Surrealismo cotidiano

 Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «surrealismo cotidiano». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 9 de septiembre!

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** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

«Andy y Charly en el centro de salud» (Extracto de mi novela «No cabrees a Simon»)
―Andrés Perucho Cascanueces, juá, es el siguiente.
Un hombre de unos ochenta años, que estaba en silla de ruedas, se levantó escopetado, diciendo «Yo, yo», mientras corría hacia la consulta.
―Eh, abuelo, no le eche morro, que Andrés Perucho soy yo.
― ¿Qué dice de un serrucho, joven?
―Que no se cuele, joder, que me han llamado a mí.
―No me entretenga hijo, que el médico me espera y las piernas no me responden. Quite de en medio, si es tan amable.
― ¡Y ha entrado, con dos cojones! ¿Tú has visto el morro que le ha echado? ¡Delante de mis narices! ―se quejó Andy a voces.
―Desde luego, esta juventud, un poquito de respeto a los mayores, por favor ―le reprochó una señora, que también esperaba su momento.
―Si es que no tienen educación ninguna los jovencitos de hoy. Esto, en mis años mozos, no pasaba. Qué bochorno, por Dios ―le atacó la otra que estaba allí sentada.
―Pero, ¿tú lo has oído? Encima de que se cuela por toda la jeta, van las tías y me…
―Lourdes Cano Gómez y, después María Escudero González.
―Esa soy yo. Voy, doctor. Estará contento, vaya espectáculo vergonzante nos ha hecho pasar. ¡Ay, Dios!
―Pero, doctor, que se cuela ella también.
―Espere su turno y baje el tono, por favor, que estamos en un centro sanitario ―le ordenó el médico.
―Pero qué pringao eres, tronco. Si soy yo, le meto a la vieja con el mechero y no se vuelve a colar en su vida, la muy zorra. ¡¡¡Y ya no se cuela ni Dios!!! ¿Entendido, bonitas? ¿Oído, María?
―Sí, señor.
Por fin, Charly y Andy consiguieron entrar en la consulta del doctor Luis Hamilton MacMasterson.
― ¿No se habrá colado? Ahora le tocaba a María Escudero ―saludó el doctor.
―No empecemos tocando los huevos, que bastante hemos aguantado ya ―se quejó Charly.
―Por favor, sin tiranteces, que bastante complicada es ya la vida del homo sapiens. Díganme, ¿quién es mi paciente, al que se le va a caer la mano de un momento a otro o el díscolo? Ilumínenme si son tan amables.
― ¿A usted que le parece? Si ha venido a España a vacilarnos, mejor se pira de vuelta a Inglaterra o a donde sea que naciera ―Charly siempre decía que a él no le vacilaba ni Dios.
―Si soy de Vallecas, caballerete.
― ¿Y esos apellidos, entonces? ―preguntó Andy, con mucha curiosidad.
―Es que soy médico, juá ―más vacilón todavía ―. Y, ahora, no me hagan perder el tiempo, que no tengo todo el día. ¿Qué le ha pasado en la mano, alma de cántaro? Parece como si le hubiera mordido un alligator de Key Biscaine. Ay, qué recuerdos, el viaje a Florida y sus cayos.
―Joooder. Pero si ni siquiera sabe quién soy, ni me lo ha preguntado. ¿No se supone que tiene que sacar mi historial o algo? ―le requirió Andy.
―Normalmente sí pero, como se ha colado, le atiendo para que su amigo no me agreda, y luego tiro mis notas a la basura y le endoso una receta falsa.
― ¿Tú de qué vas, gilipollas? Ya me estás calentando, tronco ―Charly elevó el tono.
―Un poquito de sentido del humor, hombre. No me sea picajoso, por una bromita de nada. Es que me aburro muchísimo. Y, ahora, si les parece, empecemos de nuevo. Buenos días señores, tomen asiento, por favor. Dígame su nombre ―preguntó dirigiéndose a Andy ―, y así abro su historial.
―Andrés Perucho Cascajales.
―Ah, coño, el Cascanueces. Entonces, ¿quién era el abuelo de antes?
―El que se coló por todo el morro ―contestó Charly.
―Pues ahora tiene usted ochenta y cinco años, insuficiencia cardíaca, retención de líquidos y una sordera galopante. Lo de los problemas de movilidad es un cuento chino. Le he recetado Sintrón.
―Esto es muy fuerte. Habrá que cambiar el historial ―supuso Andy.
―Eso es imposible. Una vez cerrado el expediente, queda protegido contra posibles manipulaciones. Ahora le quedan pocos años de vida, sin comerlo ni beberlo.
―Dígame que nos está vacilando otra vez ―suplicó Andy.
―Coño, pues claro, si es que sois campo abonao. Pero, perdonadme, es que me cuesta controlarme. Cuando viene un balón botando, siempre chuto. Ya me he llevado alguna buena hostia. Pero, hablando en serio, es urgente que veamos esa mano, no tiene buen aspecto. Cuéntame cómo ha sido.
―Bueno, lo primero, corrija mi apellido, no es Cascanueces, es Cascajales.
―Ya lo sé, pero me gustó más Cascanueces. Cascajales suena a pularda navideña, y siempre será mejor un noble fruto seco. Pero, tú mismo con tu mecanismo. A ver, sigue, por favor, que me disperso.
―Pues me mordió a traición la abuela de Charly, aquí presente.
―No me digas más, doña Carmen. Si la hubiera conocido Spielberg, no tendría que haber fabricado su tiburón. Tu abuela da mucho más miedo. Ya he tenido otros pacientes que la han sufrido, casi todos, cuidadores de ancianos. Su fama la precede.
― ¿Y es grave? ―preguntó Andy, muy nervioso.
―Nada, nada, creo que con el Sintrón será suficiente.
―Tú no tienes remedio, colega ―se rindió Charly.
―Siempre me lo decía mi difunta madre, pero sin lo de “colega”. Tendía a llamarme hijo. Bueno, pues nada, si no eres alérgico a la penicilina, con estos antibióticos será suficiente. Si ves que se te caen los dedos, no te preocupes, es el proceso normal en estos casos. Y, si te atreves, vuelves a pedir cita conmigo.
―Pues va a ser que no, pero si monto un fiestorro, te invito, fijo.
Salieron de la consulta sin creerse lo que acababan de vivir. Si lo contaban, nadie les creería. El médico estaba como una regadera pero, en el fondo, tuvieron que reconocer que era un cachondo.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Lo corriente en aquel país asentado en lo alto de una encina, era tal espectacular que las aves que pobla el cielo al ver el surrealismo existente en el lugar sobrecogida de susto grazznaban. El aspecto de los habitantes era como un cono de unos 10centimetros previsto de dos cabezas una delante y otra detrás estás tenian un ojo giratorio y hábil. Caminaban con 6patas igual las moscas que habitan en el mundo de los hombres . En fin eran seres surrealistas.
Ahora bien, el problema lo tenían las aves fizgonas en sobrevolar el espacio único, pues sucedía que tal acción les llevaba a perder las plumas. Más no hay mal que por bien no venga ya que el cazador que conseguía matar de un tiro a úna de aquellas aves le venía de perla meterlas directamente, a la cazuela…

BENEDICTO PALACIOS

Llegó Antolín a la comisaria cabreado y enfadadísimo, dispuesto a saltarse el control, porque el asunto que traía entre manos no podía esperar.
—¿Dónde va usted? Oiga, que esto no es la iglesia ni el bar. ¿Entrada libre? Pues no.
—Lo que me faltaba. Vengo a poner una denuncia.
—Saque un número en aquella máquina y permanezca pendiente de la pantalla.
Se pasó media hora rumiando lo que pensaba decir, porque estaba dispuesto a cargar las tintas. Peromingo, el dueño del bar, no se saldría con la suya. A un cliente no se le hacía eso. Había pedido una caña y el camarero que se la sirvió añadió por su cuenta una tapa de ensaladilla. Bebió un trago y la probó. Muy rica, la temperatura ideal con aquel calor. Miró el móvil y enredó en el wasap. Se sonrió.
Entre la patata y la verdura había un par de aceitunas. Cogió la cucharilla y rebañó el resto de la tapa. ¡Aagg! A punto estuvo de arrojar el platillo al camero. Una de las aceitunas contenía pipo y él la metió el diente como si estuviera rellena de anchoa. Fue la consecuencia que se le partió una muela y casi se la traga con el pipo.
—Pero hombre —le dijo el comisario— eso es un accidente. Le pudo pasar a cualquiera. Estas cosas no se denuncian.
—¿Cómo que no? También me mordí la lengua. Si quiere se la enseño.
—No, no es necesario.
—Oiga, que no es por hacerle burla.
—Ya, ya, si lo comprendo. Una pregunta ¿guardó el pipo y la muela?
—No. ¿Eran importantes?
—A ver, el cuerpo del delito.

FÉLIX MELÉNDEZ

«Surrealismo cotidiano»
Félix era y es, el dependiente de un pequeño comercio, él intentaba e intenta hablar con todo el mundo siendo bastante simpático y cariñoso en la medida que puede, y los demás se dejan.
El establecimiento no tenía ni tiene demasiados privilegios, es sencillo y pequeño, nada que ver con las grandes superficies, con sus iluminaciones ni sus estrategias de márquetin de venta.
Ahí, todo es confianza en el cliente y autoservicios, el trato agradable del cara a cara, tiene un montón de cosas expuestas a la venta, todas las que nadie normalmente encuentra en otros lugares, están allí esperando.
Aunque hay casi de todo. Y si no lo tiene ese día, te lo trae rápidamente al día siguiente.
Cosa normal entre los pueblos de mi España.
El clásico de todo a cien, de un pueblito pequeño, rectificado al euro desde que en el 2001 se implantó la moneda como curso legal y única, desplazando a la antigua peseta hacia el olvido.
Todos los días pasaban y pasan historias increíbles, algunas muy buenas, anécdotas cotidianas de lo más surrealista.
Ocurría y ocurre lo que menos te puedes llegar a esperar ni tan siquiera imaginar.
Un día llegó un señor, que le llamaremos George, por llamarle con algún nombre, muy nervioso.
Se podría decir que se había cargado, o algún peillo se le escapó, ya que necesitaba apresuradamente…
Preguntando si tenía slip de caballeros, más o menos su talla.
Félix, mirándole a los ojos, imaginándose lo que ocurría, le comento que entrara en el servicio a cambiarse, ¡Por favor! si pensaba llevarlos puestos, a lo que el hombre le dijo que no, ¡Que no era necesario!
Él en un rincón de la tienda, más alejado, donde no estaba expuesto al público, tardaría un segundo, un rincón más interior sobre el final de la tienda, había un recodo y no se veía desde la puerta, ni desde el mostrador, se los ponía en un momento, no tardaría nada. Y ya está…
En ese momento no había nadie en el comercio, a lo que el dependiente insistía en que no; que en cualquier instante vendría alguien y se le podía complicar la cosa. Que utilizara el servicio, para eso estaba.
Pero el señor, ni corto ni perezoso, hizo caso omiso y se fue al final del comercio, con el slip en la mano a esconderse y ponérselo.
En un instante llegó una señora con prisas, de mediana edad, lo más normal, que necesitaba un recambio de fregona, claro y lo que ocurre en esta vida la casualidad existe, el clásico trapo que se tuerce, para fregar el suelo estaba en el rincón perdido del fondo.
¡Y bingo! Esperaban todos los recambios colocados en la estantería al final, del comercio, justo en el lugar más apropiado, y menos indicado, donde se había escondido el señor de mediana edad, que agachado estaba con el culo al aire intentando ponerse el slip tranquilamente escondido. Pero claro, se puso nervioso y ya no daba «pies con bolo»
La señora asidua al comercio sabía perfectamente el lugar, donde estaban todas las cosas, se ve que llevaba prisas y fue directamente al sitio, sin rodeos ni pérdida de tiempo, sin pararse ni un momento, a escuchar a Félix. Que la llamaba, pretendía entretener con la conversación un poco.
El hombre cambio de color, se puso verde, rojo y amarillo. No atinaba y no atinaba con el pantalón a colocarse la otra pierna, que aún le faltaba, empezó a dar saltitos y saltitos, por todo el comercio a la pata coja, sin ser capaz de terminar de vestirse, y casi perdiendo el equilibrio, sin poder subirse el pantalón. Y a la señora se le salían los ojos de la cara, mirando sin saber bien,» qué ocurría » ¿por qué? Y qué hacía allí agachado aquel señor, que le dió un susto de muerte, y soltó un grito.
Él era muy respetado en el pueblo, y tenía buena reputación. Cuando se fijó bien, quién era, casualmente se conocían los dos.
El de la pata coja se fue saltando al otro extremo de la tienda. Y por fin, consiguió abrocharse los pantalones pago el slip y se marchó colorado como un tomate, sin decir palabra alguna bien ligero, como huyendo del demonio.
El dependiente se partía de risa, no podía sujetarse, diciendo: te lo dije, te lo dije.
Y la señora avergonzada también, con la cara roja como una alfombra, sólo atinó a preguntar medio tartamudeando, si era realmente era quién ella pensaba. Y sin mediar más palabra alguna también pagó y se largó muy nerviosa.
Hay tantas historias surrealista en la verdadera realidad diaria, escondidas en la vida de cualquiera, en cualquier lugar se producen cada anécdotas, que hoy, quince años después todavía se escapa una sonrisa cuando me acuerdo y recuerdo tantas historias pasadas de un servicio al público, durante tanto tiempo como el que llevo.

ALBERTO MEDINA MOYA

Con mi torpeza habitual se me escapó una camiseta que tenía tendida y cayó hasta posarse sobre el tendedero del segundo. Bajé inmediatamente y me abrió un chaval de unos diez años. Le conté lo que había pasado y trajo la camiseta, pero antes de alargármela la ocultó tras él y me dijo:
  • Te la doy si juegas conmigo una partida.
  • ¿Una partida?
  • ¡Ven! -y se metió en el salón. No tuve más remedio que ir tras él.
Estaba sentado en el suelo con un mando de videoconsola en sus manos. A pesar de las excusas tuve que sentarme a su lado y coger el otro para entender cómo manejar aquel muñequito de colores.
Llevaba un par de minutos enfrascado, cuando oí unos gemidos que provenían del interior de la casa.
  • ¿Eso qué es? -pregunté alarmado.
  • Mis padres, que están follando.
Lo miré. Ninguna mueca que me indicara que era broma. Qué fuerte. Los gemidos no paraban, tenía que concentrarme, pero noté que me entraban ganas de orinar, así que pregunté dónde estaba el cuarto de baño. Cuando me dirigía hacia él vi un loro mirándome desde el suelo del pasillo. Me quedé quieto, y de repente echó a volar cotorreando y tratando de engancharme el pelo. Dando manotazos fui avanzando hasta lograr refugiarme en el baño. Estaba claro que aquella casa no era normal. Tras orinar decidí que iría a por mi pantalón y me largaría de allí. Agarré el manillar de la puerta, respiré hondo y salí.
  • ¿Y mi camiseta?
  • La ha cogido Paco.
  • ¿Quién es Paco?
  • El loro.
Empecé a buscarlo, fui a la cocina, miré en el pasillo, y cuando me disponía a entrar en los dormitorios lo vi posado en la baranda del balcón con mi camiseta en el pico. Fui acercándome a él lentamente, pero en el último instante soltó la camiseta, que fue cayendo hasta quedar en la acera. Salí a las escaleras y bajé rápidamente, pero al salir vi que el maldito loro la subía de nuevo al balcón. Volví de nuevo a las escaleras y comencé a subirlas, acusando mi falta de forma física. Al llegar la puerta estaba cerrada. Llamé al timbre y abrió el padre del chico. Lo sabía porque estaba en pelotas. Bueno, casi. Lo único que llevaba puesto era mi camiseta.

CARLOS TABOADA

LA LUZ
A las cinco de la mañana, escapamos de nuestras respectivas casas familiares. Nos veríamos tras la tapia de la parroquia, un muro de piedra contiguo al pequeño cementerio. Aquel perímetro escondía almas reveladoras en un tiempo pasado, aunque agotadas y desesperanzadas en el actual. Nunca pudieron saltar hacia afuera, para susurrar al oído del mundo, los secretos de la maldad. Ésta siempre contuvo con éxito la luz del amor, pagando mes a mes, año tras año, el trabajo de las ánimas que, como moneda de cambio, obtenían el placer de los martirios de la gente común. El dolor ajeno, la inconsciencia, la ira y violencia, el asesinato o suicidio, y, finalmente, la muerte, eran caramelos dulces, inoculaciones que calmaban el aliento de los espíritus del imperio. Además, los vástagos, con cada sacrificio, disfrutaban de una catarsis temporal, creyendo los muy estúpidos que ese estado les liberaría del destino en forma de atajo. Ella y yo sabíamos todo eso. Nos lo había canalizado la misteriosa luz. Hasta allí iríamos, una vez más, alejándonos a un kilómetro y por minutos de la monstruosa población.
Al vernos, nos tocamos nerviosos. Con doce años, apelaríamos al perdón por nuestra niñez e ingenuidad si éramos descubiertos, ya que desafiábamos las leyes impuestas: «Quien saliera del pueblo, lo pagaba con vida», rezaba el miedo y desaliento de la población.
Con la luna negra, nos encaminamos camino abajo. En la noche oscura, Sirio no iluminaba lo suficiente, y proyectamos nuestros ojos como manos. Cualquier abismo a dos metros nos recibiría. Uno podía ser un conducto subterráneo que nos succionaría hasta el fondo. Otro podía ser la garra de un guardián. Con el primero de ellos, no sucumbiríamos al ansia de las ánimas: no pereceríamos con remordimiento ni pecado alguno, por lo que nuestras almas, batirían al cielo con alas de águila. Con el segundo abismo, portábamos como armas unas cuantas bellotas que nos proporcionó el viejo roble del riachuelo. Días atrás, nos indicó que las escondía bajo las hojas caídas del invierno pasado. Al revolverlas, aparecieron. Eran seis, tres para cada uno. El roble, aquel día, nos dio instrucciones: «Portad las bellotas en un bolsillo; con eso servirá. Si algún monstruo os ataca, recordad el sentido de mis semillas: En la oscuridad enraizaré, y en el amanecer, germinaré». Hasta allí, hacia el sabio y longevo roble, nos dirigimos.
A metros, fuimos escuchando el ulular de búhos, el silbido de ruiseñores y el croar de ranas. A pocos pasos, tras espesos árboles, unas cuantas luces amarillentas resplandecían a distinta altura. Las luciérnagas danzaban de hoja en hoja, iluminando y vistiendo de forma dispar el cuerpo de los árboles, creando un escenario festivo, una surrealista estampa de una navidad primaveral. Pero quienes nos recibieron fueron las alondras. Junto al roble, en un pequeño claro como santuario, tornaron a escasos centímetros de nuestras cabezas. Comenzaron a emitir una profusión de alegres gorjeos, e imaginamos sus largas y estrechas aletas batiendo en ascenso y descenso, saludando una y otra vez. Con los ojos cerrados y las manos entrelazadas, sentimos la dicha de aquella libertad, hasta que el roble agitó una rama horizontal. Con el mensaje recibido, las alondras se alejaron.
Fue entonces cuando la puerta del tronco se abrió. Rechinó por unos segundos. Crujió hasta elevarse por unos centímetros, los suficientes para nosotros. Como reptiles, nos arrastramos zigzagueando hasta su interior. Mi amiga me esperó de pie, en el amplio diámetro de dos metros. Como antes, entrelazamos las manos. Al segundo, la luz mágica y reveladora surgió telúrica, envolviéndonos. La sentimos como siempre: cálida, viva, incorpórea y serena.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Intentó huir del esclavismo,

cotidiano pero real surrealismo.
Entre las olas del mar,
zambullo mi pensamiento…
Me libero de las cadenas,
que cada día me subyugan,
surcando el basto mar,
dejo que me lleve el viento.
Me dejo atrapar por el hechizo,
de la luna llena,
al iluminar,
el fondo de mi pensar.
Dejo las horas pasar,
sin cadenas que me pesen,
sin ataduras y sin importarme,
el tiempo que se detiene
para que en silencio,
sin prisas, tu y yo:
Nos podamos amar.
Las estrellas consiguen
iluminar tu rostro
y que dejes tu huella
al pasar.
Hasta el cielo
rompe a llorar
lágrimas saladas
en la orilla del mar.
Dejó atrás,
el surrealismo cotidiano,
que me amenazaba,
y me intentaba matar.
Fin.

RAQUEL LÓPEZ

Una flor desnuda,
un cielo adornado
de espacio invisible
con etéreas cortinas
de estrellas brillantes.
Una sonrisa
desvanecida en el aire,
un sentimiento que se pudre,
sin nadie…
¡Palabras pidiendo a gritos
sueños imposibles!,
surrealismo cotidiano
del silencio de la vida
que muere ahogada en llanto.
Cascada de lluvia que inunda
la diáfana ensoñación,
soy real o soy quimera,
la flor que se marchitó…

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Lo hemos adoptado como un hijo más, pero el guiri insiste en que él alquiló el piso turístico sin gente. Y ya lleva dos días con la cara larga y sin querer salir de su habitación. Y eso que anoche golpeé cariñosamente su puerta para que viniera a sentarse con nosotros en el sofá, que estábamos viendo una peli extranjera… ¡extranjera como él!

Además, se enfada por tonterías… que si el baño lo tenemos siempre ocupado, que si nos comemos sus cosas del frigorífico, que si le gritamos mucho… ¡cómo nos iba a entender entonces!
Hoy, domingo, le voy a sorprender con un desayuno como dios manda. Con el pan que sobró anoche he hecho unas tostadas. Como no queda mantequilla, he abierto una de las botellitas de AOVE que tiene en su maleta. No creo que le moleste, apenas se ha roto el papel de regalo. Luego se guarda otra vez la botellita en su caja, se pega con cuidado y ya está. Voy a llamarlo ya para que se levante. Son las siete menos cuarto, pero es que esto está bueno calentito, y el café de puchero ya hace rato que estuvo hirviendo…
Seguro que al final me lo agradece. A estos extranjeros les gusta la cocina mediterránea y la cultura popular, y qué hay más castizo que una tostada de aceite y un carajillo de aguardiente. Además, le vendrá bien alimentarse sano, que esta gente no come nada más que galguerías. No me extraña que esté tan encanijado y tenga el pelo tan debilucho.
¡PAM, PAM, PAM! ¡KEVIN, LEVÁNTATE YAAAA, QUE TE HE PREPARADO EL DESAYUNO!
¡Jodíos guiris, que desagradecidos que son! ¡No va y me grita! Y me dice que me vaya a la mierda, que me va a denunciar… ¡A mííí, que lo trato como una madre y lo he metido en mi casa! Como siga así, no le cambio la bombona y que se duche otra vez con agua fría. ¡Hombre ya!

IRENE ADLER

«-¿Qué significa la Cruz de la Victoria?
-Es el símbolo heráldico de Asturias.
-¡¡¡¿El qué?!!!
(Suave y despacito, como pa tontos):
-El símbolo heráldico de Asturias. ¿Qué parte no ha entendido: símbolo, heráldico o Asturias?»
Conclusión: O no todo el mundo tiene un móvil. O no todo el mundo tiene un dedo.

JAVIER GARCÍA HOYOS

UN DÍA CUALQUIERA DE COMPRAS
Bajé a la farmacia y al super. Por el camino había tanta gente que apenas podía ver a nadie, y tanta música en los bares que no identificaba ninguna canción.
Comenzó a llover y la multitud, asustada ante la horrible posibilidad de humedecerse, entró con premura a los locales a pedir alguna bebida. De improviso, aparecieron camiones de la limpieza para regar las calles. Yo traté de resguardarme de la lluvia y del riego mientras avanzaba hacia la botica.
Cuando por fin llegué, un amable zombi con una ensangrentada mascarilla me atendió:
—Cereeeebroo —dijo con cortesía
—Buenas, ¿Tienen ustedes paracetamol?
—¿Cereeeeebroooo?
—Una caja será suficiente, gracias.
El zombi cogió una caja y la puso en el mostrador.
—Cereeeeeebroooo
Saqué del monedero la cantidad que me había indicado, le pagué y me marché dirección al supermercado, no sin antes darle las gracias por su atención.
La lluvia seguía cayendo con fuerza y el sol, que reinaba en un extraordinario y azulado cielo, reía con fuertes carcajadas aumentando el calor de la calle a más de treinta grados.
Cuando ya estaba cerca del supermercado me crucé con una trifulca entre varias personas. Todos discutían en silencio a través del teclado de sus móviles, con rabia y odio sus rostros desencajados parecían querer ser más hostiles de lo que sus gestos reflejaban.
Llegó la policía para detener aquel escándalo mudo y, al ritmo de una conga, convencieron a todos de que se dispersaran.
Ya en el super, unos hombres de traje oscuro bañados en crema solar, con sus colmillos afilados, gafas de sol y un maletín de cuero, trataban de convencerme de pedir un préstamo personal.
—Hágalo y su vida mejorará, y si no puede pagarlo, tranquilo, nosotros nos ocuparemos de arruinar su vida, dejarle en la más extrema pobreza y cobrarnos lo que falte con su sangre. Sea inteligente —decían con una enorme sonrisa —, no pierda esta oportunidad.
La idea siempre me parecía tentadora, y si no aceptaba no era por falta de ganas, si no porque siempre me dejaba el bolígrafo en casa y no podía firmar.
—Tranquilo amigo, mañana también estaremos aquí.
Al entrar al super cogí una cesta y me dirigí a uno de los pasillos, lo que vi fue tan extraño que me resultaba difícil de entender: El aceite de girasol había aumentado su precio un doscientos por cien, ¡Y la balda estaba vacía!
Apenado por la circunstancia hice lo único que se podía hacer en aquella situación. Ir a la sección de carnicería y jugar a los bolos con un licántropo.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

HORA DE MAITINES
Acababan de doblar las campanas. El hermano Ezequiel permanecía inmóvil frente a la pequeña cuna de color blanco, cansado y pensativo, después de una larga y extenuante noche. Era plenamente consciente de que a sus años ya no tenía edad ni fuerzas para andar haciendo aquellas cosas. Sin embargo, el pobre monje se había ganado con méritos más que sobrados las alas de ángel que, aunque invisibles a ojos de los demás, lucía de una forma tan majestuosa.
La lúgubre estancia en la que se encontraba, humilde y mal iluminada, era todo cuanto tenía. Así lo había querido, por voluntad propia. Pese a todo, la poca claridad que emergía del único ventanuco existente se proyectaba sobre la cuna, envolviéndola por completo hasta dotarla de una apariencia casi divina.
Durante toda aquella interminable madrugada, Ezequiel no había dejado de murmurar una especie de plegaria, al tiempo que repasaba el libro una y otra vez. Volvía la página hacia atrás, hacía algunas comprobaciones, asentía con la cabeza en un gesto de aprobación y proseguía con su letanía. Entregado a su éxtasis, no reparó en que sus pies descalzos acababan de pisar algo metálico, que fue a clavarse en uno de ellos, derramando un hilillo de sangre que, aunque bien hubiera podido atribuirse a algún tipo de manifestación divina, sin embargo, era debido a algo mucho más terrenal. De su boca trataron de escapar toda una serie de votos, y no exactamente de humildad, castidad ni obediencia. Sin embargo, estos fueron inmediatamente reprimidos gracias al férreo entrenamiento monacal al que se encontraba sometido aquel siervo del Señor.
El lento transcurrir de las horas avanzaba inexorable y Ezequiel no podía dejar de pensar en el pobre e indefenso querubín, cuyos ojos apenas habían alcanzado a vislumbrar el comienzo de la vida, abandonado la noche anterior en una tosca canastilla de madera, justo a la entrada del aquel centenario lugar de recogimiento y silencio. Además del lógico alboroto, aquello representaba toda una novedad para aquellos hombres de vida rutinaria, poco acostumbrados a tales eventos. Pero también suponía una incómoda obligación para la comunidad. Obligación de la cual decidió hacerse cargo él, hermano de mayor edad y experiencia. No lo dudó ni un solo momento. Quizá porque echaba mucho en falta a ese hijo que ya nunca tendría, y también porque era consciente de que la hora de su ocaso se acercaba. Una vida acababa de llegar y otra estaba a punto de partir.
Por fin, las primeras luces del alba comenzaban a clarear, acompañadas del tañido del campanario que tocaba a maitines. Con una mano sosteniendo la última página del libro y una pequeña llavecita en la otra, se detuvo a contemplar orgulloso el resultado de su obra, mientras dejaba escapar un suspiro de satisfacción.
Tras muchos sudores y casi dejándose la poca vista que le quedaba, el hermano Ezequiel acababa de coronar el montaje de la cuna modelo Sundvik, accesorio que se había visto obligado a adquirir de manera urgente en el IKEA más cercano. Bajando la cuesta hacia el polígono, según se sale del convento, a mano derecha. El cubo de hormigón azul y amarillo. No tiene pérdida. La cara del empleado, en su primera semana en prácticas, era un verdadero poema. Ver a un fraile comprando una cuna, sin duda, siempre es un espectáculo digno de ver. Aunque aquello le pareció lo más surrealista que había visto en su corta vida, intentó disimular, por temor a que se tratase de una cámara oculta, un experimento sociológico o vaya usted a saber.
Por suerte para Ezequiel, el biberón Krömland venía de regalo.

ANGY DEL TORO

EN BUSCA DE QUÉ
Me estás preguntando qué ¿Por dónde ando y hacia dónde voy? y mi respuesta es ¿Alguien lo sabe? Nadie tiene idea de por dónde anda, ni se imagina donde está viviendo. Rebusco entre aquellos que un día vivieron y disfrutaron del reluciente Sol y, sin embargo, a mí me ha tocado vivir en peligro, en la oscuridad. Dicen que el astro rey se está derritiendo ¿Qué si es cierto? No lo sé, aquí yo me alumbro a la luz de la vela. El apagón ha llegado y él se está despidiendo, dice que hemos alcanzado la hora del abandono absoluto y que nos deja botados en medio de lo que un día fue, la gran ciudad, la de nuestros sueños cuando lo cotidiano era vivir y gozar de las bondades de un futuro mejor. Heme aquí, indefenso, mostrando otra cara, la que ahora yo enseño al vivir en la selva, ante lo peligros de este lugar. Amenazas, obstáculos, es un sin vivir desconocido donde solo los desafortunados han podido llegar. Advierto que continúo buscando, pero ya no desde afuera, ahora mi intelecto me ha dicho, basta ya de ignorancia, entra a tu casa, solo ahí está la excelencia. Conócete a ti mismo y el universo te abrirá las puertas del Templo de la Felicidad, la que nunca hallaremos fuera porque la tenemos dentro, en nuestro mundo interior.

EFRAIN DÍAZ

Este relato lo publiqué de manera independiente hace mes y medio de manera independiente. Es lo único surrealista y onírico que he escrito.
El final de los tiempos se acercaba. La guerra y el hambre se habían apoderado del planeta. La miseria mostraba sus colmillos y sus garras como lobo hambriento. Al llegar el año 2000 la gente pensaba que habían dejado atrás el siglo más violento y con más conflictos bélicos de la historia de la humanidad. Pendejos, no sabían lo que se les venía encima.
El nuevo siglo trajo el derribamiento de las torres gemelas en New York y con ello, trajo la guerra de Afganistán. Irak cogió su agua. No porque tuvieran algo que ver en el incidente de las torres gemelas, sino porque eran una buena fuente de petróleo. Así que con una de las mentiras más burdas jamás inventadas, que tenían armas de destrucción masiva, los gringos atacaron a Irak con la idea de convertirla en «Bush Gardens». Pero esos no fueron los únicos conflictos. Estrenando el año 2000 Etiopía entró en guerra con Eritrea. De no haber sido por los uniformes, la mayoría de las muertes hubiesen sido por fuego amigo o «friendly fire», pues no podían distinguirse por su color de piel. No hubiese sido mala idea tirarlos al campo de batalla en ropa civil o desnudos y que se aniquilaran todos. Después de todo estamos sobrepoblados y menos gente no nos vendría mal.
Otros conflictos que se desarrollaron fueron la guerra civil de Siria, la guerra de Waziristán, el conflicto contra Boko Haran, la guerra de Yemen y la guerra contra los carteles en México, guerra que duró hasta que llegó al poder un tal AMLO que, queriendo optar por el premio Nobel de la Paz, le entregó el poder y la autoridad a los carteles. El pobre idiota no sabía que el Nobel de la Paz se gana bombardeando países. Pregúntele a Obama.
La gota que colmó la copa fueron los movimientos LGBTTQ. Dios no podía tolerar que personas del mismo sexo se unieran frustrando su plan de procreación. Si nadie procreaba, no habría gente a quien amedrentar y castigar con el fuego eterno y eso era inconcebible.
Dios, dueño, amo y señor de todo lo que se mueva y respire y de lo que no también, estaba harto de la situación. No entendía como el paraíso que había creado se había convertido en un cricalero sin visos ni esperanza de redención. Mandó a llamar a Jesús.
-Hijo, ya es hora de tu segunda gran venida.
Jesús sonrió maliciosamente.
-No esa venida, tonto. Me refiero a que ya es hora de ajustar cuentas en la Tierra. Que vuelvas.
-Ay no padre, la última vez que fui terminé clavado y no fue una experiencia que quisiera repetir.
-No la repetirás, hijo. Esta vez irás por tus propios fueros. Salvarás a una minúscula parte. A los pocos que han vivido bajo mi ley y destruirás al resto, que conforman la gran mayoría. No los ahogues por favor. En el pasado utilicé agua y no funcionó. Achichárralos con el fuego del infierno.
Jesús sonrió. Llevaba veintidós siglos esperando este momento. El momento de la venganza.
Jesús, de mentalidad surrealista, más cotidiana que ocasional, listo para su revancha y preparada la vendetta, dejó ver el gran símbolo del Hijo del Hombre. el símbolo del principio del final. Una enorme cruz de fuego apareció en lo alto del cielo. Pero apareció boca abajo. Jesús recordó que la Biblia no especifica cuál será el símbolo oficial del final. Igualmente recordó que habían sacerdotes y pastores que identificaron el símbolo de Dios como una cruz, pero otros lo habían identificado como un pescado. Por lo que junto a la cruz de fuego hizo aparecer un pescado, un chillo frito, en señal de cómo morirían los condenados.
Los signos del final de los tiempos habían aparecido. Podían verse claramente por todos los confines de la tierra. Se formó un caos y la gente se tornó histérica. Muchos se suicidaron antes de sufrir los rigores del final. Las ferreterías hicieron su agosto vendiendo soga y las armerías, vendiendo municiones.
Cuando el Amolao vio la cruz de fuego boca abajo, exclamó «comay, esto se jodió. Viene virao».
Las iglesias se llenaron. Los que tradicionalmente iban, acudieron a sus respectivas iglesias y los que nunca habían ido, ingresaron en la primera que vieron. Algunos que nunca habían ido a iglesia alguna e ingresaron en una protestante, cambiaron a la católica cuando los ujieres intentaron cobrarles el diezmo. Les salía más económica una ofrenda.
Los Pastores no perdieron tiempo en cobrar el diezmo, por si acaso las señales del final eran una falsa alarma. Un ensayo. Bajo igual pretexto, el Vaticano autorizó la venta de indulgencias de última hora. Aquellas por las cuales Martín Lutero se separó, creando el cisma.
Jesús dejó los símbolos del final a la vista de todos por seis semanas. Le divertía ver a la gente histérica y llena de miedo.
Luego de seis semanas de caos y sufrimiento en el planeta, el cielo se abrió y Jesús salió de su escondite. Pudo verse simultáneamente desde todos los rincones de la tierra a la misma vez. Dentro del sufrimiento, los terraplanistas celebraron. Si Jesús podía verse desde todos los confines simultáneamente, su teoría había prevalecido y la tierra era plana. Podían morir en paz aunque fueran achicharrados.
Jesús miró la cruz de fuego boca abajo y guardó prudente distancia. No quería quemarse. En su mano derecha portaba un pergamino sellado con siete sellos. Con una maquiavélica sonrisa rompió los primeros cuatro. Del primer sello salió uno de los llamados jinetes del apocalipsis. Cabalgaba un bello corcel blanco. Era el jinete de la conquista y éste declaró la guerra. Jesús rompió el segundo sello y salió un jinete cabalgando un vigoroso caballo bermejo. Este era el jinete de la guerra y daría cumplimiento a la declaración del jinete del corcel blanco. Acto seguido Jesús rompió los otros dos sellos para consumar su venganza de la gente que hace veintidós siglos atrás lo clavaron. De ellos salieron dos jinetes más. Uno cabalgaba un caballo negro y el otro un caballo bayo, que no era el del Gran Combo y representaban el hambre y la muerte.
Los jinetes de los caballos bermejo, negro y amarillo bayo no iban solos. Atados a sus caballos llevaban miles de demonios amarrados, desnudos y con enormes y potentes vergas erectas que parecían tubos de verja. Estaban listos para sodomizar a los condenados. Al verlos, las putas se negaron a participar de la fiesta sodomita. Sin dinero de por medio, no darían el culo. Habían invertido mucho para darlo de gratis. En cambio, las de rostros angelicales y caras de que no rompían un plato, babeándose, clamaban por castigo eterno. No querían quemarse en el fuego eterno sin probar esas vigorosas vergas. Corrieron como locas hacia los demonios. Los demonios comenzaron con su festín y metieron todo lo que pudieron. No hubo mujer que no recibiera un pingazo, pero cuando vieron una segunda horda de maricones que venían a toda carrera buscando un vergazo, comenzaron a pedir piedad a sus respectivos jinetes. Nadie les advirtió de antemano que los maricones estaban incluidos en el festín anal. Jesús estaba a punto de mearse de la risa.
Jesús sabía que tenía que ser justo y salvar a los pocos que habían seguido su palabra al pie de la letra. Comenzó a seleccionar a aquellos que habían seguido su mandato.
Cuando un católico vio que un protestante y un budista habían sido escogidos por Jesús, protestó. ¿Cómo era posible que unos impíos que no practicaban la única y verdadera religión, que eran «hermanos separados» y que no recibían la santa eucaristía, pudieran ser salvos? Merecían el fuego eterno, exigió el católico. Jesús, harto del trillado argumento, volvió sus ojos hacia atrás en señal de hastío, lo sacó y lo condenó inmediatamente a la fiesta sodomita. Cuando uno de los demonios lo empaló, ningún otro católico se atrevió a protestar las decisiones de Jesús. Contrariarlo no era una buena idea.
Dios mio, Dios mio, porque nos has abandonado? clamó un ferviente creyente al ver toda aquella hecatombe. Al oirlo, Jesús le respondió «eso pensé yo hace poco más de dos mil años, pero estaba equivocado. Dios no me había abandonado. Tampoco los ha abandonado a ustedes. Solo los dejó a mi cargo por un rato en lo que iba al laboratorio a trabajar con algo que se le diera mejor que ustedes. Los humanos son un experimento fracasado. Hay que hacer espacio para su nuevo invento. Y con esto, continuó dándole cumplimiento al mandato del padre.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

CALL CENTER
–¿Sí, dígame?
–¿Don José María Mayorga Valdecantos?
–El mismo, señorita, ¿y su gracia de usted?
–Mi nombre es Yanira Lozano y le llamamos de DiosQuePhone. ¿Está usted contento con su actual proveedor de divinidad?
–Se refiere usted a mi religión, supongo.
–Efectivamente, don José María, de eso hablamos.
–Qué quiere usted que le diga, la uso poco, más bien nada, pero como la tengo desde chiquitito, pues eso, que son muchos años y acaba uno cogiéndole querencia a las cosas.
–Es natural, don José María, nos pasa a todos. Pero el mercado ha cambiado mucho en los últimos años, es aconsejable abrirse a nuevas posibilidades y nosotros tenemos la mejor oferta en materia de comunicación celestial, que se puede encontrar hoy en día.
–Por ejemplo: ¿su religión es muy exigente, complicada de entender, con grandes misterios, que requieren de altas dosis de fe ciega?
–Mujer, ahora que lo dice…
–La nuestra es sota, caballo y rey, al pan, pan, y al vino, vino. Lo que se ve es lo que hay, sin complicaciones. Y nada de rigideces, aquí vale todo, mientras no le metas al prójimo el dedo en el ojo; hasta hemos abolido el sexto mandamiento. No le digo más.
–Yanira, mujer, a estas alturas, lo del sexto mandamiento, a mí como que me la trae floja, no sé si me explico, pero lo demás me parece muy bien, oiga usted.
–Pues fíjese que eso no es todo. Está lo de la oración. Un invento, don José María. Un suponer, que usted quiere hablar con el viejo, como diría Einstein, para pedirle un favor, o lo que sea; no hay problema, se instala nuestra aplicación en el móvil, marca en el menú el tipo de comunicación requerida, la intensidad y hasta el grado de insistencia que desea, y nosotros nos encargamos de todo por usted. Y sin límite de llamadas. ¿Cómo lo ve?
–Cómodo, muy cómodo, que quiere que le diga.
–Y no acaba ahí la cosa. Cuando llegue el momento del tránsito, ya sabe…
–Sí, cuando casque.
–Exacto. Dependiendo del paquete que contrate, tendrá usted tres opciones de felicidad celestial: veinte gigas al mes con el básico; cincuenta con el avanzado e ilimitados con el premium.
–Es que yo soy de muy buen conformar, sabe usted, con poca cosa soy feliz.
–Pues entonces, don José María, le recomiendo el básico, porque los gigas que no gaste, puede acumularlos mes a mes. Un chollo.
–La verdad es que lo parece, sí. ¿Y se encargarían ustedes de la portabilidad?
–Desde luego, don José María, usted no tendrá que preocuparse de nada.
–Pues mire Yanira, me interesa, pero tengo que consultarlo antes con mi señora, que ahora está en pilates.
–No hay problema, le llamo mañana, si le pare bien. ¿A esta hora?
–No, más tarde, que me ha jodido usted la siesta.
–Hasta mañana, pues, don José María, quede usted con dios. Que pase un buen día.
–Eso, eso, lo mismo digo. Adiós.
Nota del juntaletras: Si todavía no pasa, no tardando mucho pasará. Al tiempo.

NORA GUEVARA

El ser que habita dentro de mí
La siento aquí, muy cerca, espiándome, estudiando cada uno de mis movimientos, escarbando en mi cuerpo minuto a minuto, hora tras hora. No me habla, no se mueve, pero sé que está aquí. Hace años que está aquí, esperando en momento preciso para manifestarse y, aunque no me crean, me encierren, me llenen de pastillas y me amarren a la cama, esta criatura insana sigue existiendo en mi interior como un engendro que crece tratando de invadirme, como un parásito que se apropia de mis órganos y que, de manera perniciosa me corrompe.
¡Aquí está, a ustedes, testigos de mi tremenda desdicha les hablo, porque solo ustedes pueden salvarme! Sé que estos hechos a primera luz pueden parecerles descabellados, como a los médicos que me han visto, pero les aseguro que son verdaderos y profundamente malignos y, si me niego a confesárselos, es debido a que temo que me encierren de por vida, quitándome la única posibilidad que tengo de defenderme, de controlarla y quizá, solo quizá, de deshacerme de ella.
A veces la veo moverse en mi estómago y la rasco con fuerza, para sacarla, pero rápidamente se desplaza a una nueva posición y la pierdo, otras, meto los dedos en mis oídos buscándola y es, entonces, que puedo sentir que se asoma desde mi interior a través de los tímpanos y toca mis dedos con un dedo demoníaco que, cual reptil se desplaza buscándome, lleno de hambre y de deseo.
De pequeña la conocí. Recuerdo nítidamente esa época en que me miraba a través de la ventana, desde lejos, sonriéndome con una sonrisa falsa y levantando la mano para saludarme. Me acostumbré a encontrármela en todos lados, por lo que se me hizo natural verla manifestarse en los pasillos de la casa, observándome, callada como una tumba, blanca como una lápida. Su presencia se me hizo, especialmente perturbadora, cuando comenzó a observarme desde en la ventana del dormitorio que daba a la calle, noche tras noche. A veces, asustada, despertaba a mi esposo, que se levantaba a revisar los postigos, solo para decirme que no había nada. Fue tanta la paranoia, que nos cambiamos de casa, pero la solución solo empeoró estos encuentros, ya que ella empezó a aparecer al lado de nuestra cama rozándome las manos, tocándome la cara, hasta que, en un descuido, metió su dedo en mi oído y se me introdujo.
¿Qué la trajo hasta mí, qué busca, qué debilidad percibió que, cual virus, se introdujo con ese dedo maldito en mi cerebro creando un caos tal, que a hasta el día de hoy tiemblo y me derrumbo?
Como les decía, lleva años viviendo en mí y, aunque hay días en que no da señales de vida, hay otros en que retumba en mis oídos como tambores, sin detenerse, llevándome al colapso. Hoy paso noches en vela, en que no duermo y la vigilo, noches en que vencida por el sueño sucumbo y despierto sintiendo que me observa, noches en que veo su dedo apuntándome y tiemblo, tiemblo y me agarro el estómago a dos manos y la siento como un nudo en la columna, en la espalda o moviéndose como un gusano a través de mis órganos, horadándome, intentando apropiarse de lo que veo, de mis recuerdos, de mis alegrías y de mis miedos.
Solo unos días antes que me internaran, sufrí un desmayo y afiebrada me llevaron a urgencias. Me lo callé todo. No hallaron signos de alguna enfermedad y supusieron que solo fue una descompensación y, aunque mi esposo algo sospechaba, no se atrevió a verbalizarlo. Lo sé porque me mira con precaución, incluso con miedo, como si ese engendro tuviera la capacidad de cambiar de cuerpos, es decir, de pasar de mi cuerpo al suyo y del suyo al mío, para observarme y fue, en ese entonces, que se me ocurrió la idea: si esta criatura cambia de lugar, quizá puedo eliminarla justo cuando esté a punto de cambiarse de su cuerpo al mío, que es cuando estoy más consciente de mis actos y ella, es menos consciente de los suyos. Es solo cosa de esperar el momento preciso para eliminarla. Por ahora, cuando perciba que no está en mí, sino que, en él, debo imaginar los pasos, debo planificar concienzudamente, racionalmente, cómo eliminarla de una vez por todas y hoy, por fin he encontrado el momento. Todo se ha conjugado de manera perfecta. Mis hijos están en el colegio, mi esposo duerme con algo de fiebre, producto de una aparente gripe y yo, libre de la criatura, me he podido movilizar hasta la cocina.
Tomo el cuchillo, lo limpio con alcohol, paso al baño por unas toallas, abro las ventanas para que los vecinos escuchen lo que está por pasar, para que llamen a emergencias, justo cuando haya consumado la muerte de nuestra enemiga.
Mi esposo yace en la cama matrimonial abrasado por la fiebre, delira. Abro las sábanas y reviso su cuerpo, buscando señales y, mientras él se revuelve no producto de la fiebre, sino de la elaborada forma en que ese engendro de apropiarse de nuestros cuerpos, la veo, justo en el estómago, moviéndose.
Tomo la botella de alcohol y la descargo sobre su vientre. Mi esposo no reacciona. Desesperada por salvarlo, con el dolor de mi alma, le entierro el cuchillo y la sangre comienza a saltar a borbotones, como un géiser sobre mi la cara, pero me sobrepongo al terror, porque sé que es ahora o nunca. Si no logro eliminarla, me internarán y ambos sucumbiremos al dominio de esa cosa que juega a apoderarse de manera cruel de nuestros cuerpos y, pese a que sus gritos se deben escuchar a cuadras de distancia, sigo adelante, pues tengo claro que de esta forma podré, al menos liberar, al hombre que amo de este suplicio infernal.
Coloco las toallas al lado de la cama y, mientras le abro el estómago y meto mis manos en su interior para sacarla, algo que no es mi esposo, abre los ojos y me mira a través suyo y yo, maldiciéndola, continúo de forma con mi tarea. Meto las manos en su estómago, reviso sus intestinos y allí está, dentro de sus tripas, por fin la encuentro. Tomo el cuchillo, corto el intestino y la agarro, mientras la cama se transforma en una cama de sangre. Una vez que la tuve entre las manos, me dejé caer en el piso sabiendo que él se salvaría. El griterío de la gente, las bocinas de bomberos y los golpes en la puerta, indican que acababan de echar abajo la puerta. Con urgencia, antes que me detengan, me la echo a la boca y la mastico, para destruirla, por fin. Con mis dientes la muerdo, la trituro, la destruyo, como si me destruyera a mí misma y me la trago.
La policía se me tira encima y me esposa, como a una delincuente. Los paramédicos gritan y se abalanzan sobre la cama. Los vecinos sacan fotos y gritan maldiciones en mi contra y yo, impasible escribo este testimonio, que entregaré a los periodistas que quieran entrevistarme para que lo publiquen y ustedes lo lean, porque quizás, solo quizás, al hacerlo público encuentre quien me salve, porque este parásito continúa aquí, creciendo, esperando, murmurando, intensificando su presencia y yo, al borde de la locura, ya no soy capaz de inventar nuevas formas para eliminarlo.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Qué me dice mi marido» Ve al catrasto, a arreglar los papeles de la compra del piso»
Yo me voy de buena mañana, con todos mis papeles.
Una señora muy amable me dice de todos los papeles qué me faltan.
Me voy de buena mañana con todos mis papeles, otra vez.
Otro señor muy amable me dice de todos los papeles qué me faltan.
Manolo, le digo a mi marido, qué el piso no lo compramos.

EDUARDO VALENZUELA JARA

Era tarde y en la calle no se veía un alma. De pronto, pensó que la luz menguante del crepúsculo le jugaba una mala pasada, lo cierto es que le pareció ver ―a lo lejos― a un par de enanos, de aspecto medieval, cruzar la acera y perderse al doblar la esquina. Definitivamente no podía ser Halloween, lo sabía muy bien porque apenas era veintidós de septiembre ¡el día de su cumpleaños número ochenta! y continuó su camino por la calzada, rumbo a casa, tratando de descifrar qué fue lo que había visto.
Entonces, de la nada se le apareció otro extraño personaje. Era un encapuchado, extremadamente delgado, que lo arrastró con violencia hacia la oscuridad de un callejón. Antes de alcanzar a reaccionar se vio inmovilizado y con un objeto punzante hiriéndole la piel del cuello.
―¡Shhhhh! ¡Te mataré! Quieto, abuelo. ¡Rápido, entrega todo lo que traes! ¡Rápido!
―¡No traigo nada!
―¡Shhhhh! ¡Calla! ―Sintió que el objeto se hundía en su cuello y una mano registraba todos sus bolsillos.
La presión en la garganta cedió cuando el ladronzuelo se concentró en quitarle su argolla de matrimonio.
―¡No! ¡Mi anillo no, por favor!
Desesperado, arrancó la capucha de su asaltante. La débil luz del callejón le reveló ese rostro horrible. Alguna vez había leído sobre el efecto que las drogas causaban en la apariencia de los adictos, pero nunca había visto uno. Era un rostro pálido, mortecino, con enormes ojeras bajo unos ojos vidriosos. Y si alguna vez tuvo cabello, ahora solo le quedaban unos mechones ralos y apelmazados.
Se sintió perdido, de seguro el criminal lo degollaría.
―¡Suelta al abuelo! ―bramaron unas voces a su espalda.
Eran los dos enanos que había visto hace unos minutos. ¡Venían a su rescate!
El malhechor se escabulló del callejón, llevándose su billetera, teléfono y anillo, pero antes de poder escapar se encontró con una figura gigantesca que bloqueó la salida.
―¡No pasarás! ―le dijo un enorme Gandalf, blandiendo un pesado báculo.
El abuelo vio ―en cámara lenta― como su asaltante era zarandeado por los enanos y por Gandalf, a los que, de pronto, se sumó el Capitán América, Flash, la Mujer Maravilla y un Stormtrooper del imperio galáctico.
Tras unos forcejeos y ante la apabullante superioridad numérica, el criminal quedó inmovilizado y reducido en el suelo.
―¡Gracias, gracias, muchas gracias a todos! ―dijo el abuelo a sus salvadores.
Estaba rodeado de toda clase de personajes de fantasía, que lo ayudaron a arreglarse y le entregaron lo robado.
―Pero, por favor, explíquenme que es todo esto ¿Por qué ustedes están disfrazados de enanos?
―¡Somos Hobbits, señor! Los enanos son aquellos, aquel otro es Gandalf, él es Capitán América; por allá están los personajes DC y Star Wars… Todos somos Cosplay, señor. Vinimos a una Comi-Con en el hotel de aquí a la vuelta. Lo vimos hace un rato al cruzar la calle y luego, notamos a este tipo sospechoso. Nos preocupamos y vinimos a ver si necesitaba ayuda. ¿Está usted bien?
―Sí, sí. ¡Muchas gracias a todos ustedes! Gracias por encontrar mi precioso anillo, no saben cuánto se los agradezco; es mi argolla de matrimonio, son cincuenta y seis años de casado. Gracias y que Dios los bendiga.
―¡Hasta pronto señor! ¡Vaya tranquilo y cuídese, que nosotros nos ocuparemos de este truhán!
«El señor de los anillos, ¡Ja!», pensó el anciano y siguió su camino a casa, recordando cuantos años hacían desde que había leído ese libro. «¿Será el teléfono celular una especie de “Palantír”?… Ojalá y en casa me tengan una torta de chocolate… ¡Esperen a que les cuente quiénes me han rescatado hoy!».

MAR SHA

Mornet era un escritor consumado, pero en su tan aneada juventud había logrado llegar a la cima del reconocimiento como él lo deseaba trabajo en lo que sea, siempre infeliz, de mal genio, deprimido y triste. Hace dos años se había separado de su amada, eso también dejo una huella insanable. Su mayor temor siempre había tenido temor a no surgir. Le basto solo con mirarse una media noche al espejo, su cara expresaba la máxima frustración posible, con unas gotas grandes rondando por su cara, se vio y se dio a sí mismo, tiraré todo a la basura, me importa un culo todo… se alisto, se fue a la oficina, por suerte todavía estaba su jefe haciendo y leyendo algunos documentos, abrió la puerta con dureza miro al jefe con rabia y le dijo:
– Aquí está mi carta de renuncia. se fue empuñando los puños… el jefe se quedó atónito
peor no hizo nada para detenerlo.
Mornet llego a su casa muy candado por la ira… aun así muy satisfecho, cogió su pluma
y empezó a escribir su realidad… ese día y 7 meses mas no llego a dormir ni una hora, es
ahí donde aquella realidad se le volvió irreal, veía a su perro con cuatro colas, las cuales movía
con sazón, eso le pareció gracioso, empezó a describir la escena, acto seguido miro al gato que estaba sentado en el marco de la ventana de la cocina. en su momento lo vio con tres cabezas, cada una tenía bocas y ojos, estas eran independientes, y cada una hablaba en un idioma distinto. también incluyo eso en su largo texto. Su realidad fue muy surreal pero cotidiana, eso fue lo que atrajo a lectores…porque muchos de ellos tenían mascotas, se las imaginaba con tales características. se sonreían con cada ocurrencia. De a poco fue siendo visto por los demás como un escritor surrealista. desde entonces es el mejor escritor de su ciudad natal, no se gana mucho, pero al fin de} al cabo tiene paz mental y claridad para saber cómo enamorar cada vez más a sus lectores.

GUILLERMO ARQUILLOS

La invasión o
el ejército doméstico o
de cómo reaccionó doña Puri ante los imprevisibles sucesos ocurridos en nuestra vivienda y de lo que acaeció cuando me preparaba el examen de Procesos Estocásticos y tenía la pata quebrada.
.
Que no digo yo que sí, pero igual es que no se podía hacer otra cosa que lo que hice: mirar el espectáculo.
Poneos en situación. Dos días después tenía un examen de Procesos Estocásticos, una de cuarto, de las duras. Pues claro, yo estaba con mi escayola en el salón, en un descanso del estudio, que para eso me habían pasado la trilogía del Padrino y tenía que devolverla al día siguiente. O sea, con la agenda llena.
Y oí a Óscar, ese superhombre, dando un alarido desde su cuarto:
—¡Nos invaden, nos invaden! ¡Socorro!
Eva y Marta hicieron lo único que podían hacer. Se pusieron unos pasamontañas negros (conjuntados con sus pantalones de deporte), unas toallas en el pelo (que parecían que se estaban disfrazando de jinetes del desierto) y se colocaron sus guantes de lana.
Óscar hizo lo único que podía hacer: abrió la puerta del piso y gritó en el descansillo:
—Nos invaden, nos invaden. Protegeos del alien que nos ataca.
Y yo hice lo único que podía hacer. Le di al pause y le grité a Óscar:
—Pero, coño, tío, si estamos en un sexto piso. ¿Cómo cojones nos van a invadir por tu habitación? ¡Como no hayan andado por la fachada como Spiderman…!
Después rebobiné los dos minutos del Padrino que no había visto, le di al play y subí la voz de la peli. Aquello era un guirigay increíble. Gritos, llantos, Óscar tirándose de los pelos, don Corleone amenazando desde la tele, las chicas retocándose la línea de los ojos, los vecinos voceando por la escalera… y doña Puri, la del quinto, subiendo y gritando sin parar:
—Ya sabía yo que esto iba a pasar algún día. Ya lo sabía…
Por si alguno no lo tiene claro, os recuerdo que aquella señora debía tener ochenta o noventa o cien años y que vino al mundo con unos pulmones y un vozarrón incomparables.
Entonces, hizo lo único que podía hacer: gritó como una descosida mientras subía por las escaleras —le tenía miedo al ascensor— y alertaba a los pocos de la comunidad autónoma andaluza que todavía no se habían enterado de que nos habían invadido por la ventana de Óscar.
Mala suerte. Peligro. Tensión sin límites.
El ejército que decidió abrir la puerta de la habitación para reconquistarla estaba encabezado por Eva, la morena. Iba armada de la fregona, que era un arma medieval especializada en la expulsión de invasores. Marta, que actuaba con rapidez, dejó la escoba junto a la puerta y fue a por la cámara de fotos; todo esto, sin dejar de repintarse las uñas; allí, de pie, ante el peligro.
Doña Puri volvió a contarnos historias de la guerra, que nunca supimos en qué lado cayó, y eso que siempre estaba hablando del treinta y seis. Como es natural, intentaba alentar a la tropa enarbolando el recogedor.
Y Óscar, pobrecito, hizo lo único que podía hacer: fue al salón, sin parar de gritar, me obligó a dar de nuevo al pause y se subió a una silla. Que digo yo que para qué se subía a nada, dado el tipo de invasión al que se enfrentaba nuestro piso de estudiantes del Camino de Ronda.
Oí los ecos del combate. La batalla debió de ser muy sangrienta. Se oyeron armas golpeando paredes y un «no, por favor, que no te muerda, que vas a pillar la rabia».
Os juro que pude ver las fotos que hizo Marta, cuando todo pasó, y me descojoné de lo que me contaron (y de Óscar, claro). Había muchísimas; todas las que cabían en una tarjeta de las que usábamos entonces.
La única que mantuvo la calma, porque gritaba un poco menos fuerte, no porque no estuviera nerviosa, era Doña Puri, en la retaguardia. Y ella fue la primera en hacer la observación:
—Este niño es un necio.
También lo podía haber llamado bobo o estulto y hubiera sido más precisa, pero prefirió emplear palabras que nuestras entendederas pudieran comprender.
Hizo un movimiento rápido con el badil, que parecía que toda su vida había estado jugando al béisbol, y abrió de un solo golpe la ventana. Después se acercó al descomunal invasor dando mandobles, sin escudo y repitiendo a las chicas:
—Dejadme sola, leche, que este Óscar es gilipollas. ¡Mira que cerrar la ventana y salir corriendo…!
Ahora que han pasado años y que el incidente se resolvería llamando al ciento doce, a la policía montada del Canadá y a los bomberos, nos reímos de todo aquello; pero hay que sentir el miedo que pasaron Óscar y los vecinos hasta que Doña Puri consiguió hacer que el pequeño murciélago saliera volando por donde se había colado…
Y yo, pobre de mí, con mi pierna rota, me tuve que quedar toda aquella noche viendo las tres partes del Padrino y suspendí el examen de Procesos Estocásticos, como era de esperar.
Y es que la carrera de Matemáticas es dura de co…, co…, compañeros, espero que este relato os haya gustado. Otro día os cuento alguna otra cosa del piso del Camino de Ronda.
Por ejemplo, ¿sabéis lo que pasó cuando…?
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GAIA ORBE

Fin de marzo y es otoño en Buenos Aires. Las hojas de los árboles caen, y los poetas le cantan. Un sol desteñido se cuela entre nubarrones entibiando apenas. En un haz de luz, casi imperceptible se acurrucan gorriones y palomas añorando quizás la primavera.
Otoño porteño, melancólico y triste de húmedas calles y avenidas de balcones sin malvones, de patios sin glicinas y jardines sin flores… (extracto de Rodolfo Álvarez Russó). Las agencias de turismo publicitan la ciudad “ Buenos Aires posee un clima templado y benigno durante todo el año… la mejor estación para visitarlo es el otoño con temperaturas que oscilan entre 10ºC en las noches y máximas de 17º C ”.
A la vista que el verano no se acababa y mis tres pares de sandalias, agobiadas de tanto traqueteo, me hacían doler los pies decidí salir del oasis hogareño a 21 grados en busca de nuevo calzado. Recordé que a media hora de caminata y diez de colectivo había un outlet de Hush Puppies. ¿Pero, quién podía caminar con 32 grados a la sombra a las seis de la tarde? Siempre hay desquiciados. Como yo estoy cuerda en un acto de arrojo saqué los shorts que había guardado en el estante de arriba para el próximo verano y salí con la tarjeta de crédito en el bolsillo de adelante y la del bondi en la mano. Antes de cerrar con llave, ahogada por el golpe de calor, recordé de que la línea de colectivo para ir al outlet es de las que tardan mucho en venir porque cruza tres barreras y luego aparecen tres o cuatro juntos. Casi desisto de mi idea pero el dolor de pies me reclamó estoicismo. Llegué a la esquina. La fila de gente esperando era larga, muy larga. Miré al cielo, ni una nube. Respiré y como la gracia divina estaba sobre mí, el bondi apareció. Como pude, empujando, me subí. En cada parada subían más personas. Cuerpo contra cuerpo, sudor con sudor y yo, apretando mis narinas resistí hasta que cuatro cuadras antes del objetivo se abrió la puerta trasera y me tiré del colectivo para poder volver a respirar. Arrastré mi cuerpo con la última energía de mi ser y llegué. En la vidriera solo había zapatos de invierno.
Fui directo al primer piso; al Outlet sinónimo de palabra castellana para decir discontinuado, (aunque en inglés significa salida pero eso no viene al caso acá en la Argentina somos todos cuasi bilingües), la madre Patria nos penetra con sus palabras y con el dólar. En estado de alegría ascendí las escaleras. Frente a mí estaban las estanterías llenas de zapatos. Mis ojos se abrían y se cerraban. Había borceguíes, botas caña larga, corta, mediana, hasta que di con unos forrados en pielcita sintética que me hicieron reaccionar. Me acerqué a la vendedora.
— Señorita, ¿ y dónde están las sandalias y las ojotas?
Ella negó con su cabeza mientras seguía wasapeando vaya a saber con quién.
—Por favor, ¿dónde esconden los zapatos de verano?—insistí.
Ella, con una espléndida sonrisa me respondió.
—¡Señora! Están guardados.
—Pero el outlet no es de la temporada anterior.
—Ahora es colección otoño-invierno.
Casi al borde de las lágrimas exhalé:
—Niña, necesito un par de zapatos de verano.
Sin desprenderse de su celular, sacó de abajo del mostrador dos pares. Uno era espantoso con plataforma tripe y el otro, medianamente ponible, era número 44 y yo calzo 36.
Con el alma dolorida salí al ardiente otoño de la Avenida y mi espíritu dijo no importa algo debes comprar ya que viajaste hasta acá. Caminé una cuadra más pero mi calor aumentaba viendo ropa de otoño en los escaparates. Entonces, fui hasta la parada de la plaza, que nunca fue linda pero alguien me había dicho que el alcalde la había arreglado porque ahora los vecinos pagan mayor impuesto por esa necesidad urbana llamada subterráneo. Con la esperanza de reposar bajo un árbol para ver caer sus hojas miré la fila de gente esperando, larga, muy larga. La gracia estaba conmigo, otra vez apretadita en el bondi y en mi corazón la melopea: “Nunca más viajar en bondi en el otoño de Buenos Aires”.

EL FARO

Y en el cómodo silloncito de la edad madura, te escribo.
Frágil suerte la mía.
Curiosee anoche un documental de las Islas Canarias, donde unos pájaros acoplan sus relojes para subsistir.
Donde unos volcanes violentos exhalan una energía interna, pariendo rocas.
Donde unas ballenas necesitan acariciarse para entender los vínculos
Donde los vientos alisios envuelven una isla para revivirla y verde y agua y vida.
Hoy abrí todos los ventanales, la puerta principal y la chiquita del patio. Y el pecho!
Y está lleno de pájaros el living, y mis dos perros nadan conmigo, y una amable humedad me ha lavado la cara. Una lava me ha encendido las mejillas y me mojo en cascadas tibias de trópico.
Y escribo verde..imperiosamente verde.
Verde vida..de todo aquello que me trasciende y elijo para vos.
Así tan así.. para que me recuerdes.

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

Gabi despertó sobre la arenisca de un descampado, estaba semidesnudo y magullado, especialmente sus extremidades inferiores.
Alzó la vista y con mucho esfuerzo consiguió ponerse en pie, sus doloridas rodillas estaban llenas de sangre reseca mezclada con pasta de arena, probablemente tenía la herida infectada ya que el dolor era agudo e insoportable.
Varios metros más adelante vislumbró una fuente de agua, todavía funcionaba. Se lavó las rodillas y consiguió despegar el pus que ya había comenzado a brotar de su herida, no tenía buena pinta pero el lavado alivió «ipso facto»su dolor.
Bajó la mirada y vio una mascarilla tirada en el suelo, uno de los pocos vestigios que quedaban de la civilización que fue víctima de un genocidio sin precedentes, Gabi sin ir más lejos llevaba al menos un mes sin ver al prójimo y sus esperanzas de encontrar a alguien con vida eran remotas.
Todo sucedió muy rápido, de la noche a la mañana aquel fatídico año inventaron una falsa enfermedad para exterminar a la humanidad . Envenenaron a todos. Nos engañaron. Fuimos víctimas de la más absoluta aberración que había perpetrado un ser humano…
El suelo estaba lleno de colillas, otro veneno que vendían al prójimo pero de un efecto más lento pero igual de letal y mortífero. La antigua civilización se rigió por priorizar los intereses económicos de unos pocos pese a mermar la salud de la masa social, para estos elitistas que se lucraron asesinando con sus productos que fabricaban e industrializaban a inocentes personas que buscaban un placebo en sus vidas llenas de desdicha.
Ese era el surrealismo cotidiano con el que Gabi despertó hoy; lunes veintinueve de agosto de dos mil veintidós, en algún lugar del mundo, el planeta tierra y la ya casi extinta humanidad.
Nota: Este relato no participa en el reto semanal, simplemente me apetecía escribir un poco más y algo distinto y diferente. Algo utópico.
Fin.

KILLARI SAMAY

La niña de mis ojos dormidos
Sueño cada noche la repetida escena de un ayer,
una excéntrica visión de mi infancia.
Sueño mi niña desnuda y teñida de añil
que acuna las luces de un posible despertar
maldito
que me ofusca y me retiene,
me ahoga en brillos de falsa razón.
La niña -mi yo infantil-
levanta la piel del agua,
sin miedo
se atreve a limar asperezas,
vencidas las olas del mar.
Otro mundo se presenta y se esconde.
Me escupe a la cara la verdad,
el lienzo que no quiero ver
se envuelve
en la tez lavada que lo atrapa.
Mientras… la sombra revela sus secretos
y un perro dormido ignora el descaro,
porque su paz eterna
le sirve mejor al propósito de vivir.
No hay luna, no hay sol,
sólo nubes cambiantes se muestran
eclipsando la ausencia de lo que rechazo mirar.
Mi niña se duerme y sueña.
Yo la quiero acunar
en su sueño silente y tintado
de colores de vida,
de sueños por pintar.

ARCADIO MALLO

SUBREALISMO COTIDIANO
Iba al gimnasio. Se le notaba en los bíceps marcados y en el ancho de la espalda. Además, aquel pectoral guardaba muchas horas de trabajo y esfuerzo. Al salir siempre paraba a tomar una cerveza bien fresca, y no perdonaba el delicioso pincho de tortilla que ponía Mercedes todos los jueves.
Luego, regresaba a casa, tres calles más arriba, en su majestuosa moto de 600 cc que se había comprado con el dinero de la herencia, que su abuelo le había dejado para la entrada de un piso. En casa su madre le dejaba la cena en el horno, porque cuando llegaba, ya se había ido a dormir.
En el centro comercial esperaba siempre el ascensor, luciendo su trabajado cuerpo y, a veces, siendo irrespetuoso con los preferentes para el elevador. Y menos mal que las escaleras eran mecánicas.
En el trabajo se quejaba del peso de los paquetes y de que el sueldo no llegaba a fin de mes. Pero cuando se iba, en el parking, siempre le gustaba dar unos acelerones a su Golf GTI para hacer sonar aquel potente motor. Y en las noches de fiesta no le importaba quemar goma para quedarse con la peña.
Pero los martes y los jueves iba al gimnasio. Los lunes y miércoles a la piscina. Los viernes de cañas y los sábados de cenas y fiestas. Para los domingos había comprado una bicicleta de 3000 €, pero a penas la había estrenado, pues se quejaba de que no tenía con quién ir y, solo, era un riesgo por si lo atropellan y eso.
A veces me quedaba absorto, pensando y viéndolo. Luego me decía a mi mismo que no dejaba de ser un gran ejemplo de nuestro subrealismo cotidiano.

RUTH MARÍA GUERRERO HERNÁNDEZ

“Surrealismo en la playa»
Laura masanjeándose una fina capa de crema sobre la piel se inmunizaba contra las quemaduras solares. La bebida lenta, sin prisas, de un estimulante jugo de frutas humedecía sus resecos y quemados labios. El cristal transparente de las gafas proporcionaba confort a los ojos que miraban a través de él. Su bikini ajustado destacaba el cuerpo, bello, firme, imponente. Varias miradas sugerentes de jóvenes bañistas se lo confirmaron.
Al alcance de sus manos tenía ricos bocadillos de tentempié, ante la vista de sus ojos un paisaje luminoso y a sus oídos llegaba el agradable sonido de las olas rompientes en la orilla. Olas que se arrastraban mar adentro y poco después eran escupidas en dirección opuesta. Produciéndose este ir y venir de una manera monótona e ininterrumpida.
La bola naranja del cielo dibujaba capas de colorete en los rostros y los bañadores de los veraneantes se habían tatuado en sus cuerpos.
La visión del azulado mar la distraía. Bustos humanos y cabezas flotantes sobresalían inestablemente en todas las direcciones. A poca profundidad flotaba un simpático pichón de ballena en cuyos lomos veíanse dos pequeñines de espíritu aventurero.
-¡Mas rápido!- le ordenaban.
Más allá naufragaba una embarcación sin velas ni rumbo fijo a la par que jóvenes arrebatados emitían un grito de alocado júbilo.
El salvavidas que coqueteaba con una delgada jovencita ignoraba a la muchacha que se ahogaba a poco más de un metro de profundidad. Cuando sus ojos voltearon en su dirección la joven actriz ya había logrado recuperar la atención de su novio y abandonado su papel. Sonriente en los brazos del héroe exclamaba:
-¡Casi me ahogo! Me has salvado, cariño.
En la lejanía del horizonte cielo y mar se confundían en una engañosa visión. Un viejito echaba la siesta sobre el manto del mar. Unos metros a su derecha emergía a la superficie un monstruo submarino con una grotesca cabeza de mosca gigante que al llegar a la orilla dejó ver unas espantosas patas de rana.
En la arena se encontraban niños a medio enterrar, conchas con patitas inquietas que correteaban, fortalezas y castillos edificados por pequeños constructores henchidos de satisfacción tras recibir enhorabuenas y elogios de familiares parciales , cangrejos de ojitos alertas tenían tal aire sospechoso que daban ganas de interrogarlos, a ver qué tanto ocultaban a sus espaldas.
Estas eran las vacaciones que Laura había soñado. Tranquilas y estimulantes.
Sacó del bolso el celular y revisando las notificaciones descubrió un mensaje de su ex novio.
-Cariño te he extrañado por siglos. Perdóname, no sé vivir sin ti. Te sigo amando como la primera vez.
“En cuanto a mí, yo te…»
Laura interrumpió bruscamente el hilo de sus pensamientos al darse cuenta de que estaba en un lugar sin cobertura.
¿Cómo es posible esto?….¿Será un milagro? ¿acaso una señal?-pensó confusa.
Miró otra vez el mensaje. Sonrió. Una inofensiva confusión de horarios había echo que por unos segundos lo imposible pareciera posible.
“Te perdonaré- pensó furiosa mirando el mensaje del ex- el día que en vez de personas completas salgan del mar únicamente cabezas flotantes».

RAÚL LEIVA

Terapias alternativas

Sala de terapia improvisada en un living. Hay un sofá cama, una pequeña y ordenada biblioteca y un sillón un tanto viejo y mal cuidado. Noemí está prendiendo una vela aromática y repasa las notas acerca de una paciente que está por llegar. Por la puerta interna que da al lavadero, golpea la puerta y entra despacio su marido.
– Disculpame, Noemí…tenemos que hablar.
– ¿Tiene que ser ahora? ¿Es urgente? Mirá que está por llegar la paciente de las 19:00
– No te preocupés, ya le dije que no ibas a atenderla.
– Pero cómo… ¿Vos le dijiste que no venga?
– Y… sí.
– ¡Pero vos sos un entrometido! ¿Cómo se te ocurre reprogramar a mis pacientes sin avisarme? Es más, ni tendrías que hablar con mis pacientes… ¿Cómo conseguiste el número?
– Pará, pará, vamos a hablar como dos personas civilizadas, sin gritos…
– ¿Vos me estás tomando el pelo? ¿Te metés con mis pacientes y encima me tengo que calmar?
– Si te vas a poner así, mejor no hablamos.
– Ahora me vas a decir lo que tengas para decirme. ¿Qué te pensás? ¿Qué vas a reprogramar mi trabajo sin mi permiso y encima te vas a hacer el ofendido?
– No me analicés, ya habíamos quedado que vos no me ibas a analizar.
-¡Vos quedaste! A ver, dale, hablemos. ¿Qué me querés decir?
– Bueno, sentate y quedate tranquila. Yo sé que vos vas a entender.
– …….
– Bueno….
– ¿Qué?
– Y… es difícil.
– Mirá, por lo que más quieras, me estás haciendo perder un tiempo maravilloso, decime lo que tengas para decirme, sin vueltas, así nomás, dale che…soy una profesional. He escuchado cada cosa que lo que tengas para decir no me va a hacer mal… ¡Dale!
– Bueno ahí va… estoy complicado…bah no, no es eso… ando complicado…es decir… andamos complicados.
– ¿Andamos complicados? ¿Quién? ¿Vos y yo? ¿Por?
– ………
– Me estás escondiendo algo… ¿Tenés otra?
– ……
– ¡Tenés otra, grandísimo hijo de puta! ¡Tenés otra! ¡Sos un cagador!
– ¡Mirá la profesional que se aguantaba todo! ¡Qué léxico nutrido que maneja!
– ¡Pero la puta madre que te parió! ¡Cínico de mierda! Mirá el momento de mierda en el que me lo decís. Cagón, mal agradecido. Todas las tardes lidiando con estos retorcidos mientras vos andabas de joda por ahí. Sos un cagador. No tenés remedio sorete.
– ¡Yo sabía que te ibas a poner así! Yo sabía, por eso no quería ni tocar el tema.
– ¿Sabés que me da más bronca? Que para decirme esta boludez de poco hombre, me hiciste suspender una paciente. Te hubieras ido a la mierda y me hubieras dejado trabajar en paz desde que empezaste con la aventurita del estudiante alzado.
– Es que justamente.
– ¿Qué? ¿Qué querés decir con “justamente”? ¡Hablá carajo!
– La mujer que conocí es tu paciente de las 19:00
– ¡La puta que te parió! ¡De todas las enfermas de la tierra te viniste a meter con mi paciente! Ahora caigo…la otra hija de puta me decía que la vida le estaba cambiando, que había conocido a alguien, que la hacía sentir especial, que se le había ido para siempre la depresión y se estaba viendo con vos pedazo de sorete…se me cagaba de risa abiertamente ¡todos los martes a las 19:00!
– Lo importante no es “con quién”, lo importante es que ya no pasa nada entre nosotros, y vos lo sabés. Además, lo de la paciente tuya fue como decías hoy, una aventurita, nada serio.
– ¿¿¿Quéeeee??? ¿Una aventurita? La boluda está súper enamorada de vos, no sé qué mierdas te vio, pero está metida hasta el cuello… ¡Ni se te ocurra dejarla! Hicimos avances importantísimos este último tiempo.
– ¡Yo hice avances importantísimos este último tiempo! Si hace como dos años que viene remando la depresión con vos y nada…es más, estaba por cambiar de terapeuta y ahí me enteré, bah la escuché que le hablaba por celular a una amiga o a una pariente, o compañera de trabajo, qué sé yo. Entonces la choqué y la tiré al suelo. La levanté y me deshice en disculpas. Me dijo que estaba deprimida, encima la terapia no le ayudaba, y ahí se me ocurrió, le dije que también era paciente tuyo y que me habías ayudado, que me habías sacado del pozo depresivo y que no te dejara. Dudó, pero como yo más o menos tengo data…
– ¿Data? ¿Qué data tenés vos?
– ¿Viste que la salita donde atendés está pegada al baño del lavadero? Bueno, cada tarde voy allá y escuchándote aprendo mucho de psicología, y tomo nota. Porque veo que vos tomás notas y eso te ayuda. A veces no tengo tiempo y entonces espío tus anotaciones, y no son tan distintas de las mías.
– ¡Pero yo me pasé 10 años de la vida en la universidad estudiando! ¡Vos sos plomero! ¿Entendés? PLO ME RO.
– Bueno, no me vengas a desmerecer que bastante mejor que vos lo estoy haciendo.
– Mirá, no hablés más por favor. Andate a la mierda ahora mismo. Y ni te gastés en volver, llevate a la otra enferma lejos donde yo no los vea ni tenga la posibilidad de cruzarlos.
– ¿Pero no te dije que estábamos terminando? No me la puedo llevar, es insoportable. Acordate que vos también te quejabas de ella. ¿O no?
– ¿Y vos no te quejás de los caños y las canillas, y las pérdidas de agua todo el tiempo?
– Pero es distinto. Esas son cosas ¡vos te quejás de personas! Es distinto y viniendo de vos está casi en contra del juramento hipocrático que hiciste.
– ¡Andate a la mierda ahora mismo! ¡Ya! ¡Tomátela porque te juro que te corto las pelotas y te las muestro! ¡Te las muestro!
– ¡Vos deberías hacer terapia Noemí!
Sale por la puerta que da al lavadero. Noemí saca un cigarrillo que fuma nerviosa. Lo apaga en el piso y de entre dos libros que tienen la cara de Freud, saca un revolver y sale por la puerta corriendo a buscar a su marido insultando a viva voz.

GABRIELA INÉS COLACCINNI

Todo va a estar bien
Soy coaching ontológico,
decía, mientras entregaba una tarjeta personal con datos de contacto a diestra y siniestra.
Soy coaching ontológico,
decía,
mientras buscaba con sus ojos los ojos de cuanto desgraciado, desmotivado, desganado encontraba a su paso, prometiendo en ese gesto entregar la llave de la felicidad.
Soy coaching ontológico,
les dijo un día a un viejo, a una vieja, a un joven, a un…
tengo la clave para encontrar el camino que los lleve a una vida plena.
Casi al unísono todos le preguntaron:
¿Dónde podemos encontrarte? ¿Cuál es tu casa?
Él respondió:
Vivo en la segunda casa de aquella cuadra, esa, la que tiene el cartel «CALLE SIN SALIDA».
(Un poco de humorrrrr)
PD: nada tengo contra los coaching ontológicos ja ja sé que los hay muy buenos.

BEGO RIVERA

Para»Noia» o Para»Sito»
Las quejas de los clientes se sucedían sin parar en el restaurante sito en la plaza Pan Sito.
El dueño, un hombre –un Adonis barbudo de dos por dos–que en su día lo abrió con toda su ilusión y esfuerzo, decidió hacer una reunión con su plantilla.
Plantilla por decir algo, todavía no sabía cómo había conseguido juntar a semejante grupo de inútiles.
Él se encargaba de la cocina junto con Alfonsito, el pinche.
Después estaban Andresito, en la barra y Luisito de camarero. Los fines de semana refuerzo con Federiquisito.
La reunión se celebraba dos horas antes de abrir el negocio. Era sábado, estaban todos.
Refunfuñando con malas caras, más de lo habitual, debido al resacón de todos ellos
– Os he reunido a todos porque esto va fatal. Debido a las ingentes reclamaciones de los comensales, me van a cerrar el negocio. Y todo por vuestra culpa, que no dais una ni por equivocación, sin ganas, ni esfuerzo.
Así que os ponéis la pilas o empezáis a desfilar.
-–Pero.. Sito lindo –decía Andresito, un joven atractivo, con una hermosa cabellera rubia haciéndole parecer un querubín, mientras se hurgaba el tercer ojo para repulsión del jefe– yo no sé estos… Pero yo soy un profesional.
-–Te he dicho mil veces que no me llames Sito-–gruñó el jefe
– Pero Sito lindo, es de jefesito, para acortar, en las noches amorosas te encanta que te lo susurré al oido- mientras se lo decía le miraba con ojos golosos.
– ¿Como?– Estalló Sito Alfonsito pegando un salto de la banqueta dónde había estado sentado y empujando con fuerza a Sito Andresito–¡ Sito jefesito es mi hombre !– Chilló
Se volvió hacía Sito jefesito llorando–
¿ Cómo has podido hacerme esto?– Cayó de rodillas con su escuálido cuerpo golpeándose con la banqueta.
– ¡Cariño, eso fue un error! –Dijo Sito jefesito-
Fue un calentón. Lo hablamos en casa» cari «. Mientras le acariciaba el único mechón en medio de su gran cabeza pelona.
-–Pues entonces Sito lindo de lo nuestro mejor ni hablamos ¿No? – mientras lo decía Sito Luisito, enquencle de nacimiento, se reía enseñando su dentadura, bueno, los dos únicos dientes que le quedaban (los colmillos) mirando a Sito Alfonsito –¿ Estabas con Sito jefesito y no me lo habías dicho?
–¿Pero como te atreves a reclamarme cuando tú también me has engañado?–Sito jefesito se incorporó enfadado tan rápido… que se llevó en la mano el mechón solitario en su mano. Sito Alfonsito pego un chillido escalofriante de dolor.
– Sito, Sito y Sito estáis despedidos–Ordenó Sitio jefesito –Os doy quince días, mientras buscaré personal.
Sito Federiquisito tú te quedas, parece ser que eres el único que no está enredado con nadie. ¡ Que desastre!–exclamó mientras se echaba las manos a la cabeza.
-–Sito lindo jefesito lindo, anoche estuvimos juntos, me has traído en coche después de una paradita calentita–mientras hablaba a Sito Federiquisito, en edad madura con un cuerpo hecho para el pecado, se le caía la baba.
-–Eres un melón Sito, ¿Para que dices nada? Íbamos a quedarnos tú y yo ¡ juntos para siempre mi amor! No tenían que enterarse de nada éstos –dijo a Sito Federiquisito señalando a los tres Sitos que lloraban amargamente.
Y así el restaurante » Sito no vas yo no vengo» sito en la plaza PanSito y a falta de Sitos tuvo que cerrar.
De Sito jefesito se sabe que volvió a abrir otro restaurante.
» Nita poco Nita mucho» en la calle Pan Nita.
Su nueva planilla formada por su pinche, Nita Susanita. En la barra Nita Anita y de camarera Nita Paulinita. De refuerzo los fines de semana Nita Clementinita
A él le llamaban Nita Manita. Cuando abrió su nuevo negocio estaba feliz con sus » «Nitas»
Se había librado de los «Sitos».
Seguro que esta vez el negocio iría viento en popa. Sonrió acariciándose la barba…Nita, Nita, Nita…

JOSÉ LUIS AGUIRRE

El apocalipsis según San Lorenzo

San Lorenzo es más raro de lo que pensamos.
Todas estas semanas, desde que me mudé a esta ciudad dormitorio de la capital, anduve saliendo hacia el centro de Asunción a las 9:00 am para llegar a las 10:30, una hora y media de mi vida, todas las mañanas, como ofrenda al dios de la impuntualidad. En realidad mi horario de entrada es a las 8:30 am, pero como ahora soy sanlorenzano, con un toque de falsa condescendencia, los asuncenos que se creen superiores, me aceptaron ese horario:- Es de San Lorenzo el pobrecito- dijeron encogiéndose los hombros y poniendo la cara compungida como si fuera que les avisé que murió mi padre. Y como para colmo de males, no soy cualquier sanlorenzano, más específicamente soy uno de Calle’i, barrio famoso por no faltar nunca en las crónicas policiales, de seguro también fueron comprensivos por temor a contrariarme. Es que desde mi mudanza, me miran raro y medrosos, como esperando que en cualquier momento me crezca en la mano un apéndice en forma de machete o cuchillo tramontina.

Excepto por una lluvia que un día me hizo llegar a la una de la tarde, mantuve el horario de esa forma y sin mayores contratiempos hasta la semana pasada, me quedé dormido como estudiante zurdo de sociología de la UNA (perdón por la redundancia entre sociología, UNA y zurdo) por lo cual salí otra media hora más tarde, a las 9:30. La verdad que no me preocupé en absoluto, media hora más de impuntualidad, no sorprende a nadie por estos lares, esta es una tradición que se debe de respetar, hay que ser muy vende patria y legionario para criticar esta bella costumbre nuestra de buenos pilas. Lo llamativo del caso es que no llegué a las 11:00, como en teoría debería de haber ocurrido, sino que lo hice a las 10:15 y no entendía lo que pasaba, quince minutos antes saliendo media hora después.

Lo volví a probar los siguientes días y se mantuvo la rara tendencia. Cualquier persona sensata diría que es por el tráfico, pero ellas viven en un mundo normal, no en San Lorenzo donde no aplican las mismas leyes de la lógica, además, como ex asunceno aun no tan contaminado con el realismo mágico de mi nueva ciudad, fue lo primero que pensé, pero al mirar la avenida Mariscal. López, vi que siempre tenía la misma cantidad de autos por metros cuadrados, sin importar la hora. Tenía que haber algo más raro e ilógico que explique eso.

Intenté hacer averiguaciones, pero todos me escrutaban sorprendidos sin entender cuál podría ser mi preocupación por llegar más temprano, de hecho algunos ni siquiera sabían lo que era la puntualidad ¿Algún nuevo estilo dentro del reggaetón o la cachaca? ¿Una nueva marca de cerveza? Me inquirían, mientras en vano intentaba explicárselos.

De pura carambola, mientras hablaba con uno de los bomberos que vienen al hospital de Calle´i cada vez que llueve y se inunda, para enseñarles a los recién nacidos a nadar, me enteré lo que pasaba, me lo explicó uno mientras sacaba a un bebé de la incubadora y le enseñaba a hacer brazadas en el pasillo de urgencias, y de golpe se nos cruzaban algunos niños de 3 o 4 meses, que ya mayorcitos practicaban el surf bajo la atenta mirada de otro bombero que comía una empanada con mandioca.

Me decía el bombero:
– Pasa que al lado del abandonado balneario de Yverá, había un pequeño bachecito y como cualquier sanlorenzano en torno a su ciudad, no tenía muchas aspiraciones ni esperanzas en el futuro, este se conformaba con romper alguno que otro tren delantero de vez en cuando, no le pedía mucho a su suerte. Pero nació en un buen lugar, bien sabemos que en esta ciudad los baches son especies protegidas y nuestro amigo pudo seguir creciendo sano y fuerte. Llegó un momento en el que se volvió tan grande y profundo, que los turistas que venían del primer mundo solo para visitarlo ya no veían el fondo, únicamente una negrura digna de corazón de político se percibe al agachar la cabeza e intentar escrutar hacia abajo. Todos le atribuían esa característica de oscuridad a la profundidad, pero estaban equivocados, resulta que con el paso de los años, fue tragando tantas cosas, desde las petacas de caña de los limosneros de los semáforos, pasando por las botellitas de coca que las mamás compran a los niños y les enseñan a tirar por la ventada de los buses apuntando a las cabezas de los transeúntes. Como entenderás, los “brayans” tienen que aprender desde pequeños a tener buena puntería, es una mezcla de vocación y necesidad evolutiva para sobrevivir en San Lorenzo, en fin, como decía, hasta autos y buses escolares enteros se tragaba, una vez se tragó a un bus con la hinchada entera de Cerro Porteño, pobres desdichados, “ni nunca ningo” le vieron ganar a su equipo y viene y les pasa eso. De vez en cuando algún turista japonés no mira donde pisa mientras se saca una selfie y…¡Pa el fondo!
Tanto ha comido en estos años, que su masa aumentó y aumentó hasta el punto de crear una curvatura espacio temporal de la cual ni la luz puede escapar. San Lorenzo le ganó a los europeos y su CERN, al crear el primer agujero negro artificial de la humanidad. Por eso acá el tiempo no funciona igual que en otros lados y a determinadas horas y por determinados recorridos se producen dilataciones o contracciones- Terminó de explicar el bombero, quien pedía a las enfermeras que le cambien su bebé porque el que tenía ya se le había ahogado.
Así que ahora, gracias a ese bache, duermo media hora más y llego 15 minutos antes, el problema es que cada día, cuando llegan las 10:30 un terror recorre mi coronilla, me aterra que a esa hora aparezca entrando a través de la puerta, mi otro yo de otra línea temporal y nuestro encuentro termine generando una paradoja espacio temporal que destruya todo el universo conocido. Si eso llegara a pasar sepan disculparme, pero… ¡demasiado gusto da dormir un poco más!

ARCOIRIS MORENO

“Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer”:
Mahatma Gandhi,
SURREALISMO ? … Ojalá… (las amenazas vuelven al ataque)…
¿Será que es más fácil, criticar «el pasado» que luchar por un presente justo ?
¿Será que es más cómodo, para muchos, adornar las mentiras que enfrentarse a las verdades?…
Mi corazón sigue presionando, doliendo… por más que intento convencerme, de que, a mi me va bien. En realidad, no se ha cambiado nada en mi pequeño mundo, hay armonía, amor, paz, alegría, incluso sigue expandiendo… No tengo miedo a la muerte, ni al «bichito» ni uso mascarilla, más que para entrar a las fruterías… En mi trabajo simplemente me niego a usarla, y mi jefe, siendo médico, no me obliga a llevarla, solo a cuidar un poco las distancias. A mi reto de: haga algo!! nos están tomando el pelo… él asiente, y con miedo en el semblante, me dice: tienes razón. Pero, no hay nada que hacer, la mayoría tiene miedo, cree la historia que les cuentan. Y ciertamente están pasando cosas, pero, no creo que es eso que nos dicen. Aún así, ni usted ni yo, podemos cambiar nada.
Veo cómo los rostros que dias antes eran amistosos, felices… hoy caminan con miedo, con bozal, con angustia. Y Aunque otras compañeras, y el mundo alrededor sigan las ordenanzas, por mejoría de… no se sabe quién, al pie de la «orden». Yo me lleno de tristeza, de impotencia, y hasta de ataques de risa, porque, «esto» me repito, no puede ser realidad. O si? Y en esa dicotomía de mi propio entendimiento, me digo que, obviamente, el que nace tomate, no se vuelve mortadela… y esta situación nos está mostrando, tal vez, qué somos, cómo somos individualmente, Y aunque se pueda engañar a los demás… la propia consciencia, si se tiene, dirá la última palabra. Así pues: Todo está bien, si como bien se toma. Aun así, yo personalmente:
ME NIEGO!!!
A ser parte «consintente»
de un plan obsceno, macabro,
inhumano, insolente, inaceptable!!!
Maldito!
Un mundo donde:
Estériles, sin alma,
sin identidad, sin voz,
sin entendimiento…
Pedófilos disfrazados,
psicópatas desalmados
sean quienes marcan las normas
a seguir desde ahora mismo.
Los lobos de hoy en día,
llevan zapatos de piel,
altamente titulados,
y hasta muchos coronados,
abusan de su poder.
Sirvientes de aquel demonio
que hasta a Jesús, sobornó…
y mandó crucificar. Esos políticos
que lavaron las «pezuñas
para librarse de culpas,
que no se pueden borrar…
Son los mismos que hoy
en día dictan leyes,
y la sociedad de antaño
es la misma que hoy grita: Crucificadle!!
Dónde está el aprendizaje
quién defiende la verdad?
Incluso la democracia
es víctima de esta mafia,
hoy en día como ayer.
Y el futuro?
El mal ha sido por siglos
quien habitó este planeta…
Ya es tiempo que Dios despierte,
y nos ayude a crecer,
a ser dignos de vivir
como animales conscientes.
con respeto, libertad,
con amor, sabiduría,
con humildad, alegría…
en coherencia y armonía,
entre todos los nacidos.
Amen.

SILVANA GALLARDO

Han pasado muchos, muchísimos días en que el tiempo nos tomó de las manos y nos arrastró de manera vertiginosa para arrojarnos a la orilla del abismo, que supone bajar los brazos y rendirse definitivamente.
El alma está anclada a nuestro cuerpo. No quiere irse porque sabe que hay un umbral que nos separaría para siempre. Los ecos en las paredes del corazón, retumban estruendosos. Son los latidos que aceleran su ritmo y sin saber aceleran también la despedida.
Y ¿qué hacemos en estos senderos? ¿Qué somos dentro de la inmensidad del cosmos?
¡No somos nada! Sin embargo, en nuestra pequeñez existe el espíritu gigante que nos empuja a gritarle a la vida para que el viento lleve los sonidos de nuestras angustias y transformarlas en hilos de esperanza para abrir las puertas de nuestros ojos y extasiarnos de los verdes, de los azules, de las lejanías que nos acercan a la magnánima sensación de la sorpresa.
No hay medida, no hay palabras para describir lo que percibe la existencia. Y es que escalamos a la cima, con una mochila a la espalda y en el sendero recorrido vamos echando piedras de todos tamaños, peso y textura. Vamos subiendo entre tropiezos y caídas. Tenemos fuerza y continuamos. El destino va marcando los pasos de cada ser y entonces algunos truncan su andar y allí se pierden sus pasos arrojados al abismo de lo eterno.
Hay un principio, nacemos a la luz a través de un invasivo túnel, respiramos con el llanto que es el preludio de sufrimiento y hacemos el bosquejo de un camino que paulatinamente se vuelve guía que hemos de seguir para emprender la carrera por la vida. El tiempo nos roba el ánima y merma la conciencia sin evadir las estaciones a las que hemos de arribar y nos da la oportunidad de ser constelaciones para dar iridiscencia a nuestro cuadro existencial.
Los parajes adornados de voces infinitas que provienen del viento y anuncian melodías de pequeños alados que mueven las hojas inquietas que bailan y se abrazan para hacernos estremecer ante nuestra levedad, se vuelven el motivo para morder cada instante y tatuar en cada partícula de nuestra piel, las sensaciones de nuestro efímero existir.
Y en el intermedio tejemos intervalos para orientar nuestros pasos y tener la certeza de que valió la pena el ascenso a pesar de todas las adversidades porque nos acompañaron los astros del alba y el ocaso.
La consumación sería entonces, parpadear y dejar pasar a través de nuestra memoria la película de nuestra vida y despedirnos con gratitud.
Pero nadie sabe que llegamos de otra tierra, la que yace en su centro. Atravesamos las puertas de otro mundo, de otra dimensión que por siglos ha permanecido inexplorable. Nos ha hecho permanecer, entrar y salir y dejar huellas de lo desconocido.
Bajo nuestros pies está esa tierra, territorio perdido, en cuyo corazón late gran energía que redime nuestros miedos ante la incertidumbre de saber, que no somos los únicos habitantes del universo.
Salimos en busca de la evolución de nuestras almas y yace la promesa, la verdad: No estamos solos, nunca lo hemos estado. Del cuerpo etéreo que transforma la esencia humana, queremos eliminar la miseria, la maldad y la avaricia.
Errar para corregir, errar sin dañar, sin lastimar, sin dejar heridas perennes. Errar para buscar los caminos del equilibrio y la armonía, la cordialidad y la empatía.
Los siglos, las etapas, la historia, corren como una película para mostrarnos las imágenes grotescas e inhumanas de guerras sin sentido, de muertes sin razón y sufrimiento inmerecido.
Cuántas almas compartimos el deseo de olvidar ese mundo dominado por los otros, los hambrientos de riqueza y de poder que al final son como todos, y perecerán bajo la tierra o serán ceniza que se lleve el viento.
Desde el interior de nuestro planeta han sido guardados los más misteriosos secretos de la existencia. Otro mundo, otros seres que brotan, explosiones emanadas como un volcán para escapar, huir de la opresión y buscar en el infinito otro lugar, otro espacio, lejos de nuestra órbita donde encuentren la perfección y la sabiduría compartidas.
Reconocer la vileza humana y transformarla en la veta que haga brotar de nosotros, el asombro por la creación y sus manifestaciones convertidas en bondad para abrazar la vida.

BEA ARTEENCUERO

El niño y la Luna.
Una noche, siendo pequeño veo a mi padre y abuelo preparándose para salir.
– Adonde van?
– A limpiar la luna, contesta mi papá.
– ¿Quieres venir?pregunta mi abuelo.
– ¿Puedo ir? ¿ Verdad ?
Mi abuelo mira a mi padre,el cuál asiente con un movimiento de cabeza.
¡Que alegría!
– Mamá…Mamá.
– ¿ Que pasa? ¿Porque tanto alboroto?
– ¡Me voy a limpiar la Luna!.(gritaba y bailaba a su alrededor)
– Bueno, bueno tranquilízate, te voy a preparar.
Así es que emprendimos el viaje en un bote con los elementos necesarios.
¡ Que emoción! No lo podía creer, ¡Que aventura!. Nunca lo hubiera imaginado.
Nos adentramos al mar, un pequeño farol nos alumbraba; De pronto todo se aclara, quede extasiado por el impacto que me causó al ver en un punto cercano, el reflejo de la luna sobre el agua, elevándose majestuosa, radiante delante nuestro casi…casi podía tocarla,
Allí estaba en todo su esplendor.
Ante mi asombro veo como mi padre habré la escalera que llevábamos y me dice…¡Sube!
No salía de mi asombro y subo escalón por escalón, hasta que por un segundo floto en el espacio y ahí estoy, recorriendo la superficie de la Luna llena de estrellas de todos los tamaños.
Llegan mi padre y abuelo con dos cepillos muy grandes y comienzan a juntar, hay tantas que forman una montaña de estrellas. ¡Que maravilla!Corro entre ellas, las toco, irradian tal luz que de pronto soy un ser brillante.
– No quiero regresar, ¡Que feliz que soy!
– ¿ Puedo llevarme una papá?
– Claro que puedes.
Elijo una con mucha luz.
Comienzo el descenso con mi carga, lentamente…Ya casi llego, de pronto el peso que llevo me hace girar, doy vueltas y vueltas hasta que caigo sobre algo muy suave…Abro los ojos ¡ Es mi oso de peluche! Estoy en mi cuarto.
Todo fue un sueño, lo sentí tan real.
Mi mente me traslado al mundo de la magia y la fantasía…¡ Baile sobre la luna y junte estrellas!
Cierro los ojos, y trato de reunir las imágenes para volver a soñar.
– Leo…Leo, despierta.(La voz de mi madre llamándome por la mañana)
Los rayos del sol entran por la ventana, recuerdo el sueño ¡¡Fue tan Real!!
De pronto algo llama mi atención, allí junto a mi oso hay la estrella más hermosa que pueda imaginar.!!!

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14 comentarios en «Surrealismo cotidiano»

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