Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «voy a vomitar». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de febrero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Tengo ganas de vomitar le dije en voz baja y casi echándome encima de su persona a mi compañero de mesa del lado derecho.
Los novios hacían su entrada en el salón acompañados de la Marcha Nupcial de Félix Mendelssohn. Un estómago revuelto me impide participar en la euforia que los invitados daban a los recién casados.
El compañero de mesa amablemente me sujeta e intenta llevarme hacía los lavabos, más mi fuerza de mujer descontenta por los acontecimientos recientes que sufro, me lleva a provocar ante la gente mi derrota.
Arrojé por mi boca palabras ciento y feas hacia la mujer que me ha arrebatado con malas entrañas al padre del hijo que llevo en mi vientre.
LA CONCIENCIA COMO EL AGUA
La conciencia es pretérita
en lluvias de experiencias,
como agua que nos moja
y nos empapa, que ahogan
por rencor y vomitan
el perdón, que empujan
o inundan nuestras barcas,
que derivan en la tormenta,
que navegan hacia la calma.
Las fotos del barco blanco, se amontonan sobre mí, vienen y van pasando lentamente por mi mente de forma cansina y reiterativa. ¡Será por hojear de vez en cuando la hoja de revista que tengo guardada en el cuadro!… Pero, si no sé, ni lo que pone. No he llegado ni a leerla. Sólo la escondí para que nadie pudiera leerla.
Otra vez las pesadillas… ¡Uf! el dolor de cabeza, como siempre… me persigue, me atosiga y No me deja pensar, las voces, las voces, están de nuevo aquí…
La angustia, la fatiga, el ahogo, hasta la pérdida del conocimiento, y ahora como novedad con un impresionante dolor en el abdomen, que me obliga a encorvar mi cuerpo, sujetándome con las manos la barriga, es como un corte de digestión, mil alfileres pinchados, clavados, clavados y algo torciendo, retorciéndose el estómago, con unas ganas impresionantes de vomitar, que estoy hasta salivando ya. ¡Creo que no aguanto más!
Se ceban sobre mí, los dolores, cada vez con más intensidad y mucho más a menudo. Hoy no puedo soportarlo , tengo menos aguante, estoy temblando de ansiedad.
La boca ácida, muy ácida y hasta quemando, abrasando la garganta, creo que voy a vomitar y echarlo todo.
la tarde se me hace mucho, mucho más pesadas, empezaba a ser normal en todas ellas, el mismo dolor de cabeza a la misma hora, con la pérdida total del conocimiento como broche final, siempre caigo sobre la cama y me duermo.
Cada mañana vienen y vuelven mis recuerdos cuando termino de desayunar, hasta por las noches se presentan las fotos, las dichosas fotos y las voces juntas y mezcladas con las sombras. El barco me persigue con su naufragio, y esas voces gritándome, socorro, para volverme loco, qué no sé, ni de quién son…
Hoy me siento como si estuvieran las olas del mar justo debajo de mí, como si esta habitación fuese el camerino del barco aquel, que vuelve cada día a ahogarme entre sus aguas, aquel que se dió la vuelta, que se movía balanceándose, justo delante de mí, apunto de irse a la deriva y yo con él.
¡Que se tragó a alguien!
¿A quién salvé?… ¡Maldita sea, no puedo recordarlo!
¡Oh se hundió! …Ahora no lo sé.
Noto un extraño movimiento de mi boca. Y hasta parece que me están dando arcadas. ¡Ah! ¡Qué asco!
Me estoy llenando los zapatos, se me están mojando el pantalón, todo se va llenando poco a poco, la mesa, y no dejo de, de echar por la boca como un desperdicio agrio, ácido, llamaré que vengan a recogerlo alguien. Tocaré el timbre. Y me cambiaré de ropa.
¡Socorro! ¡Me hundo! Me ahogo, Socorrooo. El barco se hunde. Escucho una y otra vez… retumbando en mi mente, esto es de locura.
Me mareo, se me cierran los ojos, la vista se vuelve nublada. No veo nada bien. Me ahogo.
Tengo que respirar despacio, profundo, lentamente, tengo que ser mentalmente fuerte, mantenerme.
Además, salir de este lío, esforzarme por recordarlo todo, todo lo que pasó por mi vida. Saber qué pasó realmente. ¿El por qué de tantas cosas?
¡Quiero ver a Jazmín! Sí.
¡Jazmín! Por ella lo conseguiré… Tengo que esforzarme más. Y salir de todo por mi hija lo haré.
Cuando venga otra vez ese espíritu, esa sombra que se presenta sin entrar, y está en la silla quieta, la clara, esa sombra clara, la que no se puede tocar, esa que es muy cariñosa y me dió un abrazo y un beso y me clavó las uñas. Y yo no podía moverme por qué es un espíritu inquieto. ¡Esa que me da tanto miedo! Y me trata diferente a las demás. Esa que sólo viene algunas veces, seguro que también conoce a Jazmín» Desde el más allá.»…
Pero si, me dijo el médico que estaba viva, en el hospital..¡Ah, es verdad!
No me acordaba. O no. Yo qué sé…
«Eso voy ha hacer»Esa que hoy me ha asustado ¡Me escuchará si le hablo! Me tiene que escuchar… A la fuerza, se lo pienso decir.
Ese espíritu aparece en las fotos del barco. ¿Por qué estará en mi mente, en las fotos?, ¿Quién sería antes? Antes, antes… ¿De que? ¿Qué estoy pensando? No lo recuerdo. ¡Maldito dolor de cabeza! Que me vuelve idiota.
La puerta sonó despacio, se movió, quedándose entre abierta, como si una ráfaga de aire caliente la empujara. Nadie entraba. A Roberto se le hizo interminable el tiempo que pasó y el corazón latía fuerte, rápidamente… parecía que se le iba a salir por la boca. Lo podía oír muy cerca, las palpitaciones le daban puños sobre el pecho.
Se acercó a ella despacio, muy despacio y sin más, la abrió; encontrándose ante un pasillo inmenso, muy largo, blanco con gran luminosidad y ventanas a un lado acristaladas, con muchas plantas. No había bata blanca observando. ¡Bien!
¡Estaba libre! No entraba nadie. No había nadie en la puerta tampoco. Ni tan siquiera cerca del pasillo.
En el otro lado del pasillo, hay habitaciones y bancos entre ellas, cada habitación tiene delante su banco y una maceta.
Tras los cristales se podía ver en el fondo un jardín lleno de gente al sol. Gente mayor, tomando el sol sentados en sillas de ruedas. Asomando la cabeza por el pasillo observó que no venía nadie cerca. Y él salió rápido. Sin perder tiempo.
Roberto parecía dirigirse al fondo con un paso firme y ligero, estaba decidido a salir de allí. De la habitación del miedo. Escaparse. Silenciosamente andaba de puntillas, por toda la galería. Se reía en bajito, muy bajito. Despacio muy despacio sin hacer ruido alguno que le llevará a descubrirlo.
Al final del pasillo, aparece un recibidor redondo, con una puerta principal de entrada y un mostrador de cristal en frente, en el que al parecer, no había nadie tampoco. En ese mismo instante Roberto volvía a tener dolor de abdomen, fuerte bien fuerte. Junto con un buen retorcijón de estómago… Roberto cerró los dientes y aguantó apretandolos.
El sol deslumbraba y entraba de golpe en el pasillo con una barrera de luz , brillaba todo el pasillo tenía un trozo de rayo de luz. Que se colaba por la cristalera hasta el final.
Robert, giró la cabeza y miró para ambos lados en la puerta, observando un segundo antes de salir de allí del recibidor y tragando saliva aguantó el dolor, un poco encorvado.
En el mismo momento, se abrió una puerta del servicio, del que salía Natalia con su bata blanca, frotándose, y limpiándose las manos, secándose con pañuelos de papel.
Se dirigiría hacia el mostrador, de espaldas a Roberto quién con un movimiento rápido, salió fuera decidido sin hacer ningún ruido, al patio. Una hermosa fuente redonda cargada de agua y peces de todos los colores, se nos presenta justo enfrente de la puerta de entrada. Con múltiples macetas de colores y flores. En los bancos, había gente que no parecía del todo normal, hablaban solos y miraban con los ojos forzados. Otros reían a carcajadas. Otros saltaban haciendo círculos concéntricos pintados en la tierra del suelo.
Al pasar Roberto, uno le cogió de los pantalones y tirándole fuerte, le pedía tabaco. ¡Dame! ¿ Dame un cigarro?. Roberto empezaba a ponerse nervioso, no le gustaba aquel ambiente, no le gustaba que lo tocaran, no sabía por dónde ir, ni qué decir. Ni tan siquiera qué hacer. De un golpe seco se soltó, de un tirón.
Escuchó una voz,
-¡Shhh, oye tú!
Ven, ven aquí. ¿Has visto a mi hijo Manuel?
Si lo ves, le dices que lo estoy esperando.
Y a continuación, decía en alto gritándole a otro“José, José.”ven aquí, corre, corre, ven. Te voy a decir algo.
Roberto, empezaba realmente a estar a disgusto, nervioso y los dientes comenzaron a castañear y se sentó en un banco más allá, no podía aguantar más. Se volvió y en un matorral que tenía detrás de él. Soltó todo lo que la boca quiso, un hilo de saliva le quedó colgando de la boca. Se enjugó en una fuente que había al lado y continuó con sus intenciones.
Empezó a observar los árboles enanos que estaban cargados de flores blancas, parecían bonsáis japoneses plantados en jardineras. Los bancos verdes, la farola, todo estaba en perfecto estado y muy bien conservado. Intentando por todos los medios controlarse, sólo tenía ganas de vomitar más, de gritar muy alto, todo lo fuerte que pudiera. Pero tenía que callar, y no hacer nada extraño. Para poder escapar de aquel lugar. Tenía que controlarse.
El sol brillaba, el día perfecto parecía de primavera. Venía un chaval corriendo, haciendo deporte y se paró a descansar en el banco. Se apretó los cordones de los zapatos y se fue sonriendo, después empezó a carcajadas como un loco.
Sobre el fondo del jardín se podía ver una verja color teja, con rejas, por donde entraba gente y salían.
Era la hora de las visitas y había bastante ambiente yendo y viniendo. Se puso de pie y empezó a andar sin darse demasiada cuenta hacia dónde. Se encontró de frente a la puerta y al mismo tiempo que entraba una pareja, se colaba por la puerta pasando a la calle.
Una avenida grande y ruidosa, llena de bocinazos y de coches, con una mirada bastante perdida, cogió la acera de la derecha y empezó a caminar y caminar, rumbo a lo desconocido. Se fue alejando poco a poco la calle abajo hasta llegar a un parque. Cruzó la calle como aquel que sabe dónde va, tres veces. La gente le miraba con ojos extraños, de que lo veían con el pijama de la habitación, pero a él, parecía no importarle nada.
Felicísimo vomitaba de niño con frecuencia, y como le quedase esta costumbre, de mayor vomitaba hasta las palabras. Se le atragantaban, se atascaba con ellas. ¡Las pobres palabras! Madre, amor, amigo. Nunca terminaba de digerirlas. Había algunas, bien cierto, de difícil digestión: el ruido con que rueda la ronca tempestad. Lógico, se trastabillaba. Y si esto le sucedía con las del propio idioma, cómo se las vería con el francés, el inglés o el alemán, porque quería ser universitario y participar en los Erasmus.
Para afianzarle en la comprensión y el conocimiento, la profesora de inglés le animó a que leyera la célebre poesía de Moratín:
Admiróse un portugués al ver que en su tierna infancia todos los niños en Francia supieran hablar francés…
No lo entendía. Porque si las palabras tenían embrujo, daba lo mismo el idioma. Él había nacido en un pueblo donde la gente se expresaba en román paladino. ¿Por qué a él se le atragantaba una frase, una triste palabra?
A ver si es que sin pretenderlo necesitaba expresarse en verso. No sería la primera vez que tal cosa sucediera. Se desesperaba. Alguien le animó a que acudiera al logopeda porque tenía la sensación de que al hablar masticaba las palabras. Hasta masticaba la misma palabra masticar. Lo comprendía, pero masticar arroba, Dios y peñascal le producían vómitos.
Un día el profesor de francés le mostró una foto de la torre Eiffel y otra de Mona Lisa y le animó a que expresara en el idioma de Molière lo que ambas le sugerían. Se quedó petrificado porque la había contemplado en sueños y había mantenido con Mona Lisa una fluida conversación.
—¿Qué te dijo, de qué hablasteis?
No recordaba nada.
—Tendrían que inducirte el sueño, hipnotizarte.
Se sometió a la prueba y resulta que terminó hablando en alemán. El hipnotizador se llevó las manos a la cabeza, puesto que se expresaba con total fluidez. Parecían discursos o trozos de diálogo de una obra teatral.
Felicísimo comprendió entonces que se le atrancaban las palabras cuando hablaba la lengua nativa, no cuando se expresaba en otro idioma.
Se lo contó a un amigo psicólogo, el cual colegió de aquellos indicios que todo se debía a un trauma de la niñez. Y dicho y hecho. Le sentó en la chaise longue y empezó a preguntar. Felicísimo solo recordaba este hecho puntual: que el profesor de religión le pescó leyendo en clase un tebeo y que, sin mediar palabra, el buen cura le pegó un señor guantazo.
—He ahí la causa —dijo el psicólogo—. A partir de ahora habla, exprésate como lo hicieran los personajes de tus tebeos preferidos. —Y le animó a pronunciar sin atascarse la palabra TEBEO.
Y sucedió el milagro, puesto que se puso a hablar con total normalidad y en el mismo tono con que lo hacían sus héroes de aventuras, sin arcadas ni masticaciones.
Pasado el tiempo se encontró con el profesor.
—Tengo que ajustar cuentas con usted.
—¿Erees baannqueero?
—Nieto de Roberto Alcázar y Pedrín.
—¡Qué tebeos! —dijo sin atrancarse—. ¿Sabes? En cuanto hablo de tebeos, me salen las palabras llanas, no titubeo.
—¿No recuerda que me quitó uno y me atizó una sonora bofetada?
—Discuuulpa la bofeeetada, es que soy disléxico.
—Tartaja, padre, tartaja. ¡Y bien empleado se le está!
Terminada la cena, me estiro en el sofá para descansar un poco antes de irme a la cama. Acompañada, como siempre, de mi marido y mis hijos, mientras está terminando el telediario decido abrir el Facebook y dar un repaso al día.
Hasta ahí todo perfecto. Un día completo, con sus más y sus menos como siempre, dentro de lo normal. Hasta que se abre el facebook y lo primero que veo es una publicación de un grupo que sigo de AACC. En ella se habla de la tertulia que el día antes hubo en el programa de A3 “El hormiguero” y, como mujer curiosa que soy, no puedo evitar pinchar en el enlace y ver qué es lo que Juan del Val y el resto de personas que formaban la mesa de la tertulia habían comentado y estaba causando tanto alboroto.
No llevaría ni 1 minuto viendo el video cuando un escalofrío inundó mi cuerpo. No podía creer lo que escuchaba. Si nauseas me producían sus palabras más ganas de vomitar sentía al ver el cachondeo y la mofa con los que el resto de tertulianos seguían la conversación. Porque, claro está, ajenos al tema es difícil comprender como una persona superdotada o AACC puede suspender un examen ¿raro no? Es difícil entender como una persona AACC puede aburrirse en clase “si se supone que es muy listo ¿no?” Es difícil ponerse en el lugar de esas personas y ¿sabes por qué? Porque para estar en ese lugar solo tienes dos opciones: una, ser AACC y, dos, tener muy cerca a una persona que lo sea. Soy madre de un niño con AACC. No presumo, no me quejo pero me da MUCHO ASCO de todos aquellos que, sin rozar ni un poco el tema, se atreven a hablar y mofarse de él.
Sr. Juan del Val, hubiera estado mejor una lucha por la inclusión educativa. Aunque con este tema no solo has dado MUCHAS GANAS DE VOMITAR a un colectivo sino que has conseguido lo que querías, estar en el ojo del huracán y que todos de lean y te escuchen.
La garganta de Mónica era un pozo en llamas del que no paraban de brotar bilis y trozos de carne. Entre arcada y arcada logró gangosear un angustioso «me habrá sentado mal el kebab de anoche».
—¿Pero tú te crees que la policía es tonta? —Su madre no se sentía muy receptiva esa mañana—. ¡Que yo también he tenido tu edad!
Entre sollozos, quejidos, regurgitaciones involuntarias y súplicas, Mónica trató de explicarse. No consumía alcohol, ni drogas de ningún tipo. No es que su madre la creyera, pero era cierto: ni siquiera había probado esas sustancias. No le llamaban la atención. Consideraba que le hacían más mal que bien a las personas. No era la forma de pensar típica para una adolescente de 15 años, pero era su forma de pensar.
—Cuando se te asiente el estómago, ve a tu habitación y túmbate. Te voy a poner una toalla húmeda en la frente y luego bajo a comprarte Aquarius.
—Mamá, que te juro que… ugh… te juro que no he probado el alcohol.
—Sí, claro. ¡Cuando estés mejor vamos a tener una charla tú y yo!
Le dolían los pechos y sentía molestias en el vientre. Quería decirle a su madre que si no había sido el kebab, sería el síndrome premenstrual. No podía. Lloró de pura frustración. Una punzada en la entrepierna le trajo un recuerdo reciente que le hizo llorar más.
Las náuseas y los vómitos siguieron los días siguientes. La madre de Mónica tuvo que aceptar que su hija no había bebido y llevarla al médico.
Gritos, discusiones y castigos. Mónica no se atrevía a contar qué había pasado. No quería pensar en ello. El mes anterior se había sentido aliviada tras ver la compresa manchada de sangre. No conocía el concepto de sangrado de implantación. No podía ser. No debía ser.
Lloraba día y noche. Se disculpaba con su madre y le suplicaba que le permitiera abortar. La madre solo insistía en conocer al padre de la criatura. No quería ni oír hablar del aborto. El padre de Mónica se mantuvo al margen del asunto.
Cuando superó la barrera de los tres meses de embarazo ya no hubo marcha atrás.
Mónica tuvo una niña preciosa a la que nunca quiso. Cayó en una profunda depresión de la que no salió nunca. Cada vez que miraba a su hija, regresaba la imagen de su padre sobre sí misma, jadeando, diciéndole que si hablaba más de la cuenta le cortaría el cuello. Regresaban las sensaciones, los temblores, el miedo, el asco.
No murió por causas naturales.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Alicia era una chica guapa y presumida que siempre estaba coqueteando, desde muy temprana edad, siempre se arreglaba, inclusive se pintaba.
El gran problema de Alicia empezó en su adolescencia, tras una infancia feliz.
Alicia empezó a tener problemas graves de alimentación que desencadenaron en anorexia y bulimia.
Fueron unos años terribles en los que sus padres Alberto y Rosa, junto con su hermano Rafael, jugaron un papel fundamental para que Alicia pudiese sanar.
Alicia empezó mirándose en el espejo de cintura para arriba desnuda, su mente pese a su estrema delgadez le hacían pensar que tenía mucha grasa y que tenía que vomitar el alimento ingerido para no engordar. Su trastorno alimenticio y mental fue en aumento y tuvo que ser ingresada en el hospital en un par de ocasiones.
Sus padres pagaron un psicólogo especializado en esta materia y tras un trabajo arduo y mucha lucha Alicia pudo sanar poco a poco y dejó de vomitar paulatinamente. El hedor que desprendía al hablar cuando vomitaba la delataba.
Actualmente Alicia tiene cuarenta años y es madre de dos niños llamados Álvaro y Saul. Se casó con su amigo de infancia Pedro, el cual también tuvo un papel fundamental para ayudar en las pequeñas recaídas que sufrió Alicia antes de sanar por completo.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
El cuerpo sin vida apareció a primera hora de la mañana, desplomado sobre el gélido suelo y completamente cubierto de nieve. La posición hacía suponer algo repentino y fulminante. Junto a ella, como único testigo, aparecía la bolsa vacía de la compra con todo el contenido esparcido a su alrededor.
La policía no tardó en llegar. Aparentemente, el cuerpo de Katerina no mostraba signos de violencia, salvo aquella aparatosa protuberancia que emergía de su frente y que presentaba un llamativo tono amoratado. Su extrema palidez evidenciaba que llevaba muerta bastantes horas sin que nadie se hubiese percatado lo más mínimo, algo nada extraño en aquel suburbio perdido a las afueras de Moscú formado por enormes e idénticas moles de hormigón de la época comunista. Cubos grises de quince pisos repletos de ventanas, a modo de colmenas humanas, donde muchos supervivientes de la antigua unión soviética esperaban, anónimos, el momento de acabar sus días. Katerina habitaba uno de esos agujeros. Se encontraba frente a la puerta de entrada, dispuesta a sacar las llaves, cuando fue alcanzada por su enigmático destino.
El inspector llevaba ya más de una hora escrutando minuciosamente el escenario. A pesar de su dilatada experiencia, aquel suceso le tenía sumamente desconcertado. Ni una sola huella, ningún testigo, nada que hiciera pensar en un forcejeo de la víctima. Finalmente, su ayudante lo encontró. Dentro de la papelera, descubrió una especie de piedra alargada de color marrón oscuro con ligeros restos de sangre. Algo le hacía intuir que podría tratarse del objeto que había causado tan contundente impacto.
En el piso catorce, Vladimir, un enorme San Bernardo, no paraba de dar vueltas, nervioso. Tras terminar su ración de comida, no encontraba el momento ni el lugar para satisfacer sus necesidades mayores. Su dueña lo sacaba cada día al atardecer, siempre a la misma hora, con la puntualidad de un reloj suizo. El paseo diario ayudaba a aquella enorme masa de músculos y pelo a mantenerse en forma, al tiempo que le ofrecía la satisfacción de poder efectuar su depósito rutinario de manera calculada, en el sitio habitual, un descampado cercano.
Pero aquella tarde, el instinto de Vladimir comenzó a intuir que algo no iba bien. A la hora habitual su dueña aún no había llegado y la llamada de la naturaleza acuciaba. A un San Bernardo bien educado jamás se le habría pasado por la cabeza hacer sus deposiciones en ningún rincón del interior de la casa. Pero eso excluía la terraza, que formaba parte del exterior. En un atisbo de lucidez y desesperación, Vladimir fue a apoyar su enorme y peludo trasero sobre la baranda de la terraza, dejando caer al vacío una única porción, de un tamaño suficiente como para aventurar consecuencias imprevisibles. El invierno glacial y las extremas temperaturas rusas se confabularon para conseguir que, a medida que descendía, aquel cuerpo extraño se fuese convirtiendo rápidamente en un sólido coprolito, en caída libre desde el piso catorce.
El universo es infinito, y las posibilidades del azar aparentemente también. Pero el destino quiso que, en ese preciso momento, Katerina se detuviera frente a la puerta para buscar nerviosa las llaves, sin parar de pensar ni un momento en las inesperadas consecuencias que tendría su retraso.
De repente, sintió un fuerte impulso de mirar hacia arriba. Fue un golpe seco en la frente, seguido de un dolor indescriptible. Como consecuencia del impacto, el inusual proyectil canino rebotó de forma errática, describiendo finalmente una trayectoria elíptica hasta acabar encestando en una papelera cercana. La sensación fue extraña. Todo se iba difuminando mientras ella mantenía su mirada clavada en los blancos copos que caían lentamente del cielo. Minutos después, una lenta y dolorosa agonía acabó finalmente con la vida de la solitaria anciana, mientras reposaba inerte, ajena a la atención de todo el mundo.
El tenue sol invernal había hecho acto de aparición. Incrédulo, con aquel extraño objeto en la mano, el inspector levantó la vista de manera instintiva, justo para esquivar en el último momento el impacto de algo oscuro que caía del cielo a toda velocidad, mientras su ayudante señalaba al piso catorce. Sobre la barandilla, se podía divisar claramente un enorme y extraño bulto de pelo que ambos quedaron mirando perplejos.
Justo en ese momento, plenamente consciente de lo que sostenía en su mano derecha, el inspector no pudo reprimir sus ganas de vomitar.
TESS LORENTE
LA CHICA DE LA BOCA SUCIA
No podía parar de soltar improperios por su sucia boca.
Era algo fuera de lo común, su capacidad para vomitar, una por una, todas las palabrotas que recogía el diccionario de la lengua española.
Tenía una habilidad especial para crear palabros nuevos, que a pesar de carecer de un significado real, llegaban a sonar tan mal que ofendían la sensibilidad del desdichado oyente.
Así era ella.
Me preguntaba con frecuencia cómo una muchacha tan hermosa podía esconder en su boca una lengua tan sumamente viperina.
No era de extrañar verla fuera de clase, castigada por insultar a los profesores y compañeros.
La falta de respeto hacia el resto del mundo hacía que nadie quisiera compartir con ella absolutamente nada, ni tiempo ni espacio.
Su familia desesperada, habían tirado la toalla y la trataban como a un caso perdido. Avergonzados nunca contaban con ella al acudir a actos sociales o reuniones familiares.
Cuando se referían a ella, todos coincidían en que era la persona más insufrible que había sobre la faz de la tierra.
Y de ese modo tan antipático fue creciendo sin que nadie fuera capaz de pararle los pies y ponerla en su sitio.
En todos persistió el recuerdo de la maleducada chica de la boca sucia.
Las madres utilizaban su ejemplo para corregir a sus hijos: “No hables así o acabarás solo como la chica de la boca sucia”, decían de forma educativa.
Lo que la gente de ese pueblo no sabía es que la hermosa chica aquejaba una enfermedad mental denominada Coprolalia, uno de los síntomas más confusos y socialmente estigmatizantes del Síndrome de Tourette.
Desde niña la continua expresión involuntaria de palabras obscenas, socialmente inapropiadas o comentarios despectivos, provocó el rechazo de sus familiares y amigos, llevándola a sufrir una alienación tan dolorosa en su vida que la obligó a modular su carácter, como natural reacción a la constante marginación sufrida.
¡Que distinta habría sido su infancia de haber conocido el diagnóstico a tiempo!
La ignorancia quebró su vida.
Una vida que jamás podría recuperar.
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
Cuando Cenicienta hubo acabado todas las tareas de la casa, tenía ganas de vomitar. Después de todo el día fregando el suelo, haciendo la comida y limpiando los cacharros, tuvo que planchar los vestidos nuevos y ayudar a la madrastra y a sus dos repelentes hijas a vestirse y retocar sus peinados. Llevaban todo el día alborotadas con el dichoso baile que daba el hijo del rey para elegir esposa.
Una vez que se quedó sola en casa, se sentó frente a la chimenea con un vaso de Jack Daniels sin hielo y encendió un cigarro. Mientras exhalaba el humo con los ojos entornados mirando al fuego, se decidió a escribir en aquel grupo de WhatsApp denominado ”Putahadamadrina”, para sumarse a algún acto de protesta con el que poder desfogar su ira. Quiso la fortuna que los de aquel grupo estuvieran pergeñando un acto de sabotaje en el salón de palacio esa misma noche, a la que Cenicienta, muy dispuesta, se prestó de inmediato.
Llegada la hora culmen, el príncipe se levantó en silencio y fue andando con pose real hasta la mitad del salón. En ese instante, una treintena de mujeres engalanadas con sus mejores trajes de fiesta formaron un enorme círculo a su alrededor mientras lucían sus mejores sonrisas. Comenzaban a sonar las primeras notas del vals, en las que su alteza sacaría a bailar a sus cinco pretendientes favoritas, cuando, de pronto, irrumpieron en la sala cinco jóvenes coreando voces revolucionarias, con el torso desnudo y pintado con mensajes de grandes letras negras, en los que se podían leer consignas sobre los derechos de la mujer y la libertad sexual. El príncipe se quedó impresionado. Las que formaban el círculo, boquiabiertas. La guardia de palacio no tardó en acudir a poner orden, pero en la refriega y en su afán de huir de allí, Cenicienta perdió su mascarilla. Finalmente, las detuvieron.
Dos horas más tarde, las luces del calabozo se encendieron y apareció tras las rejas el propio príncipe con la mascarilla dentro de una urna de cristal… y no dudó en saber quién era su dueña.
Cenicienta terminó vomitando sobre los zapatos de su distinguido pretendiente, y se sintió mejor cuando mandó en ese momento todo a la mierda. Al día siguiente se escapó al bosque con su nueva amiga Caperucita la revolucionaria.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
Benita ya no sabía qué hacer con su hija Berta. Berta, llevaba vomitando desde el día en que abandonó la cuna, en una desesperante y agotadora propulsión de materia líquida, inundando la casa con una capa gelatinosa que Benita no conseguía ya eliminar.
Esta se adhería al suelo, a las paredes, al techo en ocasiones, formando caprichosos trampantojos cual antónimos de arte.
Benita comentaba el caso con su amiga Adela, aposentada en Suiza desde que terminaron la universidad; se había casado con un médico suizo que aterrizó de Erasmus por estos lares.
—Estoy desesperada Adela, de verdad que ya no sé qué hacer. Ningún médico ofrece solución a lo que sea que le esté pasando a Berta…ella está exhausta de tanto vómito, y yo, derrengada ante tanta excreción.
—Hablaré con Nico, seguro que él conoce entre sus colegas a alguien con conocimientos de casos parecidos. Te llamo y te cuento.
Según pasaban los días Benita se iba impacientando cada vez más en la espera de una respuesta que anhelaba necesaria para seguir respirando.
—¡PíPíPí…! Hola Benita. Nico al corriente del caso propone que os vengáis a Berna. Uno de sus colegas es especialista en enfermedades raras y quizá pueda dar con la causa del malestar de Berta. Está demás decirte que podéis quedaros en mi casa en la que os recibiré encantada.
—¡Muchísimas gracias Adela! Te contesto cuando tenga todo listo. ¡Abrazos!
Preparativos, carreras, negativa en un principio de Berta, harta ya de exámenes médicos; al final claudica ante la insistencia de su madre y las dos aterrizan con las expectativas a medio gas sobre el posible resultado que dará este viaje.
En la consulta del laureado por la universidad de Stanford, doctor William, éste, después de las presentaciones de rigor, echa de reojo una mirada a Berta que amasa entre sus manos un manojo de bolsas de plástico. Benita mientras tanto contesta el largo formulario donde ha de detallar hasta la última coma todo un proceso de años sobre la posible o no enfermedad de Berta.
La consulta concluye con la petición de una decena de pruebas a las que Berta ha de someterse. Resuelto todo el asunto de pruebas, visitas, consultas…
El resultado es absolutamente concluyente. No cabe ni una milésima de error.
—Berta está afectada de CACOFOBIA. —Comunica el doctor.
—¿Qué? ¿Eso qué es? —Pregunta Benita al borde del desmayo.
— «La característica principal de este trastorno radica en la experimentación de una emoción persistente, anormal e injustificada hacía lo feo. Se trata de un trastorno de ansiedad en el que el temor es el elemento principal que origina la sintomatología.
Así mismo, el miedo que provocan los estímulos relacionados con la fealdad son tan elevados que llevan a la persona a evitar todo contacto con este tipo de elementos. El temor hacía lo feo se caracteriza por ser persistente en el tiempo. El miedo se experimenta de forma permanente y no responde a etapas o momentos específicos de la persona.
El sujeto con cacofobia experimentará siempre elevadas sensaciones de miedo cuando se exponga a la fealdad». —Explica como un papagayo el doctorcito.
—Y, ¿Tiene tratamiento? —Pregunta Benita.
—Hay distintas técnicas, psicológicas, farmacológicas…, pero mi consejo tras la experiencia adquirida sobre casos semejantes es que Berta esté rodeada siempre de cosas bellas, que no se exponga a la fealdad del mundo y sus componentes. Si esto lo lleva a rajatabla, el problema quedará resuelto de raíz.
Y así fue como la protagonista de este cuento consiguió a través de su enfermedad evitar que cualquier elemento horroroso se le acercara y pudiera así provocar el lanzamiento gelatinoso de su depósito corporal, al que el tiempo obsequió con una pertinaz sequía.
IRENE ADLER
El capitán vomita sobre la cubierta.
Es la primera vez en toda su dilatada vida de marino, que vomita, doblado en dos, sujetándose el estómago que se agita como un pudding, lagrimeando entre convulsiones y arcadas que no puede, ni sabe, ni quiere, refrenar. Sabe que sus hombres lo miran, envueltos en un silencio que es mitad respeto, mitad vergüenza. Pero él no siente vergüenza alguna, sólo un asco profundo que le brota del alma y las meninges, y se solidifica en forma de ésa bilis amarilla que ahora le mancha las botas y la cubierta.
Se queda allí, mirando su propio vómito, incapaz de incorporarse, recobrar la autoridad o la compostura, hablar, moverse.
No quiere volver a asomarse a esa negrura del entrepuente, a ese hedor insoportable, a esa suerte de infierno creado por hombres como él. «No, piensa, hombres como yo no. Los negreros no son hombres, ni siquiera son bestias, no sé lo que son, pero no son como yo. Y antes de ser como ellos, prefiero dejar de ser un hombre».
Abordaron el barco holandés poco antes del alba, tomándolo por un mercante de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales. Creyendo hacer un buen botín en plata, sedas, vino, quizá joyas y dineros si los pasajeros fueran gente notable de regreso a las colonias. Y sólo al verse a bordo, entendió el capitán que no había botín ni joyas ni gente notable. Que era un barco de esclavos. Y al asomarse a la bodega del entrepuente, lo golpeó aquel olor, aquellos ojos, aquel asco. Y vomitó, sin vergüenza pero con muchísima rabia.
En la oscuridad caliente, casi espesa, el blanco resplandor de doscientos pares de ojos, lo atravesaron como lo haría un cuchillo. Ojos abiertos e inertes, blanquísimos, mirándolo desde un silencio de tumba y de muerte. Los hombres estaban sujetos a las trancas por bilboes, esos grilletes de hierro usados para inmovilizar a los esclavos. Encadenados por parejas, la pierna derecha de uno a la pierna izquierda del siguiente, estibados con tal pericia, que no cabría ni la punta de un alfiler entre un hombre y otro. No podían moverse, girar, toser, levantar la cabeza. Era un milagro que pudieran ni tan siquiera respirar. Y quizá más de uno, había muerto allí por asfixia, porque el hedor no procedía sólo de excrementos, sudor, inmundicia o miedo, sino de muerte. Carne humana descomponiéndose despacio, durante días, durante meses. Y ellos allí, con aquellos grandes ojos abiertos, contemplando a la fuerza y respirando, la muerte más ignominiosa de todas, la del hombre que tienes encadenado a ti y a la pared.
Cuando él y sus hombres abrieron las escotillas, no hubo un sólo grito, un lamento, una súplica, sólo aquel silencio aterrador de doscientas gargantas resecas, vacías, inertes. Doscientos hombres hacinados en un espacio en el que entrarían, con dificultad, cuarenta. Sólo lo miraron, espantados, pensando que era otro blanco cabrón, y esperando a ver qué hacía. Y lo que hizo fue girarse y vomitar, rodeado por la estupefacción de sus hombres.
Se incorpora, parpadea, traga saliva y da las órdenes precisas a su piloto.
«Sacádlos de ahí, por el amor de Dios. Que reciban agua y atención médica. Y cuando la bodega esté vacía, traed aquí a ése holandés hijo de perra y a su tripulación y metédlos dentro. Amarrados a los bilboes, van a ir así hasta el próximo puerto».
Su piloto asiente, la gente del trozo de abordaje lo sigue. Antes de que se pierda en la oscuridad opresiva del entrepuente, el capitán pone la mano en el antebrazo de su piloto y dice:
«Mostrad respeto. Podría habernos pasado a nosotros».
*Se conoce como «middle psssage» a la carga formada por negros de la costa occidental africana que eran primero cazados y luego llevados a América para ser vendidos como esclavos.
Puesto que no eran estrictamente mercancías manufacturadas ni tampoco se les consideraba personas, se acuñó el término pasaje de en medio para referirse a ellos.
RAQUEL LÓPEZ
«…Hoy por fin ,presentía que llegaba el día en el que le haría desaparecer,lo tenía todo planeado,no podía soportar ni un solo día más sus malos tratos..» Se dijo Laura.
…Amargas noches
con temor a que vinieras,
quería vomitar en tu rostro
todo el amor que no me diste.
Vomitar cada momento
cuando besabas mis labios,
¡cada vez que escuchaba tus falacias
cayendo de nuevo en tus manos!
Quería vomitarlo todo,
las palabras carcomidas
que durante este tiempo
se convirtieron en coágulos de sangre
que me asfixiaban.
Quería exonerarme de ti
sin sentirme lacerada
y si era así la única manera
acabando con tu vida,que así sea…
En la fría mañana de invierno,
Laura recibió una llamada comunicándole que su pareja había fallecido en un accidente de tráfico,en una mezcla de pánico y alivio intentó procesarlo.Soltando un grito ensordecedor,se acercó al lugar del accidente para cerciorarse de que era verdad que acabó muerto en manos de su propio destino y no en las suyas,que quedarían limpias e impunes.
No pudo más que vomitar en aquel cuerpo sin vida hasta expulsar todo el infierno que la corroía…
Su alma por fin, quedó libre.
LUIS SARMIENTO
Se inclinó sobre el vertedero y de su centro liberó un amasijo de fuerte olor desagradable.
Dos noches seguidas, sí, de insomnio y revolcones habían hecho de la cama un campo de batalla, un mundo alucinante y sin comparación posible a lo vivido por él en sus treinta años de existencia. ¿Qué pasaba? – se pengutaba incesantemente, pero una respuesta lógica no venía a su mente confusa y cansada. ¿Cómo dejar atrás esa etapa del proceso? ¿Cómo acabar de eliminar de sí mismo la horrible presencia de lo que llevaba enredado en su interior? Era eso, se repetía sin darse tregua para solucionar el asunto. ¡Solucionar el asunto, el problema! Sacar de una vez por todas aquello que le arrebataba el descanso, la paz, la tranquilidad tan deseada.
Pero allí estaba, aferrada a sus paredes internas, a sus rincones más recónditos, como una especie de larva asesina y viciosa en su hacer. ¡Maldita la hora -se decía una y otra vez- en que fue a la cita, a encontrarse con ella en aquel antro de sierpes! ¿Qué había pasado? Él sólo quiso romper la tóxica relación que los unía, dejarle saber que todo había llegado a su fin, que no quería verla más, en fin, que ya, que no la quería.
Volvió a vomitar, a doblarse en sí mismo, a sentir cómo el mundo se derretida en su interior. ¡Si hubiera escuchado a su hermana! Ah, si lo hubiera hecho, ahora estuviera durmiendo plácidamente en vez de doblado sobre el vertedero, vomitando el alma. ¿Por qué ignoró sus consejos, las evidencias puestas ante él? ¿Por qué no pudo ver detrás de la figura perfecta, de las palabras dulzonas y convincentes, de las caricias edulcoradas, d los jadeos y susurros, a la arpía que lo embobada? ¡Vaya usted a saber! Él, el que se creía dominante de la situación, el macho machote, ahora no dominaba nada, no tenía control de nada, y sólo podía agarrarse el vientre y vomitar su empesinamiento y testarudez.
Rayando la mañana, sonó el teléfono. Se levantó de la cama con desgano y bastante trabajo, levantó el auricular para oír la voz, dulce y melodiosa como siempre, de Teresa, que le dijo: «si te retractas, rompo el maleficio. Créeme, con un sapo te reviento, o te vuelvo a tener en mi cama. Decide tú. Aún te amo, te deseo, y te espero». Una risita estridente, no escuchada nunca antes, seguida de un beso, dió paso a un silencio desconcertante al otro lado de la línea. Sin saber cómo, volvió al vertedero para verter allí el vómito.
JAVIER GARCÍA HOYOS
En la calle ya no había nadie a esas horas. Daniel estaba nervioso. Todo su cuerpo temblaba, pero sabía que no era por el frio, su abrigo le protegía de el. Escuchaba el crujido de la nieve al posar su pie sobre ella a cada paso. El vaho que salía de su boca se esparcía por el aire. Su corazón latía con rapidez, como el segundero de un reloj.
De pronto, notó un nudo en el estómago. Se detuvo, el silencio y la continua precipitación de la nieve, le relajaron durante unos segundos. Se apoyó en la esquina de un edificio. Sus fuerzas se acababan. Miró al níveo suelo y se percató de que a su alrededor se estaba volviendo rojizo.
El silencio fue sustituido por el recuerdo de los desgarradores gritos desesperados de sus amigos. La plácida imagen de la nieve cayendo sobre él fue arrancada de sus ojos, en su lugar ahora veía los cuerpos sin vida y destrozados de aquellos con quienes había compartido tantos buenos momentos. Miró su ropa llena de sangre. Las nauseas volvieron.
Se agachó, apoyó las palmas de sus manos en el suelo para no caer tumbado, y vomitó. Parte de la espesa papilla viscosa que salió por su boca fue a parar a sus muñecas. Sintió cierto alivio por el calor que desprendía aquella masa informe fruto de la cena.
Sus tripas se calmaron y observó, asqueado, el grotesco espectáculo de la sangre mezclada con el vómito.
Oyó unos pasos tras él. Una carcajada resonó por todo el lugar. Intentó pedir auxilio pero era incapaz de extraer sonido de su garganta. El miedo le tenía atenazado.
El hombre del que huía le rodeó y se puso frente a él. Llevaba un abrigo oscuro, igual que el suyo, y la capucha le ocultaba la cara ensombreciéndola. Sus manos estaban tapadas por guantes de cuero, y en una de sus manos llevaba un enorme cuchillo.
—Mírate. Pareces un perro tras haber comido hierba. Eres patético, tanto como tus amigos suplicando por su vida. Aunque reconozco que resultaba divertido que tuvieran cierta esperanza en la clemencia de su asesino.
Daniel sabía que ya no merecía la pena huir. Había asumido su final.
—¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?
Tras una breve risa respondió:
El hombre se quitó la capucha, y Daniel se estremeció al ver su propio rostro en el de aquel desconocido.
—¿Por qué me echas a mí la culpa? Solo te indicaba lo que debías hacer pero tú fuiste el portentoso brazo ejecutor.
Daniel observó como el cuchillo desaparecía de la mano de su doble y aparecía en la suya. Su respiración se aceleró.
—Bueno, debo irme ya. Supongo que notarás que el efecto de la pastilla está desapareciendo.
El hombre chasqueó la lengua varias veces. Se llevó la mano al bolsillo del abrigo y saco una bolsita de plástico transparente con cuatro pastillas amarillas.
—Daniel, Daniel. Te advirtieron que estas cosas podrían tener efectos fuertes. Hasta ese camello al que se las compraste te lo advirtió. ¿Es que no ves las noticias? Que estúpida pregunta, claro que sí. Pero esas cosas que ves no te pueden pasar a ti, ¿verdad?
Sin darse cuenta, Daniel se encontró con su mano en el bolsillo. Allí estaban aquellas pastillas con la que pensaba experimentar nuevas sensaciones en su fiesta de cumpleaños.
Volvió a mirar al hombre, pero había desaparecido. Unas sirenas sonaban a lo lejos. Volvió a tener nauseas y vomitó de nuevo.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
La náusea
Putrefacción de oscuridad leprosa,
humor fecal, efluvio tumulario,
semen del leviatán, flema de osario,
escoria purulenta y ponzoñosa.
●
Cicuta acerba, siniestra, venenosa,
rosa de luto, heraldo funerario,
jaculatoria de funesto breviario;
la náusea con el miedo se desposa.
●
A malparir zozobras me condena,
pacto tramposo de jugos minerales,
renegada alianza, ingrata, obscena.
●
Que mis entrañas aborten albañales
y al diablo se encomiende mi novena,
pues de la muerte son los arrabales.
CARLOS GRAS
Una vez más, sentado en esta barra, sin más aspiración que la de dejar de pensar.
Esta noche se convierte en otra noche vacía, donde nadie me ayudará a calmar con el peso que cargo, ni nadie me ayudará a llegar a casa cuando empiece a balancearme.
Es una noche más sin aspiraciones ni metas, es otra noche donde desearía dejar de existir.
Ya no conozco la luz del sol, solo me queda la de las estrellas, sabiendo que allí está la gente que vela por mi.
Otra noche más que consigo llegar a casa a salvo, empapado en mi sudor y me siento junto al retrete, mi fiel compañero.
Tengo ganas de vomitar, vomitar toda esta mierda y poder seguir adelante, de vomitar todos estos malos pensamientos y poder volver a ver la luz del sol.
EFRAIN DÍAZ
A veces perdemos la noción del tiempo y del espacio. Nos vamos en un viaje astral y no somos conscientes de nuestros actos. Mientras dure el viaje, actuamos como autómatas.
Quisiera pensar que ese fue el caso de esta señora.
Entrábamos a la iglesia. Nunca he sido muy religioso que digamos, pero mi esposa es católica, apostólica y romana ultra derecha, con una silla permanente en el Tribunal de la Santa Inquisición, y por ende tengo que ir a misa. Inmediatamente entras al templo, está la pila gigante con agua bendita para que la gente moje sus dedos, se persigne y llegue mas o menos bendecida a la misa.
De pequeño mi madre me enseñó a introducir en el agua la punta del dedo del corazón, el dedo malo como le llaman algunos y si acaso también el índice para persignarnos y continuar la marcha hasta el banquillo. No mojar mas de dos dedos y no mas allá de la falange distal, decía mi madre. A medida que fui creciendo, aprendí que además de introducirlo en agua bendita, el dedo del corazón podía ser introducido en lugares menos sacrosantos pero mas divertidos.
Cuando fuimos a mojarnos la punta del dedo para persignarnos, pues cuando en Roma, como los romanos, vi una señora que se enjuagaba las manos en la pila de agua bendita como si estuviera en un fregadero o en un lavamanos.
Me vi tentado a ofrecerle una barra de jabón para que se bañara de una vez pero luego pensé que podría resultarle ofensivo. Hoy dia la gente se ofende por todo y por nada.
Luego del espectáculo que hizo enjuagándose las manos en la pila de agua bendita, opté por no persignarme. No me dieron nauseas ni ganas de vomitar. No soy de los que vomita tan fácilmente y solo lo hago cuando tomo demás. Prefiero vomitar antes de sentir la resaca al día siguiente. A mi edad no estoy para eso. Pero tampoco sabía donde la doñita había metido las manos ni por qué tenía que enjuagárselas tan efusivamente. Miré al Cristo crucificado y le dije “Padre, perdónala porque no sabe lo que hace”.
RAÚL LEIVA
Último vagón
Vomitó el primer calostro
las vacunas y temores,
desayunos por favores,
un bautismo por las dudas.
Vomitó verse desnuda
y aguantarse los dolores.
Vomitó los sinsabores
de una vida sin ayudas,
de sentirse corajuda
en medio los rumores.
Vomitó dos Padre Nuestros,
y unas diez Ave Marías,
la mirada de sus tías
el silencio de su madre,
la ausencia pues de su padre
se le volvió letanía.
Vomitó la hipocresía
de sentir gusto a vinagre,
que su vida sea un desmadre
sin pasiones ni osadías.
Vomitó al fin la paciencia
de los cambios sin sentido.
Vomitó sus mil latidos
que le ataban la conciencia,
vomitó hasta la inocencia,
se vació de lo prohibido.
A su vientre confundido
lo miró con resiliencia
y ejecutó la sentencia
de un adiós inadvertido.
GLORIA ALBADALEJO
Esos muchachos diablillos, esa edad tan mala, tan loca, tan inmadura, con quince años que se puede esperar. Es la edad de investigar cosas nuevas, de meterse en líos sin pensar. Ese grupito de cuatro chicos ya estaban cansados de jugar a la tabla ouija, nunca salía nada interesante, ni siquiera un aburrido fantasma. Pensaron y pensaron :
-Que podemos hacer este fin de semana. (Dijo Juan).
-podemos ir al cementerio. (Dijo Fede).
-Si, y hacemos allí lo de la tabla ouija. (Dijo Alfonso).
-No resultará. (Dijo Manuel).
Podemos hacer otra cosa mejor. (Planeó Manuel). – Nos llevamos herramientas y abrimos una de esas tumbas que hay en el suelo y vemos lo que hay a dentro.
A todos los muchachos se les iluminó la mirada acompañada de una sonrisa macabra. Así hicieron. Recogieron algunas herramientas de sus padres, a escondidas claro, para emprender al día siguiente ese juego maldito que sin darse cuenta iban a cometer.
Eligieron una hora tardía, pero para ello tuvieron que esconderse para que el vigilante que se dedica a cerrar el cementerio, no los encontrara. No pensaron como saldrían después, solo en la aventura que estaban a punto de ejecutar. Se metieron todos en el lavado cuando eran casi las seis de la tarde. A esa hora cerraban las instalaciones en invierno. Evitaron mirarse a los ojos para no reírse entre ellos cuando pasó por allí el vigilante. Tuvieron suerte en eso ya que al hombre no se le ocurrió abrir la puerta. Como el cementerio del pueblo era pequeño acabaría pronto con la inspección. Cuando comprobaron que el vigilante ya se había marchado, salieron a comenzar hacer de las suyas.
El cielo empezaba a apagarse, además allí no había ninguna iluminación pero a los chicos se les ocurrió coger unas linternas. Pronto se haría de noche y eso sería su único alumbrado. Dieron una vuelta por el cementerio antes de comenzar con ese arte macabro que se les había ocurrido hacer un día antes. Ya había pasado media hora y apenas quedaba luz en el cielo, cuando a los cuatro se les fue la vista hacia un gran ataúd que estaba enterrado en el suelo. «Amor mío, te quiero ahora y siempre». Maria 1975-2005. Las letras ampliaban gran capacidad de la losa de esa tumba elegida. Estaban en el 2008, ese cuerpo llevaba solo tres años enterrado. A los chicos por un momento, se les puso los pelos de punta. No sabían muy bien lo que iban hacer, solo deseaban divertirse, hacer cosas diferentes, cosas de locos. Destornillador, martillo, una tarea un tanto complicada. Los golpes que provocaban hacían eco por todo el cementerio. Cuando descansaban creian seguir oyendo ruidos. Les parecían que en cualquier momento saldrían todos los muertos de sus tumbas para defender a la difunta que pronto iba a ser profanada. Cada vez la curiosidad de los chicos iba en aumento, querían saber de una vez por todas que había ahí a dentro. En los siguientes martillazos que todos pronunciaban a la vez, la losa comenzó a romperse. La luz de las linternas podía visualizar como unos oscuros bichos de todas las clases, salían de entre las primeras roturas haciendo que los críos se retiraran hacia atrás provocándoles muecas de asco en la cara. Cada vez salían más bichos de esa caja enterrada pero tenían que continuar y así hicieron. Los siguientes martillazos hicieron que la losa se partiera por la mitad, haciendo salir un pudor insoportable que casi los hizo tirar al suelo. A Juan se le cayó la linterna a dentro haciendo ver lo que ellos querían ¿investigar?. El cuerpo ya putrefacto lleno de insectos y ese olor repugnante, hizo que los chicos se retorcieran de asco provocándoles una gran vomitada que ensucio todo lo que había a su alrededor, incluida sus ropas. Juan sin linterna y los demás con ellas intentaron salir de allí corriendo mientras gritaban. Los ruidos ajenos que rodeaba todo el cementerio, volvían a escucharse. Parecían los ecos de los martillazos de antes que seguían y seguían y los chicos por supuesto que se metieron en un gran lío. No pudieron escapar de ese lugar, todo estaba demasiado cerrado y vomitando mientras pedían socorro y también mientras algo les perseguía.
GUILLERMO ARQUILLOS LLERA
VÓMITOS AL DESPERTAR
—¿Otra vez vomitando? —el marido estaba muy preocupado. Cada vez que se quedaba embarazada, pasaba unos primeros meses malísima. Volvían aquellas semanas de pesadilla.
La maestra, desolada, acudió a lo que creía que la iba a ayudar: se enmendó a San Ignacio y a San Ramón. Y le prometió a Santa Rita que asistiría todos los años a su novena. Además, por si acaso, se puso en manos del mejor médico que conocía en la ciudad. Por si las moscas.
Y se volvió a quedar embarazada. Era su tercera vez, la tercera oportunidad que le daba el Cielo para cumplir su sueño: ser madre, tener una familia, traer al mundo varios hijos en un hogar donde reinase el amor.
¿Cuándo lloró más amargamente? ¿El día en que se enteró de que la chica que la ayudaba en la casa “se había puesto el perejil” para abortar? ¿O el día en que nació su hija y la matrona dijo que había que elegir nombre y bautizarla inmediatamente?
Los gritos de dolor de aquella mujer hicieron callar a toda la ciudad. Y sus lágrimas la inundaron.
Pero la vida continuó y la maestra, «pobre mujer, qué mala suerte que tiene», se volvió a quedar embarazada. Dos veces más. Y vinieron al mundo dos hijos como dos soles: sanos, cariñosos y traviesos. Dos regalos de Dios. Y de Santa Rita.
A los tres años, volvieron los vómitos. Solo que en aquella ocasión, todavía fueron peores.
«Eran insoportables —me contó—. Estaba convencida de que era imposible que acabara bien. Me temía que, un día cualquiera, iba a volver a aparecer la sangre y la nueva vida se terminaría antes de formarse, como se habían malogrado aquellas vidas primeras, hacía años».
Las vecinas le hablaron de un medicamento que quitaba las náuseas matutinas. Se lo habían recetado a varias mujeres en el barrio. Ella dijo que no, que no se lo iba a tomar. Que si tenía que pasar por aquello, por aquello pasaría.
Al cabo de los meses, alguien en el barrio tuvo un bebé sin brazos y casi ciego. Finalmente, se supo que la causa fue aquella medicina para los vómitos: la talidomida.
El hijo de la maestra nació sano, fuerte y grande. Muy grande. Ella había sido capaz de soportar aquellos insufribles vómitos que la iban a matar.
Me quiso mucho desde mucho antes de que yo existiera. Porque aquella mujer era mi madre y el niño que nació sin malformaciones soy yo.
(Este relato, aunque novelado, está basado en hechos reales).
La talidomida causó malformaciones en bebés de todo el mundo desde 1957 a 1963. Nacieron sin extremidades, con ceguera, sordera o defectos graves en los órganos internos que hicieron que muchos murieran de formas horribles. La compañía alemana que lo fabricó y comercializó nunca se ha hecho responsable de aquellos efectos.
El medicamento se sigue usando para combatir la lepra o para algunos casos de cáncer. Una sola toma de talidomida puede ser fatal para el feto o causarle daños irreversibles. Muchos países tienen un registro nacional de personas a quienes se les prescribe.
ARMANDO ARROYO
Entre el desayuno y buenos días,
Dorian se asomó por la corniza y vió algo idéntico a la esperanza. Era ella, cantando con una sonrisa más allá de lo divino. Era esa voz que en los oidos había escuchado llamarlo por el nombre en un susurro. Era todo lo que, secretamente y también a voces, había deseado desde que tenía conciencia romántica, más de cuarenta años. Dejó a un lado el cigarro de tabaco y el té helado y brincó para asirla sin importarle el vacio. Ella lo acompañó todo el trayecto y Dorian estaba feliz. La había encontrado. Se percató del suelo y tuvo nauseas, aunque el impacto le impidió vomitar. El amor se limpió una lágrima, guardó silencio y cambió de piel para buscar otra flecha.
©Armando Arroyo Andrade. México, 2022
LINOSKA BARANDA
Hoy ha sido un día estupendo. He podido visitar uno de los lugares que me había quedado pendiente por ver desde hace casi dos años, cuando todo se quebró; cuando dejamos de vivir y empezamos a temer; a morir…
Extrañaba la playa, aunque no la muchedumbre que siempre llena todos los espacios en busca
de sol y agua. No sé por qué la playa ejerce tanta atracción en nosotros, los humanos. Debe ser por la sensación de sentirse casi transparente cuando uno está dentro del agua. Estar casi sin ropa y sentir ese contacto mojado y constante en la piel, es una sensación casi mágica.
Aunque, a decir verdad, desde hace varios años no he disfrutado de eso. En los últimos tiempos lo que más me ha gustado es sentarme en silencio a contemplar el mar y escuchar música en mi cabeza, del tipo de música que no puedes oír cuando estás rodeado por la multitud.
La música de la que hablo viene de adentro, de la calma o turbulencia que haya en el
cerebro en ese momento. Yo, cuando estoy frente al mar, a solas, lo que escucho son
solamente sonidos de paz y calma. Esa paz y esa calma que puede hacerte sentir como si
renacieras.
Llegué a la playa cerca de las 5 de la tarde; una hora ideal porque el sol está al ponerse y, por lo tanto, no hace calor. No había casi nadie y el mar estaba muy tranquilo, como si estuviese
reposando. Los colores del cielo me hicieron pensar en un arcoíris porque, hacia arriba
predominaba el color azul que se fundía más abajo con un tono entre violeta y rosa salmón, y más abajo, rodeando al sol inmenso, la tonalidad era de un naranja intenso. Llegué a pensar que el cielo me estaba saludando, como si lanzara serpentinas multicolores en mi honor.
Oía muy bajo la música en mi cabeza, y en mis ojos sentía un hormigueo como si las estrellas,
que no habían aparecido aún, estuvieran acariciando mis pupilas. Aunque tal vez fue que lloraba…
De pronto sentí un vacío en el estómago, y el deseo de vomitar me sacudió. Recordé que desde la mañana no había ingerido alimento, concentrada como estaba en mi viaje, ni había pensado en comer. Logré superar el malestar y fui capaz de continuar contemplando la
belleza que me rodeaba.
Después de una hora, me di cuenta de que estaba completamente sola, ya todos se habían ido y yo había logrado calmar mis ansiedades y olvidar mis preocupaciones.
Hice una última respiración abdominal, abrí los ojos, me levanté y fui hacia hacia la cocina.
Logré la meditación perfecta.
ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO
Una excursión al monte
―Tengo hambre, tengo pis, tengo sueño, estoy cansada, me duelen los pies, me pica el culo…
― ¿Decías, cariño?
―Hay que ver, Mariano, es que no me echas cuenta ninguna.
―Sí, sí, es verdad. Creo que nos hemos perdido un poco, pero esto lo soluciono yo en un periquete, ¿tienes el mapa que te dije que cogieras del cajón de la mesilla?
― ¿Pero, quieres hacerme caso de una maldita vez?
―Ya voy, ya…, un momentito, que me sitúe…, este árbol me suena…, dame el mapa, anda, que no tengo claro dónde estamos.
―Se me olvidó cogerlo.
― ¡¡¡¿Cómo?!!!
―Mira tú, para lo que le interesa al señor, ya existo.
―Concha, no me vaciles, que el tema está peliagudo. Estamos perdidos y anochece en un rato. El mapa, por favor, ya.
― ¿Tengo pinta de estar vacilándote, imbécil? Llevo media hora intentando decirte algo y tú a tu rollo. Es que, ni has escuchado una palabra de todo lo que te he dicho.
―Vale, no te enfades, mujer, que hemos venido a pasarlo bien. Venga, cuéntame qué te pasa y papá Mariano te consuela, como a los niños chicos. Vamos, que…
― Tío, ¿tú eres tonto o te lo haces? ¿Te has creído que con un tap tap en la cabeza, como haces con el perro, vas a engatusarme? Lo tienes claro, guapo.
―Perdona, Concha, solo quería quitarle hierro al asunto. Reconozco que he estado muy torpe ¿vale, reina de la morería?
― ¿Y vas a atender un poco cuando te hablo?
―Claro, tonta, ya lo sabes…A ver, dispara, ¿qué es eso tan importante que se supone que no he oído?
―Tengo hambre, tengo pis, tengo sueño, estoy cansada, me duelen los pies, me pica el culo…
―Haber empezado por ahí. Pensaba que te referías a algo importante, no a los caprichitos de siempre. Ponte detrás de ese pino y te alivias, que retener la orina es malo para todo y, si te entra un apretón, coges una piedra picuda, lo mejor para limpiarse. “Y yo, preocupándome…”
―Ahora hablamos tú y yo. “Si no fuera porque estoy explotando, lo mato, lo juro”.
― ¿Estás bien, queri? Tardas mucho.
―Estoy intentando sacarme la piedra picuda del ojete, que se ha atorao. “¿Será gilipollas?”
―Venga, déjate de chorradas y termina de una vez, que se nos viene la noche encima.
― ¿Qué dices?, que con los ladridos no te entiendo.
― ¿Qué ladridos?, yo no oigo nada.
―Tú qué vas a oír, tontolaba, que estás más teniente que la O’Neill.
―Ahora, ahora, sí. Pero no son ladridos, más bien parecen aullidos. ¿No te he dicho que este es uno de los pocos montes de España donde los lobos viven en paz y armonía?
―Pero, pero, pero, ¿serás capullo, tío? Hala, lobos, y yo sin enterarme. La próxima vez me llevas a un país en guerra o a que me reduzca la cabeza un jíbaro psicópata. Si volvemos a casa sanos y salvos, te vas a enterar de lo que vale un peine.
―Desde luego, Concha, qué facilidad tienes para desquiciar las cosas. Con esa actitud, no vamos a ninguna parte. Anda, barre un poco ahí, en ese trozo de tierra llana, y monto la tienda de campaña. Menos mal que en esta familia hay alguien previsor, que si no…
―Sí, mi general, ahora mismo saco la escoba del bolso. Siempre llevo una encima, por si las moscas, ¿no te jode?
―Joder, qué carácter, de verdad. Yo qué sé, apáñalo como puedas, que yo me encargo de lo más complicado, como siempre. Por una vez, colabora un poco y no te quejes tanto, que me estás poniendo la cabeza como un bombo.
―Mariano, ¿has oído eso?
―Ya estamos otra vez, ¿qué es eso que tengo que oír ahora?
―Disparos, Mariano, disparos.
―Bueno, mujer, como hay lobos, habrá también furtivos, lo normal.
―Yo flipo contigo. ¿Tú sabes las cosas que he escuchado acerca de los cazadores furtivos, monín? Entre otras lindezas, parece ser que no suelen dejar testigos de sus fechorías.
― ¡¡¡Hala, exagerá!!! Tú has visto muchas películas, testigos, dice, juá.
―Me cago en tos tus muertos, Mariano. Ya mismo estás recogiendo la jodida tienda y vamos a escondernos entre los putos pinos, hostias, coño, ya.
―Nunca me había fijado en que fueras tan mal hablada, cariño.
― ¡¡¡A los putos pinos, yaaaaaa!!!
―Vale, vaaaale, pa ti la perra gorda. Por cierto, esta especie es pino albar, muy diferente del pino mediterráneo o del piñonero.
―A mí, como si es Pino D’angio, me la suda, ¿quieres tirar ya, o te arrastro de los pocos pelos que te quedan?
― ¡Joooooder! Cuando te pones de mala leche, no hay manera contigo. Eres insufrible.
―Mariano, no es por nada, pero los tiros se oyen más cerca.
―Habló el grajo.
―Te voy a meter dos gayas, que se te va a poner más cara de memo de la que ya tienes.
―Perro ladrador, poco mordedor…
¡¡¡Fuá!!! ¡¡¡Fuá!!!
―Pero bueno, vaya hostias, ¿de qué vas, tía?
―Te lo he dicho, y el que avisa no es traidor.
―Esto no va a quedar así, ya te lo estoy diciendo.
―Es verdad, en cuanto te descuides, te doy otras dos.
―Calla, ¿qué es eso?
― ¿El qué?
―Joder, tía, lo que cuelga de ese árbol.
―Y yo qué sé. No veo un pijo, lo que viene siendo lo suyo en el monte de noche.
―Espera aquí, que me acerco… ¡¡¡Aaaaah, qué susto, por Dios!!!
― ¿Qué, qué, qué?
―Nada, nada, no te preocupes, solo es un galgo ahorcado en proceso de descomposición.
―Voy a vomitar, brrrruagh.
―Con cuidado, leche, que casi me echas toda la pota encima.
―Mariano, te juro que, nada más llegar a casa, pido el divorcio, si no te he asesinado antes, que ganas no me faltan.
―Shhh, cállate.
― ¿Cómo?
―Que te calles, coño, que he oído pasos.
―Si crees que asustándome vas a hacer que me olvide de lo que te he dicho, lo tienes claro.
― ¡Shhhhhhhhh! Que es en serio. Silencio.
―Como te iba diciendo, Rafaelín, ¿no va el cabo el otro día y me dice que no está conforme con mi actitud? Ese no sabe con quién se está jugando los cuartos.
―Si es que es un bocas. Todo lo que se le ocurre, lo suelta. Pero, no es mala gente, peores los he tenido.
―Pues a mí me tiene hasta los huevos, tronco. No sé cómo se le ocurre tenernos aquí, de ronda nocturna, que si hay un asesino en serie suelto y leches en vinagre.
―Bueno, tío, es lo que tiene meterse a guardia civil…
―Tranquila, Concha, ya se alejan, no nos han visto.
― ¿Tú has escuchado lo que decían? Un asesino en serie, nada menos y, tú y yo, dos panolis de ciudad, debajo de un pino Alvear, a punto de morir de inanición, si es que no nos devoran antes los lobos o nos ejecutan los furtivos. Y pasa la pareja de la Guardia Civil, y no les decimos nada. ¿Te parece normal?
―Es que…, me ha dado no sé qué.
― ¿No sé qué, el qué?
―Es que…, es que me he traído un poco de marihuana, para rememorar viejos tiempos y echarnos unas risas.
― ¿En serio? Pedazo de alijo llevarás para haberte acojonado. ¿De qué cantidad ingente hablamos?
―Un cogollito y unos papelillos Smoking, de los buenos. Como me daba vergüenza, me compré en el estanco un bote enorme de tabaco de liar. Se lo podemos regalar a tu hermano, creo que es de su marca.
―Pero. Mira que eres, ¿cómo no te voy a querer?, Ay madre, que me lo como.
― ¿Quién anda ahí? Salid o disparo.
―Tranquilo, amigo, somos inofensivos. Aquí, la parienta y yo, que estábamos de excursión romántica y no s hemos perdido y, entonces…
― ¡Silencio! A ver, ¿habéis visto pasar a una pareja de la Guardia Civil hace poco?
―Sí señor, pero no les hemos dicho nada, porque el atontao de mi mar…
― ¡¡¡Silencio, coño!!! Vaya par de cotorras. Tú, coge esta cuerda y ata a la piba, ya. Y le pones cinta adhesiva en los morros. Y, las manos, donde yo pueda verlas. Rapidito… Bien, ahora, túmbate boca abajo, las manos atrás, y ni un movimiento, que te rajo en canal.
― ¡Eh, oiga, ¿no habrá visto por aquí un lobo sangrando? Es que le hemos dado, pero se ha escapao. Pero, ¿qué coño está haciendo con esa gente?
―Largo de aquí, joder, que no quiero más muertos, con estos dos me vale.
― ¡¡¡Guardia Civil, quedan todos detenidos, tiren las armas!!!
―Y una mierda.
Fiuuun, fiuuun, boom boom, fiuuun, fiuu…un.
―Concha, hace un rato que ya no se oye nada.
―Hmmm, hmmmm, hmmmm.
―Coño, la mordaza, perdona, mujer.
―Joder, Mariano, qué pocas luces, tío.
―Pues, Concha, cariño, yo diría que están todos muertos.
― ¿Y ahora, qué hacemos?
― Tú dirás, pero yo no quiero que me devore una manada de lobos.
―Vale. ¿Qué, intentamos encontrar un pueblo o algo?
―Vale. Y luego nos divorciamos.
―Vale.
GINO ALBARETI TARANTINO
La gran ovación
Alice apenas podía mantener la mirada en un punto fijo. Le quedaban dos paradas para llegar al salón de actos y el tiempo parecía que iba cada vez más lento. Su estómago rugía como si tuviera hambre, pero estaba tan nerviosa que apenas podía conectar con otro sentido. Sabía que era uno de los discursos más importantes de su carrera y siempre soñó con ser ovacionada por hablar de lo que más le gustaba: La psicología. 100 personas atentas a sus palabras.
Pett había llegado tarde una vez más. Tenía que preparar la barra para todos los asistentes. Algunos comerían antes del discurso y otros al final, pero antes o después todos querrían tener lo que pidieran. Se remangó las manos y se puso manos a la obra.
· No te echo a la calle chico por tu maldito cóctel. – le decía su jefe mientras lo observaba sin mover un dedo.
Pett había creado uno de los cócteles, sin apenas alcohol, más famosos de la ciudad. Gracias a su ingenio y su habilidad había creado una obra maestra que hasta comenzó a consumirse a todas horas, ya no importaba si quiera que fuera de noche o de día.
Alice entraba por la puerta principal con la ovación en la cabeza. «Lo lograré» pensaba y repensaba. Había mini grupos hablando muy bajito y esparcidos por toda la entrada. Todos miraban de reojo a la gran protagonista de la noche. Un hombre elegante se acercó y dijo:
Mientras esperamos que lleguen los demás asistentes, podemos pasar a la zona de bar a tomar algo.
Pett veía como se acercaban los clientes. Nada más entrar por la puerta ya se escuchaba los murmuros
Sea la hora que sea voy a pedirme mi cóctel favorito, el potar.
El jefe de Pett ya escuchaba los murmullos y se acercó a su creador:
· Pet ya vienen. Prepara el cóctel en la olla y con batidora, si lo hacemos a lo grande podremos servirlo más rápido. – dijo corriendo. Iré a preguntar si alguien quiere algo diferente.
Peto comenzó a, literalmente, volar sobre la barra. Entre los ingredientes y los materiales que necesitaba y lo rápido que corría parecía imposible que pudiera salir bien. Pero sin embargo, salió bien.
· Ahora chico vete a descargar el camión que necesitaremos más productos para la cena. – le mando el jefe
· Vale jefe, recuerde que tiene que servir el coctel…
· Si si muchacho ya lo sé- dijo interrumpiéndole.
Alice estaba tan nerviosa que se había quedado la última persona para entrar. Era la protagonista y apenas tenía valor para abrir la puerta. Se acercó al bar y se sentó en una banqueta. Ya estaba vació y había copas vacías por todos lados.
Pett regresó del camión y se encontró a la chica sola en la banqueta.
· ¿Qué te pasa muchacha? – le dijo con un tono cercano
· Hoy me falta valor – dijo devolviéndole la mirada
· ¿Valor?, yo tengo la solución – dijo Pett
Saltó la barra y pilló una botella de agua. La mezcló con restos de una naranja y se la dio en mano con un último toque de su coctel.
Aquí tienes – dijo acercándole la copa
· No gracias, yo no bebo y más con nervios- dijo levantando la mano
· Está bien, no es alcohol, es una receta mágica para la inseguridad. A mí siempre me sirve – dijo con una sonrisa
· Está bien- dijo Alice devolviendo la sonrisa
Ya había dado la entrada y Alice se dirigía al escenario. Con su vestido elegante y sus zapatos de tacón, la bebida estaba dando resultado era la mujer más segura del mundo. No sabía si había sido un placebo o si realmente funcionaba, pero lo importante es que se sentía como nunca.
Pett contento con su buena obra regresó a la barra a limpiar. Mientras tarareaba una canción, limpiaba y fregaba como un día más pero con una sensación de plenitud total. Terminó de limpiar y se sentó junto a su jefe, quién tras terminar de servir a todos los clientes el famoso coctel se sentó a mirar como recogía su empleado.
· Sabes que jefe – dijo suspirando
· ¿Qué tengo que saber Pett? – contestó
· ¿Te acuerdas lo bien que nos salió el primero de todos?
· Si, no ha habido ninguno como ese
· ¿Y te acuerda por qué lo cambiamos?
· Si, porque daba una diarrea impresionante
· ¡Exacto! – dijo sonriendo – encontré la solución, por cierto
· ¿Cómo? ¿Solucionaste lo de la diarrea?
Pett seguía sonriendo como si fuera el día más feliz de su vida.
· Si lo solucioné jefe. Y veremos los resultados pronto, además lo probé conmigo antes de venir y estoy de maravilla.
· ¿Lo has? – dijo saltando – ¿no lo habrás servido sin probarlo? – dijo alzando la voz
· Tranquilo tranquilo jefe. Está todo hecho. Estoy seguro que mis instintos no me han fallado. Estará bien.
El jefe se levantó corriendo y entró en el salón de actos.
Alice ya estaba en el escenario y había comenzado su discurso. Todo parecía normal. La gente contemplaba a la gran Alice con sin quitarle los ojos de encima. Atrapados por cada palabra de la protagonista estaban hipnotizados.
El final del discurso ya se acercaba, y el jefe volvió al bar tras ver que todo estaba en orden.
De pronto, comenzó a escuchar un sonido similar al de un t-rex marcando territorio viniendo del baño. Fue corriendo y ahí estaba. Pett había llenado todo el baño de vómitos, apenas podía distinguirse el suelo. Sentado contra la pared y limpiándose las babas miró al jefe y dijo:
· Creo que voy a ir a casa a rehacer mi curriculum jefe.
Alice había acabado el discurso. Todos sonreían y ahí sola frente al micrófono dijo:
· Gracias a todos por esta oportunidad.
De pronto sus palabras no tuvieron el impacto que esperaba. La cara del público comenzó a torcerse como si fuera el peor día de su vida. De un segundo a otro, volvieron a la época de los dinosaurios pues 100 t-rex habían despertado y el suelo volvía a ser de tierra y otro tipo de… partículas.
BEA ARTEENCUERO
DOÑA MANUELA…
– Guenas tardes doña Manuela.
– Guenas tardes doña María, que la trae a este humilde rancho.
– Acá le traigo a la Negrita, mi nieta, la hija del Gervacio.
– ¿Que le anda pasando a la muchacha?
– Es que todo lo que come, no le sienta bien.
– Mire Ud!
– Todo el día, corre de acá para allá con la mano en la boca gritando.
– Agance pa un lao que voy a gomitar.
– la pucha, voy a gomitar otra vez.
– Así va y viene.
– ¿Y dígame doña María, ¿la muchacha no habla?
– Claro que si, es tímida nomas.
– Dígame Negrita ¿No será que Ud.esta esperando un muchachito?
La Negrita la mira con los ojos muy abiertos, pero no dice nada.
– Como se le ocurre, doña Manuela,
La Negrita nunca jue con nadie.. Es pura.
– Dirá..Virgen doña María.
– Si, si está muchacha no sale del rancho, curele Ud el empacho, seguro le cayó mal el guiso que cocino el Pirincho.
– ¿Quien es ese Pirincho?
– Un mozo nuevo que trabaja con los peones en la Estancia. Son amigos con la Negrita, cocina muy bien el mozo.
– Bueno, bueno..Que dentre pa la pieza que le tiró el cuero pa curarle el empacho.
– Agale nomas Doña Manuela.
Al rato sale la Negrita, siempre en silencio.
– Bueno doña María, empachada no está la muchacha, que tome estas yerbas y va andar bien.
Allá se fue doña María con la Negrita pal rancho.
La situación no cambio mucho, por un tiempo largo se veía a la Negrita corriendo con la mano en la boca gritando.¡Voy a gomitar! Abran paso. Al fín un buen día se le paso.
Doña María, fue a darle las gracias a la curandera.
– Guenas tardes, doña Manuela.
– Guenas tardes doña María ¿ Qué la trae por mi rancho?
– vine a traerle esta gallina y estos quesos de cabra para agradecerle, la Negrita a Dios gracia y a sus yerbas ya no gomita, hasta engordo la muchacha.
– Acá estoy pa lo que necesite, doña María.
Pasan los meses, un día doña Manuela va al pueblo y se encuentra con doña María y La Negrita.
– Bueno..bueno, ¿como andan?
– ¡No sabe doña Manuela!
– Hace unos cuantos días atrás ya de noche, la Negrita se retorcia de los dolores de panza, corrió el Pirincho a traerle al Doctor ¿ y sabe Ud?El Doctor se encerró con ella en la pieza, nos pidió agua caliente y trapos limpios, seguro le va hacer unas cataplasmas pensé.. y no..
Al rato la Negrita dejo de gritar y el Dr.sale con un guri en los brazos.
– ¡No me diga, doña María!
– Si, doña Manuela ¿sería por los Gomitos?
– No doña María, eso no se hace sólo!!
Los gomitos anunciaron al guri.
– ¡ Yo le dije doña María…Yo le dije!!!
GAIA ORBE
Unos años atrás una compañera de trabajo me invitó a su bautismo en una iglesia de las que llaman neopentecostales. Con ganas de conocer otras ceremonias la acompañé. Ella se quedó en la fila de los que recibirían la bendición y a mí me acomodaron en la zona de arriba de un enorme anfiteatro que estaba con sus localidades completas. En el centro debajo de la tarima del pastor que dirigía la ceremonia había una pileta de lona donde, según me habían dicho, entrarían los que se bautizaban.
La ceremonia comenzó con melodías pegadizas. La temática de los cantos era alabanzas a Dios. La gente movía sus manos abiertas al cielo al unísono y se balanceaban a ritmo de lado a lado. Yo observaba azorada a la multitud. Pero poco a poco, esa energía musical me fue llevando a la emoción. Nos pidieron que cerráramos los ojos. La música se hizo más suave. El pastor comenzó a llamar al Espíritu Santo, primero en un tono bajo, luego más fuerte y después más fuerte. Entonces, yo que estaba con un ojo abierto y el otro semicerrado, me paré porque no podía creer lo que estaba viendo. Algunas personas de pie en las primeras filas habían comenzado a vomitar dentro de la pileta de lona. Y el pastor llamó a aplaudir ese vómito que era obra del Espíritu Santo. A mi alrededor otros que estaban sentados hicieron arcadas. Los acomodadores les dieron bolsitas plásticas y ellos se pararon para vomitar dentro. No se sentía olor ácido en el lugar. Vi que la gente largaba saliva espumosa, o líquida. Le pregunté al señor que estaba a mi lado:
— ¡Gosh! ¿Qué es esto?
Y él me respondió:
—El vómito santo.
Los acordes acompañaban los movimientos espasmódicos de la gente.
El pastor vociferaba de un perro que volvía a su vómito, sobre la tierra vomitando a su gente a causa del pecado, el gran pez vomitado por Jonás, y que el Señor vomitaría a los tibios según el Apocalipsis. Me dieron ganas de huir de ese loquero y le pedí permiso para pasar al hombre a mi lado y él me dijo:
—Tranquila. Luego la gente siente mucha paz porque se liberaron del demonio. Se va a perder el bautismo.
Me senté otra vez durante unos minutos hasta que el pastor dijo:
“ Echa espumarajos, cruje los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no lo lograron. —¡Ah, generación incrédula! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho. Así que se lo llevaron. Tan pronto como vio a Jesús, el espíritu sacudió de tal modo al muchacho que este cayó al suelo y comenzó a revolcarse echando espumarajos.”
Y yo grité:
— ¡Un epiléptico! ¡Ese de la Biblia era un epiléptico! Esto es un vómito moral.
Y me fui.
MERCEDES MEDIANO
Allá donde pisaba todos la miraban porque su belleza era impresionante. Su pelo moreno y lacio se movía con gracia y siempre se mantenía peinado impecable. El sol cuando se reflejaba en ellos lo hacía parecer un chorro de cocacola. Su cara era perfecta y su piel color miel resaltaba sus ojos de color ámbar.
Su cuerpo estaba torneado de manera que cualquier prenda que se pusiera causaba sensación a las miradas que sin querer se posaban en ella.
Y su sonrisa era un complemento que no podía faltar en tan impresionante mujer pero todas estas cosas que cualquiera podría desear e incluso envidiar tenía un secreto. Ella no era feliz del todo. Una pena le invadía el alma porque no era feliz. Necesitaba tener amigas y disfrutar ese poderío con gente que la quisiera. Los hombres sólo veían en ella sexo y eso la hacía cada vez más fría y dura en sus relaciones personales. Además cuando salía de comidas lo pasaba mal y a veces por la ansiedad de tantos días de dieta cometía excesos que cuando se quedaba a solas en el servicio se ponía a vomitar para no perder su tipo.
REBECA FERNÁNDEZ
Hacia muchísimo frio, ella estaba acurrucada en el suelo, con la mirada pérdida y el rostro desencajado, había perdido la noción del tiempo; sentía que los minutos transcurrían como días.
Sus manos temblorosas aún empuchaban el cuchillo, ella las miró y vinieron a su memoria cada uno de los recuerdos, primero los buenos que inmediatamente fueron desplazados por los malos. Recordó cada golpe, cada humillación, cada maltrato, cada abuso.
Miró a su lado el cuerpo inerte de su marido ensangrentado y sintió como se revolvían sus entreñas en una mezcla de sentimientos de culpa y asco, pero entonces miró sus ropas desgarradas por el abuso; sintió el dolor en sus brazos después de la lucha, estaba cansada de tanto luchar por defenderse, volvieron las ganas incontrolables de vomitar esta vez solo por el asco que sentia y entonces todas aquellas emociones salieron en forma de vomito.
CURRO BLANCO
Hoy estoy rara; rara… de sentirme rara, no sè.
Y es que desde hace varios días me sube por aquí, por el abdomen, desde el bajo vientre, un ardor doloroso…; no, no es acidez. Tengo arcadas, trato de vomitar pero no sale nada de esta boca mía.
Tengo inapetencia por todo; no me apetece hablar con nadie. cuando los clientes me preguntan: “¿cuànto, guapa?”, babeo y escupo constantemente y me vienen arcadas pero de vòmito seco. ¿Síndrome de vòmitos cíclicos secos?, yo que sè.
Si la cosa quedara ahí… Pero es que estoy muy rara…; tengo sensibilidad a la luz, los clientes: “que anda que no soy antigua…”, que quieren verme bien las tetas. Pero aquí se folla como yo diga; quien quiera bien, y quien no…
“Haciéndolo” me mareo y tengo dolor de cabeza.
Me da a mì que esto mío… Esta rareza en el sentir; de buenas a primeras me dan llantos sin lagrimas, también secos. Ayer un cliente, un señor ya mayorcito, no sè, 65, 67 quizá, que más da (èl nunca quiere hacerlo, se conforma con que se la casque), me hizo ponerme sensible; que no se corrìa, “¿tendré impotencia?”, preocupado el buen hombre. Y quise llorar pero nada, ni una lágrima.
No sè, ¿tentrè una enfermedad de esas “raras”?
Me estoy asustando; ayer la Paca: “que tenia la piel pàlida (¡yo siempre tan lozana!), que me notaba como con falta de energía y que si los ojos hundidos en las mejillas”, decía. Y, “que pidiera cita para el médico que con suerte me vería para el mes que viene”.
Los sonidos algo elevados me molestan; el manuel vino ayer con ganas de huelga, tu me entiendes…, puso en el equipo Thunderstruck de Ac/Dc a toda pastilla y me subió el camisón por detrás, ya sabes, para hacerme la lechuga, y le peguè dos bofetadas con la mana abierta (con lo que a mi me ha gustado los Ac/Dc siempre), después, cogiò sus bártulos y se fue. No me dio tiempo ni de decirle que estaba rara… de sentirme rara.
Creo que le harè caso a la Paca y cogerè cita para el médico, a ver para cuàndo me la dan. He oido que al tiempo de dejar las drogas te puede venir un capitulo de bajón, como de depresión o asì ¿Será eso? No sè, ya hace mucho que las dejè.
Nunca debí salir del pueblo Ramona, o al menos haberte hecho caso y haber vuelto.
Te echo mucho de menos Ramona.
La Desi que te quiere.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Sali de la casa de mis abuelos con ganas de vomitar, mareado.Tantos recuerdos, los hombres qué volvían del campo con las bestias, los niños con sus juegos, las mujeres sentadas en la puerta cosiendo y hablando, riendo, ese es mi recuerdo. Era un niño, no sabia de todas las penurias de la gente del pueblo. Ahora, tantos años después me lo puedo imaginar. Ahora empieza el trabajo de reconstruir el pueblo. No se como. Cuando una voz me saco de mis pensamientos. Era una mujer, qué me espetó,» He, qué haces tú aquí?»
EFRAIN DÍAZ
Esa mañana amanecí con ganas de ir al campo. Mi familia paterna son campesinos y aunque no me crié en el campo, de niño solía visitar a mis primos.
Hice la llamada de rigor. Detesto que lleguen a mi casa sin avisar y por consiguiente, no llego a ningún lugar sin aviso previo.
Estando todo en regla, emprendí el viaje. Me tomó unas dos horas llegar al campo. Cuando llegué, pude sentir el cambio en la temperatura. El campo era más fresco que la ciudad. También pude notar el verdor de la naturaleza, algo que no ves en la ciudad.
Mis primos y mis tíos se pusieron contentos cuando me vieron. Hacía varios años que no iba al campo y ellos nunca bajaban a la ciudad. La ciudad no era para ellos.
Mi tía ya había encendido el fogón. Con una sonrisa me dijo que el menú sería viandas hervidas y cerdo asado a la vara. Por supuesto, no podía faltar el ron.
Luego de los saludos protocolares, fuimos a los establos a ver a los animales. Ellos tienen crianza de cerdos, cabras, gallinas, vacas y caballos.
Uno de mis primos agarró un cerdo. Le echó una soga por el cuello y me dijo que lo siguiera. Mi tío y mis demás primos se unieron al séquito.
Entramos a un cuarto que tenía un tubo de unos 10 pies de alto. Era el matadero.
Se me heló la sangre. Iban a matar el cerdo que iban a cocinar. Pensaba que ya se habían encargado de eso. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Jamás había visto matar a un animal. Quería salir de allí pero mis primos se burlarían de mi. Estaba en una encrucijada. Decidí quedarme para mantener mi honor.
El cerdo sabía a lo que iba. Se resistía a caminar. Mientras mi primo lo empujaba y lo golpeaba para que cediera, el cerdo simplemente se resistía. Me recordó las escenas de la Pasión de Cristo. Una vez llegó al poste, mientras mi primo lo sujetaba, otro lo amarró por las dos patas traseras y lo levantaron con una pateca. El cerdo comenzó a gritar desesperadamente como quien sabe que va a morir sin remedio. Su cuerpo levantado por las patas traseras se sacudía para zafarse de la soga. Ya de cabeza, mis dos primos lo agarraron para que no se sacudiera. Mi tío se acercó con un afilado cuchillo y un cubo vacío. El cerdo intensificó sus gritos hasta que mi tío le hundió el cuchillo en el pescuezo. Entonces sacó un grito seco y ahogado. Sentí la puñalada como si me la hubiesen dado a mí. Poco a poco dejaba de moverse. Sus gritos se fueron apagando. Su mirada se tornó vacía hasta que dejó de moverse. Hubo un silencio sepulcral. La sangre continuó cayendo en la cubeta y la utilizarían para hacer morcillas. Sentí unas tremendas arcadas en el estómago. Mi tío se dio cuenta y me preguntó si quería vomitar. Aunque tenía ganas, le dije que no. No sería el único que vomitaría en la escena dantesca. Cuando estaban prestos a rajarlo para limpiarlo, salí del improvisado matadero. Juré que jamás volvería a comer carne. Me haría vegano y haría campaña para detener la matanza y consumo de animales. Estaba decidido.
Limpio y condimentado el cerdo, lo ensartaron en la vara y comenzaron a asarlo en el fogón.
Al cabo de unas horas ya estaba listo.
Ya se, aunque prometí hacerme vegano y no comer carne, no puede resistir las ganas de comerme el cerdo. El olor del asado invitaba a engullir. Luego vinieron las nauseas, pero de la comilona.
OMAR ALBOR
Tras largas noches
de insomnio, las ideas tentaron a la realidad.
El día tenía 96 horas y nadie se acercaba yo estaba solo en el medio de un campo de San Luis, miraba los pájaros miraba el paraíso y no sentía nada, había llegado a este lugar por su forma de vida llena de riachos con un manantial de imágenes que me decían quédate disfruta, había sido un año muy duro tras una separación matrimonial todo era una novela que termino mal.
Yo huyendo a San Luis y no queriendo mirar atrás.
Un día muy tranquilo yo tomando mate bajo un árbol llego a la casa no se si por acierto o casualidad un vendedor de sahumerios que casa por casa ofrecía sus productos de producción propia, y tras ver todo lo que tenía nos pusimos a charlar de porque habíamos elegido San Luis como tierra de escape de nuestra otra realidad por decirlo así y el me comentó que llegó de Buenos Aires cansado de tanta inseguridad y que la estaba remando con la venta de los saumerios que los hacia junto a su mujer.
Y vos me dijo me onda te veo solo acá en esta casa y mí cara se transformó yo llegue acá le dije porque me separé del amor de mí vida o creí que iba a ser así, y un tío me ofreció está casa como refugio de mis penas, el me preguntó cuánto me iba a quedar y le contesté que no lo sabía por lo pronto iba a comenzar a dar clases de yoga que es mí pasión y luego veré como sigue esto, tú nombre me preguntó yo me llamo Raúl y vos Osvaldo me dijo y mí mujer se llama Roxana vivimos en el pueblo cuando quieras podes venir a tomar unos mates tenemos 2 hijos, cuando quieras venite, nos dimos la mano y se fue, yo me quedé apollado junto al porton del frente de la casa un rato largo era la primer persona que venía tras varios días, luego entre me puse las zapatillas y salí a correr una hora ese fue el comienzo de mí vida en San Luis dónde entendí que era hora de dejar a los fantasmas atrás y conocer nuevas personas y que los días volvieran a tener 24 horas.
Y que las ideas tuvieran luz y ya no más sombras.
JESÚS BLANCO HIERRO
¿Pero cómo puedes sufrir tanto?
La vida desde luego es una mierda… todos los animales que la tienen comprueban que es una mierda…y frente a las locas e impúdicas súper valoraciones (por tener consciencia, por tener poder mentir y justificarse), el animal humano no se supera de ser un productor de mierda…y un comemierda.
En eso consiste ser un ser limitado, en mal nacer, seguir entre escapadas, y en mal morir.
¡Cuánto sufres, Jos!
¡Cuán grande es tu dolor!. ¡Cuánto sufres!.
¡Cuánto sufres!. ¡Cuánto sufres!
El cachorro, que sonríe y hace sonreír, en cuanto crece un poco, nota su vulnerabilidad (como un pajarito que cae del nido y no puede volar para volver), y el niño crecido que todos hemos sido, también ese descrito sentado en soledad y que con sus uñitas sucias iba decapitando los insectos que sacaba de su cajita, tu le has visto y oído como con una piedra en su puño machacaba una estampa de Dios, porque pudiendo éste, no le había ayudado en ese momento que tanto ha sufrido.
¡Cuánto sufres, Jos!, ¡cuánto sufres!, ¡cuánto sufres!, ¡cuánto!
Un día vendrá la muerte y borrando el error de la vida, ya no sufrirás.
¡Te acuerdas antes de nacer!, nada sufrías, nada molestaba tu sueño profundo sin tener que rogar cada noche que viniera, ni menos, gozándole, que se te pasara al sueño estrafalario y de pesadillas.
Se muere tu perro, Jos, entre espasmos dolorosos se muere y hay que aguantar mientras dure una escasa esperanza. Una mierda de perro, te diría el Sumo Pontífice, frente a tantos niños que hay hambrientos, y tu te cagas en su madre, y aunque ateo, quisieras que un Dios Único se te presentara para maldecirle personalmente, insultarle y cagarte en él, que además ha llamado a tu perro, animal impúdico.
¡Cuanto sufre, Jos!
Y mañana, tal vez los informativos nos traigan la noticia de que la guerra entre los dos ejércitos enfrentados, ya ha empezado, y que ha aumentado la guerra sucia de los terroristas de aquí o allá, o simplemente, que las bandas ladronas y criminales omnipresentes ya han llegado a tu calle.
Y otros dirán que bueno, que peor es la peste que sufrimos todos, con sus más consecuencias que los muertos, esos que antaño cuando la peste negra, huían abandonando a sus padres o hijos.
Y otros dirán que nos quedan los prohombres, los iluminados por el poder, como Stalin y su amigo Hitler, que tanto lo fueron para invadir y repartirse Polonia, o que los virginales jefes guerrilleros han llegado por fin al poder… para los tantos que creen y quieren creer que no todo es corrupción.
¡Cuánto sufres, Jos!, ¡cuánto sufres!, ¡cuánto sufres!. Es un constante vómito.
Y no debes sufrir tanto, como tantas veces te he dicho, pues tras “La Nausea(1)” te viene el vómito.
…………………………………………….
(1) “La Nausea”, principal obra del premio Nobel y existencialista , Sartre.
RAYYI T’RUJILLO
Llegó al salón emocionadisimo por volver a clases, y jugar con mis amiguitos.
Pero ellos no me me miran, siguen ensimismados parloteando.
Blah, Blah, Blah
– ¿Quien es tu Crush?
– Martinita
– la mía es Majo, Maria Jose.
– ¿José María?
– Oye, no te burles.
¡Pero! ¿De que es tan hablando? ¿Son esos mis amigos?
– Oigan- llamó su atención- ¡Estoy aquí!
– ¡Mateito! No te vimos ¿hace cuánto llevas ahí?- me saludó fredick
– ¿Que tal las vacaciones amigo?- preguntó otro
– ¡No me cambien de tema!- repuse mirando a cada uno arrugando la cara más enojada que podía.
– ¿Eh?
– ¿De que tema hablas Math?
¡Puagh! Se hacen a los que no saben nada.
Mis mejores amigos acaban de romper nuestra regla número 16 «No hablar de cosas asquerosas como el amour»
Huácala.
– Chicos- respiro lentamente- díganme qué es un crush.
Todos estallaron a reír.
– ¿Que es tan gracioso? Agh- estoy molesto, muy molesto.
– Discúlpanos, es que se nos haces muy tierno- Kayl despeina mi cabello
– Es el bebé del grupo, tenemos que protegerlo- les dice a todos él fortachón Juan.
– Gugu Gaga
– Gugu Gaga
– ¡Ya basta!- estoy seguro que solo quieren irritarme.
– Crush es una niñita que te guste- Juan me explica 5 minutos tarde.
– Yaya como digan- intento cambiar de tema porque me dan náuseas seguir hablando de niñas- ¿Trajeron sus trompos para el recreo?
Rien nerviosamente, y siguen hablando como si no me oyeran.
– Mira ahí entra Martina- señala uno
– Y viene al lado de la linda Lucianita- Kayl abre su boca tan grande al sonreír.
– ¿A que hora vendrá María José?- se lamenta Julio en sollozos exagerados- ¡Snif! ¡Snif!
¡Necesito conseguir nuevos amigos! ¡O si no voy a vomitar!
Aiñ, Siento un horrible dolorsito en mi estómago, yo solo estaba diciendo eso por un decir ¡Odio vomitar!
¿Que comí hoy? Pan, queso y…
¡Atún! ¿Y si estaba vencido?
Salgo afuera del salón como puedo, pero hay demasiados niños en la puerta.
– ¡Permiso!- nadie parece oirme ante el bullicio.
Bueno, ellos lo decidieron, no queda nada más que empujarlos.
– ¡Salgan! ¡Molestos!- doy empujones al aire para sacarlos de mi camino.
¡No aguanto más! ¡Si me quedo aquí, vomitare encima de ellos.
– Que malhumorado
– ¡Oye no me empujes!
– ¿Que haces? ¿Porque me estás jalando la mochila?
Ya afuera, siento que alguien me toca el hombro y volteo asustado.
– Me arañaste Mateito- reclama llorosa Luminita.
– ¡Lo lamento! ¡No fue mi intención lastimarte!- me asusta ver la piel roja de mi amiga.
– No te preocupes- me sonrie con los dientes- tengo una vendita en mi mochila.
La veo sacarla ella misma y ponérsela.
Luego de que termina me queda mirando sonriendo.
¡Que linda sonrisa! ¿Que es lo que estoy sintiendo adentro mío?
¿Sera que así se siente el amouur?
Luego de dos segundos me giro para el basurero de al lado y vomito todo mi desayuno en frente de Luminita.
– ¡Bluagh! ¡Bluagh!
Todos me rodean rápidamente para ver lo que son esos ruidos.
Al levantar la cabeza me miran con expresión de asco.
No, definitivamente lo que siento solo es el atún vencido en mi estómago.
– ¡Bluagh!
SILVANA GALLARDO
Tengo ganas de vomitar
Todo lo que estorba, lo que daña, lo que duele, se convierte en basura. Provoca náuseas el solo de pensar la cantidad de cosas que debemos desechar. No me dejen mentir, ¿acaso alguien queda exento de acumular estrés, enojos y palabras atoradas en el alma?
¿Por cuánto tiempo hemos guardado el hedor de nuestra cobardía?
Soy Éber, desde niño fui menospreciado y humillado y no porque fuera un tonto. Fui educado en el seno de una familia que siempre emanó bondad, respeto, cordialidad, armonía, solidaridad. Crecí arropado en esos valores y cuando la vida me puso en la calle, cuando mis padres me perdieron de vista en la esquina de la existencia para enfrentar mi destino, empecé a conocer la verdadera realidad.
La gente se hizo presente en sus diferencias individualidades; me rodeé de personas, algunas afines a mis principios y muchas más de corazones infames, siniestros, soberbios, interesados. Empecé a descubrir la maldad, el engaño y la miseria humana.
Sabía que mi mundo, no el de todos, era la bendición más grade que ser humano pudiera tener. Para empezar, nuestra hermosa condición humana, un cuerpo maravilloso convertido en la más innegable perfección cual maquinaria hecha con la magia de la vida, un engranaje desde las células que básicamente estructuran nuestro ser, hasta lo subjetivo que nos eleva como alma y espíritu para el equilibrio de nuestras emociones.
Jean Paul Sartre decía que «hoy día sabemos cómo se hace todo, excepto vivir», pues nos dejamos arrastrar por la vorágine de la rutina, ansiosos de tener, de acumular lo material. Pareciese que estamos en constante competencia para medirnos por las cosas que adquirimos: casas, autos, el mejor vestido, etc. y en esa carrera, por demostrar quién tiene más, nos olvidamos de vivir.
En el sendero que he recorrido entre la vida y la muerte, he tenido desasosiegos, tristezas, impotencia, decepciones, enojo, al ver cómo el ser humano se ha deteriorado en su esencia bendita de humanidad, porque mata, depreda, viola, daña y acaba con lo bueno que nos fue asignado en nuestro efímero paso por este mundo.
Guerra y pobreza; poder y sometimiento han sido el común denominador en nuestra historia originando la desigualdad que orilla a todos aquellos sometidos, a actuar con infamia, aunado a la ambición de los poderosos que se aprovechan de sus necesidades para hacerlos objeto de la explotación; entonces surgen actividades ilícitas, clandestinas, que acaban con la vida de animales de personas y de nuestra hermosa casa que es nuestro planeta.
Así, yo, Éber, en estas reflexiones me hundo en la más terrible impotencia, quisiera tener el poder, y frente a mí, a todos aquéllos que han causado caos destructivos con toda impunidad, para vomitar en sus caras toda la rabia contenida en mi alma, ahogarlos en su propia inmundicia y en el infierno de sus estúpidas decisiones que han destruido todo lo sagrado que recibimos de Dios, la vida, la naturaleza.
Vomitar lo malo para limpiar y sanar es un acto de reconstrucción y después de mis maledicencias me gustaría, en mis noches insomnes, por haber descubierto tanta infamia en el ser humano, sin poder hacer más allá de lo que mi humilde educación me ha permitido, es pedir a mi cielo que vomite en mi cuerpo estrellas de esperanza para recibir el nuevo día, seguir amando a mis semejantes y juntos preservar nuestro mundo para heredar a nuestros descendientes las bondades que se nos dieron en charola de plata.
RAKEL VALDEARENAS
TITULO: No paro de vomitar
Son las 7 de la mañana y como siempre la rutina toma la semana, como cada día me levanto de la cama entro al baño y me quito las legañas de los ojos, parece que el agua helada me espabila un poco, me miro al espejo y el reflejo que este me devuelve da la sensación de parecer un fantasma.
Voy hacia la cocina a prepararme mi café matutino cuando un escalofrió recorre mi cuerpo, lo cierto es que me destemplo un poco, la cocina se inunda del aromático olor a café siempre me ha gustado el olor a café recién hecho, pero hoy mi cuerpo parece no tener alegría por nada.
Un liquido acido se escapa de mi estomago y sube por mi garganta impidiendo que disfrute del aroma tan especial que hay por la casa, sin darme tiempo a llegar al baño el liquido sale por mi boca llenando todo el suelo de vomito de un color verdoso ¿Qué coño había comido la noche anterior para que tuviera ese color?
Como no me acordaba de lo que cene fui a por la fregona para limpiar ese estropicio, pero al posar mi mano en la manilla de la puerta de la escobera volví a vomitar esta vez manchándome de los grumos de ese asqueroso liquido.
Dispuesta a que esto no me amargara el día intente ducharme con tan mala suerte que comencé otra vez a vomitar, ya asustada llame a una ambulancia que me llevaría al hospital para hacerme pruebas. Los médicos llamaron a la puerta, pero yo no podía moverme así que entraron a la fuerza, sus ojos se salieron de sus orbitas cuando vieron todo el suelo lleno de vomito incluso yo misma me encontraba llena de esta mierda.
Me subieron a la camilla y me llevaron al hospital donde me hicieron demasiadas pruebas para encontrar el motivo por el que no paraba de vomitar, los resultados no eran positivos quizás nunca pare de hacerlo, el médico me llevo a una habitación aislada y me dijo:
—Tu cuerpo esta mutando por eso no paras de vomitar, los niveles de tu sangre están disminuyendo, tu piel es blanca y fría como la nieve y tu pelo acabara cayéndose, creo que te convertirás en un nuevo tipo de humano— Me mira asustado.
El doctor sale de la sala y me deja sola, asustada y perdida en mis pensamientos ¿de verdad no iba a parar de vomitar? ¿en que clase de humano me iba a convertir?
FERNANDO RIERA
Me llamo Andrés, soy un hombre bastante aventurero, y ese verano fui a Australia con la intención de conocer el país y probar nuevas experiencias.
Casualmente, al poco de llegar ahí conocí a Sandra, una mujer intrépida, pero sobre todo, guapísima, atractiva, simpática, inteligente y rubia.
-Quieres que vayamos a ver los canguros en plena naturaleza? -me preguntó ella.
-Sí! -dije yo.
-Los lugares y parajes, más exóticos y bonitos…?
Sí, y los ornitorrincos y el demonio de Tasmania. Lo qué quieras…! -añadí.
-Ja, ja, ja… – río ella.
Estaba dispuesto a ir con Sandra hasta donde fuera. Corrernos una gran aventura, lo que cayera… Luego ya veríamos. Bueno, si se trataba de tirarse por barrancos… Confiaba en qué no llegáramos a eso…
Los primeros días hicimos excursiones, demasiadas… Largas y extenuantes caminatas. No me quejo. Los paisajes eran hermosisimos, y dormir en una tienda junto a ella, bajo las estrellas, que más podía pedir…! Bueno, yo aún no quería buscar rollo, no sé si es que por la noche ya ya estaba hecho polvo, o es que no quería precipitarme y estropear el plan. Prefería esperar el momento idóneo.
Ese mediodía hacía un calor extenuante. Entre el peso de la mochila y mis ampollas, no podía dar un paso más. Mientras ella, tan jovial.
-Mira, un poblado aborigen! -exclamó Sandra señalando al frente -Esa gente es muy hospitalaria. Vamos a pasar la noche ahí. Agua, comida.. Ya verás!
-Qué bien -dije yo. «Por fin una buena noticia» pensé.
Efectivamente, esa gente era muy cordial y simpática.
Nos ofrecieron una amplia tienda sólo para nosotros. Pudimos, refrescarnos, asearnos y descansar un poco. Aquello pintaba de maravilla.
Luego, al atardecer, parecía que todo el poblado nos estaba ya esperando.
-Es nuestro recibimiento -Me explicó Sandra.
-Que amables… dije yo.
-Y además, creo que esta noche hay una boda. Habrá una gran fiesta. Se prepara algo grande…
-Caray…! Qué sugerente es todo esto…
-Pero antes, tenemos que pasar por un pequeño trámite. Ya verás, creo que te gustará.
-Yo, lo que sea.
Nos acercamos a ellos y uno de los aborígenes nos tendió un especie de plato hondo y grande. Sandra miró lo que había en el, con una amplia sonrisa, y al hacerlo yo casi me desmayo: dentro había dos enormes orugas vivas, moviéndose.
El viejo aborigen dijo algo que no entendí, mientras con su sonrisa me mostró los pocos dientes que le quedaban.
-Tienes que comerte una -dijo Sandra.
-Qué?! Estás loca…?!
-No me dirás que te da asco?
-Yo no como orugas, y menos de ese tamaño!
-No puedes hacerles este feo -insistió Sandra, entre dientes, para que ellos no lo notaran.
-Es obligatorio comérsela?
-Sí, joder!
-Pero es que, además están vivas y crudas! Si al menos las hubiesen asado un poco…!
-Coño, mira cómo lo hago yo!
Y cogió su oruga por la cola, mientras se retorcía, se la metió en la boca como si nada. Miré cómo la masticaba, a punto de darme un mareo. La oruga casi no le cabía en la boca. Por lo que empezó a masticarla tranquilamente mientras la iba engullendo. A mi ya me daban arcadas.
-Ves, ya está. Está buena -dijo Sandra, mientras los aborígenes reían y daban palmas. -Ahora te toca a ti, no me falles.
Dirigí la mirada al plato, donde mi oruga me estaba esperando. Me caían abundantes gotas de sudor y me daban palpitaciones.
-Te lo pondré fácil. Yo la agarró, cierras los ojos y te la meto en la boca. Luego la masticas rápido y te la tragas.
-No hay alguna forma de negociar con esta buena gente…? No sé si seré yo capaz de esto…
-Andrés!! -me gritó Sandra empezando a perder la paciencia.
-Está bien! Vamos allá! -dije yo sacando coraje.
Cerré los ojos, abrí la boca, y Sandra me metió el bicho repugnante dentro. Cerré la boca y empecé a sentir como la oruga se movía dentro vigorosamente, queriendo escapar.
-Masticala!! -gritó Sandra.
-Bbggfffsss -apuntó estuve de escupirla, pero resistí y mantuve la boca cerrada.
-Masticala, tragatela!! -volvió a gritarme Sandra mientras los aborígenes jaleaban y reían. Yo sudaba cómo un pollo, triturando al pobre bicho dentro de mi boca y tragandolo entre espasmodicos movimientos, apuntó de entrar en colapso.
-Ves, ves…! No ha sido tan difícil -exclamó Sandra.
Aaagghh, Aaagghh…! -pude respirar al fin, después de engullir todo el animal. De puro milagro que no me desmayo…
Todos los allí presentes lo celebraron con risas y vítores.
Después por la noche, la cena no fue nada, comparado con lo de la oruga. Hubo una bonita fiesta y pasamos una gran velada. Y a la hora de dormir, qué queréis que os diga, yo no estaba de muy buen humor. No digo que tuviera nauseas, ni que ese bicho me huviera sentado mal, pero sinceramente, no quería volver a pasar por una experiencia semejante.
Así que ahora estoy sólo, disfrutando de un excelente entrecot con patatas…!
DIEGO CISNEROS
Expulsión (Para el Tema Semanal)
El rastro de sangre se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Con los pies descarnados, la ropa raída, y los ojos en blanco, la anciana Beatriz se veía más muerta que viva.
Desde hace tres días que camina sobre tortuosos senderos e inhóspitas tierras. Desde hace tres días que no prueba alimento, bebe agua o toma descansa. El objeto abrazado a su pecho le brinda lo justo y necesario para continuar. No sustento, ni mucho menos apoyo vital, al contrario, únicamente, frío y duro flagelo.
La pérdida completa del albedrio se dio cuando labrando sus empobrecidas tierras, cerca de su desvencijada granja, en las fronteras de una tierra olvidada por la mano de Dios, se topó con la repentina apertura de una enorme grieta en la tierra. Dentro de esta fisura se apreciaba ver a contraluz un reflejo metálico de un objeto sólido, relativamente grande, semienterrado, y, de una curiosa forma cubica que emitía de su interior un peculiar ruido banco, y que emanaba de su superficie diminutas pero constantes pulsaciones de una vibrante y a penas visible tenue luz dorada.
Ni siquiera tuvo tiempo de pensar, o de preguntarse, que era aquello con lo que se había topado cuando notó una extraña humedad en los ojos y nariz. Cuando se llevó las manos a la cara se descubrió llorando lágrimas negras. Acto seguido se le tensaron las articulaciones y unas terribles ganas de vomitar se apoderaron de ella. De ahí en adelante la pobre anciana no volvió a saber de sí, pues en ese preciso instante su mente se vio sumergida en una densa y pesada oscuridad. En su cabeza, ya sin dueña, no había cabida para otro pensamiento que el de extraer del interior de la tierra recién removida aquella cosa, y también, el de dirigirse rumbo al Norte. Todo al Norte. Ya.
El sol se encontraba en su cenit cuando ella llego a su destino.
Al estar a medo paso del borde un gigantesco abismo, del que era imposible verle de alguna forma el fondo, una fría ráfaga de viento le hizo ondular sus gastadas ropas y enmarañados cabellos. Sin mayor dilatación soltó de sus brazos el objeto en mano, quedando este al instante suspendido en la nada, vibrando, chirriando, distorsionando el aire alrededor de él. La parte superior del cubo giró en sentido contrario a la inferior y se fueron separando muy lentamente. Al terminar la división, se desveló el contenido interno. Dentro se hallaba una diminuta estrella danzarina, que de improvisto salió disparada hacia el interior de aquel abismo sin fondo. En cuanto a la portadora, que ya había cumplido su tarea, su existencia dejo de ser de utilidad.
Primero fue la piel la que se le secó y se le agrietó, luego le siguió el cabello que se le blanqueó y se le deshojó a manojos. La sangre por su parte se volvió polvo, y el musculo y los huesos quedaron reducidos a porosa tiza. De ella entonces solo quedo la carcasa, semitransparente piel mudada, un recipiente sin alma. En cuestión de segundos se derrumbó; aquella triste sombra de anciana se vio reducida a un mero puñado de cenizas blancas que un repentino soplo de viento desperdigó lejos.
En el interior de aquel insondable despeñadero, una poderosa explosión de luz nació, repeliendo por unos segundos la oscuridad reinante. Poco después un potente estruendo se escuchó y varios desgarres de tierra, acompañado por estremecimientos tectónicos, que rápidamente iban en aumento, se fueron manifestando.
Centenares de animales montañosos, así como aves de todo tipo salieron disparadas, despavoridas, en todas las direcciones posibles.
De súbito todo se calmó, de súbito se hizo un silencio aterrador, y de súbito, un rayo purpura de inimaginable poder salió disparado de las entrañas de la tierra, dividiendo a su paso las nubes y el cielo, y llevándose ya también de paso, medio rostro de Luna, para posteriormente seguir su rumbo al infinito.
Con el pasar de los minutos el pilar fue ganando grosor energía que contactaba tierra y cielo se fue engrosando y a la vez ganando poder
Pasados un par de minutos comenzó lo esperado.
Primero fueron los guijarros, luego las rocas pequeñas, le siguieron las personas y las bestias, y al final, le sobrevino las montañas, los bosques y los mares que terminaron por ser los últimos en ser expulsados fuera de este mundo.
LOLY MORENO BARNES
Hoy siento que puedo despellejar al intruso .
Me siento un poquito valiente .
Ese sinvergüenza se había escondido dentro de mi , como en él , ella o ellos .
Nada se puede ocultar tanto tiempo sin salir a la luz, como un topo que caba y caba miles de quilómetros a lo largo de su vida y lo único que se encuentran son los montículos de tierra.
Hace tiempo que sospecho su presencia y un extraño reflujo que sube y baja desde el celebro hasta el corazón.
En el celebro en forma de palabrotas, estafas planificadas hábilmente, adoctrinamientos y miles de artimañas para reducir a la mínima expresión al semejante .
En el corazón con el dolor del desamor y la falta de sentimientos .
Así los cuerpos van quedando vacíos de valores y la humanidad perdiendo la razón de ser .
¡Ya estoy arta!
¡Es hora de expulsarlo !
Un vomito es una reacción a un tóxico
¡Es la forma de sacar el veneno!
Eliminar el mal hará que la vida solo muestre su exuberante bondad y sea aún más bella .
HUGO LÓPEZ
Josué acaba la clase al tiempo exacto como cada jueves, da las últimas indicaciones y despide a su clase. El juego de miradas que hace con la joven de ojos verdes presagia que esta noche será interesante y como otras veces suele hacer, llama en voz alta el nombre de quien por años a amado en secreto. Ella tan astuta se emprende en el teatro que suelen hacer para no despertar sospechas entre los demás alumnos. Josué cierra la puerta al cabo de largos minutos al ver que el aula está vacía y la mira con lujuria, se lanza como presa a depredador y el encanto se avecina, terminado el momento busca remediar lo ocurrido invitando a cenar a su «pequeña» como la llama y desaparecen en la noche, el hotel cerca a la universidad es casi un hogar para ambos, ya instalados cenan entre risas y conversaciones, Cristal la joven de ojos hermosos susurra TENGO GANAS DE VOMITAR, Josué medita en el tiempo que ella ocupa el servicio higiénico, el pensar entre los actos cometidos entre ambos solo muestra una clara señal que ellos hace mes y medio quisieron ignorar… ¡Volvió!
ENRIQUE SOLÍS MARTÍN
“VOMITANDO DE DESIDIA”
Una mañana más, cariacontecido ante la vida, esperando un suceso, una situación, una señal que me permita cambiar la espiral de destrucción en la que me encuentro sumido. Un esbozo de felicidad recubre mi rostro cada vez que imagino tiempos más felices, reflejos de lo que una vez fui y conseguí, concatenando recuerdos desordenados, acumulados y aislados en mi mente, el peso de la sombra de la tristeza, inunda y ensombrece mi ser, aplanándolo hacia un estado de seminconsciencia en donde dudo de mi postrera existencia, vomitando un cuadro de desidia y desdén que nubla mi ya endeble juicio y alejan mis más profundos y candorosos sueños que alguna vez anhelé alcanzar en mi tachonada mente. Fúlgidos los bienaventurados de buen corazón y sueños altivos, más nunca deben olvidar que nada es para siempre y que la vida es efímera, aunque en sus intrépidos, arribistas y nóveles corazones conciban que el tiempo no es una perístasis urgida, ya que la cuerda que nos sostiene con vida, se rompe silenciosa y paulatinamente, pero con un paso constante y decidido, destruyéndonos día a día, minuto a minuto, segundo a segundo. Casi como si de un poema trágico se tratara, las lúgubres, alargadas y amenazantes sombras vuelven, circundando mi alma, sumiéndola en una prisión asfixiante, decadente, envenenada e impía, emanando y evidenciando cuan penitente es una vida languidecida, condenada por los tumultuosos y umbríos recovecos de la psique humana. Ahora con mis sentimientos desnudados y desmenuzados en este escrito, expongo en él, mis últimos atisbos de cordura y lucidez mental antes de que la oscuridad de la locura me consuma, mientras eso transcurre, regurgito párrafos de tinta, con la vana esperanza de que esta horrible pesadilla claudique y pueda vomitar estos demonios, camuflados en forma de pensamientos perturbadores, taladrantes e inclementes, que me subyugan por mi frágil estado mental. Si estos son mis últimos destellos como humano lúcido, antes de que me suma en las tinieblas, deseo que me recuerden, como alguien que intentó hacer un bien en este mundo y que batalló contra los designios que su propio destino le había deparado.
Hasta siempre.
Jonathan.
BEATRIZ ÁNGEL
Caminantes ciegos,
perdidos,
en el universo,
ojos rojos,
caras blancas,
es la huella que dejan
las luces,
de las pantallas.
Vomitando palabras,
ocultos tras
un mar de alias,
ya no distinguen
los besos
porque todo
es solo eso,
un teatro de títeres
con máscaras
y sucio sexo.
Lo real,
no tiene tacto,
ni el aliento
de un cuello
que busca
el cuerpo
que palpita,
impaciente,
un poquito más abajo.
Almas condenadas
buscando un match
que después nunca
conocen en la
antigua realidad.
Lugares ficticios,
donde despiertan
las bestias que yacen
tras un líquido cristal,
agazapadas tras la sombra
de la pura frialdad.
Mentiras, engaños,
peronas que son objetos,
objetos que son estafas,
lugares, que nunca fueron
y antifaces que ocultan caras.
El reino que abre
las puertas de un
delicioso infierno,
que engancha
como el caballo
que galopa
en sus teclados.
El espectáculo
que ha creado
esta absurda
y burda sociedad
Y si, a veces, como ahora,
me dan ganas de vomitar!!
GABRIELA INÉS COLACCINI
Abrir la boca y lanzar
un río
de peces negros
marchitos
seducidos por
carnada envenenada
señuelo de muerte
plan nefasto
asesino
de des-corazonados
cazadores inmorales
de des-amados.
ANGY DEL TORO
LA BOCA
Cual, si fuese un volcán de fuego, el vómito ardiente desestructura y quema mis entrañas. Rocas ígneas, lodo y arena es lo que expulso y a mi paso, arraso con cuanto ser viviente encuentro. Este es mi «sino» lo siento, son los designios de la Madre Tierra y no lo puedo evitar.
Bufff… esta semana ha habido récord de participación. Muchos relatos y muy variados. Es super complicado votar. No obstante, me voy a decantar por tres (en este orden):
IRENE ADLER
BEATRIZ ARROYO
GINO ALBARETI TARANTINO
Perdón… BEATRIZ ANGEL (no ARROYO) en segundo lugar
Debes votar1 ,2 o 4 ( tres no puedes)
Apunto 1/4 a cada una de las 3
Yo voto por Beatriz Ángel
( me chiflan los poemas cortos y claros, y deja un buen mensaje)
¡Aparte todos son muy buenos!
Mi voto para:
Raquel López
Curro Blanco
Mis votos para:
ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
RAÚL LEIVA
Raquel López
Pedro A. López Cruz
Mi voto para:
Guillermo Arquillos
Linoska
Bea
Enrique Solís
Mi voto es para Rebeca Fernández y Curro Blanco
Mi voto
José Armando
Raquel
Raúl Leiva
Bea
Voto a Fernando RIERA.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
J. ARMANDO BARCELONA
LIONOSKA BARANDA
BEA ARTEENCUERO
Mí voto es para Gaia Orbe
Voto por Curro Blanco y por Irene Adler.
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO. Brillante.
Mi voto es para Beatriz Ángel.
Mi voto es pata:
Angel Martín (Por una historia que remueve y encoleriza hasta el fondo)
Pedro A. Lopez Cruz (Por una intriga entretenida y rscstilógica con buen gusto)
Irene Adler (Por trasladarnos a una época y recordarnos que hay cosas que aún siguen vigentes)
Omar Albor (Por una deliciosa historia de cambio de vida)
Y perdón por las erratas que acabo de ver. Teclado de móvil pequeño y dedos pulgares muy gordos.
Irene Adler
Fernando Riera
Diego Cisneros
Javier García Hoyos
Mi voto es para
Gaia Orbe
Mi voto para:
Pedro A. López Cruz y
Gaia Orbe
Mi voto: Raquel Lopez.
Raquel López