Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «doble vida». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 3 de noviembre!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Doble vida
Como un toro
― ¿Qué tal la analítica, doctor?
―Puede estar tranquilo, está usted hecho un toro.
―Qué alegría me da, verá cuando se lo cuente a mi mujer.
―Un momento, no es nada, pero tiene el azúcar un poco alto. Si se cuida, no habrá que inyectarle insulina hasta dentro de un par de años.
―Vaya por Dios, pero, por lo demás, ¿bien?
―Perfecto, aunque debo anunciarle que es más que seguro que vaya a sufrir un par de cólicos nefríticos al año, su riñón parece una cantera.
―Pero, eso no es grave, con aguantar el dolor, ¿verdad, doctor?
―Un dolor espantoso, todo hay que decirlo.
―Vaya ánimos me da…
―Los que va a necesitar cuando le diga que se quedará impotente en nada y menos, no hay ninguna duda.
― ¡Joooder! ¿Algo más que no me haya dicho?
―Todo lo demás está en orden, si exceptuamos que se le va a caer todo el pelo del cuerpo.
―Pero, ¿por qué?
―Muy sencillo, por la quimioterapia que hay que administrarle para el tumor de próstata que le dejará impotente.
― ¿Me voy a morir?
―Como todo el mudo, pero usted antes, porque tiene el corazón a punto de caramelo, parece un saltimbanqui de feria.
¡¡¡Aaaaaarrrgggg!!!
―Ya puedes salir, Concha, a tu marido le ha dado un infarto de miocardio y ha muerto. Cuánta razón tenías cuando me dijiste que era muy aprensivo.
―Perfecto, ya no tendremos que escondernos más. ¿Dónde decías que estaba la playa nudista paradisiaca? Qué ganas, por favor…
Doble personalidad.
En la línea del horizonte, justo donde el Cielo se separa de la Tierra, sucedió está historia.
La vida es amor.
La vida es sueño.
La vida es alegría.
Alegría siente el padre al dar su mujer a luz una niña.
Cieloesposo y tierrapadre, su piel por ellas dejaría, hasta si fuese preciso morir moriría.
Como tú mi amor no hay dos, le dice la esposa al esposo.
Que suerte mi niña tienes con este padre y, pronto un hermanito.
Sí, pronto y, muy pronto, dos mujeres paren un hijo de un mismo padre.
Doble hogar.
Doble familia.
Doble personalidad, tiene el hombre que dejó preñadas en el ciclo de los nueve meses a dos mujeres anamoradas…
Año 1981. El Guernica acaba de llegar a Madrid, al Casón del Buen Retiro. Los interesados tendrán que sacar las entradas con una semana de antelación.
Era domingo y las vistas entraban a cuenta gotas pese a que la seguridad era apenas perceptible. En el pasillo de entrada a la exposición antecedían bocetos complementarios del cuadro. Se lo había pensado Picasso. La sala donde se exponía guardaba una atmósfera muy aparente porque la luz que la iluminaba acaparaba la atención sobre el cuadro y le embellecía, consiguiendo con facilidad que todas las miradas se concentraran en él. Había expectación y reinaba el mismo silencio que el que se guarda ante el altar de un iglesia.
—¿Qué le dice el cuadro? —Preguntaste a una joven que tomaba apuntes en una libreta.
—Me resulta difícil explicarlo en pocas palabras, pero si hay una capilla Sixtina con un Creador, aquí también existe una mano divina.
Te explicó que llevaba meses estudiando el cuadro, te habló del simbolismo, de la brutalidad expresada en el toro, del dolor y el espanto de un madre con su hijo muerto en los brazos, de pánico, de destrucción, de exterminio. En él cada objeto cumplía con una función y la luz cenital hacía de testigo, del ojo que todo lo ve.
Atardecía, el sol se iba despidiendo tras las últimas ramas de los árboles y la noche que ya se anunciaba parecía remedar las ruinas de una ciudad devastada y totalmente a oscuras.
—¿Te gustó entonces el cuadro?
—Me dolió. Y he pensado que tengo fortuna por gozar de esta vida.
Me lo has recordado. Las imágenes que hoy llegan de Ucrania me hacen pensar que aquello no es vida.
«Hay que hacer una incisión profunda, un corte decidido, limpio, que llegue hasta la espina dorsal y deje a la vista los órganos vitales. La experiencia en el manejo del afilado instrumental es imprescindible, cualquier duda, la mínima irregularidad, un tajo demasiado profundo, pueden echar a perder todo el trabajo y hay mucho dinero en juego, gente dispuesta a pagar estos despojos a precio de oro, ese que yo necesito para seguir manteniendo el tren de vida, que exige sacar adelante a mi familia, un ático dúplex en la zona noble de la ciudad, dos coches y un par de hijos camino de la universidad.
Cymberly es una buena esposa, me ayuda todo lo que puede, pobre, sabe que no me gusta lo que hago, que he de aguantar la náusea, cada vez que meto mis manos en estos cuerpos gélidos para eviscerarlos. Que detesto este tufo a muerte, insoportable, pegajoso, que nunca termina de irse, por mucho que me pase horas bajo la ducha, con la piel enrojecida por causa del agua en exceso caliente. A ella también le repugna ese olor, tanto como la forma que tengo de ganarme la vida, pero lo soporta en silencio y me conforta, si me ve abatido por la frustración.
Luego están las noches interminables de insomnio, resistente a cualquier química conocida, que paso dando vueltas en la cama, sin poder apartar de mi mente las imágenes horrendas de todos esos cuerpos mutilados y sintiendo el estremecimiento precoz, que me provoca pensar en los que tendré que descuartizar al día siguiente.
Pero he de poner en pausa mi destino y mostrarme feliz ante el resto del mundo, como si mi existencia fuera el camino de rosas que mis vecinos presuponen. Sonreír a la vida con fingido entusiasmo, permitirme el desahogo de una broma, tirarle la pelota a mi perro los domingos por la mañana en el parque, mientras socializo cordialmente con los demás dueños de mascotas y encierro la realidad bajo llave en el sótano de mi desesperación.
Hay que seguir, no puedo permitirme parar. Un último corte y este ya está listo».
—A ver, Consuelo, ¿alguna cosa más, reina?
—Nada, por hoy ya vale, que todavía he de comprar fruta, algo de embutido y voy con prisa.
—Pues aquí tienes. Son 24,75 y te regalo este puñado de perejil.
—¡Joder, Mariano, cómo has subido los precios, hijo, ni que fuera de diamantes la pescadilla!
—La crisis, que no da tregua, corazón. ¡Merluza fresca, oiga, recién llegada de La Coruña, todavía colea, la mejor del mercado, señoras. Compren, compren, compren!
«¡Qué ganas tengo de jubilarme, por dios!»
Era el ritual de los domingos por la mañana. Pedrito oía la voz de su padre llamándolo en algún lugar de la casa, dejaba lo que estaba haciendo y acudía en su presencia como un perrito moviendo la cola; éste le daba un billete de cinco euros al tiempo que le decía cómo gastarlo: una parte para el periódico, y el resto para chucherías. Y a sus siete años Pedrito volaba en dirección al quiosco.
Al otro lado de la ventanilla estaba Julián, un anciano medio calvo y con bigote al que le gustaba bromear con Pedrito y le regalaba siempre alguna golosina. El niño lo adoraba y se demoraba charlando con aquel hombre canoso y bonachón que estaba siempre de buen humor. Una vez Pedrito le dijo que cuando fuera viejo quería ser como él, y el anciano soltó una carcajada que hizo temblar el quiosco. Finalmente el niño volvía a casa con el periódico, las chuches y alegría para el resto del día.
Un viernes por la tarde los padres de Pedrito caminaban con él hacia un centro comercial cercano. Al doblar una calle se encontraron una muchedumbre y se dispusieron a atravesarla. A Pedrito le pareció ver unas carrozas a lo lejos, pero fue cuando ya estaba en medio del gentío que se quedó asombrado al ver a don Julián vestido con un chaleco y un pantalón de cueros, un pañuelo rosa en el cuello y un sombrero de policía en la cabeza. Bailaba con desenfado y de vez en cuando hacía movimientos lascivos con la lengua. Sus padres aceleraron la marcha, pero Pedrito se quedó atrapado en esa imagen tan desconcertante.
El domingo por la mañana, tras recibir el dinero de su padre, Pedrito bajó con lentitud las escaleras hasta el portal. La visión de Julián entre aquella gente no le había abandonado desde aquel día. Miró al quiosco a lo lejos y caminó lentamente hacia él, sintiendo cómo se le agarrotaban las piernas y el corazón latía con fuerza. No sabría decir por qué, pero nunca había sentido tanto miedo.
CANCÚN
Mar y Toni disfrutaban de su primer día de viaje de novios. Se habían recuperado un tanto tras el jet lag, aunque no del sopor húmedo y pegajoso de la ciudad de Cancún. Tras la siesta, echaron un polvo rápido, con la intención de echar otro más intenso por la noche: habían puesto el ojo en el particular jacuzzi, en el interior de la cabina de hidromasaje, en la cama de dos por dos, en la terraza exterior si acaso o donde fuera que tuvieran que echarlo. Bajaron a media tarde junto a una de las cinco piscinas, y enseguida se les acercó un camarero con camisa blanca de mangas cortas y pantalón negro de pinzas. Por sugerencia, pidieron piña colada con ron y enseñaron las muñecas para mostrar las pulseras azules del todo incluido —como si el chico no las hubiera visto antes. Cuando el camarero dejó las bebidas, les deseó una feliz estancia. Ellos dos miraron el contenido, y creyeron que no habían pedido un granizado. Pero les supo bien llevarlo entre las manos: sorbieron con gusto un tanto de las cañas y en un santiamén succionaron el líquido. Fue entonces cuando Toni dijo:
—Quiero contarte algo.
Se enderezó y le tocó la rodilla a través de la fina tela que ella vestía, un sugerente kimono blanco de malla, abierto y transparente. Debajo, Mar llevaba un bikini de flores, como cualquier otro que por ahí pululaba, pero ella, según vio Toni, resaltaba más que nadie: quizás por su denso pelo castaño que caía sobre sus hombros, o por sus piernas cruzadas y blanquecinas, o tal vez por su sonrisa maravillosa y por unos brillantes ojos verdes que deslumbraban a metros. A pesar del tono, ella se recostó en el cómodo asiento, con el vaso de plástico entre las manos, tratando de refrigerarlas con el hielo del interior mientras lo derretía.
—Vale. ¿De la boda? ¿Del hotel? Cuéntame —dijo, sorbiendo de una vez lo que pudo. Observó un tanto el envase: el hielo picado ocupaba un tercio y había adquirido el color dorado del ron. «¿Tan pronto se ha acabado? ¡Vaya timo!», pensó, agitando el envase. A continuación, desvió la mirada hacia el chiringuito de la izquierda, encontrando al camarero tras la barra. El chico servía unas bebidas a otra pareja.
—Quiero confesarte algo: en nuestro noviazgo, he llevado una doble vida.
—Ya —respondió inmediatamente Mar, levantando la mano. El chico mexicano despedía a la otra pareja mientras sonreía. Al desviar al mirada hacia ella, interpretó su gesto: otro par de ellos.
Toni la miró. Mar sonreía al chico como si fuera el camarero del barrio —que con un gesto o mirada a distancia, interpretaba la tapa deseada y unos cuantos palillos de más. «¿Acaso podía saberlo? Ese “Ya”, ¿no sonó a “ya lo sabía”, o algo parecido?», se dijo preocupado, pensando en imágenes.
—¿Quieres decir que ya lo sabes? —preguntó aterrado, como si su vida estuviera en peligro.
—Yo solo sé lo que me has dicho —aseguró ella despreocupada, levantando los hombros.
—No te entiendo. Te acabo de decir que he llevado una doble vida y estás… No sé, no sé… Estás… ¿Confiada? ¿Indolente? A ver, ¿qué sabes? —preguntó Toni, levantando la palma de las manos. «¿O es que lo sabes todo?», quiso decir.
—¿Qué es lo que tengo que saber que no me hayas dicho antes? —respondió tranquilamente Mar, aunque remarcando cada palabra.
Toni la miró confuso. Quería confesar algo extraordinario, hechos que nunca había mencionado y deseaba contar. Necesitaba quitarse esa carga emocional. De alguna forma, había creído que encajaría mejor el asunto si lo contaba tras cinco años de relación, una vez casados. Si lo dejaba para más tarde, para otros años más, su segunda vida continuaría, y ya estaba harto de esconder secretos. «No tendré ni un secreto más», se dijo una y mil veces.
—¿Empiezo desde el principio?
—¿Es necesario? —replicó ella.
El eficaz camarero les saluda de nuevo y deja los vasos sobre la pequeña mesa cuadrada. Recoge el anterior de Mar y le echa un vistazo al de Toni. Todavía le queda la mitad, por lo menos. Ella le pregunta algo al chico, al tiempo que descruza las piernas para cruzarlas al otro lado. El camarero se percata del gesto y contesta sonriendo, al tiempo que encuentra la mirada perdida en su acompañante. Mar lleva la caña a los labios y sorbe con placer. Al segundo, aleja el vaso a su vista y mira el contenido. «¡Ahora sí está en su punto!», le dice al chico, asintiendo con la cabeza. El camarero se aleja y ella suspira de satisfacción, mirando el azul de la piscina de enfrente.
—¿A qué hora se cierra la piscina? En cinco minutos he visto que muchos salían. ¿Nos dará tiempo? ¡Qué ganas de mojarme! —exclamó Mar, exultante.
—Entonces, ¿no quieres saber nada? —preguntó Toni confuso, observando en ella una creciente impaciencia.
—¿Para qué quiero saber algo que no me hayas dicho antes? Oh, disfrutemos. Oh, creo que me voy a meter en el agua —dijo, levantándose. A un par de metros, se acercó al borde de la piscina y tocó con los dedos de un pie el agua. Se dio la vuelta y le dijo: —Tráeme la bebida y vente; verás qué buena está el agua.
Toni lo hizo. De repente, sintió que el peso de los años se desvanecía allí mismo: observó sus dedos mojados y el brillante esmalte blanco de sus uñas como paraguas, haciendo resbalar el problema del agua hacia afuera. Y eso fue suficiente. Era mejor así. Siguió sus instrucciones, lo que Mar quería: cogió las bebidas, se acercó hasta ella y pasó un brazo por su cadera.
La doble vida que llevaba noche tras noche Jack Peterson, flamante escritor de novela negra y privilegiado por haber obtenido multitud de premios literarios, entre ellos el premio Nobel, le estaba desquiciando. Su vida se consumía lentamente…
Su delicadeza al tratar a los personajes era exquisita, ¡Adoraba a sus personajes, como si fueran sus hijos! En especial, al protagonista Gerard, personaje que el mismo construyó y que permanecía en todas sus novelas a pesar de que era un asesino en serie siempre salía indemne.
Jack, llegó a desarrollar sentimientos hacia él e incluso comprendía el porqué, en su novela, de todos sus asesinatos. Pero no era ecuánime con él, como para llegar a cierta distancia con el personaje y poco a poco se iba sintiendo dominado por Gerard.
-¡Algún día te mataré!- decía Jack en voz alta sin haber nadie en la habitación. Al instante se escuchó una carcajada..
-Sabes que no lo harás – inquirió Gerard – no serás lo suficientemente fuerte..
Jack, cerró los ojos y los volvió a abrir, parecía estar hablando consigo mismo, pues como dije, nadie estaba con él.
Jack salió como todas las noches, cuchillo en mano dirigiéndose a su próxima víctima, su mente transtornada quería acabar con el fantasma de Gerard, convirtiéndose en él, al igual que en sus novelas.
No era consciente de que el personaje se le escapó de las manos, concebido por él y atribuyéndole las mejores cualidades en sus novelas, fue el que le hizo llevar esa doble vida.
Gerard posiblemente fuese una prolongación de Jack, como si fuese una parte de su ser esquizofrénicamente absorbido por el personaje, como si todos sus miedos los recreará en él.
Fue perdiendo esa percepción de realidad- ficción y estaba perdiendo el control.
-¡ No lograrás que siga manchandome con la sangre de víctimas inocentes! – gritó Jack.
– Veo que no te das cuenta- dijo Gerard- ¡ Tú eres yo y yo soy tú, somos uno solo.
-¡Extra extra! El famoso escritor de novelas Jack Peterson fue hallado anoche en su habitación se habla de posible suicidio..
La última novela de Jack puso punto y final a una década de asesinatos. Ni él ni Gerard volverían a existir.
¿Qué pasaría?
Hay ocasiones que me gustaría soltarte de la mano. ¿Quizás desaparecerías? Dime, ¿te llevarías contigo la banda sonora de mis historias imaginarias, las huellas marcadas en la playa de mi último viaje o las maravillosas vistas de aquel paisaje?
Todo esto pienso mientras observo tu figura a mi lado, tus ojos dejándose conquistar por el azul del cielo y tus dedos entrelazados a los míos. Nunca me has dicho nada, ni tampoco me ha hecho falta. Conozco el lenguaje de tu sonrisa y el arte con el que observas nuestra vida. Y todo lo que puedes llegar a hacerme sentir.
No sé si llamarlo dependencia, pero tu ausencia me recuerda mi presencia, tus recuerdos traen de vuelta mi inocencia y tus sueños me muestran aquello que quiero hacer realidad. Quizás por eso necesito que sigas conmigo, dándome la mano, apretándome las yemas de los dedos, recordándome que estás ahí y que, pase lo que pase, tu mano siempre estará agarrando la mía.
Porque echarse de menos duele y eso es lo que sentiría si te dejo volar. Y yo me niego y, una vez más, te retengo conmigo.
Recordándome que tú y yo somos como dos realidades paralelas.
Mi vida real y yo.
Por la mañana temprano suena el despertador sobre las siete, se bebé el café, enciende un cigarro y marcha a su trabajo diario, calle abajo con la tranquilidad del silencio que lo acompaña. Es albañil y ahora, la obra le cae relativamente cerca, donde echa casi diez horas de jornada con los compañeros, siempre entre bromas y trastadas.
Trabajando a veces en interior poniendo suelos y otras fuera en la calle entre andamios y escaleras, lleva ya algún tiempo, no le supone ningún esfuerzo extra, mantenerse en dicho oficio.
Así, cada día, cada mes, cada año. Forma con sus amigos una cuadrilla que funciona bastante bien. Aunque a veces nadie entiende por qué algunas, se queda dormido. Y llega un poco más tarde al trabajo. Cuando le preguntan, no responde; nunca da respuestas, todos callan, suponen que algo le pasa, lo respetan y no vuelven a hablar del tema.
Todas las noches, sobre las nueve, le entra una alegría en su cuerpo, se le encienden los ojos con un brillo especial, cada noche vuelven las luces a iluminar más fuerte una vieja estancia, el granero, resaltando las paredes, que aparecían dibujadas de sombras extrañas, donde colgaban cuerpos llenos de misterios, entre la penumbra y luz, las sombras parecen jugar a un juego, que sólo él entiende, el suelo siempre manchado de sangre y carne; el espeso olor a lejía quemada y el agua oxigenada en la mesa, Hay un ambiente entre las maderas superpuestas con tablas, que deslumbra, el olor se escapaba perdiéndose en el rastro de la noche, el tejado; recubierto por una chapa pintada, evitando colarse el agua que cuelga esperando en las noches de niebla intensa, en los días de largas tormentas.
Todas las noches igual, se reflejan, escapan los rayos de luz al exterior tras la ventana se dibuja un foco que enciende la oscuridad del valle, y las manos laboriosas concentradas descarnando, en el silencio del tiempo, con un cuchillo sin punta raspando, separando la carne del hueso y los tendones, una delicadeza bestial y un cuidado exquisito para no romper nada, para hacer el más mínimo daño.
Los huesos aparecen colocados por orden en la mesa, sobre una sábana blanca. Está limpiando poco a poco la mandíbula y los dientes, blancos como la nácar, colocados por orden en fila y con el número de posición debajo. Estrictamente dispuestos en una perfecta sucesión, según tamaño, orden y posición dentro de un dibujo esquematizado.
Las estrellas parecen querer mirar dentro del viejo cobertizo, por cada uno de sus agujeros, sólo por descubrir qué ocurre con tan mística y reiterativa luz, que todas las noches iluminan mil rayos, con su halo intenso y escapa tras las tablas superpuestas de las paredes, hacía el exterior, parece una caja mágica, y era un antiguo pajar, hoy todo un museo osteológico de innumerables trofeos y pieles cosidas a mano, con diferentes seres.
Cada cual supone un triunfo que había ido cosechando, José los trataba como únicos y verdaderos tesoros,
Hasta bien entrada la noche está José, completamente ensimismado con el brillo de sus ojos realizando algo que le gusta con locura, cada noche se entrega al vicio que supone una aventura distinta.
Aprender de memoria los nombres y su posición en los diferentes cuerpos, la sensación del movimiento. Siempre sacando tiempo de donde no hay. Ésta extraña locura que le quita el sentido, le lleva al más puro e infinito del gozo. Quitándoselo de dormir y descansar. -«Dicen que sarna con gusto no pica»- José le dedicaba horas y horas a su extraño jovi, se le olvidaba contarlas a veces le amanecía haciendo lo que más quería, se le viene encima el día.
Las noches largas del verano, se volvían cortas, lleva una doble vida, se transforma completamente en una persona totalmente diferente, observador, pulcra, meticulosa, estudiosa y terriblemente paciente. Ninguno de sus compañeros del trabajo se pueden imaginar nada de José. Nada de sus afanes e inquietudes nocturnos, de su extraño pasar las horas, que atesora y guarda. Pretende que nadie se entere nunca de nada. El ríe en su interior por cada obra terminada.
Pieza por pieza, diente por diente, los coloca, los tiene expuestos esperando que les llegue el momento exacto. También tiene ya las extremidades listas preparadas, el tarso metatarso y dedos les queda todavía por blanquear, al parecer no están del todo blancos, tienen un poco color miel. El continúa separando la carne del hueso, tendrá que volverlos a cocer otra vez.
cuando se presenta su señora, con un bocadillo de calamares.
-‘Toma anda, para que comas algo’-
«Que no pierdes ni pié, ni pisá» vente pronto a la cama,- déjalo ya-, que te tienes que levantar muy temprano. Dijo María.
-‘Jose estoy pensando que podrías vender algunas figuras taxidermicas. Tienes demasiadas.’- ¿para qué quieres tantos ciervos, colgados de la pared? O ese toro con lo bonito que es.
-Ahora cariño, de que termine esto ya queda poco para alambrar la columna vertebral del esqueleto.
-¿Doble vida? ¿Quién no tiene doble vida? Y hasta el triple. Hay gente con varios trabajos, buscando tres sueldos sólo para sobrevivir.
Hay muchos carpinteros, albañiles y fontaneros e incluso escritores, pintores, electricistas, que no ganan ningún sueldo. Sólo se dedican por el único gusto o por ayudar algún amigo o compañero y tienen otra maravillosa vida donde disfrutan los ratos libres, y algunos más, que tienen un valor inmenso.
Irene no fingía llevar una doble vida. Ella era así. La pequeña era altruista. Es feliz ayudando y no espera nada a cambio.
-¿Alguien me ayuda a mover a Óscar?- preguntó la profesora con un gesto de complicidad mirando fijamente a Irene.
– Yo.- Se apresuró a responder Irene mientras se levantó rápidamente de su asiento y le acercaba a Óscar su silla de ruedas.
Óscar volvió a mirar con esos ojos vidriosos de agradecimiento y alegría a Irene.
-Aacias.- Consiguió decir Óscar con mucho esfuerzo.
El trabajo de los pedagogos en el colegio Reina Esmeralda, situado en la provincia de Guadalajara era digno de mención. Óscar había avanzado mucho pese a las dificultades tras nacer con una hemorragia ventricular de grado tres debido al sangrado, calificada cómo grave por los médicos. Su familia también era fundamental para cubrir las necesidades de Óscar. Sus papás se llamaban Nerea y Juan, respectivamente. Siempre esperaban a Óscar a la salida del colegio con el coche mal aparcado para que estuviese lo más cerca posible para recoger a Óscar. Tenían permiso tanto del colegio como del ayuntamiento para tal menester. Nerea y Juan estaban condenados a llevar una doble vida. En sus respectivos trabajos les era muy costoso conciliar para poder cuidar de Óscar. Al final siempre lo conseguían de alguna u otra forma. Irene siempre hablaba con Óscar y sus papás a la salida del colegio, ya que ayudaba todos los días a la profesora para acercar a Óscar a la misma puerta de la salida del colegio dónde le esperaban sus padres.
– Hasta mañana Óscar, que pases buena tarde.- Siempre le decía Irene atenta para despedirse de él, encontrando siempre una sonrisa de agradecimiento en el rostro de los papás de Óscar.
– Aacias, igalentee.- Respondía Óscar con ese característico brillo en la mirada.
– Hasta mañana Irene y muchas gracias por ayudar todos los días a Óscar, eres un sol de niña.- Aseveraba Nerea con una gran sonrisa.
EN LA TIERRA Y EN EL CIELO
El ritmo de los laboratorios era frenético a esas horas de la madrugada. Una intensa labor se desarrollaba en largos turnos de trabajo que inevitablemente conducían al agotamiento. Pero la maquinaria no se podía detener. Además de la absoluta dedicación, que en ocasiones rozaba la euforia, la discreción era otra de las piezas clave en el éxito en aquella actividad industrial desarrollada en secreto y cuya sede principal se situaba a las afueras, en pleno desierto.
Él se encargaba de supervisar en persona el funcionamiento de cada pieza de la maquinaria. No podía permitirse que el más mínimo error diera al traste con su floreciente negocio, una multinacional de la industria química que le reportaba descomunales ingresos y que daba empleo y oportunidades de ascenso a un gran número de empleados que, de no ser por él, a buen seguro habrían tenido un futuro incierto.
Jacob representaba el sueño americano. Un avispado hombre de negocios que se había hecho a sí mismo, a base de saber ver la oportunidad en el lugar y el momento exactos. A menudo solía recordar sus inicios, y como poco a poco había llegado a hacerse con los mejores especialistas del sector, mediante ofertas imposibles de rechazar, algo en lo que era todo un maestro. Unas veces a base de talonario. Otras, por el contrario, con métodos algo más expeditivos y sugerentes.
Una vez inspeccionado todo el proceso y habiendo constatado que la cadena de producción se hallaba a pleno rendimiento, cogió sus herramientas, y junto a tres de sus mejores hombres, entró en el coche. La empresa tenía muchas ramificaciones y a menudo había otros asuntos que atender. Varios minutos más tarde se dirigían a una de sus visitas de negocios, en silencio, con las miradas perdidas observando cómo el polvo del desierto envolvía los haces de luz de los faros. De fondo, en la radio, sonaba un viejo rock and roll.
Durante el trayecto, Jacob iba pensando en ciertos aspectos en los que debía intervenir él mismo, por el bien de la empresa. Hacía tiempo que la competencia le estaba comiendo terreno y eso le ponía cada vez más nervioso. Quería solucionarlo cuanto antes. Bastarían un par de entrevistas directas, cara a cara, haciendo cierto eso de que hablando de entiende la gente. De una forma u otra, ellos estaban condenados a entenderse. Varias horas más tarde, rozando ya el amanecer, todo estaba resuelto y emprendían el viaje de vuelta.
Había sido una noche larga, como muchas a las que ya estaba habituado. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de descansar. A las ocho en punto debía estar sin falta en la otra sede, un enorme y antiguo edificio de piedra donde Jacob era el encargado de presidir la primera de las sesiones de la mañana. Antes tenía que prepararse convenientemente. Cansado y con evidentes signos de sueño, se lavó a conciencia la sangre. Aunque fuese precisamente eso, la conciencia, lo que intentaba lavar. A continuación, se cambió y se puso el uniforme. Con un rostro sereno que en nada evidenciaba la larga noche que acumulaba a sus espaldas, hizo unos gestos con la mano, se arrodilló, inclinó humildemente la cabeza y durante unos minutos murmuró una letanía en voz baja.
A continuación, subió al altar y con voz pausada y bondadosa, se dirigió a sus feligreses. El padre Jacob comenzó la misa, como de costumbre. Rezando y encomendándose al Altísimo. Dando inicio a su otra vida y pidiendo perdón por todos sus pecados.
A HISTORIA QUÉ NUNCA PODRÁ CONTARSE.
Dicen que las mejores historias son las que sólo unos pocos conocen y
aquella noche de Septiembre de 1821 dos personas salieron ,ya bien entrada la
madrugada, en busca de una de ellas. Resguardadas de la furiosa lluvia
londinense el lujoso carruaje les dejó al pie de la Torre de
Londres. La guardia les cedió paso hasta llegar a una estancia de los
siniestros sótanos del castillo, quedando solos frente al objeto de su
interés; un cuerpo cubierto por una tela oscura que provocó unos segundos
de silencio rotos por la voz del que tenía mayor autoridad.
– ¡Proceda Lord Wellesly!
El noble tiró con energía de la tela dejando al descubierto un cuerpo
desnudo, que a continuación fue minuciosamente examinado.
– ¿Y bien Milord?
– ¡No hay duda majestad!- exclamó conmocionado Lord Wellesly-.
– ¿Confirma entonces su identidad?
– ¡Absolutamente!
– ¿Pero entonces, todo lo que hizo, lo que supuso? Lo que estamos viendo
está absolutamente fuera de la lógica.
– ¡Al contrario majestad! Esto refuerza la grandeza de una de las mentes
más privilegiadas de la Historia.
– ¿Cómo dice Lord Wellesly? ¡Explíquese! – Exigió el monarca inglés-
– Alguien que surgió en la época más convulsa de un país, para ser aclamado por el pueblo como un Mesías, podía perfectamente ocultar un secreto de estas dimensiones.
– ¿ Y qué me puede decir de su más que demostrado genio militar lord Wellesly?.
– Majestad, para lanzar a un país entero como un solo hombre durante años
en pos de un ideal; se necesita tal combinación de pasión, entrega e
inteligencia, que únicamente lo que estamos contemplando tiene sentido. Además, usted ya sabe del conocido precedente registrado en esa misma nación hace unos siglos.
– ¡Es cierto milord! Esto además explicaría su famosa debilidad física. ¿Pero no es posible que se haya cometido algún error en este asunto? – Dijo el rey llevándose las manos al rostro con desesperación-.
– ¡Imposible majestad! Casi nadie sabia de su actual existencia y al morir simplemente se procedió a trasladar el cuerpo sin ceremonia alguna; sólo se dio cuenta el médico encargado de la autopsia , que conservó el cadáver lo mejor que pudo e informó de
inmediato al alto Almirantazgo al llegar a Londres.
– Lord Wellesly, convendrá conmigo que esto es una absoluta locura. Es cómo
si hubiera vuelto de nuevo para ponernos en la peor de las situaciones. Y esta vez no habrá alianza de Naciones que pueda acabar con las consecuencias de esta noticia.
– Siendo así majestad, la única opción que nos queda, es no dejar que la llama se encienda.
– ¿Y traicionar a la Historia ocultando la verdad?
– El mundo no está preparado aún majestad. Los cambios ya han comenzado y en poco tiempo alcanzarán la dimensión que nos haga conscientes de que todo esto es posible, pero mientras tanto…
– Mientras tanto Milord, la Humanidad seguirá ignorando, que Napoleón
Bonaparte, probablemente la figura histórica más importante de este siglo, fue en realidad la mujer más increíble de todos los tiempos.
La armadura.
Siempre había sido alguien extremadamente introvertido, ya en el colegio le costaba hacer amigos, y todavía más mantenerlos.
Había tenido algunas relaciones de pareja, pero por haches o por bes todas habían terminado. No era que él no se implicase en aquellas relaciones, pues siempre se había desvivido por cada una de sus parejas, pero aún así … no funcionaba.
Después de aquel abandono sin explicación y cansado de tanto fracaso amoroso optó por revestirse con una coraza de indiferencia y aislarse entre las cuatro paredes de aquella pequeña habitación.
Había convertido aquel dormitorio en su refugio, allí nadie podía hacerle daño, no volvería a sufrir por amor.
Pero el mundo estaba afuera, y no tenía más remedio que continuar siendo parte de aquella sociedad que no entendía, de aquel amasijo de cuerpos que iban y venían por las calles con la mirada perdida en una pantalla y el corazón vacío de sentimientos. Una sociedad donde la mentira de las apariencias había ganado la guerra a la verdad de la humanidad.
Cada vez que salía por la puerta de su dormitorio lo hacía vestido con aquella armadura, se ponía una sonrisa en la cara y se armaba con un descaro que no tenía. Sólo así podía enfrentarse a una insustancial vida.
Con aquella armadura era capaz de todo, o casi. Podía hablar con cualquiera, piropear a las mujeres e incluso bromear con lo fácil que se había vuelto el encontrar sexo sin ataduras. Incluso en alguna ocasión se permitía tener ese tipo de relación insustancial donde únicamente importaba el placer del momento sin dar pie ni opción a los sentimientos.
Y así se fue creando una reputación, había entrado el nivel de los mujeriegos sin escrúpulos a los que nada importaban las mujeres con las que había estado.
Luego, regresaba a la soledad de su alcoba, allí donde sí podía ser él, y llorando como un niño recordaba a las mujeres de su vida real, aquellas a las que había amado y, por qué no decirlo, seguía amando.
Ellas seguirán ocupando un gran espacio en su afligido corazón.
Allí, en la guarida de sus cuatro paredes era otro, allí no había apariencias, solamente realidad, sentimientos, lágrimas y dolor, y como había de convivir con ellos, buscó la forma de halos salir de que todos aquellos fantasmas tomasen cuerpo y se manifestasen. Busco el modo de dar vida a lo que en su pecho sentía, de hablarle a las mujeres que amaba, de vivir las historias de amor que tanto anhelaba y que en la sociedad no encontraba.
Y así, casi sin darse cuenta, iba rellenando páginas con una vida que no vivida y deseada y otra no deseada y vivida. Las dos caras de una misma moneda, la incoherencia que le abrumaba, las mil historias que en sus textos y poemas plasmaba. Esa doble vida que le mataba.
EL HOMBRE DE ROMA
Una vez, en el desierto del Sinaí, se había despertado con el sabor agridulce de la arena mojada en la boca, temblando de miedo, a cuatrocientos metros de la tumba de Moisés, mientras los sayeret hacían desaparecer la excavación con una explosión controlada. Y antes de éso, en Al-Azariye, en Cisjordania, viendo cómo uno de los agentes israelíes le descerrajaba un tiro en la cabeza al palestino que había descubierto el Cuenco de Lázaro.
El suyo era el trabajo extraño de los zapadores, de los hombres que excavaban minas y túneles bajo las ciudades asediadas. El arqueólogo que se había licenciado cum laude en la Universidad Pontificia, se había convertido en un triste enterrador. Sólo que él no enterraba cuerpos: enterraba verdades, evidencias peligrosas, secretos que nunca deberían salir a la luz. No para proteger a Dios, al Vaticano o a la Congregación para la Doctrina de la Fe, departamento que muy generosamente le pagaba el sueldo, sino para proteger al Hombre de sí mismo. Y a la Humanidad, del Hombre.
Dando un paseo desde Cancello Petrini, bajo el bochorno primaveral de Roma, el padre Tadeus Tchakinsnki acude a la cita en el Palacio de la Congregación, en la Piazza del Santo Oficio. Aún lleva adheridas a la piel y la memoria, las noches al raso en el desierto ; el mutismo castrense de los sayeret, jóvenes y disciplinados, en cuyos ojos parecían arder odios antiguos e impetuosos, renovados cada día como votos; el graznido seco de sus fusiles de asalto y el inaprensible olor del explosivo plástico, mientras el agujero desaparecía bajo la arena, como un cenote Maya sepultado por el tiempo. La reunión de hoy con el prefecto es una formalidad, un trámite para reconocerle el trabajo bien hecho, quizá cotejar algún punto abstruso entre su informe, y los informes de Tel – Aviv. En esa primavera de 2005, Roma languidece como una cortesana perezosa entregada a los frescores de la siesta, y el padre Tchakinsnki se recrea en la luz y en los aromas, camino de la piazza en el extremo septentrional de ese reino diminuto como una sábana, pero poderoso como ninguna otra nación. Un poder que se asienta en las sombras, en la astucia y en el miedo. Mientras el mundo coquetea con terrores en forma de uranio enriquecido o aviones desplomándose del cielo, los Estados Vaticanos ostentan y empuñan otra clase de poder, otra forma del terror : los secretos. Y una maquinaria económica gigantesca y absolutamente impermeable, acorazada tras la prodigiosa fiscalidad suiza. Tan inquebrantable en su lealtad como los miembros de la Guardia que custodian sus instituciones. Aquí el Tiempo adquiere otra dimensión, no discurre ni se transforma, sólo se detiene, y lo único distinto, quizá nuevo o divergente, sea la nomenclatura de las cosas. Congregación para la Doctrina de la Fe, por ejemplo, un nombre pomposo e inescrutable para redefinir a la vieja, necesaria, eficiente, Inquisición. El Santo Oficio, como todavía se llama a la piazza diáfana que alberga el palacio. La Lubyanka del cristianismo. Las sucias cloacas del Reino de Dios. O quizá, sus catacumbas. El lugar más peligroso del mundo, porque su anonimato y su invisibilidad, su cuasi inexistencia, han convertido a los hombres como el padre Tchakinsnki, no en vulgares y divulgados agentes secretos, sino en la todopoderosa mano izquierda de Dios. Aunque a él, sus amigos del Mossad en Israel, le llamaran, simplemente, el hombre de Roma.
PORNO SUBREPTICIO
Escrito Por
Borja AJ
NOTA DEL AUTOR: NO RECOMENDADO PARA MENORES DE 18 AÑOS.
Toda la historia y personajes son producto de una ficción. Cualquier parecido con la realidad es fruto de la casualidad.
22/10/2022
Dick Pussy era el nombre que utilizaba para firmar sus libros porno, aquellos que no tenían el más mínimo ápice de importancia para Buddy Arizona, su nombre real y el que utilizaba en los libros que realmente le salían de las entrañas, La Historia No Lineal Del Amor y Esquizofrenia.
Más de una conversación con su editor fue a causa de ese álter ego que utilizaba.
-Yo no soy Dick Pussy-dijo a su editor.-Joder, yo soy Buddy Arizona. No quiero escribir más libros de esos. Quiero escribir algo que me salga del corazón. Soy Escritor. Así, con mayúsculas. ¿Sabes lo que eso significa?
-Lo que sé-dijo el editor-es que esos libros porno que ahora no quieres son los que te han pagado tu mansión en la parte más cara de la ciudad, la coca que te metes día sí y día también y todas esas putas con las que te despiertas cada mañana. Te guste aceptarlo o no, el porno que escribes te ha cambiado la vida. Mierda, no sólo te la ha cambiado. Te la ha mejorado. ¡Pero qué puñetas digo! Te hace nadar en dinero. Eres asquerosamente rico, hijo de puta.
El editor era el tipo gordo trajeado que salía en el Hollywood Clásico de los años 40 fumando un puro y cuya oficina parecía la de un detective privado. La editorial que dirigía era como la sede de un periódico en la que sonaban las máquinas de escribir sin parar.
Ese tipo gordo, calvo, bigotudo, sudando y con tirantes que se limpiaba el culo con los billetes que ganaba era al que Buddy Arizona tenía delante.
-Ser Escritor, así, en mayúsculas, significa decir la verdad; mi verdad. Escribir historias personales, que me salgan del corazón y de las entrañas. Hasta ahora he escrito dos historias así y varias decenas de libros porno. Ser Escritor significa eso y yo quiero ser Escritor.
-Te seguiré recordando hasta el día en que te mueras lo de las putas, las drogas y la mansión. Me cago en la hostia, Dick, si hasta te has comprado un yate. Lo compraste la semana pasada.
-A veces necesito aislarme de la ciudad y me gusta ir al mar. Y no vuelvas a llamarme Dick. Yo no me llamo así. Soy Buddy Arizona, Escritor. No soy un sucio perro que hace historias guarras. Y espero dejarlo bien claro hoy. No voy a volver a escribir absolutamente ningún otro libro porno. Haz que Dick Pussy muera y búscate a otro.
Se hizo un momento de silencio y Buddy miró a ese gordo que tenía delante. Creía con toda sinceridad que era el tipo con mayor aspecto de depredador sexual que había visto en toda su vida. En ese momento sintió náuseas y deseó irse de allí lo más rápido posible. Quería emborracharse, alucinar con un poco de ácido en algún club nocturno y follarse a alguna tía.
Los ojos oscuros, sin vida y llenos de codicia de su editor miraban fijamente el iris azul de Buddy con la vaga intención de soltarle alguna frase inteligente que convenciera al chico de seguir escribiendo historias sobre pollas, tetas y coños.
-Está bien, está bien. Ya sé lo que te pasa, Dick…
-¡Que no me llames Dick, cojones!-gritó con lágrimas en los ojos, aunque sin que cayera ninguna.- ¡Llámame por mi puto nombre real! ¡Soy Buddy Arizona, Escritor!
-De acuerdo-dijo el editor.-Lo primero de todo será que te calmes… Buddy. Yo estoy aquí para ayudarte, ya lo sabes. No sólo he editado tus libros porno, también hice de agente literario para ti al enviar La Historia No Lineal Del Amor y Esquizofrenia a las editoriales hasta que aceptaron. Puedes darte con un canto en los dientes por haber obtenido un relativo éxito y un par de premios con esos dos libros porque esta puta ciudad está llena de escritores. Y también está podrida. Esta ciudad… son como dos grandes tetas que están esperando a que juegues con ellas. Y nosotros jugamos. Tú juegas escribiendo y yo juego poniendo dinero. Damos algo de nuestra parte y recibimos algo a cambio. Es justo.
Hubo una breve pausa, necesaria para que Buddy recolectara bien toda la información que estaba recibiendo.
-Quiero que sepas que eres el único con el que he trabajado de agente literario además de editor. Lo hice porque creo que de verdad te lo merecías y porque eres el que más vende. Eres el Stephen King del porno literario. Lo que tú tienes es un gran talento.
-Yo no creo en el talento porque no lo tengo y nunca lo he tenido-contestó Buddy.-Para escribir los libros porno que he escrito no se necesita talento. Cualquiera lo puede hacer. Y te pediría, por favor, que no compares a Stephen King con la basura que escribo para ti. Stephen King es un Escritor. Así, con mayúsculas. No rebajes al Rey a ese nivel de podredumbre.
-Buddy…-dijo el editor, inclinándose en la silla de su escritorio hacia adelante.-Voy a decírtelo claramente. Si no sigues escribiendo para mí arruinaré tu vida. Te dejaré en la miseria más absoluta posible. Créeme, tengo poder y contactos para hacerlo.
Hubo otro silencio más vacío que el anterior.
-Y si no sigues escribiendo porno para mí, haré saber a esta jodida ciudad que el romántico e idealista Buddy Arizona que escribe libros desde el corazón es en realidad el cerdo de Dick Pussy que se hincha a drogas y a putas de lujo. Y quizás… puede que te acabe doliendo algo. ¿Eh? ¿Qué te parece? ¿Nos vamos entendiendo ahora… Dick?
Tras las preguntas, el editor guiñó el ojo y sonrió a Buddy. A este se le cortaron las lágrimas y se quedó sin voz.
-Hasta ahora, el nombre de Buddy Arizona es conocido por haber escrito un par de libros y por trabajar conmigo editando los libros de Dick Pussy-dijo el editor.- Pero eso puede cambiar. Todo depende de ti, chico.
Buddy se levantó de la silla, cogió su chaqueta de cuero de la percha y se marchó de aquella oficina. Mientras caminaba hacia la salida escuchaba la delirante risa de un editor codicioso por el que sentía profundo odio.
Buddy estaba atrapado. Estaba obligado a escribir porno subrepticio, detrás de una máscara, si no quería que su verdadera persona no acabara hundida en un charco como un vagabundo sin ropa ni casa ni comida.
En el estudio de su mansión no pudo contener las lágrimas y le caían como una catarata con ira, fuerza, frustración e impotencia. Bebía whisky directamente de la botella, sentado en una butaca, observando el techo. Hiciera lo que hiciese no acabaría bien. Si seguía escribiendo porno, no sería feliz. Si no seguía escribiéndolo, puede que incluso muriera. O, mejor dicho, le mataran. No tenía nada que hacer. A no ser…
Se levantó y fue hasta el escritorio. Se sentó frente a la máquina de escribir, puso un folio en blanco en la máquina, dejó la botella encima del escritorio y comenzó a escribir. Tenía una idea. Puede que la mejor idea que había tenido nunca. Sería su obra maestra. El editor estaría encantado, sin duda.
Quince días después sin tener noticias de él, el editor llamó a Buddy.
-Bueno, Dick-dijo el editor.-Hace dos semanas que no tengo noticias tuyas. Espero que no estés muerto, jajaja. ¿Estás trabajando? Espero que sea así.
-Claro-contestó Buddy en un tono simpático.-No te preocupes por eso. Después de estar en tu oficina el otro día llegué a casa y comencé a escribir una historia. Va a ser la mejor historia del mundo. Una obra maestra del género. Atraerá a muchísima gente.
-¡Así me gusta, Dick! Sabía que podía contar contigo, chico. Había que meterte un poco de caña, nada más. Siento mucho si fui un poco duro contigo la última vez, pero este es mi negocio y no puedo permitirme tener pérdidas ni que nadie intente follarme. Las únicas que me gusta que me follen son esas putitas, ¿sabes? Espero que lo entiendas. No iba en serio todo lo que te dije.
-Tranquilo, no pasa nada. Todo está bien.
-Me alegro, me alegro.
-Oye, si no te importa, me gustaría colgar. Estaba trabajando ahora mismo en el libro. Dame algunas semanas más y estará listo. En cuanto lo haya escrito te llamaré y podrás venir a casa para leerlo.
-Eso es perfecto, Dick. Perfecto.
-De acuerdo. Hasta luego.
-Adiós, Dick.
Buddy soltó el teléfono y siguió golpeando las teclas. Escribía y escribía sin descanso. No salía de su casa y apenas comía. Bebía alcohol, esnifaba coca y tomaba algo de ácido. Asombrosamente, las alucinaciones le daban la frase correcta para escribir.
Y al final, tras varias semanas, Buddy Arizona terminó de escribir su nueva novela. Pronto estaría en las librerías el nuevo libro.
Llamó al editor y quedaron en la casa de Buddy, tal y como habían acordado por teléfono. Nada más verse, se abrazaron y sonrieron. Fumaron hierba, bebieron alcohol, se metieron ácido y después llamaron a un par de putas. Pusieron algo de coca sobre las tetas de cada una y lo esnifaron.
-¡Joder, Dick!-dijo el editor.-¡Esta va a ser una noche de puta madre, amigo mío! ¡Lo presiento!
-Y yo, me cago en la puta-contestó Buddy.-Ya lo creo. Va a ser genial. Pero oye, se nos está haciendo un poco tarde. ¿No crees que debería darte el manuscrito para que lo leas?
-¡Claro que sí, chico! Claro que sí. Pero antes vamos a follarnos una última vez a estas zorras.
Después de tener sexo por última vez con las prostitutas, las pagaron, las echaron a patadas de la casa y fueron hasta el estudio, donde reposaba en paz el manuscrito de Buddy. Este lo cogió y se lo dio al editor, que leyó el título: Porno Subrepticio.
-Es curioso el título-dijo el editor.
-Y no sólo el título-contestó Buddy, cambiando el tono amable y desinhibido de toda la noche por uno más frío.-También la historia. Y los personajes.
-Bueno, no creo que tenga mucha historia. Tú ya me entiendes, jajaja.
-Lo cierto es que tiene más historia que el resto de mis otros libros.
El editor fue pasando los folios y comenzó a leerlo. Su sonrisa iba decayendo poco a poco, y la garganta, roja como un tomate, movía la nuez.
-Pero… Dick, ¿qué coño significa esto? ¿Qué es este libro?
-Verás, como te he dicho, querido editor, tiene mucha más historia que mis otros libros, La Historia No Lineal Del Amor y Esquizofrenia. Es mi tercera novela y la novela más personal de Buddy Arizona. Te lo aseguro.
-Hijo de la gran puta… voy a acabar contigo… ¡Te prometo que voy a acabar contigo! ¡Y CON ESTA SUCIA HISTORIA TAMBIÉN!
El editor comenzó a romper el manuscrito. Buddy observaba la escena apoyado en el escritorio, exhausto por los efectos de las drogas y el alcohol.
-Es la historia de mi vida. La historia de cómo he ido consumiéndome escribiendo porno para ti bajo el nombre de Dick Pussy. La historia de cómo me amenazaste con joderme vivo y de cómo yo te voy a joder yo a ti. Ah, y no te preocupes. Puedes romper todo lo que quieras ese manuscrito. No es más que una copia. El manuscrito real está en una editorial para publicarse.
-Hijo de perra desalmado…
-He tardado tan poco en escribirlo porque es un primer borrador. Quise dejarlo según salía de mis tripas y a la editorial le pareció cojonudo. Es una historia completamente real y les he dado de primera mano las pruebas definitivas para probar la rata asquerosa que eres.
Buddy se alejó del escritorio encaminándose al editor, corriendo. Sacó unas tijeras del bolsillo de atrás de su pantalón y las introdujo primero en el cuello del editor y después en el ojo derecho. Cuando el editor cayó al suelo, Buddy comenzó a propinarle patadas y puñetazos mientras le gritaba y le maldecía. Tras varios minutos muertos, Buddy seguía con los golpes y las manos manchadas de sangre.
Buddy fue a un cajón del escritorio, sacó una pistola Magnum 44, se apuntó a la sien izquierda, apretó el gatillo y lo que quedó de su cabeza da para otra historia.
Sonia o debería decir Ingrid… Ésta es la historia de cómo Sonia, una gran especialista en su trabajo como médico, echó su vida por la borda, cuando se obsesionó con su compañero de trabajo, Francisco. Lo empezó a amar y quería que solo tuviera ojos para ella. Su obsesión, empezó a llevarla por el camino de los celos y de la locura, hasta llegar a perder su propia identidad.
Por otro lado, Francisco empezó a notar cambios en el comportamiento de Sonia, que le indicaban que quería ser algo más que meros compañeros de trabajo. Francisco intentaba evitar comentarios o supuestas insinuaciones sugerentes por parte de Sonia.
-Sonia, por favor… – le suplicó – deja de insinuarme con gestos y miradas, que anhelas de mi.
-¿Por qué me dices esas cosas? – le preguntó – sorprendida
-Mira Sonia. Por tu forma de actuar de estos días, deduzco que te atraigo… – ¿me equivoco?
-No. No te equivocas, Francisco. Te deseo, más de lo que tú te imaginas. Deseo que seas más que un compañero de trabajo. Te deseo a mi lado, te imagino en mi cama, al despertar. – Esa es la verdad. La verdad es que te quiero y deseo que seas mío. – ¿satisfecho?. – le confesó.
-Sonia, no te reconozco. – respondió lentamente.
-Yo, más que nadie te conozco. Nadie te amará más que yo.
-Sonia, deberías saber que estoy saliendo con otra mujer. Y es con ella con quien quiero pasar el resto de mi vida. Es a ella a quien amo.
Sonia enmudeció y contrajo sus facciones ensombrecidas en su rostro, ahora más pálido por la fuerte confesión de Francisco. A raíz de entonces, empezó a observarlo a hurtadillas, mientras se reunía a la salida del trabajo con la mujer que le había mencionado antes. Era una mujer de facciones morenas, ojos castaños, con un sonrisa radiante, que enamoraba a cualquiera. Mientras los observaba, escuchó como la llamaba por su nombre; Silvia. Cada día a la salida los veía, como se besaban y se iban juntos, agarrados de la mano.
En la mente de Sonia, solo pensaba en una cosa: en cómo vengarse. En terminar con la felicidad que rodeaba a Francisco, en compañía de esa mujer llamada Silvia. Por el camino, Sonia se cruzó con una organización mafiosa, llamada la «Mano Negra».
«Mano Negra» era una asociación secreta que conocía como filtrarse y contactar con los políticos y demás personas de alto cargo y poder. Poder, sobre todo poder. Tenían el poder de contactar con personas que podían tener acceso a información privada. Nada para ellos era imposible. Desde espionaje, hasta cambiar la vida y terminar con ella de quien fuera su enemigo. Pero a veces, infiltrarse en estas mafias, también desean algo a cambio
Sonia les contó lo sucedido y el motivo de su venganza. A cambio de terminar con la felicidad de la pareja, Sonia tendría que desaparecer del mapa.
-¿Estas dispuesta a llevar a cabo esta venganza? – le preguntaron
-Sí. Estoy dispuesta a lo que sea. – dijo con voz muy convencida.
-¿Hasta a perder tu identidad? – le preguntaron.
Sonia sopeso por un momento la pregunta, aunque terminó por aceptar. A cambio de terminar con Silvia, Sonia dejó de existir, convirtiéndose en otra mujer. Cambio su identidad por otra. Ahora su nombre era Ingrid, una mujer distinta a la que fue. El poder le corría por las venas. Las ansias de más le cegaron los ojos, convirtiéndose en la mujer que es hoy.
La «Mano Negra», no consiguió dar con Silvia y Francisco, ya que por motivos personales, se vieron obligados a salir del país y emprender un nuevo viaje juntos, junto con una vida más sana y saludable, que no tuvieran que verse enfrentados por situaciones difíciles.
Sonia, al no poder llevar a término su plan. Con el tiempo se arrepintió de ser ahora Ingrid. De querer y no poder regresar a su identidad que le fue eliminada, por decisión propia. Desear ser la Sonia que sabe que no existe, la que dejó de existir, para desear el poder de la venganza, en la cual fracasó.
Querer y no poder. Arrepentirse y saber que no tenía marcha atrás. En los archivos nunca nació ni existió ninguna Sonia. Su vida anterior no consta en ningún lado. Como Ingrid nació y como Ingrid debe existir y ser.
Su obsesión por Francisco y el hecho de no haber podido terminar con Silvia, la llevan a la locura.
Me llamo Alicia, soy prostituta y tengo dos orgasmos con cada cliente: uno cuando me paga y otro cuando el muy cerdo termina.
Me siento sucia, sí. Me ducho después de acostarme con diez hombres y no consigo que el gel termine con el hedor que desprende mi piel . Odio ser puta, pero es la única forma que tengo de sacar a mis dos hijos adelante.
Mi familia no sabe a qué me dedico, ni siquiera mi marido, un alcohólico empedernido que piensa que trabajo en un bar y no hace más que preguntarme dónde está el bar para que le invite a tomar unas copas.
En la escuela cuando recojo a mis dos hijos nadie sabe ni sospecha de mi profesión, a excepción de los tres padres puteros que me miran con recelo sabiendo que pagaron por mis servicios sexuales, agarran a sus mujeres para disimular y así sentirse menos culpables.
Esta doble vida que llevo me está matando, he contraído innumerables enfermedades sexuales pese a tomar precauciones y usar métodos anticonceptivos y jamás he realizado un servicio sin que mis clientes usen preservativo, pese a que en innumerables ocasiones me han ofrecido incluso una buena suma de dinero por practicar sexo a pelo, siempre me he negado.
Mis hijos siempre me ven cansada y el poco tiempo que estoy en casa me lo paso durmiendo para poder realizar una buena noche en el burdel, ya que vamos a comisión y el dueño nos pide el cincuenta por ciento de los beneficios, si no tengo clientes, no cobro.
En ocasiones el dueño nos pide que le hagamos algún servicio a cambio de un porcentaje mayor esa noche por cliente. Es otro guarro asqueroso que nos mete mano y se cree con derecho por ponernos un techo dónde poder ejercer la prostitución.
Algunas compañeras toman drogas para no cansarse entre servicio y servicio, pero al final eso las hace tener deudas , ya que cada vez necesitan consumir más, especialmente cocaína. Algunas se quedan sin dinero rápidamente pese a tener muchos clientes esa noche.
En ocasiones tengo miedo, ya que algún cliente piensa que porque pagan mi cuerpo les pertenece y quieren realizarme vejaciones. Son machistas , agresivos e irascibles.
Me gustaría cambiar la doble vida que llevo pero he entrado en bucle y no sé cómo salir de esta espiral.
¡Es el momento!
-Alicia cogió un cuchillo y decidió cortarse la yugular y dejar de llevar esa doble vida, quitándose una vida, la única que tenemos, acabó con la otra. Y finalmente ganó la muerte.
Sus dos hijos fueron tutelados en un centro de menores huérfanos y su marido fue ingresado en una clínica de desintoxicación para curar su adicción al alcohol.
DE SOMBRAS Y DOBLES VIDAS
Todo comenzó un buen día cuando, asombrada, contempló como su sombra se desligaba de ella y comenzaba a caminar por su cuenta.
–Pero, ¿qué haces?
–Estoy cansada de tus tonterías. No das espabilado.
–No puedes existir sin mí…
–¿Qué no? ya verás tú si puedo o no.
SIn embargo, aquello resultó ser algo que estaba pasando a nivel mundial. Las sombras se habían rebelado. Decidieron crear un mundo paralelo; de esta forma era como si toda persona llevase una doble vida.
Mientras los yoes originales se dedicaban a hacer lo políticamente correcto, los yoes sombra ponían al día sus cuentas con la represión que habían vivido hasta ese momento.
Fueron pasando los días, los meses, algún año, y llegó un momento trascendental en la historia de la humanidad desdoblada: el mundo de los yoes originales entraba en guerra mientras el mundo de los yoes sombra abrazaba la paz.
–¿Cómo es posible que vosotros estéis en paz? –preguntó a su sombra.
–Porque vosotros cumplís con un políticamente correcto que no se corresponde con vuestra esencia. Reprimis vuestras emociones e incluso las juzgáis. Todo aquello que se contiene de continuo acaba rebasando al continente y dominándolo. Si tienes un enfado y lo expresas en el momento, no pasa nada. Si, por el contrario, vas acumulando enfados sin expresar y gestionar, estos se acaban convirtiendo en emociones más complicadas que alcanzan un punto en el que son incontenibles y llevan a la autodestrucción.
A finales de noviembre del 2022, Patin, el original, pulsó el botón de la última guerra nuclear. Los yoes originales desaparecieron del mapa y los yoes sombra ocuparon su lugar.
A partir de ahí, el planeta Tierra se convirtió en un mundo feliz. Lo políticamente correcto había llegado a su fin.
FIN
El Comandante estaba muy nervioso, no paraba de andar de un lado a otro del despacho – Esto va a suponer el desmantelamiento de nuestra nación, estamos jodidos, se ha ido todo al carajo – vociferaba, se dejó caer en el sillón con la certeza de estar aniquilado, sabía que había llegado su hora.
-Comandante, aquí tiene usted el informe – el soldado le entregó una carpeta y bajando la cabeza en señal de respeto abandonó la sala.
El comandante, había empezado a leer el escueto informe y parecía que le estuvieran ahogando, la cara se le tornó del color de la indignación. Terminó de leerlo, cerró la carpeta, bajó la cabeza con los ojos cerrados, lentamente fue levantándola y cuando abrió los ojos parecía que le salían rayos de la ira que llevaba dentro.
Los ocupantes de la mesa estábamos todos expectantes, Manuel se limpiaba las gafas intentando aparentar tranquilidad, pero las manos le temblaban demasiado, desistió de la tarea y volvió a ponérselas, Nicolás se repasaba la corbata y se ajustaba el reloj una y otra vez, Antonio era el más tranquilo, pero aun así ya se había bebido la botellita de agua y acabábamos de empezar la reunión. Yo estaba inquieta en mi asiento, me jalaba mi vestido rojo intentando que me llegara a las rodillas y con el rabillo del ojo repasaba las caras de mis compañeros.
Esa mañana nos habían despertado a todos en nuestras casas, nos habían sacado literalmente de nuestras camas y nos dieron 5 minutos para vestirnos, fuera estaba esperándonos el coche de seguridad. Eran las 5:35 de la mañana, pregunté qué pasaba y la respuesta del agente fue “no pierdas el tiempo en 5 minutos te saco de tu casa estés como estés” Me aseé lo más rápido posible y me puse el vestido y los zapatos rojos que tenía preparados. Cuando entré en el coche, me esperaba una carpeta con un breve resumen de lo ocurrido.
-Como ya habrán leído en sus informes, esta noche se ha filtrado una información ultra secreta de nuestro gobierno y con la intención de iniciar acciones que nos permitan atrapar al culpable, os he reunido de máxima urgencia – hizo una pausa y con su mirada fue congelando la habitación, yo intenté tragar, pero tenía la garganta seca – lo que no me imaginaba, es que el traidor estuviera aquí, en esta mesa – Volvió a callar, yo creo que para conseguir templar sus nervios. Todos nos miramos, teníamos cara de póker, no movíamos ni una ceja. Se había levantado y parecía muy furioso, de repente dio un tremendo puñetazo en la mesa – ¡Antonio, estas arrestado por espionaje y filtración de secretos de estado! ¡llévenselo y traigan a Rodríguez para el interrogatorio!
-Pero señor, no es posible, es un error, yo no… – El pobre Antonio se lo llevaron del despacho sin poder defenderse. El silencio tras su partida era sepulcral.
– ¡Bien!, pillado el espía, ahora nos toca crear una estrategia de evasión, hay que darles algo y distraer a la chusma, que se sigan tragando nuestras mentiras. ¡A trabajar!, necesitamos tiempo para llevarnos lo que podamos. ¡Estamos con la mierda al cuello!
Después de media mañana de reunión, conseguimos urdir un plan que si bien parecía ciencia ficción por lo menos contentaría a las masas y el gobierno tendría tiempo para escapar con un buen botín. La situación era complicada, el chivatazo había dejado en bragas al comandante, iban a ser unas horas muy moviditas.
De camino a casa, le pedí al chofer que me dejara dos manzanas antes, necesitaba dar un paseo y en la misma esquina me detuve en el quiosco, rebusqué entre las revistas hasta encontrar la nueva edición de “Bella” la revista de moda que salía una vez a la semana. La pagué y retomé mi camino.
Al doblar la esquina siguiente, me abordaron dos tipos por la espalda y me introdujeron en volandas en un furgón negro, era una calle muy transitada y a plena luz del día, la señora que venía de frente a mí con su caniche, de un salto llegó a la otra acera arrastrando al pobre animal. Había un portero que estaba saliendo de su portal con la basura y disimuladamente retrocedió sobre sus pasos, entrando otra vez en el portal y cerrando la puerta con mucha delicadeza como si no le hubiéramos visto.
– ¡Por fin!, empezaba a pensar que no apareceríais – les dije ya dentro del furgón – ¿y era necesario ser tan agresivos?
-Señora, si no hay testigos no hay coartada, la cosa está muy difícil.
– Pues desde esta mañana que salí de casa con mi vestido rojo que era la señal, no sé por qué no habéis actuado antes, casi me muero del miedo ahí dentro, eso es un estado de terror. Ponedme con la resistencia, tengo que darles un mensaje, se lo he dejado escrito en el quiosco, pero por teléfono será más rápido.
-Me pasaron un teléfono con la pantalla a oscuras para no ver el número al que estaba llamando, me respondió una voz enlatada – Dime, espero que sea urgente, las comunicaciones son peligrosas.
-Está a punto de huir, el plan funcionó, el cerdo de Antonio va a tener su merecido, pero el comandante está preparando su huida, sabe que no tiene otra salida, tenéis que activar la vigilancia de los planes de huida que os pasé, utilizará cualquiera de las tres opciones y hay que pillarle en acción, de lo contrario escapará.
-Está todo preparado, en cuanto salga de su guarida le tendremos y pagará por lo que ha hecho.
Todo un caballero
Extasiado por el brillo de las luces de neón, el hombre movía inquieto su pierna derecha al ritmo de la música. Era el tercer show de la noche. Una mujer morena, de culo grande, rozaba sus nalgas y desacomodaba sus gafas, mientras él intentaba dar lengüetazos hábiles que eran esquivados entre risas y rabia. Finalmente depositaba el arrugado billete con mirada ávida, aprovechando con disimulo las yemas de sus dedos temblorosos, para sentir el monte de venus rasurado y cálido.
Olía sus dedos de manera frenética, mientras tocaba su miembro erecto esperando la siguiente mujer salir a la pasarela, disfrutando las pequeñas notas dulces de su sexo. Las conocía a todas.
Aunque era un hombre adinerado y amplio, muchas mujeres se negaban a repetir con él, ya que era brusco y quería someter a las señoritas a prácticas incomodas y dolorosas: pequeños azotes, lluvia dorada y una buena dosis de sexo anal. Vestía pulcro de pies a cabeza, hablaba de manera elocuente y respetuosa, mientras negociaba por una buena suma el rato de sexo anal sin protección, con una mujer blanca, menudita y de cabello hasta la cintura.
Que dices mujer, me vengo en tu trasero y te pago tres veces lo que cobras normalmente, sé que te va a gustar – le decía mientras afinaba las puntas del fino bigote-
Yo no doy el culo, páguele a otra, y menos sin protegerme, estaría loca…, estoy ocupada, me necesitan en la barra –la mujer intentaba desaparecer del hombre que ya cargaba con mala fama en aquel lupanar-
El hombre la agarró de un brazo, acercando su frágil cuerpo al suyo, como queriendo hablar al oído de manera discreta.
Está bien, a tu tarifa estándar colócale un cero al final, eso te pagaré si subimos ya a la habitación. Además, relaciones con protección… No te preocupes, seré tierno, seré todo un caballero.
Si normalmente cobro 50, tú me pagaras 500, es eso lo que dices. –preguntaba la mujer con mirada incrédula-.
Por supuesto, siéntate aquí para calentar motores, además pagaré tu consumo y exigiré que se te dé una propina por ello.
La mujer pasó de estar insegura a dejarse impresionar por ese hombre que hablaba de viajes, negocios millonarios, y justicia social. Cuando hubo pasado cierto tiempo el hombre le dijo que subieran. La mujer replicó que se sentía un poco mareada, mientras él le contestó que pagaría anticipadamente. La agarró por el brazo con brusquedad, pidió la habitación y los preservativos.
Le botó los billetes en la cama. La mujer, con dificultad los recogió mientras se tambaleaba. El hombre lucía sudoroso e impaciente. Su mirada era demandante y humillativa.
-Quítate la falda, ponte en cuatro. Deja tu tanga y tan solo córrela a un lado- Bajó precipitadamente su pantalón y acercó su pene al culo tembloroso y estrecho.
Espera tengo un lubricante, por favor…, con cuidado, no me siento bien, que me hechó en el trago…
¿Lubricante? Para eso está la saliva…, y el condón es muy incómodo… La mujer intentó quitarse de allí, pero ya estaba sujetaba por el cabello y había agarrado y luxado su brazo, de manera que ante la más mínima resistencia sentía un dolor insufrible.
-Ya vas a ver perra, solo serán 25 penetraciones para que llene ese culo de leche, y quede como el florero de tu madre. ¡Uno, dos, tres…, cuatro…! Contó cada una, como si fueran azotes sobre el cuerpo de cristo. Al final, termino con un largo gemido gutural, seguido por un ataque de risa. Se vistió rápidamente y votó unos billetes de más a la mujer que aún no entendía que pasaba, víctima del miedo y la somnolencia.
-Señor…, ¿lo llevó a algún sitio más? – Le preguntaba su mayordomo mientras le miraba temeroso a través del retrovisor-
-No, le dije a Teresa que llegaría a las 11 pm por una reunión con los representantes para latinoamerica. Paremos aquí, debo llevar un chocolate que me pidió Sarita-
Entró a la mansión y pasó al vestier rápidamente, entregando su ropa a la ama de llaves, entre miradas cómplices. Esta, le pasó un piyama de Garu -uno de los personajes favoritos de su hija-. Se la puso con mucho cuidado, mientras sus ojos brillaban soltando destellos de verdadero amor paternal. Pasó primero por su habitación. Percibió que su esposa dormía plácidamente entre la opulencia de su recamara, y con varias copas encima, a juzgar por la botella de vino en su mesita de noche.
Entró al cuarto de la pequeña, imitando los movimientos del personaje, metido en ese ridículo piyama que tanto deseaba al final de cada noche. La pequeña y tierna niña no había quitado sus moñitas aún, y lucía un hermoso piyama de Pucca.
-Como está la mujercita más hermosa de este mundo… ¿Cómo le fue a mi hija adorada en el colegio?
-¡Papii!… ¿Qué me trajiste?… Aprendimos la tabla del siete…, ehhmmm me pelee con Lorena otra vez. También me dijeron que izaría bandera en el siguiente acto cívico, por compañerismo.
– Excelente mi amor, que orgulloso me siento de ti, vas a llegar a ser una mujer admirable en un futuro…, y yo…, yo me siento el padre más orgulloso de tener como hija a la niña más pila del Gimnasio Técnico Alaves, mi pequeño regalo de vida…- Te traje este delicioso masmelo, recubierto con chocolate y grajeas de colores, justo como te gustan mi amor – Dio un fuerte abrazo a su hija mientras con un suspiro recordaba el clímax de la noche y percibía su pequeño tiempo de refracción en los brazos de su adorada hija-
Papi, hueles raro…, ¿dónde estabas?, ¿estabas tomando con tus compañeros de trabajo?… Sabes que no me gusta que tomes como mi mamá…
Mi vida… ¡cómo se te ocurreee! Seguro fue Motitas que se abalanzó ansioso sobre mí, y me lamió todo. Ya debes dormir, cierra tus ojitos, voy a peinarte mientras te leo un nuevo cuento… este se llama “la pequeña pastorcita”: en un lejano bosque trabajaba una pequeña pastorcita en una taberna llena de borrachos hombres que intentaban tocar su pequeño cuerpecito cuando pasaba sirviendo los espumosos vasos de cerveza… Mamá había advertido a la pequeña que no debía dejarse tocar de nadie…
La pequeña dormía luego de la primera hoja. Su padre salía de la habitación teniendo cuidado de no hacer el más mínimo ruido.
El hombre tomó una cerveza más, mientras observaba de lejos el cuarto de su hija, lleno de flores y estrellas fluorescentes que brillaban adheridas a las paredes. Se preguntaba si había lavado sus manos antes de entrar a la habitación. Recordó el olor, sintió una leve erección producto de la evocación. Se vistió de nuevo, y salió de la casa, no sin antes dejar un brazalete con diamantes y un poema de amor a su adorada y alicorada esposa.
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios”.
Canción Pedro Navaja de Rubén Blades
A sus treinta y dos años y con tres niños pequeños, la muerte tocó a su puerta. Teresa había quedado viuda.
Eduardo, contable de profesión y pescador de vocación, se hizo a la mar con dos amigos y nunca regresó. Cuando las patrullas de rescate dieron con el bote, era demasiado tarde. No habían sobrevivientes. Eduardo y sus dos acompañantes habían desaparecido en el inmenso mar. Unas manchas de sangre delataron que hubo violencia. Sus cuerpos jamás aparecieron.
Con su miserable salario de maestra y sin seguridad social por Eduardo, Teresa no podía cubrir los gastos del hogar y echar pa’lante a sus tres hijos. Necesitaba un segundo trabajo, un ingreso adicional.
Intentó conseguir un segundo empleo. Envió mas de cincuenta resumés pero en una economía deprimida y comprimida, le resultó imposible. No había trabajo para ella en ningún lugar. Los amigos de Eduardo lo sabían. A sus treinta y dos años Teresa estaba en su punto. Muchos amigos de su difunto esposo le propusieron, pero amigos al fin, fue rechazando uno por uno.
Entonces recordó a Ana, su ex compañera maestra. Ana había renunciado al magisterio para dedicarse a dama de compañía, o sea, a “escort”. Entre las funciones de una dama de compañía se encontraban asistir con el cliente a cenas formales, actividades sociales y cívicas y si la paga era la adecuada, incluía sexo. En otras palabras, Ana era una puta fina, muy fina y muy cara y Teresa ponderó la idea. No abandonaría el magisterio, su pasión, pero tampoco sería puta a tiempo completo. Teresa era la envidia de toda mujer. Con sus atributos físicos e intelectuales despertaba la lascivia en cualquier hombre.
Luego de contactar a Ana y ésta darle los pormenores, Teresa cogió parte de sus ahorros y se compró vestidos finos y elegantes. Igualmente, publicó un anuncio en el periódico promocionando sus servicios de dama de compañía e incluyó un número de móvil prepagado. Su nombre profesional era María Isabel. Hubiera preferido Ana María pero jamás utilizaría el nombre de su amiga Ana.
Puso un discreto anuncio en el periódico de mayor circulación y consiguió un potencial cliente. La cita fue todo un éxito y Teresa vio el fruto. Esa noche ingresó a sus arcas tres mil dólares. Cuatro veces su salario mensual de maestra. No le agradó la parte del sexo, pero no puede haber felicidad completa. Algo había que sacrificar.
Sus finos modales, su inteligencia y su esfuerzo en la cama comenzaron a pagar dividendos. Tenía clientes jueves, viernes y sábados. Algunos la volaban a otras provincias y comenzó a labrarse un nombre y una reputación en la industria. Ya no necesitaba el trabajo de maestra, pero adoraba a sus pequeños. La hacían sentirse con los pies en la tierra en un mundo superficial, frívolo y vacío.
Entre las llamadas que recibió, hubo una que captó su atención. Le ofrecían quince mil dólares por un fin de semana, ópera y dos cenas formales. La mayor oferta que había recibido en su ascendente carrera.
Devolvió la llamada y ultimó los detalles.
Recibido el pago y los pasajes aéreos, Teresa se embarcó hacia su glamoroso fin de semana.
Llegó al aeropuerto donde le esperaba un auto con chofer. Fue llevada a una lujosa villa de playa a la orilla del mediterráneo.
Un sirviente la escoltó a la habitación que habría de compartir con el cliente. En la habitación recibió instrucciones de cambiarse de ropa y ponerse el bañador. El cliente la recibiría en la piscina. Obediente, como debía ser, Teresa se cambió de ropa y se puso uno de los tres bañadores que el cliente le había dejado sobre la cama.
Al salir a la piscina, Teresa no pudo creer lo que sus ojos veían. El cliente era un ricachón del área y estaba acompañado de Eduardo, su marido muerto en el mar. Ambos se miraron perplejos. No se sabía quien estaba más sorprendido, si él o ella. Ninguno pudo hablar.
En ese momento el cliente, con una pícara sonrisa le susurró a Eduardo en el oído que iría a tirarse a Maria Isabel, que disfrutara de la piscina y acto seguido agarró a Teresa por la cintura, la besó en la boca y ante la mirada atónita de Eduardo, se la llevó a su habitación.
“Para duchar el recuerdo de un septiembre; volviste de nuevo a mi casa. Todavía estaba de soles tu camisa,; como cuando cruzabas a mi vereda y yo creía que no me veías.
El agua siempre limpia, y el exfoliante guante quita las células muertas.
Uno revive tibio en medio del agosto frío.
Y fue agradecido el cuerpo mío que ha pasado de las jóvenes luchas pasionales a la risa ridícula de los torpes movimientos.
Diez años amigo, es un número importante de incondicionales logros. Nunca llegó el olvido.
Saber y aceptar de los dos lados fue un fiel contrato. Podríamos haber cambiado de prestador, sin embargo nos une la palabra.. solo eso. Y el cariño.
Amén del que juzga y no nos preocupa. Nos hicimos bien sin ofender.
Usted sabe que es un cobarde, y yo una perezosa mujer que me gusta mirarlo cuando abre la puerta. Nunca pisamos en falso.
Estamos grandes y piadosos.
No seré ni serás, nos vamos desinflando.
Cosí y cosí, en la tela de mi destino.
Fue fácil? Quien sabe?
Hice y deshice.
Con este vestido llegué a la fiesta de la vida; poco volado.
Sencillo?
Tal vez..
Quien sabe dónde uno debe abrochar las lentejuelas del éxito?
Depende del ánimo; lo acorto o lo alargo.
Nada es eternamente..de una sola manera.
No hay futuro. Quien sabe si estaré mañana, para arroparlo.
No sé. Yo no lo sé todo.
Lo único seguro.. usted es mi amigo más querido.
TRANSPARENTE COMO UN VASO DE AGUA
Pensé que dormir me sentaría bien, pero desperté con la peor resaca de mi vida.
¡Quién coño me había zarandeado cuando dormía!
El cuerpo me pesaba, como si tuviera ladrillos en los putos bolsillos, los ojos enrojecidos, apenas podía abrirlos, la luz me molestaba. Aporreé el interruptor que yo mismo había encendido, ni sentí el impacto en mi puño, el dolor de cabeza me tenía replegándome sobre mí mismo. Apretaba mis sienes queriendo apagar el martillo neumático que sonaba dentro.
¡Dios!, grité con la boca pastosa, el aliento era vomitivo, sentí náuseas, mi estómago se empequeñecía por momentos, los labios secos, lo que daría por un vaso de agua. En un momento de lucidez recordé el vaso sobre la mesilla, estiré el brazo para cogerlo, cayó al suelo haciéndose añicos. Algo del agua derramada mojó mis dedos, fue suficiente para acercarlos a mis labios secos, unas gotas de agua me hicieron sentir un frescor en los labios cuarteados, estaba deshidratado en medio del desierto que estaba viviendo, mi vida se estaba derrumbando.
A duras penas me levanté, preparé café, encendí un cigarro, el humo pesaba al aspirarlo. El aroma del café me estaba despertando, mi mente se iba aclarando, ¿qué me había pasado?
Con un café en la mano y un cigarro en la otra me senté enfrente del ordenador como un condenado.
«Resaca del sueño» fue el resultado. ¡Hay que joderse! pensé. Si por lo menos hubiera disfrutado del sabor de unos whiskys, y todo esto, aún encima sin beber.
Pensé que mejor hubiera sido pasar la noche con aquella morena que entró en el pub contoneando las caderas.
Me miró de arriba abajo analizándome en canal. Me sentí una res, un trozo de carne a punto de ser devorado. Se sentó a mi lado, me había elegido entre el resto del ganado. Me miró y me dijo:
—Me tomaría una copa.
Yo la miré y, aquel escote daba vértigo, bien podría perderme ahí dentro. ¡Total, ya estaba perdido!
—Un ron con piña está bien, —dijo, y añadió: Son 200.
Yo volví a verla, pedí una botella de agua, me la bebí de un sorbo, pagué las dos consumiciones y le dije:
—Está pago, que lo disfrutes, y me fui.
Ella se quedó saboreando su ron como si nada hubiera pasado, observando al resto del ganado. Supongo que eligiendo su próxima res.
Me fui cabizbajo sumido en mis pensamientos. Esa noche hubiera pagado por acostarme con esa mujer y borrar así el recuerdo de mi novia que me había dejado con un mensaje de whatsapp después de tres años de relación.
No estaba en mi mejor momento. Pensé en la doble vida de esa mujer y pensé en la doble vida de Mónica, mi novía, que llevaba acostandose con otro desde hacía un año. Así me lo soltó en un puto mensaje, que me había puesto los cuernos y que me dejaba.
No sé cómo pedí un vaso de agua en vez de emborracharme, supongo que ya me llegaba para ahogarme. Así que me fuí a casa, me acosté y con una resaca de mierda me he despertado.
«Una Doble Vida» Parece el título de una película de ficción, como si eso sólo pasara en el cine o en las novelas, donde los personajes se balancean entre verdades y mentiras. Donde juegan a interpretar sus papeles: Un ama de casa siendo espía, un estudiante que alterna sus clases con sesiones de pornografía, un hombre infiel, una mujer con su amante, un buen vecino siendo un asesino en serie, un docente abusando sexualmente de sus alumnos, un policía corrupto, un abogado defendiendo a un delincuente, un juez condenando a un inocente, un político estafando a sus ciudadanos, un periodista vendiendo falsas noticias en primera plana, porque eso es lo que más se vende, un sacerdote aprovechándose de la inocencia de unos jóvenes, un banquero usurero, un deportista dopándose, y el peor de todos ellos sin ninguna duda era yo. Cada uno de los anteriores vivirá una doble vida, pero yo podría darle vida a todos ellos.
«¿Cuántas dobles vidas vivirá un escritor?», pensé por un momento.
Siempre hay alguien que gane, nadie puede vivir tantas vidas como yo, y el mayor «estafador» había sido engañado, y aquí estoy con una resaca de mierda, echando de menos a Mónica que se ha estado follando a un tipo durante un puto año. ¡Jodeer!
Algún día escribiré sobre todo esto y crearé una puta doble vida donde el ganador sea yo, un modesto escritor. Escribiré sobre cada uno de ellos y sus dobles vidas y el resto cuando lo lea dirá:
—¡Qué cabrón, lo que ha vivido el tío!
Y así también se inventarán sobre mí una doble vida, esa que nunca he vivido y que hoy comienzo a vivir en boca de ellos.
—Y tú, ¿cuántas vidas has vivido? y, ¿en boca de quién?
Las palabras del cura resonaban solemnes y con eco -» Te presentamos señor estos dones, recíbelos para bien de toda la santa iglesia » .
La asamblea acompañaba sus palabras con uno de los cánticos del gastado misal.
Por cada pasillo , avanzaban las señoras de la catequesis, alargando los canastillos de la ofrenda a los asistentes.
Doña Raquel, la más antigua colaboradora de la parroquia, siempre vestida de negro y velo de encaje en la cabeza, avanzaba como novia haciendo una pequeña reverencia cada vez que, con fingida generosidad, los más fieles, depositaban más billetes que monedas como desprendiéndose de la acumulación de culpa semanal.
Luego de finalizada la misa, las mujeres se dirigían a la sacristía dónde solían contar lo recolectado. Es ahí donde aprovechaban para descuerar a los parroquianos con sus comentarios de viejas chismosas. Cuando entraba doña Raquel, se callaban y fingían que estaban orando.
La respetaban mucho, tan correcta y servicial, tan sacrificada y toda una señora, No se le conoció jamás otro varón que no fuera su difunto marido, al que le guardaba luto riguroso desde hacía ya 20 años.
-» Qué buena que estuvo la ofrenda de hoy doña Raquel» – y ella solo asentía con la mirada hacia arriba.
– » Demos gracias a nuestro señor».-
– » Amén» – se persignaban las viejas.
– » ¿Ya se va doña Raquel?»-
Y ella respondía:
– «Ya casi, terminaré de cerrar y de limpiar para la misa de mañana»
Y las señoras se despedían de ella, comentando lo buena que era, qué sacrificada y bla bla bla y ella las correteaba sutilmente hacia la puerta y se quedaba mirando como se alejaban tomadas del brazo, cacareando cómo gallinas, y luego adentro, sin que nadie pudiera verla, se dedicaba a limpiar, pero a limpiar los canastos de las ofrendas. Hacía siglos. Eso sí, se llevaba solo los billetes más grandes, así nadie nunca jamás, se dio cuenta del robo de hormiga.
Eso le daba tiempo para ir a su casa, dónde por fin se desprendía de sus vestidos de viuda, para transformarse con peluca y todo, en otra Raquel, una que nadie en el pueblo conocía, pues solo salía a la hora de la siesta y hasta le alcanzaba para comprar el licor que tanto le gustaba disfrutar junto al cura, en las calurosas tardes de domingo.
Cuando el bolsillo aprieta
-¡No lo puedo creer!
¡Fuiste mi maestro y sos el maestro de mi hija!
¿Eso no significa nada para vos?
– No es personal.
– Me dijiste que tenías otro trabajo pero nunca pensé que eras un sicario.
– La culpa es del gobierno que no invierte en educación y uno tiene que salir a trabajar de lo que sea.
Hola. Me llamo Andrea y creo que soy una psicópata.
No es que me lo hayan diagnosticado ni nada de eso, es que lo busqué en google y estoy convencida de que tengo todos los síntomas: ignorar o violar los derechos de los demás, incapacidad de distinguir entre lo correcto e incorrecto, dificultar para mostrar remordimiento o empatía, manipular a los demás. También aparecía algo como “problemas recurrentes con la ley”, que de momento no, pero supongo que es cuestión de tiempo.
Hasta hace poco más de un año era una mujer normal, con una rutina normal, con un trabajo normal y una familia normal. Vamos, una vida aburridísima y mortalmente rutinaria.
Todas los días hacía las mismas cosas.
Me levantaba a las 7:45 am, me duchaba, despertaba a los niños, desayunaba, preparaba almuerzos, repasaba mochilas, me vestía y arrastraba a los enanos hasta el coche diez minutos antes de que abrieran la puerta del colegio.
Luego acudía a la oficina donde trabajaba como agente inmobiliaria. Un trabajo normal, con clientes normales, gestiones normales, cafés a media mañana y cervezas al terminar la jornada. Lo de las cervezas si los enanos los ha recogido mi madre del colegio, sino, corriendo a casa para no pagar demasiadas horas a la niñera.
Parque, duchas, deberes, cenas y serie de turno. A la cama y vuelta al principio.
Pero todo cambió la tarde que vendí el adosado de la calle Acequias.
El comprador se había ido después de firmar el contrato de compraventa. Yo estaba cerrando ventanas y apagando luces cuando una agente de otra inmobiliaria tocó el timbre.
Al principio la dejé hablar, era divertido escuchar los argumentos que le decía a la quién creía ser la propietaria, para despedir a su agente actual, o sea, yo.
Todo iba bien hasta que me dijo que debería tener cuidado, porque varios clientes le habían hablado de la mala praxis de mis gestiones. Eso no estuvo bien. Yo nunca hablo mal de otras agencias por muy rastreras que sean.
Le dije que pasara, que haría café. Me interesa lo que me cuentas, le dije.
Dos días más tarde mi empleada de hogar me llamó angustiada desde el adosado. Había ido a limpiar como yo le había indicado, y había encontrado el cuerpo de una mujer en un charco de sangre, en el patio de detrás del adosado.
La primera vez fue la peor, por eso de fingir en tu vida “normal”. Qué pena. Pobre chica. ¡Cómo está el mundo!. Ya ves tú con el trabajo que yo tengo, que voy a casas de desconocidos. No te puedes fiar de nadie.
Y mi vida de repente se volvió divertidísima.
Con el tiempo he depurado la técnica hasta el punto de que hay cuerpos que aún no han aparecido. Obviamente, sólo me interesan los agentes inmobiliarios. Ya que me mancho las manos de sangre, por lo menos que sea en pro del negocio.
A veces son ejecuciones directas, pero otras no. Me encanta secuestrarlos durante días y ver su comportamiento. Es como una especie de estudio sociológico, una actividad cautivadora y atrayente la de observar nuestro propio comportamiento como seres humanos. Lo tengo todo anotado en mi diario.
No sé si alguna vez me cogerán, pero tampoco me preocupa demasiado.
Con la práctica que he cogido seguramente pueda hacer lo mismo en la cárcel.
Sería divertida la experiencia y los restos me excitan muchísimo.
Vamos, que me aburre la rutina. ¡Qué le vamos a hacer!
¡Ups! Son las 7:45 am. Os dejo, tengo que levantar a los niños o no llegamos al cole a tiempo.
Inés la taquillera
El Capitol era el cine más famoso del barrio, del pueblo, de la región. El más visitado por los japoneses con cámaras. Y no era por su programación de películas mudas, ni las de serie B, ni siquiera las de Esteso y Pajares, no, la razón de esa popularidad estaba en la taquillera.
Nadie, nunca jamás, le había visto la cara. Y eso que le hacían miles de fotos y compraban cientos de entradas con la esperanza de cogerla desprevenida y !zasca!, desvelar el misterio.
Pensaban que con ese cuerpazo, ese escotazo…la cara tenía que estar en armonía. Y todos querían tener la exclusiva.
Y cada noche, Inés la taquillera, se atusaba el bigote, se ponía el traje de acomodador y al tiempo que cerraba las puertas del cine hasta el siguiente dia, preguntaba a los curiosos:
«¿Qué? ¿Ha habido suerte?
Tatiana, desde la vereda nevada de enfrente, miraba al grupo de madres que recogían a sus niños del colegio. Más de una hizo una mueca de reprobación ante su apariencia. Aun así, ella no pretendía aparentar nada. Sabía bien lo que era o lo que el destino la había empujado a ser: una ramera o, mejor dicho, los restos de una ramera. No tenía hijos. Ningún niño de aquellos correría a sus brazos. Sólo permaneció allí mirando, helándose bajo el frío húmedo de aquella tarde gris, con su figura flaca y desgarbada, con una minifalda de cuero rojo gastado, los restos de medias llenas de agujeros y su cabellera negra, pajiza e hirsuta. «Una buena puta nunca siente frío», le aconsejaron alguna vez. Sin duda, era una mala puta.
Un inquieto pequeño, de unos seis años, se zafó de la mano de su mamá y cruzó repentinamente la calle.
—¡Vanko, cuidado! —gritó la madre del chico.
Tatiana, al ver el peligro, corrió a atraparlo y lo tomó en sus brazos.
—¡Pequeño! ¿Estás bien? —le dijo Tatiana, arreglando el gorrito de lana del niño— No debes darle esos sustos a tu mamita…
La madre llegó para arrebatarle al fugitivo. Y mirando a Tatiana con desconfianza, se limitó a darle un lacónico “gracias”.
—¡Qué haces aquí?! ¡Lárgate, desvergonzada! —le dijeron otras madres, amenazándola con sus bolsos.
Tatiana, al borde del llanto, se alejó de allí, como un animal temeroso que vuelve a sus dominios después de atreverse a husmear donde no le corresponde.
La hora del crepúsculo se acercaba y la nieve parda, saturada en contaminantes, comenzó a caer nuevamente sobre la ciudad de Karköf. Ella la odiaba. Odiaba sus edificios oscuros, sombríos, su hormigón de lápida fría.
—¡Mirko! ¡Mirko! —gritó Tatiana, golpeando el sucio portón al fondo de un callejón maloliente— ¡Abre la puerta!
—¿Qué mierda pasa allá afuera? —preguntó Rudy, el dueño del antro, desperezándose.
—Es esa loca, la puta viciosa —indicó Mirko, dirigiéndose al portón metálico.
—¿Cuál de todas? —sonrió Rudy.
—La que viene todas las semanas. El espantapájaros de pelo negro y tieso… ¡La madre frustrada!
—¡Ah! Ella ¿Y qué quiere?
Mirko abrió la mirilla del portón y asomó su cara.
—¿Qué quieres? —preguntó, a la mujer.
—¡Abre la puerta! ¡Tengo dinero! —Tatiana agitó un fajo de billetes frente a la mirilla.
—¡Wow, wow, wow! Guarda eso, zorra. Tú sabes que este barrio es peligroso —accionó el mecanismo y la pesada placa de acero se abrió— ¡Pasa pronto, infeliz, que afuera está helando y no queremos enfriarnos!
Tatiana entró. Sus manos temblaban, pero no de frío.
—¡Vamos Mirko! ¡Llévame pronto!
—Cálmate, zorra —su burló— ¿A dónde quieres ir con tanta prisa?
—A San Diego Mirko, tú ya sabes —abrió su bolso, sacó más billetes, los juntó todos y se los entregó al hombre—. ¡A San Diego, California! ¡Dos días!
—OK, espantapájaros…—sonrió el tipo, contando los billetes— ¿Todo como siempre?
—¡Sí! ¡Sí! ¡Como siempre!
—¡Eres una maldita viciosa! —rió en su cara— ¿Lo sabías? ¡Una maldita viciosa!
***
Amanecía en San Diego. Un cielo azul con lindas nubecillas blancas y esponjadas como corderitos, invitaba a hacer vida al aire libre en un clima templado.
Jenny tomó unas flores de su jardín y las puso en el florero que adornaba la mesa, donde ya estaba servido el desayuno: leche tibia, panqueques con miel y galletitas.
—¡Danny, mi vida! ¡El desayuno ya está servido! —anunció Jenny.
Danny era un saludable niño de seis años, rubio como su madre. Corrió por la casa hasta llegar a la mesa con Jenny.
—Mami, ¿Podemos ir al parque después del colegio?
—¡Epa, caballerito! ¿Te lavaste las manos antes de sentarte a la mesa?
—¡Sí! ¿Podemos ir al parque después del colegio?
—Claro que podemos, querido. Pasaré a buscarte y llevaré galletas.
—¿Puedes llevar mi robot favorito también, mami?
—Por supuesto amor.
Jenny tenía una bella melena rubia que coronaba una hermosa figura. Ciertamente, era una mujer atractiva. Pese a ello no estaba casada. Vivía únicamente con su pequeño Danny en una preciosa casita de prado verde en los suburbios de San Diego.
Luego de llevar a Danny al colegio pasó a hacer unas compras. Blusas y lindos zapatos (su debilidad). El clima de San Diego era ideal para lucir las más bellas tenidas.
Más tarde, fue a buscar a Danny. Mientras esperaba afuera del colegio, junto a las otras madres, no pudo evitar lanzar una mirada a los alrededores para verificar si había alguien mirando desde lejos. No vio nada anormal.
Al verla, Danny se arrojó a sus brazos y le recordó su promesa de llevarlo al parque. Jugaron cerca de una hora. Cuando regresaron a casa almorzaron. En la tarde vieron divertidas películas y en la noche Jenny le leyó un cuento para dormir. Fue un día perfecto, sin embargo, la mujer sintió que algo no andaba del todo bien. Se asomó por la ventana y observó con detención el prado que daba a la calle. Sólo estaban las sombras de los árboles de la avenida. De pronto, algo se movió junto a la cerca. ¡Un gato! Sonrió y, ya más tranquila, se durmió.
—Mami, ya me he lavado las manos… ¡Estoy listo para tomar desayuno! —dijo Danny a la mañana siguiente.
—Qué buen niño eres ¿sabes? Eres un sol —dijo, inclinándose para besar la frente de su hijo.
—Mami, ¿Podemos ir al parque después del colegio otra vez?
—Claro cariño.
Jenny dejó a Danny en el colegio y nuevamente fue de compras. Esta vez adquirió una tenida bellísima que la conquistó y no pudo evitar estrenarla de inmediato. Con el nuevo vestido fue hasta el colegio para recoger a Danny.
—¡Jenny! ¡Espera! —su amiga Maggie, con una gran sonrisa, corrió tras ella y la detuvo justo antes de que cruzara la calle hasta la puerta del colegio, la cogió por los hombros y con los ojos brillantes le dijo— ¡Es que, no-pue-de-ser! ¡Estás lin-dí-si-ma!
—¿Verdad que es lindo? —sonrió Jenny, orgullosa de su atuendo.
—¡Debes decirme dónde lo compraste! ¡Te ves genial!
En ese momento, el pequeño Danny sale por la puerta del colegio. Jenny siente un repentino pálpito que la hace mirar hacia el frente para reconocer a su hijo. El niño también ve a su madre y se lanza, imprudente, a cruzar la calle.
—¡Danny! — alcanza a gritar Jenny mientras ve a su hijo corriendo por el medio de la calle.
Entonces Danny desaparece ante la vista de todos. Sin embargo, a nadie parecía importarle.
—¿Qué te ocurre Jenny? —le pregunta Maggie, preocupada.
—¡Mi hijo! —alcanza a decir Jenny, entonces ve a Maggie desaparecer también.
De pronto, todas las personas comenzaron a desaparecer, luego los carros, los edificios, todo…
***
—Se acabó tu viaje, zorra —dijo Mirko, desconectando los electrodos de la cabeza de Tatiana.
—¡Danny! —dijo Tatiana, aún desorientada en la silla del hipno-sueño.
—¡Ya me oíste! ¡Lárgate! Se acabó tu crédito, se acabó la dósis.
—¡Desgraciado! ¡Ni siquiera dejaste que me despidiera! —Mirko la oyó y rio, divertido—¡No se cumplieron los dos días! ¡Te pagué por dos días! ¡Perro!
—Subió la tarifa, corazón —se encogió de hombros con burla.
Los ojos de Tatiana, vidriosos, se llenaron de lágrimas y se movieron, nerviosos, en todas direcciones.
—¡Vamos Mirko! ¡Déjame despedirme de mi hijo! Sólo un minuto más, por favor —suplicó, arrojándose de rodillas y cogiendo las piernas del hombre —. ¡Haré lo que sea! ¡Lo que me pidas! —su mano alcanzó la bragueta de Mirko para tratar de bajarla.
—¡Suéltame, sucia puta viciosa! —dijo, pateándola con desmesura.
Tatiana quedó tirada, llorando, en el asqueroso piso del antro clandestino de hipno-sueños. Mirko la miró y se moderó un poco.
—Ahora, “el viaje”, cuesta mil trescientos criptocréditos —dijo el hombre, luego sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una pitada—. Junta el dinero y podrás verlo nuevamente. Guardaremos tu archivo. Podrás continuar con tu doble vida, si quieres.
Tatiana se levantó sola, en silencio. Se pasó la manga por la cara para secar las lágrimas y dio una mirada al lugar antes de encaminarse hacia la salida.
Mirko le abrió el portón y la vio salir hacia el frío de la nevada.
—Asquerosa viciosa —dijo para sí y cerró rápido antes de que entrara el frío.
Tatiana, cruzó la calle y se quedó mirando, con la vista perdida y llorando, desde la vereda nevada de enfrente.
Se reincorporo al trabajo de nuevo. Tenía una ilusión grande de que todo lo viejo ya no estuviera, así que decido cambiar su manera de ser. Para ser aceptado en el club de los Nn (se trataba de un grupo que tenía reuniones cada tanto, un modo de vestir, la forma de pensar era cuadriculada, para ellos la mujer debe sujetarse a su pareja, solo de debían juntar sexualmente con gente del grupo. Estaba tremendamente prohibido juntarse con gente de fuera, no se aceptaban mariquitas… No bichos raros.
Al principio el hombre no le vio problema puesto que se comportó como ellos querían. Un hombre serio en todo el sentido de la palabra.
Hasta que una mañana de abril la conoció los primeros instantes fueron de felicidad absoluta puesto que ella sentía lo mismo, hasta que él le soltó que pertenecía a aquel grupo. Ella se sorprendió, se entristeció al mismo tiempo, le dijo que hace al trabajaba y vivía para ese grupo, la familia de sangre la dejo a un lado, una noche fría el de enfermo. Llamo al líder supremo, este le saco el culo, no le hizo caso por qué él debía unos meses de ofrenda, (este dinero lo debían dar cada mes). Lo dejaron solo a su suerte. Mi familiar murió esa misma noche, solo y sin nadie que lo acompañara… Es por eso que no estoy de acuerdo con ese tipo de organizaciones que pretenden enganchar a gente sola y desprotegida. al escuchar esto. El decidió llevar una doble vida, y mentir en ambos lados, son el miedo a flor de piel cada vez que se reunía con alguno de los dos, con todas sus fuerzas rogaba para que no lo pillaran…
Una tarde de invierno estaba el con ella alegre cuando de repente alguien del grupo los vio, enseguida fue y lo contó a los demás al otro día él fue expulsado por tener relaciones con gente que no pertenece al grupo. Al sabe esto el se fue con ella a vivir una vida tranquila, sin presiones de ningún tipo. No tuvieron hijos por decisión mutua, pero fueron felices los dos.
La arquitecta de Álava que llevaba una doble vida y era patatera.
La casualidad no existe
al tropezarme contigo,
amanecer que renaciste
recondito, te investigo.
Quimica mordaz persiste,
una fórmula de vertigo,
incluye tu mejor ingrediente
tomare el elixir de tu ombligo.
Enfatiza la niña que fuiste,
construye el rumbo que bendigo,
tumbada tras lo que viviste
atraviesa todo con tu latigo.
Prueba inventar tu presente,
alumbra claridad, seré tu amigo,
transformalo en algo diferente
atisba al frente, siembra trigo.
Tienes cualidades, eres valiente;
el dilema, quiero ser testigo,
recorre tu ser a ver qué siente
apareja voluntad que yo prosigo.
SIEMPRE HA SIDO MEJOR QUE TÚ
Cuando se quedó en el paro, su hermana Marta consiguió que su padre, el viejo tacaño, despidiera al cuidador y contratase a Alberto. Le pagaba una ridiculez por empujar su silla de ruedas a todas horas y adelantarse a lo que pudiera necesitar:
—¿Quieres otro vaso de leche, papá? ¿Te traigo una manta para que estés más calentito?
Alberto le sonreía, pero lo odiaba. Veía su cara de desprecio por no haber sabido conservar a su mujer:
—Tu hermana siempre ha sido mejor que tú —le repetía—. Además, su marido, Nico, también te da cien mil vueltas.
Entonces se reía para humillarlo:
—Algo le dará ese muchacho; algo que tú no le darías a tu esposa —le decía—. Si no fuera porque Marta me convenció, ahora estarías en las colas del hambre, que es donde deberías estar.
Alberto se salía entonces a la terraza y calculaba que, desde la sexta planta, tardaría en caer unos dos o tres segundos. Quizá menos.
—Tengo muchas deudas, Marta —le había dicho a su hermana.
Ella le apretaba la mano y dejaba que se desahogase. Solo a ella le había contado que, desde que lo echaron a la calle, entraba todas las noches a los casinos de Internet: apostaba y perdía, jugaba y pedía dinero a unos desconocidos para seguir arruinándose y arruinándose. Ahora, los prestamistas le exigían que pagase antes del miércoles. En caso contrario, acabarían con él, con su padre e incluso con Marta y su marido.
El padre, que tenía una enorme fortuna invertida en pisos que alquilaba, lo oyó gritar desde la terraza: hasta en el último momento tuvo miedo.
—Marta —dijo el viejo—, deja de revolver en la cocina y sal a ver lo que está haciendo tu hermano. Creo que nos va a dar un disgusto, el muy desgraciado.
Marta miró desde la terraza a la gente que se acercaba en la plaza a horrorizarse viendo el cuerpo destrozado de Alberto.
Sonrió.
«Ahora, por fin, yo soy la única heredera. Tengo que decirle a Nico que lo de prestarle dinero a este gilipollas, ha sido un plan perfecto. Ni siquiera ha sospechado quién le daba la pasta», se dijo. «Todavía tenemos un estorbo. Hay que pensar lo que vamos a hacer con el viejo…».
Y volvió a sonreír mientras los de la ambulancia ponían una manta sobre el cuerpo reventado de Alberto.
Desde los árboles cercanos, dos enormes cuervos esperaban tener una oportunidad.
Era el día grande del pueblo, todos los qué vivían fuera volvían para las fiestas.
La botica estaba en la plaza del pueblo.
Juan el boticario, era un hombre gris, qué rayaba los 60, el padre murió siendo un niño.
Se crió en la botica por su madre.
Siempre vivió con las persianas bajadas y las ventanas cerradas.
Ese día de fiesta, cuando la plaza estaba llena, las persianas se subieron, las ventanas se abrieron.
Las plumas, las lentejuelas, las plataformas, el maquillaje expetacular y Alaska a toda pastilla.
A quién le importa lo qué yo haga…
Fue una salida del armario expetacular.
EL HOMBRE BIS.
Para «Tema de la semana»
En el bar del Centro Comercial era el tema diario de conversación:
-Para mí que es un sádico-decía el de la joyería.
-¡Qué va! Es un mujeriego-comentaba el de la perfumería
-O monta un “menage a trois”- proseguía la de la tienda de lencería- porque vaya, que hace una semana comprase un camisón, precioso por cierto y caro, lila y hoy uno verde también precioso y caro, no es normal.
-Querrá tenerla contenta-añadió la de la tienda de flores A mí me compra muchos ramos, plantas, ¡de todo!
-Noooo, éste es bígamo. Estoy segura de que tiene una aquí y otra en otra ciudad. Debe ser representante de algo importante y por tanto viajar con frecuencia al otro sitio- imaginó la de la tienda de artículos de playa-Hace un mes me compró un bikini de lo más mini y hace un momento, otro haciendo juego con un top.
-Puede tener doble personalidad.
-¿Esquizofrénico?
-No, creo que es distinto. He leído que a veces se creen llamar Juan, por ejemplo, y actúan de una manera y, cuando creen ser Pedro, pongamos, de otra -añadió el de la librería mientras mojaba el cruasán en el café con leche.
-Pues a eso se le llama esquizofrenia ¿no?- dijo el de la joyería.
Y así iban comentando día a día llegándose a convertir en la auténtica comidilla del Centro y, por supuesto, lo bautizaron con el nombre de “HOMBRE BIS”.
La historia empezó cuando meses atrás, un hombre joven y bien parecido, hacía cada semana o quince días, una visita a las diferentes tiendas en busca de objetos femeninos.
La primera vez que se presentó no causó extrañeza, ya que entró en la joyería y pidió ver anillos de prometida. El empleado se los enseñó y él, tras un “muchas gracias, ya lo pensaré”, salió tranquilamente.
Al cabo de un mes más o menos, se volvió a presentar pidiendo anillos de prometida nuevamente y volviendo a responder las mismas palabras: “gracias, ya lo pensaré”.
-Un indeciso- pensó el joyero.
Una semana después, volvió y se quedó un solitario blanco-azul de un kilate, por tanto nada barato.
Y, a partir de este momento fue cuando comenzaron los extraños sucesos.
Y fue que, un mes y medio después, el joven volvió a presentarse, como si tal cosa, pidiendo nuevamente anillos de prometida y quedándose uno idéntico al la vez anterior.
El joyero estuvo a punto de preguntarle si es que su novia lo había perdido o qué, pero en estos casos, la prudencia manda callar y no dijo nada.
Lo comentó con su vecino el de la perfumería quien, a su vez, explicó que le acababa de pasar lo mismo.
Y a ellos se fueron añadiendo todos los pertenecientes a objetos que tuviesen algo que ver con el sexo femenino.
Y así se montó el corrillo de comentarios a la hora del desayuno en el bar.
Casi cada día había algo nuevo:
-Ya me he enterado del nombre. Se llama Señor Mendoza Cabrales.
-Guau, así le saludaré el próximo día que lo vea- comentaba otro.
Y así siguieron explicándose las novedades.
Pasó tiempo y un día la de la tienda de artículos de niño llegó con la noticia:
-Eeehhh, no os lo perdáis, espera un hijo. Ha comprado un conjuntito blanco.Lo quería rosa pero le pregunté si sabía el sexo. Y como no lo sabía le aconsejé el blanco.
-Pues a mí me ha venido a comprar una pulsera muy mona. Debe ser regalo para la mujer, claro.
-¡Anda que si lo aborta!.
-No seas pájaro de mal agüero, pobre hombre, al menos ya vemos que va en serio.
-Mientras no vuelva la semana que viene….
La semana siguiente no, pero al cabo de dos meses, volvió a presentarse el mismo individuo volviendo a pedir ropa de bebé, pulsera y el recorrido habitual .
_La otra, o la de aquí también está embarazada.
-Qué pesados. Os digo que éste se lo imagina todo.Debe haber sufrido un fracaso amoroso y ahora se imagina tener pareja, hijo y lo que sea, en dobñle. Me lo dijo mi cuñada que estudia psicología.
Y volvió a montarse la fase imaginativa.
Y llegó el día del enorme ramo de flores enviado al Hospital.
Y al cabo de dos meses, lo mismo ¡al mismo Hospital!
Aquí ya fue el acabóse:
-O está de manicomio o tiene la jeta de tener dos mujeres en la misma ciudad.
-Y parir en el mismo lugar- comentó riendo la florista.
-¡Anda que si se encuentran en el ginecólogo!
Pasaron meses y las visitas del hombre al Centro Comercial se fueron distanciado y por tanto, la comidilla pasó a ser un anécdota del pasado.
Fue al cabo de dos años que una señora mayor se presentó en la joyería pidiendo que le enseñaran collares de perlas para sus nueras.
Tras elegir unas gargantillas de perlas pequeñas pero muy favorecedoras, dijo si podían mandarlas a “esta direcciones”, dando sendos sobres, ambos a nombre de:
“Señora Mendoza Cabrales”.
Fue entonces cuando, al ver el nombre, al joyero le vino a la memoria la historia del “Hombre Bis” y le preguntó:
-Perdone señora, pero ¿un hijo suyo es alto…? -y le dio con pelos y señales los detalles de la persona que para ellos se había convertido en un personaje.
Sí, pero no uno, son dos. Dos gemelos tan idénticos que ¡si supiera las trastadas que habían hecho de pequeños …
El hombre, sonriendo no se enteró del resto y en cuanto se hubo marchado la señora, puso el letrero de “VUELVO EN UNA HORA” y corrió a desvelar el misterio a sus compañeros.
El DESCANSO
Una potente deflagración envolvió la gasolinera tiñendo de rojo los surtidores y haciéndolos desaparecer en cuestión de segundos, provocando una onda expansiva que se alió con el fuego para derribar y carbonizar las estructuras y el edificio, arrasándolos en unos instantes, recuperando el desierto el territorio que le pertenecía por derecho propio.
Cerré y abrí los ojos. Parpadeé. A través del cristal pude observar las mangueras de caucho intactas en sus anclajes, las bombonas de butano alienadas en sus jaulas, los recipientes de parafina, polipropileno, aceites pesados, disolventes y otros muchos con etiquetas peligrosas en sus envases relucientes. Los grandes tanques de combustible repletos de octanaje, como bombas explosivas dormidas, en sus cuevas subterráneas, esperando.
Encendí el mechero y observé su llama oscilante, pequeña, pero capaz de provocar grandes cosas. Tiré el cigarrillo y lo aplasté con mi bota en el alquitrán sudoroso. El calor del desierto se solidarizaba con los productos volátiles creando una calima que se podía disolver con la mano y distorsionaba la visión de los objetos, haciéndolos casi gaseosos.
⸺Hola guapa, que bien te sienta ese uniforme —Me dijo mi jefe, acosador como siempre.
Le contesté con una sonrisa de compromiso. Me fui, cerca de la carretera. Una infinita lengua azul que te podía transportar lejos de allí, a oasis frescos y verdes, con flores y manantiales.
Llegó un coche con un potente ruido de motor, quemando gasolina para impresionarme. El conductor, con sus ojillos libidinosos se puso un puro en los labios, retador.
—¿Quiere fuego? —le pregunté, acercándole la llama del encendedor, mientras se oía fluir la gasolina en el depósito, derramándose.
El tipo, se guardó el puro en el bolsillo, me pagó y se fue corriendo, mirándome como si estuviera loca.
«¿No sé por qué hay gente que le gusta el olor de la gasolina?» A mí me marea, pero de puro asco. Se te mete por los entresijos de la ropa y el cuerpo y no desaparece, aunque esté media hora en la ducha. Mis manos están mohosas, a pesar de las cremas. Y cada día me cabrea más el jefe, con sus bromas e insinuaciones.
Miro como las agujas del reloj se acercan a mi liberación. Llega el momento y cojo mi talismán, mi receta secreta.
Voy corriendo a mi refugio, a mi habitáculo y lo cierro muy bien. Completamente aislada del mundo, hago mis abluciones a conciencia y me arrellano en mi sillón. Abro el envoltorio despacio, siento en mi piel el frescor del papel, la rugosidad de la galleta, el olor aromático que me envuelve, …
«¡Dios, ¡qué rico está este helado de fresa!»
He ingresado esta mañana en la modelo, a la espera de juicio, al final ha sucedido lo que yo me temía, en definitiva, lo que tenía que pasar.
Desde jovencito fui un maniático. Me gustaba leer, tener opiniones propias, asistir a conferencias. Aunque quise estudiar filosofía, las presiones familiares me empujaron a matricularme en medicina. En contra de mis pronósticos me gustó, me especialicé en psiquiatría.
Tras dos años trabajando en el hospital Provincial, que me exigía una dedicación exclusiva, tuve la suerte de ingresar en la clínica del Dr. Antúnez, aquí el salario no era muy alto, pero tenía todas las tardes libres, además yo no tenía familia que mantener y era poco gastador.
Con ese preciado tiempo que la fortuna me había regalado, pude retomar mis lecturas, pude centrarme en el estudio de la filosofía, pude volver a pensar en la situación política en la que estábamos inmersos.
La situación era nefasta, a la más mínima falta de libertades, se unía la injusticia y el comportamiento arbitrario y déspota de los vencedores de la guerra.
El descontento se generalizaba, pero allí no protestaba nadie, todo el mundo temía ser represaliado.
Seguramente mi inconsciencia me llevó a modificar mi vida, de forma accidental, una de las enfermeras más jóvenes de la clínica, me abordó una mañana, con la excusa de ir a visitar al paciente de la habitación número 25. A nuestra llegada abrió la puerta y me asombré de que no hubiese nadie: “No se extrañe Doctor, necesito hablar brevemente con usted”.
Me contó que habían estado observándome y querían hacerme una propuesta de contenido político. La interrogué sobre quiénes me seguían, sobre lo que querían de mí, pero no obtuve respuesta. Me dijo que no era seguro hablar en la clínica y me citó para las cuatro de la tarde en el jardín de los Viveros, en la entrada del zoológico.
Pasé el resto de la jornada preocupado, pensando si era prudente asistir al encuentro, finalmente decidí presentarme a la cita.
Llegué con quince minutos de antelación y esperé, pero no aparecía nadie. Habían pasado diez minutos de las cuatro, ya estaba dispuesto a marcharme, cuando un hombre con un gran abrigo, desproporcionado para le temperatura que hacía ese día, pasó por detrás de mí y susurro: “Sígame, mantenga unos cuantos metros de distancia”.
Aunque no me hiciera mucha gracia, fui tras él, anduvimos zigzagueando sin orden alguno y salimos de las instalaciones. Allí repitió su peculiar formar de caminar, hubo un punto en que yo me desorienté y no supe dónde me encontraba con exactitud.
Eran más de la cinco de la tarde cuando entramos en un callejón, el hombre se paró, sacó una llave muy grande del bolsillo izquierdo de su abrigo, la encajó en una puerta y me dijo: “Baje con cuidado, los escalones están muy desgastados”
Le hice caso, tuve que agachar la cabeza, el techo era bajo y entre penumbras entré a un recinto húmedo y rancio, en el que noté mucho frío.
Para mi sorpresa, a la luz de una vela, clavada en el cuello de una botella de vino barato, había otra persona esperando.
El desconocido se levantó de su asiento, me llenó un pocillo de hoja de lata de un brebaje que no pude reconocer y me invitó a beber. El hombre que me había guiado se acercó y los tres nos sentamos alrededor de una mesa sucia y desvencijada. Hacía mucho frio.
— Dr. soy Ferrando, como ya le indicó la enfermera de su clínica, lo hemos estado siguiendo, conocemos sus inclinaciones, es usted un librepensador convencido, sabemos de su desacuerdo con nuestra situación política, nosotros también pensamos de esa forma, ahora bien, queremos que nos diga si está dispuesto a entrar en acción.
— No entiendo lo que me dice, entrar en acción ¿qué quieren que haga?
— Necesitamos una doble ayuda de usted. Por un lado, los hombres con su formación y sus ideas son escasos, nos gustaría que se uniese a una de nuestras células para aportar su conocimiento a nuestra organización.
— Bien eso no lo veo complicado, ¿y la otra cuestión?
— Esa es mucho más sencilla, sabemos que en su trabajo es usted respetado, que tiene acceso al recinto de toda la clínica, así que no le sería difícil ingresar, de tarde en tarde, a algún camarada que necesite asilo unos cuantos días.
La segunda petición me turbó, noté como mi estómago se revolvía, el pulso se aceleraba, y un sudor frio me recorría la espalda. Mi interlocutor notó algo raro en mí, me dijo: “Dr. tómese un tiempo, pongamos una semana, para valorar nuestra propuesta, en ese plazo la enfermera le contará quienes somos, lo que hacemos, conoce a la perfección nuestra realidad, está autorizada para contestar a todo lo que le pregunté”
Salí de aquel tugurio mareado, inquieto, con ganas de vomitar, no pensaba claramente, pero en el fondo sabía la decisión que tomaría.
Tres meses más tarde yo tenía una doble vida, seguía siendo psiquiatra, pero a la vez me había convertido en un activista político, en un facilitador de escondites a seres no perseguidos por sus ideas.
Pasado un tiempo me molestaban las reuniones con Ferrando, siempre éramos menos de cinco personas, para salvaguardar nuestra seguridad. Era un tipo cuadriculado, que creía saberlo todo, que pretendía repetir y repetir consignas, sin preocuparse de analizar la realidad, sin entender que si no cambiábamos nuestras estrategias estábamos condenados al fracaso y, tal vez, a la desaparición.
Una tarde en la que yo estaba de especial mal humor, durante la reunión se produjo un incidente, en el que tal vez fui algo imprudente:
— Por todo ello solicito vuestro apoyo para realizar una sentada, en la plaza del Ayuntamiento, hay que darles una lección a esos fachosos…
— Mira Ferrando no quiero discutir, pero las sentadas nunca sirvieron para nada.
— Ya está aquí el doctorcito, el último en llegar y el primero en hablar.
— En serio Ferrando, déjate de tonterías y valoremos otras posibilidades.
— Doctor te voy a hacer tu autocrítica, eres un burgués, hijo y nieto de burgueses, has estudiado y vives mejor que nosotros, pero no eres superior a nosotros.
— Ferrando ya estás de nuevo con tus estupideces, para decir eso más vale que calles la boca.
— Doctorcito a mí no me manda callar ni dios, eso no te lo permito, eres un malcriado, me has humillado delante de los compañeros, esto no va a quedar así. ¡Te acordará de mí!
La reunión acabó así, al menos no llegamos a pegarnos, no le di mayor importancia, realmente lo olvidé.
Sin embargo, esta mañana se ha armado un revuelo en la clínica, había entrado la policía, buscaban a alguien. Me he quedado lívido cuando he visto aparecer a dos tipos enormes, acompañados por la enfermera, por mi camarada, ella ha levantado la mano derecha, me ha señalado con el índice y ha dicho: “Es éste”.
Me encontré flotando en una estancia blanca, escuchaba voces que provenían de todos los lados a la vez.
Confuso, pude reconocer que estaba en un hospital. Exactamente en un quirófano. Un grupo de facultativos médicos estaban alrededor de una camilla. Desesperados intentaban reanimar a alguien.
Cuál fue mi sorpresa al ver que era mi cuerpo el que yacía en la mesa de operaciones.
Intenté mirarme a mí mismo desde arriba, pero no tenia cuerpo, solo unos destellos celestes centelleaban a mi alrededor. Mi cuerpo seguía abajo, inerte.
Asustado y confuso acabé comprendiendo que mi cuerpo estaba muerto, y lo que decían del “Alma” que sale cuando mueres… era el estado en que me encontraba.
Debía volver a mi cuerpo como fuera.
Empezaron a llegar cuerpos opacos: blancos, brillantes, de diferentes colores. Comprendí que eran “Almas” como yo; unas amarillas, otras verdes, azules…Podía ver todo el hospital, sin muros, sin paredes.
En un quirófano cercano los médicos intentaban salvar a un chico adolescente. Una luz naranja salió de su cuerpo, se encontraba desorientada, supongo que nos pasa a todos.
Más allá una familia lloraba la pérdida de su hijito. Una luz amarilla brillante se encontraba sobre ellos. Había más “Almas” amarillas, pertenecían a los niños.
En una desesperada carrera todas las luces se dirigieron al adolescente. Llegó la luz amarilla del niño a la par que la naranja del adolescente intentaba volver a su cuerpo. El alma del niño consiguió entrar primero…en ese momento el cuerpo físico del adolescente volvió a la vida, dando un respiro a los doctores que se felicitaban entre ellos.
Entendí que buscaban un cuerpo donde revivir, fui hacia el mío para intentar entrar.De repente todos los cuerpos luminosos huyeron, se escondían. Unas “Almas” negras y rojas se acercaban.
Mis destellos desaparecieron e intuitivamente supe que debía alcanzar mi cuerpo terrenal antes que ellas. Si conseguían entrar no sería el mismo. El mal estaba al acecho.
Justo en el momento de ir a introducirme, mientras los médicos seguían con la reanimación… una de las luces negras, sin brillo, pero tétricas… hizo lo mismo que yo; chocamos tan fuerte que mis destellos se mezclaron con los suyos, oscuros como una cueva en la noche.
Se introdujo en mi cuerpo antes que yo. Mientras veía como conseguían reanimar al que un día fui yo…una fuerza invisible, a una velocidad inimaginable, me arrastraba en una especie de tornado sin fin, dónde solo existía la nada.
No sabría decir cuánto tiempo estuve “viajando” hasta que una claridad en la lejanía se iba acercando.
Como una bala perdida… acabé llegando a un soleado lugar…introduciéndome súbitamente y sin quererlo en un cuerpo que, tumbado sobre la hierba, intentaban devolver a la vida varias personas.
Enseguida despertó, es decir, “desperté”; pues ya ese cuerpo me pertenecía. Poco a poco me vino a la cabeza quien era ahora y donde estaba, poco a poco fui olvidando el que fui y todo lo acaecido.
Ahora soy José Arcadio Buendía, estoy en Macondo. Hay mucho trabajo por hacer.
Un resquicio del que fui recordó que a los veinte años, en su otra vida, leí Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Juraría que ese era el nombre del pueblo.
Tal como vino el recuerdo…se fue. José Arcadio siguió con su vida.
EN EL AEROPUERTO
Para Jelena el aeropuerto de Londres era, como todos los demás, un lugar donde las doce siempre eran las diez.
Hacía ya quince años que había conseguido cruzar, a escondidas, las fronteras soviéticas, para recalar en tierras británicas.
Los treinta años que habían pasado desde el final de la Segunda Guerra Mundial parecían haber borrado, en parte, la barbarie ocurrida. Como limpiar el polvo de una baldosa porosa, en sus microagujeros sigue existiendo porquería imposible de eliminar.
Mientras esperaba la hora de subir al avión, sentada en una incómoda silla, veía el ir y venir de la gente. Un tránsito infinito que, sin embargo, permitía la visión del escaparate de una librería. De entre todos ellos, uno le llamó la atención, uno que le evocó recuerdos amables, pero también, y sobretodo, crueles. Se levantó despacio y se acercó para asegurarse de que lo que tenía ante sus ojos no era un fortuito recuerdo del pasado fundido con la realidad. No lo era, sus ojos no la engañaban, se trataba de un ejemplar de «El tranvía perdido».
El nombre de Nikolai Gumiliov parecía querer salir a golpes del escondite más recóndito de su memoria, un nombre asociado a la belleza de sus poemas, de sus viajes, y de su osadía.
Era una adolescente cuando lo llegó a conocer en persona. Recordaba sentirse mareada ante la posibilidad de hablar con el hombre que tanto admiraba. Pero en aquella ocasión no pudo ser, un amigo suyo acaparaba su atención y se quedó con las ganas.
Jelena había escondido aquel recuerdo con tanto ahínco, que ya casi no sabía por qué lo había hecho. Pero como ocurre cuando buscamos algo que ha desaparecido, siempre lo hallamos cuando menos interés tenemos en encontrarlo.
Ella supo, por accidente, quién era el amigo de Nikolai. Dos días después se lo encontró vestido de uniforme y hablando con un agente de la Cheka. Si tan solo hubiera tenido la mitad de valor que su admirado Nikolai…
Siempre le sorprendió como Yakov Agramov podía fingir su total amistad con Gumiliov, mientras se afanaba en conseguir pruebas contra él.
Ella era una simple adolescente con demasiado miedo. Era agosto del veintiuno, Jelena cumpliría dieciseis años y escuchó los rumores:
—Han detenido a ese poeta, a Nikolai Gumiliov.
Nunca más volvió a saber de él, nunca más pudo volver a leer sus poemas, hasta aquel día, en el que aquel tranvía perdido, la había encontrado.
Ahora se preguntaba así misma si en los quince años que había estado trabajando para el MI5, la habrían convertido en algo parecido a Agramov.
FIN
Tener una doble vida parece algo propio de espías, superhéroes y agentes secretos. Pero no es raro que personas terriblemente normales escondan secretos increíbles a sus familias, amigos y compañeros de trabajo. A veces, vidas enteras.
No hablamos de patologías, ni de trastornos disociativos de la identidad (eso que antiguamente conocíamos como ‘personalidad múltiple’). Hablamos de personas que estando en pleno uso de sus capacidades cognitivas, emocionales y sociales mantienen dos vidas distintas. ¡Dos! ¡Como si no costara vivir una sola vida! ¿Cómo es posible? ¿Por qué ocurre? ¿Qué dice la ciencia sobre estos casos.
¿Qué es una doble vida?
Piensa en el político que tras cuarenta años de honesta y reconocida imagen pública se descubre como un corrupto. En el hombre que mantiene dos familias sin que ninguna de las dos se conozcan. En el ama de casa que vive una historia de amor con otra mujer mientras su marido y sus hijos hacen vida normal. Sacerdotes de día, traficantes de noche. El policía sueco que investigaba los crímenes de un asesino en serie que era él mismo. En el tópico de la doble vida, hay centenares de argumentos de películas de sábado por la tarde y series de detectives.
Pero existen. Aunque algunos medios han llegado a dar cifras del 70% en hombres y del 40% en mujeres, esos datos no se sostienen. Al contrario, los casos son relativamente escasos; un puñado en la inmensidad de la vida social, pero quien más o quien menos ha escuchado alguna historia. No es raro porque una doble vida, al menos desde el punto de vista psicológico, no es más que una mentira; una mentira mórbida, hipertrofiada y desfigurada pero una mentira al fin y al cabo. Esta simple categorización nos da por si sola las claves para entender cómo es posible que alguien acabe teniendo una doble vida.
¿Por qué alguien tiene una doble vida?
La primera pregunta que nos surge es por qué alguien querría tener una doble vida y la respuesta es sencilla. Los seres humanos mentimos cuando la mentira nos ayuda a conseguir nuestros objetivos más fácilmente que la verdad.
Según un par de estudios que he hecho en el salón de casa, tras leer ese párrafo, 2 de cada 7 lectores se levantan de la silla aplaudiendo por el gran hallazgo científico que he expuesto. Sí, soy consciente de que parece una perogrullada, pero antes de que me coronéis como ‘Capitán Obvio» dejadme que me explique. Normalmente no nos tomamos en serio la idea de que la mentira está orientada a objetivos pero esa es la pura y sencilla verdad: mentimos porque es más fácil y más seguro que decir la verdad.
La gente tiene amantes y familias enteras al margen de sus matrimonios oficiales porque es más sencillo (psicológica, financiera y socialmente) eso que dejar a la pareja. No quiere decir que sea fácil, claro. Sólo que es más fácil y seguro para sus objetivos que el resto de las alternativas.
Según los pocos datos que tenemos, las dobles vidas empiezan por accidente, sin querer. Una mentira lleva a la siguiente y esta a otra más hasta que nos encontramos con dos vidas independientes de las que no podemos escapar.
Entonces, debe de ser muy frecuente…
En realidad, no. La mayor parte de las personas apenas miente. En Reino Unido, los estudios muestran que, diariamente, cada ciudadano toca a 1’66 mentiras inocentes y a 0’41 mentiras gordas por cabeza.
Beltrán y Mari se conocieron en la romería de su pueblo y tras un razonable tiempo de cortejo y conocimiento mutuo se casaron. Por la iglesia. Las fotos en blanco y negro son testigos de la felicidad de unos recién casados.
Tras el fastuoso banquete, la tarta de tres pisos, el vino, el champán, el baile y las copas, un taxi llevó a la feliz pareja al hotel, donde les esperaba una botella de cava en la suite reservada para ellos.
No llegaron a abrirla y ella ni siquiera tuvo tiempo de ponerse el camisón blanco con fino encaje que su madre le había regalado para la noche de bodas.
Desinhibido por la gran dosis de alcohol ingerido, Beltrán se abalanzó sobre ella, rompiendo las medias blancas y casi también el delicado vestido nupcial. La desvirgó precipitado y torpemente y ni se di cuenta de la lágrimas de decepción de ella, porque vencido por el sueño plomizo postcoital no pasaron ni cinco minutos antes de que roncara profundamente.
A la mañana siguiente al darse cuenta del horrible error cometido, le hizo el amor con ternura, aunque todavía con torpeza , pero ahora con más delicadeza, y consiguió encender el cuerpo deseoso y tembloroso de su Mari llevándola a un merecido clímax.
Pasaron su luna de miel en Málaga, enamorados y felices, disfrutaban de la cocina andaluza, de la playa y de hacer el amor cuando apetecía.
A la vuelta al pueblo estrenaron piso, pudiendo pagar la hipoteca. Él trabajaba como mecánico, y era buen profesional, en un taller de coches y ella como dependienta en una mercería.
Tenían un bonito hogar, salían con sus amigos los sábados por la noche y casi todos los domingos comieron en casa de los padres de ella o de él.
Con la llegada de los niños se cumplieron sus anhelos de formar una familia, educaron a los hijos con amor y afecto y enseñándoles valorar el deber cotidiano, la responsabilidad y el respecto.
En su vida íntima, al principio descubrieron nuevos placeres, pero con el paso del tiempo el acto sexual se convirtió en una necesidad cada vez menor y las ganas de explorar nuevos campos pertenecieron ya al pasado. Ella se mostraba siempre mucho más dispuesta a los revolcones. Y cuando los niños pasaron la tarde con familiares o amigos, hacían a menudo el amor a plena luz del día en el sofá del salón, y esta sensación del peligro de ser sorprendidos aumentaba la lujuria de Mari, porque lo sentía como algo prohibido.
Con el tercer embarazo ella dejó de trabajar y se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de su familia, la casa y el pequeño huerto. Beltrán tenía ahora su propio taller y la fiel clientela le aseguró unos buenos ingresos.
Todo cambió cuando empezó a preocuparse por su salud porque, de repente, y siempre a última hora por la tarde, sufría un cansancio tan incontrolable que, en cuanto hubo cenado, se fue directamente a la cama quedándose dormido profundamente.
Al principio lo atribuyó al aumento del volumen de trabajo, Mari culpaba la primavera y los niños se quejaron que su padre ya no pasaba tiempo con ellos. El médico no encontró ninguna anomalía en los constantes vitales de su paciente, ni en los análisis de sangre. Le recetó una vitaminas y recomendó ampollas de jalea real.
Y así pasaron unas semanas durante las cuales Beltrán se preocupó porque no se encontraba nada que justificara su abatimiento.
Una noche, de madrugada, le despertaron los gritos de su hija pequeña, llamando desesperadamente a su madre. Beltrán se dio la media vuelta y vio la cama de Mari vacía. Se levantó para calmar a su hija que había tenido una pesadilla. Después revisó todas las habitaciones de la casa, pero no encontró a Mari en ninguna de ellas.
Volvió a acostarse pero no se durmió sino le invadió una sensación extraña y amenazante mientras su mirada pensativa se perdía en el lecho vacío. Se levantó a la hora habitual y escuchó a su mujer trajinando en la cocina.
— ¿Pero dónde estabas, Mari? La peque tuvo una pesadilla y te llamó, y tú no estabas en tu cama ni en ningún otro lugar de la casa!
— Ay Beltrán, a mí me está pasando lo mismo que a ti, sólo que al revés. Me despierto muy temprano y luego no puedo volver a dormir. Pero no te lo he dicho porque ya tienes bastante con lo que preocuparte, aunque hoy me he puesto tan nerviosa que decidí dar un paseo y me fui a la playa. Sentada en la orilla dejé pasar el tiempo, mientras el sonido de las olas me calmaba. He visto un hermoso amanecer antes de volver a casa a prepararos el desayuno. Lo siento, debería haberte dejado una nota.
Pero algo en su mirada furtiva y en sus movimientos apresurados no encajaba, y cuando se acercó a darle un beso de despedida como cada mañana, notó una resistencia casi imperceptible en ella, más que no olía ni a mar ni a playa. Olía a sexo.
«¿A dónde ha ido Mari? Y con quién había estado?»
Tampoco le había pasado desapercibido que últimamente cuidaba más su aspecto, gastando más dinero en peluquería y ropa, incluida la interior, y la creyó cuando dijo que había llegado a una edad en la que una mujer debía cuidarse más.
Pero no era difícil atar cabos. Como si se le cayera una venda de los ojos, comprendió la jugada con una claridad asombrosa.
Su cansancio extremo, dormir profundamente… Al principio no quería creer lo que le susurraba su intuición, pero cuando más vueltas daba, más aumentaba su nerviosismo y la necesidad de confirmar sus temores. Este mismo día, sabiendo que su mujer estaba en la peluquería y los niños en la escuela, fue a casa y rebuscó hasta encontró lo que justificaba sus sospechas. Una cajita blanca de pastillas para dormir en el bolsillo del delantal de Mari.
A Beltrán empezaba hervir la sangre. Sin embargo, esta misma tarde iba a salir de las dudas. Se obligó a mantener la calma.
Consiguió aparentar como siempre cuando llegó a casa. Se duchó y se sentó en la butaca del salón para hojear el periódico cuando Mari, como todos los días, le puso un refresco en la mesita de al lado, antes de volver a la cocina.
Beltrán vertió su bebida sobre las plantas del balcón. Y como había sospechado, aunque en el fondo no quería que fuese así, esa tarde en lugar de somnolencia sintió una clarividencia absoluta. Consciente de las consecuencias que se avecinaban, y con el desamparo, la humillación y la impotencia que sentía, su primer impulso era agarrar a su mujer, zarandearla , tirarla la cajita blanca a la cara y exigirle una explicación.
Pero se contuvo y con la excusa de que necesitaba aire fresco, salió a dar un paseo para tranquilizar sus nervios. Tenía muy claro que su mujer le engañaba, drogándole para verse con un hombre. Pero no tenía pruebas. Reprimió sus impulsos de venganza inmediata, calmó su rabia y empezó fríamente a elaborar una estrategia.
De vuelta a casa, fingió estar muy cansado, cenó temprano y se acostó. Al poco rato ella ocupó su lado en el lecho conyugal. Beltrán esperó lo que le pareció una eternidad, pero entonces escuchó a Mari levantarse con cuidado y luego desaparecer. Al cabo de unas horas se acostó otra vez junto a él y no tardó mucho en quedarse profundamente dormida con un ligero ronquido. «Claro», pensó, «bien follada, el cuerpo pide descanso», y la miró con desprecio y odio.
Al día siguiente, Beltrán se puso en contacto con una agencia de detectives y contrató a un agente para que vigilara todos los movimientos de su mujer durante un periodo de tiempo razonable y reuniera todas las pruebas necesarias para comprobar la infidelidad.
Lo primero que quería saber era quién era el cabrón que se estaba dando placer con el cuerpo de su mujer y que la convencía de drogar a su marido por la noche.
Para su gran sorpresa, el sujeto era un hombre del pueblo, casado y padre de siete hijos. Era poco atractivo y no parecía muy inteligente, pero tenía que ser lo suficientemente seductor para que Mari se enamorara de él y de lo que tenía entre las piernas.
El detective le entregó fotos de la pareja besándose, cogidas de la mano paseando, un video en el que aparecían entrando y saliendo unas horas más tarde de una pensión cutre, conocida para las citas amorosas, comiendo juntos en un restaurante, juntos en el coche de él y en otras situaciones comprometidas. Había reunido suficientes pruebas para que no quedara ninguna duda de que eran amantes.
Beltrán sufrió muchísimo durante todo este tiempo, ya que continuó en su papel de marido cansado, más sintiéndose cornudo e hizo un esfuerzo constante para no estallar en rabia. Además tenía otra jugada pendiente.
Con la ayuda de amigos que tenían experiencia en estos asuntos, realizó transacciones financieras al borde de la ilegalidad (que después pudieron ser revertidas) se endeudó intencionadamente, llegando a tener una economía precaria y con unos ingresos mínimos.
Llegó el día en el que por fin plantó cara a su mujer que no sospechaba nada, la enseño todo el material fotográfico, la reveló como descubrió sus infidelidades, como era testigo de sus escapadas nocturnas y sobre todo como se aguantó para no pegarla un par de ostias y echarla de casa, coger la escopeta y matar al imbécil de su amante. Además tenía ya preparado la demanda de divorcio.
Mari se quedó pálida y nada pudo decir en su propia defensa. Se terminaron las mentiras y engaños. Firmó el divorcio quedándose con la certeza de que el otro iba a dejar a su mujer y sus siete hijos para empezar una nueva vida con ella. Un hecho que nunca se produjo.
El dejó el hogar familiar y ella se quedó al cuidado de los tres hijos. Los ingresos de la manutención y de las pensiones alimenticias de los niños no cubrían más que las necesidades básicas y poder pagar la parte que la correspondía de la hipoteca de la casa, que aún no había sido liquidada. No había más que rascar.
Consiguió un trabajo como limpiadora, envejeció precipitadamente, pero nunca sintió rencor hacía su amante ni se arrepintió de la excitante doble vida que había tenido.
Carlos Taboada y Raquel López.
Mi voto es para ALEXANDER QUINTERO PRIETO por su escrito Todo un caballero.
Enhorabuena.
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Carlos Taboada
Félix Meléndez
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Y Moroña Boscosa
Doble identidad es la consigna
Muchas gracias y suerte
Mi voto: Irene Adler
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Mi voto para el concejal, perdón, para:
Pedro Antonio López Cruz
Mi voto para:
BORJA e IRENE
Mi voto es para:
*EDUARDO VALENZUELA JARA