Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «volver a ser niño». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 4 de marzo! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Soñando un sueño
al hacerme mayor.
Sueño con volver a la infancia
y asfixiar a mi dragón.
Jugar con mis canicas y mis cromos;
perderme entre dibujos animados,
esconderle el elástico a mis primas
y a mi abuelo su tabaco.
Echo de menos los “apedreos”
con los de la calle de al lado
con los de dos calles más p’alla
y con alguien, él solo agregado.
No saber nada de política
ni de políticos tampoco,
y probar la zapatilla al llegar a casa
con más mierda que el rabo de un toro.
Tocar la guitarra con la raqueta
imitando a los de la tele,
y al llegar el anuncio de Fa,
disimular que hago los deberes.
Quiero volver a ser un niño,
Amancio Ortega a ser posible,
vacilarle a los “pijos”
e irme de vacaciones al Caribe.
¿¡Volver a ser niño!? ¡Qué estupidez! Es como si le pidieras, al Universo, alargar tu sufrimiento en la Tierra cuando, quizás, en el más allá, eso de sufrir no tiene relevancia alguna.
Tenía ocho años y un hermano de dos.
Mi madre metía en una bolsa de tela sus peines y la tenaza de rizar el pelo. Luego lo guardaba junto con orquídeas y algún abalorio para colocarlo en el cabello dentro de una caja de madera que en la tapa tenía unas flores dibujadas y vernizadas.
Un día le dije a mi hermano. Hoy Jugaremos a la peluqueria. Yo seré la peluquera y tu…
Mi cliente tenía un pelo largo color avellana.
Aproveché el momento que mi madre no estaba en casa para comenzar con el trabajo.
EN 1953 la tenaza que mi madre tenía para rizar el pelo era de hierro, por lo tanto las cogí y las coloque en la lumbre, tenía que ponerse al rojo vivo. Después coger un mechón de cabello del que está más muerto que vivo y envolverlo en la tenaza. Luego esperas un poco y el pelo queda rizado.
Suerte tuvo mi hermano que mi madre regresará pronto a casa.
El olor a pelo quemado se esparcia por ella.
Si volviera a ser niña intentaría aprender como mi madre se hacia aquellos peinados ondulados sin quemarse el cabello.
Metida en el sueño buceo por el entorno de mi niñez, pero la magia la envuelve, la transforma saboreando el tiempo, el entorno, las sensaciones.
Me levantaba estando la casa caliente, el agua ya no hacía falta calentarla, el desayuno en una taza y plato de loza humeando un chocolate.
Un calzado cómodo, un vestido y chaqueta con bonitos botones. Salir a la calle viendo bajar el sol por la montaña, el cielo azul, los prados verdes con flores de primavera, ver la fuente mamando su agua fresca. Escuchar los sonidos, a los pájaros alegres en los árboles, la cigüeña buscando la comida en la frescura del prado. El ganado en el monte pastando, las cencerras sonando……….
Jugar en la calle al escondite, saltar a la comba, a las cuatro esquinas o sentarse a vestir a las muñecas de papel con sus complementos, quitar, poner vestidos dibujados con diferentes modelos. Tener una habitación con cuentos, libros, cuadernos, lápices de colores, una cama confortable, la pared pintada, un armario con mi ropa.
Niñ@s para compartir, jugar y reír…..
Así me sentí en el sueño, lo que aún no sé es si soñé despierta o si estaba dormida y luego me desperté.
¿Acaso se puede volver a ser aquello que nunca se fue?
No, nunca se fue.
Era una cálida tarde de verano cuando volví a tener seis años. Me asomé por la ventanita de aquel quiosco que tenía una pequeña fuente delante y me comí con la mirada el maravilloso surtido de gominolas, gusanitos, frutos secos y chupachups. No tardó el quiosquero en preguntarme si quería algo, pero recordé que no me podía entretener, que tenía que seguir buscando, y me alejé en dirección a la plaza de la iglesia.
Una vez allí me paré a presenciar el ir y venir de gente rezumando alegría entre el revoloteo de las palomas. A mi lado pasó una niña con un globo atado y salté para darle un manotazo, pero no lo alcancé y la niña me sacó la lengua.
Caminé buscándolo entre la gente y me paré en la puerta de un local de juegos con una pequeña noria en la entrada que era mi pasión. No llevaba ninguna moneda, pero entré y me deleité mirando aquellas máquinas con todas aquellas luces y musiquitas. Podía pasarme horas mirándolas, pero me marché para continuar con mi búsqueda.
Bajé la calle y llegué al paseo marítimo, mirando por todos lados. Había unos jardines en los que me gustaba jugar con mi hermano, pues te podías esconder entre los matorrales y aparecer por sorpresa para volverte a esconder. Era una pequeña y maravillosa jungla en la que había niños jugando y sentí la tentación de ponerme a jugar con ellos, pero de nuevo recordé mi propósito y seguí mi camino.
Y de repente lo vi a lo lejos: yo, con cuarenta años más, sentado sobre un banco, con el semblante serio, seguramente preocupado por algún asunto.
– ¡Alberto! -grité corriendo hacia él con alborozo.
Él me vio y se le iluminó la cara. Corrió hacia mí y nos fundimos en un gran abrazo. Por fin.
– No vuelvas a perderme -le dije.
– Nunca.
A veces, cuando me pesan las piernas y siento que se cae el cielo, me descubro en un rincón recogida en posición fetal.
«Quiero estar en una burbuja que me proteja del mal», pienso mientras me encojo cada vez un poco más.
A veces, cuando me pesan los años y se me arruga la vida, me descubro desando un llanto liberador que me limpie el interior.
«Quiero poder desgarrarme, sin miedo a que se me rompa un pilar», pienso mientras aprieto los ojos intentando llorar para poder desahogar.
—Ojalá fuera niño otra vez —grito sobre la almohada que amortiza mis palabras.
Luego entiendo que me equivoco. No es cuestión de no avanzar, no debo pretender parar al tiempo buscando la felicidad… Al niño lo llevo dentro y lo único que falta es dejarlo en libertad.
Ahora, cuando me pesan las piernas y los años, cuando se cae el cielo y se me arruga la vida, me levanto, salgo de mi letargo y doy un salto en algún charco. Bailo música inaudible y me río sin parar. De repente, no hay tiempo que pese porque fluye en armonía. No hay miedos, ni hay prisas… Ya no castigo a mi propia vida.
Se acabaron las lágrimas enjauladas y, esta vez, no habrá una almohada que amortice mis palabras.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Eran las siete y media de una tarde otoñal cuando desperté con un dolor de cabeza espantoso, el olor a whisky impregnaba toda la habitación.
De repente note unas nausias horrendas acompañadas de una arcada espantosa, no llegué a vomitar. Acto seguido otra arcada me hizo vomitar casi sin avisar.
Me llamo Jonas tengo, trece años recién cumplidos y hoy me he embriagado por primera vez, no logro recordar cuánto bebí, creo que fue media botella de whisky a chupitos con el tapón con tres compañeros de clase.
Eros el más grande de todos, era un repetidor de dieciocho años, él fue quien trajo la botella y nos animo a no ir a clase y beber un poco para empezar bien la semana. Arman y Julius eran amigos de Jonas desde el colegio, antes de empezar el instituto.
Era un lunes y a mediodía tuvieron que llamar a la madre de Jonas para recoger a su hijo en un estado ebrio bastante evidente.
Jonas había despertado veinticinco años atrás, pues recordaba perfectamente aquel suceso, su madre Todumbia le hizo salir de la habitación para limpiar la vomitona.
Acto seguido le dijo que ahora hablarían del asunto y que por supuesto que se lo contaría a su padre, el cual estaba trabajando de ruta por el extranjero, era camionero y solía estar semanas enteras desde que hiniciaba sus rutas, raro era que anduviera en casa. Su nombre era Rodul.
Al acostarse Jonas que no era muy católico rezó para que al despertar no siguiera atrapado en su yo del pasado…
A la mañana siguiente su madre abrió las cortinas de par en par después de subir la persiana y el ruido sobresalto a Jonas cómo antaño.
-Mierda-. Sigo teniendo trece malditos años maldijo Jonas. Bueno, ahora vuelvo a tener toda la vida por delante y recuerdo al milímetro cada acto que cometí. Éste fue solo mi primer acto de reveldia…
Texto basado en una historia real.
RAQUEL LÓPEZ
Ser niña,
creer en la ilusión y en la magia.
Mirar con los ojos inocentes a través de la sinceridad del corazón.
Sin existir los problemas,
pero no por ello dejar de importarnos.
Tener la frescura y soñar un mundo de colores, de imaginación, de curiosidad por las cosas que nos rodean y a la vez, nutrirnos de ellas.
Saborear el tiempo, como si nunca importara.
Cultivar nuestras fantasías, como si fueran semillas sembradas que germinan, las de la inocencia.
Sí, a veces, cierro los ojos y me gustaría volver a ser niña, aunque pienso que nunca he dejado de serlo. Sigo conservandola dentro de mi y en ocasiones la despierto para revivir esa infancia tan feliz. Sin filtros… ahí, es donde está la esencia….
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
Quería no pensar más en ello; quería eliminar todos los espejos del mundo, alcahuetes, implacables, que no le daban un minuto de paz, recordándole a cada paso, a través de cada uno de los surcos que se habían adueñado de su caduco cuerpo, que el tiempo es el peor de los verdugos, no perdona ni canjea renovación por autoconfinamiento. De nada sirven los milagrosos potingues hallados a través de las más bretonianas búsquedas…
—¡Mili! Levántate, vas a llegar tarde a la escuela. –La abuela se acerca a la cama de Mili y tira del embozo con mimo.
—¿Abuela? «Estoy soñando, claro, es eso, un sueño o una entelequia».
—Mili, ¡Qué no llegas! –De nuevo resuena la voz abuelil.
Mili se revuelve, tira de las sábanas, esconde la cabeza, cree estar soñando y a la vez, tiene la casi certeza de que no fantasea, que está en perfecta vigilia. Con el miedo agarrado al cuello se lanza fuera de la cama, ahuyentando al delatador espejo, agazapado junto a la cómoda. De camino a la cocina la desazón que acompaña sus pasos crea en ella la sensación de haber decrecido, como si sus piernas hubieran menguado…sus piernas, sus brazos, su cuerpo ¿sus arrugas? Ante el pavor de enfrentar el espejo sigue avanzando hacia el estante de la cocina donde se guardan los útiles del desayuno.
Frente al armario levanta su brazo e intenta alcanzar el tirador de la puerta…el grito lanzado convierte a la abuela en sprinter avanzado.
—Todos los días igual, Mili… ¿Tanto te cuesta pedir ayuda? El día que crezcas, -que llegará antes de lo que esperas- porque el tiempo avanza a velocidad de cohete espacial…ese día…ese día yo no estaré aquí y tú habrás dejado de necesitarme…
—«¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tipo de ataque esquizofrénico estoy sufriendo? ¡Mi abuela lleva enterrada veinticinco años! y…
Con el miedo a enfrentar su imagen en el temido espejo, se dirige a su habitación, y desenvuelve el artefacto guardado. ¡Ahora sí! ¡Ahora sí que grita como si le hubieran clavado un garfio!
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué le ha pasado a mi cuerpo? ¿Quién soy?
Eres tú, Mili, la niña de ocho años que anhelabas volver a ser. –Contesta el espejo.
—¿Qué? ¡Esto es una pesadilla! ¡Un espejo qué habla!
Esto es lo que hubiera podido pensar desde un plano adulto, pero como era una niña de ocho años…
Se dirigió de nuevo a la cocina, tomó el chocolate que su abuela tenía preparado sobre la mesa…se vistió, se dejó hacer las trenzas…y cartera al hombro, cantando, puso pies en polvorosa…
Tres meses más tarde, a la vuelta de un largo puente vacacional, en la oficina, los cuchicheos incesantes versaban sobre el aspecto que presentaba Mili.
—¿Habéis visto? ¡Parece que tuviera ocho años! -1ª cotilla.
—Es lo que tiene un viaje a Chisináu para hacer turismo facial… -2ª cotilla ilustrada y capciosa.
Mili abandonó su permanente estado disfórico; colgó espejos por toda la casa y, nunca más soñó con eliminar los surcos que el tiempo va remarcando en la identidad de cada cual. Lo que no pudo dejar de lado fue la nueva ‘misión’ autoimpuesta de registrar cada rincón a la búsqueda de algún rastro que pudiera conectarla de nuevo con su abuela.
Esta había desaparecido junto con su fobia espejil.
TESS LORENTE
Era un sueño recurrente.
Más bien era una maldita pesadilla que me perseguía demasiado a menudo.
Despertaba sudorosa y sin aliento, cada vez que revivía el infierno que había sufrido en mi infancia.
Ni los centenares de visitas al psicólogo, ni los fármacos que me recetaba el psiquiatra, me libraban de sufrir una y otra vez la terrible experiencia que sufrí con apenas 6 años, y que se enquistó en mi vida hasta los 14.
Me repetía con insistencia que esa iba a ser la noche en que soñaría con cosas bonitas. Pero al adentrarme en las profundidades del sueño, volvía a ser la pequeña, que se sentía caer por la boca de un pozo infinito. Al llegar al fondo, despertaba siendo la niña indefensa, que se escondía en el armario, deseando que por fin fuera la noche en la que el monstruo no volviera a visitarla.
Pero siempre regresaba y me encontraba acurrucada entre la ropa, fingiendo ser invisible.
Era el peor monstruo del mundo, porque se suponía que era la persona en que debía confiar y que tenía la obligación de protegerme.
Mi padre era el depravado que me visitaba cada noche para demostrarme cuanto me quería.
Pasaron los años y cada vez me sentía más culpable, impotente y destrozada.
No pude pedir ayuda y mi madre miró hacia otro lado todo aquel tiempo.
En el despertar de mi adolescencia sentí la necesidad de salvar la poca inocencia que quedaba en mí.
El horror acabó la noche en que mis manos sintieron el líquido viscoso y cálido brotando de su vientre. Las tijeras se hundieron en él con una extraña facilidad. Quizás el miedo, la rabia y el asco se aglomeraron en mi interior, dotándome de una fuerza sobrehumana.
Acabé con el monstruo, pero la recurrente pesadilla me ha seguido persiguiendo durante toda mi vida.
Despertar, una y otra vez, volviendo a ser una niña escondida en un armario.
BEATRIZ ÁNGEL
INFANCIA, BENDITO REGALO.
Hay un olor, un olor para cada recuerdo,
para cada momento, para encuentro.
Huele a sal, a pino a mar,
a barco llegando a puerto
que está a punto de atracar.
Huele a polvo y a humedad,
al paso de los meses,
huele a soledad.
Huele a amanecer, a tierra mojada,
a colonia fresca y a autobús escolar.
Huele a tinta de impresora,
a lápiz y a goma de borrar,
a sudor inocente
y al bocata envuelto en albal.
Huele a guiso recién hecho,
a hogar limpio y fresco y a pan.
Huele barbies y a bebés,
a pelota y bicicleta,
a campo y a libertad.
Huele a toallas calientes
y a jabón del natural.
Huele sopa y leche caliente,
a sábana de coralina
y a perfume de mamá.
Huele a un día cualquiera
de antaño en algún lugar.
Huele a pura inocencia,
a pura felidad.
MANUEL ALBÍN EXTREMERA
Me gustaría volver a ser un niño,
jugando con mi hermano en la calle, con un balón de goma y sin querer romper macetas, me gustaría mirar el cielo azul y correr con el viento, hasta llegar al puerto.
Que tiempos aquellos sin problemas, sin saber nada de nadie, sólo pensar en jugar y disfrutar con mis tebeos; recuerdo aquellos momentos en los que mi padre me miraba muy serio queriéndome decir, – hasta aquí ha llegado – regánandome – por no querer comer sólo quería jugar sin pensar en la comida.
Mi sueño al ser niño, era tener ua bicicleta y muchos juguetes y ver dejar que pase la tarde para estar junto a las estrellas.
Pero también pienso que yo no quiero ser niño de nuevo, pues lo pasado, pasado está, lo único que puedo acordarme es de las alegrías y las cosas buenas, porque las
malas se olvidan rápido.
Ser niño fue una etapa preciosa, pero pasó, ahora queda los recuerdos de aquella etapa y con eso nos tenemos que conformar, aunque no quiero «volver a ser un Niño»
ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ
Intento despertar. Abro los ojos un segundo y los vuelvo a cerrar. Sueño jugando con mis amigos en el patio del colegio. Abro los ojos un segundo y se vuelven a cerrar. Sueño que estoy con mi hermana haciendo los deberes en mi habitación. Abro los ojos un segundo pero vuelve a quedarse todo negro. Sueño que mi madre me abraza, me besa y me arregla el flequillo con un salivazo. Consigo abrir los ojos y veo el somier de la cama de arriba de la litera que comparto con uno de mis hermanos. Sobresaltado salgo de la cama inspeccionando todo a mi alrededor.
Estoy en mi habitación de la casa del pueblo. Es verano, verano de mis doce años. Soy justo de mitad de agosto y mañana es mi cumpleaños. Sorprendido busco a mi padre, no puedo creer que pueda volver a ver a mi padre. Ahí está, desayunando su café con leche y un plato con dos huevos fritos y una loncha generosa de jamón serrano a la plancha. Es una mezcla de olores que invade toda la casa, me hace salivar suplicando a mamá que me prepare a mí lo mismo para desayunar con papá.
Abrazo a mi padre y le doy un beso. Él coge un trozo de pan, lo moja en el huevo metiéndolo en mi boca calmando mi desesperado apetito. Vuelvo abrazar a mi padre, le intento convencer de que me lleve con él a trabajar al huerto, cosa que nunca quise hacer. Quiero regar contigo, quitar las hierbas, arrancar el motor del pozo para llenar la balsa, poner cañas a las tomateras, coger las cebollas, los pimientos, las manzanas, lo que tú quieras que haga papá.
Mi padre no se lo puede creer. Terminamos de desayunar metiéndome prisa para ponerme ropa adecuada que nos vamos en cinco minutos.
Cuando llegamos al huerto y sin que mi padre se entere, busco las llaves del tractor y las guardo en mi bolsillo. Me manda coger la azada mediana para mi y la grande para él, tapamos con ellas los tramos de acequia para dirigir el agua hacia las parcelas de cebollas y el maíz.
Mi padre quiere labrar los manzanos, la hierba tiene un tamaño considerable. Busca las llaves del tractor desesperadamente, despotricando y sin dejar un santo sin tocar.
-¡¡¡Me cago hasta en el capacillo de las hostias!!!. ¿Qué habré hecho con las llaves? Si estaban aquí. ¿Tú has visto las llaves que tenía en la guantera?
-No papá. Yo no he visto nada.
Pasamos la mañana juntos, sudando el sol de agosto y disfruto de su compañía como nunca lo había sentido.
Papá y yo volvemos juntos a casa, cantando en el coche a voz de tenor como hacía siempre camino de su pueblo y él está vivo, él está con nosotros.
Mañana va a ser el mejor de mis cumpleaños.
MARTA ELSA TORRES
Era maravilloso , despertar en esa choza tan humilde , con esa aroma café recién echo , tortillas saliendo del comal. Mi madre gritando no salgan sin desayunar y mi hermana y yo apuras , saliendo aún con los zapatos en mano, para no perder tiempo ,por qué se hacía tan pequeño el día que no, nos alcanzaba para explorar todo, en ese campo tan maravilloso.
Fue una infancia llena de amor , de libertad, de exploración y de dolor por qué no? . La vida está llena de todo y no todo es rosa como yo creía , vaz creciendo , y lo que te parecía hermoso, ya no lo es tanto, ir al arroyo a jugar entre el agua ya no están divertido .
Y así vas creciendo vas perdiendo la alegría de la vida.
Me gustaría volver el tiempo y ser esa niña feliz ,en esa choza ,en ese campo y ese arroyo .(en la foto la niña que más amo, mi hija).
LUISA TABORDA
Recuerdo que de niña siempre soñaba con volar o correr mas rápido que un guepardo, conocer mundo sin reglas ni ataduras de mi abuela de crianza un tanto restrictiva y sobreprotectora pero siempre cariñosa y ahora que lo pienso muy condescendiente quizás es su manera de quererme.
Cuando cumplí la mayoría de edad estaba motivada por las historias de una amiga que viajaba continuamente, me describía lugares hermosos; culturas, diferentes mentalidades y diversas formas de vivir. Me dijo – nunca has salido de este pueblo.
¡ Vámonos a Europa! a conocer mundo.
Yo entusiasmada y orgullosa de ser por fin una adulta. Saqué mi pasaporte << el dinero mi gran inconveniente>> pero aquella amiga, esbozo unas palabras para mí bastantes alentadoras – tu tranquila, yo te presto el dinero.
Sin decir nada a nadie, así fue como me vine a Europa…
Como zarpa de guepardo MI VIDA ES DEGARRADORA. Se preguntaran ¿por qué? Pues aquí estoy de prostituta en una trata de blancas y lo peor, fue mi amiga quien me trajo engañada, le llaman ¨enlace¨.
Si mi familia pudiera leer mis pensamientos les pediría perdón. Anhelo volver a casa con mi abuela aunque sea un poquito cascarrabias siempre protectora y maternal. Necesito decirle que estoy viva. Que me fui sin avisarla de mi viaje y que me arrepiento, que tengo mi alma en mil pedazos. Se que has derramado muchas lagrimas por mi culpa debido a mi larga ausencia.
¿ Denunciar? ¿Cómo? muchas veces me lo pregunto, los proxenetas no me dejan ni a sol ni sobra y por mas que trabajo para pagar la presunta deuda que contraje al llegar aquí para alcanzar mi libertad no disminuye al contrario la deuda va en aumento y temo por la seguridad de mi familia.
He encontrado la manera de escapar de aquí ¡Por fin seré libre!
La respiración lenta, sintiendo mi cuerpo fatigado, mi piel cianótica y mis fluidos corporales diseminarse, contando las horas para que <<eso>> que tome sin control surja efecto.
Suicidarme no está siendo fácil.
Adiós abuela te amo...
No llores si te llegas a enterar de lo sucedido, mi bella alma. Volveré a casa en tu corazón con la efigie en tus recuerdos de cuando era una niña buena y tú me mirabas con gran admiración y me mimabas con amor.
Mi cuerpo desfallece pero no importa increíble pero cierto, estoy feliz evocando mi casa y mi mente puesta en volver a ser niña. Esa niña que su mayor sueño era ver sonreír a su abuela y regocijarse en sus brazos al salir de la escuela.
NEUS SINTES
De todas las etapas de la vida a la que no regresaría sería a mi infancia. Dícese de la que la infancia debe ser la etapa más hermosa y feliz que debe ser vivida por un niño; pero no fue mi caso. Después de un trágico accidente de coche a los catorce meses de vida, la infancia feliz que pude haber tenido se esfumó.
Por desgracia tuve conciencia mucho más adelante cuando las secuelas empezaron a rondar en mi cuerpo, en mi ego, en ese entonces a mis cinco años de edad comprendí qué era y cómo se siente el dolor interior de una persona.
Salí del coma, gracias a Dios y pude vivir. La vida me ofreció una segunda oportunidad a la tan poca que había tenido. Recuperada y recién operada a casa regresé junto a mis padres.
A los cinco años, las secuelas del trágico accidente que tuve regresaron para torturarme y ofrecerme una infancia infeliz.
Todo empezó cuando me fui a dormir. Soy una persona que desde muy niña siempre he había dormido y despertado en la misma posición. Nada ni nadie habría podido despertarme, excepto lo que ocurrió.
Dormía en mi cama tranquilamente cuando me despertaron unos temblores en mi cuerpo. No era un terremoto, ni tampoco una pesadilla. Estaba despierta, me habían despertado unos temblores procedentes de mi cuerpo. Mi mano izquierda temblaba sin parar y mi pierna izquierda también. No podía controlarlo, y lo peor es que no se paraban, hasta que mis gritos de miedo, hicieron que mis padres vinieran a socorrerme.
Esa noche la pase en el hospital, cuyos médicos me hicieron las mil y una pruebas, detectando así, unas neuronas que se me disparaban con más energía que otras.
Empecé a tomar medicamentos que el propio medico me recetó. Por fortuna siempre he sido de carácter optimista, cualidad que me salvo mas de una ocasión del sufrimiento que llevaba conmigo. Eso no me obligo a hacer otra vida diferente a los demás niños. El único inconveniente, era que perdía el el equilibrio de la parte izquierda de mi cuerpo, con lo cual me hacia caer.
Cierto que sufrí, pero también aprendí. Aprendí a valorarme pese a mis dificultades, a hacer frente cuando hay que hacerlo, a saber vivir de la vida, porque la vida no es de color de rosa. No esperar ayuda de nadie, porque la mayoría no te la dará. Aprendí a valerme por mi misma, a levantarme sola cuando me caía y a defenderme contra quién me dañara. Sí, la vida no fue fácil y la infancia el comienzo de la pesadilla.
Pero la voluntad de seguir me hacia levantar. Tras finalizar mi infancia, llegó la adolescencia y con ella la operación que me me salvó de mi tortura. Finalmente quedaron los cicatrices dentro de mi ser, la de una infancia perdida.
FELIX LONDOÑO G
Quedé de último en la fila para la corta reunión de clausura que tendríamos en privado con la catequista, días antes de la primera comunión.
Uno a uno, salían mis compañeritos, muy sonrientes y orgullosos, con un pequeño crucifijo colgado de la nuca.
Al entrar vi sobre la mesa una linda pistola de juguete y un crucifijo.
– ¿Qué escoges? ¿La pistola? ¿El crucifijo? -Me preguntó la profe poniendo la palma de su mano sobre mi cabeza y mirándome a los ojos.
– Yo quería un libro. – Le dije.
– ¡Ah, por qué no! Ten, te regalo esta biblia de bolsillo, en casa tengo otra.
En esta ocasión salí pleno, con la biblia en una mano, el crucifijo colgando de mi nuca y en la otra mano la pistola para jugar a policías y ladrones. Al bajarme de la máquina del tiempo me sorprendió el fragor de la batalla de Tiro en la cruzada veneciana.
LOLY MORENO BARNES
Nunca he dejado de ser niña a pesar de los golpes de la vida.
Ya en mi plenitud, con la cabeza llena de canas, temo que algún día esos hermosos recuerdos me abandonen con una demencia irreversible.
O la alegría que da sorprenderse cada día ante el hermoso milagro de la vida deje de dibujar en mi rostro una sonrisa.
No tengo miedo al tiempo, ni a los años, pero sí a olvidar la felicidad de la infancia que nunca hasta hoy abandonó mi alma .
Crecí en un pequeño pueblo argentino al pie de Los Andes.
La casa paterna albergó mis mejores años, y aún huelen sus paredes ya caídas a buenos tiempo .
Tiempos de risas, juegos, lápices de colores gastados hasta que mis dedos no podían sostener los trozos minúsculos de mina y madera.
Tiempos de libros prestados que pasaban de mano en mano , año tras año para estudiar desde hijos de amigos y familiares de más edad.
Tiempo de jugar a trotar a caballo, tirarnos al suelo con alguna cabra, comer sandías en mitades en cuclillas con cucharas soperas , comer empanadas al lado del horno, recoger fruta directa del árbol o beber leche recién ordeñada .
Mi casa olía a respeto hacia los padres, a flores que sembraba mi madre y se confundían con las silvestres, a platos de cuchara humeantes y en las siestas de calor, a baños en acequias donde corrían aguas cristalinas.
¡ Olía a felicidad!
Tal era la dicha que eclipsaba la pobreza, al punto que nunca noté su presencia, aunque siempre estuvo a punto de tocar a la puerta.
Mis padres nunca dejaron entrar y la espantaron con trabajo, huerto casero y una pequeña granja de animales para ser autosuficientes en recursos de alimentos.
Mi madre decía que la ropa nunca se vería vieja si estaba limpia y planchada, que solo una muda bastaba para vestir un cuerpo y solo una silla necesitábamos para descansar.
Con el tiempo, me fui, del pueblo por otros derroteros muy lejanos y pasaron los años …
La casa, ya abandonada desde la cual todos fuimos levantando vuelo, (mis padres hacia el cielo y los hijos por la vida) se mantuvo en pie todo lo que pudo aguantar, albergando el gran tesoro de haber hecho historia.
Hoy decidí que debo volverla a la vida después de tantas lluvias y su restauración ha comenzado.
En la distancia hago que otras manos en mi nombre le devuelvan el esplendor.
Ladrillos, cementos, maderas y baldosas nuevas se funden entre las viejas paredes de adobes para un día no muy lejano, volver mis pasos a ella, sentarme a contemplar la vida, entre sus paredes, volver a ser niña y agregar a mi lado dos sillas vacías.
GAIA ORBE
Año 2
Las gallinas del gallinero me atacaron. Se comieron mis botones del saco amarillo que me tejió mi abuela. Mi abuela me dijo que las gallinas los confundieron con los granos de maíz. Sacó una gallina del gallinero, le estiró el pescuezo y a la noche preparó sopa de gallina. Me negué a comerla. Fui a la cama sin cenar. Mi abuela me sirvió la sopa de gallina en el almuerzo del día siguiente. Me negué a comerla. Pasé la tarde sin comer. A la noche mi abuela volvió a servirme la sopa de gallina. La devoré.
Año 3
El día de mi cumpleaños me regalaron muchas muñecas. Nunca las saqué de sus cajas y cuando se fueron todos me puse a llorar. Yo quería cuadernos y lápices para aprender a leer y a escribir la vida. Mi madre regaló las muñecas cuando yo tenía treinta años. Nunca las había usado y estaban en sus cajas en la parte alta del placard.
Año 4
Me enamoré. La calesita anaranjada era nuestra casa. Gorge era el papá y yo, la mamá. Aunque a veces era yo la que hacía de papá y él de mamá. Sentábamos prolijitos a los hijos en el banco de madera que rodeaba toda la circunferencia de la casa y entre los dos girábamos el volante hacia un lado y hacia el otro. Cada tanto se volaba algún hijo al gallinero que estaba debajo del tobagán. Siempre era él quien los buscaba y siempre era yo la que los volvía sentar.
Año 5
Fue detrás del telón del salón de actos que nos besamos por primera vez. Un beso rápido, asustado y delicioso. Tan rico que lo repetimos en forma idéntica muchas veces durante ese año 5. Pero también hubo un beso largo entre Gorge y yo. Un beso largo y húmedo, un largo hasta luego.
Año 6
Aprendí a leer y a escribir. Mi abuela ya no tenía gallinas ni gallinero. Yo intuí que la vida era un sinfín de hasta luegos.
Años 7, 8, 10, 200
Hasta luegos sin información. La vida me devoró.
ANDY PARIONA ROJAS
(Inspira profundamente)
Ay! Walter, ay! Walter, te lo dije nunca es bueno jugar con fuego, pero antes de terminar déjame contarte algo, mi padre cuando era pequeño me decía «defender a la familia es lo más importante» y es curioso que el haya fallecido a causa de esa frase, él golpeaba mucho a mamá y un día mamá cansada de tantos golpes trajo un arma y me la entregó y ya el resto es historia. Sabes, por momentos viene a mí ese recuerdo del niño que fui recibiendo el arma pero desearía rechazarla, me preguntó que sería de mí, tal vez seríamos amigos, Walter y no te encontrarías en esta situación tan incómoda, pero así son las cosas y hoy me gano la vida «defendiendo a la familia».
CRISTINA RUIZ
¡Ojala! como en las películas, el día de mi cumpleaños pudiera pedir un deseo y volver a ser niña otra vez.
Levantarme de nuevo esa habitación de muebles azules y blanco, con mi hermana al lado durmiendo en la cama nido, después de estar toda la noche jugando a “los carromatos” y mi madre regañandonos para que nos callaramos que al día siguiente había cole.
Sentarme en el suelo de la cocina, enfrente del cristal del horno para verme llorar y luego irme a ver la tele los dibujos animados.
Oír tu nombre a gritos y bajarte a jugar a la explanada de enfrente hasta que se hiciera de noche, subir los cinco pisos enfadada, llorando y a los cinco minutos volver a estar con tus amigos como si no hubiera pasado nada.
Volver al patio del colegio, con tus compañeros de siempre, jugar y hacer una pandilla con los más pequeños y débiles, quizás porque me sentía igual que ellos.
El tiempo pasa muy deprisa y físicamente dejas de ser esa niña, aunque la llevara conmigo por la necesidad de seguir manteniendo esa inocencia y mirar al mundo como lo miraría Cris de pequeña.
Por circunstancias de la vida la solté de la mano y la deje muy atrás, pero me acuerdo mucho de ella y de esa época.
Mi deseo al soplar las velas : “Quiero volver a ser la Cris de mi infancia “
VALERIA MICHOU
Me paré al borde del abismo, y mientras él me miraba con su oscura espesura llena de monstruos,
salté,
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hundiéndome en las densidades de su vientre.
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Tum-tum, tum-tum, sobre mi cabeza palpita una luz azul, que se contrae y dilata ritmicamente, vierte su paz sobre mi cuerpo que flota nadando en el interior líquido de mi nuevo habitad.
Las imágenes de mi pasado se ondulan a mi alrededor, hilo sus hebras y las enrollo en una larga madeja, blanca, impoluta.
Tum-tum, tum-tum, tum-tum, suelto ovillo de hilo blanco en el momento exacto de la primera contracción, puedo sentir el dolor del ser al que habito, todo a mi alrededor se convulsiona enérgicamente, no puedo moverme, la paredes se aprietan contra mi.
Tum-tum, tum-tum, tum-tum, tum-tum, nuestros corazones se aceleran y sincronizan.
Soy expulsada hacia una luz terriblemente brillante que me ciega, no recuerdo ni siquiera quién soy, ahora simplenente sé, que debo llorar.
EELYN CUELLAR
Cuando observo jugar a mis pequeñas en el jardín, ver lo felices que se ven y la inocencia que las rodea, es cuando en lo más profundo de mi corazón quisiera una máquina del tiempo y retroceder algunos años para hacer las cosas diferentes, tener esa oportunidad de hacer lo correcto y no dejar que siguiera sucediendo aquello que me destrozó, y no solo a mí.
Mi padre no era un santo, ni cerca de serlo, pero en realidad conmigo fue bueno, de eso no me puedo quejar, pero con mi madre era alguien completamente diferente… alguien que desconocía en realidad.
Harta de la situación hice lo que mejor, lo que creí era lo correcto, y ahora comprendo que me equivoqué.
Con las manos llenas de sangre, con tan solo diez años, quizá no medí las consecuencias de mis actos, tomé el cuchillo más grande que teníamos y lo hice.
Papá horrorizado por lo que vió, me quitó el arma y me abrazó, me dijo que todo estaría bien y me protegería siempre.
Ese día, nos quedamos solos. Mamá ya no estaba con nosotros.
Ellos peleaban constantemente y lo único que se me ocurrió hacer, fue lo que había visto en la televisión. Quise hacerles una cena romántica para que se reconciliaran. En su momento no recordé que mamá no comía pollo e imaginé que por eso ella se enojó y nos abandonó.
Pasó mucho tiempo para que comprendiera que no había sido mi culpa, que tomó esa decisión por otras razones.
Él tuvo un accidente en su trabajo y perdió la movilidad de sus piernas, aunque recibía una pensión y trabajaba desde la computadora, el dinero no alcanzaba y fue cuando ella comenzó a trabajar. Los gritos eran pan de todos los días y creo que se enojaba todavía más que no le respondiera nada, ni siquiera cuando le decía que ni como hombre le servía.
Cuando nos quedamos solos, él continúo trabajando desde la computadora y las cosas de la casa la hacíamos entre los dos. Fuimos felices, a pesar de que él lloraba cuando creía que no lo veía.
Dejó solo una nota diciendo que estaba cansada de todo y se marchaba con el amor de su vida, que estaba segura de que mi padre a pesar de estar postrado en silla de ruedas, me cuidaría bien. Jamás volví a saber algo de ella.
Lo que hubiera hecho diferente, y de lo que me arrepentiré siempre, es que no abracé más a mi papá, que no lo consolaba cuando lloraba, quizá de esa manera él no se hubiera sentido tan solo.
La pelea entre parejas son inevitables, ahora eso lo comprendo, es por eso que cuando suceden, somos prudentes y no lo hacemos frente a las niñas, no quiero que vivan con remordimientos como yo lo hice a pesar de no ser culpable de nada. Comprendí que no fue el pollo o que tomara el cuchillo para cortarlo. Y no quiero que mis niñas se vean en esa situación, quiero que sean felices y no se preocupen por cosas de adultos.
RUMOR DIJO
Volver a ser niño, ¡qué pereza!
volver a ese candor y esa inocencia, no sé si me merece la pena.
volver a ver rotas esas ilusiones,
volver a ver como se hace añicos mis creencias,
volver a ver como se derrumba mi fe en las personas,
volver a sufrir los estragos de la adolescencia.
Pero, por otro lado,
volver a ser feliz sin restricciones,
volver a creer que todo tiene arreglo,
volver a tener esperanza,
volver a soñar!!!
Quizás si merezca la pena!!!
EMILIANO HEREDIA
Es jodido.
Ir otra vez, otro día más, a la redacción de este periódico de mala muerte.
Pero es lo que toca. Estoy empezando, y no me puedo permitir el lujo de elegir, recién acabada la carrera.
Soy el becario.
El foto copista.
El de los cafés.
El negro.
Inmerso en una atmosfera de gente que estuvo arriba en los cielos y descendieron a este infierno.
De mujeres con promesas incumplidas por superiores con familia bien instalada.
De vagabundos buscando su vida en esta locura de vida.
Y a mí me ha tocado en suerte a Manolo Garrido.
Uno de esos históricos periodistas nacionales de dudosa moral, falto de ética y carente de cualquier cosa que se parezca a buenos modales e ignorante sobre trato humano.
Es un gordo nauseabundo. Con la barriga suicidándose por encima del cinturón y las manchas del café de la mañana haciendo slalom por los botones tirantes de la camisa, dejando entrever peludos oasis de carne peluda en el desierto mil rallas azules de su camisa.
Huele a sudor, a semen retenido en la entrepierna con un lago reseco en la cremallera, de color parduzco. De andar patizambo, con los empeines de sus zapatos castellanos, de reja, recortados con dos agujeros rellenos de algodón para aliviar la tortura de los juanetes.
Viene de mal humor.
Y cuándo no.
Apesta a celtas, es un olor asqueroso que le envuelve como una capa de energía invisible todo su obeso y mórbido cuerpo. Su aliento, (zigzagueando por los huecos que la falta de piezas dentales le han provocado), a cazalla, aromatiza el pequeño despacho que compartimos para mi desgracia.
-¡buenos días pollito!-el mismo saludo de siempre-
-Buenos días Manolo-respondo mecánicamente y sin ningún interés de responder-
-¡Tsch!, ¡Tsch!, no, no, no, muy mal, ¡Don! Manuel, ¡Don Manuel!- me increpa con el dedo, delante de mis narices, un dedo gordo y grasiento, con la uña negra, y larga-para ti Don-recalca muy solemne-Don Manolo, ¿entendido?.
-Sí-respondo de mala gana-
-Sí qué-inquiere-
-Sí, Don Manolo
-¡ves!, ese es el problema que tenéis todos los niñatos y niñatas de hoy en dia, que acabáis la carrera y ¡ala!, ya sois periodistas-exclama, puesto de pie, extendiendo los brazos, dejando entrever amplias manchas axilares de sudor-¡pues no, pollito!, el ser periodista se nace, y yo, por supuesto, nací para ser periodista….no como tú, que tienes toda la pinta de haber hecho la carrera porque no te daba la nota para nada más….
Antes de que siga con su discurso de borracho….le interrumpo hábilmente, como otras tantas veces, para evitar otra enojosa diatriba que no lleva a ningún lado.
-Disculpe que le interrumpa, Don Manuel, ésta mañana, Don Julio, me ha pedido que nos encarguemos de hacer un artículo a una página, no más de cuatrocientas páginas, sobre el día mundial del niño, que es hoy…y me he permitido, si a usted le parece conveniente, hacer un borrador, sobre la situación de la infancia hoy en día con la pandemia…si cree que es conveniente…me gustaría que le echara un vistazo…por favor….-le extiendo el borrador-.
Indolente, con su particular prepotencia nacida de su pasado –según el- como glorioso ingenio de las letras periodísticas, coge el borrador y, sin mirarlo, lo lanza a la papelera…
-¡Muy mal pollito!, ¿Qué te crees, que los demás rellena-páginas no habrán tenido la misma idea?, no, pollito, no, en este oficio, hay que tocar los cojones a la peña, escribir algo que joda, que haga sentirse como una mierda al lector, busca algo sobre infancias perdidas, sobre niños y niñas, que no han podido ser eso, niños.
Una vez más, el cabrón tenía razón. Hoy todo el mundo, hablaría sobre la situación del niño con la pandemia….Pero tengo un as en la manga…o mejor dicho, unas cuantas pestañas del buscador de internet en la manga…
-Tiene razón, Don Manuel, ha hecho bien en tirar el borrador, era una tontería, en cambio, si le parece bien, le voy a leer tres testimonios de tres
niños, de otros tantos países, que no han tenido infancia, por diversas circunstancias…y en fin, que quisieran ahora, de adultos, volver a ser, aunque sea imposible, ser eso que nunca han sido, niños…
-¡bien pollito!,!bien!, al lector hay que darle carnaza, el lector es un tiburón que no quiere hierba, quiere vísceras, sangre…a ver, léeme lo que tienes…
-Bueno, para hacerlo más oficial, he realizado cuatro extractos de cuatro informes que realizaron unos observadores de la UNICEF, para la protección de la infancia…
-Venga, dispara…-me dice, mientras se sienta repantingado en su sillón, que se queja, apoyando los pies encima de la mesa-
-La primera historia, es del año 2006, de una niña llamada Lawan, obligada a prostituirse con la edad de doce años, en uno de los peores barrios de Bangkok.
“,,,mi nombre es Lawan, tengo doce años y mi familia me vendió hace seis meses a mi amo, por unos 10000 baths (270 euros). Vivo con un grupo de niñas de entre once y diez y seis años. En la planta de arriba de un club de copas para extranjeros. Estamos aisladas del exterior. Trabajamos doce horas diarias, y solo paramos una media hora para comer. Todas tenemos que estar listas para el cliente. Guapas, disponibles. La primera vez, mi amo me metió en un cuarto alumbrado por una bombilla roja, y a continuación, un señor grande, enorme, rubio, se echó encima de mí, y yo gritaba, gritaba, llamando a mi madre….y este señor tan malo, jadeaba como jadeaba el cerdo de mi padre cuando montaba a la cerda, me asfixiaba, y toda la saliva que salía de la boca de este señor, caía sobre mi cara…..estuve enferma con fiebre una semana, con muchos dolores. Ahora que ustedes me han rescatado, aunque tengo ya 25 años, me gustaría ir a mi casa, a volver a abrazar a mi muñeca, a volver a ver a mis hermanos, a sentir el río que pasa por mi casa….., volver a jugar como cuando era una niña, antes de que me metiera mi padre en este infierno….”
-¡muy bien pollito!, le pones fecha de este año, le añades que la tipa ha cogido el coronavirus porque se ha acostado con un tipo infectado, y la han rescatado en el hospital, todo muy verídico y sentimental…¿ves….?, así se hace el periodismo…A ver, la otra..
-Bueno, -me paso la mano por la nuca- esta es la historia de Anamú, un chaval de veinte que a los ocho, empezó a excavar en las minas de coltán, en 2008, por unos mil francos ruandeses, unos ochenta y tres céntimos de euro.
“…mi nombre es Anamú, he estado doce años, trabajando en las minas de Coltán, en la región de Kivu. Mi padre me llevó, a la mina, donde trabajaba doce horas, extrayendo por angostos agujeros, por los que mi menudo cuerpo podía pasar, el mineral del Coltán. He visto morir sepultados, a muchos de mis amigos, he sobrevivido con un fusil con diez años a las guerras tribales. Hace unos seis meses, la galería donde trabajaba, se vino abajo, y me sacaron medio muerto, y me dejaron tirado dentro de una cabaña mal oliente donde había un rebaño de cabras.
En un descuido de los soldados, me pude escapar por un agujero que realizaba por las noches en el adobe de la cabaña.
A tientas por la selva, llegué a una misión española, donde me recogieron. Estuve unos seis meses curándome de las heridas que tenía. Un misionero, tramitó los papeles para llevarme a Madrid, donde estoy ahora. He conocido a una mujer buena, pronto vamos a tener un niño, a la que le enseñaré a jugar como yo no pude, de niño.”
-Perfecto. –comenta Manuel- en vez de misionero, le pones que es una monja, que deja los hábitos, enamorada del negrito, en plan telenovela…y lo mismo, fecha de este año…
-La última, es de aquí mismo, de Madrid, y esta sí que es de este año, concretamente de la cañada Real, donde se ha destapado una red de mendicidad que utilizaba a niños a pedir en sitios estratégicos de la ciudad…ya sabe…iglesias, supermercados….. es de un chaval de veinte y dos años, rumano, que llevaba veinte años, desde bebé, con su madre, pidiendo en la calle y dando palos a los turistas…
“…me llamo Alin, desde que nací, el único sitio de juegos, ha sido la calle, y mis juguetes, la basura. El único oficio que conozco es el de la mendicidad, y el robo a turistas o incautos que pasasen por mi lado. Todo lo que conseguía con mi madre, se lo teníamos que entregar al jefe del clan, y nosotros, a cambio de estar todo el puto día en la calle, recibíamos una miseria.
Han sido muchos años de frío, calor, de hambre y de palizas por no conseguir el objetivo diario…
Ahora estoy en este pueblo, encerrado en un centro de rehabilitación donde, desde mi ventana, que da a la plaza, veo a chiquillos con la misma edad que tuve yo hace años, jugar, andar libres, y cierro los ojos, y me imagino que soy yo, que he vuelto a esa edad..”
-¡Perfecto pollito!-me felicita Manuel, levantándose- añades que Alin, gracias a la buena política social del gobierno, le ha sacado del substrato de la pobreza y dentro de un plan piloto para repoblar la España vacía, está siguiendo un plan de inserción en un pueblo que te inventes, medio vacío. ¿ves pollito?. El periodismo es esto…no es cuestión de contar o escribir exactamente como son las cosas….hay que maquillar la historia para que, tu historia sea mejor que la que otro como tú ha escrito….es como una tía. Si tú ves una tía con un vestido hasta los pies, sin maquillar y sin peinar, ¿tú te fijarías?, nó, ¿verdad?. Y si esa misma tía se pone una minifalda, con un top en la que se la noten los pezones, maquillada, ahí si te fijarías, ¿verdad?.
¡ala!, escríbelo, como titular, le pones “infancias robadas”, que eso mola.
De entradilla, comentas que estos tres, antes niños, rompieron la cadena que no les dejó ser niños y se lo das a Julio, y si pregunta por mí, le dices que he ido a investigar un asunto ¿Capici?-me dice, antes de cerrar la puerta del despacho-
Ahora, sentado en mi sillón, mirando por la ventana, me retraen los recuerdos de cuando era niño, sentado en un banco en el parque, leyendo el periódico con mi abuelo, y soñaba con ser como esas personas que tan bien contaban las cosas…..
MARCELA MIGUELES
Un agujero en el aljibe
Me siento siempre en el mismo lugar, detrás de la misma ventana alta con marcos de madera maciza, la segunda contigua a la cocina. En los días frescos dejo que el sol atraviese los vidrios y me pegue en la nariz mientras leo; en los días más calientes abro las dos hojas y me dejo llevar trepada en las bocanadas de aire fresco hasta cerrar los ojos complacida. Claro que esos placeres acontecen los fines de semana y feriados, de lunes a viernes estoy a cargo del patio y los tiempos de recreación del jardín, otro de mis placeres entrañables.
Es una mañana cálida. Los nenes y nenas de sala de cuatro, acaban de salir al patio. Corren desordenados como corren los niños, sin rumbo, como queriendo tragarse toda cosa que encuentren a su paso.
Bajo la mirada atrapada por los casi cuarenta piececitos de colores que dibujan alocadas guardas sobre los mosaicos negros del piso. Las sombras los persiguen, y ellos persiguen las sombras de sus compañeros. Ignacio es el único de todos que ha salido caminando despacio; camina con las manitos juntas, los dedos empinados, pegados unos con otros resguardan su contenido. Señal de que viene transportando algo muy valioso. Se detiene frente al aljibe y deposita cuidadosamente su tesoro en el brocal.
Los veinticinco de mayo se visten de historia genuina en este escenario. La casa guarda la arquitectura colonial de la época, un patio central rodeado de habitaciones de techos altísimos, y exactamente en el centro del patio, equidistante a las cuatro esquinas, se destaca el aljibe. Es una reliquia muy apreciada por nosotras, las jardineras, cuenta con una tapa de madera por seguridad, alguien con buen tino se me adelantó en la decisión cuando alquilé el lugar. Arriba de la tapa, columpiando sobre una maceta azul, un geranio blanco luce sus primeras flores.
El jardín está ubicado en el casco histórico de mi ciudad, dentro de la manzana de la Catedral, a media cuadra de la plaza San Martín, la plaza principal de Gualeguaychú.
Los chicos continúan su algarabía desenfrenada mientras Ignacio custodia el aljibe.
– ¡¿A que no saben quién nos ha venido a visitar?! – exclama Marta la seño de cuatro – si miran el aljibe lo verán caminando con su casita – susurra con voz de cuento – caminando va… tranquilísimo… con su casita al hombro… Caminemos nosotros también como Ruedita – dice deslizando los pies, con exagerada lentitud, hacia el aljibe.
Algunos imitan el paso de Marta, otros siguen corriendo mirando de reojo la escena.
Entonces veo que Ignacio rápidamente cubre con su mano a Ruedita, nuestro caracol mascota.
– ¡No se acerquen! – grita – Ruedita es muy malo, no le gusta que lo miren ¡Se enoja re mucho! – exclama, frunciendo sus cejas oscuras en un profundo pliegue, imitando el supuesto enojo de Ruedita; luego extiende ambos brazos en curva, en un intento exagerado por abrazar la redondez total del aljibe e impedir que sus compañeros se acerquen.
– ¡Muy bien por Ignacio que está cuidando nuestra mascota!- Aprueba Marta, deslizando su mano sobre los negrísimos rulos del niño.
Mi atención está puesta sobre Ignacio, no puedo dejar de mirar su expresión corporal: encorva la espalda como un gatito en alerta, hundiendo la cabeza en el cuello; está bien claro que no le gusta nada que irrumpan en su privacidad con Ruedita.
– Bien, bien, gracias por avisarnos, Nacho. En… ton… ces – silabea la maestra – para no molestarlo solo le cantamos… ¿Te parece? – entonces canta, arqueando las cejas y abriendo grandes los ojos, tratando de entusiasmar a los chicos a seguirla – “Caracol col col… saca tus cuernos al sol… caracol col col… saca tus cuernos al sol…”
Yo acompaño la canción desde la ventana abierta para no dejar sola a Marta porque observo que los chicos miran con cierta preocupación a Ruedita; algunos se tapan los ojos con las dos manitas obedeciendo la advertencia del amigo, otros descorren los dedos meñiques espiando por entre las hendijas los movimientos del caracol. Pedro y Agustina, agarraditos de la mano, se tapan con la mano libre un solo ojo, mientras entrecierran el otro como no queriendo ver al caracol peligroso. Me resulta de una gran ternura contemplar ese mundo de pureza tan próximo, la corporeidad de sus ingenuidades casi abrazándome.
Ahora Marta reúne al grupo para contarles que es momento de ingresar nuevamente a la sala. Ignacio le pregunta si se puede quedar cuidando a Ruedita, Marta me mira haciéndome seña para que lo cuide y yo asiento con la cabeza.
Ignacio recupera la curva normal de su espalda cuando queda solo, aunque sabe que estoy ahí, parece no registrar mi presencia. Sigue el recorrido pausado de Ruedita sobre la vuelta del brocal, se agacha para disfrutar de bien abajo la cinta babosa que el caracol pinta a su paso. Desde donde estoy noto que la estela brilla mucho al sol, Ignacio atraído por el reflejo pasa el dedo índice por encima y luego se lo huele… pone su boca en piquito y sopla sobre el caparazón… acerca su meñique a las antenas… en ese momento se me cae la carpeta que sostengo en la falda, me agacho a recogerla, cuando levanto la vista, Nacho me está mirando fijamente con los ojos desmesurados
– ¡Me picó, maestra, me picó! – me dice gritando, gira y sale corriendo hacia adentro.
Confundida abandono la habitación, me dirijo al patio acercándome al aljibe, veo que el caracol ha desaparecido. Reviso la maceta, las hojas del geranio, el revés de sus flores, las paredes del aljibe, las cercanías del piso… confirmo que el caracol ha desaparecido.
Vuelvo sobre la madera que cubre el hueco del aljibe y descubro un agujero de bordes irregulares sobre el costado de la tapa, consecuencia lógica del deterioro del tiempo apurado por las lluvias y la intemperie. Es ahí que recupero la vocecita asustada de Ignacio: “¡me pico maestra me pico!”
Podría asegurar que el diámetro del hueco que estoy viendo coincide con el del caparazón de un caracol que conozco.
Seguramente Ruedita tenía sed y Nacho lo ayudó a bajar para que tomara agua.
MARIA ROSA ROLANDO
Desperté siendo niña otra vez, y me vi sentada, como hace varias décadas atrás, sobre el muro de tonos pasteles de aquel club, dónde mí familia y yo, trabajabamos cada verano. Desde allí, podía verlo. Cada día, a la misma hora. Él, llevando un saco blanco con botones oscuros, el moño negro que adornaba su cuello, dando un toque elegante a la camisa impecable. Yo, era apenas una niña, siempre con los cabellos alborotados por la prisa de llegar a tiempo a la cita. Era una chiquilla si, pero me había enamorado perdidamente de ése hombre. Un príncipe que habitaba ese hotel misterioso, recorriendo el pasillo exterior desde el comedor hacia la cocina y que nunca supo, ni llegó a darse cuenta de las miles de mariposas que revoloteaban en mi estómago.
Por unas horas recordé ese primer amor con ternura. Un sentimiento inocente, de vigilia, por verlo deslizarse, altivo, sereno, siempre con una sonrisa que iluminaba mis dias. Hoy volví a ser niña otra vez y celebro volver a sentir ésa forma sencilla de amar. Sin recelos ni reclamos. Con la Inocencia infinita ante un altivo caballero, que sostenía la bandeja con una sola mano y con la otra me saludaba, intuyendo quizá, que yo lo amaba en silencio.
BEA ARTEENCUERO
Volver a ser niña
Y no despertar
Correr libremente
Descalza en la arena
Juntar caracoles
Armar un castillo
Me visto de reyna
Las adas y duendes
Me invitan a entrar
Me espera un príncipe
En el umbral
Doy vueltas y vueltas
Bailando con él
Soñando en sus brazos
Me quedo en el tiempo.
La ola traviesa
Me viene a buscar
Alboroto mis sentidos
Entrando en el mar.
Recuerdos, recuerdos
De un día de playa.
Volver a ser niña !!!
Y no regresar..
Yo fui niña una vez, esa niña que esperaba ansiosa, los Reyes magos.
Esa niña que jugaba a la Rayuela y con muñecas de trapo, sin celulares ni Internet.
Fui esa niña de guardapolvo almidonado y moño en el cabello..
Esa tonta niña que esperaba ansiosa el beso de mi.madre y la caricia de mi padre, por las mañanas al levantarme y por las noches al acostarme.
Pasaron los años, he andado caminos, algunos con piedras otros con rosas sin espinas…Pero por siempre avitan en mi corazón.
¡¡si yo fui niña una vez!!.
GABRIELA MOTTA
Aquel patio, aquellas asquerosas paredes, todo el lugar le traía viejos, retorcidos y oscuros recuerdos. Se acostó sobresaltado en la misma cama en la que dormía cuando tenía ocho años, aún conservaba aquel olor a culpa, aquel olor a miedo. Comprobó con sus sentidos que no había sido buena idea volver a ese sitio, pero ahora había que hacerle frente. Sintió el mismo escalofrío cuando escuchó el silencio de la noche, los mismos fantasmas, los mismos demonios. Había vuelto a ser niño otra vez, solo que, para su suerte esta vez su padre ya estaba muerto.
DAVID DURA MARÍN
La tarde no estaba para echar cohetes , frío y gotas de lluvia intermitentes daban a mi chubasquero un sentido a mi visita al decathlon .
Qué mejor pasar una tarde en el circo con los niños huyendo del centro comercial .
Como buen padre cada quince días buscaba una aventura asequible a mi bolsillo. La voluntad puede ser mi grande a lo cual el bolsillo muy pequeño.
La fila tres , que mejor sitio para ver al pistolero de dedo fino volantear sus pistolas mientras tres indios caían al suelo en desmayo de no se que aire traído de no se que vientos.
Un aburrimiento , pero a los chicos les hacía gracia.
Por fin el pequeño pidió palomitas, escusa para mi tercera cerveza.
Con la espuma en la boca y el cambio en el bolsillo mis pies soltaron suelo en un revoltijo de animales volando.
Para un día que no había mirado el tiempo en el móvil casi me pierdo un tornado.
Mis manos agarraron lo primero al tacto y fueron los huevos de una llama.
A lo mejor sería un llamo , pero quién soy yo para saber estando fuera de cobertura a trescientos metros de altura.
Pero la suerte de un buen padre entrelazó mi cuerpo con las cuerdas de la carpa.
Allí estaba yo , con mi paracaídas de cielo cayendo en medio del escenario.
Ni un padre a la vista , todo niños en sus gradas con una sonrisa de boca a boca.
Nunca olvidaré el aplauso .
Ahora vivo con cuarenta y seis niños huérfanos de viento en mi piso de cuarenta y siete metros cuadrados.
Busco mujer amante del chotis para compartir mi vida en mi metro cuadrado.
JORDI VIÑAS REIG
Esta tarde he vuelto a ser niño. He visto con mis propios ojos la magia que habita en el mundo:
La tarde es soleada y los colores son más vivos. El bosque,en todo su esplendor,me ha enseñado los diminutos rincones en donde se esconden los gnomos. Estos,tan pequeñines,miden entre medio y un palmo. Y viven en los bosques,a la vista de casi nadie.
Mirando más arriba,en la cima de una pequeña montaña rocosa y cercana,he podido contemplar la majestuosidad de una ave preciosa. Yo juraría que era un pavo real. Como regalo a tan divino avistamiento, me ha obsequiado por su parte con una maravillosa pluma llena de colores y única en el mundo,evidentemente. Y no voy de bromas tontas,ni faroles ni nimiedades….,simplemente hablo de magia. Porque la magia,para que caiga del cielo o puedas verla de donde venga,primero hay que mirar con ella,como yo hice esta tarde,o como hacen los niños
PEPI RAMÓN
SUDARIO
Ella va siempre vestida con tules negros.
Mucha gente se asusta por ello.
Pero, aunque parezca contradictorio, lo hace para no espantar a la gente.
Sabe que causaría una impresión más incómoda si mostrase su apariencia natural, metamorfosis que aprendió a ocultar desde la temprana edad de siete años. En aquel tiempo vivía en una calle del extrarradio que desembocaba en las vías del tren. Un día cuchicheaban ceremoniosos los vecinos, a espaldas de los niños, algo de la policía, el tren, un cuerpo y una bolsa de plástico. Aquellos susurros le desvelaron, para su infantil asombro, que sí se puede elegir, que uno mismo tiene la potestad de dejar la vida si esta solo le causa dolor. De pronto se le abrió un mundo de nuevos conceptos, impensables hasta ese momento: siempre habría una puerta de escape, por extraña que pareciera. Fue en ese momento cuando comenzaron a gestarse entre sus costillas unas imperceptibles protuberancias con plumas.
Conforme pasaban los años, crecía con ellos en progresión geométrica, y las concepciones de los caminos, los escapes y las puertas fueron variando, ampliando cualquier horizonte que hiciera posible todo lo imposible. Al saber que tenía la llave del último recurso, no le asustaba probar antes cualquier cerradura, algún agujero escarbado por los topos, algún acto irreverente de defensa propia, una anomalía temporal, un haz de luz, un remolino, un grito, una mochila medio vacía… cualquier salida.
Al mismo tiempo iba construyendo su propio panteón y lo fue llenando de tumbas con los cadáveres de aquellas niñas que nunca debieron necesitar llaves.
Sus alas terminaron de crecer a la edad de trece años. Y voló…
…Pero ya no había forma de camuflarlas, así que optó por cubrirlas de oscuro y adaptar sus ropajes a su ambigua condición. Ya dije que aunque parezca contradictorio lo hace para no asustar, al menos no demasiado. Porque descubrió que la gente es más temerosa de la inmensidad del concepto de libertad que de lo mesurable de cualquier color, por oscuro que sea.
Las aves siempre vuelan hacia adelante. Además, atrás nunca hay nada, salvo lo que cada cual quiera mantener como recuerdo. Y más atrás, muy atrás, lo más atrás, solo un cementerio -apenas un símbolo- de pasados muertos y olvidados. Precisamente, solo guarda el luto para recordar dónde no ha de volver jamás. Y por respeto a las víctimas.
Nadie ha podido confirmarme que haya hablado con ella alguna vez. Se la ha visto custodiando a niños en los parques o junto a las ventanas que dan al miedo.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ MISERQUE
– Julián, ¿Cuál es tu mayor deseo en la vida?
– Volver a ser un niño – Respondió Julián sin titubear, mientras miraba hacia el cielo matutino-
Julián tendría unos treinta y pico, era ya demasiado viejo para ser considerado un niño, pero se consideraba demasiado joven para autodenominarse como adulto.
– No seas tonto Julián. Es una pregunta seria.
– Es en serio Roberto, quisiera volver a ser un niño, no tener que pagar facturas al comienzo del mes, nunca entenderé por qué la gente dice que es a fin de mes si claramente es al comienzo. No tener que regalar ocho horas diarias de mi vida de lunes a sábado por un miserable sueldo, ¡Maldita sea el que se inventó eso de que los sábados también se trabaja! – Vociferó Julián-, Maldito sea el que se invento el trabajo en general. Antes cazábamos mamuts ¿Sabes Roberto?
– Tu nunca has cazado ni un resfriado Julián -Respondió Roberto- ¿de que estas hablando?
– Ya sabes a lo que me refiero viejo, cuando eres niño no te preocupas de nada, solo juegas videojuegos hasta el amanecer, no recibes correos de trabajo todo el día, ni de promociones de los comercios, las redes sociales no te bombardean de productos que creen que necesitas, pero en realidad no necesitas. Porque algún chino que trabaja ocho horas diarias de lunes a sábado te espía por tu móvil escuchándote desde el otro lado del mundo. Tampoco te salen en las redes sociales todo el día mujeres en traje de baño que nunca conocerás queriéndote vender una baratija por una fortuna. ¿Sabes algo?, ni siquiera existían las redes sociales, si querías hablar con alguien tenias que ir y hacerlo. Ni se diga si era una niña bonita. En ese caso escribías en un papelito “¿Quieres ser mi novia?” y se lo mandabas con tu amigo. Todo para que al final de las clases, al salir al patio, encontraras a la chica besándose con tu amigo, mientras tu sentías el crujir de tu corazón al romperse en mil pedazos. Eso forjaba el carácter. Esos eran buenos tiempos.
– No es tan así Julián, y lo sabes. ¿Recuerdas lo que era nunca tener dinero? Tener que pedir permiso para todo, ¿Recuerdas lo que era que te pegara tu madre porque no le hiciste caso? ¿No poder comprar ese videojuego que te gustaba porque no te alcanzaba? O dejar de comer en el recreo toda la semana para poder comprar un único paquete de pegatinas del álbum, con la esperanza que te saliera aquella que te faltaba para llenarlo. ¿Recuerdas a tu amigo imaginario? Ese con el que pasabas hablando toda la noche y tus padres creían que estabas loco, hasta te llevaron al psiquiatra ¿Cómo se llamaba?
La luz del semáforo peatonal cambio a verde. Julián inicio la marcha para cruzar la calle. En su mano izquierda se sacudía un perfecto maletín de cuero negro rectangular. Dio una larga ultima calada a su cigarrillo con la mano derecha antes de lanzarlo en la mitad de la calle con su dedo medio.
– Se llamaba Roberto -Exclamó saldando el asunto-.
ZOE EMM TEXIS
El azúcar, eso es lo que más recuerdo de mi infancia, azúcar en el cereal, azúcar en los dulces, más y más azúcar en el agua, azúcar en mis dedos, siempre es lo que más me ha gustado, y siento que siempre me gustará, a decir verdad mi infancia fue rara…
vagan recuerdos, en la mayoría de mis cumpleaños hubo doble pastel, uno en la escuela, otro en el hogar, recuerdo que pretendían cuidarme de más solo que el tiempo era limitado y no podían, así que por lo regular tenía compañía desconocida una persona que me cuidaba, otra más, otra y otra más nunca me gusto estar con ellas, siempre las rechazaba, solo venía mi hogar recordaba el domingo, siempre tan cálido lleno de personas, mis familiares, la comida en la mesa, las conversaciones a veces graciosas a veces reflexivas, al verme sola sólita con una desconocida mi mundo se desvanecía.
En el colegió todo normal, a veces lograba socializar a veces ni una conversación llegaba a entablar.
Buscaba la aceptación, un espacio en el corazón de alguien que me pudiera entender, recuerdo que al mismo tiempo me daba miedo el hablar, el platicar, incluso me daba miedo hasta salir, a veces me restringía mucho de ir hacia afuera.
Tuve pocos amigos en el kinder, la hija de una maestra a veces me hacia compañía, yo siempre estaba presente más en mi mundo mental que en el real, siempre fui distraída, recuerdo también que a veces quería platicar con una compañera , a la que siempre yo le caí mal, pero nunca entendí por que, pero traté de lidiar con eso 3 años, desde ese punto me comencé a dar cuenta que la buena convivencia es necesaria a pesar de que a alguien no le caigas tan bien o viceversa, tuve amigas dos grandes amigas que entendían que mi manera de ser era curvilínea.
En la primaría fui de las más retraída, me cambiaron de escuela, también me cambie de casa ya que mi mamá se caso. En ese punto descubrí que los cambios son dolorosos pero indispensables, que duelen al principio pero después te adaptas, allí comprendí que la adaptación es una ley universal y que la buena convivencia solo es parte de la adaptación.
Siendo la más retraída doblaba turno en la escuela en la mañana mi horario normal y en la tarde, la mañana las clases normales y la tarde la tarea de las clases normales, a veces veía caricaturas, me gustan mucho siempre me han gustado, de mis 6 años de colegió primario 3 me los tomé en doble turno y 3 fui libre, mi recompensa… ver caricaturas.
Siempre me gusto leer, de niña antes de que mi mamá se casará me leía un cuento, por tanto yo leí algunos más como el patito feo, sherezade, mi favorito El soldadito de plomo, sin duda recuerdo el libro que marco mi infancia fue de tercer grado de educación primaria, del rincón de lecturas me presto el libro que me marco, “El mundo de Mariana” recuerdo lo mucho que me familiarizaba por que mariana siempre fue distraída y confundida, leía el libro en mi mundo ideal, mientras que en el mundo real, me tocaba lidiar con mis compañeras, había unas que me caían y les caía bien, pero algunas más me molestaban, permití muchas cosas, que me gritaran, que me jalonaran, hasta que me abofetearan sin decir nunca nada, sabia que tenía que se valiente.
En mi hogar, las cosas siempre estuvieron tensas, yo siempre pensé que las cosas se tambalearon un poco desde que mi mamá se caso, a veces no sabía distinguir si quería estar en mi hogar o en la escuela, ya que mis hermanos habían llegado ya a la tierra , por tanto comenzaron algunos conflictos con su esposo , conflictos de parejas, conflictos que me hacían entristecerme o llorar hasta quedarme dormida, de las cosas que más me alegraban era comer en el negocio familiar de mi abuela, mi abuela me hacía recordar los domingos de familiaridad.
Mi abuela quien siempre me dio felicidad, quien me llevaba a pasear para distraerme, tratando de buscar soluciones a mi educación, y a la educación de mi mamá tratándola de comprender, la vida me recompenso con ella ya que todo hubiera sido peor si no hubiera tenido a ese maravilloso ángel conmigo, siempre me resolvió preguntas que hice a mi corta edad como…
¿Por que solo logró ver el rostro de los demás y no el mío?
¿Por que solo puedo ver mi rostro en un espejo?¿Que hay a través del espejo?
¿Cuándo mueres solo quedas en la tierra ó vas de nuevo al comienzo?
Recuerdo la cara de mi abuela, viéndome extraño y explicándome que había un cielo, en fin, mi infancia fue tan tan rara, que me pasaba el tiempo observando mis ojos fijamente en el espejo horas y horas, fue tan rara mi infancia que siempre desee crecer, se adulta, ahora que soy adulta, comprendo que todo es parte de mi crecimiento, que se puede volver a ser niña en los recuerdos en los domingos calurosos, en los momentos tiernos con mi abuela, en el azúcar pero a donde realmente me gustaría regresar es al calor fetal del vientre de mi mamá.
ALBERTINA GALIANO
Volvió los ojos de nuevo hacia la puerta, y no llegaba.
La cama deshecha y los platos sin fregar.
Y la cuenta a cero a nada de pasar la letra de la hipoteca. No había que ser muy listo, no hacía falta ni verlo.
El móvil inactivo, como siempre.
Y ella no pudo por menos que desear con todo su anhelo que volviera a ser un niño.
Le hubiera contado ese cuento que no quiso, en su momento.
Y a llevarle de paseo, sin reparar en el tiempo.
A soplarle el oído, a rozar su pelo, a subirle en volandas, y apretarle fuerte contra su pecho.
Le hubiera susurrado desde el principio, quedo, muy quedo…
Estás en buenas manos.
Cuánto te quiero.
¡Que difícil es votar entre tantos escritos muy buenos!
Y…. sin terminar de leerlos todos, me atrevo a votar por un relato impecable de;
Emiliano Heredia.
Esta vez, mi voto para Bea Arteencuero
Mi voto
Tali Rosu
Coronado Smith
Gaia y Neus
Hay historias super fuertes y la que recoge más historias toda en otra es la de EMILIANO HEREDIA y muy bien redactado. Ya quisiera yo.
Mi voto es para:Alberto Medina y Tali
Mi voto dividido en dos: Valeria Michou y Neuss
Para Cristian ruiz
Voto para Bea Arteencuero
Maria Rubio
David Durán
Beatriz Ángel
Mi voto
Jordi y Neus
Antolín me lo ha dicho todo con solo un gesto de su relato, adorable. Una vuelta al pasado muy bien aprovechada. Mi voto es para él.
Mi voto para: GABRIELA MOTTA Y DAVID DURA MARÍN
Mi voto para Raquel López