Un líquido en el cuerpo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «un líquido en el cuerpo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de junio!

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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Nos metieron en un camión abarrotado de mujeres.
La Segunda Guerra Mundial se había iniciado en 1939. Las Naciones sufrían. El objetivo de los pueblos es escapar de la agresividad del poderoso. El camión corría desenfrenado sin escuchar el clamor de las que quieren libertad. Estás intuían su destino. El laboratorio de experimentación abrio sus puertas. Con cabeza rapada y desnudas nos llevan a la sala de operaciones. Las geringas en las manos del medico nos tienen orrorizadas.Un líquido que anula la voluntad entra en nuestro cuerpo.La semilla del mal es la güerra. La humanidad siente tal dolor que para recuperarse vuela con la paloma de la Paz. De nuevo un líquido en el cuerpo de un hombre sin amor lleva en el año 2022 a otra, Güerra…

ALFONSO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Morrison el Magnífico
…Ana no se enteró de la llamada de Rebeca. Se le había quedado el móvil sin batería. Estaba dando un paseo con Felipe, hablando de sus cosas. Notaba que él estaba un poco nerviosillo, pero no sabía a qué achacarlo. Lo que ocurría, era que Felipe quería invitarla esa noche a un espectáculo de magia muy divertido, que él había visto hacía unos meses. Todavía no se había atrevido a proponérselo, quizá Ana pensara que era demasiado lanzado o, simplemente, no estaba interesada.
Pasado un buen rato, cuando vio que estaba bastante animada y era evidente que se lo pasaba bien con él, por fin se atrevió.
―Ana, se me olvidaba, te quería proponer una cosilla.
―Ay, qué miedo, dime.
―Es que te iba a preguntar si te apetecería venir conmigo esta noche a un espectáculo de magia. Nos tomamos una copa, nos reímos un montón y nos retiramos pronto.
―Pues claro, claro que me apetece, tonto. Me habías asustado con la cara tan seria que habías puesto.
―Qué bien. Pues es a las ocho. Luego hay otro pase, pero acaba muy tarde. Si te parece bien, te recojo a las siete. Hay que aparcar y coger un buen sitio. No te vas a arrepentir.
Felipe tenía un Ford Fiesta blanco del año de la tana, de los que tenían matrícula de Madrid. Se había puesto para la cita una chaqueta de cuero marrón, que era la prenda más atrevida que tenía. Estrenaba unos zapatos, también marrones, que se había comprado años atrás en una liquidación por cierre. Le apretaban un poco, pero la ocasión lo merecía.
Llegó a las siete menos cuarto y estuvo dando vueltas a la manzana para que Ana no le viera allí tan pronto. Cuando fueron las siete en punto, llamó al timbre.
―Hola Ana. Ya estoy aquí.
―Qué puntual. Me encanta.
―Pues vamos, que es mejor ir con tiempo.
La Cripta Mágica era un teatrillo de espectáculos dedicado a shows de magia. Estaba abarrotado de objetos antiguos que le conferían un aspecto barroco, pero aun así, resultaba muy original y atractivo. Estaba en la zona de Santa María de la Cabeza, en la calle Tarragona. Aparcar rápido era casi un milagro.
Al llegar, ya un poco justos de tiempo, llamaron a la puerta, que estaba siempre cerrada y les preguntaron la contraseña. Felipe, que ya había estado, contestó: “Acigam Atpircal”, el nombre del local al revés, y la puerta se abrió inmediatamente. Todavía no estaba lleno y se pudieron sentar en uno de los pequeños palcos situados en las esquinas superiores del teatro. Tuvieron que esperar un rato hasta que se llenó. Sin previo aviso, se apagaron las luces y salió a escena el presentador, a la vez dueño del local, un tipo difícil de calificar, que también hacía sus pinitos en la magia. Contó una historia extraña. A mitad de su relato, empezó a llover dentro del local. Ya habían conseguido captar la atención del público.
―Señoras y señores, con todos ustedes, Morrison el Magnífico.
Morrison era un personaje especial. Era un profesional de los pies a la cabeza. Su espectáculo era divertidísimo, además de muy bueno técnicamente. Aparte de mago, era músico de rock’n’roll. Tocaba la guitarra, la armónica y el saxo y colaboraba con bandas como J. Bulevar Los Sobrios. Tenía sus propios grupos, que hacían versiones de la Creedence Clearwater Revival o de Bruce Springsteen. También cantaba en una Big Band, la Summerwind Band. Siempre se entregaba a fondo. No podía ser de otra manera.
Con Sex Bomb sonando de fondo, entró en escena Morrison.
―Buenas tardes. Soy Morrison el Magnífico. Me iba a llamar el Inconmesurable, pero no cabía en las tarjetas.
El espectáculo iba muy bien, Ana y Felipe se morían de risa. También se llevaron algún susto. En uno de ellos se cogieron tímidamente de la mano, y se ruborizaron. La cosa funcionaba.
Morrison acostumbraba a sacar a gente del público al escenario para algunos de sus trucos, normalmente a las chicas más guapas y a los chicos con más aspecto de inocentes.
Durante la actuación, una camarera le subió a Morrison al escenario una bandeja con licores y un tetrabrick de zumo de naranja.
―Para este truco, va a subir al escenario…, vamos a ver…, tú, sí tú, el hombretón de la chaqueta de cuero marrón.
Felipe, rojo como un tomate, subió al escenario a regañadientes, pero no podía negarse. ¿Qué habría pensado Ana?
Morrison empezó el truco barajando unas cartas enormes, con Felipe mirándole muy asustado y nervioso.
―Elige una y sorprende al pibón que viene contigo.
Morrison le dio la vuelta a la carta que señaló Felipe y tenía dibujado un vaso de zumo de naranja. Le llenó de zumo Don Simón un vaso de tubo, de los que se usaban años atrás para los cubatas y le pidió que se lo bebiera de un trago. Luego sacó una carta él y apareció una copa de coñac. Se la bebió del tirón. Y así sucesivamente, zumo para Felipe, cerveza para Morrison, zumo, copa de ron, zumo, vermouth, zumo. Cuando quedaba una sola carta, le tocaba a Felipe. Era la cuenta de las copas y el zumo.
Felipe volvió como pudo al palquito y Ana, que estaba muy orgullosa de cómo había mantenido el tipo, le dio un beso en la mejilla y le felicitó. Había merecido la pena el atracón de zumo de naranja.
A las once de la noche volvieron a casa. Tuvo que conducir Ana, porque Felipe se había puesto malísimo…

BENEDICTO PALACIOS

—A ver, Tanis, (de Estanislao) ¿siempre tienes las manos frías? ¿Por qué no te hace Colasa (de Nicolasa) unos guantes de lana?
—Porque el oficio requiere trabajar con los sentidos al natural y estamos en invierno. Dígale que no venga el tiempo frío a quien gobierna el régimen de la estación.
Tanis era el mejor barbero de la comarca, el más limpio y el más locuaz, y el cliente de aquella mañana el señor marqués. Se llamaba Romualdo, pero nadie le conocía por su nombre. El señor marqués, fiel a su costumbre, había llegado en su caballo que dejó atado a una argolla de la pared. Vestía chaqueta de cuero y botas de becerro y siempre llevaba de la mano una fusta.
Abierta de un empujón la puerta de la barbería, se había sentado en el único sillón y se quejaba de que Tanis tuviera las manos frías, porque las apoyaba sobre su incipiente calva y le espantaban el sueño. Si sería bueno Tanis, el barbero, que el señor marqués aprovechaba para descabezar a lo largo de la rapada un sueño.
Tampoco era capaz de dormitar aquella mañana porque a nivel del lóbulo de la oreja le había salido un grano y temía que se le fuera la cuchilla y le hiciera un buen desaguisado. Odiaba ver su propia sangre, que por supuesto era de color azul. Y para remate de aquel mal día, a hora tan temprana no sentía los pies.
—Nilo, (de Petronilo) trae una manta y pónsela a los pies del señor marqués.
—Pero antes quítame las botas que las traigo mojadas.
Obedeciendo puntualmente, Nilo retiró las botas y aflojó los calcetines que traía sujetos con una liga. Cayeron los calcetines a nivel del calcañar y tras ellos un par de billetes de cinco pesetas. Guardó Nilo uno para sí, porque el señor marqués tenía otros pagos que hacer y rara vez cumplía con el barbero. Rumualdo había llenado la comarca de Rumualditos y era sabido que no existía sirvienta a la que la que no le hubiera levantado la saya y fabricado un hijo. Él era el señor marqués y reunía estas dos virtudes: un rabo de oro y la dádiva de una peseta para después de tan grata relación. Contaba él mismo que luego se arrepentía porque se estaba arruinando y dejaba en el mundo demasiados descendientes de sangre azul. Y era la suya una sangre exclusiva, no como la de la chusma que le robaba en sus tierras. Gentes biliosas y de sangre negra.
Fue una de las primeras medidas que tomó la marquesa con el beneplácito de su capellán, retirarle el dinero de su haber. Pero eso no bastaba. Se lo confesó su doncella particular.
—Es que en cuanto nos levanta la saya, el marqués es muy persuasivo.
Lo consultó de nuevo con el capellán, y ambos acordaron dotar primeramente a la doncella de unas bragas. Y ocurrió el milagro. En cuanto vio que llevaba las bragas de la marquesa, enfundó con la misma destreza que había antes desenfundado. Registró entonces la marquesa sus armarios y aunque algunas estaban rotas y zurcidas, dotó a servidumbre de bragas.
Señoras y señores, he aquí el origen de la despoblación rural: el uso de las bragas y la pertinaz escasez o muerte de patrones y marqueses.
Cuando Tanis acabó con el afeitado y Nilo le calzó de nuevo las botas, ambos se dieron cuenta de que el marqués tenía una herida en la pierna.
—Cúrese, señor marqués, esa herida que no ofrece al ojo buena pinta. La sangre tiene un color raro.
—¿Raro dices? Te equivocas, será entonces sangre del caballo.

CUENTOS DEL ALMA

FLUYE LA VIDA
Rojo intenso y ardiente
en ocasiones más espesa y oscura,
en ocasiones más fluida y clara.
Recorres incansablemente la orografía de mi cuerpo
alimentando cada uno de mis universos internos
Y dotando de energía cada pequeño planeta que habita en mi
Transparente y fría equilibras el calor de mi sangre,
formas gran parte de mi esencia y fluyes constantemente
calmando la sed de mis ecosistemas,
humedeciendo mis ventanas al exterior,
facilitando mi adaptación al medio
Agua y Fuego en constante movimiento
En un infinito baile acariciado por el Aire de mi respiración
Que solo la Tierra de mi piel contiene.
Agua y Fuego fluyen en mi universo interior,
dando vida a mi planeta cuerpo.

TALI ROSU

Regresión
Lucía se quedó mirando al horizonte mientras el agua del mar le mojaba los pies con un oleaje suave. El océano se abrió paso ante ella y la llevó a un placentero viaje devorándole los pensamientos. Permaneció sentada en la arena mientras se zambullía en el agua, y cuando abrió los ojos solo pudo distinguir sus propias manos. Supo que estaba flotando en el líquido amniótico que la mantenía con vida. Prestó atención y pudo notar un ligero vaivén que la arrullaba, era como flotar en el mar. Una nana se oyó lejana y un ligero destello de luz se movió cerca de ella; lo siguió con la mano y se encontró con un tacto agradable y acolchado. Su madre rio entusiasmada y se oyó su voz clara, aunque envuelta en un curioso eco:
—Te juro que sigue la luz de la linterna, qué pena que no puedas sentirla. A ver si mañana vuelve a hacerlo cuando estés aquí.
Lucía se sintió amada y en paz, y apretó el pie contra el abdomen de su madre empezando un juego que solo ellas podrían comprender. Sí, alguna vez fue amada, ¿por qué las cosas habían cambiado?
De repente, Lucía escuchó gritos lejanos y el eco hizo que se repitieran palabras que la llevaron a la más triste angustia:
—Feto, riñones, todo lo que se pueda vender.
Su madre ya no la mecía, ya no jugaba, ya no cantaba… Toda la paz fue sustituida por un violento huracán que hizo que el corazón se le acelerara. De repente vio que una grieta se abría paso en la pequeña burbuja que la protegía y el líquido se derramó dejándola a merced de unas manos grandes que la manipulaban sin ningún cuidado.
La fuerza que la sacó de su cálido hogar la llevó de nuevo a la playa envuelta en un manto de lágrimas. Lucía no podía parar de llorar como aquel bebé que un día fue. Por fin había entendido el motivo por el que sentía una presión en el corazón, una sensación de ahogo y una tristeza asfixiante que no conseguía sacar de su interior.
Al volver a casa, Lucía se sentó en el salón a esperar a sus padres. En cuanto abrieron la puerta los recibió con dos preguntas:
—¿Cuánto pagasteis por mí? ¿Qué precio le pusieron a la vida de mi madre? —Ambos palidecieron al instante.

FÉLIX MELÉNDEZ

AGUA
«Agua te traigo,
con mis recuerdos húmedos.
Agua te dejo mojándome,
entre mis besos tiernos,
mis lágrimas
primavera e invierno»
«Con el agua de las lágrimas,
me bebí mis heridas vidas.
El sabor de su sal salada,
saboreé. Cicatrizando
Sal entre salesl…
los sinsabores.
Tus sabores, tus palabras»
Sin agua y a solas, derrota
entre olas de otoño e invierno,
se secan las cosas partidas,
se muere lo viejo sin recordar,
sin sanar las heridas.
«Abandono y deriva.
Sombra y pellejo.
Señales de seco y añejo»
«El agua fuente de vida,
me llevó a tu mar,
me miré con el reflejo
de tus ojos tiernos,
lágrimas infinitas»
El agua sal a sal, salo
tus lágrimas, me curó mis pena,
llenó el mar de mi mirada,
en tus ojos serenos.
Vacío los charcos,
de tu invierno,
estrella a estrella,
cielo a cielo, verso a verso,
nadando fui recogiendo,
una a una.
Las caricias, de mi locura
entre tus barcos-besos
luceros presos
de miradas mástil,
Dejé mi amor y dos besos»
Me inundó de olas.
con sabor a te quiero.
Beso a beso, amor sincero.
Amor verdadero.
Amor espeso. Amor de sal.
Amor de azúcar.
Noches llenas de vida.
Inmensidad de aguas infinitas…
Bajo el agua bendita
limpié mis miedos.
Regué mi esperanza,
conseguí el pasaporte bautizo
con la concha, al cielo
y el cirio alabanza.
Agua y agua, aguacero.
Mi cielo llovió a caricias,
lavé mis heridas,
entre esponjas-nubes,
fueron tus besos.
Y también mi cuerpo entero,
con las delicias de tus ‘ te quiero’.
Agua rota, gota a gota del cielo.
Aguacero. Con el agua cielo
de la vida se llenó todo.
Mojé, mi deriva, ahogué
mis miedos. Agua
te traigo, agua te dejo.
Agua bendita de besos y rezos,
fe de los cielos nuestros,
entre lluvias, hielos, fe infinita,
te presto; agua y buenos deseos.
Sobre mis nubes de agua,
tu fuente de cielos,
sobre mis credos, tus rezos.
Gota a gota, tormenta Bendita
Cuenta a cuenta.
Que nos sobra y nos bendiga.
Agua bonita, sobre los campos.
Gota a gota,
Los suelos densos, sembrando cielos
con tus gotitas de lágrimas y besos,
por los surcos nuestros aderezos.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Año 2020:
Empieza la era pandémica. Nos encierran en nuestras casas de manera anticonstitucional cómo si fuéramos delincuentes. El estado de emergencia es declarado en marzo, que no es de excepción cómo se declarará en posteriores pandemias.
Año 2021:
Las vacunas comienzan a inocular a gran parte de la población. El líquido en el cuerpo comienza a hacer efecto y con casi la totalidad de la población vacunada con la pauta completa, entiéndase esta cómo dos dosis, una por brazo, con tres semanas d e intervalo entre una y otra.
Año 2022:
Pese al bienio de pandemia, el hartazgo entre la población es evidente, la fatiga pandémica hace mella y la dosis de refuerzo ya casi nadie quiere ese líquido en el cuerpo.
La población mundial roza ya los ocho billones de personas, dos años antes era de siete coma ocho billones de personas. Pese al par de años tan anómalos la población mundial sigue creciendo.
Comienzan a salir nuevas variantes del virus inicial y nuevas enfermedades. Las farmacéuticas incrementan sus ingresos. Curioso.
Año 2023:
El veneno empieza a hacer efecto, el envejecimiento prematuro de la población es evidente. El líquido en el cuerpo resulta ser un veneno raudo y la esperanza de vida comienza a mermar.
Año 2024:
La población mundial ahora es de apenas siete billones de personas, un billón menos que en el año 2022.
Año 2025:
Comienza la campaña de vacunación contra la viruela del mono. Enfermedad endémica en una pequeña parte de África y ya erradicada en otras épocas. Dicha enfermedad se cobra la vida de otro billón y medio de personas. La población mundial se sitúa ahora en cinco billones y medio de personas.
Año 2026:
Tras cuatro años de guerra mundial, las epidemias continuan y la toxicidad inhalada tras la explosión de multitud de ojivas nucleares la despoblación mundial comienza a adquirir un ritmo acelerado y se sitúa en un par de billones de personas, cifras muy similares a las de hace un siglo.
La agenda 2030 se está cumpliendo objetivo a objetivo de manera exitosa.
Año 2027:
Un meteorito impacta sobre la faz de la tierra, perdiéndose la vida en apenas cuarenta y ocho horas de otro billón y medio de personas. La población mundial se sitúa en medio billón de personas, para controlarnos a todos…
Año 2028:
El líquido en el cuerpo comienza a ser obligatorio, la sociedad ha cambiado. Somos una especie de robots que no sienten ni padecen. El daño infligido es de tal magnitud que comenzamos a perder cualquier atisbo de sentimiento.
Año 2029:
¿Utopía o realidad? Ya nadie habla de los llamados negacionistas, conspiranoicos de ultra derecha.
Año 2030:
La élite ha ganado la tercera guerra mundial y el yugo de la esclavitud es ya una realidad. Las personas ya no son personas. Son ovejitas destinadas a ser sacrificadas.

PEDRO A LÓPEZ CRUZ

ALGO FLUYE EN MI INTERIOR
He abierto de nuevo los ojos.
Soy incapaz ya, a estas alturas, de diferenciar el día de la noche. Solo veo luz blanca, siempre la misma luz blanca, plana y uniforme.
Con el tiempo he conseguido habituarme a la inmovilidad de mi cuerpo y a los sonidos de las máquinas. No paran de sonar. Constantemente. Pero entiendo que debe ser así.
A duras penas consigo girar la cabeza y lo único que logro ver, de manera borrosa, es a otros como yo. Horizontales, silenciosos e inmóviles. Acompañados de sus correspondientes accesorios, con sus máquinas, todas idénticas, que suenan de forma rítmica y acompasada. Una fila interminable de clones a los que cuidan día y noche. Veinticuatro horas sin descanso manteniéndonos con vida.
De repente, siento algo en mi interior. Un líquido ha comenzado a entrar en mi cuerpo. La sensación de calor cada vez va en aumento y me quema por dentro. Mis venas arden. Noto el fuego. Lo siento circular dentro de mí. El ritmo de los pitidos ha comenzado a acelerarse. Mi corazón también. Tengo la incómoda sensación de que algo no va bien. Y me resulta inquietante.
Todo está siendo muy rápido. Creo que voy a comenzar a convulsionar. Tras mucho esfuerzo, consigo dirigir la mirada hacia la izquierda, donde se encuentra el soporte del suero. Y entonces la veo. No es mi enfermera de siempre. Es una desconocida. En sus ojos veo una mirada psicópata de satisfacción. Estoy aturdido, no entiendo nada. No habla, simplemente me observa, evalúa mis reacciones, como esperando algo.
Mientras tanto, a medida que va empujando el émbolo de la jeringuilla, muy lentamente, siento como mi corazón se relaja. Me voy apagando y todo se vuelve negro a mi alrededor.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Retención de líquido

Le dijeron,
le insistieron,
le impusieron
“Los hombres no lloran”,
pero él no podía contenerse.
Entonces,
lo obligaron,
lo hostigaron,
lo forzaron a
“tragarse las lágrimas”.
Entonces,
el día que murió su perro,
todas las veces que se burlaron de él en la escuela,
que su padre le pegó y su madre se calló,
que lo mandaron a dormir sin comer,
que se sintió una basura,
simplemente
se tragó el llanto
permaneció inmutable.
Entonces,
un día, obeso de lágrimas
acumuladas en su cuerpo
estalló
explotó
detonó
y de él
solo quedó
un charco.

IRENE ADLER

FILTRO DE AMOR
Prepara la poción con una serenidad que asusta. La fiel Bragania la mira sin reconocerla. Toda esa voluntad, todo ese odio, ¿Cómo es posible que un alma tan hermosa cómo la suya albergue ese profundo rencor hacia el extranjero? ¿Quién la enseñó a odiar de este modo, si se crió entre sus pechos y sus tocas? ¿En qué momento siniestro se convirtió su dulzura en esta sed terrible de venganza? Su corazón infantil no soportó de buen grado el engaño de Tristán; la traición inmerecida; el crimen odioso. Y decidió cavar dos tumbas desde el mismo momento en que juró venganza.
Las hierbas venían bien ocultas en un bolsillo secreto de sus enaguas. Ahora solo precisa de un mortero, tiempo y una copa de vino. Isolda macera el cólquido hasta que se forma una pasta suave, uniforme, que no despide aroma alguno. Su aya, consternada y atenta, sabe lo terriblemente dolorosa que será su muerte y siente que se le encoge el corazón. Cuando Isolda va en busca de vino a la bodega del barco, llorando y pidiendo perdón, la fiel Bragania cambia las pócimas en el mortero. No la dejaré morir así, se dice. No la dejaré morir odiando.
Sujeta con insólita firmeza la copa, diríase que más bien la abraza. Sin apartar los ojos de Tristán, ella da el primer sorbo, tal y como mandan las leyes sagradas de la hospitalidad. Luego se la ofrece, con una sonrisa que el caballero no sabe interpretar.
El vino tiene un regusto extraño a flores, perfumado y fresco. Tristán apura lo que queda en la copa, mirando a la prometida de su tío que por primera vez desde que partieron de Islandia, tiene un gesto de amabilidad y cortesía hacia él.
El vino lo marea. De pronto hace calor. Isolda se tambalea, como si el vaivén del barco le hiciera perder el equilibrio y el caballero la sujeta antes de que se desvanezca. Demasiadas emociones para ella. La tensión del compromiso, el viaje, la perspectiva incierta de una nueva vida tan lejos de su hogar. Tristán se dice que todo éso ha debido de pesar en el ánimo de Isolda y su desmayo es fruto del desánimo.
Lo abruman por igual el brillo de sus ojos tristes y la inmensidad del mar. ¿Qué había en el vino? ¿Arden en el fondo de sus pupilas todos los deseos del mundo o solo es el reflejo húmedo de las estrellas, tan parecido en sus ojos al destello revelador de una lágrima? ¿Es suya la carne que palpita feroz y estremecida bajo el jubón de terciopelo? No reconoce sus propios pensamientos; la inquietud repentina; el deseo que pugna en su interior con el decoro y la prudencia.
¿Qué había en el vino? ¿Qué había en sus labios que dejaron tal impronta en el borde de la copa y él bebió, y ahora ya no es él, ni tan siquiera es su sombra?
«Es la mujer de mi tío».
Posa la mirada en la mano blanca y desnuda que Isolda mantiene apoyada contra su antebrazo. No lleva puesto el anillo de pedida que es la prenda de su compromiso, la alianza entre sus reinos, lo único que hace de ella una mujer prohibida. La mujer de su tío.
» Esta noche no».
Su boca sabe a flores.
¿Qué había en el vino que ahora parece extenderse por sus venas sustituto de la sangre, la razón y la cordura? Un líquido ardiente, exótico, perfumado y peligroso que él bebió de sus labios, de sus ojos, de su cuerpo y de su copa.
Amor que sangra…
Amor que llora…

RAQUEL LÓPEZ

Este año, mi destino sería a Grecia, concretamente a Ikaria, donde hay playas recónditas para perderse y aguas termales para mí relax.
Mis antepasados según me contaron mis padres, eran de allí, con lo cual, me seducía la idea de conocer la vida de mis ancestros.
Mi nombre es Layna que por cierto, es nombre griego y significa » verdad».
Cuando llegué a mi destino, dediqué varias semanas a recorrer la isla, ideal para estar lejos de la masificación de la ciudad.
Me unì a las excursiones del hotel, en una de ellas nos llevaron a visitar una cueva termal, contaba la historia que sus aguas eran mágicas y que tenían poder de sanación porque en la antigüedad, las islas fueron habitadas por dioses que tenían poderes curativos.
Me quedé tan absorta viendo la belleza de la cueva que perdí la noción del tiempo, percatándome de que los demás excursionistas se habían ido.
La cueva tenía multitud de salidas, me dirigí hacia una de ellas y después de varios minutos volví al mismo sitio. Lejos de ponerme nerviosa, decidí seguir explorando pensando que ya vendrían a rescatarme.
La oscuridad me hizo tropezar, me torcí el tobillo y caí al suelo medio aturdida. En medio del aturdimiento vi la silueta de una mujer que venía hacia mí, era hermosa, su rostro era joven y respiraba paz…
– Me llamo Adara -me dijo.
– Yo Layna
– ¿ Eres de aquí? preguntó – lo digo por el nombre.
– No, mis antepasados si lo fueron.
Me miró el tobillo y cogiendo un poco de agua de las fuentes termales que había, me ofreció beberla. A los pocos segundos, empecé a notar un líquido en el cuerpo que parecía sanarme el alma, era tranquilizador.
Cuando salí de mi absortismo, ella ya no estaba allí, desapareció.
Al instante vinieron a rescatarme.
Les conté lo sucedido y me dijeron que allí no vivía nadie y que no vieron a ninguna mujer.
Poco después, leí en los libros que las sirenas, seres mitológicos de aquellos tiempos, eran las guardianas de aquellas cuevas sanadoras….

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Aún no había salido el sol y el anciano ya había traspuesto por las dunas que dibujaban el horizonte de la wilaya. Su determinación era clara y su andar constante sobre la arena.
A la caída de la tarde, ya sentía los primeros síntomas de la insolación: aumento de la temperatura corporal, cefalea, vómitos y algunos calambres. Sus conocimientos médicos le auguraban un final más angustioso. Solo tenía que alejarse un día más.
La fatiga, la sed, la piel seca y caliente, la debilidad en general, le acompañó durante la siguiente mañana en su caminar ya más incierto. Sabía que a más de cincuenta grados, bajo aquel sol aplastante, no tardaría en entrar en un fallo circulatorio por deshidratación: el escozor de las vías aéreas resecas, los ojos hundidos, la respiración corta y jadeante, la piel plegada, la presión arterial por los suelos, el corazón contrayéndose con dificultad… en algún momento, no llegaría la sangre suficiente al cerebro y perdería el conocimiento y, tras eso, la muerte.
Ya había caminado lo suficiente para saber que no había vuelta atrás, que aunque se arrepintiera, era materialmente imposible recuperar las fuerzas para volver. Solo era otro suicidio premeditado, algo ancestral en su poblado. Nadie saldría a buscarlo.
La noche fría le mantuvo con vida un amanecer más. Cayó de bruces a mediodía, hincando la cara sobre la arena ardiente.
Sin esperarlo, sintió cómo se hundía en las profundidades de un universo líquido, espeso, que se iba internando poco a poco en su cuerpo, mientras que sentía caricias suaves, como si estuviera en el vientre de su madre.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

FUEGO EN EL CUERPO.
«Es imposible, no lo conseguiré» –un fuego abrasador lacera sus entrañas, acalambra sus piernas y le impide continuar andando.
Se apoya en un árbol tratando de controlar los espasmos. La gente, ajena al suplicio que está sufriendo, pasa junto a ella sin mirarla, cada uno a sus asuntos, con prisa.
«He de seguir –se anima, porque las contracciones se han suavizado levemente–, a penas me faltan unos metros, cien, doscientos, a lo sumo. Tengo que conseguirlo».
Deja de apoyarse en el árbol, echa a andar y, como en una broma cruel, siente de nuevo que se le rasgan las vísceras. El abdomen, hinchado como un globo, amenaza reventar. Cada paso desata una tormenta de finísimas agujas, que se clavan, impías, en sus riñones.
«Ya veo el luminoso de la entrada –se traga el dolor y la angustia, ante la lenitiva promesa, del cartel iluminado, que corona la puerta acristalada–, lo conseguiré. Ya estoy cerca. Un último esfuerzo. Casi alcanzo la puerta, ¡venga, que puedes!, aquí está, ya, lo conseguí».
Con paso apresurado se acerca al mostrador, tras el que un muchacho joven, vestido de blanco, la interroga con la mirada.
–Un cortado descafeinado de máquina, por favor –responde ella a la pregunta no formulada–, y ¿los servicios?
–Al fondo del pasillo a la izquierda –responde el camarero, manipulando, ya, la cafetera.
«¡Aaah! –suspira, aliviada, mientras deja que el líquido, caliente, abandone su cuerpo–, mira que te lo tengo dicho, Mari Carmen: de casa hay que salir meada, ¡coño!»
Fuera, en la calle, como si nada hubiera ocurrido, la gente sigue trajinando, a sus cosas. Un taxi para ante el semáforo en rojo, el perro marca territorio en un alcorque y en la esquina, un violonchelista callejero se saca algunas perras interpretando a Bocherinni.
Acta est fabula.

TESS LORENTE

Necesitaba desconectar de un día horrible.
En realidad la semana entera había sido una montaña rusa de emociones que habían acabado con las pocas reservas de energías que me quedaban.
Emocionalmente estaba por los suelos y necesitaba romper con aquella inercia, antes de caer en una profunda depresión por culpa del estrés.
Salí de casa, con intención de tomar algunas copas y evadirme gracias al alcohol de la pesadumbre que me atormentaba.
Entré en un bar y me senté en la barra. Estaba vacío pero me dio igual. El camarero se acercó y me sonrió esperando que le pidiera alguna bebida.
—¿Qué quieres tomar, preciosa? —preguntó con una media sonrisa, apoyando ambos brazos en la barra.
—Cualquier cosa que mejore el día. —Respondí, mientras me atusaba el pelo de forma coqueta.
—Te voy a servir la especialidad de la casa.
Sacó de la nevera una botella oscura que lucía una etiqueta con algo escrito a mano. Era algo artesanal porque no llevaba ni precinto, ni sellos identificativos.
Colocó un vaso de chupito ancho ante mí y sin dejar de sonreír, de una forma sumamente seductora, llenó el vaso hasta el borde.
—¡Adelante, pruébalo! — sugirió mientras me ofrecía la bebida, mirándome fijamente a los ojos.
—Solo si tú también te sirves uno. — Respondí devolviéndole la sonrisa y esperando a que aceptara la invitación.
No quería beber sola y aquel chico tenía algo que me atraía mucho. Su físico, su voz, la forma en que me miraba…, todo en él me gustaba y aquel juego de seducción era justo lo que necesitaba para romper con mi mala racha. Un poquito de diversión para cambiar de aires y reponer fuerzas.
Sacó otro vaso y se sirvió un chupito del mismo licor. Dejó la botella sobre la barra para levantar el vaso ofreciéndome un brindis:
— ¡A nuestra Salud!
Brindé con él y esperé a que bebiera primero.
Se tomó aquel brebaje de un solo golpe y me sentí obligada a hacer lo mismo.
Cuando aquel licor asqueroso acarició mis papilas gustativas, la lengua se me adormeció al instante y una arcada quiso expulsar al instante aquel líquido de mi cuerpo, en cuanto noté que algo viscoso y crujiente se removía entre mis dientes.
—¡No podía creerlo! Estaba masticando lo que parecía ser un gusano, blanco, hinchado por el alcohol y con aspecto de continuar con vida, a pesar de estar sumergido en aquel líquido desde hacía más tiempo del que las organizaciones sanitarias aprobarían.
Sin poder aguantar más, tuve que escupir, allí mismo, sobre la barra el contenido de mi boca.
Asqueada y furiosa, cogí la botella y comprobé que efectivamente en el culo de la misma, estaban depositados varios de aquellos repugnantes bichos muertos.
Las carcajadas del barman resonaban en mis oídos como un insulto.
Y ante aquella humillación no pude más que empuñar la dichosa botella y atizarle con ella en la cabeza, con todas mis fuerzas.
Sus carcajadas cesaron al instante y un líquido viscoso y oscuro, empezó a brotar de pronto por su frente, tiñéndole la cara de rojo.
—¡A ver si te ríes ahora! —grité mientras abandonaba aquel tugurio.

NORMA ROMERO

Me sostiene, firme, busca…
Busca, acariciando mi cuerpo, como si fuera diamante exótico.
Busca, con sus dedos tibios, esperanza de vida, que se escurre entre la madrugada, corriendo hacia la nada, solo dejando un surco en la alfombra negra, en la que estoy tirada.
Busca… con dulzura debajo de mi ropa, corre mis senos, sin mirarlos , tararea con sus manos un ritmo que contagia latidos .
Busca… casi desesperada, un cordón ,un algo, que impida que salga el líquido de mi cuerpo, líquido tan preciado .
Busca… Su mirada, busca apagar el infierno por las llamas desatado.
Me busca… Me encuentra.
Me mira. Me detiene.
Me detiene a la vida, batalla bien lograda. Ella, ángel de madrugada .
Solo su mirada me queda , de aquella trágica escena , vivida de madrugada, sin testigos ,solo ella… Y yo , sin partir hacia la nada.

NEUS SINTES

Habían transcurrido unos años en busca del Elixir de la vida, el de la Eterna Juventud. Su búsqueda llegaba a su fin. Después de viajar por todo el mundo y ver lo inimaginable, arrodillado tras el cansancio acumulado y sediento de sed. Levantó la vista, aún nublada por las gotas de sudor que caían de su frente y ante sus ojos, contempló el paisaje que le envolvía. Había escalado una montaña que creía imposible.
A sus espaldas una puerta de piedra maciza marrón se hallaba cubierta del musgo verde y un cartel amarillento y roído por el tiempo, cuyas palabras escritas en una caligrafía de un rojo intenso decían: “Si Abres esta puerta, tu camino será seguir la vida eterna.”
Leyó de nuevo esa frase intentando entender lo que quería significar. Siempre se le habían dado mal los acertijos. Éste ere uno de ellos. Apoyó la mano sobre la gruesa puerta y entró con cautela.
Sus ojos contemplaron con asombro una vez adentro con un cierto cosquilleo en el cuerpo, preguntándose si debía o no regresar a cada paso que daba.
-Demasiado tarde. – Una voz de mujer resonó en la estancia, mientras a sus espaldas oyó cómo un golpe de aire cerraba la puerta.
-¿Quién eres? – pregunto – sin hallar una respuesta. El miedo empezó a surgir de sus entrañas, cuando en la oscuridad de ésta, unos diminutos ojos le observaban en silencio.
El iris azul de sus ojos se fueron adaptando lentamente a la oscuridad. Aquellas paredes de un intenso negro le daban pavor. Era una cueva demasiado tétrica.
Un destello “burdeos” llamó su atención al final del pasillo. A medida que se acercaba, éste brillaba con mas intensidad. Tuvo que parpadear varias veces para averiguar que no era un sueño ni ninguna alucinación. La oscuridad de las paredes de la cueva habían dado paso a ser de un rojo burdeos donde captó a sus lados a pequeños murciélagos que lo miraban con curiosidad.
En medio de la estancia una mujer misteriosa se hallaba sentada, sosteniendo en una de sus manos una copa. El contorno dorado de la copa, rellena de un líquido morado, parecido al del vino, hizo relamerse sus labios sedientos. – ¿Era o no era el Elixir de la vida.?
-Bienvenido. Mi nombre es Arcadia – le susurró.
Arcadia se encontraba sentada en un sofá color burdeos, ataviada con un sugerente y ceñido vestido corto que le llegaba hasta las nalgas. Sus labios color carmesí hechizaban a probar de la copa que sostenía en una de sus manos.
De penetrante mirada, observaba a quien había tenido la osadía y el coraje de atreverse a entrar en su morada.
-Soy la Diosa de este templo o mejor dicho del Elixir de la Vida Eterna. Son muy pocos los que han podido y sabido llegar hasta aquí. Tú eres uno de ellos. La inmortalidad es tuya, si la deseas.
Dejó la copa a un lado y se levantó lentamente dirigiéndose a donde se hallaba el hombre cuyas facciones varoniles le resultaban atractivas.
-¿Cúal es tu nombre? – le preguntó mientras le rodeaba como serpiente que no quiere soltar a su presa.
-Dany – respondió
-Has sido muy valiente de entrar en territorio prohibido, ¿lo sabías? – le dijo Arcadia – dirigiéndole una mirada que le dejó helado.
-Lo sé. – Pero no me arrepiento de ello. He viajado por todo el mundo en busca de.. – dejo la frase a medias.
-De la Eternidad, ¿verdad? – le respondió Arcadia – con una sonrisa de confidencialidad.
-Pero cómo…
Arcadia le silencio sellando sus labios con una de sus uñas rojas. Haciendo ademán de que la siguiera
-Toma asiento – le dijo Arcadia mientras ésta seguía en pie, mirando hacia la ventana.
-Con el tiempo he ido aprendiendo muchas cosas y la Eternidad es una de ellas. – le miro de soslayo. – Prosiguió – Todos deseamos alcanzarla y todos deseamos encontrarla. Lo que uno no sabe es que cuando la encuentra y la tiene en su poder es dueño del tiempo infinito. Puedes pasarte años en busca de ella, pero cuando ya lo has hecho, todo tiene consecuencias.
Su figura esbelta cuyos cabellos ondulados caían hasta su espalda la hacían una mujer misteriosa. Era joven, de ojos vivaces pero con una mentalidad mucho mas adulta. De pronto, se acercó a Dany que no había dejado de escucharla
-¿Ves esa copa? – indicando la que hacía poco que había dejado sobre la mesita.
-Sí, la veo. ¿Me estas insinuando que es la copa que posee el don de la Eternidad? – preguntó
-Afirmativo. Lo es. Si bebes de ella tendrás todo la Eternidad. Habrás sido el primero en muchos años, siglos tal vez a quien yo se la ofrezco.
-Pero antes de decidirte a hacerlo y sé que lo deseas con ansias debe saber algo. – Prosiguió – Poseerás la misma juventud de la que tienes ahora, no envejecerás, pero tampoco podrás volver atrás. Una vez que bebas de ella serás lobo solitario, como yo tuve que serlo, y sigo siéndolo. Tampoco podrás alimentarte de nada más de lo que no sea sangre.
Llevo demasiado tiempo para no beber de ella… – tal vez demasiado – dijo mientras miraba la copa y a Arcadia. Lo tengo más que decidido.
Sostuvo la copa con ambas manos y bebió de ella con ansia. Mientras notaba como el líquido entraba en su cuerpo. Su sabor era muy parecido a la sangre…Al terminar de beber, su piel empezó a volverse pálida, se tocó los labios y éstos estaban fríos como el hielo. Unos pequeños colmillos crecían en su boca.
Arcadia esperó unos minutos a su reacción y tras su transformación. Se sentó a su lado y cuando miro sus ojos. Éstos deseaban beber más. Arcadia se acercó un poco más ofreciendo a Dany su cuello. Un largo y fino hilo de sangre surcó de él al primer mordisco. El sofá color burdeos se entremezcló con el color de la sangre apasionada de ambos lobos solitarios.
Arcadia se liberó de sus vestimentas como un soplo de aire hubiera agitado el ambiente. Su cuerpo parecía la de una escultura pulida en contraste con su piel blanca y firme. De pechos firmes y exuberantes junto a un Dany convertido y ansiado de sed. Estaban ligados a compartir sus cuerpos y el secreto de todo la Eternidad.

ASAPH FERNÁNDEZ

El hombre entre dos pareceres
Con su elegante y límpido manto, el firmamento cobijaba el cuerpo de Anselmo sobre aquella tierra olvidada por Dios. Los fosforescentes agaves, azul celeste, se hallaban desperdigados a orillas de aquella árida milpa, cómo enormes flores de loto sobre un mar de tierra.
La jornada de aquel día había dejado exhausto al hombre que se abría paso entre la tierra con sus correosos pero ya desgastados jamelgos. Largos años ha trabajado esa tierra reacia e infértil, sin embargo, esta sigue negándose a compartir sus frutos con él como lo hiciera en otros tiempos. La ha estercolado y arrancado los hierbajos; levantó un cerco de nopales y los azulados agaves, los cuales mantienen al margen a las bestias del campo. Abrió una vena del arroyo más cercano para regar con sus aguas mansas los estériles surcos que embeben ávidamente el líquido vital con sus bocas sedientas. Se ha desvivido trabajando, día tras día, con la esperanza de cargar con algo más que el polvo pegado a la suela de sus desgastados huaraches, sin embargo, nada parece hacer efecto en aquella indomable tierra. Sudor y sangre, tanto propia como extraña, han quedado esparcidas sobre el terreno yermo como un pago anticipado a cambio de poder recibir de ella los tan anhelados frutos, pero todo ese esfuerzo sigue siendo en vano.
Mientras se empeña en romper con el azadón los terrones de barro crudo debajo de sus pies, una polvareda se levantó por en medio del camino que va hacia el pueblo; los ojos enceguecidos se llenaron de imágenes de un nocturnal espejismo. En ellas mira a un hombre conducir una gran yunta conformada por dos bueyes de un vello tan blanco como la nieve; uno es fornido y extremadamente engrosado, sus músculos son tan marcados que parecen a punto de reventarse; el otro es un cadáver andante; sus huesos son cubiertos por un fino terciopelo que podría romperse en cualquier momento, alcanzando a duras penas a cubrir los órganos internos.
Sobre sus lomos va colgado un ayate y dos cargas de leña de encino rajadas a puro machetazo limpio. El sujeto que los conduce es don Juan Casona, hombre dócil pero empedernido que en vida fuera dueño de la tierra que ahora pisaban los huaraches de Anselmo. Tiempo atrás, él y el hombre que conducía los bueyes por la vereda de los carrizales, habían tenido sus diferencias, el calor de las palabras fue subiendo de tono como una hoguera que no para hasta devorarlo todo. Como ninguno de los dos cedió ante los razonamientos y/o excusas del otro, el machete de Anselmo se alzó por encima de toda excusa y razonamiento; como juez y verdugo puso fin a su acalorada discusión entre ambos, su cuerpo filoso y delgado se deslizó sobre el cuerpo blando de don Juan Casona, cortando a tajos largos y hondos de la misma forma en que fue cortada la leña que cargaban las bestias. Cada parte y cada pedazo de carne habían servido como alimento para esa tierra que parecía desconocer como legítimo dueño al labriego y sus escuálidos jamelgos que jalaban el arado.
Los cuernos de los bueyes eran largos y torcidos como nunca antes había visto; unidos por un yugo de un ancho y un peso descomunal que parecía imposible de cargar aún para el buey más fortalecido. Debajo del yugo miró al hombre entre dos pareceres; prisionero de un cepo de madera y hierro, caminaba hacía donde las bestias lo condujeran, arrastrando los pies y con ellos el cuerpo.
Anselmo, aun con los ojos escocidos por el polvo y el sudor que le escurría por la frente, entrecerró la mirada y el hombre desapareció como un fantasma al que ha reclamado la fosa.
El buey más grueso comenzó a distenderse del cornil que lo mantenía unido al yugo hasta que logró zafarse, sabiéndose libre corrió como alma que lleva el diablo, lejos de su dueño y del buey más flaco que no pudiendo soportar el peso de la gamella cayó con la carga de ambos sobre el suelo arenoso. El buey y el yugo quedaron tirados sobre el camino, mientras don Juan Casona corría tras la prófuga bestia intentando darle alcance. La polvareda se levantó nuevamente como un animal acechante y comenzó a envolver a la bestia que con el cuello roto comenzó a mugir agonizante; movía desesperadamente sus pezuñas en un intento por levantarse, sin embargo, todo intentó parecía ser en vano. Envuelto por el torbellino que lo había traído quedó enterrado en un sepulcro de viento y polvo dejando a la vista del hombre solo los huesos debajo del yugo descomunal que lo había aplastado.
Perplejo y horrorizado, el labriego retomó su labor en el campo intentando alejar aquella horrenda visión… aquel paisaje epifánico de dolor y muerte. Tomó el arado y la vara de sauce llorón -que le servía de fusta- comenzó a golpear a las agotadas bestias que avanzaban a paso lento. Cada paso lo fue llevando lejos de aquel carnívoro remolino que devoró al enjuto buey. A medida que su yunta se abría paso en aquel mar de tierra y polvo, los surcos terminaban uniéndose hasta llegar a un punto en que la milpa terminaba cerrándose en un ángulo perfecto.
–¡Esto es imposible!– dijo maldiciendo y escupiendo sobre los esparcidos terrones –el terreno es todo cuadrado ¿Acaso se habrá desviado el arado?– se preguntó anonadado.
Con fiereza y enojo tomó las riendas y dio vuelta para abrirse un nuevo camino sobre la tierra que como una cicatriz en la piel se había cerrado. En un inicio el panorama parecía abierto, pero conforme iba ganando terreno nuevamente terminaba cerrándole el paso. Así ocurrió una y otra vez, hasta que la sed alcanzó al ganado.
Se recostó al lado de un nopal mientras contemplaba las estrellas atrapadas en aquella red invisible llamada firmamento, buscó en su ayate la pachita donde guardaba el aguardiente, y de un solo trago se bebió el contenido que de inmediato comenzó a escocerle el vientre.
La sed se presentó ante él y tuvo que agarrar a dos manos el guaje donde guardaba el agua. Su sabor era salado como sabor a sangre no cuajada, escupió el líquido y miró que en efecto era sangre lo que salía de sus labios. Se levantó en búsqueda de agua pero no halló la vena abierta por ningún lado. Regresó al nopal y miró las tunas que se veían maduras y apetecibles. Con su machete cortó una de las jugosas frutas, pero al abrir la cáscara encontró un pequeño corazón bañado en espinas, y cuajada sangre. La tiró al suelo y repitió la acción obteniendo el mismo resultado. Su sed era tan inmensa que se asemejaba a un llano seco al cual se le ha encendido una llamarada; no la podía apagar con nada. Intentó cortar un nopal en dos partes para untar su baba en sus labios resecos, pero al hacerlo escapó un grito de dolor semejante al de un hombre que se le ha abierto alguna herida en el cuerpo; un líquido pastoso y de un color amarillento como pus salió del nopal y este sintió asco beberlo.
–No puede ser– se dijo a sí mismo y vómito al verlo.
Intentó correr lejos de ahí, ¿a donde? A cualquier lugar que lo alejara de aquella tierra maldita. Fue de un extremo hasta llegar al otro, topándose con el mismo error de antes, aquel ángulo perfecto impidiéndole avanzar más adelante. Es como si la tierra hubiese desaparecido y él labrará una milpa que vagaba por el universo. Todo era negrura fuera de aquel lugar semidesierto. Arriba las estrellas seguían impávidas e indiferentes, abajo los surcos abiertos y los agaves fosforescentes; brillantes casi en forma incongruente, nada parecía tener sentido, como si la razón le hubiese abandonado.
Juntó valor de donde no lo había y se lanzó fuera de aquella tierra donde la negrura lo esperaba. El gran vacío lo esperaba con sus enormes fauces abiertas, listo para ser engullido completamente. Miró cómo su cuerpo bajaba en una caída casi interminable, el tiempo transcurrió, y la distancia se hizo casi infinita. Miró atrás y vio un punto azul perderse en la distancia, no eran los agaves ni tampoco los nopales, era la tierra. Aquel tercer planeta y todo el sistema de planetas junto con su estrella se fueron haciendo inmensamente pequeños, hasta que todo rastro de ello se perdió en la inmensidad del universo. Su cuerpo se desintegró, sus manos, sus pies, todo rastro del antiguo labriego se separó en átomos, dejando un rastro como estrella fugaz navegando sin un rumbo en concreto. Sólo una pequeña… una diminuta y escasa chispa de lucidez y conciencia permanecían con él acompañándolo en su viaje por el universo; desconocía el significado de la palabra nebulosas, soles, agujeros de gusano, incluso los nombres dados por los hombres a las estrellas, y todo cuanto veían sus ojos, pero todo le parecía hermoso. nunca supo cuánto tiempo pudo haber transcurrido hasta que sus ojos comenzaron nuevamente a vislumbrar la misma tierra desierta. No podía creer que se encontraba en el mismo punto de partida; dentro de aquella árida planicie, la cual araba desde hace tiempo. Sin embargo su sobresalto y asombro fueron aún mayor cuando sus ojos se posaron en el hombre que labraba la tierra muy cerca de los azulados agaves, era él mismo quien se abría paso en la tierra yerma.
Desvió la vista hacia el otro lado y vio que había junto a él un buey blanco tan cenceño y enjuto como los que anteriormente había visto. Su sobresaltó fue grande y comenzó a mover la cabeza como buscando liberarse de un mal sueño. De su frente sobresalía un par de cuernos alargados y retorcidos que cuando los miro sintió un miedo indescriptible. Su camisa y su calzón de manta habían sido mudados por un vello blanco que cubría su cuerpo. Sus brazos delgados y sus piernas cambiados por cuatro miembros extremadamente engrosados, y sobre sus lomos un yugo tan pesado que parecía que lo haría desfallecer. Una vez que se sintió libre y aún sin poder creer lo que veían sus ojos, salió corriendo fuera del lugar hasta llegar a los confines de la tierra donde un gran abismo lo esperaba con los brazos abiertos. Se lanzó y descendió nuevamente por aquel mar de estrellas y negrura interminable. Una vez terminado su viaje se encontró atrapado en el cuerpo de uno de los jamelgos que recibía duros golpes con la vara de su amo en el que nuevamente veía su propio rostro. Su amo comenzó a buscar desesperadamente el agua que pudiera apagar su sed, lo vio correr hasta el fin del mundo, y lanzarse hacia el vacío nuevamente.
El jamelgo fue tras su amo y se lanzó dejando atrás a los demás caballos. así ocurrió una y otra vez, con cada regreso su mente ocupaba un nuevo cuerpo, mirándose a sí mismo desde todas las perspectivas posibles arar su tierra necia. Una vez fue jamelgo jalando el arado, en otra su piel fue la tierra que se cerraba con el paso de este. También los nopales que gritaban con el machetazo hundiéndose en su cuerpo. Posó en forma de loto para adoptar la forma de los agaves, su cabeza fue el terrón que se rompía bajo el azadón del labriego. Hasta que el mismo ciclo se repitió infinidad de veces y volvió a ser el labriego que araba la tierra. Entonces apareció ella, las estrellas comenzaron a moverse en una uniformidad única y nunca antes vista hasta adoptar la forma de una gran serpiente. Cada estrella se volvió una escama, y el cielo quedo completamente negro como un gato en medio de la noche.
Era la serpiente de los veinte cascabeles (uno por cada siglo vivido según decían los ancianos del pueblo) se acercó al hombre y este suplicando le dijo:
–Dame muerte para hacer descansar mi alma y mi conciencia.
–Es que no te das cuenta, hace tiempo que estás muerto pero a la vez unido a esta tierra. La sangre de aquellas almas a las que diste muerte, aún claman desde las fosas que tú mismo les cavaste para que durmieran. Ahora tu trabajaras por siempre esta tierra, es lo que querías y lo que tanto anhelabas; en vida paseabas tus pies y ellos te llevaban y te traían, ahora están cansados, déjalos reposar. Pero tus ojos nunca se cansaron sino que mirando con envidia el suelo que ahora pisas te hicieron levantar tu mano contra tu propio padre. ¿Lo recuerdas? ¿Cómo lo obtuviste? A cambio de traiciones y derramando sangre inocente. Te engrosaste y se hinchó tu vientre, la fortuna te sonrió pero lo hizo sarcásticamente. Ahora mírate, labrando una tierra a la que ahora perteneces. Tu cuerpo se aunó al polvo y la vida te ha sido arrebatada de la misma forma que tus manos lo hicieron con aquella gente. tu maldeciste esta tierra, ahora quédate con ella–
Entonces su memoria fue asaltada por los recuerdos que pensó había sepultado juntamente con la gente de quien escuchaba los cuchicheos, levantando, por debajo de la barbilla, sus dedos acusatorios, señalandolo -cómo quien lleva una marca maldita en su frente- por buscar el fruto en «tierra necia». La sangre le hervía hasta llegarle a la cabeza; –hombre de mala calaña– decía la gente a sus espaldas –ni siquiera la tierra que no hace diferencia entre los hijos de Eva le otorga el alimento necesario para llevar a su hogar por tomarla por la fuerza–.
–Veo que el veneno recorre tu cuerpo, ese líquido que te hará eterno. Jamás morirás pero tampoco escaparás de esta tierra a la cual te ata la sangre que has derramado.
La serpiente se alejó y ascendió hacia las estrellas, y cada escama se hizo una estrella y con ellas cada cascabel se hizo un deseo, veinte personas murieron para que esa tierra fuera entregada en las manos de Anselmo.

EFRAIN DÍAZ

Corría la primavera del año 399 a.C. y el más grande de los filósofos griegos esperaba su condena encarcelado en la prisión de la colina de Filopappos en Atenas.
Hijo de un escultor y una partera, Sócrates ya sabía a qué dedicaría su vida. Alumbraría ideas para luego esculpirlas con preguntas. Parir ideas y luego darles forma, era la mejor manera de honrar a sus padres.
La mayéutica no solo le sirvió para aprender, sino para ilustrar a sus alumnos, que, como las ratas al flautista de Hamelin, lo seguían por toda Atenas mientras impartía sus lecciones. Con su método mayéutico no solo hizo conscientes a sus estudiantes de sus propias ignorancias, sino que los posicionó en el camino del conocimiento, de la verdadera virtud y de la excelencia de los hombres.
Con el tiempo, muchos de los estudiantes que lo seguían, se unieron en su condena para salvar el pellejo. Habiendo ascendido al poder, sabían de los riesgos de utilizar el pensamiento crítico contra el gobierno. No hay peor sensación de desasosiego que la traición, puesto que por definición, nunca viene del enemigo, sino de los nuestros.
Fue acusado en el Tribunal de los Heliastas, por asebeia (impiedad) y corrupción de los jóvenes mediante su discurso. Alegaba el sofista Polícrates, que su discurso era peligroso y su presencia, una mala influencia para la juventud. Luego de un juicio injusto y totalmente parcializado, fue condenado a muerte mediante cicuta o en su defecto, que se retractara en público de sus enseñanzas, admitiendo que estaba equivocado.
Sus alumnos más allegados le suplicaron que se retractara, pero él se negó vehementemente. Sus principios y su orgullo moralmente se lo impedían. «Yo muero con dignidad, yo muero sabiendo que estoy en lo correcto» decía a sus discípulos. Le dieron la opción de que huyera, lo que socialmente era aceptado, pero eso hubiera sido claudicar a sus principios, los que defendía hasta con su propia vida si fuera necesario.
Decidido a cumplir con su condena y su destino, bebió de la cicuta. Su boca comenzó a secarse y su corazón aceleró su ritmo vertiginosamente. Su cuerpo comenzó a sudar y a temblar mientras sus más allegados alumnos lloraban el fin de su maestro. Fue tanta la debilidad muscular, que cayó al suelo. Sus alumnos intentaron levantarlo en vano, pues Sócrates se lo prohibió. Estaba dispuesto a pasar por todo el sufrimiento y experimentar todo el proceso de morir por envenenamiento.
Antes de comenzar a convulsionar, alcanzó a decir «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Pues bien, págalo y no se descuiden», en agradecimiento a Asclepio, dios de la medicina, que con la muerte le curaría todos sus males. Luego de esto, expiró.
Gracias a Platón, el más distinguido de sus alumnos, hoy tenemos sus enseñanzas, siendo la mayor de todas, el tener la valentía y la dignidad de defender nuestras posturas hasta las últimas consecuencias. No como Galileo, que por salvar el pellejo, cobardemente se retractó de sus postulados, claudicando ante el Santo Oficio.

MARÍA GALERNA

La primera vez
Sería su primera vez. Hasta había madrugado para la ocasión. Se notaba nervioso y algo preocupado. Deseaba que ella llegara pronto y acabar así con la espera y la incertidumbre.
¿Sería -al igual que él- «virgen» en esas cuestiones?
Los minutos, que le parecían horas, se arrastraban. Recordó aquella manida frase de que el tiempo era oro, y se vio con los bolsillos repletos de doblones. Je, je, je, desvariaba.
Entonces la vio venir, era tal y como
se la había imaginado. Tal y como se la habían descrito los que fueron antes que él. No era tan especial. Uno más en su lista. En fin…
–Señor López, ¿preparado para su primera sesión de quimio?

CESAR BORT

«Comed este pan, porque él es mi cuerpo. Bebed este cáliz, porque en él está mi sangre».
Ya teníamos la carne y el líquido vital del Señor dentro del cuerpo. Yo esperaba que dijera, también: «Custodiad mis palabras, porque ellas son mi alma». Pero no hizo mención a sus enseñanzas ni a su alma, como si no importaran, como si lo imprescindible fueran las vísceras y la sangre. Una especie de Teofagia redentora: Comerse al hijo de Dios para borrar las huellas de su existencia como hombre; de su paso, hecho carne, entre nosotros. Restituir la unidad del Creador haciendo desaparecer su cuerpo, el pecado y la inmundicia; dejando su alma libre e intacta; impoluta; sin devorar o, lo que es lo mismo, sin hacerla intrínsecamente nuestra. Solo recordarla para irla olvidando; malinterpretando; acomodando a nuestras necesidades.
Fue, para mí, como comerse a Dios sin saborearlo; masticar lo correoso y dejar, al borde del plato, lo celestial. «Libre albedrío», dijo Pedro que nos ofrecía el Maestro. Argumentó que si hubiéramos engullido su alma no quedaría espacio para decidir. «¡A la mierda la libertad! Yo quiero ser justo y bueno antes que libre y errático», le rebatí. Judas dijo que: «Si no hay mala intención, no hay pecado». Vaya pieza el Iscariote, treinta de plata, para ser exactos.
Luego pasó lo que pasó. Judas acabó balanceándose en un árbol del amor por sus buenas intenciones; Pedro negó tres veces a Jesús gracias al libre albedrío; después montó un negocio en Roma, según tengo entendido; El Maestro fue crucificado al final de la vía Dolorosa.
Yo fui a su sepultura, dispuesto a cumplir su deseo de no dejar rastro. Tres días tardé en comérmelo. Y como no pude encontrar su alma, me consolé diciendo que había resucitado.

SERVANDO CLEMENS

Un suspiro
Despertó y sintió la dureza de la superficie donde se encontraba acostado. Se incorporó. Miró sus pies y sus manos. Palpó su cuerpo y se dio cuenta de que este era blando. Dio unos pasos inseguros ya que todavía no se acostumbraba a su organismo. Observó a su alrededor: estaba en un taller de carpintería. Se encontraba en la parte más alta de un estante de madera. Intentó bajar; sin embargo, sus piernas fallaron.
Cayó encima de un clavo que estaba ensartado en un tablón. Sintió un líquido que salía de su cuerpo, ¿qué era? Era sangre. Estaba feliz porque su sueño de ser un niño real se había cumplido, pero, como la felicidad es un suspiro, al pobre de Pinocho le quedaban pocos segundos de vida.

ENRIQUE DIAGO

No quiero Escribir
Dormido: No quiero escribir… No quiero escribir…No quiero escribir… Ha de ser ése puto líquido en mi cuerpo… ¿Cual de todos? Las vacunas… El alcohool… El azúcar… Mi sangre pecaminosa… El amor que me inyectaron desde niño en las novelas…no lo sé pero ya hay muchos líquidos en mi cuerpo de la humillación que se mezclan unos con otros que hacen cortos circuitos.
Es la mente llena de Sangre solo es la mente llena de Sangre y de azúcar ¿y si quitamos la mente? ya no hay líquido ya no hay escritura…mejor no la quito mejor voy a donar sangre sacaré un poco de líquido de mi cuerpo…

BEGO RIVERA

DELIRIO
Iván
«Después de tres días sin dormir creo que voy a perder la razón.
Cuando lo intento aparecen esos bichos recorriendo mi cuerpo.
La primera noche que estaba a punto de dormirme, sentí algo moviéndose en mi brazo derecho. Encendí la lámpara y por unos segundos…observé un» bicho» del tamaño de una canica moviéndose bajo mi piel.
Los siguientes días fue a peor, se estaban multiplicando.
Recordé las «vitaminas» que me inyectó el doctor Royo hace tres días. ¿Tendría algo que ver?
Fui a su consulta muchas veces, necesitaba un diagnóstico ya que sufría hace tiempo de dolores de columna.
Desde un principio, el doctor fue hostil, prepotente y carente de empatía conmigo.
No ocultaba su disgusto al verme en las visitas.
Hace tres días, él mismo me introdujo un líquido que según él me ayudaría.
Ayer fui otra vez, sin cita, para comentarle la invasión que sufría mi cuerpo de extraños «parásitos» o lo que fuera.
Me atendió de mala gana, pero reconocí satisfacción y regocijo en su mirada.
Me dijo que tenía «El síndrome de Ekbom», me inyectó otro líquido según él para la mente.
Hoy grabo esto para cuando me encuentren sin vida.
No puedo dormir, la desesperación me consume , la impotencia… acompañado de cientos de » bichos» que me consumen»
Doctor Royo
El doctor Royo, de medicina interna, estaba indignado con el ser humano. Dedicado desde hace años sobre todo a geriatría, no entendía porqué » los viejos» se empeñaban en vivir más y más. ¡Si eran trastos inservibles¡ Pensaba.
Molestos, caros para la sanidad, y sin utilidad para la sociedad.
Así que se autoproclamó Dios.
Se deshacía de ellos a base de un virus que les inyectaba, les volvía más dementes, según él todos eran dementes a partir de los setenta años. Cuando los carcomía… no quedaba rastro del líquido.
Tuvo mucho cuidado, las » vitaminas» las guardaba con celo en su casa, por si acaso, y no dejar pruebas de su buena causa en el hospital.
El doctor Royo, atendía a su próxima víctima, cuando sonó el teléfono.
Era su madre, lo que más quería.
– Hola mamá, ¿vais a venir hoy a comer a casa?
– Si, hijo, ya estamos en tu casa- se la escuchaba feliz- Espero que no te importe hijo, pero he visto las vitaminas que tenías en el mueble y tu padre me la ha inyectado. ¿Porqué no me hablaste de ellas?
Sabes cómo estoy, me vendrán fenomenal.
Mientras su madre seguía hablando…un gritó aterrador del buen doctor…se escuchó en todo el hospital.

SILVANA GALLARDO

La falta de oportunidades en lugares olvidados por los gobiernos corruptos, obliga a sus habitantes emigrar de allí, en la búsqueda de una mejor calidad de vida. Son lugares hermosos, de paisajes plenos de azul y verde, que paradójicamente encierran la vida gris de su gente.
Historias que calan lo más profundo del ser humano, que se precie de serlo. Mujeres y hombres en la lucha por mejorar sus condiciones de vida en un mundo donde el maniqueísmo juega un papel importante en la conducta humana y se coloca en una balanza que se inclinará según los principios contrarios y eternos de su esencia.
Hay escondidos talentos, que se dan a conocer en las calles. Habrá quien los aprecie, los reconozca y los impulse y si no, quedarán solo como indigentes que, con su arte, recibirán solo migajas, monedas que les alcanzará para sobrevivir con algo en el estómago;
pero serán también perseguidos por ser libres pensadores, que analizan, critican y se rebelan en contra de las injusticias, a través del arte.
Vera, era una muchacha de tez morena, ojos grandes, bonitos, sonrisa alegre y mirada inteligente. Tenía un excelente oído, escuchaba el canto de las aves y podía distinguir su sonido. Sabía cuando cantaba un cóndor, una paloma, un canario, un colibrí o un gorrión. Era nativa de San simón Zahuatlán, el municipio más pobre de México, sus padres campesinos sin apoyos para trabajar su tierra, tuvieron que emigrar para dar a su familia las condiciones de una vida digna.
Ella quedó a cargo de sus seis hermanos menores. Responsabilidad muy grande. En sus ratos libres inventaba música con objetos e imitaba los sonidos aprendidos de la naturaleza que le rodeaba, desde las aves, el agua que corre por los riachuelos, las hojas al compás del viento, en fin, todo lo convertía en música.
Cierto día unos vecinos la escuchaban a pesar de la distancia que separaba sus casas.
Le dijeron que era una gran artista y que podría estar en la televisión o tocando en la Ciudad y que se haría famosa. Ellos realmente eran sinceros, porque sabían apreciar el arte surgido en ese ambiente natural y hermoso, a pesar de la pobreza en que vivían.
Animada por esos comentarios, se le ocurrió que podría tocar sus instrumentos rudimentarios y ganar dinero para sacar a sus hermanos de esas condiciones paupérrimas en que vivían. Pidió ayuda a sus vecinos para que se hicieran cargo de los pequeños y ella poder irse a la ciudad a trabajar con su música.
Nunca había salido de su pueblo y tampoco imaginaba que irse de allí sería ir directo a la boca del lobo; hablaba español que combinaba con su lengua indígena. En su ingenuidad pensaba en la bondad de la gente. Encargó a sus hermanitos con gente buena y solidaria, compañeros de ella de las mismas circunstancia de pobreza en que vivían.
Se fue a bañar al rio. Se vistió con su ropa típica y colorida, y trenzó su larga cabellera. Elaboró un morral de paja para cargar sus instrumentos elaborados por ella misma. La despedida fue emotiva, hubo fiesta de besos y abrazos, bendiciones y buenaventura.
Con el alma transparente y una sonrisa al cielo, partió a pie a la ciudad de su Estado. Tardó dos días para llegar. Su ilusión por conquistar el mundo la ayudó a soportar ese viaje entre peligros que ignoraba, pero con esperanza en su corazón.
Ver la ciudad le sorprendió tanto, que sintió miedo; sin embargo, al ver gente que vendía sus artesanías, comidas típicas, etc., le dio la confianza y se colocó en un lugar cerca de un edificio de arquitectura antigua, tal vez una iglesia. No tenía certeza qué lugar era pero entraba y salía gente así que pensó que sería el lugar ideal para tocar su música.
Sacó sus instrumentos y acto seguido, comenzó a tocar. Eran hermosas melodías que empezaron a atraer a la gente y le arrojaban algunas monedas. Inspirada y feliz por encontrar respuesta, continuo incluso, inventando nuevas melodías, muy gratas al oído.
Durmió en la calle, alguien la sorprendió y le preguntó que si no tenía donde vivir, pues era peligroso que estuviera allí, ya que podrían asaltarla, violarla o incluso matarla. Se puso tensa y unas lágrimas delataron su terror. Explicó la razón por la estaba allí, no le quedaba más que confiar.
–No temas, si quieres puedo dejarte pasar la noche en mi casa, hay un cuartito con un catre que no ocupo.- le dijo el extraño.
–Muchas gracias, si. respondió con un poco de recelo.
Una alma buena en su camino le dio abrigo esa noche. Se levantó muy temprano, le ofrecieron un sencillo desayuno y agua para que se lavara la cara, además de un peine para acicatear su cabello que decidió dejarlo suelto y se le veía hermoso.
Quiso entregar lo que había ganado el día anterior, en agradecimiento y correspondencia pero no se lo permitieron. Salió de esa casa con más ilusiones, se creía que sería famosa como le dijeron en su pueblo. Caminó por cualquier calle, no conocía nada. Se detuvo en un parque, hermoso por cierto. Repitió su ritual de sacar sus instrumentos. Cerró los ojos, imaginaba ese lugar donde habitaba, aunque pobre pero rodeado de la hermosa naturaleza, el alba y las aves cantando. Inspirada entonces empezó a tocar.
De pronto, sintió un liquido en su cuerpo, abrió los ojos, la música se apagó, sentía que su piel se quemaba. No comprendía que pasaba, se nubló su vista y solo pudo percibir a un hombre con un frasco vacío, cuyo líquido había arrojado todo sobre ella. Y lo vio alejarse.
Cayó al piso, revolcándose de dolor. La gente se arremolinó en su alrededor. Llamaron una ambulancia y se la llevaron. Cuando entró en estado de conciencia, no comprendía porque le había sucedido eso, si era buena, solo quería darles a sus hermanos mejores condiciones de vida. Tenía ardores insoportables en el cuerpo, gritaba con tal desesperación que tuvieron que inyectarle morfina.
Un desgraciado misógino le había arrojado ácido. No lo detuvieron y quedó impune el ataque a una muchacha ingenua de noble corazón y de un talento que nadie supo valorar, porque ya no hubo oportunidad. Ya no volvió a abrir los ojos. Pasaron los días, nadie la reclamó, nadie preguntó por ella y fue arrojada a la fosa común.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

LOS LIQUIDOS DE MI CUERPO
No sé cómo acabaré pues los dos más abundantes e importantes líquidos que recorren mi cuerpo, que como sabéis, son la sangre y la linfa andan revolucionados y con turbulencias tales que talmente parece que sean un mar, oscilando entre marejada y mar de fondo, o igual ambos a la vez. No sé, pero me hace estar en un ¡ay! continuo, palabra.
Todo comenzó cuando, el 2020 llegó el maldito virus Covid.
Aunque con grandes protecciones, confinamientos, mascarillas, lavado de todo, algún contacto tuve, que estaba desperdigado por doquier.
Y claro, los glóbulos blancos, y su madre, la médula ósea, tenían que hacer horas extras.
Un día ya me llegó una protesta por parte, sobre todo, de los macrófagos, que son los policías que andan vigilando como va todo, saliendo de la sangre y linfa y recorriendo las áreas más ignotas, y, si encontraban algo extraño iban rápido a dar la voz mediante su whatsapp especial: las citocinas, para que allá se fuesen corriendo las células encargadas de asesinar a los invasores nuevos y a su vez, ellos tenían que llevar su documentación, llamada antígenos, a otras células, que fabrican armas especiales llamadas anticuerpos para así, si vuelve a entrar ese invasor, matarlo lo más rápido posible a él y solo a él.
Pues si esto lo hacen normalmente, ahora con este nuevo personaje del que jamás habían tenido noticias, no daban al abasto.
Se quejaban además, de que, al estar encerrados en casa, no les llegaba bien el oxígeno y el trabajo era más arduo. No sabía qué decirles, claro. Me limité a responder que peor estaba yo, sin poderme mover. Pero imagino que no lo entendieron. ¡Si hasta me recriminaron y me trajeron el listado de sus bajas!.
Y, debido a imagino tanto encierro y poco aire puro, las bacterias que andan por la zona respiratoria empezaron a hacer su agosto. Solo les faltaba el ambiente húmedo creado en el espacio entre boca y mascarilla, fruto de la evaporación de la saliva que quedaba allí alcanzando una humedad del 90%, para multiplicarse a sus anchas.
Y entonces, aparte de ponerme con fiebre alta, me llegó la protesta de los encargados de matar bacterias llamados neutrófilos. Son tan fieles que se las comen a reventar aún sabiendo, cual kamikazes que morirán de empacho bacteriano. Y sí, mi garganta estaba llena de sus cadáveres: enormes placas de pus.
Por suerte, les dije que tranquis, que con antibióticos las bacterias se morirían. Y, aunque así fue, volvieron los macrófagos con la protesta de que, además del trabajo extra que ya tenían ahora tendrían que limpiar la garganta.
Cuando ya la cosa parecía calmada, llegaron nuestras esperanzas de salvación: las vacunas.
Por supuesto, no avisé para nada al sistema inmune, ya que con la resaca que tenían, era lo que faltaba. Y, como la primera vacuna no me dio reacción solo las células encargadas de crear anticuerpos preguntaron qué era ese chorro de antígenos que les había llegado. Naturalmente, me escabullí de la pregunta.
Pero en la segunda y no digamos la tercera dosis, tuve que confesar la verdad.
Qué lío me montaron, por favor. Por fin, y tras aclarar que eran VACUNAS, igual que las de la difteria, tétanos y demases, creo que logré algo de calma.
Y pasaron meses tranquilas hasta ahora que, no sé por qué vía les ha llegado la noticia de que circula por ahí el virus de la viruela del mono. Y por más que le insisto que a mí me habían vacunado de viruela en mis años mozos, cada día recibo un sinfín de protestas, a las que se suman, una revolución: ahora les da por pelearse entre ellas. Sobre todo los macrófagos y las células que matan virus.
Los macrófagos exigen la colaboración de los neutrófilos con el argumento que ellos, con eso de los antibióticos, están siempre descansando y rascándose la barriga
Por otro lado, las células asesinas de virus asegurna que quieren dejar de matar, por muy virus que sean y que un poco de descanso se lo merecen, por tanto, que otros los sustituyan.
Total con la batalla campal que han montado, sin muertos, menos mal, pero yendo siempre de un sitio para otro, hacen que en sangre y linfa se produzcan esas turbulencias descritas al principio.
Además llegan momentos que esos reflujos, olas y mar de fondo molesten tanto al corazón como a los pulmones ya que en ocasiones les llega poca sangre y otras no dan abasto. Y ya he recibido una protesta seria por parte de ellos, empezándose a quejar los riñones (por suerte el digestivo y el nervuiso están callados, pero no me fío.
. Y así voy.
Pero lo que realmente me preocupa es :¿Qué pasará cuando llegue de verdad el virus?

MARI CARMEN CANO REQUENA

Se oyen sirenas… ambulancia y policía. Uno de mis hijos me ha encontrado en la cama ya moribundo, -que lástima papa!!
Mi alma flotando por la habitación ve cómo manipulan ese cuerpo envejecido para intentar recuperarme a toda costa, pero todo intento es fallido, inútil….
6.45 hora oficial de mi muerte…. Trasladan mi cuerpo al hospital para realizar un estudio diagnóstico y causa del fallecimiento….sigo viéndome asombrado, siguiendo a cada paso a médicos y enfermeras con aparatos que me ponen y me quitan… parada cardiorrespiratoria producida por un edema pulmonar severo, diagnóstico médico…. Asfixia!!
Comienza la fiesta!!…. Me trasladan a la funeraria, los preparativos para llevar a cabo un embalsamamiento son metódicos, concisos y cuidadosamente ejecutados por personal cualificado. Nada más entrar en la sala de preparación se oye la música de Elvis…. Jailhouse Rock, y al ritmo de la música me colocan en una especie de camilla gigante de acero inoxidable, proceden a lavarme todo el cuerpo con sustancias germicidas para destruir todo tipo de gérmenes, limpiando orificios de nariz y boca.
Taponan las cavidades para prevenir la salida de fluidos y me cosen la boca para evitar la contaminación de mi cuerpo.
Ahora me realizan una especie de masaje para eliminar la rigidez de mi cuerpo con cremas y aceites. Nunca antes me había hecho uno y mira por donde ahora me están sobando de lo lindo…
Terminada la preparación comienza el proceso de vaciado de fluidos.
Lo primero que me hacen es una incisión en la arteria, vaciando toda la sangre de mi cuerpo y en su lugar me introducen un líquido en el cuerpo, una solución de embalsamamiento para recuperar de nuevo mi tono, me inyectan alcohol, formalina y glicerol…. Un poco de maquillaje y color en mis mejillas, que apenas me reconozco y listo para exponerme en la sala del vela….. y allí estoy con mi cuerpo embalsamado en liquido, realmente? repugnante…no quiero seguir viendo toda esta parafernalia por lo que me marcho ya.
Al final de aquella sala veo una luz tenue al principio y destelleante al final, es mi llamada al nuevo mundo…..

MERCEDES MEDIANO

Todo el mundo pasó, pisó y chapoteó el charco que la lluvia había dejado sobre el suelo. Las nubes densas y oscuras se reflejaban en su superficie. Algunas hojas arrastradas por el viento se amontonaban alrededor de aquel agua sucia por las pisadas de la gente que corría para refugiarse de la tormenta. Y brillaba la luz que se escapaba del tibio sol escondido entre las nubes que se reflejaba en las gotas resbaladizas de la lluvia.
Cuando cesó la tempestad los pájaros salieron en revuelo. Sus voces resonaban en toda la calle. Alegraban con sus juegos el silencio y con las patas hundidas en el charco se bañaron ágilmente. Introduciendo su pico en el plumaje juna y otra vez sacudiendose. Dando saltitos. Extendiendo su pecho hasta volverse como una bolita de peluche, redonda y suave para luego encogerse, estirarse y sentirse elegante como un novio que va a su boda para casarse.
Aletean y pian alegres mientras juguetean unos con otros. Y beben con esa elegancia que me fascina.
Sonrío a solas cuando los miro a través del cristal de la ventanilla de mi coche donde espero que la lluvia cese un poco para ir a las actividades previstas para el día.
Mientras los observó mi mente piensa en que
somos un tanto por ciento muy elevado de agua, en las aves el 70 por ciento. Sin agua no podemos vivir. Forma parte de nuestras células, es parte importante de la sangre y no podemos pasar sin beber más de tres días porque nos deshidratamos. Los órganos se deterioran y moriríamos.
No puedo parar de mirarlos como se revuelcan en el agua mientras en familia se protegen y lo que a mí me parece que es diversión, es su rutina diaria de acicalamiento y provisión.
El agua en su cuerpo los acicala por fuera y por dentro los repone y les da vida. La naturaleza es increíblemente bella y sabía. Nos falta muchísimo por aprender aún.

RAÚL LEIVA

De amores y ayunos

Alrededor de la mesa nadie encontraba una explicación para lo que tenían frente a sus ojos.
Una semana atrás ni siquiera se conocían. Ella habitaba una lejana playa y él era un viajero curtido de sol y soledades que supo tolerar con horizontes teñidos de ron y carmines. Los vientos y las letanías alejaban más y más el alma del cansado viajero, ajeno a los llamados del corazón cuyas las raíces se le antojaban ya imposibles. Ella nunca supo calmar su sed de hombres hasta que cruzó con los ojos de hielo del navegante, fue mirarse y volverse uno en carne y alma. Las palabras sobraron, se sostuvieron la mirada durante el tiempo que les llevó enamorarse, él de un imposible y ella del único hombre que se le había resistido sin caer en las vulgaridades y el despojo. La curtida mano del navegante recorrió la geografía de la perfecta piel del rostro más bello que jamás conoció. Ella se dejó recorrer mientras cantaba sus ancestrales melodías arriesgándose a destruir ese momento de transformaciones. Se acercaron y se fundieron en un interminable beso que duró lo que duran los amores verdaderos.
A ella la encontraron en una playa alejada devorada por las gaviotas y los tiempos.
A él, lo encontró la tripulación de otro barco, con una sonrisa inexplicable, muerto entre decenas de marinos muertos con los rostros desencajados por el horror y los oídos sangrando.
Cuando lo pusieron en la mesa de autopsias, su cuerpo estaba vacío de sangre, su corazón sangraba agua salada y una lejana melodía que paralizó a los médicos que lo estudiaban. Todos cayeron al piso con sus rostros desfigurados y los oídos sangrando tal como los de la tripulación del navío encontrado.
En un antiguo expediente médico constaba el nombre del marino desangrado, su única página además de sus datos personales, resumía su estado general en una sola palabra: Hipoacusia, aparentemente el único antídoto natural contra el mal de amores de las sirenas.

EDUARDO IVÁN JUÁREZ

Dedicado a mi padre
En jaque
Otra vez
pasaron veintiún días.
Otra vez
el líquido en mi cuerpo,
en este cuerpo en jaque.
Y una vez más me vuelvo a preguntar cuántos «otra vez» habrá.
¿Habrá otro siquiera?
¿Volveré a este cómodo y acolchado sillón de hospital?
A este banquillo para un acusado por ahora inocente.
La gente me dice que tenga fuerzas,
que no baje los brazos,
que todo pronto pasará.
Que mi pelo y mis uñas volverán a crecer y
que estaré mejor…
Yo también alguna vez se lo he dicho a alguien.
Pero hoy estoy de este lado,
jugando con negras
contra Kasparov…
en Rusia…
y con frío…
Y el reloj me apura
con la bandera por caer.
Necesito tiempo.
Tiempo para pensar
y para no pensar más.
Para recordar,
pero también para olvidar.
Para otro despertar con el canto de las calandrias del pino del vecino.
Para memorizar exactamente las caras de mi nietos
y después imaginar cómo serán en algunos años.
Tiempo para otro domingo en la cancha.
Para charlas con amigos,
en lo posible en la mesa de algún bar;
y pedirle al mozo un vino más
y seguir hablando de política,
de tango y poesía;
De trenes.
De los que tomé y de los que pasarán.
De cuándo llegará mi tren.
Y entonces vuelvo a hablar de tiempo.
Tiempo…
Tiempo…
¿Lo habrá ?
Sólo me quedaba por vomitar estas palabras
y esperar,
sin más,
el próximo movimiento.

JAVIER GARCÍA HOYOS

Perduración.
Mi interior se agota, se seca. Puedo sentirlo a cada instante, a cada movimiento. Dentro de poco, mi cuerpo quedará tan vacío como transparente. Otros me sustituirán, continuarán mi labor. Pero aunque mi utilidad haya terminado, y nunca fuese tan elegante o señorial como otros de gran postín y buena cuna, se que mi existencia perdurará en decenas de vidas, en innumerables letras que conforman grandes historias. Porque no soy el caparazón que me envuelve, sino el líquido que habita en mi interior y que se extiende por cientos de albos caminos por los que he dejado mi huella.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Un líquido en el cuerpo rojo y fluido qué recorre todo mi cuerpo.
Un día mi cuerpo tiene vida dentro, una vida nueva.
Y mi líquido rojo lo alimenta junto a otros líquidos.
Nuestro cuerpo es líquido.
Pero un día esa vida nueva se queda parada, muere.

LOLY MORENO BARNES

LÍQUIDO EN EL CUERPO
(Tema de la semana)
No es la historia más interesante del mundo, pero es la mía y deseo contarla.
Contar como una vida puede depender del líquido que entre en su cuerpo.
Mi madre me repetía una y otra vez, desde que tuve uso de razón, la forma en que llegué al mundo. Pequeña, muy pequeña…apenas pasaba de un kilogramo, decían que cabía en una caja de zapatos.
Y al mismo tiempo grande, muy grande en amor, deseada y esperada.
Tanto, que mis padres tardaron diez años en lograr concebirme, y cuando habían perdido la esperanza, me anuncié.
¡Fui una niña amada!
Mi padre indicaba que, aunque era diminuta, llenaba la casa y su vida. Solía decir que me pasaba el día en brazos de mi madre llorando, imitando el maullido de un pequeño gatito y en cuanto llegaba él, callaba y hasta parecía sonreírle.
En aquellos tiempos, (hace 60 años) sacar adelante un bebé prematuro era muy difícil.
No tenía fuerza para succionar el maná que me sustentaba y mi madre con su santa paciencia, lo acercaba a mi boca con una cucharilla de café.
La inmadurez de mi diminuto cuerpo pasó factura, y la corta vida estuvo a punto de zozobrar.
Los médicos lo intentaban todo.
Cambiaron mi sangre” in extremis” con un nuevo flujo, intentando una oportunidad, pero sin saberlo estaban agregando un clase distinta que mi organismo rechazaba.( en esa época, no todos los grupos estaban claros)
Lejos de mejorar, empeoraba y me quedaba sin tiempo.
Sedaron a mi madre para que soportara de mejor forma el inminente desenlace.
Las oraciones se multiplicaban entre familiares y amigos y al mismo tiempo preparaban la despedida.
En ese momento alguien amalgamó la ciencia y la fe en sus manos, transportó el último liquidó a mi cuerpo en forma de plasma y el milagro se manifestó.

OMAR ALBOR

Si ese título que accede todo hombre o toda mujer como universo, cuando llega a la piel de que la hace propia por segundos y son dignos de un universo juntos, ese momento es mágico de todo ser que ama y deja todo para convertirse en amante de la explosión más hermosa que tiene nuestro ser, de sexo de amor, de pasión de dos de tres de cuatro pares o impares la cuestión es ser quien realmente quieras ser, no finjas goza y si luego lloras es porque recuerdas con nostalgia.
Esa última vez.

GAIA ORBE

Entré por una puerta que abarcaba casi todo el ancho de ese templo. Observé las columnas que lo recorrían. Las vidrieras del prebisterio con imágenes de la biblia me hicieron subir la mirada al techo con forma de carena de barco. Iba a avanzar hacia la imagen del altar cuando algo o alguien me hizo girar sobre mí misma. Un fuego de rabia me subió desde el estómago. Iba escupir pero me detuvo un leve pinchazo en la muñeca seguido de un vivo ardor. La palma de la mano me picaba. Había puntos rojos. Los toqué. Eran pequeños granos que cedían a la presión de mis dedos. Pero al soltarlos volvían a picar. El prurito era insoportable. Pasé la lengua sobre ellos. Unos segundos de calma y volvió la picazón. Lo hice dos o tres veces. No mejoraba. Entonces rasqué la piel hasta rasgarla entre los dedos y una reacción de llamarada subió por mi brazo. Sentí a mis ojos ásperos aunque sin dolor. Un líquido se estaba acumulando dentro de los tejidos fuera de las venas. Era viscoso. Eso fue lo último que pude ver. Quedé, contra la columna de entrada, paralizada escuchando el aleteo del corazón. No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí a mi sangre espesarse en el interior del cuerpo y pude volver a moverme. Tanteé con mis manos. El aire se sentía húmedo. No veía. Tal como me lo habían dicho: “En el final yo no vería”. Di un paso corto. Luego uno largo. Las vibraciones del lugar reverberaban como aros de cebolla en mi piel. La columna estaba fría. Mi dedo meñique se deslizaba suave sobre ella. Recordé que eran de color crema y lisas. Eso me dio valor para avanzar. Manoteando en el aire noté el calor de una madera rústica. Tenía algunos relieves y hondonadas. Usando las dos manos la recorrí. La sensación era de bienestar. Sentí la claridad en las líneas de un banco largo. Un polvo fino volaba con el contacto. Estiré el cuerpo antes de dar otro paso. El roce con una madera similar me confirmó que estaba en el pasillo de la fila de bancos. Y caminé sin pausa varias filas hasta que una oleada caliente me detuvo. Moviendo la cabeza busqué su origen. De pronto sentí al sol entrando por alguna ventana desde el techo. Seguro había llegado al centro de la nave. Me agaché para tocar el suelo. No dejaba huella en su dureza neutra. Lo acaricié. Encontré algo más tibio que el piso con volumen. Era pequeño pero tenía alto, ancho y profundidad. Aunque no mucha profundidad. Casi el doble de una uña. Lo levanté. Y me di cuenta de que tenía cuatro pequeñas perforaciones. Me pareció el botón de un saco largo de una mujer. O quizás del sobretodo de un hombre. Lo volví a dejar en el piso. Intenté pararme. Mi mochila se atoró en algo duro con forma de una ese partida a la mitad. Por suerte tiré y salió sin esfuerzo. Pero de pronto un golpe sordo de tablones provocó un dolor agudo en mis oídos. Inmediatamente me los tapé con las manos y esperé que callara el eco del estruendo en el cemento. Me apoyé para levantarme. Sentí el piso mullido y afelpado. Me sonreí al darme cuenta de que lo que se había caído era el reclinatorio. En esa esponjosidad que me daba calma me quedé un rato descansando. Me acomodé los jeans y noté que la mezclilla estaba pegajosa. Entonces palpé mi camisa, aún más mojada y gelatinosa. Ausculté cada parte de mi cuerpo con desesperada alegría. El líquido estaba sudando hacia afuera por los poros de la piel. ¿Volvería a ver? Sentí alivio pero también supe que debía apresurarme a llegar a la imagen que estaba buscando. Sin tiempo que perder me paré para ir hasta el altar. Los altares en las iglesias antiguas siempre se orientaban hacia el Este, la dirección en la que volvería Jesús. Así que busqué el norte tocando mi frente y avancé hacia el este. Tanteando con la mano izquierda el oreo del templo y con la derecha buscando el aserrín de la madera de los bancos tropecé con algo helado. Inclinada me apoyé con los brazos que ahora chorreaban ese jugo de mi cuerpo como una catarata y tentando en el desgastado profundo de una superficie granulada en el medio aunque pulida a los lados, supe que eran las gradas. Subí en cuatro patas acariciando armoniosos rectángulos. Mi sangre aglutinada se esparcía sobre ellos. Eso me ayudó a deslizarme hasta el altar. Bajé la cabeza para recordar si la imagen estaba detrás o al lado, y las gotas pegajosas de mi propio cuerpo cayeron en mi boca. No sabían a nada. Ni a agua. Distraída en la búsqueda de un sabor pasé un tiempo. Entonces volví a sentir el palpitar de mi corazón cuando una luz diamantina penetró mis ojos. La seguí patinando como serpiente sobre una línea que raspaba al contacto con el cuerpo. A una breve distancia había un pequeño muro y agarrándome de este logré pararme. Lo froté con mis dos manos. Era una retícula que se repetía en forma infinita. Buscando la parte menos sudorosa de mi cuerpo apoyé una mejilla. Luego palpé con la otra, sintiendo que estaba fragmentada. Había diferentes temperaturas en cada pequeña parte rasposa que friccionaba. Mi piel se estaba secando porque, aunque seguía pegadiza, no goteaba. Así que comencé a hurgar con la punta de los dedos en esas diferentes… , las llamé teselas. Me di cuenta de que seguían un patrón de reiteraciones y contrastes. Así pude reconocer tres circunferencias concéntricas dentro de un gran cuadrado de círculos entrecruzados. Y en el medallón central, líneas cortas verticales paralelas cortadas por otras horizontales. También noté que entre ellas había comas. No comprendí qué era eso hasta que hilos de luz se abrieron paso en mis ojos. Comenzaron a aparecer entre la bruma paredes, ventanas de vitreaux, los bancos. Entonces me di cuenta de que el muro que estaba frente a mí, no era un muro. Era un mosaico con logograma y estaba disolviéndose lentamente. Con el afán de retenerlo apoyé las palmas sobre él tirando todo el peso del cuerpo y caí de bruces. Veía. Sí, veía todo lo que había visto pero la imagen que había venido a buscar ya no estaba. Había desaparecido dejando en el piso un charco de líquido viscoso.

ANDREA ROSSI

Lágrimas
Esperando el bus, noté algo extraño… traté de ignorar esa sensación mirando al frente, a la lluvia que es una cortina que me aísla del mundo, las gotas caían silenciosas y constantes, apoyé mi frente sobre el cristal y dibujé tus ojos, tus mejillas, tu boca, busqué tu tibieza, enjugué tus lagrimas, me sambullí en la profundidad azul de tu mirada y dejé que te arrebujaras en mi mente, una vez más.
Sigo sintiendo tu perfume, muy suave, ¿realmente está en el ambiente o es mi loco deseo de tenerte aquí?…
Una parte de mi se aferra a esta realidad, y me repite suave… ella se fue… ella no volverá… pero el resto de mi se vuelve esperanza, alentado por tu aroma, tu tibio aroma de mujer.
Un suspiro me deja sin fuerzas, las lágrimas desdibujan tu imagen, me apoyo en el banco, y mi mano se enreda en… ¡es tu bufanda!, la pongo en mi cuello, es como sentir tus caricias, te busco en esta niebla que forman las gotas de lluvia, no estás, pero alguien se acerca, siento como ajusta tu bufanda en mi cuello, me ahoga, no me resisto, al fin camino libre y pleno de felicidad… ya logro verte… un paso más y juntos para siempre.

HARITZ SANCHO MAURI

No se con que tipo de fluido tecnologico se nos había inoculado a los que estábamos esperando para el ensayo transhumanista para, “supuestamente”, hacer una investigación científica que nos daría la anticipación para poder ver universos paralelos y diera la posibilidad de navegar entre ellos y poder predecir o saber cuál es el camino correcto a elegir para poder tomar futuras decisiones – yo estaba onceavo en la fila.
Hubo varias personas antes de mi que comenzaron a convulsionar como una mujer embarazada, un señor de pelo blanco con un bastón y un adolescente con pintas de pijin y andaba bastante acojonado.
Ya era mi momento; estaba sentado quitándome el jersey. ¡Que nervios!
De repente volví a la infancia, -algo debió de salir mal; aparecí en un bar pidiendo dos vasos de agua y bebiendomelos como si estuviera en un oasis en el desierto.
Me volví a transportar en el tiempo, descubrí que tenía ese poder. Podía controlar el tiempo a mi antojo.
Regrese al día en el que tuve la oportunidad de volver con la mujer de mi vida.
Le dije las palabras que en aquel momento no me atreví a decirle; le temblaba la cococha, ya que no sabía mentir.
Nos miramos a los ojos intensamente; después de años sin vernos. Me acerqué a ella y lentamente le comencé a besar en el cuello delante de su novio. El pargelas de el -alias la ameba; se quedó estupefacto,-como una momia.
Comenzamos a intercambiar líquidos de nuestro cuerpo, el beso duro solo once segundos.
No existe ni se creará una escena de película de beso como esa, ni jamás la volveré a experimentar.
No se a causa de que volví a aparecer en la silla donde me habían pinchado, como si nada hubiese sucedido.
Lo que nadie sabía era que esa persona me atravesó el corazón de tal forma y lo vivido en ese universo paralelo, fue tan bello e inocente que siempre me hará amar como un niño.
Dicen que hay un líquido en el cerebro que está relacionado con el amor que aproximadamente dura dos años.
Pues yo ya llevo siete.

LUISI MONTANA

Será escarcha?
Será lava ?
Será un mar embravecido?
Será un río que corre con majestuosa calma?
Será!!!
Lo que si sé es que corre por mis venas para regalarme vida y aliento, para alimentar mis ganas de seguir luchando, para calmar mi sed de justicia, para mantener ahí , para manteneros ahí!! Vuestra Siempre.
SANGRE que alimentas mis días, sigue en mi cuerpo que es tuyo , no dejes que me seque en el intento,. Fluye con el mismo coraje con que en sus cuerpos corrías.

KATA MAR

Cuentan los que lo vieron que Mercedes señora de avanzada edad, la cual en sus años de juventud siempre se mantuvo firme en sus ideales, era revolucionaria andaba metida en problemas eso si la sabia solucionar de la mejor manera posible. sin darse cuenta los años pasaron demasiado rápido y sin quererlo ya era una anciana, sola porque no había tendió hijos, le parecía un tremendo estorbo sin dudarlo decidido quedarse en su gran casa.
Una mañana se miraba con sigilo el agua que le salía de las piernas,estas al igual estaban demaciado hinchadas, parecian bombas a punto de estallar en cualquier lugar, ella siempre había sido de muy buena salud, no entendía porque le salía eso.
Lo primero que pensó es que eran granos ocultos y que pronto saldría el gran grano, Pero no fue así esta agua en las noches era incontrolable le mojaba absolutamente todo, las medias el pijama y las cobijas… Al amanecer se terminó de limpiar ella, luego cambio de sabanas, cobijas y demás. Llego la noche, y con ella el merecido descanso después de un arduo trabajo… pero no fue así … aparte de las filtraciones se oían como si alguien espichara la pierna. era impresionante el dolor que sentía, las piernas eran como piedras, casi moradas, en la parte trasera se le hicieron unos pequeños bultos blancos llenos de agua.
Sus vecinos eran pocos, solo la iban a saludar muy de vez en cuando, pero nadie sabía lo que para puertas para adentro le ocurría a Mercedes, ella nunca dijo nada por temor al que dirán. ese trago se lo bebió de a poco sola, solo con la compañía de un petulante médico que la trataba como a un trapo viejo, una vez tuvieron una discusión, ella le dijo que, si acaso a él le habían obligado a estudiar medicina, a lo que el doctor se enojó y se fue de la casa dejándola a ella sola con unas vendas que le impedían que el agua se le escurriera por las piernas… Mercedes quedó en su cama sorprendida, dolida y perpleja por la actual situación que estaba sucediendo. se preguntaba por que a ella.
Pasaron unos cuantos días, a Mercedes ya no se le veía saliendo de su casa, o más bien salía poco, acompañada de un bastón, caminaba lento, un día se cayó estrepitosamente por culpa de un andén que sus ojos azules no vieron, las piernas se le estallaron como bombas llenas de agua, ella pedía ayuda, lamentablemente nadie acudió a su auxilio. Finalmente, dos horas después se levantó el cuerpo de aquella señora valiente en su juventud y muy sola en su vejez.
Esto es verdad y no miento y, como me lo contaron se los cuento.

PABLO CRUZ ROBLES

Cada vez es más difícil discernir entre asesinato, suicidio o estupidez. Corren tiempos muy locos.
Solo hacen falta 1’2 miligramos de ricino para acabar con una persona. 3 microgramos por kilo de compuesto VX, 2 microgramos de batracotoxina— Lo mismo que la Maitotoxina, o 10(Elevado a -7) gramos de toxina butolínica para dejar fuera de juego a un hombre de unos 70 kilos.
Asusta que una persona promedio conozca estos datos, pero estremece más aún la facilidad con la que se pueden conseguir dichos productos. Claro está, con su correspondiente antídoto: No van uno sin el otro.
No entiendo muy bien esta nueva moda; quizá nunca entendí las modas, ni los mecanismos humanos que las producen. Injertos de grasa en la frente, amputación de lóbulos, «piercings» en los dientes… La mayoría de las modas son pasajeras, no obstante, en muchas ocasiones, su impronta dura para siempre, o hasta que se consigue la pasta para arreglar tal cagada.
Sin embargo, desde hace unos años, la moda trascendió los límites de la estupidez humana. Hasta tal punto que algunos ya no saben que hacer para sentirse vivos, y deciden inyectarse una dosis letal de alguno de los venenos más famosos conocidos para pegarse un revolcón con la muerte y, según ellos, volver con las ganas de vivir renovadas.
A veces me planteo si —de no haber tenido hijos— yo formaría parte de ese ejército de yonquis tragavenenos. ¿Retomar las ganas de vivir? Con solo mirar la cara de mis hijas me vale, gracias.
En fin, esta nueva moda no hace nada más que complicarnos el trabajo a los forenses. Así que espero que este informe sirva para determinar que el individuo que reposa en la fría camilla de mi quirófano fue víctima de la moda. Quizá alguien lo asesinó, o tal vez se suicidó, o incluso, su propia estupidez, hizo que este se retrasara a la hora de la ingesta del antídoto. Sea lo que sea, lo que es seguro, es que un líquido en su interior lo lanzó de por vida a los brazos de la muerte.

CURRO BLANCO

PEQUEÑAS COSAS.
La Túrmix preparada. Funciona bien. Como la última vez que la utilizó, hace hoy ocho meses y dieciséis días. Todo a punto para recibir el elixir del verano, el líquido más refrescante y vigorizante de todos, el que la entiende de verdad, más que todas las medicinas juntas que ahora dejará olvidadas al fondo del mueblecito auxiliar de la cocina hasta bien entrado el otoño; porque ella, ella es de las que lo sigue tomando después de temporada. «Y que le den morcilla al acebutolol, al atenolol, al betaxolol y al bisoprolol». ¡Estás loca!, le dicen sus hijas, te vas a resfriar, y somos nosotras las que te tenemos que cuidar cuando caigas enferma. «No, me tomo un frenadol y santas pascuas»
Y en estas cavilaciones estaba Joaquina entre duermevelas, sentada en el banquito de la frutería de su barrio junto al gran macetón de hierbabuena donde siempre esperaba/descansaba su turno para ser atendida, y que se ve, que el aroma y frescor que desprende la planta tiene efecto analgésico para ella, cuando Vigilio, el dependiente:
– ¡Joaquinaaa que te duermes! Que ya te toca, espabila.
La voz de Vigilio es grave, como recién salida de una cueva, y llega a los oídos somnolientos de Joaquina con contundencia. Da un respingo, e incorporándose de súbito con los ojos abiertos como lechuza intentando disimular su sopor:
– ¿Quién va?.. ¡Escucha…, el vozarrón que tiene el jodio!… ¡Que no duermo!… Medito.
Y es que hoy, la fragancia de la hierbabuena en su tiempo de espera, «meditación» le ha hecho recordar que ya va siendo hora de preparar su bebida favorita, para tomarla fría, muy fría, con su toque de hierbabuena por supuesto.
– Anda, ponme dos kilitos de tomates maduritos, tres pepinos hermosos, dos cabezas de ajos, uno de cebollas y esos dos pimientos rojos como la grana. La hierbabuena ya la cojo yo.
Pagó su compra, pero hoy no le dio propina a Vigilio porque no le dio la gana. Éste que la conocía bien, le dijo que la próxima vez la despertaría con más delicadeza; con una ramita de hierbabuena pasada con suavidad por su preciosa nariz.

ANGY DEL TORO

HOMBRES IGUALES A DIOSES
¡He roto la fuente! ¿no entiendes? Que me oriné. Le dije a mi marido. ¡A correr! Respondió él. Dicho y hecho, digo yo.
Observen la presencia de meconio en el líquido amniótico. Esto es síntoma de que el bebé tendrá dificultades antes del parto.​ Seamos ágiles, fue lo último que escuché. Les sentía correr, pero esta vez, rumbo a la sala de parto. Al despertar, mi hijo se encontraba en cuidados intensivos y de mi marido, ni idea. Literalmente puedo decir que todavía lo estoy esperando y hoy mi bebé cumple sus cuatro meses de nacido.
Cuando quedé embarazada muchos cambios comenzaron dentro de mi cuerpo. Leía y comentaba con mi marido todo lo referente al embarazo y entre ello, la importancia del líquido amniótico para el desarrollo de nuestro bebé. Ambos sabíamos que comenzaba a formarse después de los primeros doce días de haberlo concebido y que tiene muchas funciones, que a medida que el bebé crece, el líquido aumenta y lo protege cual si fuera un cojín. Esto del excremento al parecer lo asustó y ahora se avergüenza de tal actitud. No sé qué hacer, busco ayuda para disculparlo, dice estar arrepentido y que nos ama. ¿Qué hago? Por Dios, ayúdenme.
Imagen tomada de las redes, no me pertenece.

M ADELA CID

El Final de la Tradición Oscura.
Del album: Estampas de mi Aldea.
Basado en un hecho real.
—Tenemos costumbres que acepto. Otras no las he entendido nunca. Me he esforzado. Ahora no quiero ya entenderlas —dijo Abelino a su madre.
El carro, tirado por la única vieja mula que les quedaba se movía penosamente pendiente bajo, por el camino romano de la sierra.
La señora reposaba sobre un montón de mantas de lana cuidadosamente colocadas, protegidas del gotear de la lluvia con una capa, improvisada sobre la marcha, de hojas de berza verdes. Aún así temblaba y cada piedra que pellizcaban las rústicas ruedas le provocaban gestos de dolor, que ella trataba de disimular a toda costa.
—Ahora somos solo tu y yo, mamá, repitió el ¨mozo¨. —Quizás piensas que no tengo edad suficiente para entender ciertas cosas y probablemente no las entiendo, pero soy yo quien quedó al mando y las decisiones de hoy, son mías.
Sus propias palabras le provocaron lágrimas, que bajaron frías, por su rostro casi infantil y que batidas por el viento cruel de la montaña, le quemaron la mejilla.
***
El viaje final de su madre. Preparar el carro para ello, le provocaba un dolor increíble en el pecho, que no lo dejaba respirar. Colocó las mantas sobre un montón de lana de oveja sin procesar, toda la que trasquilaran este año. Y aun así, sabia que sería insuficiente. Llevaba berzas para una sopa y pan. Todo el pan que pudo preparar él mismo. Sería un viaje lento, podía durar mas de un día.
La costumbre de éste sitio, tan alto y lejano, era llevar a los enfermos y los viejos, a las cimas de la sierra, cuando su atención significara la inutilidad para los otros miembros de la familia, un impedimento para atender siembras y rebaños… De poder trabajar dependía la vida.
Había lugares especiales. Cada cuál conocía el suyo. Contaban que algunos, ciertas veces, habrían sanado; pero eso fue hace mucho, tanto que Abelino no podía recordar quien fuera, ni cuando.
—Déjame allí —dijo su madre —es ahí donde dejé yo misma a mi padre y él, a su vez, a mi abuela.
Un sitio de los mas altos. Una gran ¨pena¨ hacía de cubierta en un espacio que quedaba entre otras varias rocas enormes, de cierta manera cobijado del viento implacable. Sobre esta ¨pena¨, una oquedad servía de reservorio para el agua lluvia, la misma que escurría por el lateral derecho.
¿Cuantos días podría durarles la comida, cuánto tiempo demoraba en secar el cuenco pétreo de agua? Se preguntaba angustiado Abelino, cuyos ojos de ¨pegoreiro¨ descubrieron las huellas del lobo, en el barro junto al hilo de agua que corría desde el pie de la roca.
Abelino recordaba oír de su abuelo, historias de cuando volvían al lugar, para comprobar si los suyos regresarían o no. La mayoría de sus restos no eran encontrados nunca y no había que imaginar mucho para saber por qué. De algunos encontraron y enterraron allí mismo, cerca, donde las rocas lo permitieran, unos pocos huesos limpios ; de otros, según la época del año, encontraban los cuerpos secos, que el invierno, la nieve y el viento lograban disecar, extrayéndoles hasta el mas mínimo fluido, sin dejarles ni un líquido en sus cuerpos, empezando por las lágrimas.
Y Abelino no sabía en cuantas de las aldeas de estas montañas, aun seguían esta tradición. Lo que si sabía era que en muchas no lo hacían ya, desde algún tiempo ha.
Hubo difuntos, mucho antes, que habían sido sepultados en mamoas, esas que pululan en toda la montaña. Ellos, montañeses de la zona, con sus ojos conocedores, podían ubicar donde habían muchas de ellas. Pero alguna que otra había sido abierta, siendo un sacrilegio y trayendo la mala suerte para las aldeas. Esos sitios no debían ser visitados, ni señalados.
Se habían quedado solos, eran los últimos de su casa. El abuelo murió. Su padre y su hermano no regresaron y su hermana casó y partió. Abelino, el mas pequeño y su madre, pasaron varios años así. El último invierno fue el mas duro. El frío y la nieve los aisló mucho tiempo esta vez y muchos animales murieron, entre ellos las ultimas dos vacas.
Ese invierno su madre enfermó y Abelino la vio sufrir y languidecer ante sus ojos.
***
—Olvidalo , mamá. Para mí esa costumbre murió —le dijo, mientras el fuego del hogar calentaba la cabaña y él mismo acomodaba las mantas en el lecho colocado en el mejor lugar junto al fuego.
Ella callaba. Solo pensaba en su hijo. Quería lo mejor para él.
—Tienes que pensar en ti, —le dijo casi sin aliento.
—Eso hago, —respondió él. — Viviré para ti y estaré a tu lado, con tu mano entre las mías hasta el último momento que Dios me lo permita. Velaré tus sueños como tu velaste los míos… Después te obedeceré, me casaré, como me pides… Si ella no espera… Mas alante ya se arreglará el resto de mi vida.
¨Non hai pouco que non chegue nin moito que non acabe¨, pensó.
Abelino sintió alivio. Había sido el peor día y la decisión mas difícil de su corta vida.
Muy cerca, en el campo delante de la cabaña, oyeron aullar un zorro.
—Quérote ¨nai¨, Descansa ahora.
—Fin—

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Cuando el destino viste de etiqueta
Con un andar agardelado, hasta la pinta de Carlitos llevaba encima, no daba dos pasos sin agarrar el ala del funyi y dar un giro de tango.
Un cúmulo de mujeres atraídas por sus encantos se ilusionaban con él, su vida pasó más tiempo en alcobas que en ningún otro sitio aunque claro que esas primaveras habían pasado mucho antes, fue la época cuando de arrabales y mujeres se hablaba. Ya con el transcurso del tiempo, el casorio y su desdicha de cuatro años de viudez aplacaron sus días, aunque en realidad, el gato había perdido los pelos pero no las mañas.
¿Qué oculto secreto acompañaba en esos días su embrujo?
Tiburcio, nombre heredado de su padre el cual hace referencia la historia, conoció el misterio por mera casualidad, o tal vez no, vaya uno a saber, tres gotitas de una misteriosa pócima elaborada por quién sabe quién contenía la particularidad del encantamiento, fue el elíxir que cautivó a la más desdeñosa, a la mujer más esquiva.
Pero no fue eso lo que llevó a Tiburcio a su deceso, sino su exceso, su inmoderada vida nocturna y su tenorio aceleraron su expiación.
Fue cuando Dona Alouqua alquiló la piecita que había dejado el finado, si bien le habían dado una manito de cal para blanquear sus paredes, pasaron por alto un botellón que yacía escondido en un rincón del armario.
Ese sábado de milonga, Tiburcio Aranda se agachó para tomar el betún y abrillantar sus tamangos cuando pispeo el frasco, lo primero que pensó fue en tirarlo, parecía agua sucia, sin embargo, cuando se detuvo a leer la etiqueta que colgaba en el cuello del mismo, este advertía para su suerte o su infortunio, no usar más de tres gotas. Mera publicidad supuso Aranda quien oliscó sospechando mal olor, al no notar aroma alguno y tentado por la curiosidad siguió el piolín donde en una amarillenta etiqueta exhibía la leyenda:
«Elixir de amor» … Y colgado del mismo un gotero.
—Ja ja ja —retumbó su risa en la pensión.
Aranda había estado tanto tiempo divorciado del apego, que tenía cierta inseguridad.
Tomó el cuentagotas y dosifico tres veces la gomita dejando caer el líquido sobre su lengua. De ahí en más partió derechito a la milonga, fue la primera noche de carnaval y la primera en muchos años.
No hizo más de dos cuadras cuando una rubia lo arrinconó contra el paredón, los gemidos en esa oscuridad, espantaron los pájaros dormidos.
En resumen, despertose a la mañana y miró a la blonda mujer dormida, con sólo ver la dicha en su rostro y el calzón colgando del ventilador de techo, confirmó la lujuria de esa noche.
Llegó al bulín dolorido, falta de práctica se dijo, miró el frasco y pensó <<Será cierto>> y cayó rendido sobre la almohada.
La segunda noche fue casi un calco de la primera, culminando en un lecho desconocido.
La tercera fue aún más disparatada, amaneció con un disfraz de Batman. En realidad no supo quién acompañó su descontrol, aunque rezaba en su inconsciente memoria, que no haya sido algún Robin.
Exhausto y siendo la última noche de carnaval, hizo caso omiso a la advertencia del brebaje y se mandó una copita de un solo trago, lo primero que notó al ponerse el saco, fue el marchitar del clavel en el ojal.
Esa noche llegó al baile y nadie se le acercó, se sintió ignorado, fuera de lugar.
El carnaval llegó a su fin y con él, la mascarada concluyó.
Romualdo el conserje, después de la algaravia mientras pasaba el escobillon juntando el papel picado y la serpentina, vio en un rincón arrumbado un saco azul y un pantalón haciendo juego, etiquetaba el nombre de Aranda, un bordado que alguna percanta en favor del amor dado, le zurció en esas noches de estío. En un profundo respiro y tapándose la nariz Romualdo con voz nasal exclamó:
—¡Qué baranda Aranda!.
Los días pasaron y del nombrado…Chi lo sa, su voraz ambición, abrió la puerta equivocada.
Sus pertenencias fueron vendidas y al poco tiempo la pichonera estuvo nuevamente encalada. Doña Alouqua, un demonio femenino que se encargaba de llevar a los hombres a un cansancio extremo hasta culminar en el suicidio, esperaba que otro zorzal cayera en su trampera, un pago muy alto aunque lo averiguaban demasiado tarde… ¿Quién podía asociar sus indicaciones antes de beber el brebaje?. En letra chica su etiqueta mostraba:
Elixir de amor
No consumir más de tres gotas
Un poquito más abajo, entre paréntesis decía:
(Las puertas siempre permanecen abiertas)

ARCADIO MALLO

Silencio en el alma
Líquido en el cuerpo. Silencio en el alma. Verde primavera ahí fuera. Lo veo a través del cristal. Más líquido en el cuerpo. Silencio en el alma. Pitidos infernales en mis oídos. Sol de verano ahí fuera. Como cuando íbamos a la playa. Más líquido en el cuerpo. Pitidos infernales que me revientan el corazón. Brisa fresca de junio ahí fuera. Refresca este día de sol. Igual que tú refrescabas mi vida cuando sonreías. Más líquido en el cuerpo. Silencio en el alma. El cielo está azul, las estrellas brillarán esta noche. Y yo entre ellas. Silencio en el alma. Silencio en mis oídos. La máquina ha parado de pitar. El líquido ha dejado de gotear. Me siento vacío. Ligero. Mi alma se va. La veo a través del cristal. Si tuviese más tiempo..

EDUARDO VALENZUELA JARA

FAMILIA MODERNA
20 de marzo de 2333
¿A qué no se imaginan la gran noticia que Mónica y yo hemos recibido hoy?
¡Prepárense!… ¡Estamos felices! Después de veintitrés años de convivencia armoniosa, ininterrumpida y llena de amor, el gobierno central nos ha concedido, por fin, el derecho a casarnos.
Es muy satisfactorio obtener este reconocimiento, de que somos una pareja estable, seria y digna. Esperamos acostumbrarnos pronto a este nuevo estatus social que hemos ganado.
Imagínense, ahora podemos optar a tener hijos. Cuando pensamos la envidia que despertaremos, nos reímos solos.
A pesar del estado de la crisis mundial, este ha sido un año verdaderamente satisfactorio. Mónica ha conseguido un nuevo empleo con importantes proyecciones y yo me he consolidado en el mío.
¡Los esperamos pronto en la celebración de nuestra boda!
***
3 de julio
¡Nuevas noticias! Mónica y yo estamos esperando nuestro primer hijo.
Es cierto que da un poco de temor traer niños a este mundo loco y convulsionado, pero lo conversamos largamente y creímos que este era el momento preciso.
Para favorecer la ascendente carrera de Mónica, acordamos que yo me implantaría uno de estos úteros artificiales, así es que ya soy un papá-madre que lleva a su pequeño en las entrañas. Les envío esta holo-fotografía con mis dos meses de embarazo para que aprecien como va cambiando mi cuerpo.
¡Saludos!
***
15 de septiembre
Mónica y yo estamos tristísmos. Esta crisis mundial, esta guerra, como a todos, nos ha impactado demasiado. La sensación de incerteza, de no saber qué va a ocurrir mañana, es horrible.
Mónica ha perdido su empleo y yo no sé cuánto tiempo podré conservar el mío.
En estas condiciones, la perspectiva del embarazo se hizo inviable. Lo discutimos sentidamente y acordamos abortar.
Me faltó un mes más para experimentar la sensación del bebé moviéndose. Supongo que así hubiese sido más difícil tomar la decisión.
Ayer me sometí al procedimiento de licuado y vaciado. Asi es que puedo decir que nuestro hijo sólo alcanzó a ser un líquido en mi cuerpo.
Mónica y yo somos fuertes, abrazamos la esperanza de que los tiempos mejoren. De ser así, volveremos a intentarlo.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

Al amanecer en punto
«¿Habrá alguien detrás de la cortina?», pensó.
Alex seguía sudando. Por la noche, pidió un calmante porque no era capaz de dormir. El sádico que se lo trajo tenía una sonrisa de medio lado que, de ser posible, él hubiera reventado. Al fin y al cabo, tampoco hubiera sido la primera mandíbula que hubiese destrozado a puñetazos. Para eso entrenaba con el saco en el gimnasio.
Alex no solía ser violento. Siempre prefirió convencer al pringado de turno de que lo mejor era colaborar y dejarse llevar. Cuando era un chaval, le habían enseñado aquello de que “ningún jefe va a hacer nada por ti” y le gustaba utilizar aquel estribillo una y otra vez porque le daba buen resultado. Cuando algún gilipollas se le había puesto chulito, lo había mandado a que le reconstruyeran la dentadura.
Se detuvo y se quedó mirando al cristal un momento para tratar de adivinar si había o no gente detrás de aquella cortina; pero alguien tiró de él, qué más daba quien fuera, y lo hizo avanzar con sus ridículos pasitos de pato.
«¿Dolerá la oscuridad? ¿Serán ciertas las cosas que cuentan?», se dijo.
Miró al reloj de la pared. La aguja roja parecía que había enloquecido. A Lilyan le gustaba que le diera caña a la moto cuando iba de paquete. Y aquella mañana, después de lo de la gasolinera, se lo había pedido:
—Métele todo lo que puedas, que estoy cachonda. ¿No oyes que vamos a tener la pasma encima en un pispás? Dale caña, joder, si nos pillan son dos años como mínimo. Y porque solo he rozado al gilipollas…
—Ya da igual, Lilyan, pero yo le hubiera partido la boca al héroe ese, antes de que se diera cuenta. Me hubiera gustado ver sangrar sus labios de negrazo de mierda.
—Déjate de rollos. ¿Para qué crees que llevo a mi amigo del treinta y ocho? Este no me falla.
Alguien tosió. El ruido vino de detrás de la cortina: se lo esperaba. Había leído mucho durante los años de espera sobre las personas que acudían a mirar. Solían hablar de pacificar sus recuerdos, pero él sabía que se trataba de venganza.
Por más vueltas que le daba al asunto, no se arrepentía.
Recordó a Lilyan y, a pesar del cuero y las hebillas, no sintió ninguna presión en los brazos, ni en las piernas, ni en las manos. Solo veía los ojos azules de Lilyan, su sonrisa. Siempre olía a alegría.
Con frecuencia se levantaba a llorar un rato en el sofá y recordaba la botella con la que le pegaba su madre hasta que se escapó de casa. La chica le preparaba una tila o un lo-que-fuese, se sentaba a su lado, en silencio, le agarraba la mano y dejaba que se le pasase. A veces tardaba horas. Y al día siguiente golpeaba con rabia al saco en el gimnasio. Alex decidió aprender a pegar puñetazos el día que dejó tirada a su madre en el sofá, con una cogorza descomunal.
Tardaron poco en ponerle aquellos tubos. Notó cómo el primer líquido entraba en sus venas, poco a poco. Y no pudo controlar que un hilillo de saliva chorreara por un lado de su boca.
«Cuando todo haya terminado, ¿me mearé?», pensó. El mundo se fue apagando. Cada vez estaba más mareado.
De pronto, detrás del cristal, sonó el himno. Con las pocas fuerzas que le quedaban, levantó la cabeza y vio que habían abierto la cortina. Había ocho o diez personas mirando el espectáculo. Alguien llamó la atención a un muchacho de ojos azules al que le sonaba la alarma del móvil con el himno.
«¡Dios salve a América!», se dijo Alex.
Vio una señora que estaba llorando y sintió que el muchacho le clavaba los ojos. Sonreía. Esa fue la última mirada que vio Alex.
Habían pasado solo cuarenta segundos: una eternidad. Cuando ya no podía notarlo, le pusieron un nuevo líquido. No podían permitir que Alex, en algún momento, tuviera convulsiones. Sería demasiado sádico ver un cuerpo agitándose en la camilla, sin conciencia, atado de pies y manos.
Tardó un poco más en hacer efecto. Hubo que dejar pasar minuto y medio para que actuase sobre la masa de carne sin voluntad en la que se había convertido Alex.
Cuando Lilyan cayó abatida, porque les dispararon desde el coche, frenó en seco, giró la moto, sacó su treinta y ocho —él también tenía otro— y acertó contra los dos policías a través del parabrisas.
Dos disparos, dos muertos. Se echó a un lado para que el coche siguiera avanzando y chocase con la mediana, pero pasó por encima del cuerpo de la muchacha y ahí acabó todo. Por más que lloró y la abrazó, su aliento se había ido y él ya no quiso seguir viviendo.
La tercera inyección fue la que lo mató. Fue un compuesto de extraño nombre que provocó en el acto que su corazón dejara de latir. Inmediatamente, dos sanitarios se acercaron al condenado e hicieron las comprobaciones legales. Uno de ellos levantó la voz para decir: «Está muerto».
Detrás del cristal, las familias de los dos policías se abrazaron. Algunos llorando, otros contentos por haber visto aquella ejecución, después de tantos años de espera.
Al muchacho de ojos azules, que era hijo de uno de los policías que mató, le volvió a sonar la alarma con el himno. Lo amenazaron con una multa, pero él sonrió.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Exorcismo en Bailén»
Nací en Jaén, por el año ochenta y cinco, primogénito de José Antonio y María Luisa. Mis padres eran unos jóvenes con muchos sueños y proyectos por cumplir. Decidieron comprar una casa en la Calle 19 de julio, entonces número dieciocho, y formar con mucha ilusión una familia. No estaban aún casados, y yo, como suelen decir, llegué por sorpresa o mejor dicho, de rebote. Plantearon celebrar la boda al mismo tiempo que mi bautizo, porque apenas tenían presupuesto y mi padre, no había encontrado un trabajo estable. A Don Guillermo, el padre de la parroquia San José Obrero, le pareció estupendo, ya que era muy allegado a la familia, pero a cambio, añadió Jesús a mi nombre, formándose finalmente el compuesto de Antonio Jesús.
Pasados unos años, seguí creciendo como un niño amado, al que nunca le faltó un detalle. Mi progenitor, por fortuna, encontró un trabajo como socio en una empresa de transporte. Los bienes familiares comenzaron a crecer, pero a cambio, sufría sin ver durante todo el día a mi padre. Mi madre, se ocupaba durante todo el día de mis cuidados y de atenderme por cuanto me hiciera falta. Ya por entonces, le diagnosticaron con esquizofrenia. A pesar de lo acontecido, ella siempre decía estar bien, pero en ocasiones, la veía perdida o histérica y me producía, tras verla con unos fuertes espasmos, una inquietud enorme.
Mi abuela materna, pasaba por casa muy de vez en cuando y comenzó poco a poco, a convertirse en mi nueva madre.
Mamá comenzó a engordar y cambiar de aspecto con los meses. Cada vez tenía la tripa más hinchada y, aparte de los brotes con los que se inquietaba, la veía agazaparse, tomando con las manos la barriga al retorcerse del dolor. Una noche, asustado, la llamé desde mi habitación porque me parecía escuchar ruidos raros bajo mi cama. La noté pálida y con unas ojeras muy pronunciadas. Quedó parada frente a mi puerta y, aferrándose a la manija, soltó un alarido cuando notó que se estaba haciendo pis en el suelo. Caminaba a duras penas por el pasillo, intentando llamar por teléfono a mi padre que, por mala suerte, estaba esa misma noche de viaje. Yo me empecé a preocupar, o más bien a asustar, porque no paraba de decir que venía la niña.
Pasé varios días con mis abuelos sin saber un porqué, y comencé a sentir que mis padres me habían abandonado. Ellos vivían en el campo; junto a las afueras del pueblo, cerca de una autovía que estaba todo el tiempo con tránsito. Allí tenía piscina y muchos lugares con los que entretenerme, pero me sentía muy solo. Llegó mi tío a recogernos con un Ford Fiesta rojo bastante deteriorado y, aunque no entendí nada, me monté con mi abuela en la parte de atrás. Escuché que volvía a casa y que mis padres estaban por llegar. Era un verano de agosto bastante caluroso y insufrible. Lo típico en la localidad de Bailén, donde hasta los termómetros terminan volviéndose locos. Al bajar del coche, distinguí que mis padres ya habían llegado, pero no venían solos. Mi padre sacó un canasto para bebés de la parte de atrás y poco después, ayudó para que saliera mi madre. Con cara de lelo, mi progenitor, se acercó para presentarme a la que sería mi hermana. Curioso, me aproxime a contemplar el moisés, descubriendo el dulce rostro que, posteriormente, odiaría por siempre.
Ana María, como finalmente nombraron a mi hermana pequeña, cumplía los dos años de edad. Por falta de tiempo y no poder concretar una fecha, no fue bautizada por la iglesia como era debido. Mis padres solían discutirlo una y otra vez persuadidos por toda la familia. Claramente eso no podría ser posible, porque a mi padre lo tenía sometido el trabajo, de chófer, con un camión, casi veinte horas al día. Mi mamá cada vez lucia peor y se encontraba muy desmejorada, perdía mucho peso y la cara le cambio a un estado cadavérico. Vagaba en la noche por el pasillo de casa, musitando palabras poco entendibles. En ocasiones, se quedaba estática junto a mi puerta con la mirada perdida y riéndose de algo que ella imaginaba ver en la oscuridad. Pasados unos minutos, se quedaba en silencio, giraba el cuello lentamente y miraba dentro de mi habitación. Aunque estaba muy oscuro y cuando sentía los pasos, me tapaba con la sabana hasta la cabeza, no podía aguantar mucho tiempo sin mirar si seguía, o no ahí. Cuando la buscaba con la vista entre la espesa noche, me la encontraba junto a mi cama, mirándome fijamente y con una sonrisa diabólica.
Celebrábamos el quinto cumpleaños de mi hermana, que pasó a ser una pesadilla de niña. Era la consentida de toda la familia y todos le reían sus repetitivas rabietas. Lloraba por todo y siempre porque no había recibido el regalo que ella había pedido. Mi mamá estaba bastante demacrada y en muy mal estado físico. Pasó todo el cumpleaños en un sillón especial para su descanso, en el que parecía estar muerta, si no fuese por los repentinos temblores, que terminaban con una erupción de babas y espuma que emanaba por la boca. Acabó la fiesta y toda la familia se iba despidiendo poco a poco. Mi tío, junto a mi abuelo, tomaban en la sala con mi padre, mientras mi abuela, mi hermana y yo, subíamos a mi madre para dejarla en la cama. En ese instante me quedé observando a mi mamá en la puerta del dormitorio, la notaba tranquila, pero había algo que llamó mi atención. Escuché como su leve respiración se agitaba por momentos, algunas veces era pausada y tenue, pero en ocasiones, respiraba muy profundo hasta quedarse sin aliento y después exhalaba con rapidez emitiendo unos pitidos por el pecho. Me acerqué para poner el oído cerca y ver que estaba ocurriendo. Estaba apunto de poner una mano en la cama para apoyarme, cuando de repente, me agarró mi madre de la muñeca. Notaba como hacía presión con los dedos hasta casi introducir las uñas por la carne, cuando solté un gritó desgarrador. Escuchaba como subían a toda prisa todos por la escalera, cuando ella, abrió los ojos de par en par clavando sus pupilas con las mias y intentando decirme una palabra, que no llegué a entender, me soltó y comenzó a convulsionar moviendo la cama hacia todos lados.
Aquella noche nos dejó mi madre y para mi familia, fue como un chorro de agua fría, incluso mas que el hielo. Seguimos con nuestra vidas normal y corriente, aunque mi padre, empezó a perder la esperanza al sentirse solo. Me acostumbré a la ausencia de la gente, sobre todo de la familia, pero la muerte de mi madre, pese a su estado, me marcó para mal. Estaba en la etapa de la adolescencia y empezaban las clases de instituto en septiembre. Entonces tenía pocos amigos y todos eran bastante raritos. Conocí a una chica nueva; de las que van vestidas siempre de negro y llaman góticas o metaleras. Se llamaba Vanesa y con la confianza, comencé a platicarle sobre lo ocurrido con mi familia. Vanesa me incitó para comprar una Ouija, y con ello, conectar con el espíritu de mi madre y saber qué fue lo que me dijo. Yo no sabía que era esa cosa llamada Ouija, pero terminé comprando una. Una de esas tardes había quedado con Vanesa para mostrársela. Se acercó a mi casa y nos encerramos en mi cuarto, pero no venía con la intención de hacer nada, al contrario, me abordó en mi cama y me sedujo con esos ojos color azabache. Le repetí después de aquello, que me enseñara usarla, pero se mostró reacia y me contestó que eso era problema mio.
No tenía ni idea de activar una tabla de Ouija, pero conocí por el instituto a bastante gente interesada. La mostré en un descanso de clase y varios se animaron a probarla en los baños. Nos reunimos unos cinco, tres chicos y dos chicas, en los servicios mas alejados para mujeres. Colocamos todo como decía en unas instrucciones escritas en el tablero y, seguidamente, pusimos el dedo todos en el ojo del puntero. No habíamos empezado nada, cuando el objeto triangular, comenzó a moverse solo. A pesar que intentábamos volverlo hacia otro lado, siempre volvía por si solo, a la palabra «Hola». Intentamos en varias ocasiones moverlo sin éxito, pero todo fue en vano y con la mala suerte de nuestra parte, nos pilló un profesor con las manos en la masa o mejor dicho, en la tabla. A cada uno nos llevó al director y dejando la tabla al completo en mis manos, me miró asustado y apenado. El director, llamó por teléfono a nuestros padres y nos amonestó a todos. En la salida, corrí como alma que se la lleva el diablo y pensando en la locura que acababa de cometer. Llegué a casa muy nervioso sabiendo que no tenía escapatoria. Tenía que esconder la tabla antes de que la buscara mi padre. El temor a tener una reprimenda, me provocaba un horror terrible. No me había dado tiempo para esconderla bajo la cama, cuando entró mi abuelo por la puerta de mi habitación, muy enfadado y soltándome una bofetada. Me gritó varias palabras, de las cuales, solo entendí algún que otro improperio y la palabra Dios. Levanté mi cabeza y mirando hacia la entrada, distinguí a la chismosa de mi hermana, asustada, tras el quicio de la puerta. No dejándome reaccionar, agarró mi abuelo con toda su furia la tabla y con todas sus fuerzas, la hizo varios pedazos. Recogió todos los trozos esparcidos y se marchó dando un portazo, para tirar todo después en la basura.
Unas semana después, y sin ninguna explicación, nos anunciaban que mi abuelo había muerto de un paro cardíaco. Pasada otra semana, recibimos la noticia de que encontraron muerta a mi abuela por un ictus cerebral en su casa. Desde entonces me costaba dormir en la noche, sufría de insomnio y no era rara la noche, en la que podía pegar ojo, que me despertara con parálisis del sueño o terrores nocturnos. Pero no era el único en mi casa que sufría algún trastorno. Mi hermana, después de la muerte de mi madre, se levantaba sonámbula y siempre hacia el mismo recorrido. Salía de su habitación hasta mi cuarto y, como en las últimas noches que mi madre aún seguía con vida y mejor estado, se quedaba mirando en la oscuridad del pasillo, para después terminar estática, junto a los pies de mi cama. Mi padre, terminó arruinado y perdió el camión que había comprado con mucho esfuerzo. Gracias a la herencia de mis abuelos, pudimos subsistir y si algún día nos echarán, teníamos el cortijo donde ellos vivían como herencia.
Una noche desperté con una pesadilla, rememorando lo pasado el día antes de la muerte de mi mamá. En ese momento, me levanté para tomar agua en la cocina. Me crucé con mi padre, que se había quedado dormido viendo la televisión. Se había hecho un silencio abrumador en el largo pasillo que veía desde mi cuarto, cuando de repente, escuché una risa que provenía de adentro. Me asomé muy despacio, con miedo de encontrarme a alguien o algo que no fuese una persona viva. Encendí la luz, que no brillaba como de costumbre y noté un bulto, como de alguien metido en mi cama. Anduve despacio, hasta colocarme justo al lado y empecé a escuchar un sonido familiar, de una respiración, como la de aquella vez. Pero quería pensar que era una alucinación y pensé que mi hermana me estaba gastando una broma. Agarré con fuerza la sábana y la agite con rapidez hasta tirarla al suelo, pero no había nadie. Me acosté de nuevo en la cama y apagué la luz. No había ni tan siquiera cerrado un ojo y escuché de nuevo la risa desde el pasillo. Levanté la cabeza para mirar y ahí estaba, frente a mi, estática al pie de la cama. La llamé, varias veces y no se inmutaba. Me levanté a oscuras, me acerqué y la quería zarandear con rabia, pero, aquello, no lo era, aquello no era mi hermana. Esa cosa desapareció delante de mi, al punto de tocarla y cuando iba decidido a pulsar el interruptor de la luz, se escuchó el grito mas aterrador que nunca había escuchado. Pero esta vez, la persona que gritó, si fue mi hermana desde su habitación. Corrí por el pasillo hasta dar con su habitación, pero ya estaba allí mi padre. Aferrándose al frágil cuerpo de mi hermana pequeña, que no dejaba de moverse convulsionando y echando, como lo hacía mi madre, saliva y espuma por la boca.
Continuará…

BEA ARTEENCUERO

ERRANTE…
Julián queria llegar a ganar el campeonato este año, corria en muchas pistas, pero nunca había logrado ganar el primer premio.
La moto era su pasión!!
Ganar, estar en la cima ademas de tener una vida de lujo y bienestar, era mucho lo que había en juego, tenía que ganar o ganar, estaba obsesionado. Daria cualquier cosa por ese premio pensaba..
De pronto…Escucha una voz.
– Que tanto darías?
– ¿Quien me habla? No veo a nadie, sin embargo escuche bien claro.
– Claro que escuchastes, te vuelvo a preguntar..¿Que tanto darias?
– ¿Quien sos? ¿Donde estas?
– No me puedes ver, solo me escuchas.
– Como es eso?
– Estoy dentro tuyo…Soy tu conciencia.
– Daría lo que me pidieras.
– ¿ Seguro?
– Si, seguro.
– Te ofrezco lo que tanto queres, fama, poder, dinero.
– No es posible, solo ganando lo lograría.
– Yo todo lo puedo.
– ¿Quien eres en realidad? Mi connciencia no podría darme lo que anhelo.
– Pues si, mira represento tu conciencia…Soy Lucifer..Yo lo puedo todo..¿ Que me darias a cambio?
Julian no podía creer, tenía un diálogo con su mente.
– Lo que me pidas, respondió
– Bien…Quiero tu sangre.
– ¿ Mi sangre? Eso es imposible.
– No para mí.
– Moriría si te doy mi sangre.
– Te aseguro que no.
– Por tus venas te correria un líquido.
Me estoy volviendo loco, penso.
– ¿ Que dices? Insistió la voz.
– Que tengo que hacer?
– Nada, yo lo hago todo, debes de saber que lo tendras todo, pero hay algo que nunca tendras.
– Que es?
– El amor.
– Ja.Ja. ¿ Y para que quiero el amor? Con fama y dinero, lo tendre todo.
– Bien, te espero a medianoche en la puerta del cementerio.
Fue lo último que escucho, pero recordaba cada palabra.
A la medianoche, fue a la cita..No habia nadie en el lugar.
– Ja, por supuesto, me estoy volviendo loco, me voy de aca, sube a la moto, cuando esta por salir…
– Espera…Estoy aca.
Detras de él, una sombra.
– ¿Quien eres?
– Ya te dije, tu conciencia..Materializada.
– ¿ Estas listo?
– Por supuesto.
– Bien, solo ve la sombra que se le acerca con algo en la mano.
– Espera, ¿Que vas hacer?
– Apoderarme de lo que ahora es mio…Tu sangre.
– ¿ Y como viviré?
– No te preocupes…Viviras
Cuando desperto estaba tendido al lado de la moto, en el portal de su casa.
– ¿ Que me paso? Poco a poco recordo todo..¿Soñe o estoy demente?.
El episodio paso, su vida siguio normal.
Por fín…El gran día, la carrera. Ahi recordó todo cuando nuevamente escucho una voz que le decía…
– ¡Es tu dia! Disfruta.
Así fue, gano la carrera.
Desde ese momento, todo cambió,
vivió para la fama y el lujo.
Nunca más se acordó del episodio.
Era felíz, vivía a pleno (Dicen que nunca se enamoró).
Hasta que un día desperto en la guardia de un hospital.
– ¿Que me paso?
– Choco, perdió el conocimiento.
– Estoy bien?
– Le haremos unos estudios.
Al rato los médicos corrian por todo el hospital.
– Hay que llamar a la N.A.S.A, decian algunos, esto no es posible, este hombre, no tiene sangre en sus venas. Tiene un liquido verde.
¡No es humano!
Reunión más reunión….Estudios y estudios.
– ¿Que harían? Sería enviado al espacio?
Los diarios del mundo decian…
Insolito…Un extraterrestre en la tierra, los cientificos de la N.A.S.A
Lo estudian.!!!
Mientras en el laboratorio..
No puede ser, no me puede estar pasando esto, repetía una y otra ves.
Nadie lo escuchaba.
De pronto, nuevamente la voz que escuchara hace años.
– Bueno…no sera para tanto a lo sumo te envian a otro planeta.
– ¿Vos, otra ves? Dame mi sangre!!!
Muy a lo lejos escucha..
Amigo, un trato es un trato, solo se me olvido decirte que te puse la sangre de un ser de otro planeta.
Nuevamente las noticias del mundo.
¡ DESTINO INCIERTO DEL EXTRATERRESTRE!!
No se sabe ..Si sera lanzado al espacio…

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29 comentarios en «Un líquido en el cuerpo»

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