contestó la abuela interrumpiendo a su marido.
—¡¿Perdona?!. ¡¿Estáis locos o qué?! ¡¿Mi alma?!—exclamó Luis con una sonrisa nerviosa mientras el gesto y las miradas serias de sus abuelos lo taladraban por momentos.
—Lo que tu abuela quiere decirte es que tú, no es que seas exactamente nuestro nieto. Se nos encomendó la tarea de cuidarte hasta que llegase el momento y… ese momento ha llegado. Y más después de lo que le sucedió a tu padre.
—De verdad que estais muy mal. Me preocupáis, en serio —añadió Luis desconcertado por lo que estaba escuchando.
—Te contaré una historia —. Dijo su abuelo. —Hace cien mil años cuando la Tierra no era la Tierra que conocemos hoy, un gran duelo se produjo entre las fuerzas del Mal y las del Bien. Pues bien, tras una serie de batallas épicas, el Bien derrotó al Mal. Como castigo el Mal fue desterrado y su alma fue encerrada en este recipiente para que no pudiese rencarnarse antes de tiempo y extender su mal.
Luis estaba descolocado, pero inconscientemente algo le decía que todo aquello no debía de cogerle por sorpresa. Algo en su interior sabía que todo aquello era cierto.
—Espera, espera, espera—, interrumpió Luis echándose otro paso más hacia atrás mientras miraba de reojo para ambos —. Sí como dices el Bien ganó y desterró al Mal, ¿Entonces cómo explicas las penurias, guerras, enfermedades e injusticias que existen hoy en día? Eso son demostraciones de que el Mal existe, ¿no?
—Si tu consideras que esas cosas que has dicho son el Mal, no te quieras ni imaginar lo que es realmente el MAL. Lo que sucede ahora, son minucias con lo que sucedía antes de que se librase ese duelo —. dijo la abuela.
—Pues como te decía —, interrumpió el abuelo —, despues de la batalla, el Bien castigó al Mal a ser encerrado y despojado de su alma para que no pudiese seguir campando a sus anchas. EL Mal, sin embargo eligió salvar a su hijo en vez de salvarse a él. El Bien sabedor de que había ganado la partida, se apiadó de él. Accedió a sus pretensiones y permitió que fuese el alma de su hijo y no la suya, la que fuera confinado en este recipiente. A cambio, el Mal moriría en ese instante. Con lo que no contaba el Bien es que el recipiente elegido tenia una pequeña fuga por su tapón y ese poquito que logró escapar fue, y es, el causante de todas esas penurias que tu dices, pero ya era tarde. Aceptó su error y tuvo que aprender a vivir desde entonces con las consecuencias. Imaginate el poder del Mal si se liberase del todo.
—Y entonces ¿Por qué decis que ahora se ha terminado y teneis que dejarme ir?
—Porque ese fue el trato. Despues de cien mil años, el castigo llegaria a su fin y tu podrías volver a ser libre. El Bien pensó que después de tanto tiempo, el Mal habría entendido las consecuencias de sus actos y aprendido la lección, y su regreso no sería tan maligno como antes —. dijo el abuelo.
—Ahora tienes que beberte este líquido Luis Cifuentes Fernández y nuestra misión habrá terminado. Si como nos han prometido, hemos hecho bien nuestro trabajo, la recompensa que nos espera despúes de todo este tiempo, habrá merecido la pena —. añadió la abuela mientras agarraba a su marido.
—Desde luego, querida —. añadió el abuelo agarrando igualmente a su esposo mientras le daba un beso en la sien, esperanzado de que el maligno siempre sería el maligno.
El chaval, dejo caer su mochila y se acercó al mostrador. Cogió la calavera con cuidado, la levantó, y mirando a los ojos a sus “abuelos” dijo:
—Pues como dice la biblia en Apocalipsis 12.9 “Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”
Alzó un poco más el vaso, y añadió para terminar:
—Pues, que así sea… ¡Salud!…
Y se lo bebió de un trago.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Quitamelo!!!
Tú, padre, eres el qué me tiene que proteger y no me ayudas.
Quítame a este ser qué me acosa!!!
Por favor…
Cobarde, eres.
Quitamelo!!!
A ese ser inmundo qué no me deja vivir.
Quitamelo!!

EFRAIN DÍAZ

Al alba, con el rocío de la mañana llegaron los mensajeros. Pidieron ver a Leonidas. Traían malas noticias.
Jerjes, Rey de Persia se proponía realizar lo que su padre Darío nunca pudo lograr. Conquistar Esparta y someter a los espartanos a su obediencia. Para ello, había reunido el ejército mas grande, numeroso y poderoso jamás visto. Entre cien mil y trescientos mil soldados, según Heródoto, engrosaban sus filas. Jerjes movía su ejército sin táctica ni estrategia. Quería que todos vieran su poderío militar y se corriera la voz. El número y el miedo eran su aliado, su ventaja.
Mientras los mensajeros hablaban visiblemente preocupados ante lo que habían visto, el Rey Leonidas sonreía. Guerra, la especialidad de los espartanos. Para lo que habían nacido, para lo que habían entrenado y para lo que habían vivido.
En contra del Oráculo de Delfos, que ordenó no ir a la guerra debido a las fiestas religiosas, Leonidas reunió a 299 de sus mejores guerreros y marcharon al paso de las Termópilas. Sabía que si defendía dicho estrecho, Persia no podría avanzar. Detendría el poderío de Jerjes. Trescientos hombres bien entrenados era todo lo que necesitaba.
Al partir, las mujeres les dieron los escudos a sus maridos con la acostumbrada frase “regresa con el o sobre el, pero nunca sin el”. Y marcharon los trescientos a las Termópilas.
Llegaron antes que Jerjes, que pavoneaba su gran ejército por doquiera que pasaba.
Leonidas miró el estrecho, que no le era ajeno y diseñó su plan. Varias líneas de ataque y defensa. La primera sería repuesta por la segunda, la segunda por la tercera y así sucesivamente, todas a su comando.
Al llegar, Jerjes intentó negociar, pero fue imposible. Los espartanos no entendían de rendiciones ni concesiones. Su diccionario y su léxico bélico era muy limitado. Solo entendían tres palabras: guerra, victoria y gloria.
La batalla duró siete días. Cuatro de asedio y tres de combate. Al cuarto dia, Jerjes le suplicó a Leonidas que rindiera sus armas y a cambio sus vidas serían perdonadas y no serían esclavizados. Leonidas le contestó con la célebre frase “Molon Labe” que en castellano significa “venid y quitadmela”. No rindieron sus armas.
Fracasados todos los intentos de negociación con Leonidas, comenzaron las hostilidades. El primer dia de batalla fue cruento… para Persia. Jerjes perdió sobre diez mil hombres, mientras Leonidas conservaba su fuerza intacta. La táctica y la estrategia se lo permitía. El segundo día de combate produjo idénticos resultados. Jerjes entraba en desesperación. Perdía hombres sin ningún avance significativo. Pavonear su ejército le estaba pasando factura. Le estaba costando caro. Los espartanos, aunque mucho menor en número, ocupaban una privilegiada posición en el estrecho y lo habían defendido muy bien. Al menos, esa parte del estrecho, pues había un pequeño paso secreto, que por secreto, no había sido resguardado. Ephialtes, resentido con Leonidas, decidió traicionarlo y advirtió a Jerjes del desconocido pasaje que le permitiría rodear a Leonidas y sus espartanos.
Leonidas, sabiéndose perdido, no huyó, sino que envió un criado a Esparta a anunciar que trescientos espartanos habían muerto como hombres libres. Y en efecto, al tercer día de combate murieron trescientos espartanos como hombres libres, a lo que yo añado “y valientes”.
Jerjes nunca pudo completar el plan de su padre de invadir Esparta.

EL FARO

“Inténtalo! Le dije!
Con la voz premoldeada; esa que parece firme y está construida a base de miedo! En medio de esa batalla cotidiana, como un soldadito, medí todas las tácticas para la defensa; la distancia, los movimientos y el volumen del grito.
Éramos él y yo..la escuela es un gran búnker mientras se desarman los hogares; protege a niños que van y vienen desarmados.
Fue ingenua su certeza?
Cómo podía creer que en ese desierto de amores, responsabilidades, afectos, compromisos..podía brotar otra cosa que no se pareciera al vacío de los abismos.
Trate y trate por esos años que habían sido alguna vez intensos , y que luego fueron aflojando como un elástico viejo. Y en ese agotador ejercicio estaba perdiendo lo manso de mis perfiles, lo suave de mis gestos, la mirada afable hacia mis hijos. Estaba perdiendo.
El amor estaba derretido sobre las cosas más queridas, y me propuse limpiar para que no quede nada.
-Me voy..gritó..pero me llevo a los niños!
Y esa frase tragicómica rebotaba en los laterales del ambiente pequeño, en la cocina donde casi estaba confinada y me cacheteó el pecho y pude!
-¡Haz el intento! ¡Quítamelos! Prueba quitarme lo que he parido con mi vientre flacucho de ternuras! ¿Que crees que son; la pava, la mesa, el televisor de la pieza?
-¡Quítamelos!
Y te sorprenderá saber que he aprendido, que he matado monstruos con cuchillitos de madera, que puedo matarte con mis palabras y hacerte llorar vencido sobre el pie de la cama.
Cuando tú creías que la vida jugaba fuera de nuestra casa, yo preparaba los escudos debajo de nuestra cama.
Cierra la puerta..cuando te vayas.

RAÚL LEIVA

Dextrógiros

Los sonidos del instrumental se multiplicaban en la vacía habitación reivindicando sus soledades. Las gotas que le aseguraban una sobrevida sin dolores fluían hacia sus venas al ritmo de su marcapasos. Su condición de enfermo terminal no le daba espacio para el optimismo. Solo la visita de su mejor amigo mantenía un poco de luz en su mirada seca.
Llegó justo a la medianoche, en el estrecho espacio de tiempo que le dejaba su trabajo de guardia del supermercado y su familia que lo esperaba para darle las buenas noches, pero en ese momento tuvo que complacer un pedido a su amigo.
—¿Lo trajiste?
—Claro que sí. Me costó encontrarlo, pero ahí estaba, adentro del viejo bafle Carlson.
—A verlo… Dale mostrame por favor.
El amigo sacó una botella de whisky añejo, una rareza por lo costoso y difícil de conseguir. El hombre enfermo contempló la trabajada etiqueta, recorrió con sus dedos la forma de la botella y cuando no tuvo más fuerzas para sostenerla se la apoyó en el pecho soltando una lágrima.
—Pasame el vasito de plástico, ese de las pastillas.
—…
—¡Dale boludo! ¿Qué más me puede pasar? Estoy al final del camino, no tengo nada que perder. Tengo un corazón que camina gracias al marcapasos, el tumor en la cabeza de un momento a otro me va a arrebatar todos mis recuerdos, los buenos y los otros. La vida se ensañó conmigo de una manera particular. Me arrebató en cada golpe la posibilidad de ser padre y finalmente se cargó a mi mujer con una tremenda dosis de calmantes y antidepresivos. No es que no tengo nada que perder, directamente no tengo nada.
El amigo ante ese irrefutable discurso bajó la vista.
—Perdoname, estuve mal. Me queda tu amistad que la valoro muchísimo, que todas las noches te hacés un tiempo para venirte del trabajo, cansado me imagino, y que llegás tarde para ver a tu familia por estar acá con esta cosa decadente en la que me convertí.
—No, está bien. Me honra mucho ser tu amigo y bien sabés que no te voy a dejar solo. La gringa va a entender mis tardanzas y los chicos, bueh, ya van a saber lo que es estar con los amigos cuando hay que estar.
Los dos se abrazaron tanto como les permitieron las sondas y los cables llorando las tristezas atrasadas y las ausencias futuras.
—Destapá la botella y servime un vasito. Quitame por favor esta puta realidad, aunque sea un ratito. Permitime ese gusto.
El amigo, con el rostro hinchado por el cansancio y la tristeza, destapó la botella y sirvió el vasito casi hasta llenarlo con el espeso whisky escocés. Levantó el respaldo de la cama ortopédica para poder sentar al convaleciente hombre que emitía hondos quejidos intentando disimular sus dolores. Tomó el vasito y degustando la aromática bebida miró al amigo.
—Este whisky lo compré cuando me pagaron un premio por producción en el trabajo. Recuerdo la gresca que se armó en casa, me costó un dineral y la flaca me obligó a devolverlo. Fui al galponcito del fondo y lo metí en el viejo bafle Carlson prometiéndome que lo tomaría en una ocasión especial. Y ya ves, la vida, la providencia, la puta naturaleza y mi mala fortuna no me permitieron abrir esta botella hasta hoy. Aquí con mi mejor amigo es justo el momento para poder ofrecer un brindis a destiempo. ¡Salud hermano!
Apuró el trago y le pidió la botella al amigo. Al intentar servirle un vaso se le resbaló la botella y se hizo pedazos contra el piso.
—¿Te das cuenta? Un montón de plata, un montón de tiempo y ya ves cómo la vida se empeña en arrebatarme la última posibilidad de brindarte un trago de este whisky. Hacé una cosa, rápido porque va a venir la enfermera a ver qué pasó. En el bañito hay un trapo de piso y una toalla grande, ponele todo el desinfectante que encontrés y más o menos pasale al piso, juntá los vidrios más grandes y metelos en la bolsa de papel de los pañales que hay allá y ándate con tu familia, ya te traje muchos problemas. Apurate y andá nomás.
El amigo limpió tal como le ordenaron y a los apurones juntó todo justo a tiempo que llegaba la enfermera.
—¿Qué fue ese ruido?
—No tengo idea de qué habla, acá estábamos hablando y también lo escuchamos, pareció que venía de afuera.
—Está bien. Por favor, no se quede mucho tiempo más que el paciente tiene que descansar.
—Sí, sí. Yo ya me voy. Nos vemos, mañana a la misma hora me doy una vuelta.
—Andá tranquilo hermanito, y muchas gracias por tu amistad y por todo.
La oscuridad regresó como cada noche a su habitación y a sus pensamientos. Tenía la suerte de tener un amigo incondicional como el que se había marchado. Al final de todo, la vida le dio un guiño cómplice. Se puso como cada noche a recordar a su mujer, a hacer un breve repaso por los momentos más lindos, a recordar lugares, olores, canciones, y se detuvo un momento en el día que pensó suicidarse en el galponcito tras la muerte de su mujer, pero el coraje le falló y vació la jeringa de veneno en el costoso whisky causante de la única pelea que tuvo con su mujer.
Lejos de allí, un hombre cansado se desarmaba en los brazos de su mujer, como si hubiera adivinado lo que iba a suceder a la mañana siguiente en la cama del sanatorio, cuando los enfermeros se encuentren con el cuerpo ya sin vida de su amigo, como un mudo testigo de los infortunios y las perezas que a veces se toma el destino para cumplir sus designios.

CARLOS RODRÍGUEZ

Algo en mi pecho se mueve,
imparable,
incansable,
insufrible.
Late a destiempo si te acercas,
se contrae y duele si te alejas,
se acelera descontrolado,
cada vez que me besas.
Para amarte lo quería,
para estar vivo y sentirte,
con su calor cobijarte,
en las noches de frio.
Ahora ya no es mío,
por favor te lo pido,
del pecho quítamelo,
ya no quiero su latido.
Tú te has ido,
a mí lado no te tengo,
el corazón triste y afligido,
irse quiere contigo.
Quítamelo,
por amor te lo pido,
en pedazos lo has dejado,
llévatelo contigo.

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

– Quítamelo.- Me susurraba una voz fantasmal introducida en mi mente.
– Quítamelo, quítamelo, quítamelo, por favor; quítamelo.- Gritaba amargamente esa voz penetrante que me estaba haciendo perder la cordura. Yo estaba muy asustado pero me adentré en aquella casa pese a las advertencias de mis amigos.
– No lo hagas Roger, ya sabes la historia que cuentan, podría ser verdad, todo el que entra en esa casa no vuelve a salir. – Me reprochaba Gabi mientras Nerea asentía con la cabeza.
– Gabi tiene razón Roger. No seas testarudo y no entres en ella, te lo ruego. – Me suplicaba Nerea mientras agarraba del brazo a Gabi aterrada por el sonido del viento que sonaba cómo un eco y nos hacía sentir auténtico pavor. Yo, por mi parte no hice caso a las súplicas de mis amigos y con la mirada al frente y ávido de querer saber los secretos que encerraba aquella casa dejé a un lado el miedo que me atenazaba y entré en la casa.
– Quítamelo. – Era la voz y el eco aterrador que se repetía desde que crucé el umbral de la puerta.
Recorrí todo el habitáculo de la gran casa abandonada y no encontré a nadie en su interior. Me invadía la curiosidad de dónde podía venir esa voz.
Bajé al sótano y allí encontré a Saúl, un niño de mi clase que llevaba desaparecido casi un año. Mi asombro fue mayúsculo.
– Quítamelo. – Me dijo señalando una llave a la cual el no tenía alcance porque estaba atado por grilletes. Cogí la llave y le quita las cadenas a Saúl. Este una vez libre me abrazó y rompió a llorar.
Una hora más tarde la policía y una ambulancia estaban en la entrada de la casa alertados por nuestra llamada, tratando a Saúl que tenía malnutrición y una crisis de ansiedad, mientras la policía nos interrogaba a mis amigos y a mí . Una comitiva de prensa se dirigió rauda al lugar de los hechos y fui entrevistado y tratado como héroe por salvar a Saúl.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

No permitiré que me tilden de culpable, eso jamás.
Aunque el tango se baile de a dos, está vez has sido tú el que anticipó las cosas y sin querer enfrentar lo inevitable, así sin más, no escuchaste ni quisiste comprender, ni llegar a un acuerdo o siquiera intentar establecer una discusión que nos llevara a un final civilizado, pero no.
Y qué hago yo ahora?
Con todo ese odio que me hierve en la sangre cuando pienso en tu cobardía ?
Con toda esa pasión que se apodera de mi cuando te nombro?
Con los momentos que quedaron inconclusos? Qué hago yo con el amor que te tenía?? Responde!!! Estás sordo???
Y qué hago yo ahora, con la mancha de la alfombra que no alcanzaré a limpiar, con los vecinos curiosos que empezarán a murmurar, con tu cuerpo frío sobre el mío que no alcanzaré a quitarme de encima antes de que llegue la policía.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

LOS BILLETES (tema de la semana)
Cuando se puso en la cola para sacar los billetes había bastante gente ya y ella tenía también bastantes ganas de hacer pis.
Pero pensó:
-Mejor esperar, que tanto no tardarán. Así podré irme tranquila al lavabo.
Pero entonces le tocó el turno a un hombre, de aspecto extranjero que por no se sabía qué motivos,
discutía en la ventanilla en una extraña lengua con el vendedor de billetes.
Y pasaba el rato y ella tenía cada vez más ganas de vaciar su vejiga.
Pero el hombre no acababa con su monólogo, interrumpido de vez en cuando por el funcionario que en inglés intentaba decirle que no le entendía.
Pero el otro, dale que dale.
Para ella los segundos se convertían en horas. Veía en su imaginación a aquella compañera del cole que al reír fuerte, por mucho que cruzase las piernas, siempre dejaba un pequeño charco donde había estado.
La gente empezó a protestar:
-¡Venga ya!
-¡Que acabe de una vez!
-Quiero el libro de reclamaciones
-¿Dónde está el Jefe de Estación? Porque allá voy.
Ella no sabía como ponerse. Intentó apoyarse sobre una pierna y nada. Sobre la otra, tampoco. Ir alternando ambas, peor.
Como había un banco tras ella, se sentó en él y la cosa parecía mejorar. Pero como vio que la cola se iba alargando temiendo perder su puesto, decidió levantarse y volver a su lugar. Así lo hizo pero al estar completamente incorporada notó que algo semejante a una gota caía en sus braguitas.
Horrorizada se reincorporó a la cola pero viendo que el extranjero seguía en sus trece, le dijo a la señora que tenía delante:
-Quítemelos usted, por favor, ahora vengo- y a la vez le ponía encima de una mano dos billetes de veinte euros, saliendo disparada en busca del lavabo.
Y tan rápida fue que la mujer no fue consciente de lo que sucedía hasta un momento después, al ver los dos billetes sobre su mano. Y recordó solo la palabra “quítemelos”.
Confusa y sin saber qué hacer, le dijo al chico que estaba delante suyo:
-Perdón, ¿ha visto lo que ha dicho y hecho esta chica? Que le quite yo…el ¿qué? ¿el dinero?
-Ay, no sé de qué me habla- respondió el interrogado, que estaba atento a la discusión de la ventanilla-¿qué ha pasado?
-Que la chica que estaba detrás mío, ha dicho no sé qué de “quítemelos,” me ha puesto encima de las manos estos dos billetes de veinte euros y ha salido como un rayo.
-Uf me suena que le ha dado billetes falsos-comentó otra señora de más atrás.
-Es cierto, el otro día me mandaron un WhatsApp diciendo que había una red de falsificadores de billetes. Que lo propagara-dijo otro de la cola.
-Bueno, puede ser una cadena para coger datos. La misma policía avisa a veces que no se haga caso de esas noticias. Intervino uno nuevo.
-Pero ¡esto acaba de suceder de verdad!- dijo horrorizada la señora enseñando los billetes.
-Y encima, la chica no viene.
-Claro, ha dejado los billetes aquí y estará en otro lado repartiendo más y más.
Y se fueron incrementando las opiniones de diferentes personas que sin haber escuchado el principio, les llegaban retazos de la primitiva pregunta que finalmente llegó a convertirse en de “falsificación de billetes.”
A todas éstas, la chica, tras dar vueltas y más vueltas, apretando piernas y como consecuencia caminando cual beodo a punto de caer al suelo, llegó al esperado y ansiado lugar.
Entró allí cual bólido y, sin encender la luz, vació su vejiga.
Ya tranquila y sin molestias, encendió la luz. Pero una nueva sorpresa la esperaba: a oscuras como estaba, no se dio cuenta de que ¡la tapa del váter estaba bajada y por tanto, un líquido amarillento producto de su filtrado renal inundaba el espacio filtrándose por debajo de la puerta.
Helada, inmóvil sin saber qué hacer, la sacó de su trance una voz que gritaba:
-¡Quién ha sido la puerca que se ha meado aquí!
Tímidamente abrió poco a poco la puerta y se encontró de cara con una auténtica patrulla: Un hombre con un mono llevando en la mano una caja de herramientas, seguido de dos mujeres de aspecto feroz, batas y mascarilla, portando el característico carro de la limpieza y, tras ellas otro hombre portando una enorme manguera seguido por un tercero con algo semejante a un desembozador de cañerías pero de inmenso tamaño.
Horrorizada intentó apoyarse en la puerta que no estaba cerrada y por tanto cayó hacia atrás mojándose en sus propios efluvios nefríticos.
A su vez, en la taquilla se había armado un enorme tumulto.
La cola se había convertido en un corro donde cada uno daba su opinión sobre la decisión a tomar:
-Esperemos que vuelva.
-Ni hablar, llamemos a la policía.
-Pero si no ha cometido ningún delito, si solo son maquinaciones, aún puede que nos las carguemos nosotros.
-Pero ¿y si es realmente una falsificadora?
Y fue sumándose gente y más gente. Unos para ver qué pasaba, otros para dar su opinión, unas cuantas cotillas para explicarlo a las vecinas. Y algún otro se sumó a ver si podía hurtar algo entre tanto acaloramiento como descuido de sus pertenencias.
Entre unos y otros, con diferentes opiniones respecto a los cuarenta euros y la palabra “quítemelos” de la chica, decidieron llamar a la policía.
Por otro lado, el extranjero había marchado ya y en la taquilla se había formado una nueva cola que funcionaba con la ligereza habitual. Pero de este detalle los apasionados “discutidores”, que no se habían percatado llamaron a la policía. A los pocos minutos, se personaron dos agentes que habitualmente vigilaban la estación.
Todos a una, comenzaron el relato:
-Una falsificadora de dinero ha intentado estafar a esta señora dándole cuarenta euros.
-Cuarenta euros añadiendo “quítemelos”.
-Eso, eso, encima le dice “quítemelos”.
-En la cara ya se le veía que era una ladrona- dijo una voz inidentificada.
Los pobres policías, entre tantos comentarios no entendían nada. Al fin, uno de ellos alzó la voz diciendo:
-Uno a uno por favor. Los otros callen.
Mientras, en el lavabo, las cosas empezaron a aclararse.
Alguien que pasaba por fuera y que vio que salía un líquido bajo la puerta, dio la voz de alarma.
Pensando en las averías habituales: inodoro embozado, lavabo mal cerrado o reventón de alguna cañería, el servicio de mantenimiento y las limpiadoras acudieron a solucionar el desperfecto.
La chica, aún explicando lo que había sucedido, se llevó unos cuantos improperios especialmente de las feroces mujeres que tenían que recoger “toda la mierda dejada por una cabeza de chorlito”.
Ella como pudo se aseó un poco y se dirigió al lugar donde estaban las ventanillas. Y allí le esperaba otra nueva sorpresa:
Múltiples dedos la señalaban a la vez que una multitud voces gritaban a coro:
-¡Esa, ésa es!
Con horror, vio a un agente de la policía que, enarbolando los billetes le dijo:
-¿Ha entregado usted este dinero esta tarde?
-Sí, claro- respondió la chica. Pero antes de dejarla continuar el policía la interrumpió preguntando:
-¿De dónde ha sacado usted estos billetes?- dijo poniéndoselos delante de la cara.
-Pues ¿de dónde va a ser? Del cajero, claro- respondió ella nerviosa y asustada-¿Por qué lo pregunta? ¿pasa algo?-respondió la chica totalmente confusa.
-Y ¿para qué se los dio a esta señora?- añadió el policía.
-Para que me quitase los billetes para volver a Lugo. Es que tenía que ir al váter. No me aguantaba- añadió la chica.
-Pero usted no dijo sáqueme los billetes, sino que le puso el dinero con la palabra “quítemelos”-añadió el algo mosqueado agente.
-Claro,- dijo ella- que me quitase ella los billetes destino Lugo, como se indica en la taquilla. Y luego ¿no lo entendió?
Un “BOOOHH” emergió del grupo. Momentos después, un hombre, de aspecto pausado se adelantó aclarando:
-A ver, la chica seguramente pidió a la señora que le “quitase los billetes ¿no es así rapaza?
-Sí, eso mismo.
Y dirigiéndose al grupo aclaró:
-Calma, calma, no ha pasado nada. Es que la chica, gallega como nosotros ha dicho como de dice en Galicia “quitar” en vez de “sacar”. Y si nos hubiesen dicho de entrada toda la frase que la chica dijo, no hubiera pasado lo que pasó.

ARITZ SANCHO MAURI

Como cada día que la necesidad lo requiere y como buen animal de costumbres, me encuentro en la cola del supermercado haciendo la compra.
Voy dejando los objetos de mi cesta en la cinta transportadora cuando miro a ver quién tengo a mi izquierda.
Una mujer de un metro ochenta y tres aproximadamente, de mi edad, con media melena y con la cesta llena de frutas y verduras.
A esta tía ya la he visto yo antes en el tren y en el autobús y no es de mi barrio.
Empiezan a saltar las alarmas de mi manía persecutoria.
Permanezco un momento estupefacto y comienzo a pensar. La empujo disimuladamente y al finalizar la compra salgo disparado y me monto en el primer autobús que pasa.
Mi sentido arácnido no andaba muy desencaminado, en la cartera que le había birlado disimuladamente no tenía ninguna foto familiar, la chica es de la ciudad condal y tiene una placa de inspectora de policía.
¿Qué carajo quiere de mí esta? ¿Quién coño le ha mandado que me investigue? ¿Por que razón?
Al principio creía que era por hacer dropshiping de órganos humanos en la Depp web, pero con veinte puentes y utilizando el sistema Tails; el que utilizaba Snowden, solo un ordenador cuántico me podría delatar.
Mis transacciones y beneficios están a buen recaudo pasando por diferentes billeteras de banca descentralizada y no existe evidencia de rastro alguno.
Llegó a casa desesperadamente y enciendo los veinte ordenadores que empleo como brigde para no poder ser localizado. Sorpresa para mí que desde la línea de comandos se me abre algo similar a un chat.
-¿No se te ha olvidado nada en el supermercado?
-¿Quién coño eres? ¿Qué pintas tú en toda esta historia?
De repente empiezan a golpear la puerta de manera brusca y estrepitosa y comienzo a escribir en la terminal.
-¿Eres tú?
Nadie responde.
Apagó todo, saco los discos duros y los meto en el microondas a toda mecha a lo más puro estilo Mr. Robot.
Ya no tenía nada que perder, abrí la puerta y era mi vecina que quería sal.

MAR SHA

Era la época victoriana muchos niños no llegaban a adultos por las muchas enfermedades las cuales les aquejaban. a su vez la gente era demasiado supersticiosa con los sentimientos. es decir que las personas no se podían expresar lo que sentían porque eso significaba debilidad, la higiene brillaba por su ausencia, lo cual, hacia un nido perfecto para las bacterias, además la llegada de las fábricas de vapor estaba cerca de las casas, eran fabricantes de mucho humo, esto hizo que mucha gente falleciera joven.
En una casa cercana a una fábrica de vapor había una familia de clase media, se encontraba Eliza Andrew, su esposo Walter Percy y sus 9 hijas. Estando en la pieza al pie de la cama de su hijo Elza Andrew veía como la vida de una de sus 8 hijas se iba poco a poco, ella estaba desconsolada pero como bien se sabía las mujeres no podían demostrar su dolor, era de mal gusto. mientras su padre el doctor Walter Percy miraba la cama con impotencia, a pesar de ser doctor la escasa medicina del momento no le permitían hacer mucho. Las hermanas se encontraban fuera del cuarto de dormir, temían estar contagiadas puesto que las enfermedades eran de origen desconocido e increíblemente contagiosas. Sus edades se encontraban entre 7 a 14 años de edad.
Elza no aguanto más del dolor, exclamó:
-Atrévete a quitármela a ver si puedes… Las lágrimas le rodaban por las mejillas…la rabia se había apoderado completamente de su ser, de su alma, lloraba desconsoladamente, Walter no sabía que hacer por su esposa, Wáter salió corriendo, a la iglesia más cercana, no pudo soportar el dolor de su esposa, ver a su hija en esas condiciones y a sus otras hijas llorosa. sentado en las escalas de la iglesia vio pasar un tren, el cual lo para para irse a un lugar desconocido.
La niña a las dos horas falleció, la tradición de la época era «post mortem» la madre se encajó de todo para preparar todo, las niñas se hicieron alrededor de la pequeña para aparentar que estaban jugando, la madre «las estaban viendo».
La foto quedo tomada con una leyenda bonita… para el recuerdo. Se cuenta que meses después una terrible enfermedad se llevó 3 de sus 7 hijas… la madre llego a la edad de 24 años …. falleció de vieja, en esa época la expectativa de vida era corta. las hijas restantes alcanzaron la mayoría de edad.

NEUS SINTES

Quítamela de encima, pienso. De nuevo siento que la carga vuelve a estar sobre mis hombros. ¿Quién me pudiera quitarla?. Hubo una época en que esa carga fue disminuyendo, pero ahora ha vuelto y yo, me siento más hundida. La delgada línea que separa la ansiedad de la tristeza. A veces me siento, que no soy nada, que no valgo para nada…que mis palabras sobran y que todo lo que digo es de más.
Entonces la ansiedad me corroe por las venas, sin llamarla, sin necesidad alguna de hacerlo. Mi mente sabe cómo me siento y llama a mi otra yo. Por fuera puedo ser una persona aparentemente fuerte, pero por dentro es distinto. Allí es donde me consume la ansiedad. Te consume, se alimenta de ti. Sin poder evitarlo. La mente es muy fuerte, pero la tristeza y la ansiedad, juntas de la mano suelen ir. Se hacen poderosas y tú sin poder evitarlo, te sientes ¿Cómo decirlo?. Indefensa. Empequeñecer.
Quítamela de mi mente. Quisiera cerrar los ojos y poder sentirme de nuevo alegre por dentro. Sonreír y sonreír de verdad. Sentirme bien por dentro. En mi interior, un vacío se encuentra, que me atormenta día y noche. Veo oscuridad, donde reside la luz. Estoy consumiendo de tristeza. No sé por donde empezar. Todo me sienta mal, porque yo estoy mal. Mis ánimos han menguando, al igual que mi faceta de mujer alegre. ¿Dónde se encuentra esa felicidad ?.
Invisible a los ojos de los demás, llevo esta carga. No sé cómo recuperar lo que había ganado hace unos años atrás. Ahora, como un boomerang ha regresado a mí de la forma más inesperada. ¡Quitádmela, quitádmela!.

FELIPE PÉREZ

Este relato es basado en hechos reales
Delfín contemplaba la lluvia caer, era una tarde de domingo y este no pudo contener las lagrimas, dos gotas saladas como el agua de mar rodaron por su mejilla hasta la comisura de sus labios, curiosamente Delfín miraba rodar el agua por el cristal de la ventana no podía entender que al cabo de seis meses de haber conocido al amor de su vida ,a su alma gemela ,la hubiera perdido, por su mente pasaba en retrospectiva la historia de su vida, a una velocidad de veinticuatro por segundo al igual que una película y con más énfasis los últimos seis meses de su vida, tiempo vivido luego de conocer a su alma gemela por azar de la vida un 17 abril domingo de resurrección, fue lo que se dice un amor a primera vista, Delfín recuerda la frase en su ordenador cada cual atrae lo que sea capaz de atraer, frase con que le respondió su orquídea en un comentario en las redes sociales, Orquídea vivía en un país de Europa y Delfín en una isla del trópico pero ese día quedo prendado su amor ,por su mente paso el nerviosismo del primer encuentro ,la pasión que vivieron cada día a cada momento, noches de amor, sabanas revueltas y todavía más en un segundo encuentro donde igualmente vivieron y consumaron su amor, Delfín recuerda frente al mar haber jurado amor eterno a orquídea aunque orquídea no sabía este juramento, luego nuevamente llego la separación solo que Delfín no sabía que al cabo de seis día recibiría la más triste noticia de su vida por cosa del destino en ese momento sostenía en sus manos una piedra de gema regalo de su amada Orquídea y no podía entender que ese día había perdido su amor y todo por un mal entendido por no ser capaz de despojarse de su machismo de hombre tropical y mostrarle todos los matices de su amor a su Orquídea y con la gema en la mano, la levanto al cielo y juro luchar por el amor de su amada milagrosamente en ese momento dejo de llover asomando el sol y a lo lejos del horizonte una arcoíris de

EDUARDO VALENZUELA JARA

Estaba sola en casa y ya anochecía cuando se acomodó en el sofá para leer un poco en su móvil. A ella le gustaban las historias siniestras.
La historia que escogió contaba de una chica que, estando sola en casa, sufría un episodio de escopaestesia, esa sensación, esa capacidad cerebral de detectar, sin mirar, que a nuestro alrededor alguien o algo nos está observando… La chica, inquieta, revisaba las ventanas para asegurarse que no hubiera alguien allá afuera.
La lectora se levantó del sofá y revisó sus ventanas solo por un asunto de seguridad, una nunca sabe cuándo puede haber un loco o un pervertido allá afuera. Cuando estuvo tranquila retomó la lectura. La chica de la historia seguía incómoda; la sensación ―la certeza― de que algo la observaba, continuaba. Agudizó sus oídos buscando detectar algo en la penumbra. Súbitamente escuchó algo en la habitación contigua.
Al mismo tiempo, un ruido en la cocina alteró a la lectora. Fue como un crujido, como unos pasos que se detuvieron en cuanto fueron descubiertos. A veces la nevera emitía sonidos (algo relacionado con el proceso de los gases refrigerantes). En la oscuridad solo resplandecía la luz de la pantalla de su móvil y así se quedó aguardando hasta que dio el incidente por superado. En la historia, la chica trataba de encender la luz para ver qué era lo que se estaba ocultando en la oscuridad. Trató de encender la luz, pero descubrió que no había energía…
Los sonidos de la cocina se repitieron. La lectora notó que eran diferentes a los sonidos habituales de la nevera. Esta vez se levantó para investigar, pero cuando quiso encender las luces notó que, al igual que en la historia que leía, las luces no funcionaban. Su única fuente lumínica era la pantalla del móvil y la uso para llegar hasta el tablero eléctrico. Lo revisó, todo parecía andar bien. «Debe ser una falla general del servicio», pensó. Desde la cocina volvió a crujir algo… Se armó de valor y, usando el móvil para moverse en la penumbra, entró en la cocina pensando en qué haría si allí hubiese alguien esperándola. ¿Gritaría? ¿Correría? ¿Y si no lograba escapar?
La cocina lucía tenebrosa en la oscuridad. Aparentemente no había nadie allí. De todas formas no había donde esconderse. Entonces, el crujido se repitió. Sin duda venía de la nevera. Tomó la manija y abrió la puerta. Lo que vio adentro no se lo esperaba. El hielo se estaba derritiendo, la carne crujía al descongelarse… «¡Por supuesto! Sin energía».
Volvió al sofá para continuar la lectura.En la historia, la chica no tuvo tanta suerte, porque ―aunque estaba a oscuras― percibió una respiración, como un bufido. Había algo no humano allí frente a ella, en la parte más oscura de su cuarto. Ella no necesitaba verlo para saber que ese “algo”, esa bestia, la estaba observando desde las sombras, listo para saltarle encima.
La lectora sintió otro ruido, esta vez vino de la puerta. Eran unas llaves. La puerta se abrió.
―¿Cariño estás bien? ―dijo él, entrando― Hay un corte de ener…
La “cosa” siempre estuvo allí, aguardando el momento y no esperó más ¡Se lanzó sobre la chica!
―¡¡¡Ay!!! ―alcanzó a gritar ella― ¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Quítamelo, quítamelo!!!
Él le quitó el móvil y san se acabó.

GLORIA ALBADALEJO

NO PROFANARÁS ESA TUMBA. 1º parte
Juan, Alfonso, Fede y Manuel de quince años, eran un grupo de amigos que necesitaban vivir experiencias nuevas, aventuras arriesgadas, todo relacionado con actividades satánicas, malditas o de brujería. Ya cansados de jugar con la tabla ouija, algo aburrida últimamente, pensaron en otra cosa más divertida, o más macabra, mejor dicho. Así que idearon que es lo que podían hacer el próximo fin de semana.
-Podíamos ir al cementerio y pasamos allí la noche con nuestros amigos los fantasmas -dijo Juan
– ¡Si!, y nos llevamos la tabla ouija e invocamos a un espíritu de esos muertos que hay por ahí -dijo Alfonso
-No resultará, nunca sale nada emocionante -dijo Fede
-Podemos hacer otra cosa mejor, -planeó Manuel -nos llevamos herramientas y abrimos una de esas tumbas que hay en el suelo y vemos lo que hay dentro.
A todos los muchachos se les iluminó la mirada acompañada de una sonrisa macabra y la cara de satisfacción, lo dijo todo. Así que fueron reuniendo algunas herramientas de sus padres, a escondidas de ellos, para emprender al día siguiente ese juego maldito, que sin darse cuenta iban a acometer.
Una vez en el cementerio, se escondieron todos en el lavabo, antes de que el vigilante cerrara las instalaciones que era sobre las seis de la tarde, que es cuando en el invierno, hay que dejar tranquilos a los muertos. Los chicos, mientras el hombre hacía su recorrido, evitaron mirarse a los ojos para no estallar en risas y meter la pata. Al vigilante no se le ocurrió mirar a dentro donde estaban los chavales. Estaba despistado pensando en sus cosas y con ganas de salir de su triste trabajo. Además, como el cementerio del pueblo era pequeño, acabaría pronto con la inspección. Cuando intuyeron que ya se había marchado, salieron de su escondite, en un principio con precaución y silencio por si todavía rondaba por allí el cuidador del cementerio.
El cielo comenzaba a apagarse, pronto se haría de noche, además, allí no había ninguna iluminación, pero los chicos se habían previsto de unas buenas linternas, que los iluminaría hasta que se agotase la batería y eso sería su único alumbrado.
Dieron una vuelta por el cementerio, antes de comenzar con ese arte macabro, contentos por haber logrado esquivar al vigilante, pero a la vez algo nerviosos y aterrados, por lo que estaban a punto de realizar.
Ya había pasado media hora y apenas quedaba luz en el cielo, cuando a los cuatro se les fue la vista hacia un gran ataúd, que estaba enterrado en el suelo.
(“Amor mío, siempre te he querido y siempre te querré”)- María Serrano González. 1975-2005.
Las letras decoraban con gran capacidad, la losa de esa tumba elegida. Estaban en el 2008, ese cuerpo solo llevaba tres años enterrado. A los chicos, por un momento, se les puso la piel de gallina. No sabían muy bien lo que iban a hacer, solo lo deseaban para divertirse, realizar cosas diferentes, asuntos de locos, pero eso les iba a costar. Destornillador, martillo, una tarea un tanto complicada. Los golpes que provocaban, retumbaban haciendo eco por todo el cementerio. Cuando descansaban, creían seguir oyendo los sonidos de los martillazos. Les parecía que, en cualquier momento, saldrían todos los muertos de sus tumbas, para defender a la difunta que pronto iba a ser profanada. Cada vez la curiosidad de los chicos, iba en aumento, querían saber cuánto antes, como si fuesen posesos de algo, que había ahí a dentro. En los siguientes martillazos, que todos efectuaban a la vez, la losa comenzó a romperse. La luz de las linternas podía visualizar, como unos oscuros bichos de diferente tamaño, salían de entre las primeras roturas, haciendo que los críos retrocedieran inmediatamente, provocándoles muecas de asco en la cara. Cada vez salían más bichos de esa caja enterrada, pero tenían que continuar, como si fueran dirigidos por una fuerza desconocida y así hicieron. Los siguientes martillazos, hicieron que la losa se partiera por la mitad, lo que produjo que un pudor insoportable, saliese hacia la atmósfera, invadiendo el ambiente hacia a donde estaban los pequeños delincuentes. La enorme peste a muerto, casi hizo tirarles al suelo, con la consiguiente de que, a Juan, se le cayera la linterna a dentro, justo a donde estaba el cadáver iluminando lo que tanto ansiaban, ¿investigar?, el cuerpo ya putrefacto, lleno de insectos y ese olor repugnante, hizo que los chicos se retorcieran de asco, provocándoles una gran vomitada que ensució todo lo que había a su alrededor, incluida sus ropas. Juan sin linterna y los demás con ellas, intentaron salir de allí corriendo, huyendo del desastre que ellos mismos habían provocado y gritando socorro a la nada. Los ruidos ajenos que rodeaban todo el cementerio, volvieron a escucharse. Parecían los ecos de los martillazos de antes que seguían con descontrol a los profanadores de tumbas. Corrieron como nunca hacia la salida del cementerio, pero estaba completamente cerrada, con llave y un enorme candado, además, que daba hacia afuera. No tenían ninguna escapatoria. La oscuridad exterior, no les ayudaba, por allí no había ningún ser vivo que les pudiera socorrer de lo inevitable. Estaba a dentro de las profundidades boscosas de un gran parque y este también se encontraba cerrado. Seguían gritando socorro y más asustados que nunca quisieron escalar la gran puerta, pero se resbalaban continuamente. Por el contrario, a donde ellos se encontraban, se comenzó a escuchar otro tronar diferente, parecido a piedras pesadas que se desplazaban de un lugar a otro, retumbando el ambiente, y el olor a muerto también les perseguía.
-Mirar chicos -decía fede a mirar hacia atrás -hay algo por allí, parece que se mueve.
– ¡Dios mío!, -gritaba Manuel -son las losas que se están abriendo, y algo sale de adentro -su voz era quebradiza al decir las últimas palabras.
-Tenemos que salir de aquí -dijo Alfonso -son los muertos, vienen hacia nosotros. Vamos chicos, escalar esta maldita puerta, tenemos que huir ya, se nos echan encima. Daros prisa…
– ¡Maldita sea!, quítamelo Manuel, algo me ha agarrado el pie, -decía Alfonso cuando intentaba subir por la resistente puerta de forja -quítamelo de encima, me está arrancando el pie.
-No puedo Alfonso, a mí también me está sujetando algo, está helado y hace daño.
– ¡Dios mío!, son los muertos que han salido de esas tumbas, pero, ¿ cómo es posible ? -decía Fede mientras intentaba subir por la puerta, pero no lo pudo conseguir, ya que una de esas criaturas, también lo agarró de una pierna y fue a parar al suelo dándose un gran golpe en el costado.
Mientras los queridos amigos de Juan eran atacados por esos especímenes, él intentaba subir, entre resbalón y resbalón por la enorme puerta que daba a la salida. Parecía estar más en forma que sus apreciados y subió bastante, cuando una de esas mutiladas manos huesudas, le rozó el zapato. Se lo arrancó de su pie, pero fue lo único que se pudo llevar de Juan. Intentaba no escuchar los lamentos horribles de sus amigos que estaban siendo destruidos por esas cosas resucitadas del más allá, pero le era imposible, gritaban demasiado y algo de sangre le salpicó la ropa mientras escalaba hacia la libertad. Los arañazos eran inevitables y algunos cortes por los adornos afilados de la puerta de forja, también recibió por todo el cuerpo, pero eso no era nada comparable con lo que le estaban haciendo a sus pobres amigos. No podía evitar que sus ojos también salpicaran varias lágrimas de tristeza, era lo único que podía hacer por ellos.
continuará.

GUILLERMO ARQUILLOS

Quítame mi miedo
¡Y yo que tenía miedo de entrar en casa y encontrarme con su cara!
«Te voy a abandonar, hijo. Aunque sé que me necesitas, te voy a abandonar», me imaginaba a mí mismo diciéndole y algo me dolía por todo el cuerpo.
¡Qué cosas…! ¡La vida…! Desde la muerte de Rosa, nunca le he dado una noticia peor a Luis.
Estuve sudando en la sala de espera, rodeado de gente seria que estaba atenta a sus móviles, como si lo que hubiera detrás de las pantallas no fueran solo vidas retocadas con Photoshop… Me intentaba secar las manos y me temblaban todos los músculos.
«No puedo dejar a Luis solo. Es imposible… Ya verás, ya verás como me dan buenas noticias…», me decía.
La enfermera salió y gritó mi nombre. Entonces, dejé de oír al marido que regañaba a su mujer como si ella fuera culpable de su enfermedad y al grupo de marujas que cuchicheaban a mi lado sobre una barriga que me importaba tres leches.
En aquel enorme sitio lleno de gente, de pronto, solo se empezaron a oír mis pasos y la luz se concentró en la enfermera y su sonrisa, que me pareció una mueca falsa, postiza, odiosa…
«¡Dios mío, Dios mío!, ¡que yo no quiero estar aquí…!», grité en mi cabeza.
—Siéntese, por favor —me dijo la doctora.
Miró un segundo eterno al ordenador, me clavó los ojos con fuerza y me asustó su mirada.
Recuerdo que guardamos silencio y yo pensé:
«¿Cómo coño le digo yo esto a Luis, sin llorar?».
Luego, en casa, me tuve que esperar un buen rato a que viniera del taller. ¿Cuánto estuve sentado, sujetándome la cabeza? ¿Una media hora? No, quizá un poco más, no sé: tres o cuatro mil años…
Al final, Luis llegó, claro. Y yo, sin saber de dónde, saqué las fuerzas y se lo terminé contando, claro. Pero es que, además, se lo dije todo:
—Tengo pánico. Estoy agobiado por ti, hijo. Siento que te estoy fallando.
—No, … favor, papi…
—No puedo evitarlo. Te voy a dejar solo. Tengo mucho miedo.
Él guardó silencio.
—Quítamelo, hijo. Quítame mi miedo.
Él siguió callado durante dos o tres siglos más y yo oí el tic tac del reloj todo ese tiempo. Una mosca se había metido en la habitación; llegué a creer que la estaba siguiendo con sus ojos.
Me empezaba a faltar el aire.
—No puedo soportarlo… —le dije.
Se me acercó… y me abrazó:
—Ya soy mayor, papi. Ya me apañaré, yo puedo solo… ¿Quieres jugar a la ronda?
Me apretaba. Me hacía daño, para ser tan joven.
—Quiero alegre cara tuya. Te quiero —me dijo.
He pensado en su reacción horas y horas y he soltado millones de lágrimas. Lo envidio: me ha enseñado mucho.
Todo se complicará, ya lo sé, pero también sé que saldrá adelante. Estoy seguro.
Admiro a mi hijo. Más todavía porque, como todos sabéis, es síndrome de Down.

RAKEL VALDEARENAS

Quítamelo! Quítamelo!- gritó ella asustada.
Su amigo no supo como quitarle esa bestia de encima y Manuela murió por los mordiscos fatales de aquel enorme perro.

VIVI MEDINA CHUNG

Quítalo
El confinamiento y las quejas continuas de su mujer lo tenían airado; ninguno de los anteriores le permitía salir más de lo estrictamente necesario: Al supermercado por provistas, a la farmacia por medicinas, y al médico por jaquecas que le causaba el encierro. Hacía días que en la televisión se anunciaba la inminente llegada de un virus desconocido, pero como a él no le gustaba verla, y la mujer no le hablaba más que para referirle lo básico para la convivencia, el hombre no se había enterado de nada. De haberlo sabido, hubiera comprado libros nuevos, vinilos, juegos de mesa que pudiera jugar en solitario, bueno… ¿Qué podría esperarse de un hombre jubilado de setenta y cinco años y un matrimonio de cuarenta? La relación se había desgastado tanto, tanto… El tedio y la monotonía habían echado raíces desde hacía mucho tiempo.
Desde que empezó la cuarentena, su mucama no iba a trabajar a la casa; en la cocina los trastes se acumulaban, las ropas sucias rebosaban el tacho de lavandería, el baño empezaba a oler, el patio se llenaba de hojas. El reumatismo de ella, la escoliosis de él… complicaban todo… Gritos iban, insultos venían, ninguno cedía, la tensión aumentaba…
Él subió a la biblioteca, cerró la puerta, tomó un libro y se acomodó en su escritorio, lo abrió donde marcaba el señalador, empezó a leer: “Desde su ventana solía apreciar cada majestuoso atardecer, pero esa tarde sus ojos fijos en el horizonte no veían más allá que sus propios pensamientos. Aquel hombre taciturno contemplaba la nada, triste y desolado, porque sus cultivos de tomates habían sido víctimas de la helada de la noche anterior”.
Inesperadamente su mujer tocó a la puerta, su voz quebrada rompió el mutismo; la mujer le ofreció una deliciosa sopa de tomates, más espesa y colorada de lo habitual, la puso sobre su escritorio, acercó una silla y se acomodó junto a él. El hombre cerró el libro y bebió la sopa, cuando la acabó, volvió a abrir el libro y continuó leyendo, la mujer lo interrumpió diciendo: —en voz alta por favor —él la miró de reojos, asintió con la cabeza y prosiguió: “La mujer recolectó los tomates marchitos del cultivo, fue hasta el fogón y preparó una sopa de tomates más espesa y colorada de lo habitual, le agregó cianuro en una dosis mortal y se la ofreció a su marido que leía en su escritorio; el hombre sintió un escalofrió trepar su la espalda, miró su plato ya devorado, lo tomó entre sus manos, con un leve susurro se preguntó si eso era real o simple ficción, poco antes de que el veneno le cerrara la garganta miró a su esposa con los ojos ya desorbitados, y con el escaso aire que le quedaba gritó: ¡¡Qué es esto!! ¡quítalo, quítalo de aquí!”

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11 comentarios en «Quítamelo – miniconcurso de relatos»

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