Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la noche me confunde». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de febrero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
La noche me confude por eso al irme a dormir dejo la lámpara de la mesilla de noche encendida. Así al despertar al alba pues necesito ir al cuarto de baño, le hallo.
De pronto oigo los aullidos del lobo. La luz se ha apagado. Siento miedo. Al regresar a la cama le piso la cola a mi gato el cual da un fuerte maullido… La noche me confude.
Poetas hay por doquier en ejercicio
Que suenan y riman muy graciosamente.
Ignoran qué es sapiencia, y en su mente
Se cuelan ripios porque falta juicio.
Necio un yo les gobierna tontamente,
Dispuesto a relatar los beneficios
Que hacen del escribir un puro oficio
Soñando con la alcoba torpemente.
Y luego les obliga el agasajo
De aquello con que sueñan y no piensan.
Oficio es escribir, pero es trabajo,
Brevedad, concisión aunque compensa
Ver y poner al mundo boca abajo
Sin esperar aplauso y recompensa.
CUENTOS DE HADAS
Esperando conocerte
desde siempre yo soñaba,
ahora se que no vendrás.
Solo eres una estafa.
Creación de seres débiles
de mente torturada,
con sonrisa farisea
y alforjas bien colmadas.
ESTRIBILLO
Solo se que no se nada.
Solo se que no se nada.
Antes tenía dudas.
Ahora ya no creo en hadas.
Alguien dijo que habías muerto
en su obra afamada,
pero yo se que no es cierto.
Tú nunca has sido nada.
¡Cuanta desolación y ruina
has provocado!
Ríos de llanto en honor
a tu nombre engalanado.
ESTRIBILLO
Solo se que no se nada.
Solo se que no se nada.
Antes tenía dudas.
Ahora ya no creo en hadas.
Son días raros. Días extraños, días en los que te extraño. Hace dos años que conocí a la que estaba destinada a ser la mujer de mi vida. Esa chica que me hipnotizaría por las noches con su mirada y me recordaría por las mañanas con su sonrisa, la suerte que teníamos por despertarnos juntos todos los días.
Dos años después, sigo hipnotizado, pero me despierto por las mañanas y ella ya no está. Son los recuerdos los que me juegan malas pasadas y hacen que la noche se convierta en una guerra sin cuartel. Flashes que bombardean mi cabeza y cuya honda expansiva ataca directamente al corazón.
Mi única defensa son las lágrimas de arrepentimiento, aunque presiento que nunca serán suficientes para parar esta masacre.
Si os preguntaran qué es lo más loco que habéis hecho por amor, ¿qué responderíais? Yo lo tengo claro: Perderlo.
Me acerqué a su oreja y le dije que iba a besarla y no podía hacer nada para impedirlo. Su sonrisa me permitió empezar a comerle la boca. La discoteca ardía. Aquella iba a ser mi noche. La agarré y la apreté contra mí, cuando noté un bulto sospechoso más abajo de su ombligo. Lo palpé y se me encogió el estómago.
– Soy un poquito especial -dijo con carita de niña buena.
Mi respiración comenzó a agitarse, sentí náuseas y me alejé buscando la salida de la disco. Alcancé como pude la calle al tiempo que el vómito salía de mis entrañas, y no pude evitar salpicar la pierna de un muchacho. Cuando ya me había descargado escuché:
– Me has pringado hijo de puta.
Lo miré y vi que estaba acompañado de una pandilla de dudosa calaña. No tardé en recibir la primera caricia, y tras ella otras que me llevaron a postrarme en el suelo en posición fetal. No sé cuánto tiempo estuvieron dándome palos, pero cuando se marcharon me dolían hasta las pestañas. Tambaleándome busqué mi coche y emprendí el camino a casa.
Tenía un ojo tocado y veía con dificultad, pero lo suficiente como para percibir al conejo que cruzó la carretera y me llevó a dar un volantazo sacándome del carril. Traté de controlar el coche pero terminé estampándome contra un murete.
Cuando recuperé la calma me invadió el desconcierto. ¿Magia negra? ¿destino cruel? Solo faltaba que me cayera un meteorito. Recordé que tenía una botella de Lambrujo en el maletero, así que me senté con ella en la hierba y empecé a beberla.
Le daba vueltas a todo lo ocurrido. No era normal. Aquello me tenía que haber pasado por algo. Traté de relajarme y pensar con calma. Un suave brisa me acariciaba el rostro, y minutos después sentí que mi mente se iluminaba.
Busqué en el Whatsapp a mi ex, de la que llevaba dos años sin saber nada, y le escribí que la quería.
ALGUNA NOCHE DEBÍA CAGARLA
Conocí a este tipo cuando curré de noche, hace años.
Era el encargado del garito.
De unos treinta tacos, el tío presumía de una buena labia como principal característica —con razón—, aparte de ser alto, moreno, delgado, atractivo, con coche deportivo, cocainómano y vicioso. La gente del curro sentía verdadera admiración por él. Era un seductor. Realmente casi no contaba nada de su vida, pero todos veíamos que se ponía hasta arriba y que vivía la vida a tope —preguntaban por él chavalas de pasarela que te quitaban el hipo, aparte de pijas, artistas de medio pelo y gente variopinta. Parecía intocable, un modelo a seguir, un líder nato.
Pocos días antes de los hechos, llegó con la nariz rota y la cara aparatosamente vendada —lo cual produjo, en los demás, una compasión inaudita—, y a mí, personalmente, me pidió que hiciera sus funciones —en la medida de lo posible las realicé. A los pocos minutos se largó a casa para descansar y, cinco días después, lo vi sin venda y con ganas de salir a disfrutar. Me pagó diez mil pesetas por esas cuatro cosas que hice. En definitiva, era un cocainómano generoso —aunque a costa del dinero del jefe, evidentemente.
Él vivía su vida y no quería que ninguno de los empleados diéramos problemas. Por ello, desviaba la vista gorda sobre las copas que regalábamos a colegas y ligues —otros se quedaban con el dinero. Él ganaba y todos también. Ese era el acuerdo no escrito. Hasta que, desgraciadamente, la cagó.
Se corrió el bulo de que debía pasta. Lo de la nariz rota quizás fue un aviso. A la siguiente semana, aparte de salir para darse la juerga de turno, parece ser que cogió el dinero de la recaudación para comprar material. Eso fue el bulo. Quiso comprar material con la recaudación —una pasta— para luego revender. Puede que estuviera convirtiéndose en un camello. Al fin y al cabo, disponía de recursos para comprar siempre una buena cantidad. Puede que ese círculo fuera el sentido y el ciclo de su vida. Quizás llevara tiempo viviendo así. El caso es que le sucedió algo muy jodido.
Aquel viernes, como digo, debió coger todo el dinero efectivo de la caja —como unos cuarenta mil de los de ahora—, y, cuando fue a realizar la compra, sufrió un atraco. Un jodido atraco que le cambió la vida. Le quitaron de camino todo o lo hicieron en el intercambio, no lo sé —lo último cobra más fuerza. Algo así le pasó. (Entonces en mi mente se proyectó la imagen del encargado cocainómano bajo un puente, de noche, caminando cabizbajo y en pelotas, sin coche y con la nariz sensible).
Nos enteramos cuando la policía fue a verle al día siguiente. Nos hicieron preguntas, y dejaron entrever que tuviéramos cuidado al salir, ya que una banda se estaba haciendo famosa atracando a camareros de noche y desplumando a encargados gilipollas —a pie de cajero bancario para el ingreso— con la recaudación de la caja. Así nos lo dijo la policía —excepto lo de gilipollas.
Para desgracia de nuestro encargado favorito, apareció, al día siguiente, el jefe de toda la maraña.
—¿Será la noche o esta oscuridad que parece eterna? —preguntaste mirando a tu alrededor.
No encontrabas respuestas ante tanta confusión porque no sabías distinguir entre la noche y el día. Cada nueva conversación que pretendía hacerte ahondar en sensaciones, cada nueva noticia y cada nueva indagación…, solo conseguían que mirases a tu alrededor y te descubrieras ahogada en un pozo sin luz. Mirar hacia tu interior suponía mirar aquello que te ahogaba. La angustia aumentaba y se intensificaba tu asfixia.
Aquel día dejé de intentar ayudarte; yo pensaba que necesitabas mirar para poder encontrar respuestas y resolver la raíz de tu dolor, pero entendí que lo que a mí me sirve a ti te estaba matando.
Te vi escalar hacia una luz que intuías, tenue, en la superficie de tu cueva, y me di cuenta de que mis palabras a veces suponían más peso en tu espalda. Te dejé libre y dejé de insistir.
Te acompañé en el camino, que nos pareció eterno, pero al llegar arriba pude ver tu recompensa; nada me hizo más feliz que verte sonreír, asomarte hacia aquella oscuridad e identificar aquello que te llevaba hacia la nada. Supiste ver lo que te arrastraba y supiste resolverlo cuando cogiste distancia.
La noche dejó de confundirte porque empezaste a ver la luz del día.
Saboreo en su lengua las últimas caladas que le ha dado al Winston. Está seca y áspera al tacto, como si se hubiera olvidado de beber durante dos días. Lo ayudo a humedecerla.
Al principio no sabe reaccionar. No creo que esperara que su amigo de la infancia, con el que había crecido rompiendo ventanas y jugando al fútbol, le metiera la lengua hasta la campanilla. Sin embargo, tampoco se resiste. Suspira contra mi boca y me prueba despacio, tímido.
Rodeo su lengua con la mía, jugando, tentando, invitándola a entrar en mi boca. No hace falta mucha insistencia. Me agarra de la nuca con mano temblorosa y comienza a explorarme sin remilgos, exhalando con dificultad entre beso y beso, ansioso.
De ver los partidos en el bar de Paco, cubata en mano, a meternos mano detrás del bar de Paco.
Le agarro las nalgas y junto nuestros cuerpos. Es bastante más bajo que yo. Siento su prominente barriga cervecera, cálida y blanda, contra la erección que empieza a formarse en mis pantalones. Suelta un ruido a medio camino entre el quejido y la súplica.
Aún algo avergonzado, agarra y tantea mis brazos, esculpidos en las largas horas que paso en el gimnasio del cuartel de bomberos.
—Dios… —susurra contra mis labios. Sonrío.
—Puedes llamarme Javier, hay confianza.
Mariano se ríe. No estoy viendo su papada temblar, pero hace mucho que memoricé su movimiento ondulante. Es adorable.
—Mira que puedes llegar a ser gilipollas —dice, todavía riendo.
—Hablando de pollas…
Le suelto el culo y busco la hebilla de su cinturón. La desabrocho, retiro la correa, y meto poco a poco la mano por la separación entre la tela de los calzoncillos y su piel. Se le corta el aliento.
—…vi… ¡Javi!
Despierto sobresaltado. Nuria, mi esposa, me está zarandeando mientras grita mi nombre. ¿Qué tripa se le ha roto?
—¡Qué pasa, qué pasa!
—Ay, Javi… ¡Qué susto me has dado! —No entiendo nada.
—Pero por qué me despiertas así… ¿Qué susto te he dado? —Todavía estoy aturdido.
—Estabas haciendo ruidos muy raros, como si te ahogaras. ¡Parecía que te estuvieras atragantando con algo!
Una imagen fugaz se me viene a la cabeza. Sí. Atragantarme es justo lo que estaba haciendo.
Cada vez sueño más a menudo con Mariano. Cuando estoy despierto, no siento atracción alguna por Mariano, ni por ningún otro hombre. Pero cuando sueño… Joder, cuando sueño.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
El ocaso del día llega, dejando una noche oscura, que atrapa mis miedos.
La oscuridad de mis temores, penetran en las sábanas de mi cama.
El silencio, da paso a mi pensamiento, en profunda conexión con el firmamento.
Por fin alejo mis miedos y temores, tornando de luz y esperanza mis sueños.
En ellos, aparece todo lo que mi mente piensa y se encierra por dentro.
Saber interpretar cada pensamiento, cada sueño, cada lamento, cada sufrimiento.
Y canalizar cada sentimiento con una dulce caricia imaginaria que conecta con mi ser.
Al despertar anotar el sueño para poderlo interpretar y no quede en el olvido.
Lo más bonito de cada noche y de cada amanecer siempre será despertar contigo.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
SUEÑOS DE UNA NOCHE INCIERTA
Amapola, amaneció amortiguada, amansada por la apnea que cual araña levantaba un arenal a lo ancho de su cama antes del alba. Estaba entumecida entre el espesor, de la estancia; en medio de esa incómoda, incolora, infecta e insalubre estadía; ideando como olisquear el olivo otrora omnipresente en la ojiva ovalada que conformaba un ojal ungido por la utópica ubre de un único unicornio.
—¿Pero qué coños he soñado yo? ¿Qué estoy haciendo aquí vestida de lagarterana?
Los senderos nocturnos son inexpugnables, incontrastables, indisputables y a todas luces indiscernibles…
MANUEL ALBÍN EXTREMERA
En una noche de invierno, cómo todos los días de lunes a viernes, salí de trabajar y me introduje en el coche, para llegar lo antes posible a mi casa y descansar. En el trayecto tengo que pasar por una especie de parque aunque sólo hay alquitrán y árboles que son muy espesos al borde de los arcenes, —andando hay que pensarlo en cruzar—, da un poco de pánico, para colmo empezó a lloviznar y mi vaho comenzó a empañar los cristales.
Tuve que amainar la velocidad, pues estaba tomando fuerza la lluvia y para colmo bajaron las nubes formando una tenue niebla, me paré en un carril fuera de la carretera y encendí un cigarro para darle tiempo al tiempo a ver si se cortaba la lluvia, al exhalar una bocanada de humo miré tras las luces del coche y me quedé pasmado al ver dos luces pequeñas entre los árboles, mi primera impresión fue algún animal buscando comida por la noche; puede ser, pero mi ánimo se congeló así que sin pensar entré al coche y quise marchar, — nunca mejor dicho — se quedó parado sin conexión, puede ser por el tiempo de estar parado con la luz encendida. Me conciencié y llamé al mecánico, {un amigo mío que sabía que estaba aún trabajando}, se lo comenté y se pudo en camino de inmediato.
Las luces pequeñas seguían ahí no se habían movido y si soy sincero me contagié del pánico, con la lluvia la oscuridad y la poca visibilidad que estaba rodeado y con las lucecitas aquellas.
La noche me estaba confundiendo, se me había olvidado todo, ¿dónde iba, de dónde venía?, mi amigo tardaba más de la cuenta y yo con mi pánico se iba agrandando, las luces seguían ahí fijas sin hacer ningún movimiento. Pasaron casi tres horas y mioguiandonde estaban las lucecitas y miré por si se habían ido las luces o estaban allí vigilando mi instancia
— por fin —, me introduje de nuevo en el coche intenté arrancarlo y para mi sorpresa, arrancó, entonces fue cuando por mi cabeza pasó que aquellas luces tan pequeñas no eran de un animal, ¿entonces de quién era?, no lo sé, pero lo único que sé, es que la noche, una noche tan ajetreada, me confundió.
RAQUEL LÓPEZ
Cuando cae la noche
al apagarse el sol,
se crea en el firmamento
sombras de confusión.
Llamando al dios de Morfeo
mis sueños, realidad son
danzando a la luz de la luna,
nuestras almas se desnudan
noches de locura y alcohol.
Mágica noche hechizada,
piel de cordero disfrazada,
que te desciende al infierno
y te atrapa con su magia.
La noche me confunde
y a la vez, me embriaga,
con su mezcla de sueños y silencios
y sin temor a nada,
perdiéndome en el lecho de tus besos.
NEUS SINTES
Ni un solo instante a dejado de hablar de los recuerdos que comparte conmigo y de las ganas que tenía de poder pasar una noche a mi lado. Me deslumbra al quedarse desnuda completamente.
La noche, oscura y silenciosa. A veces fría y solitaria. Confunde, engaña, atrapa…
Anny, saca del bulto unas medias negras y unas bragas de encaje rojo. Se las pone con sumo cuidado, mientras sigue hablando sin parar. Escoge un vestido de noche, de color carmesí. Lo sacude un poco para estirar las arrugas y se viste. Por último, se calza unos zapatos de charol carmín con tacón de aguja. Dobla las demás prendas que se había quitado y las guarda en el bulto negro que identifico como una mochila. Saca de ella una bolsa térmica que contiene una botella. Es cava según me informa ella misma.
Pone la mochila debajo del banco y descorcha el botellón y lo levanta hacia la oscura noche. Escucho su dulce voz, susurrando de nuevo: está brindando por mí y por nuestras primeras noches juntos. Bebe un largo trago. Después se levanta, tambaleándose un poco por los tacones, y da una vuelta completa sobre sí misma, enseñándome su vestido y preguntándome si me gusta. Que se lo ha puesto para mí. Esta noche la he visto más hermosa que nunca. Vestida así está bellísima, pero aún lo estaba más en su inesperada desnudez.
Vuelve a sentarse y sigue bebiendo de la botella, a sorbos. Por fin me está contando todo lo que le preocupa y lo que desde hacía meses no había sido capaz de contarme. Quedó sin trabajo, perdió su casa, la abandonaron sus amigos…
Llevaba un par de meses viviendo en la calle. Por eso la veía más tiempo durante el día. Por eso aquella noche había decidido, por fin, dormir a mi lado. Anny inclina su cabeza hacia atrás y pronuncia la frase que desata el todo: ¡Ojala pudieras bajar aquí!
Segundos más tarde, me encuentro sentado a su lado, en el banco de piedra. Temo asustarla, por eso llevo mi mano muy despacio hasta su cintura. Ella se estremece un poco pero no es miedo lo que percibo en su mente; el frío que siente cuando la toco es el culpable. Aunque cada vez parezco más humano y menos estatua. Aún no he perdido del todo el frío del bronce del que estoy hecho. Ha hecho que me sienta más vivo que nunca. Por un lado, deseo que se vuelva y me mire, pero por otro, me da miedo lo que pueda encontrar en sus ojos cuando se crucen con los míos.
Finalmente me armo de valor y susurro su nombre:
-Anny – susurro en su oído
-Mi ángel caído – susurra ella sin volverse.
-Por favor, Anny – ¡mírame! – le ordeno, mientras acaricio su pelo, aunque sé que no necesita que la tranquilice. – Vuelvo a ser de carne y hueso, mi mente sigue conectada a la suya.
-¿Estás aquí de verdad? ¿No eres un sueño ni una alucinación? – no se atreve a volverse por miedo a que yo desaparezca.
-Compruébalo tú misma. En serio, estoy aquí. Me has llamado y he venido. Me has despertado y te pertenezco durante toda esta noche.
-Bueno, eso es un cambio porque he sido yo la que siempre te he pertenecido a ti.
-¿Por eso tienes miedo de mirarme?
-¿Miedo de ti? ¿Cómo se puede temer a aquello que se ama?
Anny se vuelve hacia mi. Sus ojos se quedan atrapados en los míos. Sus labios se encuentran apenas a unos milímetros de los míos. El deseo me resulta insoportable y cruzo la línea: borro la distancia que nos separa mientras nuestros labios se unen. Ella corresponde con un deseo aún mayor que el mío.
VALERIA MICHOU
La noche me confunde y justo antes de dormir, los dos mundos en los que vivo, con los dos hombres a los que amo,
se mezclan.
Abro los ojos y el que está a mi lado respira pausadamente en la penumbra, todos los días, mientras la luz exista, nos pertenecemos.
Cierro los ojos y el que invade mi fantasía me da la mano sonriendo, caminamos lento hacia el mundo del sueño, donde nos habitamos, todas las horas que corresponden a la oscuridad.
La sombra nocturna enreda mis hilos y a los límites de la realidad le crecen alas que entre chispas de colores recorren el cielo de mis parpados, los besos se fusionan en una boca,
tres bocas que son un beso
Gemido pausa Silencio
CONCE JARA
Mientras las sombras se disipaban por un nuevo amanecer, desperté sobre la alfombra del salón con una soberana resaca…. y es que parece ser que la noche me confunde.
Mañana es mi cumpleaños, e ilusionada he invitado a cenar a algunos de mis empleados, repartiendo tarjetitas de invitación con mi dirección entre las oficinas, que fueron acogidas con promesas de asistencia y sonrisas. Antes de entregar la invitación a Sergio, de contabilidad, he pasado por el aseo. Allí he recolocado mi voluptuoso escote, de reciente operación, he apretado un poco el cinturón de mi vestido, y he retocado mi maquillaje. —Pronto serás mío —pensaba mientras pasaba mi lengua por mis labios siliconados.
Hoy no he ido al trabajo. Salí del gimnasio directa a la peluquería y la esteticista, mientras me dejaba hacer, he visto una revista donde aparece mi Sergio… o bueno alguien parecido… el actor David Zepeda, posando desnudo… me excito al pensar en lo que esta noche ocurrirá entre nosotros.
He calculado comida para quince personas, por lo llevo buena parte de la tarde en la cocina preparando los entrantes, un estupendo asado y, como colofón, una gran tarta de chocolate adornada con un 50.
Había dado órdenes a la asistenta de que limpiara la casa a conciencia y, sobre ese pulcro olor a limpieza, he colocado en el salón varias velas con un suave aroma a vainilla, dándole un toque más acogedor a la estancia.
Sobre la mesa brillan platos, copas y cubiertos, meticulosamente dispuestos, así como un centro de flores frescas, encargado para la ocasión.
Rebusco entre mis mejores vinilos, para amenizar la fiesta, sin olvidar que el bar esté repleto de bebidas, dulces, hielo y licores.
Esta noche voy de estreno. Llevaré un nuevo liguero de encaje negro con medias de seda, un vestido atrevido pero elegante, de interminable escote y unos preciosos tacones de aguja. Con mi nueva delantera, no necesito más lencería… estaré toda… toda, para Sergio.
La cena es a las nueve, por lo que aquí estoy, sentada, disfrutando de una copa de vino, escuchando una canción de Bowie y a la espera de que en breve suene el timbre de la puerta.
Ya es la segunda copa, parece que se retrasan un poco… Y es que ya hace dos años que entró a trabajar en la empresa, pero se le ve tan tímido, tan discreto. Claro soy la jefa, pensará que como me voy a fijar en él ¡Qué lindo! Pero desde hoy pronto podré prescindir del Satisfyer, el dildo, y demás juguetes sexuales… Sergio será mi único divertimento.
—¡Las once! ¡Estos ineptos entendieron mal la hora… como todo lo que hacen! —pienso malhumorada, descalza, algo mareada por las cuatro copas de vino. —Voy a llamar otra vez a Sergio, él tiene que venir, no me pueden dejar tirada. Nada, no lo coge. ¡A ver mi secretaria! Tampoco, ¡será zorra!… cuando llegue el lunes que se prepare.
—Ya es madrugada. Sergio amor, ¿dónde estás? Quiero que me hagas tuya, aquí sobre la mesa. Mira cómo me pongo nata en los pezones, muérdelos, cariño, ¿no te gustan mis tetas? Tu miembro, que maravilla… quiero comerte la boca, morder ese cuello, y ahora que he visto en la revista la talla que gastas, te deseo más que nunca dentro de mí, embistiéndome como un salvaje…
Ya de madrugada, las velas se habían consumido; me había comido casi toda la tarta de chocolate, y parte de ella estaba pegajosa, esparcida sobre mi cuerpo. Dos botellas de vino vacías y el dildo sobre la alfombra. Medio desnuda, despeinada, con el rimmel corrido por las lágrimas, sonaba “I will always love” de Whitney Houston y le di 50 sorbos a una botella de ginebra para celebrar el día de mi cumpleaños, que ya había pasado.
BEA ARTEENCUERO
Que dulce sensación, me besas, me acaricias, me elevas En un mundo
de sueños y fantasías.
Me siento cruzar el mar, caminando
sobre las aguas y llegar en un instante al cielo.
Estoy en tus brazos, el calor de tu cuerpo me transporta, me dejo llevar.
Me pierdo en un laberinto de fuego y pasión, no encuentro salida; quiero
quedarme así, sintiendo una tormenta de placer y éxtasis en mi interior. Tu lengua me llena de placer, me eleva.
¡¡Oh!! Que dulce sensación que siento en este instante..
Ya llego al final del camino, ya llego amor.
Me despiertas dulcemente…
¡¡Oh!! Sorpresa…
Cuál bola de pelo, mi gato Francisco
en mi almohada esta.
No puedo creerlo.
LA NOCHE ME CONFUNDE.
SERVANDO CLEMENS
Las luces neón ingresaban por un resquicio de la ventana y la brillantina de sus piernas resplandecía como luciérnagas de una noche cerrada. Su vestido dorado estaba tirado en el suelo y su ropa interior colgaba de un perchero que estaba a un lado de la cama. En la televisión que olvidamos apagar pasaban infomerciales. La botella de vino se había caído del buró y los vidrios quedaron desperdigados por el mosaico viejo de aquella habitación de motel. Me acerqué. Le di un beso tierno en la frente. Olí el perfume de sus pechos redondos. Pasé el dedo índice por los surcos de su abdomen cuadriculado hasta culminar en su ombligo. Ella se estremeció un poco y enseguida cambió de posición. Me recargué en la cabecera y fumé un cigarrillo. Pensé en invitarla a desayunar a un fino restaurante y por la tarde llevarla al cine. Quizá por la noche podríamos ir a bailar a una discoteca. Podría ir a conocer a sus padres un día de estos. De verdad me había enamorado a primera vista. Ella despertó. Lucía hermosa con el cabello alborotado. Quiso bajar los pies y entonces le dije que tuviera cuidado con los cristales. Se puso mis botas, bajó de la cama y se vistió. Tomó un sorbo de agua del lavamanos, se enjuagó la boca y escupió. Dijo que ya era tarde, que tenía que volver. Me pidió que la llevara de regreso. Claro, le dije, te llevaré a donde tú lo desees. Se puso el abrigo y se me quedó mirando, se notaba que quería decirme algo, pero no se animaba.
—Eres encantadora —le dije—. Me gustas, en serio.
—No estoy acostumbrada a hacer las cosas de este modo —dijo, tomando su bolso del tocador—. Supongo que bebí de más y no pensé con claridad.
—No te preocupes, yo tampoco actúo así.
—Me refiero a que yo suelo cobrar al principio.
—¿Cómo?
—Son mil pesos —dijo.
TESS LORENTE
Me despertaba con unas resacas terribles. Pero lo peor era amanecer cada mañana con un tío diferente en mi cama.
Bueno, si he de ser sincera, la mayor parte de las veces, ni siquiera era mi cama. Me despertaba en habitaciones desconocidas. Camas con la ropa revuelta, persianas medio abiertas, desconocidos desnudos a mi lado.
Apenas podía recordar sus nombres ni las horas anteriores a terminar juntos en la cama.
No era capaz de recordar si había mantenido relaciones con ellos, ni si habían sido placenteras o no.
Lo único real era dolor de cabeza, la sed y el mal estar que sentía cuando intentaba ponerme en pie.
Tambaleándome entraba en el baño y sumergía la cabeza bajo el chorro del agua fría. Bebía el agua a tragos, intentando recordar dónde estaba. Al mirarme en el espejo contemplaba avergonzada el espectro que se reflejaba ante mí. El maquillaje corrido por la cara, las ojeras y mi pelo enmarañado, me convertían en una turbia y penosa versión de mi.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué mi vida se estaba precipitando de ese modo?
Quería creer que todo había sido culpa suya. Me había abandonado. Se había propuesto enderezar su vida lejos de mí. Me acusaba de ser tóxica. Decía que mis vicios y la noche iban a acabar conmigo y que no quería ser testigo de mi propia destrucción.
Yo siempre intentaba justificarme. Me había convertido en una experta ofreciendo miles de excusas diferentes, mentiras camufladas.
Tengo una adicción a las drogas y al alcohol. Esta claro que la noche me confunde. No domino mis instintos. Soy autodestructiva. Y seguramente me llevaré a más de uno por delante.
Tengo que salir de esta rueda que me arrolla por completo. He de buscar ayuda. Y tiene que ser antes de que yo misma acabe conmigo.
MARÍA ROSA ROLANDO
Sin animarnos a tomarnos de la mano, caminábamos hacia la librería.
No llego a reconocer mi andar, ni mi voz.
Río, disfruto, soy feliz en ese lugar con estantes de madera y el olor característico de miles de libros que aguardan ser elegidos. El mio es el número 28, pero no lo encuentro. El me toma de la cintura y me besa a escondidas. Se siente tan rico, que cedo sin pensar en las consecuencias. Sigo sin reconocerme, en ese beso. No puedo descubrir mi género, hombre , mujer. No lo sé. Si sé que soy feliz en los brazos de ese hombre que admiro y siempre soñé conocer. Llegamos a su departamento tomados de la mano, nuestras risas inundan los pasillos. El me toma y comienza a quitarme la ropa. Pero en ese instante, mi perrita Uma me despierta para salir a hacer sus necesidades. Confundida, con la cama revuelta, sin saber donde estoy, calzó mis pantuflas y la llevo al jardín. La mañana está muy fresca, tomo mi rostro, observo mis manos. En verdad la noche me confunde porque nunca sabré el final de ésa historia.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
La noche se cuela por el amplio ventanal. El termostato mantiene agradable la temperatura de la habitación. A pesar de que el termómetro exterior marcará no mucho más de cero grados, aquí dentro casi hace calor.
El suave resplandor anaranjado, que proyectan las farolas del aparcamiento, maquilla ligeramente la penumbra del cuarto. Todo está en silencio, solo de vez en cuando se escuchan las pisadas rápidas de alguien por el pasillo.
No sé qué hora es y tampoco tengo ganas de alcanzar el móvil para verlo, pero hace ya un buen rato que pasó la enfermera con las pastillas de la noche: para mí paracetamol y orfidal. No tengo dolores pero por mucho que se empeñe la farmacopea, el sueño no llegará.
Mi compañero de habitación se revuelve en la cama, cambia de postura. Seguramente tampoco puede dormir. Los dos callamos respetando mutuamente el insomnio y los miedos del otro. Se hace larga la espera.
Un horizonte de pequeños puntos luminosos se adivina lejano a través de la ventana; es la ciudad que también participa de la vigilia, que inocula el miedo a dormirse, para no volver a despertar.
El murmullo del aire acondicionado me acompaña; es la respiración del hospital que transmite una ilusión forzada de que todo está bien; hay que dejarse llevar, la tecnología y los médicos vigilan, mantienen controlada a la enfermedad; dormido, anestesiado el dolor.
Ruido de carreras por el pasillo; ruedas que se deslizan; tintineo de cristales; choque de metal contra metal. Luego silencio. En alguna parte, la muerte, acorralada, se pelea contra jeringuillas, vías y goteros, por un montón de huesos y pellejo, que apenas tiene fuerzas para seguir luchando. A veces la muerte gana.
Sigue la noche su curso lento. Cierro los ojos. Pienso en el mar. El libro sobre meditación y filosofía zen, que me ha regalado un amigo bien intencionado, aconseja crearse un espacio interior, una habitación del pánico espiritual, decorada con los momentos y paisajes que nos sean más sugerentes, donde recluirnos en momentos como este. No funciona.
Juego con el mecanismo del somier articulado de la cama: subo la cabecera, los pies, me centro en la zona lumbar, hago pruebas hasta que me siento cómodo. La sensación de confort dura unos pocos minutos, luego todo vuelve a la normalidad del duermevela.
Entra una enfermera. Es muy joven y se mueve deslizándose, sin hacer ruido. Me pone un oxímetro en el dedo corazón de la mano derecha, apunta a mi frente con el termómetro de infrarrojos y me toma la presión arterial, con la rutina y precisión de un mecánico de circuito de fórmula uno. Luego repite los mismos precisos movimientos con el ocupante de la otra cama, como en una coreografía tantas veces ensayada, que se repite sola, desconectada de la voluntad de la mujer. Se marcha. Todo vuelve a estar igual, en silencio. Solo el aire acondicionado sigue respirando por todos.
Fuera ha comenzado a llover y pequeñas ráfagas arañan los cristales, entorpeciendo la uniformidad tumularia de la habitación. A ras de suelo se enciende una luz. De vez en cuando la accionan desde el control de enfermería, no atino a comprender con qué propósito. Seguramente ellas también necesitan, como yo con el mecanismo articulado de la cama, jugar con algún engranaje para exorcizar la rutina.
Pienso, es lo único que puedo hacer. En lo que soy, en lo que he sido. No quiero hacerme ilusiones y por eso me detengo en el presente; el futuro ya no solo depende de mí.
El horizonte sigue oscuro, ni un atisbo de palidez que anuncie la llegada del día y el sueño se niega comparecer, pero no estoy cansado e incluso tengo la sensación de que mi vida de ahora solo la puedo considerar auténticamente mía por la noche; luego, dentro de un rato, cuando amanezca, el espectáculo se tornará más coral: las camareras con el desayuno, los auxiliares cambiando sábanas, toallas, el señor que pasa la mopa, los médicos tomando decisiones en mi nombre, más goteros, las visitas.
Hoy tengo programada una resonancia; es un claustrofóbico ensayo funerario, porque te encajonan, inmovilizado, dentro de un tubo, que es un nicho, aséptico y desinfectado, pero igual de opresivo, como imagino debe ser el del cementerio.
Faltan unas horas para eso. Mientras dure la noche, y el insomnio, estoy a salvo, el tiempo pasa lento y mantiene alejado el compromiso con el miedo. Todavía no soy la marioneta atada a los viales, que llegará con el día. Aún tengo el control.
La noche, compasiva, me miente, me confunde y por eso no duermo, porque me engaño sintiendo que soy yo quien maneja el mecanismo articulado de la cama; disfrutando de la complicidad con el oxímetro, intercambiando silencios con mi compañero de habitación. Eso hace que me sienta relativamente seguro dentro de esta burbuja que palpita al ritmo del aire acondicionado. Eso y el miedo a dormirme para siempre y no volver a despertar por la mañana.
Pero ya la línea del cielo se va tiñendo de añil. Pronto volveré a la realidad y serán otros los que manejen por mí los engranajes, me cambiarán el pijama azul por uno limpio y con él mi mismidad por una prestada, que lo mismo que el pijama, no será de mi talla, al menos hasta que vuelva la noche.
ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ
Apagando el despertador de un manotazo contenido vuelvo a la realidad del lunes. Inicio de lo arduo que me resulta ir todos los días al encuentro con mis compañeros de clase y con la pesadilla del último curso de instituto.
A primera hora no pienso ir a clase, siento que la primera hora de la semana la tengo que pasar reflexionando para poder enfrentarme a la fuerza del odio por odiar que poseen algunos de mis compañeros. Entro en la cafetería y ella está ahí, no está sola, me ve y sale a mi encuentro con el propósito de sentarse a mi lado para retomar la conversación del viernes por la que yo no he parado de llorar todo el fin de semana. Todo empezó porque ella quería ir a ver la actuación que había en la Sala Santuario, no quería que yo fuera con ella. Había empezado hacer planes sin contar conmigo.
En la cafetería, me pido un café con leche y un donuts, hay quien los disimula por los cajones de la ropa para comérselos a escondidas.
Permanezco todo el desayuno callado y ella no para de argumentar una serie de excusas y disculpas en forma de culpa para crear una cierta tranquilidad en mí, convenciéndome de que no ha pasado nada que pueda ser interpretado como infidelidad. Incluso que la noche había sido aburrida.
Termino el desayuno y me dispongo para ir a la segunda hora de clase, pero ella me insiste que vayamos a dar una vuelta. Subimos en mi moto y nos vamos a la playa donde solemos pasar muchas tardes disfrutando de nuestras intimidades pasando el día entre caricias, confesiones y promesas para siempre.
Todas las noches me acuesto a la misma hora y todas las noches me quedo esperando. Doy vuelta a un lado y vuelta al otro, saco los pies fuera de las sábanas, pongo la almohada entre mis piernas para no clavar mis huesos pierna sobre pierna. La posición es correcta, desconecto el cerebro, lo pongo en modo sueño pero mi mente no para. Imágenes mudas pasan recopilando los detalles que me habían pasado desapercibidos durante el día por estar centrado en lo que quieres oír. Son hechos reales que estaban ahí, pero los veo desde fuera de mí, me veo en frente, o de lado, incluso una visión cenital recoge todo lo que pasa alrededor nuestro. Veo detalles que no he percibido cuando pasaba y lo más impresionante es que siento lo que piensa la gente cuando me habla.
Ahora lo entiendo todo. Mañana resolveré esto definitivamente. No pienso dejarme faltar al respeto por mucho que mis sentimientos quieran que no sea cierto.
El paso de los días me da la razón y se confirma lo que siento cuando me hablan en mi visión.
Desde que tengo este poder lo he perfeccionado y consigo mi segunda oportunidad particular siempre que quiero. No tomo ninguna decisión importante sin que pase una noche de visión cenital.
GABRIELA MOTTA
¡Eureka! Había encontrado el tema que convertiría a mi novela en un ¡Bestseller!
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Todo cuadraría, nada quedaría librado al azar como me había sucedido otras veces. Me sentaría a escribir invadida por un impulso obsesivo, cuatro días, tres noches y cinco horas. Nada más me importaría, solo terminarla, eso implicaría no bañarme, no hablar con nadie ni siquiera salir de la habitación, mi marido se encargaría de suministrarme agua y comida porque, sino sería en vano tanto sacrificio. Una vez concluida y corregida la enviaría a una editorial para que la evaluara. Al cabo de dos horas, llegaría la respuesta y yo sabría que sería excelente. Abriría el mail emocionada, saboreando la victoria ¡Ese sería, sin dudas, el contrato de mi vida!
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Me senté apresurada en la cama, busqué mi libreta de noche para anotar la idea genial que sería el hilo principal de mi novela, no la encontré. «No importa —pensé—mañana ni bien me levante empiezo a escribirla». A la mañana siguiente, cuando me desperté, recordé que había tenido la idea más genial de mi vida, salí acelerada en dirección a mi escritorio, me senté enfrente de la computadora y …
Nada, por más que lo intentara no podía recordar la trama que me había hecho millonaria la noche anterior. Infinitos minutos se pasaron mientras mi mente y mi hoja permanecían en blanco.
Decepcionada apagué la computadora y me fui a duchar, frustrada y con rabia ¡Qué carajo! —exclamé. Es evidente que la noche me confunde, debo volver a colocar mi libreta de apuntes en su lugar si pretendo algún día salir de pobre.
MANUEL SIERRA
DEMONIO, ALMA EN PENA
Hay una sombra oscura en el rincón de mi cuarto. Difusa, confusa. Si enciendo la luz se desvanece. Cuando me quedo a oscuras en mi imaginación aparece humanoide. Podría no dejarme dormir. Podría aterrorizarme cada vez que me despierto de madrugada petrificado. Me he informado sobre el asunto. Programas como Cuarto Milenio. Todos esos amigos crédulos que se van ante a la explicación fantasiosa que a la lógica. Es un espíritu que me vigila. Una aparición. Un demonio de ultratumba. Un espectro que analiza mis sueños.
Si fuera así me quedo tranquilo. Y cuando para su ofuscación me preguntan por qué no temo, les respondo: “Porque por mucho que sea un demonio, o un alma en pena, no creo que sea peor que Google”. O que Microsoft, o que Facebook, o que Amazon, o que Twitter… Que cualquiera de esas compañías que recopilan y acumulan tus datos. ¿Que me espían por la noche decís? Ellos lo hacen a todas horas. Me conocen mejor que yo mismo a mí mismo. Preven mis gustos, me han convertido en un modelo matemático predecible cuando en mi fuero interno querría detentar la condición de imprevisible. Si incluso en ocasiones recibo publicidad de alquileres o compraventa antes de que se me ocurra qué he de buscar.
A veces me quedo observando a la sombra en mi dormitorio, y pregunto: “¿No serás tú la última tecnología de análisis del sujeto sometido? Una suerte de nanobots que confluyen en la penumbra”. Le hablo y no contesta, no se mueve, no se desplaza, no aumenta ni decrece en oscuridad. Y concluyo: “No, no eres eso. Por mucho que seas demonio o alma en pena no eres peor que la realidad”.
FELIX LONDOÑO G
Los perros ladraron, luego se callaron. Vio cuando las sombras entraron sigilosas por el patio. Panoplia confusa y sonora en la cal de las paredes. Vuelto el silencio, las sombras se marcharon, igual por donde llegaron. Ahora eran más largas, menos sigilosas. Tras ellas se fue un hilillo de sangre por el patio.
ALBERTINA GALIANO
Hago el firme propósito de descansar, la mente en blanco, después del ritual de la lectura, y se me cierran los ojos.
Si la cama está vacía de personas, salvo yo, entonces ya de entrada noto frío.
La primera postura me reconcilia con la vida… es solo la primera de otras muchas.
Según se arruga el colchón en ellas, van apareciendo entre los pliegues y costuras caras, pisadas y frases, y el silencio se llena de ruidos.
Reproches, sospechas, mentiras …
Las pupilas se disparan y crece la angustia. Y en la pequeñez de mi cuarto se desata un universo sin estrellas, y una inmensidad oscura. Y yo me empeño en querer vislumbrar un final que huele inevitablemente, inconfundiblemente a dolor profundo.
Y grito con los labios apretados: ¡no quiero morir!
En el doblez de la noche los minutos se hacen horas.
Y en medio de esas horas, de pronto, me estremezco al oír su llanto; no me cuesta distinguirlo del mío.
Me levanto, le abrazo y susurro…
“No tengas miedo, mamá esta aquí”…
SOLEDAD ROSA
Mis manos huelen a él. Han pasado varios días y siguen oliendo a él. No sé la descripción exacta ni sentimientos específicos. Sexo, amor, placer… ¿las tres cosas a la vez? No sé, solo que me hizo sentir una de las mejores sensaciones.
Me acuerdo de su cara, de su aliento, sus manos tocándome, acariciando cada centímetro de mi piel, sus abrazos, sus besos por la espalda, por la cara… ¿Hice bien? Tampoco lo sé, solo que hice lo que me apetecía. Me caracterizo por dejarme llevar, y esa noche lo hice.
Lo deseaba, deseaba estar con él, sentirle dentro de mí, que me volviera loca por un momento, tener un gran recuerdo de él. Quizás quería que me quisiera como los enamorados que fuimos. Recordar lo que es ser parte de alguien, aunque solo fuera por esa noche o por esas horas.
Tal vez pretendía arreglar con lujuria y pasión aquello que falló en su día. Pero ahora, tiempo después, me doy cuenta de que solo es eso: algo que falló en su día.
INMACULADA BLANCO
Estoy confusa, soy nueva en este conjunto de amantes amados de las letras.
La tarde va rápido en el tiempo a punto de caer el azabache manto sobre la noche.
Será entonces cuando la confusión se convierta en delirio y te ame.
Nunca lo dije y siempre lo pensé:
La noche me confunde
No me da miedo confesarlo soy como un murciélago al punto del choque.
Las ondas sonoras orientan mi camino hacia tu sangre.
Me encantaría cantar a tu cuello cada beso que nace de mi deseo hacia ti.
Estoy más confuso
Confundo lo real con el sueño, te noto, te vas acercando.
Cada vez está más oscuro apagando incluso las luciérnagas del cielo, puedo oler tu perfume.
Hueles a amor Roma amando amada, te amo.
Sigo en la confusión absoluta de la realidad y me encuentro en terreno aullido de lobo, murciélago, vampiro, analítica de sangre, grupo sanguíneo que me da tu vida.
No sé qué hacer ante el extasis, instante desconocido antes de la mordida.
Mis colmillos se relamen antes de la transfusión de ti hacia mi boca sedienta, hambrienta de cada uno de tus pálpitos, pulso tamborilero de tu cuello.
Me deshago en el deshielo de este corazón inmortal y muero estando ya muerto antes del primer beso.
Tu beso me está desorientado y eso que todavía no nos hemos besado, mordido, vampiro y virgen, v de vuelo, v de vida, v de voy ahora.
Al despertar tengo tu sabor.
EMILIANO HEREDIA JURADO
Un viento.
Frío, barre las calles de un viejo cementerio.
Un lamento.
Deslizándose, por entre las añosas lápidas, serpenteando.
Un graznido.
De un cuervo, guardián sempiterno de las almas malditas.
Una figura.
Embozada, en un gabán con las solapas, subidas, ocultando el rostro.
Una bujía.
Titila, en medio de la obscuridad, como un faro guiando al visitante…a la desesperación.
Rodrigo:
-¡Mal que me lleve a ti!
do ahora moras, Aurora,
quisiera que, poder huir
el alma de mí, escapara.
El seso huido, la razón
huérfana, ya de sentido,
ésta horrible desazón,
éste corazón herido.
¡Si pudiera bella Aurora!
besar tus labios pétreos,
y sentir de tu frágil boca
tus dulces besos, etéreos….
Suenan las tres de la noche.
Lejanas.
Un ruido de hojas.
Que se apartan.
Rodrigo:
-¡Más!, ¡¿quién osa perturbar
el reposo de mi amada?,
¡quién pues, osa quebrantar
mi alma rota y desdichada?!
Rodrigo, dirige la mirada.
Recostado en el suelo, con un brazo apoyado en la tumba de Aurora.
Con mirada febril.
Una niebla.
Corpórea, sutil, va tomando forma delante de Rodrigo:
-¡Ahhhh!, ¡¿quién eres pues?!!muéstrate!,
¡seas demonio!, ¡espectro o al acaso
viniera a por mí, la muerte!
¡quien fueres no des más paso!
Rodrigo, incorporado.
Desafiante, con una pistola de chispa, amartillada, apuntando a la niebla que va tomando forma delante de sus febriles ojos…
-¡Rodrigo!, ¡mi amor!, ¡mi ángel!,
nada has de temer, aquí estoy,
nada, amor, debes ya, temer,
por la que suspiras, soy.
Aurora.
Espectro, fantasmal, fundido entre la obscuridad de la fría noche.
-¡Cruel, infame es el destino!
¡sombras malditas que os reis
del infausto y fatal sino
¿al acaso mi dolor, no veis?,
¡Me lleváis a la locura
guiado por vuestras manos!
Solo, en esta fría y obscura
cripta, sin deseos mundanos.
Rendido.
Rodrigo, se arrodilla sollozando, en un rincón del panteón familiar donde reposan los restos mortales de la hermosa Aurora.
Aurora:
Amado mío, no temas, pues,
se me ha concedido, darte
aquello que más quieres,
de este mundo, alejarte.
Dejar esta vida terrenal,
que, sentido, no tiene ya
para ti, deja de torturar
tu alma, la soledad, aleja.
Rodrigo.
Se incorpora, y ase la etérea y vaporosa mano que Aurora le ofrece.
-Aurora, vida mía, a fé,
que si no es desvarío esto,
no es la noche que confunde,
amor mío, tenme presto.
Aurora:
Mas, tu decisión pronta
ha de ser, pues al alba,
desaparece la sombra,
y el sol, con sus rayos alumbra.
Rodrigo:
¡Sea pues!, ¡que esta vida no es,
digna de ser vivida!
si no te tengo, para beber
de tu alma dormida.
El alba recorre la obscura cortina de la noche.
Los primeros rayos del sol.
Descubren a Rodrigo.
Yerto a los pies de la tumba de la hermosa Aurora.
EELYN CUELLAR
Celebración
Me dejé convencer por mis amigas y terminé saliendo un viernes por la noche, como hace mucho tiempo no lo hacía.
Según ellas me comporto como una anciana. Mi excusa: que soy viuda y cerré las puertas del corazón para el amor.
Me casé muy joven, con tan solo dieciocho años, teniendo dos pequeños soles que siguen iluminando mis días. Un accidente automovilístico se llevó al amor de mi vida tan solo ocho años después de dar el sí en el altar. De eso ya casi cinco años.
Con el motivo de celebrar mi cumpleaños treinta y dos, fuimos a un bar y las condenadas me abandonaron muy pronto dejándome sola en la mesa. Aburrida y a punto de marcharme del lugar sin decirles nada, llegó el mesero con una bebida que no pedí, intenté rechazarla pero el susodicho ya estaba a mi lado. Nada perdía con tomar esa copa y después marcharme… Sola, eso sonaba perfecto, hasta que desperté a la mañana siguiente.
Lo hice jadeando, tan caliente y sudorosa, como si mi cuerpo y memoria solo estuvieran recordando lo que viví en las horas previas al amanecer.
Si tan solo hubiera sido sexo con un desconocido, podría solucionarlo de alguna manera. Fue una noche muy confusa, y no recuerdo muchos detalles… Los orgasmos múltiples ¡Oh sí! Eso sí los recuerdo perfectamente.
El problema radica, que no se dónde estoy y qué es lo que voy a hacer con el cadáver que tengo a mi lado. Solo me queda claro que no fue fácil, lo digo por toda la sangre esparcida por toda la habitación.
LOLY MORENO BARNES
¡No quiero enamorarme de la noche!
Pero siempre pasa…
¡Dejo de discernir con cerebro y manda el corazón!
¡La noche me confunde!
Me confunde en tal modo, que no me reconozco en forma, color o sexo, aunque todos me llaman : “ El…”
Me confunden las estrellas, la luna, los corazones que laten con fuerza.
Soy incapaz de encontrar el norte entre tantas tinieblas.
De noche todos los sentimientos se convierten en cantos de sirenas, descansando sus melodías en las extensas arenas de las playas.
Luego, las mareas de todos los océanos ensayan sus conciertos iluminados por la luna.
Caigo lentamente en brazos que me ahogan mezquinamente en lujuria, para después abandonarme al amanecer.
¡ La noche me confunde!
El día siempre ayuda a mantener la cordura.
Aunque soy ciego, los rayos del sol guían mi cuerpo desnudo hacia la verdad, lejos de la locura.
¡Es más fácil sentir la vida !
La brisa del viento, el aleteo de las mariposas, el trino de los pájaros, el color carmín de los labios que besan y el perfume a manzana prohibida en algún paraíso.
Razonan las mentes y hasta las almas con la luz del día.
Se convierte en juez del destino el tiempo, dando lugar a calma y paz.
Los afectos siempre duran más días que noches y el hastío, la rutina y el cansancio más noches que días.
¡Las noches me confunden!
¡Todas ellas!
Pero…
¡Aun así, no puedo dejar de amarlas!
Porque yo soy quien provoca pasión y no sé, ni quiero cambiar.
Amaré en noches, sentiré efusión en noches y viajaré en mis sueños mecidos en las noches, llegando al éxtasis del infinito.
¡PORQUE MIS FLECHAS DE CUPIDO SIEMPRE APUNTAN AL CIELO!
PEPINO NABÓDICO
Eran las 22:04. En ese momento sentía tremendas ganas de gritar un fandangazo natural. Comencé a cantar por Rafael Farina y la Paquera de Jerez. Mi mano derecha gesticulaba airosa la dramatización del cante, y simultáneamente la izquierda sostenía el peso de mi bordón, que vaciaba el agüita amarilla de los riñones. El compás del choque líquido contra la loza acompañaba el eco del cante contra los azulejos del baño. Antes de terciar el siguiente verso, comprendí que mis vecinos podían alterarse por la intempestividad de mis tempestuosas cuerdas vocales y su degenerado director de orquesta, si es que el cerebro alguna vez había habitado un cuerpo. A la incipiente y trastornada alegría que rugía de repente en mi sistema nervioso, como un auténtico motor acelerado en punto muerto por un auténtico cabeza de chorlito tatuado y sin el graduado, era de recibo añadirle un sentimiento de “a gustito”, de origen pues desconocido, no descabelladamente pudiendo ser debido a cierta resignación oriental mezclada con austera sobriedad grecolatina, ambas en perfecto, fugaz y decadente equilibrio.
Decidí callar, tragándome las ganas.
Como las otras veces.
Como tantas, y tantas otras veces, quedándonos nosotros solos: yo y mis ganas de decirte, en realidad quién eras.
”Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo en un abismo, éste a su vez también mira dentro de ti”.
KAREN ROSADO
La noche me confunde,
Me avienta en tu regazo y no se como actuar,
Se eleva el calor entre tu piel y mi soledad.
La noche me confunde,
Me indica que no te deje ir,
Pero soy torpe y me niego a insistir.
La noche me confunde,
Me dicta que es a ti a quien pertenezco,
Lentamente me inclino un poco más a tu pecho.
La noche me confunde,
Me toma de los hombros con sensualidad,
Arroja hacía la pared esa ya breve soledad.
La noche me confunde…
¿Eres tu cielo o infierno?
¿Eres el agua de este deseo?
Tomame,muerdeme,estrujame…
Aprovechemos este momento.
Y si alguien te pregunta por mi forma de actuar en tu presencia solo di lo confusa que me resulta esta noche
BEATRIZ ÁNGEL
Cuando cae la noche me rompo en pedazos,
como un cristal que acaba estallando.
El silencio, aviva la llama de los pensamientos.
En mitad de la noche se descompone mi alma,
pero no te confundas y escucha,
solo es el principio de una nueva lucha.
Y cuidado, soy una mujer que ha resucitado,
he vuelto del infierno y yo ya nada extraño.
Puedes contemplar mi rostro en el espejo,
pero sigo siendo yo la que te acabará jodiendo.
No me subestimes,
la noche me confunde, si, pero no me destruye,
de cada batalla que acaba,
renazco más libre, más fuerte y más perra.
Ya no ando con medias tintas,
no es que sea borde, es que soy selectiva.
No soy antisocial es solo
que ahora, elijo yo al personal.
Seguiré intentado abrir al fin mi alma,
aunque me trague el barro de los que me aplastan.
Ahora, si me rompen las alas
me subo a mi escoba, y no regreso ni de broma.
Verás mi estela en el firmamento
y oirás mi despedida cuando ya esté lejos.
Durante la noche intento perdonar
pero ya no olvido al que me hizo llorar,.
No creo en la venganza, porque existe el karma,
pero no me esperes hoy si ayer me apuñalabas.
Soy una mujer muy empoderada,
no soy feminista ni busco palmadas
soy una guerrera que no teme a nada.
Podrás doblarme, hasta límites insospechados,
pero para partirme no ha nacido aún
ningún ser humano.
Recuerda que el precio de mi compañía
es la lealtad, pero si me traicionas desapareceré sin mirar atrás.
Con el amanecer me recompongo, llena de cicatrices, me acompañan los diferentes seres que habitan en mi, comparten el aire que respiro pero son extraños personajes forjados a fuego que fingen conocerse.
MARTA ELSA TORRES
Si la noche confunde mi vida. Durante el día no pienso en eso que a matado mi alma , será por el ajetreo cotidiano,pero llega la noche , se aselera mi respiración, ese dolor en el pecho, ese dolor en el alma que no cesa , pasa y pasa el tiempo tan lento y yo solo quiero llorar , por qué no sé cuándo será el día que yo te pueda olvidar.
Olvidar , superar, dejar ir , darle vuelta ala página, eso siempre lo que escucho decir .
Pero no entiende que nunca podré olvidarte , y la noche es la que más me confunde,
Es la que me recuerda que fuiste mi gran amor y que nunca te veré , y que cada noche lloró , sufro y no tengo consuelo.
ALBERTINA GALIANO
Hago el firme propósito de descansar, la mente en blanco, después del ritual de la lectura, y se me cierran los ojos.
Si la cama está vacía de personas, salvo yo, entonces ya de entrada noto frío.
La primera postura me reconcilia con la vida… es solo la primera de otras muchas.
Según se arruga el colchón en ellas, van apareciendo entre los pliegues y costuras caras, pisadas y frases, y el silencio se llena de ruidos.
Reproches, sospechas, mentiras … Las pupilas se disparan y crece la angustia. Y en la pequeñez de mi cuarto se desata un universo sin estrellas, y una inmensidad oscura. Las sombras pululan.
En el doblez de la noche los minutos se hacen horas. Y en medio de esas horas, de pronto, me estremezco al oír su llanto.
Me levanto, le acurruco y susurro… “no tengas miedo, mamá está aquí”…
…¿está aquí?
Dejo asomar mi seno para acercarlo a él, cuando percibo una pequeña forma marrón deslizándose subrepticiamente sobre su pijamita.
Espantada, súbitamente aterrorizada, le arrojo lejos de mí, sin ser consciente si quiera de que es mi tierno bebé.
Cae de espaldas en la cuna y rompe a llorar con desconsuelo mientras su primitivo reflejo de “moro” le hace abrir los brazos instintivamente, anticipando la caída.
Me tranquilizo a mí misma asegurándome que años después no lo recordará, sin adivinar que ya de adulto aún se preguntará acongojado por qué con desesperante frecuencia despertará, en medio de la noche, cayendo a un pozo sin fondo, mientras en la boca de ese pozo aparece fugazmente una presencia, que bien podría ser su madre, o una bestia inmunda.
TALÍA GARZA HERNÁDEZ
El llaverito de la Virgen
Las reuniones de trabajo deben ser siempre por la mañana o en la tarde. En la noche es imposible, al menos en mi círculo social sucede que las personas se reúnen en la noche para beber. La realidad es que la última noche aunque fue muy divertida también terminó de forma incomoda hice lo habitual: me emborraché sin tenerlo planeado.
Ocurrió en un bello lugar, que es un monte, a la salida ni tiempo tuve de respirar el aire inigualable de la sierra del Norte.
Bebimos un montón de vino espumoso, que yo mezclé, también despreocupadamente, con cerveza y vinos blancos, entre ellos uno raro europeo, dulce, sin crianza, súper fuertísimo. En lo particular, el vino espumoso me fascina, puedo beberlo mucho, pero por desgracia mi cuerpo resiste poco y cae de ebriedad. No, no vagué por la terraza cayéndome ni viendo arcoíris, como leí recientemente en unos poemas donde el poeta describe en sus versos su alegría al ver un arcoíris tumbado entre flores, y mi mente mientras leía esos fragmentos de poemas desenterrados de los Aztecas, que habitaron el Valle de Anáhuac (hoy la Ciudad de México), solo percibe que esa persona de tiempo antiguo estaba consumiendo hongos alucinógenos o ayahuasca. No, a mí solo me gusta el alcohol y en veces el cigarro y la mayor parte del tiempo café, precisamente porque necesito de la cafeína para aguantar el día.
En el momento de la borrachera no eres consciente, se siente agradable, como caliente, yo suelo disfrutar de la compañía de las personas, pero algo tiene el sabor del alcohol que me impulsa a seguir bebiendo más y más.
¿Por qué el alcohol es tan incomprendido? y ¿por qué el alcohol puede causar adición y después enfermedad?
Si, ya sé que son temas varios, aunque esos son los argumentos de las personas anti alcohol que celosamente vigilan mientras bebes tu consumo y tu comportamiento.
Beber alcohol se puede a todas horas, y emborracharse también. Lo bueno es que mi memoria y mis sentidos permanecieron atentos. Ahora entiendo que existe una historia que puede desprenderse a partir de 0.
Como el detallito que me regalaron en la reunión: un llavero con la imagen de una virgen, la virgen de Guadalupe a quien ni siquiera adoro. La recibí justo de noche, mucho antes de la salida de la estrella de la mañana.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
Empecé a vivir con mi pareja, Adela, hace tres años. Siempre fue muy celosa. Mi timidez hacía de mí una persona amena y sencilla. Dejé mi trabajo de vigilante hace un mes, pero aún no había sido capaz de contárselo.
Un amigo de la infancia, Richard, me ayudó a encontrar otro trabajo. Al principio me costó bastante, hasta que entró en mi expectativa. Mi suerte fue que era un empleo nocturno y podía compaginar mis salidas con Adela, para hacerla seguir creyendo que aún tenía mi antiguo puesto en la empresa de vigilancia.
Adela, como buena cotilla, siempre me hacía preguntas para sonsacar la verdad. Era bastante astuta en su trabajo de detective. El día de su cumpleaños comenzó a sospechar por mi ausencia.
–¿Por qué tienes que trabajar ahora solo los fines de semana? Me has fastidiado un día especial para mí.
–Cariño, me han cambiado de zona y tengo otros turnos.
–¡¡No es justo!! Seguro que también trabajarás el día de San Valentín, eso no te lo perdono.
–Pediré el día libre, te lo prometo.
–¿Seguro? ¿No me dejarás de nuevo con la cena preparada?
–No pasará otra vez, hoy mismo lo hablaré con mi jefe.
No fue fácil, acababa de empezar y todavía me quedaba mucho que aprender. Richard, mi amigo, era también mi jefe, así que le pedí el favor.
–¡Richard! Tengo un problema con mi pareja.
–¡No me digas que se ha enterado!
–No, por suerte aún no sabe nada, pero está empezando a sospechar. ¿Puedo pedirme libre el 14 de febrero?
–¡Puff! Creo que será muy difícil, Galáctica, llamó ayer diciendo que se encontraba mal. No tengo a nadie más.
–Mi novia está muy enfadada. Si le fallo otra vez, seguro que termina conmigo.
–Estoy casi seguro de que si yo lo fuera haría exactamente lo mismo.
–¡Claro! Me entiendes.
–Tu primer día como Quimera fue espectacular. No me falles, o tendré que buscarme a otra persona.
–Por favor, Richard, tiene que haber otra solución.
–Sí, solo dos: o trabajas, o te vas a la calle.
–No esperaba esto de ti.
–Carlos, o mejor dicho, Quimera, somos amigos, pero el trabajo es el trabajo.
–Bueno, gracias por tu ayuda, amigo.
–Cuando tengas un negocio, lo entenderás. Nos vemos el sábado, hasta luego.
–Adiós.
Me tembló la mano que sujetaba el teléfono. No sabía qué hacer y mucho menos cómo contarle a mi novia que faltaría para el día de los enamorados. Traté de hacerme el disimulado y como si no recordara nada. Adela, repetía todo el tiempo las horas que quedaban para que llegara el día. La culpa me hacía ponerme más nervioso, hasta el punto de ceder por arrepentimiento a contarle la verdad.
–¿Ya has hablado con tu jefe?
–Sí, sí, cariño.
–Dime, ¿ha aceptado dejarte librar el 14 de febrero?
–Sí, sí, cariño.
–¿Por qué te repites tanto? ¿No me estarás engañando?
–No, no, cariño, para el sábado tengo el día libre.
–Espero que no tengamos ninguna sorpresa, o lo nuestro se termina. Ya no aguanto más.
–No, no habrá sorpresas, te lo prometo.
–Claro que te creo, estaba de broma.
–Qué graciosa eres.
Su risa astuta se clavó en mi mente. Cada vez estaba más alterado, pensativo, no sabía qué hacer a tan solo un día del sábado. Mi desesperación hizo que llamara de nuevo a Richard, para saber sobre el estado de mi compañero.
–¿Qué pasa ahora, Carlos?
–¿Cómo se encuentra Galáctica? ¿Sabes si trabaja el sábado?
–Está con una gastroenteritis aguda.
–Pero seguro que para mañana estará mejor.
–Eso no lo sé yo, no soy médico. Aparte, tú qué quieres, ¿que se me cague en mitad del show?
–Tienes razón, lo siento.
–Mira, si no quieres venir, contrato para mañana a otro y estamos en paz.
–No, no, Richard, no puedo perder el trabajo, Adela me mata.
En ese momento, mi novia pasaba por la puerta del baño.
–¿¡Richard!? ¿¡Que pierdes el trabajo!?
–¡Adela! Es mi compañero. Que se ha puesto malo con gastroenteritis y tengo que sustituirlo en el trabajo.
–¿¡Cuándo!?
–Mañana sábado, lo siento. Me hacía mucha ilusión la cena. Te veía tan feliz.
–No pasa nada. Si encima pierdes el trabajo, mejor que vayas.
–¡Claro! Te quiero, eres un sol.
Sentí que me quitaban un gran peso de encima, pero seguía ahogándome la culpa. Me oprimía el corazón no poder contarle la verdad por mi miedo y vergüenza. Llegó el sábado y me desplacé al trabajo con la sospecha de que me estaba siguiendo alguien.
Cuando salía de mi camerino me crucé con Galáctica por el pasillo.
–¡Galáctica! ¿¡No estabas con Gastroenteritis!?
–¿¡Quién!? ¿¡Yo!? Qué va, estoy fantástica. Como siempre.
–¡Será bastardo el Richard! Me ha hecho mentir a mi futura esposa.
–Míralo, por ahí viene el pitufo.
–¡Richard! ¡Cabrón!
–¿¡Qué cabrón!? ¡Sal por la puerta de atrás, corre!
–¿¡Qué pasa!?
–Tu novia, te ha seguido hasta aquí.
–¡Adela! ¡Dios! Entretenla con algo.
Salí corriendo por la puerta de atrás, que daba a un descampado. Buscaba un sitio donde ocultarme en los almacenes del bar. Unos pastores alemanes comenzaron a ladrar tras una verja. Asustado con los ladridos, escapé por un sendero entre la arboleda. Apenas podía correr con los tacones altos, mi traje y todos los complementos colgantes que tenía en mi cabeza. Un par de chicos que andaban muy ebrios por el lugar se alarmaron con el tintineo de mis aros. Con la escasa luz de la zona y su cogorza, creyeron que estaban viendo al diablo.
–¡Quillo! ¿Has visto eso!?
–¡Qué cojones! Pero si parece un demonio.
–Coge un palo y métete en esos matorrales, cuando pase por aquí lo atacamos.
–¿Tú crees que vamos a poder con Satanás?
–Cállate, y sal cuando te avise.
Al pasar entre los matorrales, los dos individuos se abalanzaron para golpearme. Me propinaron tal paliza que casi me dejan inconsciente. Gracias a que llegó Richard, espantando a los borrachos y llamando a la policía, que pude salvarme.
–Tío, mira, ¿y el enano ese?
–Vámonos, que viene su vasallo.
Llegó la policía y la ambulancia armando un revuelo entre los clientes del cabaret. Adela, que andaba por el lugar, terminó cansada de buscarme. Richard, con la intención de despistar a mi novia, la invitó a unas copas con las que terminó algo pedo.
–Parece que ha habido un accidente. Volveré a casa y esperaré a Carlos. Será que la noche me confunde.
Llegué al hospital inconsciente bajo el efecto de los calmantes. Cuando dormía en la habitación, entró una mujer de la limpieza que confundí con Adela. Balbuceando, arrepentido y con lágrimas en mis ojos, confesé todo.
–¡Adela! Lo siento mucho, cariño. No quería que supieras que era drag queen. Me costó mucho aceptarlo y mucho más saber que soy bisexual. Te he metido en este lío por mi mala cabeza. Solo quiero que sepas que, a pesar de todo, te amo con locura.
–¡Conchita!
–¿¡Qué!?
–El de la 112, que se esta confesando porque cree que soy una tal Adela.
–Que perdida está la juventud de hoy en día.
–Me da lástima. Cuando se dé cuenta de que ha gastado saliva para nada…
–Pobrecillo…
GAIA ORBE
Tema de la semana:
Encontré a un poeta en un paraíso de ilustrados. Sus latidos creadores hablaban de maravillas de dioses y de vidas. Secuestrada en el sabor de su pasión desperté. Salí a la calle. El mundo en el que vivía estaba ciego. Lloré. La noche me había confundido.
Buenos días, mi voto para Juan José Serrano Picadizo.
Voto para Servando Clemens
Esta verdaderamente complicado. Todos son realmente buenos.
Aún así me han cautivado los de: Karen Rosado y Raquel López
Mi voto: Valeria Michou
Mis votos son para :Karen Rosado, Loly Moreno, Neus y Valeria
Voto a Alberto Medina Noya
Voto a Beatriz Ángel.
Voto a Servando Clemens
Eelyn y Ángel
Mi voto para ÁNGEL MARTÍN GARCÍA
Pepino Nabódico
Loly Moreno
Los más, que no los únicos.
Servando
Tess Lorente y Gabriela Motta
Mi voto María Cruz Estevan Aparicio
Antolin
Mi voto para: CONCE JARA
José Armando Bonilla y Ángel Martín.
Mi voto es para BEA ARTEENCUERO.
LA NOCHE ME CONFUNDE con el idilio nocturno y su tierno gatito. Jajaja ¡ muy bueno!
Mi voto para Antolín y José Armando Barcelona Bonilla
Voto a Servando Clemens
Voto por SERVANDO CLEMENS
Voto por Sergio Santiago!
Servando Clemens
Mi voto esta semana es para:
Valeria Michou