Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «cuidado, que viene». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 13 de octubre!
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** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
¡CUIDADO, QUE VIENE!
-¡Cuidado, que viene!- avisó Macarena.
En ese mismo instante si hizo el silencio y una figura emergió por el quicio de la puerta.
– ¿Qué sucede aquí, por qué se callaron? – pregunto con voz firme.
El silencio se hizo más notorio, solamente roto por el trinar de un pájaro en el alfeizar de la ventana.
Uno a uno recorrió los rostros que intentaban mirar para otro lado disimulando. Su mirada inquisitiva se paraba unos instantes en cada uno de ellos, intentando descifrar lo que allí acontecía, intentando sonsacar calladamente un atisbo de luz en aquellas faces visiblemente nerviosas.
– Con que esas tenemos ehhh, pienso averiguar lo que está pasando aquí, colaboren o no ustedes – dijo mientras daba media vuelta y se marchaba.
Al tiempo de salir, se oyó un suspiro armonizado de relajación, de descanso mental, mientras Macarena auscultaba inquisitorialmente el pasillo en previsión de que pudiese volver.
Al rato de haberse ido ya estaba otra vez el murmullo generalizado, aunque con la precaución de no levantar la voz más de lo conveniente, casi había estado a punto esta vez…
Y la siguiente…
Y la siguiente…
Y la siguiente…
¡Cuidado, que viene!…
¡Los pillé!
Que pasa con el olor de mi persona .
En un santiamén os cuento.
Aquella mañana a igual muchas otras antes de salir de casa, hice mi aseo personal.
Mas no había llegado a la plaza del barrio,cuando veo venir hacía mi a mi vecina de diez años.
Preocupada me dice. Por favor señora Fiseli no le diga a mi madre que fumo. Su olor corporal me dice «cuidado que viene» pero es el último cigarro que tengo.
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Decidida a no dar notoriedad del olor que desprende mi cuerpo, compre un gel de agua de cascada y, sosa de nube blanca.
Ahora sí, el irme de casa tan perfumada me hacía feliz. Pero sucedió que a dos calles de mi hogar me hallo con una vecina de mi escalera. Tras los saludos pertinentes me dice,» cuidado que viene el camión de la basura, ponte la mascarilla.
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Esto no puede ser me dije a mi misma.Verdad es que con la muerte todo termina. Lo cierto es que yo quiero seguir viviendo y me encantaría que me conociesen por mis obras y no por este…
En estas vueltas de la vida, mi coco no dejaba de cabilar entonces mi cerebro hallo la solución.
Antes que despertase el gallo y este solía cantar a lar tres de la noche ponía los pies en el suelo.
Sigilosa para no alterar la oscuridad, calzaba mis babuchas regalo a mis catorce del genio «Puerta partida». Una vez en el jardín me tiré a la piscina. El agua estaba limpia y brillante pues solían algunas estrellas bañarse en ella. Aún que tan solo verme una luz dijo»cuidado que viene» y todas corríeron hacia el cielo. Ahora si podía vestir mi figura remojada. Pero…, al estar de nuevo en la calle, tuve que apretar el culo. La cena me había dado descomposición y me dije» cuidado que viene».
CUIDADO, QUE VIENE
Sentado al borde del mar, en suma quietud, posaba Gabriel distraídamente la vista sobre el agua que aparecía en calma. Era un día de sol hermoso y radiante. A pocos metros del agua una madre jugueteaba con sus hijos, acercándose a las olas y huyendo cuando estas invadían parte de la playa. Que se mojasen o no siempre se alejaban riendo.
—Que viene, que viene.
También reía Gabriel las peripecias de los niños y hubiera participado con gusto del juego, de no contradecir aquella licencia su gusto por la contemplación, por sondear lo que pudiera suceder en la superficie cambiante del mar, porque él no tenía vocación de buzo.
—Mayday, mayday —gritó marcando en su móvil el 112.
Levantó el teléfono don Ambrosio, un policía local con más de 30 años de servicio y copia fiel del cabo Piris, aquel policía que denunció la existencia de un póster de la dama desnuda en el escaparate de una librería.
—Qué, cómo. Hable en cristiano —respondió don Ambrosio de mal humor al otro lado del teléfono.
—Los rusos. Nos atacan los rusos. Que vienen, que vienen.
—Pero si no hay barcos en el mar ¿dónde los ve usted?
—Deje de preguntar y avise al general.
—En estos momentos hago yo de general. A ver ¿dónde se encuentran los rusos? ¿Han descendido de un helicóptero? ¿No serán unas simples maniobras?
Entonces Gabriel le explicó que acaba de ver unas burbujas blancas como las que habían aparecido en el mar Báltico. Eran ellos, submarinos rusos. Hasta había visto asomar un periscopio.
Don Ambrosio pidió datos de lugar y le contestó que sin tardanza enviaría una patrulla con orden de utilizar fuego real si un ruso asomaba sobre el agua. Y añadió que daría cuenta del hecho a la comandancia.
Crecía el cerco de burbujas. Era una invasión, el ataque en toda regla a una conducción de gas. Se restregó con la mano los ojos. Él no era un visionario. No hacía trampas para lograr tan fácil reconocimiento. Solo había exagerado en la mención del periscopio.
Estaba subiendo la marea y la mamá se había alejado con los niños de la playa. El mar no iba y venía, ya estaba.
Llamó Gabriel a su mujer. Que trajera la cámara fotográfica y la escopeta de caza. Al primer ruso que se acercara a sus dominios le volaría la cabeza. España no era Ucrania, a ver si se enteraban aquellas acémilas.
También Rubino, pescador a tiempo parcial, estaba pendiente de la mancha que emergía en el mar y como había escuchado la conversación, echó su cuarto a espadas.
—Amigo, no son rusos sino fuerzas telúricas.
—Lo sabrá usted.
—A ver. Si no fuera por ellas el mar aparecería completamente plano.
—Plano, plano. ¿No sabe usted que la tierra es redonda?
—¿Y qué? Démonos la vuelta y ya me dirá dónde se ve la redondez.
Y lo hicieron. Y mirando al horizonte de montañas por donde iba cayendo el sol, no advirtieron que las fuerzas telúricas o los rusos habían levantado una gran ola, la cual, pese a los gritos de la mamá de los niños para que abandonaran, les puso como una sopa
—¡Qué, los rusos!
—No, amigo Gabriel, el dios Neptuno.
—¡Ja! Me recuerda usted la fábula de Iriarte sobre si los perros eran galgos o podencos.
—Claro que eran galgos.
—Usted se equivoca. Eran podencos.
Escuchó la absurda disputa uno de los niños y les dijo que podían seguir discutiendo porque él guardaba en su cubo una ballena. E hizo intención de lanzarla al mar.
—¡Uf! Cuidado, cuidado, que viene, que viene —exclamaron ellos a la par.
—¡Serán tontos! Pero si es de juguete.
Primero rozabas tu pierna con la suya, de forma breve al principio, y progresabas lentamente hasta que quedaban pegadas. Entonces era el turno de tu mano: iba abriéndose camino por su pierna, subiendo la temperatura, hasta que la cosa amenazaba con arder, y entonces, cuando tenías el mundo en tus manos, te avisaban de que venía el capullo de la linterna y tenías que recular, y todo se enfriaba y te cagabas en sus muertos. Eso en el mejor de los casos, porque podía ser que ya estuvieras metido en faena cuando sintieras la odiosa luz de la linterna señalándote como un apestado.
Rafa, Juanmi, Dani y yo estábamos de acuerdo: era la hora de la venganza. Había que darle su merecido al implacable acomodador que hacía imposibles nuestros calentones adolescentes. Por eso, aquella noche nos colocamos estratégicamente en asientos de pasillo. Juanmi, que estaba sentado en las primeras filas, empezó a hacer aspavientos, yen cuanto Linterner -así lo habíamos apodado- bajó a ver qué pasaba, todos nos levantamos y lo bombardeamos rabiosamente con globos de agua. Quedó empapado, abochornado, y esa imagen fue la que nos llevamos corriendo mis compinches y yo hasta explotar de risa en la calle. Fue un momento glorioso.
Días más tarde nos enteramos de que Linterner ya no trabajaba en el cine. No supimos si se marchó o lo echaron, pero nos quedó un regusto amargo. Estuvimos dos o tres semanas sin pasar por allí, hasta que un día Dani nos contó que lo había visto trabajando de camarero en una pizzería. Decidimos ir a cenar y allí estaba, atendiendo el solo a todas las mesas. Hicimos nuestro pedido, y si nos reconoció no nos enteramos. Con la de gente que había probablemente ni se dio cuenta. Cuando ya estábamos acabando vimos cómo en otra mesa un calvo la emprendía con Linterner. Que si tardaba mucho. Que si tenía cara de tortuga. Que si ya no volvía más. Linterner se alejó con cara de agobio. Mis amigos y yo nos miramos entre nosotros, y sin mediar palabra comenzamos a llenar los vasos de refresco. Después, cada uno con el suyo, nos levantamos y nos fuimos a por el calvo.
Entró en el vestíbulo de su mansión como una exhalación,mirando frenéticamente a todas partes.
Oía pasos que no provenían ni de la entrada ni de la escalera principal.
Su mente le estaba jugando una mala pasada en su intento por eludir las preguntas que tenía que responder y evitar los rumores difundidos por su ex prometida.
Los veía a derecha e izquierda agazapados en la esquinas, bajo las pesadas alfombras cheverny portando trípodes enormes que inmortalizarían su rostro desencajado y sus plomizas ojeras tras interminables noches de insomnio sin poder relajar sus bíceps en el pádel como acostumbraba cada día.
Visionaba brillos extraños tras las cortinas de lino rústicas dispuestos a dar con su paradero para acallar bocas.
Las ventanas cerradas a cal y canto observando minucioso los coches aparcados de los paparazzi que habían puesto su vida patas arriba.
Se alegró de haber evitado un día más la confrontación con «ellos» que desesperados le buscaban para fulminar su maltrecha reputación.
¿Hasta cuándo debía estar oculto ?
¿Hasta cuando Tamara?
( Parodia absurda de los contenidos que acaparan nuestros medios de comunicación)
Si no es por ná…
―Uy, uy, uy, uy, uy, Leocadia, ¿has visto qué pintas me lleva la nieta de la Ascen? Pa mear y no echar gota, si te digo yo que…, amos, amos, amos…
―Virgen del Amor Hermoso, Pili, ¿dónde vamos a ir a parar? Y eso que la moza mu agraciá no es, que si no ya se vería, ya.
― ¿Y que dice que se va a estudiar fuera, que el pueblo se le ha quedao pequeño? ¿Te lo puedes creer? Cuando en la capital se den por enteraos de que es una mula cerril, hatillo y pa casa, con el rabo entre las piernas. Qué vergüenza pa su madre, que es una santa.
―Bueno, bueno, que tú la miras con cariño, que es tu prima, pero ha sido siempre un poco lagarta la jodía, ¿o me lo vas a negar?, porque…
―Cría fama y échate a dormir. Es cierto que se entrometió en el matrimonio del Paco y la Josefa, pero es que estaba cantao, es bien sabío por tos que la Pepa tenía al marío a pan y agua, y los hombres tienen un necesitar natural y, chica, un aquí te pillo, aquí te mato rápido y santas pascuas. Lo malo fue que se quedó preñá.
―Como su madre, que el Faustino, el de Tinín el viejo, se la trajinó en la era y le hizo un bombo que pa qué las prisas. Lo que pasa, es que fue más lista que su hija, se largó al pueblo de su prima y pasó allí to el tiempo hasta el alumbramiento, que lo sé de mu buenas tintas, que aquí nos conocemos tos, menuda…
―Lo que no sabes y yo te lo voy a contar con todo detalle, que es verdad de la buena, que me parta un rayo si miento, es que el marío de la prima que, por lo visto, iba mu bien servío y tenía pa toas, también se la benefició, y ella no puso ninguna traba, la muy pelandusca.
―Eso es un chisme de viejas, nunca se ha podío demostrar.
―Cuidado, calla, que se acerca. Mmmmmm, con tos los brazos pintarrajeaos, si hasta miedo da…
―Buenos días, señoras, qué a gusto aquí de cháchara, al solecito, despellejando a todo el pueblo, pero en plan bien, ¿eh?
―Jovencita, un respeto a las canas, que te estás volviendo mu deslenguá, leñe. A ver si te enseñan modales en la capital, porque lo que es tus padres, na de na, ¿no te digo la raspa ésta?
―Bueno, marcho, que tengo que hacer las maletas. Cuidado con el sol, que pega fuerte, las mentes se ponen calenturientas y las lenguas se sueltan. Hala, adiós muy buenas, hasta más ver.
―Anda, sí, ve, ve, pero no te lleves muchas mudas, que no las vas a necesitar…
―Felipe, me muero de curiosidad por saber de qué están hablando las cotorras de la Pili y la Leo con la nieta de la Asun. Na bueno, seguro.
―Pues, ¿qué te crees, Julito?, le estarían sacando los higadillos y luego “Hola, guapetona, recuerdos a tu abuela, y dile que me acuerdo mucho de ella y ésta también”, pa no.
―La cosa es que hace años que sus maríos, que están hechos unos vejestorios, no las cubren y se les ha reconcentrao la mala leche.
―Hombre, solo imaginarme al Fulgen en plena acción con la Pili, se me caen los sombrajos.
―Pos no te digo na el Satur con la Leo, que es más fácil saltarla que rodearla, menudas carnes ha echao. Como no tengan una cama de esas grandes de ahora, el Satur ni cabe, como lo oyes.
―Te habrás dao cuenta que esos dos patanes del Felipe y el Julito están hablando de nosotras. No paran de mirarnos, luego cuchichean y se ríen. Esto no se va a quedar así, como que me llamo Leocadia.
―Eso, eso, vamos a ponerles los puntos sobre las íes a esos gañanes, pobres sus mujeres con lo que les ha tocao cargar, ya se tienen ganao el cielo, aaayyy…
―Tampoco te vayas a creer, que ellas no son trigo limpio del to, puras apariencias, pero de eso nos ocupamos más tarde, que tiempo tenemos.
―Cuidado, que vienen, pon cara de tute subastao, a ver con qué nos salen…
― ¿Qué tal, vecinos? Se os ve muy lozanos a pesar de todos los años que tenís ¿No estaríais malhablando de las damas principales de la villa? Muchas miraditas y risitas, me parece a mí.
―Noooo, qué va, estábamos charlando de furgol, de los tiempos de Di Stéfano y Kubala, que esos sí que eran jugadores buenos y cabales, no como los de ahora, que son tos unos mataos.
―En eso estamos de acuerdo, mira si no el Becam ése, cómo lleva to el cuerpo dibujao. Un fantoche es lo que es, pero el parné del pollo, pa mí lo quisiera, a cada uno lo suyo, las cosas como son.
―Pa tatuá la nieta de la Ascen, que menudas ínfulas se gasta. Antes os hemos visto departiendo amigablemente con ella. ¿Es verdad que abandona el pueblo?
―Palabrita del niño Jesús, que me caiga muerta si no es cierto. Pero va lista, si es la más burra de la familia, que ya es decir, a esa la echan de la capital a horcajás y, si no, al tiempo.
―Es que, con esos antepasaos libertinos, cualquier cosa puede pasar, que bastante tiene la muchacha con mirar pal frente…
―Quiá, que muchas hemos pasao por eso y no hemos salido así de faltosas, que no tira puntá sin hilo, menuda lengua de víbora.
―Además, que mira que tiene una cara desafortuná, que cuesta de mirarla…
―Cuidado, cuidado que se acerca…
―Hola, guapetona, que aquí las señoras nos han ilustrao sobre tu escapada a la gran ciudad. Ánimo, que tú vales mucho, y deja bien alto el pabellón del pueblo, que no se diga.
―Sigan, sigan, por mí que no sea, pueden destriparme a boca llena, que no volveremos a vernos. Con Dios.
―Encima de bruta y fea, descará y desagradecía. Ay, señor, qué tiempos nos ha tocao vivir, mi cuerpo pide tierra.
―Amén.
―Qué cruz.
―Así estamos.
―Mira, el párroco…
―Si yo os contara…
―Ya estás empezando…
―Cuidado y chitón, que viene, luego os doy cuenta.
―Si no hay otra cosa…
―No, si no es por ná, por darle un rato a la sinhueso.
―Claro, claro…
EN JULIO
En pleno mes de julio, sobre las doce de la mañana, y en torno a unos treinta y muchos grados, Ana observa por la ventana de la cocina el posible movimiento de algún coche aparcando tras el ralo seto de arizónicas, mientras Leo, en la parte de atrás, limpia concienzudamente la piscina, arrastrando con paciencia el limpia-fondos por las esquinas.
A pleno sol, se ha ajustado un par de veces la gorra blanca de los Chicago Bulls, tratando de airear el sudado cuero cabelludo que pretendió rapar la semana anterior. ¡Maldita semana! «¿Cómo narices iba a encontrar la peluquería abierta a las diez de la noche?», se dijo, utilizando los dedos como cerdas para abrir el lacio pelo hacia atrás. En una de esas, observó un escalón con algo de suciedad y hasta allí llevó pesadamente el mango telescópico. Cuando posó el limpia, se miró un tanto la barriga, sosteniendo con una mano el mango. Inhaló y exhaló varias veces, percatándose de un tamaño inapropiado que hinchaba y deshinchaba el ombligo. «¡Joder!, y encima vienen estos a comer», se dijo, dándose palmaditas en la barriga. Se bajó un tanto el bañador, y se rascó una serie de estrías que habían aparecido por la goma apretada, ciñéndose a unos cuantos kilos de más. Además, ¡daba la impresión que levantaba la carne hacia arriba! «¡Joder! Me tendré que poner el bañador más grande. ¿Dónde cojones lo habré dejado?», se preguntó, pasándose la mano por la frente sudada. A continuación, siguió con la tarea.
Ana, desde la cocina, enviaba unos mensajes. Al apretar la tecla de envío, recibía inmediatamente la respuesta. «¿Cómo es posible que la otra persona pueda interpretar mis escuetos mensajes y, en parte, un tanto indescriptibles?», se preguntó, recordando la vez que le dijo a sus sobrinas pequeñas que escribían las letras como signos taquigráficos, hasta que ellas la miraron como si fuera una mujer del paleolítico —desde entonces, se empeñó en capar suficientemente las palabras como para poder conectarse con cualquier persona de este mundo. «¡Qué bien me llevo con Bea! No así con su marido… ¿No debería preguntarle por dónde van? ¿Cuánto les queda? ¿Qué les parecerá la nueva casa? Mmm, ¿y si me tomo un helado? No sé…», se pregunta, mirando la puerta del congelador. Se lleva una mano a la tripa y se acaricia la flacidez, dándose un masaje circular. «¿Y si me pongo el bikini blanco? A Leo le gusta que se me transparenten los pezones, pero con el marido de esta…» A continuación, levanta los pechos hacia arriba y trata de erguirlos, buscando en ellos una ingrávida postura. Arquea la espalda desde las lumbares, y termina por llevarse las manos a las tetas, apretándoselas. «Mmmm, todavía están duras», se dice.
Cuando Ana salió de la casa para comprobar el trabajo de Leo, este ya había recogido los enseres de limpieza para depositarlos tras una pequeña caseta. Se miraron por un instante. «Todo bien», se dijeron. Él se fue hacia el interior de la casa, y ella observó que todo funcionaba como debía: un buen par de chorros se proyectaban desde el primer escalón, moviendo la superficie del agua; ni una sola hoja, hormiga ni bicho cualquiera flotaba, y el transparente fondo, impoluto, dejaría ver el tamaño de un pelo natural o teñido. Leo abrió el frigorífico, le dio un único trago a la lata de cerveza y, cuando se fue a girar en busca del bañador más grande, leyó el mensaje en el móvil de Ana. «Ya estamos aquí!!!!!!!!!», escribieron. «¡Joder!», chilló Leo, que se acercó al otro lado de la casa.
Desde el salón, abrió la ventana que daba a la piscina y le dijo a Ana —que se acababa de dar la vuelta por el ruido: «¡Cuidado, que vienen!», ladró, como si los invitados pudieran abrir la puerta exterior, como si fueran a dirigirse directamente a la piscina y, el otro tipo, el baboso, ¡pudiera ver a Ana en pelotas probando con los dedos de un pie la temperatura del agua cristalina! Por si acaso, por si tal vez pudiera suceder eso o cualquier otra cosa, ella volvió a colocarse el par de prendas.
Ya me lo advertía el dolor de rodilla, leve, pero presente. También me lo comentaron las primeras canas. Las manchas del rostro no hacen otra cosa que recordármelo cada vez que me miro al espejo. ¿Y los demás? Los demás también me lo dicen, aunque no muevan los labios. Me lo dicen cuando miro sus pliegues, sus pieles vacías de cabello, sus miradas caídas…
“¡Cuidado, que viene! ¡Y es imposible pararla!”
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Nadie se salva. Cuidado, que viene… Sigilosa y en la mayor oscuridad de la humanidad, se esconde con sus garras afiladas buscando una vida para poderla arrebatar. La muerte nos acecha y nadie sabe cuándo le tocará, sólo sabemos que algún día nos tocará. Llamará a nuestra puerta para quitarnos nuestras almas y esconderlas en el más allá. Allende, en el horizonte. Donde nuestra vista pierde la perspectiva, tras las montañas, en alta mar, en otro lugar, más lejano, más místico, más misterioso. Será el principio o será el final.
Cuidado, que viene, se aproxima, noto su presencia en cada rincón. No podemos escapar. Lo único cierto en esta vida es que llega la muerte. Pero la vida no se detiene, otras generaciones vienen y se labran su futuro, a sabiendas que a ellos también les llegará el momento de zarpar a aquel lugar.
Cuidado, que viene, la luz cada vez es más intensa y te dejas atrapar por esa paz y esa tranquilidad que te da el no pensar. Te relajas, pero de repente te entra el pánico, el miedo a lo desconocido, la incertidumbre de cómo será. Tu corazón cada vez late más fuerte y ella se aleja pero sabes que volverá…
Cuidado, que viene sin previo aviso. No la viste venir. Era muy joven. Todavía es pronto para que hablen bien de mí.
Cuidado, que viene…
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
SANTA CLOTILDE, PATRONA DE LOS HIPOCONDRÍACOS
—¿Juan de Dios Santos Iglesias? Pase usted…
Tras algo más de media hora de lenta espera, el paciente, nunca mejor dicho, obedeció al llamamiento, levantando con lentitud el culo de la incómoda silla de plástico y encaminando sus pasos hacia la puerta de la consulta nueve.
«Clotilde Grijänder. Médico de familia», rezaba el cartel.
Cerró la puerta y tomó asiento frente a su doctora de toda la vida, una mujer de grandes dimensiones, de ascendencia nórdica, sueca para más señas, ojos azules y ansias de jubilación, que pareció ignorarle por completo mientras se ajustaba las gafas de cerca al tiempo que mantenía su enconada lucha diaria con las nuevas tecnologías, un camino por el que sin duda no había sido llamada y que cada día le quedaba más grande. Acostumbrada a sus tiempos de máquina de escribir, sus enormes y carnosos dedos aporreaban con denodado ímpetu las teclas del ordenador, sin calcular la fuerza del impacto, como si se encontrara frente a una antigua Remington de los años cincuenta. Debido a tal entusiasmo en la escritura, cada mes requería de un teclado nuevo, lo que amenazaba con convertirse en un serio problema para las arcas de la Seguridad Social.
Una vez terminó de escribir lo que fuese que estaba escribiendo, dio media vuelta a su silla giratoria y procedió a incorporarse hacia delante, desparramando su enorme y generoso pecho sobre la mesa y desplazando el lapicero casi al filo. Una vez se sintió cómoda, cruzó los brazos y comenzó con el ritual:
—Pues usted dirá… ¿Qué le trae hoy por aquí? Ayer ya descartamos la tuberculosis, la malaria y la fiebre tifoidea. Paperas tampoco tiene. Ni tosferina, ni sarampión, ni tifus, ni tétanos… Eso sí, imaginación toda la del mundo. Cada día viene con una cancioncilla nueva. Juan de Dios, le tengo dicho que deje de mirar en Internet, que a este paso le vamos a dar un repaso completo a todo el Vademécum. ¿Hay algo que usted no tenga?
Juan de Dios era un habitual de la sanidad. Su más que respetable edad y el hecho de disponer de todo el tiempo del mundo le animaban a hacer prácticamente una visita diaria a su centro de salud. Desde que su nieta le había instalado en el móvil la aplicación Salud responde, ¿Qué médico le corresponde?, había visto el cielo abierto. Su agenda sanitaria era un festival.
—Pues mire usted, doña Clotilde. Vengo a que me mire lo de la fimosis.
—¿Fimosis? ¿Está usted seguro? ¿Y ahora se ha dado cuenta, a sus ochenta y dos años?
—Pues eso, hasta ahora nadie me ha dicho nada, creo que por prudencia. Yo sabía que algo había, pero lo vas dejando, lo vas dejando…
—A ver, desnúdese ahí detrás, de barriga para abajo, y túmbese en la camilla, que vamos a proceder con la exploración pertinente.
Juan de Dios, perplejo y un poco avergonzado, se pertrechó detrás de un biombo con más años que aquel centro de salud, cuya tela un día fue blanca pero ahora presentaba un color amarillento tirando a ocre. El caballero necesitaba tomarse su tiempo. Mientras, la oronda doctora aguardaba pacientemente, repiqueteando con los dedos sobre la mesa.
—¡Ya está! —sonó una débil vocecilla detrás del biombo.
Doña Clotilde resopló mientras se enfundaba los guantes de látex, pensando que aquello no estaba pagado. Finalmente, se aproximó con cautela, temerosa de lo que podría encontrar y haciendo de tripas corazón, procedió a examinar aquel miembro vetusto y decaído, por aquí y por allá, a derecha e izquierda. Retrajo la piel del prepucio repetidas veces para realizar la comprobación mecánica del órgano en cuestión y finalmente emitió su diagnóstico:
—Mi querido Juan de Dios…esto está perfecto. Yo no veo nada anormal. Lo que sí le voy a comentar es que el aliento le canta por bulerías. ¿No será halitosis lo que usted dice que tiene?
—Pues eso, halitosis. Es lo que le he dicho ¿no? No entiendo a qué viene ahora examinarme el pizarrín.
—Ya… claro, está usted todo el día mirando en Internet y las dos cosas suenan tan parecido ¿verdad? Fimosis… halitosis…Cualquier día me quita usted el puesto. Ande, ande… vístase que por hoy ya hemos visto bastante. Le voy a recetar unas pastillas para que se las tome con cada comida.
—Por cierto, doña Clotilde. Hablando de pastillas. Respecto a las que me recetó ayer… el primer litro de agua, bien. Pero doce litros me parecen una exageración para unas simples píldoras.
—¡Ay, señor! Encima sordo. Le dije que se las tomara con “dos deditos de agua”, no con doce litros de agua.
El pobre paciente, una vez vestido y repuesto de la vergüenza, recogió la receta y se despidió de la facultativa:
—Pues nada, doña Clotilde. Hasta mañana si Dios quiere.
La doctora Grijänder volvió a resoplar una vez más, con los ojos en blanco mirando al techo. Cada día tenía más claro que tenía que haberse dedicado a la huerta, a cultivar melones y tomates como siempre le decía su padre.
—Señor, jubílame ya o llévame pronto, lo que antes suceda. Esto no está pagado, de verdad… esto no está pagado —pensó para sus adentros.
Antes de continuar, sacó la petaquita de whisky que guardaba en el cajón de abajo, la de los días difíciles. Dio un pequeño trago, lo saboreó, roscó el tapón, la guardó, suspiró de nuevo y llamó al siguiente de la lista, preguntándose qué nueva sorpresa estaba a punto de cruzar por la puerta.
SON SONIA
MI ESTILO Y YO
Cuidado, que viene, con la pluma afilada, este genio artístico.
Lo mío no es el genio artístico que da para una capilla sixtina, no; mi genio artístico sale a relucir cuando hay alguien a quien poner en su lugar por meterse con el mío.
Mi primera reacción, cuando leí su oferta, fue soltar una carcajada; sí, me provocó una buena risa verlo sobrado de confianza.
Primero te echan vaselina y, después, intentan metértela doblada. Admira tanto mis escritos que se ofreció como corrector de estilo. ¡¡¡Corrector de estilo!!! Manda ovarios…
Mira, niño bonito, llevo quince años diciéndoles a mis alumnos que defiendan su estilo propio a capa y espada y que no duden en mandar a paseo a personas como tú que, por no tener estilo propio, quieren cargarse el de los demás.
Mi estilo es mi estilo y lo amo con sus defectos incluidos. Esa soy yo. No busco aparentar ser lo que no soy, tampoco voy de experta en la materia. Yo escribo con el alma para conectar con otras almas a las que se la suda una supuesta perfección y les importa más el contenido que el continente. Pero, para más inri, estoy convencida de que mi estilo no es ningún horror ni tan siquiera como continente.
Admiro a bastantes escritores pero no quiero ser como ninguno de ellos porque también me admiro a mí, con mi bendito estilo, ese que Dios me dio para poder partirse de risa conmigo. Y te digo más… soy mi escritora favorita.
Mi estilo no tiene ningún problema. El problema lo tienes tú por no ser capaz de escribir como yo de tan políticamente correcto que lo quieres todo. Así se bloquean tantos artistas al pretender hacer su arte al gusto de los demás y no al suyo propio. Pero, a mi genio artístico, la sistematización y los estereotipos se la traen floja.
La diferencia entre tú y yo es que… yo tengo estilo y arte hasta mandando a la mierda. Ya te avisé que me sobraba personalidad y el que avisa no es traidor.
Atentamente,
Mi estilo y yo.
NOTA: Mi respeto absoluto a los profesionales del tema. La persona a la que va dedicado el texto no es profesional del sector. Cierto que “Corrector de estilo” no me parece la mejor denominación para una asistencia que sí se le hace necesaria a quien la contrata. Ummm… “Asistente de estilo” me suena mejor.
JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA
TOMA DE RIESGOS.
La línea que marca la diferencia entre la infancia y la adolescencia es, la toma de riesgos. Una vez que empiezas no puedes parar de hacerlo: aprobar con el mínimo esfuerzo, llegar media hora más tarde, subir la graduación de lo que bebes, probar lo que todos prueban, dejar de tener cuidado con todo…En mi caso a todo eso le añadí, empezar a volver a casa por el lugar más siniestro, ese por el que ninguna chica decente debería hacerlo jamás y además hacerlo con todo el nivel de provocación que mis curvas me podían permitir, señalando mi paso con el ruido de mis tacones en la calzada y abrigándome el pecho con la desnudez de mis brazos.
Siempre sola y cada vez más noctámbula, vuelvo por el margen izquierdo del río seco encerrado entre muros de cemento, esquivando a las sombras y a los gatos, esperando algo nuevo y deseando ver el peligro de cerca. Allá a lo lejos veo las altas farolas de mi avenida, pero no siento la necesidad de darme prisa.
La primera vez, la noche lo ocultaba hasta que lo tuve de frente en la otra orilla, a unos 4 metros de mis ojos. Olía a sexo y depravación, me miraba con instinto asesino y su cuerpo se tensaba hacía mí llevando encima el color negro del que hace el mal en silencio, su sonrisa rebosaba lujuria y tenía hambre de lo que yo únicamente podía darle. He de reconocer que al final me alegré de tenerle al otro lado del río y de las altas alambradas que limitaban cada orilla.
Aun así, cada noche, voy por el mismo sitio y continuamente tomo el riesgo de seguir viéndolo anclado con el largo de sus musculosos brazos y agitándose cada vez con más rabia. Me ha sorprendido que hoy no esté y que en su lugar hayan aparecido dos huecos en la alambrada, cómo si alguien las hubiera mordido de forma salvaje y hubiese cruzado el cauce dando brazadas en el vacío.
Allá a lo lejos están las altas farolas de mi Avenida, sin embargo decido arriesgarme y seguir caminando.
RAQUEL LÓPEZ
¡Hola! ¿Hay alguien ahí, esto está muy oscuro?
Llevo adaptándome durante unos meses a mi nueva casa, pero sé que algún día tendré que abandonarla .¡ Con lo a gusto que se está aquí!
Ya casi no tengo espacio, cada vez estoy creciendo más y más, a veces, doy patadas a las paredes para que sepan que aún sigo aquí dentro y estoy bien.
Mis padres tienen problemas conmigo, les oigo discutir como locos porque no tienen claro que nombre ponerme. Se compraron un libro donde vienen más de mil nombres y van apuntando los que más les gustan. Creo que están perdiendo la cabeza porque siguen sin ponerse de acuerdo y al final terminan en el punto de partida, sin saber cuál escoger.
Mi madre es muy guapa, se apuntó a clases de danza del vientre y hay veces que ocurren unas sacudidas en su barriga que me hacen perder la noción del espacio y otras, sin embargo, me lo paso genial, parezco estar en una noria gira que te gira.
Mi padre es un tío genial pero a veces se pone nervioso, hoy me eché la mano a la cabeza y sentí unos filamentos, supongo que son los pelos que me están saliendo como tiene mi papá, bueno, él ya casi los está perdiendo, pero seguro que no tendrá envidia de mi y le gustare.
Me estoy volviendo muy sensible a los ruidos y eso me hace enfadar..¡ Papa por favor baja el televisor!
Reconozco la voz de mi madre, siempre tiene algo bonito que decirme: cariño, amor, tesoro….
Se acerca la hora y tengo que salir, toda la familia está deseando verme…¿ Y ahora, que pasa?
¡ No, no me agarres, suéltame por favor, con lo bien que se está en casa, si no me sueltas juro que lloraré y gritaré fuerte!.
¡ Cuidado que viene!- anuncia la matrona.
¡ Buah, buaaaah! ¡ Os lo advertí…!
¡ Ay q a gusto se está en los brazos de mamá….!
ROSA ROSANA
LA FLOR DEL TILO
Tranquilamente llega el otoño,
el frío ya está más cerca
y se caen las hojas muertas.
El árbol se queda desnudo,
dosificando sus fuerzas,
preparándose para dormir
dentro de su corteza.
Llegan los vientos que acechan
escondidos en el bosque,
en algún lugar esperan.
Traerán con ellos el invierno
y el frío y la nieve los cubrirá.
¡Cómo un manto blanco!
¡Cómo una sábana para su tálamo!
Abrigado por la escarcha y el rocío
con la humedad de la niebla
apagando toda luz del estío.
Pasarán los días pasarán
y él permanecerá dormido
con su manto blanco recogido
hasta que la primavera lo quiera despertar.
Serán días tristes,
sin sábados ni domingos.
Parecerá muerto,
y estará tan solo dormido.
La Tierra escuchará su tenue latido.
¡Cómo una madre que siente a su hijo!
Hasta su más mínimo suspiro.
Velará por él durante el otoño
cuando de todas sus hojas este desprovisto.
Recogiendo cada una de sus ropas
que a sus pies fue dejando el Tilo.
Descompondrá cada una de ellas
preparando alimento para su hijo.
¡Todo lo aprovecha La Madre Tierra!
Cómo madre sabía y hechicera,
con cada hoja que su hijo deja,
hará un compost, una mezcla,
una sopa de letras,
un caldo de hierbabuena.
Alimento para las lombrices
que airean la tierra.
¡Todo se aprovecha!
El Tilo necesitará fuerzas
cuando llegue la primavera.
Con sus hojas nuevas
en forma de corazón
dará vida a las flores que crezcan,
blancas y amarillas.
Con ellas prepara el té la abuela,
después de ponerlas al sol.
¡Cuándo ya estén secas!
Las guardará en un frasco escondido,
escondido del sol.
Pues este,
ya cumplió su cometido.
En una alacena a la sombra
estarán las flores del Tilo
esperando a la noche.
Mecidas por la mano de la abuela
tres o cuatro flores
en agua bien caliente
pondrá la abuela por las noches
dentro de un puchero o en un pote.
Unos minutos serán suficientes
para que jueguen en el agua las flores,
desprendiendo todos sus aromas,
desprendiendo todos sus sabores.
La abuela verá flotar las flores,
como si en el agua se mecieran
como si anunciaran
que hoy, dormirás a pierna suelta.
Colará la receta con tanta delicadeza
que observarla será cosa buena.
Ese líquido obtenido verterá en un pocillo
endulzándolo con amor infinito.
Preparando un hechizo.
¡Esta noche dormirás tranquilo!
Entre La Madre Tierra, la Abuela y el Tilo.
Duerme mi niño
que yo también quiero dormir contigo.
Méceme abuela en tus brazos, llévame contigo
a donde nacen las flores del Tilo,
donde duermen los niños, quiero irme contigo.
Ser de nuevo tierra que alimente al Tilo,
nacer en sus flores en algún sitio.
Muchos años ha vivido el Tilo,
él también quiere volver contigo.
¡Cuidado, que ya viene!
Le dijo la abuela al oído
y él se sintió tranquilo.
Sintió que llegaba el otoño,
sintió que llegaba el frío.
Sintió en sus párpados un peso infinito.
Todos los cuidados
que su abuela le había prodigado
hoy eran sueños benditos.
¡Cuidado, que viene!
La abuela con su pocillo.
Le decía, a los monstruos el niño.
Se sentía cuidado,
se sentía protegido.
Velaban por él
la Madre Tierra, la Abuela y el Tilo.
CONCE JARA
El oficio de Ariel era el último escalón de la justicia. Transformaba en hierro la sentencia de la toga, escrita con impolutas manos y con cuidado de no llenar de tinta las puñetas de la manga.
Antes de trabajar de verdugo, Ariel fue minero, pero al cerrar la mina y con cuatro hijos a los que quitar el hambre, no le quedó más remedio que agarrar el “garrote vil” para que su familia sobreviviera. Se convirtió en un experto en reventar al reo con su pericia, tanto que se le consideraba un ejemplo entre los verdugos a las órdenes del Ministerio de Justicia.
Cuando Ariel hacía su trabajo, mentía a los carceleros diciendo que no le llegaba para pagarse una pensión en el lugar donde le tocaba desarrollar su oficio, y aunque ganaba bien, treinta duros al mes, más cincuenta pesetas por ejecución, estos se apiadaban y le dejaban pasar la noche en un camastro de madera, a veces en la celda contigua a la del hombre que a la mañana siguiente tendría que matar. Pero antes de ocupar sus aposentos pasaba la tarde en un burdel, se emborrachaba y así dormía plácidamente a pesar de la incomodidad del catre y de los lamentos del reo. Tras su labor, regresaba a su casa con sus remordimientos a cuestas, por lo que iba a misa diaria con su mujer, que nunca sospechó de los devaneos de su marido.
Cuando Ariel descansaba le gustaba pasear por su barrio, y cuando algunos vecinos le veían venir, éstos se cruzaban de calle susurrando un “cuidado que viene”, aunque a otros les gustaba escuchar los entresijos de su empleo.
Si alguien le increpaba por su trabajo, Ariel, que se había convertido en todo un fanfarrón, repetía:
—Yo no soy el que mata, es la Ley, y lo que gano vale igual que lo de cualquiera. Si hago mi trabajo es porque alguien tiene que hacerlo, ¿o vais a ser vosotros los que metáis pan en mi estómago?
El Gobierno le permitía trabajar de incognito y el garrote no lo tenía en propiedad ya que debía devolverlo cuando dejase su puesto vacante, por lo que mientras lo guardaba en casa, en una maleta de hierro con cinta de hebilla, bajo su cama, para que no lo viesen sus hijos.
Dentro de la maleta, además del garrote, llevaba una cuerda de cáñamo, el sayón con el que cubría el rostro del reo y una libreta donde, con sumo cuidado, apuntaba los detalles de sus trabajos: el nombre del condenado, el delito, la prisión donde lo ejecutó, si éste manchó el pantalón, fue educado, se revolvió, confesó… Le gustaba ojear el cuaderno, como si aquello se tratara de batallas vencidas o enemigos aniquilados.
Por indicación de Ariel, aquella mañana los carceleros hicieron ingerir al condenado una gran cantidad de coñac y moscatel, así él trabajaría tranquilo. El reo entró en el patio de la prisión acompañado de un cortejo de guardias y curas hasta el lugar que ocupaba el «garrote vil» y Ariel, este último en estado resacoso. También presentes estaban los familiares de las víctimas y las gentes del lugar, para así aplacar las ansias de venganza por los actos del delincuente.
El verdugo comenzó a arremangarse y dijo a los guardias que sentaban al reo:
—¡Venga! Qué esto se termina rápido.
Ariel le ató a la silla con fuerza, frente a la expectación de todos los presentes, pero al ir a colocarle el collar de hierro se dio cuenta de que tenía el cuello tan hinchado que no le cogía bien. Nunca le había ocurrido algo así. Él que era un maestro en su oficio, por primera vez dudaba en como hacer su trabajo. Pero no se achantó. Con todo su nervio apretó la argolla al cuello del condenado hasta casi ahogarlo. Después se colocó tras él y empezó a girar el tornillo que atravesaba el collar. Normalmente, con su maestría, a los tres cuartos de vuelta la muerte aparecía instantánea, pero en esta ocasión no asomaba. Entonces le dio cuatro cuartos de vuelta, cinco…, y aun así no moría, sino que el criminal resolló y lanzó un insulto a los presentes.
Los curas se santiguaban ante el espectáculo lento y doloroso de agonía, que se alargó durante más de veinte minutos, hasta que, por fin, el reo murió estrangulado.
Ariel fue increpado y despedido del lugar a pedradas por los asistentes, e incluso los curas presentes exigieron hablar con el director de la cárcel para que lo echaran de su puesto.
Tras recoger su maletín Ariel abandonó la prisión y al adentrarse en el pueblo una turba de gente empezó a perseguirle, por lo que el verdugo corrió agarrando con todas sus fuerzas su preciado maletín hasta que llegó a la estación del tren, donde consiguió escabullirse hasta colarse en un vagón de tercera.
Ya en el tren, sentía el dolor de los guijarrazos, vio que aún tenía las manos llenas de virutas del hierro del garrote, la camisa ensangrentada, sudada y el olor a muerte en el abrigo. Y es que a veces el perfume del sentenciado podía olerle a fruta podrida, si sacaba la lengua al morir; otras a mierda, si se le fue el vientre de miedo; o, como en esta ocasión, apestaba simplemente, ya que según pensaba Ariel, llegó a increparle hasta el propio alma del reo.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
En los meses de verano yo lo pasaba mal, venía el hojalatero al pueblo. Esos días qué pasaba en el pueblo eran un infierno para mi.
Andaba por el pueblo, tan negro, tan arrugado, qué me daba un miedo espantoso.
Con sus sacos, qué se lleva a los niños en ellos.
Mi madre tampoco ayudaba mucho.
Qué viene el hojalatero, pórtate bien.
Mis amigos del barrio tampoco ayudaban, ellos también tenían miedo al hojalatero.
Cuidado, qué viene el hojalatero.
GUILLERMO ARQUILLOS
UNA VUELTA POR EL HOGAR
Abrió los ojos y miró al techo. Sentía el mismo sobresalto que se tiene después de un mal sueño, nada más. Entonces echó un vistazo a derecha e izquierda. Le encantaba estar en la bañera, tumbada, con la mente en blanco. «¿Para qué ponerme en marcha? No voy a hacer nada importante dando vueltas por el piso y, de todas formas, no pasará mucho tiempo antes de que esto esté lleno de extraños», pensó.
Tardó en decidirse, pero se convenció de que, aunque fuera con tristeza, debía dar una vuelta por su hogar para ver cómo había quedado. Salió de la bañera y se dijo: «Voy a ponerlo todo perdido, pero ¿qué más me da? Alguien lo limpiará. Desde luego, yo no. Lo de estar siempre fregoteando se ha acabado».
Sin ninguna prisa, caminó por el pasillo, porque no quería escurrirse y caerse y, muy despacio, fue a la cocina. No había usado la toalla, por lo que iba dejando un rastro mojado por el parqué.
Una vez allí, abrió la nevera para ver si podía picar algo, aunque no tenía hambre en absoluto, y se encontró con que estaba estropeada. No sabía cuánto tiempo llevaría así ni se acordaba de que no funcionara. Entonces se dio cuenta de que había muchas cosas que no recordaba. ¿Cuánto tiempo llevaba en la bañera? ¿Dónde había ido Alfredo?… Le pareció que todo era un poco extraño, pero aquella sensación no la preocupó en absoluto.
Decidió que tenía que mirar en el salón a ver cómo estaba todo, antes de la invasión de extraños que se avecinaba. Entró, se sentó en el sofá, en medio de las manchas, y sonrió un instante. «Esto está hecho un asco. En algún momento, alguien tendrá que cambiar las tapicerías», se dijo. Se estiró la falda un poco, para sentirse más cómoda. Tanto la blusa como la falda estaban empapadas.
En el descansillo empezaron a oírse ruidos de pasos y conversaciones. Tenían que ser cuatro o cinco personas como mínimo y era seguro que luego vendrían muchas más.
«¡Cuidado, que viene la policía!», se dijo.
Se levantó deprisa, ya no le importaba ir con precaución o no, recorrió de nuevo el pasillo, fue al cuarto de baño y se metió otra vez en la bañera, que estaba hecha una porquería con tanta sangre.
La policía científica determinó que el asesinato de la mujer había tenido lugar en el salón, mientras estaba sentada en el sofá. Parecía que había sido por sorpresa, porque no había heridas defensivas.
El cadáver estaba en la bañera chorreando coágulos de sangre. Tenía clavado en el pecho un cuchillo de gran tamaño y, por el momento, el único sospechoso era Alfredo, el marido.
Se dictó orden de busca y captura contra él.
MARÍA LORETO ARGANDOÑA
Advertencia,
Jamás la primavera pidió permiso,
Ni a las flores
Ni a los amantes
Ni a las alérgicas narices.
Llega estrepitosamente
desnudando hombros,
alargando los días,
desparramando tu aroma
en cada noche estrellada.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
¡QUITA DE AHÍ EL BISTURÍ!
«Aquí estoy, de mirón. Desde luego, a mí no me pillan en otra; si lo llego a saber, de qué me presento voluntario. Como en la mili, Armando, que pareces gilipollas, los espontáneos a Las Ventas, ¡joder!
¡Hala, el bazo! ¿Pero adónde va este con el bazo? ¡Que no es ahí, coño! ¡Madre mía, qué despelote!
No, si la culpa es mía, por ir de tío guay, progre y cultureta: que si la contribución a los avances científicos por aquí, el sentimiento de solidaridad con el resto de la humanidad por allá, la grandeza de la comunión universal, por acullá… todo memeces, al final llega media docena de esgarramantas y monta este chandrío. Pa matarlos.
¡Ahí va, pero qué hace esa! ¡A tomar pol saco la vesícula! ¡Venga, alegría, que no decaiga!
Yo pensaba que esto era otra cosa, más serio y controlado, con método, no sé si me entiendes, y alguien experimentado, conocedor, con galones, vaya, que supiera de qué va la cosa, a los mandos de la nave, y no este desbarajuste.
¡Cuida, cuida, para, eso no, coño! ¡Pero qué mal te hacían a ti, so cabestro, las gónadas ahí, que era su sitio! Sí, los conguitos, las almendras, los huevos, para que me entiendas, ¡zoquete!
Para que luego digan que el mundo académico es disciplinado, solvente y eficaz. Dentro de un par de años, estos asilvestrados estarán por ahí, en algún ambulatorio, recetando orfidal a los abuelos, haciéndole placas de contraste a los desgraciados que caigan en sus manos o, todavía peor, bisturí en ristre, desmochando mondongos por esos quirófanos de dios. ¡La madre que los parió! Y yo aquí, como un pasmarote, de miranda, sin poder remangarles unas buenas leches, para ver si les quitaba la tontería. Si llego a saberlo, ¡de qué!»
–¡Oído, peña, cuidado que viene Sarasola! Y trae cara de haber comido clavos para desayunar. Ya verás cuando se encuentre el cuadro que hemos montado.
–¡Qué cuadro ni qué gaitas! Estamos en clase de anatomía, es su cátedra y tenía que haber estado aquí hace una hora larga. Total, solo hemos empezado a desguazar a este, que ya ni siente ni padece, a nuestro aire. Tampoco es para tanto.
«¿Tampoco es para tanto, cabroncete engreído? Ahora ya no tiene remedio, he pagado la novatada; pero lo que es a mí, si va en serio eso de la reencarnación, en una próxima vida no me volvéis a pillar ni de coña, pandilla de chapuceros. Que os den. Y me voy de una puñetera vez hacia la luz, que aquí hace un frío del carajo.»
EDUARDO VALENZUELA JARA
En la academia te preparan para muchas cosas, pero nunca imaginé vivir esto. Fue como despertar dentro de una pesadilla.
En medio de la misión mi nave se había averiado, perdí totalmente los controles del estabilizador espacio-temporal y tuve que eyectar de emergencia. Así fue como, de golpe y porrazo, me encontré perdido en aquel planeta selvático desconocido. Aun no lograba librarme del arnés cuando un enorme rugido estalló en mi flanco derecho. Era una enorme criatura peluda, tres veces más alta que yo, y corría hacia mí con sus fauces babeantes listas para devorarme. Antes de alcanzar a reaccionar, sentí que varias manos me jalaron, tirándome al suelo y arrastrándome hacia la vegetación más densa. Desde el piso vi como el monstruo desvió repentinamente su atención y se alejó corriendo. Solo entonces pude reparar en quienes me habían salvado.
―¿Se encuentra bien, capitán?
Eran unos extraterrestres de piel verdosa y rasgos mutantes. Hablaban mi lengua y conocían mi rango.
―Sí. Me encuentro bien. Les estoy muy agradecido… Pero, por favor, díganme ¿en qué planeta me encuentro? ¿Ustedes conocen el comando…?
―Capitán, por favor síganos.
Los seres no contestaron ninguna más de mis preguntas, simplemente me llevaron hasta una colosal instalación sintética. En el camino aproveché de chequear ―en silencio y con disimulo― el estado de mis armas; ¡ninguna funcionaba! No dejé que los extraterrestres lo advirtieran.
De pronto, nos hallamos ante una gigantesca puerta que se abrió suavemente. Una voz conocida me invitó:
―¡Adelante, capitán! ¡Sea bienvenido!
Para mi sorpresa, era otro piloto del comando quien me invitaba a pasar. Entré para encontrarme con la escena más extraña que haya visto jamás. El piloto se hallaba rodeado de las más raras criaturas. Apenas y pude reconocer a unas cuantas del catálogo interestelar. Las había con forma humana, otras con forma de animales y un par con forma de vegetales. Todas parecían amistosas y hablaban mi lengua a la perfección. Entonces, cuando me disponía a solicitar un informe al piloto, el suelo comenzó a temblar. Todos se quedaron atentos viendo algo que estaba a mi espalda. “¡Rex!”, pronunciaron al unísono. Me giré y lo vi. Era un gran dinosaurio verde que se aproximaba corriendo. Sus pesadas patas estremecían el piso. De pronto, sus fauces se abrieron para gritar:
―¡Woody, Buzz, muchachos! Cuidado, que viene Andy! ―Alcanzó a decir y todos caímos al piso desplomados.
Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí.
EFRAÍN DÍAZ
Advertencia: los errores ortográficos fueron escritos a propósito. Así hablan nuestros jíbaros campesinos en Puerto Rico, del cual soy producto y orgullosamente llevo su herencia en mi sangre.
Miró hacia el cielo y lo vio límpido, azul celeste, sin una sola mota blanca que lo manchara o brindara algo de sombra. El sol, endemoniadamente candente, le quemaba la piel.
Luego miró el árbol de aguacates. Cada año daba sus frutos, pero ese año estaba forrado y no era casualidad. Más de cuarenta aguacates pendían de sus ramas como bolas en árbol de navidad y eso no era un buen augurio.
Por último, miró su siembra. La tala que con mucho esfuerzo y sacrificio, con el sudor de su frente y el dolor de su entumecido cuerpo había desarrollado. Más de mil matas de plátanos se erguían simétricamente como soldados en formación. También miró su siembra de café, de igual tamaño y otros frutos menores que había sembrado en la finca.
Corría el mes de septiembre del año 1928 y no existía la tecnología. No existía ni el Servicio Nacional de Metereología ni el Centro Nacional de Huracanes. Los campesinos de Puerto Rico, jíbaros aguzaos, sabían leer la madre naturaleza, que madre al fin, mandaba señales. Nada en la naturaleza sucede por casualidad. Saber leerla era la diferencia entre una cosecha exitosa y una ruinosa. Era la diferencia entre comer o pasar hambre. Habían aprendido la importancia de leer la luna y a sembrar con ella según sus fases. Si la siembra era de frutos, sembraban en cuarto creciente. En cambio, los tubérculos los sembraban en cuarto menguante y solo podaban en luna llena. Podar en otra fase lunar arruinaría la cosecha.
Entonces Joaquín, machete al cinto, miró a su nieto y secándose la frente con un viejo pañuelo le dijo:
-jay questal pendiente mijo. Jay que tenel cuidao, que porahí viene, porahí viene un juracán.
-como lo sabes, abuelo.
-jay mijo. La esperiencia. En el campo es vital aprendel a leel las señales de la naturaleza. Si no aprendes, te lleva el diablo, mijo.
-y que señales da, abuelo?
-puej mijo, vej ese palo de aguacatej?Cuando el palo da muchos, como ese, ej que viene un juracán. Y sabes que se acelca polque el cielo ejtá azulito. Sin una sola nube.
-y por qué no hay nubes, abuelo?
-polque loj vientos del juracán que viene laj espanta. El palo lleno de aguacatej y segundo día sin nubes, con el cielo limpiao, es que viene un juracán fuelte.
-cuan fuerte, abuelo?
-eso no lo se todavía, mijo. Pa’ eso jay que esperal. Loj animalej en el establo avisan. Se van a impaciental, a inquietal. Si no se ponen tan inquietoj, es una tolmenta liviana. Si se ponen muy inquietoj dentro del establo, es que viene grande y fuelte. Cuando se inquiten, jay que soltalos del establo. Ellos se van monte adentro y se protegen solitos. Si sobreviven, regresarán. No se pueden dejal encerraos en el establo polque se matan ahí dentro pol el desejpero. Cuando empiecen a inquitalse, estamos a dos días de que llegue el juracán.
-y que vamos a hacer, abuelo?
-soltal loj animales.
-y con la siembra?
-salval lo que se pueda mijo. Lo que no se pueda, puej ni modo, se va a jodel con el juracán.
Entonces Joaquín, jíbaro aguzao, que sabía leer la naturaleza y que sabía de lo que ésta era capaz, sacó una lima del bolsillo trasero del pantalón y amoló su machete. Cogió la carretilla y junto a su nieto, fueron a cortar aquellos racimos de plátanos que ya estaban listos. Fueron a salvar lo que se pudiera.
Al día siguiente, los caballos y los chivos comenzaron a inquietarse en los establos. La impaciencia fue creciendo hasta que intentaron romper la puerta.
Ya Joaquín sabía que el huracán que venía era grande, fuerte y poderoso. Con su impaciencia y comportamiento, los animales se lo habían revelado. Les abrió las puertas y éstos corrieron despavoridos al monte. Entonces Joaquín se sentó en una banqueta solo, sin que nadie lo viera y llevándose las manos al rostro, comenzó a llorar. Otra cosecha arruinada. Su familia pasaría hambre. La misma naturaleza que le daba comida, se la arrebataba sin que nada pudiera él hacer. Lo abrumaba la impotencia. Así no se puede salir de pobre, pensó.
Al día siguiente, el 13 de septiembre de 1928, el huracán San Felipe, categoría 5, destrozó a Puerto Rico. Sus vientos sostenidos de 147 millas por hora no dejaron cosecha alguna en pie. Las casas de los jíbaros, chozas mal construidas de madera y techadas en paja o en el mejor de los casos, en zinc y piso de polvoriento suelo raso, no resistieron el embate. Se vinieron abajo. 312 muertos fue el saldo final y 50 millones de dólares en pérdidas, que al valor actual significaría $805,786,127.00.
La choza de Joaquín se vino abajo. No resistió la embestida. La siembra de plátanos se asemejaba a un campo de soldados muertos luego de un cruento combate. Ni una sola quedó en pie.
Con la siembra no había nada que hacer. Lo apremiante era reconstruir la choza. Tendrían que dormir a la intemperie mientras tanto. Al día siguiente del huracán, regresaron los animales. Solo faltó un chivo, del cual nunca más se supo.
Joaquín, cuan Sísifo y su pesada piedra, repetía el ciclo. Reconstruir la choza, acondicionar el suelo y volver a sembrar según las fases lunares, con la esperanza de que el próximo año la naturaleza se apiadara y no les enviara un huracán. Con la esperanza de poder recoger la cosecha.
EL FARO
“In crescendo”
Como un gel tibio, cayendo en la empinada ladera que voy subiendo.
Burbujas que crecen.
Ahí viene… ¡El deseo!
Y Como puedo..Desgarbada; descartando las bolsas viejas llenas de hilachas sucias, los bolsos de los demás que me han colgado al hombro, algunos paquetes nuevos que acumulo sin necesidad; trato de estar ligera.
Que se vea mi sonrisa, los ojos que brillan , lo dinámico del paso.
Necesito verme así como florecida, para que me vea y me toque en la caída pausada, como una varita generosa golpee y sea hoy el día de mi suerte.
Para que nos encontremos en un punto, en el espacio inquieto y toda esas ganas se coman mi tediosa tarde.
Lo veo venir con sus cinco letras, tres vocales y dos consonantes, vestido con campera azul y su olor a trabajo.
Y no sé si tiene tatuado mi nombre, pero camina como esperando chocarme en esta vereda gris de rutinas diarias.
Y se llena de fe mi vestido negro, y se columpian los brazos, y es la magia de las piernas la que me salva, todo tiene la vibración de las campanillas de fiesta.
Sube mi alma
Y baja su nombre..
Ahí viene..
Ese deseo que hará que me levante enamorada; mañana por la mañana.
ARITZ SANCHO MAURI
Después de 19 años me llegó el momento de cumplír la promesa que le hice a mi difunto padre.
Mi amigo de la infancia Peio y yo, nos desplazabamos en autobus hacia el punto G, con un batiburrillo de emociones en la pocima que mezclaban la adrenalina y el miedo.
Íbamos con pintas de extranjeros. En la mochila teniamos la ropa tradicional de batalla para esta ultratrail personal.
Pantalones blancos, el pañuelo, faja y txapela colorado como manda la tradición.
Durante el viaje conversamos sobre la doble moralidad de este tema tan peliagudo y llegamos a la conclusión de como cualquier tipo de fanatismo extremista que se llega a convertir en una religión no puede traer nada bueno.
A las 23:00 llegamos al hostal Txiki entre txarangas y comparsas, donde nos atendió Kontxi tan amablemente que me hizo ruborizarme:
Kontxi:-¡Pero que chicos mas guapos! ¿Seguro que no os vais a achantar en el último momento?
Yo-Vengo a cumplir con el compromiso más importante de mi vida y mi amigo inseparable viene al bombardeo.
Peio:-Vengo a dar de fe de ello como su amigo inseparable.
Kontxi:- Si tenéis hambre puedo prepararos algo para comer. Os doy la 115 es una cama de matrimonio pero no creo que tengáis problema.
Que tengáis una buena estancia y descanséis.
Los dos:- Muchas gracias por todo Kontxi.
Nos levantamos temprano y nos pusimos el uniforme de campaña, esto es una guerra individual que cada uno ldía on uno mismo.
Paramos en un bar para tomarnos una tila y algo ligero para calmar nuestros nervios que van paulatinamente en aumento.
Se acercan las 8:00 rezamos tres veces a Fermín y llevamos bien fuerte agarrado el periódico, igual de enrollado que nuestras entrañas.
Ya han abierto la puerta, ahora es todo o nada comenzamos a correr mientras se acercan los mihuras, me da un calibre en el gemelo izquierdo.
-¡Vamos corre hostia que viene!
Todo el mundo empieza a empujar como si no hubiera un mañana.
De repente atravieso un portal para resguardarme y me teletransporto a otro momento similar en cuanto a experiencia.
Al principio me encuentro confuso por el lugar en el que estoy ya que hay bastante humo y todo es difuso.
Me presentó entre bambalinas y con la guitarra colgada por mi añeja correa de cuero. Esta es la mía.
Respiro profundamente para calmar al demonio que llevo dentro, me excita el hecho de pensar que después de tanto tiempo practicando ,tenga esta oportunidad con su alta dodis de sustancias químicas incontrolables que me hacen sentirme superpoderoso.
Nada puede salir mal, lo tengo todo dominado.
Chupito de rigor con todos los integrantes del grupo y un fuerte mucha mierda.
Menudo subidón ya vamos al escenario.
De camino al escenario va recorriendo mi sangre esa extraña sensación que tanto necesitaba.
Vamos a hacer un poquito de ruido.
GLORIA ALBADALEJO
Marta, miraba a ese ser monstruoso incapaz de reaccionar. Entonces, como si estuviese sumergida en un extraño sueño, comenzó a hacerse preguntas en su interior. ¿Cómo podía ser posible, que eso se hubiese colado en su casa?, si estaba todo cerrado y por las rejas de las ventanas, era imposible que entrara. Sus padres y hermano, ¿a dónde estaban?, ¿se los había comido esa bestia, tal vez?, no podía ser eso, no había ningún rastro de sangre. Pensó que a lo mejor se los había tragado, como hacen las serpientes. Su cabeza, se llenó de preguntas y esta comenzaba a molestarle de nuevo.
– Tienes que huir de él, o si no, te matará, como hizo conmigo.
Esa voz resonaba muy claro en su delicado tímpano. Entonces Marta, se frotó los ojos con fuerza, algo no iba bien. Al abrirlos de nuevo, primero veía borroso por la fricción y después, no vio nada. Esa cosa ya no estaba en frente de ella, a no ser que se hubiese ido a otro lugar de la casa, pero no escuchaba sus rugidos, ni nada anormal. La aparición de ese animal repugnante, esas voces y otras experiencias extrañas, le estaban dando muchos quebraderos de cabeza y no comprendía nada. En ese momento, pensó de nuevo en su familia, tal vez, si todo había sido una especie de sueño, estarían en sus habitaciones durmiendo y ahí no había pasado nada. Al mirar en ellas, se quedó muy decepcionada, no estaban en casa. La habían dejado sola y era muy temprano para haber ido a ningún sitio. Marta seguía sin entender y se puso muy nerviosa, más todavía. Maldijo ese momento que no hubiese ningún teléfono para poder llamarles. A la niña, todavía no le habían dejado tener un dispositivo móvil, muy pequeña para ello, decían sus padres. Le dio mucha rabia, así no habría manera de poder comunicarse con ellos y estaba muy preocupada. Miró el reloj y no eran ni siquiera las siete y media. ¿a dónde podrían estar a esas horas?, se preguntaba una y otra vez. Otra cosa que le pareció extraña, fue que las habitaciones de todos, parecían muy desordenadas, cosas tiradas por el suelo, como si hubiese habido un ataque. Recordó al animal monstruoso y no quiso pensar en lo que, a lo mejor, podía haber sucedido. No pudo hacer otra cosa que derrumbarse en una silla y comenzar a llorar desesperadamente. Entonces, volvió a escuchar los gruñidos de la bestia que parecía estar algo lejanos a ella y de ese lugar, apareció su hermanito que iba bostezando y estirándose por el camino hacia su hermana.
-Raúl, ¿eres tú?, ¿eres tú mí hermanito querido?
El niño, todavía con los ojitos pegados, la miraba sin entender demasiado.
-Pues claro, quién si no. ¿Por qué lloras?
-No, no, es que…, ¿y papá y mamá?…
No dijo nada más, fue directa a su cuarto y ellos, esta vez, estaban en su cama durmiendo.
-Fue un sueño, un sueño, pero…, yo estaba despierta.
-Marta tengo hambre, ¿me haces un cola cao?
-Si, claro, vamos a desayunar.
La alegría de Marta, se le reflejaba en el rostro. En esos momentos, se sentía la chica más feliz del mundo.
Lo primero que les dijo a sus padres cuando se levantaron de la cama, es que, para su cumple, quería un móvil y que lo necesitaba. Los padres de Marta, no la reconocían, la veían muy feliz, contenta y no sabían porque, pero ellos al verla así, también se sentían felices y, además, le prometieron, que, para su cumpleaños, caería ese móvil.
-Si, es que cuando llamo a mis amigos, hago el ridículo llamando con vuestro teléfono. Ellos ya tienen uno.
El resto del día fue muy normal, sin obstáculos, ni fenómenos extraños, pero eso no duró mucho.
Marta, ya más tranquila, quedó con sus amigos como cada mañana, para ir al bosque encantado. Se llevó a su hermano, pero esta vez le prohibió llevarse la pelota. No se fiaba, todavía no sabía que era lo que ocurrió la otra vez, cuándo su hermano se perdió, nadie lo encontraba y después resulto ser una supuesta pesadilla, o producto de su imaginación. Últimamente, esta le sobraba, parecía ser. Estas vacaciones parecían ser un tanto extrañas, pero Marta, intentaba olvidar lo sucedido, pensando solo en las cosas bonitas que iban a pasar con sus amigos. De momento, solo sucedería algo negativo nada más encontrarse con la pandilla.
Su amiga Sara le comentó que Alicia había tenido un percance, algo relacionado con una pierna y que estaría un tiempo sin poder salir con ellos, pero resulta que Luis les dijo, que Ángel, tampoco podría ir con ellos porque le había atropellado una moto y estaba en el hospital con algo roto. Ambos no se habían enterado bien lo que pasaba con los amigos, pero la cuestión es que serían menos, de momento.
Marta, Raúl, Sara y Luis, conversaron largo y tendido hasta que la voz extraña, le envolvió el cerebro de nuevo a Marta. Esa vez era más profunda y terrorífica y a la vez, las imágenes fluían en su cabeza como si se tratase de una película. Se tuvo que apartar de los demás, dijo que se tenía que sentar en una roca, con palabras entrecortadas. Los demás chicos, seguían hablando entre ellos, explicando lo de sus amigos y no se percataron que, a Marta, le ocurría algo.
Vio perfectamente como una chica, había caído por un precipicio a una altura considerable y estaba a punto de caer a más altura todavía. Estaba inconsciente y esta de repente se despertó y comenzó a hablarle. Sus ojos como órbitas, parecían asustados, tenía el rostro ensangrentado y casi le costaba respirar. Le dijo con un tono muy débil y una respiración profunda, que ya llegaba la bestia, a la vez que subía su brazo muy lentamente e indicaba algo que estaba llegando a donde ella estaba. Todo eso lo vio perfectamente y después, se esfumó. Después Marta reaccionó y volvió en sí. Parecía como si hubiese estado comunicándose con esa mujer telepáticamente. No sabía quién era, pero sí que le estaba advirtiendo de que eso iba también a por ella, o a por todos.
-Vámonos de aquí. -Le dijo de repente a los demás.
-Pero qué…, -intentó preguntar Sara.
-Ya está aquí, viene a por nosotros. -Los demás no entendían nada.
-Si, me lo ha dicho ella, esa mujer que está ahí abajo. -Y señaló un precipicio.
-Aquí ocurrió. Ella murió y me ha dicho que aquí está la bestia. ¡Tenemos que huir!
Los demás chicos se miraban entre ellos, diciéndose con la mirada que su amiga estaba loca.
De repente, los árboles comenzaron a agitarse entre ellos y unas nubes muy negras y espesas, chocaron hasta reaccionar, provocando una gran tormenta. El sonido de esta, se mezclaba con otro ruido desconocido, parecido a un enorme gruñido de un animal salvaje que se acercaba hacia ellos violentamente, mientras la voz le resonaba en su interior diciéndole -cuidado, que viene-
ANNERIS GARCÍA
-Hola cariño, estoy a punto de entrar a una reunión, te llamo luego
-NOO, no puedo esperar ya puedes ir cogiendo un taxi y ven a por mí AHORA, ¡ay!
– ¿Miriam? ¿Miriam, que pasa? – Esto tiene que ser una broma, ahora encima me salta el buzón, ¿Qué le pasa? Pues nada le dejaré un mensaje – Mirian cariño, no te entiendo no sé qué me has querido decir, estoy entrando en una reunión, en cuanto salga te llamo, un beso.
David estaba muy nervioso, tenía la reunión seguramente más importante de todo el año con esos clientes extranjeros que tan buen negocio prometían. Él era el encargado de hacer la presentación, llevaba más de 6 meses trabajando en aquél proyecto y hoy por fin tenía la oportunidad de poder cerrar un ventajoso trato. Ya estaba todo preparado, los clientes llevaban 2 minutos esperando, les habían servido sus cafés como él les había pedido a los camareros y era el momento de hacer acto de presencia.
Justo antes de entrar le sonó un mensaje, seguro que sería su mujer otra vez con alguno de sus antojos, el embarazo iba a acabar con su relación, siempre le apetecía algo exótico para cenar y cuando llegaba a casa la cena, (porque claro, tenía los pies muy hinchados para meterlos en sus tacones e ir a cenar fuera) ya no le apetecía, o de repente le daba asco y a David le tocaba cenar doble y en la cocina con la ventana abierta para que no oliera aquello, ella cenaba queso fresco y algo de fruta. ¡Ay el embarazo! ¿Y que venía después? ¡después! ¿después?
¡No puede ser! ¿ahora? ¿sería verdad? ¿estaba de parto? ¿Ahora? Empezó a sudar frío, no se podía mover, se había quedado clavado en el mismo sitio, levantó la vista y vio desde dentro del despacho la cara de su jefe, parecía que le salía humo por las orejas, le estaba haciendo gestos y le decía algo, C0MO-NO-ENTRES-YA-ESTÁS-DES-PE-DI-DO
David, reaccionó, se dio la vuelta y le dio el puntero laser al camarero, le dijo, entra ahí y le das esto al señor Ramírez, dile que voy a ser PAPÁ.
Salió corriendo del edificio, llevaba el móvil en la mano y en lo que bajaba de la planta 17 por el ascensor pidió un UBER – le acababa de saltar el mensaje, su conductor ya estaba en la puerta. Abrió la puerta trasera y de un salto se coló en el coche.
– ¿David? Buenos días señor, ¿Quiere agua?
– ¡no tengo tiempo, corra, voy a ser papá, es urgente!
– Bien señor, lo entiendo, pero hay mucho tráfico, llegaremos en 20 minutos
– ¿20 minutos? No puede ser, en 20 minutos igual ya es tarde – volvió a llamar a Miriam – que bien, otra vez el contestador, finalizó la llamada y vio que el conductor no se movía –¡Venga, a qué espera!, busque la manera de ir más rápido, puede atajar por la V21, seguro que no tiene mucho tráfico a esta hora. ¿Vamos?
– Sí señor, el conductor aceleró y tomó el camino que le indicó David, iba tan rápido como podía, pero aquella carretera, cierto que no tenía tráfico, pero era muy empinada y con unas curvas muy cerradas.
– ¡Cuidado, que viene un autobús! – ¡uf! ¡qué cerca ha pasado!, oiga, tengo prisa, pero quiero llegar de una pieza eh.
– Al final llegaron en la mitad de tiempo.
– David salió corriendo del coche y se detuvo a media carrera, había dejado la puerta abierta y le dijo al conductor que le esperara que era una emergencia, le tendría que llevar al hospital.
Llegó al portal y estaba el ascensor ocupado, llamó varias veces, pero nada, decidió subir por las escaleras. Jadeando, después de subir de dos en dos los escalones hasta la cuarta planta, abrió la puerta de su casa y se encontró a Miriam sacando una infusión del microondas, del susto casi se le cae la taza.
– ¡David! No entres así, menudo susto, ¿Qué quieres que tenga al niño aquí?
– ¿Pero?, ¿no estabas de parto?
– No leíste el mensaje ¿no?
– ¿Mensaje? ¿Qué mensaje?
– Pues el que te dejé respondiéndote al tuyo, menuda cara de loco que traes, ¿ya terminaste la reunión?
David sin saber cómo, había abierto el mensaje y lo estaba leyendo atónito: “falsa alarma, que tengas suerte en tu aburrida reunión”
Fuera, sonaba el claxon de algún coche.
JAVIER GARCÍA HOYOS
Cuidado, que vienen las esperanzas, y se pueden romper.
Cuidado, que viene el invierno, y se puede enfriar nuestro corazón.
Cuidado, que vienen las estrellas al anochecer, y si se acercan demasiado nos cegarán.
Cuidado, que vienen los monstruos, y descubrir que somos nosotros mismos.
Cuidado, que viene el profesor, y enseñarnos la ignorancia.
Cuidado, que vienen los héroes a los que admiramos, y podrían decepcionarnos.
Cuidado, porque viene quien nos avisa de todos estos peligros, y puede que consiga hacernos desconfiar hasta del aire que respiramos, del agua que bebemos y del amor que sentimos.
Porque las esperanzas están para correr riesgos, el invierno para buscar el calor de quien nos ama, las estrellas para guiarnos en la oscuridad, los monstruos para aprender a superar el miedo, la ignorancia para ser humildes y abandonarla, y los heroes… los heroes debemos ser nosotros.
MAR SHA
CUIDADO QUE VIENE.. LA TRISTEZA
Le toco venirse corriendo cuando empezaron las primeras
gotas de lluvia, no podía más del cansancio ni de la tristeza que traía en el
alma Siempre jugó a hacer fuerte y ahora no puede ni debe, ahora su cuerpo
no se lo permite. este ese instante en que la tristeza viene y se instala dentro de su ser
con amargos recuerdos de antaño, aunque afuera ya estuviera pasando la lluvia, se veía el arcoíris
en su interior seguía nublado y gris, no sabía qué hacer cuando gotas de agua se
convertían en lágrimas y caían deslizándose en su cara a su mente llegan recuerdos de la
perdida del ser amado, de los desastres naturales por los cuales ha perdido parte de la familia. con una risa nerviosa se acercó a la ventana a mirar el paisaje, a los árboles, a ver si lograba quitar esa tristeza tan profunda que se vino tan de repente. aquella tristeza era como aquel fantasma que se acurruca debajo de la blusa ahí instalado esperando al silencio, el cual es su mejor compañero para llevar a cabo su macabro plan el cual es llevarse la alegría, esperanza y fe del ser humano.
Le decían Yeremy la encontraron dormida en su casa 5 días después. La tristeza no la dejo en paz, termino por arrebatarle su preciada vida.
CARLOS RODRÍGUEZ
VEINTE AÑOS, QUE NO SON NADA.
Estaba allí sentado, tal como lo había hecho cada viernes desde hacía ya unos años, con mi mente en blanco y la mirada perdida en el negro abismo de una taza de café. Probablemente mil ideas habrían pasado por mi cabeza en todas aquellas tardes, pero esta vez era distinto, una extraña sensación me había acompañado durante todo el día, y parecía que mi mente se negase a realizar esa tarea básica de pensar… con lo difícil que era callarla cada vez que me sentaba meditar y hoy se había callado sin más.
Durante todo el día había tenido la sensación de que algo iba a suceder, y esta inquietud había ido en aumento a medida que las horas corrían en el reloj, aunque nada fuera de lo habitual había ocurrido durante la jornada laboral.
De repente sucedió, el sonido de unos zapatos bajando la escalera que daba acceso a aquel viejo café me sacaron de la abstracción en que estaba y me hizo levantar la mirada, aunque dudo mucho que realmente fuera el sonido de sus pisadas, pues este era ocultado por la música que sonaba en el local.
No eran mis ojos los únicos que contemplaban la escena, como espectadores ante la gran pantalla de un cine esperando el desenlace de la escena clave de la película. Unos zapatos de tacón alto, negros y brillantes como el azabache, marcaban el inicio de unas largas piernas perfectamente torneadas y envueltas en unas medias de fantasía también negras.
Bajaba lentamente la escalera, como si fuese consciente de que todas las miradas estaban puestas en ella y se recrearse en mantener el misterio y la incertidumbre de quien estaría al final de aquellas dos esculturales columnas, haciendo una breve parada en cada uno de los peldaños. Mientras tanto sujetaba con delicadeza un ajustado vestido de raso verde esmeralda, como tratando de impedir que la pronunciada abertura lateral dejase ver sus músculos.
No, no exagero si os digo que aquellas piernas parecían no tener fin, pero sí lo tenían… y que fin…
Un peldaño más y aquel cuerpo de guitarra perfectamente recortado y delineado por la suave tela del vestido comenzó a dejarse ver. Atentos estaban mis ojos ansiosos por descubrir el resto a medida que se sucedían los escalones.
Os aseguro que aquel escultural cuerpo no fue lo que más me impresionó, un par de peldaños más tarde mi mirada se clavaba en aquellos ojos de color miel, haciendo brevísimas escapadas a lo largo de una larga y ondulada melena negra.
Se detuvo en el pequeño rellano que a dos peldaños del final de la escalera permitiría escudriñar el local, cosa que hizo con la misma calma con la que había bajado hasta allí.
El local estaba lleno, no quedaba ni una sola mesa libre, y si aquella hermosa mujer había quedado de verse allí con alguien, este no había llegado.
Su mirada se detuvo al llegar a donde yo me encontraba, una pequeña mesa para dos en una esquina del local, semi tapada por una columna de madera delicadamente tallada.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando ella retomó el movimiento y sin razón alguna se dirigió hacia mí.
Yo era el único que estaba solo en el local, por eso siempre me sentaba en aquel recogido rincón
Al llegar a la altura de mi mesa se detuvo, -¿Podría compartir mesa contigo? Si es que no esperas a nadie, el local está a tope y parece que no hay ningún otro sitio libre-.
En aquel momento mi sangre pareció helarse, mi garganta se secó de tal manera que me fue difícil articular palabra. A duras penas pude pronunciar un tímido “sí, por supuesto” , seguido de un torpe gesto con la mano señalando la silla vacía.
-No sabes cuánto te lo agradezco, estos zapatos me están matando y necesito refugiarme en algún sitio.
Aquellas palabras encendieron todas mis alarmas, ahora que estaba a poco más de un metro de mi podía ver mucho mejor aquellos hermosos ojos, pero un velo de miedo enturbiaba su brillo.
En pocos segundos teníamos a nuestro lado a la camarera lista para tomar nota.
-A mí ponme otro café, por favor- Dije como queriendo romper la tensión que se había quedado en el aire.
-Yo no tomaré nada, me iré enseguida- dijo ella, como buscando una escusa para no consumir.
Un interminable silencio se mantuvo entre nosotros durante unos segundos, yo no quería incomodarla preguntando por aquel miedo evidente, preferí darle tiempo a calmarse un poco, y entonces ella lo rompió de forma contundente.
-Perdona, que mal educada soy, mi nombre es María, y te juro que esto no lo he hecho nunca- me dijo mientras bajaba su mirada a la mesa. -la verdad es que no sabía dónde meterme, y ahora mismo estoy muy avergonzada por haber roto tu tranquilidad.
-No te preocupes, no has roto nada ¡al menos que yo haya visto!
Una sonrisa pareció escapar de sus labios, pero algo parecía inquietarla sobremanera, se la notaba en tensión, como si estuviera huyendo de algo o más bien de alguien, y esto, en cierto modo, sí me preocupaba, lo que menos quería era verme envuelto un problema fuese de la índole que fuese. Pero solamente había una forma de averiguar qué estaba sucediendo, pero… ¿como preguntar por esa delicada situación a alguien que acabas de conocer? Afortunadamente no fue necesario, ella misma me explicaba una historia que parecía sacada de una serie televisiva.
Ella hacía cerca de dos años que iniciara su relación con un chico del barrio, se conocían casi de toda la vida, pero nada había surgido hasta que coincidieron en la boda de su amiga Candela, resulta que Alfonso, que así se llamaba el individuo en cuestión, era amigo del que ese día se convertía en marido de Candela.
Su relación había ido muy bien hasta hacía apenas tres meses, sin saber cómo ni porqué él había comenzado a comportarse como un auténtico celópata, acusándola continuamente de estar coqueteando con toda aquel que estuviera a menos de diez metros de ella.
Esa noche todo se había ido de madre, habían ido a una fiesta de antiguos alumnos del instituto donde ambos habían estudiado, y como era lógico ella había saludado a aquellos compañeros de aula a quienes hacia años que no veía. Alfonso parecía haberse vuelto loco, y en varias ocasiones la había apartado de aquellos con quienes se encontraba conversando de no muy buenas maneras.
La agresividad de Alfonso había ido en aumento y María se había asustado demasiado como para quedarse a esperar que pasaba. Sin ni tan siquiera recoger su bolso y su abrigo del guardarropa, había salido corriendo de aquel local y encaminado sus pasos calle abajo. El miedo a que él la siguiese la había empujado a buscar refugio en el café donde yo me encontraba.
El haber dejado atrás su bolso la había dejado también sin dinero, por eso no había pedido nada a la camarera, aunque sin duda le vendría muy bien algo que calmarse un poco sus nervios.
Alcé mi mano haciendo un gesto a la camarera, que acudió a la mesa y tomó nota de una nueva comanda, y en un nada estaba de vuelta con otro café y una infusión de tila.
Todavía no sé cómo sucedió, pero la siguiente escena ya no era de culebrón, pero como la realidad siempre supera a la ficción, dimos el salto a la serie policiaca más típica.
Los ojos de María se abrieron como platos, reflejando nuevamente aquel miedo que minutos antes me había relatado, sus temblorosas manos se aferraron a mi brazo como náufrago al tablón del que depende su vida.
-Es él, por favor… que no me vea – balbuceo aterrada.
Gire mi vista hacia las escaleras y… allí estaba, plantado cual poste de la luz, con su cerca de metro noventa y un fornido cuerpo fruto, sin duda, de muchas horas de gimnasio.
Desde donde él se había parado la columna de madera le impedía ver a María con claridad, pero esto duró muy poco, como si supiese a ciencia cierta que ella se encontraba en el local continuo entrando.
-¡¡¡Cuidado, viene hacia aquí!!!- exclamó temblorosa y aterrada.
Todavía no sé qué pasó por mi cabeza en ese breve instante, pero mi reacción fue totalmente impulsiva, y probablemente de lo más irracional que se podía haber hecho después de ver como se acercaba aquella mole de músculos que, con el primer guantazo, podría mandarme al hospital.
Sobre el respaldo de mi silla descansaba mi inseparable cazadora de tela tejana, que sin saber como descolgué rápidamente con mi mano izquierda, mientras la deslizaba sobre los hombros de María en un intento de ocultar su vestido y su cuerpo.
Al mismo tiempo, mi mano derecha se colaba bajo su pelo a la altura de la nuca, atrayendo hacia mí su cabeza en un rápido movimiento, que fue continuado por un beso en los labios.
En la posición que habían quedado nuestras cabezas, su rostro quedaba totalmente oculto a la vista de aquel energúmeno, que pasó de largo, dando una vuelta rápido al establecimiento y encarando nuevamente sus pasos hacia la calle.
Cuando vi que había abandonado el local, libere la cabeza de María… -perdona el atrevimiento, pero no se me ocurrió otra forma de ocultarte a plena vista-.
Durante unos segundos María permaneció en silencio, inmóvil. Mientras tanto me prepare para recibir la mayor bofetada de la historia, sin duda era lo que haría… ¿cómo me había atrevido a besarla sin su permiso? Y más acabando de conocerla. Aquellos segundos me parecieron eternos.
De repente María reaccionó, se abrazó fuertemente a mí y tras susurrar en mi oído un simple gracias- posó suavemente sus labios sobre los míos, nuestros ojos se cerraron y ambos perdimos la noción del tiempo que duró aquel beso, esta vez por ambos consentido, entregándonos sin reparo, sin miedo.
Un par de horas más tarde ambos abandonamos aquel viejo café, ella cobijada bajo mi vieja cazadora, yo cobijado en su abrazo.
Juntos volvimos al local del que ella había salido huyendo, no fue necesario pasar hasta la fiesta, el guardarropa estaba junto a la entrada, recuperamos su abrigo, su bolso… y su libertad.
Aquel fue el primer día de nuestras vidas, ella nacía a una vida sin miedo, yo … yo lo hacía a un amor de sueño, de cuento de hadas….
Pero esta historia no terminó allí, allí fue donde empezó, y allí… a ese viejo café, es al que regresamos cada tarde tomados de la mano para sentarnos en la misma mesa, tras la misma columna, para que la misma camarera nos atienda, y mientras nos miramos volvamos a repetir aquel “cuidado que viene “ y volver a fundirnos en un interminable beso que dura ya veinte años… veinte años, que no son nada.
YOLILLANA RELATOS
Bueno, para el tema de la semana. Me ha costado muchísimo y no me termina de convencer. Acepto todo tipo de críticas, que para aprender estamos…
¡Cuidado que viene!
Eran amigos desde el jardín de infancia, acababan de cumplir treinta y dos años, y Pablo seguía con la misma broma.
A Mario siempre le había encantado el humor de su amigo, y la mayoría de las veces hacía como que caía en la broma, pero obviamente ya no era tan ingenuo. Le daba igual. Escuchar su risa y saber que a pesar de los años mantenían el humor y se seguían escuchando reír, no tenía precio.
Este fin de semana, como tantos otros durante su infancia, habían planeado pasarlo en casa de Pepe, el abuelo de Pablo. En una pequeña casa de campo que éste tenía en las afueras, con árboles frutales, una huerta y algunos animales.
Cuando eran pequeños Pepe enviudó y les propuso a los padres de Pablo y Mario hacerse cargo de los críos durante los fines de semana. Los niños eran como hermanos y disfrutaban muchísimo en casa del abuelo. La casa estaba cerca de la ciudad y podían subir y bajar a la ciudad fácilmente.
A sus padres les venía bien tener un tiempo para estar solos y a Pepe le encantaba la vidilla que le daban esos gamberros.
Durante años pasaron allí cada fin de semana, de viernes a domingo. Algunos puentes y mas de una semana en verano.
Cuando cumplieron los doce años, los padres de Mario se separaron y él se fue a vivir con su madre a Valencia, de donde era su familia.
Así fue cómo terminaron los fines de semana en el campo con su mejor amigo y su, para él también, abuelo Pepe. Pero siempre conseguía convencer a sus padres para que le dejaran allí algunos días durante las vacaciones de verano.
Mario y Pablo siempre mantuvieron el contacto y la amistad, y durante la época de la universidad empezaron a organizar sus propios viajes por el mundo, conociendo otras ciudades y otras culturas.
Al terminar la carrera decidieron montar su propio negocio de turismo sostenible. Habían aprendido tanto con Pepe sobre la vida en el campo, el cuidado de la tierra y el amor por los animales, que pensaron que podrían aprovechar todos esos conocimientos para emprender.
El abuelo ya había cumplido ochenta y tres años pero seguía viviendo solo y les estaba esperando con la mesa del almuerzo preparado: pan tostado, café caliente, queso de cabra, tomate rallado, jamón serrano… Todo lo que sabía que les gustaba.
Estaba feliz de recibir a sus eternos niños, como él los llamaba.
-
¡Chavales, qué alegría veros! – dijo abrazándose a ellos
-
¡Qué tal abuelo! Uh! Veo que has preparado un banquete de bienvenida – a Pablo se le iban los ojos a la mesa
-
Venga a comer! Y contarme, ¿dónde habéis estado éste año?
-
Pero si te hemos mandado fotos de todo!
-
Bueno bueno, ya sabéis que el chisme ese y yo… – dijo refiriéndose al móvil – la mayoría del tiempo no sé ni por dónde anda
Durante horas rieron, comieron, y se contaron un montón de cosas. Pablo y Mario le hablaron de su último viaje por India, el verano pasado.
Pepe les dijo que había una vecina nueva que le echaba una mano con el huerto a cambio de llevarse parte de la cosecha. Los dos amigos sonrojaron al abuelo bromeando sobre las verdaderas intenciones de la nueva vecina.
Se les hizo de noche recordando un montón de anécdotas de su infancia y compartiendo con su abuelo los éxitos del negocio.
Cuando se levantaron por la mañana el abuelo estaba frío. Los médicos dijeron que no sufrió, que murió durmiendo y que, por el rictus de su rostro, soñaba algo bonito.
Esa noche, el lobo vino de verdad y Pablo no lo vio venir.
Esa fue la última vez que Pablo gastó la broma del lobo.
KAREN ROSADO
Cuidado que viene el invierno,
Y mientras más frío me pongo,
Más caliente me siento.
Siento al fuego que se apodera de mí,
Destrozando los hilos y los huesos,
Siento a la muerte escurridiza,
Bailando va…bailando va.
Cuidado que viene el invierno,
Y mientras más frío me pongo,
Más sediento me vuelvo.
Sediento de tu dulce voz,
Desnudo en tu regazo,
Somnoliento dentro tuyo,
Colgando de mis brazos.
Ten cuidado que viene el invierno
Y mientras más frío me pongo
Más mío me siento.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Aquel examen de Física era importantísimo pues, si bien el resto no preocupaba demasiado por haber hecho trabajos que promediaban en la nota final, en este caso no, por lo que con él se jugaban el poder ir a Selectividad.
-¿No habría manera se sonsacarle al Profe?
-Pero ¿estás chalado o qué? Ese no suelta una ni por milagro. Es el más bruto de todos.
-Jo, dijo un tercero, pues puede pensar que la “Selec” o nos la sacamos ahora o en junio no habrá plazas para según y quién. Y yo quero estudiar Caminos, no otra ingeniería.
-¿Y si….? -dijo Marta- estoy pensando que…
-¿Qué?-añadió Nuria.
-Pues que ¿tenéis idea de dónde o cómo redacta él los exámenes? -añadió Marta.
-Los escribirá en ordenador y los pasará a ¡guau! Ya imagino la idea que tienes ¿no? -Añadió Jorge.
-Exacto- dijo Marta- ¿no podríamos hackear su ordenador?
-Si supiésemos cuál utiliza…
-Si lo escribiera en casa, lo mandaría por Internet y entonces, Gustavo que entiende mucho…
-Qué estupideces dices. Lo debe escribir aquí o si no, lo trae en un pen drive. No será tan burro.
El grupo lanzó un suspiro de desánimo. Para colmo, Roberto, el empollón del grupo que había estado callado soltó:
-¿No podríais estudiar más? Yo no tengo esos problemas.
Y tranquilamente, se largó dejándolos a todos con ganas de estrangularle.
Entraron todos en la clase siguiente excepto Santiago que desapareció sin el resto darle gran importancia.
A la salida, hora de la comida, llegó Santi triunfante y, acercándose al grupo los llamó a un aparte, explicándoles:
-He descubierto una cosa. Si la conseguimos, estamos salvados.
-Cuáaal- gritaron al unísono.
-No sé si os habéis fijado que, en vez de ir a clase de “Mates” me he ido tras el Profe de Física que he visto que entraba en la Sala de Ordenadores de los Docentes y me he puesto a espiar en un rincón haciendo ver que miraba el móvil. Y ¿sabéis mi descubrimiento? Pues que guardaba algo en un pen-drive y lo metía en el primer cajón a la izquierda de su mesa. O sea, si cuando el profesorado está comiendo, que no cierran la puerta con llave, nos acercamos, podemos coger el pen drive, llevarlo a nuestros ordenadores y allí hacer una copia.
Y con espíritu mitad calculador-mitad infantil en busca de aventuras, se dispusieron a la planificación.
Calcularon a qué hora salían los profes con su táper o bocata hacia el bar, cuánto tardarían en volver, por qué lugar del recinto podían aparecer, y mil detalles más.
Se situarían cada uno con su móvil en puntos estratégicos a diferentes distancias, calculando los ángulos desde donde podría alguien observarlos.
Y el primero que notase alguna alteración mandara mensaje “que vienen” con lo que, el que hubiese dado la voz, iría hacia el profesor de turno a entretenerlo con cualquier ocurrencia, dando así tiempo para que el que estuviese dentro pudiera salir.
Y llegó el día F.
A las 14 horas, terminadas las clases matutinas, comenzaron a desfilar los profesores.
Los chicos entonces se colocaron donde habían acordado y Anggela, delgada y con gran capacidad de escabullirse, fue designada a entrar y abrir el cajón.
Todos tomaron sus posiciones mientras la ella, muy silenciosamente se acercó a la puerta. La abrió lentamente, se dirigió a la mesa consabida, abrió el cajón y se topó con EL VACÍO ABSOLUTO.
Miró el cajón contiguo y lo que encontró fueron: objetos de escritorio, un cargador de móvil, unas gafas, una libreta vieja con apuntes …pero ni un pen- drive.
Nerviosa, comenzó a abrir el resto donde encontró mil otras cosas pero no el objeto buscado.
Desesperada, levantó la cabeza hacia donde había dejado el móvil para mandar un mensaje de lo que ocurría cuando, con gran horror, topó cara a cara con el profesor de Física. Y, ante sus ojos aparecían los mensajes:
-Cuidado, que viene.
Seguido de otro esta vez a voz en grito por audio:
-Sal ¡YA! ¡VA A ENTRAR, RÁPIDO!
ASAPH FERNÁNDEZ
La ola
–Nunca en mi vida he sentido tal sensación de adrenalina, euforia, miedo, nerviosismo, vehemencia; todo un cóctel de sensaciones entremezcladas dentro de mí como en aquella ocasión…
Eran los 90 ‘s, todo mundo tenía un minicomponente excepto él. La música sonaba, a todo volumen, en cada calle, cada casa; cada cabeza tenía la necesidad de expresar ser un mundo diferente al de los demás, un mundo tratando de interponerse sobre los demás, con su música, sus ideales, con su propio ruido; intentando apagar el ruido de la ciudad, subiendo el volumen para opacar la realidad, todo ello dentro de un mismo lugar, un mismo mundo; la gran capital azteca. Se podría decir que cada vecindario era una proyección similar a lo que pasaba por su cabeza; salsa, rock, cumbias, metal, música instrumental, marimbas sonadas en las esquinas, entre otros tantos géneros que iban surgiendo día a día con los sobrantes de las notas desgastadas y remolidas, mezcladas y remezcladas en los sintetizadores y las torna mesas, haciendo con ello «nueva música».
–Tanto era el anhelo por proyectar lo que había dentro de mí que hice de todo para alcanzar ese «sueño». Fui diablero y ayudante de santería en el «mercado Sonora», artista callejero en espera al cambio de color en los semáforos y pintor de brocha gorda, lustrador de zapatos y repartidor de comida. Fui tantas cosas y nada a la vez. Una gota más en este gran océano, en este inmenso mar de gente; siendo arrastrado de aquí para allá por la misma corriente y estrellado una y otra vez contra los grandes peñascos de acero y cemento.
Debo decir, no es excusa pero tampoco deseo eludir, que esa misma corriente es la que lo llevó a ser parte de «la ola».
–Junté un poco de plata y caminé por las calles aledañas de «Tepito» el barrio bravo de México, los electrodomésticos estaban a precio de ganga pero aún así lo que llevaba no era suficiente para hacerme de lo que tanto deseaba. Miré en un puesto, después en otro, así lo fui haciendo sin perder la esperanza de encontrar algo a molde de mis posibilidades. Había quizá recorrido una calle entera cuando escuché la voz de un hombre de mediana edad que dijo:
–¡Cuidado! ¡Ahí viene la ola!
–En aquel momento no supe a qué se refería. ¿Una ola en medio de la gran ciudad, en el centro de un país donde no hay mares ni represas cerca? Debía ser una broma.
En aquel instante vio como un mar de gente se dirigía hacia él, corriendo y arrollando con desenfreno todo a su paso en una caótica barahúnda como solo en las películas había visto.
–Esto es real, no miento…
Algunos alcanzaron a recoger sus enseres, otros dejaron todo al abandono.
–Bestias erguidas de distintas edades pasaban por encima de todo cuanto encontraban a su paso, pisando, hurtando y golpeando a quien intentara oponerse; hubo un gran número de personas heridas, la sangre fue lamida por los perros, incluso algunos murieron debajo de los pies de la gran masa, la gran ola que arrasó con todo…
La ola se trataba de un robo masivo.
…era como si alguien hubiera abierto el alcantarillado y todas las ratas de la ciudad se unieran en aquella carrera delictiva.
El vendedor con el que casi había cerrado el trato, le arrebató los billetes y salió corriendo con unos cuántos electrodomésticos entre sus manos.
–En aquel momento sentí los sentimientos antes mencionados; el miedo me invadió durante un leve instante, no había a donde huir en donde esconderme.
Tomé lo que pude y salí corriendo, una vez aunado a aquella gran masa me hice parte de ella, por fin obtendría lo que tanto tiempo había anhelado y nadie me lo podría arrebatar de mis manos.
Los gritos de la gente parecían inyectar aún más esa adrenalina que recorría todo su cuerpo, se sentía respaldado por la gran masa. La gente los veía, aterrorizados, desde lo alto de los edificios. Parecía una gran serpiente de escamas negras, devorando todo a su paso, dejando solo destrozos.
–Ya casi la iba a librar cuando vi que al final de la calle nos esperaban los granaderos. Con porra en mano y la fusca en la cartuchera comenzaron a contrarrestar nuestra gran carrera. Los matutes comenzaron a aporrear a diestra y siniestra.
Una nube de gas se alzó sobre los rostros deformados por el miedo de los delincuentes. Algunos alcanzaron a virar su paso esquivando los golpes de los que esperaban al final de la calle para aporrearnos. Otros cayeron directo en la trampa. Las bengalas se elevaron sobre nosotros, teniendo orden de matar a todo aquel que mostrará resistencia.
–Un golpe duro y certero me hizo caer de frente sobre el pavimento; casi de inmediato sentí como una horda de los azules me molían a palos mientras me gritaban ¡muere rata infeliz!. Después perdí el conocimiento y ya no supe más de mí ni de la ola. Fue un milagro que haya llegado con vida a ese centro médico. De eso hace ya un tiempo, pues estuve un rato en coma. Sé que los que iniciaron el disturbio fueron los porros (delincuentes haciéndose pasar por estudiantes). No he vuelto a comprar nada en la fayuca y no creo hacerlo en un buen tiempo, al menos primero espero salir del tambo, y ya después Dios dirá si compro o no mi estéreo.
FIN
BEGO RIVERA
¡Cuidado que viene! —susurró Jorge a su hermana pequeña — No te muevas. Cuando entre a buscarnos contén la respiración .
Aquí no nos encontrará. Siempre nos escondemos en el armario. Debajo de la cama no mirará.
—Jorge, cariño. Ya no nos puede hacer daño.
«El» murió hace muchos años.
¿No lo recuerdas? — Carla hablaba a su hermano muy bajito cogiéndole de la mano. No le quedaba mucho tiempo.
Las enfermeras y personal médico le informó que era normal que delirara en sus últimos momentos.
Carla rememoró su niñez. Niñez que ocultó y olvidó en el fondo de su ser. Hasta ese día. Jorge, en su lecho de muerte , la trasladó a su horrible y espantoso pasado.
» El» los encontró debajo de la cama, después de mirar en el armario.
Ella, a pesar de ser una niña, cogió un cuchillo corriendo de la cocina, mientras oía los gritos de Jorge.
No lo pensó, se lo clavó. Murió lentamente, ante la atenta e inmutada mirada de los hermanos.
La policía cerró la investigación como un ajuste de cuentas.
Ella se obligó a olvidar…lo hizo
No lo comentaron entre ellos jamás.
Pero ella sabía que Jorge vivió con ese peso toda su vida.
Si ella no hubiera intervenido, Jorge hubiese sido el que muriera.
Se quedó mirando a su hermano mientras expiraba.
» Jorge vivió muerto en vida» pensaba Carla mientras las lágrimas invadían su rostro.
.
GABRIELA INÉS COLACCINI
¡Cuidado que llega el día!
Lo sé,
su claridad comenzó
a traspasar la ventana.
Los fantasmas de la noche
huyen despavoridos,
no quieren ver
sus rostros ojeroros
reflejados en los espejos
o en el acero de la mesada.
Son torpes y sosos
creen que me dan miedo,
pero están tan equivocados…
Los peligrosos
son los fantasmas del día.
Disfrazados de chofer,
periodista o carnicero,
madres, padres o maestros,
deambulan por las calles
con la palidez maquillada,
controlando la ira
con la respiración alternada,
apretando el maletín,
la cartera, la cuchilla
o la mano de los hijos al cruzar…
En rutinas
de aparente normalidad
esconden la búsqueda
que los mueve:
El por qué de sus vidas.
RAÚL LEIVA
La lluvia y la firma
Después de esperar bajo la lluvia más de dos horas a la salida de la Feria del libro, la jovencita se acercó a la puerta del teatro.
—¡Cuidado, que viene! —fue el grito de los fans que se atropellaban por un autógrafo.
Fue un caos de manotazos y empujones, la muchacha intentó ganar un lugar y terminó en el suelo cubriendo su frágil cuerpo de los desbordados lectores. Por esas cosas del destino, el autor recién llegado al país, advirtió a la muchacha caída e hizo un gesto para que la dejen pasar; alguien con tantas ganas de contactarlo, merece al menos un abrigo y un oído.
La joven sacó de entre un montón de plásticos una primera edición de un libro, solo se había impreso quinientos ejemplares y el autor sintió una profunda emoción que a esa altura no esperaba. Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas y la joven le pidió que se lo firme, por favor. No acostumbraba a dar autógrafos, pero ganado por la osadía de la joven, esgrimió una lapicera y preguntó —¿Dedicado para quién? La joven bajó la vista y colorada como un tomate le confesó: —Mire, no quiero que lo dedique para nadie en particular. Solo la firma.
El escritor frunció el ceño decepcionado, cerró el ejemplar y se lo devolvió. La joven rompió en llantos y de rodillas le suplicó: —Soy muy pobre, pero en casa siempre hubo algo para leer. Este libro fue muy buscado por mi papá, él siempre lo nombraba a usted, me comentó lo valioso de esta edición. Si estuviese vivo y mi economía hubiera sido otra, se lo dedicaba para él y le juro que mi papá se hubiera convertido en el hombre más feliz del mundo, pero los tiempos son crueles para la cultura. Junté mucho dinero vendiendo las cosas de mi padre cuando murió y compré este libro regateando todo lo que pude, prometiéndome que haría todo lo posible para firmarlo y ponerlo junto a sus cenizas, sin embargo, mi papá contrajo muchas deudas para pagar mi educación, y pensé que si su libro era firmado y su valor subiría considerablemente. De esa manera podría venderlo a un valor un poco más alto y pagar las deudas de mi padre. Juro que me duele mucho decirle esto, pero es la verdad. Necesito esa firma, usted puede ayudarme, pero si no lo hace le juro que entendería la situación y me iría de vuelta a mi casa y mañana Dios dirá.
El autor conmovido por la joven, tomó el ejemplar, la abrazó y firmó tal y como lo pidió la muchacha. Le puso su abrigo en los hombros y se despidió de ella con los ojos llorosos. La chica le dio un pequeño paquete. —Para usted —le dijo, y entregándoselo desapareció bajo la lluvia.
En la comodidad del hotel, el hombre sacó del improvisado envoltorio un chocolate con dulce de leche, su debilidad, y una carta de la chica expresando su gratitud. No paraba de pensar en ella y en la historia que le había referido. Tampoco dejaba de pensar en la posibilidad de reeditar aquel libro que le mostrara la joven, ya que se iba a volver un éxito en ventas puesto que era un ejemplar escaso y bastante buscado. Incluso a él mismo le costó recuperar uno para su colección. La noche y el cansancio les ganaron a los planes de su futuro negocio y se acostó en la amplia cama.
MAR ARANDA
El sol se oculta y la oscuridad cubre con su manto la noche. La serenidad de los que poseen el sexto sentido, es rota por sonidos indescriptibles que anuncian la presencia los malignos.
Cuidado, que vienen; guárdate y observa con atención desde tu fortaleza lo que se mueve a tu alrededor y prepárate a defender tu espíritu de aquellos que se disipan cuando comienza el alba.
IRENE ADLER
El azúcar se derretía al calor de la cucharita de plata. Su cándido deslizarse hasta el líquido que esperaba sin impacientarse, era tan lento y tan largo como la espera de un amor tardío, otoñal, con perfume de finales presentidos. Ésos largos hilos de melaza endulzarían el licor como endulzan las mentiras a los besos.
Sintió un cosquilleo en los dedos. La soledad era escogida; el ritual, premeditado.
No precisaba de testigos ni deudos en este viaje. Quería hacerlo sola. Igual que vivía. Igual que soñaba. Igual que escribía…
La soledad qué solo se entiende, cuando ya se ha rebasado la línea de sombra.
No sabía qué esperaba encontrar al otro lado. No a sí misma, por supuesto. Quizá a quienes la precedieron, sin tanto ornamento, temor ni expectativas.
Quizá al Hada Verde que habitaba en los cajones polvorientos del desván de la memoria.
Quizá aquel verso escrito en una taberna del puerto. Aquella despedida en una ciudad triste, asediada por los perros vagabundos y los cañonazos. La mirada absorta de un hombre entrevisto apenas al otro lado de una ventanilla de tren. ¿Se iba o regresaba? Los andenes de las estaciones olían a hierro viejo y tenían relojes grandes como lápidas de bronce.
La mayoría de la gente bebía para olvidar.
Ella lo haría para recordar: las vidas que no vivió; los lugares que debió haber visitado; los amores por los que le habría gustado luchar. Todas las veces que pudo haber dicho no, pero por cortesía, no lo hizo.
Ten cuidado cuando vengan las imágenes, le advirtieron, quizá no te guste lo que veas. Pero no entendió el consejo. Ante la vida, se comportaba igual que ante los libros: no había ninguno que no le gustase; todos, a su manera, tenían algo que aportar. En su opinión, en éso consistía la experiencia.
Y bebió de un trago su primera copa de absenta.
El Hada Verde perseguía en sueños a un Dragón…
SILVANA GALLARDO
Los maestros de una escuela secundaria, trabajaban con sus respectivos alumnos. Todo transcurría en orden, la rutina de las clases, el sonido del timbre para cambio de clases. La hora de descanso cuando se podía ver a los chicos con sonrisas alegres departiendo sus desayunos, jugaban, platicaban. Era su mundo feliz.
Suena el timbre de una forma inusual, con más insistencia. Por micrófono llaman a los profesores a la sala de juntas donde ya se encuentran allí algunos padres de familia. El director habla brevemente para informar de un acontecimiento que presuponen los padres, por un chisme alarmante de que «ya vienen, cuidado», quienes pidieron llevarse a sus hijos.
Pidió a los maestros que manejaran con mucho cuidado la información a sus discentes para no alarmarlos y crear una psicosis que podría desencadenar en situaciones no deseadas de pánico.
-¿Qué les diremos?- preguntó uno de ellos.
-Lo que sea, pero ya no pierdan tiempo-. aseveró un padre de familia.
-Digan que habrá una actividad con el supervisor y los maestros y que se tienen que retirar. dijo el director.
Podía notarse que los padres estaban muy nerviosos, ansiosos y con el rictus de miedo en sus rostros.
Volvió a sonar el timbre. Los muchacho salieron echando bromas, afuera ya estaban los familiares esperándolos. Una comisión de docentes se encargaba de entregarlos y tener la certeza que se iban con sus respectivos padres. En instantes se corrió un rumor entre ellos mismos y aceleraron su paso de forma accidentada. Empezaron a chocar unos contra otros llenos de nerviosismo. No quería permanecer más tiempo en la calle.
De pronto alguien grita: -¡Cuidado, que ya vienen! y como estampida todos corrieron a sus autos, al transporte público, a sus casas (los que vivían cerca). Algunos lloraban, otros se tocaban el pecho mirando para todos lados con la incertidumbre de lo desconocido y aterrados por un miedo injustificado.
Por su parte, era de esperarse que el personal docente, de intendencia y de apoyo, hicieran lo propio. La escuela quedó desierta en temprana hora.
La profesora Emilia y su esposo laboraban allí, ellos se encargaban de recoger a su nieta al colegio. Abordaron su auto y se dirigieron por ella. En el camino se veía el caos, todos corrían, los comercios cerraban, los conductores no respetaban las señales de tránsito. Todos tenían prisa de llegar a sus hogares, reunirse con los suyos y encontrar allí algo de tranquilidad.
La pareja llegó a la escuela de la nieta donde se suscitaba el mismo ambiente que en muchas de la zona. Llamaron a la niña e ipso facto se retiraron de allí. Al llegar a casa, encendieron la televisión para ver las noticias, esperando que se supiera algo. Nada, total omisión. el día transcurrió en absoluta zozobra.
Las calles lucían vacías. Todos a la expectativa de lo que venía. Pasaron los días, además del miedo, hubo ausentismo en las escuelas, en el trabajo, pocos locatarios de mercados se atrevieron abrir su negocio. Algunas persona empezaron a tener síntomas de ansiedad, se supo de algunos que padecieron infartos, hubo gente con crisis de hipertensión. Todo un caos generalizado por un simple rumor.
A alguien se le ocurrió la idea de decir a otro: «Cuidado, que viene, no hay que salir de casa porque corremos peligro.» A propósito o sin él, dio paso al efecto Pigmalión, es decir, una frase tan simple pudo ejercer una influencia inescrutable ejercida sobre otra persona. Así, de alguna manera se crean expectativas que conducen a que se hagan realidad y haya ciertas consecuencias, por afirmar que algo sucederá y de pronto se convierta en algo real.
Nunca sucedió nada, ni nadie vendría. Después, todo quedó en el olvido.
Dejo mis votos para
Lopez Cruz
Arquillos
Lopera
Muchas gracias
¡¡¡Los he leído todos!!!
Mis votos, dificilísimos, para:
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Son Sonia
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Mi voto para Pedro A. López Cruz.
Mi voto
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Son Sonia
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Mi voto: Anneris García. Silvana Gallardo
Mi voto esta semana es para : CARLOS RODRÍGUEZ
VEINTE AÑOS, QUE NO SON NADA.
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Mi voto:
Carlos Taboada
Efraín Díaz
Alfonso Fernández Pacheco
Bego Rivera
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Mi voto es para:
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Carlos Taboada