Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «un palacio en medio de un lago». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de mayo!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
En medio de un lago estoy construido pero sin alma.
Dicen aquellos que vienen a verme que soy bello.
Bello sí pero sin sentir la libertad de viajero que anda de aquí para ya disfrutando de lugares hermosos incluso más que yo misma, y para mí, están prohibido mirar los.
Mis torreones son mis ojos y mi vergel mi alimento. Más de que me sirve tal hermosura si en el interior de mi construcción, mi espíritu está frío.
El agua del lago tan azul y tan quieta,penetra en mis muros de piedra escarbando con su fuerza dañina los cimientos en que estoy suspendida.
Cuanto me queda de resistencia 100 ,200años
Me derumbare como todo edificio ya que nada es eterno. Más sí alguna de mis piedras se aprovecharan para nueva construcción no olvidees recubrir la con mi alma…
Apoyados en la ventana de la habitación, paladeaban el éxtasis tras haber presenciado poco antes el hall de aquel suntuoso palacio que ahora era un hotel. Las enormes lámparas vestidas de diamantes, el revestimiento ornamental de las paredes, las impresionantes alfombras que poblaban el suelo, nada tenía desperdicio. Ni el pasillo largo y ancho flanqueado por mesitas y muebles con incrustaciones de piedras preciosas, ni la espectacular habitación en la que se hallaban. Y por si fuera poco, aquel palacio se elevaba sobre un lago. El único del mundo con esta característica.
¿Nos damos un baño? -dijo el.
¿En serio?… estás loco -dijo ella.
Sin pensarlo agarró sus piernas y la levantó lanzándola hacia el agua mientras gritaba: ¡loco por tiiiiii! Después se lanzó él. El agua estaba fría, pero se abrazaron y comenzaron a besarse, sintiendo que aquel era uno de esos momentos que ni siquiera la muerte podría arrebatarles.
Nadie les dijo que aquel también era el único lago del mundo donde había pirañas.
El cartero no llamó dos veces, se limitó a esperar sentado en aquel porche mirando al infinito. No contempló la arquitectura del palacio al que llevaba la carta. No contempló las hermosas vistas que se dibujaban a su alrededor. No contempló los detalles, ni el cielo anaranjado ni el nombre que figuraba en aquel sobre; su propio nombre. La mochila que cargaba, llena de cartas que no eran suyas, llena de miedos y preocupaciones, con letras de entidades que nunca había oído nombrar, con citas a destinos que nunca llegaría a encontrar… Todo el peso, todo ajeno.
El timbre hacía tiempo que había sonado entre las paredes de ese enorme palacio, pero nadie parecía habitar el lugar. La puerta seguía cerrada a cal y canto y el sol empezaba a perderse tras la montaña.
El tiempo no pasó en vano y el cartero no se dio cuenta de que una fuga en su cabeza empezó a emanar de forma incesante, causando aparentes daños irreparables en el terreno empapado que poco a poco se empezó a transformar. La fuga no cesó y los pensamientos empezaron a inundar el prado hasta formar un enorme lago que no permitiría que saliera de ahí sin atreverse a nadar entre sus propios fantasmas.
Cuando se vio a sí mismo en aquella situación, el pánico lo arrolló y empezó a llamar con fuerza.
—¡Abran! ¡Abran la puerta! —gritaba desesperado.
El lago seguía aumentando su nivel y amenazaba con tragárselo en un suspiro. En el palacio seguía reinando el silencio, que le devolvía los gritos como un eco en su cabeza.
—Entrega la carta —una voz de ultratumba que salía de las paredes sonó clara y concisa.
El cartero miró el sobre que tenía en las manos y por fin se percató de que él era el destinatario. La abrió y en su interior encontró un solo mensaje: «la llave de tu palacio se encuentra en el fondo del lago». Cerró los ojos y, sin pensarlo dos veces, buceó, buceó y siguió buceando hasta desaparecer.
Un viejo árbol, donde por todos sus rincones había vida, y alegrías mucha vida, escondida entre su corteza, parda y vetusta, rugosa y esbelta.
La eternidad se paró a escuchar una pequeña voz, trás comprobar que era cierto, » sonaron ecos diferentes, en un mismo árbol». Sopló un velo sobre él, de luz y belleza. El esplendor majestuoso de la vida. Reventando como una primavera.
Estamos en el hogar de Peloncete. Un cariñoso e intrépido ratón, dispuesto a grandes aventuras, y a mucha satisfacción.
Los huecos más recónditos, escondidos se volvían caprichosamente cuevas, casas, nidos, con formas de puertas mágicas, con pórticos y postillos, que podían desaparecer a la vista. Mimética y genuinamente. Y aparecer sin que antes se les vieran. Son las casas de distintos animales. Diferentes formas de vida y maneras.
Ante el peligro, el árbol los protegía tapando sus pequeñas puertas e inventando extrañas tapaderas.
Siempre mantenían las formas de la cabeza del animal, como bastidor del hueco, en el cual vivía. Grabadas en las diferentes maneras, con distintas flores de colores. Dejaba caer al amanecer fresas y fresones de mil caprichos, blandos y con sabor almíbar a regaliz y chocolates.
Hoy, la mañana era claramente de verano, hacía algo de calor y las hojas estaban un poco desmayadas, tumbadas sobre sí mismas, flácidas, necesitaban beber néctar de agua clara, -¿por favor alguien me de un poco de agua? -Se escuchaba en el eco, que sonaba y sonaba. -Esperaban ansiosas que una nube mensajera, las oyera, como amiga les regalara un chorro, agua fresca de almíbar y alegría.
Y mandaron con cigüeñas el recado, a las nubes más negras, más altas que en fondo del cielo estaban esperando, cargadas hasta las enaguas.
Le decían las cigüeñas: «que fueran, rápidamente, por favor a volverse y revolverse blancas» se vertieron, encima del árbol, a mojar con colonia, su frondosa copa, lluvia de vida.
Peloncete , estaba buscando la manera de ir al lago, » le habían dicho las golondrinas» que tenía un agua muy fina, de gelatina azul y caramelos brillantes por piedras.
Pero él, no sabía por dónde comenzar a andar. No tenía ni idea, tampoco sabía realmente, demasiado claro, » que era un lago» Del que hablaban las golondrinas parlanchinas sobre las cuerdas y los tejados, y cogerían el agua para hacer sus nidos. Yambién las nubes chismorrean sobre un agua clara azul y fina de aquel lago.
Debajo del árbol iba pasando la señora doña María Luisa. Con su despacio caminar, sin pausa y sin prisa.
Peloncete pensó en preguntar. ¡Um! Señora. Dijo bajito. Le daba vergüenza.
– Ya que era de las más viejas que él conocía-, algo sabría… ¡Seguro!
-Oiga, por favor.
Sra.
Me podría usted decir ¿por dónde puedo ir al lago?
-Tu sólo, hijo.
¿Sabes ya, nadar?
¡Nadar! para qué sirve eso.
Eso que es. Mm. ¿Cómo multiplicar?
Anda; dile, a tu madre que te vienes conmigo, que yo, te voy a llevar; así aprovecho en darme un remojón, también, necesito darme un baño.
Te enseñaré a nadar, como hice con tu padre. ¡Ah! qué pronto pasa el tiempo.
Bieeeeen…. Ahora vuelvo, ¡espéreme por favor! No se vaya.
Peloncete fue corriendo a su casa, vino con un pantalón corto que lo obligó a ponerse su madre, pero a él no acababa de gustarle demasiado. Tenía muchas flores. Y le picaba todo.
Hombre, qué guapo vienes con ese bañador.
-exclamó, ¡bañador! ¡Yo no tengo eso!
Sí, hijo sí.
Le contestó la tortuga.
Ese pantalón corto es un bañador.
Ahhh, no lo sabía, pero no me gustan estas flores, tan raras.
Y me pica todo, tan ajustado, se me va a escocer el rabo.
En fin; mi mamá me ha obligado. decía:
O ¡me lo ponía, o no iba…, ! Y ya está.
Qué todo el mundo lo lleva, y yo no veo a nadie con él, en ningún sitio, en fin -¡¡¡ no sé !!!-
Si quieres te puedes sentar en mi caparazón, le decía Doña María Luisa la tortuga
Que lo veía andar raro. Quedándose atrás. Dándose tirones de los calzones.
¿Está muy lejos? No, no.
Detrás de esa colina. -¡De aquella!-
¿Qué es un lago? Le preguntó peloncete a la Sra. tortuga.
Y esta le contestó: Un lugar mágico, donde una madre lloró tanto; que lo llenó de lágrimas, porque uno de sus hijos murió. Y la pena se apoderó de ella.
Ese lago supone la esperanza, la majestuosidad, el valor y la belleza que puede crear una madre con solo sus lágrimas. » El dolor de una esperanza. En una madre es muy poderoso» le dijo bajito la Señora tortuga.
-¿Cómo se llamaba el hijo? – On-.
También es un lugar mágico donde las tortugas podemos correr.
Siiii, que¡ tenéis patines!
No…, ya lo verás. No preguntes tanto chaval.
Allí podré nadar más rápido que tú. Pero Peloncete, movía la nariz, no se lo creía del todo. Pero se calló por un momento.
¿Cómo de grande es este lago?
Está muy bien. Tiene un palacio en el interior. ¡Quee! Un Palacio, ¡de verdad, toma!
-Si. Contestó riendo la Sra. Tortuga es mucho más que un palacio.
En sus aguas sumergidas hay un gran palacio. Que es donde está guardado On, el hijo de Marina.
No quiero contarlo, ya lo verás, prefiero que lo veas tú, con tus propios ojos.
Ah, vale; pero ¡ puedo verlo con los tuyos.!,
No, hijo es una forma de hablar.
Ah, ¡ ya ! Me gustaría verlo con los tuyos, jajaja, ¡Cómo sería yo, con cara de toortuuga!
¡Cuántas nubes están pasando! ¡Mmm!
Me parece que va a llover mucho y pronto. Decía la Sra. Tortuga.
Eso, eso, eso quiero yo: dijo, peloncete que tenía mucho calor.
Vamos chaval, rápido, súbete a mí caparazón y ya verás cómo puedes ver el agua.- Vamos nadando-
Dijo la señora .
Vale, ok. Pero, aunque yo peso mucho, soy muy fuerte.
¡Anda chaval, eres más chico que un peo!
Peso mucho ¿ le preguntó peloncete, con la voz entrecortada? a la Sra..
No hijo, no te preocupes. Con tanta lluvia se formó un riachuelo por el camino que iban los dos navegando y cantando. Tengo un coche feo. chu, Chu, chu.¡ Pero no me importa!, chu, chu chu.
Yo desde aquí solo veo una cosa azul, al final de la tierra. Dijo peloncete .
Eso es hijo. Eso es el agua.
No sé si es agua, o qué, tan azul y tanta.
Parece una cama azul, como la mía de mi cuarto.
De que lleguemos, ya verás que bonito es.
Dos nubes se peleaban, se daban empujones y al tirarse de los flecos, el agua se les caía, y tenían que volver a recogerla de nuevo. Era bonito el gruñido de la tormenta.
Cuando llegaron al lago, peloncete estaba maravillado
Nunca había visto tanta agua junta, no se podía hacer una idea del agua que había. Los ojos de peloncete, no cabían en su cara, saliendo dos lágrimas de emoción, y pensó por un momento. «Pues ya estaría triste la pobre mamá de On, y llorar tanto, está inmensidad de agua.
Cuando la señora tortuga,
Cuando entró en el agua, él no pensó nunca, que aquel agua azul, pero transparente, se pudiese pisar, que eso se podía hacer, y los ojos se le salían de su cara, de ilusión, y del miedo, del fresquito que recorría todo su pequeño cuerpo en tan gran inmensidad, su cuerpo poco a poco, entrándose con ella, en el agua, cedía lentamente a la resistencia inicial.
Era como ver el mar por primera vez. Con más miedo que once viejas, pero se hacía el fuerte, respirando hondo, aunque le tintineaban los dientes del nerviosismo y las orejas le temblaban.
Estaba súper contento dentro del agua, frenético, sólo sentía gozo y alboroto.
Todo era un mundo aparte, completamente distinto, diferente.
Chapoteando poco a poco con doña María Luisa, que lo elevaba cuando se sumergía, hasta que aprendió a nadar rápidamente. Cuando de repente un gran pez sacó su cabeza fuera del agua.y empezó a saltar delante de él,
Era el señor Bartolo. Quién lo saludó, entonces miró bajo el agua y un mundo distinto se le presentó, la admiración era total, increíble, podía abrir los ojos y ver, lo que descubre, cada instante, cada vez que intentaba bucear, pero duraba muy poco, tenía que subir para poder respirar.
La señora tortuga metió su mano en el caparazón, y sacó unas bolsas mágicas, con la que podían respirar, varias horas los dos, cada uno con la suya.
Nadando los dos se fueron al fondo del lago donde un inmenso palacio Emergió frente a ellos. Impresionante.
Una sirena les estaba esperando, amablemente les invito a pasar.
Y peloncete no daba crédito a lo sucedido. Tanta maravilla debajo del agua.
Era un palacio dentro del lago. Había parques y animalitos muy pequeñines subiéndose por unos robustos tubos de diferentes colores.
Con unas caracolas de color naranja que dejaban tras de sí rastros fluorescente, bailando al son de una canción extraña.
Las estrellas de mar bailaban tañendo ukuleles, también al mismo ritmo y tocaban la lira, junto con las conchas. Las sirenas con un pelo extremadamente largo y delicado, llevado por el agua varios metros más allá, lucían una notable belleza.
Mientras que los tritones, golpeaban un gon tremendamente grande.
Era fenomenal los peces de múltiples colores jugaban con peloncete a «la rueda la patata, comeremos ensalada, la que comen los señores, naranjitas y limones.»
Tras dos columnas de piedras. Había un sol y una verde pradera, era impresionante estaba lleno de árboles frutales, con todo tipo de frutas, y muchos animales comían tranquilamente con la dulzura de estar en el cielo.
Dos torres principales soportaban una cumbre de cristal, vidriada por donde se veían nadar los peces. Todo un mundo de colores y de plantas cuajadas de las más extrañas y bonitas flores.
Un gran mausoleo blanco de mármol y una gran cruz, clavada en el suelo en el mismo centro del palacete. Y la esfinge de una madre tirada en el suelo llorando. De la cuál una fuente nacía de sus mismas lágrimas, que corriendo por su cara de cera esculpida en la piedra, formaba, primero un regato alrededor de ella, y más adelante se agrandaba la corriente de agua, formando un caudal de deseos brillantes, completamente transparentes, que flotaban, con un intenso olor a rosas.
El palacete de marina parecía tener vida propia, y las aguas, tan tranquilas y sedosas se perdían bailando en el fondo entre jazmines y rosas, bajaban jugando, canturreando con las piedras de caramelos de colores, que se formaban, aparecían y desaparecían constantemente, iban cargadas de melodías tristes, de pensamientos de madres, nenúfares, camino abajo a perderse entre las aguas del lago On y se mezclaban dando forma a las diferentes vidas nacidas en el agua.
De pronto sonaron unas grandes campanadas, era una alarma.
No. ¡¡¡ Era un reloj de mesilla !!!
Rosilinda estaba llamando a peloncete, para desayunar.
Pero mamá, ¡qué haces!. ¿Por qué?
Por qué me llamas…
Que pasa hijo, tuvisteis una
pesadilla. Le decía su madre al tiempo que abría la ventana de su habitación.
No le pesaban mucho los años a Cecilio, pero tampoco le honraban los recuerdos, y de los entrañables por ejemplo había perdido la clave. ¿Un palacio rodeado de un lago? Había visto varios, pero fue el agua y no la mansión lo que le produjeron honda sorpresa. Había en el agua pececillos de colores, las habitaciones por contra estaban vacías. Siempre lo hermoso contiene la semilla de lo estéril, de la fatuidad.
Había nacido en pueblo rodeado de murallas y almenas, un pueblo al que la construcción de un embalse condenó al aislamiento. Era un pueblo hermoso, con sus calles adoquinadas y su castillo, pero un pueblo comido ahora por la soledad. Hay muchos pueblos, muchos palacios, muchas mansiones, muchas torres altísimas que de noche encienden sus luces y nadie las habita ni pasea. Son monumentos de abandono y de nostalgia.
Cecilio pasaba las horas recordando lugares y rincones donde antes prosperaba la vida. Un día se miró en un espejo que agrandaba su imagen. Las arrugas eran surcos profundísimos. Si alguna vez encontró en sus ojos algo de belleza, de aquella no quedaba rastro. Él no era el ángel con el que de niño había soñado. Pero algo quedaba. Concluyó entonces que piedras, murallas y mansiones ocultan soledades y que aquello que empieza de verdad tiene comienzo dentro.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Mario era el príncipe de su país y a sus escasos cinco años mandó construir un palacio en medio de un lago.
Lejos quedaron las historias de dragones y castillos pues Mario era amigo de Saturno, el monstruo que habitaba el lago, era una leyenda que circulaba de boca en boca por la urbe desde tiempos ancestrales y remotos, la existencia del monstruo del lago era conocida por todos los lugareños. Según la leyenda el monstruo se veía reflejado en todo su esplendor cuando había luna llena. El plenilunio ofrecía la vista más maravillosa y fantástica del lago.
Mario paseaba por el lago cada mañana y cada vez que tocaba su silbato Saturno salía de las profundidades del lago para saludarlo.
Al construir el palacio tuvieron que contratar albañiles extranjeros ya que los lugareños se negaban a trabajar en las cercanías del lago por la presencia y existencia del monstruo.
Lo que los habitantes de los aledaños del lago desconocían a excepción del príncipe Mario es que el monstruo que habitaba el lago era un monstruo bueno.
Mario sabía de la existencia de Saturno desde el día que resbaló y cayó al lago con tan sólo dos años y medio de edad ya que el príncipe no sabía nadar y Saturno salvó su vida comenzando desde ese mismo instante la amistad más bonita sobre la faz de la tierra.
Mario y su séquito fueron felices el resto de sus vidas en el palacio en medio del lago.
IRENE ADLER
AIGUES MORTES
Descabalga al pie de la barbacana, entre la niebla, y un palafrenero muy joven, surgido de algún rincón de la fortaleza, se hace cargo de su caballo. El Conde de La Fére siente un escalofrío azotarle la espalda bajo el coleto de piel, como un remordimiento o una estocada, mira alrededor y el frío mordiente se acentúa. Es el lugar más triste de la tierra.
Dos veces al día, con la marea, la laguna engulle los canales estrechos y tortuosos, aislando la Torre del resto del castillo. Su silueta se yergue entonces como un pivote solitario en mitad de la aguas quietas, sucias y grises, y la niebla se le enreda en jirones contra las troneras ciegas y los matacanes afilados, confundiendo su estructura con un sueño, una aparición, un presagio. El cielo plomizo, sin aves ni promesas, acentúa el aislamiento. Y mientras la marea está baja, regueros blanquecinos de sal enquistada ensucian los adoquines del único camino de rueda y herradura que presta servidumbre a las carretas del avituallamiento. Pero hoy, con marea alta, no hay camino. No hay carretas. No hay sol ni gente. Sólo agua muerta como su nombre. Y un silencio que le rasga el alma.
Es el infierno en la tierra.
La barcaza es poco más que cuatro troncos impulsados por un bichero que a su vez, impulsa un viejo cubierto de harapos, gris y ceniciento como el agua, mudo o imbécil. El Conde de La Fére afianza los pies, sujetándose a la maroma de la borda, y con un sonido sibilante y un gorgoteo, la barcaza se desliza sobre la laguna sin apenas hendir el agua. Huele intensamente a sal y a podredumbre. El canal está bordeado de juncias y cañaverales que oscilan sin propósito y sin viento. Parecen dedos tumularios queriendo aferrarse a los vivos, ansiosos por huir del agua aceitosa que a ratos se vuelve negra, espesa como sangre o como cieno. El Conde tiene ganas de vomitar. Tanta extraña quietud le produce asco y vértigo. Y se dice, con un dolor intenso allí dónde debería tener el corazón, que así ha de ser la laguna Estigia y el último viaje de los muertos. Con una mano enguantada que de pronto siente ajena y fría, se acaricia el medallón que lleva al cuello: el pequeño amuleto que una vez, en otra vida, le regaló ella. Moneda suelta para el barquero. Cierra los ojos en el preciso momento en que la barcaza se arrima al diminuto muelle carcomido. La Torre se alza sobre ellos como desafiando al cielo, impresionante en su solidez de sillería. El viejo emite un sonido inarticulado, como un graznido, y le indica con la cabeza una poterna ominosamente pequeña, al pie de aquella monstruosidad de piedra gris.
Es el lugar más solitario de la tierra.
Sólo hay un carcelero, porque sólo hay una presa.
El Conde camina tras la luz oscilante del hachón del hombre que la custodia por corredores que se hunden en las entrañas húmedas de la Torre. Tiene la sensación de que ascienden en círculos, y durante un tramo, el suelo se hace pendiente y él tiene que apoyarse en la pared. Frente a la puerta maciza de la celda, el guardia deja la antorcha contra un muro y tras dar dos vueltas a una llave que retumba en la cerradura como una descarga de mosquetería, le franquea el paso. La luz mengua. Su voluntad también.
Sigue siendo la mujer más hermosa de la tierra.
Sentada al borde de un camastro de paja esparce migajas de pan negro sobre las piedras toscas del suelo y un ratón gris, dócil y diminuto, mordisquea los restos del mendrugo a sus pies. No levanta la cabeza. El ratón no se asusta. Ella lo contempla comer con insólita satisfacción. Al Conde toda la estampa le parece irreal. Ella en su vestido de arpillera, sin afeites ni tintes, grácil en su doméstica paz casi inventada. El animal que es su única compañía, cautivado por su encanto como lo estaría cualquier hombre. Un rayo de luz polvorienta cayendo con gracia sobre su cabellera dorada que olía y quizá aún huele, a mirto y azafrán. Su piel tan blanca como el corazón de las almendras. Su engañosa tibieza y los ojos azules, inmensos como un mar en calma. Y su voz. La perdición de un reino. El canto fatal de las sirenas por cuyo recuerdo ya no duerme, ya no sueña, ya no es mosquetero ni es hombre ni es nada. Sólo es una sombra. Igual que ella.
-Athos.
-Milady.
Ella sonríe, evocando con el nombre viejos fantasmas: el camino de Calais; los herretes de diamantes; Buckingham y Felton; el verdugo de Lille…
-Así solían llamarme mis amigos.- dice, mirándolo de frente y hasta el fondo-. Pero no tú. Tú siempre me llamaste Anne. Anne de Brieul. Nunca fui más real que siendo ésa, aunque también fuera mentira.
Sin previo aviso, suelta una carcajada desprovista de humor y el Conde de La Fére vuelve a sentir el frío mordiente del terror contra la espalda, bajo el coleto de piel, allí dónde debería tener el corazón.
-Me has matado tantas veces que ya ni los recuerdos me acompañan. Y aún así, sigues volviendo, como un perro abandonado. ¡Mi pobre Athos! Siempre fuiste el mejor de todos ellos. Yo te quería.
Se pone en pie. La celda es tan pequeña que un sólo paso la acerca tanto a él que puede olerla, sentir su calor, estremecerse ante la posibilidad de su contacto. Ella apoya una mano en su mandíbula, cierra los ojos, respira contra su boca. Sí sólo es una sombra, ¿Por qué pesa, por qué arde? Sí la odia ¿Por qué siente este irrefrenable deseo de abrazarla?
Sí sólo es un fantasma, cómo él, ¿Por qué duele? Si hace tanto tiempo que dejó de amarla ¿Por qué tiembla?
Es el hombre más desdichado de la tierra. Porque ha venido a matarla, otra vez.
EFRAIN DÍAZ
Con el cuerpo lleno de balas y sangre brotando a borbotones, Felipe ya sabía que era el final.
Se le escapaba la vida como la arena entre los dedos. Solo pensaba en ella. En su amor platónico. Mientras agonizaba, le pareció verla entre la multitud que se arremolinaba a su alrededor.
Alguien clamó por una ambulancia. Felipe quiso detenerlo, pero carecía de fuerzas. Su cuerpo herido de muerte no respondía. Intentó hablar, pero solo balbuceaba.
No quería una ambulancia. Quería morir allí mismo. En ese momento. No quería seguir viviendo si no era al lado de su amada.
De niño Felipe soñaba con Elena. En el salón de clases daba rienda suelta a su imaginación, ignorando las lecciones de la maestra. Fantaseaba con la imagen de Elena prisionera de un malvado rey. Encerrada en lo alto de una torre de un palacio en medio de un lago, Felipe vencía todo tipo de criaturas hasta rescatar a su amada. En ese mismo palacio solía refugiarse del acoso escolar que era víctima.
De adulto, Felipe no se ajustó a las normas sociales. Ni el redil social ni un trabajo regular de ocho a cinco eran para él. Quería una vida llena de acción y aventuras. Se convirtió en atracador, sabiendo que quien a hierro mata a hierro muere. Prefirió vivir poco e intenso que ser un aburrido longevo.
Ya había perdido mucha sangre. Su muerte era inminente. Entonces volvió a ver el palacio en medio del lago. Volvió a ver a Elena. Esta vez Elena no estaba prisionera. Habitaba el palacio. Le abrió las puertas y con la mano le hacía señas que entrara. Felipe alargó su brazo para intentar tocarla y uno de los que allí estaba gritó “está pidiendo ayuda”.
Con una sonrisa en sus labios Felipe alcanzó a Elena. Se fundieron en un fuerte abrazo. Formaron un solo cuerpo entrelazando sus bocas en un apasionado beso.
La gente alrededor de Felipe no entendía lo que sucedía. Felipe expiró. Dio un último suspiro y murió como siempre quiso, abrazado a Elena en el palacio en medio del lago.
BEGO RIVERA
A la deriva
La luz cegadora -la sentía sobre todo a su lado izquierdo- le impedía abrir los ojos. Cuando pudo hacerlo (con gran esfuerzo) vio delante de él una gran fortaleza, en medio de agua “¿Eso era el mar?” Pensó. No se podía mover, lo intentó en vano.
La cabeza le dolía. Estaba confuso. La garganta seca, apenas podía respirar, notaba el pecho oprimido. No pensaba claramente “¿Dónde estaba? “ Unos pitidos constantes le hacían sentir incómodo.
Ismael miró a su alrededor, estaba en medio del mar, en una barca que parecía una balsa salvavidas. Delante, en un solitario islote, una gran mole; majestuosa, de color dorado… un palacio en medio del agua.
Estaba tumbado en la balsa, solo, seguía sin poder moverse. Tampoco conseguía mover la cabeza, pero hasta donde su vista alcanzaba veía los árboles inmensos, rodeando lo que efectivamente parecía un lago; no era el mar. “¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Dónde estaba Enma, su mujer?”
Desconcertado hacía memoria, “¿Habían hecho algún viaje y habían tenido un accidente? ¿En barco? “No lograba concentrarse. Solo esperaba que a Enma no le hubiera pasado nada. No lo soportaría. Prefería morir él cien veces antes de que le pasara algo a ella.
Enma no solo era su mujer: era su esposa, su amiga, su confidente, su compañera de vida. Era todo.
La única opción que tenía era llegar a la fortaleza. Apenas estaba a unos pocos metros…pero la balsa no se movía. Él no se movía.
No parecía que estuviese habitada. Tampoco en los bosques que rodeaban al lago se percibía nada. “¡Solo esos malditos pitidos!”
La oscuridad le fue envolviendo hasta quedarse dormido.
Cuando entreabrió los ojos debido a la molesta luz de nuevo… él permanecía en el mismo sitio y a la misma distancia. El palacio seguía delante, esta vez de color verde…
Estaba seguro que no sobreviviría. Cada vez se notaba la garganta más seca, respiraba peor, los pitidos no cesaban; no había nadie que le ayudara.
Se pasaba casi todo el tiempo durmiendo, esperando su final; moriría de inanición o por falta de agua.
Cuando la luz opresora le cegó de nuevo y le despertó, el palacio permanecía altivo, espectacular, en el mismo sitio, esta vez brillaba en color azul.
Después de varios días en la misma situación, viendo el palacio inalcanzable de diferentes colores, la luz le volvió a despertar. Esta vez, el palacio de color amarillo estaba a su lado. Además de los pitidos escuchaba una voz familiar, la única voz que quería oír. La voz de Enma.
Abrió los ojos, allí estaba ella, Enma, con una blusa amarilla, del mismo color del palacio de hoy. Lloraba y reía a la vez.
-¡Por fin has despertado cariño, casi te perdemos!- Enma se enjuagaba las lágrimas mientras le hablaba entre balbuceos.
Ismael mirando la estancia donde estaban reconoció la habitación de un hospital. La luz del sol entraba por la ventana a su izquierda cegándole.
Estaba rodeado y enchufado a varías máquinas. Una de ellas emitía los insoportables pitidos que no dejaba de escuchar. Tampoco podía hablar, se dio cuenta que estaba intubado.
Le vino a la cabeza el lago, él siempre presintió a Enma. En su estado de coma… su mente convirtió la cama en una balsa y a Enma que siempre estuvo ahí… en su fortaleza, la que quería alcanzar.
CESAR BORT
La niña tocaba el piano en un claro del bosque, parecía una muñeca de porcelana con su vestido rosa de volantes. Sentada en la banqueta, sus pequeños pies se balanceaban siguiendo el ritmo de la melodía. Los labios apretados y el ceño fruncido decían que estaba concentrada, queriendo no equivocarse.
El viejo ermitaño oyó las notas que llegaban hasta su cueva, salió, respiró hondo el aire limpio de la mañana y se acercó al despeñadero para escuchar. Pensó que era una canción triste, como si las manos lloraran sobre el teclado. Cerró los ojos, se mordió el labio, entró de nuevo en la cueva y agarró el bastón para ayudarse a bajar por el escarpado camino que hacía años que no pisaba.
Se sentó en un tronco a espaldas de la niña. La pieza era la misma, pero la forma de tocar había cambiado, ahora era más urgente, más nerviosa.
―Es una canción melancólica.
La niña no se sorprendió ni sus manos se detuvieron ni fallaron, aunque sus pies dejaron de balancearse.
―Dicen que tienes la llave del palacio que está en medio del lago.
El ermitaño asintió en silencio. «Así que era eso», pensó y se apoyó en el tronco para levantarse y volver a su refugio.
―¡Espera! ―gritó la niña― ¡No te vayas!
La música cesó. El ermitaño ya estaba girado para perderse entre los árboles y notó los ojos grandes de la muñeca de porcelana clavados en su espalda.
―No puedo ayudarte ―dijo.
―Abre el palacio, deja salir los sueños ―replicó la niña.
El ermitaño cerró los ojos y negó con la cabeza.
―Con los sueños vienen, también, las pesadillas y los monstruos.
Oyó que la niña saltaba de la banqueta y se acercaba con sus pasos cortos.
―Por favor ―suplicó muy cerca, en un susurro.
El ermitaño se giró y la miró de frente. La niña intentaba contener las lágrimas y tenía los brazos extendidos, como si quisiera alcanzar el corazón del hombre. «Por favor», repitió.
―No puedo darte lo que quieres, lo siento.
Abandonó a la niña, volvió a su gruta, miró desde el despeñadero, contempló el bosque que rodeaba el palacio y el lago que rodeaba el bosque. Fuera de esa isla, todo era podredumbre y desesperación, hambre y muerte, gente sin futuro ni esperanza. Se sentó en el suelo. «Yo no tengo la llave, la tienen ellos», masculló señalando las chimeneas de las fábricas que vomitaban humo al cielo. Cerró los ojos, se mordió el labio y empezó a llorar, pues se dio cuenta de que él era el sueño de los sueños.
ALBERTINA GALIANO
Recogió los cacharros de la noche anterior.
Se pasó el revés de la mano por la frente para alejar pensamientos molestos como moscas pertinaces.
Las escaleras ante sí, de uno en otro piso, comunicando espacios tan lejanos, adolescentes arriba, maduros avejentados abajo…
La luz inundando cortinas, amplias baldosas, cada estancia.
Las tijeras de podar, para poner en orden lo que quiere salir de sí. Mejor cercenar lo agreste, lo libre, porque puede descontrolarse y dar lugar a un caos que ella no podría soportar.
Y al abrir por fin la puerta que se asoma al mundo, le sorprende nuevamente un lago inmenso que hubiera querido olvidar.
El de tanta lágrima vertida, el de un llanto que en aquel momento fue alivio, y hoy es cárcel de soledad.
Esta mañana, sin embargo, escuece la punta de su pie, y se descalza, tímidamente. Para aliviar su dolencia avanza indecisa una pierna hacia el fluido, y le gusta, y le da calma.
Y según se adentra su cuerpo entero se desprende de telares y bragas, y descubre que le da placer nadar. Y se sumerge en el agua.
Y al mirar hacia atrás descubre lo que creyó un palacio, y no era más que prisión que atrapa.
Y se aleja en paz.
RAQUEL LÓPEZ
…Cuenta la historia que un príncipe de la India amaba tanto a su princesa,era tal el fervor que por ella sentía que hizo construir ante el asombro de toda la corte,un palacio en medio del lago,pero los ojos de ella no alcanzaron a verlo….
Te ofrecí un mundo de colores
donde tú eras mi estrella
pero tú paso por mi vida,
fue fugaz,
una esperanza pasajera.
Allí donde la tarde muere
y llega la noche
tu palacio se desvanece,
entre oscuras veleidades
la bruma asoma,
llenando mi soledad
en tristeza irrefrenable.
Donde escucho
el sollozar del agua
del lago frío, hierático
que muere,entre las rocas.
Se apagó tu mirada
con tus ojos terrenales,
las nubes arden
y se evaporan
con formas caprichosas
mientras ahogo mi llanto en el deseo,
sabiendo que nunca podré
escuchar de tus labios un «te quiero»…
…..Desde entonces,su princesa,se convirtió en la Dama del Lago,que,en sus noches tristes,acompañaba a su amado….
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
Lo que comenzó siendo un castillo hinchable para la niña terminó siendo un palacio en medio de un lago para la sultana. Y es que La Chelito era ambiciosa y tenía su carácter.
Le bastó una gira por las Américas y un novio indiano de la edad de su padre para conseguir el sueño de tener un palacio en el mismo lugar donde, de pequeña, salía a pescar con la barquilla y echaba de comer a los patos.
Pero el indiano no sabía nadar y la humedad no era buena para sus huesos, así que se volvió a sus tierras de secano y la dejó cautiva en su palaciego lago, sin puertos donde atracar.
A partir de entonces no faltaron pretendientes que iban y venían en barcas de lujo dispar, pero las aguas frías y la soberbia de la sultana fueron enfriando las visitas… hasta que se quedó sola en su soledad.
Con el tiempo, las manchas de humedad crecieron en palacio, al igual que sus arrugas y manchas en la piel.
Un día se puso el traje de neopreno y las gafas de buzo, y bajó hasta el fondo. Rebuscó en el fango oscuro hasta encontrar una anilla oxidada, y tiró fuerte de ella. Fue entonces que el palacio, el lago y su vida se vaciaron por completo.
NEUS SINTES
El espejo es una “puerta” a esa otra dimensión que es el mundo astral; de esta forma acostumbraban a dar la vuelta o tapar los espejos cuando había fallecido alguien recientemente, para evitar su regreso o para que no les robara su alma. Los pueblos antiguos pensaban que el alma humana radicaba en la sombra o en la imagen reflejada en el agua o en un espejo.
Años atrás, existió una historia de amor en una pequeña aldea, donde todo el mundo se conocía. En ella existía y sigue existiendo un lago llamado «El lago de los cisnes».
Se conocen pequeños fragmentos de Will y Odett, dos enamorados que que se amaron en silencio en el lago de los cisnes, bajo la mirada atenta de la luna. Convirtiéndose más adelante, por arte de magia en una bella pareja de cisnes. Hasta que la muerte llegó a sus vidas de la forma más inesperada. Entonces el lago se tiño de color rojo…
Desde entonces la gente del pueblo habla sobre un suceso que se desarrolló hace mucho tiempo. Las supersticiones han abundando de generación en generación y son muy pocos los habitantes que pasan cerca del lago de los cisnes. Una cuerda atada de un extremo a otro prohíbe el paso.
En la actualidad Ángela se instala a vivir en la aldea. Ángela, quería reconstruir su vida. Su corazón roto en pedazos necesitaba encontrar de nuevo un poco de tranquilidad en su vida, por eso se había mudado. Para poder estar sola consigo misma y poder hallar la paz interior que tanto necesitaba.
Había alquilado una casita cerca de un lago muy hermoso. Donde se podía respirar el aire fresco y la naturaleza del lugar. Todavía tenía cajas por deshacer y colocar sus cosas en la habitación. Su única vecina era una anciana mujer, muy poco habladora. Normalmente la veía dentro de la casa, sin apenas salir. Menuda y discreta, solía mirar de vez en cuando de reojo a su alrededor con sus pequeños ojos vidriosos. Al salir lo hacía para regar sus macetas, que las cuidaba con mucha delicadeza.
-La nueva inquilina, ¿verdad? – le saludó. Soy Lilian, aunque llámame Lily.
-Un gusto conocerle – Soy Ángela.
-¿Te quedarás por mucho tiempo? – preguntó, escudriñándola con sus ojillos.
-Eso espero – afirmó Ángela.
-Un consejo Ángela. Ten cuidado con las aguas del lago que hay detrás de los árboles. Y sin decir nada más, la anciana se adentró en su casa silenciosamente. Un silencio envolvió la atmósfera. Su intuición le decía que no debía preguntar, aunque su mente empezó a pensar en lo que le había dicho…
Se entreabrió entre los arbustos y de ellos pudo ver un precioso lago, cuyas aguas de un azul intenso brillaban con intensidad. Rodeado de unos arbustos grandes y verdes. Una calma y una paz abundaba en ese lugar.
-¿Cómo es posible que este lugar tan hermoso, se encuentre tan solitario? – se preguntó
A raíz de entonces empezó a formar parte de la vida de Ángela, quien por las tardes acudía al lago, se sentaba y pasaba las horas leyendo, soñando o simplemente iba para ver su hermosura y estar tranquila. Formó a ser parte de ella, de su vida de alguna manera.
-¿Que haces aquí, Ángela? – le dijo Lily, saliendo de entre los arbustos
-Leer – le contestó
-¿No recuerdas que te aconseje de este lugar? – le dijo mirándola de nuevo con esos ojillos perspicaces
-Sí, lo recuerdo. Y no voy a dejar de venir. Porque haya un cartel que prohíba su paso… Además – continuó – ¿Qué es lo que puede pasar?
-No es lo que pueda pasar…es la historia de este lugar… – y retrocedió unos pasos temerosa. Aquí, nosotros somos gente muy supersticiosa. Tú no puedes comprenderlo.
-Espera – intervino Ángela. Lo siento, pero este lugar me transmite paz. Espero que me entiendas. Entiendo que seáis supersticiosos, por los motivos que yo desconozco, pero yo no creo que daño puede hacer un lago tan hermoso… – dijo mirándolo de soslayo.
-Daño ninguno…pero a mí me da miedo – le contestó Lily mientras se iba a su casa.
Las palabras de su vecina siempre le venían a la mente. Pensaba en ella en ocasiones; La conocía muy poco. Pero las conversaciones que había mantenido con ella siempre terminaban en un silencioso suspense en el aire. No sabría decir que edad tenía aunque por su aspecto parecía bastante anciana…De mente clara, y de ojos ávidos, sus palabras eran siempre claras y misteriosas.
Un día, cuando estaba a punto de irse a casa, después de haber estado leyendo en el lago. Al levantarse de detrás de los arbustos asomaba un objeto de color azul. Con cuidado fue a cogerlo y al sostenerlo pudo ver que era un precioso espejo de mano. Era pequeño y de color azul con forma de corazón cuyos bordes eran plateados. Un dibujo de dos cisnes blancos de grandes alas se apreciaba en él.
Una luna llena asomaba junto a la ventana. Hermosa y brillante. Colocó junto a su mesita de noche el espejo de mano. Se acomodó para dormir hasta que sus párpados se cerraron y se hundió en un profundo sueño. Mientras Ángela dormía plácidamente, percibió una luz. Tal vez se hubiera olvidado la luz encendida de la lámpara de noche. Intentó cubrirse con la almohada pero en vano. A los pocos minutos fue despertándose. Sus párpados entre medio dormidos y medio despiertos intentando localizar el punto de luz que alumbraba la habitación a oscuras.
Asombrada, creyendo estar dormida sin estarlo, pudo ver que la luz venia del espejo. De él emanaba una luz azulada, intensa.
-Pero, ¿que está pasando? – se preguntó, alarmada.
Sentada en el borde de la cama contemplaba como aquél pequeño objeto brillaba sin parar. Su intención era cogerlo, pero el miedo se le impedía. Entonces recordó las palabras y el comportamiento que adoptaba la anciana Lily cuando la veía en el Lago.
Respiró hondo, sacó coraje y cerrando los ojos cogió el espejo. Su corazón palpitaba muy rápidamente. Se estaba arriesgando sin saber que ocurriría.
-Oh! – exclamó, viendo como el espejo dejaba de brillar.
Encendió la luz de la lamparita de noche y fue entonces que con sumo cuidado abrió la tapa del espejo. Dos figuras aparecieron reflejadas. Un chico y una chica en un lago. Se quedó mirando el espejo como quien mira una alucinación. El espejo empezó a trasmitirle a Ángela unas imágenes, como si de una breve historia se tratará, que quedaron grabadas en su mente.
La primera imagen fue la de una pareja de enamorados. A continuación pudo ver que era una pareja de bailarines. Luego unos cisnes aparecieron en su lugar. Como los que tenía grabado en la parte superior del espejo. Y luego Ángela se asustó al ver la última imagen. Un lago teñido de rojo. Únicamente un palacio permanecía intacto en él…
Cerró el espejo con sumo cuidado. Lo dejó en su sitio y su cabeza empezó a dar vueltas sin poder analizar ni comprender nada. ¿Qué le estaba intentando decir el espejo?
-Tengo que ir a hablar con Lily – afirmó. Tal vez pueda ayudarme a entender la magia si es que puedo llamarlo así…Me estoy volviendo loca!. O tal vez sea una trampa – meditó.
Intentó dormir un poco, aunque le resulto difícil hacerlo.
A la mañana siguiente se quedó mirando el espejo y hablando para sí misma se dijo.
-Iré a hablar con Lily, pero no le hablaré del espejo – meditó. Sino, del lago en sí.
-¿Quien es?-preguntó Lily, detrás de la puerta
-Soy yo, Ángela. Tú vecina. Quiero hablar contigo. Lily abrió despacio la puerta y se quedó mirando a Ángela con preocupación.
-¿Que ocurre, Ángela? – preguntó dubitativa
-Me gustaría que me contarás la historia de Lago…si es que hay algo que contar…
-Pasa. ¿a qué tanto interés, ahora?
-Después de tantas advertencias de tu parte, me gustaría saber el motivo, si es que lo hay. De porque tanto misterio – intento explicar.
-Ven, siéntate..- le ordenó. – suspirando para sí.
-Ángela se sentó en el sofá – ansiosa.
De repente un silencio reinó en la casa de Lily, mientras empezó a encender incendiarios y velas a su alrededor, sin decir nada. Luego se sentó delante de Ángela y empezó a narrar lo que pasó hace años atrás.
-Para empezar; el lago que visitas con frecuencia es llamado «El lago de los Enamorados» o «El lago de los Cisnes». – Respiró lentamente y empezó a narrar lo sucedido.
Hace años atrás en el Lago de los Enamorados, era muy conocido en esta aldea. De hecho, todas las parejas iban a merendar o a pasar el día. Incluso los viandantes que pasaban se paraban, aunque fuese para contemplar su belleza y atracción.
Un día una pareja de enamorados de esta aldea, se cruzaron con el lago. Y desde ese día lo convirtieron en el lugar al que acudían para amarse en secreto. Ambos compartían el talento por la danza. Eran grandes bailarines. Al contemplarlos en el escenario parecían cisnes con sus vestimentas blancas y sus esbeltas figuras. Y nunca se supo porqué, pero un día en cisnes se convirtieron. Las aguas del lago convirtieron a Will y Odett mientras estos bailaban dentro del lago en unos preciosos cisnes.
Convertidos en una pareja de cisnes ya nada se podía hacer. El cómo se convirtieron es un secreto y un misterio. No se sabe si fueron las aguas del lago o alguna maldición de quién sabe qué. Es un misterio.
Pero eso no fue lo peor. Un día Odett enfermó. Al no saber cómo curar a un cisne. Tuvimos que ver los ciudadanos de mi época, como Will permaneció a su lado. Sufriendo en silencio. Junto a a su amada Odett. Que tras mucha agonía termino falleciendo. Tras la muerte de Odett, Will se volvió loco y sus aguas se tiñeron de rojo, tras ahogarse en ellas para no estar solo y estar junto a su amada Odett en el otro mundo.
-Silencio
-Es una historia terrible y muy triste! – afirmó Ángela
-Sí, si que lo es. Yo ya soy muy anciana y han pasado muchos años, pero el lago sigue estando igual y la historia permanece. Nunca ha desaparecido. De alguna manera por creíble o no, la historia de amor de Will y Odett sigue vivo en el alma de lago, como si algo lo mantuviera vivo. – sentenció.
-Ahora te entiendo cuando me decías que evitara estar allí…¿Tú crees en la magia o en las maldiciones, Lily? – contesto Ángela
-Sí. De alguna manera si creo en ellas. Para bien o para mal. Pero en esta historia fue una tragedia. No sé como se llegaron a convertir y nunca se sabrá en unos cisnes. Es un misterio. Y los misterios, más vale que queden enterrados bajo llave.
-Pero, ¿y sus almas permanecen en el lago? – preguntó.
-Ahora entiendes porqué somos tan supersticiosos… – dijo mirándola con temeridad.
-Sí – le contestó Ángela.
Cuando Ángela se disponía a irse, Lily la llamó desde la puerta, avisándola
-Ángela, prométeme una cosa – por favor.
-¿Sí…? – respondió
-Si vas al lago, no te metas dentro de sus aguas. Es lo único que te pido.
De acuerdo, te lo prometo Lily. – Dijo asintiendo con la cabeza.
De camino hacia su casa pensó en la historia que le había narrado su vecina y en el misterio que iba empezando a cobrar un poco de sentido. Prefirió no comentarle nada del espejo, creyó necesario que nadie lo supiera. Después de lo que sabía, adoptó la postura de no temer al espejo. Tal vez por la noche anterior quería decirle algo con sus imágenes y ella tuvo miedo. Miedo de esas imágenes que ahora entendía.
Al llegar a casa lo cogió con ambas manos. Cerró los ojos y pensó en los dos amantes que se convirtieron en cisnes. Entonces el espejo volvió a brillar. Era una señal, lo intuía.
-¿Y si el espejo era el objeto, el amuleto que mantenía el alma viva de Will y Odett? – se preguntó a sí misma. Parecía una locura, pero habiendo escuchado la historia y visto lo sucedido, ya nada le parecía raro.
Sentada en la cama con el espejo entre en sus manos, pensaba en ellos. En Will y Odett y en cómo se pudieron convertir en cisnes. Abrió el espejo y en él se representaron nuevas escenas. Eran Will y Odett bailando una coreografía en un hermoso castillo en el lago. Más tarde, se vieron envueltos sin darse cuenta una burbuja azulada que provenía de las aguas del lago, hizo desaparecer el castillo. Al terminar la coreografía se vieron transformados en cisne.
La última imagen la de un espejo cayendo de la mano de Odett al transformarse. El mismo que Ángela sostenía entre sus manos.
-¡Oh! – exclamó. Ahora lo entiendo. El espejo pertenecía a Odett!…
Ángela había descubierto de donde provenía el espejo. Pero prefirió no contárselo a nadie y menos a Lily. Por el contrario decidió quedárselo con el fin de guardarlo para que estuviera seguro y que no se perdiera nunca. De esta forma mantendría el alma de Will y Odett.
Se acercó a la ventana y mirando hacia a lo lejos pensó en la triste historia de amor. Y se preguntó porqué a ella se le había confiado el espejo. Hipnotizada por el misterio, salió de la casa, en mitad de la noche, siento la luna la única testigo de cómo Ángela se hundía en las aguas y entonces el reflejo del castillo reapareció ante sus ojos, adentrándose en él.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
GROOM LAKE
Había pasado tanto tiempo que casi había olvidado su condición de princesa, incapaz de saber ya si realmente lo era o quizá simplemente porque alguien, un día, la había llamado así de forma cariñosa. En cualquier caso, eso ya apenas le importaba.
El transcurrir de los años también le había hecho perder la noción de todas las cosas, no solo del tiempo y el espacio. Su mente albergaba un estado constante de resignada confusión del que no podía escapar, permanentemente atrapada entre las cuatro paredes de su celda de oro, una de las muchas estancias de aquel descomunal palacio mandado construir por su padre, el rey, en mitad de la nada más absoluta. Al menos eso es lo que ella pensaba. O lo que le habían contado. O lo que su maltrecha mente acertaba a percibir. Algo realmente terrible debía haber hecho en algún momento de su vida para acaba así. Para acabar en aquel lugar.
A menudo solía juguetear con sus largos cabellos blancos, mesándolos con las manos desnudas, mientras contemplaba desde su ventana la inabarcable extensión de agua que lo rodeaba todo. Era solo un lago, pero a ella se le antojaba el mayor de los océanos sobre la faz del planeta. Sin otras referencias que tener en cuenta, las vistas desde su celda se reducían a eso: cielo y agua, dos elementos del color que en otros tiempos reflejaron sus ojos.
De aquel lugar se habían contado innumerables leyendas a lo largo de los tiempos. Se decía que era una fortaleza completamente inexpugnable, de la que era prácticamente imposible entrar ni salir, custodiada, aunque ella nunca lo pudo comprobar con sus propios ojos, por temibles dragones y otros seres que habitaban las oscuras profundidades de aquellas aguas, a imagen y semejanza de las bestias mitológicas que en los mapas de la antigüedad representaban los límites del mundo conocido.
La realidad, sin embargo, era otra. Todo su universo, todo cuanto ella percibía, era el resultado de la terapia a la que había sido sometida durante años y del cóctel de drogas que le suministraban a diario, desde el día en que “la princesa”, como era conocida en su círculo, fue detenida e internada en Groom Lake por tiempo indefinido. Los hechos, imposibles de olvidar, habían conmocionado al mundo entero. Desde entonces, nada había vuelto a ser igual. Ella tampoco.
Ese día, mientras oteaba desde su celda bajo un asfixiante sol de justicia, había recuperado la consciencia durante unos instantes, para darse de bruces con la realidad. El enorme lago que rodeaba el supuesto palacio de repente se había transformado ante sus ojos en lo que realmente era, una extensión infinita de árido desierto que rodeaba las instalaciones de la Zona 52 de Groom Lake, una enorme mole de hormigón y alta tecnología que tenía el privilegio de ostentar el máximo nivel de seguridad sobre el planeta. Cada piedra, cada arbusto, cada grano de arena, cada centímetro cuadrado de aquel inhóspito desierto escondía una trampa mortal, una malla letal de sofisticados sistemas diseñados para acabar con cualquiera ser vivo que osara acercarse en kilómetros a la redonda.
Poco después, tras bajar la cabeza de nuevo, aquella mujer de mirada perdida volvió a convertirse en la princesa del palacio del lago. Y continuó siendo la protagonista de su cuento. El que había dado comienzo el día en que alguien la llamó princesa por primera vez. Todos en Groom Lake tenían una historia a sus espaldas. Aquella era la suya.
KATA MAR
Los peces saltan al ver el amanecer las ballenas cantan y se alegran porque ven el sol.
Plantas sucumben ante los imponentes rayos de sol.
Los árboles dan aullidos con el enorme calor que emana el astro más grande sobre la tierra.
Una muchacha linda pecosita con sus ojos tan azules como los surcos del cielo, camina lentamente sobre las blancas aguas del rio Nilo y toma un sorbo de milo, toca suavemente las puntas de la hermosa hierba verde que hace juego con su maravilloso vestido verde. A pocos pasos se tira, siente el suave roce de las flores. cierra sus ojos y se imagina en el lugar más grande y extraordinario de este mundo… todo era de ensueño. era un palacio dentro y fuera del lago… «que pesar… solo es un sueño… pensó ella cuando despertó en su gran cama de pastaje.
RAÚL LEIVA
Breve historia sin ton ni son
En medio de un lago de tonalidades marrón con trazas verdes, se levantaba un pequeño palacio color terracota matizado con salpicones de otros tiempos y otros labriegos. Las imperfectas torres eran justo lo que necesitaba la historia de caballeros y nobles resolviendo sus diferencias a los golpes mientras todo se hundía indefectiblemente. Cuando una pared era alcanzada por la masa líquida, su integridad se desgranaba estrepitosamente mientras los imperceptibles luchadores seguían afanados en un combate desigual entre ricos y pobres según lo había planteado mi cabecita soñadora. Todo un reino colapsaba y me sentía un pequeño arquitecto de esa historia que se desarrollaba cada vez que sucedía.
—¡No juegues con la comida! Tomá el mate cocido que se te va a enfriar —me dijo mi madre desde la improvisada cocina.
Cuando tu cena, almuerzo y merienda se convierten en la única comida del día, la preocupación de una madre es enorme, porque ahí se encuentra el alimento y la posibilidad de vivir un tiempo más, pero en mi cabeza de niño, esa taza de mate cocido era mi televisor, mi película de cine favorita, mi obra de teatro y mis soldaditos de juguete, tenía un mundo mío que tenía tanto de efímero como de mágico e inolvidable.
Hoy a casi cincuenta años de esos días, entiendo la preocupación de mi madre por mi alimentación y su frustración por no darme tanto como hubiera querido, pero mi imaginación encontró tierra fértil en esas cosas simples, en la ausencia de recursos, en los cuentos que nunca faltaron, en las canciones y palabras que brotaban de esa radio eternamente sintonizada en Radio Rivadavia, y creo que esos palacios de pan tostado erigidos endebles en un lago de mate cocido, son los que mantuvieron vivo a este niño que quiere seguir inventando historias con casi nada.
JOSÉ TAXI
Siempre pensé que el más bonito palacio en medio de un lago estaba en Playamonte. Pero en 1995, vistos los avances y extraordinarios hallazgos, descubiertos en Atapuerca, tuve que reconocer que estaba equivocado, y eso que, a mí, la noche no me confunde.
Ya había pasado por mi etapa de reportero de guerra, y colaboraba periódicamente en el programa de Iker Jiménez, donde trabé amistad con Pepe Cabrera y el inteligentísimo coronel Baños.
Pero retomando lo de Atapuerca, me fui a entrevistar a su director, hombre sabio y humilde. A lo largo de nuestra conversación que grabé sin ningún impedimento, fui sabiendo que, en unos abrigos, situados al noroeste del río Arlanzón, cuyo caudal, inundaba periódicamente los terrenos adyacentes, se encontraron unas construcciones sólidas y lúgubres.
Inicialmente el equipo de investigadores los confundió con unos primitivos palafitos. Pero datados que fueron en unos 800.000 años a. C, qué estas construcciones tenían capacidad para 8-10 personas y que sus moradores tenían la sana costumbre de no enterrar a sus muertos, con lo cual se sobrepasaría, con creces, el número máximo de habitantes por m2, ni tener ninguna posibilidad de conseguir cédula de habitabilidad, tuvieron que abandonar dicha tesis.
El equipo de profesores e investigadores, a tiempo parcial, del CSIC, no cejaron en sus trabajos. Y así tras 8 años de intensos esfuerzos y por mor de unas pinturas pre-rupestres, anteriores a la 5ª Glaciación, modificaron sus conclusiones y quedaron totalmente “pasmaos”.
Termino dicho estado anímico de estupefacción, al encontrar un crismón con una tiara cruzada por dos llaves. Así que se trasladaron a los archivos secretos del vaticano, que tardaría unos 800.237 años en ser construidos.
Sin embargo, dedujeron, que, con ocasión de la separación continental y la poda neuronal, ese territorio, justo donde hoy se haya la frontera del Estado Vaticano, con Roma, existía una laguna, que persistiría hasta la construcción del palacio central, por el contrario, la Residencia de Castel Gandolfo, quedaría fuera de la laguna.
¡Oiga, joven, que ha no ha nombrado a D. José Taxi!
¡Perdone, perdone D. Torquemada! ¿Acaso no recuerda que fue el primer Santo Padre de la Iglesia Católica Apostólica y Romana? ¿Y no sabe que en los evangelios el Jesús de Nazaret. Que luego sería llamado el Cristo, ya le pronostico aquello de: ¡Jose Taxi, sobre ti construiré mi Iglesia!
Ay, pequeño ignorante, ¡Hay que leer más y no aspirar a que se lo den todo masticadito!
Y colorín colorado: este cuentecico, se ha terminado.
Josma.
GAIA ORBE
al sol dorado
las arcas están llenas
trigo maduro
en el fondo del lago
lo que no se conoce
GABRIELA INÉS COLACCINNI
Ya no quiso más
mirar
escuchar
abrazar
a…los otros.
Todo aquello
la esculpió
como un ser vulnerable
capaz de quebrarse
por las injusticias
los desvelos
las heridas
de… los otros.
Sin piedad,
las miserias
de las almas
deshumanizadas,
rompieron
su humanidad
en pedazos que,
se convirtieron
en piedra fría y
apática.
Ella
los juntó,
uno a uno,
los pegó con
su sangre
hasta construir
un palacio.
Después,
se despojó
de sus lágrimas,
hasta sentirse
seca.
El fruto
de su llanto
la rodeó
como una boa.
Desde entonces
su figura
se erige
en el paisaje
como un palacio,
un palacio en el medio
de un lago.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL TRATO
Pasó una jornada para llegar al lago, unas horas en barca y varios días esperando ser recibido por el oscuro mago. Cuentan que Madhur, el hechicero del palacio del lago, había construido aquel maravilloso edificio hacía tres siglos y había encontrado la fórmula de la inmortalidad.
Sus conjuros le proporcionaban años y años en los que vivir su tormentosa vida, llena de traiciones y ensalmos. En medio de la soledad que le daba el agua, desde su misteriosa mansión rosada, controlaba la vida de todos los habitantes del Rajastán.
Anand, el príncipe de Jaipur, tuvo que postrarse ante Madhur:
—Ayúdame, vidente, con el poder de tu magia.
—Mis conjuros son muy caros —contestó el brujo—, porque la vida se paga con la vida y el tiempo con el tiempo se paga.
En la sala de audiencias, los mortales no podían ver su supuesta majestad. En aquel formidable salón, lleno de espejos y decoraciones de diosas, el solicitante tenía que permanecer postrado ante una cortina roja. Allí debía contemplar la imagen, bordada en oro, del palacio en medio del lago.
Anand, el soberano, se humillaba ante aquel ser infame, con todo el abatimiento de su orgullo pisoteado. Nadie había encontrado en los libros santos un remedio para la triste enfermedad de Lavinia, la adorable esposa del príncipe. La princesa se iba muriendo, día a día, sin que pudieran hacer nada por ella. Después de recorrer cientos de santuarios para suplicar la sanación de su mujer, tras haber traído los mejores médicos de toda la India y China, su esposa seguía muriéndose. Cada día le quedaba menos vida; cada mañana, menos fuerzas, siempre a punto de no volver a abrir sus hermosos ojos nunca jamás.
«El tiempo con el tiempo se paga» —había dicho Madhur.
Y le había dado seis días para decidirse. Debía escoger entre Lavinia, a quien podía salvar, o designar una vida que tendría que entregar a cambio: la suya propia o la de alguien de su sangre. Disponía de menos de ciento cincuenta horas para pronunciarse.
«Así es como Madhur consigue ser inmortal», pensó. «Se apropia de los años que les quedan a las vidas de quienes se postran ante él o las de sus familiares».
Anand estaba desolado: «¿Para qué quiero vivir si no es con mi dulce esposa Lavinia, la única persona tierna y fiel que me ha hecho feliz? ¿Y si entrego la vida de mi hijo Hari, el heredero; o la de Marala, mi hija de cuatro años?».
Su obligación era decidir. El tiempo no se detenía.
Anand recordaba una y otra vez las risotadas de Madhur, siempre oculto: «Debes elegir, debes elegir. Escoge bien para que yo viva los años que arrebate a los de tu sangre. Lo único valioso que hay en ti, pobre mortal, es el tiempo que me entregues. Así prolongaré mi vida».
No podía complacerlo con el aliento de una niña tan pequeña. Tampoco podía regalarle la existencia de su heredero Hari, futuro soberano de su pueblo. «Solo puedo pagar con mi propia vida».
Día cuarto. Se acerca el plazo. «Si no eliges, Lavinia morirá».
«¿Para qué quiero vivir si no es con mi esposa y mis hijos?», pensó aterrorizado.
Día quinto. «Son mis últimas horas de vida», se dijo. Sintió la brisa que venía del lago y se estremeció.
Día sexto:
—¡Quiero hacer una oferta a Madhur! —gritó.
Lo llevaron a la sala de audiencias. Allí se repetían los ecos de sus pasos. Y Anand se postró.
Detrás de la cortina, se oyó la repugnante voz de Madhur:
—Maldito gusano, ¿has escogido ya la sangre que me ofreces como pago por la vida de Lavinia?
—He decidido. No tengo otra posible elección. A cambio de la sanación completa de mi esposa, te ofrezco…
Estaba convencido; pero, en el último instante…, ¡ay! El miedo, el miedo nos gobierna. Tomó aire. Tragó saliva.
—… a cambio de la vida de mi fiel esposa, te ofrezco la de mi heredero, el príncipe Hari.
Detrás de la cortina se oyó una tremenda carcajada. Madhur no podía parar de reír. La cobardía del príncipe fue la chispa que encendió sus horribles risotadas.
—Eres una miserable sanguijuela. ¿Tanto temes a la muerte? ¡Así que me entregas los años de vida que le quedan a un muchacho!
Anand apretó los puños. Era incapaz de levantar la vista del suelo. No podía sentir mayor humillación que su propia cobardía.
—No me vale, Anand. No me vale.
Y entonces, muy despacio, pronunció sus palabras una a una:
—Solo puedes entregarme la vida de alguien… de tu propia sangre.
Anand contuvo la respiración. Clavó su mirada en la cortina. Comenzó a sudar. De repente, comprendió el mensaje de Madhur y lloró con amargura.
Desde aquel día, cambiaron la imagen del tapiz que oculta al hechicero. Ahora es la de un príncipe cobarde. Un soberano miedoso que se está quitando la vida con su propia daga en la sala de audiencias del palacio que hay en medio del lago.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
AGUA MANSA
¿Veis ese afeite mágico, sutil, iridiscente, que pone reflejos de ópalo en las adormiladas aguas del lago? Son los heraldos del amanecer, que como una exótica fanfarria silenciosa, anuncian la inminente explosión del nuevo día.
Una bandada de gaviotas patiamarillas, perfila su vuelo contra el sol recién nacido; arganeo cósmico, que proyecta su ancla de fuego sobre el ensortijado cabrilleo de este mar sumiso.
Cierro los ojos y el mar desaparece, se vuelve tierra fértil, generosa, acogedora, donde maduran las uvas, amarillea el trigo y se rizan, pacientes, los olivos.
El valle, que ahora duerme limos en el fondo del embalse, vuelve a contarme su historia, que es la mía. Me habla, con ronquera de cieno malquerido, de esquilos, majadas, repicar de yunques en la herrería, urgencia de mugidos en los establos, olor a humo de leña quemada en los fogariles aldeanos y tañido de campanas al amanecer.
Vuelvo a ver mi pueblo, apacible, pequeño, anclado junto al río. Veo las calles estrechas de empinadas cuestas, que terminan en la recoleta plaza de la iglesia; y el bar de Antonio, donde los domingos, después de misa, se juntan ricos y pobres, grandes y chicos, ateos y meapilas, a tomar vino recio, los hombres, y gaseosas enfriadas al hielo, las mujeres y los chiquillos.
Veo a mi abuelo Néstor, fuerte, imponente, como los álamos del río, caminando a grandes zancadas por el monte, seguido de cerca por Viriato, el hermoso braco alemán de pelo corto, que siempre lo acompaña a todas partes.
Viene a visitarme la imagen, nítida, entrañable, querida, de mi abuela Claudina, afanada entre sus fogones, reservando para mí la primera rosquilla salida de la sartén, el mejor bocado de la olla, el huevo más lozano de sus gallinas.
No sé por qué, recuerdo una tarde ver un ratón que salía del cuarto de las patatas.
Lo llamábamos así, porque debajo del ventanuco, que se abría directamente sobre el corral, había un canasto grande, donde se guardaban las que el abuelo separaba para consumir en casa: el resto de la cosecha, casi toda, era para un mayorista, que luego las revendía en el mercado de abastos de la ciudad diez veces más caras.
Además de patatas, en esa habitación se guardaban cebollas, ajos, pimientos morrones, frutas, al natural o en conserva, salazones… así que bien podríamos haberlo llamado el cuarto de las cebollas, de los garbanzos o incluso de los jamones, porque siempre había un par de perniles sudando grasa, colgados del techo.
Aunque lo más natural habría sido llamarlo despensa, que lo dice todo y no admite segundas interpretaciones, pero eso estaba descartado por obvio: en aquel tiempo, en mi familia, éramos felices, poco dados a las formalidades y, cuando no merecía la pena poner atención, alérgicos a lo evidente.
El ratón anduvo un trecho pegado a la pared, alerta ante cualquier peligro que pudiera surgir, mientras venteaba el aire, por si en alguna brisa le llegaban tufos de mal agüero y buscando, quizá, una ruta de fuga para caso de apuro, un sagrario al que acogerse de urgencia.
Luego, cuando estuvo seguro de que controlaba el medio, aventuró un trotecillo cauteloso hasta el centro de la cocina y se detuvo junto a la estufa de leña, que chisporroteaba, congestionada, haciendo la digestión del tuero, que alguien le acababa de embutir. Seguidamente, a pequeños brincos, desapareció debajo de un viejo bargueño y ya no supe más de él.
Aquella noche, la abuela Claudina se puso enferma, muy enferma. Vino el médico, se encerró en una habitación con mi abuelo y con mis tíos. Por la mañana llegó una furgoneta blanca, que llevaba pintadas sendas cruces rojas en los laterales. Unos hombres, igualmente vestidos con batas blancas, sacaron a mi abuela de casa, acostada en una cama con ruedas, que metieron en el coche, y se la llevaron. No volví a verla más.
El abuelo mandó construir en el cementerio, una capilla de ladrillo rojo y azulejos, de influencia mudéjar, rematada con un elegante campanil. Allí quedaron, descansando en paz, los restos de mi abuela Claudina.
Luego, casi a continuación, como en un mal sueño, pasó lo de la hidroeléctrica: el proyecto de ampliar el embalse, que años atrás habían construido aguas arriba del río, para crear uno mayor inundando nuestro valle.
Fueron días muy tensos. Recuerdo las reuniones en el ayuntamiento, a las que asistía todo el pueblo, y de las que salían con las caras serias y el miedo pintado en los ojos. Después llegaron las cartas.
En ellas se ofrecía realojar a las familias en un pueblo nuevo, que la hidroeléctrica estaba construyendo unos kilómetros al este, y una indemnización por las tierras de cultivo, que a todos pareció insuficiente.
Se pasaron muchas semanas cargadas de incertidumbre, promesas, amenazas, hasta que un día llegó la orden; había que abandonar las casas, dejar el pueblo, salir del valle.
Se habló de trasladar a los muertos al cementerio nuevo, nadie quería dejar a los suyos atrapados bajo las aguas. Todos hablaban, proponían soluciones, exigían respuestas. Mientras los muertos siguieran en el cementerio viejo, nadie abandonaría el pueblo. El abuelo Néstor callaba.
Una mañana fría, lluviosa, desapacible, llegaron con sus pistolas, metralletas y dando voces. El plazo había terminado. A empujones, de malos modos, como pudieron, los aldeanos tuvieron que cargar sus cosas en unos camiones verdes, que olían a resignación, desamparo y miedo.
Al caer la tarde, con el agua entrando ya en las primeras casas, entendieron que sus vidas, como los muertos del camposanto, estaban condenadas a quedarse en el fango, bajo las aguas. Que desde ese día ya nada, ni nadie, tenía una historia pasada que contar. Unos lloraban, otros maldecían, algunos se enfrentaban, tímidamente, a las pistolas. El abuelo Néstor callaba.
Fue aquella una noche larga en la que pocos durmieron. Abiertas sus compuertas, las aguas del embalse de arriba se precipitaron por el valle vencido, como una ola devastadora, que arrasó los cultivos, tumbó cercas y graneros, profanando las casas vacías, con una bulla de soldadesca borracha, entregada a la rapiña del botín.
Al amanecer, el pueblo entero había desaparecido bajo las aguas y solo el viejo cementerio, encaramado en lo alto del cerro, resistía el avance de la inundación, que más lenta, pero inexorable, iba ganando terreno palmo a palmo, y ya lamía sus tapias encaladas.
Las mujeres lloraban desconsoladas. Los pequeños, medrosos, aferrados a sus faldas, lo miraban todo sin comprender. Los hombres, cansados, abatidos, adivinaban bajo las aguas el verdor de los viñedos, las amarillas mazorcas en los maizales, el rojo lascivo de las amapolas del trigal.
Sonó la campana de la iglesia nueva convocando a oración. Solamente unos pocos acudieron a su llamada; la mayoría permaneció insensible, la mirada perdida en un pasado que ya no era suyo. Algunos alzaron, amenazadores, sus puños al cielo, con un odio incontenible y blasfemo. Una ráfaga de viento fuerte entró por el norte, erizando de espumas la superficie del lago y desde el campanil de la tumba de mi abuela Claudina, unos furiosos tañidos de bronce honrado, hicieron que las gargantas explotasen en un rugido de revancha. El abuelo Néstor callaba.
Se llenó el pantano, ningún recuerdo quedó del valle en la superficie, la vida reclamó su espacio: había que roturar las tierras, buscar nuevos pastos, impregnar las casas con los olores familiares. Los hombres tornaron a empuñar sus aperos; las mujeres se dieron prisa en aprender a manejar los modernos fogones y los críos regresamos a la escuela, con rumiante resignación de cordero.
Antonio abrió su bar en la plaza nueva, junto a la iglesia, y las mañanas de domingo volvieron a oler a vino recio, acompañadas del vocerío de los corrillos y el siseo burbujeante de las gaseosas enfriadas al hielo. La gente había comenzado, otra vez, a escribir su historia. Solo el abuelo Néstor callaba.
Seguía teniendo la rotunda altivez de un chopo ribereño, el pecho poderoso, la fibrosa musculatura de su juventud, pero sus ojos permanecían inexpresivos, muertos.
Ya no trabajaba el campo, había puesto esa responsabilidad en manos de sus hijos y únicamente cuando estos le pedían consejo, se agachaba sobre los polvorientos terrones, desmenuzándolos entre sus dedos, aconsejaba la presencia del veterinario o modificaba el ángulo de la vertedera.
Se levantaba con el día, metía en al pequeño zurrón un pedazo de queso, pan y algunas olivas; llenaba la bota con vino de sus toneles y, a grandes trancos, salía de la casa, seguido de cerca por su fiel Viriato, para no volver, siempre taciturno, hasta la caída de la tarde.
Unas veces, las menos, subía a la sierra, buscando las umbrías del hayedo, para retornar con el zurrón cargado de setas y oliendo a tomillo, espliego y menta silvestre; otras, las más, se acercaba hasta una cortadura de rocas, que caía sobre el pantano, y allí pasaba horas y horas, contemplando las aguas, ensimismado, ausente, rumiando sus recuerdos.
Aquel año, el otoño vino con prisa de cederle el testigo al invierno. Las tardes morían pronto, el frío vaciaba las calles y, como una bruma pegajosa, la melancolía se colaba en las casas, llenando de pesadumbre y soledad los corazones de las gentes.
Viriato gimoteaba tras la puerta cerrada, tumbado en el suelo, con el morro metido entre las patas y una mirada de incomprensión en sus ojos tristes. El zurrón y la bota colgaban de su escarpia y el abuelo Néstor no estaba en la casa. No recuerdo quién dio la voz de alarma, pero todo el pueblo se movilizó en su busca.
Unos pocos hombres, los menos, partieron hacia la sierra, siguiendo el camino del hayedo; otros, los más, siguieron a Viriato hasta el borde del acantilado rocoso, que se precipitaba en el embalse. Allí, sobre un peñasco, en orden riguroso, encontraron su viejo gabán de piel, la boina veterana y una rama de espliego rematando el conjunto. Fue su forma de decir adiós.
Vinieron hombres uniformados, con barcas, que lo navegaron todo buscando su cuerpo sin poder dar con él. Dijeron que, tarde o temprano, aparecería, que el agua nos lo iba a devolver. Pero yo sabía que no. El abuelo Néstor estaba feliz, en la capillita del fondo del lago, charlando con la abuela Claudina de sus cosas y, seguramente, aguantando alguna buena bronca, por haberse llevado tan poca ropa de abrigo al otro mundo.
Llovió poco en primavera, la sequía se adueñó del verano, la capacidad del embalse fue descendiendo lentamente y una mañana luminosa de agosto, sobre las aguas azules, como flotando en un lago de ensueño, apareció el viejo cementerio. Todo el pueblo se acercó a la orilla para contemplar el milagro.
Allí estaba, majestuoso, solemne, invencible. Con sus carcomidas cruces de piedra, sus ángeles trágicos y, en lo más alto, reluciente de azulejos, el rojo ladrillo desafiante y la esbelta torre apuntando al cielo, la capilla familiar, que parecía un palacio pequeñito, de cuento de hadas, protegiendo el sueño de dos amantes, para toda la eternidad.
Una cálida brisa de viento sureño agitó el campanil y un repiqueteo de bronce enamorado, hizo rugir de júbilo las gargantas. Y yo, sin dejar de reír, enloquecido, corrí por aquella playa artificial, emocionado, feliz, abrazando la brisa que, estaba seguro de ello, me traía el beso húmedo de mi abuela Claudina y el arrumaco torpe de mi abuelo Néstor, que por fin había hablado.
MATEO VIERA
El Orquideario.
Por Taru que pasamos calor en ese desierto. Las bandadas de kongamatos nos observaban desde el cielo, suspendidos en el aire sin esfuerzo, gracias a las columnas de aire caliente que se alzan invisibles sobre las dunas, y solo ellos detectaban. Comenzaron a seguir la caravana varias millas atrás. Dados a la sencilla tarea de esperar a que sucumbiéramos al calor. Era la tercera montura que comieran esta semana.
La fatiga se empezaba a notar en la mirada de la compañía. Los hombros con surcos por las correas de las lanzas. El peso de los morrales de cuero parecía multiplicarse. Incluso los casuarios corrían titubeando bajo las monturas. Nuestro único consuelo era la gran altura del palacio, lo veíamos a lo lejos, incluso antes de salir del reino. Evitando que nos desorientemos.
Las dunas grises se difuminaban en el horizonte, bajo las sutiles ilusiones del bamboleante vaho infernal. Otro casuario cayó de costado y su jinete rodó -desmayado tiempo atrás-, el sacerdote lo miró de reojo, casi sin darle importancia.
Mientras lo levantaban escuchamos el grito vivo de la avanzada, se vislumbraba la base de la torre, y la refrescante bendición de su lago circundante. Los casuarios corrieron en una desesperada estampida al oler el agua.
El sacerdote fue el único que parecía calmo, desmontó de su casuario rojo sin perder la compostura ni acuclillarse a beber como una bestia. Recio y tan silencioso como su montura. Tomó un cuenco que sacó de su abrigo, y tomó pequeños sorbos del lago.
Esa noche acampamos en la ribera. Desmontamos las tiendas, alimentamos a las bestias, descargamos las pequeñas embarcaciones, amarrándolas en estacas. Para las hogueras recolectamos lo único inflamable del desierto: los arbustos de espinillo.
Al día siguiente logramos recomponer fuerzas y descansar. Fue entonces cuando pudimos apreciar más calmadamente la descomunal presencia del derruido palacio. Era difícil suponer la altura, se alzaba imponente, difuminándose la cúspide y el cielo.
Partimos dos días después, en cuatro botes cargados de hombres. Los kongamatos planeaban en derredor, muchos de ellos anidaron en los balcones.
Nos mirábamos unos a otros con nerviosismo, el general nos guiaba al interior, seguro de sí mismo. El ruido metálico de sus espuelas de oro retumbó con un eco punzante en las paredes de madera petrificada. El aire enrarecido nos hizo poner en alerta, había algo. Nos pusimos a la defensiva en el acto, empuñamos las lanzas, la cuadrilla de indios armó sus arcos, los perros de batalla ladraban enloquecidos.
Seguimos avanzando con cautela, despejando el camino para la cuadrilla de saqueadores. Las motas de polvo danzaban en derredor nuestro, iluminadas por la luz solar, reflejada en el sistema de iluminación por espejos.
Cuando vimos al guardián del palacio nos agazapamos poniéndonos a la defensiva. Una imponente mole de piel blindada, con brazos como troncos y contextura de bisonte. Bajamos las lanzas apuntándolo, los arcos indios se tensaron con un sonido quebradizo, el general desenfundó el sable y esperó la reacción de la imponente criatura.
«Alto» nos grito con una voz profunda y reverberante. Sujetando el mazo de jade sobre su cabeza, a modo de advertencia. Nos pidió retirarnos, el general en cambio expuso su autoridad, imbuida por el emperador y el derecho de tomar en posesión todo lo que abarque sus dominios. El sacerdote impasible miraba la escena en uno de los flancos de la compañía.
Lentamente el guardián avanzó un paso, e inició un ademán que fue cortado prematuramente. Recuerdo vívidamente, como si el tiempo se detuviese. Conmocionado, el más joven de los arqueros indios soltó por accidente la cuerda del arco, vi volar sobre mi hombro la flecha que inició la masacre.
Jirones de los perros de batalla volaron salpicando las paredes de madera petrificada. Despedazados ante el poder inigualable de esa gigantesca maza de jade. El guardián, erizado de nuestras flechas y lanzas, caminaba irrefrenable como un toro. Su sangre azul bañaba los pisos, y sin embargo no dio señales de agotamiento. El sable del general se partió con un ruido seco en el pecho de la criatura, ésta, tomó su cabeza y la giró con un ruido de madera quebrada.
Avanzamos en grupo, pero nuestros ataques eran inservibles. Todos los soldados murieron en sus manos. En la vorágine de la batalla mi escudo fue alcanzado por la maza y sentí el desesperante punzón de mis propios huesos astillarse, perforando la carne.
El sacerdote se interpuso entre nosotros y sin dudarlo se quitó la capucha. Algo en su rostro hizo que el guardián titubease. No logre escuchar lo que le decía, fue cuando empecé a perder intermitentemente la conciencia. El guardián bajó su maza. Me desmayé viendo como se retiraba, y sus pasos de bisonte retumbaron en mi cabeza. Sentí como si el suelo de volviese de nata tibia, hundiéndome en los más profundos abismos.
En los momentos de lucidez que tuve antes de recuperarme, me di cuenta que estábamos instalados en uno de los cuartos del palacio. Todos los días el sacerdote me traía pescado fresco del lago, sin dudas eso y sus artes de sanación colaboraron a mi rápida curación. Callado, se encaramaba sobre una butaca del rincón, asegurándose de que me alimentara.
Cuando pude incorporarme espié por las persianas. Los vi sentados en torno a una hoguera en el salón circular del palacio. Murmuraban sin mirarse, parecían cómodos y tranquilos. Los observé durante un tiempo y volví al cuarto, caí rendido por el esfuerzo.
No sé en qué momento se volvieron cercanos. Al día siguiente increpé al sacerdote, pero no pude sacarle gran información. Seguía callado como siempre, aunque tenía mejor humor.
El guardián también era sumamente silencioso, en general no respondía a mis preguntas, solo a las del sacerdote.
Para ayudar a mi recuperación dábamos largas caminatas recorriendo los salones del palacio. Hermosas e imponentes cúpulas cargadas de adornos y detalles. Cada parte de pared tallado con sus diseños entramados.
En cada recodo, pasillo, umbral estrenábamos un nuevo asombro. Fue en uno de esos recorridos que el guardián nos mostró su más preciado tesoro. Entramos en una de las terrazas cerrada por un techo de cristal. El ambiente denso soltaba una espesa bruma que se desmoronó ni bien abrimos la puerta. Dentro el orquideario estallaba de colores, formas, entramados. Orquídeas traídas de los más remotos rincones del reino prosperaban en ese paraíso artificial mantenido a duras penas por el gigante. Acariciaba las preciosas flores con la torpe delicadeza de sus gruesos dedos. Verlo acurrucado como un niño gigante nos causó una extraña impresión, pues estaba dotado de una gran sensibilidad para las cosas bellas.
Meses después pude caminar sin ayuda. Le pregunté al sacerdote si me acompañaría de vuelta al reino, aunque ya conocía la respuesta. Se quedaría en el palacio acompañando al gigante. Me explicó con entusiasmo su desquiciado plan de reverdecer el desierto. Traería bayas y semillas de las tierras del norte.
Encarecidamente me pidió que le llevara al emperador una carta de su puño y letra suplicando desistir en la empresa de despojar al palacio de sus riquezas.
Sentí un poco de pena cuando años después volvimos con una nueva caravana de soldados, y descubrí que el sacerdote le había ganado de a poco terreno al desierto, creando nuevos bosques y montecitos en torno al lago.
RAFAEL ARAIZA
El castillo del hombre gris
Hacía tiempo que esperábamos la pregunta. Inflar y desinflar sus cachetes para contener la curiosidad no le sería suficiente en esta ocasión.
—Si tú eres el cuentacuentos del clan, ¿por qué nunca me has contado la historia de ese lugar? —pregunta al retirar la vista del palacio derruido y abandonado en medio del lago fangoso para mirarme a los ojos.
—No es una buena historia. Es triste, no creo que te guste. Ni a ti ni a nadie del clan —respondo con lo primero que pasa por mi mente, avergonzado por la mirada que pareciera tener intenciones poligráficas.
—Papá —susurra—, tu respuesta aumentó mi curiosidad. Cuéntame, por favor.
—Lo haré, aunque debes saber que…
—Sí, ya sé: la historia que vas a contar puede contener hechos reales y otros ficticios. Creo que esa es tu parte favorita de todas las historias que cuentas —esa es mi niña de doce años. Y pensar que aún la recuerdo llorando por su biberón.
—A ese lugar lo llaman el castillo del hombre gris. Dicen que fue construido cuando el mundo tenía electricidad, internet y redes sociales…
—«Los tres grandes males de nuestro siglo» —exclama, agravando la voz para hacerla sonar como la mía.
—Así es, listilla. ¿Puedo continuar? —sonríe y asiente—, lo construyó un hombre que, a través de las publicaciones de su esposa en las redes sociales, se enteró de que esta había dejado de amarlo…
—¿No hubiera sido más fácil decírselo a él?
—Es difícil explicar el poder subyugante que ejercían las redes sociales sobre las personas. Las publicaciones que las conformaban eran como un escaparate que la mayoría usaba para presumir vidas que no vivían, amores que no sentían…
—Mentían.
—No precisamente, era algo como contar verdades a medias. Pero no todos los usuarios actuaban así, algunos podían convertirse en mejores amigos, novios e incluso esposos. Sin embargo, la historia que vivió el hombre gris se presentaba con una frecuencia espantosa.
» Él se dedicaba a trabajar para su familia que, aunque pequeña, representaba su felicidad. El tiempo que dedicaba a sus redes sociales era mínimo, casi nulo, por esa razón no se enteró de las publicaciones en que su esposa lo mostraba como el causante de su infelicidad. Ella quería libertad, diversión, lujos y todo lo que aparecía en las imágenes que publicaban los “influencers” …
—¿Eso qué es?
—Eran… Personas famosas en las redes sociales que supuestamente tenían la capacidad de influir en las decisiones de sus seguidores, algo así.
—¿Y qué pasó con el hombre gris?
—Un día regresó del trabajo y su esposa se había ido, abandonó al hombre gris y a una hijita de un año. Él la buscó por todas las redes sociales para pedirle una explicación, entonces vio las historias que contaban de su falta de atención y detalles, de cómo se la pasaba trabajando para ganar dinero mientras su esposa solo pedía amor…
—¿Y las personas le creyeron a la esposa?
—Sí. Su historia, aunque vivida y contada un millón de veces por otros usuarios, se viralizó, ganó muchísima fama. Por eso el hombre gris decidió retirarse de las redes sociales y llevar a su hija a un lugar donde la contaminación mediática no la alcanzará. Así llegó a ese lago y construyó ese castillo…
—¿Quieres decir que el hombre gris sigue viviendo allí? ¿En esas ruinas?
—No, ya no viven allí. Cuando el mundo se quedó sin electricidad abandonaron ese lugar para intentar sobrevivir, como millones de otras personas.
—Deberías contar esa historia en el clan. Estoy segura que les gustaría.
—Quizás lo haga… de nuevo —farfullo la segunda parte de la oración.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
UN PALACIO EN MEDIO DE UN LAGO
Los primeros casos de indisposición aparecieron sin previo aviso, tal es el caso de las enfermedades que aparecen de la nada y van tomando posesión del territorio donde aterrizan sin permiso, impúdicamente. El primer caso fue tomado sin conceder la importancia que el tiempo se encargaría de otorgar. Con frecuencia se piensa que será algo pasajero, anecdótico, que desaparecerá igual que vino. No solo no desapareció, sino que iba creciendo a través de los días, de tal forma que, al desgobierno de aquella latitud, no le quedó más alternativa que habilitar un recinto donde instalar a aquellos niños, porque la nueva enfermedad, desconocida para los galenos consultados, asombrados de que el mal solo afectara a los niños. Reunidos los mandamases en concilio, asomó la cabeza pensante –que no inteligente- del grupo, el cual creyó conveniente para el organismo, -que lo fuera o no para el acogimiento era cosa de segundo grado-, a ellos les venía importando de poco a nada las condiciones idóneas o no sobre el espacio elegido. El lugar en cuestión era un castillo cerrado hacía años, propiedad de un terrateniente que lo donó a la administración por no poder costear su intendencia. El consistorio envió un grupo de limpiadores que a lo largo de semanas dedicaron esfuerzos a la tarea casi imposible de convertir aquel antro en algo que pudiera ser medianamente habitable. Los descosidos en el tejado habían conformado una espiral de tragaluces iluminantes de las estancias en el último piso. Esta circunstancia por el momento beneficiosa, pues era verano, se convertiría en una trampa cuando llegaran el frío y las lluvias. Uno de los limpiadores puso en conocimiento del correspondiente cargo administrativo la contingencia. Una lacónica respuesta al problema planteado fue la que recibió el operario: «Hay tiempo, todo llegará». Pero no llegó…
Comenzó el traslado de infantes a las estancias de los primeros pisos; cuando ya solo quedaban libres los superiores, el problema de los socavones en el tejado tomó forma, a pesar de que las lluvias no habían comenzado, los agujeros permitían el paso hacia las habitaciones de todo tipo de aves, incluso reptiles que, cual Rajás, se acomodaban en los aposentos e incluso instalaban allí sus nidos.
Las madres podían visitarlos una vez al mes; no estaba permitido el acceso al interior por miedo a un posible contagio, poco creíble hasta el momento porque como ya se ha dicho solo afectaba a los infantes, por lo que se construyeron unas pasarelas desde donde y a través del cristal, las sufridas madres podían saludar a sus vástagos.
El conjunto de todas estas anomalías provocaba en los niños un estado de inquietud permanente en los que el miedo y la ansiedad se sumaban a su precario estado de salud, haciendo causa perdida una recuperación de por sí difícil.
El consistorio seguía sin intervenir para poner remedio a la situación. Ante tal dejación, un grupo de muchachos comenzó a organizarse, burlando la vigilancia a la que estaban sometidos se dedicaron a la tarea de buscar otra ubicación que les permitiera vivir, que les ayudara a superar aquella etapa otorgada en suerte.
Caída la tarde, con las últimas luces, se descolgaron hacia el patio trasero ausente de toda guardia, un descuido por parte de los cancerberos que no tuvieron en cuenta este lugar. Entre la vegetación que había ido creciendo gracias a la ausencia de todo paso por aquel lugar, medio se adivinaba lo que en otro tiempo debió ser un sendero, con plantas que sobrepasaban la estatura de los diletantes exploradores, el camino los conduciría a un escenario plateado que conformaba el lago ahora extendido a sus pies. Todo grupo que se precie tiene su héroe y su villano. Se acercaron con cautela, el héroe poniendo su pie dentro del agua, el villano intentando retroceder y conseguir que el grupo le siguiera. A pocos metros un reflejo indefinido emitía su reflejo en el agua. Podía ser cualquier cosa, desde un barco hundido con su proa apuntando al cielo, hasta un animal, una placa de hielo…un…una…
—La única forma de llegar es nadando. —Dijo el héroe.
—Ni locos entramos ahí…—Exclamó el resto.
Nuestro aprendiz de héroe se lanzó sobre el lecho plateado, alcanzó lo que desde la orilla era una sombra. Lo que allí perdía su anonimato para revelar su esencia era un palacio construido por quien sabe quién ni con qué fin. Entorno a estas edificaciones se multiplican las historias fantásticas, casi siempre protagonizadas por princesas que enamoradas de un pretendiente no aceptado por el clan familiar, eran encerradas de por vida en la fortificación…Esa y otras muchas historias pudieran ser ciertas o no…para el presente caso este hecho no tiene relevancia.
Entró nadando por una de sus ventanas. La maravilla fue que, al cruzar el dintel, el interior aparecía iluminado, el mobiliario exquisito, los suelos alfombrados, las habitaciones vestidas como las de un rey…se encaminó a una de las ventanas, por señas y a gritos llamó al resto del grupo: «¡Venid! ¡No tengáis miedo!».
A regañadientes, puesto que el villano acezaba para abortar la iniciativa, el grupo, poco a poco fue lanzándose al agua…dentro del palacio no daban crédito a lo que sus ojos veían…
—Tenemos que regresar. Hay que organizarse y convencer al resto de los muchachos, si lo conseguimos, nos mudaremos aquí. —Anunció el héroe.
La vuelta al castillo llenó de silencio el camino. Una vez en las habitaciones sin que los carceleros se hubieran apercibido de su falta, cada uno ocupó su cama hasta que al alba pudieran reunirse sin la vigilancia a la que eran sometidos y proporcionar la información al resto.
Reunidos a la hora en que sus guardianes dormitaban después de la comida, el héroe explicó el plan a los demás. Unos de acuerdo, otros temerosos, muchas dudas, pero al final hubo consenso y planearon la huida para la noche del trece de septiembre en que la luna llena iluminaría el camino hasta el lago.
Obviaremos los detalles de cómo lograron escapar del castillo hasta llegar sorteando obstáculos al lago. Puede que no sean cosas sin importancia, pero no son necesarias para relatar lo sustancioso de la situación de un grupo de apestados para una sociedad ignorante que los apartaba sin siquiera saber cuál era el motivo para llevar a cabo tal distanciamiento, condenando a un grupo de muchachos a enfrentar otros mundos cuando apenas habían aprendido a moverse en el que les era conocido.
Una vez llegados a la orilla del lago se lanzaron al agua sin convicción, con el deseo de que un futuro incierto fuera mejor que el que dejaban atrás. Dentro del palacio se distribuyeron por las habitaciones entre risas y exclamaciones de júbilo. No podían creer que un sitio tan mágico pudiera ser a partir de aquel momento su morada. El palacio sumergido era un hábitat inmejorable. Los niños recuperaron su salud, no existía la enfermedad, la muerte, el odio, el aburrimiento…
En noches de luna llena a quién asegura escuchar los cánticos de un grupo infantil elevándose junto al palacio que emerge proyectando su luz sobre el bosque, de este hasta el castillo, cubierto por entero gracias a un manto de enredaderas.
Cuando la luna plena de luz asoma, las madres que otrora se aupaban a una pasarela, visitan ahora a sus hijos, felices, desde las estrellas. Un archipiélago de islas inexploradas donde desde entonces reina la paz.
Fin de toda intromisión.
GLORIA ALBADALEJO AYALA
LA HERENCIA
Ya ha pasado un mes que heredé un palacio. En la notaría me dijeron, que la herencia era de parte de un familiar, por lo visto lejano, de parte de mi padre, un tal Alfredo. Pero ¿ quién es ese tal Alfredo ? . Nunca escuché ese nombre en mi familia, desde luego tenía que ser alguien muy muy antepasado. Yo no puedo asumir esos gastos, mantener un palacio, que está en medio de un lago, requiere muchos gastos, y para llegar hasta allí, tengo que coger una barca como transporte, ya que como he explicado, está en medio de un lago. El dicho palacio es desconocido. Me he estado informando en varios medios y nadie me ha podido hablar de él, parece como si no existiera. Teno que verlo, ponerme al día y posiblemente venderlo porque yo no estoy dispuesto a vivir a un lugar como ese.
Ahora que he empezado las vacaciones de verano, tengo más tiempo para visitarlo, ya que está bastante retirado de donde yo vivo. He invitado a dos amigos para que me acompañen. Tengo que ser sincero, ese palacio, castillo o lo que sea, no me da muy buena espina. Intuyo que algo desagradable a ocurrido ahí y no me gustan los misterios, ni nada semejante. Hay algo en mi cabeza, muy en mi interior, que me está advirtiendo de algo negativo, pero no puedo localizar bien la situación de esos pensamientos. Esta noche pasada no he podido pegar ojo apenas, he dado muchas vueltas pensando en eso, mientras ese algo extraño me corroe la cabeza.
Mis amigos y yo estamos muy cerca del palacio. Ya lo podemos ver cuando todavía faltan unos metros. Aún no me lo puedo creer que eso sea mío. No parece que sea muy grande, pero la vista es espectacular. ¿Pero de quién diantres era ese palacio? . La familia de mi padre era bastante humilde, y eso vale un dineral. Nada tiene sentido.
A los tres se nos ha iluminado la cara, se nos ha quedado la boca abierta y los ojos como platos cuando por fin hemos visto ese fenómeno de cerca. ¿Esa preciosidad es mía?, ¿sólo mía? . Ahí tenía que a ver una equivocación.
Hemos aparcado la barca y desembarcado con nuestras mochilas, con la idea de pasar ahí unos quince días, o lo que sea. Por fuera es perfecta, pero todavía me pregunto: ¿y por qué nadie la ha visto antes?, no aparece en ningún lugar de mapa, no lo entiendo.
El día se está poniendo fresquito y eso que estamos en julio. No contaba con que, a lo mejor, en esta zona haría más frío.
Estoy buscando la enorme llave del portón para entrar a dentro del palacio, que he dejado a dentro de mi mochila, pero curiosamente no la encuentro. Mientras tanto a mis espaldas, solo veo agua por el gran lago que nos acompaña. Demasiado lejos de todo y de todo. No me siento cómodo y empiezo a ponerme nervioso al no encontrar la dichosa llave. Pablo y Lucas están curioseando la gran vista de los alrededores. Con lo que ha costado llegar hasta ahí, y si me he dejado la llave en casa, mis amigos me van a matar.
¿Pero cómo?, ¿Qué diablos hace la llave en la cerradura?, yo no la he puesto ahí, ninguno de nosotros, claro. Estoy convencido de que esa llave enorme de hierro, la tenía guardada en la mochila. A lo mejor la he puesto yo sin darme cuenta, con los nervios y ni me acuerdo, no sé. La mano me tiembla y me cuesta girar la llave por la cerradura, no puedo abrirla, me resbala, me sudan las manos, pero al final no sé cómo, la puerta se abre sola. Ya empiezo a estar mosqueado, eso no es normal a no ser que tenga un mecanismo un tanto extraño que se abre de esa manera. Entro y como me había supuesto, todo está a oscuras y aunque afuera todavía es de día, a dentro no llega la luz y enciendo la linterna que llevaba preparada por si acaso. No me habían asegurado que hubiera electricidad, ni ningún suministro. Nadie sabía ni siquiera en el estado que podía estar, incluso podría habérmela encontrado derruida y llevarme esa desagradable sorpresa. De aspecto está bastante bien, por lo poco que puedo ver con la linterna. Alguna tela de araña y bastante polvo compruebo que tienen los muebles de madera maciza, pero con eso ya contaba. La puerta pesada de la entrada, se ha cerrado de golpe.
– ¿Lucas, Pablo, ¿sois vosotros? – Los llamo, pero no me contestan. No creo que me quieran gastar una broma, ellos son bastante serios para hacer esas jugaditas, no me los imagino, por eso son mis amigos.
Voy hacia la puerta para abrirla de nuevo, ya que ahora todavía veo menos. La luz de la linterna no es suficiente, además empieza a parpadear, signo de que se está acabando la batería. ¡Joder!, solo faltaba eso. Resulta que la puerta ahora no se abre, se ha quedado encallada. Empiezo a llamar a gritos a Lucas y Pablo que no me contestan. ¿Qué les pasa a estos chicos? Las manos que me vuelven a sudar, no me acompañan a la tarea y empiezo a dar patadas. Me quiero ir de ahí. Al final se abre sola, como cuando quería entrar. Creo que esta puerta está estropeada. Estando así puede entrar cualquiera. Me sorprendo todavía más cuando al salir, afuera ya es de noche. ¿Cómo puede ser posible?, si ha pasado muy poco tiempo, calculo una media hora, como mucho. Mis amigos no están, los llamo y los busco por los alrededores, pero no los veo.
– Pablo, Lucas, ¿ dónde estáis ? – no contestan, ¿y la barca?, ¿a dónde está la barca?, ¡maldita sea!, me han traicionado, se han ido con la barca, tampoco está. ¿Por qué me han hecho esto?, ellos no son así. Sigo sin entender nada, pero escucho ruidos al interior de la casa, me asomo y enfoco con la poca luz que me queda de la linterna. No veo nada que se mueva ahí a dentro, creo que estoy solo, pero esos ruidos…, yo he escuchado algo, como golpes, arrastrando algo, o pisadas de alguien o algo merodeando por ahí, no sé. Seguido de eso, escucho alguien que me llama, -Andrés-, no conozco esa voz, parece que venga de ultratumba y salgo corriendo hacia afuera. Quiero huir de ese maldito valle encantado, de ese palacio abandonado y fantasmagórico y no sé cómo hacerlo, pero empiezo a escuchar un chasquido en el lago como si algo estuviera aproximándose hacia a mí. Es la barca, viene a buscarme, pero sola. Mis amigos han desaparecido, ellos no están en la barca. No puedo esperar a que llegue a la orilla y salto al agua en busca de ella para huir de ese lugar. Por fin estoy a dentro de la barca y empiezo a remar como un loco hacia algún lugar a donde haya lumbre, algún sitio a donde existan seres humanos y yo me encuentre a salvo. En ese momento, cuando ya empiezo a ver algo que se ilumina, alguien me llama, la voz del palacio me está persiguiendo. No consigo saber quién es, pero ahora algo me toca la espalda mientras me llama por mí nombre. No quiero mirar hacia atrás, pero me sobresalto y lo hago.
-Andrés, que si falta mucho para llegar al palacio.
Son ellos, Pablo y Lucas, están otra vez conmigo, pero si hace un momento no estaban ahí, estaban desaparecidos. ¿Qué está pasando aquí?, en ningún momento había dejado de estar nervioso, pero ahora me tiembla todo el cuerpo y no sé cómo reaccionar delante de ellos. Lo peor de todo es lo que está delante de mí, muy cerca de nosotros, el palacio, no entiendo y la barca se para justo delante de él que está esperándonos, esperándome con la puerta enorme abierta de par en par.
SISI ZIRCONITA
Ranjit no sabía lo que la vida le tenía preparado, estaba escrito en las estrellas, era su destino.
Nació en un entorno privilegiado ya que su padre era Ranjit I, Maharaja , osea, príncipe gobernante de su estado en la India.
Un día su padre le contó un sueño que tuvo y quería cumplir. Tendría que edificar un palacio y rodearlo de loagua en aquella zona árida pues eso traería y felicidad a su pueblo y él quería ser un buen gobernante.
Pero pasaron los años y Ranjit I cayó enfermo, así que en su lecho de muerte le dijo a su amado hijo que le prometiera que edificar el palacio y así su alma descansaría.
Con lágrimas en los ojos le dijo a su padre que no se preocupara que su alma estaría en paz.
Nada más había pasado un mes desde la muerte de Ranjit I y empezó a organizar todo lo necesario para empezar a la gran obra de su vida. Miles de trabajadores llegaron de todas partes del país. Escogió los elefantes más fuertes, unos mil a lo largo de todo el proyecto de la construcción.
Habían pasado veinte años y con la mala suerte del destino enfermó de un día para otro y no pudo ver terminado el proyecto.
En esta ocasión su esposa cogió las riendas pues no había herederos ya que no tuvieron hijos.
Ella terminó la obra del palacio del agua, edificaron una presa y en el tiempo de los monzones se llenaba y era rodeado por un lago que le daba un brillo y una belleza especial.
Su esposa vivió en el palacio los años que le quedaron de vida pero envuelta en una tristeza que traspasaba su alma y siempre se le recordó como «el alma que llora».
Fueron años de prosperidad. Porque el lago abastecía las tierras de su pueblo y sembraban y recolectaban y guardaban para los meses de sequía.
Cuando ella murió, nadie se hizo cargo del palacio,la prosperidad desapareció y la población emigró a otros países vecinos.
Más de doscientos años abandonado a su suerte.
Aquel emblema de prosperidad se convirtió en un lugar lúgubre y tenebroso.
Aquel oasis para las almas se convirtió en un espejismo.
Al día de hoy es un lugar turístico, puede ser visitado y cuenta la leyenda que durante el ocaso su color rojo se vuelve dorado como el polvo del brillo de un espejo, para recordar que un día tuvo esplendor y fue un lugar próspero.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Hace mucho tiempo, un rey con una hija rebelde.
La princesa no le gustaba ningún pretendiente, al rey le estaba creando problemas con otros reinos. Ningún príncipe era del agrado de la princesa.
El rey cansado, construyó un palacio en medio de un lago y allí encerró a la princesa.
Nunca escapó de su cautiverio.
Allí sigue el palacio, hay quien asegura que la princesa se asoma a las ventanas.
Pero quien sobrevive a tanta humedad?
MERCEDES MEDIANO
El Palacio del lago
La luna lo ilumina cada noche
en medio de la laguna
donde se yergue sublime y esplendoroso
el palacio de la sirena.
Nadie lo ve de día
y de noche
cuando la luna está llena
resbalan gotas de lágrimas marinas
de la bella princesa.
Se oye en el silencio
sus suspiros
se huele en todo el valle su tristeza
Y un quejido intenso
que lastima los oídos y el corazón del que lo escucha.
Ella sueña con el mar
que antes se comunicaba con el lago.
Caracolas y perlas de las ostras
Adornaban su pelo.
Las gaviotas emigraron
a otros puertos
y el volcán cerró la puerta
de acceso a la inmensidad
del mar abierto.
Quedó convertido en un lago
su universo.
Quedó aislada en ese valle
precioso, lleno de árboles
de todas clases. De flores, de romero, rosales, margaritas
lavandas y jarales.
Toda una paleta de colores y perfumes rodeaban las orillas
del lago del castillo de la sirena.
Los pájaros revolotean y cantan. Hay mariposas de todos los tonos exponiendo su belleza.
Ella nadaba por las noches,
Siempre estaba despierta
buscando la manera de encontrar
un camino para que el mar volviera.
Su madre le impuso este castigo
por salir del mar a tierra
por querer probar la vida
de seres que no saben respirar bajo las aguas
que quieren tratar a las sirenas
como seres extraños
que quieren exhibirlas en circos,
que quieren analizarlas en laboratorios.
Esos malditos humanos
hay que tenerlos alejados.
Por desobedecer le hizo un palacio
y con el volcán lo aisló en el lago.
donde nadie puede llegar
ni por tierra ni por mar
No tiene acceso desde ningún lado.
La pobre princesa no tiene consuelo.
Y de tanto llorar sus lágrimas derritieron la roca.
Y llegaron al subsuelo
donde el hada de la paciencia
tiene su reino.
Subió muy enfadada
porque había traspasado sus barreras,
había invadido su espacio.
Pero al ver su desconsuelo
el hada se volvió dulce
y le ofreció oír su historia
para ver si tenía arreglo.
Sacó su diadema de la risa,
su varita mágica
y la llevó a su reino
lleno de cuevas con estalactitas,
estalagmitas, ríos subterráneos,
iluminado todo con luciérnagas y dragones de ojos de fuego.
De hadas con cuerpos femeninos y hadas como hombres corpulentos.
Todo lleno de una belleza diferente que te trastoca el pensamiento.
Allí la sirena con su cola recogida en bellas piernas
y vestida con gasa, tul y una tela de espuma que se movía con el viento dando sensación de volantes que con gracia le daban movimiento.
Fue invitada a una reunión
en una sala de cristal
dentro de la cueva azul
para intentar entre las mejores
hadas dar una solución
a su problema.
El hada hombre más guapo que ella había visto
dijo que había que despertar al volcán
para qué con su explosión
abriera un estrecho
Un canal que volviera a comunicar el mar con el lago.
Era la solución, pero el hada más viejo
Se negó en rotundo.
No puede ser.
Se romperían los techos del subsuelo
y se inundaría el reino.
Les iba a salir caro el arreglo.
Se puso de pie y señalando con el dedo
le dijo a la sirena
Tú destruirás todo lo que tenemos.
Vete a tu palacio y llora.
Y déjanos en paz.
No te queremos.
El hada de la paciencia,
La reina del subsuelo
La consoló diciendo.
Déjanos pensar
Verás cómo lo conseguimos.
Pero ella se marchó corriendo
con el alma en los pies
Y el corazón en el suelo.
El hada guapo la persiguió.
Le pareció preciosa
y algo le decía por dentro
que esa sirena sería su amor verdadero. El destino la había mandado allí por algo.
Tenía que ayudarla.
La sirena se refugió en sus hombros
y él la consoló
besándola en los labios.
Tal vez quedarse en el lago
no era tan malo.
Su pena se fue diluyendo poco a poco con el amor que el hada le había dado.
Se hizo una fiesta muy grande
cuando se casaron.
El lago estaba más bonito que nunca.
La luna seguía brillando,
acariciando con su luz todo el palacio
Y los pájaros llevaron la buena nueva por doquier
hasta que llegó a oídos de la reina de los mares, la madre de la sirena del lago.
Ella se sintió feliz y perdonó a su hija, deshaciendo el hechizo de aquel palacio.
Mandó construir un puente con sal del océano, blanco y radiante
que brillaba al sol como un diamante,
invisible a los ojos de cualquiera
que no perteneciera a su reino de los mares
y visitó a la sirena
con su séquito,
llevándole regalos y a sus amistades.
amigas de la sirena, delfines, caballitos de mar, ballenas, tiburones, calamares.
Todo lo que añoraba y la hacía feliz se lo llevó su madre.
Con un abrazo fuerte
le entregó las llaves
de aquel puente
que comunicaba el palacio del lago con lo que ella más quería,
el mar y cuánto él contiene.
DAVID DURA MARÍN
Y la hormiga sintiéndose atacada junto a su familia alzó la voz más allá del hormiguero.
Para ti será sólo una meada pero este es nuestro palacio!.
Déjame dormir y deja de cuentos si no quieres dos ostias bien dadas.
Era la primera vez en un contar un cuento.
La primera en hablar pese al miedo.
La primera en usar veneno, caducado.
Matará igual?.
Entonces cogió la puerta de su vida y la cerró de golpe, la de casa pesaba demasiado.
En la calle estaba lloviendo a mares, paraguas doblados entre viento y marea.
Ya en el hotel con la toalla turbando el pelo después de la ducha, le entró la risa.
Seré escritora, de apoco haré palacio, a mi manera.
Y si no soy digna de esta vida, haré otra.
Saldré de las profundidades.
Horas más tarde…
Últimos!.
Últimos!.
Compró todos los cartones de la sala del bingo.
Me va a tocar.. Una mierda..
Salió con las manos vacías, bueno no.
Aún le quedaba unas gotitas de veneno, caducado.
Hay noches, en el hotel Ronda, aparece una dama con pies de sepia entre los pasillos.
Deja marcas de agua a su paso junto a una voz.
ASAPH FERNÁNDEZ
Las enormes montañas de mil colores se levantaban imponentes como grandes moles adormecidas; plásticos, cartón, neumáticos viejos y hasta electrodomésticos, que en otra época sirvieron en algún hogar, yacen desperdigados por todos los lugares. Carlos y otros niños de entre seis y once años, junto con sus madres, van abriéndose paso entre los despojos de una guerra que va devorando todo a su paso; hombres, mujeres, niños han ido cayendo en su fauces. Los ríos se han llenado de sangre. En el aire se respira miedo e incertidumbre mezclados con el olor a humo y pólvora, creando una niebla tan densa que dificulta el poder respirar. Los más pequeños no han podido resistir el frio, el dolor ni el hambre, los mayores han compartido el destino de servir en las filas junto a sus padres.
Mientras camina tomado de la mano de su madre, mira una verja que en otro tiempo fue la puerta de una de las casas más elegantes y hermosas del lugar; recostada sobre el suelo como si estuviera agotada de tanto cuidar una casa a la que nunca pudo entrar; sus piñas, sus caramelos, los corazones de hierro e incluso el par de leones que conformaron un escudo de armas en la parte alta del enrejado, habían abandonado su lugar en que fueron puestos. Ya sólo quedaba un esqueleto de lo que un día fue aquel magnífico portón, y de la casa, ni hablar, no quedaba nada. En aquel mundo de miseria y crueldad, los niños cómo él debían ser enlistados para nutrir las filas con nueva leva que no paraba de mermar. Seguían matándose unos a otros cuando la causa inicial ya la habían olvidado.
Esa mañana su madre lo levantó aún en la penumbra de la noche, no debían ser interceptados. Caminaban a tientas, cobijados por la oscuridad, las cabezas gachas, la mirada y el cuerpo casi lamiendo el suelo, no podían salir corriendo o podrían dispararles, a veces tropezaban con alguna roca, un pedazo de madera o incluso con algún cuerpo que jamás sería enterrado.
—iremos al norte– dijo su madre —ahí hay un lugar que no pertenece a nadie— la mujer sabía que la esperanza no debía perderse en ningún momento, y que al perderla sólo serían cascarones vacíos que serían presa fácil para la muerte. -Muertos en vida- decía ella.
Desde hacía tiempo venía inyectando esta «esperanza» en muchos de ellos al igual que en sus madres, abrió una especie de «escuela», alejada de las curiosas miradas, en un pequeño islote dentro del lago, al que solo se podía llegar en lancha o remando una balsa. El pequeño recinto era «un palacio» donde los niños podían jugar. Se les contaba historias, aprendían cosas básicas en situaciones que les ayudará a sobrevivir un día más, y se les infundia la esperanza de que un día todo iba a terminar. Pero la guerra lo iba engullendo todo a su paso, y lo mismo ocurrió con ese lugar. De los tesoros ahí guardados, «la esperanza» es la que aún no había sido devorada en su totalidad, al menos no en todos; fueron estos los que movidos por ella se animaron a dejar entre los escombros ese pasado, junto con todos los recuerdos que la guerra había devorado, junto con las vidas de sus seres queridos.
Con la mochila pegada a la espalda y la cabeza agachada, Carlos y los otros niños tortuga han dejado el nido que un día les arrebató la guerra para buscar una libertad que no sea pasajera.
HARITZ SANCHO MAURI
PENDIENTES DE TOPACIO
Cerca de un palacio
entre una nube espesa,
en el lugar, y su espacio,
vivía una princesa.
Como una laguna
que a la soledad le pesa,
despertaba sola
se dormia presa.
Aullandole a la luna,
pezones de fresa,
se creía presa,
se sentía prosa.
Todas las semanas
carta a su caballero
a las once en la ventana
esperando al mensajero
Cartas sin destino.
Escribiéndole te quiero.
Gateando cual felino,
diciendo por ti muero.
Teorizando el todo;
y no entendiendo nada.
Entre agua, fuego, y polvo
por su valor fue cautivada.
El susurro que pesa
un efecto Mandela,
es el tiempo que se besa
al oler una rosa.
Pendientes de topacio,
cabello de esmeralda,
sedosos sus labios,
onix su mirada
Corazón de oro,
alma de plata,
amor de orfebre,
¡Mata!
RODOLFO ALBERTO MICCHIA
Piedra libre
Cuentan que en el parque, detrás de esa masa de agua donde está la vieja torre que sigue en pié, se encuentra el palacio donde se esconde Oni el ogro. De aspecto desagradable y malhumorado espantaba a los chicos con su nariz de papá y sus dientes checos.
Oni se asomaba por entre los árboles cuando los infantes iban en busca de su pelota cerca del lago, ellos corrían atemorizados a los brazos de sus padres quienes no creían esas historias.
El tiempo siguió su curso pero un buen día, Oni se encontró solo con su tristeza, fue la vez que una plaga mantuvo a todos aislados dentro de sus casas. Oni agachó su cabeza y volvió cabizbajo a su torre, colgó su chaleco con manchas de musgo en la percha de diente de dragón, y pensó que su condición y su espanto eran la causa de su soledad, los días fueron largos y monótonos, ya no anunciaba sus bromas y juró en ese preciso momento, que jamás volvería a asustar a un niño.
Según está escrito en la historia, al pasar la pandemia los menores y sus padres volvieron a poblar los parques y las plazas. Oni, al escuchar el bullicio salió de su palacio y remó con todas sus fuerzas hasta llegar a la orilla del lago, reía y brincaba de júbilo y en cada salto que daba, dejaba marcado en la tierra un trébol de cuatro hojas, aprendió también a jugar a las escondidas, hizo cosas divertidas, ya se había olvidado lo gruñón que fue, a veces, le gritaban piedra libre cuando en su inocencia dejaba entrever en el borde de un árbol, su espalda de color verde.
Los pequeños correteaban y retozaban contentos cerca del lago en cambio sus padres… sus padres solo veían un charco de agua y las ruinas de una vieja torre de lo que alguna vez, algo fue.
PABLO CRUZ ROBLES
La torre y el lago
Todo el mundo conoce de la existencia de objetos encantados. Espadas, anillos o talismanes que dotan de una suerte, fuerza o destreza —Entre otras facultades— por encima del humano medio, a su portador.
El Santo Grial, el Arca de la Alianza, la Lanza de Longinos y hasta el Santo Prepucio — Es exactamente lo que imaginas— son solo algunos de los objetos mágicos más conocidos de la historia. Pero hay más, muchos más. La tendencia suele ser creer que, en tiempos remotos, un mago, una bruja o un hechicero, imbuyó de alguna forma su magia sobre el objeto. Nada más alejado de la realidad, pues la torre de Beaumont, impasible al paso del tiempo, difiere con estas teorías.
La torre se encuentra a 20 minutos a pie de mi pueblo. Se llega siguiendo el camino del viejo ferrocarril, no tiene pérdida. Los fines de semana de primavera y verano, la zona se convierte en un imán para los domingueros, ya que la torre se encuentra rodeada de una amplia extensión de agua donde los niños, y no tan niños, se refrescan para combatir el caluroso clima de las estaciones.
En esos días, puedes escuchar gritar a los padres:
— No crucéis al otro lado del donut, que la torre está maldita.
El donut es como llaman a la extensión toroidal de agua que rodea la torre. Quizá suene muy del siglo pasado eso de las casas encantadas y los castillos malditos, pero puedo corroborar que cualquier acusación vertida sobre el supuesto maleficio, no es infundada. Aunque yo no lo llamaría maldición, creo que es más apropiado decir que la torre tiene algo muy parecido a una consciencia. Esa chispa que nos define a cada uno, que nos hace sentir vivos; de donde provienen nuestras emociones, sentimientos y metas. Esa que no olvida el pasado, pero que no aparta la mirada del futuro.
Muchos historiadores se presentaron en la torre, intentando descifrar su antigüedad.
Algunos decían que pertenecía al periodo barroco, por su tejado anguloso y sobrecargado de recursos bíblicos. Otros sostenían que mantenía un estilo árabe, por la colocación de sus habitáculos. Pero había quien lo relacionaba con la antigua roma, los celtas, e incluso, pueblos anteriores a estos. Quizá todos tengan razón, pues existen una infinidad de registros de la propiedad en los que figuran nombres de importantes personajes de la historia, desde los visigodos, hasta su último propietario, un alto cargo de la dictadura franquista.
En 1982 se declaró el edificio en ruinas y el terreno fue comprado por una poderosa industria hotelera. Su objetivo era tirar abajo la vieja torre, para colocar en su lugar uno de esos resorts de lujo con todo incluido. Pero resultó una tarea imposible. Hasta 13 compañías de demolición distintas se presentaron:
La primera tuvo serios problemas con la dinamita; siempre estaba húmeda. Al vigesimoquinto intento desistieron.
La segunda perdió casi la totalidad de sus grúas; de alguna forma estas sufrían una especie de cortocircuito y comenzaban a moverse solas, acabando sumergidas en el fondo del donut.
Los trabajadores de la tercera empezaron a enfermar repentinamente, hasta que la totalidad de su plantilla acabó guardando cama entre delirios y fuertes fiebres.
Una tras otra, todas fracasaban en su propósito, de modo que la torre adquirió pronto una fuerte popularidad en el sector de las demoliciones. Nadie quería oír hablar de ella, incluso las empresas internacionales hacían oídos sordos cuando se mencionaba el nombre de la torre de Beaumont.
Es entonces cuando comenzó la leyenda de la torre maldita.
Es conocido en el pueblo, que Jacinto, el hijo de la panadera, quedó ciego al arrojar una piedra a uno de los ventanales de la torre. Consiguió destrozar la ventana, pero contra todo pronóstico, unos fragmentos de vidrio de esta consiguieron llegar hasta los ojos del chiquillo, incrustándose en sus pupilas.
Otro de los niños con el que solía jugar de pequeño, Rubén, consiguió cruzar el donut con un bote de spray de pintura, y se puso a garabatear su nombre en la fachada de la torre. No llegó ni a la mitad de su obra cuando el bote de spray explotó en su mano. Hoy le llamamos capitán Garfio.
Podría seguir contando anécdotas, pero posiblemente moriría de viejo antes de terminar.
Movido por todas estas extrañas coincidencias, decidí armarme de valor y cruzar el donut. Una vez llegué a la torre, agarré con suavidad el pomo repleto de óxido de su puerta, y dije: —Te hace falta un buen pulido aquí.
Crucé la puerta y presencié la ruina que era por dentro; muebles de madera putrefacta, colonias de hongos extendiéndose por las paredes, montañas de polvo por todas las esquinas… Un desastre total, pero con tiempo y dedicación, la convertí en mi nuevo hogar.
Ahora está limpia, y poco a poco la voy reformando.
Hoy muchos niños se atreven a cruzar el donut, curiosos, por entrar en la torre de Beaumont, y yo, encantado, les abro las puertas de mi morada con una única condición:
Tratadla con amor, si no queréis que vuelva la maldición.
SILVANA GALLARDO
UN PALACIO, UN LAGO, UN SUEÑO
Sophie es una chica bonita y sencilla, su expresión radiante y mirada inquieta hace notar que posee una inteligencia privilegiada. Solo que algo sucede en su interior, no encuentra respuesta a esas sensaciones cotidianas que la inquietan. Teme que llegue la noche porque padece pesadillas recurrentes que le aterran. Una noche, como muchas otras en que se mete a la cama con pensamientos sombríos, como si fuera con intención atraerlos a su aura para disfrutar sus alucinaciones . Se cobija con ambas manos, pareciera que se esconde entre las sábanas, asoma su rostro angustiado, sus ojos entreabiertos esperando la presencia de un ser desconocido y aterrador tras su ventana.
Abre los ojos y ante ella, la ventana de arco, de su habitación; los vidrios son ahumados, de día no se puede ver hacia dentro, de noche, con las luces encendidas se puede observar todo. A través de una cortina transparente, parece que hay neblina en esa madrugada fría y nostálgica; a través de ella se puede apreciar un sinuoso camino que la atrae como si alguien la hipnotizara. En estado de somnolencia se levanta de la cama, abre las puertas largas, desde el piso al techo, son abatibles y al hacerlo extiende sus manos y respira con impaciencia, como si quisiera llenar sus pulmones de algo extraño que flota en el ambiente.
Vuelve a la cama, ya la luna se despide de su cielo y desea, cansada, poder conciliar su sueño. Le aterra no poder contar su historia y lucha contra demonios escondidos en las interminables noches de tormento, que devoran sus pensamientos, sus palabras, sus ideas, su descanso. Tiene la sensación de ser quemada viva, como en tiempos antiguos cuando quemaban en una hoguera a las brujas. Se siente amarrada , inmovilizada, como si sobre su cuerpo estuviera una lápida tan pesada, que le impide moverse.
Teme abrir los ojos, pues detrás de esa ventana, hay una diabólica silueta que le aterra cada noche, hasta el punto de sentirse paralizada, sin dominio de su cuerpo, el cerebro adormecido no responde. Desea que la despierten, no puede por su propia voluntad y solo gime. De pronto como si existiera un ángel salvador para sus pesadillas, siente que una mano suave toma la suya y se deja conducir con docilidad, por ese camino que parecía no tener fin, el mismo que observó al acercarse a abrir las puertas de su ventana
En cada paso, acompañada de esa presencia inesperada, un pensamiento le inspiraba y esa mano etérea que la conduce, tiene alma, y esa alma tiene voz. -¿Acaso hay una línea que traspasa el tiempo y el espacio?- se preguntaba, y como si viajara en un auto, con la vista al frente, un escenario que se renueva y por el espejo que refleja el pasado, va dejando sus vivencias, esas, las que la rondaban cada noche.
-No tengas miedo, esas pesadillas acabarán, está escrito en tu sino. Le dijo esa voz.
-Pero ¿Cómo? ¿quién eres tú?
-No te preocupes por mi sólo déjate conducir, encontrarás un paraíso de soledad, ese que siempre has deseado. Encontrarás la quietud que tanto anhelas.
-No puedo creerlo, ¿quién eres y cuál es tu interés por mi?
No obtuvo respuesta. Sintió una deliciosa ligereza por ese camino sin fin, y absorta, atrapada por la ensoñación de esos instantes, acompañada de esa presencia tan extraña como sorpresiva.
-¡Gracias!-, balbuceó, con la mirada que parecía escanear cada detalle de ese sendero mágico y misterioso.
-Tuve mucho miedo cuando advertí tu silueta asomarse a mi ventana. La piel se me erizó y el miedo congeló mis latidos y no podía ni respirar. Ahora comprendo, eres la salvación del ser que estaba aprisionado-. Concluyó.
– Estaré siempre a tu lado, guiaré todos tus caminos en el transitar de tu vida-.. Repitió la extraña voz.-
-¡Oh! que sensación tan extraña-. Dijo Sophie, cuando después de horas que sintió tan ligeras, porque cuando se viven cosas gratas, el tiempo es tan breve.
De pronto detuvo su camino, ante ella y su etérea acompañante se podía apreciar un enorme, hermoso y misterioso lago, rodeado de árboles y flores, bañado con el cielo azul donde las nubes parecían danzar un vals de quietud para reflejarse en sus aguas. En medio de ese espectáculo natural se erguía un imponente palacio. Al percibirlo desde la lejanía, Sophie sintió que había atravesado la línea del tiempo. Era un palacio antiguo erigido sobre ese lago, una fortaleza en la que habitaban, tal vez grandes historias que anunciaban los conflictos que se vivían dentro y fuera.
Se podía acceder a él por un largo puente hecho de piedra y sobre la vera, una estructura de fierro tan larga como éste, ataviada de una hermosa enredadera que en primavera florecía, para regalar una imagen pintada al óleo.
Caminó pausada, extasiándose con tanta belleza, por ese largo puente. Con cierto temor y ansiedad ante lo desconocido, se acercó a la enorme puerta de acceso, en cuya estructura se podía ver una ventana con un ser reflejado en ella, tal y cual lo había visto al abrir sus ojos antes de su aventura. Parecía premonitorio. Se abrió lentamente como si ya la esperaran. Su asombro fue total, pues sus sentidos no podían soportarlo y cayó al piso alfombrado, estampado con hermosos detalles y lujosa decoración en sus interiores. Permaneció desmayada por algunos segundos. Se levantó apoyando las palmas de sus manos en esa suavidad que la embelesaba y sus rodillas sintieron el hechizo de la seda.
Erguida ya, era otra, parecía la reina de un palacio misterioso hecho de historias. Recorría el lugar palmo a palmo, asombrada por su magnificencia. Sintió un adormecedor cansancio por tantas emociones que la atraparon desde que dejó la cama hasta los momentos presentes en que se dejó caer sobre un sillón, enfrente del cual se encontraba una sombra, la misma que le aterraba en sus sueños. Con una voz hueca que atravesaba la penumbra de esos instantes, le habló:
-He aquí tu espacio, tu soledad, tu paz. Encontrarás lo que buscas y anhelas con vehemencia -. Y sin más preámbulo, se esfumó, para dejarla en estado de éxtasis, porque en verdad era lo que ansiaba, desaparecer, salir de la prisión de sus pesadillas originadas por tanto estrés en su vida al no tener su tiempo para ella. Su tiempo no le pertenecía, sus espacios eran invadidos, sus pensamientos volaban y se perdían en la nada. Y ahí estaba, justo para dar rienda suelta a sus ensueños.
Cerca de ella había una mesita en cuya superficie brillaba un tintero y hojas de pergamino. Antes de aprovechar esa revelación se levantó con los brazos hacia un cielo imaginario y danzó un vals al compás del sonido de una quietud que ansiaba tanto.
Volvió a repasar ese palacio en medio de un lago que se convirtió en el escenario fértil de su inspiración.
Le presentó tal vez, un vergel engañoso. Había allí latidos de espíritus que otrora fueran los habitantes del lugar, con sus historias, su locuras cuerdas y sus desvaríos. Personajes ideales para sus historias, con escenarios multifacéticos para sus vidas. A través de las ventanas el sol con sus auroras; la luna en los ocasos, luz, oscuridad; llanto y canciones, alegrías desbordadas e intensas tristezas. Vida y muerte, odio y amor, realidad y fantasías. Allí estaba la materia prima para crear las más extraordinarias narraciones.
Regresó entusiasmada con la inspiración a flor de piel, tomó la tinta y sobre el pergamino plasmó sus letras convertidas en sus ansiadas narraciones; día y noche escribiendo en ese ambiente de soledad donde parecía que todo le hablaba y le dictaban las más increíbles historias. Cansada por tantas emociones, el sueño la venció. No pasó mucho tiempo cuando volvió a sentir esa presencia y percibió otra vez ese miedo que la aterraba. Ahora estaba sola, en ese enorme y lujoso palacio que guardaba tantas vibras, tan intensas, que chocaban en su cabeza. El lago parecía un mar embravecido cuyas aguas azotaban los indestructible muros de esa fortaleza. Parecían mandarle un mensaje -¡Huye de aquí!-. Sombras aterradoras la rodeaban; poco a poco la absorbían, la consumían, la esfumaban.
Sentimientos encontrados libraban una batalla en su mente y en su corazón. -Me engañó, si, me engañó vilmente, no era mi salvación, era mi verdugo y me condujo a un infierno disfrazado de magia.-
-Si, como te dije una vez, (volvió esa voz) nunca te dejaré. Yo represento tus más irrefrenables pesadillas.- Dijo esto y Sophie cayó en un profundo sueño.
Alguien abre las cortinas de esa ventana en forma de arco, la luz ilumina la estancia, los rayos del sol penetran por sus párpados, que no responden. Le llama y no contesta; a un lado de ella, está una libreta y una pluma. Ese alguien la toma, le causa curiosidad abrirla, lee algunas palabras y se sienta a continuar la lectura con interés. Al poco rato la zarandea y le dice: «¡Oye, que hermosa historia has escrito en una sola noche! El mundo debe leerla, es el relato más maravilloso que he leído».
Sophie no contestó, yacía inerte. Su corazón no soportó tantas emociones que la sumieron en el más profundo y eterno sueño.
Y así, el principio y el final de su aventura.
JAVIER GARCÍA HOYOS
El palacio del Lago
Escribo estas palabras bajo el cielo nocturno de esta pequeña isla de Jag Niwas, dentro del Palacio del Lago. Ignoro cuál será mi destino y el de todos los que aquí nos hayamos pero, al menos, agradezco al Maharana Swaroop Singh que nos ofreciese este refugio en nuestra huída de Nimach.
Es en estos oscuros momentos, en los que más echo de menos las húmedas, frías, pero bellas y verdes tierras de mi querida Inglaterra. Lejanas ahora, como las estrellas tapadas por el humo de los barcos que nuestro protector ha ordenado quemar. Echo de menos mi isla pero no a quienes, en su soberbia, se empeñan en gobernar a unas gentes que jamás han visto, y nunca podrán comprender.
Cuando llegué a este lugar pensé que era un país extraño. Tras un año aquí, me pregunto si no es la nuestra la forma exótica de existir. Esquilmamos las riquezas de la India, anulamos sus derechos de herencia para que la Compañía se quede con sus tierras, y exigimos a los cipayos servicios extra por los que tratamos de no pagarles. ¿No nos hubiésemos rebelado también nosotros ante esa injusticia?
Todos los que estamos en este palacio tenemos miedo. No quedan barcos en los que los rebeldes puedan venir, pero eso no significa que no puedan traer otros para conseguir llegar.
A veces reina el silencio en este lugar, el silencio de la incertidumbre. En otras ocasiones, se oyen debates sobre qué se podría haber hecho para evitar esta situación. Algunos hubieran sido partidarios de una mayor dureza con los nativos. Yo, incapaz de evitar la discusión opiné que, quizá, fue nuestra prepotencia sobre cualquier otra civilización, la que nos ha llevado a este punto. Una gran algarabía se formó a mi alrededor tras esas palabras y, por un momento, pensé que sería arrojado al lago Pichola.
Tras aquel debate pensé que sería absurdo malgastar el tiempo en hacerles comprender mi punto de vista, por ello empecé a escribir estas palabras.
No desperdiciaré ni la poca tinta, ni las escasas energías que ya me quedan, en reproches absurdos a mandatarios que no me atenderán. Prefiero recordar a mi querida Elizabeth, quien espera, tan impaciente como yo, el día de nuestra boda. Anhelo sus besos, su perfume, el tacto de sus manos. Anhelo la vida que no he tenido, porque anhelo soñar con mi destino. Me pregunto si mi sino ha cambiado, o si era este desde el principio.
El viejo Robert Greenwich se ha acercado a mí; también parecía desolado, pero no por el temor a su final, si no por haber entrado en aquella jaula de marmol por propia voluntad. Sus palabras me han hecho reflexionar: No debes temer a que los rebeldes puedan llegar a este palacio, ya que no lo necesitan, si no al miedo que nos ha encerrado en esta jaula, y nos impedirá salir.
Mi querida Elizabeth, veo con pesar que se acaba la tinta de esta pluma. Soy consciente de que si mis últimos momentos en el mundo suceden aquí, jamás verás esta carta. No obstante, pongo mi empeño en nombrarte, pues es lo único que me da esperanzas en soñar con que las tropas británicas nos salven de la tortura agónica del hambre.
Ocurra lo que ocurra, mi corazón latirá por tí, mi amada. Mi querida Elizabeth
ANGY DEL TORO
JAL MAHAL, UN PALACIO ABANDONADO
Demasiado tiempo abandonado a su suerte, pensaba mientras observaba el deterioro arquitectónico. Las aguas residuales han mellado la edificación, fundamentalmente la subterránea. La arenisca se desintegra. Cuánto daño por Dios.
Este trabajo se hace imprescindible después de que el agua del sistema de alcantarillado comenzara a filtrarse a través de las paredes rojas, el olor se hace insoportable. Exponía mis argumentos mientras que él observaba cada uno de mis gestos. Esto como es natural me hacía sentir algo insegura, a mi mente vinieron cuántas princesas debe tener a su disposición. Un Ángel con camisa deportiva de color azul venía a mi encuentro, manos suaves y morenas, me dije a mí misma. Asió mi brazo derecho, me apoyé en su hombro y de un salto, salimos de la embarcación.
Permita que la invite al jardín de los huéspedes, relájese que, por hoy ya ha trabajado lo suficiente. El aroma de los jacintos y las flores de jazmín inundó mis pulmones. Algo en mí resultaba de su agrado, las mujeres tenemos ese sexto sentido y sabemos cuando gustamos a un hombre que por muy príncipe que sea, responde a sus impulsos como cualquier otro mortal.
— En el Palacio no hay recámaras, pero me encantaría se sintiese como en casa. Mientras dure la renovación del Palacio, compartiremos. Le agradecería me admitiera en su equipo de trabajo. ¿Acepta?
— Encantada su Alteza. — respondí entre nerviosa y apresurada.
— Nada de Alteza, soy su subordinado. Por favor que ya somos colegas.
— Se dice que la Isla tiene su misterio, ¿es cierto?
— Se construyó como un “retiro real de verano para fiestas” la leyenda cuenta que el lago solía ser un paraíso para los observadores de aves. En el pasado era el lugar favorito de los reyes Rajput de Jaipur, ellos gustaban de la caza de patos.
Transcurrieron los años y surgió lo inevitable. Palpé cada lado de su cuerpo cual si fuese el propio Palacio. Sus cuatro abovedados pabellones sirvieron para darnos nuevas y mayores oportunidades de crecer en todos los sentidos, me especialicé en su idioma, conocí de sus costumbres. Hoy, el equipo de arquitectos y artesanos alza sus copas en señal de celebración, el Proyecto se ha logrado luego de haber transcurrido seis años de renovación para todos. El palacio ya ha sido restaurado a su antiguo esplendor, tanto espiritual como arquitectónico.
LOLY MORENO BARNES
Ella no pretendía tener un palacio, solo quería ser feliz.
Pero cada vez que lo intentaba fracasaba . En vez de felicidad encontraba una piedra donde tropezar y un frío surco en su rostro que dejaba el rastro de las lágrimas derramadas .
Las piedras de los sinsabores cada día eran más y se acumulaban en su camino .
Las lágrimas que al principio eran pequeños manantiales de sentimientos frustrados , pronto se evaporaron como sus sueños y se perdieron en nubes negras que desataron dolor y tormentas.
El tiempo se transformó en un huracán que arrancó y rompió su corazón en mil pedazos devastando su cuerpo y llevándose la juventud.
¡Todo parecía perdido!
Pero a veces, las apariencias engañan .
En medio de su caos quedaba latente la semilla del amor.
Y con la misma furia del odio presentó batalla en la vida buscando el triunfo.
Cada lanza que recibida pulió las piedras hasta darle forma de pared y fortaleza .
Cada lágrima derramada se convirtió en calmas y tranquilas aguas donde navegar .
La vida se fue tornando Bella, renacido en amaneceres gloriosos, con la paz interior como estandarte .
A su alrededor, creció un lago y en ella misma un palacio.
Desplegó el puente levadizo y abrió puertas y ventanas para que entrara en su interior la luz de los nuevos días y la brisa pura de sus sueños cumplidos.
ELVIS RAMOS CRISTOBAL
UN PALACIO EN MEDIO DE UN LAGO
A las 11 de la mañana de verano un helicóptero sale de la ciudad de Lima. Rumbo a Tingo María. Selva. Perú.
De repente, volando a la altura de una meseta serrana despoblada, a las 11 y 40 de la mañana, mientras un rutilante sol brilla en el cielo con una enorme gruta azul, el helicóptero de 7 turistas, sufre una descompensación y comienza un descenso bamboleante y humeante. Los y las pasajeras profieren gritos de susto pausados, rítmicos; conforme el insecto de metal gira o cae más o menos fuerte. El helicóptero, a todas luces, cae sobre un lago grande, justo en el centro.
A punto de besar el agua, los tripulantes encomendándose cada uno a su Santo respectivo, de repente, el helicóptero se arrastra y se detiene sobre un soporte sólido. Los tripulantes lanzan al unísono un «¡Oh!» admirado. La hélice deja de girar.
Los pasajeros descienden todos casi al mismo tiempo del helicóptero, por ambos lados. Mas cuando están parados afuera, nuevamente una ola de admiración les baña todo. Pues… ¡pues se encuentran sobre palacio! ¡Un palacio en medio de un lago!
Más luego encuentran unas barcas. Las preparan para usar. En grupos de dos reman y llegan a las orillas del lago.
Son alrededor de la 1 de la tarde y la copilota saca un radiotransmisor y llama a la agencia de viajes turísticos. 4 horas después, los tripulantes, completos, y con la mayor parte de sus equipajes, se suben a otro helicóptero, aterrizado a 200 metros de ellos. Continúan alucinados su viaje.
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