Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «adiós». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de mayo! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Del pastar de cabras muertas
nacen amargos sinsabores,
un adiós y un hasta luego,
que contradicen los rumores.
No te vayas y te vengas;
no salgas sin marcharte;
no te marches sin irte,
que no quiero recordarte.
La vuelta siempre empieza
donde acaba la partida,
el correr no te hace rápido
y no huyes con la huida.
Un buen día se acaba
lo que antes no ha empezado,
añorando muñecas rusas
subastadas en el mercado.
Con la escopeta descargada
sales a buscar corazones,
sumergidos en escafandras
tras el velo de los dioses.
Te pierdes entre brumas
de mañanas despejadas,
en un hasta pronto gritado
con la boca bien cerrada.
El monstruo que llevas dentro
por la bruja es azuzado,
Adiós y que vaya bien,
pero este cuento, ha terminado.
El accidente que presitio Luis termina con su vida.
Sólo le dio tiempo de decir «Adiós»
La ambulancia llega al lugar donde la muerte se escapa…
Los médicos no pueden hacer nada por Luis. Más con su saber mantienen de ese cuerpo caliente, el hígado como ellos saben y la traslada al hospital. Días después otra persona despierta a la vida con el hígado de Luis y las primeras palabras que dice… «Estoy aquí»
ADIÓS CUATRO TRÉBOLES
(RESACA DRAMÁTICA O ASÍ)
Adiós cabrones creativos, aquí os dejo.
Si alguien queda perplejo,
que no quepa duda que es razonable.
Determinado e intransmutable.
Me llevo conmigo el ventilador de Consuelo
una buena, gran parte de cielo,
las dos gramíneas de señorita Curro,
tres partes de hierba y una calada de puro.
Le echaré whiskey, hasta ver unicornios,
tal vez atrape en el cielo unos capricornios,
observe mariposas semánticas o al vecino,
sin duda me lo pasaré bien si el alcohol atino.
Adiós labrones citerarios, con sostumbres cemanales
maldiciones de amor os corto y os entrego órganos vitales.
Las sufráis de tres en tres, de cuatro en cuatro y atención:
el hígado se come con maciencia, con pantequilla el corazón.
Me voy a fajos bondos, a blogs y gigaproscritos
me voy a escribir a lo americano, ¡Joder, La Telémaca!
No quepa duda que saldré de la resaca,
habiendo olvidado los escritos.
(Pero sin ella, o un par de aspirinas:
al Reino entero le invito a mojitos)
Sodia y ve moy, a añadir más rimas, eso sé,
hasta que caiga métrica y lluevan ranas.
Si la pelea con las vueltas perderé
al Satanás le pediré que cante nanas.
No me busquéis por esta noche: Adiós.
Cuatro tréboles me emborracho para vos.
Preguntaste, Edwige, al doctor Mario Bunge, insigne argentino y premio Príncipe de Asturias, por qué la ciencia no acababa de enraizar entre los hombres y por qué siendo lo que nos salva de pandemias y de muerte sigue teniendo detractores.
—Porque la gente prefiere los credos sencillos—. Fue su respuesta. Y añadió que no recordaba un refrán muy español que incidía en lo mismo. Era este: cuesta menos creerlo que averiguarlo.
Y en esas estamos. Y no tan lejos de lo que sucedía hace casi dos siglos. Se descubrieron en la cuenca de París restos fósiles de animales parecidos al jabalí actual. Cuvier, un antropólogo, decretó que aquella especie había muerto y Dios se encargó de crear una nueva. ¿No hubiera sido más coherente hablar de evolución y dejar un rato a Dios en paz y a sus cosas? Pero la opinión de la época se adhirió al credo más simple y sencillo. ¿Para qué pensar si ya me lo dan hecho?
Y así nos va. La ciencia es, en palabras de Bunge, la cosa rara, porque la gente en general sigue apegada a lo más inmediato, a sus emociones, a sus corazonadas frente a evidencias que obligan a pensar.
¿Recordamos el cuento del Rey Desnudo? Pues lo mismo.
El problema reside en que a este paso un día faltará el niño que nos quite la venda de los ojos. Vive aún, pero hay un empeño sistemático por negar esta evidencia: el mundo sin la ciencia sería un mundo al desnudo y habríamos dicho adiós a la cosa rara.
También tú te despediste con un adiós.
—Te quiero. Adiós— fueron tus últimas palabras.
Tu adiós me dejó hecho polvo, me sentí raro. Dos adioses pero ¡qué diferencia!
Las despedidas nunca fueron fáciles, sobre todo si de quien te despides es de alguien al que has amado. Este adiós es más difícil. Este adiós va acompañado de dolor…
Tras años muy cerca de una persona acabas por descubrir que ahora resulta ser alguien desconocido para ti. No le conoces. O quizás todo este tiempo ha sido él y eras tú la ciega. Quizás no has sabido ver lo que escondía, lo que de verdad era…Quizás tu amor no te dejó ver más allá de lo que querías.
Ahora, cuando llega el mazazo de la despedida, algunos de esos momentos vividos llegan de nuevo a tu mente y, sí, quizás fue eso, tenías nublada la vista.
En este instante reparas en acciones, momentos, conversaciones…que tú misma tergiversabas sin quererlo porque para ti era perfecto. Perfecto aunque sus gustos no fueran los tuyos. Aunque sus horas no fueran compartidas contigo. Aunque no coincidíais ni en la forma de amaros. Perfecto porque tú lo veías así.
¡Y que dolor provoca esta situación! Te sientes mísera, defraudada y, si ustedes me lo permiten, hasta gilipollas. Tu confianza ha sido vulnerada. Tu amor, cayó en el olvido. Y, para colmo de males, terminas pisoteada como si fueras una alpargata vieja.
Te miras en el espejo y ¿qué ves? Lo has perdido todo. Has perdido la ilusión. Te has vuelto fría, escurridiza. Tu sonrisa ya no resplandece. Se han apoderado de ti sentimientos que antes estaban en lo más hondo. Sentimientos como la tristeza, el rencor, la ansiedad y el miedo. No eres tú.
Sales a la calle -no porque tengas ganas sino por obligación: por tus hijos, por tus padres, por tus hermanos. Porque te dices a ti misma que tienes que superarlo- y Ves que sigues inmersa en ese adiós. Y te preguntas ¿cuánto tiempo ha de pasar?
El tiempo ha dejado de correr para avanzar de forma sigilosa y pausada. Ese adiós sigue haciendo mella en tu persona. Ese adiós aún no se ha ido.
Y así, pasarán días, meses e incluso años. Pero un día te levantas y descubres que has sido capaz de despedirte. Le has dicho adiós al adiós. Tu sonrisa vuelve a resplandecer y, aunque todo lo vivido ha dejado huella en tu corazón, la coraza a abierto el candado para que vuelva a florecer el amor.
Adiós.
Tras alejarse unos cincuenta metros de la puerta sintió un nudo en la garganta y sus ojos se humedecieron.
Atrás quedaba una etapa que no olvidaría nunca.
Habían sido muchos momentos duros, lidiando con la culpa y el desamparo, en aquella celda 814. Pero se llevaba para siempre la complicidad y el compañerismo de personas que habían cambiado para bien su manera de pensar.
Conocer sus manías, sus miedos, sus ideas, sus deseos en el día a día, había ido resquebrajando la coraza con la que había vivido toda su vida y le había hecho sentir que formaba parte de algo, que no estaba solo.
En aquel lugar tan deprimente había aprendido lo que era el valor, la dignidad, la hermandad. Ahora se veía más capaz de enfrentarse a ese futuro incierto cuyas puertas acababan de abrirse.
Al llegar a la parada del bus se giró y miró por última vez el lugar donde había cumplido dieciséis años de condena, el penal de Alhaurín de la Torre.
El nudo seguía en su garganta.
Se sentó a esperar. El cielo estaba cubierto, probablemente llovería y no tenía paraguas.
El cuarto de hora que tardó en llegar el autobús se le hizo muy largo. Cuando ya lo tenía delante se colgó la mochila y subió. No había muchos pasajeros. Mejor. Puso el cuchillo en el cuello del conductor y dijo:
– Haz lo que yo te diga.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Lágrimas ensangrentadas brotaron de mis mejillas cuando te marchaste al otro mundo abuela querida.
Yo tenía trece años y no recuerdo haber tenido esa sensación tan amarga en la vida. Fue la primera vez que la vida quebranto mi corazón, pero no sería la última, cuatro años después cruzó la luz mi abuelo querido para juntarse contigo.
El recuerdo de tu sonrisa abraza mi alma anhelando tu mirada perdida.
Afilo mi pluma y ahora os recuerdo con cariño, fue la primera vez que de verdad supe que la muerte llega, pero hoy sé a ciencia cierta que es la paz eterna.
Al cielo lanzo mis
besos y abrazos
a sabiendas que me protegeis y me los devolvéis esperando que algún día nos juntemos todos y anexionemos nuestras almas perdidas, que se afanan por volver a encontrase en la otra vida.
Ya no me invade la pena como aquel día pues vuestra perdida fue una herida que no cicatriza, pero los buenos momentos se transforman en bellos recuerdos de lo vivido con tus seres queridos.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
Adioses reticentes.
Convenientes adioses.
Adioses inconvenientes, influyentes, incongruentes.
Mi adiós es mi paz; tu adiós es la guerra.
Hay en los adioses toda una declaración de intenciones: yo me voy, tú, te quedas.
No me digas adiós; quédate en el adiós. ¡Ven ahora! ¡No! ya dije adiós.
Los adioses definitivos, los adioses fingidos, los adioses con valor y sabor a tesoro, los adioses de lata, los adioses de paja, esos adioses donde te vas para quedarte en un adiós inútil de barbecho, esperando, tal vez, una cosecha de adioses donde refugiar un saludo de bienvenida.
La palabra adiós es una palabra triste, como fregadero, ventilador o caleidoscopio.
No te digo adiós: hasta luego.
LUISA TABORDA
Adiós pero hasta pronto.
Las nubes densas cubrían las ventanas del avión. Atravesando el atlántico, – qué frio – se quejó Marta, acostumbrada al calor imperante de Cartago.
Allí dentro, los pasillos vacíos, todos con los cinturones abrochados y teléfonos apagados, a Marta le parecía irreal, era la primera vez que subía a un avión, no podía creer que se encontrara a bordo con destino a España.
¿ Cuántas horas habían pasado desde que dejó su país natal llamado Colombia? Cada hora que pasaba, la aeronave se acercaba más a su destino, y Marta se alejaba más y más de su hogar.
Marta levanto sus ojos hacia el firmamento sin estrellas que produce noviembre con su frio invernal.
-Los billetes los ha enviado tu madre, dijo la abuela cabizbaja, quiere que viajes a España.
El calor sofocante no cesaba en su intento de cubrir toda la casa donde Marta había pasado toda su infancia y parte de su adolescencia.
-Pero, yo… Mamita, estaba convencida de que no querías que me fuera.-había objetado Marta entonces, pero su abuela permaneció en silencio.
<<No sé si lo mejor para mi es mudarme a España>>, pensó ella.
Al fin y al cabo, el mundo de Marta se limitaba a aquel pequeño pueblo llamado Cartago.
Cuando su abuela se dio cuenta de que no parecía convencida. Le dijo, hija mía nunca querría que te apartaras o te apartaran de mi lado, pero allí te espera un mejor porvenir, piensa en ti, en las oportunidades que ese país te brindará, tienes muchas expectativas, sueñas con tener una carrera universitaria que ya mis envejecidas manos y mi cuerpo mustio no te podrán brindar, piensa en los avances médicos que ese país desarrollado aportara para mejorar tu condición.
Esto no es un adiós, es un hasta pronto. Su abuela le entrego una carta, diciendo,- tu madre también tiene derecho a disfrutar de ti y de tener momentos contigo que los infortunios no le han permitido, dale el regalo de tu presencia, mientras secaba sus ojos disimuladamente.
Querida hija,
¿Cómo estás? He querido ir a visitarte pero aun no me dan vacaciones en el trabajo.
Entonces, lo he hablado con tu abuela. Vendrás a vivir conmigo.
Estarás confusa, no cuestiones a tu abuela, es culpa mía.
Estoy deseando volver a verte. ¿Sabes lo triste que es mi vida sin ti en España? Ven, por favor.
Te espero con amor.
Tu madre Cecilia.
Marta observo a su abuela por un instante, sorprendida.
<<Mamita nunca he podido agradecerte todo lo que has hecho por mi…>>.
Marta había soñado con devolverle todo lo que su abuela había hecho por ella quería darle lo mismo y más : cuidados, presencia, estabilidad económica y amor; pero si se marchaba ese sueño jamás se cumpliría.
– Mi nieta querida, no todos los días se te presenta una oportunidad tan maravillosa. Sé agradecida y acepta la petición de tu madre. A mí y a tus tías nos harías muy felices. Sabemos que nunca nos olvidarás y tus raíces irán contigo allá donde vayas -le había dicho su abuela, conformes y a su lado Consuelo y Esther, tías de Marta , que no habían dejado de asentir ni un solo momento.
El ruido del motor se unió al de las ruedas de aterrizaje.
Marta noto enseguida como se le humedecían los ojos, recordando las palabras de su abuela y de sus tías << Esto no es un adiós es un hasta pronto, nuestra princesa te queremos mucho>> .
Más allá del intenso frio y un día tristemente nublado al salir por la puerta del aeropuerto su madre la esperaba con un cartel ¡ Hija bienvenida a España! y con un abrigo rosa, el color favorito de Marta desde niña.
La muchacha se detuvo de golpe con el corazón en un puño y llorando sin parar, exclamo con emoción ¡Mamá te echaba de menos! Las dos se fundieron en un abrazo estremecedor lleno de calma.
Pasado ese bonito reencuentro …
De camino a su nuevo hogar, en la mente de Marta, resonaban las palabras – ¡Adiós abuela! ¡Nooooo!, ¨ A Dios pongo por testigo de que volveré¨, utilizando frases similares de su película favorita, pronunciadas por la Srta Scartt O’Hara.
RAQUEL LÓPEZ
Y aún me pregunto
¿qué fue de ti,?
¿que fue de tu existencia
sin saber, si el oscuro mundo
de tu dualidad, te llevó lejos.?
¿Que fue de mí,?
de aquella mirada inocente
que perdida te buscó
entre la muchedumbre.
¿Que fue del destino
que hizo caso omiso a nuestro amor?
el tiempo compartido
las miradas, los besos, los deseos…
todo eso que quedó perdido en un «adiós».
Pero no un adiós para olvidarte
porque no quisiera,
pues te seguiré amando hasta la muerte
aunque no volvieras.
Y aún me sigo preguntando
¿que fue, que pasó?
sin respuestas, sin finales,
sin premisas, sin bagajes…
¿Qué fue de este mundo incierto
de esta búsqueda permanente?
no tiene sentido buscarte
si al preguntar, los silencios,
bastan para encontrarte….
ROCÍO ROMERO GARCÍA
— Me voy. — dijo Leah.
— Lo sé. — respondió Tobias.
— No sé cuando volveré.
— Y, ¿sabes si vas a estar a salvo allí?
— Creo que nadie puede responder esa pregunta ahora.
— Esta habitación va a estar muy silenciosa sin ti.
— Siempre puedes encender las luces e imaginarte a nosotros bailando en la cama.
— Mis sudaderas te quedaban muy bien.
Él sonrió, pero ella no pudo verlo; estaban a un metro de distancia, no podían tocarse.
Leah volvía a casa, a Inglaterra, Tobias se quedaba allí, en Irlanda. La vida no parecía algo normal, el cielo había perdido el color, el tiempo se había roto.
El destino estaba siendo injusto de nuevo, pero, ¿qué podías hacer si no querías llorar?
— Aún recuerdo cuando las compramos. — dijo él.
— Las querías azules y violetas porque eran del mismo color de mis ojos.— dijo ella.
— Azules durante el día, como el océano Atlántico o el cielo después de una tormenta, cuando el sol está demasiado aterrado como para salir aún.
— Y violetas por la noche, como el primer zafiro que fue desenterrado e hizo que la gente se enamorase del mundo.
Ella sonrió esta vez, pero él no pudo verlo; sus manos estaban tapadas con guantes, sus caras con mascarillas.
¿Qué sentían cuando se tocaban, cómo era aquello? Sus dedos habían olvidado las carreteras que trazaron en sus espaldas, las constelaciones desconectaron del mapa, los labios estaban marchitándose y reclamando su salvación.
El corazón moría de todo el oxígeno que no podían tener.
— ¿Por qué no bailamos una última vez? — propuso Tobias.
— No podemos acercarnos más. — dijo Leah.
— ¿Acaso eso supone un problema?
Tobias encendió las luces y la radio, «Before You Go» de Lewis Capaldi acababa de empezar. Comenzó a dar vueltas, muy despacio, mientras que el color neón se derretía en las paredes monocromáticas.
Leah alzó las manos, dejando que se posaran en su cabeza mientras cerraba los ojos y movía las caderas de lado a lado muy suavemente.
Continuaron moviéndose alrededor de la habitación y acercándose más y más hasta que se encontraron en frente del otro.
Tobias se quitó los guantes, tirándolos al suelo. Después cogió las manos de Leah e hizo lo mismo.
Él le agarró de la cintura cuidadosamente, ella se deshizo de las mascarillas que llevaban; ¿cómo era posible que algo como aquello se convirtiese en un gesto tan íntimo y sensual?
Leah no dudó y le acarició la cara. Se miraron un momento, bailando el vals más peligroso que jamás había existido.
— Creo que te equivocas. — dijo Leah.
— ¿Sobre qué?
— Mis ojos. Los tuyos harían que todos se enamorasen del mundo en momentos como este, y eso es más encantador que el océano o la primera piedra preciosa que fue descubierta.
La canción estaba acabando, el mundo también, el virus estaba ahí fuera y estaba ganando, podían enfermar, incluso podían morir, pero el miedo no existía por un minuto porque, para ellos, aquel era el lugar más seguro del universo.
Se abrazaron por última vez, tan desesperada e insaciablemente, de una forma tan intensa y trágicamente hermosa.
— Te quiero, Leah.
— Te quiero, Tobias.
Y se besaron sin saber siquiera si volverían a hacerlo alguna vez.
NEUS SINTES
las personas que van a llorar a sus seres queridos, siempre oyen los llantos de alguien que no ven….son los llantos de la señora Brigs, llorando por una vida y muerte acompañada de la soledad.
Muchas veces creemos que estamos solos mientras lloramos a nuestros seres queridos. Que únicamente están las almas descansando en paz en sus respectivas tumbas. Pero no son las únicas. Hay almas que intentan descansar sin éxito.
Almas Errantes, que vagan por el mundo porque no han podido realizar el viaje hacia el mundo de los muertos. Reducidas a las sombras, ya sea porque así lo han decidido o por miedo al Infierno. Viajan de un sitio a otro, sin importarles el lugar al que lleguen.
Desde que su amante partiera en aquel barco, rumbo a un océano que le era desconocido. Un océano donde una vez que se adentra en el tenía dos opciones; que el mar fuera su fiel aliado o por el contrario un temible enemigo…
Brigss, le había advertido que no se alejara de Tierra. El apenas sabía nadar, aunque siempre había deseado subir a bordo de un navío y cruzar océanos y convivir con los navegantes que en el había.
Para Jeans era un sueño que tal vez nunca llegara a hacerse realidad. Hasta que cierto día recibió en sus manos una carta que le confirmaba su bienvenida para subir a bordo.
Jeans aprendió mucho junto con sus compañeros. Y una de las cosas que le advirtieron era que «el mayor peligro en el mar, tras el hambre, la sed y la enfermedad era la tempestad».
Tras muchos días y noches navegando y aprendiendo de sus compañeros los marineros, con los cuales se adaptó fácilmente, detectaron que esa noche iba a ser complicada…
Se adentraron en una densa y profunda niebla que les impedía ver con claridad. Una tormenta acechaba a lo lejos. Se podían oír cómo lo truenos a la lejanía resonaban y cómo de cada vez parecían estar más cerca. Jeans junto con sus compañeros intentaron defenderse de tal tormenta. Ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. Rayos y truenos rompieron velas y mástiles. Venían con furia. Los marineros estaba dolidos, esperaban lo peor.
En esos momentos de pánico le vino a la mente las palabras de su amada, quien en tierra le esperaba. Mientras, las fuerzas decaían en el y en toda la tripulación, viendo que la muerte se acercaba a ellos cuando la fuerza del mar golpeando cada vez con más fuerza sin que pudieran hacer nada.
Toda la tripulación falleció con el último golpe de las aguas del mar, que derribó todo lo que tenía a su alcance.
Al recibir en sus manos la carta del fallecimiento de Jeans, una parte de Brigs también se apagó. Tras varios meses de llorar su pérdida, enfermó y falleció.
Brigs, …alma errante vagando por los cementerios en busca de su amado, alma errante vagando de noche, cerca de ataúdes con la esperanza de encontrar el de su Jeans. Alma errante que decidió ser, convencida de que algún día lo hallará.
MARÍA ROSA ROLANDO
Te escucho y mi mente intenta traducir esas palabras en otras que no duelan tanto.
Me quedo en silencio y no te reconozco.
Busco a quien fué, en el negro de tus ojos. Aquél de quien me enamoré perdidamente.
Quizá a ti te pase igual, quizá a ti te duela de la misma manera. Pero ésta vez voy a ser egoísta, voy a pensar en mí. Y cuando me encuentre, me abrace muy fuerte, y ya no tenga miedo. Con el bolso en la mano, cerraré muy suave la puerta , rogando que la vida te dé la misma oportunidad.
MANUEL ALBÍN
Un adiós sin emociones,
un silencio escondido,
unas lágrimas han caído,
rompiendo las ilusiones.
Un adiós se ha perdido,
una mirada sin opciones,
hiriendo los corazones,
por la culpa de Cupido.
Un adiós y aún te quiero,
una sonrisa fingida,
con la brisa atrevida,
creo que sin tu amor muero.
Un adiós sin un destino,
un beso robado al tiempo,
que lo transporta el viento,
con instinto de felino.
Marchaste como la vida,
dejando aquí el amor,
unas lágrimas de dolor,
olvidando la alegría.
Un adiós para no volver,
dejándome atrapado,
pero jamás apartado,
de tu pensamiento cruel.
Si, un adiós controlado,
de un amor sin razones,
ni tampoco condiciones
de un sueño adorado.
CURRO BLANCO
¡Que bonito es el querer!
Por el Internet, pretendiendo tus carnes,
pero sin fibra óptica no la encontré.
Veinticuatro meses de permanencia; badoo, tinder, solteros con nivel….
No hay nada que hacer, tus carnes sin cobertura, ahora se lleva el 5 G.
¡Valiente yo!, fui a pedirle sal a mi vecina, la del quinto, (sin Internet, ni na, ni na).
Me dio la sal de sus carnes, el aceite y el vinagre de Jerez.
Le bajé la Luna, las estrellas…., el sol de ayer. – – ¿ Morena, tu me quieres ? –
-Te quiero…..No te quiero….. – Y la margarita se marchitó. ¡Ojú que desilusión!
Si sal me das, sal te daré, con su poquito de aceite, su vinagre de Jerez…En fin, no se.
Pero no me pidas la Luna ni el Sol de ayer,
que el amor es una enfermedad. ¡Adios mujer!
MANUEL SIERRA
Se me olvidó imaginarte,
Sólo ahora puedo decirte adiós.
SERVANDO CLEMENS
Cuando una luz se extingue
Mi mejor amigo se suicidó. Él no era un muchacho triste, pero lo hizo para no ser olvidado, para dejar una marca indeleble en el corazón de sus amigos y familiares. Una noche fui a tomar unas cervezas a su mansión. Él estaba serio, sentado en un sillón; casi no hablaba, una sonrisa apagada se dibujaba en su cara, sus ojos se veían grises, sin luz… como si estuvieran muertos.
—¿Te has dado cuenta de algo? —me preguntó en voz baja, mientras miraba la fotografía de nuestra graduación universitaria.
—¿De qué?
—De que mi estrella se ha apagado. De que pronto seré olvidado. De que cuando yo muera, el mundo seguirá girando y nadie notará mi ausencia.
—¡Estás loco de remate!
—¿Te acuerdas de la escuela? ¡Qué tiempos aquellos!
Le dije que sí y le pasé una cerveza. Él la rechazó.
—Antes todos me conocían porque era la figura del equipo de natación. Era muy guapo y atlético. Siempre estuve en el cuadro de honor. Saqué las mejores notas. Tenía muchas novias. Era el alma de las fiestas. De vez en cuando salía en el periódico y en la televisión. Y en la calle, todos me saludaban, ¿te acuerdas?
Seguí bebiendo. No le di importancia, a mí no me interesaba la popularidad, yo prefería mantener un perfil bajo.
—Ajá.
—Todos decían que yo sería alguien grande en el mundo… que mi nombre atravesaría las fronteras. Me acostumbré a los reflectores, a la adulación y las palmadas en la espalda. Pero no sé qué me pasó. Me quedé sin espíritu; alguien me lo arrancó de un tajo.
—Ya cállate el hocico y agarra una puta cerveza. No sé de qué chingados estás hablando.
Tomó una cerveza de la hielera, la examinó como si fuera un bicho raro y la dejó caer al piso de mármol. Noté que sus ojos estaban brillosos.
—Es en serio —dijo—. ¿Ahora qué sigue? Pronto me casaré con una mujer que no amo, voy a trabajar en la aburrida empresa de mi tío, tendré hijos, me podré gordo y viejo, me pelearé con mi esposa, nadie se acordará de mí, saldré contigo los fines de semana a beber alcohol y se repetirá la situación año con año hasta que muramos sin dejar rastro.
—Pues realiza algo trascendente, trabaja en ello… y hazte famoso.
—Lo peor de todo es que no quiero, no tengo energías, no lo deseo, no puedo. Ya ni siquiera deseo salir de estas cuatro paredes.
No sabía qué decirle.
—Ya, hombre, tómate una cheve y déjate de pendejadas.
—Dime algo: ¿qué hay más allá de una existencia monótona?
—Como jodes con esas estupideces. Mejor cuéntame unos chistes, háblame de mujeres y de borracheras.
Se levantó del sillón, caminó hasta el balcón de su dormitorio y miró hacia abajo. Estábamos en un tercer piso.
—¿Qué pasaría si me lanzara de cabeza?
—Te romperías el cráneo y morirías de un par de minutos.
—Exacto —dijo—. ¿Y después?
—Alguien tendría que limpiar el cagadero que tú provocaste.
—Ya, en serio.
—No sé a dónde quieres llegar.
—Todos me recordarían por un evento fatal. Imagínate. Sería algo espectacular, ¿entiendes? ¿Sabes a lo que me refiero?
—Sólo entiendo que eres un pendejo de primera.
Él intentó reír de mi estúpida broma, pero no lo consiguió. Quise cambiar el rumbo de la conversación; sin embargo, él continuaba con su discurso existencialista. Pienso que tal vez siempre fue un individuo sin rumbo fijo e intentó tapar sus angustias con el reconocimiento de los demás. Y cuando el ruido exterior se acabó, el silencio de su alma lo torturó hasta abatirlo. Esa noche me despedí de él y le dije que después le hablaría. No lo hice. Quería decirle algo, darle algunas palabras de aliento, pero no sabía cómo hacerlo porque siempre fui brusco con él, yo lo quería a mi manera; además, los hombres no somos así, ¿Qué pensarían? ¿Qué somos afeminados?
Una semana después me llamaron a la oficina. Dijeron que se había suicidado. Mis manos empezaron a temblar.
—¿Cómo ocurrió? —pregunté.
—Se tiró del balcón de su casa.
Las imágenes que pasaron en los noticieros eran horrendas: su sangre quedó esparcida en el concreto. La noticia fue de boca en boca por toda la ciudad por varias semanas. Recuerdo que no cabía nadie en el cementerio cuando lo sepultaron. Su tumba quedó cubierta por una montaña de arreglos florales. Se familia se tiñó de negro. Cuando fui a darles mis condolencias a sus padres, recuerdo que su mamá se desvaneció entre mis brazos, estaba consternada.
Él había alcanzado su objetivo; todos hablábamos de él.
Pasaron un par de años. Yo seguí con mi simple y rutinaria vida.
Ayer por la tarde conduje mi coche en busca de cerveza. Él tenía razón, ya nadie se acordaba de nosotros y de nuestras hazañas escolares, la diferencia era que a mí no me afectaba. Yo me conformaba con vivir tranquilo, si estaba solo, mejor para mí. Le di un volantazo al coche y pasé por su calle. Me estacioné y admiré la mansión: las luces navideñas brillaban con potencia en la orilla del techo, habían colocado un pino nevado justo debajo del balcón, y un mono de nieve daba la bienvenida a los visitantes. La señora de la casa salió con un bebé en brazos. Ella estaba feliz y sonriente, quizá el pequeño era su nieto. Aquella trágica muerte quedó en el olvido. Él no lo quería así, aunque la vida tenía que seguir con él o sin él. Ya nadie mencionaba su nombre. Me puse melancólico y me dieron ganas de llorar, pero me aguanté como suelo hacerlo siempre. Sonó el teléfono y contesté.
—Amor —dijo mi esposa—, ¿estás ahí?
Aclaré la garganta.
—Sí, sí. Aquí estoy.
—¿Ya conseguiste tu cerveza?
—Sí, ya voy a la casa.
—¿Podrías traer un bote de nieve para los niños?
—Ah, sí, sí, claro.
—¿Pasa algo malo?
—No. Todo está bien.
Colgué el teléfono. Puse en marcha el vehículo. Coloqué un disco en el estéreo. Me sentía mejor. Mis ojos se humedecieron, y no, no había ninguna basurita. Saqué la mano por la ventana y me despedí.
—Adiós, amigo, te quiero.
La vida tenía que seguir adelante. Me retiré y lo dejé atrás. Ni hablar.
MARTA ELSA TORRES
Cómo recuerdo el día que te marchaste para no volver , ese día mi corazón murió junto a ti.
No podía creer que no te vería jamás, mi alma agonizaba , mis lágrimas no cesaban .
Todo mi mundo se paró, no existía ni noche ,ni día.
Solo estaba mi agonía, se que no te veré nunca más , le pido a Dios una oportunidad de verte una vez más, y esa noche en mi sueño estás .
Y con una leve caricia en mi rostro y un beso en mi frente te despediste de mi.
Siempre vives en mi.
16/06/13
BEA ARTEENCUERO
Con sus ojitos llenos de lágrimas, de la mano de su hermanita le dijo adiós, sólo levantó su mano en un gesto de despedida, cuando vio alejarse el coche que lo había traído.
Julián de tan sólo 6 años y Abril de 4, parados, temblando sin saber que hacer, en la puerta de la comisaría donde los dejo Martina, su mamá.
Hacia 3 años, que ellos le decían mamá y ahora no comprendían, porque los dejaba allí solos.
Julián cuida a tu hermana, hasta que regrese, le dijo y sin más se alejó.
Martina junto con su esposo,habían viajado desde Capital al interior a buscarlos, cuando ellos quedaron huérfanos al cuidado de una tía, (esta ya o podía cuidarlos) quien fue la que se los entrego.
A partir de ese momento, todo era felicidad; Esos niños llegaron a su hogar, llenando de alegrías el vacío que sintieron cuando el médico le dijo que no podía tener hijos, (consecuencia de un accidente de años atrás.)
Y hoy Alejandro, su amor se marcho
dejándola inmersa sumida en el dolor y la angustia.¡No te amo más!
Fueron sus palabras cuando la dejo.
Martina…Subió al coche, no miro atrás. Su vida ya no tenía sentido; Sin pensarlo tomó la desicion !!!
Las últimas imágenes que tuvo en su mente antes de sumergirse en el
mar, fueron las caritas tristes de Julian y Abril con sus brasitos en alto diciéndole…¡¡Adiós!!
BEATRIZ ÁNGEL
Estoy segura que más de uno de este grupo puede entender lo que voy a explicaros, entre ellos mi buen amigo
Sergio Santiago Monreal , con el que he vivido mil despedidas, entre nosotros, con otras personas, con nuestras familias.
Cuando vives de la hostelería en un isla como Ibiza, tu corazón está siempre dividido en dos, tu casa del pueblo, tu gente, tus raíces y a la vez atrapado en la poderosa magia de un lugar paradisíaco, estravagante, libre y extraño como esta isla. Cuando tu vida transcurre entre despedidas continuas, la palabra adiós deja de tener un sentido negativo y se transforma en una palabra llena de agradecimiento por el tiempo compartido, por todo lo aprendido de cada ser que se va cruzando en tu camino para dejar en ti algo, que hace que, mientras creces, te conviertas en un pedacito de cada una de esas despedidas.
En un lugar como este en que vienen personas de todos los lugares del mundo, en el que nadie va a mirar de la clase que eres, porque sólo cuentan las personas y sus historias, hay que aprovechar el tiempo conociendo y extrayendo lo máximo posible de cada interacción, porque tarde o temprano toca decir adiós, pero un adiós sin amargura, sin tristeza, simplemente bello.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
Se repetía cada semana. Aun me impregna esa sensación de desconexión cuando escucho un portón cerrarse; una cerradura hacer su trabajo…
Llegaba mi padre un viernes con su impecable elegancia, su maletín mágico, sus bolsillos llenos de monedas del año 1992 y su cuello impregnado de Jacomo – Eau de Toilette. Esa piel que empezaba a colgar por debajo de su mentón, con su calidez intacta en mi recuerdo.
Los paquetes del mercado con una lata de melocotones en almíbar, paté diablito, queso Kraft para untar y una caja de chocolates brasileros, amarilla, que tenía que ser escondida ante la mirada de los hijos deprivados de un estilo paternal, o de las endorfinas producidas por el cacao. Las bolsas negras con ropa XL de un general regordete y con unos cuantos pantalones de marca que eran acechados por los hijos adolescentes. El olor de la ropa de rico que es regalada a los familiares pobres, unos cuantos paquetes de comida descompuesta y muchos juguetes intactos de la marca Fisher Price. Las bolsas marcadas con una cinta de enmascarar de anchor de 1”, con el nombre del hermano, eran la alegría de una familia agradecida.
Esa tarde la alacena compensaba la ausencia de mi padre de lunes a jueves, la cual era atiborrada por mi madre recién bañada y perfumada, luego de esperar durante una semana llena de ansias, soledad y culpa.
El protocolo se repetía cada ocho, con su peculiar hechizo y frustración. La feliz familia comía alrededor de la mesa. El hijo mayor salía de la casa, hastiado, agotado de ser un paño de lágrimas y cargar con responsabilidades a destiempo. No ponía mayor interés en las intenciones de reparo de un hombre con dos familias. Yo en cambio me desvivía con los bolsillos de su maletín cuadrado, la mística de su sello metálico, los ganchos que apretujaban las tarjetas de sus clientes, una chequera de tonos pasteles y una bolsita diminuta repleta de sal en el lugar más recóndito de todas sus divisiones.
Esculcaba los bolsillos de su elegante vestido de paño; obtenía la autorización de unos ojos verdes de gato y de una expresión entre picardía, sumisión y camaradería. Los pesos tendrían que ser gastados horas más tarde cuando la pareja adelantara reproches y gemidos en el lecho no nupcial. Antes de ello el viernes cultural: con música de boleros, zambas argentinas, coñac en dos copas que tenían que ser cuidadosamente calentadas para prender motores. Un brazo varonil y velludo sobre unas piernas frágiles y deseosas.
-Marinita, caliéntemelo bien, mi amorcito-
-Si, como, no. Yo soy la idiota que siempre lo espera. ¿No dijo que me llevaba a donde mi mamá el martes? –
El hombre con su tez ya sonrojada por los efectos del coñac, respondía a duras penas, con un rostro aún más encendido y con una expresión de culpa (más que de rabia), en su ceño fruncido. –Mama- marinita miiijjaa, pero mamasita he tenido mucho trabajo, mañana vamos a visitar a Yanedsita. Además, mi hermana nos mandó ese mercadito, mire no más como me le queda ese vestido…-
– ¡Si esta porquería la tengo hace como cinco años! Este vestido tan feo, que me queda todo grande, mis hermanas no me conocen otro vestido en las reuniones familiares. Pero yo soy la idiota que no tengo ni para un par de zapatos, poniéndome la ropa de otros-
-Pero miiiija yo traje mercadito, y le traje ese perfume que me encanta mija… Mousse de Cacartier, me encanta como huele miamorcito, además que usted tiene muy buen aroma. ¡Mijo, su mamita tiene muy buen aroma, es que su mamita es muy limpia, se hace muy bien el aseo! -. Una mano ansiosa buscaba las partes con más reservas de grasa de mi madre, quien movía su esbelta figura con incomodidad, delatando un rostro ya de por si, sonrojado por los grados de alcohol-
-¡Sshht, no señor, respete Pedro, que aquí está el niño! Que yo no soy una de las viejas con las que anda, no, no señor-
– ¡Su mamita es muy pura, muy inocente mijo, yo la quiero mucho miamorcito! –
– ¡Si me quisiera estaría conmigo, me hubiera llevado al matrimonio de Mireya, su sobrina, y no hubiera llevado a esa señora! -. Mi mamá lloraba este día más que otros, pero también sonreía y le brillaban más sus ojos mieles.
– Mijita yo ya le he contado, ella está enferma, sufre mucho esa mujer, además esa tragedia que le pasó con el hijo menor, yo no puedo irme, ella me necesita, yo tengo en parte la culpa de su enfermedad, pero yo le he dicho que pronto me voy a venir aquí. Vea, hoy traje una corbata más-.
-Si con eso me tiene todas las semanas, la última vez que completó la media docena de cinturones se los llevó de nuevo, ahora, es con las corbatas, que risa me da, pero yo como soy…, ¡la otra, la idiota! -.
– ¡Delante del niño no Marina, no me joda, no me haga la vida imposible, nooo miijaa! Más bien venga mijita, caliéntemelo que se me enfría, el coñac…-
Yo corría a la tienda de los enanos. Un hombre con pequeñas manos curtidas me entregaba los pocos dulces que había podido comprar con las monedas que raptaba de la chaqueta de mi padre, que tenían el efecto de pañitos de agua tibia en mi tristeza y mis ganas de tener la oportunidad de compartir un poco más con él. Compraba aquellos dulces, para borrar la impotencia de no haber podido entrar luego de lloriqueos, pataletas, suplicas, a ese lecho que era nupcial por unas horas, de la cual escapaban: risas, otros boleros, más reproches, gemidos, risas, y podría decirse que una no muy sana manera de amar. Al menos, de toda la súplica, yo lograba conseguir otra moneda impregnada de su loción, que era sagazmente entregada sin que pudiera reconocer más que el brazo velludo de su cuerpo semidesnudo.
Al otro día, realizábamos un recorrido de dos horas para visitar a mi prima Yaneth, que estaba internada a las afueras de la ciudad, debido a dificultades en su estado de ánimo. Llegábamos a un lugar que, para mi edad lucía terrorífico. Hombres y mujeres acechaban la puerta con risas exacerbadas y saludos afectuosos. Su mal aliento y su olor a orina me hacía desconfiar un poco más de sus sonrisas desdentadas. Se escuchaban voces en algarabía, hombres daban la vuelta sobre su propio eje, mientras que las señoras de servicios generales se las ingeniaban para barrer el mar de colillas regadas en el estrepitoso patio de descanso.
-¿Me trajo los cigarrillos?-. Miraba la mujer de escasa cabellera y ojos verdes desorbitados, que aún guardaba la belleza de sus días más jóvenes-
-Hola Yanetsita, mijita, como está mi sobrinita, vine con Marinita y los niños-
– ¿Me trajo los cigarrillos? -. Repetía la mujer con una mirada inquisidora y una postura de agresión.
Mi padre no tenía más de otra que sacar la paca de Marlboro rojo por 10 paquetes, ante la mirada atónita de todos aquellos adictos a la nicotina, que se abalanzaban como niños cruzando la frontera sobre un cántaro de agua.
-¡Quietos hijos de puta, porque los rompo a golpes, malparidos, atenidos, gorreros de mierda! ¡Mi tiiiito hermoso, yo como lo amo, el tío que más quiero, que no se olvida de su sobrina chiflis, y mi tío tan chistoso, viene siempre con Marinita, siempre la saca solo a visitar a la sobrina loca, mi tiiito precioso! Mi prima cogía por los cachetes a mi padre, rozando sus genitales sobre su rodilla. Mi madre la saludaba con un afectuoso abrazo y la invitaba a tomar asiento.
La visita duraba alrededor de una hora. La cara de dolor de mi prima, de pesadumbre y confusión ante el adiós de sus familiares era acompañada por una advertencia para el otro fin de semana: ¡Tiito no me venga sin los cigarrillos el otro domingo, aquí no vaya a llegar sin mi regalo! ¡Malparidos porque se van tan rápido!
El sentimiento de miedo en mí, era rápidamente reemplazado por una especie de melancolía. Veía la fila de luces de carros atrapada en la autopista que llevaba a la ciudad. Llevaba mis pies hacia la ventaba del carro, cubierta de vaho. Escribir los nombres de mis padres y mis hermanos, encerrados en un círculo. Sentir el frio en las yemas de mis dedos me distraía del desasosiego, de la anticipación.
Descendíamos del carro a nuestro regreso, pero su maletín se quedaba allí; en el puesto del copiloto, que aún tenía el calor corporal de mi madre. Unos minutos antes conseguía un par de monedas más, con la complicidad de mi padre, y a espaldas de mi madre. Minutos después yo me encontraba aferrado de su pierna, llorando inconsolable. Mi padre lograba zafarse y un golpe seco me despedía nuevamente de su presencia. Afortunadamente, la diminuta bolsa de sal ya no estaría en su maletín. No sería necesario que llegara con chocolates o cigarrillos para su próxima visita.
ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ
Ligar en el tanatorio
Un mochuelo joven, en su torpe primer vuelo, calló del tejado de la iglesia para abrazarse al suelo. Su torpe aleteo le llevo hasta la puerta de mi casa. Con sus alas golpeaba la madera como si de alguien con prisa se tratara.
Abrí la puerta y no vi a nadie llamando, pensé que habían sido los críos jugando al dar por saco a los vecinos. Al momento volvió a sonar aquel insistente ruido y corrí para pillarlos. Miré al suelo y allí estaba, el polluelo de mochuelo intentando alzar el vuelo desde el suelo daba vueltas en mi puerta golpeando todo aquello sin conseguirlo.
Lo cogí con cuidado y lo introduje en casa. Le di cuatro moscas para comer y un par de grillos. Quise enseñarle a volar en el comedor de mi casa. Quité las sillas, retiré la mesa y la estufa para hacer un espacio limpio de obstáculos y lo empujé al abismo del habitáculo.
El mochuelito abrió sus alas para mantenerse a flote y aleteó sin parar. Que grande, que imagen tan asombrosa ver aquello dando vueltas en mi casa, hasta que de pronto, se dirigió velozmente hacia la ventana que se encontraba cerrada y con un fuerte impacto se rompió el cuello.
Adiós mochuelo adiós. Corta ha sido nuestra amistad, pero el destino lo ha querido así.
Mi hermana y yo le hicimos un entierro digno de su juventud. Nos juntamos mis amigos y las amigas de mi hermana. Alguien había cavado un hoyo en el jardín municipal para plantar un frutal y decidimos dedicarle unas palabras:
-Como dice el dicho cada mochuelo a su olivo y aquí plantaran el tuyo.
Yo no paraba de mirarla, ella no hacía más que mirarme y en un momento dado, cuando echaba tierra sobre aquella ave nocturna, se abrazó a mi cuello llorando de ternura por aquel bonito gesto. Yo no sabía que hacer, cuando mis manos se posaron en su culito respingón y ¡ZASCA! Una tremenda hostia se precipitó contra mi dulce cara inocente.
-Y yo que creía que eras un tierno y guapo muchachito adorable. Ni se te ocurra volver a hablarme en tu vida.
Mi cara incandescente se enrojecía dolorosamente y sólo acerté a balbucear:
-Adiós María. Por eso no quiero yo coger cariño a las cosas, por las hostias que te pegan.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
Solo hasta luego
Una quietud de soledad dormida
oficia de obligado presbiterio,
tras una cruz de piedra carcomida,
que hace de frontispicio al cementerio.
●
Descansa en paz la losa funeraria,
rota por el ultraje del olvido;
entre retamas presa, solitaria,
legataria de un pasado vencido.
●
Nadie llora los huesos calcinados;
no hay lamento que escarbe en la añoranza,
solo granitos sucios y agrietados,
resistiendo contra toda esperanza.
●
Lentamente se va apagando el día,
de bermellón y oro viste el monte,
el sol, acobardado en su agonía,
busca refugio tras el horizonte.
●
Cierra el viejo, despacio, la cancela.
Vacío y triste duerme el camposanto,
solo un ciprés queda de centinela.
Lleva la tarde hastío y desencanto.
●
Lía con mano inquieta un cigarrillo
en el yermo perdida la mirada,
de humedal en los ojos tiene el brillo
y una lágrima esquiva apalabrada.
●
Y se aleja despacio, poco a poco,
sin prisa, lentamente, con sosiego,
diciéndole a la tumba, que tampoco
aquello es un adiós, sólo hasta luego.
SILVANA GALLARDO
Estoy aquí, con mi equipaje de vida, donde llevo todo y no hay nada; porque lo cargué cantando a la vida, lo atesoré en mi corazón y lo difundí a los cuatro vientos entre risas y lágrimas conjugadas, en el tránsito de la boca al corazón, del corazón a mi alma y de mi alma a la eternidad. Con dos compartimentos antagónicos: desfavorable y efectivo. En el primero, llevo mis desaciertos, mis temores, mis frustraciones, mis corajes, mis rabias y, qué bueno que están allí, porque mes desharé de su destructora carga que envilece mis emociones y mis sentimientos. Enriqueceré el segundo con las inmensas ganas de vivir intensamente, lo cargaré con las mieles de melancolías y nostalgias que sazonen dulcemente los momentos que me queden, de este existir, tan efímero que es la vida.
Mientras tanto, atravieso el umbral de mi pasado. Recorro cada espacio, cada rincón de los caminos que transité por esta vida, otrora repleta de alegrías, sueños e ilusiones, cargando a cuestas mi adorada y feliz infancia y mi atormentada adolescencia, cuya esencia enriqueció mi ser y no existía nada por qué preocuparme, pues los jerarcas que me dieron la existencia, a golpe de ejemplos, amor y bendiciones, me enseñaron cómo y cuándo tenía que levantarme, limpiar mis heridas y continuar. Así, los conflictos existenciales que me aquejan desde que me perdieron de vista, los he ocultado bajo sombras de soledad y tristeza.
Cómo imaginar la vorágine de circunstancias que conducen nuestros pasos por esta vida, cuando apenas empezamos a tener uso de razón; sin embargo, el tiempo nos acerca instante tras instante, a las realidades inconmensurables de la resignación, porque las bondades que nos regalan los sentidos, terminarán.
Es muy difícil el adiós, cuando se trata de no volver a ver a los amores de la vida. Me he sentido atrapada en una maraña que pilla y aprisiona mi cuerpo, debilita mi alma, y mi músculo cardíaco acelera su ritmo en un incesante latir por aferrarse a evitar esas despedidas que desgarran. Y trato de construir una felicidad tan efímera como mi propia existencia.
Y me adentro a mi propia alma, para encontrar en sus recovecos las respuestas, a infinidad de preguntas que atormentan la mente y la conciencia, respecto a nuestro paso por la vida. Tomamos rutas que nos parecen apropiadas para llegar a buen puerto y, en el trayecto, nos damos cuenta que, lo que empieza, acaba.
Así que, de mis etapas primeras de la vida, en las que saboree despacio las mieles que me dieron, me enriquecí de ellas para equilibrar los desasosiegos de la edad adulta y mi vejez. Guardo fortaleza, serenidad y equilibrio para soportar con estoicismo los momentos aciagos que irremediablemente vestirán lo que queda de mi sobrevivencia.
Transito en el silencio, gritando callada las angustias que se aferran a vivir en mi, acompañada del todo y de la nada y hablarle a la chispa que me arremolina innecesariamente en miedos que me conducen al vacio, en un lugar que imagino, sin retrato, pero que existe en la verdad que va más allá de lo imaginable.
Cuando mis amores tuvieron que partir al plano de la no existencia, ya la muerte no sólo era de ellos puesto que empecé a vivir la mía, de la mano, hasta un momento incierto, sin lugar, sin forma ni tiempo.
No sé si sea fortuna o desgracia, estar a su lado cuando se marchan, puede ser que las despedidas sean bendiciones acompañadas de un último beso, de un fugaz abrazo o el inevitable adiós para siempre.
Así aprendemos a soltar, así debemos aceptar también nuestra partida cuando los adioses ya son el desenlace de la existencia, ante el mordiente dolor de las despedidas.
Y Antes que todo resulte con amargo sabor, desde hoy digo adiós a mi «Otro yo», a esa personalidad insegura y miedosa; a quien le apenaba hablar, por creer que decía estupideces, ante la inquisidora mirada de verdugos que creó en su débil mente y que cayó arrodillada. Ese «Yo», ya no existe. Tírenme piedras, échenme lo que quieran, ya resurgió un ser nuevo que se enriqueció con la palabra; la que habla y escribe con emoción inusitada. Un trébol de cuatro hojas, apareció en mi vida, regaló a mis inspiradas evocaciones, riqueza de espíritu, me regaló alas de libertad para volar a los confines más maravilloso de la conciencia humana, a través del universo de palabras infinitas para emular el pensamiento sublime del saber, de la nostalgia, de la poesía.
Nunca es tarde en la vida aunque los tiempos queden atrás, aunque los tiempos acaben dejando huellas inefables, para darnos la oportunidad de decir «hasta siempre…»
LIDIA FUENTES
Carmen nos enseñó a darle un adiós lleno de gratitud y paz. Cuando supo que le quedaba poco tiempo de vida procuró que cada encuentro a su lado fuera vivido y sentido con la misma aceptación con la que ella lo estaba experimentando. Carmen era la abuela de mi marido, a sus 80 años podía presumir de un buen estado físico y psicológico hasta que en Enero del 2021 le detectaron cáncer avanzado en el páncreas. En febrero ya casi no tenía fuerzas para andar, aun así siempre tenía una reserva extra de energía que desplegaba alegre en las conversaciones que surgían en la hora de la comida y el café. La familia íbamos turnándonos de manera que nunca estaba sola. Los fines de semana era cuando más parientes podíamos reunirnos con ella. La casa era grande y con varias habitaciones por lo que nos permitía quedarnos allí a dormir con nuestros hijos. Carmen había sido profesora de primaria, con una gran vocación y paciencia, tenía una bonita capacidad de captar nuestra atención. Cuando nos hablaba todos aguardábamos en silencio. Yo no podía evitar jugar a imaginar y comparar esas charlas a su alrededor con algunas de sus experiencias pasadas de cuando era docente.
En una ocasión nos dijo: “Cada día os estoy diciendo adiós; con mis ojos, con mi sonrisa, cuando os digo como debéis cuidar mis geranios y margaritas. Cuando os cuento historias que ya habéis oído pero vuestro amor y paciencia hacia mí os hace poner cara de sorpresa. Os digo adiós cuando os pido que me dejéis en cama u os regaño al día siguiente porque me habéis permitido dormir unas horas de más y siento que me he perdido sentir el olor del café impregnando toda la cocina. Os digo adiós con todo mi amor, orgullosa de lo soy y de quienes sois a pesar de nuestras diferencias. Os digo adiós desde lo más profundo de mi ser, sin pena y con una certeza interna de que seguiré viva en vuestro corazón. Os digo adiós agradecida. Solo quiero que os abráis a sentir esta paz y este adiós cuando ya no esté entre vosotros.”
Aquel día, 21 de Marzo de 2021 y celebrando la llegada de la primavera lloramos junto a ella. Con la mirada fija hacia sus margaritas lilas se quedó dormida y ya no despertó.
Con amor, paz y gratitud, adiós Carmen.
EMILIANO HEREDIA JURADO
¡Muy buenas noches!, bienvenidos al teatro de Las Maravillas, mi nombre, es Temi y, aquellos que no lo sepan, pues ya lo saben.
Hoy tenemos a cuatro monologuistas, en esta maravillosa noche, en éste,entrañable, como cierto rey emérito, teatro, y espero que, vengan preparados para, como el nombre de éste programa, ¡»Echarse unas risas»!.
Hoy, el tema del que tienen que hablar nuestros esforzados monologuistas, bueno, eso de esforzados, es porque me lo han puesto en el guión, decía que, hoy nos vamos a echar unas risas con algo que nos parece tan triste como el adiós.
Sí, amigos, y amigas, sí, mascotas también vale.
Todos tenemos en la cabeza, la idea de que todo adiós, es algo triste, que produce mucha pena, como cuando se te acaba el bote Nocilla y después de haberlo relamido al estilo vaca, y quedar el vaso más limpio que el mejor de los lavavajillas, te das cuenta que no hay más y el chino de abajo hace cinco minutos que ha chapado.
Tenemos, por ejemplo, ese adiós que todos y todas, alguna vez hemos sufrido en la vida.
Es el adiós «Dúo Dinámico». Ese amor de verano, que, al verlo alejarse desde la ventanilla del coche de nuestro padre, del autobús de línea o el tren, nuestra neurona dj, pincha la famosísima canción esa de ‘…..eeel finaaaalll, del verano, llegooo…», pero venga, no os cortéis, que tenéis mas vergüenza que un japonés en un buffet libre, venga, todos a una, como fuente Ovejuna «…..y tu partirassss…..», ¡Ooole!, ni el coro de mi parroquia lo hace tan de puta madre, aunque claro, creo que la última vez que fui a la iglesia fue cuando el mundial España 82….
Pero bueno, todos sabemos que, ante ésta despedida, al llegar a casa, la siguiente canción que nuestra neurona dj nos pincha es esa de…»…. resistiré, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie….», no , señora, no aplauda, que lo de los aplausos era el año pasado….
¡Ay los amores de verano!, ¡Ay Rosita!, mi primer y único amor… bueno, y Carmen, y Tere, y Lola y…..¡Ah!, perdón, que me distraigo.
Y otra canción mítica, es la «sevillana del adiós!, esa que dice: «¡Alllgooo se mueeere en el almaaaa cuando un amiiiigo se va……», ¡Que bonica, que sentía, me recuerda al episodio aquel en el que meten al hoyo al Chanquete….y algo que no entiendo, es porqué le metieron el acordeón, ¡Que iba a tocar!, ¿la canción del silencio?, si lo hubieran vendido en la tienda esa de la casa de empeños, en la que sale un calvo llamado Rick, un empanao llamado Chum lee, un viejo con pinta jefe mafioso señor Harrison cuyo nieto es adicto a los chetos, hubieran sacado para una buena paella en la tasca del Frasco
Otra clase de adiós, es el adiós traicionero, aquél al que va destinado ni se lo espera.
Como mi vecino. El otro día esperó a que su mujer, estuviera viendo la serie esa de «mujer», y justo cuando Sarp de iba a presentar a Bahar, para decirla que no la había palmado, le puso los papeles del divorcio en la mesa y le dijo:
-Cariño, que me estoy tirando a la venezolana del tercero…
Y la mujer, que estaba más concentrada que un ingeniero de la NASA en los siete minutos de terror del Perseverance…
_mmmgg
Y el tío sigue, mientras el Sarp llama a la puerta de la casa de Bahar…
-…pues eso, firma aquí, aquí, y aquí, eso es, me das la casa, renuncias a la pensión de los niños y te vas con la vacaburra de tu madre ..
Y la. tía firmó a lo loco, sin mirar, igual que Felipe González firmó lo de la entrada de España en la Unión Europea…
-y ahora me voy a comprar tabaco y vuelvo mañana…
-mmmgggg
¡Será cabrón el tío!, !ni el hijo de JR y Angela Channing sería tan malo! ¡Se fué a por tabaco y el tío no fuma!.
Otro tipo de adiós, es el adiós burgalés:¡Que te dén morcilla!
O el infinito, el que se produce al final de una conversación entre dos adolescentes hormonados al teléfono:
-Cuelga tú ,
-No, tú,
-No, tú,
-No, tú ..
Y así, hasta el infinito y más allá, bueno, eso ahora con los móviles, en mi época, hasta que duraban las monedas en la cabina telefónica.
Y otra clase de adiós es ésta:
Adiós,os dejo con nuestro primer invitado…¡Un fuerte aplauso a….
REBECA FS
-Me relaciono con los demás cuidando mi lenguaje, y no consiento que nadie me corrija.
Si te digo adiós, es para que te vayas.
Y si te digo hasta mañana, es que no te quiero ver hasta mañana.
El lenguaje se creó para hablarlo con propiedad…
-Venga, vale, va…Buenas noches papá.
Y Manuela soñó con crear un lenguaje nuevo. Una palabra abierta, que invitara a no discusiones gramaticales. Pensó en crear una palabra imaginaria para despedirse de su papá, sin entrar en discusiones.
Se quedó dormida con una sonrisa, pues soñándola, la encontró.
SISI ZIRCONITA
Ahogaba las penas en alcohol
Deseaba ser libre alguna vez.
Inventó mil maneras de vivir
Olvidando quien era.
Sucumbió a su soledad
GAIA ORBE
adiós
a-dios seas
te encomiendo
los hay necios, tibios, recios
sin bullicio en el exilio
lentamente van cediendo
dan alivio si hay agobio
vilipendiando el oprobio
nunca falta en un calvario
ni tampoco en velatorios
adiós, propios
adiós, tercios
sin horarios ni criterios
duelen mucho en el insomnio
solitarios deprimidos
no se curan ni comiendo
soplan como un viento frío
con el corazón partido
siempre dejan un vacío
adiós
a-dios seas
te encomiendo
LOLY MORENO BARNES
De pequeña, me encantaban esas tardes en que mi madre nos invitaba a mi hermana y a mi a ir al cementerio.
No era nada triste recordar a los seres queridos . Seguramente para ella si lo era , pero para mi era una aventura.
Para llegar cruzábamos a campo traviesa por las lindes de las fincas , puesto que el camino convencional para vehículos resultaba ser más largo .
Era divertido cruzar por las fincas de los vecinos, sortear alambrados y hasta cruzar las vías del tren de forma clandestina .
Mi madre ponía especial cuidado en ese punto al cruzar y yo sentía esa adrenalina que provoca hacer algo prohibido o ilegal .
Al llegar corríamos con mi hermana a llenar un cubo de agua para poner las flores frescas en las tumbas .
En la Cruz de la entrada colocábamos la primera flor por las almas olvidadas .
Luego visitábamos donde descansaban los familiares difuntos y algún que otro conocido de mi familia.
Mi lugar preferido para dejar flores era ese trocito de descanso eterno de mi abuela materna que sin siquiera llegar a conocer nunca ,aprendí a querer con devoción a través de mi madre .
Ella decía, que me le parecía mucho. El mismo carácter y cabezota, que cuando se proponía hacer algo siempre se salía con la suya igual que yo . Y que físicamente era un calco , con mis ojos oscuros y pelo rizado .
Yo me sentía muy orgullosa y rezaba delante de su nombre en la cruz .
¡ Como me hubiese gustado conocerla !
Antes de marchar siempre dejaba una flor en la lápida que guardaba los restos del médico del pueblo. Aquel , que me había salvado la vida cuando apenas era una bebé.
En ese pueblo pequeño , la gente es muy asidua a visitar a sus seres queridos .
No es un lugar triste . Siempre hay flores frescas y decoraciones personales .
Un día de esos paseos pregunté a mi madre que significaba decir “ADIÓS “ , puesto que como saludo era más común usar el “ CHAU”.
Ella me respondió con la explicación más maravillosa que que puede existir para esa palabra :
— Adiós significa , tanto para creyentes como para ateos, que Dios te acompañe, que bendiga tus pasos, no es una despedida, es un deseo de buena ventura , que la felicidad sea tu compañía y que nadie sea olvidado mientras alguien lo recuerde.
CONCE JARA
Aquel día a las 4 y media Jovita retiró el cazo del hornillo de la cocina. Se calzó las madreñas y trajo dos cubos de agua del pozo para rellenar la cantarera. Había hecho café y dispuesto la mesa para el desayuno. Tomás, su marido, aún no había se había despedido, por lo que encendió el candil, corrió el telón del cuarto de los niños para que entrara calor, apartó la puerta de su dormitorio, pero no oyó la respiración de su esposo. Se acercó a su lado de la cama sobresaltándose al iluminarle el rostro: los ojos cerrados, pálido, los labios azules, las manos cruzadas sobre el pecho, postura inédita en él, ya que siempre dormía boca abajo para evitar los ronquidos… o al menos eso él creía.
Tomás dijo adiós aquella madrugada de frio invierno. Los médicos dijeron que de un ataque al corazón… ¡tan joven! Jovita enviudó a los 10 años de casada, con dos hijos pequeños a su cargo.
Tras el suceso, en el pueblo no hubo esquina, visillo, hogar, taberna o entierro, donde no se cuestionará el motivo de la muerte del pobre Tomás y las lenguas más afiladas llegaron a propagar que seguramente la muerte… no fue natural.
Lejos de la veintena, Jovita ya trabajaba despachando en la panadería del pueblo, pero gracias a su insistencia y a la ayuda del párroco, Don Fulgencio, consiguieron convencer al dueño del negocio para que la dejase hacer más horas en el horno, por la mitad del jornal de un hombre. La noticia no gusto entre sus compañeros y menos a las mujeres de éstos. Otra vez las lenguas viperinas tras las esquinas, ponían en tela de juicio el honor y el buen nombre de una mujer que, ahora, se atrevía a trabajar entre hombres.
El supervisor del horno le asignaba las más duras tareas, tales como descargar sacos de harina o estar a pie de horno durante horas metiendo y sacando paladas repletas de hogazas, dulces y bollos. Había veces en que alguno al pasar le guiñaba un ojo, señalando hacia sus pies, ya que sus calcetines, sus zapatos y el suelo se veían manchados de sangre. Jovita, aguantaba hasta sacar completamente la hornada, corría a la cuadra para ponerse un trapo entre las piernas y volvía corriendo para fregar su vergüenza, entre las risotadas de sus compañeros.
Desde ese momento Jovita empezó a cambiar, pero nunca una queja, un chismorreo, una despedida sin contestar… ya que lo único que le importaba era llevar el pan a su casa para sus hijos y conservar el empleo.
Los años pasaron y ahora sus hijos le habían dicho adiós, abandonando el pueblo. Consiguieron plaza y trabajo en la Universidad de Salamanca, orgullo de su madre, quien no hablaba al respecto con nadie, salvo con Don Fulgencio.
Ahora Jovita a sus 53 años, vivía sola. La costumbre de trabajar tantos años en el horno de pan, la hacía levantarse a las 5 de la mañana, y aunque hoy fuera su día libre, ya se había echado un cobertor por encima de sus doloridos huesos maltratados por el trabajo, actualmente reducido a despachar pan donde solo le salía un “con Dios”, para los clientes más antiguos. Abrió el postigo ventilando su cuarto y se dirigió a la cocina para encender la vieja cocina de carbón, cerrando, tras un buen rato, el tiro:
– ¡Señor! Hoy no termina de arrancar, a pelar frío toca hasta que la venga en gana, ¡jodía casa! -maldijo-. Esperó junto a la cocina y finalmente aquello empezó a coger brío, tanto que a los pocos minutos tuvo que arrancarse la manta del calor que hacía:
-Pero ¿por qué me castigas Dios? -gritó-. Ahora esto parece el infierno-.
Cuando estuvo listo, echó al agua hirviendo dos cucharadas de café. Fue a la despensa, cogió leche, azúcar, bollos… pero al final volvió a maldecir:
– ¡A la mierda! ¡A ver si así me llevas antes! -. Finalmente desayunó dos cafés solos y tres calmantes para los dolores.
Cerró la ventana, hizo la cama, barrio la casa, la entrada de la vivienda, se colocó el viejo abrigo de Tomás, metiendo sus agujereadas zapatillas dentro de las madreñas. Cogió la pala y empezó a apartar nieve, haciendo camino desde su puesta hasta la carretera, mientras, aparecían los primeros rayos de sol tras las intensas nevadas de los últimos días:
– ¡Vaya por Dios! A buenas horas el sol. Un mes de frío y nieve, hasta que hoy se te antoja un buen día – murmuró a la vez que aligeraba con las tareas. Quería llegar a la iglesia con tiempo suficiente, antes de misa y de que la vieran… necesitaba confesarse.
Para arreglarse nunca se miraba al espejo, con los años aborrecía los ojos que la observaban desde el otro lado. Peinaba su larga melena canosa, que recogía en un moño bajo. Su rostro solo lavado con agua clara, era pálido, ojeroso, rugoso y vestía siempre, para no olvidar a los difuntos.
Cerró la puerta de casa y con las galochas inició su camino hasta la iglesia, que se encontraba a 3 kilómetros de casa, en lo alto de un cerro. Al poco rato, inició un monólogo de blasfemias por la nieve caída y el mal estado del camino, que cortó al ver de lejos venir, un tractor cargado de leña: – ¡Vaya usted con Dios! -bisbiseó al cruzarse con el vehículo. Al perderlo de vista, continuó con sus lamentos al Señor, ya que los leotardos de invierno que llevaba, se le enrollaban en las piernas impidiéndole avanzar como deseaba, y es que últimamente había perdido 12 kilos.
– ¡Por fin la iglesia! -suspiró-. Jovita estaba dolorida, tiritaba y entró sin descalzarse las madreñas, que no dejó en la entrada como era costumbre, ya que temía que se las birlaran. Mojó los dedos en la benditera, persignándose, y se sentó nerviosa junto al confesionario hasta que un joven sacerdote se le acercó con una gran sonrisa:
– Buenos días -dijo el cura-. ¿En qué puedo ayudarle?
– ¿Está el padre Fulgencio?
– No señora, Don Fulgencio está ingresado en el hospital de León. ¡Dios se apiade de él!
– ¡No puede ser! -exclamó santiguándose- Pero ¿cuándo?, ¿cómo…?
– Señora, el padre Fulgencio padece una grave enfermedad, pero no quiso dar lástima, ni el pesar de su rebaño. Hace tres días fue trasladado.
– Y ahora… ¿quién me va a confesar? -sollozó-.
– Tranquila, no se ponga así mujer. Don Fulgencio sanará y mientras… -dijo estrechándole la mano- soy el Padre Marcos, ¿con quién tengo el gusto de hablar?
Jovita estaba irritada, nadie le había avisado de la enfermedad de su párroco, ni siquiera en la panadería…
– ¡No venga de halagador conmigo! Me bautizaron Jovita, -contestó sonándose ruidosamente los mocos- pero me conocen como “la hornera”.
– Bueno Jovita, tranquilícese, ¿quiere pasar al confesionario y vemos que le ocurre?
-Pero… ¿qué se habrá creído? -dijo elevando el tono de voz-. ¡No pienso contarle mis cosas a un extraño!
– ¡Chisss! Estamos en un templo… -susurro Don Marcos- Verá, por ahora soy el párroco de esta iglesia y si quiere confesarse solo yo puedo ayudarla. ¿Qué hacemos?
Ella remoloneó unos segundos mirando al suelo, se levantó agarrándose con fuerza del banco y se acercó despacio hacia el mueble. Tras la rejilla vio sentarse a Don Marcos, quien dijo:
– Ave María Purísima…
– …sin pecado concebida -contestó Jovita y añadió-. Padre llevo tres meses en pecado.
– Bien, cuénteme que le atormenta… con calma.
– Si, si yo estoy tranquila, pero no saber lo de Don Fulgencio… ¡Ni Dios me ha avisado!
– ¡Ya está Jovita! No le dé más vueltas.
Enmudeció unos segundos, hasta que dijo afligida:
– Verá Padre, mis hijos estudian y trabajan fuera, por lo que estoy sola en este mundo. Me siento muy desgraciada, me duelen los huesos, no disfruto de la vida, solo hago que trabajar, y aquí… nadie me quiere.
– Señora, no creo que eso último sea real. Sus hijos seguro que la adoran. Continúe, por favor.
– Bueno, bueno, pero… ¡no me meta prisa! -dijo de mala manera- Verá, el otro día vi en la televisión que el Gobierno había aprobado una ley para los que no pueden seguir viviendo, pero quieren una muerte digna, y yo, con la vida que llevo, he pensado en preguntar en el ambulatorio que tengo que hacer para apuntarme a la lista-.
– Jovita, ¡basta! No hay ninguna lista y zanjamos ese tema -contestó exaltado-.
– Padre… a mí nadie me habla así ¡eh! Usted no sabe lo que me ha costado llegar hoy hasta aquí para ver expresamente a Don Fulgencio, él me conoce desde niña y me hubiera comprendido.
– A eso iba yo, ¡mire qué ejemplo! El padre Fulgencio. Ni se imagina lo que ha pasado con su enfermedad, pero nunca una queja. Recuerdo que decía que solo el buen humor y el buen hacer eran el mejor antídoto para sus males… Disfrutaba de los acontecimientos de sus feligreses: bautizos, casamientos, comuniones e irradiaba esperanza hasta en los funerales. No tiene razón para quejarse, Jovita, hágame caso.
– ¡Esto no una queja… es una consulta!
– Jovita usted tiene techo, comida, trabajo, salud en su familia y el amor de sus hijos. Creo que debería ser menos desagradecida, disfrutar de los buenos recuerdos de su vida, del hoy… ¿se ha fijado en el precioso amanecer, en el sol que hoy nos alumbra?, ¿ha disfrutado del paisaje y el camino que la ha traído hasta aquí? Intente fijarse en el lado bueno de las cosas.
– ¡Si… me cago en…! Usted no tiene idea de la mala vida que he llevado y llevo, desconoce el sacrificio que ha arrastrado mi espalda durante años. Pero padre, lo que seguro no sabe es el por qué le planteo una muerte digna. Pues se lo voy a decir… porque hace mucho que no vivo la vida, sino que ella me ha malvivido y me lo sigue haciendo, y ya… ¡no puedo más!
– ¡Jovita!, escúcheme con atención. La gente ve la cara de piedra que lleva puesta y no se atreve a hablarle. Pruebe… salude a sus vecinos, sonría en el trabajo, deje de lado la queja y la blasfemia.
– ¡Bla, bla, bla! Mire Padre, yo perdono, pero no olvido, aquí he aguantado mucho. Gracias por haberme atendido, pero adiós -.
Jovita se incorporó, ayudándose con sus manos y brazos, dejando a Don Marcos con la palabra en la boca. Salió de la iglesia totalmente ofuscada, olvidándose de que aún había nieve acumulada en la escalera del templo.
Tras la caída, de entre la gente que esperaba para entrar en misa, dos hombres corrieron a ayudarla: – ¡No me toquéis mal nacidos! -gritó rabiosa-.
Regresó a casa medio coja, dolorida, ayudándose de una fuerte rama, sin medias, con la sangre hirviendo de la irritación y peleando con Dios, ya que no la había ayudado en la visita.
Por la tarde, aún disgustada, machacó en el mortero todas las pastillas que tenía para los nervios y el dolor, las mezcló con miel, le añadió anís. Escribió unas líneas pidiendo perdón a sus hijos y despidiéndose.
Fue a su habitación y sentada sobre la cama, tragó el brebaje de golpe, tumbándose vestida. Después su mano fue a tocar la almohada vacía de su difunto marido y dijo: -Tomás, pronto volveré a estar a tu lado-.
Tomás sufría ardiendo en el infierno y entre lamentos se encontró con un vecino del pueblo recién llegado, quien le avisó de que Jovita esperaba en la fila de entrada. Desesperado corrió en busca de Judas; quería saber si su mujer cruzaría la puerta, temía coincidir con ella. Y es que Jovita desconocía que aquella noche de invierno él, sin decir adiós… se había suicidado.
SOLEDAD ROSA
Mi espalda luce una «L» de novata porque fracasé de nuevo. Ni manos al aire o sonidos de puertas al cerrar. Los besos que no nos damos, yo, ya no me acuerdo. Quizás sea cobarde, pero sigo sin ser capaz. Nombrarte me da miedo y escribirte es quedar plasmado que todo tiene su fin.
Amanece y me doy los buenos días. Soy consciente que, de nuevo, se va a librar una batalla entre el olvido y la añoranza. Yo me entrego al verdugo porque veo mi derrota. Mi guerra es contra el silencio y el vacío que me recuerdan ausencias. Entonces, empiezo a acariciar cada rincón de este mundo para comprobar que todo sigue perenne.
Créeme, intento escucharte, pero no veo la fecha en que firmemos un acuerdo y sea capaz de pronunciarte. Prefiero no mirar y acomodarme entre las manecillas de un reloj cuyo tiempo se quedó congelado en mitad de un tic-tac. Qué suerte luchar con esa inocencia con la que nacemos y brota al envejecer.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
Me encontré con mi mejor amigo que hacia dos años no veía por culpa de esta pandemia. El caminaba en dirección opuesta junto a su pareja por el otro lado de la calzada. Estaba como a unos 10 metros de distancia, casi a pocos segundos de cruzarnos uno con el otro, cuando me percaté de que era él. Levanté mi mano bien alto en su dirección, con la intención de saludarle. Me quedé un rato parado esperando una respuesta a mi saludo, pero mi adiós terminó esfumándose con el viento. Creo que por culpa de la miserable mascarilla y nuestro cambio interior e exterior por el tiempo que hemos vivido encerrados, acabó con la amistad, o simplemente no me reconoció.
¿Tendré la misma suerte si robo un banco?
ALEXANDRA MARTA IONA
Gracias y Adiós
Victoria era una niña risueña y muy parlanchina.Alomejor por eso conoció a Gracias cuando solo tenía un par de añitos.Era bonito ver que tan gran amistad forjaron.Allá donde iba uno ,encontrabas al otro.Victoria estaba muy orgullosa de si misma,porque aún con el paso del tiempo,ella y Gracias,seguían siendo inseparables.En casa,en el colegio o cuando jugaba con otras amigas,estos dos seguían juntos.
A Victoria le gustaba Gracias, porque sentía alegría al saber que estaba haciendo las cosas bien y que era una niña respetuosa.
Cuando Victoria tenía unos once años conoció sinquerer a Adiós.Ella sabía que su abuelo estaba débil y que se encontraba luchando con una cruel enfermedad.Aquel día ,cuando ella se acerco a la ventana y en lugar de ver a su abuelo solo vio una amarillenta estatua de cera,su mamá le dijo “dile Adiós ,hija mía!”
Adiós no era como Gracias.Cada vez que aparecía Adiós ,a Victoria se le llenaban los ojos de lagrimas,gritaba y maldecia.
Así se pasó toda su adolescencia:sufriendo por culpa de Adiós y ya empalagada de tanto Gracias.Aunque el primero tenía algo que la engatusaba,era como el chico rebelde de la clase que enamora a la empollona…pues eso, ella sabía que le dolía pero no podía quitarle los ojos de encima.
Viqui,como la llamaba su marido,se encontraba con sentimientos contradictorios:aveces tuvo que encontrarse con Adiós cuando algún amigo la traicionó o cuando se despidió de algún trabajo deplorable ,pero sin padecer el maltrago ni la anxiedad de verlo.
Aprendió que ni los buenos son tan buenos ,ni los malos son tan malos.
Desde entonces ,Victoria,que ya rondaba los cuarenta años,vivío sin miedo y mucho más feliz escuchando sus sentimientos.
Gracias,que ya no pasaba tanto tiempo con ella,encontró el equilibrio con Adiós ,que en ocasiones devolvió la sonrisa en los labios de Victoria, cuando la liberaba de cadenas oxidadas por el paso de los años.
OMAR ALBOR
Adios
Aunque lo pensé mil veces y en alguna oportunidad lo soñé solo pensé que era parte de algún pensamiento, cuando paso ya era todo realidad primero fuiste vos mamá la que te fuiste y luego papá.
Cómo decías vos el destino es así, cuando pasaban cosas feas y yo te preguntaba porque pasan estas cosas tú latiguillo perfecto era ese, el destino cuando partiste vos yo solo quería que no sufrieras y que tú partida fuera en paz sin dolor y te fuiste pero se que siempre vas a estar alado mío mirándome.
A los pocos días se fue papá nunca soporto no tenerte, que decir mi papá otro pensador de momentos con grandes enseñanzas de la vida que también me dió todo, hoy los recuerdo y los siento tan cerca como siempre, que decir son y serán mis ángeles por siempre, hasta el más allá.
Esto es una carta en primera persona, para dos personas hermosas.
Mis papás Elena y Amador.
ZOE EMM TEXIS
Tú aroma, mi nariz rosando tu cuello mientras disfrutaba la fragancia de tu piel,
esa esencia de tu ser al momento del amor hacer…
recuerdo los suspiros, recuerdo los latidos y lo fuerte que me gustaba oprimir tu pecho,mis dedos pueden sentir tu cabello enredado otra vez en ellos…
recuerdo el calor, la presión, la tensión el amor de entregarme en tu lecho…
recuerdo tu voz, recuerdo el sabor de tus labios y lo mucho que me gustaba morderlos.
recuerdo recargar mis manos en la pared acompañadas de vapor al momento de una ducha tener, mientras escuchaba el agua caer hacia nuestros pies, al ritmo de mis gritos desvanecer.
recuerdos, recuerdos y más recuerdos…
El recuerdo más abrumador fue cuando te dije “Adiós”;
De aquel agosto dos.
Un auto aguardaba fuera de aque lugar al que llamabas “Hogar”.
Lugar que presencio nuestra historia de amor, de pasión hasta de tensión.
Lugar que me acogió, lugar donde convivimos, lugar donde reímos, y hasta planes hicimos.
Lugar donde nos besamos, nos refugiábamos y hasta a veces llorábamos.
Lugar que ahora esta vacío, lugar que poco a poco va quedando en el olvido…
Aferrándome, a las fotografías, a las canciones, a los lugares, los recuerdos…cuento los días, semanas, meses, de estár sin ti.
Buscando por doquier alguna pista, alguna pieza para tu esencia volver a oler.
Sin ningún resultado, sin ninguna explicación, sin ningún hallazgo,
me pierdo en el rincón hasta embrutecer….
Pensando imaginando que otra mujer ahora es la que apretuja tu piel.
Siempre cierro los ojos y te veo por allí …
es la única forma de sentirte cerca de mi…
en todos los sitios vago buscando ese olor, esa fragancia en tu ser
mi vida se marcó un antes y un después de ti…
sin ver todo lo que había en tu ser,
se que siempre seguiré buscando los restos de ti en mi….
GABRIELA MOTTA
Esa mañana despertó y fue en busca de su mamá como de costumbre, sin embargo, no la encontró. Seguro habría salido en la madrugada porque veía por la ventana el portón abierto. Corrió al fondo a lo de sus abuelos y ahí estaban los dos con esas caras desencajadas, envueltos en llanto y dolor. Al verla la abuela tomó del jardín una Margarita y un pétalo se le calló, se abrazaron muy fuerte y desde entonces sueñan con poder decirle algún día adiós.
UNSU ENC SP
Solo las almas tranquilas, pueden decir adiós.
Pero espíritus intensos se despiden estallando, así como se unen.
No creen en el adiós, mientras tengan pendiente esa batalla.
Esa lucha en la que el que gana luego pierde, y el que pierde jamás gana.
LOLY BÁRCENA HUMANES
Sinceramente, ya no sé qué hacer contigo, creo que será mejor decir: Adiós.
Hace mucho que te marchaste del yo, dejando un hueco que no soy capaz de recomponer, el mal puzzle que le falla una pieza que cayo rodando debajo de un mueble que no podemos levantar de lo pesado que son las losas que en el metimos.
Machaconamente te empeñas en afirmar que eres la misma, pero sabemos todos que es mentira. El espejo devuelve un negativo del que no queda poso de lo que fue , imagen trasnochado del ser que fuiste pero cuyo limites se fueron desdibujando , creando un control diferente , difícil de mirar, agrio ,abrupto sin la parte que te hacia ser , dejando paso a una mala caricatura , ansiosa de recuperar parte de lo perdido.
Ya no esta instaurada en tu rostro aquella sonrisa que era capaz de apaciguar a la bestia, en su lugar apareció una careta mal formada, las típicas de un titiritero venido a menos que recorre el mundo de pueblo en pueblo, mendigando una carcajada de aquellos que solo tienen miradas vacías ya que perdieron la curiosidad de vivir.
Ya no tienes ese brillo que iluminaba tus pupilas, ahora parecen dos bombillas de hilo de cobre con herrumbre, que es un querer y un no poder, en dar luz a los que le rodean, y se mantiene ahí colgada quejumbrosa, pálida, marchita.
Ya no tienes la voz tranquila, pausada, llena de la sensatez que el equilibrio adquirido daba un matiz de orgullo de lo sabido e inquietud de lo desconocido.
Ya no hay chispas en tus andares, sino un arrastrar de pesares que solo saben hacer el surco cada vez mas hondo en una tierra que no quiere darte su calor ya que solo recibe una dura indiferencia.
Ya no hay palabras de amor, solo oscuros reproches carentes de esperanza que podamos construir de nuevo esos muros que cobijaban nuestras almas y les daba el refugio que resguardarse cuando, afuera, arreciaba el viento de la indiferencia, de la envidia, del odio insano del que no te conoce y te prejuzga.
Ya no hay esa que era y con un adiós melancólico dio paso a la que es, a la que no quiere estar , la que quiere decir un adiós para poder abrir una puerta donde diga “ hola “ .
Mi voto para:
Conce Jara
José Armando.
Bea.
Mi voto para Sergio y Servando
Esta semana mi voto es para Raquel y Antolín
Hay un total de relatos muy buenos o excepcionales, y FELICITO AL GRUPO ENTERO por la constancia del progreso. Pero mi punto va a Alexandra Marta Iona: que no nos falte su voz a partir de ahora : )
Sergio Santiago Monreal
Mi voto compartido entre Neus y Zoe.
Mi voto va para Dil Darah y Conce Jara
Mi voto es para Gabriela motta
Mi voto es para:Mari Carmen Dbebes y José Armando Barcelona
Picadizo
Neus
Mi voto para:
Dil darah
J. Armando Barcelona
Lidia Fuentes
Picadizo
Mi voto para Bea
Creo que está semana lo tiene muy merecido y debería de ganar, mi compañero y amigo Sergio Santiago Monreal.
Servando, Antolin, Jose Armando, Alberto Medina…
Manuel Sierra
Maria Rosa
Curro
Sergio
Neus
Mi voto es para Neus Sintes y Dil Sarah.
Neus Sintes y Dil Darah*
Mi voto: María Rosa Rolando
Mi voto para el tema «ADIÓS»:
ALBERTO MEDINA MOYA
Tema: Adios
Mi voto repartido para Lidia Fuentes y Soledad Rosa.
Enhorabuena a todos! me cuesta un trabajo inmenso decidirme
Mi voto para
Soledad Rosa
Reparto mi voto entre Mari Carmen y María Rosa.
Mi voto para :
Manuel Sierra
( me encantan esas reflexiones cortas pero profundas)
Mi voto es para Bea Arteencuentro
Mi voto va para JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
Mi voto es para
Mari Carmen Dbebes
Beatriz Ángel